La Primera Coalición
La Primera Coalición
La Primera Coalición
Piamonte (Italia) contra Francia fue el primer intento para acabar con el republicanismo. La
coalición fue derrotada por los franceses debido a una movilización general, levas en masa,
reformas en el ejército y una guerra absoluta. En 1795, Francia se anexionó los Países Bajos
austriacos (actual Bélgica) y la Renania. Sigue la conquista de las Provincias Unidas de los Países
Bajos (a las que había declarado la guerra en 1793) y su transformación en la República Bátava
(Tratado de La Haya, 19 de enero de 1795). Prusia firmó la Paz de Basilea y dejó la coalición.
España, tras unas victorias iniciales en la invasión del Rosellón en 1793 (guerra del Rosellón), vio
como las tropas francesas invadían Cataluña, País Vasco y Navarra. Ante esta amenaza, también
firmó separadamente en 1795 la Paz de Basilea. Las campañas italianas de Napoleón en 1796 y
1797, también hicieron abandonar al Piamonte la Coalición. Piamonte fue uno de los miembros
originales de la Coalición y había significado un peligro persistente para Francia en el frente
italiano durante cuatro años en la época en la que Napoleón asumió el mando del ejército francés
en Italia. A Bonaparte le llevó un mes vencer a Piamonte y hacer retroceder a sus aliados
austriacos. Las fuerzas de los Estados Papales se rindieron a los franceses en Fuerte Urbano,
forzando al papa Pío VI a firmar un tratado de paz provisional, Tratado de Tolentino (1797) y las
sucesivas contraofensivas austriacas en Italia fueron infructuosas, y condujeron a la entrada de
Bonaparte en el Friul. La guerra terminó al forzar Bonaparte a los austriacos a aceptar sus propias
condiciones en el Tratado de Campo Formio. El Reino Unido quedó entonces como la única
potencia aún en guerra con Francia.
La Segunda Coalición (1798-1801) de Imperio ruso, Reino Unido, Imperio austríaco, el Imperio
otomano, Reino de Portugal, Reino de Nápoles y los Estados Papales contra Francia fue el principio
más efectiva que la primera. El gobierno corrupto y dividido del Imperio de Francia, bajo el
Directorio, se encontraba en plena agitación, y la República estaba en bancarrota (ciertamente,
cuando en 1799 Napoleón tomó el poder, encontró solo 60 000 francos en el Tesoro Nacional). La
participación rusa supuso un cambio decisivo sobre la guerra de la Primera Coalición. Las fuerzas
rusas en Italia estaban mandadas por el notoriamente despiadado y nunca derrotado Aleksandr
Suvórov. La República Francesa no disponía de líderes como Lazare Carnot, el ministro de guerra
que había llevado a Francia a las sucesivas victorias que siguieron a las masivas reformas de la
primera guerra. Además, Napoleón Bonaparte estaba ocupado en una campaña en Egipto, con el
objetivo de amenazar a la India británica. Sin dos de sus más importantes generales del conflicto
anterior, la República sufrió sucesivas derrotas contra unos enemigos revitalizados, financiados
por la corona británica.
El general Kléber
El mayor problema pendiente de Napoleón era ahora el Reino Unido, que permanecía como una
influencia desestabilizadora en las potencias continentales. El Reino Unido había propiciado la
Segunda Coalición a través de su financiación. Napoleón estaba convencido de que, sin una
derrota británica o un tratado con el Reino Unido, no podría conseguir una verdadera paz. El
ejército británico era una amenaza relativamente pequeña para Francia, pero la Armada Real
británica era una continua amenaza para la flota francesa y para las colonias en el Caribe. Además,
los fondos económicos del Reino Unido eran suficientes para unir a las grandes potencias del
continente contra Francia y, a pesar de las numerosas derrotas, el ejército austríaco todavía era un
peligro potencial para la Francia napoleónica. En cualquier caso, Napoleón no fue capaz de invadir
Gran Bretaña de una forma directa. En las famosas palabras del almirante John Jervis, primer
Conde de San Vicente (en honor a la histórica victoria naval de la batalla del Cabo de San Vicente
contra la escuadra franco-española): «Yo no digo, señores, que los franceses no vayan a venir; solo
digo que no vendrán por mar» (palabras evidentemente irónicas tratándose Gran Bretaña de una
isla), se expresaba la situación tras las derrotas de la flota francesa en la batalla del Nilo (Aboukir, 1
de agosto de 1798) y la posterior derrota de la flota combinada franco-española en la batalla de
Trafalgar (21 de octubre de 1805), ambas con el almirante Horatio Nelson al mando de la flota
británica. Por último, fue fácilmente contenida una expedición francesa a Irlanda.
