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Cuentan Los Decires

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VOLUNTARIADO LIMA LEE

CUENTAN LOS DECIRES


Una colección de leyendas peruanas
Cuentan los decires. Una colección de leyendas peruanas
Voluntariado Lima Lee

Christopher Zecevich Arriaga


Gerente de Educación y Deportes
Juan Pablo de la Guerra de Urioste
Asesor de Educación
Doris Renata Teodori de la Puente
Gestora de proyectos educativos
María Celeste del Rocío Asurza Matos
Jefa del programa Lima Lee
Yesabeth Kelina Muriel Guerrero
Asesora de contenido

Gestión de contenido: Proyectos especiales


Editor del programa Lima Lee: José Miguel Juárez Zevallos
Concepto y elaboración de portada: Karen Rosario Bajalqui De la Cruz
Corrección de estilo: Margarita Erení Quintanilla Rodríguez
Diagramación: Leonardo Enrique Collas Alegría
Editado por la Municipalidad de Lima
Jirón de la Unión 300, Lima
www.munlima.gob.pe
Lima, 2021
Prólogo

Si bien el interés por rescatar la producción poética y


narrativa transmitida oralmente germinó en Europa
durante el siglo XIX junto con el espíritu romántico
de la época, su alcance e impacto fue mucho más
significativo de lo que se esperaba especialmente en
tierras latinoamericanas. En un país como el nuestro, que
cuenta con un magnífico acerbo de tradición oral, pero
también con grandes brechas socioculturales, algunos
autores vieron en la literatura de origen popular una
manera genuina de revalorar la identidad de los grupos
sociales menos favorecidos.

En el marco del Bicentenario de la Independencia del


Perú, queremos recordar el aporte de Adolfo Vienrich,
cuyas colecciones bilingües de Azucenas quechuas (1905)
y Fábulas quechuas (1906) demostraron la necesidad de
darle la merecida importancia a la lengua quechua y a la
cultura milenaria que representa.

Asimismo, resulta necesario honrar la memoria de José


María Arguedas y Francisco Izquierdo Ríos, quienes
publicaron Mitos, leyendas y cuentos peruanos en 1947.
Esta obra forjada con la colaboración de maestros y
estudiantes de todo el país, actualmente se ha convertido
en uno de los mayores clásicos de literatura oral,
pues encontramos en ella un vasto registro de saberes,
costumbres, ritos, festividades, entre otros.

Hoy en día, gracias a los métodos científicos y herramientas


tecnológicas, contamos con numerosas compilaciones
realizadas por folcloristas, antropólogos y recopiladores
de diversas regiones del Perú. En ese sentido, esperamos
que la presente colección de leyendas contribuya con
la conservación del patrimonio oral para que este sea
apreciado por las generaciones futuras.

Entre sus páginas podrán encontrar leyendas de varios


distritos del departamento de Lima, así como de distintas
provincias. Algunas dan cuenta de contextos rurales,
mientras que, otras, de espacios más urbanos. También
destacan algunos seres fantásticos muy conocidos como
la jarjacha, el chullachaqui y la uma pawan, pero también
otros menos famosos como la mujer de pata de cabra.

Finalmente, queremos expresar un agradecimiento muy


especial a los jóvenes que conforman el voluntariado de
Lima Lee de la Municipalidad de Lima, pues cada uno de
ellos se aventuró en la maravillosa experiencia de recopilar
las leyendas de viva voz entre sus parientes cercanos o
amistades. Los resultados fueron gratamente sorprendentes
y por ello esperamos que cada uno de estos textos ya
transcritos pueda ser disfrutado desde sus hogares.

Yesabeth Kelina Muriel Guerrero


Asesora de contenido
Presentación

La Municipalidad de Lima, a través del programa


Lima Lee, apunta a generar múltiples puentes para que
el ciudadano acceda al libro y establezca, a partir de
ello, una fructífera relación con el conocimiento, con
la creatividad, con los valores y con el saber en general,
que lo haga aún más sensible al rol que tiene con su
entorno y con la sociedad.

La democratización del libro y lectura son temas


primordiales de esta gestión municipal; con ello
buscamos, en principio, confrontar las conocidas
brechas que separan al potencial lector de la biblioteca
física o virtual. Los tiempos actuales nos plantean
nuevos retos, que estamos enfrentando hoy mismo
como país, pero también oportunidades para lograr
ese acercamiento anhelado con el libro que nos lleve
a desterrar los bajísimos niveles de lectura que tiene
nuestro país.

La pandemia del denominado COVID-19 nos plantea


una reformulación de nuestros hábitos, pero, también,
una revaloración de la vida misma como espacio de
interacción social y desarrollo personal; y la cultura
de la mano con el libro y la lectura deben estar en esa
agenda que tenemos todos en el futuro más cercano.

En ese sentido, en la línea editorial del programa, se


elaboró la colección Lima Lee, títulos con contenido
amigable y cálido que permiten el encuentro con el
conocimiento. Estos libros reúnen la literatura de
autores peruanos y escritores universales.

El programa Lima Lee de la Municipalidad de Lima


tiene el agrado de entregar estas publicaciones a los
vecinos de la ciudad con la finalidad de fomentar ese
maravilloso y gratificante encuentro con el libro y
la buena lectura que nos hemos propuesto impulsar
firmemente en el marco del Bicentenario de la
Independencia del Perú.

Jorge Muñoz Wells


Alcalde de Lima
DEPARTAMENTO DE LIMA
María chismosa y la procesión

Hace muchos años, en Lima de antaño, vivía una


señora que siempre andaba pendiente de la vida de los
demás. Cada vez que caminaba por las calles, miraba
por las ventanas de las casas y se detenía a escuchar las
conversaciones, esperando a enterarse de los nuevos
chismes.

Un día, a lo lejos, escuchó una procesión que se


acercaba. Como era muy religiosa, la señora corrió a
darle el alcance a la imagen que recorría las cuadras. Al
llegar, se puso a rezar y a acompañar los cánticos. En ello,
uno de los miembros de la procesión le entregó una vela
encendida.

Camino a su casa, notó que ningún otro vecino se


había enterado del evento, por lo que decidió contarles
a todos. Cuando se encontró con una amiga, empezó a
explicarle con lujo de detalles; sin embargo, esta no le
creyó, pues ese mes no había procesión alguna. Ante la
incredulidad de su oyente, la señora le mostró la vela que
traía consigo, como prueba.

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Rápidamente, su expresión cambió al darse cuenta de
que realmente se trataba de un frío hueso. Sintió un leve
escalofrío y solo atinó a tirar la falsa vela al suelo. Desde
aquel día, todo aquel que gusta de fisgonear en la vida
de otros, lo piensa dos veces, pues no quieren que se les
aparezca la procesión de las ánimas.

Fuente oral: Elvira Irala Venegas, 79 años, Miraflores.


Recopilada por María Andrea Achong Irala.

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Los duendes de «El arroyito»

Antiguamente, el distrito de Surquillo era un conjunto


de tierras de cultivo, ya que era un terreno muy fértil y
los pobladores de la zona cultivaban diversas plantas,
entre ellas, las higueras, cuyos frutos son los higos. Según
cuentan los antiguos vecinos, en las higueras habitaban
unos pequeños hombrecitos que eran vistos por las
noches. Estos eran los llamados «duendes».

Este hecho sucedió hace muchos años, cuando un


joven después de asistir a la fiesta de un amigo, algo
embriagado regresaba a su casa y, al cruzar la avenida
Tomás Marsano, se detuvo al observar que en la higuera
del parque conocido como «El arroyito» varios niños
jugaban alegremente. Se frotó los ojos, ya que le pareció
extraño verlos tan tarde, pero algo llamó su atención, se
dio cuenta de que no eran niños sino duendes porque
tenían la cara arrugada con unos ojos tan brillantes, su
vestimenta era colorida y llevaban sobre sus cabezas unos
gorros llamativos. Él no podía salir de su asombro, frotó
sus ojos una y otra vez creyendo que dejaría de verlos,
pero fue en vano porque ellos seguían allí. Se asustó

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tanto que de la impresión botó espuma por la boca y fue
auxiliado por un vecino, quien luego lo llevó a su casa. Al
día siguiente, le contó a un familiar, quien lejos de creerle
pensó que podría tratarse de los efectos del alcohol. Pero
este hecho no solo le habría ocurrido a esta persona, sino
también a muchos otros pobladores del lugar.

Actualmente, dicho árbol ya no se encuentra en ese


parque porque fue trasladado a otro lugar, pero se sabe
que en ese tiempo ocurrieron sucesos sin explicación.

Fuente oral: Teresa Álvarez, 60 años, Surquillo.


Recopilada por Vanessa Liliana Aquino Yauyos.

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La dama de Pasamayo

Hace muchos años conocí al señor Velita, que cuando


era joven conducía buses interprovinciales de la antigua
empresa Atahualpa y su ruta era mayormente de Lima
a Cajamarca. Una noche lo llamaron para recoger a
unos pasajeros cuyo bus se había quedado averiado en
el camino, por lo que manejó junto a su compañero
un bus completamente vacío desde Trujillo. Cuando
estaba entrando a la carretera de Pasamayo, ambos
jóvenes vieron a una hermosa señorita vestida de blanco
cargando un maletín y levantando su mano como en
señal de «alto».

—¿Señorita, a dónde va? —le preguntó el joven Velita


a través de la ventanilla.

—Hacia el norte —respondió la chica.

Como el joven Velita era mucho de coquetear, él


mismo fue a abrirle la puerta del bus a la chica.

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—Pase señorita, suba nomás —le dijo, mientras le
indicaba los asientos.

Luego de eso, él regresó a su asiento de conductor y


le pidió a su copiloto que siga manejando para poder ir
a la parte de atrás a hacerle plática a la hermosa señorita.
El compañero aceptó y el joven Velita fue emocionado a
la zona de asientos. Habrán pasado unos cinco minutos
cuando en eso el compañero miró por el retrovisor a su
amigo, quien venía caminando lento, pálido y temblando.

—¿Qué pasó? —le dijo bromeando—, ¿te rechazó?

—No… ella… desapareció —dijo Velita muy asustado.

Fuente oral: David Bajalqui Tenorio, 58 años, Surquillo.


Recopilada por Karen Rosario Bajalqui de la Cruz.

14
La mina encantada

Según se cuenta, en el asentamiento humano de


Valle Hermoso en Lomas de Carabayllo, en la parte
alta y alejada del pueblo había mucho tiempo atrás
una mina encantada. De acuerdo con lo que relataban
los pobladores más antiguos, el Valle Hermoso era un
pueblito muy tranquilo y todos sus habitantes vivían muy
felices. Los niños jugaban sin ningún peligro en las calles;
mientras que, los padres se dedicaban a la agricultura y
las madres a sus hogares y a cuidar a sus hijos.

Cierto día llegó a la comuna un contingente de


hombres de la ciudad con grandes maquinarias, tractores,
excavadoras e inmensos camiones que interrumpieron la
tranquilidad del pueblo. Ellos vinieron para explotar la
mina, ya que se enteraron de que allí abundaba el oro,
pero al ver esto los pobladores se asustaron, porque la
última vez que otros hombres intentaron excavar había
ocurrido un derrumbe que mató a muchos. Solo uno se
salvó de milagro.

Al ver que los nuevos obreros se dirigían a la mina,


el vecino sobreviviente corrió apresuradamente para

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advertirles que no se acercaran a la mina, ya que estaba
encantada. Muy convencido les dijo que había un toro
muy grande, con ojos de fuego y dientes de acero, que
el toro producía un silbido muy agradable al oído de las
personas y que ese sonido causaba un profundo sueño.
Les dijo, además, que después de hipnotizar a la gente, el
animal con sus enormes cuernos golpeaba furiosamente
la tierra causando grandes derrumbes y que de esta
forma habían muerto los antiguos trabajadores. Pero el
jefe de trabajo no le creyó y más bien se burló de él, por
más que el sobreviviente le rogó y suplicó para que no
ingresaran a la mina.

