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Kuhn Thomas - Qué Son Las Revoluciones Científicas

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Thomás SI Kuhn

¿Qué son las revoluciones científicas?


y otros ensayos
Introducción de Antonio Beltrán
Paidós / I.C.E. - U.A.B.
PENSAMIENTO CONTEMPORANEO
Colección dirigida por Manuel Cruz

1. L. Wittgenstein, Conferencia sobre ética


2. J. Derrida, La desconstrucción en las fronteras de la
filosofía
3. P. F. Feyerabend, Límites de la ciencia
4. J, F. Lyotard, ¿P o r qué filosofar?
5. A. C. Danto, H istoria y narración
6. Th. S. Kuhn, ¿Qué son las revoluciones científicas?
7. M. Foucault, Tecnologías del yo
Thomas S. Kuhn

¿Qué son las revoluciones científicas?


y otros ensayos

Introducción de Antonio Beltrán

Ediciones Paidós
I.C.E. de la Universidad Autónoma de Barcelona
B arcélona-B uenos A ires-M éxico
Título original:
What are Scientific Revolutions?
© 1987 by Massachusetts Instituía of Technology, Cambridge - Lon­
dres
Commensurability, comparability, communicability
© The Philosophical of Science Assodatlon, Universidad de Mi­
chigan, East Lansing
Rationality and Theóry Choice
© The Journal of Philosophy, Nueva York

Traducción de José Romo Feito

cultura L ibre
Cubierta de Mario Eskenazi y Pablo Martín Badosa
1.‘ edición, 1989
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del
«Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total
o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la
reprografía y el tratam iento informático, y la distribución de ejemplares de ella
mediante alquiler o préstamo públicos.

© de esta edición
Ediciones Paidós Ibérica, SA.
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona, e
Instituto de Ciencias de la Educación
de la Universidad Autónoma de Barcelona, 08193 Bellaterra
ISBN: 84-7509-544-5
Depósito legal: B-13.706/1989
Impreso en Hurope, SA.
Recaredo, 2 - 08005 Barcelona
Impreso en España - Printed in Spain
SUMARIO

Introducción: T. S. Kuhn. De la historia de


la ciencia a la filosofía de la ciencia, An­
tonio B eltrán .................................. 9

1. ¿Qué son las revolucionescientíficas?. 55

2. Conmensurabilidad,comparabilidad y
comunicabilidad............................ 95

3. Racionalidad y elección de teorías . . 137


INTRODUCCION

T. S. KUHN. DE LA HISTORIA DE LA CIENCIA


A LA FILOSOFIA DE LA CIENCIA

Pronto, en el aquí ya mítico 1992, se cumplirán


treinta años de la primera edición de La estruc­
tura de las revoluciones científicas1 (en adelante
E.R.C.), de T. S. Kuhn, posiblemente el libro más
citado en la filosofía de la ciencia, desde entonces.
Y también el libro de filosofía de la ciencia más
citado. Aunque esta última afirmación no es aún
plenamente aceptada por todos. En el marco de
la crisis abierta entonces en la filosofía de la cien­
cia eso es comprensible, porque los profesionales
del campo no renunciaron, como es usual, a las
pautas, criterios y prejuicios por los que se habían
regido durante mucho tiempo. Por otro lado, ese
libro revolucionario procedía de alguien que se
presentaba y se presenta a sí mismo como «histo­
riador», y defendía y mostraba la relevancia y
1. T. S. Kuhn, The structure of scientific revolutions,
University of Chicago Press, 1962, 1970. La versión castellana-
por la que citaré, en México, F.C.E., 1971.
10 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?

necesidad de la historia de la ciencia y disciplinas


afines para la filosofía de la ciencia. Y esto, desde
los dogmas vigentes, resultaba sacrilego. Pero con­
templado desde un punto de vista retrospectivo
podría ser considerado perfectamente como una
necesidad.)
A finales del siglo xix y principios del siglo xx,
los grandes héroes de la inmediata prehistoria de
la ciencia habían sido científicos o filósofos que,
si no buscaban en la ciencia pasada la acumula­
ción de hechos científicos hacia nuestra verdad,
veían en ella la confirmación de sus propias ideas
científicas o filosoficometodológicas, que la his­
toria mostraba como la conclusión de un desen­
cadenamiento lógico. Disfrutamos aún de grandes
monumentos de erudición, como la obra de
Duhem, resultantes de su labor y perspectiva más
lógica que histórica.
En relación o como reacción a esta historia
positiva o puramente interna y lógica, surgen en
Francia diversos grupos que reivindican una
auténtica historia de la ciencia, orientada por la
perspectiva «histórica», muy diferente de la «cien­
tífica». Es necesario, dirá Rey, rehabilitar la Edad
Media, como quiere Duhem. Pero no podemos ate­
nemos a la literalidad de ciertos textos. El «espí­
ritu», el ámbito en que se mueven es muy dife­
rente al de la ciencia moderna. Su tesis es que
«la historia de las ciencias es ante todo historia
de su espíritu filosófico, de la representación que
los hombres se han hecho en cada instante del
universo, cuando trataban de precisarla y legiti­
INTRODUCCIÓN n
marla... ».2 En Héléne Metzger podemos encontrar
afirmaciones similares no menos entusiastas* Si
a estos añadimos los nombres de L. Febvre y F, En­
riques, y sobre todo el de su antecesor Paul Tan-
nery, obtendremos buena parte del grupo de his­
toriadores a los que pronto se uniría Koyré.
Se ha dicho repetidas veces que con Koyré la
historia de la ciencia alcanza su madurez, que es
el padre de la historia de la ciencia actual. Efec­
tivamente, en él la reacción y las directrices d¿l
grupo mencionado alcanzan su cumplimiento y
desarrollo. La denuncia del anacronismo. La v i ­
gencia de la contextualización de científicos y teo­
rías en su entorno cultural, olvidando nuestros
conocimientos actuales. El consiguiente análisis
conceptual y de la «estructura de pensamiento»
del problema y autor estudiados. El rechazo del
concepto de «precursor», más allá incluso de la
crítica de Metzger.4 La esencial unidad del pensa­
miento científico y filosófico. I-a prioridad de las
transformaciones filosóficas en las revoluciones
2. Véase, para lo tratado en este párrafo, la introducción
de Pietro Redondi en Alexandre Koyré, De la mystique á la
Science. Cours, conférences et documents 1922-1962, compila­
ción de Pietro Redondi, París, Editions de l’Ecole des hautes
études en Sciences sociales, 1986. Nuestra cita en pág. XVI.
3. Véase H. Metzger, La m é th o d e p h ilo so p h iq u e en h is -
to ire d e s S ciences. T e x te s 1914-1939, París, Fayard, 1987, cuyo
primer capítulo plantea la cuestión en su título «LTiistorien
des Sciences doit-il se faire le contemporain des savants dont
il parle?» Pero pueden verse, en general, la primera y segun­
da partes del libro donde quedan bien definidas sus posturas
historiográfica y filosófica.
4. Metzger, op. cit., págs. 75-95.
12 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
científicas. Todos estos elementos se ilustran y
ponen de manifiesto en los estudios que lleva a
cabo Koyré del Renacimiento y la Revolución Cien­
tífica, y constituyen el marco y apoyo de sus notas
críticas al inductivismo y al positivismo.

II

Pero entonces ya no son simplemente el induc­


tivismo y positivismo decimonónicos. El desarro­
llo de la lógica formal había proporcionado los
medios para construir una filosofía de la ciencia
que, entre otras cosas, iba a explicar el carácter
racional y progresivo de la ciencia e ilustrar el
camino que debía seguir la filosofía, más allá del
rito de la confusión de la tradicional. El empiris­
mo lógico, con la inducción como bandera meto­
dológica, la verificación como escoba para pseudo
problemas metafísicos o de catadura similar, y la
persecución de un lenguaje sin equívocos, ahora
sí, universal, se desarrollaba en los mismos años
en que Koyré hacía historia de la ciencia, sobre
todo de una de sus etapas más gloriosas, y ésta
tenía poco que ver con lo que afirmaban los posi­
tivistas lógicos. Ya en 1935, Metzger se asombraba
de que los miembros de la escuela de Viena cre­
yeran que sus agresivas propuestas eran tan nue­
vas cuando en Viena eran un lugar común. Pero
una de las cosas que le parecía inquietante era
que los positivistas lógicos «que combaten los a
priori con todas sus fuerzas, mantengan no obs­
INTRODUCCIÓN 13
tante uno en la base de su trabajo. Se trata dé la
ignorancia sistemática, espontánea primero, que­
rida después, de los trabajos originales de los filó­
sofos, de la historia de la filosofía y de la historia
de la ciencia».5
Pronto vendría Popper a criticar tesis centrales
del empirismo lógico, defendiendo el falsacio-
nismo contra el verificacionismo, el método hipo-
tético-deductivo contra la inducción y proponien­
do como problema básico el del crecimiento de
la ciencia. Pero eso no acercaba en lo más mínimo
la filosofía de la ciencia a la historia de la ciencia.
Por el contrario. Popper pone más énfasis aún en
que ambas cosas no sólo son distintas sino que la
historia está subordinada a la filosofía de la cien­
cia, o más exactamente a la lógica de la ciencia.
Formula así lo que llama «principio de transfe­
rencia». Esta es una de las joyas popperianas que
luce así: «Todo lo que es verdad en el dominio de
la lógica, lo es también en el método científico y
en la historia de la ciencia».4

III

Está claro que la obra histórica de Kuhn debe


situarse en la línea ,de Koyré apuntada más arriba.
En el primer libro de historia de la ciencia de
5. Metzger, op. cit., pág. 166.
6. Popper, Conocimiento objetivo, Madrid, Tecnos, 1974,
pág. 19. Compárese este principio con la afirmación de Koy­
ré: «...la historia del pensamiento científico no es entera­
14 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?

Kuhn, La revolución copemicana, puede percibir­


se fácilmente la «simpatía» del autor por los ele­
mentos centrales de la historiografía defendida
por Koyré. En su momento constituyó la primera
obra de conjunto del desarrollo de la astronomía
.
desde Grecia hasta el siglo x v i i Pero, ya allí, se
percibe algo más: los intereses filosoficometodoló-
gicos. Está claro que nuevas preguntas formula­
das, como por qué tardó dieciocho siglos en
aparecer la revolución copemicana o, en general,
parágrafos como «Las funciones de un esquema
intelectual» y la «Anatomía de la creencia cientí­
fica»7 surgen sin duda de un trabajo genuinamente
histórico que, no obstante, no sólo no excluye
sino que implica una reflexión filosófica que, como
en esta ocasión, puede ser de gran novedad y rele­
vancia para la filosofía de la ciencia en general.
De hecho, tales preguntas y reflexiones constituían
una profundización en las directrices historiográ-
ficas de Koyré y sus colegas apuntadas más arriba,
pero también se hacían desde la conciencia de la
contradicción con la filosofía de la ciencia vigente.*
mente lógica. Por eso, para comprender su evolución hay
que tener en cuenta factores extralógicos». (Estudios de his­
toria del pensamiento científico, Madrid, Siglo XXI, 1977,
pág. 83.)
7. Kuhn, La revolución copemicana. La astronomía pla­
netaria en el desarrollo del pensamiento occidental, Barcelo­
na, Ariel, 1978 (orig., 1957), págs. 65-72 y 110-116, respectiva­
mente. Pero véanse de modo especial las págs. 112 y sigs.
8. Hay, no obstante, un punto importante que separa la
historiografía de Koyré de la de Kuhn. Se trata de la idea
del progreso científico que el primero describe como itinerar
INTRODUCCIÓN 15
La obra filosófica de Kuhn surge de la consta­
tación de que, a pesar del principio de transferen­
cia de Popper, la historia de la ciencia contradice
la lógica de la ciencia vigente, y tengo pocas dudas
acerca de que Popper identifica st¿4ógica de la cien­
cia con la lógica de su principio de transferencia.
Kuhn nos cuenta que, siendo un físico, aficionado
a la filosofía de la ciencia, sus primeros trabajos
históricos le pusieron de manifiesto que la ciencia
tenía poco que ver con lo que los filósofos y la
pedagogía de las disciplinas científicas decían de
ella. Pero lo importante no fue sólo tal percepción
que, en el primer aspecto al menos, era común
entre los historiadores de la ciencia, sino sobre
todo que el propio trabajo histórico le convenció
de que la historia de la ciencia podía ser útil y
necesaria para el filósofo de la ciencia y, por otra
parte, que esto provocó su dedicación a la histo­
ria de la ciencia.* El interés de este punto no es
sólo biográfico, sino que plantea problemas teóri­
cos centrales respecto, al trabajo del historiador y
del filósofo de la ciencia y de sus relaciones.
rium mentís in veritatem y que, en la filosofía de la ciencia,
teorizaría Popper. Kuhn, por el contrario, rechaza esta idea
de progreso e insiste en que la historia de la ciencia muestra
un desarrollo «desde los comienzos primitivos», pero que
nada indica que constituya un progreso hacia algo y, en es­
pecial, hacia la verdad. (Véase Koyré, op. cít. en nota 6,
págs. 395-396; y Kuhn. E.R.C., págs. 262-263.)
9, Para las notas autobiográficas de Kuhn, puede verse
especialmente el prefacio a The Essential Tensión. Selected
Studies in Scientific Tradition and Change, University of
Chicago Press, 1977 (Trad. cast.: La tensión esencial. Estudios
16 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
Creo que debemos empezar por decir que qui­
zá resultaría ingenuo prestar toda nuestra fe a la
realidad o veracidad del relato autobiográfico.
Y esto, dicho al hablar de la obra de Kuhn, no
necesita de gran comentario para aclarar que en
ningún caso se trataría de mala fe. Pero el hecho
es que, si creemos a Kuhn, uno de los núcleos cen­
trales de su reflexión filosófica tendría sus oríge­
nes en los mismos inicios de su quehacer como
historiador, hacia 1947. Cuando en este año se le
pidió que diera unas conferencias sobre los orí­
genes de la mecánica del siglo x v ii, tuvo que en­
frentarse a la clásica situación del historiador que
debe entender las teorías de un autor, en este
caso la física de Aristóteles, lejano en el tiempo
y en la teoría. Su actitud fue en un principio la
del antiguo historiador que le preguntaba al autor
griego cuánto sabía de la física moderna. Pero
entonces Aristóteles resultaba bastante estúpido.
No sólo no sabía nada de física newtoniana, sino
que además resultaba incoherente y absurdo. Aún
hoy en día hay gente que no tiene dificultades a
la hora de aceptar tal conclusión. Pero Kuhn era
sensato y pensó que la incapacidad era suya. El
hecho es que, tras arduo esfuerzo.y mucha lectura,
consiguió pensar a Aristóteles desde la propia obra
de éste, y aquel marco mental se le reordenó súbi­
selectos sobre la tradición y el cambio en el ámbito de la
ciencia, México, F.C.E., 1982), así como el inicio del primer
ensayo. En adelante, y a pesar de todo, citaré por la edición
castellana.
INTRODUCCIÓN 17
tamente. Aquello le hizo comprobar que hay mu­
chas maneras de leer un texto y que, como venían
diciendo los historiadores, cuanto más proyectan
desde el presente más inadecuadas son. Aprendió
además que no todas las lecturas son equivalen­
tes, sino que unas poseen «más plausibilidad y
coherencia que otras». Pero lo más importante
fue que «el efecto más decisivo» de este método de
lectura, nos cuenta, «fue el ejercido sobre mi con­
cepción de la ciencia». Y éste es el punto que yo
quería destacar. Al explicarlo, Kuhn dice que un
factor clave de las aportaciones de los fundadores
de la mecánica del siglo xvn como Galileo y Des­
cartes fue que «crearon nuevas maneras de leer
los textos que en principio me confundieron», y
algo más abajo continúa: «Por consiguiente, lo qüe
pareció revelarme mi lectura de Aristóteles fue
una especie de cambio generalizado de la forma en
que los hombres concebían la naturaleza y le apli­
caban un lenguaje, una concepción que no podría
describirse propiamente como constituida por adi­
ciones al conocimiento o por la mera corrección
de los errores uno por uno. Esta clase de cambio
la describía poco después Herbert Butterfield di­
ciendo que era “como pensar con una cabeza dife­
rente”, e impulsado por esta suerte de revelación
empecé a leer libros de psicología de la Gestalt y
campos afines. Mientras descubría la historia, ha­
bía descubierto también mi primera revolución
científica...»”
10. Kuhn, ibtd., pág. 13. Al dar la referencia, en nota, de
18 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?

Está claro que hay un parecido evidente entre


esta descripción y la que más tarde hará Kuhn de
lo que sucede en una revolución científica.

IV

Pero si destaco estos aspectos es, al margen de


su interés intrínseco, para plantear —y no pre­
tendo ir mucho más allá— hasta qué punto esta
descripción es compatible con sus afirmaciones
respecto a «Las relaciones entre la historia y la
filosofía de la ciencia» que es, como indico, el títu­
lo de uno de sus ensayos.11 En éste, en efecto, tras
señalar la separación institucional y teórica exis­
tente en los Estados Unidos entre historia y filo­
sofía de la ciencia, pasa a exponer «las razones
para insistir en que debe mantenerse tal separa­
ción».12 No pretendo en lo más mínimo, líbrenme
la obra de Butterfield, Kuhn afirma que la concepción de
ambos sobre las transformaciones de la ciencia moderna en
sus inicios fue muy influida por los escritos de Koyré. Pode­
mos ver aquí de qué manera afirmaciones de Koyré como
que los científicos de principios del xvn vieron cosas nuevas
porque fueron capaces de pensar de otro modo y similares,
vienen a reorganizarse, en la propia experiencia de contex-
tualización de Kuhn, en un marco que llevará estas observa­
ciones a sus últimas consecuencias filosóficas. Pero si esto es
cierto, o bien está «reconstruyendo racionalmente» su bio­
grafía intelectual, o bien sus propias inquietudes o, en esta
época, intuiciones «filosóficas» estaban ya presentes en este
momento.
11. Ibíd., págs. 27-46.
12. Ibíd ., pág. 28.
INTRODUCCIÓN 19
los dioses, insinuar la conveniencia de la unión o
unificación de ambas disciplinas. Ni siquiera pre­
tendo sostener, tras lo dicho, que Kuhn, antes o
después, estuviera haciendo a la vez historia de la
ciencia y lo que los positivistas, popperianos y nue­
vos lógicos de la ciencia suelen denominar asi. En
el ensayo mencionado, Kuhn aclara perfectamente
las diferencias de enfoque del historiador y el filó­
sofo. Afirma que historia y filosofía de la ciencia
pueden practicarse alternativamente, y que él lo
hace, pero no a la vez; que la filosofía en general
o la historia de la filosofía son herramientas bási­
cas para el historiador como lo es el conocimiento
de la ciencia. Y sigue: «Aunque no creo que la
presente filosofía de la ciencia tenga mucho que
ofrecer al historiador de la misma, sí estoy con­
vencido de que mucho de lo que se escribe sobre
filosofía de la ciencia sería mejor si la historia le
preparara antes el camino». O más abajo: «La his­
toria de la ciencia puede contribuir a salvar la bre­
cha que hay entre los filósofos de la ciencia y la
propia ciencia, y puede ser para ellos una fuente
de problemas y datos».13 Queda claro, pues, quizá,
que en su trabajo histórico Kuhn no hacía lo que,
en pro de la claridad y la adecuación, creo que
podría llamarse lógica de la ciencia. Pero cabe pre­
guntarse hasta qué punto su trabajo histórico, tal
como nos lo ha narrado, no supone o está entreve­
rado de reflexiones que él mismo llama filosofía
de la ciencia, cuando nos dice que altemativamen-
13. Kuhn, ibíd., págs. 36-37, aunque corrijo la traducción.
20 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?
te se ha dedicado a ella. Posiblemente podría con­
testarse a esto desde varias perspectivas, desde la
consideración de en qué consiste el trabajo del
historiador, más allá de la recolección de datos
ordenados cronológicamente, al arduo problema
de desde qué ignorancia o saber puede partir el
historiador, pasando por el referente que da Kuhn
a la expresión «filosofía de la ciencia». Pero, afor­
tunadamente, éste no es el lugar ni momento para
abordar estas cuestiones, aunque tendremos que
volver a ciertos puntos mencionados antes.
En cualquier caso, puede añadirse que tanto
si la distinta «imagen de la ciencia» surge de la
reflexión sobre la historia de la ciencia, como si
se manifiesta por sí misma en ella a través del tra­
bajo del historiador como tal, esta imagen entraba
en conflicto con la que la filosofía de la ciencia al
uso en los años sesenta había divulgado. Y eso es
lo que Kuhn puso de manifiesto en la E.R.C. Pero
hizo más que eso.
V
Hoy son bien conocidos los puntos centrales
de la nueva imagen del desarrollo científico que
traza Kuhn en la E.R.C., la ciencia normal y la
extraordinaria, el enigma o rompecabezas y la ano­
malía, los paradigmas, comunidades científicas y
la inconmensurabilidad. Las críticas, de uno u otro
signo, no se hicieron esperar, y se inició así una
turbulenta década de diálogo y transformación en
la filosofía de la ciencia. Aquí no cabe una exposi­
INTRODUCCIÓN 21
ción detallada de esta discusión y me limitaré a
introducir alguno de sus puntos centrales.
Según Kuhn, cuando un «rompecabezas* se
convierte en una «anomalía», es decir, cuando se
duda de que el problema sea solucionable desde las
teorías y reglas dominantes en la comunidad cien­
tífica, se inicia un período de crisis que, en oca­
siones, acaba en un cambio de paradigma. En este
proceso de «crisis» se pasa de hacer «ciencia nor­
mal» a hacer «ciencia extraordinaria» en la que
se desconfía de las reglas de resolución normales,
proliferan teorías especulativas, y a veces se recu
rre al análisis filosófico. Y, en cualquier caso, el
cambio de paradigma o «revolución científica» no
constituye un episodio de desarrollo acumulativo.
Tanto si el paradigma es lo que Kuhn llamará pos­
teriormente un «ejemplar» como si es una «matriz
disciplinar», los científicos postrevolucionarios
«trabajan en un mundo diferente», y eso explica
las dificultades o insuficiencias de la comunica­
ción con sus colegas del otro paradigma. Esta se
da porque los distintos científicos ven cosas di­
ferentes observando lo mismo con los mismos
instrumentos. Miran el «mismo mundo», los «es­
tímulos» son los mismos para todos, incluso los
términos usados pueden ser idénticos, pero ven
cosas diferentes y «la elección del paradigma no
puede resolverse nunca de manera inequívoca sólo
mediante la lógica y la experimentación». Eso hace
que incluso las «buenas razones» que los cientí­
ficos utilizan para la elección funcionen como «va­
lores» en los que intervienen elementos sub­
22 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?

jetivos.14 Sea como fuere, «la tradición científica


normal que surge de una revolución científica es
no sólo incompatible, sino también a menudo real­
mente inconmensurable con la que existía con an­
terioridad».15
Tradicionalmente se daba por supuesto que
lo que cambia con un paradigma es «la interpre­
tación que hacen los científicos de las observacio­
nes, que son fijadas de una vez por todas por la
naturaleza del ambiente y del aparato percep-
tual».“ Pero esta tesis y otras afines ya no son
sostenibles. Buena parte de los elementos centra­
les de las filosofías positivista y popperiana des-
cansaba sobre la «neutralidad» de los enunciados
observacionales o básicos que se afirmaban como
«comunes» a las teorías en competición y, en últi­
ma instancia, permitían la elección racional entre
ambas. Ahora, al mostrar la inexistencia de tal
«neutralidad», Kuhn no sólo denunciaba la ina­
decuación de la distinción y las relaciones entre
lenguaje observacional y teórico, sino también el
carácter ficticio de los procesos verificacionistas
14. Véase sobre este punto Kuhn, «Consideración en tor­
no a mis críticos», en Lakatos y Musgrave (comps.). La crítica
y el desarrollo del conocimiento, Barcelona, Grijalbo, 1975,
págs. 429 y sigs.
15. Respecto al conjunto descrito pueden verse especial­
mente los capítulos nc y x de E.R.C. Las dos últimas citas se
encuentran en las págs. 152 y 166, respectivamente, de la ver­
sión castellana, de la que he cambiado «incomparable» por
«inconmensurable». Como se verá, he incluido en la descrip­
ción elementos que Kuhn introdujo en la «Posdata: 1969»,
que se encuentra al final de la edición castellana de E.R.C.
16. Ibíd., pág. 190.
INTRODUCCIÓN 23
o falsacionistas, de las reglas metodológicas pop-
perianas fundamento de la racionalidad y los con­
siguientes criterios y concepciones del progreso,
en el caso de las revoluciones científicas.

