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Catequesis Credo III. Parte

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El Espíritu Santo

¿Quién es el Espíritu Santo?

El Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad. Es una persona distinta del Padre y
del Hijo y tan Dios como ellos dos. Realmente es la persona menos conocida de la Trinidad, pues
del Padre sabemos que es creador, providente, etc. Del Hijo le hemos visto cómo se ha hecho
carne y habita entre nosotros… pero del Espíritu Santo no le hemos visto, pero sin embargo
notamos su presencia.

Con un ejemplo lo entenderás perfectamente. Para cruzar el Océano Atlántico el hombre


tiene dos posibilidades: cogerse un par de remos y agotarse a remar para avanzar muy poco; o
bien, puede extender unas velas en la embarcación y dejar que el viento la empuje, avanzando
mucho más deprisa y sin esfuerzo. Ese es el Espíritu Santo: es la vela que en la vida cristiana nos
permite avanzar lo que por nuestras propias fuerzas nunca hubiéramos podido.

Muchas veces hemos oído decir que el Espíritu Santo es una palomita o una lengua de
fuego o viento. En realidad esas imágenes son maneras de hablar, de ilustrar. Al Espíritu Santo le
podemos conocer por sus efectos, pues nos hace hijos del Padre y semejantes a Cristo. Por tanto,
podemos deducir sin equivocarnos que el Espíritu Santo es el gran regalo de la Pascua, como vas
a ver.

En el Monte Calvario Cristo exhaló el


espíritu, lo que quiere decir dos cosas: que muere y
que entrega el Espíritu Santo, como regalo a todos
los hombres.

En su primera aparición tras la


resurrección, vuelve a hacer hincapié en este
regalo cuando les indica “recibid el Espíritu
Santo”.

Y como colofón, en Pentecostés, les


bendice enviando lenguas de fuego sobre ellos. Por
ello decimos que el Espíritu Santo es el gran regalo
de la Pascua, del paso del Señor.

Los dones del Espíritu Santo

‘Saldrá una rama del


tronco de Jesé y un retoño
brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y de temor del Señor.’ Isaías 11
Los dones del Espíritu Santo son un regalo de
Dios trino. La razón de que, a pesar de todo, se llaman
dones del Espíritu Santo es que el Espíritu Santo
mismo es el regalo del Padre y del Hijo al hombre que
está en gracia, y tiene, por tanto, una relación especial
con estos dones. Todo regalo es signo de amor.

Recordemos que el Espíritu Santo es el amor


personal y personificado; Padre e Hijo, al enviar el
Espíritu, regalan el amor personal que los une.

Conocemos por don de entendimiento la


disposición creada por Dios en el hombre que está en
gracia para oír y entender el misterio de nuestra
salvación. A él alude San Pablo en la segunda Epístola
a los Corintios: “para que demos a conocer la ciencia
de la gloria de Dios en el rostro de Cristo".

El don de sabiduría es concedido por el Espíritu Santo que nos permite apreciar lo que
vemos, lo que presentimos de la obra divina. La sabiduría de Dios, no es la de los hombres, sino
que es revelada en el Espíritu Santo y que nos no sólo nos ilumina, sino que nos mueve hacia
Dios. El donde la sabiduría capacita a los hombres para entender y valorar todas las cosas desde
Dios y para amar la realidad como Dios la ama, sin esfuerzo y a consecuencia de una viva
confianza en Dios. La sabiduría no es sólo un proceso intelectual, sino que es amor y
conocimiento. El don de la sabiduría capacita para reconocer como locura la sabiduría
del mundo y para reconocer como sabiduría verdadera la sabiduría de la  Cruz, que el mundo
tiene por locura.

El don de la ciencia nos capacita para ver las cosas en su relación a Dios, reconociendo
que Él es su fundamento y que todos los valores terrenos son limitados. Nos  concede también
discernimiento para distinguir lo que se debe creer de lo que no se debe creer, para ver
la diferencia entre los misterios de Dios que se nos manifiestan en la Revelación y los misterios
del mundo.
El don de consejo nos capacita para oír la voz de Dios en las situaciones difíciles de la
vida, para encontrar la justa decisión, pronunciar la palabra justa y obrar rectamente.

El don de piedad nos capacita para amar y respetar a


Dios como Padre, incluso en los dolores y tribulaciones. Es un
misterio del amor divino, que podamos llamar padre a Dios; es
el misterio del amor que abarca todos los demás misterios. El don
de piedad nos ayuda a que nos presentemos ante Dios con actitud
y sentimientos de hijos y a que no perdamos esa postura, aunque
Dios nos pruebe. A la vez hace que abarquemos con nuestro amor
a nuestros prójimos, que veamos en ellos hermanos y hermanas y
que superemos rápidamente cualquier aversión a nuestros
semejantes.