Cuando llegaron a la mina, observaron y vieron


que todo estaba tranquilo y se pusieron a trabajar. Sin
embargo, al caer la noche, ellos empezaron a escuchar
el silbido del toro y uno a uno se fueron quedando
dormidos. El hombre que les había advertido fue muy
preocupado a la mina para ver qué había ocurrido
con ellos. Cuando se fue internando en la mina, vio
que todo estaba muy tranquilo y silencioso, a medida
que se introducía más a las profundidades de la mina
escuchó el silbido del animal, ese sonido estremecedor
y espeluznante, y se tapó los oídos, pero cuando estaba a

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metros del sitio sintió un gran estruendo, había llegado
demasiado tarde: lo peor había ocurrido, todos estaban
muertos. Al ver esto, el hombre no pudo contenerse y
lloró amargamente.

Cuando amaneció, el hombre se volvió a internar a la


mina. Caminó y caminó por los socavones de la profunda
mina y de repente vio una enorme caverna subterránea,
esa era la casa de la fiera. Estaba fría, oscura y muy
tenebrosa, pero se llenó de valor y entró. En la parte más
oscura de la cueva, se tropezó con algo, al ver bien se
dio cuenta de que era el toro que estaba dormido. Cogió
una piedra muy filuda y con gran precisión lo mató. De
su enorme cuero hizo carteras, casacas y muchas otras
cosas.

A partir de ese momento, el Valle Hermoso se


convirtió en un lugar comercial y ahora los pobladores
viven sin miedo y muy felices.

Fuente oral: Alejandro Gómez Campos,


59 años, Carabayllo.
Recopilada por Dreydhi Monika Gallardo Carlos.

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El viejecito harapiento

Esto lo escuché en el año 1987. En el distrito de


Chosica, cerca de la quebrada de Pedregal en San Antonio,
un viejecito viajero y andrajoso rondaba por la zona
pidiendo agua y pan de casa en casa. Como muchos le
negaban el agua y el pan, él los maldecía anunciando que
un gran huayco caería y les traería desgracia a sus vidas,
y así fue. Un lunes nueve de marzo de ese mismo año, un
gran huayco descendió y enterró las casas que le negaron
agua y alimento al viejito. Por el contrario, las pocas
viviendas en las que se apiadaron de él, calmando su sed
y su hambre, no fueron destruidas por el deslizamiento
de lodo y piedras. Ahora bien, cuentan los mayores que
ese viejecito no es otro más que el mismo dios del campo,
Cuniraya Wiracocha, que suele disfrazarse de mendigo y
le gusta mucho engañar a la gente.

Fuente oral: Jocabeth Lucía González Navarro,


54 años, Chosica.
Recopilada por Raiza González Chávez.

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El boquerón de la viuda

En el puerto de Huacho existe una zona conocida


como el «Boquerón de la viuda». Los pescadores a diario
recorren el puerto de Huacho; sin embargo, ninguno se
atreve a ingresar a este lugar porque cuentan que todo el
que ingresa se pierde en las profundidades y no vuelve
a observar la luz del sol. Se dice que los pescadores
desaparecen luego de ser deslumbrados por la belleza y
el canto de una mujer que había estado casada con un
pescador.

Fuente oral: Saturnina Caballero, 51 años, Huacho.


Recopilada por Julissa Herlinda León Colonia.

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El hombre de la acequia

Hace mucho tiempo en la hacienda Santa Margarita


en Barranca, una mujer que trabajaba en la hacienda
enviudó y al pasar un par de años se volvió a comprometer
con un hombre de tez morena y de mirada de diablo.
Nadie supo nunca de dónde llegó.

La mujer tenía tres hijos, dos varones y una mujer,


y fue justamente al mayor de los hijos a quien le tocó
vivir la peor parte. El hijo mayor se oponía a la relación
de su madre con aquel hombre porque era moreno. No
podía aceptar que su madre se volviera a casar con un
hombre de piel oscura y no dudó en mostrar su rechazo
y desprecio hacia su padrastro.

El hombre siempre guardó silencio, nunca se enfrentó


al joven, pero solo aparentaba una falsa bondad.

Con el transcurrir de los días, algo muy extraño pasó:


la salud del joven se iba debilitando, cada vez se sentía
más débil y su cuerpo se fue secando día con día. Su

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familia desesperada se lo llevó a Lima de emergencia al
hospital, pero los médicos dijeron que no tenía ninguna
enfermedad. No entendían lo que estaba pasando con
el pobre joven, solo le recetaron pastillas y más pastillas
para los dolores.

Derrotados se regresaron a la hacienda y uno de los


trabajadores más ancianos les dijo que al pobre muchacho
le habían hecho daño, brujería, venganza, que había una
persona que lo quería ver sufrir hasta que su cuerpo no
resistiera más. Les dijo que el daño era muy fuerte, que
ya había pasado mucho tiempo y que esperaran nomás el
día en que no volviera a abrir los ojos.

Al poco tiempo se cumplió lo que dijo el anciano; el


cuerpo del joven se secó por completo, como la carne
puesta al sol.

Cuentan que el alma del jovencito suele rondar todos


los días al caer la tarde por la acequia que pasa por la
hacienda, buscando la ropa que se llevó la corriente
del agua cuando la estaba lavando y que no encontrará
descanso hasta hallarla. Dicen que nunca debes dejar que
el agua se lleve tu ropa cuando lavas en la acequia, y si te

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pasa, grita, pide ayuda, corre, nada. Haz lo que puedas
para recuperarla, porque si no, la blanca muerte vendrá
por ti.

Fuente oral: Aurelia Justina Bello Navarrete,


72 años, Barranca.
Recopilada por Estefanía Evelyn Meléndez Haro.

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Vender el alma

Muy cerca del distrito de Cerro Azul, casi llegando a


San Luis, existe un lugar llamado «La Calzada», que se
encuentra adyacente a un cerro y a una acequia.

En relación a cómo la acequia llegó a ese lugar, se


comenta que un inglés apellidado Renyckee llegó a
pasearse por Cañete y se quedó en San Luis a vivir. Le
gustaba pasearse por los alrededores y vio que aquellas
tierras eran fértiles, pero faltaban fuentes de agua.

Se comenta que este señor inglés vendió su alma al


diablo para que hubiese agua en el cerro y así se cumplió.
El día que lo hizo apareció un perro y el señor inglés
murió al poco tiempo. Al velar sus restos apareció el perro
nuevamente con unos ojos como dos fuegos y entonces
se apagaron las luces. Cuando se volvieron a prender, ya
no se encontró el cuerpo.

Fuente oral: Antonio Olivares Reyna,


50 años, Chorrillos.
Recopilada por Patricia Sofia Olivares Andía.

23
La mujer de los gritos

En el cerro de Canto Chico vivía hace años una mujer


muy, muy alta. Muchos decían que era una bruja, otros
decían que era más bien una caníbal. Lo cierto es que
casi todas las noches se escuchaban gritos que provenían
de aquella parte desolada del cerro, aunque no se podía
distinguir qué clase de gritos eran. Además, allí solo
había algunas casas, la mayoría abandonadas y en la más
pequeña vivía ella, quien era la dueña de casi toda esa
zona. Nadie sabía cómo podía vivir porque no trabajaba
ni tenía hijos. De vez en cuando desaparecían perros
y gatos de la zona, callejeros y domésticos, y en otras
ocasiones, aunque raras, también desaparecían niños.
Las madres prohibían a sus hijos jugar por aquella zona,
estaban aterradas porque decían que en las noches, desde
algunas casas, se podía ver que ella salía desnuda y podía
levitar. Algunas veces llamaron a la policía porque los
gritos eran insoportables, pero cuando estos llegaban, no
encontraban nada y solo les quedaba irse.

Varias noches vieron a una linda señorita caminar en


la oscuridad totalmente sola. Era extraño porque nadie

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la conocía y en esa zona todos se conocían, al menos de
vista. Y una noche, el guachimán de la zona vio a esa
señorita convertirse en una vieja y entrar a aquella zona
prohibida del cerro.

Fuente oral: Gisela Saravia, 49 años,


San Juan de Lurigancho.
Recopilada por Valeria Palma Saravia.

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Inga Inga

Una señora, que vivía en el pueblo de Canta, se


alistaba para ir a una fiesta que quedaba en Obrajillo, un
lugar cercano del pueblo donde vivía. Muy pintoresca
se dirigía a dicha fiesta, cuyo propósito consistía en
emborracharse y vivir la vida a duras penas. Después de
que la fiesta terminó, durante la madrugada, la mujer se
encontraba un poco borracha y quiso regresar a su casa.
Así que decidió caminar bajo el umbral de la luna.

Mientras se alejaba de los postes de luz de las casas


vacías, ella cantaba un huaynito para no sentirse sola.
Cuando se hallaba por la salida del pueblo de Obrajillo,
el camino estaba oscuro, pero no faltaba mucho para que
amanezca y, sin temor, ella seguía adelante. En cierto
momento, la señora ya se encontraba en la esquina,
donde había una cruz que unía dos caminos, y de pronto
escuchó un sonido muy extraño, el sonido «inga, inga,
inga», que se parecía al llanto de un bebé.

Ella no sabía de dónde venía. Por un momento pensó


que era su imaginación o efectos del alcohol, pero

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cuando quiso seguir su camino escuchó nuevamente
el misterioso ruido «inga, inga, inga». Entonces giró
y empezó a buscar de dónde provenía, pero cuando
advirtió que ese sonido era el llanto de un bebé, la señora
lo cargó sin dudarlo. Ella no sabía si llevárselo a su casa
o regresar a Obrajillo, pero decidió llevárselo y entonces
cargó al bebé a su espalda con la manta que lo cubría.

Así, emprendió su camino, pero a medida que daba


un paso más, el bebé empezaba a pesar más y más. Para
sostenerlo, la señora puso una mano en sus nalguitas y
en ese momento fue donde sintió que este tenía una cosa
rara: era una cola. Ella se giró para verlo y se dio cuenta
que tenía cachos. Al ver todo eso, de inmediato la señora
arrojó a esa criatura extraña al suelo y para alejarse de ese
demonio fue corriendo a la cruz que se encontraba cerca
de donde ella estaba. En esa cruz empezó a rezar y llorar
de miedo, pero después de unos momentos, se dio cuenta
de que ese demonio ya no estaba allí. Entonces regresó a
Obrajillo y le contó lo sucedido a los pobladores.

Fuente oral: Milania Palomino Polino, 23 años,


Canta, Lima.
Recopilada por Rosi Palomino.

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El fantasma del túnel

En el distrito de Chorrillos se encuentra la playa La


Herradura, una de las playas más emblemáticas de Lima,
que en su cercanía se ubica un túnel.

En 1910, la Compañía Nacional de Tranvía Eléctrico


(CNET), conocida como «La Nacional», estableció una
línea de tranvías entre Lima y Chorrillos. Una de sus
más notables obras fue el túnel de La Herradura, pues
permitía el paso de sus tranvías hasta la playa misma.
Sin embargo, debido a los altos costos que implicaban
los mantenimientos, la empresa se declaró en quiebra.
En ese entonces, se iniciaba la época del automóvil y este
suceso obligó a que se estableciera un camino costanero
al borde del Morro Solar, pero debido al tamaño solo se
estableció en un sentido, hacia La Herradura; mientras
que para el retorno obligativamente se debía pasar por
aquel túnel.

Con el tiempo, al ser estrecho y oscuro, el tránsito


por el túnel se convirtió en un gran peligro para los
transeúntes, pues muchos perdieron la vida debido al

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exceso de velocidad de los autos que pasaban por el lugar.
Como consecuencia de estos sucesos, comenzaron a
denominarlo «el túnel maldito». Las autoridades incluso
consideraron clausurarlo; sin embargo, no resultó viable
por ser la única vía de salida.

Se cuenta que un día, un anciano, que vivía en


las cercanías, decidió pasar por aquel escenario de
desastres para ingresar a la playa, pero tan pronto
ingresó fue embestido por un auto, el cual lo arrastró
varios kilómetros por el túnel, causándole una muerte
instantánea. Nunca se supo su identidad, así que fue
sepultado como NN. Desde ese entonces, aquel anciano
se aparece de improvisto frente a los autos que ingresan
al túnel. Además, grita como si fuera una persona real,
causando gran conmoción a los conductores, quienes
piensan que han arrollado a alguien. Se dice que el
anciano todavía ronda por el lugar buscando a su asesino.