La Paz de Amiens
El Tratado de Amiens (1802) dio como resultado la paz entre el Reino Unido y Francia, y significó el
colapso final de la Segunda Coalición. Sin embargo, nunca se consideró un tratado duradero:
ninguna de las partes estaba satisfecha y ambas incumplieron partes del mismo. Las hostilidades
recomenzaron el 18 de mayo de 1803. El objeto del conflicto cambió desde el deseo de restaurar
la monarquía francesa a la lucha para acabar con Napoleón Bonaparte.
La Tercera Coalición
Napoleón planeó la invasión de las islas británicas, y reunió 180 000 soldados en Boulogne. Sin
embargo, necesitaba conseguir antes la superioridad naval para llevarla a cabo, o al menos, alejar
a la flota británica del canal de la Mancha. Se elaboró un complejo plan para distraer a los
británicos, amenazando sus posesiones en las Indias Occidentales, pero este plan falló cuando la
flota franco-española al mando del almirante Villeneuve se retiró tras una acción poco decidida de
este en la batalla del Cabo Finisterre (1805). Villeneuve se vio bloqueado en Cádiz hasta que la
flota combinada salió de nuevo el 19 de octubre con destino a Nápoles. Esta flota fue vencida en la
batalla de Trafalgar el 21 de octubre por la armada británica al mando de Horatio Nelson.
Napoleón había enviado nueve planes diferentes a Villeneuve, pero este vaciló constantemente,
provocando este desastroso resultado.
Tras este contratiempo, Napoleón abandonó (aunque no olvidó) sus planes para invadir las islas
británicas, y volvió su atención a sus enemigos en el continente. El Ejército francés dejó Boulogne y
se trasladó a Austria.
La serie de conflictos navales y coloniales, incluyendo la llamada Acción de 1805, donde tres
barcos franceses atacaron a un navío de línea y un carguero británico, fueron la tónica de esos
meses, y llevaron a Napoleón a su decisión de abortar sus planes de invadir el Reino Unido. Esto
era también una clara señal de la nueva naturaleza de la guerra. Los conflictos en el Caribe podían
tener un efecto inmediato y directo sobre el conflicto europeo, y batallas dadas a miles de
kilómetros influían el resultado de las otras. Esto era tal vez un signo de que las guerras
napoleónicas habían llegado a un punto en el que se habían convertido en una guerra mundial. El
único precedente de un conflicto tan amplio y a tal escala fue la guerra de los Siete Años.
Napoleón acepta la rendición del general Mack y del ejército austríaco en Ulm. Pintura de Charles
Thévenin.
En abril de 1805, el Reino Unido y Rusia firmaron un tratado para expulsar a los franceses de los
Países Bajos y Suiza. Austria se unió a la alianza tras la anexión de Génova y la proclamación de
Napoleón como Rey de Italia. Los austriacos comenzaron la guerra invadiendo Baviera con un
ejército de unos 70 000 hombres bajo el mando de Karl Mack Von Leiberich, y el ejército francés
salió de Boulogne a fines de julio de 1805 para enfrentarse a ellos. En la batalla de Ulm (25 de
septiembre al 20 de octubre), Napoleón trató de vencer al ejército de Mack con una brillante
maniobra envolvente, forzando su rendición sin sustanciales pérdidas. Con el ejército principal de
Austria al norte de los Alpes vencido (otro ejército bajo el mando del archiduque Carlos de Austria
había acosado el ejército de André Masséna en Italia con resultados poco concluyentes), Napoleón
ocupó Viena. Lejos de sus líneas de suministro, se enfrentó con un ejército austro-ruso superior al
suyo y bajo el mando de Mijaíl Kutúzov, con los emperadores Francisco II, Sacro Emperador
Romano y Alejandro I de Rusia presentes. En lo que es usualmente considerado su mayor victoria,
el 2 de diciembre Napoleón destrozó al ejército combinado austro-ruso en la batalla de Austerlitz,
en Moravia. Infligió un total de 25 000 bajas a un ejército numéricamente superior mientras tuvo
menos de 7000 en sus propias filas. Tras Austerlitz, Austria firmó el Tratado de Pressburg, dejando
la coalición. Esto le costó a Austria ceder Venecia al Reino de Italia (Napoleónico) y el Tirol a
Baviera.
