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Crianza Parental y Su Relación Con Los Problemas Externalizantes en Niños de 5 A 9 Años de Un Colegio de Floridablanca

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CRIANZA PARENTAL Y SU RELACIÓN CON LOS PROBLEMAS

EXTERNALIZANTES EN NIÑOS DE 5 A 9 AÑOS DE UN COLEGIO DE


FLORIDABLANCA

Marco teórico

Problemas de conducta infantil


Inconvenientes de conducta, además llamados conductas disruptivas, se definen
según Castro (2007) como esas conductas en las que existente la violación del derecho
de los otros o de las reglas y normas apropiadas a la edad. Estos comportamientos
según Reyna & Brussino (2009) se asocian con comportamientos no adaptativos y son
elementos del comportamiento antisocial. Justicia et al. (2006) definen el
comportamiento antisocial como el grupo de conductas que infringen las reglas o leyes
establecidas. Un desorden de conducta es un modelo cíclico y persistente de conducta,
por medio del cual se violan los derechos de los otros y origina secuelas negativas en
los espacios personal, familiar y/o estudiantil.
Las conductas disruptivas, según López (2014), involucran una limitación o
variación en el desarrollo evolutivo del infante, dificultando su aprendizaje para el
desarrollo de interrelaciones sociales adaptativas, tanto con adultos como con sus
equivalentes. Protestas típicas de desórdenes de conducta, que se proporcionan a
menudo y conforman unas de las primordiales quejas de papás de familia, cuidadores y
profesores, son la desobediencia y la agresividad infantil; ésta última muestra una alta
correlación con trastornos iguales en fases posteriores de la vida, en especial
involucrados con el comportamiento antisocial.
Sadurní, Rostán & Serrat (2003; citados por Fernández, 2010) declaran que un
comportamiento agresivo manifiesto en la niñez predice no únicamente conductas
agresivas en la juventud, adolescencia y edad adulta sino además la vida de otras
enfermedades psicológicas, gracias a los esfuerzos que descubren dichos chicos para
ajustarse a su propio ambiente; lo cual mejor predice la presencia de agresión en la
juventud y edad adulta es el grado de agresión que tiene sitio a lo largo de la niñez.
De allí, que en ocasiones los niños discuten, son agresivos o trabajan con enfado
o en forma desafiante con los adultos. Es viable que se diagnostique un trastorno del
comportamiento o del comportamiento una vez que estas conductas perturbadores no
sean habituales para la edad del infante en aquel instante, persistan por medio del
tiempo o sean graves. Ya que los trastornos del comportamiento involucran portarse
mal y actuar de forma no deseada con las otras personas, algunas veces se los llama
trastornos de externalización
Por esto, una vez que los chicos se portan mal en forma persistente, de tal forma
que ocasionan serios inconvenientes en la vivienda, el colegio o con los compañeros,
puede que reciban el diagnóstico de trastorno de contraposición desafiante (TOD). El
trastorno de contraposición desafiante principalmente empieza anterior a los 8 años de
edad, sin embargo no luego de los 12 años. Los chicos con trastorno de contraposición
desafiante poseen más probabilidades de exponer una reacción desafiante o de
contraposición con los individuos más conocidas, como los miembros del núcleo
familiar, los individuos que los cuidan comúnmente o los docentes. Los chicos con
trastorno de contraposición desafiante presentan aquellos comportamientos más
comúnmente que otros chicos de la misma edad, entre los síntomas más
caracterizados se encuentran:
Estar enfadado o perder los estribos comunmente.
Discutir con adultos o negarse a llevar a cabo sus normas o peticiones
comunmente.
Mostrarse resentido o rencoroso constantemente.
Disgustar a otros en forma deliberada o molestarse con otras personas.
Culpar a la población comunmente por los propios errores o mal comportamiento.
Estos trastornos de comportamiento (TC) se diagnostica una vez que el infante
muestra una conducta constante de agresión hacia otras personas, y graves violaciones
de las normas y reglas sociales en la vivienda, el colegio y con los compañeros. Estas
violaciones de las normas tienen la posibilidad de involucrar o quebrantar la ley y, como
resultado, ser arrestado. Los chicos con trastorno del comportamiento poseen más