Fuente oral: Alfredo Pérez, 52 años, Chorrillos.


Recopilada por Brigitte Pérez Ortiz.

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La casa embrujada

Hace un tiempo ya, por los años noventa, cuando


era joven todavía, existía una casa que hasta ahora sigue
en pie. Una pequeña casa construida con adobe, que
queda a la espalda de los condominios de «Parques de
Carabayllo».

En esos tiempos salía a las fiestas a divertirme, a


tonear con mis amigos y cuando regresábamos a eso de
las tres de la mañana, teníamos que pasar por una calle
que era larga y también silenciosa. No había de otra que
correr porque en esa calle quedaba la casa con fantasmas
que penaban, que gritaban de dolor y se escuchaban
lamentos de familias enteras. Dicen que en épocas de
terrorismo varios fueron asesinados en esa casa y por eso
las almas rondan por ahí.

Los vecinos más antiguos cuentan que esa casa es más


antigua que ellos mismos y desde hace mucho, cuando
había poca población, se escuchaban lamentos, pero
nadie se atrevía a entrar ni echar un vistazo. Mucha

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gente que pasa cerca anda con miedo de los fantasmas
que habitan ahí.

Fuente oral: Raquel Díaz Agustín,


40 años, Carabayllo.
Recopilada por Jorge Luis Pineda Aponte.

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La Gringa

En la zona popularmente conocida como «La


Chancadora», ubicada en la parte de Torre Blanca Alta en
el distrito de Carabayllo, se dice que hubo una época en
la que había poquísimos pobladores. Quienes vivían allí
tenían chacras y corralones para la crianza de animales y
a menudo eran engañados o atraídos hacia los cerros que
abundan por esos lares.

El cerro usa distintas formas para desviar a las


personas de sus caminos y uno de los más recurrentes
es «la Gringa». Cuentan los vecinos que un grupo de
hombres regresaban a sus casas mientras charlaban,
hasta que uno de ellos recordó que tenía que alimentar a
sus chanchos. El hombre les dijo que iría rápidamente a
darles de comer y luego los alcanzaría. Ellos accedieron y
siguieron su camino.

Tiempo después, cuando el sol estaba próximo


a desaparecer, el hombre terminó su labor y fue al
encuentro de sus compañeros. De pronto, luego de
escuchar un fuerte silbido, divisó a una mujer a lo lejos

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entre el camino solitario. Ella era muy hermosa, alta,
rubia, ojos azules y muy bien arreglada.

Así que, creyéndose todo un pícaro, no dudó en


obedecer en cuanto ella empezó a hacerle señas con su
mano para que se acerque. Sin embargo, cada vez que se
acercaba, ella aparecía cada vez más lejos y continuaba
llamándolo. Él la siguió hasta que se escuchó el ladrido
de un perrito a los lejos. Por el sonido, el hombre desvío
su mirada de la mujer, y cuando volvió a mirar donde ella
estaba, cayó en la cuenta de que estaba completamente
solo y alejado de su camino original.

Desconcertado por lo que había ocurrido y viéndose


en dirección a la parte alta del cerro en la que no había
camino sino piedras, emprendió la carrera hacia el lugar
donde sus amigos lo estaban esperando. Finalmente,
llegó completamente agitado y les contó lo sucedido, pero
luego de esa experiencia nunca más volvió a recorrer ese
lugar sin compañía.

Fuente oral: Flor Cercado García, 55 años, Carabayllo.


Recopilada por Gabriela Requena Cercado.

33
La pata de cabra

Esta historia me la contó mi padre cuando era


pequeña. Se trata de unos espíritus que aparecen en
los caminos cuando los choferes viajan solos. Mi papá
visitaba muchas chacras para injertar plantas frutales, así
que viajaba por distintos distritos y provincias de Lima.
En uno de sus viajes, camino a Huinco, San Pedro de
Casta, un conductor le contó su experiencia con la mujer
de pata de cabra.

En su trayecto de Lima a San Pedro de Casta, después


de tomar el desvío hacia Santa Eulalia, todo se empezó
a tornar muy oscuro. Luego de pasar por el cementerio
Cuspanca, el conductor se enrumbó en un camino de
trocha, al lado de un gran precipicio.

Entre curvas cerradas se perdía el carro y su conductor.


Mientras más avanzaba el camino se mostraba más
desolado, pues no había casas de adobe cercanas que
divisar. Cuando la señal de la radio se perdía, solo
escuchaba a las piedras que retumbaban chocando unas
con otras, arrastradas por las aguas del río que vigilante
bordeaba todo el recorrido.

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Cuando, de repente, una silueta de una mujer saltó a la
vista, extendiendo la mano para que el carro se detuviera.
El conductor se conmovió de que a esa hora una mujer se
encontrara por aquel camino y no dudó en hacerla subir.
La mujer se acomodó en el asiento del copiloto. Ella tenía
el cabello dorado, tez blanca y un rostro muy bello. Muy
buenamoza. El conductor siguió su recorrido tranquilo,
revisó su reloj y las manecillas marcaban la una de la
mañana. Cuando en cierto momento detuvo el vehículo,
la mujer abrió la puerta y al dar un salto pudo percatarse
de que sus piernas no eran de humano, sino que tenía
las patas de un animal, las patas de cabra. El conductor
tenía el cuerpo asustado; sin embargo, la mujer de pata
de cabra no se lo comió, es decir, no le dio mal aire. De
lo contrario, hubiera muerto porque se habría llevado su
espíritu.

Esta mujer se presenta cuando viajas solito a altas


horas de la noche. A veces se pone al frente del carro, no
lo deja pasar, distrae al conductor y provoca que el carro
se desvíe y caiga al abismo.

Fuente oral: Hilda Huallpa, 58 años, Santa Eulalia.


Recopilada por Julissa Geraldine Sánchez Huallpa.

35
La vela del ánima

La primera vez que se cruzó con ellas era una


madrugada turbia como ninguna otra. Un turista había
decidido levantarse muy temprano para ir a casa de
su amigo y ayudarlo con los preparativos de su boda.
Caminar ocho cuadras no le parecía lejos, así que
empezó su travesía. Solo le faltaba cruzar la plaza y girar
a la izquierda, cuando de repente creyó estar soñando.
Eran las cuatro de la mañana, imposible que todos los
pobladores estuvieran despiertos y reunidos. Entonces,
se escondió tras un arbusto y en un silencio rotundo vio
la escena.

Fuera de la iglesia se encontraban personas vestidas


de negro que se iluminaban entre las tinieblas por sus
velas encendidas. Alguien se acercó sigilosamente a
él y lo invitó a seguir la procesión del féretro dándole
una vela. Él aceptó amablemente. Aquel poblador que
lo invitó le ofreció fuego para que encendiese su vela.
El extranjero aún confundido preguntó el motivo de
realizar la procesión tan temprano, a lo que alguien

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respondió que era una tradición de la zona que duraba
dos madrugadas y que todos los que estaban en el pueblo
tenían la obligación de asistir. Así, permaneció en aquel
lugar hasta que acabó el acto, apagó su vela y continuó su
camino hacia la casa de su amigo con la vela en el bolsillo.

Al llegar a casa de su amigo, le comentó lo sucedido,


pero este no le creyó, por lo que decidió sacar la única
evidencia que tenía: la vela. Al sacarla del bolsillo se dio
un susto. No era una vela, era un hueso. La abuela de
la familia al ver lo que sucedía, se acercó y le dijo que
era imprescindible que regresase a dicha procesión y
devolviera la «vela» o las ánimas se lo llevarían.

Temeroso y sudando se presentó al día siguiente.


Buscó innumerables veces, pero por más que trataba no
encontraba a la persona que le dio la «vela». En eso divisó
a una persona con una túnica larga que estaba cojeando.
Se acercó y le dio la vela. El ánima alzó su vestimenta y
se colocó el hueso. Rápidamente, el forastero comenzó a
alejarse, pero esta lo siguió. Solo lo dejó cuando tocó su
hombro en señal de paz. Entonces el ánima lo entendió:
una persona que no deseaba que la muerte se lo llevara

37
había buscado a un incauto para entregarle la «vela» y
cambiar de lugar.

Fuente oral: César Sotomayor Galindo,


51 años, Santiago de Surco.
Recopilada por Claudia Andrea Sotomayor Michuy.

38
La llorona de Bayóvar

Hace mucho tiempo mis tíos me contaron que cuando


llegaron a vivir aquí, solo había haciendas. Dicen que en
las noches cerca del río se escuchaban unos llantos. Ellos
oían la voz de una mujer que lloraba y lloraba, y eso les
daba mucho miedo a los niños. De tal manera que ya no
salían en las noches, sino que temprano se ocultaban en
sus casas.

Cuentan que esos llantos eran de una mujer que había


sido traída de la sierra para servir en la hacienda. Esta
mujer era muy hermosa y rápidamente llamó la atención
del hijo de su patrón, entonces tuvieron un amorío y ella
quedó embarazada. Al enterarse, el patrón la echó y le
dijo que se volviera a su pueblo, que no podía tener un
nieto serrano.

La mujer, que era muy jovencita, no supo qué hacer y


se fue a vivir con unos familiares que vivían cerca de la
hacienda. Cuando dio a luz, ella se sintió desorientada
y arrojó a su hijo al río, pero luego se volvió loca de
arrepentimiento y culpa. Por eso comenzó a pasearse por

39
la orilla del río. Dicen que por eso hasta ahora se escuchan
sus lamentos y en las noches nadie se acerca al río porque
cualquiera se podría caer a este misteriosamente. Algunos
dicen que ven a esta mujer vestida toda de blanco, pero
manchada con la sangre de su hijo que arrojó al río.

Fuente oral: Hilda Espinoza García, 60 años,


San Juan de Lurigancho.
Recopilada por Fabiola Belén Terrazas Espinoza.

40
Leyenda de Ricardito Espiell

Una de las leyendas de Lima más emblemáticas y


posibles de constatar gira alrededor del fantasma de
Ricardito Espiell, ubicado en el antiguo cementerio
Presbítero Maestro. Él nació en diciembre de 1986, fue el
hijo del secretario general de Manuel Pardo. Se dice que
era un niño muy querido, por eso su tumba está hecha de
mármol blanco.

Por misteriosas razones, casi un siglo después de


su trágica muerte a los seis años, muchos empezaron a
visitarlo para hacerle pedidos, como si fuera un pequeño
santo. Con el paso del tiempo, el alma de Ricardito
comenzó a especializarse en otorgar esos «trabajos»
temporales que conocemos como «cachuelos».

También se volvió famoso gracias a los milagros que


concedía cada vez que un fiel y esperanzado visitante
acudía a él por su ayuda para curar a niños enfermos
de los males que los atormentaban. Fue así que se hizo
conocido como «el niño milagroso» o «Cachuelito».

41
Si pasamos por ahí, además de una sensación especial
que comenzará a invadirnos, podremos observar que,
en agradecimiento, los devotos han colgado cientos de
plaquitas de metal en una pared cercana a su pequeña
estatua.

Niño Ricardito, gracias por el milagro concedido.

Fuente oral: Anthony Choy, 59 años, El Agustino.


Recopilada por Cielo Páucar.

42
El señor de la noche

Hace varios años, en San Juan de Lurigancho, ocurrió


un hecho que sería recordado por todos los presentes y
que hasta el día de hoy causa intriga en quien lo escuche,
pues dado lo sorprendente de esta leyenda nunca falta
quien dude de su verosimilitud.

Lo sucedido tuvo lugar en una discoteca llamada


«Señor Botija», en Canto Grande. Se dice que al lugar
acudió un joven de buena apariencia, quien poseía unos
ojos extraños pero cautivantes.

La llegada de este hombre llamó la atención de


los asistentes, sobre todo de las damas, con las que el
misterioso sujeto estuvo compartiendo algunos tragos y
bailes. Y fue justamente durante uno de estos bailes en
los que una de las jóvenes se percató de que las piernas
de su pareja comenzaron a cambiar hasta el punto de
asemejarse a las de un ave.