La Cuarta Coalición
La Cuarta Coalición (1806-1807) de Prusia, Sajonia y Rusia contra Francia se formó solo unos
meses después del colapso de la coalición precedente. En julio de 1806, el Emperador de Francia
había creado la Confederación del Rin, ignorando a los minúsculos estados alemanes del valle del
Rin y del interior de Alemania. Muchos de los estados más pequeños se anexionaron a
electorados, ducados y reinos más grandes para hacer del gobierno de la Alemania no prusiana
una labor más sencilla. Los mayores estados fueron Sajonia y Baviera, cuyos gobernantes fueron
elevados al rango de reyes por Napoleón.
Napoleón entró en Berlín el día 27, y visitó la tumba de Federico II el Grande, ordenando a sus
mariscales quitarse el sombrero y diciendo: «Si él estuviera vivo, nosotros no estaríamos aquí
hoy». En total, a Napoleón había tardado solamente 19 días desde el comienzo de su ataque sobre
Prusia hasta el final de la guerra con la caída de Berlín y la destrucción de sus principales ejércitos
en Jena y Auerstädt. Como contraste, Prusia había luchado durante tres años en la guerra de la
Primera Coalición.
En Berlín, Napoleón promulgó una serie de decretos, que entraron en vigor el 21 de noviembre de
1806, llevando a efecto el Bloqueo Continental, que pretendía eliminar la amenaza británica a
través de medidas económicas. Como se explicó al principio de este artículo, el ejército británico
era una pequeña amenaza para Francia. El Reino Unido mantenía un ejército regular de solo 220
000 hombres en el momento álgido de las guerras napoleónicas, cuando las fuerzas francesas
superaban la cifra de un millón y medio, además de los ejércitos de numerosos aliados y muchos
cientos de miles de guardias que podían ser agregados al ejército en caso necesario. La Armada
Real británica era problemática en lo concerniente al comercio extra-continental de Francia, pero
no podía hacer nada contra el comercio francés continental, y no suponía una amenaza para el
territorio de Francia. Por otro lado, la población y la capacidad de producción francesa eran
abrumadoramente superiores a la británica; sin embargo, el dominio de los mares del Reino Unido
le permitió consolidar una considerable fuerza económica, que era suficiente para asegurar que
Francia nunca podría consolidar la paz por las coaliciones que el Reino Unido levantaba contra ella.
Los gobernantes franceses, en cambio, creían que aislar al Reino Unido del continente acabaría
con su influencia económica sobre Europa. Esta era la base del llamado Bloqueo Continental, que
fue el que se impuso.
La siguiente etapa de la guerra llevó a la expulsión de tropas rusas de Polonia y la creación del
nuevo Gran Ducado de Varsovia. Napoleón entonces tomó rumbo norte para enfrentarse a los
restos del ejército ruso e intentar capturar la nueva capital prusiana de Königsberg. Tras varios
encuentros poco concluyentes durante el invierno de 1806-1807, la sangrienta batalla de Eylau,
entre el 7 y el 8 de febrero, en la que Napoleón por momentos estuvo cerca de una derrota, solo
significó un punto muerto. Napoleón se volvió a medir con el ejército ruso en la batalla de
Friedland, el 14 de junio logrando la victoria está vez. Tras esta derrota, Alejandro se vio forzado a
firmar la paz con Napoleón en Tilsit, el 7 de julio de 1807.
