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VI Meditación Mariana de Monseñor José Antonio Eguren Anselmi

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Arzobispado de Piura

VI Meditación Mariana
del Señor Arzobispo de Piura

“Lo que nosotros somos para María”


El pasado martes reflexionamos en el tema “lo que María es
para nosotros”. Hoy jueves meditaremos “en lo que nosotros somos
para María”, siempre tomando como referencia el Magisterio de San
Juan Pablo II, como homenaje a los 100 años de su nacimiento.

¿Qué somos para María? La respuesta nos la da la misma


Revelación. Si María es para nosotros principalmente Madre,
nosotros somos para María primeramente hijos. El pasaje de María al
pie de la cruz es explícito al respecto: “Jesús, viendo a su madre y junto
a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu
hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora
el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 26-27).

“Ahí tienes a tu madre”. Ya la más antigua tradición de la Iglesia


entendió que en San Juan, el Señor Jesús se dirigía a cada cristiano, y
por extensión, a todos los hombres. Jesús nos deja a su Madre y nos
pide amarla con el mismo amor con que Él la amó y la ama. A la
maternidad espiritual de María, nuestra respuesta es el amor filial.

Este amor filial, o para mejor precisarlo, esta piedad filial


mariana, no es algo accesorio a la vida cristiana. Antes bien, responde
a la voluntad del Señor Jesús expresada en la cruz y por tanto está
dentro del designio divino, que nos pide amar a María con el mismo
amor con que la ama Cristo, para que María nos ame con el mismo
amor con el que Ella ama a su Divino Hijo.

Podríamos preguntarnos: ¿Y por qué quiere Dios todo


esto? Notemos que la razón de ser de María, y su actuación en la obra
de la salvación, apuntan a que se realice en nosotros aquello que
indica el Apóstol San Pablo: “Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra
santificación” (1 Tes 4, 3).

1
La meta del Plan de Dios es su glorificación y la salvación del
hombre, alcanzada por la conformación de la persona con el Señor
Jesús, norma suprema de la humana santidad. María nos ayuda a
lograr esta meta, mediante un proceso en el que la persona humana
va viviendo el amor de Jesús en todas sus dimensiones. Jesús nos
muestra a su Madre, y Ella, a su vez, nos aproxima a su Hijo, para que
podamos configurarnos con Él y así alcancemos nuestra plenitud,
siendo “otros Cristos”.

En este proceso que va de Cristo a María, y de María más


plenamente al Señor Jesús, ¿cómo nos ayuda la Santísima Virgen a
conformarnos con Jesucristo? Nos ayuda por medio de la
CONTEMPLACIÓN de Cristo, de su rostro, de su persona y de toda
su existencia, para hacer que su vida sea nuestra vida. Pues bien,
María nos lleva a contemplar a Jesucristo, nos enseña cómo mirar su
rostro y hacernos semejantes a Él, principalmente a través de dos
caminos privilegiados: el Santo Rosario y la Eucaristía.

A. El Rosario. Pienso no equivocarme cuando digo que el Rosario es


una de las oraciones de la cual todos tenemos experiencia, y por lo
mismo constituye una de las formas de oración más queridas y
practicadas. “El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la
oración cristiana orientada a la contemplación del rostro de Cristo”.1 El
Rosario es una “oración evangélica centrada en el misterio de la
Encarnación Redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación
profundamente cristológica”.2 Rezando el Rosario, mediante la
repetición continua del “Ave María”, la Madre nos va guiando a la
contemplación de los misterios de su Hijo, el Señor Jesús, para que los
vayamos viviendo y así tengamos vida.

Cuando rezamos el Rosario, contemplamos a Cristo con María.


Rezando los misterios, en el continuo recitar de “Padrenuestros” y
“Avemarías” penetramos en la intimidad de Jesús, así como la Madre,
que «por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su
corazón».3

1 S.S. Juan Pablo II. Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae (2002), n. 18.
2 Allí mismo. Cfr. S.S: Pablo VI. Exhortación Apostólica Marialis Cultus (1974), n. 46.
3 Lc 2, 19.

2
Rezando el Rosario se da una dinámica muy peculiar y, propia:
1. Recordamos a Cristo con María. 2. Comprendemos a Cristo desde
María. 3. Nos configuramos a Cristo con María. 4. Rogamos a Cristo
con María. 5. Anunciamos a Cristo con María.