VI

Para ilustrar la tesis de la «carga teórica de


los hechos», Kuhn usó reiteradamente, y con con­
ciencia de sus limitaciones, la analogía entre la
distinta percepción de los científicos de distintos
paradigmas y las «bruscas reestructuraciones per­
ceptivas» de que informan los psicólogos de la
Gestalt. Es una analogía gráfica y sugestiva pero,
a mi entender, no del todo afortunada por razones
a las que sólo puedo aludir. En primer lugar, la
teoría de la Gestalt introduce una importante in­
novación que consiste en afirmar el carácter sin­
crético y global de la percepción, frente a la
supuesta «asociación» de datos aislados anterior­
mente. Pero, de hecho, se mantiene en el empiris­
mo clásico al limitarse a sustituir las «asociacio­
nes» por «totalidades estructuradas». Por otra
parte, afirma el carácter invariante de las «leyes
de organización» que rigen las transposiciones
perceptuales..Ahora bien, Piaget, que es el autor
de la crítica señalada, ha puesto de manifiesto la
insuficiencia de estas tesis mostrando, no sólo
la variación de las «constancias» de que habla la
teoría de la forma, sino la «relación estrecha de
la percepción con la actividad intelectual en gene­
24 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?

ral», afirmando el papel «activo» del sujeto en la


percepción frente a la pasividad que le atribuye
la teoría de la Gestalt.17 Creo que estos son ele­
mentos fundamentales que además señalan puntos
básicos, en especial la «actividad» del sujeto, de
lo que Kuhn pretende ilustrar.18 Por todo ello creo
que, aunque fuera simplemente como analogía, los
cambios de estadio en el desarrollo intelectual
del niño, estudiados por Piaget, podían constituir
un elemento de apoyo mucho más adecuado. Per­
mítaseme sugerir la comparación de la descrip­
ción que hace Kuhn del cambio de paradigma con
la siguiente de Piaget del cambio de estadio del
«pensamiento intuitivo» y la aparición de opera­
ciones concretas: «El punto decisivo se manifiesta
por una especie de equilibrio, siempre rápido y a
menudo repentino, que afecta al conjunto de las
nociones de un mismo sistema y que se trata de
17. Véase J. Piaget, La psicología de la inteligencia, Bue­
nos Aires, Psique, 1960, págs. 91-92 y 111.
18. En un texto de 1970 (Psicología y epistemología, Bar­
celona, Ariel, 1971, pág. 111) escribe Piaget: «Los conocimien­
tos no proceden nunca exclusivamente de la sensación o de
la percepción, sino también de los esquemas de acciones, o
de los esquemas operatorios que son, tanto unos como otros,
irreductibles a la percepción sin más. Por otra parte, la per­
cepción misma no consiste en una simple lectura de datos
sensoriales, sino que implica una organización activa en la
que intervienen decisiones y preinferencias y que se debe a
la influencia sobre la percepción*como tal del esquematismo
de las acciones o de las operaciones». En este texto, en cuyo
prefacio por cierto cita a Kuhn, Piaget no duda en afirmar
que toda la historia de la física demuestra su tesis de la
«actividad del sujeto* en la percepción y el proceso de cono-f
cimiento.
INTRODUCCIÓN 25
explicar en sí mismo. Hay en ello algo comparable
a las bruscas reestructuraciones de conjunto que
describe la teoría de la Forma, salvo que, en este
caso, se produce lo contrario de una cristalización
que engloba el conjunto de relaciones de una sola
red estática: las operaciones nacen, al contrario,
de una especie de deshielo de las estructuras intui­
tivas y de la repentina movilidad que anima y
coordina las configuraciones, rígidas hasta enton­
ces en diverso grado, no obstante sus progresivas
articulaciones... A la imaginación vacilante sucede
bruscamente a veces un sentimiento de coherencia
y de necesidad, la satisfacción de alcanzar un sis­
tema a la vez cerrado sobre sí mismo e indefinida­
mente extensible».19 Al margen no sólo de la simi­
litud, sino incluso de la identidad en muchos
puntos, ¿no aparece en la descripción de Piaget
el «holismo» que, en dos de los ensayos que pre­
sentamos, Kuhn ve ahora como una de las tres
características esenciales de las revoluciones cien­
tíficas?20

VII
Como quiera que sea, Kuhn piensa que todavía
no disponemos de una alternativa viable al «para­
digma epistemológico tradicional» de la experien-
19. Piaget, op. cit., en nota 16, pág. 189.
20. Lo curioso, y que podría apuntar a un error mío, es
que Kuhn ha usado, digamos que «parcialmente», la analo­
gía con el fenómeno estudiado por Piaget en su importante
26 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?
cía neutra y fija a partir de la cual en distintos
momentos se harían distintas interpretaciones, y
propone una modificación de éste. Es decir, niega
la identificación de «estímulo», que sí es común,
y «sensación», que se tiene desde un paradigma, y
sugiere que la interpretación, a la que parece no
poder renunciar, se dará no a partir de los estímu­
los, sino de las sensaciones.21Este es posiblemente
el punto que Kuhn considera el central de toda
su filosofía. Como puede verse, en 1965, al contes­
tar a sus críticos, lo considera el punto crucial de
su divergencia con éstos; insiste en él'cuando, en
1969, acusa a los filósofos de la ciencia de la poca
atención que han prestado al enlace lenguaje-natu­
raleza suponiéndolo aproblemático,22 y es el tema
omnipresente en los ensayos que presentamos, en
artículo «La función de los experimentos mentales». En
op. cit.,nota 7, 263-290, donde se traduce «experimentos ima­
ginarlos».
21. Véase E.R.C., págs. 191-197. Aunque en esta introduc­
ción me limito voluntariamente a la obra de Kuhn, pueden
compararse al respecto los textos de Hanson (Patrones de
descubrimiento. Observación y explicación, Madrid, Alianza,
1977, págs. 77-112) y de Feyerabend (Contra el método, Bar­
celona, Ariel, 1974, págs, 140-141, y Tratado contra el método,
Madrid, Tecnos, 1981, págs. 214 y sigs.)
22. Véase, por una parte, el texto citado en la nota 14,
págs. 435 y sigs. Por otra, Khun, «Segundas reflexiones acerca
de los paradigmas», en Frederick Suppe (comp.) La estructu­
ra de las teorías científicas, Madrid, Editora Nacional, 1979,
págs. 509 y sigs. En este libro pueden encontrarse las confe­
rencias, comentarios y discusiones correspondientes al sim­
posio que se celebró en Urbana en 1969. También se ha publi­
cado el texto de Kuhn, el comentario de Suppe y la discusión
a i Kuhn, Segundos pensamientos sobre paradigmas, Madrid,
INTRODUCCIÓN 27
especial en el titulado «Conmensurabilidad, com-
parabilidad y comunicabilidad».
Parece claro que, a lo largo de estos años, se
ha dado un proceso en el que la posible solución
está más próxima sólo en el sentido de que Kuhn
ha ido afinando el planteamiento del problema
mediante la identificación de los datos esenciales.
Pero el problema, quiero decir el de Kuhn, ha
crecido.23
Por una parte, hemos visto que en E.R.C. Kuhn
ilustraba la inconmensurabilidad mediante ana­
logías y términos perceptuales. La analogía con
las reestructuraciones «perceptivas» de la teoría
de la Gestalt era central. Se describía la divergen­
cia paradigmática como «ver» cosas distintas «mi­
rando» lo mismo. Parecía que todo ello nos
aproximaba a la «psicología de la investigación
científica», y ésta era la alternativa que, en 1965,
sugería Kuhn a la «lógica del descubrimiento» de
Popper.24 Eñ 1969 insistía en un enfoque que toda­
Tecnos, 1978. Además se publicó este texto de Kuhn en La
tensión esencial..., donde, de nuevo, se hizo una traducción
distinta del título.
23. Hago la precisión de que es el problema de Kuhn
porque no parece ser el mismo que se plantean los interlo­
cutores que él menciona. Mientras muchos de éstos se plan­
tean aún si hay inconmensurabilidad o no —para el histo­
riador ésta es básicamente una cuestión de hecho y el estudio
histórico es el que puede demostrar si la hay o no—, lo que
plantea Kuhn es qué características tiene y la exploración de
sus consecuencias.
24. Véase Lakatos y Musgrave (comps.), op. cit., págs. 81-
115. £1 título «Lógica del descubrimiento o psicología de la
investigáción» resulta equívoco porque quien sí propone una
28 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
vía primaba la dimensión «perceptiva» del proble­
ma. Baste recordar el proceso de aprendizaje de
reconocimiento de distintas aves por parte de
Johnny y el programa de simulación de ordenador
de que nos habla en «Segundos pensamientos».2*
Naturalmente, en este ejemplo de Kuhn están im­
plicadas cuestiones de lenguaje. Pero se sigue tra­
tando en términos de «reprogramación neuronal»,
o del «mecanismo nervioso por el que él (Johnny)
elabora los estímulos visuales», y de teoría de la
percepción. Ahora, en los artículos que aquí se
traducen, hay un claro desplazamiento hacia un
planteamiento que se da en el marco de la filo­
sofía del lenguaje o ámbitos próximos. No me
atrevo a pronunciarme sobre la radicalidad de
este cambio que el mismo Kuhn reconoce en las
primeras páginas del segundo artículo que pre­
sentamos. En la nota 3, Kuhn advierte, refirién­
dose a Feyerabend: «Pero mientras él restringía
la inconmensurabilidad al lenguaje, yo hablaba
también de diferencias de “métodos, campos de
«lógica del descubrimiento» es Hanson, y desde luego Popper
no se ha ocupado jamás de ésta, ni parece creer que pueda
existir. La ambigüedad procede de que aquí se ha traducido
«Logic of discovery» por «Lógica del descubrimiento». Sea
más o menos correcta, la traducción de la obra de Popper
The logic of scientific discovery por La lógica de la investi­
gación científica, tal como la hizo V. Sánchez de Zavala en
Tecnos, disminuye, por lo menos, la ambigüedad. También
este caso puede ilustrar los problemas de traducción e inter­
pretación que trata Kuhn.
25. Véase Frederick Suppe (comp.), op, cit,, págs. 524
y sigs.
INTRODUCCIÓN 29
problemas y normas de resolución”, algo que ya
no haría excepto en la medida, bastante conside­
rable, en que estas últimas diferencias son conse­
cuencias necesarias del proceso de aprendizaje del
lenguaje».36 Habría que evaluar esa «medida».
Yendo ahora, brevemente, al contenido de este
cambio, según Kuhn, sus críticos, a pesar de reco­
nocer los problemas y apuntar las líneas de salida
adecuadas, llegan a la conclusión de que, en últi­
ma instancia, es posible una traducción y que eso
es incompatible con la inconmensurabilidad.21
Frente a esta crítica, Kuhn denuncia que se están
confundiendo dos procesos distintos: «traduc­
ción» e «interpretación», identificados hasta aho­
26. Véase la nota 3 del artículo «Conmensurabilidad...»
que se traduce a continuación.
27. Este no es el tipo de crítica puramente formalista
que encontrábamos expresada de modo típico y extremo en
Cari R. Kordig, The justification of scientific Change, Boston
Stud. Phil. Se. Reidel Publis. Co. Dordrecht-Holland, 1971,
págs. 58 y sigs. Aquí se daban básicamente dos pasos. El pri­
mero atribuye injustificadamente a la inconmensurabilidad
de Kuhn consecuencias como la imposibilidad total de co­
municación entre científicos, de la competición entre teorías
y en especial, la «variación radical de significado». (Respecto
a lo que tienen en común partidarios de distintos paradigmas
véase Kuhn, E.R.C., págs. 203, 237-238; 249; 264, 265-267; 304;
F. Suppe, op. cit., 459; 522-523; Lakatos y Musgrave [comp.],
op. cit., pág. 447.) A partir de ahí el argumento era que da­
das estas consecuencias «indeseables» e «inaceptables», no
hay inconmensurabiildad. En ningún momento se acude a la
historia de la ciencia para comprobar si lo que Kuhn des­
cribe se da o no. Frente a esto, la crítica que nos ocupa ve
en la propia historia de la ciencia de Kuhn un contraejemplo
de la inconmensurabilidad. Véanse los parágrafos I y II de
«Conmensurabilidad...», que se traduce a continuación.
30 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?
ra como «traducción». La comunicación entre dos
miembros de distintos paradigmas puede darse
en ausencia de una traducción, porque de hecho
utilizan el mismo recurso que los historiadores a
la hora de entender una teoría y su lenguaje del
pasado, es decir, la «interpretación». Un proceso
que no consiste en la traducción término a térmi­
no y término-referente, sino que es anterior a ésta.
Esto es, el «aprendizaje» del lenguaje en cuestión,
es decir, de las técnicas —de carácter no mera­
mente convencional— para conectar palabras y
frases con la naturaleza. También, o dicho de otro
modo, debemos suponer que ésta es la manera de
aprender a usar «ejemplares», que es el problema
que Kuhn convertía en centro de su preocupación
en 1969.
Pero además, mientras que, cuando en E.R.C.
planteaba los problemas de comunicación entre
miembros de distintos paradigmas, Kuhn afirmaba
que muchos términos eran comunes y la «incon­
mensurabilidad» se restringía a unos pocos que
los oponentes deberían tratar de localizar y ana­
lizar, ahora introduce su tesis del «holismo». Los
miembros de una misma comunidad lingüística
—científica o no— no comparten ya términos que
se usan del mismo modo o tienen los mismos refe­
rentes, entre los cuales hay algunos que son cru­
ciales y determinan su comunicación parcial con
los miembros de otra comunidad, porque en ésta
los usan de otro modo o con distintos referenjes.
Lo que comparten es «la homología de la estruc­
tura léxica». Cuando esta estructura no es la mis­
INTRODUCCIÓN 31
ma, y no cuando ésta o aquella técnica de identi­
ficación de un referente no se conoce, es cuando
el «mundo es diferente, el lenguaje es privado y
cesa la comunicación, hasta que un grupo aprenda
el lenguaje del otro».2*
Cuando uno observa el diálogo de Kuhn con
sus interlocutores hay una característica que llama
la atención. Desde 1962 hasta hoy ha conseguido
mantener el interés de sus críticos, algunos ya muy
antiguos. Lo que no parece haber conseguido es
que acepten que la investigación se lleve a cabo
por los rumbos que él propone, es decir, que acep­
ten su planteamiento del problema y sus modos
de hallar una solución. Lo cual pone de manifiesto
por lo menos dos cosas. La primera es la centra-
lidad de las cuestiones que propone, incluso para
sus críticos y cualquiera que sea la perspectiva
que éstos usen. La segunda, que supuestos esen­
ciales que, al margen de otros personales, subya-
cían al rechazo de Popper a la propuesta de Kuhn
respecto al tipo de investigación a desarrollar,®
siguen condicionando el diálogo en la filosofía de
la ciencia. Esto nos lleva a la ubicación de Kuhn
y sus planteamientos en la filosofía de la ciencia.

VIII

Recordemos el punto de partida del diálogo.


Ya hemos señalado que la constatación por parte
28. Pág. 132 del presente texto.
29. Véase Lakatos y Musgrave (comps.), op. cit., pág. 105.
32 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?

de Kuhn en E.R.C. de que lo que sucede en etapas


cruciales del desarrollo científico no es reducible
a una reinterpretación de datos individuales esta­
bles, tuvo consecuencias catastróficas para la filo­
sofía de la ciencia dominante. Todo el conjunto
de análisis, precisiones y refinamientos respecto
a la distinción entre lenguaje observacional y teó­
rico, las reglas de correspondencia, las metodolo­
gías de Popper, la comparación de teorías y su
progreso hacia la verdad no parecían tener ningún
contacto con la empresa científica real.
La primera etapa del diálogo alcanza su punto
culminante en 1965.30 Tras el interludio de 1969,
en el simposio de Urbana,31 un punto culminante
del diálogo formal se daría en 1975, en el encuen­
tro de Kuhn con los nuevos formalistas,32 pues
tuvo cierta continuidad, siendo hoy, posiblemente,
el más relevante.
La reacción de Popper no fue una muestra del
racionalismo crítico que había postulado, o quizá
sí lo fue. El hecho es que haciendo extensibles las
consecuencias que la inconmensurabilidad tenía
en su lógica a las dimensiones histórica y psico­
lógica, la rechazaba como un «dogma peligroso»,
e insistió desde entonces, sin más, en la afirmación
de la racionalidad y el progreso según sus crite­
rios. Y al aceptar la existencia de la ciencia normal
era para decir que «el “científico normal”, tal como
Kuhn lo describe, es una persona a la que habría
30. Véase el libro citado de Laicatos y Musgrave (comps.).
31. Véase el texto citado de Frederick Suppe (comp.).
32. Véanse los artículos de Erkermtnis 10 (1976) 2.
INTRODUCCIÓN 33
que compadecer».33Es obvio que el diálogo no fluía
bien. En cualquier caso, al margen de otras dimen­
siones en las que no quiero entrar; la afirmación
citada de Popper y su postura en general podría
considerarse como la insistencia en la distinción
entre el «contexto de descubrimiento» y el «con­
texto de justificación». No obstante, parece que si
el análisis lógico de los productos científicos o la
metodología popperiana consisten en esforzarse
por elaborar imas reglas metodológicas que nadie
usa, para una ciencia que nadie hace, podemos
preguntamos qué sentido tiene todo esto. Y el
resultado puede ser que empiece a ponerse en cues­
tión la pertinencia de la distinción entre los dos
contextos o, por lo menos, la prioridad del de «jus­
tificación» sobre el de «descubrimiento». Lo que
hace Kuhn es, como hemos visto, proponer un
cambio en la línea de investigación, y esto podría
entenderse como la propuesta de trabajar, a par­
tir de entonces, en el contexto de descubrimiento,
abandonando el de justificación. Ahora tengo mis
dudas de que esta lectura sea totalmente correcta
por razones que expondré más adelante. Pero el
hecho es que ésta es la interpretación que se hizo.
Paso así al diálogo con los nuevos formalistas.
Es sabido que con Sneed, Stegmüller, Mouíines
y otros se desarrolló un nuevo formalismo en la
filosofía de la ciencia. Estos nuevos lógicos de la
ciencia pensaron que se estaba valorando mal el
alcance de la crítica a la filosofía de la ciencia tra­
33. Lakatos y Musgrave (comps.), op. cit., pág. 151.
34 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
dicional y que la alternativa propuesta por Kuhn
no podía basarse legítimamente en tal crítica. Ca­
bía, en efecto, otra postura: inmolar a Popper ne­
gándose a identificar la «lógica de la ciencia» con
la «lógica de la investigación científica». Se con­
funde así, venían a decir, el «programa lógico»
con la versión popperiana del mismo que no es
el único posible y, desde luego, no lo agota. La
versión de Popper o sus antecesores es, efectiva­
mente, insostenible porque con su «imitación de
la manera de proceder del matemático» utiliza un
concepto de teoría inadecuado. Pero eso no impli­
ca el rechazo del contexto de justificación o su ina­
decuación. Es más, hemos elaborado un nuevo
concepto de teoría que no sólo permite superar
las dificultades a que se veía abocada la «concep­
ción lingüística», que entendía una teoría como
un conjunto de enunciados, sino que permite una
mayor comprensión de los fenómenos históricos
descritos por Kuhn. Esta fue y es, muy brevemen­
te, la postura de los nuevos formalistas que con­
ciben una teoría científica como constituida bási­
camente por dos conjuntos de modelos: el que
representa la estructura matemática de la teoría
y el campo de aplicaciones empíricas de la teoría.34
Para estos filósofos de la ciencia la obra de
Kuhn es sumamente importante, la «más seria»
de la «reacción historicista» a la filosofía de la
ciencia tradicional. Pero si bien es un historiador
34. Para el nuevo concepto de teoría puede verse Steg-
müller, La concepción esiructuratista de las teorías, Madrid,
Alianza, 1981.
INTRODUCCIÓN 35
de la ciencia competente y sagaz, «la obra de Kuhn
puede interpretarse no tanto como una ñlosofía
de la ciencia alternativa, sino como el reto filosó­
fico de Un historiador a los filósofos de la ciencia
“profesionales”».35 Stegmüller ya había apuntado
en este sentido. En su opinión, Kuhn «tiene razón
en casi todos los puntos esenciales frente a sus
críticos». Y más adelante: «Lo asombroso de las
afirmaciones y metáforas de Kuhn del tipo men­
cionadas, no consiste en que describa la conducta
de los científicos de modo que excluya todas las
interpretaciones de esta conducta como suceso ra­
cional, sino en que dé siempre en el blanco, a pesar
de que no disponía del aparato conceptual que
posibilitara una comprensión lógica de los proce­
sos por él descritos».36Parece que hay puntos esen­
ciales que no han variado. La cita anterior mues­
tra que la valoración no puede ser más generosa
para Kuhn, pero también que en cuanto a la im­
portancia y relevancia filosófica de la historia de
la ciencia y del contexto de justificación que el
propio Kuhn defendía, no ha habido el más míni­
mo cambio.*Pojque atribuir los logros kuhnianos,
como hace Stegmüller en una nota, a la genialidad
intuitiva de Kuhn equivale a negárselos al estudio
del contexto de descubrimiento.
Pero, si aceptamos los presupuestos de Steg­
müller, cabe preguntarse si lo que resulta real­
35. Ulises Moulines, Exploraciones metacientíficas, Ma­
drid, Alianza, 1982, pág. 76.
36. W. Stegmüller. «Dinámica de teorías y comprensión
lógica» en Teorema IV (1974) 4, pág. 517.
36 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
mente asombroso no es que Kuhn haya podido
hacer historia y filosofía de la ciencia en su obra,
cuando el aparato conceptual de que disponía —es
decir, la lógica de la ciencia positivista-popperia-
na— lo hacía poco menos que imposible o incom­
prensible. ¿No cabe pensar que, por asombroso
que parezca, tal «aparato conceptual» no es nece­
sario para «dar en el blanco»? Pero en esta valo­
ración hay otros puntos sorprendentes .'Stegmüller
afirma que «no se trata de disputar, combatir y
superar de algún modo las tesis principales de
Kuhn, sino que el filósofo de la ciencia ha de to­
mar en consideración y ha de elaborar lógica­
mente los resultados de un competente historia­
dor de la ciencia».37 ¿Por qué es relevante hablar
de la competencia de Kuhn? ¿No nos induce esto
a plantearnos la competencia de los antiguos for­
malistas? Porque, naturalmente, también podría
decirse que lo que resulta asombroso es que los
«lógicos de la ciencia» hayan mantenido durante
37. W. Stegmüller, ibíd., pág. 536. Añade Stegmüller que
dada la falta del aparato conceptual adecuado, es una empre­
sa disparatada que en algunos países se exija a los jóvenes
estudiantes interesados en estas cuestiones la lectura y discu­
sión del libro de Kuhn antes que ninguna otra cosa, porque
al no tener su «genialidad intuitiva» ni sus conocimientos
históricos, casi inevitablemente se formarán en su mente un
«cuadro distorsionado y fantástico de la ciencia y su desa­
rrollo». Pero seguramente, tras los correlativos desmanes pe­
dagógicos que durante más de veinte años se han cometido
indoctrinando a los jóvenes con una visión que ahora se reco­
noce como distorsionada, no se ve por qué tendría que resul­
tar tan lesivo para los jóvenes el leer a un autor que, después
de todo, «siempre da en el blanco».
INTRODUCCIÓN 37
más de veinte años un «aparato conceptual» que
no tenía ningún punto de contacto con la realidad
y que ahora es calificado, con toda naturalidad y
gran distancia, de «simplista» por los nuevos for­
malistas. ¿No será que no se trata en absoluto de
una cuestión de «competencia» que, naturalmente,
yo supongo a uno y otros?
Me temo que estamos, o mejor, que seguimos
ante dos enfoques irreconciliables y que ésta era
y sigue siendo la cuestión! Creo que esto es per­
ceptible en el tratamiento de problemas como los
de la racionalidad o el progreso. En un texto que
podría ayudamos a entender la prevención de
Stegmüller a que de entrada se dé a leer a los
estudiantes la obra de Kuhn, dice el primero: «Es
evidente que numerosos detalles interesantes de
la dinámica de la ciencia sólo pueden ser estudia­
dos mediante una combinación de investigaciones
históricas, psicológicas y sociológicas. Lo que aquí
se sostiene es únicamente que con sólo tales es­
tudios no se puede aclarar el carácter racional de
la empresa científica... ni responder a la pregunta
de si las revoluciones llevan consigo un progreso
científico... »MA algunos lectores puede resultarles
curiosa la expresión «numerosos detalles intere­
santes». Pero no creo que, aunque lo parezca, se
trate en absoluto de desdén, sino más bien del
mantenimiento de premisas teóricas persistentes
que permiten ver la contituidad fundamental del
«programa lógico».
38. W. Stegmüller, ibíeL, pág. 517.
38 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
IX

Por numerosas y reiteradas que sean las críti­


cas de los nuevos formalistas a los promotores de
la concepción enunciativa de las teorías, su punto
de partida, sus premisas teóricas y axiomas pro­
fesionales siguen siendo exactamente los mismos.
Es evidente que los nuevos lógicos de la ciencia
siguen identificando «filosofía de la ciencia» con
«lógica de la ciencia», que siguen en el «contexto
de justificación» y, a pesar de todo, considerán­
dolo prioritario sobre el «contexto de descubri­
miento» y el único capaz de justificar la «raciona­
lidad» y el «progreso» de la ciencia.
No es menos cierto que el nivel de comunica­
ción entre los nuevos formalistas y Kuhn es, por
comparación con el que mantuvo con Popper, bas­
tante más satisfactorio, aunque sigan existiendo
diferencias fundamentales que se aprecian en la
perspectiva del campo a tratar y en la considera­
ción del modo de hacerlo. En este punto parece
haber ciertas divergencias entre los lógicos* Fren­
39. Creo que en Moulines ha habido una cierta evolución
en este tema. Por ejemplo, en un texto publicado en 1973,
pero algo anterior, daba a entender que, a diferencia de Car-
nap, Popper se ocupaba del «proceder real de la ciencia».
Mientras que en un artículo de 1973, argumentaba que frente
a las «voces más o menos confusas» contra la concepción
enunciativa, «siempre se puede oponer la objeción de que
una cosa es historia y otra muy distinta teoría de la ciencia».
El primero puede encontrarse en U. Moulines, La estructura
áél mundo sensible (Sistemas fenomenalistas), Barcelona,
Ariel, 1973, pág. 128; el segundo hoy está recogido en sus
Exploraciones metacientíficas..., pág. 72.
INTRODUCCIÓN 39
te a la actitud de Moulines, W. Stegmüller afirma
que «esta posición de querer evitar los antagonis­
mos no es sostenible. No sucede en absoluto que
falten puntos de contacto. Lo que realmente hay
es una situación de agudas o p o sic io n e sS ó lo
que el nuevo concepto de teoría superaba estas
oposiciones. Más aún, desde su perspectiva, clari­
ficaba y hacía comprensibles lógicamente los fe­
nómenos descritos por Kuhn, salvando la racio­
nalidad y el progreso.
El propio Kuhn reconocía, como recuerdan a
menudo los autores citados, que el nuevo forma­
lismo «hace accesibles importantes territorios
nuevos a la filosofía de la ciencia».41 Aceptaba la
identificación del cambio y desarrollo de una teo­
ría con lo que él llama «ciencia normal», pero
estaba menos dispuesto a aceptar que determina­
dos cambios de «núcleo» de la teoría correspon­
dieran a su propia descripción de las «revolucio­
nes científicas». Pensaba que conceptos como el
de «reducción» requerían un mayor desarrollo
—no necesariamente formal», decía— que espe­
raba que se diera.42 Es obvio que Kuhn ve con
aprobación el desarrollo del nuevo formalismo.41
El no ha pretendido nunca, a su vez, negar a los
40. W. Stegmüller, loe. cit., nota 36, pág. 514.
41. Kuhn, «Theory-Change as Structure-Change: Com-
ments on the Sneed formalism», en Erkenntnis 10 (1976) 2,
196.
42. Idem, págs. 194 y 196.
43. Véase, por ejemplo, la nota 3 del primer artículo de
los aquí presentados; y La tensión esencial..., pág. 20, nota 7.
40 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?