En el Congreso de Erfurt (1808), Napoleón y el zar Alejandro I acordaron que Rusia debía forzar a
Suecia a unirse al Bloqueo Continental, lo cual condujo a la guerra finlandesa y a la división de
Suecia por el golfo de Botnia. La parte oriental fue anexionada por Rusia en el Gran Ducado de
Finlandia.
La Quinta Coalición
La Quinta Coalición (1809) del Reino Unido y Austria contra Francia se formó mientras España se
enfrentaba con Francia en la guerra de la Independencia española.
El alzamiento popular contra la invasión francesa el 2 de mayo de 1808 dio lugar a la guerra de la
Independencia española, que finalizó en 1814 con la expulsión del trono de José Bonaparte y la
restauración de la monarquía borbónica en la figura de Fernando VII.
De nuevo, el Reino Unido se había quedado solo, lo que se debía en gran parte al hecho de que
Gran Bretaña nunca había entrado en un conflicto a gran escala con Francia, al contrario que sus
aliados continentales. La actividad militar británica se había reducido a una sucesión de pequeñas
victorias en las colonias francesas y otras victorias navales en Copenhague (2 de septiembre de
1807). En tierra, solo se intentó la desastrosa Expedición Walcheren (1809). La lucha se centró
entonces en la guerra económica —Bloqueo Continental— contra el bloqueo naval. Ambos lados
entraron en combate tratando de reforzar sus bloqueos; los británicos combatieron a los Estados
Unidos en la guerra de 1812, y los franceses se enfrentaron en la guerra de Independencia en
España (1808-1814). El conflicto en la península ibérica comenzó cuando Portugal continuó
comerciando con el Reino Unido a pesar de las restricciones francesas. Cuando tropas españolas
vencieron a los franceses en la batalla de Bailén, demostrando que una parte importante del
pueblo español no quería mantener su alianza con Francia, las tropas francesas ocuparon
gradualmente su territorio hasta entrar en Madrid, lo que propició la intervención británica.
El 3 de mayo en Madrid, óleo de Francisco de Goya, de 1814, que simboliza a los fusilamientos del
3 de mayo de 1808.
Los austriacos se introdujeron en el Gran Ducado de Varsovia, pero fueron vencidos en la batalla
de Radzyn, el 19 de abril de 1809. El ejército polaco recuperó el territorio conocido como Galicia
Occidental tras sus primeros éxitos.
Napoleón asumió el mando en el este y alentó al ejército para contraatacar en Austria. Una serie
de batallas relativamente menores aseguraron la masiva batalla de Aspern-Essling, la primera
derrota táctica de Napoleón. El error del comandante austriaco, el Archiduque Carlos, al querer
proseguir tras su pequeña victoria, permitió a Napoleón preparar un intento de sitiar Viena, cosa
que hizo a primeros de julio. Venció a los austriacos en la batalla de Wagram, entre el 5 de julio y
el 6 de julio. Durante esta batalla el mariscal Bernadotte fue desposeído de su título y ridiculizado
por Napoleón frente a otros oficiales del Estado Mayor. A Bernadotte le ofrecieron entonces la
corona de Príncipe de Suecia, que aceptó traicionando así a Napoleón. Posteriormente,
Bernadotte participaría activamente en las guerras contra su antiguo emperador.
La Sexta Coalición
La Sexta Coalición (1812-1814) consistió en la alianza del Reino Unido, Rusia, España, Prusia,
Suecia, Austria y cierto número de estados alemanes contra Francia.
