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Quedate Esta Noche - Olga Salar

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Annotation

RESEÑA
Dafne es una mujer de éxito, fantástica en su trabajo como fotógrafa
de moda. El problema es que es un desastre en la vida real, propensa a los
accidentes y con un nulo sentido de las orientación, su vida transcurre
entre percances domésticos y cuartos oscuros de revelado.
El único instante en que todo su cuerpo coordina a la perfección es
cuando mira a través de la lente de su cámara. No obstante, su vida dará un
giro cuando su habitual rescatador, el atractivo policía de la puerta de al
lado, le pida que le ayude en un asunto delicado.
El regreso inesperado de su hermano Chloe, y los mordaces
comentarios de su amigo Pablo, volverán patas arriba su tan valorada
tranquilidad.
Olga Salar

QUÉDATE ESTA NOCHE


Para Aitana e Iván, mis todo.
Y con cariño para Elena, gracias por creer en mí.
Prólogo

Principios de junio 2012

Diego estaba agotado, había pasado los últimos dos días trabajando
en el turno de noche y aunque no había sucedido nada importante habían
tenido que salir de comisaría en varias ocasiones y, entre el trajín de
atender varias llamadas y patrullar la zona, no había tenido un solo
momento de paz.
Así que en lo único en lo que pensaba mientras conducía camino a
casa, a las seis y media de la madrugada, era en darse una ducha, meterse
en la cama y dormir dos días seguidos, quizás tres. Ni siquiera pensaba
dedicarle un minuto a su estómago y desayunar antes de dejarse caer
derrotado por el sueño. Solo podía imaginarse bajo las frescas sábanas de
su dormitorio, con las persianas hasta abajo y las cortinas corridas para
evitar cualquier atisbo de luz que pudiera colarse entre ellas.
Metió el coche en el parking de su edificio y cogió el ascensor. Era
demasiado temprano para que el portero estuviera en su puesto así que ni
siquiera se molestó en ponerse la camiseta que llevaba colgando del
hombro. El calor era desquiciante aun estando en pleno mes de junio.
Asustaba pensar siquiera cómo sería el mes de agosto.
Empujaba la puerta del ascensor, cuando escuchó un golpe y un
gemido de dolor. Abrió la puerta, temeroso de haberle arreado a alguno de
sus vecinos de la jet set, cuando se encontró de frente con una diosa en
miniatura de profundos ojos azules y una larga melena negra que se
derramaba lacia sobre sus hombros desnudos y su espalda. El color de su
pelo competía con el de sus ojos, lanzando reflejos azulados en la claridad
de la mañana.
—¿Estás bien? —preguntó pecando de poco original.
—Creo que sí, ¿a dónde ibas con tanta prisa? —preguntó la herida
con una voz ronca, sensual y cierta diversión en su tono. Se quedó mirando
su torso desnudo y, ante aquella mirada, Diego notó que su temperatura
corporal aumentaba considerablemente y no precisamente por el calor del
ambiente.
—A mi casa, aunque la pregunta correcta sería, ¿a dónde ibas tú a
estas horas, o de dónde vienes? —añadió con una sonrisa—. Yo vivo aquí
—dijo señalando la puerta que tenía en frente con un gesto de la cabeza y
un guiño pícaro.
—¿Así que tú eres el policía? —preguntó mientras perdía el
equilibrio sobre sus tacones de aguja al coger una enorme bolsa del suelo.
—¿Y tú eres...? —la interrogó con una irresistible sonrisa en los
labios y cierta expectación en la mirada.
Dafne pensó que esa sí que era su mejor arma y no la reglamentaria,
además estaba segura de que él lo sabía y lo explotaba, pocas mujeres
serían capaces de verle sonreír así y no aceptar lo que fuera que quisiera
pedirles.
—Dafne, tu nueva vecina —le tendió la mano y se sintió tonta, lo
mejor hubiesen sido dos besos.
Como si le hubiese leído la mente, tomó la mano que le ofrecía para
atraerla y rozar sus mejillas con los labios.
—Encantado, Dafne. Nos vemos —dijo mientras buscaba en sus
bolsillos la llave de su casa, deseoso de escapar de allí.
«¡Jolín con el policía! ¡Más que aplacar los ánimos los enciende!»
pensó Dafne mientras entraba a trompicones en el ascensor. Al parecer, ser
funcionario era rentable ya que se podía permitir vivir en pleno centro del
mundo.
Diego cerró la puerta y se apoyó contra ella, había cortado tan
abruptamente la conversación porque, a pesar del cansancio, el calor y lo
poco erótica que era la situación, la nueva vecinita y su perfume lo estaban
tentando demasiado. Iba a tener que investigar con el portero, estaba
seguro de que si le llevaba una cervecita bien fría conseguiría enterarse de
lo que no estaba escrito.
Una vez decidido su método de actuación volvió a ser consciente de
su propio cuerpo, que le pedía a gritos que se ocupara de él. Retomó su
plan anterior, ya que en ese momento una ducha fría era vital para que
pudiera pegar ojo después de la escena vivida.
Capítulo 1

