Máximos Precedentes Contratos Tomo I
Máximos Precedentes Contratos Tomo I
Máximos Precedentes Contratos Tomo I
NEGRI
MATÍAS LEONARDO NIETO
ROMINA SANTORUN
PRÓLOGO DE:
DANIEL R. VÍTOLO
© Cristina N. Armella , 2014
© de esta edición, La Ley S.A.E. e I., 2014
Tucumán 1471 (C1050AAC) Buenos Aires
Queda hecho el depósito que previene laley 11.723
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ISBN 978-987-03-2699-1 (Tomo I)
ISBN 978-987-03-2698-4 (Obra completa)
SAP 41674616
ARGENTINA
Armella, Cristina N.
Máximos Precedentes Contratos / Cristina N. Armella;
coordinado por Mariano Esper; dirigido por Cristina N.
Armella. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: La
Ley, 2014.
v. 1, 704 p. ; 24x17 cm.
ISBN 978-987-03-2699-1
1. Derecho Comercial. 2. Contratos. I. Esper, Mariano,
coord. II. Armella, Cristina N., dir. III. Título
CDD 346.02
Prólogo
Índice de partes
I. A MODO DE INTRODUCCIÓN
De acuerdo con lo prescripto en el art. 1137 del Cód. Civil,
habrá contrato cuando varias personas se ponen de
acuerdo sobre una declaración de voluntad común
destinada a reglar sus derechos . Según la nota que
formuló el codificador a este artículo del Código, resulta
preciso tener en consideración el objeto de la voluntad,
pues si dos personas acuerdan sostenerse mutuamente por
sus consejos, en la adquisición de una ciencia o de un arte,
sería impropio dar a este acuerdo el nombre de contrato
porque, en este caso, la voluntad no tiene por objeto una
relación de derecho. Recordando a Freitas, antecedente al
cual recurrió el codificador, habrá contrato cuando dos o
más personas acordasen entre sí alguna obligación u
obligaciones recíprocas a que correspondan derechos
creditorios; es decir, que una de las partes se constituye
deudora y la otra acreedora, o que ambas sean,
recíprocamente, deudores y acreedores.
Debe recordarse que hay quienes distinguen
los contratos de las convenciones , aun cuando en el uso
común se denominen convenciones a los contratos.
Desde este punto de vista, convención sería el acuerdo
de dos o más personas sobre un objeto de interés
jurídico, y contrato la convención en que una o muchas
personas se obligan hacia una o muchas personas a una
prestación cualquiera . La distinción entre las convenciones
y los contratos está dada —e n esta concepción— en que
aquéllas no comprenden sólo los contratos, sino que
abrazan todos los pactos particulares que se le pueden
agregar. Todo contrato, entonces, sería una convención,
pero no toda convención, aunque tenga efectos civiles,
sería contrato; resultando la convención un término
genérico aplicable a toda especie de negocio o de cláusula
que las partes tengan en mira.
Como recuerda Fontanarrosa, reina cierta confusión en la
doctrina universal, acerca del empleo de los
términos acuerdo , convención, contrato y pacto , confusión
que se remonta al derecho romano. En sus
orígenes, paceri, pactum, convenire, conventio se utilizaron
para designar convenios de toda índole. En la terminología
clásica, pactum significa compromiso y también cualquier
pacto adicional. Según otros, pactum o pactio significó,
originariamente, transacción y, por su contenido literal,
conclusión de paz. Por su parte, conventio es una expresión
genérica que denota acuerdo, con sentido análogo
a consensus .
Según el criterio más difundido en la doctrina
nacional, convenció n es todo acuerdo acerca de una
declaración de voluntad común destinada a crear, modificar
o extinguir relaciones jurídicas; en tanto que contrato es el
acuerdo dirigido a crear o modificar relaciones creditorias,
pero no a extinguirlas.
Desde nuestro punto de vista, adherimos a la posición
doctrinaria según la cual no parece existir una razón
convincente para mantener tal distinción, ya que la
definición del art. 1137 del Cód. Civil no impide la existencia
de contratos resolutorios o extintivos de derecho, toda vez
que la formulación genérica habla de un destino de
reglamentación de derechos entre los cuales deben
subsumirse estas hipótesis, por lo que cabría utilizar la
palabra convención como sinónimo de contrato .
Finalmente, la palabra pacto , en lo que hace a nuestra
legislación, es reservada apuntando a la designación de
cláusulas especiales o accesorias que complementan o
modifican los efectos normales de los contratos.
II. LA AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD
Tal como lo señaláramos, el contrato es,
fundamentalmente, un acuerdo de voluntades que la ley
plasma en el concepto del art. 1137 del Cód. Civil, como
declaración de voluntad común destinada a reglar los
derechos de las partes.
Ésta es la denominada concepción consensualista del
contrato: un concurso de voluntades intercambiadas a
través del consentimiento. Únicamente en casos
excepcionales la ley exige, además, el cumplimiento de una
formalidad para esta formación del contrato: es el caso de
los denominados contratos solemnes.
Lo que puede parecer evidente —e l marco del
consensualismo como elemento caracterizante del contrato
—, que deriva entre sus más importantes consecuencias en
el efecto de que las convenciones libremente pactadas por
las partes en un contrato se constituyen como ley para
ellas, históricamente ha requerido de una larga evolución,
hasta la aceptación del principio que, posteriormente, ha
sido nuevamente cuestionado.
La base de la doctrina consensualista puede encontrarse
en el principio de la autonomía de la voluntad.
La autonomía de la voluntad es el principio rector que
gobierna las relaciones contractuales, y que puede
esbozarse como la libertad con que cuentan las partes para
establecer sus convenciones, a las cuales se les otorga
efecto vinculante con carácter y fuerza de ley para dichas
partes. Se trata, entonces, del reconocimiento que el
derecho presta a la voluntad jurídica para los fines de
determinar en libertad las condiciones del negocio jurídico,
con las limitaciones naturales impuestas por las normas de
orden público, la moral y las buenas costumbres y se funda
y opera de la siguiente manera:
a) Las necesidades de orden económico y la seguridad
jurídica, que atienden a la estabilidad de las
contrataciones. El poder de la voluntad, reconocido por la
ley, agiliza el tráfico y aligera el peso de las formalidades
legales.
b) El reconocimiento de la autonomía, en el sentido de que
nadie está obligado a contratar si es que no quiere
hacerlo; asimismo, que durante las tratativas existe un
razonable equilibrio, de tal manera que ninguno de los
contratantes dispone de fuerza suficiente para imponer su
voluntad.
c) El desequilibrio producido por el error, dolo, violencia,
intimidación o simulación, es motivo de nulidad; y así
también lo reconoce la consagración legislativa de los
institutos de la lesión subjetiva y objetiva.
En nuestra legislación, el principio de autonomía de la
voluntad se encuentra consagrado en los arts.
1137 y 1197 del Cód. Civil.
1. Fuerza obligatoria
El art. 1134 del Cód. Civil francés, que sirvió de fuente a
nuestro art. 1197, expresa, en la forma más enérgica, la
fuerza obligatoria del contrato, al establecer que las
convenciones formadas legalmente tienen fuerza de ley
para aquellos que las han hecho. Esta fuerza obligatoria
tiene un doble fundamento: una idea moral, el respeto a la
palabra dada, y un interés económico, la necesidad del
crédito.
La comparación del contrato con la ley ya puede
encontrarse en el Digesto, y debió parecer particularmente
exacta a los autores del Código francés, pues consideraron
a la ley como la consecuencia del contrato social, base de
toda autoridad.
Sin embargo, los autores han criticado esta concepción al
sostener que la ley es superior al contrato, en tanto que es
imperativa, ya que el contrato no puede derogarla; al mismo
tiempo es inferior, en tanto que interpretativa o facultativa,
puesto que no se aplica sino en defecto del contrato.
Al momento de sancionarse el Código Civil argentino,
Vélez Sarsfield decidió modificar, ligeramente, el texto del
Código Civil francés para aplicarlo a nuestra legislación,
estableciendo que las convenciones hechas en los
contratos forman para las partes una regla a la cual deben
someterse como a la ley misma. Esta modificación importó
que el texto legal no estableciera que el contrato sea la ley
de las partes, sino que las partes deben someterse a sus
estipulaciones, como si fuera la ley.
También modificó el art. 1135, pues al hablarse de las
consecuencias virtuales, no alude expresamente a la
equidad, el uso o la ley, como lo hace el modelo francés.
El fundamento de la fuerza obligatoria de los contratos no
sólo está en el respeto de la voluntad de los contratantes,
sino en las necesidades del tráfico, ya que los contratos
constituyen uno de los principales medios de que se valen
las personas para establecer sus relaciones jurídicas
erigiéndose, especialmente en el ámbito mercantil, en un
elemento para el desarrollo económico, la promoción y la
circulación de la riqueza, con lo que resulta indispensable
reconocerle fuerza jurídica y de exigibilidad.
Sin perjuicio de ello, el principio de fuerza obligatoria de
los contratos se encuentra limitado, tanto porque ellos no
pueden ser contrarios a las leyes de carácter imperativo,
como que tampoco pueden violar el orden público, la moral
y las buenas costumbres. En este último caso, carecerían
de fuerza obligatoria y podrían modificarse las prestaciones
contractuales estipuladas por las partes.
2. Efecto relativo
Resulta absolutamente razonable que el efecto natural de
las contrataciones esté destinado a gravitar sobre el ámbito
de influencia de las personas que intervinieron en el
acuerdo, ya sea que éstas lo hayan hecho por actuación
personal y directa, o a través de mandatarios investidos de
las facultades que corresponden a los representantes
legales o voluntarios de las personas.
Fue la norma prevista por el art. 1165 del Código francés
la que determinó las personas respecto de las cuales surtía
efecto el contrato, exponiendo su principio de relatividad.
Así se estableció que las convenciones no tienen efecto
sino entre las partes contratantes.
Durante mucho tiempo la disposición de este principio
había sido considerada como un enunciado de verdad
evidente, ya que era la reproducción del adagio latino res
inter alios acta neque nocere neque prodesse potest ; la
doctrina moderna discutió seriamente este principio a través
de las instituciones de la simulación, la estipulación a favor
de terceros, la promesa de ratificación de un tercero y las
convenciones colectivas.
Por su parte, tanto el art. 1195 como el 1199 de
nuestro Código Civil establecen que los contratos no
pueden perjudicar a terceros, no pueden oponerse a
terceros, ni invocarse por ellos. El sentido de la palabra
terceros comprende en su expresión a todas las personas
que estuvieron ajenas a la negociación y que no
intervinieron para nada en ella, sea prometiendo o
aceptando obligaciones o derechos, y tal denominación se
opone a la de partes, que fueron las que, realmente, se
vincularon a través del acuerdo de voluntades.
Los terceros son extraños a las consecuencias del
contrato; es evidente que priva en esto el principio
elemental acerca de los derechos y garantías individuales,
como la libertad negocial de cada individuo y el derecho
para poder administrar o disponer como quiera de lo que
expone.
Sin embargo, este principio de efecto relativo de los
contratos tiene algunas limitaciones que pueden advertirse,
tanto en cuanto a la extensión de dichos efectos a los
herederos y sucesores universales, como en el régimen de
estipulación por terceros o a favor de terceros.
4. Excepciones
Entre las excepciones que la ley consagra para
neutralizar, en casos particulares, la norma del art. 1165, se
encuentran las acciones fundadas sobre derechos
inherentes a las personas o que comprenden hechos de
igual naturaleza (art. 1445), o la caducidad de la oferta de
donación por muerte del donatario, cuando no se había
producido todavía su aceptación (art. 1796).
Es decir que no se transmitirán a los herederos los
efectos de los contratos cuando medien algunas de las
siguientes circunstancias:
a) Porque exista una disposición expresa de la ley, que lo
prohíba.
b) Cuando una cláusula del contrato así lo disponga.
c) Cuando la naturaleza misma de la obligación impidiera
dicha transferencia.
Parte general
Capítulo I
TEXTO DE JURISPRUDENCIA
COMENTARIO
I. INTRODUCCIÓN
A lo largo de este comentario, repasaremos los
principales conceptos jurídicos relativos al consentimiento
contractual a la luz de la doctrina de los precedentes más
relevantes de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
En primer lugar, analizaremos los elementos que nuestro
Máximo Tribunal ha estimado esenciales a los efectos de la
formación del consentimiento contractual así como los
requisitos para considerar concluida la declaración de
voluntad común que perfecciona el contrato. Asimismo,
examinaremos la posición jurisprudencial dominante de la
Corte en materia de formación y perfeccionamiento del
consentimiento en los contratos celebrados entre ausentes.
Por último, focalizaremos nuestro estudio en los contratos
celebrados por adhesión a condiciones generales y a los
principios exegéticos aplicables a esta moderna forma de
manifestación del consentimiento según la jurisprudencia
imperante de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
II. FORMACIÓN DEL CONSENTIMIENTO CONTRACTUAL
1. Oferta y aceptación
Como lo expresó S pota(1), el consentimiento —u no de los
elementos esenciales del contrato— es la declaración o
exteriorización volitiva unilateral que formula cada uno de
los contratantes; y es la conjunción de esas declaraciones
unilaterales la que da origen a la declaración de voluntad
común que importa el consentimiento contractual. En otros
términos, este elemento constitutivo de los contractos —
s alvo los supuestos del contrato forzoso, necesario o
impuesto así como del contrato celebrado sobre la base del
principio de mayoría— exige el concurso de dos o más
partes que expresen su voluntad jurídica.