probabilidades de lesionarse y tal vez tengan problemas para llevarse bien con los
compañeros, por esto para ellos es usual:
Violar normas relevantes, como escaparse de la vivienda, quedarse fuera de la
vivienda por la noche sin permiso o faltar al colegio.
Ser agresivo de tal forma que cause mal, como al acosar a otros chicos o
compañeros, al pelear o ser despiadado con los animales.
Mentir, hurtar o afectar las pertenencias de otras personas a objetivo.
Ante esta situación es fundamental comenzar a modificar estas conductas en
forma temprana. El procedimiento es más eficaz si se acomoda a las necesidades del
infante y el núcleo familiar en especial. El primer paso del procedimiento es dialogar con
un especialista de la atención médica. Puede que se ocupe una evaluación integral
hecha por un profesional de la salud psicológica con el objeto de decidir el diagnóstico
adecuado. Ciertos de los signos de inconvenientes de conducta (como no continuar las
normas en la escuela) tienen la posibilidad de tener relación con inconvenientes de
aprendizaje que tal vez necesiten una mediación adicional. En la situación de los chicos
pequeños, el procedimiento con prueba científica más sólida es la capacitación de los
papás en terapia del comportamiento o conductual. En esta capacitación, el terapeuta
ayuda a los papás a aprender maneras eficaces de reaccionar al comportamiento del
infante y de robustecer la interacción padre-hijo. En la situación de los chicos en edad
estudiantil y los jóvenes, un procedimiento eficaz que se utiliza comúnmente es una
conjunción de capacitación y terapia que incluye al infante, el núcleo familiar y el
colegio.
En el modelo teórico de la psicología evolutiva y un enfoque integrado de
factores biológicos, psicológicos y sociales para el estudio de la psicología infantil, Livia
Segovia & Ortíz Morán (2008) afirman que Achenbach estableció un sistema de
clasificación en psicología infantil que se denomina enfoque multivariado. Según este
enfoque, los problemas de conducta que ocurren en los niños pueden estructurarse en
dos tipos principales de trastornos: (a) Comportamiento introvertido y (b)
Comportamiento extrovertido. El primer grupo incluye las dificultades psicológicas
internas, cuando las perturbaciones del niño están relacionadas con el entorno interno y
los síntomas subyacentes del niño están relacionados con un comportamiento conocido
como comportamiento de control excesivo.
Según Mestre et al. (2006) Los comportamientos introvertidos están vinculados al
estrés psicológico que experimenta el niño, cuando el trastorno del niño está vinculado
al mundo interior del niño y presenta una amplia gama de síntomas y secuelas de
miedo. También se incluyen trastornos como la ansiedad, la depresión, el rechazo
social y la abstinencia, al igual que los trastornos alimentarios, los problemas de
abstinencia, la depresión, los trastornos neurológicos y psiquiátricos. Livia Segovia y
Ortíz Moran (2008) afirman que estos problemas tienen una mayor prevalencia,
obviamente en las mujeres.
El segundo grupo, comportamientos extrovertidos, son modelos de mal
comportamiento en niños en diferentes situaciones y contextos externos, esencialmente
creando problemas para los demás. En este caso, se trata de lo que se ha denominado
comportamiento controlado, también conocido como trastorno de conducta, en el que
los problemas de conducta de un niño o adolescente pueden convertirse en
abrumadores, abrumadores conflictos graves entre éste y su contexto social. Son más
frecuentes en hombres que en mujeres, especialmente cuando el trastorno se centra
en las relaciones del niño con los padres o el entorno exterior, como es el caso de
hiperactividad, agresión y trastorno antisocial. Benites (2017), afirma que para
Achenbach y Rescorla (2000), las conductas extrovertidas son síndromes o patrones de
conducta que exhibe un niño hacia su entorno, lo que afecta a quienes lo rodean.
Como tal, estos comportamientos escandalosos son evidentes en el contexto
ambiental; es decir, padres, maestros y compañeros y se refiere a variaciones en el
control del comportamiento, como la autorregulación, la actividad motora, el control
emocional y las habilidades de juicio social. Esta investigación se desarrolla de acuerdo
con el enfoque teórico de Achenbach.