Finales de agosto 2012

«No es posible», se dijo Diego mientras corría hacía el coche


poniéndose la chaqueta por el camino. «¡Esto es de locos!».
Cuando llegó, su compañero ya tenía el vehículo en marcha y estaba
listo para salir a toda prisa. Con las sirenas y el poco tráfico que había en
verano en Madrid, se plantaron en la dirección indicada en seis minutos
treinta y siete segundos. «Nuevo récord», se felicitaron alegres. No se
trataba de una emergencia real, no obstante, la eficiencia era igual de
satisfactoria.
En cuanto pararon se encontraron con varios curiosos mirando hacía
la fachada del edificio que tenían enfrente, justo el lugar al que se dirigían.
En la fachada lo único destacable que había era una chica prácticamente en
cueros atrapada en uno de los majestuosos balcones. En otro momento
hubiera pensado que los curiosos admiraban la fachada de mármol blanco,
pero no ese día.
Diego no pudo evitar sonreír, la vecina de enfrente era todo un
personaje. Desde que se había mudado al edificio llevaba ya tres
incidentes leves en los que habían tenido que intervenir ellos, los policías
de la zona.
La primera vez, incendió la cocina. Según dijo, estaba intentando
hacerse la cena cuando la sartén prendió sola y, ni corta ni perezosa, en
lugar de taparla para que el fuego se extinguiera por sí mismo, se le
ocurrió echarle encima lo primero que pilló; una botella de aceite de
semillas enterita. Como era de esperar, el aceite hizo que el pequeño fuego
de la sartén aumentara y llegará hasta el extractor de humos y toda la parte
frontal de la vitrocerámica.
Cuando llegaron los bomberos se quedaron sorprendidos de que el
fuego no se hubiera extendido más, después de todo la chica parecía
tocada por la fortuna.
La segunda vez que tuvieron que ir a socorrerla, fue porque se había
quedado encerrada en el ascensor y el presidente de la comunidad y el
portero, los únicos que tenían la llave, estaban de vacaciones en la playa
con sus respectivas familias. Cuando la sacaron la pobre estaba casi
deshidratada, pero aún así, la jodida estaba igual de guapa.
La tercera vez que intervinieron, y lo chocante es que siempre le
ocurrían las cosas durante su turno, se había dejado las llaves de casa
dentro y un domingo en pleno agosto no había un maldito cerrajero de
guardia para abrirle la puerta y ahora, al llegar, se encontraba con
semejante panorama. A ese paso los del seguro le iban a subir la cuota un
doscientos por cien.
Vicente le dijo con una sonrisa socarrona en la cara.
—Diego, ¿vas tú? —y su dichosa sonrisita le tocó las narices. Ahora
les había dado por pensar que la chica hacía todo eso para encontrarse con
él. Con lo fácil que sería hacerse la encontradiza en el rellano de la
escalera o llamar a su puerta para pedirle un poquito de azúcar.
—Claro —respondió escueto. ¡Qué narices! La calamitosa era guapa
y seguro valía la pena verla en ropa interior.
Subió andando al cuarto piso y llamó a la puerta siete. En seguida se
oyeron unos pasos y una señora mayor abrió la puerta sonriente.
—Diego, ¡qué sorpresa!
—Hola, señora Aurora, ¿me podría dar las llaves de Dafne, por favor?
Necesito entrar en su piso y no me apetece llamar a los bomberos para que
rompan la puerta a hachazos —bromeó.
—¿Qué ha hecho esta vez? —preguntó la mujer sin ocultar su
curiosidad.
—Se ha quedado encerrada en el balcón y no me pregunte cómo,
porque no tengo ni idea, pero ahí está, paralizando el tráfico —la señora
mayor se dio cuenta de que a él le parecía divertida la situación en la que
estaba Dafne.
—¿Y por qué lo paraliza, hijo? ¿Por quedarse encerrada? ¡Qué cotilla
que es la gente, Dios bendito!
—Porque está casi desnuda, señora Aurora. Por eso.
La mujer se llevó la mano a la boca para ocultar su sonrisa, entornó
un poco la puerta para abrir el cajoncito que había colgado tras ella, donde
había varios llaveros. Cogió el de Dora Exploradora y se lo dio sonriente.
—Acuérdate de subirme la llave, para la próxima vez —le dijo
guiñándole un ojo.
Diego no contestó, se limitó a devolverle el guiño y la sonrisa.