Consecuentemente, y conforme se deduce del art. 1144,
Cód. Civil, para la formación del consentimiento contractual
se requiere de la exteriorización de dos actos intelectuales y
volitivos:
— la oferta o propuesta , que consiste en la declaración de
voluntad unilateral recepticia con "la promesa de dar,
cumplir o hacer algo, o sea una proposición unilateral que
se hace de algún negocio, para celebrar un contrato"(2) ; y
— la aceptación que consiste en la declaración de voluntad
unilateral recepticia dirigida al ofertante para la
celebración del contrato propuesto en la oferta.
A los fines de su validez jurídica, la oferta debe ser seria,
precisa, autosuficiente, completa y dirigida a persona
determinada o determinable , con excepción de ciertos
supuestos en los cuales puede realizarse a persona incierta
o indeterminada (remate público, oferta al público en
general, promesa de recompensa, etc.). Cifuentes (3) enseña
que puede existir una oferta seria aun cuando se formule
con giros idiomáticos ligeros o risueños mientras que puede
faltar aquel requisito de seriedad por más graves y
solemnes que sean las expresiones vertidas, pues lo que
debe analizarse son las circunstancias que rodean la
cuestión y, fundamentalmente, el propósito que puede
haber orientado al ofertante para actuar de una forma o de
otra(4) .
Por su parte, la aceptación precisa reunir los siguientes
caracteres(5) : i) debe contener la intención de obligarse de
quien la manifiesta; ii) debe ser expresada por la misma
persona a quien se dirigió la oferta y a la misma persona
que la formuló en tiempo útil y oportuno; y iii) debe
ser lisa , llana y congruente con la oferta en todas sus
partes, pues de lo contrario sólo tendrá carácter de
contrapropuesta, o sea, de una nueva oferta o proposición
que necesariamente debe ser aceptada por el ofertante
originario (art. 1152, Cód. Civil).
Con relación a este último requisito de total congruencia
entre la oferta y la aceptación, la Corte Suprema de Justicia
de la Nación —a l entender en la causa "Koldobsky"(6) sobre
una oferta irrevocable de venta de acciones— estableció
que la aceptación, para ser considerada como constitutiva
de un contrato, deb e ser pura y simple .
En particular, en este antecedente judicial, la oferente
había asumido la obligación de mantener su oferta
irrevocable de venta de acciones por un plazo de tres años
y por un precio estipulado en dólares estadounidenses. Sin
embargo, el demandado pretendió ejercer aquella opción de
compra, ofreciendo el pago del precio en pesos, moneda
disímil a la consignada en la oferta.
Analizados los hechos del caso, la Corte consideró que la
aceptación del demandado no se había adecuado a los
términos de la oferta y, por ende, declaró caída la opción de
compra otorgada a favor de éste. Para ello, el Máximo
Tribunal argumentó que la aceptación del demandado no
había resultado constitutiva de contrato alguno por no ser ni
pura ni simple y, por lo tanto, por no resultar congruente con
la oferta. Por el contrario, la modificación de la moneda de
pago introducida en la aceptación importó una nueva
propuesta que resultó no admitida por la oferente
(art. 1152, Cód. Civil).
En esta misma línea jurisprudencial, la Corte Suprema de
Justicia de la Nación se había pronunciado anteriormente
en los autos "Chilar"(7) al resolver un reclamo iniciado contra
la Junta Nacional de Granos por la revocación de la
adjudicación obtenida en un concurso público basado en
que la propuesta de la actora no cumplía con todas las
exigencias impuestas por las condiciones generales
contenidas en el pliego licitatorio. En aquella oportunidad, el
Alto Tribunal estableció que, siendo incompleta la oferta —
m odo de exteriorización de la aceptación en una
contratación pública—, no resultaba suficiente para el
perfeccionamiento del contrato pues no existía íntegra
coincidencia entre la oferta y la aceptación.
En síntesis, el consentimiento contractual se forma por la
recíproca integración de la oferta con la aceptación, de
modo tal que se produzca una coincidencia de las
voliciones de ambas partes con relación al objeto y a la
causa del contrato(8) , salvo que el oferente y el aceptante
hayan supeditado el perfeccionamiento del contrato al
cumplimiento de determinadas formalidades. Al respecto,
en el fallo "Ferrari"(9) , la Corte afirmó que no existe contrato
perfeccionado si las mismas partes otorgantes convienen
que, en otro acto por separado, cumplimentarán
solemnidades formales particulares o darán la forma de ley
a un acuerdo de voluntades.
1. Antecedentes históricos
Como lo señala Lorenzetti(21) , los contratos por (o de)
adhesión a condiciones generales —c onocidos, asimismo,
como contratos predispuestos o estándar(22) — emergieron
como consecuencia de la moderna producción de bienes y
servicios en serie o maquinista y del comercio en masa. De
este modo, los contratos por adhesión surgieron como la
respuesta de la tecnología jurídica a la masividad comercial
y su ínsita necesidad de racionalizar sus costos —e ntre
ellos los instrumentos técnicos y jurídicos de colocación de
productos o servicios en el mercado— y de lograr una
uniformidad contractual(23) .
Los doctrinarios Fernández y Gómez Leo(24) explican que
"con la aparición de la gran empresa, surge en plenitud ese
fenómeno de la contratación por adhesión a condiciones
generales, puesto que halla su fundamento en que la
producción de bienes y servicios que ingresan en el tráfico
comercial es necesariamente masiva y, por razones
económicas, tiende a la uniformidad". Tal uniformidad
persigue la finalidad de proveer al empresario de las
herramientas que le permitan otorgar el mismo tratamiento,
estudio y resolución a toda una serie de casos análogos
que surjan en el negocio, evitando tener que acordar en
cada caso las condiciones bajo las cuales se instrumentará
el negocio de que se trate, unificando así el sistema jurídico
y sus efectos económicos.
Ante esta nueva realidad económica y social, los
comerciantes recurrieron a esta técnica, consistente en la
redacción de condiciones generales para reglar a todos sus
clientes, lo que les posibilitó alcanzar la estandarizaci ón de
los contratos y garantizar la celeridad y seguridad de sus
masivas transacciones. Así, la contratación por adhesión a
condiciones generales —p redispuestas por la empresa en
forma unilateral para todos los contratos de una misma
especie— simplifican al máximo la actividad negocial,
racionalizan las consecuencias jurídicas que ulteriormente
se puedan producir y consolidan su situación de predominio
económico frente al otro contratante(25) . Por ello, la
utilización de condiciones generales predispuestas que
exigen la mera adhesión de los clientes se evidencia
mayormente ante la existencia de monopolios, legales o de
hecho, u oligopolios para la prestación de ciertos servicios o
ejecución de algunos bienes.
En otras palabras, "el comercio contemporáneo
caracterizado por la contratación en masa, exige el empleo
de contratos-tipo: la misma organización de la empresa
hace necesaria la utilización para facilitar la compleja
comercialización"(26) .
De acuerdo a esta breve reseña sobre los orígenes de
este instituto jurídico, los contratos por adhesión no
configuran un nuevo tipo contractual sino que constituyen
un particular modo de celebración de cualquiera de los
contratos típicos o atípicos. Esta forma de celebración se
caracteriza por la circunstancia que la manifestación del
consentimiento de uno de los contratantes (aceptante) se
reduce a una mera adhesión a las condiciones generales
predispuestas por el proponente.
Según ha sido manifestado por nuestros tribunales, los
contratos de adhesión colocan al contratante en la
imposibilidad de discutir las condiciones de las operaciones
sometiéndolo a la inexcusable alternativa de aceptar las
que le son impuestas o no contratar. Es decir, esta
modalidad de contratación es una técnica que reduce al
mínimo el papel de la voluntad común, debiendo una de las
partes plegarse al poder económico de dominaci ón de la
otra (27), y limita su consentimiento a una opción entre
adherirse o no a las condiciones contractuales
preordenadas por el proponente in totum .
Al respecto, nuestro Máximo Tribunal ha señalado que en
los contratos de adhesión se minimiza "el papel de la
voluntad de las partes como representativa del poder de
negociación" y, como consecuencia de ello, el adherente
"se encuentra debilitado frente a la superioridad económica
de la otra" (Fallos: 311:1337(28) ).
La interpretación contra preferentem también debe
prevalecer al analizar las cláusulas limitativas de
responsabilidad y que confieren derechos mejores al
predisponente insertas en el marco de un contrato de
adhesión.
La doctrina y la jurisprudencia, en forma unánime, han
referido que, en los supuestos que en las condiciones
generales se incluyan cláusulas limitativas de
responsabilidad, o que impidan oponer excepciones, o
causales de caducidad, o de renuncia anticipada de
derechos en desmedro de la parte adherente, corresponde
al juez interpretar el contrato con un sentido moderador de
tales previsiones contractuales, si ellas resultan abusivas o
leoninas en función del art. 1198, Cód. Civil.
De igual modo, Lorenzetti(49) señaló que corresponde
declarar la invalidez de las cláusulas que desnaturalizan la
esencia del vínculo y/o conceden mejores derechos al
proponente en detrimento del adherente y/o resultan
limitativas de responsabilidad, en especial en cuanto no
existe una contrapartida económica justificante de esa
renuncia por el adherente.
A modo de ejemplo, seguidamente expondremos los
precedentes judiciales "Plan Óvalo c. Giménez" y "Escobar"
en los cuales, por los fundamentos antes expuestos, el
Máximo Tribunal ha desestimado la cláusula contractual de
prórroga de la competencia territorial predispuesta en
menoscabo de los derechos del contratante adherente.
La causa " Plan Óvalo c. Giménez"(50) versó sobre un
conflicto de competencia surgido por la aplicación de los
términos de la cláusula de prórroga de jurisdicción inserta
en un contrato prendario con registro celebrado por
adhesión (instrumentado en un formulario pre-impreso). Al
resolver esta cuestión, la Corte Suprema de Justicia de la
Nación consagró la doctrina de la prevalencia de la
interpretación contractual más favorable al adherente en
caso de contratos de adhesión a condiciones generales
instrumentados en formularios pre impresos.
De igual modo, en el caso "Escobar" (51) se debatió un
conflicto de competencia en el marco de una ejecución
prendaria iniciada como consecuencia del presunto
incumplimiento de un contrato de compraventa de
automotores. Al respecto, correspondía a los magistrados
nuevamente dilucidar la aplicación o no de la cláusula de
prórroga de jurisdicción impuesta en los contratos de
prenda celebrados por adhesión.
A fin de resolver la cuestión planteada, el Alto Tribunal
aplicó la referida doctrina sentada en el precedente "Plan
Óvalo c. Giménez" que establece que si "el acuerdo de
voluntades se instrumentó en un formulario pre impreso —
c omo ocurre en autos—, el mismo puede ser considerado
como un contrato de adhesión con cláusulas generales
predispuestas, entre las que se encuentra la prórroga de
jurisdicción. Configurada dicha situación, ellas deben ser
interpretadas en el sentido más favorable a la parte más
débil de la relación jurídica, que es el consumidor, de
conformidad con el art. 3, ley 24.240". Asimismo, se
consideró que "dada la naturaleza del contrato expuesta, la
adquirente pudo desconocer su eventual sometimiento a
litigar en extraña jurisdicción con la posible afectación a su
derecho de defensa en juicio, en violación de los principios
contenidos en el art. 37, apartado b, de la ley 24.240". En
virtud de ello, la Corte se apartó de las previsiones
contractuales sobre la competencia y resolvió decretar la
nulidad de la referida cláusula predispuesta de prórroga de
la competencia.
Sin embargo, y tal como ha sido expuesto respecto de la
contratación por adhesión en general, la cláusula
contractual de prórroga de la competencia no resulta
reprochable per se sino cuando aquélla se encuentra
inserta en un contrato de adhesión por ser una
manifestación de la posición dominante y abusiva del
predisponente.
Por ello, en la causa "Bonato"(52) se examinó el valor de la
cláusula de prórroga de la competencia, pero en una
escritura de compraventa y de mutuo hipotecario, y se
consideró que la misma era válida por no encontrarse
inserta en un contrato de adhesión.
El tribunal de alzada de la Provincia desestimó la
procedencia de la jurisdicción estipulada en el contrato en
análisis y argumentó que la cláusula de prórroga de
competencia territorial habitualmente está inserta en los
contratos de adhesión, "caracterizados por la intervención
de una parte fuerte frente a una débil, con un acotado o
nulo poder de negociación de esta última, que ve restringido
sus derechos al no haber detenido su atención sobre las
cláusulas accesorias que no pueden desnaturalizar el
espíritu del contrato y sus disposiciones esenciales".
Por el contrario, nuestro Máximo Tribunal dictaminó que si
la cláusula de prórroga de la competencia territorial "se
otorgó en una escritura traslativa de dominio de un
inmueble, en la que además se deja constancia de la
entrega del dinero para la compraventa, en el marco de un
mutuo celebrado con la mutual cuya devolución se
garantiza con hipoteca sobre el inmueble objeto del
negocio; tales antecedentes ponen en duda que pueda
predicarse que tal contrato contuviera cláusulas
predispuestas o de adhesión que permitan presumir sin
más probanzas, una situación de abuso hacia el solicitante
del préstamo". En mérito de ello, es posible concluir que las
compraventas de inmuebles —a un cuando se instrumenten
en forma conjunta con un mutuo hipotecario—, no se
presumen contratos celebrados por adhesión dado que
difícilmente reúnan el carácter de generalidad , en los
términos referidos en el apartado B precedente.