El don de fortaleza hace que el hombre se mantenga en las


mayores dificultades y horrores y que esté en último caso
dispuesto a perecer por no renegar de Cristo, siempre que no haya
otra posibilidad de mantenerse firme y no se pueda dar otro testimonio de Cristo. Santa Teresa
de Jesús dice que la fortaleza es una de las condiciones fundamentales de la perfección.
En el don del temor de Dios lo que el hombre teme en este don no es a Dios, en quien
ha puesto su esperanza, sino su propia debilidad. Es el temer alejarse de Dios, del Padre.

Los frutos del Espíritu Santo

‘Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Ahora bien, las
obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,
hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones,
envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os
prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el
Reino de Dios. En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; la ley
no condena tales cosas.’ Gálatas 5

Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como
anticipación de la gloria eterna. Los frutos del Espíritu Santo no son hábitos, cualidades
permanentes, sino actos. La caridad, paciencia, mansedumbre, etc., de las cuales hablan los
Apóstoles en este pasaje, no son las virtudes mismas, si no sus actos.

El producto del amor en el Espíritu Santo tiene varios subproductos que lo identifican.
La simple profesión de fe no es suficiente. No es suficiente nombrar a Cristo como Señor. Debe
acompañarse con obras. Con nuestras obras, mostramos nuestra fe. Sin las obras, la fe está
muerta. La fe se perfecciona con las obras. Las obras, que perfeccionan la fe, se basan en el
amor. La fe, que conoce todo y que es capaz de mover montañas, no tiene ninguna utilidad por
sí misma. Incluso entregar su vida por malas razones y no por amor, sino para elevarse a sí
mismo, no sirve para nada.
 
El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia;  el amor no es
jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se
irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, sino que se goza de la
verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta...

La paciencia y la bondad, que ilustran al Espíritu Santo, no demuestran arrogancia o


rudeza hacia los otros. Dios actúa a través de nosotros por el Espíritu Santo. Las personas ven a
Dios en nosotros y así pueden tener una idea de los que Dios quiere que sean. Por eso, el
mundo en general, juzga las acciones del Espíritu Santo y, esencialmente, el amor de Dios. El
amor, en el contexto del Espíritu Santo, debe ser el tipo de amor a través del que puede
mostrarse Dios. El amor no se impone. Es necesario tener un respeto verdadero hacia la otra
persona para demostrar esas características de paciencia y bondad.

La comprensión perfecta está pues fundada en el amor a Dios. Por el Espíritu Santo,
somos capaces de desarrollar el amor verdadero y perfecto que se nos exige. Este amor se
demuestra por la fe bajo la adversidad. En consecuencia, los aspectos de la fe, de la esperanza y
del amor son aspectos estrechamente ligados al Espíritu Santo, pero el amor es el mayor de
estos aspectos.
 
La alegría se deriva del cumplimiento de un aspecto del Plan de
Dios, experimentado por el individuo, sea por la comunión con Dios o a
través de las obras de un individuo en comunión con Dios. La verdadera
alegría no puede ser experimentada más que a través del amor. La
alegría que proviene de la autosatisfacción es transitoria, siendo física.
La paz proviene de la relación perfecta que se deriva del amor de Dios y de la esperanza
y la fe que se fundan en Él. A partir del amor a Dios, experimentamos el amor a nuestro
prójimo, que es el Segundo Gran Mandamiento.

Los que aman al Señor tienen una gran paz. Dios es un Dios de Paz. Dios nos llama a la
paz. La paz viene de Dios, nuestro Padre. Los que no obedecen a Dios son por eso incapaces de
tener paz. La paz es un atributo de la obediencia. No hay ninguna paz para el malvado, dice mi
Dios -Isaías-. Por eso, la paz que no se base en la palabra de Dios, fracasará. Declaran la paz
pero el desastre vendrá sobre ellos irremisiblemente.
 
La paciencia es esencial para dar fruto del Espíritu Santo. Cristo abordó este problema
en la parábola del Sembrador.
 
‘Pero la que cayó en buena tierra son los que con corazón bueno y recto
retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia. Nadie enciende una
luz para después cubrirla con una vasija, ni la pone debajo de la cama, sino
que la pone en un candelero para que los que entren vean la luz. Así nada hay
oculto que no haya de ser descubierto, ni escondido que no haya de ser
conocido y de salir a la luz. Mirad, pues, cómo oís, porque a todo el que tiene,
se le dará, y a todo el que no tiene, aun lo que piensa tener se le quitará.’
Lucas
 
Lo que dice es que, cuando trabajamos y estudiamos con el Espíritu Santo, cada vez
tenemos más. Si no trabajamos, no estudiamos y no desarrollamos el Espíritu Santo, cada vez
tendremos menos. La paciencia se nos escapa. Por eso debemos orar, estudiar, ayunar y trabajar
para el Reino de Dios para conservar el Espíritu Santo y crecer con lo que hacemos.
 