Bajó al tercero, se plantó frente a la puerta de Dafne y la abrió.
El perro diminuto que Dafne tenía ni siquiera levantó la cabeza del
cojín sobre el que estaba tumbado. Diego sonrió ante la ironía de su
nombre, Thor. Sin duda le quedaba infinitamente grande al mini perro que
tenía delante y que, además de diminuto, era vago. Había que reconocer
que Dafne tenía un gran sentido del humor.
Con suma tranquilidad se acercó al balcón y descorrió el pestillo,
pero antes de abrir la puerta y permitirle entrar, se paró a inspeccionar el
mecanismo, ¿cómo había podido quedarse fuera? No había manera, o era
bruja y lo había corrido con la mente o realmente la chica era un imán para
los accidentes.
Al levantar la vista del pestillo tuvo que centrarse en cerrar la boca.
Dafne, la mujer que lo tenía loco desde la primera vez que la vio, estaba
parada ante él en ropa interior, si es que se podía llamar ropa a lo que
llevaba puesto. Era minúsculo, sexy y muy, muy inadecuado para salir al
balcón, desde luego. Habían valido la pena las risas de Vicente y de los
demás compañeros si la recompensa era esta.
Tragó saliva y se apartó para dejarla pasar dentro. Estaba realmente
impresionante. Era bajita pero perfecta, hasta Fernando Alonso derraparía
en sus curvas...
Por su parte, Dafne estuvo a punto de desmayarse cuando vio quién le
abría la puerta del balcón, había rezado todo lo que sabía para que tuviera
el día libre y no trabajara. Pero su veleidosa suerte volvía a ponerse en su
contra y se hallaba delante de él, otra vez, en una situación incómoda que
la hacía parecer tonta y torpe. Vale que torpe lo fuera, pero tonta... pues no.
Sonrió al no ocurrírsele nada que decir mientras Diego, por fin, la
dejaba pasar a su casa. Los mirones del portal se fueron dispersando,
aunque era evidente que su incidente había dado tela a las chismosas que
iban a El Corte Inglés de la esquina para todo lo que quedaba de verano.
—¿Qué te ha pasado esta vez? —preguntó él condescendiente,
intentando reprimir una sonrisa burlona sin mucho éxito.
Dafne frunció el ceño molesta, lo que consiguió que Diego se diera
cuenta de que el tono con el que le había hablado era ofensivo.
»Perdona, no quería sonar borde —se disculpó sinceramente.
—Tranquilo. En realidad he salido a coger las chanclas y no sé qué ha
pasado que me he quedado encerrada.
—La próxima vez —advirtió volviendo a sonar burlón—. Empieza a
vestirte por la cabeza y termina por los pies, así te evitarás este tipo de
problemas —le guiñó un ojo y se dio la vuelta para irse.
—Gracias Diego, lamento haberos molestado. En realidad esperaba
que la señora Aurora saliera a por el pan para pedirle que me abriera, pero
las cotillas del centro comercial han tenido que llamaros —se quejó
molesta.
—Vives en un barrio de cotillas, por muy caro que sea el metro
cuadrado, es lo que hay —dijo encogiéndose de hombros y, sin añadir ni
una palabra más, se marchó.
Dafne se vistió, tal y como le habían aconsejado: empezando por la
cabeza. Cogió su mochila y el equipo fotográfico y se marchó a la sesión
que tenía a las nueve con Julia Di Paliano, una de las modelos mejor
pagadas según la lista Forbes.
Cuando llegó al plató, minutos después de las nueve y media de la
mañana, ya estaba todo listo. Los focos situados, la modelo terminando en
peluquería y maquillaje, y Pablo dando órdenes a los operarios que movían
de un lado a otro pantallas enormes en las que el fotógrafo colocaba con
ayuda del Photoshop el fondo deseado.
Dafne se quedó mirándole en silencio, era increíble como su socio
podía sacarle tanto partido a una camiseta blanca y unos pantalones
vaqueros desgastados. Viéndolo moverse con tanta elegancia y estilo
cualquiera comprendía la razón por la que atraía a tanta gente. Para ese día
había elegido el look intelectual, que completaba con unas gafas de pasta
negras que apenas necesitaba. A los diecinueve años se había operado de la
vista y, aunque no había podido eliminar completamente la miopía, la
había reducido al mínimo. Solía limitar su uso para la lectura, aunque en
días como este las utilizaba para rematar sus looks.