formalistas que estén haciendo filosofía de la cien­


cia o que sean filósofos de la ciencia.
Lo que Kuhn hizo, desde un principio, fue pri­
mero denunciar algunos errores en el programa
lógico o formalista tradicional. En segundo lugar,
las mismas causas que le permitieron denunciar
tales errores le permitían, por una parte, indicar
los peligros y excesos —posibles y reales— del
programa formalista, y por otra sugerir determi­
nado tipo de teoría de la ciencia alternativa. Esta
posición, o una parte de ella, está a mi entender
lo suficientemente clara ya en su «Consideración
en torno a mis críticos» de 1965. Y para ilustrar
su desarrollo deberé reproducir con cierta exten­
sión algunos textos. En el que acabo de mencionar,
dice así: «Yo no estoy menos interesado en la re­
construcción racional, en el descubrimiento de lo
esencial, de lo que lo están los filósofos de la cien­
cia. Mi objetivo, también, es entender la ciencia,
las razones de su especial eficacia, el status cog­
noscitivo de sus teorías». Pero fue el estudio inme­
diato de «los hechos de la vida científica» lo que
le llevó no sólo a descubrir contradicciones con
la filosofía de la ciencia, sino a otra filosofía de la
ciencia. «El criterio que tengo para subrayar cual­
quier aspecto particular de la práctica científica
no es por ello simplemente el hecho de que ocurra,
ni el hecho de que ocurra frecuentemente, sino
más bien que cuadre con una teoría del conoci­
miento científico... La estructura de mi argumen­
to es simple y creo que no se le pueden poner
objeciones: los científicos se conducen de tal y tal
INTRODUCCIÓN 41
manera; estas maneras de comportarse tienen (y
aquí entra la teoría) tales y tales funciones esen­
ciales; en ausencia de otra manera que sirva a fun­
ciones similares, los científicos deberían condu­
cirse esencialmente como lo hacen si lo que les
interesa es hacer avanzar el conocimiento cientí­
fico».44 Pero ya hemos visto que los nuevos forma­
listas, más que poner objeciones parecían recha­
zar simplemente esta posición. JJn anticipo de las
críticas que hemos visto la encontramos ya en el
diálogo de Patrick Suppes con Kuhn en 1969. La
réplica de este último nos interesa aquí. Tras rei­
terar los argumentos apuntados, añade: «Cuanto
más formalismo ponga usted en una teoría cientí­
fica más poderosa será, probablemente, la teoría.
Pero la teoría formalizada no es la misma teoría
y, mejorándola, usted no se está limitando a descu­
brir lo que estaba implícito en lo que la gente
había hecho antes. El epistemólogo tiene que ser,
por consiguiente, un poco cauto en aceptarla como
si fuera meramente una versión explícita de la
teoría que se tenía anteriormente. Si las teorías
pueden funcionar sin mucho formalismo, él tiene
que entender cómo y por qué, no dar una versión
más formalizada».45
Podría argumentarse que incluso el argumento
dirigido a Suppes ya no es pertinente, que cuando
Kuhn formulaba los argumentos mencionados te­
nía en mente el «viejo» formalismo y que, como
44. En Lakatos y Musgrave, op. cit., págs. 398-399.
45. En Frederick Suppe (comp.), op. cit., pág. 565. Véase
también la nota 13 de la pág. 518.
42 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
hemos visto, su actitud hacia el nuevo formalismo
ha cambiado. Esta objeción es en parte válida,
pero no creo que lo sea en lo esencial. Cuando en
1977, es decir, después del examen del nuevo for­
malismo y su diálogo con los nuevos lógicos, pre­
sentaba los ensayos reunidos en La tensión esen­
cial, Kuhn mencionaba que, en los nueve años
anteriores, «muchos filósofos han admitido la per­
tinencia de la historia con respecto a sus que­
haceres especiales. Pero —añadía— aunque es
bienvenido el interés por la historia que de aquí
ha resultado, sigue faltando todavía lo que yo con­
sidero el punto filosófico primordial: el reajuste
conceptual fundamental que necesita el historia­
dor para recuperar el pasado o, a la inversa, lo
que necesita el pasado para revelarse ante el pre­
sente».44 Esto permite pensar que ciertas objecio­
nes que plantea siguen siendo válidas, en especial
cuando afirma que el estudio de la historia permite
identificar como esenciales de la ciencia elementos
que el filósofo formalista no toma en cuenta, pero
no encontrar los que éste considera realmente esen­
ciales.47
Aunque los nuevos formalistas manifiesten un
mayor interés en la dinámica de las teorías, «se
trabaja con la reconstrucción racional y no hace
falta conservar los elementos que no sean los rela­
tivos a la ciencia como conocimiento válido. Se
argumenta que, para tal fin, la ciencia contenida
46. Kuhn, La tensión esencial..., pág. 14.
47. Kuhn, ibícL., págs. 42-43.
INTRODUCCIÓN 43
en los libros de texto de las facultades es la ade­
cuada, si no la ideal. O por lo menos es adecuada
si se completa con una exploración de unos cuan­
tos clásicos científicos, quizá las Dos nuevas cien-
cias de Galileo, junto con la «introducción» y el
«Escolio general» de los Principios, de Newton».4®
Está claro que se está describiendo aquí el
quehacer de los «nuevos» formalistas. De hecho
podría parecer la respuesta a lo que, dos años des­
pués, afirmaba explícitamente^U. Moulines: «Con­
trariamente a una opinión muy extendida, creo
que los libros de texto son esenciales para los ob­
jetivos del filósofo de la ciencia... Son los objetos
concretos que mejor transmiten las entidades abs­
tractas que llamamos teorías... Analizar crítica­
mente y reconstruir lógicamente las obras están­
dar de las disciplinas científicas: ésta es la mejor
manera de aproximarse a su meta de identificar la
estructura de teorías científicas particulares».*
Hoy parece claro que el nuevo formalismo re­
sulta más satisfactorio en esta tarea, y eso, insis­
tamos, ha sido aceptado por Kuhn. Pero frente
a las interpretaciones triunfalistas del interés de
Kuhn más allá de sus propios enfoques, también
está claro que sigue en pie el problema fundamen­
tal. Respecto al «libro de texto» como fuente del
trabajo del filósofo, dice Kuhn: «La dificultad que
se presenta con la clase de fuentes que hemos exa­
minado consiste en que, al basarse en ellas, la re-
48. Ibíd., pág. 38. Nótese que el ensayo al que pertenece
este texto fue revisado por Kuhn en 1976.
49. Moulines, Exploraciones metacienttficas,.., págs. 50-51.
44 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
construcción que hace el filósofo no suele ser reco­
nocida como ciencia, ni por los historiadores de
ésta ni por los propios científicos».”

Está claro, pues, que nos encontramos ante dos


modos de entender la filosofía de la ciencia, y ante
«dos» filosofías de la ciencia. Creo que a lo largo
de la confrontación —cuando ésta se ha reconoci­
do— se ha deslizado implícitamente un supuesto
que, a mi entender, es incorrecto. Naturalmente
no se puede confundir la historia con la teoría. Es
obvio que la filosofía de la ciencia es metateoría. Lo
que no es en absoluto obvio es la identificación,
tácitamente supuesa, entre metateoría y formalis­
mo, y de éste con el «contexto de justificación».
Recojo así las dudas que expresaba más arriba
respecto a la total corrección de la interpretación
usual de la propuesta de Kuhn a Popper, en 1965.
Creo que ahora puede resultar claro que no
consistía en el abandono del «contexto de justifica­
ción» o «metateoría» para dedicarse exclusivamen­
te al «contexto de descubrimiento». Consistía más
bien en la propuesta de reorientar la labor en el
50. Loe. cit. en nuestra nota 48. Sin duda podría traerse
a colación el artículo de C. Truesdell, «Suppesian Stews
(1980-1981)», en I d io t fu g itiv e e s sa y s on sc ien ce , m eth o d s, cri-
ticism , tra in in g an d circ u n sta n ce s, Springer Verlag, 1984,
págs. 504-579, que constituyen un ejemplo de la dificultad
anunciada por Kuhn. Pero éste es un brasero, o más bien un
volcán, en el que no quiero calentarme.
INTRODUCCIÓN 45
contexto de justificación, si se quiere delimitarlo
de un modo distinto. Ahora éste ya no excluirla la
«psicología y sociología de la investigación», ni se
identificaría únicamente con el «programa lógi­
co». Podía hacerse metateoría también desde la
«psicología de la investigación científica». A la vis­
ta de los hechos, no se ve qué razones puedan per­
mitir negar esto. Y no están claras las razones
por las que se insiste en la identificación entre
contexto de justificación y programa lógico. Más
aún, se hace patente que la necesidad de la meta-
teoría no justifica por sí misma el programa lógico.
Y, por tanto, puede ser legítimo plantearse si el
«contexto de justificación», si se entiende al modo
tradicional como se sigue haciendo, no necesita
justificación. Dicho de otro modo, cabe preguntar­
se hasta qué punto con el «nuevo formalismo» se
ha disminuido o salvado la distancia que separaba
al viejo formalismo del «proceder real de la cien­
cia». Y aquí cabe otra reflexión. Como hemos vis­
to, los actuales formalistas dan por sentado que
Kuhn «siempre da en el blanco». Esta me parece
una apreciación excesivamente generosa y, en el
el fondo, interesada. Naturalmente, no hace falta
decir que comparto el juicio de Stegmüller respec­
to a la competencia de Kuhn como historiador,
pero no se trata de esto. No hace falta mencionar
que los excelentes libros y artículos de historia
de la ciencia de Kuhn han sido y son muy discuti­
dos en muchos puntos, incluso por autores que
mantienen puntos de vista filosóficos muy próxi­
46 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
mos a los suyos." Pero me parece obvio que, al
hacer esta afirmación, Stegmüller no se refiere a
la obra propiamente histórica de Kuhn, Y en este
caso, creo que una apreciación más justa sería
decir que la «metateoría» de Kuhn, es decir, su
E.R.C., constituye más un programa de trabajo
que la respuesta o conjunto de respuestas defini­
tivas y acertadas a un problema o serie de pro­
blemas. Tiene la ventaja de que la investigación
histórica puede ayudar de manera clara a decidir
dónde estaba acertado, dónde no, o hasta qué pun­
to. De momento, sabemos que buena parte de la
historiografía anterior le sirve de apoyo. Pero en
este campo es mucho lo que queda por hacer y
constituirá un continuo punto de referencia para
nuestro juicio. Un buen ejemplo de lo que digo
podría constituirlo el libro de Rachel Laudan so­
bre historia de la geología de los siglos xvn-xvm.”
Lo dicho pone de manifiesto que los nuevos for­
malistas no se han acercado más a la historia de
la ciencia, al «proceder real de la ciencia». Mejor
dicho, que si se han acercado a la historia de la
ciencia lo han hecho por persona y filosofía inter­
puesta, es decir, a través de Kuhn y su obra filosó­
fica. Esto da una idea más de la importancia y
repercusión de la obra de Kuhn.
51. Me limitaré a mencionar la visión que da Hanson de
la revolución copernicana en Conjeturas y constelaciones,
Madrid, Alianza, 1978.
52. R. Laudan, From Mineralogy to geology. The founda-
tions of a Science, 1650-1830, University of Chicago Press,
1987, págs. 84, 102, 104-105 y especialmente 221 y sigs.
INTRODUCCIÓN 47
XI

Pero no quiero terminar sin hacer una breve


alusión a dos problemas que han sido objeto de
gran revuelo en la reacción a la obra de Kuhn: la
racionalidad y el progreso de la ciencia. A estas
alturas no debería hacer falta repetir que, en los
sesenta, lo que entró en crisis no fueron la racio­
nalidad y el progreso de la ciencia, sino la concep­
ción popperiana de éstos. La postura de Kuhn fue:
el estudio empírico muestra que el concepto de
racionalidad que hemos mantenido hasta ahora
no es válido. Modifiquémoslo. Lo que no signifi­
caba simplemente «Probemos otra vez», sino ade­
más «Cambiemos de tercio». Ya sabemos cuál fue
la postura de Popper: la ciencia no es realmente
como yo afirmaba, pero mi concepción de racio­
nalidad y progreso es válida y deseable; es lamen­
table que los científicos no actúen como deberían;
la ciencia debe cambiar.
Entre Kuhn y los iniciadores del programa
lógico hay un presupuesto o punto de partida, diga­
mos que intuitivo, común, es decir, que la ciencia
es el paradigma del conocimiento, de la raciona­
lidad y del progreso. El éxito y la importancia de
la. filosofía de Popper se hacen patentes en el hecho
de que, tras su fracaso, parece como si fuera per­
tinente plantearse la cuestión en términos de si
podemos seguir manteniendo este punto de par­
tida. Creo que, a su vez, el éxito y el atractivo de
Feyerabend, así como la exasperación que ha pro­
vocado, han sido debidos en buena parte a que se
48 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
identificara el fracaso del concepto de «raciona­
lidad» de Popper con la inadecuación del supuesto
de que la ciencia es el paradigma de la racionali­
dad A partir de ahí, pudo separarse de Popper
y decir coherentemente, y con gran habilidad:
«La ciencia debe ser menos popperiana, es de­
cir, más irracional». El correspondiente éxito
y atractivo de Kuhn, y también la exasperación
que ha provocado, se han debido a que precisa­
mente él afirma que, a pesar del fracaso de Pop-
per, no hay ninguna razón adicional para poner
en cuestión el supuesto de que la ciencia sea el
paradigma de la racionalidad y el progreso. Más
aún, según Kuhn, el enfoque «tercermundista» de
Popper lleva a «abrir la puerta a las mayores ar­
bitrariedades». Pero no es menos cierto que, cuan­
do se «le defiende» al estilo de Feyerabend, des­
cribiendo «su» argumento «como una defensa de
la irracionalidad en la ciencia —comenta— me
parece no sólo absurdo sino vagamente obsceno».53
Es decir, está claro que la obra de Popper no ha
cambiado la empresa científica pasada o presente,
aunque sí quizás algunos prólogos de obras cien­
tíficas actuales. Antes bien, lo que parece claro
ahora es más bien que ni siquiera había observado
atentamente la empresa científica. Por eso Kuhn
piensa que lo que hay que hacer es estudiarla aten­
tamente, es decir, estudiar lo que hacen los cien­
tíficos y tratar de entenderlo. Naturalmente de un
53. Véase el texto de Kuhn en Lakatos y Musgrave
(comps.), pág. 432; también 102 y sigs.
INTRODUCCIÓN 49
modo distinto al que lo hizo Popper" Cuando en
su diálogo con éste plantea el tema de la Raciona­
lidad y el progreso, dice así: «Debería ya estar cla­
ro que, en último análisis, la explicación debe
ser psicológica y sociológica. Esto es, debe ser
una descripción de un sistema de valores, una ideo­
logía, junto con un análisis de las instituciones a
través de las cuales es transmitido y fortalecido.
Si sabemos qué es lo que los científicos valoran,
podemos esperar comprender qué problemas em­
prenderán y qué elecciones harán en circunstan­
cias específicas de conflicto. Dudo que haya que
buscar otro tipo de respuestas»."
Ya hemos visto que los nuevos formalistas si­
guen pensando, por el contrario, que «con sólo
tales estudios no se puede aclarar el carácter racio­
nal de la empresa científica... ni responder a la
pregunta de si las revoluciones llevan consigo un
progreso científico».56 Sólo el nuevo formalismo
puede proporcionar una «comprensión lógica» de
los procesos descritos o teorizados por Kuhn, que
ya hemos visto que se identifican interesadamente
con la ciencia real. Parece que lo que se hace
54. «Sir Karl ha buscado regularmente procedimientos
de evaluación de teorías que puedan ser aplicados con la
apodíctica certeza que es característica de las técnicas me­
diante las que se identifican los errores en la aritmética, en
la lógica, o en la medida. Me temo que está persiguiendo algo
inalcanzable nacido de la misma combinación de ciencia nor­
mal y ciencia extraordinaria que hizo que las contrastaciones
pareciesen un rasgo tan fundamental de la ciencia.» Kuhn, en
Lakatos y Musgrave (comps.), pág. 102.
55. Ibíd., pág. 104.
56. W. Stegmüller. Véase nuestra nota 38.
50 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
aquí es identificar la «racionalidad de la ciencia»
con nuestra «comprensión lógica» de ésta, que
pasa necesariamente por el nuevo formalismo.
Este puede ser, sin duda, un sentido y un enfoque
del tema de la «racionalidad». De hecho está muy
próximo al que se mantuvo hasta los sesenta, y
es obvio que no puede ser aclarado con las inves­
tigaciones propuestas por Kuhn. Pero lo que no
se ve, de nuevo, es que tengan que ver con los
científicos y su empresa. No es, desde luego, la
racionalidad que utiliza el científico. Más bien
pertenece al cielo del «tercer mundo» de Popper,
y no está claro qué contacto tenga con las «buenas
razones» de que hablan Kuhn y Popper, y que
maneja el científico para hacer lo que hace, por
ejemplo para decidir entre teorías. Esto es lo que
interesa a Kuhn y es lo que propone investigar.
La diferencia no está únicamente en lo que unos
y otros entienden por filosofía de la ciencia, que
ya hemos apuntado, sino en lo que entienden por
«ciencia». Mientras que para los formalistas sig­
nifica un conjunto de productos científicos, de teo­
rías, una vez sometidos al formalismo, para Kuhn
el término «ciencia» refiere un quehacer, una acti­
vidad, productora de conocimiento científico, que
se da a lo largo de la historia y cuyo protagonista
fundamental son las comunidades científicas.
Y todo ello apunta a un sentido totalmente rele­
vante del término «racionalidad» que no puede
proporcionar el nuevo programa lógico, ni la
«comprensión lógica» que aporta. Lo que puede
justificar una contratesis: lo que aquí se sostiene
INTRODUCCIÓN 51
es que con sólo la lógica de la ciencia no se puede
aclarar el carácter racional o progresivo de la em­
presa científica.

XII

Pero, ¿cómo podemos entender la racionalidad


y el carácter progresivo de la ciencia desde el en­
foque de Kuhn? O, más en general, ¿cómo se
estructuran, relacionan y evolucionan las comuni­
dades científicas y sus distintos productos cien­
tíficos? La contestación más inmediata es que
todavía no hay respuestas claras para estos inte­
rrogantes. Empezaron a responderse en E.R.C.
Pero, como hemos visto, gran parte de las energías
de Kuhn se dedicaron a discutir si lo que él recha­
zaba debía efectivamente rechazarse y hasta qué
punto. Tras diez años de reajuste, algunos filóso­
fos de la ciencia declararon el éxito de las conse­
cuencias críticas del libro de Kuhn. Medir hasta
qué punto se ha desarrollado la imagen alternati­
va de la ciencia que allí se presentaba no resulta
fácil. ¿Cuál es el criterio? Cuando Kuhn publicó
su libro La teoría del cuerpo negro y la disconti­
nuidad cuántica, 1894-1912, algunos consideraron
extraño y maliciosamente significativo que Kuhn
no utilizara los conceptos centrales de su filoso­
fía de la ciencia. Posiblemente era, en efecto, un
signo más de que que no estaban lo suficientemen­
te desarrollados. Pero tal vez indique también
que, a pesar de los problemas que he planteado al
52 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?

principio, debamos tomamos en serio, o que en


cualquier caso Kuhn ahora se toma en serio, su
afirmación de que la historia y la filosofía de la
ciencia pueden y deben hacerse sólo alternativa­
mente.57 Y esta última observación se ve apoyada
por el hecho de que el último ejemplo que Kuhn
utiliza en el primer artículo que aquí presentamos,
«¿Qué son las revoluciones científicas?», es preci­
samente el de Planck, historiado en su libro. En
mi opinión, y utilizando términos kuhnianos, pue­
de decirse que Kuhn nos ha proporcionado un
repertorio de «ejemplares», pero que éstos aún no
están estructurados en una «matriz disciplinar».
Lo único que me atrevo a decir respecto a los
avances en la evolución de Kuhn es que parece
haber ido transformando k> que se presentaba
como problemas distintos en distintos aspectos de
un mismo problema. Mientras que previamente
nos hablaba de proyectos de sociología de la cien­
cia,55 de programas de ordenador —de los que
ahora simplemente habla en pasado—, parece ha­
berse producido un progresivo desplazamiento ha­
cia cuestiones centradas en el lenguaje. Nótese
57. Quizá resulten más desafortunados aún algunos in­
tentos de someter la historia de una u otra disciplina al apa­
rato conceptual kuhniano, como si éste fuera o pudiera ser
una maquinaria de la que, se meta lo que se meta, salen sal­
chichas casi igualitas.
58. Para una respuesta al escepticismo generalizado ante
la posibilidad de los desarrollos de la sociología de la cien­
cia, puede verse el artículo de Steven Shapin, «History of
Science and its sociological reconstructions», en History
of Science, XX (1982), págs. 158-211>
INTRODUCCIÓN 53
que, en los artículos que presentamos, cuando se
aborda el núcleo del problema, en los tres casos
nos remite al mismo tipo de reflexión e investi­
gación.
Los que están interesados sobre todo en la
historia de la ciencia quizá piensen que, desafor­
tunadamente, los críticos de la obra de Kuhn so­
bre historia de la física cuántica no tenían toda
la razón. Es decir, si uno observa la evolución de
los intereses de Kuhn, creo que cabe preguntarse
si, en este proceso, no hemos ido perdiendo a un
historiador, si no hemos perdido a Kuhn para la
historia de la ciencia. Más aún, no resulta extraño
que los historiadores y, en general, los interesados
en «el proceder real de la ciencia», vieran en E.R.C.
una renovación estimulante, una filosofía de la
ciencia cuyos problemas y planteamientos les re­
sultaban familiares, útiles y pertinentes. La pre­
gunta es si, tras estos treinta años, no es el caso
que también Kuhn se ha ido alejando de la his­
toria de la ciencia. Sea como fuere, los artículos
que aquí presentamos constituyen una muestra
reciente de sus ocupaciones y preocupaciones que
ofrecen una posibilidad más para conseguir una
lectura «más plausible y coherente» de su obra. El
lector juzgará.
A n t o n io B e l t r á n
Universidad de Barcelona
1. ¿QUE SON LAS REVOLUCIONES
CIENTIFICAS?

«¿Qué son las revoluciones científicas?» se


propone refinar y clarificar la distinción entre el
desarrollo científico normal y el revolucionario.
Después de una presentación introductoria del
tema, la mayor parte del capítulo* está dedicada
a la presentación de tres ejemplos de cambio re­
volucionario: la transición de una forma aristoté­
lica .de comprender el movimiento a una newto-
nianá; deja teoría de contacto a la teoría química
de la pila voltaica; y de la derivación de Planck
de la ley de la radiación del cuerpo negro1 a la
que ahora resulta familiar. La sección final resume
tres características comunes a los ejemplos. Todos
ellos son localmente holistas en la medida en que
* «¿Qué son las revoluciones científicas?» es el capítulo
1 de Kruger, L., Daston, L. J. y Heidelbergér, M. (comps.),
The Probabilistic Revotution, vol. 1: Ideas in History; Kru­
ger, L., Gigerenzer, G. y Morgan, M. S. (comps.), vol 2: Ideas
in the Sciences, The MIT Press, Cambridge, Mass., 1987. El
texto había sido publicado previamente: «What Are Scientific
Revolutions?», publicación especial, 18, Center for Cognitive
Science, Cambridge, Mass., Massachusetts Institute of Tech­
nology, W íftT.].
1. Los tres ejemplos que forman el grueso de este capí­
tulo fueron desarrollados en esta forma para la primera de
las tres conferencias pronunciadas en la Universidad de N6*
tre Dame en noviembre de 1981 en la serie Perspectives in
Philosophy. En una forma muy parecida a la presente, pero
con el título «De las revoluciones a las características so­
bresalientes», se leyeron en la Tercera Conferencia Anual de
la Cognitive Science Society en agosto de 1981,
56 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
quieren que varios cambios de teoría interrelacio-
nados se lleven a cabo simultáneamente; sólo in­
curriendo en incoherencia esos cambios podrían
haber ocurrido uno a uno. Todos requieren cam­
bios en el modo en que un conjunto de términos
científicos interdefinidos se conecta con la natu­
raleza, es decir, en la taxonomía proporcionada
por el mismo lenguaje científico. Asimismo, todos
implicaron cambios en algo muy similar a la me­
táfora, es decir, en la capacidad aprendida por el
científico o científica para distinguir qué objetos
o acontecimientos son semejantes y cuáles di­
fieren.

Han transcurrido casi veinte años desde que


distinguí por primera vez lo que me pareció ser
dos tipos de desarrollo científico normal y revo­
lucionario.2 La mayor parte de la investigación
científica que tiene éxito produce como resultado
un cambio del primer tipo, y su naturaleza queda
bien descrita por una imagen muy común; la cien­
cia normal es la que produce los ladrillos que la
investigación científica está continuamente aña­
diendo al creciente edificio del conocimiento cien­
tífico. Esta concepción acumulativa del desarrollo
científico es familiar y ha guiado la elaboración de
2. Thomas S. Kuhn, The Structure of Scientific Revolu-
tions, 2.* edición revisada, Chicago, University of Chicago
Press, 1969. El libro se publicó por primera vez en 1962; [Trad.
cast. de Agustín Contín, La estructura de tas revoluciones
científicas, México, Fondo de Cultura Económica, 1975-3
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS? 57
una considerable literatura metodológica. Tanto
esta concepción como sus subproductos metodo­
lógicos se aplican a una gran cantidad de trabajo
científico importante. Pero el desarrollo científico
manifiesta también una modalidad no acumulati­
va, y los episodios que la exhiben proporcionan
claves únicas de un aspecto central del conoci­
miento ciepitífico. Retomando un duradero inte­
rés, intentaré aquí aislar varias de estas claves;
primero describiendo tres ejemplos de cambio
revolucionario, y luego discutiendo brevemente
tres características que todos ellos comparten. Sin
duda los cambios revolucionarios comparten ade­
más otras características, pero esas tres propor­
cionan una base suficfente para los análisis más
teóricos que me ocupan actualmente, y en los que
me apoyaré, un tanto crípticamente, en la parte
final de este artículo.
Antes de pasar al primer ejemplo que trataré
extensamente, permítanme intentar sugerir —para
aquellas personas que no estén previamente fa­
miliarizadas con mi vocabulario— qué es un
ejemplo. El cambio revolucionario se define ©a
parte por su diferencia con el cambio normal, y
esté es, como ya se ha indicado, el tipo de cambio
que tiene como resultado el crecimiento, aumento
o adición acumulativa de lo que se conocía antes
lias leyes científicas, por ejemplo, son usualmente
producto de este proceso normal: la ley de Boyle
ilustrará lo que aquí está en juego. Sus descubri­
dores poseían previamente los conceptos de pre­
sión y volumen de un gas, así como los instrumen­
58 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?

tos requeridos para determinar sus magnitudes.