Problemas de conducta en Instituciones Educativas y en la Familia


Cantón, Cortés & Justicia (2002) declaran que los hijos de padres separados y
divorciados, como grupo, presentan más problemas de conducta y personales que los
que viven en hogares intactos; pero que sin embargo, las estadísticas pueden estar
ocultando el hecho de que la mayoría afronta con éxito las transiciones matrimoniales
de sus padres. Estos autores indican que durante el año que sigue a la separación,
tanto los hijos como las hijas presentan unas tasas superiores de problemas
externalizantes que los de hogares intactos. Los niños de familia monoparentales a
cargo de la madre son más probables de presentar conducta agresiva y
comportamiento antisocial.
Por lo que respecta a problemas internalizantes, el 30% de los hijos de
divorciados obtienen puntuaciones extremas en depresión, situándose en el rango del
20% superior. Indican, también, que en general se han encontrado peores
consecuencias en los niños, especialmente en los dos años siguientes a la separación,
mientras que la adaptación de las niñas es más rápida y sus problemas menos visibles.
Los niños suelen presentar más problemas conductuales y las niñas malestar
psicológico, depresión, ansiedad y baja autoestima.
El nivel evolutivo es importante ya que los preescolares tienen menos capacidad
para evaluar las causas y consecuencias, para afrontar las circunstancias estresantes y
para utilizar los recursos extrafamiliares; pudiendo experimentar ansiedad de abandono
y autoinculpación. Paganini et al. (1997; citados por Cantón et al., 2002) afirman que los
niños que viven la separación antes de los 8 años de edad, durante la preadolescencia
presentan ansiedad, hiperactividad, agresiones físicas en el contexto escolar,
desobediencia y conductas desafiantes.
En la misma dirección, Del Barrio & Roa (2006) incluyen dentro de los factores
de riesgo (biológicos, personales, familiares y sociales) a la estructura familiar, para
explicar la aparición de la agresión en niños, resaltando que la estructura que mayor
relación guarda con la agresión, es el hogar monoparental. La mayor parte de las veces
esta situación se produce por abandono o por divorcio, y el hogar suele estar al cargo
de la mujer. Por lo general, las madres que viven solas tienen un exceso de trabajo, que
deriva de ser cabeza de familia. Los horarios de trabajo suelen ser muy dilatados o
extensos con lo que suele darse una ausencia de supervisión o control de los hijos, que
hace que la madre tenga problemas con la autoridad y la disciplina que, a su vez, va a
tener repercusiones negativas para el niño. Los cuidados y atención prestados a sus
hijos suelen ser muy bajos; su conducta es más hostil y más restrictiva, la comunicación
y sensibilidad hacia el niño es menor que la que se da en otras madres que no se
encuentran en estas circunstancias. Otras conductas infantiles que acrecientan su
probabilidad, en familias compuestas monoparentales son la hiperactividad, aislamiento
social y bajo rendimiento académico. En líneas generales, estos autores suponen que
el divorcio, el abandono o la viudedad, no producen directamente efectos negativos en
los niños, pero sí las circunstancias que suelen acompañarlos: malas relaciones entre
los padres, descenso económico, la falta de tiempo y la sobrecarga laboral.
Chuquimajo (2014) presenta las consecuencias, identificadas por diversos
autores, de la ausencia de uno de los padres en diversos niveles. A nivel emocional: La
ausencia del padre se convierte en un factor de riesgo para el proceso de
independización en la adolescencia y de una inserción exitosa en la comunidad; los
varones nacidos de madre soltera y que crecieron sin padre presentan un grado mayor
de predisposición o disfunción psicológica (problemas emocionales y de conducta); los
niños escolares presentan depresión, sentimiento de pérdida y mucha pena. A nivel
académico: Existe una correlación positiva entre ausencia/presencia paterna y
desempeño académico del niño, así la ausencia paterna eleva el riesgo de deserción
escolar, la presencia y proximidad del padre está correlacionada con un mejor
desempeño en la escuela; la ausencia del padre genera tensiones familiares que
provocan problemas motivacionales y disciplinarios en los hijos en la escuela; la
presencia de los padres en el hogar es un factor fundamental para el nivel de
comprensión lectora y la no repetición del año escolar; los niños de familia con un solo
progenitor son doblemente más propensos a ser expulsados o suspendidos en la
escuela, a sufrir problemas emocionales o de la conducta y a tener dificultades con sus
compañeros.
A nivel social: se encuentra una fuerte asociación estadística entre ausencia de
padre y violencia y delincuencia juvenil; en EEUU 70% de los delincuentes juveniles, de
homicidas menores de 20 años y de individuos arrestados por violación y otras ofensas
sexuales graves crecieron sin padre; el 50% de los toxicómanos en Francia e Italia
provienen de familias monoparentales.