—Buenos días, Pablito —le saludó sonriente.
El aludido arqueó una ceja perfectamente depilada.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no me llames así? —la
regañó por enésima vez.
—Lo sé, es la costumbre. Eres Pablito desde los cuatro años, ¿qué
culpa tengo yo de que ahora Pablo te parezca más elegante? Dame tiempo.
Seguro que David te llama Pablito en la intimidad y con él no te quejas
tanto —dijo haciendo referencia a su último ligue, un modelo de la
campaña anterior.
—¡Qué envidiosa eres! Y que sepas que David tiene permiso para
llamarme como quiera, tú no —bromeó ante la provocación de Dafne.
—Eso ha dolido —se quejó ella mientras se le enganchaba el tacón en
una de las rejillas de ventilación en la que se situaban las modelos para el
efecto viento.
Pablo, demasiado acostumbrado a sus accidentes como para darle
importancia a algo tan nimio como eso, le tendió la mano y la sacó del
agujero en el que había metido el pie.
—Ponte zapatillas para venir a trabajar. Esta semana no podemos
cerrar los conductos del aire, los necesitamos para las fotografías.
—De acuerdo, papá.
Su amigo hizo caso omiso a su comentario y siguió explicándole
cómo iban los preparativos.
—Julia está en peluquería, ya están terminando con ella. Es
demasiado mona, por lo que prácticamente no necesita de nada —le
comentó admirado—. He hablado con ella y está encantada de que le hagas
las fotos en el estudio y no tener que viajar. De verdad, no sé cómo pueden
decir que va de diva, si es un amor —la defendió Pablo.
—Será el embarazo, que además de darle problemas por las mañanas,
le habrá dulcificado el carácter —era evidente por la frialdad de sus
palabras que la rubia no le caía muy bien.
—Tú lo que eres es una envidiosa, como todas las demás que la
critican —y dicho esto, levantó su nariz respingona recién operada y se dio
media vuelta en busca de su nueva amiga.
Dafne y Pablo se conocían de toda la vida, por lo que los enfados y
las bromas eran el pan de cada día. Nunca, en todos esos años, había
llegado la sangre al río, y tampoco iba a hacerlo por una diversidad de
opiniones, por muy guapa que esta fuera.
Dafne abrió su bolsa y comenzó a sacar cámaras, lentes y filtros, y a
agruparlas y ordenarlas para tenerlas perfectamente colocadas para la
sesión que estaba a punto de comenzar. En esos instantes conseguía
evadirse de todo lo que la rodeaba, los agujeros asesinos, los accidentes
inoportunos y los amigos malhumorados.
Una vez lo tuvo todo dispuesto, volvió a la realidad, sus sentidos se
reactivaron y el aroma del café inundó sus fosas nasales. Su mirada se
paró en la mesa del catering, se moría por uno bien cargado, pero tenía
autoprohibidos los excitantes tales como la cafeína o la teína durante las
sesiones fotográficas. Lo que menos necesitaba era acelerarse un poco
más.
Di Paliano debía posar con un mini triquini que Stella McCarney
había diseñado exclusivamente para el reportaje fotográfico.
Amablemente se aproximó a ella para darle las gracias por la deferencia
que había tenido aceptando hacerle las fotos en el estudio y no en Hawái,
como a las demás modelos. Dafne se quedó pasmada por dos razones: la
primera fue que se hubiera acercado hasta ella para agradecerle el gesto y
la segunda, y más importante, la descubrió cuando la modelo se quitó el
albornoz y vio su mini cintura de avispa y su tersa barriga. ¡Dios, ahí no
había sitio para un niño!
«Pobrecito» pensó, «aún no ha nacido y ya le obligan a mantener la
línea para caber en un espacio tan reducido». Aunque bien pensado, si la
genética le sonreía tanto como a su madre, nunca iba a tener que
preocuparse por eso.
Ansiosa por terminar de una vez con el calendario, se concentró en su
trabajo, en lo que veía a través de su lente y, durante dos horas, fue grácil y
elegante en sus movimientos. La Dafne torpe y patosa desaparecía en
cuanto tomaba la cámara en sus manos y miraba a través de ella, nadie que
la viera en ese momento se hubiera creído que varias horas antes se había
quedado encerrada en su propio balcón.
Capítulo 2