En ese momento, la mujer empezó a gritar. La música


se detuvo y el hombre quedó al descubierto. Las personas

43
formaron un círculo alrededor del sujeto y, al instante
siguiente, las luces se apagaron.

Al cabo de unos minutos, la iluminación volvió al


lugar, la joven se encontraba desmayada, pero el hombre
había desaparecido. Algunos testigos afirmaron que
poco antes de que todo ocurriera en la discoteca sonaba
«El señor de la noche» de Don Omar.

Fuente oral: Miguel Ángel Castillo Quispe, 48 años,


San Juan de Lurigancho.
Recopilada por Mayra Jhoana Castillo Ureta.

44
La calavera

Por el año 1949, los trabajadores de la cervecería


Backus contaban que, cuando se retiraban de la fábrica,
se aparecía una señora vestida como las tapadas limeñas
que siempre los saludaba. Muchos no le hacían caso,
así que pocos eran quienes la miraban. Un día, un
trabajador se iba con destino a su casa, cuando la señora
se apareció frente a él en tres oportunidades. Aunque el
trabajador no le hizo caso, en la última vio cómo esta se
recogía el velo y su cara era la de una calavera, debido a
lo cual llegó a su casa botando espuma por la boca. Con
el tiempo, se descubrió que en los cimientos de la fábrica
se encontraba la cabeza de una calavera.

Fuente oral: Luis Saldarriaga, 40 años, Huachipa.


Recopilada por Kevin Bolimbo.

45
PROVINCIAS DEL PERÚ
El duendecito del maíz

En el pueblo de la laguna Pacucha, Andahuaylas, los


pobladores se dedican a sembrar papa, alverja, habas,
trigo y sobre todo maíz. Estos pobladores son muy
colaborativos, saben que si se quiere al pueblo, hay que
estar unidos. Cerca de la laguna vivía la vecina Teodora,
quien era muy solitaria y no tenía esposo ni hijos. Los
vecinos la miraban raro porque no se acercaba a la
cosecha de papa como era la costumbre, pues según la
tradición los vecinos se unen y colaboran en la cosecha
para poderse llevar la papa a sus casas.

Un día la vecina vio que su chacra de maíz ya estaba


para cosechar, así que contenta caminó hasta donde vio
un maíz muy maduro y con una sonrisa en su rostro
tendió su manta en el suelo. Luego, empezó a sacar
los choclos, uno a uno comenzó a llenar su manta, sin
imaginar que se le acercaría en ese momento un pequeño
duendecito. Asustada, la vecina, no podía decir nada y
llevando sus manos a su cara se cubrió los ojos para que
de esta forma se fuera el duendecito, pero nada pasaba.

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En ese momento observó que se le acercaba a paso lento
y la vecina temblando de miedo pudo ver cómo estaba
vestido. Este llevaba un poncho grueso y un sombrero,
su voz no era entendible, parecía como la de un gato
maullando, aguda. La vecina intentó pedir ayuda, pero
su chacra era grande y las casas de los vecinos estaban
muy alejadas. El duendecito llegó al lado de la vecina y
le susurró cerca del oído que él estaba ahí para cuidar su
maíz, ya que se denominaba a sí mismo «el dueño del
maíz». Y a paso lento se volvió a alejar sin decir nada.

Cuando a lo lejos, la vecina ya no lo volvió a ver, se


levantó del suelo y, sin recoger ni un maíz, volvió a su
casa. Al día siguiente, vio a unos vecinos caminando
cerca de su casa y sin dudarlo se les acercó y les pidió
ayuda, contándoles lo ocurrido. Los vecinos se asustaron
al oírle y también supo que ellos habían pasado por lo
mismo. Uno de los vecinos mencionó que el duendecito
únicamente se presenta cuando uno va solo a la chacra
del maíz y no hay nadie cerca. Ahora la vecina va a la
chacra del maíz acompañada de sus vecinos.

Fuente oral: Marcelina Alarcón Campos, 56 años,


Villa El Salvador.
Recopilada por Cynthia Gabriela Pujaico Alarcón.

48
El chullachaqui, guardián de los bosques

Esta historia se desarrolla en el centro poblado de


Ayte, el cual pertenece al distrito de Pichanaki, provincia
de Chanchamayo, región de Junín. En este lugar, antes
de que se creara el centro poblado, existía abundante
vegetación. Además, había un tramo que recorrían
los comuneros del lugar para llegar a sus parcelas, del
centro poblado de Ayte al sector del valle Antay. En este
camino, se localiza una pequeña cascada por donde los
comuneros transitaban a tempranas horas de la mañana
o al atardecer, llevando sus granos de café, cuya actividad
es característica de esa zona. Cuando transitaban a esas
horas por aquel sendero cargando sus productos, los
comuneros sentían que alguien les fastidiaba y que había
ruidos alrededor.

Cierto día, cuando un morador del lugar llamado


Vidal Páucar transitaba a las siete de la noche sintió que
una pequeña persona metía su mano en sus bolsillos
alternadamente. Sin embargo, como él venía agarrando
su carga no podía reaccionar o ver qué estaba sucediendo.
Así que decidió soltar su saco de café para ver quién

49
estaba metiendo sus manos en sus bolsillos y vio que
alguien se escapaba hacia la oscuridad del bosque.
Parecía un pequeño niño, pero alcanzó a diferenciar que
este extraño ser poseía una característica en particular,
tenía un pie normal como si fuera de un niño y el otro pie
parecía como el de un pequeño animal con un casquito,
similar al pie de un venado. Entonces, el señor con la
curiosidad llegó a su casa y comentó lo ocurrido a sus
hijos, a su familia y a los vecinos.

Después de ello, empezaron los comentarios de que no


solamente a aquel señor le sucedía eso, sino a todos los
demás comuneros que recorrían el mismo tramo justo
a tempranas horas de la mañana o cuando se oscurecía
por la tarde. Fue por eso que los comuneros formaron
una comisión para investigar qué es lo que pasaba en ese
lugar y a esas horas. Así que fueron una tarde a la cascada
y esperaron para que el ser extraño se presente, pero no
vieron nada. Por lo que se piensa que ese ser, el duende,
no se presenta cuando las personas van al lugar en grupo,
sino cuando las personas van solas.

Posteriormente a la reunión de los comuneros, otro


señor experimentó lo mismo, pero él ya pudo identificar

50
más claramente las características que tenía. Estas eran
iguales a las que el primer señor había descrito, el extraño
ser era el chullachaqui. Se cree que como la cascada está
rodeada de rocas grandes, posiblemente es el hábitat
del chullachaqui o «el dueño de los bosques», llamado
comúnmente. Actualmente, a ese lugar se le llama «la
cascada del chullachaqui» por los incidentes ocurridos.
Asimismo, en la visita a la zona de amortiguamiento del
bosque de protección Pui Pui, esta leyenda es narrada a
todos los visitantes mientras contemplan esta hermosa
cascada.

Este personaje es muy ampliamente conocido en


historias de la selva y Amazonía peruana. Es considerado
el guardián de los bosques y es el dueño de toda la
biodiversidad que alberga nuestro país.

Fuente oral: Jhojan Martín Doñe Sánchez,


38 años, Junín.
Recopilada por Gabriela Nicole Acosta Rivas.

51
Señor Orcconmarca

Puede ser un bebé, un animal, un duende o un


caballero, cualquiera es la forma del señor Orcconmarca.
En el pueblo de Andahuaylas hay un cerro blanco muy
alto, del cual desciende un apuesto hombre de finas ropas
y armaduras de yeso, en busca del encanto y avaricia
de algunas mujeres de la comunidad. Las sumaq sipas
siempre caen en sus mentiras, pues Orcconmarca les
promete muchas cosas: amor, ganado y oro, pero ¿quién
no quisiera eso? La reina de Chayraqmi más hermosa
que se llevó fue una amiga de mi ñaña. En tres días el
montador robó su corazón. Ahora está con él, ¡sí!, con el
cerro, el cerro es Orcconmarca, no sé si aún ella vive o ya
es un recuerdo.

Fuente oral: Miguel Ángel Angulo Retes, 38 años,


San Juan de Miraflores.

Recopilada por Katheryn Milagros Arévalo Ochoa.

52
Leyenda del Rima Rima y la laguna Yawarcocha

Dicen «los decires» que hace muchos años vivía en las


faldas del cerro Rima Rima un pueblo encantado muy
próspero. Esto era así ya que tenía la bendición del apu
que les ofrecía toda clase de plantas medicinales para
curar sus males y alimentar al ganado.

Sin embargo, la envidia de otros pueblos trajo consigo


una guerra que produjo la aniquilación total del primer
pueblo. Tan fiera y cruel fue la contienda que de la
inmensa cantidad de cadáveres se formó Yawarcocha
(laguna de sangre). «Otros decires» afirman que la
laguna siempre existió, pero que se tiñó y obtuvo para la
eternidad ese color rojo a causa de la sangre derramada
en la lucha.

La furia del apu Rima Rima cayó sobre los agresores


de la paz y convirtió a la laguna en su protectora, en la
puerta para ingresar a sus dominios. De modo que nadie
podía obtener las riquezas que ahí pululaban sin antes
tener la aprobación de la laguna Yawarcocha.

Por otra parte, los invasores no pudieron prosperar


tan fácilmente en esa parte de los Andes, debido al enojo
53
del apu Rima Rima y decidieron vivir por los alrededores,
aunque siempre quedaron atentos para obtener los
beneficios que este les pudiera ofrecer.

Con el tiempo, la gente empezó a cruzar la laguna


en los meses de mayo a agosto, ya que solo en ese lapso
sus aguas mostraban menos furia. También se volvió
costumbre llevar regalos al apu para que mostrara a
los devotos visitantes sus diversas plantas medicinales
curadoras del susto. Sin embargo, las personas que
no llevaban la fiambre del rico cuy frito o los dulces
bizcochos al apu jamás recibían sus dones, por más que
emplearan horas de horas en buscar remedios para sus
sustos.

Se cuenta que el cerro más alto de todo Cajabamba se


volvió receloso ante los hombres y sus acciones, por eso
solo confía su protección a la fiel laguna de Yawarcocha.
Hasta hoy «los decires» siguen esperando más historias
para poder contar y soltar al mundo la información
mágica de nuestro antiguo, presente y futuro país andino.

Fuente oral: Celso Leónidas Benites Bautista,


66 años, Puente Piedra.
Recopilada por Jorge Alexander Benites Vásquez.

54
Los gentiles

En el pueblo de Chiasi, encima del cerro de Moho


en Puno, cuentan todos que hace muchos años, en el
inicio de la tierra, existía gente muy chiquita, a quienes
se les llamaba «gentiles». Esta era toda una población que
habitaba en el monte y vivía de manera armoniosa, hasta
que un día llegaron más personas que no eran como ellos
y todos los gentiles huyeron dejando sus casitas en el
recuerdo.

Las casas bien edificadas de una manera muy curiosa


son pequeñitas, hechas de piedras, tienen su pasadizo
con un camino de piedras de diferentes colores que guían
hasta llegar a la puerta del hogar. Un patio, su corralito
para sus animales, su cocinita, sus cuartos, todo de un
tamaño diminuto, hasta tienen su propio hornito con
ollitas, cucharitas y tenedores del mismo tamaño. Las
casas que encuentras tienen un corral extenso, pero con
rejas chicas. En esos corrales encontramos arbolitos que
se llaman Lampaya, que hasta el día de hoy existen, son
árboles chicos, totalmente retorcidos siempre, ningún
arbolito es derecho.

55
Todas las casas de ese pueblo antiguo hasta ahora están
allí, uno va y las encuentra. Actualmente, nadie habita
ahí, pero son conocidas como chullpas. Ahí es donde
todos los niños del pueblo van a jugar, porque siempre
hay nidos de pajaritos con muchas flores esperando que
la comunidad de gentiles vuelva a casa alguna vez.

Fuente oral: Tomasa Mamani Coacalla,


77 años, El Agustino.
Recopilada por Andrea Diana Castañeda Salvatierra.

