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Mi Anhelo de Danzar

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Mi Anhelo de Danzar

Sol Suleydy Gaitán Pineda

Cuando hice mi pregrado, Licenciatura en Educación Básica Artística, y me encontré dentro del
pensum que debía cursar un módulo de danza contemporánea, me pregunté ¿para qué? Si yo lo
que he hecho, hago y quería seguir haciendo era teatro, así que a regañadientes llegué a mi primer
clase. Cualquiera que me escuchase afirmaría sin duda que no me gustaba la danza en aquel
entonces, pero en realidad eran otras mis razones que me hacen devolverme en el tiempo a mi
niñez.

Recuerdo que mis primeros acercamientos al baile fueron las fiestas que mis padres intentaban
hacer en casa cuando se celebraba alguna fecha importante como por ejemplo la navidad y el año
nuevo; desde un rincón del salón que adecuaban para la “rumba”, observaba temerosa por el
riesgo de los pisotones, con cuanta destreza, alegría y seguridad movían sus cuerpos; era
inquietante comprender cómo podían inventar cada paso para cada género musical. Surgía por
primera vez en mi Ser, el interés de aprender a bailar.

Años después, en televisión por el Canal 3, me encontré con la grata existencia del ballet. Cada
sábado esperaba la hora para que me dejaran mis padres encender la caja mágica y observar
cómo bailaban sobre las puntas de sus pies, mujeres y hombres con cuerpos esbeltos, brillantes,
estilizados casi flotantes, voladores en el escenario. Era lo más mágico y hermoso que hasta ese
momento había visto porque además, con sus movimientos y gestos lograban contar historias que
me hicieron llorar en algunos momentos. Ya no quería aprender sólo a bailar el chachacha de las
fiestas de mis padres… mi anhelo era volar y brillar a través de la danza, sin embargo cuenta mi
madre que no fue posible vincularme a una escuela… era demasiado grande para hacerlo… tenía
11 años.

Afortunadamente apareció justo en ese momento en que me precipitaba hacia un abismo de


frustración, la oportunidad de hacer parte del grupo de baile de mi colegio, claro, no era el ballet
que quería pero igual me parecía genial bailar fuera lo que fuera; motivación que con el tiempo
costó trabajo mantener no tanto por la disminución de presentaciones sino porque para mí era
agobiante que siempre fuera la guabina chiquinquireña, la cual había perdido el encanto de tanto
ensayarla y bailarla, sus pasos que inicialmente fueron retadores y armoniosos, empezaron a
convertirse en simplemente números mecánicos que debían concordar con el ritmo musical, por
eso cuando se acabó el grupo no hubo mayor tristeza de mi parte, bailar no era tan emocionante.
Creo que a partir de esta experiencia, fue que por mucho tiempo hasta hace poco, desestimé la
danza folclórica, considerándola aburrida y monotemática, refugiándome entonces, en el
aprendizaje del baile que estuviera de moda para defenderme en las fiestas en las que lograra
participar.

No fue sino hasta que un día tuve la oportunidad de observar una presentación que se hacía
llamar de danza contemporánea, que despertó en mi Ser nuevamente el interés de aprender a
bailar, pero no cualquier tipo de baile sino ese que permitía liberar a través de múltiples
movimientos y gestos, tensiones, tristezas, temores, alegrías, sensaciones o anhelos, contando
historias e hilando fantasías a través de uno o varios cuerpos.
No había logrado bailar ballet pero podía hacer danza contemporánea o por lo menos eso era lo
que pensaba hasta que se nos ocurrió con Huitaca hacer un montaje que nunca fue, porque
aunque logramos tener el apoyo de una artista danzante, mi aprendizaje fue que con mi edad (35
años), mi contextura gruesa y mi poco tiempo de disposición para dedicarme a danzar, era
imposible lograrlo, así que por segunda vez en mi vida deseché esta idea.

Por eso, cuando en el 2011 mi maestro de danza contemporánea en mi pregrado, me pidió


exponer porqué quería danzar, no supe que decir, mi enojo por encontrarme en esta situación era
tal que sólo atiné a responderle que estaba allí porque era parte del plan de estudios y nada ni
siquiera esa clase, harían que perdiera mi enfoque sobre mi carrera. Qué sabio fue él, que pese a
las burlas y silencios de mis compañeros y compañeras ante mi respuesta, optó por invitarme a
disponerme hacia la clase retándome a compartir mi malestar hacia el final de ésta.

Aún no encuentro palabras con qué agradecer a ese maestro, el haberme reconciliado con mi
anhelo de danzar, de sentir como la música invade mi cuerpo y mente, de narrar con incontables
movimientos y gestos mil historias incluyendo la propia; esa fue mi voz al final de la clase, mi
puesta en escena que con danza había logrado crear, qué grande, realizada y libre me sentí.

Hoy, cuatro años después, sigue latente ese anhelo y aunque comprendo que siguen en mi contra,
mis años, mi contextura y mi poco tiempo para practicar, de ese maestro aprendí que a veces más
que la técnica, puede lograr más resultados la actitud y la tenacidad con que asumas el hermoso,
liberador y desafiante arte de danzar.

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