Diego se despertó desorientado ante el insistente sonido del móvil y


del fijo de casa que, al parecer, se habían puesto de acuerdo para sonar a la
vez. Alargó la mano y cogió el que tenía más cerca. La llamada era del
trabajo. Le dio al botón verde todavía somnoliento y soltó:
—Espera un momento que está sonando el fijo —dijo a quien fuera
que llamaba.
Después del día de perros que había sufrido, en el que lo único
agradable había sido encontrarse a su vecina en paños menores, había
soñado con dormir sin estar pendiente del despertador, ni siquiera ese
ínfimo deseo había logrado que se cumpliera.
—No te molestes, también soy yo —contestó Gema, la policía que se
encargaba de las tareas administrativas en la comisaría en la que Diego
trabajaba.
En ese instante el teléfono dejó de sonar.
—¿Qué pasa? —preguntó ahora totalmente despierto. Había salido a
las seis de la mañana, era su día libre, así que debía suceder algo para que
le molestaran tan insistentemente, y seguramente no era nada bueno.
—Necesitamos que vengas a sustituir a Vicente. Serán solamente
unas horas, hasta que Andrés vuelva de casa de sus padres en la sierra —
explicó sin entrar en detalles.
Andrés, su mejor amigo, había salido a la misma hora que él y, si
había conducido hasta el pueblo de sus padres para pasar el fin de semana
y ahora le tocaba volver, iba a estar de muy mal humor.
Mejor mantenerse apartado, se aconsejó a sí mismo. No obstante, fue
entonces cuando se dio cuenta de lo que había dicho Gema.
—¿Qué le ha pasado a Vicente? —preguntó nervioso y preocupado.
—Se ha quemado las manos. Se les ha parado la patrulla y al abrir el
capó se le ocurrió abrir el tapón del radiador sin esperar a que se enfriara y
se ha quemado. Estará de baja unas semanas, así que tendremos que buscar
a un externo —comentó visiblemente molesta por el incidente y por el
trabajo adicional de esperar al sustituto que mandara el Ministerio, si es
que lo mandaba, que con la crisis todo estaba muy mal. Si no lo mandaban
iban a tener más trabajo de lo normal, tenía que haber un mínimo de
efectivos en cada turno.
—Voy para allá —se limitó a decir y colgó antes de que Gema
pudiera responderle.
El reloj de la mesilla de noche marcaba las 14:00h, había dormido
ocho horas y estaba hambriento. Se vistió a toda prisa y se recalentó el
café que había en la cafetera que, si bien no olía como tal tampoco es que
oliera muy mal.
Sin azúcar que mitigara el sabor ni nada que lo endulzara, se lo bebió
de un trago mientras buscaba en los armarios de la cocina algo que echarse
a la boca. Encontró un paquete de galletas, pero estaban blandas y las tiró
a la basura con cara de fastidio. Iba a tener que entrar en el hipermercado
de la esquina y comprar algo que se pudiera calentar y comer, o iba a
desfallecer de inanición por el camino.