56
Las huacas vivientes

Hay una leyenda en la sierra de Huánuco,


específicamente en la comunidad de Jircán de Huamalíes,
donde las abuelitas cuentan que para subir a la puna es
necesario dar una ofrenda. En las punas hay mucho pasto
verde para que las vacas se alimenten en tiempos donde
no hay pasto en la parte baja. Entonces, para subir, es
necesario pagarle al cerro con azúcar, caramelos y coca.

Los regalos se deben colocar en lugares llamados


huacas, es decir, se tiene que dar un tributo para que
cuando estés arriba no tengas accidentes ni vayas a
desmayarte. En esos lugares, todas las personas que
suben tienen que dejar sus ofrendas antes de llegar a la
puna. Si no lo haces, algo terrible te puede pasar porque
los cerros tienen el poder de causar algún mal. Por
ejemplo, en el mismo pueblo hay una leyenda que dice
que no te puedes acercar a las huacas porque te absorben
el alma y te pueden quitar la vida. Esto ocurre porque
hay una fuerte energía en esas rocas gigantes y esta fuerza
enérgica te puede arrebatar hasta el alma.

57
Recuerdo que un día, sin darme cuenta, estaba
buscando a las ovejas que se me habían perdido. Luego,
aparecí cerca de las huacas y me asusté porque sabía que
no debía tocarlas. Mis primos que estaban en lo alto del
cerro me decían que iba a morir. Felizmente, no me pasó
nada y solo me quedé dormida por un largo tiempo. Sin
embargo, al despertar me di cuenta de que el pedazo de
pan que tenía en mis bolsillos había desaparecido.

Fuente oral: Carola Macahuachi, 45 años, Los Olivos.


Recopilada por Silvana Castillón.

58
El crucifijo de sauce

Antiguamente, en Ayacucho, cuando no había


carros para viajar hacia la selva, las personas tenían
que trasladarse a pie por los cerros y el viaje duraba
aproximadamente tres días. El problema era que, en los
lugares alejados especialmente por las noches abundaban
condenados que buscaban almas para salvarse y de esta
manera limpiar sus pecados. Muchas veces los viajeros
los confundían con personas normales, se hacían amigos
de los condenados y se acompañaban durante el trayecto,
pero lamentablemente al final terminaban siendo
devorados. Tanto era el temor, que generalmente viajaban
en grupos para protegerse. Además, tenían que caminar
muy rápido para llegar antes del anochecer al Samana
Wasi, un lugar que se encontraba cada cierta distancia
para que los viajeros pudieran descansar. Para ahuyentar
a los malos espíritus y evitar que los condenados entraran
a este espacio, ponían en la puerta instrumentos que ellos
temían, como espejos, peines, cruces, entre otros.

Cierta vez, un viajero no llegó al Samana Wasi.


Anocheció cuando estaba a mitad del camino, estaba

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asustado y pensó que la mejor opción era dormir en
el árbol. Se subió a uno, sacó su crucifijo de sauce
bendecido y lo puso en su pecho. Cuando ya estaba a
punto de dormirse, escuchó un fuerte sonido como
lamentándose: «¡Ayyyyyyyyy!». El pobre viajero se quedó
estupefacto, así que sacó su trago y empezó a dar sorbitos
para envalentonarse. A medida que pasaba el tiempo, el
lamento se escuchaba cada vez más cerca. Quería bajarse
del árbol, pero en ese momento simplemente su cuerpo
ya no le hacía caso.

Así se encontraba el pobre hombre cuando de pronto


vio un gran trono con cuatro candelabros enormes que
emitían una luz roja en cada esquina y por delante iba un
condenado que gritaba de dolor por los chicotazos que le
daba una figura negra que estaba sentada en el centro del
trono. El escenario que estaba visualizando simplemente
era tétrico. De pronto, el condenado empezó a vociferar
que cerca de allí olía a carne humana y suplicaba a la
figura del trono que le diese una oportunidad para
limpiar su pecado con esa alma. Ante este panorama, el
viajero pensó que ya le había llegado su final y empezó
a pedir perdón por todos sus pecados, pero de pronto la
figura negra sacó un látigo enorme y le tiró en la espalda

60
al condenado hasta que salieron chispas de fuego y le
dijo: «No puedes salvarte, ese hombre tiene un crucifijo
de sauce».

El viajero despertó al día siguiente con un fuerte dolor


de cabeza. Le había salvado su crucifijo. Al llegar a la
selva contó su historia a todas las personas del pueblo y
les recomendó que cada vez que viajaran se llevaran un
crucifijo de sauce.

Fuente oral: Adalberta Lapa, 40 años, Ayacucho.


Recopilada por Clariza Ccaccro.

61
La cabeza voladora

Esta leyenda viene desde mis tatarabuelos, cuando


solo era un crío, o como me decía mi abuela: «Chiuchi».
Así les llaman a los niños aquí por San Antonio. Lo
que me contaron mis abuelos es la famosa leyenda
de la cabeza voladora o uma pawan, que yo cuando
era niño ni creía en ella, pero sí me daban escalofríos
cuando me contaban. Dicen que esas cabezas voladoras
salen de noche y espantan a los que van a regar sus
chacras de zanahorias, dicen también que esas cabezas
voladoras podrían ser de brujas o brujos que quieren
espantar a sus enemigos o vengarse de algo. También
se cuenta que pueden pertenecer a algún alma en pena
que está sufriendo en irse al otro mundo porque Dios
le rechaza y no le deja entrar al cielo o que el diablo la
bota del infierno. Hay personas que cometieron muchas
barbaridades en la tierra, pecados muy graves como
matar a sus semejantes. Dicen que por eso sufren más y
su muerte es prolongada, dolorosa y que después de un
mes o más tiempo, cuando se han arrepentido de todos
sus pecados, logran descansar en paz.

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Esto es lo que me pasó cuando yo tendría unos treinta
años en ese entonces, cuando me tocaba regar mi chacra,
ya que por aquí nosotros los vecinos nos turnábamos
para regar las chacras. Eran eso de las tres o cuatro de
la mañana cuando salgo montado en mi burro llamado
Lucas, voy en una noche silenciosa y oscura, para mala
suerte ni la luna había salido, solo algunas estrellas
titilaban a lo lejos. Seguía avanzando en esa oscura noche
pasando por las quebradas, mi burrito vería bien seguro
y ya cuando casi estaba llegando a mi chacra había un
estanque grande de cemento donde los vecinos íbamos a
lavar las zanahorias antes de venderlas a los camioneros.
Entonces justo en la esquina por donde subía el camino
estaba la cabeza voladora que en un inicio parecía una
pelota. Yo pensé: «¡Qué carajos será eso!». Mientras decía
eso, mi cuerpo se sentía raro, cuando vi esa cosa como
que me pasaba electricidad o escalofríos, hasta el burro se
había puesto chúcaro y yo decía: «¡So carajo imataq, pasa
tranquilo, Lucas, carajo!». Pero se ponía peor y comenzó
a correr de aquí para allá. En eso volteo y era una cabeza
de mujer con cabellos largos, parecía murciélago esa
cosa. ¡Dios mío! Ni podía hacer nada, me había quedado
como atónito, pasmado, no podía reaccionar. Después de
unos segundos, cuando recobré mi conciencia, comencé

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a correr. Tanto era el miedo que daba pasos de un salto,
así como de dos metros. Entonces, corrí, corrí gritando
y la cabeza venía detrás. ¡Ay, papay, para morirse de
miedo! Cuando llegué a mi casa estaba sudando. Mi
mamá y papá me preguntaban: «¿Qué te ha pasado, hijo?
¿Dónde está Lucas? Reacciona, ¿qué pasa?». Y pues yo
ni hablar podía, casi una semana estuve así. Después ya
recién recobré todo, pero aún me sentía asustado y salir
de noche nunca más, me dije. Cuando pasaron unas dos
semanas murió un vecino que por aquí en San Antonio
le conocían como el pishtaco, porque dicen que mataba
gente y vendía las grasas y órganos de sus víctimas a los
gringos. Y pues el qanra era de plata, tenía buenas casas
y chacras, pero ya no está. Creo que desde que murió no
se comenta sobre cabezas voladoras por esta parte de mi
pueblo.

Fuente oral: Carlos Aguilar Candiote,


61 años, Huancayo.
Recopilada por Jhon Chávez.

64
La procesión fantasma

Cuentan las personas mayores que hace mucho tiempo


en Motupe, en la calle que hoy se llama Progreso, vivía
doña Gertrudis, quien era una persona extremadamente
metiche y chismosa. Decían que la bendita señora dormía
junto a la puerta de su casa para, de esta manera, estar
atenta a todo lo que sucedía en la calle.

Todos o casi todos los moradores del pueblo habían


sido víctimas de la inclinación de la referida dama por
conocer cuanto secreto llegaba a ella, así como también
divulgar los rumores ciertos o falsos que llegaban como
esperado manjar a sus atentos oídos.

¡Era una pesadilla para todos! ¡Cuántas familias


separadas! ¡Cuántas honras holladas por la malévola
lengua de doña Gertrudis! De verdad que era terrible
cuando esgrimía su afilada lengua. Pero, como dice el
refrán: «A cada uno Dios le da el castigo que merece», y
sucedió que una noche estando dentro de su hogar, pero
con las orejotas bien paradas y a medio sueño —el reloj
de la iglesia había tocado los quince minutos antes de la

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medianoche—, la doña escuchó el ruido de personas que,
junto a una banda de músicos, entre rezos y oraciones se
acercaba al lugar donde quedaba su vivienda.

Ni corta ni perezosa se levanta de un salto, cubre su


cabeza con su oscuro chal y abre la ventana mirando a la
calle. En efecto, una procesión se acercaba, los hombres
vestían de negro traje y sombrero; las mujeres, de largo
vestido oscuro. Negras veladoras ardían en las enjutas
manos de los fieles, cuya flama danzaba macabramente
al son de las fúnebres notas musicales. La imagen que,
cargada en andas, avanzaba por el centro de la calle, se
bamboleaba pausadamente al ritmo de sus oscuros y casi
fantasmales cargadores. La pálida luna suspendida en el
oscuro cielo y el viento, que soplaba sibilante entre los
cercanos campos filtrándose entre las casas, invitaba al
escalofrío.

Una vez hubo llegado frente a su casa, la procesión


hizo un alto y todos rezaron y cantaron oraciones y
letanías. Uno de los concurrentes le ofrece una vela a doña
Gertrudis, quien, muy devota, la prende y sigue los rezos
de la concurrencia hasta que estos, levantando de nuevo
en hombros a la imagen, avanzan hasta perderse de vista.

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Doña Gertrudis apaga la vela dejándola junto a su
cama, cierra su ventana y se acuesta esperando con
ansias que llegue la aurora para contarles a todos sobre la
extraña procesión.

Al ingresar los primeros rayos del sol, despierta y


grande es su sorpresa al ver que la negra vela que tuvo
encendida en sus manos la noche anterior se había
convertido en un viejo hueso humano.

El terror se apoderó de ella y temblando como perro


envenenado, juró nunca más chismosear; como dicen
por ahí: «Castigo de uno, escarmiento de muchos y santo
remedio».

Fuente oral: Aura Violeta Castañeda Saavedra,


75 años, Lambayeque.
Recopilada por Jesús Salvador de la Cruz Peña.

67
El pato encantado

Cuenta la leyenda que en Olmos, ubicado en


Lambayeque, había un agricultor creyente de las
hechicerías. Él tenía grandes hectáreas de terreno y,
guiado por los consejos de un brujo, decidió realizar una
excavación de una huaca situada dentro de sus tierras.
Según el brujo, dentro de esa huaca estaba enterrado un
pato de oro que podía convertirlo en millonario. Por eso
trajo desde Piura una maquinaria para excavar y retirar
la tierra poco a poco.

La familia estaba alrededor de la huaca observando


este gran acontecimiento que los volvería ricos. Y al cabo
de unos minutos pudieron ver a los lejos la cabeza del
pato de oro que brillaba como el sol. El conductor de la
maquinaria iba avanzando, hasta que un fuerte sonido
llamó la atención de todos. La maquinaria empezó a
fallar, la cuchilla se desprendió, le cayó al conductor y
lo decapitó en seguida. Después de una hora llegó la
policía por la muerte del conductor, pero declararon que
fue un accidente de trabajo. Días después, el agricultor
trajo otra maquinaria más grande y el nuevo conductor

68
siguió con la excavación, pero de nuevo un sonido alertó
de un mal presagio. La maquinaria se detuvo y empezó
a incendiarse, aunque el conductor se lanzó para evitar
quemarse.

