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Abya Yala Resumen 5 Hojas

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Abya Yala 

en la lengua del pueblo cuna significa “tierra madura”, “tierra viva” o


“tierra que florece” y es sinónimo de América. El pueblo cuna es originario de la
sierra Nevada al norte de Colombia; habitaba la región del golfo de Urabá y de
las montañas de Darién y actualmente vive en la costa caribeña de Panamá, en
la comarca de Kuna Yala (San Blas).
La expresión Abya Yala ha sido empleada por los pueblos originarios del
continente para autodesignarse, en oposición a la expresión “América”. Si bien
esta última había sido usada por primera vez en 1507 por el cosmólogo Martin
Wakdseemüller, sólo se consagró a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo
XIX, cuando las elites criollas trataban de afirmarse frente a los conquistadores
europeos en pleno proceso de independencia. Aunque los diferentes pueblos
originarios que habitan el continente atribuyan nombres propios a las regiones
que ocupan –Tawantinsuyu, Anauhuac, Pindorama–, la expresión Abya
Yala viene siendo cada vez más usada por ellos con el objetivo de construir un
sentimiento de unidad y pertenencia.
Si bien algunos intelectuales, como el sociólogo catalán-boliviano Xavier Albó,
ya la habían utilizado como contrapunto de la designación muy difundida de
“América”, la primera vez que se la utilizó con ese sentido político fue en la II
Cumbre Continental de los Pueblos y Nacionalidades Indígenas de Abya Yala,
realizada en Quito en 2004. Hay que destacar que en la I Cumbre, realizada en
México en el año 2000, la expresión Abya Yala todavía no había sido invocada,
como puede leerse en la Declaración de Teotihuacan, donde se presentaron así:
“los Pueblos Indígenas de América reafirmamos nuestros principios de
espiritualidad comunitaria y el inalienable derecho a la Autodeterminación
como Pueblos Originarios de este continente”.
A partir de 2007, sin embargo, en la III Cumbre Continental de los Pueblos y
Nacionalidades Indígenas de Abya Yala realizada en Iximche, Guatemala, no
sólo se autoconvocaron como Abya Yala sino que resolvieron constituir una
Coordinación Continental de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas de Abya
Yala,
como espacio permanente de enlace e intercambio, donde puedan converger experiencias y
propuestas, para que juntos enfrentemos las políticas de globalización neoliberal y luchemos por
la liberación definitiva de nuestros pueblos hermanos, de la madre tierra, del territorio, del agua
y de todo patrimonio natural para vivir bien.
Poco a poco, en los diferentes encuentros del movimiento de los pueblos
originarios, el nombre “América” está siendo sustituido por Abya Yala, lo cual
no sólo indica otro nombre sino también la presencia de otro sujeto enunciador
del discurso hasta ahora callado y sometido en términos políticos: los pueblos
originarios.
La idea de un nombre propio que abarcase todo el continente se impuso a esos
diferentes pueblos y nacionalidades en el momento en que comenzaron a
superar el largo proceso de aislamiento político al que se vieron sometidos
después de la invasión de sus territorios en 1492, con la llegada de los europeos.
Junto con Abya Yala existe todo un nuevo léxico político que también está en
construcción, donde la propia expresión “pueblos originarios” cobra sentido.
Esa expresión afirmativa fue la que esos pueblos en lucha encontraron para
autodesignarse y superar la generalización eurocéntrica de “pueblos indígenas”.
Finalmente, antes de la llegada de los invasores europeos había en el continente
una población estimada entre 57 y 90 millones de habitantes que se distinguían
como mayas, cunas, chibchas, mixtecas, zapotecas, ashuares, huaoranis,
guaraníes, tupinikimes, kayapós, aimaras, ashaninkas, kaxinawas, ticunas,
terenas, quechuas, karayás, krenaks, araucanos/mapuches, yanomamis,
xavantes, entre tantos pueblos y tantas nacionalidades originarios.
A pesar de que la expresión indigena significa en latín aquel que “ha nacido en
casa”, la designación entre nosotros quedó marcada por señalar a aquellos que
habitaban las Indias Occidentales, nombre que los españoles atribuían no sólo
al “nuevo” continente, sino también a las Filipinas. En ese sentido, representa
una de las mayores violencias simbólicas cometidas contra los pueblos
originarios de Abya Yala, dado que es una denominación que hace referencia a
las Indias, o sea, a la región buscada por los comerciantes europeos a fines del
siglo XV. De este modo, ignora que esos otros pueblos tenían sus nombres
propios y una designación propia también para sus territorios. Paradójicamente,
la expresión “pueblos indígenas”, en la medida que desconoce la differentia
specifica de dichos pueblos, contribuyó para unificarlos desde el punto de vista
de los conquistadores/invasores, pero al mismo tiempo es una designación que,
para empezar, servirá a fin de que esos pueblos por sí mismos constituyan una
unidad política cuando empiecen a percibir la historia común de humillación,
opresión y explotación de su población, y la dilapidación y devastación de sus
recursos naturales.