V. CONCLUSIONES
A modo de síntesis y de acuerdo a los precedentes
jurisprudenciales analizados a lo largo del presente, a
continuación enumeraremos brevemente los principales
postulados de la Corte Suprema de Justicia con relación a
la formación del consentimiento y al perfeccionamiento de
los contratos en general:
— el consentimiento en los contratos debe manifestarse por
oferta y aceptación; y éstas pueden hacerse por medio de
agentes y por correspondencia entre personas ausentes
(Fallos: 33: 702);
— la formación del consentimiento contractual —p ilar
imprescindible para la conclusión del contrato— requiere
que la aceptación sea pura, simple y congruente con la
oferta (Fallos: 330:4354);
— la conjunción entre oferta y demanda conforma el
consentimiento contractual y perfecciona el contrato, salvo
que las mismas partes convengan que, en otro acto por
separado, se someterán a determinadas solemnidades
formales (Fallos: 33:702);
— por imperio de la teoría de la expedición imperante en las
contrataciones entre ausentes, la aceptación hace sólo
perfecto el contrato desde que ella se hubiese mandado al
proponente (Fallos: 308:821);
— en los contratos celebrados por adhesión el
consentimiento se conforma por la conjunción entre la
oferta realizada por el predisponente de todo el contenido
contractual y la mera adhesión de la otra. Sin embargo,
esta modalidad de contratación no es en sí misma inválida
sino cuando se verifica el ejercicio abusivo de la posición
dominante del predisponente (Fallos: 322:736, 323:678,
325:3422 y 326:142).
Finalmente, los criterios exegéticos postulados por
nuestro Máximo Tribunal para la interpretación y calificación
de los contratos por adhesión son los siguientes:
— Análisis de las previsiones contractuales en virtud de la
teoría del abuso de derecho.
— Interpretación contra preferentem , especialmente ante
cláusulas imprecisas, oscuras, ambiguas, dudosas,
ilegibles o sorpresivas y/o limitativas de responsabilidad o
concedentes de derechos a favor del proponente en
menoscabo del adherente.
— Especial consideración del posible estado de urgencia o
necesidad de la parte adherente al momento de
manifestar su consentimiento.
— Prevalencia de las cláusulas especiales e incorporadas
sobre las generales y preexistentes.
Capítulo II
TEXTO DE JURISPRUDENCIA
COMENTARIO
I. PRENOTADOS
Un desarrollo teórico completo sobre la "Teoría de la
Imprevisión" excede el marco del presente trabajo, el que
pretende recorrer la evolución de la doctrina judicial de
nuestro más alto tribunal a lo largo del tiempo. Sin perjuicio
de ello, entiendo se requieren unas breves líneas para
situar al lector en el núcleo temático. Por ello, y sin la
pretensión de agotar el encuadre teórico, bueno es formular
una breve introducción a nuestra temática.
Desde la misma tradición jurídica medieval, la
cláusula rebus sic stantibus ha sido tenida por
"sobrentendida", pues pone en evidencia que la
configuración contractual de los sacrificios, es formulada a
partir de una situación vivenciada por los contratantes en un
determinado momento y en cuya preservación, al momento
de ejecución, ellos confían(1) .
La cláusula bajo estudio quizás sea mejor conocida en el
entorno jurídico vernáculo como "Teoría de la Imprevisión" y
alude, sintéticamente, a un supuesto de ineficacia
contractual(2) consagrado expresamente por la reforma de la
ley 17.711, en una primer aproximación, como un modo
de resolución contractual. Claro está, la fuente normativa
primera a que referimos es el art. 1198 del Cód. Civil, que
da forma y diagrama el instituto bajo tal rótulo aun cuando
dudosamente pueda conceptualizarse el mismo como un
supuesto de resolución desde que la privación de efectos
jurídicos opera ex nunc, toda vez que el mismo artículo
prescribe su fuerza obliterante con un límite claro: no puede
ser proyectada hacia los efectos "ya cumplidos". Planteada
la demanda por resolución (rescisión unilateral), puede la
contraparte ofrecer una mejora equitativa del contrato, o al
menos, eso surge de la lectura literal del precepto.
Para instalar en la relación contractual tal situación de
crisis, han de verificarse una serie de extremos elementales
a saber: que se trate de un contrato oneroso cuyas
obligaciones no sean de cumplimiento instantáneo e
inmediato (3)(pudiendo ser de ejecución instantánea pero
diferida, de ejecución continuada, o bien de tracto sucesivo;
es decir, que en algún modo la vigencia contractual se
proyecte en un lapso temporal hacia el futuro de modo que
pueda degradarse la ecuación negocial (4)); que alguna
prestación se torne excesivamente onerosa, mas no
imposible (5); que dicha onerosidad sobrevenga (6)por hechos
"extraordinarios e imprevisibles" no imputables al deudor;
que el mismo no se encuentre en mora (7)y que, si de un
contrato aleatorio se tratase, la excesiva onerosidad no se
vincule causalmente al álea propia del contrato (8).
Sin embargo, el art. 1198 no agota propiamente el
principio rebus sic stantibus , siendo tan sólo el precepto
"estelar" pues luego, este principio del Derecho, se nutre de
fuentes normativas diversas que prevén distintos esquemas
de reajuste del núcleo económico contractual, y ello no sólo
en el ámbito del Dere cho Privado (v.gr. ley 25.561) sino
también del Derecho Público (así por ejemplo la
ley 12.910 —O bras Públicas— que fuera motivo de
examen en reiteradas oportunidades por la CSJN)(9) .
Ahora bien, esta posibilidad de rescindir o reconfigurar el
contrato(10) , breva en el fecundo manantial de la equidad
(Betti le ha llamado en feliz expresión reductio ad
aequitem (11)) ; sin embargo, su evidente (aparente(12) )
contraposición al principio pacta sunt servanda, como al
valor "seguridad jurídica", manifiesta una tensión axiológica
profunda e interesante, a la que no ha sido ajena la doctrina
de nuestra CSJN.
Se acude a este remedio entablando una demanda de
revisión(13) , resultando usual introducir la pretensión
mediante reconvención ante la postulación de una demanda
por incumplimiento(14) . En nuestra opinión, considerando
que una resolución (rescisión) implica una proyección
devastadora mayor sobre los efectos contractuales que su
reajuste, debemos cuidar de no atarnos al tenor literal del
art. 1198 y, entonces, considerar admisible la revisión de la
ecuación que todo contrato entraña cuando así lo propone
la contraparte y cuando así lo requiere primeramente el
demandante. Ahora bien, esto habilitaría en demasía una
intervención judicial reconfiguradora de los negocios
concertados que podría terminar imponiendo a un sujeto de
derecho una relación contractual mutilada que nunca quiso,
por lo que, en aras de preservar la igualdad ante la ley,
corresponde admitir la reconvención por resolución
contractual(15) . A su turno, la revisión judicial tiene por
objeto repartir equitativamente las cargas del riesgo
sobrevenido. Quede claro, no se trata de trasladar la
excesiva onerosidad de un sujeto a otro, tampoco se trata
de eliminar todo desfase en los parámetros de sacrificios
originalmente concertados, sino de expurgar la iniquidad
que devino de esas circunstancias extraordinarias e
imprevisibles(16) .
Así como dijimos que la Teoría de la Imprevisión brota de
la equidad misma, muchas doctrinas han sido propuestas
para fundarla; habiéndose invocado la teoría de la
presuposición (Windscheid), de la base del
negocio (Oertmann, Larenz), razones de moral y equidad
(Bonnecase, Giorgi), de Buena fe (Von Tuhr), Abuso del
Derecho, Voluntad presunta de las partes (Fornieles,
Rezzonico) (17), exceso del álea normal del contrato
(Messineo), condición tácitamente convenida
(18)
(Lehman) . Nosotros creemos que, tal como un teorema
matemático, puede demostrarse la vigencia del instituto aun
a falta de normativa expresa por varías vías; tal lo que
sucedía cuando nuestro código no consagraba
expresamente el instituto y la jurisprudencia debía acudir a
diferentes argumentos para reestablecer la justicia en el
contrato, circunstancia que también avizoraremos en la
doctrina de nuestro máximo tribunal. En aquel entonces, la
doctrina no hesitaba en admitir su vigencia aún a falta de
norma expresa (19).
Una peculiaridad que no habremos de omitir en
este introito finca en que, usualmente, vinculamos la teoría
de la imprevisión a materia contractual de derecho privado
(derecho común), siendo su aplicación al caso concreto
restringida por numerosas apreciaciones de hecho y prueba
(demostrar la excesiva onerosidad, las cuestiones atinentes
a la prueba de la constitución en mora, la interpretación de
informes técnicos periciales, etc.). En este punto el lector
advertirá entonces que la cuestión de la reductio ad
aequitem, como remedio excepcional ante un defecto en la
relación de cooperación que todo crédito importa, constituye
una cuestión de difícil encuadre en el recurso
extraordinario. Aún así, en supuestos excepcionales, la
CSJN ha tenido oportunidad de pronunciarse sobre nuestra
materia de estudio allí donde se evidenció un apartamiento
arbitrario de las bases fácticas que hubieran permitido (o
vedado) su aplicación (doctrina de la arbitrariedad).
Sin embargo, existe otro campo fecundo de invocación y
disputa en torno a la cláusula rebus sic stantibus y es el de
los contratos administrativos, donde diversas cuestiones
relativas a reajustes en materia de obra pública y
suministros llegaron a conocimiento del alto tribunal por vía
de la apelación ordinaria prevista en las leyes de rito.
Quizás sea este último de los tramos uno de los de más
compleja elaboración por cuanto, como es sabido, las
disposiciones del derecho civil no desembarcan en
cuestiones de derecho público sin una correspondiente
adaptación axiológica (solo por dar un ejemplo, quizás el
más arduo, resulta extremadamente complejo compatibilizar
un reajuste por vía del art. 1198 cuando se accedió a una
contratación adhiriendo a las cláusulas de un pliego de
bases y condiciones, pues mal podría, so pretexto de tal
reajuste, lesionarse el principio de igualdad de los
oferentes).
Con lo hasta aquí dicho, damos pie al estudio de la
doctrina de la imprevisión en los pronunciamientos de
nuestra Corte Suprema.
1. Antecedentes
Este precedente trata de una acción de reajuste en el
marco de una relación locativa. Según se desprende de los
términos del decisorio, el contrato fue alcanzado por la
escalada inflacionaria acelerada en el año 1975 (gran parte
de los precedentes estudiados refieren a la crisis
económica mejor conocida como "Rodrigazo"), produciendo
un fuerte desequilibrio en las prestaciones. La demanda de
reajuste es aceptada por el juez de primera instancia, pero
la ex Cámara Nacional Especial de Apelaciones en lo Civil y
Comercial decide revocar el fallo con el argumento (muchas
veces invocado por los tribunales nacionales) de la inflación
como hecho previsible. La actora se alza en recurso
extraordinario, el que motivó el pronunciamiento de la Corte
el día 24 de octubre de 1978.
1. Antecedentes
El precedente bajo análisis (pronunciado el 22 de mayo
de 1979) parte de la siguiente plataforma fáctica: la
demandada celebró con la actora un boleto de compraventa
en el año 1970 sobre un inmueble que, en aquel momento,
se encontraba bajo trámite de juicio sucesorio, circunstancia
que exigía la culminación del mismo y, además, la gestión
de una autorización judicial en atención a la existencia de
menores interesados. Al momento de firmar el boleto de
compraventa la actora abona un setenta y cinco por ciento
del precio, comprometiendo el saldo restante a ser pagado
al momento de escriturar. La culminación de los referidos
trámites judiciales conllevó unos cuantos años en el marco
de un ingente proceso inflacionario, circunstancia que,
obviamente, terminó licuando el valor real del 25 % restante
de saldo. Apenas pudo concluir la demandada con las
gestiones necesarias, ofreció proceder a celebrar la
escrituración si se acordaba un reajuste equitativo del
remanente a pagar. No estando de acuerdo la compradora,
demanda por escrituración, mientras que la demandada
reconviene solicitando el reajuste del contrato por
invocación de la teoría de la imprevisión, a la sazón, ya
incorporada con texto expreso en nuestro derecho positivo.
Tanto el juez de primera instancia como la Cámara
desestiman la reconvención. El núcleo decisorio en las
instancias inferiores se fundó en que la inflación no puede
ser considerada como hecho "imprevisible" o
"extraordinario", máxime cuando el negocio jurídico fue
celebrado existiendo ya tal proceso económico. Se reseña
que todo contrato conlleva un álea, incluso los
conmutativos, y para la demandada, la operación en
cuestión, no constituyó más que un mal negocio. La
Cámara señaló que, en definitiva, el art. 1198 exige también
"previsión" al celebrar un contrato, obrar con cuidado y
diligencia, de modo tal que, la revisión contractual sólo
proceda ante eventos que las partes no puedan haber
pensado por escapar a la misma imaginación. Desde que
los procesos inflacionarios no satisfacen tal categoría, se
sostuvo la negativa a la pretensión de la reconviniente, se
imponía en la solución al caso. Es importante remarcar que
la Cámara sí adhiere en obiter dictum a la tesis que ve la
brecha de ingreso a la revisión contractual cuando se
produce un proceso hiperinflacionario. En resumidas
cuentas, ante la referida tensión axiológica, la solución de
los tribunales inferiores se inclina por la seguridad jurídica y
la vigencia de la regla pacta sunt servanda.
Sin embargo, en el fallo de Cámara, se destaca la
disidencia del Sr. Juez, Dr. Dillón. Sus argumentaciones
habrían de tener acogida en la instancia suprema. En dicho
voto, el magistrado observa correctamente que las partes
no sujetaron el negocio jurídico a un plazo cierto, desde que
el inmueble era objeto de un proceso sucesorio. Que así las
cosas, bien pudo la compradora presentarse en tal proceso
y ejercitar sus derechos, más asintió en las gestiones de la
vendedora enriqueciéndose, en definitiva, por el progresivo
envilecimiento de la moneda. Entonces, tomado el lapso
temporal insumido en su conjunto, concluye Dillón, en el
caso concreto, la actora terminaría beneficiándose a costa
de la vendedora en un modo que no pudo ser querido por
las partes obrando en buena fe al momento de la
celebración del negocio. Deberá tener presente el lector
que la actora, al contestar la reconvención, había en
subsidio propuesto las pautas de un reajuste equitativo. La
cuestión llega a conocimiento de nuestro máximo tribunal
por aplicación de la doctrina de la arbitrariedad.