Luego de esos hechos, se detuvieron las excavaciones


y los grandes sueños de una riqueza que los sacaría
de pobres. La huaca fue vendida y luego de varias
excavaciones fallidas, los dueños la abandonaron, pues
decían que el pato de oro estaba maldito. Los pobladores
cuentan que aún se puede observar la cabeza del pato
de oro, pero nadie se atreve a realizar una excavación
porque temen que la maldición del pato los lleve a una
fatídica muerte.

Fuente oral: Luis Montalván Martino,


77 años, Chiclayo.
Recopilada por Lucero Maricielo Delgado.

69
Tronco Podrido

Cerca del caserío de Montegrande, en el distrito de


Conchucos, los pobladores aprovechan los recursos que les
ofrece la naturaleza consultándole a la madre tierra antes de
hacer uso de estos. Así cuentan los hijos de las familias que
han vivido por mucho tiempo en este lugar. Sin embargo, en
un denso bosque que se encuentra a una hora de caminata
del caserío han ocurrido avistamientos inextricables.

En este bosque, rodeado de pequeñas cascadas


cristalinas, vive una población que fue llegando desde
hace tiempo y llamó a este lugar Tronco Podrido, ya que,
al haber mucha vegetación cerca de los bordes del río, los
troncos no resistían la humedad.

Cierto día, dos jóvenes decidieron ir a Tronco Podrido


a buscar madera para la construcción de sus futuros
hogares. En cuanto estaban explorando un buen lugar
para recolectar lo que necesitaban, a uno de ellos se le
presentó una mujer con una tez clara, ojos brillantes,
como el río cristalino, y cabello rubio. Al darse cuenta se
sorprendió de ver a una mujer tan bella, pero sintió un
miedo que no podía explicar y el ambiente adquirió un

70
clima de suspenso. Al llegar su amigo se quedó atónito
porque vio a su compañero quieto como una roca, solo
notaba cómo su respiración era cada vez más agitada. Él
no entendía lo que estaba ocurriendo porque no vio a
la misteriosa mujer. Sin embargo, como el otro joven no
mostraba respuesta y parecía estar desconectado de la
realidad, decidió sostenerlo de su hombro para regresar
al caserío. Así fue como dejaron atrás todo lo que habían
recolectado hasta el momento.

Cuando llegaron, tanto su familia como los vecinos no


podían entender lo que pasaba: el joven seguía inmóvil y ya
habían transcurrido un par de horas. Al llegar la noche ya
todos habían formado un círculo en donde estaba el joven
quieto, hasta que repentinamente se levantó queriendo
salir del lugar. «Me está llamando», dijo. Todos los que
estaban presentes lo detuvieron y trataron de calmarlo,
pero no podían controlarlo. Se comportaba como un loco
repitiendo esa frase a cada momento e incluso había roto
el poncho que traía puesto tratando de escaparse de los
familiares y amigos que lo tenían sujetado.

Pasaron dos días y seguía manteniendo esa actitud.


También lo cuidaban al dormir, ya que trataba de escapar
y repetía una y otra vez: «Me está llamando, quiere

71
que vaya con ella». Pronto decidieron llevarlo con un
curandero. El amigo que estaba con él en Tronco Podrido
le dijo que en ese lugar empezó a comportarse de esa
manera. Luego, el curandero con una serie de brebajes,
plantas ahumadas y frases en quechua calmó al joven
y este recobró el estado natural sin poder recordar lo
que había pasado. La explicación del curandero fue que
aquel lugar era desolado y hay almas de los antepasados
deambulando por la noche, además de otros seres como
las sirenas que se muestran en la crecida de los ríos. Estas se
manifiestan como mujeres muy hermosas y exuberantes,
las cuales capturan la atención de quien las mira y por
las noches atraen a sus víctimas para luego llevarse sus
almas. Finalmente, sugirió llevar sal para esparcirla en
los bordes del río o en las pequeñas cascadas y así evitar
este tipo de eventos. Debido a esto, los pobladores del
caserío cada vez que van a Tronco Podrido llevan bajo
su poncho una bolsita de sal y a las nuevas generaciones
desde pequeños les cuentan esta historia para evitar que
sus almas sean corrompidas y acudan al llamado.

Fuente oral: Marina Villanueva Flores, 46 años,


San Juan de Lurigancho.
Recopilada por Alex Fernando Domínguez Villanueva.

72
La gran serpiente del río Apurímac

El valle del río Apurímac es un lugar muy hermoso


que guarda misterios como este que sucedió muchos años
atrás. María era una niña muy alegre de aproximadamente
diez años y sus padres tenían una propiedad en la ribera
del río Apurímac donde sembraban muchas frutas. Un
día, María, como cualquier otra niña de su edad, se
fue a recoger algunas frutas y muy distraída caminaba
cogiendo las frutas más grandes y jugosas. Cerca del
borde del río vio unas papayas maduras y, de inmediato,
se dirigió hacia ellas, pero al llegar notó que algunas se
encontraban en el suelo, como si algo muy grande las
hubiera aplastado. Impresionada y con mucho temor fue
a avisar a su padre para contarle lo que había sucedido
con las papayas y al comprobar este lo ocurrido se puso a
investigar qué o quién las había destrozado.

De esta manera, todas las tardes al ponerse el sol se


dirigía al borde del río con la finalidad de descubrir
al causante de los destrozos. El día menos pensado,
mientras el padre de María observaba el atardecer, vio
un añuje que estaba buscando algunos frutos tirados en

73
el suelo. El animalito comía muy distraído y el ambiente
permanecía en total tranquilidad, pero de un momento
a otro apareció una gran serpiente de entre las aguas del
río Apurímac y en un abrir y cerrar de ojos fue devorado
por esta serpiente de gran inmensidad. Totalmente
sorprendido el hombre no pudo hacer nada, pues su
rostro pálido y los chorros de sudor que lo empapaban
lo decían todo. Al cabo de unos minutos, atemorizado y
con mucha cautela, se acercó al lugar de los hechos para
ver la terrible escena: varias plantas de papaya y diversos
frutos lucían totalmente destrozados en el suelo. En ese
momento comprobó que el causante de los destrozos
era la enorme serpiente, así que desde aquel día el padre
de María decidió abandonar sus tierras por temor a ser
devorado por la gran serpiente. Pocas personas han
podido avistar a esta colosal serpiente y, actualmente,
en el valle ya no se habla sobre esta gigante criatura que
acecha las aguas. Ahora muchas personas pueden pescar
con total tranquilidad en las aguas del río Apurímac,
tanto de día como de noche. Se sabe que estas criaturas
misteriosas abandonaron estas aguas para irse a habitar
los ríos de la selva baja de nuestro territorio, donde la
civilización aún no ha llegado.

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Fuente oral: Lidis Ashly Najarro, 11 años, Apurímac.
Recopilada por Wilson Jardel Fermín Najarro.

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La leyenda de Pacucha

En la provincia de Andahuaylas, en el departamento


de Apurímac, existe una de las más hermosas lagunas
del lugar. Cuenta la leyenda que esta se formó a partir
del destino trágico de todo un pueblo. Se dice que en
aquellos tiempos el pueblo había sido influenciado por
las malas prácticas de otros lugares y que habían olvidado
su antigua bondad y sencillez.

Un día en que se celebraba una gran boda en el lugar,


llegó un anciano pidiendo comida y bebida, pues la
celebración rebosaba de estas. Sin embargo, fue retirado
del lugar de mala manera y sin nada para comer o beber.
Entonces, fue caminando hacia el final de la calle y se
encontró con una gentil mujer, que cargaba una ovejita
en el brazo, llamada Mama Tepecc. Nuevamente pidió
comida y esta amablemente lo invitó a su casa y le sirvió
comida, además de regalarle unas flores de su huerto.
Agradecido, el anciano, le advirtió del destino atroz que
acontecería en el lugar, aconsejándole que se marchara
de inmediato.

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La mujer sin dudarlo cogió a su ovejita en brazos y se
marchó, pero mientras corría escuchó al anciano decirle
que no volteara la vista hacia atrás por ningún motivo.
La mujer ya habiendo recorrido un largo trecho empezó
a oír fuertes estruendos y gritos que despertaron su
curiosidad, pero aunque recordó las palabras del anciano
decidió voltear. Fue ahí cuando vio cómo del centro del
pueblo emanaba una gran fuente de agua que inundaba
todo a su paso. Y esta se convirtió hoy en día en la laguna
de Pacucha.

Fuente oral: Florencio Pareja, 84 años, Lima.


Recopilada por Celeste Fernández.

77
El nakaq, asesino de los años veinte

Dos jóvenes viajaban rumbo a la ciudad de Huanta,


subiendo y bajando cerros durante días y noches frías.
Cierta tarde, el cielo se puso gris oscuro por las nubes
cargadas de lluvia y el cielo se estremecía con los truenos
y rayos. Entonces ambos corrieron a buscar refugio en
los matorrales, cuando de repente uno de ellos vio una
casa a lo lejos y le dijo a su compañero:

—Antuco, ¡apuray! Vamos a esa casa a pedir refugio


antes de que se anochezca más y nos agarre la lluvia.

Llegaron a la casa muy cansados y sedientos de tanto


correr, pero uno de ellos tocó la puerta. Una mujer
robusta les abrió y les dijo muy amablemente:

—Buenas noches, ¿que desean los señores?

Uno de los viajeros le dijo:

—Mamay, venimos desde muy lejos, por favor


bríndenos hospedaje, ya vamos viajando casi una

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semana a pie entre el sol, la lluvia y el frío. Estamos muy
hambrientos y cansados.

Y la señora con una sonrisa dulce les contestó:

—¡Claro! Pasen por favor, dejen sus bultos ahí en la


esquina, siéntense. Justo he cocinado caldo de gallina
que está calientito. Les serviré.

De este modo, los viajeros se alegraron porque


comerían algo caliente después de tiempo y se sentaron
en la mesa. Sin embargo, uno de ellos estaba un poco
intranquilo, medio desconfiado, preguntándose entre sí:
«¿Por qué tanta amabilidad si ella ni nos conoce?».

En cambio, el otro tenía una sonrisa de oreja a oreja y


agarrándose la barriga dijo:

—¡Por fin mis tripas dejarán de crujir!

La mujer sonriente, se fue a la cocina y sirvió dos platos


grandes de sopa con buenas presas de gallina, a las cuales
les echó unas gotitas de somnífero, todo ello acompañado
de un plato grande de papas amarillas y queso. Al ver esto,
los viajeros se quedan absortos ante tanto majar.

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En eso, el joven desconfiado le dice a la mujer:

—Mamay, si no fuera tanta molestia, ¿tendrás


uchucha?

—Sí, ahora les traigo para que coman su comida con


picantito —le dijo la señora.

Mientras comían, el joven hambriento se empezó


a quedar dormido y, el otro, al verlo, tuvo un mal
presentimiento. Entonces llegó la mujer y dijo:

—Aquí está el ají con limón y tomate.

Después miró al joven glotón y le dijo:

—¡Uy! Tu compañero está muy cansado, mejor


termina de comer también para que ya descansen.

—Sí pues, hemos caminado mucho. Más bien quiero


agradecerle por su amabilidad, que Diosito se lo pague
—le dijo el joven.

En eso, él también después de un rato se hizo el


dormido para ver qué haría la mujer porque le intrigaba la

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insistencia en que terminara la sopa. De pronto, la mujer
al ver que los dos estaban profundamente dormidos,
salió de la casa y empezó a llamar «Aaaaaatoq, atoq,
atoq…» con una voz estridente. Y de repente, de la nada,
se escucha el trotar de un caballo galopado con espuelas
que rechinaban con el viento.