En 1812, Napoleón invadió Rusia para obligar al Emperador Alejandro I de Rusia a permanecer en
el Bloqueo Continental y eliminar el peligro inminente de una invasión rusa de Polonia. La Grande
Armée, 650 000 hombres (270 000 franceses y muchos soldados de países aliados o súbditos),
cruzaron el río Niemen el 23 de junio de 1812. Rusia proclamó la guerra patriótica, mientras
Napoleón proclamaba una Segunda Guerra Polaca, pero en contra de las expectativas de los
polacos, que suministraron casi 100 000 soldados para la fuerza invasora, Napoleón evitó dar
concesión alguna a Polonia, teniendo en mente las posteriores negociaciones con Rusia. El ejército
ruso contaba en su frontera occidental con solo un ejército de 250 000 hombres. Por esta razón
Rusia mantuvo la táctica de atacar y luego retirarse, para que el ejército francés se internara cada
vez más al territorio ruso, y este tuviese el tiempo necesario de engrosar las filas de su ejército que
era sustancialmente menor que el ejército francés. Basado en su superioridad numérica, Napoleón
esperaba destruir de una sola vez al ejército ruso en la batalla de Borodinó, pero los rusos evitaron
el enfrentamiento en grande, de esta manera atacaban y retrocedían, pues el propósito final era
que se unieran las tropas de Barclay de Tolly, que peleaban en ese momento contra Napoleón y las
tropas de Bagratión, que al comienzo de la invasión napoleónica se encontraban en territorio de
Bielorrusia. Si bien el ejército ruso retrocedía cediendo territorio a Napoleón, el ejército francés no
encontraba alimentos ni agua para su ejército, esta estrategia rusa desmoralizaba a Napoleón y a
los soldados del Gran Ejército.
Otra de las características de la defensa del pueblo ruso, fue que los nobles y los comerciantes,
organizaron con dinero propio un ejército de milicianos, integrados por hombres y mujeres
campesinas, que en su totalidad llegaron a ser cerca de 300 000 y que contrapesaron la inicial
superioridad francesa y que jugaron un papel decisivo en la victoria rusa sobre Napoleón. El 1 de
septiembre de 1812 Kutuzov da la orden de abandonar Moscú y no dar batalla a Napoleón, de esta
manera el 2 de septiembre el ejército ruso abandona Moscú seguido de todos los habitantes
moscovitas. El ejército de Napoleón ingresa ese mismo día a Moscú y solo encuentra una ciudad
totalmente abandonada y vacía. Napoleón esperó durante horas la rendición que nunca llegó, y en
su lugar comenzó un atroz incendió que duró varios días y destruyó casi toda la ciudad. Napoleón
envió a un emisario a Kutuzov para pedir la firma de un tratado de paz con Alejandro I, Kutuzov se
negó a hablar del tema y envió de vuelta al emisario.
El 7 de septiembre agobiado por los sucesos, Napoleón ordena abandonar la destruida ciudad de
Moscú. Así comenzaba la desastrosa derrota del Gran Ejército. En la batalla de Maloyaroslávets
(24 de octubre de 1812), los Cosacos por poco apresaron a Napoleón; después de ese hecho,
Napoleón cargó en su cuello un saquito con veneno. El 4 de noviembre de 1812, la retirada se
convirtió en huida del ejército de Napoleón. Por su parte Napoleón abandona a su ejército y huye
en un trineo a París. Del temible ejército de 650 000 soldados armados hasta los dientes que
ingresaron en junio a territorio ruso, ya en noviembre apenas llegaba a la triste cifra de 27 000
hombres. La victoria total, en esta ocasión, fue de los rusos.
Viendo una oportunidad en esta histórica derrota de Napoleón, Prusia volvió a la guerra, Napoleón
creyó que podría crear un nuevo ejército tan grande como el que había enviado a Rusia, y reforzó
rápidamente sus fuerzas en el este de 30 000 a 130 000 hombres, que posteriormente llegaron a
los 400 000. Napoleón infligió 40 000 bajas en las fuerzas aliadas en la batalla de Lützen (2 de
mayo de 1813), y en la batalla de Bautzen (20 de mayo al 21 de mayo).