El descubrimiento de que el producto de la pre­
sión y el volumen de una muestra dada de un gas
era una constante a temperatura constante se aña­
día simplemente al conocimiento del modo en que
se comportaban estas variables ya comprendidas.*
3. La expresión «ya comprendido» fue introducida por
C. G. Hempel, quien muestra cómo servirá para muchos de
los mismos propósitos que «observacional» en discusiones
relacionadas con la distinción entre términos teóricos y ob-
servacionales (véase particularmente, su Aspects of Scientific
Explanation, Nueva York, Free Press, 1965, págs. 208 y sigs.
[Trad. cast. de M. Frassineti de Gallo y otros, La explicación
científica. Estudios sobre filosofía de la ciencia, Buenos Aires,
Paidós, 1979, págs. 212 y sigs.]). Yo adopto la frase porque la
noción de un término ya comprendido es jntrínsecamente
diacrónica o histórica, y su uso dentro del empirismo lógico
. apunta a áreas importantes de solapamiento entre este en-
i foque tradicional en la filosofía de la ciencia y el más recien­
te enfoque histórico. En particular, el frecuentemente ele­
gante aparato desarrollado por el empirismo lógico para las
discusiones sobre la formación de conceptos y la definición
de los términos teóricos puede ser transferido como un todo
al enfoque histórico, y utilizado para analizar la formación
de nuevos conceptos y la definición de nuevos términos, pro­
cesos que usualmente tienen lugar en íntima asociación con
la introducción de una nueva teoría. Un modo más sistemáti­
co de preservar una parte importante de la distinción teóri-
co/observacional englobándola en un enfoque diacrónico ha
sido desarrollado por Joseph D. Sneed, The Logical S truc tu­
re of Mathematical Physics, Dordrecht, Reidel, págs. 1-64,
249-307. Wolfgang Stegmüller ha clarificado y ampliado el
enfoque de Sneed postulando una jerarquía de términos teó­
ricos en la que cada nivel se introduce dentro de una teoría
histórica particular (The Structure and Dynamics of Theories,
Nueva York, Spiinger, 1976, págs. 40-67, 196-231. [Trad. cast.
de C. Ulises Moulines, Estructura y dinámica de teorías, Bar­
celona, Ariel, 1983, págs. 69-104, págs. 278-327]). El cuadro
resultante de estratos lingüísticos presenta paralelismos in-
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 59
La abrumadora mayoría del avance científico es
de este tipo normal acumulativo, pero no multi­
plicaré los ejemplos.
Los cambios revolucionarios son diferentes y
bastante más problemáticos. Ponen en juego des­
cubrimientos que no pueden acomodarse dentro
de los conceptos que eran habituales antes de que
se hicieran dichos descubrimientos.! Para hacer,
o asimilar, un descubrimiento tal, debe alterafse
el modo en que se piensa y describe un rango de
fenómenos naturales. El descubrimiento (en ca-
§t>s como éstos «invención» puede ser urna palabra
mejor) de la segunda ley del movimiento de New-
ton es de esta clase. Los conceptos de fuerza y
masa que figuran en esa ley diferían de los que
eran habituales antes de la introducción de la ley,
y la ley misma fue esencial para su definición. Un
segundo ejemplo más completo, aunque más sim­
plista, nos lo proporciona la transición de la as­
tronomía ptolemaica a la copemicana. Antes de
que esta transición tuviera lugar, el Sol y la Luna
eran planetas, ipero la Tierra no. Después la Tie­
rra era un planeta como Marte y Júpiter; el Sol
era una estrella; y la Luna era un tipo nuevo de
cuerpo, un satélite. Cambios de esta clase no fue­
ron simplemente correcciones de errores indivi­
duales englobados en el sistema ptolemaico. De
trigantes con el discutido por Michel Foucault en The Arch&o-
logy of Knowledge, traducido por A. M. Sheridan Smith, Nue­
va York, Pantheon, 1972. [Trad. cast. de Aurelio Garzón del
Camino, La arqueología del saber, México, Siglo XXI, 1970.]
60 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
un modo similar a la transición a las leyes de
Newton del movimiento, esos cambios incluían no
sólo cambios en las leyes de la naturaleza, sino
también cambios en los criterios mediante los que
algunos términos de esas leyes se conectaban con
la naturaleza. Además, esos criterios eran depen­
dientes, en parte, de la teoría con la que fueron
introducidos.
Cuando este tipo de cambio de referentes acom­
paña un cambio de ley o de teoría, el desarrollo
científico no puede ser completamente acumula­
tivo. No se puede pasar de lo .viejo a lo nuevo me-
diante uña simple adición a lo que ya era conoci­
do. Ni tampoco se puede describir completamente
lo nuevo en el vocabulario de lo viejo o viceversa.
Consideremos el enunciado compuesto: «En el
sistema ptolemaico los planetas giran alrededor de
la Tierra; en el copemicano giran alrededor del
Sol». Estrictamente interpretado, ese enunciado
es incoherente. La primera ocurrencia del término
«planeta» es ptolemaica, la segunda copemicana,
y ambas se conectan con la naturaleza de manera
diferente. El enunciado no es verdadero en nin­
guna lectura unívoca del término «planeta».
Ejemplos tan esquemáticos como éstos sólo
pueden proporcionar algunos indicios de lo que el
cambio revolucionario implica. Así, pues, paso en­
seguida a algunos ejemplos más completos, co­
menzando con el que hace una generación me
introdujo a la noción de cambio revolucionario:
la transición de la física aristotélica a la newto-
niana. Aquí sólo puede considerarse una pequeña
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 61
parte de esta transición, la que se centra en pro­
blemas del movimiento y de mecánica, e incluso
acerca de ella seré esquemático. Además, mi ex­
plicación invertirá el orden histórico y describirá,
no lo que los filósofos aristotélicos de la natura­
leza necesitaron para llegar a los conceptos new-
tonianos, sino lo que yo, educado como un newto-
niano, necesité para llegar a los conceptos de la
filosofía aristotélica de la naturaleza. Afirmaré
simplemente que el camino que yo recorrí hacia
atrás con la ayuda de textos escritos fue lo sufi­
cientemente parecido al que los antiguos cientí­
ficos corrieron hacia adelante sin contar con la
ayuda de ningún texto, con la naturaleza como
única guía.
Leí por primera vez algunos de los escritos de
Aristóteles sobre física en el verano de 1947, cuan­
do era un estudiante graduado de física que inten­
taba preparar un estudio sobre el desarrollo de -
la mecánica con destino a un curso de ciencias
para personas sin formación científica. No puede
sorprender que me acercara a los textos de Aris­
tóteles teniendo muy clara en mi mente la mecá­
nica newtoniana que había leído. Esperaba res­
ponder a la pregunta de cuánta mecánica había
sabido Aristóteles y cuánta había dejado para que
la descubrieran gente como Galileo y Newton.
Dada esa formulación, descubrí rápidamente que
Aristóteles no sabía nada de mecánica. Había de­
jado todo a sus sucesores, principalmente los de
los siglos xvi y x v ii . Esta conclusión era corriente,
y podría haber sido correcta en principio. Pero yo
f>2 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?

la encontraba turbadora porque, mientras leía sus


escritos, Aristóteles me parecía no sólo un igno­
rante en mecánica, sino además un físico terrible­
mente malo. En particular, sus escritos sobre el
movimiento me parecían llenos de errores garra­
fales, tanto en lo que se refiere a la lógica como a la
observación.
Estas conclusiones eran inverosímiles. Después
de todo, Aristóteles había sido el muy admirado
codificador de la lógica antigua. Durante casi dos
milenios después de su muerte, su trabajo desem­
peñó el mismo papel en lógica que el de Euclides.
en geometría. Además, Aristóteles había demos­
trado a menudo ser, como naturalista, un obser­
vador extraordinariamente agudo. Especialmente
en biología, sus escritos descriptivos proporcio­
naron modelos que fueron fundamentales en los
siglos xvi y xvn para la emergencia de la tradi­
ción biológica moderna. ¿Cómo era posible que
sü característico talento le hubiera abandonado
tan sistemáticamente cuando pasó al estudio dél
movimiento y la mecánica? Asimismo, si su ta­
lento le había abandonado, ¿por qué sus escritos
de física hablan sido tomados tan seriamente du­
rante tantos siglos después de su muerte? Estas
preguntas me preocupaban. Podía creer fácilmente
que Aristóteles hubiera tropezado, pero no que se
hubiera desplomado totalmente al pasar a la físi­
ca. ¿No ppdría ocurrir que la culpa fuera mía y
no de Aristóteles? Quizá sus palabras no siempre
habían significado exactamente lo mismo para él
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 63
y sus contemporáneos/as que para mí y los/las
míos/as.*
Con esta actitud continué esforzóndome por
comprender el texto y al final mis sospechas de­
mostraron estar bien fundadas. Estaba sentado a
mi mesa con el texto de la Física de Aristóteles
delante de mí y un bolígrafo de cuatro colores en
la mano. Levantando los ojos miré abstraídamente
por la ventana de mi habitación y aún retengo la
imagen visual. Súbitamente, los fragmentos en mi
cabeza se ordenaron por sí mismos de un modo
nuevo, encajando todos a la vez. Se me abrió la
boca, porque de pronto Aristóteles me pareció un
físico realmente bueno, aunque de un tipo que yo
nunca hubiera creído posible. Ahora podía com­
prender por qué había dicho lo que había dicho y
cuál había sido su autoridad. Afirmaciones que me
habían parecido previamente grandes errores, aho­
ra me ^parecían, en el peor de los casos, errores
de poda importancia dentro de una tradición po­
derosa, y en general fructífera. Este tipo de expe­
riencia —las piezas ordenándose súbitamente por
* Tal y como hemos hecho hasta aquí, en el resto de la
traducción deberíamos continuar empleando este tipo de
recursos, ¡i otros similares, con el fin de respetar la, intención
de Kuhn, presente en los tres artículos que traducimos, de
evitar el sexismo. Ahora bien, en castellano este problema
parece de más difícil solución y el resultado sería un texto
bastante recargado. Téngase en cuenta, por ejemplo, que los
adjetivos del inglés, a diferencia de los del castellano, son
neutros; con lo que en un tracto escrito en inglés un porcen­
taje considerable del problema desaparece. Esta es la única
razón que nos ha movido a volver a un modo de expresión
más convencional en lo sucesivo. [T.]
64 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
sí mismas y apareciendo juntas de un modo nue­
vo— es la primera característica general del cam­
bio revolucionario que distinguiré después de úna
consideración adicional de ejemplos „ Aunque las
revoluciones científicas dejan mucho trabajo de
limpieza que es necesario hacer poco a poco, el
cambio fundamental no puede experimentarse de
este modo, paso a paso. Por el contrario, implica
una transformación relativamente súbita y sin es­
tructura en la que una parte del flujo de la expe­
riencia se ordena por sí misma de una forma dife­
rente y manifiesta pautas que no eran visibles an­
teriormente.
Para concretar más todo esto, permítanme ilus­
trar algo de lo que estaba contenido en mi descu­
brimiento de un modo de leer la física aristotélica
que daba sentido a los textos. Una primera ilus­
tración será familiar para muchos y muchas de
ustedes. Cuando el término «movimiento-» aparece
en la física aristotélica, se refiere al cartibio en
general, no sólo al cambio de posición de un cuer­
po físico, El cambio de posición, que es el objeto
exclusivo de la mecánica para Galileo y Newton,
es para Aristóteles sólo una de las varias subca-
tegorías del movimiento. Otras incluyen el creci­
miento (la transformación de una bellota en un
roble), las alteraciones de intensidad (el calenta­
miento de una barra de hierro) y varios cambios
cualitativos más generales (la transición de la en­
fermedad a la salud). Por consiguiente, aunque
Aristóteles reconoce que las varias subcategorías
no son iguales en todos los aspectos, \&s caracte-
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 65
rísticas básicas que son relevantes para el recono­
cimiento y análisis del movimiento deben aplicar­
se a todos los tipos de cambio. t En cierto sentido
esto no es meramente metafórico; se considera que
todas las variedades de cambio son semejantes, es
decir, que constituyen una familia natural única.4
Un segundo aspecto de la física aristotélica
—más difícil de reconocer e incluso más impor­
tante —es ef papel fundamental que desempeñan
las cualidades en su estructura conceptual. Con
ello no quiero decir simplemente que se proponga
explicar la cualidad y el cambio de cualidad, pues
otros tipos de física han hecho esto. Me refiero a
que la física aristotélica invierte la jerarquía onto-
lógica de materia y cualidad que ha sido habitual^
desde la mitad del siglo xvn. jEn la física newto-
riiana, un cuerpo está constituido por partículas
de materia, y sus cualidades son una consecuencia
del modo en que esas partículas están dispuestas,
se mueven e interaccionan. Por el contrario, en
la física de Aristóteles la materia es casi prescin­
dible. Es un sustrato neutral que está presente
dondequiera que un cuerpo pueda estar, lo cual
significa qondequiera que haya espacio o lugar.
Un cuerpo particular, una sustancia, existe en cual­
quier lu^ar en donde este sustrato neutral, una
4. Para toáb esto véase la Física de Aristóteles, Libro V,
capítulos 1-2 (224a21-226bl6). Nótese que Aristóteles tiene,
de hecho, un concepto de cambio que es más amplio que el
de movimiento. .Movimiento es cambio de sustancia, cambio
de algo a algo J225al). Pero el cambio también incluye la ge­
neración y corrupción, es decir, cambio de la nada a algo y
de algo a la nada (225a34-225b9), y estos no son movimientos.
66 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
especie de esponja, esté lo suficientemente impreg­
nado de cualidades! (calor, humedad, color, etc.),
como para darle identidad individual. El cambio
tiene lugar mediante la transformación de las cua­
lidades, no de la materia; eliminando algunas
cualidades de una materia dada y reemplazándolas
por otras. Hay incluso algunas leyes de conserva­
ción implícitas que las cualidades deben aparente­
mente obedecer.5
La física de Aristóteles manifiesta otros aspec­
tos similarmente generales, de los cuales algunos
son de gran importancia. Sin embargo, yo avan­
zaré haciá las cuestiones que me interesan partien­
do de estos dos, y recogeré al pasar otro bien cono­
cido. Lo que quiero ahora empezar a sugerir es
que esos y otros aspectos del punto de vista de
Aristóteles, cuando son reconocidos, comienzan a
unirse, a prestarse apoyo entre sí y así adquieren
colectivamente una especie de sentido del que ca­
recen considerados individualmente. La primera
vez que logré comprender el texto de Aristóteles,
las nuevas piezas que he descrito y el sentido de
su ajuste coherente emergieron a la vez.
Comencemos con la noción de una física cuali­
tativa que acaba de esbozarse. Cuando se analiza
un objeto particular especificando las cualidades
que han sido impuestas sobre la omnipresente ma­
teria neutra, una de las cualidades que deben espe­
5. Compárese la Física de Aristóteles, Libro V, y espe­
cialmente su Sobre la generación y corrupción, Libro II, ca­
pítulos 1-4.
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 67

cificarse es la posición del objeto o, utilizando la


terminología de Aristóteles, su lugar. La posición
es así, como la humedad o la calidez, una cualidad
del objeto, que cambia cuando el objeto se mueve
o es movido. Por consiguiente, para Aristóteles el
movimiento local (movimiento tout court en el
sentido de Newton) es un cambio-de-cualidad o
cambio-de-estado, en lugar de ser un estado como
lo es para Newton. Pero es precisamente el hecho
de ver el movimiento como un cambio-de-cualidad
lo que permite su asimilación a todos los demás
tipos de cambio: por ejemplo, de bellota a roble
o de enfermedad a salud. Esa asimilación es el
aspecto de la física de Aristóteles con el que em­
pecé, y podría igualmente haber recorrido el cami­
no en la otra dirección. La concepción del movi­
miento-como-cambio y la concepción de una física
cualitativa resultan ser nociones profundamente
interdependientes, casi equivalentes, y éste es un
primer ejemplo del ajuste o cohesión de las partes.
Ahora bien, si todo eso está claro, entonces
otro aspecto de la física de Aristóteles —uno que
por lo general parece ridículo si se lo considera
aisladamente— comienza también a cobrar senti­
do. La mayoría de los cambios de cualidad, sobre
tbdo en el reino orgánico, son asimétricos, al me­
nos cuando se producen sin intervención exterior.
Una bellota se desarrolla naturalmente en un ro­
ble, no viceversa. Un hombre enfermo a menudo
sana por sí mismo, pero se necesita, o se cree que
se necesita, un agente externo para que enferme.
Un conjunto de cualidades, un punto final del cam­
68 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
bio, representa un estado natural del cuerpo: aquel
que realiza voluntariamente y en el que permanece
una vez alcanzado. La misma asimetría debería
ser característica del movimiento local, o sea el
cambio de posición, y en realidad lo es. La cuali­
dad que una piedra u otro cuerpo pesado se es­
fuerza por realizar es su posición en el centro del
universo; la posición natural del fuego está en la
periferia. Esta es la razón de que las piedras cai­
gan hacia el centro, hasta quedar bloqueadas por
un obstáculo, y el fuego vuele hacia los cielos. Es­
tán realizando sus propiedades naturales exacta­
mente en el mismo sentido en que la bellota lo
hace mediante su crecimiento. Otra parte de la
doctrina aristotélica, en principio extraña, co­
mienza a encajar.
Podría continuar así durante algún tiempo,
situando porciones individuales de la física aris­
totélica en el lugar que ocupan en el todo. Sin
embargo, concluiré este primer ejemplo con una
última ilustración, la doctrina de Aristóteles sobre
el vacuum o vacío. Esta doctrina manifiesta con
particular claridad el modo en que varias tesis
queT parecen arbitrarias consideradas de modo
aislado se prestan mutuamente autoridad y apoyo.
Aristóteles afirma que un vacío es imposible: su
posición subyacente es que la noción es incoheren­
te en sí misma. Ahora ya debería estar claro por
qué esto es así. Si la posición es una cualidad, y si
las cualidades no pueden existir separadas de la
materia, entonces debe haber materia dondequiera
que haya posición,'es decir, dondequiera que un
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 69
cuerpo pueda estar. Pero esto equivale a decir que
debe haber materia en todas las partes del espa­
cio: el vacío, es decir, el espacio sin materia, ad­
quiere el status de, por ejemplo, un círculo cua­
drado.6
Este argumento tiene fuerza, pero su premisa
parece arbitraria. Puede suponerse que no era ne­
cesario que Aristóteles concibiera la posición
como una cualidad. Quizá, sin embargo, ya hemos
notado que esta concepción subyace a su conside­
ración del movimiento como cambio-de-estado, y
otros aspectos de su física dependen también de
ella. Si un vacío pudiera existir, entonces el cos­
mos o universo aristotélico no podría ser finito.
Precisamente porque la materia y el espacio son
coextensivos, el espacio puede terminar donde ía
materia termina: en la esfera más exterior, aque-
6. Falta un ingrediente en mi bosquejo de este argumen­
to: la' doctrina del lugar de Aristóteles, desarrollada en la
Física, Libro IV, justamente antes de su discusión del vacío.
Para Aristóteles, el lugar es siempre el lugar de un cuerpo
o, más precisamente, la superficie interior dél cuerpo que
contiene o rodea al primero (212a2-7). Pasando al tema si­
guiente, Aristóteles dice: «Ya que el vacío (si es que existe)
debe concebirse como el lugar en el que podría haber un
cuerpo aunque de hecho no lo haya, es claro que, así conce­
bido, el vacío no puede existir en absoluto, ni como insepara­
ble ni como separable» (214al6-20). (Cito de la traducción
hecha por Philip H. Wickstead y Francis M. Comford para
la Loeb Classical Library, una versión que en este difícil as­
pecto de la Físita me parece más clara que la mayoría, tanto
en texto como en comentario.) Que no es meramente un error
sustituir «lugar» por «posición» en un bosquejo del argu­
mento se justifica en la última parte del siguiente párrafo de
mi texto.
70 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
lia más allá de la cual no hay nada en absoluto, nL
espacio ni materia. También esta doctrina puede
parecer prescindible; pero expandir la esfera este­
lar hasta el infinito crearía problemas a la astro­
nomía, puesto que las rotaciones de esa esfera
mueven las estrellas alrededor de la Tierra. Otra
dificultad, más fundamental, es anterior a esta úl­
tima. En un universo infinito no hay centro —cual­
quier punto puede ser considerado como el cen­
tro— y, por consiguiente, no hay ninguna posi­
ción natural en la que las piedras y otros objetos
pesados puedan realizar sus cualidades naturales.
O para decir lo mismo con otras palabras, que son
las que Aristóteles realmente emplea, en un vacío
un cuerpo no podría saber la localización de su
lugar natural. Precisamente por estar en contacto
con todas las posiciones en el universo a través
de una cadena de materia intermedia, un cuerpo
puede encontrar su camino hacia el lugar donde
sus cualidades naturales se realizan completa­
mente. La presencia de la materia es lo que pro­
porciona estructura al espacio.7 Así, pues, tanto
la teoría de Aristóteles del movimiento local na­
tural como la astronomía geocéntrica antigua se
ven amenazadas por un ataque a la doctrina de
Aristóteles del vacío. No hay ningún modo de
«corregir» las ideas de Aristóteles sobre el vacío
sin reconstruir la mayor parte del resto de su
física.
7. Para éste y otros argumentos estrechamente relaciona­
dos, véase Aristóteles, Física, Libro IV, capítulo 8 (especial­
mente 214b27-215a24).
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 71
Estas observaciones, aunque simplificadas e
incompletas, deberían ilustrar suficientemente el
modo en que la física aristotélica divide y des­
cribe el mundo fenoménico. Además, y esto resul­
ta más importante aún, deberían indicar cómo las
piezas de esa descripción encajan para formar un
todo integral que tuvo que romperse y reformarse
en el camino hacia la mecánica newtoniana. En
lugar de ampliarlas más, procederé inmediatamen­
te con un segundo ejemplo, retomando al comien­
zo del siglo xix para este propósito. El año 1800
es notable, entre otras cosas, por ser el año en que
Volta descubrió la batería eléctrica. El descubri­
miento fue anunciado en una carta dirigida a sir
Joseph Banks, presidente de la Royal Society.' La
carta estaba destinada a la publicación e iba acom­
pañada por la ilustración reproducida aquí como
figura 1. Desde un punto de vista moderno hay
algo peculiar en ella, si bien incluso los historia­
dores o historiadoras raramente notan esta pecu­
liaridad. Mirando a cualquiera de las llamadas
«pilas» (de monedas) en la parte inferior del dia­
grama, se ve, leyendo hacia arriba desde la parte
inferior derecha, un disco de zinc, Z, luego un dis­
co de plata, A, luego un trozo de papel secante
humedecido, luego un segundo disco de zinc, y así
8. Alessandro Volta, «On the Electricity Excited by the
mere Contact of Conducting Substances of Different Kinds»,
Philosophical Transactions, 90 (1800), 403431. Sobre este
tema, véase T. M. Brown, «The Electric Current in Early
Nineteenth-Century French Physics*, Historical Studies in
the Physical Sciences, 1 (1969), 61-103.
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS? 73
sucesivamente. El ciclo zinc, plata, papel secante
humedecido, se repite un número entero de veces,
ocho en la figura original de Volta. Supongamos
ahora que en lugar de proporcionamos esta de­
tallada explicación se nos hubiera pedido simple­
mente mirar el diagrama, luego cerrar el libro y
reproducirlo de memoria. Casi con toda seguridad,
las personas que conocen incluso la física más
elemental habrían dibujado zinc (o plata), seguido
de papel secante humedecido, seguido de plata (o
zinc), pues, como es bien sabido, en una batería
el líquido debe ir entre los dos metales diferentes.
Si uno o una reconoce esta dificultad e intenta
resolverla con la ayuda de los textos de Volta, se
dará cuenta súbitamente de que para Volta y sus
seguidores el elemento unidad* se compone de las
dos piezas de metal en contacto. La fuente de elec-
tricida-d es la superficie entre los dos metales, es
decir, la juntura bimetálica que, como Volta había
previamente descubierto, constituía la fuente de
una tensión eléctrica que actualmente llamaríamos
un voltaje. El papel del líquido es, pues, simple­
mente, conectar un elemento con el siguiente sin
generar un potencial de contacto, el cual neutrali­
zaría el efecto inicial. Si sé continúa leyendo el
texto de Volta, se advierte que está asimilando su
* Un elemento unidad, o elemento de batería, es uno de
los componentes que constituyen una batería eléctrica. En la
pila de Volta un elemento unidad sería, desde el punto de
vista actual, un disco de zinc (o de plata), un disco de plata
(o de zinc) y un trozo de papel secante humedecido entre
ambos. [T.]
74 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?