Y el joven que simulaba estar dormido, de un salto


se levantó y fue corriendo a la ventana para ver qué
estaba pasando. Entonces vio a la mujer hablando con un
hombre montado en el caballo, quien llevaba un machete
en la mano. El joven se asustó y corrió a levantar a su
compañero para escapar, pero él no reaccionaba, y es en
ese momento que el hombre entró y de un machetazo lo
hirió. Al siguiente machetazo, el joven esquivó el rotundo
golpe y agarró el plato de ají para echárselo a su agresor:

—¡Supaypa wawan nakaq… a mí no me matarás!

De pronto, tomó un palo y le dio un certero golpe


en la cabeza al nakaq hasta desmayarlo. Y la mujer, al
ver que su esposo cayó, brincó como una fiera, se lanzó
contra el joven arañándolo en toda la cara hasta que él
cayó encima de ella lastimándola mortalmente.

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Asustado por tanta violencia, el viajero trató de
despertar a su compañero, quien no reaccionaba con
nada. Luego, se fue corriendo a la cocina para traer agua
y poder despertarlo, pero al entrar se quedó perplejo
por la escena tan macabra que vio. Desesperado, salió
corriendo de la casa arrastrando a su compañero. Y
así, salvó su vida del nakaq, el asesino de las alturas de
Huanta de los años veinte.

Fuente oral: Maura Salinas, 73 años, Huanta.


Recopilada por Rosemarie Gamboa Salinas.

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El difunto allegado

Cuenta mi padre que un día le tocaba ir a la casa


de su compadre don Valentín Loayza a realizar el ayni
como parte de las labores recíprocas de la comunidad de
Urubamba. Sin embargo, no se imaginó que ese mismo
día fallecería el hijo de su compadre, quien era el menor
de todos sus hijos. Como el fallecido era su ahijado, le
correspondía vestirlo con un atuendo usado únicamente
para los difuntos y a eso se le llamaba «hábito». Luego de
esto, se procedería a introducir el cuerpo dentro de un
féretro con muchas velas prendidas a su alrededor.

Mientras todo transcurría, mi padre seguía pensando


que lo sucedido era tan inesperado que no podía ocultar
su miedo de quedarse hasta el día siguiente. Además,
faltaba el cañazo, un licor apropiado durante este tipo
de situaciones, pero aún así decidió cumplir con la
tradición y el compromiso que este conllevaba. Después
ya de vestirlo, él, junto con otros hombres más, se dirigió
a trabajar en el armado del maíz y volver a la hora del
almuerzo, una hora donde se les esperaría con un vasto
compartir y con su respectiva chicha de jora que duraría
hasta el momento del velorio.
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Llegada la noche, mi padre, sin pensarlo muchas
veces, agarró su lampa de trabajo y decidió retirarse. Al
hacerlo, procuró lo antes posible aprovechar el brillo de
la luna para así tomar el camino correcto de vuelta. Entre
tanto caminar, logró encontrar el camino de herradura y
ubicó también un sendero que lo guio hacia la casa. De
pronto, comenzó a percibir la presencia de un extraño
bulto negro a varios kilómetros detrás de él. Este se
movía conforme avanzaba y se convertía por ocasiones
en un animal para no ser observado en su verdadera
forma. Luego, mi padre cruzó la charca, se armó de valor
y volteó desenfrenadamente para dar con la sorpresa de
que el bulto que lo seguía era el difunto. Este iba tapado
con el hábito que se le había puesto en su velorio; quería
cruzar la charca que los separaba a ambos, a pesar de
que esta maniobra era imposible para ellos. Entonces,
con su lampa y mirando fijamente al difunto, le gritó
advirtiéndole que si cruzaba se iba a defender con su
lampa. Tras muchos intentos, el difunto no pudo cruzar y
se quedó del lado opuesto al que se encontraba mi padre.

Fuente oral: Teodoro Mendoza Rojas, 66 años,


San Juan de Lurigancho.
Recopilada por Bruce Enríquez Shonell Garriazo Cantoral.

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Las minas de plata de Laykakota

Se cuenta que hace mucho, mucho tiempo, en Puno


existían pequeñas puertas de acceso en los cerros de la
ciudad que llevaban a lugares muy ricos, llenos de oro,
plata y otros metales preciosos. Incluso se llegó a conocer
una muy famosa puerta subterránea en el cerrito de
Huajsapata, ubicado en el barrio del mismo nombre en
Puno. Estas puertas son conocidas desde el tiempo de los
incas con el nombre de chinkanas. Se contaba que son
el acceso a túneles interconectados que desembocan en
varios puntos importantes de lo que fue el Tahuantinsuyo.
En el caso de esta chinkana del cerrito de Huajsapata, se
piensa que llevaba directo al Qoricancha —el templo
del sol del Cusco— y a sus innumerables riquezas, pero
nadie jamás lo comprobó. Todos los que se atrevieron
morían en el intento del peligroso viaje, pues solo
líderes espirituales o curacas designados por la gente
eran capaces de atravesarlos. Por esta razón, hace unos
cuantos años, las autoridades tuvieron que clausurar por
seguridad esta puerta.

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Así como esta puerta, se cuenta que existen muchas
chinkanas que llevan a tesoros impresionantes que, de
solo verlos, la gente moriría del asombro. De esta forma,
se narra la historia del gran tesoro de las minas de plata
del distrito de Laykakota en Puno. Los pobladores del
barrio de San Martín aún recuerdan que hubo una
mujer, la primera mujer curaca del virreinato: Catalina
Huanca. Se dice que ella, teniendo conocimiento de la
ambición por el oro y la plata de los españoles, mandó
a tapiar todos los accesos a estas riquísimas minas de
plata que eran como las venas de los cerros, considerados
dioses: los apus sagrados. Catalina mandó, además,
a que se mantuviera en secreto la existencia de estos
sedimentos, debido a que, si no se hacía de tal manera,
terminarían siendo explotados como socavones y mucha
gente moriría por el ansia de la extracción de plata de
estos cerros.

Todos los pobladores de estas zonas, teniendo en


cuenta la autoridad y el buen juicio de esta curaca,
decidieron callar y mantener la paz sagrada del descanso
de los apus y sus riquezas en secreto. Hasta que la noble
aimara Malika, que dicen fue descendiente de Ollantay y
Kusi Qoyllur, reveló la ubicación de las minas de plata a

86
su esposo José Salcedo por los años 1650, y es así cómo
estas minas fueron convertidas en socavones conocidos
como «las minas de plata del distrito de Laykakota» hasta
el día de hoy. Se sabe también ahora, que esta actividad
minera provocó muchas guerras y conflictos en torno
a estas riquezas y muchos pobladores inocentes dieron
su vida por ello. Era de suponer que los peligros que
conllevaba descubrir los tesoros de las entrañas de la
madre tierra, a las que se accede por estas chinkanas,
no fueran considerados por los españoles y esto trajera
múltiples infortunios y desgracias.

Esta ambición tuvo un alto precio y ha dejado varias


leyendas sobre las minas de socavón en el sur peruano.
Hoy en día, los accesos a estas minas están sellados por
seguridad, ya que muchos intrusos murieron al intentar
extraer algo de plata. Sin embargo, hasta hoy la gente,
tanto del barrio San Martín como de otras zonas aledañas,
danza la Morenada en recuerdo de aquellas épocas en
las que la explotación de minerales en los cerros era una
actividad común en Puno, la ciudad de plata.

Fuente oral: Orlando Guillermo Sosa, 55 años, Puno.


Recopilada por Alejandra Guillermo Valdez.

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La leyenda del jarjacha

En Huancayo es muy conocida la leyenda del jarjacha.


Se sabe que la unión sexual entre parientes cercanos
como primos o hermanos causa la aparición de un ser
mitad hombre y mitad llama durante las noches, el cual
emite un sonido como un «jar, jar, jar». Es más común
ver a este personaje maldito en zonas rurales que en las
zonas urbanas.

La presencia de este ser hace pensar a los habitantes


que por el lugar donde moran ha ocurrido un acto
incestuoso; y para saber quiénes cometieron este pecado
carnal lanzan una piedra o lo que sea en dirección a la
cara de los sospechosos. Al día siguiente se sabrá quiénes
se levantaron con el rostro herido.

Fuente oral: Maricela Miriam Aguilar Raymundo,


57 años, San Juan de Miraflores.
Recopilada por Bryan Leonel Hinostroza Aguilar.

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Origen de los gusanos en la papa

Hace mucho tiempo en Puno, después de la trágica


muerte del patriarca de una familia humilde, la madre
de los niños tuvo que continuar con los planes y
las costumbres que solían realizar. Cierto día, en la
temporada de cosecha, fue a escarbar papa que habían
sembrado con el difunto esposo para la alimentación de
sus hijos. Antes de iniciar la faena se puso muy triste por
la responsabilidad que tenía en medio de la soledad, pues
sus hijos aún eran muy pequeños.

Al iniciar con el trabajo se dio con la sorpresa del


tamaño de las papas, pues se veían grandes, con bastante
producción y sobre todo harinosas, como nunca antes las
había visto.

Sin embargo, en lugar de alegrarse y agradecer por esa


bendición solo dio reproches al cielo diciendo: «¡Señor!,
soy una viuda con muchos hijos, sin tiempo ni fuerzas,
y aun así me mandas tremendas papas. ¿Cómo crees que
acabaré con este inmenso trabajo que me encomiendas

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para alimentar a mis hijos? ¡Señor!, ¿por qué no te
apiadas de mí?».

Después de poco tiempo apareció un señor muy


vetusto con bigotes largos, con una rama de un árbol
que lo usaba como bastón y con el rostro cubierto por
el sombrero que llevaba puesto. Entonces, preguntó por
su situación y ella le respondió con las mismas palabras
que reprochaba al cielo; fue así que el anciano la consoló
dándole su palabra de que al día siguiente enviaría a
todos sus hijos para ayudarla con la faena y que por el
momento se volviera a casa despreocupada a cuidar de
sus hijos.

Al día siguiente la madre llegó muy temprano a la


chacra, esperó y esperó a los jóvenes que vendrían a
ayudarla, pero estos nunca llegaron. Decepcionada por
la palabra del anciano decidió escarbar y en cuanto abrió
el primer hoyo se dio cuenta de que la buena producción
había sido invadida por muchos gusanos de color blanco
con la cabeza amarillenta. Ya no quedaba nada en toda
la chacra.

Desde entonces existe el temor de que la papa sea


invadida por estos gusanos antes de que culmine la

90
temporada de cosecha. Además, se dice que los hijos del
anciano son los gusanos que aparecieron de la noche a la
mañana y que el anciano es el señor de los cielos al que
reprochaba la madre.

Fuente oral: Eulalia Hancco Arapa, 64 años, Puno.


Recopilada por Sandra Lisbeth Huanca Betancur.

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Ancasccocha

En lo que es ahora la laguna de Ancasccocha, en


el anexo de Occoruro, provincia de Parinacochas,
Ayacucho, hubo una vez un bullicioso pueblo. Un día de
alborotada fiesta, una anciana cubierta de desgastados
ropajes recorrió el pueblo de casa en casa pidiendo un
poco de comida; a pesar de que en las mesas rebosaban
deliciosos manjares, nadie se compadeció de ella.

Pero justo antes de salir del pueblo, tocó la última


puerta: una casita de tejas destartaladas donde vivía la
mujer más pobre del pueblo con su wawa y su llamita.
La mujer, al ver a la anciana, le ofreció lo poco que tenía
en la olla: una humilde sopa de cebada. Cuando la hubo
terminado, la mujer le ofreció un techo tibio para pasar
la noche, pero la anciana le dijo:

—Toma a tu hijo y a tu llamita, mujer, porque hoy


los cielos llorarán sin cesar y este pueblo quedará en el
olvido. Solo recuerda que una vez emprendido tu camino,
a pesar de los gritos y gemidos que escuches no debes
voltear la mirada hacia atrás jamás o no podrás escapar.

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Una vez hubo escuchado esto, la mujer tomó a su bebé,
a su llama y empezó a subir por la pampa. En el camino
escuchó llantos y gritos desesperados, pero seguía el
consejo de la anciana y se resistía a voltear.