1. Antecedentes
Ferrocarriles Argentinos contrató con la actora (Intecar,
Sociedad de Comandita por Acciones) la adquisición de 177
zorras para cuadrilla mediante el procedimiento de licitación
pública. Para afrontar la orden de compra, la actora alegó
mayores costos en razón del proceso inflacionario y
mantuvo la tesitura de resultar adjudicataria de un contrato
de obra pública. En la estrategia desplegada por la actora,
conseguir subsumir la provisión de zorras bajo esa
normativa, implicaba la posibilidad de acudir a una revisión
de precios por vía de la ley 12.910(30) . Por el contrario,
nominar el contrato adjudicado como de "provisión",
implicaba caer bajo un régimen de congelamiento en las
condiciones pactadas. El primer juzgador hizo lugar a la
demanda en la primera inteligencia del contrato, mientras
que la Cámara Federal en lo Contencioso Administrativo
decidió revocar tal decisorio por entender que, tratándose
de cosas muebles, no podía encuadrar el vínculo en el
régimen de la ley de obras públicas.
La Procuración General, con enfoque atinado, observa
que la normativa de Ferrocarriles Argentinos (ley 18.360)
excluía sus contratos del régimen público de
contrataciones(31) y, por tal motivo, debía analizarse la
pretensión de reajuste bajo la doctrina del art. 1198, Cod.
Civil. El máximo tribunal emitió su pronunciamiento el 28 de
junio de 1979.
1. Antecedentes
Este pronunciamiento, recaído el 13 de octubre de 1981,
parte del siguiente supuesto: se celebra un contrato a plazo
con garantía hipotecaria; tiene principio de ejecución y se
abonan cuotas durante un período signado por la inflación,
existiendo un saldo remanente pagadero en cuotas al
momento de promoverse la acción. El contrato fue
alcanzado por los efectos de la devaluación del año 1975, y
a raíz de ello, la actora solicita un reajuste contractual, mas
la demandada decide consignar el saldo restante y exigir la
cancelación de una hipoteca existente en resguardo del
crédito. Tanto primera como segunda instancia dan razón a
la reconviniente. Para así decidir, observan que, con
anterioridad a la promoción de la demanda por reajuste, la
actora había percibido durante tres años las cuotas
pertinentes sin formular objeción alguna lo que,
entendieron, implicó "volver a su cauce lo pactado".
1. Antecedentes
El fallo sub examine recayó el 13 de mayo de 1982 y trata
de una solicitud de reajuste del precio de compraventa de
un inmueble, negocio jurídico que sufrió una fuerte
alteración en su equilibrio económico a raíz de la
devaluación de 1975, impactando sobre el saldo del precio
pactado (el precio habíase fraccionado en 140 cuotas). El
juez de primera instancia, por aplicación de la teoría de la
imprevisión, hace lugar al reajuste solicitado, más la
Cámara de Apelaciones, en alzada, y en aparente
autocontradicción según el dictamen del Procurador
General, entiende que la teoría de la imprevisión no era
aplicable al caso, más aún, teniendo en cuenta la fuerte
devaluación de la moneda, decide admitir un reajuste
menor al que practicó el Tribunal de primera instancia.
1. Antecedentes
El pronunciamiento bajo análisis recayó el 29 de junio de
1982. Acorde a la plataforma fáctica que se desprende de la
lectura del fallo, Vialco S.A. celebró un contrato de obra
pública con el Estado Nacional, habiendo cumplido con
todas sus obligaciones hacia el año 1975 y con anterioridad
al abrupto proceso inflacionario entonces desatado. Por tal
motivo acciona contra el Estado solicitando un reajuste,
pero encontrándose para ello con un serio obstáculo. Hacia
el año 1976, habíase sancionado la ley 21.392, para ser
más precisos, durante agosto de tal año. Dicha norma
permitía efectuar un reajuste sobre créditos emergentes de
la relación de Obra Pública siempre que el título fuera
exigible luego de los quince días de publicada tal normativa;
es decir, la deuda que poseía el Estado Nacional, prima
facie , no quedaba comprendida bajo tal normativa. Por ello
Vialco S.A. pide la inconstitucionalidad del precepto de
vigencia temporal de la ley (arts. 6º y 7º). En otro orden de
ideas, pide también un reajuste sobre certificados de obra
que había negociado con el entonces existente Banco
Nacional de Desarrollo, los que estaban excluidos por la
ley 21.392 de posible reajuste. Sobre este último punto se
expidió la CSJN rechazando tal pretensión, pero no
ahondaremos más sobre la misma desde que no guarda
adecuada vinculación con nuestro objeto de estudio.
El Estado Nacional, en el núcleo de su estructura
defensiva, a más de defender la constitucionalidad del
régimen temporal de la ley 21.392 y la vigencia plena del
art. 48 de la ley de obras públicas (en la redacción vigente
al momento de perfeccionarse el contrato), señaló que no
debía cargar con la onerosidad sobreviniente desde que no
había incurrido en mora alguna, pues la deuda era ilíquida y
para su debido pago dependía de la actividad de la actora.
Que había sido la demora de la actora en determinar
concretamente su crédito la que expuso el mismo a las
contingencias sobrevenidas a partir de mediados de 1975.
Que así las cosas, en la tesitura del Estado Nacional, sólo
correspondía abonar los intereses previstos por la ley de
obras públicas desde el momento en que cada crédito
quedó debidamente determinado en su cuantía.
La Sala I de la Cámara en lo Contenciosoadminsitrativo
Federal hizo lugar al ajuste solicitado (aunque
morigeradamente en relación al pronunciamiento de
primera instancia) sobre los montos adeudados por el
Estado Nacional, pero desestimó extender el mismo hacia
los certificados de obra que habían sido descontados.
2. El pronunciamiento de la CSJN
Primeramente, la CSJN reitera la posibilidad de aplicar el
instituto de la "teoría de la imprevisión" en modo
analógico(35) a los contratos administrativos. En segundo
lugar, reitera doctrina en el sentido que la iliquidez de una
deuda no reviste fuerza impeditiva del estado de mora,
salvo cuando sea imposible determinar un cuantum inicial
(posteriormente reajustable) por causas imputables a la
acreedora, supuesto que no se encontró acreditado en
autos salvo en lo referente a uno de los créditos reclamados
(transporte de cemento por carretera ante la imposibilidad
de emplear la vía ferroviaria). En relación al último reclamo
mencionado, la CSJN fija una fecha distinta de constitución
en mora y desde allí aplica el reajuste. Pero en los
restantes créditos se pronuncia a favor de aplicar la "Teoría
de la Imprevisión" y acudiendo a ella, esquiva elípticamente
la necesidad de una declaración parcial de
inconstitucionalidad de la ley 21.392 de reajustes en
materia de obra pública. Para así conseguirlo, se tiene por
verificada la concurrencia de los extremos que permiten el
reajuste del art. 1198 del Cód. Civil y luego, en una
interpretación integradora, al solo efecto de estimar el
reajuste, aplica los cánones de la ley 21.392 (aplicar ajuste
por índice del INDEC con mas una tasa del 5% anual
vencido) modificando parcialmente la decisión de la
Cámara.
1. Antecedentes
El fallo a comentar es breve, sin embargo, posee una
enorme trascendencia en la doctrina de la Corte Suprema
sobre la materia. Sabemos que existió un contrato de mutuo
hipotecario destinado a vivienda única y familiar del deudor.
El deudor planteó, una vez promovida la ejecución
hipotecaria, las defensas basadas en la excesiva
onerosidad sobreviviente y en el abuso del derecho. Tanto
en primera como segunda instancia (la ex Cámara Nacional
de Apelaciones Especial en lo Civil y Comercial) fue
rechazada la pretensión de reajuste; sin embargo, en cada
oportunidad, se esgrimieron motivos diametralmente
opuestos. En primera instancia sí se ingresó al análisis de
la excesiva onerosidad sobreviviente, rechazándose el
reajuste por considerar que la operación había sido
celebrada una vez disparado el creciente proceso
inflacionario en febrero de 1981; por el contrario, los jueces
de Cámara entendieron que tal defensa, al no fundarse en
las formas extrínsecas del título o en los presupuestos
procesales del juicio ejecutivo, imponían su desestimación.
La demandada se alza por vía del recurso extraordinario
federal ante la CSJN, que emite su pronunciamiento el 8 de
marzo de 1983.
1. Antecedentes
Nos centramos ahora en el estudio de un pronunciamiento
dictado el 29 de marzo de 1990 (Fallos: 313:376). En marzo
de 1983, la actora, Dulcamara S.A., realiza una oferta en el
marco de una licitación pública de obra llamada por ENTEL.
Adjudicado el contrato a la actora, y llegando la obra a un
48% en su ejecución, ambas partes de mutuo acuerdo
deciden rescindir el contrato, percibiendo hasta entonces la
actora una suma ajustada por el llamado "índice telefónico"
(basado en la construcción de un edificio telefónico tipo
Capital Federal). Sin embargo, la empresa decide promover
una demanda contra ENTEL por los mayores costos que
alegó sufrir y pretende acreditar comparando el índice
telefónico con otras pautas que agrega en un anexo a su
demanda. Por otra parte, la actora acumula como
pretensión el resarcimiento del mayor costo financiero que
habría experimentado al exponer su capital a inflación
(llama así a los gastos en que debió incurrir en el mercado
financiero por la alteración del esquema inflacionario
durante la ejecución del contrato en contraposición al
existente antes de formular la oferta y merced al cual estimó
el precio).
La pretensión es rechazada por la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Contenciosoadministrativo elevándose la
actora por ante la CSJN mediante recurso extraordinario.
2. El pronunciamiento de la Corte Suprema
La mayoría (Petracchi, Belluscio, Bacqué) decide
confirmar la sentencia de Cámara. Para así resolver,
entendieron que a la licitación le era aplicable el decreto
2875/1975, el cual, en atención a los desequilibrios
derivados del proceso históricamente conocido como
"Rodrigazo", autorizaba frente a distorsiones significativas el
establecimiento de nuevos mecanismos de liquidación en la
variación de costos. En definitiva, era esto último lo que
Dulcamara S.A. pretendía, pues no se encontraba
satisfecha con la aplicación del llamado "índice telefónico".
Sin embargo, el decreto 2875/1975 exigía en la inteligencia
de la CSJN idénticos requisitos a los previstos por el
art. 1198 del Cód. Civil para autorizar la elaboración de
nuevos mecanismos de variación de costos distintos a los
previstos por el Pliego de Bases y Condiciones. Ahora bien,
la CSJN entendió que Dulcamara había fallado en
demostrar la distorsión excesiva como la imprevisibilidad en
los desequilibrios económicos. Por otra parte, el costo
financiero estaba incluido en los mecanismos de reajuste
del decreto 2348/1976, el que fuera aplicado a prestaciones
recibidas de conformidad por la actora al finalizar la relación
contractual.
El voto del Dr. Fayt, quien se pronuncia en idéntico
sentido, aporta un mayor desarrollo en la base fáctica y en
los argumentos. Reafirma la vigencia de la teoría de la
imprevisión en el campo de los contratos administrativos,
pues en definitiva, la cláusula rebus sic stantibus constituye
un principio general de todos los contratos. Sin perjuicio de
ello, advierte claramente la adaptación axiológica que
resulta menester efectuar cuando se aplica la teoría de la
imprevisión en esta materia, pues el principio de
intangibilidad del acuerdo sobre la base de la propuesta y
los preceptos contenidos en los pliegos de bases y
condiciones constituyen una garantía del principio de
igualdad de los oferentes. Entonces, la actora debía
acreditar en modo indubitable los extremos que hacen
procedente un nuevo mecanismo de reajuste (los que de
acuerdo al decreto 2875/1975 coincidían en esencia con el
art. 1198 del Cód. Civil). Proceder de otro modo, para el
magistrado, hubiera implicado hacer del Estado un
"garante" de las ganancias de la compañía (39), quien se
supone conocía perfectamente el mecanismo de ajuste
("índice telefónico") y en base al mismo estimó su
propuesta, no pudiéndose dejar de considerar como
componente del precio la aceptación de un determinado
mecanismo de ajuste. De tal modo, acceder a lo
peticionado sería privar del riesgo empresario a todo
contratista del Estado. Finalmente, en relación al reclamo
por "mayor costo financiero", observa el Dr. Fayt que el
mismo no coincidiría en la formulación de la pretensión
judicial con el contemplado por el reajuste practicado
mediante decreto 2348/1976. La actora reclamaba por la
variación del índice inflacionario vigente al momento de
elaborar la propuesta y el existente al ejecutar la obra, pues
esa fluctuación le significó un costo financiero por
inmovilizar su capital para poder ejecutar la obra; sin
embargo, observa el magistrado, las pericias arrojaron
diferencias menores entre los índices otrora y entonces
vigentes, con lo cual, no había justificativo alguno para
acceder al reajuste. Además, agrega el magistrado, el
llamado "costo financiero" de suyo se entiende incluido en
los mecanismos de reajuste legalmente previstos para la
estructura de costos, no pudiendo pretenderse una suerte
de utilidad doble, una por la obra en sí y la otra por la
inmovilización del capital necesario para concluir la obra
(sería tanto como recibir un precio por realizar una obra y
una renta por inversiones en la obra).
