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La Trepadora

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La trepadora

Rómulo Gallegos ©1925


©2007 Editorial Panapo de Venezuela, 218 págs.

La trepadora, contrariamente a lo que me imaginé cuando empecé a leerla, resultó ser


una novela que captura la atención del lector; o, al menos puedo decir que captó mi
atención. El inicio, poco llamativo y, de hecho, perfectamente olvidable, hace honor a un
par de primeros capítulos que te hacen creer que la novela es muy mala. Estuve tentado de
dejarla a un lado, cerrar sus páginas y no continuar leyendo. Nada que ver con Doña
Bárbara que, luego de leerla dos veces, he terminado por considerarla una buena novela,
interesante desde el inicio.
La trepadora, en cambio, inicia muy lentamente, o, mejor, la voz narrativa apuesta por
un inicio tangencial, optando, además, no por la narración propiamente dicha sino por el
diálogo. Siempre he de creer que el diálogo es uno de los grandes escollos a la hora de
escribir. Un buen narrador puede no ser un buen dialoguista. Y sentí, quizá ideas mías;
pensé, mientras leía, que era cuestión de paradigmas, el juzgar una novela de hace casi 100
años con un paradigma crítico impropio del tiempo de la novela en cuestión. La culpa la
tendría la reciente lectura de la Trilogía sucia de La Habana, una novela con un estilo que
se encuentra en las antípodas de La trepadora. Incluso el estilo de Cuando quiero llorar no
lloro, otra de las leídas recientemente, se encuentra sumamente alejado del de la novela de
Gallegos. Con estas dos novelas como lecturas precedentes era lógico que sintiera que La
trepadora carecía de la calidad literaria (aunque esto es muy subjetivo) que, en teoría, debía
tener.
Una novela más cercana, tanto a su tiempo como al estilo, es San Bernardo, la novela
del brasileño Graciliano Ramos; aunque, cierto que es otro estilo, más “postmodernista”;
alejado del romanticismo que se respira en Gallegos. Y bien pensado, son ideas
contrapuestas las que se presentan en ambas novelas. En Ramos hay cierta negatividad,
cierto triunfo de la barbarie sobre la civilización; aunque es un triunfo no completo. En
Gallegos, en cambio, el triunfo es de la civilización, y con una historia positiva. No
obstante, estas diferencias, son bastante cercanas. Los protagonistas son hijos ilegítimos,
que a fuerza de trabajo logran conseguir posiciones económicas de poder. Ambos
protagonistas terminan apoderándose, con tretas y artimañas, de las haciendas en las que
crecieron. Ambos se casan con mujeres “espiritualmente” superiores, y en el caso de
Hilario Guanipa, con una mujer de “mejor casta”. Así que hay material bastante similar.
Podría ser interesante un análisis a contrapunto. Pero supongo que este no es el momento.
La trepadora nos presenta varios frentes de lucha; no solo la típica dicotomía
“barbarie-civilización” de la época del criollismo latinoamericano. Existe la cuestión de la
raza, la lucha entre las castas, la “lucha de clase” de entonces. El abolengo de un apellido
contra el arribismo de nuevos ricos. También está la lucha clásica entre los hijos legítimos
y los ilegítimos. Y todo esto con un posible trasfondo político, una lectura histórica de la
Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX.
Salvados los dos primeros capítulos de la primera parte de la novela, en los que se
“narra” el regreso de Hilario Guanipa a su pueblo; entramos en la historia de este personaje,
nuestro protagonista y antagonista. Fue a partir del tercer capítulo cuando la voz narrativa
captó definitivamente mi atención y la historia que me fue revelando terminó por ganarse,
con justo derecho, las horas de tiempo dedicadas a la lectura.
La lectura de La trepadora, de cierta manera, me transportó a otras lecturas, de otros
momentos de mi vida. Recordé Peonía, recordé En este país…!; novelas que, alejadas por
varios años de diferencia en el tiempo, transportan a esa época agrícola del país, la
Venezuela pre-boom petrolero; la Venezuela del campo, que empezaba a convertirse en
país hecho y derecho. Esas novelas transportan a esos momentos en los que se comienza a
gestar un país, no sin los grandes escollos que representan los modelos antiguos y
arcaizantes. Peonía, entre las tres, es la negativa, en la que se lee que no hay posibilidades
para levantarse por encima de las carencias espirituales, culturales, sociales. En este país…!
tiene un poco de positivismo y otro poco de negativismo. La trepadora es, en cambio, todo
esperanza.
De esta segunda novela que leo de Gallegos, debo decir que me siento bastante
conforme. Tiene, sí, sus deficiencias. El principio me pareció flojo, mal logrado, en el que
los diálogos me parecieron forzados, artificiosos, del tipo de diálogos que pretenden poner
en “conocimiento” al lector, pero lo hace de una manera tan poco imaginativa que no puedo
evitar sentir que me desagrada. Aunque, en última instancia, todo esto no es sino cuestión
de gustos. Puedo no existir una razón crítica válida, ¿hay una teoría del diálogo? Porque, a
fin de cuentas, ¿cómo hace un escritor para mostrar a través del diálogo lo que quiere
presentar al lector? El instinto es lo que lo mueve; lo que considera que personas reales
dirían si en verdad vivieran la situación de los personajes novelescos. No hay una teoría del
diálogo, así como tampoco un análisis crítico que permita constatar a través del método
“literario” la calidad o no de una sección dialogada en una novela. ¿O sí lo hay? No
recuerdo nada que me pueda ayudar. Aquello que me disgusta o desagrada de los diálogos,
aquello que veo forzado o artificioso puede no parecérselo a otro lector.
Una última cuestión acerca de la novela que me pareció mal lograda fue el final. Me
pareció demasiado apresurado, rápido; como si a la voz narrativa se le hubiera estado
agotando el tiempo y hubiera decidido adelantarlo todo, terminarlo de golpe. El final en sí,
es verdad, no es malo. La manera en que concluye me parece bastante natural, un
pensamiento perfectamente válido. El tema es cómo llegamos a esa idea final; cómo
terminamos la estancia de Victoria en Caracas, cómo terminamos contemplando el
enamoramiento entre Nicolás y la propia Victoria. Esta sección parece demasiado
apresurada. Y saltar de allí, de una vez a la hacienda, con una “transformación” de golpe de
Hilario, sin nada más a qué hacer referencia, me despido. Tan bien construida la segunda
parte de la novela, en la que se nota cómo la parte negativa de Hilario sale a flote y lo
domina, nos toca asistir a su transformación en cuestión de dos o tres párrafos. Siento que
le faltó tiempo, le faltó desarrollo a esta sección… pero bueno, así ha de haber sido la idea
de Gallegos. No consideró necesario nada más. En cuanto a mí, le faltó.
Fuera de los detalles del inicio y el final, La trepadora me parece una buena novela. No
tan bien lograda como Doña Bárbara, pero sin duda alguna digna de la eminencia que
representa el nombre de Rómulo Gallegos para la literatura venezolana. Sin duda, vale la
pena leerla y volverla a leer.

Carlos Alfredo, 16 de septiembre de 2021.

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