Escuchar la palabra es previo a guardar la palabra. La palabra constituye los
mandamientos de Dios y el testimonio de Cristo. A partir
de la comprensión de la palabra se manifiesta el fruto del
Espíritu Santo. En consecuencia, la actividad, que resulta
de escuchar y de cumplir la palabra de Dios, declara el
Espíritu. Toda acción, tanto buena como mala, se hace
manifiesta por el Espíritu. Los que no obran según la
palabra de Dios, con el tiempo pierden la poca
comprensión que poseen.
 
Las pruebas producen pues la paciencia o la
resistencia que, a su vez, produce la experiencia llamada
carácter. De la experiencia o el carácter obtenemos la
esperanza. No nos avergonzamos de nuestra esperanza ya
que se nos ha concedido el Espíritu Santo por el amor de
Dios.
 
Agradable, dulce en la conversación o en el trato.
Es lo que nos dice el Diccionario de la RAE que significa afabilidad. Es la utilidad, o sea la
excelencia moral en el carácter o el comportamiento y de ahí, la dulzura, la bondad, la
amabilidad. El sentido es pues una piedad y una dulzura natural que son, en consecuencia, capaz
de utilizarse para la obra de Dios. Corresponde a una bondad intrínseca del carácter.
 
El sentido de la bondad es simple aquí, pues se refiere a la disposición de amar a cada
uno.
 
La fidelidad o la fe que significa creencia. Moralmente, significa la convicción de la
verdad religiosa o la veracidad de Dios. Tiene el significado especial de dependencia de Cristo
para la salvación. En abstracto, significa la constancia en una determinada profesión. Por
extensión, significa la confianza en el sistema mismo de la verdad religiosa. En consecuencia,
tiene el significado de seguridad, de creencia, de creer, y a partir de ahí, de la fe y la fidelidad.
Por eso, uno de los frutos del Espíritu Santo es la fe en la verdad bíblica y en la palabra de Dios.
La adhesión a la fe entregada una vez para todas se busca con diligencia y convicción.
 
La humildad es lo que conocemos como mansedumbre.

El control de sí mismo es ser fuerte en una cosa significa el control en el apetito y la


moderación. El significado de este derivado es el control de sí mismo y, particularmente, la
castidad, que implica la retención del apetito sexual.
 
A partir del amor, desarrollamos a continuación estos otros frutos. Todo se basa o
agarre conjuntamente por medio de la verdad. La verdad es el sello global del Espíritu Santo.
 
La sociedad nos juzga por los frutos del Espíritu Santo, lo que hacemos, lo que sale de
nuestra boca y como actuamos con los otros. Si no tenemos amor, no tenemos nada. Es el fruto
principal pero la verdad es el objetivo central ya que nuestro Dios es un Dios de la verdad.

El purgatorio

Luego Judas reunió al ejército y se dirigió hacia la ciudad de Odolám. Como estaba ya
próximo el séptimo día de la semana, se purificaron con los ritos de costumbre y celebraron el
sábado en aquel lugar.

Los hombres de Judas fueron al día siguiente a recoger los cadáveres de los caídos para
sepultarlos con sus parientes, en los sepulcros familiares.

Entonces encontraron debajo de las túnicas de cada uno de los muertos objetos
consagrados a los ídolos que la Ley prohíbe tener a los judíos. Así se puso en evidencia para
todos que esa era la causa por la que habían caído.

Todos bendijeron el proceder del Señor, el justo Juez, que pone de manifiesto las cosas
ocultas, e hicieron rogativas pidiendo que el pecado cometido quedara completamente borrado.
El noble Judas exhortó a la multitud a que se abstuvieran del pecado, ya que ellos habían visto
con sus propios ojos lo que había sucedido a los caídos en el combate a causa de su pecado.

Y después de haber recolectado entre sus hombres unas dos mil dracmas, las envió a
Jerusalén para que se ofreciera un sacrificio por el pecado. Él realizó este hermoso y noble gesto
con el pensamiento puesto en la resurrección, porque si no hubiera esperado que los caídos en la
batalla iban a resucitar, habría sido inútil y superfluo orar por los difuntos.
Además, él tenía presente la magnífica recompensa que está reservada a los que mueren
piadosamente, y este es un pensamiento santo y piadoso. Por eso, mandó ofrecer el sacrificio de
expiación por los muertos, para que fueran librados de sus pecados.

2 Macabeos, 38 – 45

- los que están en el purgatorio están ya salvados, pero tienen que purificarse para entrar
en el cielo, a la fiesta. Van sucios a la fiesta, y por eso tienen que ponerse de gala.

- No pueden ponerse de gala ellos solos, porque eso sólo se puede hacer mientras se está
en el mundo.

- Necesitan de la ayuda de los que están en el cielo y de los que estamos en el mundo
para ponerse de gala.

- ¿Cómo? Con la oración, ofreciendo Eucaristías por ellos, limosnas…

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