1. Antecedentes
El precedente bajo estudio fue dictado el 21 de abril de
1992, siendo este dato importante pues la causa estuvo
bajo conocimiento de la CSJN con anterioridad (fallos
312:1500) y también posteriormente a raíz de un recurso de
hecho declarado inadmisible en relación al modo de
regulación de honorarios (pronunciado el 3 de mayo de
1994). Concretamente trata sobre un reclamo de una suma
en dólares estadounidenses que fuera convertida por la
Cámara Nacional de Apelaciones, sala A, en pesos al valor
de cambio del 11 de abril de 1981, con más una tasa
reducida del seis por ciento desde esa fecha y hasta su
efectivo pago por aplicación de la teoría de la imprevisión.
La causa fue objeto de estudio en una oportunidad
anterior por la sala II de la anterior Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Civil y Comercial, pero su
pronunciamiento fue desestimado por la CSJN toda vez que
existieron vicios en la formación del acuerdo que afectaron
la coherencia lógica de aquel pronunciamiento (falta de
correcta argumentación, un voto que remitía a los
fundamentos de otro pero con disímiles conclusiones,
etcétera).
1. Antecedentes
A comienzos de la década del ochenta, la compañía
Astilleros Príncipe y Menghi S.A. decide reestructurar sus
esquemas financieros y, en atención a los mayores costos
que le generaban los créditos indexados, solicita su
conversión a moneda extranjera. Asimismo, celebra un
contrato de mutuo en dólares estadounidenses con la
demandada. Los eventos posteriores, que implicaron un
fuerte cambio en la paridad con la divisa comprometida,
condujeron a la compañía deudora a promover acción por
reajuste en los términos del art. 1198, Cód. Civil. Tanto el
juez de primera instancia como la Cámara de Apelaciones
hicieron lugar a dicha solicitud, interviniendo la CSJN por
vía del recurso ordinario de apelación y pronunciándose en
junio de 1992.
1. Antecedentes
La demandada dio en locación una cosa por el plazo de
diez años previendo un incremento anual del 10% en el
monto del canon locativo desde el 31 de enero de 1973,
monto que se tornó exiguo en exceso ante el fenómeno
conocido como "Rodrigazo". Mediante reconvención solicita
la resolución del contrato, pero la sala IV de la Cámara
Nacional de Apelaciones Especial en lo Civil y Comercial
partiendo de los propios términos en que propone su
pretensión la reconviniente, entiende que ella consintió
durante muchos años el desequilibrio en las prestaciones,
con lo que resultaba entonces invalidada la revisión del
contrato. Abierta la instancia por recurso extraordinario, la
CSJN se expide en junio de 1992.
1. Antecedentes
El demandado celebró con el Banco Roberts S.A. un
contrato de mutuo con garantía hipotecaria en junio de 1979
por la suma de 400.000 dólares. Al no haber cancelado el
primer servicio del pago de intereses ni la primera cuota del
capital, la entidad bancaria promueve ejecución hipotecaria.
Sin embargo, el accionado posteriormente se presenta en
concurso preventivo. La entidad bancaria, por su parte,
verifica el crédito, el que es reconocido en su legitimidad y
privilegio; sin embargo se objetó una cláusula de intereses
punitorios y se procedió a reajustar el crédito por invocación
de la doctrina de la imprevisión y del abuso del derecho. La
cuestión llega por vía de recurso de inconstitucionalidad a la
Corte Suprema de Salta y, finalmente, por recurso
extraordinario ante la CSJN.
Los tribunales inferiores fundaron su postura en tres
aspectos nucleares a saber: que el mutuo en verdad había
implicado la entrega de pesos con una cláusula dólar de
ajuste (debe tenerse presente el régimen entonces vigente
en materia de obligaciones de dar sumas de dinero), que
por esto último, la conexidad contractual bancaria no
resultaba causal impeditiva para la doctrina de la
imprevisión, y la indiferencia de la situación de mora del
deudor bajo el argumento de una gravitación menor del
incumplimiento del pago del primer servicio de intereses y
cuota de capital.
1. Antecedentes
La Comisión Nacional de Energía Atómica contrató con la
actora la construcción de una obra destinada a conformar la
esfera de contención de la central nuclear Atucha II. Dadas
las peculiares características de la obra, tanto la comitente,
como la adjudicataria, no pudieron prever adecuadamente
la verdadera magnitud y costo de la obra. Ello así a tal
punto que, desde el momento en que se celebra el contrato
de locación de obra y hasta antes de interpuesta la
demanda, se celebraron cuatro acuerdos modificatorios del
original. Sin embargo, la actora (Calderas Salcor Caren
S.A.) entendió que las diversas modificaciones en las
fórmulas de ajuste no cubrieron un concepto por ella
denominado daño financiero . En resumidas cuentas, la
actora sostuvo que a partir de la cuarta modificación en el
sistema de recomposición de la ecuación económica
financiera (llevada a cabo en agosto de 1984) recién pudo
decirse que se vio satisfecha por las contraprestaciones
recibidas de la comitente. Sin embargo sostuvo que, por
todo el período anterior, la empresa no pudo cubrir las
inversiones necesarias, y por tal motivo debió endeudarse
en un mercado financiero secundario (mesas de dinero,
préstamos entre empresas, etc.) a tasas tan elevadas que
requieren la aplicación de un régimen de anatocismo para
poder ajustar adecuadamente tal costo. Interpuesta la
demanda, el juez en lo Contenciosoadministrativo de
primera instancia acoge la misma en modo favorable.
Apelada la sentencia, es confirmada por la Cámara
(tribunal a quo ), pero modifica el esquema de
repotenciación de la deuda y aplica la recomposición a las
sumas debidas desde marzo de 1985 y hasta su efectivo
pago. Para arribar a tal inteligencia, el a quo tuvo en
especial consideración la cantidad de acuerdos
modificatorios, circunstancia reveladora de un consenso en
punto a la insuficiencia de las fórmulas de recomposición
que habían sido pactadas originalmente. Este último punto
resulta importante, pues el Estado Nacional esgrimió que
acceder a las pretensiones de la actora implicaba un
quebrantamiento al principio de igualdad de oferentes
(argumentando que el llamado "daño financiero" está
comprendido en el contenido de la oferta), el que la Cámara
entendió, ya había sido vapuleado por las sucesivas
renegociaciones. Con el mismo argumento desestimó el
planteo del Estado Nacional en relación al apartamiento de
la normativa de ajuste de los contratos de obra pública
(ley 21.392), la que, recordemos, estipulaba por saldo
vencido el pago del monto actualizado con hasta un cinco
por ciento anual de intereses.
El Estado Nacional deduce recurso ordinario, el que
resulta admisible en atención a los montos involucrados
(sumamente elevados por cierto), resultando de tal
articulación el pronunciamiento que ahora analizamos,
dictado el 24 de septiembre de 1996.
2. El pronunciamiento de la Corte Suprema de Justicia
Nuestro máximo Tribunal decide revocar la sentencia de
Cámara (mayoría) en base a los argumentos que paso a
explicar.
Correctamente observado el planteo, la actora reclama un
concepto que llama "daño financiero", el que consiste en el
costo que debió enfrentar en el mercado financiero
(secundario) para poder realizar las inversiones necesarias
y llevar delante la ejecución de la obra hasta el momento
(cuarta modificación al contrato), en que se acordó una
formula de ajuste adecuada. Agudamente la Corte Suprema
advierte que no se estaba ante un planteo propio de la
"Teoría de la Imprevisión", pues la actora pretendía llevar
esa fórmula de ajuste hacia atrás, retroactivamente, para
corregir el contrato original, pretendiendo así que los
Tribunales suplan la falta de prudencia con que ofertó, sin
haber considerado debidamente la magnitud del
emprendimiento(44) .
Sostuvo además que el a quo fue más allá de la
pretensión originalmente articulada por la actora, pues ésta
no había cuestionado el mecanismo de ajuste de deuda por
mora (ley 21.392) sino la falta de una compensación
adecuada por los mayores costos que debió afrontar.
Es crucial comprender el núcleo argumentativo de la
CSJN, pues surge una conclusión evidente. La invocación
de la teoría de la imprevisión puede corregir una ecuación
económico financiera para proseguir en la ejecución de la
relación contractual, mas no para reconfigurar el contrato
original y reclamar los montos hasta entonces desfasados.
Este argumento adquiere mayor gravedad en el caso, pues
efectivamente, para la mayoría, el llamado "costo
financiero" fue considerado como un componente de la
oferta.
Finalmente, en un segundo orden de argumentos, la
mayoría entiende que no fue debidamente acreditado el
perjuicio financiero. Por ser ello una cuestión de hecho (por
cierto, y según surge de la lectura del fallo, de muy
compleja acreditación) que nada nuevo agrega a la doctrina
general de la CSJN en la materia, nos eximimos de ahondar
en mayor detalle.
La minoría (Moline O´Connor, López y Boggiano por su
voto) se inclina por confirmar el fallo de Cámara con ciertas
modificaciones. Para así decidir, cambia totalmente el
enfoque del planteo, y en vez de argumentar desde la
procedencia de la revisión por imprevisión, analiza bajo la
óptica del enriquecimiento sin causa y de la responsabilidad
contractual; entendiendo que, efectivamente, se había
acreditado el "perjuicio financiero" (diferencia en la
formación de la convicción de los distintos ministros de la
CSJN en punto a circunstancias de hecho, las que
básicamente versaron sobre el dictamen pericial) y que en
definitiva, el Estado Nacional se vería injustamente
beneficiado a costa de la empresa, que debió acudir a
elevadas tasas de interés para afrontar una inversión cuya
magnitud era también desconocida por el propio comitente.
Eso sí, la minoría sostiene que la necesidad de acudir a
mercados financieros no oficiales no puede serle endilgada
a la demandada, con lo que correspondía ajustar los
montos del resarcimiento. No se evidencia a simple vista la
conducta antijurídica del demandado (la minoría sí da por
acreditado el perjuicio y la relación de causalidad),
pareciendo que la misma es ubicada en el tardío
reconocimiento de una fórmula de ajuste apropiada
(renegociación del año 1984).
1. Antecedentes
La actora se presentó en el año 1982 a una licitación
pública conducida por YPF para tareas de exploración y
explotación en Mendoza. Celebra en junio de 1983 el
respectivo contrato luego de resultar adjudicataria para, casi
inmediatamente, solicitar un reajuste del 26% del valor de la
oferta por estimar condiciones sobrevivientes e
imprevisibles que tornaron excesivamente oneroso el
cumplimiento del contrato en las condiciones pactadas.
Invoca el principio de intangibilidad de la remuneración del
contratista. El planteo es rechazado en primera y segunda
instancia, elevándose a la CSJN por vía del recurso
ordinario de apelación. Los tribunales inferiores entendieron
que no se había acreditado el perjuicio desproporcionado
ni, mucho menos, la imprevisibilidad del mismo, pues la
existencia de procesos inflacionarios no puede considerarse
como un evento extraordinario en nuestra historia
económica. Agudamente se observa que la actora había
cotizado un monto sumamente bajo al ofertar en
comparación con los importes ventilados en licitaciones
anteriores. Que ello era indicio de una maniobra consistente
en ofertar a un precio bajo para ganar la licitación, y luego
solicitar un reajuste.
La CSJN dicta pronunciamiento el 8 de septiembre de
1998.
3. Conclusiones
El caso bajo estudio vuelve a referir sobre la cautela con
que debe admitirse la revisión de los contratos
administrativos. La actora había ofertado en la licitación
pública un 36% menos que la mejor oferta en una licitación
similar anterior para, tres meses luego de firmado el
contrato, alegar una necesaria recomposición. La sola
plataforma fáctica del planteo evidenciaba su
improcedencia, con lo que el fallo de la CSJN resulta
correcto. No existieron votos en disidencia.
1. Antecedentes
Más próximos en el tiempo, revivimos a través de este
recordado precedente la angustiosa crisis que atravesó
nuestro país en el año 2002. Luego de diez años de
vigencia del sistema de convertibilidad del peso, con una
paridad fija con el dólar estadounidense, y por primera vez
inclinándose nuestra costumbre jurídica a volatilizar la
distinción entre deudas de dinero y de valor, una crisis de
inconmensurables consecuencias económicas y sociales
motivó la salida del sistema diseñado por la ley 23.928 (de
convertibilidad del austral). La ley 25.561, llamada "de
emergencia pública y reforma del sistema cambiario",
deroga tanto el art. 1º de la ley de convertibilidad del austral
(que determinaba un tipo de cambio fijo) como su art. 2º
(reestableciéndose, consecuentemente, el curso forzoso de
la moneda nacional). Por su parte, el art. 2º de la normativa
de emergencia faculta al Poder Ejecutivo la fijación de los
mecanismos del tipo de cambio.
Sobre esta base, la ley 25.561 comienza a diseñar un
sistema de reestructuración de pasivos bajo las siguientes
líneas rectoras: créditos hipotecarios destinados a
adquisición de vivienda, a construcción, refacción y/o
ampliación de vivienda, créditos personales, prendarios
para adquisición de automotores y créditos de personas
físicas o jurídicas que reúnan los caracteres propios de una
Pyme, siempre vinculados al sector financiero, por hasta un
monto originario de USD 100.000 (luego la reglamentación
establecería distintos topes según el destino del crédito,
incluiría, suprimiría y sustituiría índices, creando un
complejo bloque normativo), se convertirían a razón de un
peso por dólar. Ahora bien, tal como había sostenido la
CSJN, las entidades financieras son intermediarias en el
mercado de dinero, sus activos se encuadran atados a
pasivos que han asumido y por tal motivo, se facultó al
Poder Ejecutivo la emisión de deuda para compensar la
llamada "pesificación asimétrica". Todo el sistema de
reestructuración descrito era el vinculado a deudas
mantenidas con el sector financiero. El art. 11, por su parte,
se ocupó de reestructurar las deudas entre particulares, y
determinó la relación de cambio un peso = un dólar, pero a
considerarse como pago a cuenta de la suma que sería en
definitiva determinada por procedimientos específicos a
saber: se estableció un plazo de 180 días para que las
partes renegocien la distribución de los sacrificios
ocasionados por la nueva realidad cambiaria; transcurrido
dicho término, de no haberse arribado a un acuerdo, las
partes podían acudir a la resolución judicial del conflicto. La
norma menciona expresamente la aplicación del art. 1198.