Napoleón pudo llevar el grueso de las fuerzas imperiales en la región hasta alrededor de 650 000
hombres, aunque solo 250 000 estaban bajo su mando directo, con otros 120 000 bajo el mando
de Nicolas Charles Oudinot y 30 000 bajo el mando de Davout. La Confederación del Rin equipó a
Napoleón con el grueso de las fuerzas restantes, siendo Sajonia y Baviera los principales
cooperantes. Además, el Reino de Nápoles de Murat en el sur y el Reino de Italia de Eugène de
Beauharnais tenían una fuerza combinada total de 100 000 hombres, y entre 150 000 y 200 000
tropas procedentes de España habían sido forzadas a retirarse por las fuerzas españolas y
británicas que alcanzaban un número de alrededor de 150 000. Por lo tanto, 900 000 soldados
franceses en total se opusieron en todos los frentes de batalla a alrededor de un millón de
efectivos aliados (sin incluir las reservas estratégicas que se estaban formando en Alemania). Las
apariencias, sin embargo, engañaban un poco ya que muchos de los soldados alemanes que
luchaban en el bando francés no eran nada fiables, y siempre estaban dispuestos a desertar al
bando aliado. Es razonable entonces decir que Napoleón no podía contar con más de 450 000
hombres en Alemania, lo cual significaba que a pesar de todos sus intentos y propósitos, era
superado en una relación de dos sobre uno.
Tras el fin del armisticio, Napoleón parecía haber recuperado finalmente la iniciativa en Dresde,
donde venció a un ejército aliado numéricamente superior, y le infligió enormes pérdidas,
mientras los franceses habían sufrido relativamente pocas. Sin embargo, los fallos de sus
mariscales y una falta de seguridad en el resto de la ofensiva por su parte les costó la ventaja
parcial que esta significativa victoria les pudo haber asegurado.
Durante estos días tuvo lugar la Campaña de los Seis Días, en la cual ganó múltiples batallas contra
las tropas enemigas que avanzaban hacia París, pero nunca consiguió conducir al campo de batalla
a más de 70 000 hombres durante toda la campaña, frente a más de medio millón de tropas
aliadas. En el Tratado de Chaumont, de 9 de marzo, los aliados acordaron mantener la Coalición
hasta la derrota definitiva de Napoleón.
Los aliados entraron en París el 30 de marzo de 1814. Napoleón estaba decidido a luchar, incapaz
de afrontar su caída del poder. Durante la campaña había calculado unos refuerzos de 900 000
reclutas frescos, pero solo pudo movilizar una fracción de esa cifra, y los esquemas
progresivamente más irreales de Napoleón para la victoria dejaron paso a una realidad sin
esperanzas. Napoleón abdicó el 13 de abril merced al tratado de Fontainebleau de 1814 y se inicia
el 1 de octubre el Congreso de Viena.
Napoleón fue exiliado a la isla de Elba, y se restauró la dinastía borbónica en Francia bajo Luis
XVIII.
La Séptima Coalición
La Séptima Coalición (1815) unió a Reino Unido, Rusia, Prusia, Suecia, Austria, los Países Bajos y
cierto número de estados alemanes contra Francia.
El periodo conocido como los Cien Días comenzó cuando Napoleón abandonó Elba y desembarcó
en Cannes, el 1 de marzo de 1815. A medida que se trasladaba hacia París, fue recabando apoyos
por donde pasaba, y finalmente derrocó al recién restaurado Luis XVIII sin haber disparado un solo
tiro, siendo llevado en hombros hasta el palacio de las Tullerías por la multitud enardecida. Los
aliados prepararon de inmediato sus ejércitos para enfrentarse a él de nuevo. Napoleón alistó a
280 000 hombres, divididos en muchos ejércitos. Antes de su llegada había un ejército de 90 000
hombres, y consiguió reunir a más de un cuarto de millón, veteranos de pasadas campañas, y
promulgó un decreto para movilizar alrededor de 2,5 millones de hombres en el ejército francés.
Esto fue lo que dispuso frente a un ejército aliado inicial de alrededor de 700 000 soldados,
aunque los planes de campaña aliados tenían previsto el refuerzo de un millón de efectivos en las
tropas fronterizas, apoyadas por unos 200 000 soldados de guarnición, logística y personal auxiliar.
Se pretendía que esta fuerza sobrepasara abrumadoramente al numéricamente inferior ejército
imperial francés, el cual nunca llegó a aproximarse ni de lejos al número de efectivos de 2,5
millones pretendido por Napoleón.