Prácticas y estilos de crianza


Cuando se habla de prácticas y estilo de crianza, se refieren a una construcción
psicológica multidimensional que encarna los rasgos o estrategias utilizadas para
desarrollar este proceso. Se trata de regular el comportamiento y establecer parámetros
que sirvan de referencia al comportamiento y las actitudes; Esto incluye la correlación
de variables o dimensiones derivadas de las diversas experiencias educativas de los
niños en la familia y las influencias naturales en su desarrollo. En general, los patrones
de crianza se ven como un continuo o una secuencia ascendente en una serie de
dimensiones. Aracena, Balladares y Weiss proponen que el concepto de crianza
sintetiza “la valoración que hacen los adultos de las estrategias utilizadas en la
socialización de los niños; por tanto, esto implica que la misma estrategia puede ser
percibida como apropiada por diferentes adultos dependiendo del contexto
sociocultural”. Esta estructura es útil para explicar por qué ciertos comportamientos se
consideran buenos comportamientos en un grupo determinado, mientras que se
consideran abusivos en otros grupos socioculturales. Esto se debe a que están
vinculados a: el estado emocional de los padres, el nivel de estrés familiar, las
expectativas de los padres, el nivel de educación, las dificultades económicas y la
historia de vida de los padres, y de otras situaciones.
Así , entre los factores que influyen en este proceso se encuentran las
experiencias de estimulación y socialización, las limitaciones o capacidades del niño,
las opiniones sobre sus capacidades, las experiencias previas de los hijos de padres a
padres, ocupación, nivel educativo, recuerdos de su educación, riqueza económica y
personalidad de los padres Diana Baumrin ha influido en gran medida en este estudio
sobre variables categóricas que vinculan el comportamiento de los padres y sus
actitudes hacia el comportamiento de sus hijos como objetivos de los padres. Este autor
sostiene que el estilo relacional está asociado a la adquisición de rasgos
socioemocionales y se basa en dos aspectos de la paternidad. Por un lado, la
capacidad de los padres para satisfacer las necesidades del niño y, por otro lado, el
requisito de los padres de esperar un comportamiento más maduro y responsable del
niño.
Estas interacciones se enmarcan esencialmente en dos dimensiones: influencia,
necesidad de comunicación y control. A partir de ahí, el autor ofrece cuatro estilos
clásicos: autoritario, democrático, permisivo y negligente. Estos estilos han permeado la
investigación, la práctica e incluso la cultura popular que personifica una amplia gama
de comportamientos parentales, como la calidez, las necesidades parentales (control
paterno, etc.) y la autonomía otorgada, que está vinculada al desarrollo y al bienestar
de los niños. La siguiente tabla organiza los datos sobre el estilo, las características y
el comportamiento de los padres ante la crianza:
Tabla 1 Estilo, Característica y Comportamiento de los Padres ante la Crianza

Nota: Tomado de Córdoba (2014)