Esto último resultaba justo y apropiado. La doctrina
inveterada de la CSJN desde la década del '60 había
establecido que la inflación no podía ser considerada como
un evento imprevisible o extraordinario en nuestro sistema
económico. Sin embargo, el año 2002 marcó el fin de una
de las etapas de mayor estabilidad monetaria (justo es
decirlo, a costa de un ingente endeudamiento con
organismos multilaterales de crédito, desempleo y
desaceleración económica). Los operadores económicos y
jurídicos en verdad habíanse acostumbrado a operar en un
marco de certeza cambiaria con lo cual, como pocas veces
en la historia jurídica nacional, el art. 1198 del Cód. Civil fue
invocado en cuanto proceso de renegociación de deuda se
iniciara. El 3 de febrero de 2002 se dicta un decreto de
suma importancia para comprender el sistema de
reestructuración de deudas, y corrió bajo el número
214/2002. Entre otras cuestiones, el mismo introdujo el
Coeficiente de Estabilización de Referencia, que debía
adicionarse a las paridades ya establecidas para los
depósitos en el sistema financiero y contratos de crédito
celebrado entre particulares. En lo que hace al caso bajo
estudio, su art. 8vo introdujo el CER para adicionar a las
resultas de la paridad un peso dólar, previendo aún la
aplicación de la doctrina de los "esfuerzos compartidos". Sin
embargo, el art. 8vo especificó claramente que este
procedimiento no era aplicable a aquellos supuestos en que
el deudor hubiera incurrido en mora. El decreto
762/2002, por su parte, exceptuó por razones de gravitación
social del CER a una serie de créditos otorgados a
personas físicas (en este caso, el deudor era una persona
jurídica y su crédito no ingresaba en el marco de las
excepciones a tal mecanismo de ajuste). Finalmente, la
ley 25.820 (2 de diciembre de 2003) modifica la redacción
del art. 11,ley 25.561 (disposición base para comprender el
presente caso), diseñando el siguiente sistema: las
obligaciones existentes al 6 de enero de 2002, haya o no
mora del deudor, se transforman bajo la regla un peso = un
dólar, debiendo las partes afrontar equitativamente los
sacrificios derivados de las distorsiones que resultaren
luego de aplicar el CER o CVS (coeficiente de variación
salarial) según corresponda. Como se observa, le
ley 25.820 viene a trocar un punto central de la regulación
de la imprevisión, cual es la posibilidad de obtener la
revisión y reajuste contractual a pesar de haber incurrido en
mora.
El caso bajo estudio trata de una deuda con garantía
hipotecaria entre un frente de acreedores que actúan en
litisconsorcio activo y una persona jurídica, la que tomó una
deuda de USD 392.000, en diciembre de 1998 y que debía
restituir en diciembre de 1999. En enero de 1999 la
prestataria tomó una ampliación de USD 58.000 más para
devolver en igual plazo. La deudora incurrió en mora, y ya
hacia noviembre de 2001 había incluso suspendido el pago
de los intereses restando un saldo de 163.000 dólares a
cancelar y por el cual los coacreedores iniciaron la
ejecución hipotecaria contra la deudora.
El núcleo de la cuestión, adelantamos, habrá de versar
sobre la vigencia del art. 508, Cód. Civil frente a la
normativa de emergencia antes reseñada. Más claro aún, si
podía la deudora morosa ampararse en la ley 25.820 (cuya
inconstitucionalidad fue planteada por el frente acreedor,
con tacha extensiva a otras normas del régimen de
emergencia cambiaria) para abonar una deuda pesificada
aún cuando había incurrido en mora antes de la crisis
cambiaria. La accionada, como era de imaginar, defendió la
constitucionalidad de la normativa de emergencia y sostuvo,
entre sus argumentos, que la actora habría de percibir una
acreencia cuadruplicada, lo que constituiría, en definitiva,
un supuesto de enriquecimiento sin causa.
El juez de primera instancia manda llevar adelante la
ejecución y declara la inconstitucionalidad de la normativa
de emergencia en punto al art. 11 de la ley 25.561, y arts. 1º
y 8º del decreto 214/2002 y por razones de "estricta justicia
conmutativa" establece la siguiente ecuación
compensatoria: un peso por cada dólar, más el 50 % del
valor de la divisa norteamericana en el mercado de
cambios, más una tasa de interés que se fijaría al momento
de liquidar la deuda. La Cámara, en primera alzada,
sostiene que el régimen de emergencia delineado a partir
de la ley 25.561 sólo era aplicable a deudas exigibles con
posterioridad al 6 de enero de 2002 (fecha de su entrada en
vigencia), con lo cual quedaba excluida la deuda del caso
bajo análisis por haber la deudora incurrido en mora (es
decir, no consideró la reforma que la ley 25.820 introdujo a
su art. 11, sobre deudas no vinculadas al sector financiero
por haber dicha ley entrado en vigencia con posterioridad al
dictado de la sentencia de segunda instancia). Obviamente,
esto fue motivo central de agravios por parte de la deudora,
quien adujo, terminaba sufriendo todas las cargas de la
abrupta modificación en el sistema cambiario.
Así las cosas, la cuestión llega a conocimiento del
máximo tribunal por vía del recurso extraordinario federal,
toda vez que se hallaba en juego la inteligencia de normas
federales habiendo sido la sentencia de Cámara contraria a
las pretensiones que la recurrente fundó en tal normativa.
3. Conclusiones
A modo de conclusión personal, compartimos la solución
de la minoría integrando los argumentos de los Dres
Lorenzetti, Fayt y Argibay. En efecto, entendemos que la
mayoría validó la constitucionalidad de la normativa de
emergencia en una litis que no ameritaba tal avance sobre
los contratos y la autonomía de la voluntad.
En verdad, la mutuaria era una persona jurídica que
recibió dólares para aplicarlos a una inversión inmobiliaria
que efectivamente realizó, preservando el capital en modo
tal que difícilmente pueda alegarse una excesiva
desproporción en las prestaciones. Que por otra parte,
resulta a mi juicio irrefutable la postura del Dr. Fayt en punto
a la existencia de la situación de mora con anterioridad al
dictado de la primera ley de emergencia cambiaria del
nuevo siglo. Ello implicó la incorporación de un derecho de
propiedad en cabeza de los acreedores que vino a ser
vulnerado por la aplicación retroactiva del régimen de
emergencia.
Sin embargo, la forma en que fue construida la decisión
final no permite aseverar que se ha sentado una línea clara
en pos de una tesitura proclive a admitir la revisión
contractual ante cualquier supuesto. Por el contrario, sí
puede afirmarse que existe una coincidencia en avalar la
normativa de emergencia para revisar los contratos cuando
se trata de tutelar a la persona humana, la familia o en el
ámbito de las relaciones de consumo (principio protectorio)
y que, en la medida que la excesiva onerosidad
sobreviviente constituya un hecho de público y notorio, o de
gravedad común extensivo a gran parte de la sociedad, mal
puede rechazarse su planteo por el hecho de ser articulada
la defensa en el marco de un proceso abreviado.
Finalmente, aún no compartiendo el voto mayoritario, se
fija como doctrina de la Corte Suprema la posibilidad de
alegar la excesiva onerosidad sobreviviente, aun
encontrándose el deudor incurso en mora, sea por
invocación de la doctrina del abuso del derecho (voto del
Dr. Zaffaroni), sea por la legislación de emergencia (voto de
la mayoría)(51) .
XVIII. CONCLUSIONES
En el presente apartado, habré de sintetizar la doctrina de
la CSJN en relación a la "teoría de la imprevisión". Tenga
presente el lector que hemos tratado de inducir máximas a
partir de criterios que han evidenciado cierta vocación de
permanencia en el pensamiento de nuestro máximo
tribunal.
— La doctrina de la "excesiva onerosidad sobreviviente" se
halla ínsita en la entraña misma del derecho, pudiendo ser
invocada aun a falta de texto expreso.
— El art. 1198, Cód. Civil contiene tan solo un precepto
relativo a la "teoría de la imprevisión", pues se trata de un
principio general de los contratos y a ella obedecen otras
normativas propias del derecho de emergencia o bien de
las contrataciones públicas, las que permiten un diálogo e
integración entre distintas fuentes.
— La "teoría de la imprevisión" es aplicable a los contratos
administrativos, mas ello exige una adecuada adaptación
axiológica. En este último sentido, debe cuidarse de no
quebrar el principio de "igualdad de los oferentes",
recomponiendo la ecuación financiera del contrato sólo
ante hechos imprevisibles que hubieran generado una
excesiva desproporción en los sacrificios para cualquier
oferente que pudiera haber sido adjudicatario.
— La aplicación de la cláusula rebus sic stantibus exige
acreditar fehacientemente los extremos de imprevisibilidad
y excesiva desproporción en los sacrificios.
— La teoría de la imprevisión es aplicable tanto a contratos
de ejecución instantánea, continuada y diferida, como a
los de tracto sucesivo.
— La teoría de la imprevisión puede ser ejercida mediante
acción o defensa, e introducida en el escrito de demanda,
reconvención o contestación de demanda. En todo caso
los jueces deben cuidar de darle adecuada substanciación
al pedido de revisión o resolución confiriendo un traslado.
— La inflación no puede ser considerada un hecho
"imprevisible", sin embargo, el envilecimiento de la
moneda producido a causa de procesos inflacionarios, sí
puede habilitar la revisión contractual.
— Cuando un acreedor recibe pagos sin pedir un reajuste
por vía de la doctrina de la imprevisión, no puede por ello
presumirse una renuncia a requerir la aplicación de tal
instituto, ello claro, sin perjuicio de tener por firmes las
prestaciones cumplidas. No proceden reajustes
retroactivos.
— Aún en el marco de procesos de cognición abreviada,
restringida o ejecutivos (v.gr.: una ejecución hipotecaria)
es posible invocar la teoría de la imprevisión si se trata de
un hecho público y notorio que comprometa intereses
humanos superiores, la tutela de la familia, el derecho de
los consumidores, o bien cuando se constata una
circunstancia que afecta en modo común y con gravedad
a gran parte de la población.
— En el marco de los contratos administrativos, la
aplicación de la doctrina de la "excesiva onerosidad
sobreviviente" resulta más restrictiva, pues el Estado no
es un garante de las ganancias de sus contratistas.
— La posibilidad de exigir un reajuste contractual puede
constituir una causal obstativa para la constitución en
mora, en la medida que sea manifestada esa intención de
renegociar a la contraparte, aún extrajudicialmente.
— La legislación de emergencia puede aplicar la teoría de
la imprevisión aún a deudores que hubieran incurrido en
mora con anterioridad al factum .
— Debe cuidarse, siempre que exista conexidad
contractual, que la aplicación del art. 1198 no termine
creando un nuevo perjudicado en substitución de otro; tal
lo que sucede en el mercado de intermediación financiera
y ante determinados supuestos de conexidad contractual.
— Resulta válida y supera el test de constitucionalidad toda
normativa de emergencia que reestructure los contratos si
con ello, ante hechos imprevisibles, salvaguarda la
dignidad humana, protege la familia y defiende el derecho
de los consumidores (principio protectorio).
Capítulo III
TEXTO DE JURISPRUDENCIA
CSJN, 26/2/1918, "Señores J. Casanova y M. Santato
contra la provincia de Buenos Aires, por cobro de
pesos", Fallos: 127:87. Fallo in extenso
Sentencia de la Corte Suprema
Buenos Aires, Febrero 26 de 1918.
Y vistos: Los seguidos por los señores J. Casanova y M.
Santato contra la provincia de Buenos Aires, por cobro de
pesos, de los que resulta:
Que a fs. 2 y por apoderado, comparecen los actores y
expresan que han construido obras de desagüe en el
partido de San Isidro, en virtud del correspondiente contrato
celebrado con el Gobierno de la provincia de Buenos Aires.
Que en el contrato de referencia se estableció que el pago
de la obra se haría previa entrega de certificados expedidos
por el Departamento de Ingenieros dentro de los diez días
siguientes al mes a que correspondiese la parte de obra
ejecutada, y esos certificados devengarían un interés de 6
% si no se abonaban dentro de los treinta días de
expedidos.
Que la provincia demoró el pago de los certificados, y una
parte fué pagada con letras de tesorería que ha sido
necesario descontar, reteniendo además la demandada el
depósito de garantía durante un tiempo, a pesar de que
debía serles devuelto al entregar la obra concluída.
Que en tal virtud la provincia de Buenos Aires debe abonar
los intereses de los certificados que se pagaron con mora, y
los que corresponden al depósito de garantía, durante el
tiempo que los tuvo en su poder, a partir de la fecha de la
terminación de las obras.
Que en mérito de lo expuesto, pide se condene a la
provincia al pago de los intereses reclamados, que estima
provisionalmente en la suma de ocho mil cuatrocientos diez
y seis pesos, sesenta y cuatro centavos moneda
nacional, con intereses y costas.
Que acreditada la jurisdicción originaria de esta Corte, se
corrió traslado de la demanda a la provincia de Buenos
Aires, y ésta lo evacuó pidiendo su rechazo con costas,
exponiendo que en efecto celebró el contrato de
construcción a que aluden los actores, y que el pago de los
intereses que reclaman fué desestimado
administrativamente por las circunstancias que se expresan
en los expedientes respectivos.
Que por escritura de fecha Enero 8 de 1915, los señores
Casanova y Santato cedieron al Banco de la Provincia los
créditos correspondientes a los certificados que en esa
escritura se mencionan a fin de aplicarlos al pago de la
deuda que los actores tenían con el Banco citado.