nuevo descubrimiento a la electrostática. La jun­


tura bimetálica es un condensador o botella de
Leyden que se carga a sí mismo. La pila de mone­
das es entonces una colección de botellas de Ley-
den cargadas y conectadas entre sí, o «batería», y
de ahí viene, por asimilación del grupo a sus miem­
bros, el término «batería» en su aplicación a la
electricidad. Para asegurarnos, fijémonos en la par­
te superior del diagrama de Volta, la cual ilustra
un dispositivo que él llamó «batería de corona».
Esta vez la semejanza con los diagramas de los
libros de texto elementales modernos es notable,
pero de nuevo encontramos una peculiaridad.
¿Por qué las cubetas en los dos extremos del dia­
grama contienen sólo un trozo de metal? ¿Por qué
Volta incluye dos semielementos? La respuesta es
la misma que antes. Para Volta, las cubetas no
son elementos, sino simplemente recipientes para
los líquidos que conectan los elementos. Los ele­
mentos son las tiras bimetálicas en forma de herra­
dura. Las posiciones aparentemente no ocupadas
en las cubetas de los extremos son lo que actual­
mente consideraríamos bornes. En el diagrama
de Volta no hay semielementos.
Tal y como ocurría en el ejemplo anterior, este
modo de mirar la batería tiene amplias consecuen­
cias. Por ejemplo, como se muestra en la figura 2,
la transición desde el punto de vista de Volta al
moderno invierte la dirección del flujo de la co­
rriente. Un diagrama moderno de un elemento
(parte inferior de la figura 2) puede derivarse del
de Volta (parte superior izquierda) mediante un
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS? 75

proceso parecido a volver a éste del revés (parte


superior derecha). En este proceso, lo que antes
era el flujo de corriente interno del elemento se
convierte en la corriente externa y viceversa. En
el diagrama de Volta, el flujo de corriente externo
ya desde el metal negro al blanco, de modo que el
negro es positivo. En el diagrama moderno la di­
rección del flujo y la polaridad están invertidas.
Mucho más importante conceptualmente es el
cambio en la fuente de la corriente efectuado por
la transición. Para Volta la superficie entre los
dos metales era el componente esencial del elemen­
to y, necesariamente, la fuente de la corriente que
el elemento producía. Cuando el elemento fue vuel­
to del revés, el líquido y sus dos superficies de con­
tacto con los metales proporcionaron los compo­
nentes esenciales, y los efectos químicos en estas
76 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
superficies pasaron a ser la fuente de la corriente.
En el breve intervalo de tiempo en que ambos pun­
tos de vista coexistieron, el primero era llamado
la teoría de contacto, el segundo la teoría química
de la batería.
Estas son sólo las consecuencias más obvias
de la concepción electrostática de la batería; algu­
nas otras fueron incluso más inmediatamente im­
portantes. Por ejemplo, el punto de vista de Volta
suprimió el papel conceptual del principio externo.
Lo que ahora veríamos como un circuito externo es
sólo una trayectoria de descarga como la cone­
xión a tierra que descarga una botella de Leyden.
Por consiguiente, los diagramas antiguos de la ba­
tería no muestran un circuito externo, a menos que
un efecto especial, como electrólisis o el calenta­
miento de un alambre, tenga lugar allí, y en este
caso la batería casi nunca aparece en el diagrama.
Sólo en los años cuarenta del siglo xix comienzan
a apareqgfc regularmente diagramas modernos del
elemento en libros de electricidad. Cuando esto
ocurre, o el circuito externo o puntos explícitos
para su conexión aparecen en ellos.9 En las figuras
3 y 4 se muestran ejemplos de ello.
Finalmente, la concepción electrostática de la
9. Las ilustraciones proceden de A. de la Rive, Traité
d’électricité théorique et appliquée, vol. 2, París, J. B. Bai-
liére, 1856, págs. 600, 656. Diagramas estructuralmente simi­
lares aunque esquemáticos aparecen en las investigaciones
experimentales de Faraday de los primeros años treinta. Mi
elección de los años cuarenta como el período en que tales
diagramas llegaron a ser habituales proviene de una inspec­
ción sumaria de los textos de electricidad que tenía más a
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS? 77

batería conduce a un concepto de resistencia eléc­


trica muy diferente del que ahora es habitual.
Hay un concepto electrostático de resistencia, o
lo había en este período. En un material aislante
de una sección transversal dada, la resistencia se
medía por la longitud más corta que el material
podía tener sin permitir el paso de corriente o
tener pérdidas —dejando de aislar— cuando era
sometido a un voltaje determinado. En un mate­

mano. En cualquier caso, un estudio más sistemático habría


tenido que distinguir entre las respuestas* británica, francesa
y alemana a la teoría química de la batería.
78 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
rial conductor de una sección transversal dada, se
medía por la longitud más corta que el material
podía tener sin fundirse cuando era conectado a
un voltaje dado. Es posible medir la resistencia
concebida de esta forma, pero los resultados no
son compatibles con la ley de Ohm. Para conseguir
resultados que lo sean debe concebirse la batería
y el circuito utilizando un modelo más hidrostáti-
co. La resistencia debe convertirse en algo similar
a la resistencia por fricción que se opone al flujo
de agua en tubos. La asimilación de la ley de Ohm
requería un cambio no acumulativo de este tipo, y
esto forma parte de lo que hizo que esta ley fuera
tan difícil de aceptar para mucha gente. Dicha ley
ha proporcionado durante algún tiempo un ejem­
plo habitual de un importante descubrimiento que
inicialmente fue rechazado o ignorado.
Terminó)aquí mi segundo ejemplo y paso en
seguida al tercero, que es, a la vez, más moderno
y más técnico que los precedentes. Es, en esen­
cia, discutible, porque se relaciona con una nueva
versión de los orígenes de la teoría cuántica, aún
no aceptada comúnmente.10 Su tema es el trabajo
de Max Planck sobre el llamado problema del cuer­
po negro, y su estructura puede ser útilmente an­
ticipada de la manera siguiente. Planck resolvió
10. Para la versión completa y la evidencia que la apoya,
véase mi Black-Body Theory and the Quantum Discontinuity,
1894-1912, Oxford y Nueva York, Clarendon and Oxford Uni­
versity Press, 1978. [Trad. cast. de Miguel Paredes Larruces,
La teoría del cuerpo negro y la discontinuidad cuántica, 1894-
1912, Madrid, Alianza, 1980.]
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 79
por primera vez el problema del cuerpo negro en
1900 utilizando un método clásico desarrollado
por el físico austríaco Ludwig Boltzmann. Seis
años más tarde se encontró en su derivación
un error pequeño pero crucial, y uno de sus ele­
mentos centrales debió someterse a revisión. Cuan­
do esto se llevó a cabo, la solución de Planck fun­
cionó, pero rompió radicalmente con la tradición.
A la larga, esta ruptura se generalizó, y provocó
la reconstrucción de buena parte de la física.
Comencemos con Boltzmann, quien había con­
siderado la conducta de un gas concebido como
una colección de muchas moléculas diminutas mo­
viéndose de manera rápida y desordenada en el
interior de un recipiente, y colisionando frecuen­
temente entre sí y con las paredes del recipiente.
A partir del trabajo de otros, Boltzmann conocía
la velocidad media de las moléculas (más exacta­
mente, la media del cuadrado de sus velocidades).
Pero, por supuesto, muchas de las moléculas se
movían mucho más lentamente que la media y
otras mucho más rápidamente. Boltzmann quería
saber qué proporción de ellas se movían con, di­
gamos, 1/2 de la velocidad media, qué proporción
con 4/7 de la media, y así sucesivamente. Ni esa
pregunta ni la respuesta que encontró eran nue­
vas. Pero Boltzmann llegó a la respuesta por un
camino nuevo, utilizando la teoría de la probabi­
lidad, y ese camino fue fundamental para Planck,
a partir de cuyo trabajo se ha convertido en algo
habitual.
Sólo un aspecto del método de Boltzmann nos
80 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
interesa ahora. El consideró la energía cinética to­
tal E de las moléculas, y para permitir la introduc­
ción de la teoría de la probabilidad subdividió
mentalmente esa energía en pequeñas celdillas o
elementos de tamaño E, como los representados
en la figura 5. Luego imaginó una distribución al

o Hi i i i i i i i i i i i i e
i I I I I I I ■ < I 4 I l | |

l
azar de moléculas entre esas celdillas, extrayendo
papeletas numeradas de una urna para especificar
la asignación de cada molécula y excluyendo todas
las distribuciones con enegía total diferente de E.
Por ejemplo, si la primera molécula era asignada
a la última celdilla (energía E), entonces la única
distribución aceptable sería la que asignara todas
las otras moléculas a la primera celdilla (ener­
gía 0). Está claro que esta distribución particular
es muy improbable. Es mucho más probable que
la mayoría de las moléculas tengan una energía
apreciable, y utilizando la teoría de la probabili­
dad puede calcularse cuál es la distribución más
probable de todas. Moltzmann mostró cómo ha­
cerlo, y su resultado fue idéntico al obtenido pre­
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 81
viamente por él mismo y otros empleando medios
más problemáticos.
Ese modo de resolver el problema se inventó
en 1877, y veintitrés años más tarde, a fines de
1900, Max Planck lo aplicó a un problema que pa­
recía ser bastante diferente, la radiación del cuer­
po negro. Físicamente, el problema consiste en ex­
plicar cómo cambia el color de un cuerpo con la
temperatura al calentarlo. Piénsese por ejemplo
en la radiación de una barra de hierro, la cual,
cuandó la temperatura aumenta, primero emite
calor (radiación infrarroja), luego se pone incan­
descente, y posteriormente pasa a un blanco bri­
llante. Para analizar esta situación, Planck imaginó
un recipiente o cavidad lleno de radiación, esto es,
luz, calor, ondas de radio, etc. Además, supuso que
la cavidad contenía un gran número de lo que
llamó «resonadores» (estos pueden imaginarse
como diminutos diapasones, cada uno de los cua­
les es sensible a la radiación de una frecuencia y
no a la de otras). Estos resonadores absorben ener­
gía de la radiación, y la pregunta de Planck fue:
¿cómo depende la energía absorbida por cada re­
sonador de su frecuencia? ¿Cuál es la distribución
de frecuencias de la energía en los resonadores?
Así planteado, el problema de Planck era muy
similar al de Boltzmann, y Planck aplicó así las
técnicas probabilistas de éste. Hablando en térmi­
nos generales, Planck utilizó la teoría de la proba­
bilidad para calcular la proporción de resonadores
que se asignaba a cada una de las distintas celdi­
llas, de la misma manera que Boltzmann había
82 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?

calculado la proporción de las moléculas. Su solu­


ción coincidía con los resultados experimentales
mejor que cualquier otra conocida entonces o aho­
ra, pero surgió una inesperada diferencia entre su
problema y el de Boltzmann. En el de Boltzmann,
el tamaño de la celdilla e podía tener muchos valo­
res diferentes sin que cambiara el resultado. Aun­
que los valores permitidos estaban limitados, es
decir, no podían ser demasiado grandes o dema­
siado pequeños, había disponibles una infinidad
de valores satisfactorios entre dichos límites. El
problema de Planck resultó ser diferente: otros
aspectos de la física determinaban £, el tamaño de
la celdilla. Podía tener un único valor, dado por la
famosa fórmula i —hv, donde v es la frecuencia del
resonador, y h es la constante universal conocida
en lo sucesivo por el nombre de Planck. Por su­
puesto, Planck no comprendía por qué había res­
tricciones en el tamaño de la celdilla, pero tuvo
una fuerte corazonada al respecto que intentó de­
sarrollar. Sin embargo, exceptuando ese enigma
residual, había resuelto su problema, y su manera
de enfocar la cuestión seguía siendo muy parecida
a la de Boltzmann. En particular, y éste es el as­
pecto crucial en este momento, en ambas solucio­
nes la división de la energía total E en celdillas de
tamaño £ era una división mental efectuada con
propósitos estadísticos. Las moléculas y los reso­
nadores podían estar situados en cualquier punto
de la línea y estaban gobernados por todas las
leyes ordinarias de la física clásica.
El resto de la historia puede contarse muy rá-
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 83
pidamente. El trabajo que se acaba de describir
se realizó al final de 1900. Seis años más tarde, a
mediados de 1906, otros dos físicos argumentaron
que el resultado de Planck no podía alcanzarse si­
guiendo su método. Se requeipa una alteración pe­
queña pero absolutamente crucial. No era posible
admitir que los resonadores estuvieran situados
en cualquier punto de la línea continua de la ener­
gía, sino únicamente en las divisiones entre las
celdillas. Esto es, un resonador podría tener ener­
gía O, £, 2e, 3e, ..., y así sucesivamente, pero no
(l/3)e, (4/5)e, etc. Un resonador no cambiaba su
energía de forma continua, sino mediante saltos
discontinuos de tamaño Eo un múltiplo de £.
Después de estas alteraciones, el argumento de
Planck era a la vez por completo diferente y el
mismo. Desde un punto de vista matemático, era
virtualmente idéntico, teniendo como consecuen­
cia que durante años ha sido un procedimiento
habitual leer el artículo de Planck de 1900 como
si presentara el argumento moderno posterior.
Pero físicamente las entidades a las que la deriva­
ción se refiere son muy diferentes. En particular,
el elemento Eha pasado de ser una división mental
de la energía total a un átomo separable de energía
física, del cual cada resonador puede tener 0, 1,2,
3, u otro número. La figura 6 intenta capturar ese
cambio de un modo que sugiera su semejanza con
la batería vuelta del revés de mi ejemplo anterior.
Una vez más, la transformación es sutil y difícil
de ver, pero, también una vez más, el cambio es
importante. El resonador ha sido ya transformado
84 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?

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O If rI ' HI I lI lI l I l I It II I I lI iI l I i I E
M1i 1M
ei

de una clase familiar de entidad gobernada por


leyes clásicas ordinarias a una extraña criatura
cuya misma existencia es incompatible con los
modos tradicionales de hacer física. Como es bien
sabido, cambios del mismo tipo tuvieron lugar du­
rante otros veinte años a medida que se iban des­
cubriendo fenómenos no clásicos similares en otras
partes del campo.
No intentaré discutir esos cambios posteriores;
en su lugar, concluiré este ejemplo, el último,
apuntando otro tipo de cambio que tuvo lugar con
el trabajo de Planck. Al discutir los ejemplos an­
teriores señalé que las revoluciones iban acompa­
ñadas por cambios en el modo en que términos
como «movimiento» o «elemento de batería» se
conectaban con la naturaleza. En este último ejem­
plo tuvo lugar realmente un cambio en las pala­
bras mismas, un cambio que subraya esas carac­
terísticas de la situación física que la revolución
había hecho más importantes. Cuando Planck se
persuadió por fin, alrededor de 1909, de que la
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 85
discontinuidad había llegado a la física para que­
darse, pasó a utilizar un vocabulario que ha sido
habitual desde entonces. Previamente se había re­
ferido al tamaño e de la celdilla como el «elemento
de energía». Ahora, en 1909, comenzó a hablar re­
gularmente, en su lugar, del «cuanto de energía»,
pues «cuanto», tal y como se utilizaba en la física
alemana, era un elemento separable, una entidad
similar a un átomo que podía existir por sí misma.
Mientras que e había sido simplemente el tamaño
de una subdivisión mental, no había sido un cuan­
to sino un elemento. También en 1909 Planck aban­
donó la analogía acústica. Las entidades que había
introducido como «resonador» ahora se con­
virtieron en «osciladores», un término neutral que
sólo se refiere a cualquier entidad que vibra regu­
larmente. Por contraste, «resonador» se refiere en
primer lugar a una entidad acústica, o por exten­
sión a un vibrador que responde de manera gra­
dual a la estimulación, aumentando y disminuyen­
do su vibración con el estímulo aplicado. Para uno -
que creía que la energía cambia de manera dis­
continua, «resonador» no era un término precisa­
mente apropiado, y Planck lo abandonó a partir
de 1909.
Este cambio de vocabulario concluye mi tercer
ejemplo. En vez de dar otros concluiré esta dis­
cusión investigando qué características del cam­
bio revolucionario manifiestan los ejemplos pro­
puestos. Las respuestas pueden clasificarse en tres
apartados y seré relativamente breve sobre cada
uno de ellos. No estoy lo suficientemente prepara-
86 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
do como para proporcionar la extensa discusión
que requieren.
Un primer conjunto de características compar­
tidas se mencionó casi al comienzo de este artícu­
lo. Los cambios revolucionarios son en un sentido
holistas. Esto es, no pueden hacerse poco a poco,
paso a paso, y contrastan así con los cambios nor­
males o acumulativos, como por ejemplo el des­
cubrimiento de la ley de Boyle. En el cambio nor­
mal, simplemente se revisa o añade una única ge­
neralización, permaneciendo idénticas todas las
demás. En el cambio revolucionario, o bien se vive
pon la incoherencia o bien se revisan a un tiempo
varias generalizaciones interrelacionadas. Si estos
mismos cambios se introdujeran paso a paso, no
habría ningún lugar intermedio en el que pararse.
Sólo los conjuntos de generalizaciones inicial y
final proporcionan una explicación coherente de
la naturaleza e incluso en mi último ejemplo, que
es el más aproximadamente acumulativo de los
tres, no se puede simplemente cambiar la descrip­
ción del elemento de energía £. Debe cambiarse
además la noción de resonador, pues los resona­
dores, en cualquier acepción normal del término,
no pueden comportarse como entidades que sólo
admiten valores discretos de energía. Simultánea­
mente, para permitir esta nueva conducta deben
cambiarse las leyes de la mecánica y de la teoría
electromagnética, o al menos intentarlo. Del mis­
mo modo, en el segundo ejemplo no se puede sim­
plemente cambiar la idea del orden de los com­
ponentes de un elemento de batería. La dirección
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 87
de la corriente, el papel del circuito externo, el
concepto de resistencia eléctrica, etc., deben cam­
biarse también. O, insistiendo en este punto, en
el caso de la física aristotélica no puede simple­
mente descubrirse que un vacío es posible o que
el movimiento es un estado, no un cambio-de-es­
tado. Una imagen integrada de varios aspectos de
la naturaleza tiene que cambiarse a la vez.
Una segunda característica de estos ejemplos
está estrechamente relacionada con la primera.
Es la que en el pasado he descrito como cambio
de significado y que aquí he estado describiendo
de una manera un poco más específica, como un
cambio en el modo en que las palabras y las frases
se relacionan con la naturaleza, es decir, un cam­
bio en el modo en que se determinan sus referen­
tes. Sin embargo, incluso esta versión es un poco
demasiado general. Como estudios recientes sobre
la referencia han resaltado, todo lo que se conoce
de los referentes de un término puede ser útil
para relacionar ese término con la naturaleza. Una
propiedad recién descubierta de la electricidad,
de la radiación,'O de los efectos de la fuerza sobre
el movimiento puede ser necesaria en lo sucesivo
(junto con otras, usualmente) para determinar la
presencia de la electricidad, de la radiación o la
fuerza, y así identificar los referentes del término
correspondiente. No es necesario que estos descu­
brimientos sean revolucionarios, y por lo general
no lo son. También la ciencia normal altera el
modo en que los términos se relacionan con la
naturaleza. Por consiguiente, lo que caracteriza
88 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
a las revoluciones no es simplemente el cambio en
el modo en que se determinan los referentes, sino
una clase de cambio aún más restringida.
Cuál es el mejor modo de caracterizar esa cla­
se restringida de cambio es uno de los problemas
que me ocupan actualmente, pero no tengo una
solución completa. Sin embargo, hablando en tér­
minos generales, el carácter distintivo del cambio
revolucionario en el lenguaje es que altera no sólo
los criterios con los que los términos se relacionan
con la naturaleza; altera además, considerable­
mente, el conjunto de objetos o situaciones con
los que se relacionan esos términos. Ejemplos de
movimientos que habían sido paradigmáticos para
Aristóteles —de bellota a roble, y de enfermedad a
salud—, no eran movimientos en absoluto para
Newton. En la transición, una familia natural dejó
de ser natural; sus miembros fueron redistribui­
dos entre conjuntos preexistentes; y sólo uno de
ellos conservó el nombre antiguo. Asimismo, lo
que había sido el elemento unidad de la batería de
Volta ya no era el referente de ningún término cua­
renta años después de su invención. Aunque los su­
cesores de Volta se ocupaban aún de metales, líqui­
dos y el flujo de carga, las unidades de sus análisis
eran diferentes y se interrelacionaban de forma di­
ferente.
Así, pues, lo que caracteriza a las revoluciones
es el cambio en varias de las categorías taxonó­
micas que son el requisito previo para las descrip-
ciones y generalizaciones científicas. Además, ese
cambio es un ajuste no sólo de los criterios rele­
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 89
vantes para la categorización, sino también del
modo en que objetos y situaciones dadas son dis­
tribuidos entre las categorías preexistentes. Ya
que tal redistribución afecta siempre a más de
una categoría, y ya que esas categorías se interde-
finen, esta clase de alteración es necesariamente
holista. Este holismo, además, está enraizado en
la naturaleza del lenguaje, pues los criterios rele­
vantes para la categorización son ipso facto crite­
rios que relacionan los nombres de esas catego­
rías con el mundo. El lenguaje es una moneda con
dos caras: una mira hacia afuera, al mundo; la
otra hacia dentro, al reflejo del mundo en la es­
tructura referencial del lenguaje.
/ Pasemos ahora a la última de las tres caracte­
rísticas compartidas por mis tres ejemplos. Es la
que más me ha costado ver de las tres, pero ahora
parece la más obvia y probablemente la que tiene
más consecuencias. Asimismo, es la que más val­
dría la pena explorar en profundidad. Todos mis
ejemplos implican un cambio esencial de modelo,
metáfora o analogía: un cambio en la noción de
qué es semejante a qué, y qué es diferente. Algu­
nas veces, como en el ejemplo de la física de Aris­
tóteles, la semejanza es interior al tema. Así, para
los aristotélicos, el movimiento era un caso espe­
cial de cambio, de modo que la piedra que cae era
como el roble que crece, o como la persona reco­
brándose de una enfermedad. (Esa es la pauta de
semejanzas que hace de estos fenómenos una fa­
milia natural, que los sitúa en la misma categoría
taxonómica, y que tuvo que ser sustituida en el
90 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
desarrollo de la física newtoniana. En otras oca­
siones la semejanza es exterior. Así, los resonado­
res de Planck eran como las moléculas de Boltz­
mann, o los elementos de la batería de Volta eran
como botellas de Ley den, y la resistencia era como
la pérdida electrostática. También en estos casos
la vieja pauta de semejanzas tuvo que ser recha­
zada y reemplazada, antes del proceso de cambio o
durante dicho proceso.
Todos estos casos manifiestan características
interrelacionadas que son familiares a los estudio­
sos y estudiosas de la metáfora. En cada caso dos
objetos o situaciones se yuxtaponen y se considera
que son semejantes o el mismo. (Incluso una dis­
cusión que fuera solamente un poco más extensa
tendría que tener en cuenta además ejemplos de
desemejanza, pues también ellos frecuentemente
son importantes para establecer una taxonomía.)
Además, cualquiera que sea su origen —una cues­
tión independiente que no me interesa en este
momento—, la función primaria de todas esas yux­
taposiciones es transmitir y mantener una taxo­
nomía. Los elementos yuxtapuestos son presen­
tados a una audiencia no iniciada previamente por
alguien que pueda ya reconocer su semejanza, y
que inste a esa audiencia a aprender a hacer lo-
mismo. Si la presentación tiene éxito, los nuevos
iniciados e iniciadas aprenden una lista de carac­
terísticas sobresalientes respecto a la relación de.
semejanza requerida, esto es, un espacio de carac­
terísticas en el que los elementos previamente
yuxtapuestos están siempre agrupados juntos
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 91
como ejemplos de la misma cosa y, simultánea­
mente, separados de objetos y situaciones con las
que en otras circunstancias podrían haberse con­
fundido. Así, la educación de un aristotélico asocia
el vuelo de una flecha con una piedra que cae, y
ambos con el crecimiento de un roble y la recu­
peración de la salud. Todos son cambios de estado;
sus puntos finales y el tiempo transcurrido en la
transición son sus características sobresalientes.
Visto de esta manera, el movimiento no puede ser
relativo y debe estar en una categoría distinta del
reposo, el cual es un estado. Análogamente, desde
ese punto de vista, un movimiento infinito se con­
vierte en una contradicción en los términos, pues­
to que carece de punto final.
Así pues, las yuxtaposiciones parecidas a la me­
táfora que cambian en el momento de una revo­
lución científica son esenciales en el proceso me­
diante el que se adquiere el lenguaje científico u
otro tipo de lenguaje. Incluso el comienzo de la
práctica de la ciencia requiere que esa adquisición
o proceso de aprendizaje haya sobrepasado un cier­
to punto. La práctica científica implica siempre
la producción y explicación de generalizaciones
sobre la naturaleza; estas actividades presuponen
-un lenguaje con una mínima riqueza; y la adqui­
sición de ese lenguaje lleva consigo conocimiento
de la naturaleza. Cuando la presentación de ejem­
plos forma parte del proceso de aprendizaje de
términos como «movimiento», «elemento de ba­
tería», o «elemento de energía», lo que se adquiere
es conocimiento del lenguaje y del mundo a la vez.
92 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
Por una parte, el estudiante aprende qué significan
esos términos, qué características son relevantes
para relacionarlas con la naturaleza, qué cosas no
pueden decirse de ellos so pena de contradicción,
etc. Además, el estudiante aprende qué categorías
de cosas pueblan el mundo, cuáles son sus caracte­
rísticas sobresalientes, y algo acerca de la conduc­
ta que les es permitida y acerca de la que se les
prohíbe. En la mayoría del proceso de aprendizaje
del lenguaje estas dos clases de conocimiento —co­
nocimiento de palabras y conocimiento de la natu­
raleza— se adquieren a la vez; en realidad no son
en absoluto dos clases de conocimiento, sino dos
caras de una sola moneda que el lenguaje propor­
ciona.
La reaparición de este carácter bifronte que el
lenguaje posee proporciona un final apropiado a
este artículo. Si tengo razón, la característica esen­
cial de las revoluciones científicas es su alteración
del conocimiento de la naturaleza intrínseco al
lenguaje mismo, y por tanto anterior a todo lo que
puede ser completamente descriptible como- una
descripción o una generalización, científica o de
la vida diaria. Para introducir en la ciencia el va­
cío o el movimiento lineal infinito se requerían
informes observacionales que sólo podían formu­
larse alterando el lenguaje con el que se describía
la naturaleza. Hasta que ocurrieron esos cambios
el mismo lenguaje resistía la invención e introduc­
ción de las codiciadas teorías nuevas. Considero
que lo que indujo a Planck a cambiar «elemento»
y «resonador» por «cuanto» y «oscilador» fue esta
¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS? 93
resistencia opuesta por el lenguaje. La violación
o distorsión de un lenguaje científico que previa­
mente no era problemático es la piedra de toque
de un cambio revolucionario.
2. CONMENSURABILIDAD, COMPARABILIDAD
Y COMUNICABILIDAD 1

Han transcurrido veinte años desde que Paul


Feyerabend y yo empleamos por primera vez en
letras de molde un término que habíamos tomado
de las matemáticas para describir la relación en­
tre teorías científicas sucesivas. El término era
«inconm ensurabilidady cada uno de nosotros
fue inducido a utilizarlo por problemas que había­
mos encontrado al interpretar textos científicos
(Feyerabend, 1962; Kuhn, 1962).2 Mi uso del tér­
mino era más amplio que el suyo; sus posiciones
respecto al fenómeno eran más radicales que las
mías; pero nuestra coincidencia en aquel tiempo
1. Mucha gente ha contribuido a la mejora de este artícu­
lo desde su primer borrador. Entre ellos están mis colegas
del MIT y los asistentes a la reunión de la P.S.A. y al se­
minario de Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universi­
dad de Columbia donde leí por primera vez una versión pre­
liminar. Estoy agradecido a todos ellos, sobre todo a Ned
Block, Paul Horwich, Nathaniel Kuhn, Stephen Stich y mis
dos comentadores oficiales.
2. Creo que mi recurso a «inconmensurabilidad» y el de
Feyerabend fueron independientes, y no recuerdo bien si
Paul lo encontró en el borrador de un manuscrito mío y me
dijo que él también había estado usándolo. Pasajes que ilus­
tran nuestros primeros usos del término son: Kuhn (1970,
págs. 102 y sigs, 112, 128 y sigs., 148-151 [págs. 164 y sigs., 177,
201 y sigs., 230-235*], sin cambios desde la primera [1962]
edición) y Feyerabend (1962, págs. 56-59, 74-76, 81). [En el
caso de existir traducción castellana hemos añadido entre
corchetes, tanto en el texto como en las notas, las referencias
de las páginas citadas por Kuhn en la correspondiente ver­
sión castellana.] [T.]
96 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
era sustancial.3 Cada uno de nosotros estaba fun­
damentalmente preocupado por mostrar que los
significados de los términos y conceptos científicos
—por ejemplo «fuerza» y «masa», o «elemento»
y «compuesto»— cambiaban frecuentemente se­
gún la teoría en que aparecían;4 y ambos afirmá­
bamos que cuando ocurría este tipo de cambio era
imposible definir todos los términos de una teoría
en el vocabulario de la otra. Cada uno de nosotros
materializaba esta última afirmación en comenta­
rios acerca de la inconmensurabilidad de teorías
científicas.
Todo eso fue en 1962. Desde entonces los pro­
blemas planteados por la variación del significado
se han discutido ampliamente, pero casi nadie se
ha enfrentado por completo con los problemas
que nos indujeron, a Feyerabend y a mí, a hablar
de inconmensurabilidad. No hay duda de que ese
3. Feyerabend y yo escribíamos sobre la imposibilidad de
añadir los términos de una teoría sobre la base de los térmi­
nos de otra. Pero mientras él restringía la inconmensurabili­
dad al lenguaje, yo hablaba también de diferencias en «mé­
todos, campo de problemas y normas de resolución» (Kuhn,
1970, pág. 103. [pág. 165]), algo que yo no haría excepto en la
medida, bastante considerable, en que estas últimas diferen­
cias fueran consecuencias necesarias del proceso de apren­
dizaje del lenguaje. Feyerabend (1962, pág. 59), sin embargo,
escribía que «no es posible definir los términos primitivos de
T’ sobre la base de los términos primitivos de T, ni tampo­
co establecer relaciones empíricas correctas en las que inter­
vengan ambos conjuntos de términos». Yo no usaba en abso­
luto la noción de términos primitivos, y restringía la incon­
mensurabilidad a unos pocos términos específicos.
4. Esta observación había sido anteriormente resaltada
por Hanson (1958).
CONMENSURABILIDAD 91
descuido se debe, en parte, al papel desempeñada
por la intuición y la metáfora en nuestras formu­
laciones iniciales., Por ejemplo, yo utilizaba mu­
cho el doble sentido, visual y conceptual, deí ver­
bo «ver», y asemejaba una y otra vez los cambios
de teoría a los cambios de Gestalt. Por las razones
que sean, el concepto de inconmensurabilidad ha
sido frecuente y ampliamente rechazado, hace
poco en un libro publicado a finales del año pasado
por Hilary Putnam (1981, págs. 113-124 [págs. 118-
129]). Putnam reelabora convincentemente dos lí­
neas de crítica que habían aparecido cón frecuen­
cia en la literatura filosófica anterior. Una breve
reformulación de esas críticas preparará el terreno
para algunos comentarios extensos.
La mayoría o todas las discusiones sobre in­
conmensurabilidad dependen de un supuesto lite­
ralmente correcto, pero sobre el que a menudo se
han cargado demasiado las tintas: si dos teorías
son inconmensurables deben ser formuladas en
lenguajes mutuamente intraducibies. Si esto es así,
señala una primera línea de crítica, si no hay nin­
gún^ modo en que las dos puedan formularse en
un único lenguaje, entonces no pueden compa­
rarse, y ningún argumento basado en la evidencia
puede ser relevante para la elección entre ellas.
Hablar de diferencias y comparaciones presupone
que se comparten algunos puntos, y esto es lo que
los defensores de la inconmensurabilidad, los cua­
les hablan a menudo de comparaciones, parecen
negar. Por consiguiente, su discurso es necesaria­
mente incoherente (para esta línea de crítica véa-
98 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
se: Davidson, 1974, págs. 5-20; Shapere, 1966; y
Scheffler, 1967, págs. 81-83). Una segunda línea de
crítica es como mínimo igualmente profunda. Gen­
te como Kuhn, se señala, nos dicen que es impo­
sible traducir teorías antiguas a un lenguaje mo­
derno. Pero luego ellos hacen precisamente eso,
reconstruir las teorías de Aristóteles, o de New-
ton, o de Lavoisier, o de Maxwell, sin separarse
del lenguaje que ellos y nosotros hablamos todos
los días. En estas circunstancias, ¿qué pueden que­
rer decir cuando hablan de inconmensurabilidad?
(para esta línea de crítica véase: Davidson, 1974,
págs. 17-20; Kitcher, 1978; y Putnam, 1981).
En este artículo me ocuparé principalmente de
la segunda línea de argumentación, pero las dos
no son independientes y necesitaré hablar también
v de la primera. Comenzaré intentando eliminar al­
gún malentendido Ampliamente extendido, que
afecta al menos a mi punto de vista. Sin embargo,
incluso habiendo eliminado el malentendido, per­
manecerá un residuo perjudicial de la primera lí­
nea de crítica. Volveré a ello únicamente al final
de este artículo.