Abya Yala se configura, por lo tanto, como parte de un proceso de construcción
político-identitario en que las prácticas discursivas cumplen un papel relevante
de descolonización del pensamiento y que ha caracterizado el nuevo ciclo
demovimiento indígena, cada vez más movimiento de los pueblos originarios.
La comprensión de la riqueza de los pueblos que aquí viven hace millares de
años y del papel que tuvieron y tienen en la constitución del sistema-mundo ha
alimentado la construcción de ese proceso político-identitario. Hay que
considerar, por ejemplo, que hasta la invasión de Abya Yala (América), Europa
ocupaba un lugar marginal en los grandes circuitos mercantiles, que tenían en
Constantinopla uno de sus puntos centrales.
Cuando la ciudad fue tomada por los turcos, en 1453, surgió la necesidad de
buscar caminos alternativos, sobre todo por parte de los grandes comerciantes
genoveses, que encontraron apoyo político entre las monarquías ibéricas y en la
Iglesia Católica Romana. Desde entonces, circuitos mercantiles relativamente
independientes en el mundo pasaron a ser integrados, incluso conformando el
circuito Atlántico en la incorporación de Tawantinsuyu (región del
actual Perú, Ecuador y Bolivia, principalmente), de Anahuac (región del actual
México y Guatemala, principalmente), de las tierras guaraníes (que comprenden
parte de la Argentina, Paraguay, sur de Brasil y Bolivia, principalmente), y
Pindorama (nombre con que los tupís designaban a Brasil).
El carácter periférico y marginal de Europa puede verse en el sentido de la
expresión “orientarse” (“ir hacia Oriente”), que demuestra la relevancia de
Oriente para la época. Así, fue con la incorporación de los pueblos de Abya
Yala y su subyugación política, sumados al tráfico y la esclavitud de los negros
africanos traídos a este continente, que Europa logró su centralidad. En fin, el
surgimiento del sistema-mundo moderno se da juntamente con la construcción
de la colonialidad. Por lo tanto se trata de un sistema-mundo moderno colonial.
Y es el carácter contradictorio inscripto en el sistema-mundo moderno lo que
los pueblos originarios de Abya Yala vienen tratando de explicitar en la lucha
“por la liberación definitiva de nuestros pueblos hermanos, de la madre tierra,
del territorio, del agua y de todo patrimonio natural para vivir bien”.
De este modo, la descolonización del pensamiento se instala en un lugar central
para los pueblos originarios de Abya Yala. Como bien señaló Luis Macas
Ambuludi, de la Conaie, “nuestra lucha es epistémica y política”; en ella el poder
de designar lo que es el mundo cumple un papel fundamental. Varios
intelectuales ligados a las luchas de los pueblos de Abya Yala han señalado el
carácter etnocéntrico inscripto en las mismas instituciones, incluso en
el Estado territorial, cuyo eje estructurante reside en la propiedad privada y que
encuentra en el Derecho Romano su fundamento. A pesar de su origen regional
europeo, los fundamentos del Estado territorial, incluso la idea de espacios
mutuamente excluyentes, como la propiedad privada, han sido impuestos al
resto del mundo como si fueran universales, ignorando las diferentes formas de
apropiación de los recursos naturales que predominaban en la mayor parte de la
tierra, casi siempre comunitarias y no mutuamente excluyentes.
En América Latina, el fin del colonialismo no significó el fin de la colonialidad,
como ha afirmado el sociólogo peruano Aníbal Quijano, explicitando el carácter
colonial de las instituciones que sobrevivieron luego de la independencia. Esto
queda también explicitado en la declaración de Evo Morales, cuando en su
asunción del mando en la presidencia de la República de Bolivia, en 2006,
afirmó que “es preciso descolonizar el Estado”. Para que no se piense que se
trata de una afirmación abstracta, hay que tener en cuenta que los concursos
para funcionarios públicos en aquel país se realizaban exclusivamente en lengua
española, cuando aproximadamente el 62% de la población piensa en quechua,
aimara y guaraní, su lengua de todos los días. En países como Guatemala,
Bolivia, Perú, México, Ecuador y Paraguay, así como en ciertas regiones
de Chile (en el sur, donde aproximadamente viven un millón de
araucanos/mapuches), de la Argentina (Chaco norteño) y de
la Amazonia (brasileña, colombiana y venezolana), el carácter colonial del
Estado se hace presente con todo su peso. El “colonialismo interno”, expresión
consagrada por Pablo González Casanova, se muestra vigente, en tanto historia
de larga duración actualizada. No es extraño que esas regiones sean objeto de
programas de desarrollo, generalmente de (des)envolvimiento, de
modernización, por lo general de colonización (todas expresiones que suelen ser
sinónimas).