Que la provincia de Buenos Aires reconoció al Banco de la
Provincia como cesionario de los actores y le abonó las
sumas que debían cobrar los señores Casanova y Santato,
sin que el Banco hiciera reserva alguna respecto de los
intereses que hoy se reclaman.
Que, los actores no tienen, en consecuencia, derecho
alguno derivado de los certificados que mencionan en su
demanda, porque fueron cedidos al Banco de la Provincia,
ni lo tienen por los intereses que pretenden porque en el
mejor de los casos, el crédito se habría extinguido con
arreglo al artículo 624 del Código Civil, por haberse cobrado
el capital sin reserva alguna respecto a los intereses, en
cuyo mérito pide el rechazo de la demanda con costas.
Que recibida la causa a prueba, se produjo la que expresa
el certificado de fs. 56; se presentaron los alegatos de fs. 59
y 67 y se llamó autos (fs. 70).
Y considerando:
Que por lo que hace a los certificados números 12, 13, y
14, fueron cedidos al Banco de la Provincia, como resulta
de la escritura de fs. 1 del expediente número 27 letra B.,
agregado, y estando dispuesto por la ley que la cesión
comprende entre otros derechos accesorios, los intereses
del crédito cedido (Código Civil, artículo 1.458), los señores
Casanova y Santato carecen de acción para deducir
reclamo alguno por los intereses.
Que respecto de los certificados números 10 y 11 no hay
constancia alguna en los expedientes administrativos
agregados, de la fecha en que correspondía hacer su pago,
ni de aquélla en que se hizo; siendo de notar que en las
actuaciones de prueba practicadas ante esta Corte,
tampoco se ha acreditado ese punto, y en tal caso, no
presentando los actores en su apoyo la prueba legal
correspondiente, su demanda debe desestimarse por no
haber demostrado los extremos de hechos afirmados al
deducida.
Que tampoco han probado los actores respecto de los
demás certificados, haber hecho reserva expresa sobre los
intereses al recibir del gobierno de la provincia el importe
correspondiente, ni exigieron, como hubiera sido del caso,
de acuerdo con la cláusula expresa del artículo 42 del
contrato, la acumulación de los intereses devengados a los
subsiguientes certificados; y en cambio recibieron y
cobraron esos certificados por el valor de las obras
ejecutadas, sin objeción ni reserva alguna, y en
consecuencia, con arreglo al artículo 624 del Código Civil,
el gobierno de la provincia no está obligado a abonarlos.
Que en cuanto a los intereses en concepto de mora por la
devolución del depósito de garantía, en el contrato
testimoniado a fs. 29, no hay cláusula alguna de la que se
desprenda que los actores tengan derecho a percibirlos; y si
bien el deudor moroso debe los intereses estipulados, los
legales, o los que se fijen judicialmente (Código CIvil,
artículo 622), no hay mora sino cuando medía
requerimiento en forma (Código Civil, artículo 509; Fallos,
tomo 34, página 398) y en el caso de autos no se ha
acreditado ese requerimiento. Si se pretendiera que tal
formalidad fué llenada por el escrito de fs. 1 del expediente
C., 40 agregado, habría que observar, entre otras
circunstancias, la de haberse presentado ese escrito (Enero
27 de 1915) con posterioridad a la fecha (Enero 8 de 1915)
de la escritura en que los actores cedieron al Banco de la
Provincia, entre otros créditos, el constituído por el depósito
de garantía y se obligaron a abstenerse de cobrar y percibir
el importe de ese crédito y de los demás que fueron objeto
de dicho convenio.
Que aún cuando la escritura de referencia denomina
contrato de prenda al convenio de que instruye, de su
contexto general resulta que es un contrato de cesión,
puesto que autoriza al Banco "como cesionario" para aplicar
las sumas que perciba por los conceptos anteriormente
mencionados, a amortizar o cancelar las obligaciones que
se han mencionado, y que esta aplicación se hará sin
necesidad de ninguna intervención por parte de los
exponentes y a medida que ingresen las sumas cobradas,
(fs. 1, expediente B, número 27, agregado).
Que establecido lo que precede, es aplicable a los
intereses del depósito de garantía las mismas
consideraciones relativas a los certificados números 12, 13
y 14, pues con arreglo a la ley, la acción comprende, como
se ha dicho, entre otros derechos accesorios, los intereses
del crédito cedido (Código Civil, artículo 1.458 citado) y
además, no hay constancia de que esos intereses hubiesen
sido excluidos de la cesión, antes bien, el Banco cesionario
aparece expresamente autorizado para que "cobre y
perciba de la Tesorería General del Gobierno de la
Provincia las sumas de dinero que el Ministerio de Obras
Públicas le adeuda (a la firma social José Casanova y
compañía) por las obras de los conductos de desagüe que
han construído" (Expediente citado B. 27, fs. 2 vta).
Que las reclamaciones posteriores al recibo del capital por
el cedente o por el cesionario, no suplen la formalidad
establecida por la ley al respecto, pues como queda dicho,
el recibo del capital por el acreedor, sin reserva alguna
sobre los intereses, extingue la obligación del deudor
respecto de ellos (Código Civil, artículo 624; fallos, tomo 22,
página 385; tomo 119, página 389; tomo 120, página 5).
Por estos fundamentos, se absuelve a la provincia de
Buenos Aires de la demanda de fs. 2, debiendo abonarse
las costas en el orden causado, atentas las circunstancias
del caso. Notifíquese original, repóngase el papel y
archívese. — A. Bermejo . — Nicanor G. del Solar. — D. E.
Palacio. — J. Figueroa Alcorta.
COMENTARIO
I. INTRODUCCIÓN
1. Importancia de la materia
La "interpretación contractual", en la jurisprudencia de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación, constituye un tema
de sumo de interés en razón de la importancia que reviste
el asunto en el momento de resolver los litigios que arriban
a la máxima instancia del Poder Judicial.
Se puede decir, sin temor a equivocarnos, que la mayoría
de los casos que versan sobre cuestiones contractuales
(sean de naturaleza civil, comercial, administrativa, etc.) se
dirimen por argumentos relativos a la interpretación: sea en
torno al documento en el que se instrumenta el contrato (la
manifestación formalizada de la autorregulación de
intereses a través de normas individuales); sea a la misma
declaración de voluntad común; sea a la aplicación de los
cánones o reglas interpretativas en relación a las
circunstancias particulares de cada caso; etcétera(1) .
La interpretación judicial de los contratos, al decir de
Danz, "pertenece al pan de cada día del juez", más aún, de
todas las normas que el juez tiene que aplicar para dirimir
los litigios de derecho, las más importantes son las relativas
a la interpretación de los negocios jurídicos. "Todo aquel
que ejerza el derecho o se haya asomado a las colecciones
de jurisprudencia sabe que hay un sinnúmero de litigios que
versan sólo sobre el modo de interpretar el negocio jurídico
o el contrato litigioso. Interpretado el negocio jurídico,
interpretado el contrato, queda resuelto el litigio"(2) .
Por interpretación se entiende la operación con la que se
verifica el significado, jurídicamente relevante, del acuerdo
contractual. Bianca señala que siendo el contrato un acto
de la autonomía privada mediante el cual las partes
disponen de su esfera jurídica, interpretar el contrato quiere
decir comprobar el significado de aquello que las partes
dispusieron, o sea verificar e l contenido sustancial del
contrato . El significado del contrato es aquél que resulta de
la apreciación objetiva del acto, según las reglas de
interpretación, significado objetivo éste que expresa,
fundamentalmente, la intención común de las partes(3) .
Capítulo IV
El contrato de consumo a la luz de la jurisprudencia de
la Corte Suprema de Justicia de la Nación
TEXTO DE JURISPRUDENCIA
COMENTARIO
1. Consideraciones preliminares
El estudio de los fallos emanados de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación con respecto al "contrato de consumo"
exige analizar brevemente el sentido y alcance de esta
noción.
Con relación al instituto del contrato, la doctrina (1) ha
sostenido que el art. 1137 del Código Civil debe unirse con
los arts. 1167 y 1169 a los fines de completar el concepto, y
teniendo como fundamento central el art. 1197 en cuanto
regla la autonomía de la voluntad que expresan las partes
para reglar sus relaciones.
Lorenzetti(2) enseña que el contrato es un instrumento
para la realización de actividades económicas, es "una
relación entre partes en el proceso de programación de
intercambio en el futuro".
Así explica el autor citado que en nuestro derecho la
obligación tiene su causa en el contrato, que constituye un
"tipo legal" cuyos elementos deben darse para que surja
aquélla.
La historia del contrato enseña que la autonomía privada,
como fuente de las obligaciones, evolucionó de manera tal
que dejó de responder a una tipicidad legislada, y que lo
relevante es la función social de cada uno de los tipos
especiales.
El autor referenciado explica que se definen las tipologías
genéricas asociadas a la finalidad, y dentro de ellas, un
contrato tipo principal que tiene la posibilidad de ser el líder,
y por ello, aplicar sus normas en forma subsidiaria a otros
contratos que persiguen el mismo objetivo.
Garrido Cordobera(3) explica que "en la realidad socio-
económica del siglo XXI, la cuestión contractual y los
fenómenos a los que se aplica conllevan una de las tareas
más importantes que consiste en darle al contrato los
alcances debidos; el instituto precisa no sólo la conformidad
con el orden público y las buenas costumbres, la sinceridad,
la confianza, el honor de la palabra empeñada, sino, sobre
todo, del intento de realizar la Justicia en esta norma
particular, con dimensión social, enmarcada en la buena fe
y el honeste vivere .
La autora citada ratifica que la ley le otorga fuerza
obligatoria al acuerdo de voluntades si éste presenta
utilidad social y justicia contractual, y que si bien el contrato
mantiene su base fundamental en los arts. 14, 16, 17 y 19
de la Carta Magna, cabe sumar a éstos el art. 42 que
establece la función de protección de la debilidad jurídica
del consumidor condicionando la autonomía privada a un
mínimo inderogable.
La evolución del mercado ha puesto claramente de relieve
que la actividad de consumo no se configura como un
accionar aislado, sino como una conducta social que
vincula a una persona o grupo de personas y, por lo tanto,
tiene un claro impacto jurídico.
El consumo es la etapa final del proceso económico, y
consiste en el uso o empleo de los bienes y servicios para
gozar de la capacidad de satisfacer necesidades humanas
que tienen los bienes en general(4) .
2. El contrato de consumo
El contrato de consumo no configura un "tipo especial"
sino una categoría general, a la cual acceden los diversos
contratos especiales, sean de compraventa, locación,
mutuo, etc., tal como actualmente lo recepta y regula el
Proyecto de Código Civil y Comercial de 2012.
Este vínculo de consumo nace originariamente con base
contractual, y de allí la regulación originaria del "contrato de
consumo" en la ley 24.240 y su recepción en los primeros
tiempos de la jurisprudencia patria.
En esta línea, Garrido Cordobera(5) recuerda que los
códigos clásicos no se ocuparon específicamente del
consumidor, no obstante se lo consideraba el comprador de
la cosa en el contrato de compraventa, el locatario en la
locación y la jurisprudencia fue dándole perfiles propios a
una categoría. Las relaciones entre consumidores y
usuarios y proveedores de bienes o servicios han estado
tradicionalmente sometidas al Derecho comercial por
aplicación de las teorías del acto de comercio, hoy es en
realidad interdisciplinario o multidisciplinario.
La autora señala que el sistema tiene notas típicas del
régimen estatutario como se observa por la consideración
especial del sujeto y la función de tutela. La idea de
protección es derivada de una idea fuerza: la de la
inferioridad de los profanos respecto de los profesionales.
V. EL DERECHO JUDICIAL
1. ¿Competencia civil o comercial?
Uno de los primeros antecedentes de la CSJN en materia
consumeril es el fallo "Safar Retamar María Elena c. Moño
Azul S.A. Daños y Perjuicios"(16) , que arribó al Tribunal con
motivo de una contienda negativa de competencia entre la
Justicia Nacional Civil y la Comercial.
Va de suyo que este tipo de conflicto sólo opera en este
ámbito, pues las provincias tienen organizados el fuero civil
y comercial en forma conjunta, y no se requiere entonces la
distinción entre la materia civil y la comercial.
De todas formas, con motivo de este debate, el Alto
Tribunal se introduce en el tema de la integración normativa
de la legislación consumeril, cuestión contemplada
expresamente en el actual art. 3, que reza: "Las
disposiciones de esta ley se integran con las normas
generales y especiales aplicables a las relaciones de
consumo, en particular la ley 25.156 de Defensa de la
Competencia y la ley 22.802 de Lealtad Comercial o las que
en el futuro las reemplacen. En caso de duda sobre la
interpretación de los principios que establece esta ley,
prevalecerá la más favorable al consumidor. Las relaciones
de consumo se rigen por el régimen establecido en esta ley
y sus reglamentaciones sin perjuicio de que el proveedor,
por la actividad que desarrolle, esté alcanzado asimismo
por otra normativa específica".
El análisis metodológico exige comenzar con la
plataforma fáctica del caso.
2. Reseña del conflicto planteado
Atento tratarse de un conflicto de competencia, la CSJN
sólo refiere que la pretensión de fondo constituye una
acción de daños y perjuicios en función de la actividad
comercial de la demandada y la relación dada entre las
partes.
De tal modo, la cuestión central es dirimir si se está frente
a un "contrato de consumo" excluido del régimen mercantil,
o si por el contrario, atento a la actividad de la demandada,
correspondía el fuero comercial.
Así, la cita del art. 452 inc. 2 del Cód. Com. permite inferir
que nos encontramos frente a la compraventa de una cosa
mueble, que por algún motivo habría generado una cuestión
resarcitoria.