2.1. I n c o n m e n s u r a b il id a d local

Recordemos brevemente de dónde proviene el


término «inconmensurabilidad». La hipotenusa de
un triángulo rectángulo isósceles es inconmensu­
rable con su lado, o la circunferencia de un círcu­
lo con su radio, en el sentido de que no hay una
CONMENSURABILIDAD 99
unidad de longitud contenida un número entero
de veces sin resto en cada miembro del par. Así
pues, no hay medida común. Pero la falta de una
medida común no significa que la comparación
sea imposible. Por el contrario, magnitudes incon­
mensurables pueden compararse con cualquier
grado de aproximación requerido. Demostrar que
esto podía hacerse y cómo hacerlo se cuenta entre
los logros más espléndidos de las matemáticas
griegas. Pero este logro fue posible sólo porque,
desde el comienzo, la mayoría de las técnicas
geométricas se aplicaban sin cambio a los1Idos ele­
mentos entre los que se estaba buscando una com­
paración.
Cuando se aplica al vocabulario conceptual que
se da en una teoría científica y en su entorno, el
término «inconmensurabilidad» funciona metafó­
ricamente. La frase «sin medida común» se con­
vierte en «sin lenguaje común». Afirmar que dos
teorías son inconmensurables significa afirmar que
no hay ningún lenguaje, neutral o de cualquier
otro tipo, al que ambas teorías, concebidas como
conjuntos de enunciados, puedan traducirse sin
resto o pérdida. Ni en su forma metafórica ni en
su forma literal inconmensurabilidad implica in-
comparabilidad, y precisamente por la misma ra­
zón. La mayoría de los términos comunes a las dos
teorías funcionan de la misma forma en ambas;
sus significados, cualesquiera que puedan ser, se
preservan; su traducción es simplemente homó-
fopa. Surgen problemas de traducción únicamente
con un pequeño subgrupo de términos (que usual­
100 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
mente se interdefinen) y con los enunciados que
los contienen. La afirmación de que dos teorías
son inconmensurables es más modesta de lo que
la mayor parte de sus críticos y críticas ha st:
puesto.
Llamaré «inconmensurabilidad local» a esta
versión modesta de la inconmensurabilidad. En la
medida en que la inconmensurabilidad era una
afirmación acerca del lenguaje, o sea, acerca del
cambio de significado, su forma local es mi ver­
sión original. Si puede sostenerse consistentemen­
te, entonces la primera línea de crítica dirigida a
la inconmensurabilidad debe fracasar. Los térmi­
nos que preservan sus significados a través de un
cambio de teoría proporcionan una base suficiente
para la discusión de las diferencias, y para las com­
paraciones que son relevantes en la elección de
teorías.’ Proporcionan incluso, como veremos, una
base para explorar los significados de los térmi­
nos inconmensurables.
Sin embargo, no es claro que la inconmensu­
rabilidad pueda restringirse a una región local.
En el estado actual de la teoría del significado, la
distinción entre términos que cambian de signifi­
cado y aquellos que lo preservan es, en el mejor
de los casos, difícil de explicar o aplicar. Los sig­
nificados son productos históricos, y cambian ine-
5. Nótese que estos términos no son independientes de
la teoría, sino que sencillamente se usan de la misma manera
en las dos teorías en cuestión. Se sigue que la contrastación
es un proceso que compara dos teorías, no un proceso que
pueda evaluar teorías por separado.
CONMENSURABILIDAD 101
vitablemente en el transcurso del tiempo cuando
cambian las demandas sobre lo» términos que los
poseen. Es sencillamente poco plausible que algu­
nos términos cambien sus significados cuando se
transfieren a una nueva teoría sin infectar los tér­
minos transferidos con ellos. Lejos de suministrar
una solución, la frase «invariancia del significado»
sólo puede proporcionar un nuevo ámbito para el
problema planteado por el concepto de inconmen­
surabilidad. Esta dificultad es real, no el producto
de un malentendido. Volveré a ella al final de este
artículo, y entonces resultará que «significado» no
es el mejor encabezamiento para una discusión
sobre inconmensurabilidad. Sin embargo, no tene­
mos hoy en día ninguna alternativa más adecuada.
Para buscar una, paso ahora a la segunda línea
principal de crítica que se dirige habitualmente a
la inconmensurabilidad. Esta línea de crítica so­
brevive al retomo a la versión local, la cual era la
versión original de esa noción.

2 ,2 . T r a d u c c ió n f r e n t e a in t e r p r e t a c ió n

Si algunos términos no vacuos de una teoría


más antigua eluden la traducción al lenguaje de
su sucesora, ¿cómo pueden los historiadores y de­
más analistas tener tanto éxito al reconstruir o
interpretar esa teoría más antigua, incluyendo el
uso y función de aquellos mismos términos? Los
historiadores afirman que es posible producir in­
terpretaciones que tengan éxito, y los antropólo­
102 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?

gos, en una empresa estrechamente relacionada,


afirman lo mismo. Aquí yo sencillamente adoptaré
como premisa que sus afirmaciones están justifi­
cadas, que la extensión con que esos criterios pue­
den satisfacerse no tiene límites, en principio. Sean
correctos o no, y yo pienso que lo son, esos supues­
tos son en cualquier caso fundamentales en los
argumentos dirigidos a la inconmensurabilidad por
críticos tales como Davidson (1974, pág. 19), Kit-
cher(1978, págs. 519-529) y Putnam (1981, pág. 116
[pág. 121]). Los tres esbozan la técnica de inter­
pretación; todos describen su resultado como una
traducción o un esquema de traducción; y todos
concluyen que su éxito es incompatible incluso con
la inconmensurabilidad local. Al intentar ahora
mostrar cuál es la dificultad en sus argumentos,
paso a lo que son las preocupaciones fundamen­
tales de este artículo.
El argumento, o esbozo de argumento, que
acabo de proporcionar depende esencialmente de
la ecuación entre interpretación y traducción. Se
puede seguir la pista de esta ecuación, como fcní-
nimo, hasta Palabra y objeto, de Quine. Creo que
está equivocada y que el error es importante. Yo
mantengo que la interpretación —un proceso so­
bre el que tendré algo más que decir— es distinta
de la traducción, al menos tal como la traducción
se entiende en la mayor parte de la filosofía recien­
te. La confusión es fácil porque la traducción real
contiene a menudo, o quizá siempre, al menos un
pequeño componente interpretativo. Pero en este
caso es necesario considerar que la traducción real
CONMENSURABILIDAD 103
encierra dos procesos distinguibles. La filosofía
analítica actual se ha concentrado exclusivamente
en uno de ellos y lo ha confundido con el otro.
Para evitar confusiones seguiré la costumbre re­
ciente, empleando «traducción» para designar el
primero de estos procesos e «interpretación» para
designar el segundo. No obstante, con tal de que
se reconozca la existencia de dos procesos, no hay
nada en mi argumento que dependa de la preser­
vación del término «traducción» para el primer
proceso.
Así pues, para nuestros propósitos, la traduc­
ción es algo efectuado por una persona que sabe
dos idiomas. Al enfrentarse con un texto, oral o
escrito, ^en uno de estos idiomas, el traductor
sustituyfc sistemáticamente palabras o secuencias
de palabras en el texto por palabras o secuen­
cias de palabras en el otro idioma, a fin de
producir un texto equivalente. Por el momento,
qué significa ser un «texto equivalente» puede per­
manecer sin especificar. Tanto igualdad de signi­
ficado como igualdad de referencia son desiderata
obvios, pero no recurro a ellos aún. Vamos a decir
simplemente que el texto traducido cuenta más o
menos la misma historia, que presenta más o me­
nos las mismqs ideas, o que describe más o menos
la misma situación que el texto del cual es una
traducción.
Dos características de la traducción así conce­
bida requieren un énfasis especial. En primer lu­
gar, la lengua en la que se expresa la traducción
existía antes de que la traducción comenzara. Esto
104 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?
es, el hecho de la traducción no ha cambiado los
significados de palabras o frases. Naturalmente,
puede haber aumentado el número de referentes
conocidos de un término dado, pero no ha alte­
rado el modo en que esos referentes, antiguos y
nuevos, se determinan. Una segunda característica
está estrechamente relacionada con ésta. La tra­
ducción consiste sólo en palabras y frases que
reemplazan (no necesariamente una a una) pa­
labras y frases del original. Las glosas y los
prefacios de los traductores no forman parte
de la traducción, y una traducción perfecta no los
necesitaría en absoluto. Si a pesar de todo hacen
falta, necesitamos preguntar por qué. No hay duda
de que estas características de la traducción pare­
cen idealizaciones, y seguramente lo son. Pero la
idealización no es mía. Ambas características deri­
van directamente, entre otras fuentes, de la natu­
raleza y función de un manual de traducción qui-
neano.
Volvamos ahora a la interpretación. Es una em­
presa exigida por la historia y la antropología, en­
tre otras disciplinas. A diferencia de la persona
que traduce, puede que la que efectúa la interpre­
tación domine inicialmente sólo una lengua. Al
principio, el texto sobre el que trabaja consiste,
total o parcialmente, en ruidos o inscripciones
ininteligibles. El «traductor radical» de Quine es,
de hecho, alguien que efectúa una interpretación,
y «gavagai» ejemplifica el material ininteligible
con el que comienza. Observando la conducta y las
circunstancias que rodean la producción del texto,
CONMENSURABILIDAD 105

y suponiendo durante todo el proceso que se pue­


de extraer un sentido de la conducta aparentemen­
te lingüística, la persona que interpreta busca ese
sentido, se esfuerza por inventar hipótesis que ha­
gan inteligible la proferencia o inscripción, como
por ejemplo que «gavagai» significa: «Mirad, un
conejo». Si tiene éxito, lo que él ha hecho en pri­
mera instancia es aprender una lengua nueva,
quizá la lengua en la que «gavagai» es un término,
o quizás una versión más antigua de su propia len­
gua, una en la que términos aún usuales, como
«fuerza» y «masa» o «elemento» y «compuesto»
funcionaban de forma diferente. Si esta lengua
puede traducirse a aquella con la que él co­
menzó es una cuestión discutible. Aprender una
nueva lengua no es lo mismo que traducir de ella
a la propia. Tener éxito en lo primero no implica
necesariamente que también se vaya a obtener éxi­
to en lo segundo.
Precisamente respecto a estos problemas, los
ejemplos de Quine son consecuentemente erróneos
porque confunden interpretación y traducción.
Para interpretar la proferencia «gavagai» no es ne­
cesario que el antropólogo o antropóloga imagi­
nario de Quine ^proceda de una comunidad de ha­
blantes familiarizados con los conejos y que posea
una palabra que se refiera a ellos. En lugar de des­
cubrir un término que corresponda a «gavagai»,
el antropólogo o intérprete podría aprender el
término indígena de una forma muy parecida
a como aprendió algunos términos de su propia
106 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
lengua, en una etapa anterior.4 Esto es, él pue­
de aprender a reconocer las criaturas que evo­
can «gavagai» a los indígenas, y frecuentemen­
te así lo hace. En lugar de traducir, él puede
simplemente aprender a reconocer el animal y em­
plear el término que emplean los indígenas.
Por supuesto, la disponibilidad de esa alterna­
tiva no excluye la traducción. La persona que lleva
a cabo la interpretación no puede, por razones
previamente explicadas, limitarse a introducir el
término «gavagai» en su propia lengua, por ejem­
plo el castellano. Esto supondría alterar el caste­
llano y el resultado no sería una traducción. Pero
puede intentar describir en castellano los referen­
tes del término «gavagai»: son peludos, tienen ore­
jas largas, su cola se parece a un arbusto, etc. Si
la descripción es afortunada, es decir, si se adecúa
a todas las criaturas que provocan proferencias
que contienen «gavagai», y sólo a ellas, entonces
«criatura peluda, con orejas largas, con una cola
que se parece a un arbusto...» es la traducción
buscada y, en lo sucesivo, «gavagai» puede intro­
ducirse en castellano como una abreviatura de ella.
En estas circunstancias, no surge ningún problema
de inconmensurabilidad.7
6. Quine observa que su traductor radical podría escoger
el camino «costoso» y «aprender el lenguaje directamente,
como lo aprendería un niño». Pero considera que este proce­
so es simplemente un camino alternativo hacia un fin que
coincide con el que se alcanza mediante su método habitual:
un manual de traducción (Quine, 1960, págs. 47, 70 y sigs.
[págs. 60, 83 y sigs.]).
7. Alguien podría objetar que una secuencia como «cria-
CONMENSURABILIDAD 107
Sin embargo, las circunstancias podrían ser di­
ferentes. Podría no existir una descripción en cas­
tellano que tenga el mismo referente que el tér­
mino indígena «gavagai». Al aprender a reconocer
gavagais, la persona que efectúa la interpretación
puede haber aprendido a reconocer características
distinguibles que son desconocidas para las per­
sonas que hablan el castellano, y para las que el
castellano no proporciona ninguna terminología
descriptiva. Esto es, quizá los indígenas estruc­
turan el mundo animal de forma diferente a
como lo hacen las personas que hablan el caste­
llano. utilizando discriminaciones diferentes para
hacerlo. En estas circunstancias, «gavagai» per­
manece como un término indígena irreductible
que no puede ser traducido al castellano. Aunque
las personas que hablan el castellano pueden apren­
der a utilizar el término, cuando lo hacen están
hablando la lengua indígena'. Estas son las circuns­
tancias para las que yo reservaría el término «in­
conmensurabilidad».

tura peluda, con orejas largas, con una cola que se parece a
un atrbusto...» es demasiado larga y compleja como para ser
una traducción de un solo término a otra lengua. Pero yo
me inclino a pensar que cualquier término que pueda ser
introducido mediante una secuencia puede internalizarse de
tal forma que, con práctica, sus referentes puedan recono­
cerse directamente. En cualquier caso, lo que a mí me preo­
cupa es una versión más fuerte de la intraducibilidad, aquella
en la que ni siquiera largas secuencias están disponibles.
108 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
2 .3 . D e t e r m in a c ió n de l a r e f e r e n c ia
FRENTE A TRADUCCIÓN
Así pues, mi tesis es que los historiadores e
historiadoras de la ciencia que intentan compren­
der textos científicos antiguos se encuentran regu­
larmente con ese tipo de circunstancias, aunque
no siempre las reconozcan. Philip Kitcher ha utili­
zado uno de mis ejemplos habituales, la teoría del
flogisto, como base de una penetrante crítica de
la noción de inconmensurabilidad. El punto en
cuestión resultará considerablemente clarificado
si expongo primero el meollo de su crítica, y luego
indico dónde, en mi opinión, dicha crítica se equi­
voca.
Creo que Kitcher tiene razón cuando señala
que el lenguaje de la química del siglo xx puede
utilizarse para identificar los referentes de los tér­
minos y expresiones de la química del siglo xvm,
al menos en la medida en que estos términos y
expresiones efectivamente tienen referente. Por
ejemplo, cuando se lee un texto de Priestley y se
piensan desde un punto de vista moderno los ex­
perimentos que describe, se ve que «aire desflogis-
tizado» se refiere algunas veces al mismo oxígeno
y otras a una atmósfera enriquecida con oxígeno.
«Aire flogistizado» es normalmente aire del que
se ha eliminado el oxígeno. La expresión «a es más
rico en flogisto que 3» tiene el mismo referente
que «« tiene mayor afinidad con el oxígeno que 3».
En algunos contextos, por ejemplo en la expresión:
«En la combustión se emite flogisto», el término
CONMENSURABILIDAD 109
«flogisto» no tiene referente en absoluto, pero hay
otros contextos en los que se refiere al hidrógeno
(Kitcher, 1978, págs. 531-536).
No tengo ninguna duda acerca de que los his­
toriadores e historiadoras que tratan con textos
científicos antiguos pueden usar, y deben hacerlo,
el lengu¿je moderno para identificar los referentes
de los, términos anticuados. Igual que cuando el/
la indígena señala con su dedo gavagais, esas deter­
minaciones de la referencia proporcionan con fre­
cuencia los ejemplos concretos que pueden per­
mitir al historiador aprender qué significan las
expresiones problemáticas en su texto. Además,
la introducción de terminología moderna permi­
te explicar en qué áreas las teorías antiguas
tuvieron éxito y poV qué lo tuvieron.* Sin em­
bargo, Kitcher describe este proceso de deter­
minación de la referencia como una traducción,
y sugiere que su disponibilidad debería poner pun­
to final a las discusiones sobre inconmensurabi­
8. Kitcher supone que sus técnicas de traducción le per­
miten especiñcar los enunciados de la teoría antigua que eran
verdaderos y los que eran falsos. Así, los enunciados acerca
de la sustancia liberada en la combustión eran falsos, pero
los enunciados acerca del efecto del aire desflogistizado sobre
las actividades vitales eran verdaderos porque en ellos «aire
desflogistizado» se refería al oxígeno. Sin embargo, yo creo
que lo único que está haciendo Kitcher es usar la teoría mo­
derna para explicar por qué alguáos enunciados afirmados
por los que seguían la teoría antigua eran confirmados por
la experiencia y otros no. La habilidad para explicar estos
éxitos y fracasos es básica para la interpretación de los tex­
tos que efectúa el historiador de la ciencia. (Si una interpreta­
ción atribuye al autor de un texto aserciones repetidas que ob­
110 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
lidad. Me parece que está equivocado en ambos
aspectos.
Vamos a pensar por un momento qué aspecto
tendría un texto traducido empleando las técnicas
de Kitcher. Por ejemplo, ¿cómo se traducirían las
ocurrencias de «flogisto» que no tienen referente?
Una posibilidad —sugerida tanto por el silencio
de Kitcher sobre la cuestión como por su preocu­
pación por preservar los valores de verdad, los
cuales son problemáticos en estas ocasiones— se­
ría dejar en blanco los espacios correspondientes.
Sin embargo, dejar espacios en blanco equivale
a fracasar como traductor o traductora. Si sólo
pueden traducirse las expresiones que tienen refe­
rente, entonces ninguna obra de ficción podría tra­
ducirse y, en cuanto a la cuestión que nos ocupa,
los textos científicos antiguos deberían tratarse,
como mínimo, con la misma cortesía que se em­
plea al tratar con obras de ficción.^Dichos textos
nos informan de lo que creían los científicos del
pasado independientemente de su valor de verdad,
y esto es lo que una traducción debe comunicar.
Como alternativa, Kitcher podría usar la mis­
ma estrategia dependiente del contexto que desa­
servaciones fácilmente obtenibles hubieran debilitado, enton­
ces es casi seguro que la interpretación es errónea, y el histo­
riador debe comenzar su trabajo de nuevo. Véase Kuhn [1964]
en Kuhn [1977] para todo lo reerente a este caso.) Pero ni la
interpretación ni las técnicas de traducción de Kitcher permi­
ten declarar verdaderos o falsos los enunciados individuales
que contienen términos de la antigua teoría. Yo creo que las
teorías son estructuras que deben evaluarse globalmente.
CONMENSURABILIDAD 111
rrolló para los términos que tienen referente, como
es el caso de «aire desflogistizado». Siguiendo este
procedimiento, «flogisto» se traduciría algunas ve­
ces por «sustancia liberada por los cuerpos en
combustión», otras por «principio metalizador»,
y aún otras por locuciones diferentes. Sin embar­
go, esta estrategia conduce asimismo al desastre,
no sólo con términos como «flogisto», sino tam­
bién con expresiones que tienen referente. La uti­
lización de una $ola palabra, «flogisto», junto con
compuestos que derivaban de ella, como «aire des­
flogistizado», es una de las formas de comunicar
las creencias que tenía el autor del texto original.
Sustituir expresiones relacionadas por expresio­
nes que, o bien no tienen ninguna relación, o bien
están relacionadas de forma muy diferente, hace
que, en ocasiones, términos del texto original que
son idénticos disimulen, como mínimo, aquellas
creencias, con lo cual el texfo original resulta inco­
herente. Al examinar una traducción efectuada si­
guiendo el método propuesto por Kitcher sería
casi siempre imposible entender por qué esos enun­
ciados figuraban yuxtapuestos en un solo texto.9
Para ver más claramente lo que está en juego
cuando se trata con un texto científico antiguo,
vamos a considerar el siguiente epítome de algu­
nos aspectos centrales de la teoría del flogisto. En
aras de la claridad y la brevedad lo ^e construido
9. Por supuesto, Kitcher explica estas yuxtaposiciones re-
curriendo a las creencias del autor del texto y a la teoría mo­
derna. Pero los pasajes en que lo hace son glosas; no forman
parte de su traducción en absoluto.
112 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
yo m ism o , p ero, d eja n d o a u n la d o cu estio n es de
e stilo , podría h ab er sid o extraíd o d e u n m an u al
de química del sig lo XVIII.
Todos los cuerpos físicos están compuestos de ele­
mentos y principios químicos. Los principios dotan
a los elementos de propiedades especiales. Entre los
elementos están las tierras y los aires, y entre los
principios el flogisto. Un conjunto de tierras, por
ejemplo carbono y sulfuro, es especialmente rico
en flogisto en su estado normal y deja un residuo
ácido cuando se le priva de él. Otro conjunto, los
residuos de la calcinación o minerales, es normal­
mente pobre en flogisto, pero cuando se impregna
de él se convierte en brillante, dúctil y buen
conductor del calor (o sea metálico). Durante la
combustión i otros procesos afines, como la cal­
cinación y la respiración, tiene lugar una trans­
ferencia de flogisto al aire. El aire cuyo contenido
flogístico (aire flogistizado) se ha incrementado de
esta manera ve reducida su elasticidad y su capa­
cidad para mantener la vida. El aire del que se
ha eliminado parte de su contenido flogístico (aire
desflogistizado) mantiene la vida de forma especial­
mente vigorosa.
El manual continúa, pero con este extracto
tendremos suficiente.
El epítome que he construido consta de enun­
ciados que proceden de la química del flogisto. La
mayoría de las palabras que figuran en estos enun­
ciados aparecen en los textos de la química del
siglo xviii y en los de la del siglo xx, y funcio­
nan igual en ambas. Unos pocos términos más,
muy particularmente «flogistización», «desflogisti-
zación» y los que están relacionados con ellos, pue­
CONMENSURABILIDAD 113
den reemplazarse por frases en las que únicamente
el término «flogisto» es ajeno a la química mo­
derna. Pero después de efectuar todas estas sus­
tituciones queda un pequeño número de términos
que no tienen ningún, equivalente en el vocabulario
químico moderno. Algunos han desaparecido to­
talmente del lenguaje de la química: «flogisto» es
el ejemplo más obvio. Otros, como el término
«principio», han perdido toda su significación pu­
ramente química. (La exhortación: «Purifica tus
reactivos» es un principio químico en un sentido
muy diferente de aquel en qfte el flogisto lo era.)
Otros términos, como por ejemplo «elemento»,
son todavía esenciales en el vocabulario químico
y heredan algunas funciones de sus homónimos
más antiguos. Pero términos como «principio», los
cuales se aprendían anteriormente con aquéllos,
han desaparecido de los textos modernos, y con
ellos ha desaparecido igualrríente la antigua gene­
ralización constitutiva según la cual cualidades
como el color y la elasticidad proporcionaban una
evidencia directa de la composición química. El
resultado es que tanto los referentes de estos tér­
minos supervivientes como los criterios para iden­
tificarlos se han alterado ahora drástica y siste­
máticamente. En ambos aspectos, el término «ele­
mento» funcionaba en la química del siglo xvm
de forma muy similar a la frase modeyna «estado
de agregación^ y al término moderno «elemento».
Tanto si tienen'referente como si no, esos tér­
minos de la química del siglo xvm —términos
como «flogisto», «principio» y «elemento»— no
114 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?
son eliminables de ningún texto que pretenda ser
una traducción de un original flogístico. Deben ser­
vir, por lo menos, como variables para los con­
juntos interrelacionados de propiedades que per­
miten la identificación de los referentes común­
mente aceptados de esos términos. Para que un
texto que expone la teoría del flogisto sea cohe­
rente debe considerar la sustancia liberada en la
combustión como un principio químico, el mismo
que hace que el aire sea irrespirable y que además
deja un residuo ácido cuando se le elimina de un
material apropiado. Pero además de no ser elimi­
nables, parece que esos términos no son reempla­
zables individualmente por un conjunto de frases
o palabras modernas. Y si éste es el caso —una
cuestión que consideraré inmediatamente— en­
tonces el pasaje construido que he citado anterior­
mente en el que esos términos aparecían no puede
ser una traducción, al menos no en el sentido de
este término que es habitual en la filosofía reciente.

