Jelin Mem
Jelin Mem
Jelin Mem
Elizabeth Jelin♦
Un primer eje que debe ser encarado se refiere al sujeto que rememora y
olvida. ¿Quién es? ¿Es siempre un individuo o es posible hablar de memorias
colectivas? Pregunta a la que las ciencias sociales han dedicado muchas páginas, y
que manifiesta, una vez más y en un tema o campo específico, la eterna tensión y el
eterno dilema de la relación entre individuo y sociedad.
♦
En: Elizabeth Jelin, Los trabajos de la memoria, Siglo Veintiuno editores, España 2001. Cap.
2
1
Agradezco especialmente a Ludmila Catela por su comentario y reflexión sobre el «es».
2
2
Por ejemplo, las investigaciones experimentales en el campo de la psicología cognitiva indican
que la memoria autobiográfica tiene mayor durabilidad que otras, y que es más densa cuanto más
dramática es la experiencia vivida o cuando es reinterpretada por el sujeto en términos emocionales.
[Mencionado por Winter y Sivan (1999:12), como parte de su resumen de las líneas principales de
interpretación de este vasto campo de investigación.]
3
3
Mientras trabajo sobre este capítulo y vuelvo a leer a Halbwachs, tomo conciencia de que en
sus reflexiones, prácticamente no habla de la relación entre memoria y sufrimiento o trauma. La memoria
social es, para él, reforzada por la pertenencia social, por el grupo. Lo individual se desdibuja en lo
colectivo. De manera simultánea, empiezo también a leer el libro de Semprún, La escritura o la vida. Y
muy pronto me encuentro con Halbwachs, el individuo. Semprún relata que, cuando estaba en el campo
de Buchenwald, logró quebrar la disciplina y la masificación de lo «invisible» de la experiencia
concentracionaria buscando vínculos personalizados. Y encuentra en Halbwachs, su profesor de la
Sorbonne que está agonizando en el campo, a alguien en quien depositar los «restos» de su condición
humana, visitándolo, hablándole, acompañando su agonía. Cincuenta años después, Semprún lo
incorpora a su «memoria». Se juntan aquí las dos puntas, lo individual y lo colectivo, lo personalizado y
la destitución de la condición humana en el campo. Y reflexiona: «Era ésta [la muerte] la sustancia de
nuestra fraternidad, la clave de nuestro destino, el signo de pertenencia a la comunidad de los vivos.
Vivíamos juntos esta experiencia de la muerte, esta compasión. Nuestro ser estaba definido por eso: estar
junto al otro en la muerte que avanzaba [...] Todos nosotros, que íbamos a morir, habíamos escogido la
5
[...] la memoria colectiva sólo consiste en el conjunto de huellas dejadas por los
acontecimientos que han afectado al curso de la historia de los grupos implicados que
tienen la capacidad de poner en escena esos recuerdos comunes con motivo de las
fiestas, los ritos y las celebraciones públicas (Ricoeur, 1999: 19).
Esta perspectiva permite tomar las memorias colectivas no sólo como datos
«dados», sino también centrar la atención sobre los procesos de su construcción. Esto
implica dar lugar a distintos actores sociales (inclusive a los marginados y excluidos) y
a las disputas y negociaciones de sentidos del pasado en escenarios diversos (Pollak,
1989). También permite dejar abierta a la investigación empírica la existencia o no de
memorias dominantes, hegemónicas, únicas u «oficiales».
Hay otra distinción importante para hacer en los procesos de memoria: lo activo
y lo pasivo. Pueden existir restos y rastros almacenados, saberes reconocibles,
guardados pasivamente, información archivada en la mente de las personas, en
registros, en archivos públicos y privados, en formatos electrónicos y en bibliotecas.
Son huellas de un pasado que han llevado a algunos analistas (Nora especialmente) a
hablar de una «sobreabundancia de memoria». Pero éstos son reservorios pasivos,
que deben distinguirse del uso, del trabajo, de la actividad humana en relación con
ellos. En el plano individual, los psicólogos cognitivistas hacen la distinción entre el
reconocimiento (una asociación, la identificación de un ítem referido al pasado) y la
evocación (recall, que implica la evaluación de lo reconocido y en consecuencia
requiere de un esfuerzo más activo por parte del sujeto), y señalan que las huellas
mnémicas del primer tipo tienen mayor perdurabilidad que las del segundo. Llevado al
plano social, la existencia de archivos y centros de documentación, y aun el
conocimiento y la información sobre el pasado, sus huellas en distintos tipos de
soportes reconocidos, no garantizan su evocación. En la medida en que son activadas
por el sujeto, en que son motorizadas en acciones orientadas a dar sentido al pasado,
interpretándolo y trayéndolo al escenario del drama presente, esas evocaciones
cobran centralidad en el proceso de interacción social.
fraternidad de esta muerte por amor a la libertad. Eso es lo que me enseñaba la mirada de Maurice
Halbwachs, agonizando» (Semprún, 1997: 37).