En esta línea, tanto la Cámara Nacional Civil, sala M,
como la Comercial, sala B, se declaran incompetentes para
entender en el sub lite por tratarse de materia consumeril.
Por un lado, la Cámara Civil argumenta que la LDC se
complementa con la ley de Defensa de la Competencia
22.262, que en su art. 4 define la competencia del fuero
comercial.
Por otro lado, la Cámara Comercial afirma que el decreto-
ley 1.285/1958, en su art. 43, inc. b, asignaría competencia
civil por tratarse de una acción de daños y perjuicios
derivados de hechos ilícitos, independientemente de que el
acto que sustenta la acción sea de comercio.
Tal como se advierte, la compraventa que sirve de
sustento a la acción resarcitoria no es catalogada por
ambos tribunales a los fines de definir la competencia,
cuestión que resulta relevante a tenor de la correcta
articulación de los arts. 5, 6, 7, 8 del Cód. Com., y la norma
especial reglada en el art. 452, inc. 2, del mismo cuerpo
legal, que excluye de la mercantilidad a las operaciones que
tengan por fin la adquisición "para el consumo".
Ambas Cámaras reconocen que hay una relación de
consumo, pero a los fines de la definición de competencia,
intentan hacer pie en la actividad mercantil de la
demandada o el reclamo civil derivado de aquélla, según el
caso.
En definitiva, la CSJN resuelve definir la competencia a
favor del fuero civil, remitiendo a los fundamentos brindados
por el Procurador General de la Nación, por lo que, cabe
realizar una síntesis de éstos.
4. Análisis
4. Análisis
1. ¿Autonomía de la voluntad?
Tal como enseña Podetti(37) , la jurisdicción es el poder
público que una rama del gobierno ejercita, de oficio o a
petición de interesado, instruyendo un proceso para
esclarecer la verdad de los hechos que afectan el orden
jurídico y actuando la ley en la sentencia.
A su vez, el autor citado expresa que la competencia es la
jurisdicción atribuida a un fuero o a un juez, y que se
determina por elementos varios como son: el territorio, la
materia, la persona, el grado y el turno.
En esta línea, cabe puntualizar que en los casos en que la
competencia se defina en razón de la materia, el turno o el
grado, ésta deviene improrrogable, y por ende, no es viable
su prórroga por voluntad de las partes.
Por el contrario, en materia de competencia territorial,
tanto el Código de rito nacional como los provinciales
habilitan la prórroga mediante lo que se llama: "el pacto de
foro prorrogando" por convención de partes.
La doctrina procesalista(38) explica que aun cuando
teóricamente el postulado de "actor sequitur forum rei ", en
la práctica, dicho principio se ve pospuesto por el lugar
convenido para el cumplimiento de la obligación, y de tal
forma, el forum solutionis desplaza al forum domicilii .
Así, el lugar convenido es aquél en el cual las partes, por
contrato o por convención posterior, resuelven someterse a
un juez que no es el legalmente previsto para dirimir el
conflicto, ejerciendo así la facultad concedida por los
arts. 101 y 102, Cód. Civil.
Ahora bien, en los últimos tiempos, y no solamente en el
plexo consumeril, se ha considerado que cuando se está
frente a contratos de cláusulas predispuestas, la prórroga
de la competencia debe analizarse cuidadosamente, pues
se podría estar frente a un abuso del derecho de la parte
prevalente, que anulase la convención.
En el derecho consumeril, es clara la directiva estipulada
en el art. 36 en materia de operaciones crediticias, que
establece la competencia del domicilio del consumidor con
carácter de orden público, art. 65 del mismo cuerpo legal.
A su vez, el art. 37 de la LDC regla las cláusulas abusivas
impidiendo la validación de toda aquélla que implique
renuncia o restricción de los derechos del consumidor, o
amplíe los derechos de la otra parte, todo lo cual deja sin
sustento la posibilidad del pacto de foro prorrogando en
perjuicio del consumidor.
Estos principios asumidos por la doctrina y la
jurisprudencia nacional no se enuncian en el fallo que
comentamos a continuación, por lo que, el precedente de la
CSJN es un cono de sombra.
Veamos el caso concreto.
4. Análisis
5.2. Reseña del fallo: "Plan Óvalo S.A. de Ahorro para fines
determinados c. Giménez Carmen Elida"
7. Proyección jurisprudencial
En esta inteligencia, cabe puntualizar que en este tipo de
vinculación los ahorristas se adhieren al círculo de
capitalización y ahorro, mediante un contrato de
compraventa de cláusulas predispuestas y, más
correctamente, a un verdadero contrato de adhesión,
redactado por la administradora del plan, en el que no
tienen ninguna capacidad de negociación.
Además, los suscriptores son consumidores en los
términos del art. 1 de la ley 24.240, pues el objeto del
negocio es la adquisición de bienes nuevos a título oneroso,
y siempre que su utilización sea con carácter de destino
final, mientras que tanto la administradora como la
concesionaria intermediaria y la empresa fabricante,
quedan articuladas en la cadena de comercialización propia
de este tipo de negocios, y por ende, son proveedores y
quedan sometidas a la ley 24.240.
De tal modo, el criterio de la CSJN en cuanto a la
aplicación de los arts. 3 y 37 inc. b de la LDC para juzgar la
validez de la prórroga de jurisdicción, considerándola
abusiva en estos tipos de contratos, se ajusta a la correcta
télesis de la tutela del consumidor.
Resulta indudable que tal como señala el Alto Cuerpo
Federal, el pacto de foro prorrogando implica una renuncia
de derechos para la parte débil del contrato, y una mejora
para la posición de la proveedora, expresamente vedada
por el inc. b del art. 37 de la LDC.
A modo de ejemplo, sobre la declaración de abusividad de
cláusulas en este tipo de contratos, podemos citar algunos
precedentes jurisprudenciales, tales como "Fasán Alejandro
Luis Arnoldo c. Volkswagen S.A. de Ahorro para Fines
Determinados" (56) ; "Villegas, Claudia c. Turín S.A." (57) ; "De
Simone, Silvia Mabel c. Volkswagen S.A. de Ahorro para
fines determinados"(58) . En síntesis, este criterio
jurisprudencial de la CSJN se proyecta a todo el ámbito de
la contratación por adhesión.
1. Aspectos preliminares
La doctrina(59) ha puntualizado que la vida cotidiana del
habitante de la sociedad de consumo comprende un
sinnúmero de situaciones que escapan al compartimento de
las relaciones contractuales, y que consecuentemente, el
consumidor no solamente es aquél que compra bienes, sino
que también al moverse dentro de la sociedad recibe el
impacto de una serie de actividades que exigen la tutela de
su persona y sus bienes.
Este aspecto se pudo advertir con toda claridad en el
terreno de la responsabilidad de las concesionarias viales,
en donde se debatió la naturaleza de ésta y del propio
Estado, cuestiones que fueron abordadas por diversos
fallos de la CSJN.
En esta línea, se advierte una clara evolución que iremos
analizando en la medida que estudiemos cada uno de los
precedentes que pasamos a comentar.
4. Reseña del caso "Bianchi c. Buenos Aires Provincia y Camino del Atlántico S.A."(63) y "Martínez
Lamas, Manuel c. Buenos Aires Provincia de y otros s/daños y perjuicios"
Las causas reseñadas en el acápite fueron acumuladas y resueltas conjuntamente por la CSJN por
economía procesal al tener ambas la misma plataforma fáctica.
Las pretensiones fueron interpuestas a fin de reclamar los daños y perjuicios derivados del accidente
de tránsito con motivo de la presencia de dos equinos que súbitamente cruzaron la ruta provincial
nro. 11, a la altura del camino de tierra a Mar Azul.
Como consecuencia del episodio, el Sr. Bianchi y su cónyuge y los restantes ocupantes del
vehículo —i nvitados por aquél— fueron trasladados al hospital Municipal de Villa Gesell, donde aquél
falleció.
4. Nuestra posición
Desde esta perspectiva, con el respeto que merece el
conocido tratadista, la subsunción de la prestación del
servicio debe realizarse superando el marco contractual e
introduciéndose en la relación de consumo y la aplicación
de la ley 24.240, pues hace a la correcta interpretación del
sistema jurídico y no constituye una demasía ya que la
concesionaria está en condiciones de eximirse de
responsabilidad acreditando la ruptura del nexo causal, que
son las circunstancias relativas a la culpa de la víctima, la
de un tercero por quien no debe responder o el caso fortuito
o fuerza mayor.
Tal como lo reconoce el propio Lorenzetti, es el explotador
del servicio quien está en mejor posición para recolectar
información de la circulación de los animales en las rutas, y
por el contrario, el usuario no tiene ninguna alternativa de
conocimiento, y de allí, la carga de autoinformación y de
trasmitirla al usuario de forma puntual y concreta.
Ahora bien, esta carga exige tomar medidas eficaces
frente a los riesgos reales que constata la concesionaria, y
que también está en posición de prevenirlos.
Por último, la carga indemnizatoria puede ser distribuida
por el prestador, disminuyendo los accidentes y contratando
un seguro.
En definitiva, compartimos los argumentos expuestos por
el Dr. Zaffaroni, y entendemos que de la relación de
consumo que vincula a la concesionaria con el usuario
surge el deber de seguridad, de origen legal (art. 5 de la
LDC) y constitucional (art. 42 de la CN), que ostenta la
calidad de una obligación de resultado, con las
consecuencias jurídicas que ello implica en cuanto a
eximentes, plazos de prescripción, etcétera.
De todas formas, cabe reconocer que la doctrina no es
conteste en que el deber de seguridad implique también
una obligación de resultado, y que consecuentemente,
torne aplicable un factor de atribución objetivo, pues se
entiende que también podría eximirse acreditando la propia
diligencia por parte de la concesionaria vial.
Este debate es sumamente complejo, pues la textura del
art. 40 de la LDC es sumamente clara en cuanto a la
imputación objetiva de la responsabilidad y la necesidad de
eximirse solamente mediante la ruptura del nexo causal.
XI. CONCLUSIONES FINALES
Los precedentes jurisprudenciales que hemos reseñado y
explicado son sumamente ricos, por lo que éstas son
algunas de las conclusiones que se derivan de ellos, sin
perjuicio de la que el lector pueda inferir releyendo los fallos
y nuestros comentarios.
En primer lugar, nos parece relevante señalar que la
CSJN avanza de la tesis del "contrato de consumo",
receptada en la originaria versión de la ley 24.240, a la
"relación de consumo", incorporada en el art. 42 de la Carta
Magna y actual art. 3 de la LDC con la reforma de la
ley 26.361, y que implica una vinculación entre un
"proveedor" y un "consumidor o usuario" que nace o
reconoce como fuente, no solamente una convención de
partes, sino también hechos o actos jurídicos.
Así, lo relevante no es tanto la calificación del acto jurídico
existente entre las partes, sino que lo importante es advertir
que el consumidor o usuario realiza un solo acto, como es
"consumir" o "usar" un bien o servicio.
De tal modo, al quedar subsumido el contrato en la
relación de consumo, se torna operativo el régimen tuitivo
del plexo consumeril, y consecuentemente, las que antes
eran consideradas obligaciones derivadas del principio de
buena fe por el art. 1198 del Cód. Civil, hoy son directivas
centrales de origen legal, como lo son la obligación de
informar, art. 4 de la LDC, el deber de seguridad, arts. 5 y 6,
el deber de trato digno y equitativo, art. 8 bis, etcétera.
Desde otro costado, también podemos señalar que, tal
como enseñara Rezzónico(70) , es necesario distinguir "el
contrato" de "los contratos", y consecuentemente, el "tipo"
que significa un especial proceso organizativo: la
ordenación legal contractual se efectúa a través del tipo, de
manera tal que este último aparece como un cuadro
significante compuesto de partes, pero sólo aprehensible en
su generalidad, y que le dan las características propias.
En este sentido, el contrato de consumo es un "tipo
general" que se replica en los contratos individuales, por lo
que podemos hablar de compraventa de consumo, mutuo
de consumo, locación de servicio de consumo, y así
sucesivamente. Precisamente, ésta es la modalidad que
asume el Proyecto de Código Civil y Comercial 2012,
cuando regula en la parte general al contrato de consumo.
En esta inteligencia, lo relevante en el contrato de
consumo y que también se da como notas caracterizantes
en la relación de consumo: son la debilidad estructural que
existe entre el proveedor y el consumidor, elemento objetivo
propio de la sociedad de consumo, y por otro lado, el
destino final del bien o servicio, que caracteriza al
consumidor o usuario, de manera tal que este último "cierra
el circuito económico".
Tal como enseña Rezzónico(71) , el tráfico en masa ha
afectado al contrato tradicional y ha debilitado el principio
de autonomía de la voluntad, pues resulta patente que el
consumidor "no negocia" sino que simplemente "adhiere" a
un contrato predispuesto, y de allí el nacimiento de la
terminología "contrato de adhesión".
En síntesis, los fallos de la CSJN hunden sus raíces en la
"relación de consumo" y reconociendo la existencia también
de contratos que engastan en aquella noción, aplican los
principios de la Ley de Defensa del Consumidor, luego de
haber pasado por la etapa del derecho común y de los
deberes secundarios derivadas de la buena fe, que hoy se
alzan como conductas obligatorias para los proveedores.
Por ello, podemos concluir afirmando que el derecho del
consumidor va de la mano, inseparablemente, de un
derecho empresario, y ambos traducen la interpretación
económica del derecho y las relaciones económicas del
mercado, pero tal como enseña Mosset Iturraspe (72) , el
derecho del consumidor es el ordenamiento jurídico "de las
necesidades de bienes y servicios".
De allí que este ordenamiento no es un derecho "contra"
los proveedores, sino que busca reconocer el contenido
ético que implica el respeto a la dignidad de la persona
humana.