La elección del nombre Abya Yala de los cunas recupera la lucha por la
afirmación de sus territorios, en la cual ellos fueron pioneros con su revolución
de 1925, consagrada en 1930 en el derecho de autonomía de la comarca de Kuna
Yala con sus 320.600 hectáreas de tierras más las aguas vecinas del archipiélago
de San Blas. La lucha por el territorio se configura como una de las más
relevantes en el nuevo ciclo de luchas del movimiento de los pueblos originarios
que se delineó a partir de los años 1980 y que ganó su mayor expresión en los
años 90 y comienzos del nuevo siglo, revelando cambios profundos tanto desde
el punto de vista epistémico como desde el político.
En este nuevo ciclo de luchas ocurre un dislocamiento de la contienda por la
tierra en tanto medio de producción, característico de un movimiento que se
construyó en torno de la identidad campesina, hacia una lucha por el territorio.
Las grandes marchas por la Dignidad y por el Territorio de 1990 que se
movilizaron en Bolivia y en Ecuador, con estructuras organizacionales
independientes, son hitos de este nuevo momento. “No queremos tierra,
queremos territorio”: he aquí la síntesis expresada en un cartel boliviano. Así,
más que una clase social, lo que se ve en construcción es una comunidad
etnopolítica, en fin, es el indigenato (Darcy Ribeiro) constituyéndose como
sujeto político. Hay que tener en cuenta que para que se diera esa emergencia
fue fundamental la tensa lucha de los misquitos en la Revolución Sandinista
de Nicaragua (1979-1989), por la afirmación de su derecho a la diferencia y a la
demarcación de sus territorios. A pesar de todo el desgaste que trajo aquella
experiencia revolucionaria, en gran parte por la colonialidad presente entre las
corrientes políticas e ideológicas que la lideraron, nos legó una de las más
avanzadas legislaciones sobre los derechos de autonomía de los pueblos
originarios, conforme nos informa Héctor Díaz-Polanco.
El levantamiento zapatista del 1.º de enero de 1994 otorgó gran visibilidad a ese
movimiento que, todavía de manera desigual, se esparciría por todo el
continente al mostrar, por primera vez en la historia, que los pueblos originarios
comienzan a dar respuesta más que locales/regionales a sus demandas. El
protagonismo de ese movimiento ha sido importante en la lucha por la
reapropiación de sus recursos naturales como se ha podido ver en 2000, en
Cochabamba, con la Guerra del Agua, y en 2005, con la Guerra del Gas, ambas
en Bolivia; pero también entre los araucanos/mapuches, en Chile, en la lucha
por la reapropiación del río Bío Bío amenazado por la construcción de
hidroeléctricas, o incluso en la lucha contra la explotación petrolera en el
Parque Nacional de Yasuny, en la Amazonia ecuatoriana, o en la frontera
colombiano-venezolana también en la lucha contra de la explotación petrolera,
entre tantos otros ejemplos.
Ese movimiento ha sido fundamental incluso en la batalla por la preservación
de la diversidad biológica, en gran parte asociada a la diversidad cultural y
lingüística. Su dimensión territorial se muestra también en su protagonismo
ante las nuevas estrategias supranacionales de territorialización del capital,
como en el caso del NAFTA, el ALCA y los tratados de libre comercio (TLC). El
movimiento zapatista explicitó mejor que cualquier otro ese sentido, al hacer
emerger el México profundo, podría decirse la América profunda, exactamente
el mismo día en que se firmaba el NAFTA. El protagonismo del movimiento de
los pueblos originarios también fue importante en la lucha contra el ALCA y los
TLC que siguieron a su derrota. Como puede verse, la lucha por el territorio
asume un carácter central y una perspectiva teórico-política innovadora en la
medida en que la dimensión subjetiva, cultural, se ve aliada a la dimensión
material: agua, biodiversidad, tierra. El territorio es, así, naturaleza + cultura,
como insisten el antropólogo colombiano Arturo Escobar y el epistemólogo
mexicano Enrique Leff, y la lucha por el territorio se muestra con todas sus
implicaciones epistémicas y políticas. Cuando observamos las regiones de
nuestro continente que abrigan la mayor riqueza en biodiversidad y en agua,
podemos ver cuán estratégicos son esos pueblos, y tienden a serlo cada vez más
ante las nuevas fronteras de expansión del capital (Diaz-Polanco, Ceceña y
Ornelas).
Abya Yala se coloca así como un atractor (Prigogine) en torno del cual otro
sistema puede configurarse. Es eso lo que los pueblos originarios están
proponiendo con este otro léxico político. No olvidemos que dar nombre propio
es apropiarse. Es hacer propio un espacio por los nombres que se atribuye a los
ríos, las montañas, los bosques, los lagos, los animales, las plantas, y por ese
medio un grupo social se conforma como tal constituyendo sus mundos de vida,
sus mundos de significación y tornando un espacio en su espacio: un territorio.
El lenguaje territorializa y, así, entre América y Abya Yala se revela una tensión
de territorialidades.

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