6
Memoria e identidad
Hay un plano en que la relación entre memoria e identidad es casi banal, y sin
embargo importante como punto de partida para la reflexión: el núcleo de cualquier
identidad individual o grupal está ligado a un sentido de permanencia (de ser uno
mismo, de mismidad) a lo largo del tiempo y del espacio. Poder recordar y rememorar
algo del propio pasado es lo que sostiene la identidad (Gillis, 1994). La relación es de
mutua constitución en la subjetividad, ya que ni las memorias ni la identidad son
«cosas» u objetos materiales que se encuentran o pierden. «Las identidades y las
memorias no son cosas sobre las que pensamos, sino cosas con las que pensamos.
Como tales, no tienen existencia fuera de nuestra política, nuestras relaciones sociales
y nuestras historias» (Gillis, 1994: 5).
4
En su análisis del sentido de la muerte del capitán Cook en Hawai, Sahlins muestra cómo
«Cook era una tradición para los hawaianos antes de ser un hecho» (Sahlins, 1988: 139). Algo análogo ha
sido planteado en relación a la llegada de los españoles a México (Todorov, 1995).
5
«La memoria es un elemento constitutivo del sentimiento de identidad, tanto individual como
colectivo, en la medida en que es un factor extremadamente importante del sentimiento de continuidad y
de coherencia de una persona o de un grupo en su reconstrucción de sí mismo» (Pollak, 1992: 204).
8
a la búsqueda de sentido. Como señala Bal (1999: viii) es este compromiso afectivo lo
que transforma esos momentos y los hace «memorables». La memoria es otra, se
transforma. El acontecimiento o el momento cobra entonces una vigencia asociada a
emociones y afectos, que impulsan una búsqueda de sentido. El acontecimiento
rememorado o «memorable» será expresado en una forma narrativa, convirtiéndose
en la manera en que el sujeto construye un sentido del pasado, una memoria que se
expresa en un relato comunicable, con un mínimo de coherencia.
Esta construcción tiene dos notas centrales. Primero, el pasado cobra sentido
en su enlace con el presente en el acto de rememorar/olvidar. Segundo, esta
interrogación sobre el pasado es un proceso subjetivo; es siempre activo y construido
socialmente, en diálogo e interacción. El acto de rememorar presupone tener una
experiencia pasada que se activa en el presente, por un deseo o un sufrimiento,
unidos a veces a la intención de comunicarla. No se trata necesariamente de
acontecimientos importantes en sí mismos, sino que cobran una carga afectiva y un
sentido especial en el proceso de recordar o rememorar.
6
' «La rememoración es el resultado de un proceso psíquico operante que consiste en trabajar los
restos de un recuerdo pantalla, de un fantasma o de un sueño, de manera de construir un compromiso
nuevo entre lo que representan el pasado acontecial, libidinal, identificatorio, del sujeto, y su
problemática actual respecto de ese pasado, lo que él tolera ignorar y conocer de éste» (Enriquez, 1990:
121).
10
En todo esto, el olvido y el silencio ocupan un lugar central. Toda narrativa del
pasado implica una selección. La memoria es selectiva; la memoria total es imposible.
Esto implica un primer tipo de olvido «necesario» para la sobrevivencia y el
funcionamiento del sujeto individual y de los grupos y comunidades. Pero no hay un
único tipo de olvido, sino una multiplicidad de situaciones en las cuales se manifiestan
olvidos y silencios, con diversos «usos» y sentidos.
7
La escena inicial de El libro de la risa y el olvido: «En febrero de 1948, el líder comunista
Klement Gottwald salió al balcón de un palacio barroco de Praga para dirigirse a los cientos de miles de
personas que llenaban la Plaza de la Ciudad Vieja [...] Gottwald estaba rodeado por sus camaradas y justo
a su lado estaba Clementis. La nieve revoloteaba, hacía frío y Gottwald tenía la cabeza descubierta.
Clementis, siempre tan atento, se quitó su gorro de pieles y se lo colocó en la cabeza a Gottwald. El
departamento de propaganda difundió en cientos de miles de ejemplares la fotografía del balcón desde el
que Gottwald, con el gorro en la cabeza y los camaradas a su lado, habla a la nación [...] Cuatro años más
tarde a Clementis lo acusaron de traición y lo colgaron. El departamento de propaganda lo borró
inmediatamente de la historia y, por supuesto, de todas las fotografías. Desde entonces Gottwald está solo
en el balcón. En el sitio en el que estaba Clementis aparece sólo la pared vacía del palacio. Lo único que
quedó de Clementis fue el gorro en la cabeza de Gottwald» (Kundera, 1984: 9). Hay muchos otros casos
de silencios y vacíos políticos, como la famosa foto en la que Trotsky acompañaba a Lenin.
8
El tema del olvido se desarrolla en profundidad en Ricoeur, 2000. La caracterización que sigue
la tomamos de Ricoeur, 1999 (pp. 103 y ss.), donde hace un planteo resumido de lo desarrollado en el
libro posterior.
11
Lo que el pasado deja son huellas, en las ruinas y marcas materiales, en las
huellas «mnésicas» del sistema neurológico humano, en la dinámica psíquica de las
personas, en el mundo simbólico. Pero esas huellas, en sí mismas, no constituyen
«memoria» a menos que sean evocadas y ubicadas en un marco que les dé sentido.