2.4. E l h is t o r ia d o r com o in t é r pr e t e
Y MAESTRO DEL LENGUAJE
Ahora bien, ¿es correcto afirmar que términos
químicos del siglo x v iii como «flogisto» no son
traducibles? Después de todo, ya he descrito en
lenguaje moderno varias maneras en las que el
término antiguo «flogisto» tiene referente. Por
ejemplo, el flogisto se libera en la combustión;
reduce la elasticidad del aire y sus propiedades
CONMENSURABILIDAD 115
para mantener la vida, etc. Parece que podrían
construirse frases como éstas en lenguaje moder­
no para producir una traducción de «flogisto» al
lenguaje moderno. Pero esto no es así. Entre las
frases que describen cómo se identifican los refe­
rentes del término «flogisto» hay algunas que in­
cluyen otros términos intraducibies, como «prin­
cipio» y «elemento». Estos términos constituyen,
junto con «flogisto», un conjunto interrelacionado
o interdefinido que debe aprenderse a la vez, como
un todo, antes de que cualquiera de ellos pueda
utilizarse para describir fenómenos naturales.™
Sólo después de que estos términos se hayan
aprendido de esta manera se puede reconocer la
química del siglo xvm por lo que fue: una disci­
plina que no sólo difería de su sucesora en el si­
glo xx en lo que tenía que decir sobre sustancias
y procesos individuales, sino también en la forma
en que estructuraba y parcelaba una gran parte
del mundo químico.
Un ejemplo más restringido clarificará este
punto. Al aprender mecánica newtoniana, los tér­
minos «masa» y «fuerza» deben aprenderse a la
vez, y la segunda ley de Newton debe desempeñar
un papel en dicho aprendizaje. Esto es, no se pue­
de aprender «masa» y «fuerza» independiente­
mente y luego descubrir empíricamente que la fuer­
za es igual a la masa por la aceleración. Tampoco
10. Quizá sólo «elemento» y «principio» deban aprender­
se simultáneamente. Una vez que se han aprendido —pero
sólo entonces— «flogisto» podría ser introducido como un
principio que se comporta de ciertas maneras especificables.
116 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
se puede aprender primero «masa» (o «fuerza»)
y luego usarlo para definir «fuerza» (o «masa»)
con la ayuda de la segunda ley. En realidad, los
tres deben aprenderse a la vez, como partes de
un modo globalmente nuevo (pero no enteramente
nuevo) de hacer mecánica. Desgraciadamente, las
formalizaciones habituales oscurecen este punto.
Al formalizar la mecánica se puede seleccionar
«masa» o «fuerza» como término primitivo y lue­
go introducir el otro como término definido. Pero
esta formalización no proporciona ninguna infor­
mación ^acerca de cómo los términos primitivos o
definidos se relacionan con la naturaleza, o cómo
se identifican fuerzas y masas en situaciones físi­
cas reales. Por ejemplo, si bien «fuerza» puede ser
primitivo en alguna formalización particular de
la mecánica, no se puede aprender a reconocer,
fuerzas sin aprender simultáneamente a identifi­
car masas y sin recurrir a la segunda ley. Esta
la razón de que la «fuerza» y «masa» newtonianas
no sean traducibles al lenguaje de una teoría físi­
ca (aristotélica o einsteniana, por ejemplo) que no
utiliza la versión de Newton de la segunda l'ey.
Para aprender cualquiera de estos tres modos de
hacer mecánica, los términos interrelacionados en
alguna parte local de la red del lenguaje deben
aprenderse o reaprenderse simultáneamente, y
aplicarse luego a la naturaleza como un todo. No
es posible simplemente transmitirlos individual­
mente mediante una traducción.
i Entonces, ¿cómo puede comunicar sus resul­
tados un historiador que enseña la teoría del flogis-
CONMENSURABILIDAD 117
to o escribe sobre ella? ¿Qué ocurre cuando pre­
senta a los lectores un grupo de enunciados como
aquellos acerca del flogisto que vimos en el epíto­
me anterior? La respuesta a esta pregunta depende
del tipo de audiencia, y comenzaré con el que me
parece más relevante en este momento: consta de
personas que no saben nada de la teoría del
flogisto. El historiador les describe el mundo en
que creía el químico del siglo xvm que aceptaba
la teoría del flogisto. Simultáneamente, les está
enseñando el lenguaje que los químicos del si­
glo xvm usaban para describir, explicar y explo­
rar ese mundo. La mayoría de las palabras de ese
antiguo lenguaje son idénticas en forma y función
a las palabras del lenguaje del historiador y su
audiencia. Pero otras son nuevas, y deben ser
aprendidas o reaprendidas. Estos son los términos
intraducibies para los que el historiador o alguno
de sus predecesores ha tenido que descubrir o in­
ventar significados que hagan inteligibles los tex­
tos en que trabaja. La interpretación es el proceso
mediante el que se descubre el uso de esos térmi­
nos, y ha sido muy discutido recientemente bajo el
título de hermenéutica.” Una vez que el proceso ha
11. La introducción más útil al sentido de «hermenéu­
tica» que estoy pensando (hay otros) es Taylor (1971). Sin
embargo, Taylor da por supuesto que el lenguaje descriptivo
de las ciencias naturales (y el lenguaje conductista de las
ciencias sociales) es fijo y neutral. En este punto, Apel (1972)
proporciona un útil correctivo desde dentro de la tradición
hermenéutica. Ambos están oportunamente reimpresos en
Dallmayr y McCarthy (1977), una antología también útil para
otros aspectos de esta tradición.
118 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
terminado y las palabras se han aprendido, el his­
toriador las usa en su trabajo y las enseña a otras
personas. La cuestión de la traducción simplemen­
te no se plantea.
Sugiero que esto es lo que ocurre cuando se
presentan pasajes como el que destacamos antes
a una audiencia que no sabe nada de la teoría del
flogisto. Para esa audiencia estos pasajes son glo­
sas de textos flogísticos que pretenden enseñarles
el lenguaje en que dichos textos están escritos y
el modo en que deben ser leídos. Pero también
encuentran esos textos personas que ya han apren­
dido a leerlos, personas para quienes dichos textos
son un ejemplo más de un tipo ya familiar. A estas
personas tales textos les parecerán meramente tra­
ducciones, o quizá meramente textos, pues han
olvidado que tuvieron que aprender un lenguaje
especial antes de que pudieran leerlos. El error es
sencillo. El lenguaje que aprendieron coincide en.
buena medida con el lenguaje materno que habían*
aprendido antes. Pero difería de su lenguaje ma­
terno en parte por enriquecimiento, por ejemplo
mediante la introducción de términos como «flo­
gisto», y en parte por la introducción de usos trans­
formados sistemáticamente de términos como
«flogisto» y «elemento». Esos textos no podrían
haberse traducido a su lenguaje materno si éste
no se hubiera revisado.
Aunque el punto requiere bastante más discu­
sión de la que puede intentarse entablar aquí la ma­
yor parte de lo que he dicho queda claramente cap­
tado por la forma de los enunciados de Rarnsey.
CONMENSURABILIDAD 119
Las variables cuantificadas existencialmente con
las que estos enunciados comienzan pueden verse
como lo que antes llamé «variables» para términos
que requieren interpretación, por ejemplo «flogis­
to», «principio» y «elemento». Junto a sus conse­
cuencias lógicas, el enunciado de Ramsey es en­
tonces un compendio de las claves que la persona
que efectúa la interpretación tiene a su disposi­
ción, claves que, en la práctica, tendría que haber
descubierto mediante una dilatada exploración de
los textos. Creo que ésta es la forma correcta de
entender la plausibilidad de la técnica introducida
por David Lewis para definir términos teóricos me­
diante los enunciados de Ramsey (Lewis, 1970,
1972). Las definiciones de Lewis mediante los enun­
ciados de Ramsey, igual que las definiciones con­
textúales y las ostensivas a las que se parecen tan
estrechamente, esquematizan un modo importante
(quizá esencial) de aprendizaje del lenguaje. Pero
el sentido de «definición» supuesto es metafórico
en los tres casos, o al menos más amplio. Ninguna
de estas tres clases de «definiciones» respaldará
una sustitución: los enunciados de Ramsey no pue­
den utilizarse para traducir.
Naturalmente, Lewis no está de acuerdo con
esta última observación. No es éste el lugar para
responder a todos los detalles de su argumento,
puesto que la mayoría de ellos son técnicos, pero
pueden indicarse al menos dos líneas de crítica.
Las definiciones de Lewis mediante los enuncia­
dos de Ramsey sólo determinan la referencia si
suponemos que el enunciado de Ramsey corres*
120 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIBNTlFICAS?
pondiente es realizable de manera única. Es du­
doso que ese supuesto sea válido alguna vez e
improbable que lo sea regularmente. Además, en
el caso de que sea válido, las definiciones que hace
posible no tienen ningún contenido informativo.
Si hay una y sólo una realización referencial de un
enunciado dado de Ramsey, naturalmente una per­
sona puede dar con ella simplemente mediante
ensayo y error. Sin embargo, dar con el referente*
de una ocurrencia de un término definido median­
te el enunciado de Ramsey no sirve de ninguna
ayuda para determinar el referente de la siguiente
ocurrencia de ese término. Por consiguiente, la
fuerza del argumento de Lewis depende de una
afirmación adicional suya que señala que las defi­
niciones mediante el enunciado de Ramsey no sólo
determinan la referencia sino también el sentidp,
y esta parte de su argumento se encuentra con
dificultades que están estrechamente relacionadas
con las que acabo de esbozar, pero que resultan
aún más serias.
Incluso en el caso de que las definiciones me­
diante el enunciado de Ramsey escaparan a estas
dificultades, otro conjunto importante quedaría
sin resolver. He hecho notar previamente (Kuhn;
1970, págs. 188 y sigs. [págs. 288 y sigs.]) que las
leyes de una teoría científica, a diferencia de los
axiomas de un sistema matemático, son sólo es­
quemas de leyes, pues sus formalizaciones sim­
bólicas dependen del problema al que se apli­
can. Desde entonces esta observación ha sido
considerablemente ampliada por Joseph Sneed y
CONMENSURABILIDAD 121
Wolfgang Stegmüller, quienes consideran enuncia­
dos de Ramsey y muestran que sus formulaciones
enunciativas habituales varían de un rango de
aplicaciones a otro (Sneed, 1971; Stegmüller,
1973). Sin embargo, la mayoría de las ocurrencias
de términos nuevos o problemáticos en un texto
científico, están dentro de las aplicaciones, y los
enunciados de Ramsey correspondientes no son
una fuente de claves lo suficientemente rica como
para bloquear multitud de interpretaciones trivia­
les. Para hacer posible una interpretación razona­
ble de ui\ texto sembrado de definiciones mediante
enunciados de Ramsey, los lectores tendrían pri­
mero que acumular una variedad de rangos de
aplicación diferentes. Y una vez hecho esto, aún
tendrían que hacer lo mismo que el historiador
intérprete intenta en la misma situación. Esto es,
tendrían que inventar y contrastar hipótesis acerca
del sentido de los términos introducidos mediante
definiciones construidas utilizando los enunciados
de Ramsey.

2.5. E l manual de traducción quineano


La mayoría de las dificultades que he conside­
rado derivan más o menos directamente de una
tradición que sostiene que la traducción puede in­
terpretarse en términos puramente referenciales.
Yo he insistido en que éste no es el caso, y mis
argumentos implican por lo menos que es necesa­
rio recurrir además a algo procedente del reino
122 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
de los significados, las intensiones y los concep­
tos. Para exponer mis opiniones he considerado
un ejemplo extraído de la historia de la ciencia, el
tipo de ejemplo que me condujo al problema de
la inconmensurabilidad y de allí a la traducción
en primer lugar. Sin embargo, discusiones recien­
tes sobre semántica referencial y discusiones rela­
cionadas sobre la traducción sugieren directa­
mente el mismo tipo de observaciones. Aquí
consideraré el único ejemplo al que aludí al co­
mienzo: la concepción de Quine de un manual de
traducción. Este manual —el producto final de los
esfuerzos de un traductor radical— consta de dos
listas de palabras y frases, una en la lengua del
traductor, la otra en la lengua de la tribu que está
investigando. Cada elemento de cada lista está
conectado con un elemento de la otra, o frecuente­
mente con varios, y cada conexión especifica una
palabra o frase en una lengua que, según supone
el traductor, puede ser sustituida en contextos
apropiados por la palabra o frase conectada con
ella en la otra lista. Donde las conexiones son de
uno a muchos el manual incluye especificaciones
de los contextos en que debe preferirse cada una
de las conexiones (Quine, 1960, págs. 27, 68-82'
[págs. 40, 81-94]).
La red de dificultades que quiero aislar tiene
que ver con el último componente del manual, las
especificaciones del contexto. Consideremos la pa­
labra francesa pompe. En algunos contextos (gene­
ralmente relacionados con ceremonias) su equiva­
lente castellana es «pompa»; en otros (generalmente
CONMENSURABILIDAD 123
hidráulicos) su equivalente es «bomba*. Ambos
equivalentes son precisos. De este modo, pompe
proporciona un ejemplo típico de ambigüedad,
como el ejemplo habitual del castellano «banco»:
a veces un asiento, otras una institución financiera.
Contrastemos ahora el caso de pompe con el
de palabras francesas como esprit o douxf douce.
Dependiendo del contexto, esprit puede ser
reemplazado por términos del castellano como
«espíritu», «aptitud», «mente», «inteligencia», «jui­
cio», «ingenio» o «actitud». La segunda, que es
un adjetivo, puede aplicarse, inter alia, a la miel
(«dulce»), a la lana («suave»), a una sopa poco
sazonada («sosa»), a un recuerdo («tierno»), o a
una pendiente («poco pronunciada») o a un vien­
to («flojo»). Estos no son casos de ambigüe­
dad, sino de disparidad conceptual entre fran­
cés y castellano. Esprit y douxf douce son con­
ceptos unitarios para las personas que hablan
francés, pero las que hablan castellano, como
grupo, no tienen equivalentes. Por consiguiente,
aunque las diversas traducciones que he ofreci­
do preservan el valor veritativo en contextos
apropiados, ninguna de ellas es intensionalmente
precisa en ningún contexto. Esprit y douxf douce
son, pues, ejemplos de términos que pueden ser
traducidos sólo parcialmente y mediante un com­
promiso. La elección del traductor de una pa­
labra o frase del castellano para uno de ellos es
ipso jacto la elección de algunos aspectos de la
intensión del término francés a expensas de
otros. Simultáneamente, esa elección introduce
124 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?

asociaciones intensionales que son características


del castellano pero ajenas a la obra que se está
traduciendo.12Creo que el análisis de la traducción
que ofrece Quine se resiente gravemente de su fal­
ta de habilidad para distinguir casos de este tipo
de los casos de simple ambigüedad ilustrada por
términos como pompe.
La dificultad es idéntica a la que encontramos
en la traducción de «flogisto» que sugería Kitcher.
A estas alturas su fuente debe ser obvia: una teo­
ría de la traducción basada en una semántica
extensional y, por tanto, restringida a la preserva­
ción del valor veritativo o la equivalencia como
criterio de adecuación. Igual que «flogisto», «ele­
mento», etc., tanto doux/douce como esprit per­
tenecen a grupos de términos interrelacionados,
de los cuales algunos deben aprenderse a la vez,
y una vez aprendidos estructuran una porción del
mundo de la experiencia de forma diferente a la
que es familiar a los hablantes de castellano*
contemporáneos. Tales palabras ilustran la incon-
12. Las glosas que describen la idea que tienen los fran­
ceses del mundo psiquico (o del mundo sensorial) sirven
de gran ayuda en este problema, y los manuales de fran­
cés incluyen usualmente material sobre este tipo de cues­
tiones culturales. Pero las glosas que describen la cultura no
forman parte de la traducción. Largas paráfrasis en caste­
llano de términos franceses no proporcionan ningún sustitu­
to; en parte a causa de su tosquedad, pero principalmente
porque términos como esprit o doux/douce son elementos
de un vocabulario del cual hay que aprender ciertas partes
a la vez. El argumento es el mismo que el que se expuso pre­
viamente en el caso de «elemento» y «principio» o «fuerza»
y «masa».
CONMENSURABILIDAD 125
mensurabilidad entre lenguajes naturales. En el
caso de douxfdouce el grupo incluye, por ejemplo,
mou/molle, una palabra más próxima a la cas­
tellana «suave» que doux}douce, pero que se apli­
ca también al tiempo húmedo y bochornoso. 0 en
el grupo de esprit consideremos disposition. Esta
se identifica con esprit en el área de las actitudes
y aptitudes, pero se aplica también a un estado de
salud, o al orden de las palabras en una frase. Una
traducción perfecta preservaría estas intensiona-
lidades, y ésta es la razón de que no pueda haber
traducciones perfectas. Sin embargo, aproximarse
al ideal inalcanzable sigue siendo un requisito de
las traducciones reales, y si este requisito se to­
mara en cuenta, los argumentos en favor de la
indeterminación de la traducción requerirían una
forma muy diferente de la que ahora es habitual.
Tratando las.conexiones de uno a muchos en
sus manuales de traducción como casos de ambi­
güedad, Quine rechaza los requisitos intensionales
que debe cumplir una traducción adecuada. Si­
multáneamente, rechaza la clave principal para
el descubrimiento de los referentes de las palabras
y frases de otras lenguas. Si bien las conexiones de
uno a muchos están causadas a veces por la ambi­
güedad, es mucho más frecuente que proporcio­
nen a las personas que hablan la otra lengua evi­
dencia para decidir qué objetos y situaciones son
semejantes y cuáles son diferentes; esto es, mues­
tran cómo estructura el mundo la otra lengua. Su
función es, pues, muy parecida a la que cumplen
las observaciones múltiples en el aprendizaje de
126 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
una primera lengua. Así como hay que mostrar
muchos perros y quizá también algún gato al
niño que aprende «perro», para aprender douxf
douce, la persona que habla castellano debe ob­
servarlo en muchos contextos, y tomar nota ade­
más de otros contextos en los que los franceses
utilizan moufmolle en su lugar. Estas son las
formas, o bien algunas de ellas, mediante las
que una persona aprende las técnicas para co­
nectar palabras y frases con la naturaleza; primero
las de su propia lengua y luego, quizá aquellas
diferentes que están contenidas en otras lenguas.
Al abandonarlas, Quine elimina la posibilidad mis­
ma de la interpretación y, como argumenté al
comienzo, una interpretación es lo que su traduc­
tor radical debe hacer antes de que la traducción
pueda empezar. ¿Es, pues, sorprendente que Qui­
ne descubra dificultades sobre «traducción» no an­
ticipadas previamente?

2.6. Los INVARIANTES DE LA TRADUCCIÓN


Para terminar, me ocuparé de un problema que
he evitado cuidadosamente desde el comienzo de
este artículo: ¿qué debe preservar la traducción?
He argumentado que no es simplemente la refe­
rencia, pues las traducciones que preservan la re­
ferencia pueden ser incoherentes e imposibles de
atender cuando los términos que emplean se toman
en su sentido habitual. Esta descripción de la difi­
cultad sugiere una solución obvia: las traducciones
CONMENSURABILIDAD 127
deben preservar no sólo la referencia sino también
el sentido o intensión. Esta es la posición que adop­
té en el pasado con el título «invariancia del sig­
nificado», y faute de mieux en la introducción de
este artículo. No es en absoluto completamente
errónea, pero tampoco es completamente correc­
ta, un equívoco que me parece sintomático de una
profunda dualidad en el concepto de significado.
En otro contexto será esencial enfrentarse direc­
tamente con esta dualidad. Aquí me mantendré a
distancia de ella evitando totalmente hablar de
«significado». En su lugar discutiré, aunque aún
en términos generales y casi metafísicos, cómo
identifican los miembros de una comunidad lin­
güística los referentes de los términos que em­
plean.
Consideremos el siguiente experimento mental
con el que quizá ustedes se hayan encontrado an­
tes en forma de chiste. Una madre cuenta por pri­
mera vez a, su hija la historia de Adán y Eva, y
luegó le enseña una estampa de la pareja en el
jardín del Edén. La niña la mira, frunce el ceño
y perplejamente dice: «Mamá, dime quién es
quién. Lo sabría si estuvieran vestidos». Incluso
en un formato tan condensado, esta historia su­
braya dos características obvias del lenguaje. Para
emparejar los términos con sus referentes puede
usarse legítimamente todo lo que se sepa o crea
de estos referentes. Además, dos personas pueden
hablar la misma lengua y sin embargo utilizar cri­
terios diferentes para identificar los referentes de
sus términos. Un observador enterado de sus di­
128 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
ferencias concluiría simplemente que las dos dife­
rían en lo que sabían de los objetos en cues­
tión. Creo que puede darse por supuesto con
toda tranquilidad que personas diferentes uti­
lizan criterios diferentes para identificar los refe­
rentes de términos compartidos. Supondré además
la tesis, ahora ampliamente compartida, que afir­
ma que ninguno de los criterios utilizados para
determinar la referencia es meramente convencio­
nal, es decir, asociado simplemente por definición
con los términos que ayuda a caracterizar.13
¿Cómo puede ser, pues, que personas cuyos
criterios son diferentes identifiquen los mismos
referentes para sus términos tan regularmente?
Una primera respuesta es sencilla. Su lenguaje está-
adaptado al mundo natural y social en el que vi­
ven, y ese mundo no presenta las clases de objetos
y situaciones que, explotando sus diferencias de
criterios, les conducirían a hacer identificaciones
diferentes. Esta respuesta plantea, a su vez, una
cuestión adicional más difícil: ¿qué determina que
los conjuntos de criterios que un hablante em­
plea cuando aplica el lenguaje al mundo sean ade-
13. Dos puntos deben subrayarse. Primero, no estoy con­
siderando que el significado sea equivalente a un conjunto
de criterios. Segundo, «criterios» debe entenderse en un sen­
tido muy amplio: abarca cualesquiera técnicas, no todas
necesariamente consistentes, que las personas usan para co­
nectar palabras "Con el mundo. En particular, tal y como se
usa aquí, «criterios» puede incluir ciertamente semejanza con
ejemplos paradigmáticos (pero entonces la relación de seme­
janza relevante debe ser conocida) o recurso a expertos (pero
entonces los hablantes deben saber cómo encontrar los exper­
tos relevantes).
c o n m e n s u r a b il id a d 129
cuados al mundo que ese lenguaje describid ¿Qué
deben compartir hablantes que determ inan la re­
ferencia utilizando criterios distintos para ser ha­
blantes del mismo lenguaje, miembros de la mif«
ma comunidad lingüística?14
Los miembros de la misma comunidad lingüís­
tica son miembros de una cultura común y, por
consiguiente, cada uno de ellos puede esperar en­
frentarse con un mismo rango de objetos y situa­
ciones. Para que identifiquen los mismos referen­
tes, cada uno debe asociar cada término individual
con un conjunto suficiente de criterios como para
distinguir sus referentes de otros tipos de obje­
tos o situaciones que el mundo de la comunidad
realmente presenta, aunque no se requiere que se
distingan de otro tipo de objetos que son sólo ima­
ginables. Por tanto, la'habilidad para identificar
correctamente los elementos de un conjunto re­
quiere a menudo que se conozcan además conjun­
tos de contraste. Por ejemplo, hace algunos años
sugerí que aprender a identificar gansos puede
requerir también que se conozcan criaturas tales
como patos y cisnes (Kuhn, 1974). Yo indicaba
14. No he encontrado ninguna manera breve de discutir
este tema sin que parezca que quiero implicar que los crite­
rios son de algún modo lógica y psicológicamente anteriores
a los objetos y situaciones para los que sirven como crite­
rios. Sin embargo, de hecho pienso que ambos deben apren­
derse, y que a menudo se aprenden a la vez. Por ejemplo, la
presencia de masas y fuerzas es un criterio para lo que po­
dría llamar «situación mecánico-newtoniana», es decir, una
en la que se aplica la segunda ley de Newton. Pero puede
aprenderse a reconocer masa y fuerza sólo dentro de la situa­
ción mecánico-newtoniana, y viceversa.
130 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?
que el grupo de criterios adecuado para identificar
gansos dependía no sólo de las características
compartidas por los gansos reales, sino además
de las características de algunas otras criaturas
del mundo habitado por los gansos y las personas
que hablan de ellos. Son pocos los términos o ex­
presiones con referente que se aprenden separada­
mente, o del mundo o uno de otro.
Este modelo muy parcial del modo en que los
hablantes emparejan el lenguaje con el mundo
pretende reintroducir dos temas estrechamente re­
lacionados que han aparecido con frecuencia en
este artículo. Sin duda, el primero es el papel
esencial de los conjuntos de términos que las per­
sonas educadas en una cultura, sea ésta científica
o no, deben aprender a la vez, y que las que son
ajenas a esa cultura deben considerar a la vez du­
rante la interpretación. Este es el elemento holista
que intervino en este artículo al comienzo, con la
inconmensurabilidad local, y su base debería aho­
ra estar clara^Si hablantes diferentes que utilizan
criterios diferentes consiguen identificar los mis­
mos referentes para los mismos términos, los con­
juntos de contraste deben haber jugado un papel
en la determinación de los criterios que cada ha­
blante asocia con términos individuales. Esto debe
ser así al menos cuando, como es habitual, estos
criterios no constituyen por sí mismos condicio­
nes necesarias y suficientes para que un término
tenga referente. En estas circunstancias, una espe­
cie de holismo local debe ser una característica
esencial del lenguajér
CONMENSURABILIDAD 131
Estas observaciones pueden proporcionar tam­
bién una base para mi segundo tema recurrente la
reiterada aserción de que lenguajes diferentes im­
ponen al mundo estructuras diferentes. Imagine­
mos por un momento que para cada individuo un
término que tiene referente es un nudo en una red
léxica del cual irradian rótulos con los criterios
que él o ella utiliza en la identificación de los refe­
rentes del término nodal. Esos criterios conecta­
rán algunos términos y los distanciarán de otros,
construyendo así una estructura multidimensional
dentro del léxico. Esta estructura refleja los aspec­
tos de la estructura del mundo que pueden ser
descritos utilizando el léxico y, simultáneamente,
limita los fenómenos que pueden describirse con
ayuda dél léxico. Si a pesar de todo surgen fenó­
menos anómalos, su descripción, (quizás incluso
su reconocimiento) requerirá la alteración de al­
guna parte del lenguaje, cambiando las conexio­
nes entre términos previamente constitutivas.
Nótese, además, que utilizando conjuntos dis­
tintos de las conexiones que constituyen criterios
pueden formarse estructuras homólogas, es decir,
estructuras que reflejan el mismo mundo. Lo que
tales estructuras homólogas preservan, desprovis­
tas de los rótulos que designan los criterios, son
las categorías taxonómicas del mundo y las rela­
ciones de semejanza/diferencia entre ellas. Aun­
que aquí me inclino hacia la metáfora, mi direc­
ción debería estar clara. Lo que los miembros de
una comunidad lingüística comparten es la homo­
logía de la estructura léxica. No es necesario que
132 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
sus criterios sean los mismos, puesto que pueden
aprenderlos los unos de los otros a medida que
lo necesiten. Pero sus estructuras taxonómicas de­
ben coincidir, pues, cuando la estructura es dife­
rente el mundo es diferente, el lenguaje es privado
y cesa la comunicación hasta que un grupo apren­
de el lenguaje del otro.
A estas alturas debe estar claro dónde hay que
buscar, en mi opinión, los invariantes de la tra­
ducción. A diferencia de lo que ocurre con dos
miembros de la misma comunidad lingüística, no
es necesario que las personas que hablan dos len­
guas mutuamente traducibles compartan térmi­
nos: rad no es «rueda».* Pero las expresiones de
una lengua que tienen referente deben ser empare-
jables con las expresiones de la otra que tienen el
mismo referente, y las estructuras léxicas emplea­
das por los hablantes de las lenguas deben ser
las mismas, no sólo dentro de cada lengua sino
también de una lengua a la otra. Dicho en pocas
palabras, la taxonomía debe preservarse para pro­
porcionar categorías compartidas y relaciones
compartidas entre dichas categorías. Si no se pre­
serva, la traducción es imposible, un resultado que
el denodado esfuerzo de Kitcher para ajustar la
teoría del flogisto a la taxonomía de la química
moderna ilustra con precisión.
Por supuesto, la traducción es sólo el primer
recurso de las personas que intentan comprender-
* Rad es un término alemán que significa «rueda». Kuhn
alude aquí a un ejemplo de Putnam. Véase Putnam, 1981,
pág. 116 [pág. 121]. [T.]
c o n m e n s u r a b il id a d 133
se. La comunicación es posible en su ausencia.
Pero cuando la traducción no es factible, se requie­
ren dos procesos que son muy diferentes: inter­
pretación y aprendizaje del lenguaje. Estos proce­
sos no son arcanos. Historiadores, antropólogos y
quizá los niños se dedican a ellos todos los días.
Pero no son bien entendidos, y su comprensión re­
querirá probablemente la atención de un círculo
filosófico más amplio que el que actualmente se
ocupa de ellos. De esta ampliación depende el que
se comprenda ño sólo la traducción y sus limitacio­
nes, sino también el cambio conceptual. No es un
accidente que el análisis sincrónico contenido en
Palabra y objeto de Quine se introduzca mediante
el epígrafe diacrónico del barco de Neurath.