En general, se asume que los niños y niñas ven a sus padres como limitantes, lo
que indica un grado de insuficiencia personal y social. En un estudio, Ison preguntó
sobre la capacidad cognitiva de los niños para resolver problemas interpersonales en
los niños; compara a los niños que viven en áreas socialmente vulnerables con o sin
comportamientos disruptivos y también explora las características familiares de los dos
grupos de niños.
Los resultados obtenidos indican que en los niños con conducta disruptiva
predomina un estilo asociativo agresivo, con conductas físicas y psicológicas
negligentes y una estricta disciplina parental. Con esto en mente, concluye que los
patrones familiares disfuncionales promueven la aparición y mantenimiento de defectos
en ciertas habilidades cognitivas sociales relacionadas con la autorregulación
conductual en los niños.
Sin embargo, otros estudios muestran que el estilo democrático no siempre se
adapta mejor a todas las circunstancias y situaciones, niños y niñas que ven a sus
padres como demócratas tienen altos niveles de desigualdad individual, vinculado al
individuo inadecuado, contrariamente a la hipótesis de que este estilo de atención
personalizada favorece la adaptación. Sin embargo, el estilo democrático también es un
buen predictor de conductas libres de problemas, como la ausencia de hiperactividad
en los niños.
Adicionalmente, se sugiere que no existe diferencia entre los estilos de padres y
madres, aunque la percepción de recibir apoyo emocional y social por parte de las
madres es baja. En cuanto a las diferencias entre niños y niñas a la hora de evaluar el
estilo educativo de sus padres, no suele haber distinción entre los estilos materno-
paterno. Sin embargo, existe evidencia de que las niñas tienen una mejor visión de su
padre y madre en todos los aspectos positivos, excepto en la dimensión de control
psicológico, que se considera negativa. Estos autores también muestran que si bien
existen diferencias relacionadas con la edad en los adolescentes, existe una relación
entre las percepciones del estilo de crianza, los síntomas psiquiátricos y los
sentimientos de autoestima. En nuestro medio, los niños de 9 a 12 años de nivel
socioeconómico medio han demostrado que los estilos de aceptación de los padres
influyen positivamente en el comportamiento social de los niños, mientras que el control
psicológico tiene efectos negativos; La empatía parental percibida promueve la
sociabilidad de los niños, en oposición a la negligencia de los padres
Como se mencionó anteriormente, los estudios de estilo de crianza deben
examinar las estrategias y los mecanismos de socialización que los padres utilizan para
regular el comportamiento y comunicar valores, actitudes y reglas a sus hijos, es decir,
lo que se llama 'disciplina familiar. Brussino y Alderete distinguen tres tipos según el
tipo de control ejercido: disciplina inductiva o solidaria, disciplina compulsiva y disciplina
indiferente o negligente. La siguiente tabla organiza las descripciones de cada estilo

Tabla 2 Estilo de Disciplina y Comportamiento de los Padres en la Crianza

Nota: Tomado de Córdoba (2014)