Se plantea aquí una segunda cuestión ligada al olvido: cómo superar las dificultades y
acceder a esas huellas. La tarea es entonces la de revelar, sacar a la luz lo
encubierto, «atravesar el muro que nos separa de esas huellas» (Ricoeur, 1999: 105).
La dificultad no radica en que hayan quedado pocas huellas, o que el pasado haya
sufrido su destrucción, sino en los impedimentos para acceder a sus huellas,
ocasionados por los mecanismos de la represión, en los distintos sentidos de la
palabra _«expulsar de la conciencia ideas o deseos rechazables», «detener, impedir,
paralizar, sujetar, cohibir»- y del desplazamiento (que provoca distorsiones y
transformaciones en distintas direcciones y de diverso tipo). Tareas en las que se ha
especializado el psicoanálisis para la recuperación de memorias individuales, y
también algunas nuevas corrientes de la historiografía para procesos sociales y
colectivos.
9
' En el año 2000 se desarrolló en el Reino Unido un juicio relacionado con la interpretación de
la Shoah en un libro, en el cual una de las partes argumentaba su defensa sobre la base de la inexistencia
de una orden escrita y firmada por Huler sobre la «solución final». Es conocida la cuidadosa borradura de
pruebas y de huellas de la represión -incluyendo especialmente la destrucción de documentación y la
supresión de los cuerpos de los detenidos -desaparecidos- en las dictaduras del Cono Sur. En Argentina
aparecen de vez en cuando testimonios de vecinos (y aun de los propios represores) que denuncian la
existencia de campos de detención clandestinos que no habían sido denunciados antes, por haber sido
campos de aniquilamiento total, lo que implica la inexistencia de sobrevivientes. Estas denuncias
muestran -como es bien conocido por la literatura policial- que no es fácil lograr el «crimen perfecto».
Como muestra Dostoievsky, hasta el crimen perfecto deja huellas en el asesino.
12
Está también el olvido que Ricoeur denomina «evasivo», que refleja un intento
de no recordar lo que puede herir. Se da especialmente en períodos históricos
posteriores a grandes catástrofes sociales, masacres y genocidios, que generan entre
quienes han sufrido la voluntad de no querer saber, de evadirse de los recuerdos para
poder seguir viviendo (Semprún, 1997).
Finalmente, está el olvido liberador, que libera de la carga del pasado para así
poder mirar hacia el futuro. Es el olvido «necesario» en la vida individual. Para las
10
«1945 organiza el olvido de la deportación. Los deportados retornan cuando las ideologías ya
están establecidas, cuando la batalla por la memoria ya comenzó, cuando la escena política ya está
armada: están de más» (Namer 1983 citado en Pollak, 1989: 6).
13
Sirvió para inventar tradiciones nacionales en Europa, para legitimar los Estados-
nación imperiales y para brindar cohesión cultural a las sociedades en pleno conflicto
tras la Revolución Industrial y la expansión colonial (Huyssen, 2000: 26).
El olvido, e incluso diría que el error histórico son un factor esencial en la creación de
una nación, y de aquí que el progreso de los estudios históricos sea frecuentemente un
peligro para la nacionalidad (Renan, 2000: 56).
Discurso y experiencia
evento o experiencia, haberlo vivido puede ser un hito central de su vida y su memoria.
Si se trató de un acontecimiento traumático, más que recuerdos lo que se puede vivir
es un hueco, un vacío, un silencio o las huellas de ese trauma manifiestas en
conductas o aun patologías actuales (y, las menos de las veces, un simple «olvido»).
11
" «[...] una memoria de otra memoria, una memoria que es posible porque evoca otra memoria.
Sólo podemos recordar gracias al hecho de que alguien recordó antes que nosotros, que en el pasado otra
15
Los sujetos son constituidos discursivamente, pero hay conflictos entre sistemas
discursivos, contradicciones dentro de cada uno, múltiples significados de los
conceptos. Y los sujetos tienen agencia. No son individuos autónomos, unificados, que
ejercen la voluntad libre, sino sujetos cuya agencia se crea a través de situaciones y
status que se les confieren (Scott, 1999: 77).
gente fue capaz de desafiar la muerte y el terror sobre la base de sus memorias. Recordar debe ser
concebida como una relación fuertemente inter-subjetiva! (Passerini, 1992: 2).
16
Partiendo del lenguaje, entonces, encontramos una situación de luchas por las
representaciones del pasado, centradas en la lucha por el poder, por la legitimidad y el
reconocimiento. Estas luchas implican, por parte de los diversos actores, estrategias
para «oficializar» o «institucionalizar» una (su) narrativa del pasado. Lograr posiciones
de autoridad, o lograr que quienes las ocupan acepten y hagan propia la narrativa que
se intenta difundir, es parte de estas luchas. También implica una estrategia para
«ganar adeptos», ampliar el círculo que acepta y legitima una narrativa, que la
incorpora como propia, identificándose con ella, tema al cual volveremos al encarar las
cuestiones institucionales en las memorias.