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tellano de este artículo: la primera de Diego Ribes,
con el título «Segundos pensamientos sobre paradig­
mas», Madrid, Tecnos, 1978; la segunda, de Eloy Roda
y Pilar Castrillo, está contenida en Suppe, F. [comp.],
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3. RACIONALIDAD Y ELECCION DE TEORIAS1

Las observaciones que siguen son una relación


muy condensada de un producto de mi continua
interacción con C. G. Hempel. Esta interacción
comenzó con mi llegada a su universidad cuando
yo ‘rondaba los cuarenta. Si a esta edad pueden
adquirirse nuevos maestros, entonces Hempel
se convirtió en el mío. De él aprendí a recono­
cer distinciones filosóficas que eran esencialmen­
te relevantes para mi empresa. En él aprendí
a reconocer la actitud de un hombre que se es­
fuerza en que las distinciones filosóficas sirvan
para que la verdad avance y no para ganar deba­
tes. Participar en un simposio en su honor me
produce una gran satisfacción.
La evaluación de las teorías científicas, y la
elección entre ellas, se cuentan entre los temas
que han estimulado vivas y frecuentes discusio­
nes entre nosotros. En mayor medida que otros
filósofos que comparten sus ideas, Hempel ha
examinado mis puntos de vista en esta área
1. Este artículo se presentó en un simposio de la Ameri­
can Philosophical Association dedicado a la filosofía de
C. G. Hempel que tuvo lugar el 28 de diciembre de 1983. Tam­
bién participó Wesley C. Salmón y el profesor Hempel res­
pondió; véanse sus contribuciones en págs. 555-562 y 570-572,
respectivamente, de este número. [Kuhn se refiere a Salmón,
Wesley C., «Cari G. Hempel on the Rationality of Science»,
The Journal of Philosophy, 80 (1983) y Hempel, Cari G., «Kuhn
and Salmón on Rationality and Theory Choice», ibld. (T.).]
Las revisiones finales de este artículo deben mucho a la
intervención crítica de Ned Block.
138 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
con cuidado y simpatía: él no se cuenta entre las
personas que suponen que yo defiendo la irracio­
nalidad de la elección de teorías. Sin embargo,
comprende los motivos que han inducido a otras
personas a suponerlo. Tanto por escrito como en
nuestras conversaciones, ha subrayado la carencia
de argumentos o la aparente despreocupación con
que yo paso de generalizaciones descriptivas a ge­
neralizaciones normativas, y se ha preguntado en
repetidas ocasiones si comprendo suficientemente
la diferencia entre explicar la conducta, por una
parte, y justificarla, por la otra.2Quiero volver aho­
ra a nuestra continua discusión acerca de estas
cuestiones. ¿En qué circunstancias puede afirmar­
se con propiedad que ciertos criterios que se ob­
serva usar a los científicos al evaluar teorías son,
de hecho, también bases racionales de sus juicios ?
Comienzo con una sugerencia que desarrollé
originalmente en mi comentario de un artículo de
Hempel en Chapel Hill, en 1976. El y yo acepta­
mos como premisa que la evaluación de criterios
para la elección de teorías requiere una especifica­
ción previa de los objetivos que quieren conseguir­
se mediante esa elección. Supongamos ahora —una
suposición simplista que posteriormente resulta­
rá prescindible— que el propósito del científi­
co al seleccionar teorías es llevar al máximo la
eficiencia en lo que he llamado en otro lugar la
2. Véase, por ejemplo, su «Scientific Rationality: Analytic
vs. Pragmatic Perspectives», en Theodore F. Geraets, comps.,
Rationality Today, Ottawa, University of Ottawa Press, 1979,
págs. 46-58.
RACIONALIDAD Y ELECCIÓN DB TEORÍAS 139
«resolución de enigmas». Desde este punto de vis­
ta, las teorías deben ser evaluadas utilizando con­
sideraciones tales como su efectividad en propor­
cionar concordancias con los resultados del expe­
rimento y la observación. El número de concor­
dancias y la precisión del ajuste cuentan, enton­
ces, en favor de la teoría que se está examinando.
Desde luego, un científico que. suscribiera este
objetivo se estaría comportando irracionalmen­
te si dijera con sinceridad: «Reemplazar la teo­
ría tradicional X por la nueva teoría Y reduce
la exactitud de las soluciones de enigmas, pero no
tiene ningún efecto con respecto a los otros crite­
rios mediante los que juzgo las teorías; sin embar­
go, seleccionaré la teoría Y, rechazando X ». Dado
el objetivo y la evaluación, esa elección es clara­
mente autodestructiva. Consideraciones similares
se aplican a una elección de teoría que tenga como
único efecto, con respecto a las medidas basadas
en los criterios aceptados, la reducción del número
de soluciones de enigmas, la disminución de la
simplicidad de dichas soluciones (haciendo así que
sean más difíciles de conseguir), o el aumento del
número de teorías distintas (y por tanto de la com­
plejidad del aparato) requeridas para mantener
las capacidades de resolución de enigmas de un
campo científico. Cada una de estas elecciones es­
taría prima facie en conflicto con el objetivo de­
clarado del científico que lo propuso. No existe
un signo más claro de irracionalidad. Pueden
desarrollarse argumentos similares respecto de
otros desiderata habituales utilizados en la eva­
140 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?
luación de teorías. Si la ciencia puede descri­
birse justificadamente como una empresa de reso­
lución de enigmas, tales argumentos bastan para
probar la racionalidad de las normas observadas.
Desde nuestro encuentro en Chapel Hill, Hem-
pel ha sugerido de vez en cuando una versión del
mismo argumento que yo considero más profunda.
En el penúltimo párrafo de un artículo publicado
en 1981, señaló que se evitarían algunas de las
dificultades con que se encuentran mis explicacio­
nes publicadas de la elección de teorías si deside-
rata como exactitud y alcance, a los que se recurre
cuando se evalúan teorías, fueran considerados, no
como medios para un objetivo independientemente
especificado, como es la resolución de enigmas,
sino como objetivos que la investigación científica
se esfuerza por alcanzar.3 Más recientemente aún
ha escrito:
Está muy extendida la idea de que la ciencia se
propone formular una concepción del mundo cada
vez más comprensiva, organizada sistemáticamente
y que sea explicativa y predictiva. Me parece que
sería m ejor que los desiderata [los cuales determi­
nan la bondad de una teoría] fueran considerados
como intentos de articular esta idea algo más com­
pleta y explícitamente. Y si los objetivos de la in­
vestigación científica pura se indican mediante los
3. «Tums in the Evolution of the Problem of Induction»,
Synthese, XLVI, 3 (marzo de 1981), 389-404. Esta posición se
anuncia en la pág. 42 del artículo citado anteriormente, donde
Hempel nota las dificultades para decidir si un desiderátum
particular, por ejemplo la simplicidad, debería considerarse
como un objetivo o como un medio para su consecución.
RACIONALIDAD y ELECCIÓN DB TEORÍA* 141
desiderata, entonces es obviamente racional, cuando
se escoge entre dos teorías que compiten, optar por
la que satisface mejor los desiderata... Seria mejor
pensar que [estas consideraciones] justifican de úna
manera casi-trivial la elección de teorías de acuerdo
con cualquier requisito que resulte impuesto por los
desiderata.4
Ya que atempera el compromiso con cualquier
objetivo particular especificado previamente, como
la resolución de enigmas, la formulación de Hem-
pel mejora la mía: por lo demás, nuestras observa­
ciones son las mismas. Sin embargo, si le leo co­
rrectamente, Hempel está menos satisfecho que
yo con este enfoque del problema de la racionali­
dad en la elección de teorías. En el pasaje que
acabo de citar, Hempel se refiere a él como «casi-
trivial», aparentemente porque descansa en algo
muy parecido a una tautología y, como consecuen­
cia, lo encuentra falto de la penetración filosófica
que se espera de una justificación satisfactoria de
las normas para la elección racional de teorías. En
particular, Hempel subraya dos aspectos en los
que la justificación casi-trivial parece fracasar. «El
problema de formular normas para la evaluación
crítica de teoría —señala —podría ser considerado
como un subproducto del problema clásico de la
inducción», un problema que la justificación casi-
4. «Valuation and Objectivity in Science», en R. S. Cohén
y L. Laudan, comps., Physics, Phitosbphy and Psychoanalysis;
Essays in Honor of Adolf Grünbaum, Boston, Reidel, 1983,
págs. 73-100; la cita procede de las págs. 91 y sigs. Las refe­
rencias a este artículo se indicarán en el texto mediante el
número de la página entre paréntesis.
142 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?
trivial «no aborda en absoluto» (92). En otro lugar
resalta que si las normas deben derivarse de una
descripción de los aspectos esenciales de la ciencia
(mi «empresa de resolución de enigmas» o su «cada
vez más comprehensiva, organizada sistemática­
mente, concepción del mundo»), entonces la elec­
ción de la descripción que sirve de premisa en el
enfoque casi-trivial requiere una justificación que
ninguno de nosotros parece proporcionar (86 y
sigs., 93). Las actividades que observa un especta­
dor de la ciencia pueden describirse de innumera­
bles maneras distintas, y cada una de ellas es la
fuente de desiderata diferentes. ¿Qué justifica la
elección de una de ellas y el rechazo de las otras?
Estos ejemplos de las deficiencias del enfoque
casi-trivial están bien escogidos, y volveré dentro
de poco a ellos. Esbozaré entonces un argumento
que sugiere que una clase particular de premisa
descriptiva no requiere justificación adicional, y
que el enfoque casi-trivial es, por consiguiente, más
profundo y fundamental de lo que Hempel supone.
Sin embargo, a este fin tendré que aventurarme
en un territorio que es nuevo para mí, y quiero
clarificar primero el argumento indicando su rela­
ción con otras posiciones que, en otro territorio,
he desarrollado anteriormente con algún detalle.
Si tengo razón, la premisa descriptiva del enfoque
casi-trivial manifiesta, en el lenguaje utilizado para
describir acciones humanas, dos características
estrechamente relacionadas, las cuales, tal y como
he insistido con anterioridad, considero que son
rasgos esenciales también del lenguaje utilizado
RACIONALIDAD Y ELECCIÓN DE TEORÍAS 143
para describir fenómenos naturales.4 Antes de vol­
ver al problema de la justificación racional, per­
mítanme describir en pocas palabras las manifes­
taciones de esas características en el área en que
las he encontrado previamente.
He llamado hace poco «holismo local» a la pri­
mera característica. Al menos en los lenguajes
científicos, la mayoría de los términos que tienen
referente no pueden aprenderse o definirse paso a
paso; deben aprenderse en grupos. Además, gene­
ralizaciones explícitas o implícitas acerca de los
miembros de las categorías taxonómicas en que
esos términos'dividen el mundo desempeñan un
papel esencial en el proceso de aprendizaje. Los
términos newtonianos «fuerza» y «masa» propor­
cionan la clase de ejemplo más simple. No se pue­
de aprender a usar ninguno de los dos sin aprender
5. Las formulaciones más explícitas y desarrolladas son
recientes: «What Are Scientific Revolutions?», publicación es­
pecial 18, Center for Cognitive Science (Cambridge, Mass.,
Massachusetts Institute of Technology [1981]), y «Commen-
surability, Comparability, Communicability» que aparecerá
en P. D. Asquith y T. Nickles, comps., PSA 1982, vol. II. East
Lansing, Mich., Philosophy of Science Association, 1983. Para
lo que ahora creo que es una versión implícita de los mismos
temas, aunque quizá más sofisticada, véase mi artículo, bas­
tante más antiguo, «A Function for Thought Experiments»,
reimpreso en The Essential Tensión (Chicago, University of
Chicago Press, 1977), págs, 240-265. [Los dos primeros artícu­
los citados por Kuhn están contenidos en este mismo volu­
men, págs. 55-93 y págs. 95-135. Hay traducción castellana del
tercero: «La función de los experimentos imaginarios», en La
tensión esencial. Estudios selectos sobre la tradición y el cam­
bio en el ámbito de la ciencia, Madrid, Fondo de Cultura Eco­
nómica, 1983, págs. 263-290 (T.).]
144 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?

simultáneamente a usar el otro. Asimismo, esta


parte del proceso de aprendizaje del lenguaje no
puede progresar sin recurrir a la segunda ley de
Newton. Sólo con ayuda de esta ley se puede apren­
der a identificar fuerzas y masas newtonianas, y
a relacionar con la naturaleza los términos corres­
pondientes.
De este proceso holístico de adquisición se si­
gue una segunda característica de los lenguajes
científicos. Una vez que se han aprendido, los tér­
minos que forman parte de un conjunto interrela-
cionado pueden utilizarse para formular un nú­
mero infinito de generalizaciones nuevas, las
cuales son todas contingentes. Sin embargo, algu­
nas de las generalizaciones originales, u otras com­
puestas a partir de ellas, resultan ser necesarias.
Volvamos de nuevo a la fuerza y masa newtonia­
nas. La fuerza de la gravedad podría haber sido
inversamente proporcional al cubo en vez de al
cuadrado; Hooke podría haber descubierto que la
fuerza restauradora de la elasticidad era propor­
cional al cuadrado del desplazamiento. Estas leyes
eran totalmente contingentes. Pero ningún expe­
rimento imaginable podría cambiar sólo la forma
de la segunda ley de Newton. Si la segunda ley no
se cumpliera, reemplazarla por otra tendría como
resultado, asimismo, una alteración local del len­
guaje en el que las leyes de Newton habían sido
formuladas previamente. Recíprocamente, los tér­
minos newtonianos «fuerza» y «masa» pueden fun­
cionar con éxito sólo en un mundo en el que la
segunda ley de Newton se cumpla.
RACIONALIDAD Y ELECCIÓN DB TEORÍAS 145
He llamado necesaria a la segunda ley, pero
esto es cierto en un sentido que requiere especifi­
cación adicional. Hay dos aspectos en los que la
ley no es una tautología. En primer lugar, ni «fuer­
za» ni «masa» están disponibles independiente­
mente para ser utilizadas en una definición de la
otra. En cualquier caso, la segunda ley, a diferen­
cia de una tautología, puede ser contrastada. Esto
es, se puede medir la fuerza y masa newtonianas,
insertar el resultado en la segunda ley y descubrir
que la ley no se cumple. Sin embargo, conside­
ro que la ley es necesaria en el siguiente sentido re­
lativo al lenguaje: si la ley no se cumple, se muestra
que los términos newtonianos que intervienen en
su formulación no tienen referente. Ningún susti­
tuto de la segunda ley es compatible con el len­
guaje newtoniano. Sólo se pueden usar las partes
relevantes del lenguaje de forma no problemática
mientras se mantenga el compromiso con la ley.
Quizá el término «necesario» no es apropiado para
describir esta situación, pero no tengo ninguno
mejor. Es evidente que «analítico» no servirá.
Volvamos ahora a la justificación casi-trivial de
las normas o desiderata para la elección de teorías,
y comencemos preguntándonos por las personas
que materializan esas normas. ¿Qué es ser un
científico? ¿Qué significa el término «científi­
co»? William Whewell acuñó la palabra alrede­
dor de 1980. Evocaba la emergencia, que comenzó
al final del siglo anterior, del uso moderno del tér­
mino «ciencia» para designar un conjunto de dis­
ciplinas aún en formación que debían situarse al
146 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?

lado de otros grupos disciplinarios designados


como «bellas artes», «medicina», «derecho», «inge­
niería», «filosofía» y «teología», y compararse con
ellos.
Pocos o ninguno de estos grupos disciplinarios
pueden ser caracterizados por un conjunto de con­
diciones necesarias y suficientes para la pertenen­
cia a ellos. Lo que se hace es reconocer la actividad
de un grupo como científica (o artística, o médica),
en parte por su semejanza con otros campos del
mismo grupo y en parte por su diferencia con
otras actividades que pertenecen a otros grupos
disciplinarios. Por consiguiente, para aprender a
usar el término «ciencia» tiene que aprenderse
también a usar otros términos disciplinarios como
«arte», «ingeniería», «medicina», «filosofía» y qui­
zá «teología». Y lo que posteriormente permite la
identificación de una actividad dada como ciencia
(o arte, o medicina, etc.) es su posición dentro del
campo semántico aprendido que contiene también
esas otras disciplinas. Saber esta posición entre
las disciplinas equivale a saber lo que el término
«ciencia» significa o, lo que es lo mismo, saber
qué es una ciencia.
Así, pues, los nombres de las disciplinas iden­
tifican categorías taxonómicas, de las cuales algu­
nas deben aprenderse a la vez, de forma análoga a
lo que ocurría con «fuerza» y «masa». Ese holismo
lingüístico local fue la primera de las característi­
cas identificadas más arriba, y como entonces, una
segunda característica le acompaña. Los tér­
minos que nombran las disciplinas son efecti­
RACIONALIDAD Y ELECCIÓN DB TRORÍA* 147
vos sólo en un mundo que posea disciplina*
muy parecidas a las nuestras. Decir, por ejemplo,
que en la antigüedad helénica ciencia y filosofía
coincidían es decir también, paradójicamente, que
antes de la muerte de Aristóteles no había en Gre­
cia ninguna disciplina que pudiera ser suficiente­
mente clasificable como filosofía o como ciencia.
Por supuesto, las disciplinas modernas se han de­
sarrollado a partir de las antiguas; pero no una
por una, es decir, no cada una a partir de una pro-
genitora antiguá considerada convenientemente
como una forma (quizá más primitiva) de la misma
cosa. Las progénitoras reales requieren descrip­
ción en sus propios términos, no en los nuestros, y
esa tarea exige un vocabulario que divida y catego-
rice las actividades intelectuales de un modo dife­
rente al nuestro. Encontrar y difundir un vocabu­
lario que permita la descripción y comprensión de
otros períodos u otras culturas es una parte esen­
cial del trabajo de la historia y la antropología.*
A los antropólogos que rehúsan este desafío se les
6. La fuerza de esta observación depende esencialmente
de la consideración, desarrollada y defendida en el segundo
artículo citado en la nota 5, de que el lenguaje requerido para
describir algunos aspectos del pasado (u otra cultura) no es
traducible al lenguaje materno de la persona que proporciona
la descripción. He proporcionado un extenso ejemplo de las
dificultades creadas al imponer una taxonomía disciplinaria
moderna sobre el pasado en mi «Mathematical vs. Experi­
mental Traditions in the Development of Physical Science»,
reimpreso en ibíd., págs. 31-65. [Trad. cast.: «La tradición
matemática y la tradición experimental en el desarrollo de
la física», ibíd., págs. 56-91.)
148 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS?

llama «etnocentristas»; a los historiadores que lo


rehúsan se les llama w hig*
Esta tesis —se necesitan lenguajes distintos
para describir épocas y culturas distintas— tiene-
también su inversa. Cuando hablamos nuestro pro­
pio lenguaje, cualquier actividad que designamos
«ciencia», o «filosofía» o «arte», etc., debe necesa­
riamente manifestar de forma muy aproximada las
mismas características que las actividades a las
que por costumbre aplicamos esos términos. Del
mismo modo que identificar fuerzas y masas new-
tonianas requiere acceso a la segunda ley de
Newton, identificar los referentes del vocabulario
moderno de las disciplinas requiere acceso a un
campo, semántico que agrupa actividades con res­
pecto a dimensiones como exactitud, belleza, poder
predictivo, normatividad, generalidad, etc. Aunque
podemos referimos a una muestra dada de una ac­
tividad utilizando muchas descripciones, sólo las
que se expresan en este vocabulario de caracterís­
ticas disciplinarias permiten su descripción como,
digamos, ciencia; pues sólo ese vocabulario puede
situar la actividad cerca de otras disciplinas cien­
* En su The Whig Interpretation of History (1931), Her-
bert Butterfield definió la «historia whig » como «la tendencia
de muchos historiadores a escribir desde el punto de vista de
los whigs y protestantes, a elogiar las revoluciones siempre
y cuando hubieran tenido éxito, a resaltar ciertos principios
de progreso en el pasado, y a producir una historia que es la
ratificación, si no la glorificación, del presente». (Citado en
Bynum, W. F., Browne, E. J. y Porter, Roy [comps.], Dictio-
nary of History of Science, Princeton, Princeton University
Press, 1981, págs. 445.) [T.]
RACIONALIDAD Y ELECCIÓN DE TEORÍAS 149
tíficas y a distancia de otras disciplinas distintas
a la ciencia. Esta situación, a su vez, es una propie­
dad necesaria de todos los referentes del término
moderno «ciencia».
Naturalmente, no es necesario que una ciencia
posea todas las características (positivas o negati­
vas) que resultan útiles para identificar discipli­
nas como ciencias: no todas las ciencias son pre-
dictivas; no todas son experimentales. Tampoco es
necesario que sea siempre posible, utilizando estas
características, decidir si una actividad dada es
ciencia o no: no es necesario que esa cuestión tenga
una respuesta.-Sin embargo, una persona que ha­
bla el lenguaje disciplinario relevante no puede,
so pena de contradición, hacer afirmaciones como
la siguiente: «La ciencia X es menos exacta que la
no-ciencia Y] por lo demás ambas ocupan la mis­
ma posición con respecto a todas las característi­
cas disciplinarias». Afirmaciones de esta clase
ponen a la persona que las hace fuera de su co­
munidad lingüística. Persistir en ellas tiene como
resultado la ruptura de la comunicación, y si se
intenta justificar esta persistencia, se obtiene a
menudo también como resultado acusaciones de
irracionalidad. Una persona no está en mejor si­
tuación para decidir por sí misma qué significa
«ciencia» que para decidir qué es la ciencia.
Por supuesto, ahora he vuelto a donde comen­
cé. La persona que llamó a X una ciencia, y no a Y,
estaba haciendo lo mismo que la persona que,
anteriormente en este artículo, prefería X a Y
cuando ambas eran teorías científicas. Las dos vio­
150 ¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?

laron alguna de las reglas semánticas que permiten


al lenguaje describir el mundo. Un interlocutor que
supusiera que estaban usando el lenguaje normal­
mente consideraría que se estaban contradiciendo.
Un interlocutor que reconociera que su uso del len­
guaje era aberrante estaría en un aprieto para
imaginar qué estaban intentando decir. Sin embar­
go, no es únicamente el lenguaje lo que esos enun­
ciados violan. Las reglas que están en juego no son
convenciones, y su abrogación no es la negación de
una tautología. Lo que se rechaza es la taxonomía
derivada empíricamente que está materializada en
el vocabulario de las disciplinas, y que se aplica
en virtud del campo asociado de características dis­
ciplinarias. Ese vocabulario puede dejar de descri­
bir, pero, tal y como he argumentado, no sólo tér­
mino a término. En realidad, el fracaso debe resol­
verse mediante el ajuste simultáneo de ampliar
porciones del vocabulario disciplinario. Y hasta
que ese ajuste haya tenido lugar, la persona, que
prefirió Y a Y está, simplemente, optando por que­
darse fuera del juego, del lenguaje científico. Creo
que es aquí donde el enfoque casi-trivial para la
justificación de normas en la elección de teorías
obtiene su relevancia.
Naturalmente, esta relevancia es limitada.
Hempel tiene razón cuando señala que el enfoque
casi-trivial no proporciona ninguna solución al pro­
blema de la inducción. Pero ahora los dos entran
en contacto. Igual que «masa» y «fuerza», o «cien­
cia» y «arte», «racionalidad» y «justificación» son
términos que se interdefinen. Un requisito para
RACIONALIDAD Y ELECCIÓN DE TEORIAS 151
cualquiera de los dos es ajustarse a las limitacio­
nes impuestas por la lógica, y yo lo he utilizado
para mostrar que las normas usuales para la elec­
ción de teoría están justificadas («justificadas ra­
cionalmente» era redundante). Otro requisito es
ajustarse a las limitaciones impuestas por la expe­
riencia en ausencia de buenas razones para lo con­
trario. Ambos requisitos ponen de manifiesto par­
te de lo que implica ser racional. No se sabe qué
es lo que está intentando decir una persona que
niega la racionalidad de aprender de la experiencia
(o que niega que las conclusiones basadas en la
experiencia están justificadas). Sin embargo, todo
esto proporciona simplemente un marco para el
problema de la inducción, el cual, cuando se con­
sidera desde la perspectiva desarrollada aquí, re­
conoce que no tenemos ninguna alternativa racio­
nal al aprendizaje basado en la experiencia, y pre­
gunta por qué éste debería ser el caso. Esto es, no
pide una justificación del aprendizaje basado en la
experiencia, sino una explicación de la viabilidad
del juego de lenguaje global en el que interviene
«inducción» y que apuntala la forma de vida que
vivimos.
No intento dar una respuesta a esa cuestión,
pero me gustaría tener una. Como la mayoría de
ustedes, yo comparto la inquietud de Hume. La
preparación de este artículo me ha hecho darme
cuenta de que la inquietud podría ser intrínseca al
juego, pero no estoy preparado para esta conclu­
sión.

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