Napoleón condujo a unos 124 000 hombres del ejército al norte en una maniobra preventiva para
atacar a los aliados en Bélgica. Su intención era atacar a los ejércitos aliados antes de que llegaran
a unirse, con la esperanza de echar a los británicos al mar y echar a los prusianos de la guerra. Su
marcha a la frontera tuvo el efecto sorpresa que había esperado. Forzó a los prusianos a luchar en
la batalla de Ligny el 16 de junio, derrotándolos y haciéndoles retroceder en una desordenada
desbandada. Ese mismo día, el ala izquierda del ejército, bajo el mando del mariscal Michel Ney,
detuvo con éxito a todas las fuerzas que Wellington enviaba en ayuda del comandante prusiano
Blücher, con una acción de bloqueo en la batalla de Quatre Bras. Sin embargo, Ney no pudo
despejar los cruces, y Wellington reforzó su posición. Con los prusianos en retirada, Wellington se
vio forzado a retirarse también. Se reagrupó en una posición que había reconocido previamente
en una ladera del monte Saint Jean, a pocas millas al sur de la villa de Waterloo, en Bélgica.
Napoleón llevó sus reservas al norte, y reunió a sus fuerzas con las de Ney para perseguir al
ejército de Wellington, pero no sin antes ordenar al mariscal Grouchy que se desviara al ala
derecha y detuviera la reorganización del ejército prusiano. Grouchy falló en este empeño, porque
aunque venció a la retaguardia prusiana bajo el mando del teniente general von Thielmann en la
batalla de Wavre (del 18 al 19 de junio), el resto del ejército prusiano «marchó bajo el sonido de
los cañones» en Waterloo.
Grouchy se redimió en parte al organizar con éxito una retirada en orden hacia París, donde el
mariscal Davout tenía 117 000 hombres preparados para hacer retroceder a los 116 000 hombres
de Blücher y Wellington. Esto hubiera sido militarmente posible, pero fue la política finalmente la
que precipitó la caída del Emperador.
Al llegar a París, tres días después de Waterloo, Napoleón todavía se aferraba a la esperanza de la
resistencia nacional, pero los cargos políticos, y el público en general, le había retirado su apoyo.
Napoleón fue forzado a abdicar de nuevo el 22 de junio de 1815. Los aliados le exiliaron entonces
a la remota isla Santa Helena, en el Atlántico Sur.
Repercusiones
Francia no volvió a ser una potencia dominante en Europa, como lo había sido desde los tiempos
de Luis XIV. Perdió además muchas colonias en favor del Reino Unido: Tobago, Seychelles,
Mauricio, Santa Lucía, Islas Chagos.
Se desató un nuevo y potencialmente poderoso movimiento: el nacionalismo. El nacionalismo va a
cambiar el curso de la historia de Europa para siempre. Fue la fuerza que empujó el nacimiento de
algunas naciones y el fin de otras. El mapa de Europa tuvo que ser redibujado en los siguientes
cien años tras las guerras napoleónicas sin basarse en las normas de la aristocracia, sino en las
bases de la cultura, el origen y la ideología de las gentes.
Gran Bretaña se convirtió en la potencia hegemónica indiscutible en todo el globo, tanto en tierra
como en el mar. La ocupación de los Países Bajos por Francia al comienzo de las guerras le sirvió
de pretexto, así mismo, para tomar una a una las colonias holandesas en ultramar, quedándose
con aquellas de mayor valor estratégico como Ceilán, Colonia del Cabo y Guayana al final de la
contienda.
La guerra en la península ibérica dejó completamente destrozada a España, así como su armada y
ejército. Esta situación fue aprovechada por los grupos independentistas de sus colonias
americanas para sublevarse contra la metrópoli, influidos por los ideales de las revoluciones
americana y francesa. Para 1825, toda la antigua América española, con la excepción de Cuba y
Puerto Rico, se había convertido en repúblicas independientes o había pasado a formar parte de
Estados Unidos (Florida, Luisiana) o Gran Bretaña (Isla Trinidad).
Sobre todo, se forjó un nuevo concepto mundial de Europa. Bonaparte mencionó en muchas
ocasiones su intención de moldear un estado europeo único y, a pesar de su fracaso, este
internacionalismo volvería a surgir al transcurrir 150 años, cuando se redescubrió la identidad
europea luego de la Segunda Guerra Mundial.
Las guerras napoleónicas, a su vez, tuvieron un profundo impacto en lo que concierne a lo militar.