Todos estos momentos son importantísimos y están


concatenados, enlazados entre sí. Pero quisiera destacar el tercer
momento, que es el de la configuración-conformación con Jesucristo.
En su Carta Apostólica sobre el Rosario, San Juan Pablo II nos dice:
“En el recorrido espiritual del Rosario, basado en la contemplación incesante
del rostro de Cristo –en compañía de María- este exigente ideal de
configuración con Él se consigue a través de una asiduidad que pudiéramos
decir «amistosa». Ésta nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y
nos hace como «respirar» sus sentimientos (...) El Rosario nos transporta
místicamente junto a María, dedicada a seguir el crecimiento humano de
Cristo en la casa de Nazaret. Esto le permite educarnos y modelarnos con la
misma diligencia, hasta que Cristo «sea formado» plenamente en nosotros
(ver Gal 4, 19)”.4

¡Demos gracias a Dios, queridos hermanos, porque nos ha


dejado en el Rosario un medio valiosísimo para conformarnos con
Jesús! ¡Y démosle gracias también por el don maravilloso de María,
que a través de esta oración nos ayuda a configurarnos con el Señor,
y así alcanzar nuestra plenitud humana!

B. La Eucaristía. También en la participación en este sacramento, la


Virgen María cumple un papel destacadísimo orientado a la
conformación de cada cristiano con Jesús, su Hijo. Ante todo, está el
ejemplo mismo de María, “Mujer eucarística”.5 Ella es, en sentido
muy particular “Mujer eucarística” porque toda su vida ha sido y es
una permanente identificación con Jesús-Eucaristía. Veamos.

Gracias a su «Sí», a su «Hágase», a su obediencia y cooperación


activa, el Verbo de Dios se ha hecho presente en el mundo y sigue
permaneciendo con nosotros en la Eucaristía. Así lo canta el hermoso
himno del “Ave verum”: “Ave verum corpus natum de Maria Virgine”,
“Te saludo verdadero Cuerpo nacido de María la Virgen”.

4 S.S. Juan Pablo II. Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, n. 15.
5 S.S. Juan Pablo II. Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia (2003), n. 53.

3
Asimismo, toda su existencia junto a Cristo, pero de manera
especial en el momento del Calvario, ha significado hacer suya la
dimensión sacrificial de la Eucaristía: “Preparándose día a día para el
Calvario, María vive una especie de «Eucaristía anticipada», se podría decir,
una «comunión espiritual» de deseo y ofrecimiento, que culminará en la
unión con el Hijo en la Pasión y se manifestará después, en el período post-
pascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los
Apóstoles, como «memorial» de la Pasión”.6

Igualmente, María, con toda su vida de santidad, de fe,


esperanza y amor, es una permanente alabanza y acción de gracias
(eu-jaristía) a Dios. Por eso: “En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente
a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad
que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística.
La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y
acción de gracias”.7

Por tanto, María “Mujer eucarística”, nos enseña a vivir las


diferentes dimensiones de la Santa Misa y a participar
adecuadamente en ella, y de esta manera nos guía a Jesús-Eucaristía
para que seamos una sola cosa con Él.

Finalmente, unidos a María en la celebración de la Eucaristía,


actualizamos “in mysterio” (en el misterio) lo sucedido en el Gólgota.
Esto quiere decir, entre otras cosas, que de modo misterioso, pero no
por ello menos real, Jesús no solamente se nos da como reconciliación
definitiva, sino que en cada Eucaristía nos entrega también a su
Madre: “En el memorial del Calvario está presente todo lo que Cristo ha
llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha
realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía
al discípulo predilecto, y en él, le entrega a cada uno de nosotros: «¡He aquí
a tu hijo!». Igualmente dice también a todos nosotros: «¡He aquí a tu
Madre!» (Jn 19, 26-27)”.8

6 Ibid. n. 56.
7 Ibid. n. 58.
8 Ibid. n. 57.

4
Tenemos pues que afirmar que al recibir la Eucaristía, recibimos
a María como Madre, cumpliendo así lo que Jesús desde el Madero
nos pide. Y es María quien, obedeciendo una vez más al designio de
su Hijo, nos va configurando, nos va asemejando con Él. Vivir en la
Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir
continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de
Juan- a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa
asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo,
aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por Ella”.9

Queridos hermanos y hermanas: Encontramos en la relación


Eucaristía-María, una razón más para comprender por qué después
de dos meses de “ayuno eucarístico” ansiamos tanto el momento de
volver a ir a la iglesia para celebrar juntos la Santa Misa, con las
actitudes interiores de Aquella que es la “Mujer Eucarística”.
Pidámosle a María que nos alcance pronto esta gracia de las manos
de su Hijo. De otro lado, el Santo Rosario además de ser un arma
espiritual poderosa para atraer sobre nosotros las gracias y
bendiciones que necesitamos del Señor, como por ejemplo la cura y
la sanación en estos tiempos de epidemia, es un medio extraordinario
para configurarnos, para asemejarnos con Cristo, el Camino, la
Verdad y la Vida. Que rezando el Rosario, como lo vamos a hacer
ahora, seamos siempre conducidos de la mano de María al Señor
Jesús.

San Miguel de Piura, 21 de mayo de 2020


Jueves de la VI Semana de Pascua

 JOSÉ ANTONIO EGUREN ANSELMI, S.C.V.


Arzobispo Metropolitano de Piura

9 Allí mismo.

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