Justo cuando estaba por llegar a la cima de la pampa,


la mujer no pudo más y volteó: el pueblo estaba siendo
sumergido y en ese mismo instante la mujer, su wawa y
su llama se convirtieron en piedra.

Ahora todo aquel que pasa por la laguna de


Ancasccocha puede ver en la cima de la pampa un bulto
de piedra que representan a una mujer, su wawa y su
llamita.

Fuente oral: Augusta Melesia Álvarez Quispe,


58 años, Comas.
Recopilada por Angélica de las Nieves Néstares Álvarez.

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El utushcuro

En un tiempo antiguo, en el hermoso valle del Mantaro


había un hombre llamado Pablo Curo, que estaba casado
con una mujer joven que era hermosa y hacendosa con
su hogar. Ella le había dado tres hermosos hijos y ambos
los querían mucho.

Pablo Curo tenía unas chacras de grandes extensiones;


sembraba y cosechaba grandes cantidades de maíz por
su arduo trabajo. El único problema que tenía era su
ambición y egoísmo, pues no le gustaba compartir con
nadie sus cosechas.

Un día, mientras Pablo labraba la tierra, vio a lo lejos a


su madre que se acercaba a su casa. Al verla, este corrió a
su casa a decirle a su mujer e hijos que se escondieran en
los cultivos de maíz; así cuando su madre llegara a casa,
se iría al ver que no había nadie.

La mujer le dijo a Pablo:

—¡Cómo puedes decir eso, ella es tu madre y no le


puedes negar nada! Si tú no la quieres ver, anda con

94
nuestros hijos, escóndete, que yo la recibiré y la esperaré
para ver qué es lo que necesita.

Y así fue, el hombre agarró a sus hijos y se escondió


con ellos. En cambio, la mujer esperó a la anciana en su
puerta y, al recibirla, la señora le dijo:

—Ay, hijita, estoy enferma y no tengo qué comer, me


duele todo mi cuerpo. La vejez me está matando, vivir
sola es triste. ¿Y dónde está mi hijo Pablo?

—Él se fue a labrar la tierra, mamita.

—No lo creo, hija. Yo sé que se esconde.

Y la ancianita se puso a llorar.

—Mamita, no llores. Tome estas papas recién


cosechadas y ande a su casa que ya se va a hacer muy
tarde.

La anciana se fue con lágrimas en sus ojos y, en el


cielo, el dios Huallallo Carhuancho se molestó al ver esta
escena. Por eso, mandó un severo castigo a Pablo Curo y
a sus hijos.

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La mujer, después de ver cómo la anciana se perdía
en el horizonte, fue a buscar a sus hijos y a su esposo
a los cultivos de maíz. No obstante, al buscarlos y no
encontrarlos empezó a gritar el nombre de su esposo,
pero solo escuchó un sonido que decía «utush, utush,
utush» proveniente del interior de un choclo. Entonces,
al abrir el choclo encontró una escena horrible: su esposo
se había convertido en un gusano aberrante junto con
sus hijos. Al ver esta escena, la mujer se echó a llorar y
maldecir a su esposo. Luego, tomó a sus hijos y los enterró
en el fondo de la tierra para que no vivieran más así. A
su costado, el gusano seguía produciendo los sonidos
que decían «utush, utush». Desde ese momento, la mujer
llamó al gusano utushcuro y lloró tan amargamente en
ese lugar que murió de la tristeza.

Desde entonces, se sabe que el utushcuro es un gusano


que se alimenta del choclo produciendo muchos daños
a los cultivos y, en las noches, en los cultivos de maíz se
escucha el llanto de una mujer.

Fuente oral: Yossi Huamani Juño, 26 años,


Valle del Mantaro.
Recopilada por Roussel Albert Quilca Congora.

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María Panzafría

En el distrito de Pausar, de la provincia Páucar del


Sara Sara, ocurrió que una mujer llamada María se
había quedado dormida mientras su esposo seguía en
el trabajo. Ya era tarde y no había cocinado. Esa misma
tarde había un entierro, de un señor que había muerto el
día anterior. María estaba preocupada porque se acercaba
la hora de la llegada de su esposo. «¿Qué le voy a preparar
a mi marido si no hay nada? ¿Qué le hago?», se decía.
Se le ocurrió, entonces, ir al cementerio, desenterrar al
muertito y sacarle el corazón. Con esto hizo su merienda
y le dio de comer el corazón del muerto a su esposo con
papita picada. Entonces, a medianoche empezó a penar.
En la calle andaba un hombre botando fuego y gritaba:
«María, María». Caminaba y seguía botando fuego:
«Devuélveme mi corazón». Cuando caminaba sonaba
«chililín, chililín», porque al señor lo habían enterrado
con espuelas. «María… María», decía el muertito
acercándose a la casa. Sin entender qué estaba pasando,
el esposo le dijo a María:

—Oye, mujer, ¿qué ha pasado? ¿Por qué ese hombre


te está llamando? ¿Qué ha pasado?

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La mujer estaba asustaba, temblaba de miedo.

—Ángel, lo que pasa es que en la tarde me había


quedado dormida y no había qué comer. Entonces, me
fui al cementerio, le he sacado el corazón al muertito y
eso te he dado de comer.

—¡¿Qué cosa has hecho mujer del demonio?!

Se acercaba cada vez más a la puerta y gritaba


«¡María!». De pronto, ya estaba entrando el muerto
y empujó la puerta: «¡María, María, devuélveme mi
corazón!». El sonido de las espuelas retumbaba.

—Escóndete acá, mujer —le dijo el esposo.

Se escondió debajo de la cama, pero fue en vano. El


muerto gritó «¡Marííía!» por última vez y se los comió.

Fuente oral: Sócrates Salcedo Huaita, 56 años,


San Juan de Lurigancho.
Recopilada por Cinthya Ríos Bustinza.

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El temible atawi

Se cuenta que hace mucho tiempo atrás, en el templo


matriz del distrito de Langui, existía un atawi, es decir,
un ataúd de cuatro patas fabricado por los pobladores
del lugar. Este temible atawi era el que servía para
trasladar a los difuntos hasta su última morada y sobre
todo lo utilizaban los pobladores de escasos recursos
económicos.

Una vez que el atawi iniciaba el recorrido con su


huésped, llegando al cementerio y cumpliendo con los
ritos del sepelio tenía que ser devuelto al bautisterio,
lugar donde descansaba.

Contaba el «prebeste» —encargado de vigilar el


templo— que, a la medianoche oscura y silenciosa, la
puerta del templo se abría de par en par y, junto a una
resplandeciente luz, salía el atawi, quien frecuentemente
paseaba por la plaza y calles con pasos imponentes:
«toc… toc… toc». Cuentan también que los perros, lejos
de aullar, se escondían.

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Al escuchar los pasos del atawi, los pobladores solo
atinaban a decir: atawi purichkan, pichá wañunqa —el
atawi está caminando, quién morirá—. Este hecho causaba
gran temor en los pobladores. El poblador que escuchó
esta caminata comunicaba a los vecinos sobre esta salida,
diciendo: uyarirankichu tuta, atawi purisqanta, ¿picha
wañunqa? —en la noche, has escuchado los pasos del
atawi, quién morirá—. Estos pasos eran el presagio de
que alguien moriría y al pasar unos días, efectivamente,
se sabía de la noticia del fallecimiento de un poblador.

Así como valía para presagiar muertes, también


era sinónimo de escarmiento, ya que, en el pueblo, las
mujeres infieles eran castigadas a pasar una noche junto
al atawi. Es decir, una noche entera mordiendo un hueso
humano, el aya tullu. Las castigadas, al día siguiente,
tenían que llevar el aya tullu en su boca para dejarlo en el
cementerio y así terminarían su escarmiento.

Como podemos apreciar, el atawi causaba miedo a los


que lo oían y a las que lo acompañaban. ¿Te imaginas
pasar una noche con el atawi?

Fuente oral: Rubén Rosas Gutiérrez, 63 años, Cusco.


Recopilada por Fiorela Luz Rozas Corrales.

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La serpiente de las tormentas

En mi pueblo de Cajabamba, en las llanuras del valle


de Condebamba, pasa el río Ponte. Durante casi todo el
año el valle es un lugar hermoso con un fuerte sol y áreas
verdes; sin embargo, en los meses de febrero y marzo
fuertes lluvias torrenciales caen en la zona. Mi familia
vivía en una pequeña casa en el campo, muy cerca del
río. Recuerdo que cuando ya se aproximaba la tormenta,
mi mamá nos decía que no saliéramos a jugar porque
la serpiente ya aparecería, y con ella, los rayos también
venían, lo cual era peligroso para mí y mis hermanos.
No entendía en ese momento a qué se refería, aunque sí
tenía mucho miedo y curiosidad porque la idea de una
serpiente que atraía rayos me parecía intrigante.

La vez que la vi sucedió en una de las tormentas


más fuertes que había caído sobre el valle; llevábamos
casi una semana de lluvias, días y noches completas, no
cesaban. Yo estaba mirando por la puerta, el río pasaba
cada vez más caudaloso, llevando consigo árboles,
piedras enormes, barro, ramas y toda clase de cosas que
encontraba en su camino. De pronto escuché un ruido,

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como un rugido o grito estremecedor, que provenía de
las alturas por donde descendía el río; mi madre corrió
a verme y me dijo que entrara a la casa. Le hice caso,
pero seguí mirando por una ventana. Le pregunté qué
era ese ruido y me dijo: «Es el Alcohuaz, una serpiente
gigante que atrae los rayos y aparece solo cuando hay
tormentas muy fuertes y los ríos se desbordan a causa de
las lluvias». Ello me asustó mucho y mi madre lo notó,
por lo cual me aconsejó que no tuviera miedo, ya que la
serpiente nunca sale del río. También dijo que siempre
hace un ruido espeluznante debido al dolor producido
por los rayos cuando caen sobre su cuerpo, pero que
sigue su curso en las aguas hasta que la tormenta finaliza
y puede volver a la laguna donde vive. Es decir, en las
alturas de Huamachuco donde nace el río Ponte.

Momentos después, escuché nuevamente ese rugido


que hacía estremecer el cuerpo y me asomé por la
ventana para ver a lo lejos, entre la lluvia, a un animal
enorme que era arrastrado por el río y que atraía como
imán a los rayos. No cabía duda de que era una serpiente,
entre la luz de los rayos y la lluvia incesante pude verla.
Me quedé pasmado observando todo lo que sucedía en el
río. Efectivamente, tal y como dijo mi mamá, la serpiente

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continuó descendiendo por la corriente hasta desaparecer
y con ella los rayos también lo hicieron, dejándonos solo
la fuerte lluvia. Los lugareños que aún viven en ese valle
señalan que cada vez que hay tormentas muy fuertes, el
Alcohuaz aparece y desciende por el río, con los rayos
atormentándolo.

Fuente oral: José Juárez, 75 años, Trujillo.


Recopilada por Verónica Nicole Vásquez Sánchez.

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La piedra resbalosa del Naranjo

Cuentan los abuelos de mis abuelos y también mis


abuelos que antes de que ellos llegaran a habitar el caserío
del Naranjo, ubicado en la comunidad campesina de
Lancones, todo estaba totalmente vacío. Por entonces no
había agua ni tierras fértiles, así que tuvieron que hacerlo
todo con sus medios.

Hay que reconocer también que en ese entonces todos


los pobladores tenían muy poca suerte. Sin embargo, en
una ocasión, uno de los más antiguos subió a pastear las
cabras como de costumbre y vio en el cerro una plancha
de piedra. Parecía ser que por allí discurría el agua, pero
lo curioso es que desde muchos meses antes no llovía en
ese lugar. Luego, cuando intentó bajar con cuidado, cayó
al agua. Para suerte suya desde ese día le empezó a ir todo
bien, en sus cosechas de maíz, en su familia y su ganado
empezó a aumentar.

El hombre, muy generoso, decidió contar esto a sus


vecinos y desde allí se cree que se debe llevar a todos los

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bebés del caserío al lugar para que tengan mucha suerte
y siempre les vaya muy bien.

Fuente oral: Santos Catalina Atoche Zapata,


75 años, Lancones.
Recopilada por Rulesby Vanessa Céspedes Atoche.

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