Hasta los tiempos de Napoleón, los estados de Europa habían utilizado ejércitos relativamente
pequeños, con un alto porcentaje de mercenarios que, en ocasiones, llegaban a atacar a sus países
de origen a sueldo de potencias extranjeras. No obstante, las innovaciones militares de mediados
del siglo XVIII lograron reconocer el potencial de una nación en guerra.
A finales del siglo XVIII, con la cuarta mayor población a escala mundial (27 millones, en
comparación con los 12 millones del Reino Unido y los 35-40 millones de Rusia), Francia se veía en
una localización propicia para tomar ventaja de las levas en masa. Como la Revolución y el reinado
de Napoleón habían aprendido bien la lección de las guerras comerciales y dinásticas del siglo
XVIII, se asume erróneamente que estas estrategias fueron inventadas por la Revolución, que lo
que realmente hizo fue aplicarlas.
Tampoco se debe dar todo el mérito de las innovaciones a Napoleón. Lazare Carnot desempeñó un
papel fundamental en la reorganización del ejército francés entre 1793 y 1794, un periodo en el
que la suerte de Francia cambió, con los ejércitos republicanos avanzando en todos los frentes.
El Reino Unido tenía el número total de 747 670 soldados entre los años 1792 y 1815. Además,
aproximadamente unos 250 000 estaban enrolados en la Royal Navy. El total del resto de los
principales combatientes es difícil de calcular, pero en septiembre de 1812 Rusia tenía un total de
904 000 hombres alistados en sus ejército de tierra, lo que significa que el total de rusos que
lucharon debe estar por los dos millones o más. Las fuerzas austriacas alcanzaron un número
sobre 576 000, con poca o ninguna fuerza naval. Austria fue el enemigo más persistente de Francia
y es razonable suponer que más de un millón de austriacos sirvieron en el ejército. Prusia no tuvo
más de 320 000 hombres en armas en algún momento, solo justo detrás del Reino Unido. España
alcanzó la cifra de unos 400 000, aunque se debe añadir una considerable fuerza guerrillera. Las
únicas otras naciones que tuvieron más de 100 000 soldados movilizados fueron el Imperio
otomano, Italia, Nápoles y Polonia (sin incluir los Estados Unidos, con 286 730 combatientes) o la
Confederación Maratha. Todas estas pequeñas naciones ahora tenían ejércitos que sobrepasaban
en número a las grandes potencias de pasadas guerras.
En ello tuvieron mucho que ver las etapas iniciales de la Revolución industrial. Ahora resultaba
fácil la producción industrial de armas, así como la capacidad de equipamiento de fuerzas
significativamente mayores. El Reino Unido fue el mayor fabricante de armamento de este
periodo, abasteciendo la mayoría de las armas usadas por las potencias aliadas a lo largo de los
conflictos (y usando ellos mismos una escasa cantidad de ellas). Francia fue el segundo mayor
productor, armando a sus propias fuerzas al tiempo que hacía lo propio con las de la
Confederación del Rin y otros aliados.
El tamaño numérico de los ejércitos involucrados es una clara indicación acerca del cambio en el
tipo de guerra. Durante la última importante guerra de Europa, la guerra de los Siete Años, pocos
ejércitos habían superado el número de 200 000 hombres. En contraste, el ejército francés alcanzó
en la década de 1790 la cifra de un millón y medio de franceses alistados. En total, alrededor de
2,8 millones de franceses lucharon en el conflicto en tierra, y unos 150 000 lucharon en el mar, por
lo que el total de combatientes franceses alcanzó la cifra de unos tres millones. Otra de las
ventajas que afectó a la guerra fue el uso del telégrafo óptico, que permitía al ministro de guerra
Carnot comunicarse con las fuerzas francesas en las fronteras, durante los años 1790. Este sistema
siguió usándose. Adicionalmente, se implantó por primera vez la vigilancia aérea durante las
guerras, cuando los franceses usaron globos aerostáticos para espiar las posiciones aliadas antes
de la batalla de Fleurus, el 26 de junio de 1794. También hubo adelantos en cohetería militar
durante el periodo de guerras.