Hasta ahora se buscó establecer distinciones en relación al proceso de
socialización de los hijos y los estilos de crianza que los padres ponen en juego para
llevar adelante ese proceso; pero tal como establecen Tizón García et al en el
constructo crianza están involucrados tres procesos: las prácticas propiamente dichas,
las pautas y las creencias. Afirman que a las prácticas de crianza, se las reconoce
como proceso, dado que son un conjunto de acciones concatenadas y los padres
tratan de obtener voluntariamente la colaboración de los niños empleando el
razonamiento, generalmente acompañado de altos niveles de afectividad y apoyo
emocional, así como de manifestaciones de aprobación y alabanza junto con
recompensas materiales
Por su parte, Ramírez afirma: “cuando se relacionan con los hijos y ejercen
funciones parentales, los padres ponen en práctica unas tácticas llamadas estilos
educativos, prácticas de crianza o estrategias de socialización, con la finalidad de influir,
educar y orientar a los hijos para su integración social. Las prácticas de crianza difieren
de unos padres a otros y sus efectos en los hijos también son diferentes”.
Así, se afirma que existen tendencias globales de comportamiento, las más
frecuentes, se mueven en un continuo más o menos amplio de estilos y estos quedan
determinados por una serie de factores relacionados con el niño (edad, sexo, orden de
nacimiento, características de personalidad) y los padres (sexo, experiencia previas
como hijos y como padres, características de personalidad, nivel educativo, ideas
acerca del proceso educativo y la educación y las expectativas de logros que tienen
puestas en sus hijos); por último los factores relacionados están ligados a una
dimensión social o ecológica (la posición dentro del sistema más amplio explica en gran
medida la toma de postura y los modos de actuación de la familia).
En resumen, las prácticas parentales en cuanto a la crianza de los hijos es un
termino multidimensional, y siempre ha tendido a incluir dos dimensiones
fundamentalmente relacionadas: una se refiere al tono emocional de la relación (el nivel
de comunicación se refiere al apoyo o afecto de los padres) y el otro, con
comportamientos vinculados al juego para controlar y guiar el comportamiento de los
niños (tipo de disciplina). El primer promueve la autonomía, la asertividad y la
autorregulación, mientras que el segundo apunta a la adaptación social de los niños.
El concepto de orientación parental es complejo en su definición e incluye al
menos años de aspectos relacionados: valores sociales, visión y relación con el
mundo, límites de género y normas sociales, autoestima y autopercepción, relaciones
afectivas entre las partes. Cabe señalar que las pautas de los padres se aplican a
grupos sociales, dependiendo de quién defina lo que es normal o valioso. En un
extremo están las estrategias que son adecuadas para transmitir lo que tiene valor y en
el otro extremo están las estrategias que la sociedad rechaza porque se supone que
logran el mismo objetivo.
El último componente infantil de la estructura parental está definido por creencias
y valores, mitos y prejuicios contra roles e identidades hijos o hijas, madre o padre, o
en roles fuera de la familia, como ciudadano o ciudadano, amigo o amigo, persona o
persona, etc. Creencias, valores, mitos, prejuicios; forman la base del conocimiento de
cómo se debe educar a niños y niñas, y son interdependientes de los contextos
históricos sociales y económicos de los que existen.
Relación entre problemas conductuales y prácticas y estilos de crianza.
Los problemas de conducta externalizantes tanto en niños y adolescentes son de
gran preocupación para los padres de familia, los docentes y en sí para la sociedad, ya
que si no se les brinda un adecuado manejo y tratamiento el pronóstico de éstos puede
empeorar y generar consecuencias negativas a nivel social, personal y escolar de
quienes los presentan. Diferentes estudios muestra que los problemas de conducta
externalizante guardan una relación estrecha con las pautas de crianza inconsistentes
que ejercen los padres y con el temperamento difícil de los niños y adolescentes que
padecen este tipo de problemas. Es por ello que a continuación se describirán los
problemas conductuales y las pautas o estilos de crianza.
Eraso, Bravo y Delgado (2006), consideran que las pautas de crianza se refieren
“al entrenamiento y formación de los niños por los padres o por sustitutos de los
padres”. Donde los conocimientos, actitudes y creencias que los padres asumen en
relación con la salud, la nutrición, la importancia de los ambientes físico y social y las
oportunidades de aprendizaje de sus hijos en el hogar. Para estos autores, la crianza
del ser humano constituye la primera historia de amor sobre la que se edifica en gran
parte la identidad del niño y se construye el ser social”. Señalando que dicho
entrenamiento y formación que le brindan los padres a sus hijos son de vital importancia
durante el desarrollo, pues de este depende el aprendizaje y la interacción del niño con
su entorno.
Dentro de las pautas de crianza existen unas prácticas parentales según
Ballesteros (2000), las cuales tienen que ver con las contingencias, las conductas de
monitoreo o supervisión, el establecimiento de reglas y la comunicación afectiva. El
manejo de contingencias se refiere a la forma como los padres administran las
consecuencias del comportamiento de sus hijos, con la intención de que dichas
consecuencias cumplan la función de premio (refuerzo positivo) o castigo. En la
categoría definida como monitoreo o supervisión están las conductas que tienen que
ver con el conocimiento por parte de los padres de las actividades y amistades de sus
hijos. Las reglas incluyen los aspectos relativos a la imposición de normas de
comportamiento, sean explícitas o implícitas, por ejemplo, en críticas a los amigos (en
las que se hace saber el tipo de amigos que se desea para el hijo) y en los sermones o
cantaletas, donde también se comunican reglas de manera indirecta.
Por último, la comunicación afectiva incluye las expresiones de afecto positivo
(decirle al hijo que lo quiere) o negativo (quejas referentes al comportamiento), tanto en
el ámbito verbal como no verbal; en esta categoría entran también las demostraciones
de interés y confianza en los integrantes de la familia. Para estos autores la
inconsistencia de estas prácticas genera problemas de conducta externalizante.
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