Cuando llegó a comisaría con su lasaña congelada, su refresco de cola


y sus patatas fritas, algunos de sus compañeros ya estaban en el comedor
con sus viandas y el programa de cotilleos puesto. Para que luego dijeran
que las cotillas eran las mujeres. Con la excusa de ver a la presentadora, se
enteraban de todo lo que se cocía en el mundo rosa y luego regañaban a
sus parejas porque hacían lo mismo todas las tardes.
Se hizo el silencio cuando empezaron a salir modelos en traje de
baño, algunos diseños eran casi inexistentes. Sin poder evitarlo la cabeza
de Diego se llenó con los recuerdos de Dafne en ropa interior...
Las compañeras pusieron cara de fastidio y siguieron charlando,
prestando poca atención a la televisión.
Las caras de emoción de ellos dieron paso al asombro cuando la voz
en off de la presentadora cañón, habló de la fotógrafa encargada del
reportaje que comentaban, y se pusieron las imágenes correspondientes a
la susodicha: una preciosa morena que se movía con elegancia entre los
focos, los maquilladores y los peluqueros que había en el escenario en el
que una rubia de escándalo sonreía y agitaba su melena de un lado a otro.
—Este año el prestigioso calendario de la marca de neumáticos más
famosa del mundo, ha sido realizado por la fotógrafa valenciana, Dafne
Llorenç —comentaba la presentadora.
—¡La madre que...! ¿Esa no es tu vecina? —le espetó Adrián que
estaba sentado justo frente a la puerta en la que estaba parado. Diego no
sabía cómo le había visto puesto que no había despegado los ojos de la
televisión en ningún momento.
Inmediatamente después, seis pares de ojos se posaron
conmocionados sobre él. Incluso las chicas se callaron de forma abrupta y
le miraron interrogantes.
—Quién hubiera pensado que la vecina buenorra de este —dijo Mateo
señalándole—, iba a codearse con semejantes mujeronas.
—Ya sabes el dicho, ¡Dios los cría y ellos se juntan! —bromeó
Damián.
—Creo que a partir de ahora voy a verla con otros ojos —exclamó
divertido Tomás
—Haz el favor de tragar para hablar —le regañó Lorenzo con cara de
asco.
—Ya vale, todos —frenó Diego—. ¿Cómo está Vicente? —preguntó
esperando que la salud de su compañero fuera suficiente para desviar la
atención de su persona.
—No muy bien —explicó Damián—. Estará de baja por lo menos tres
semanas.
—¿Se puede saber por qué no llevaba puestos los jodidos guantes? O
mejor, ¿cómo narices se le ocurrió meter las manazas en el motor? —
preguntó molesto.
—Ya sabes como es. Se cree capaz de arreglar cualquier cosa —
comentó Damián mientras sus compañeros asentían a sus palabras.
—Podía haber sido peor. Le podría haber saltado a la cara o algo así,
y dejarle ciego o marcado de por vida —se quejó Víctor que se había
mantenido al margen de la conversación mientras engullía el arroz al
horno de su mujer.
—Parece que, después de todo, tenemos que dar gracias —concluyó
Gema, uniéndose al grupo.
Diego suspiró aliviado cuando la conversación continuó por otros
derroteros menos provocativos que su vecina y menos tristes que el
accidente de un compañero.
—¿Otra vez? —preguntó Pablo con uno de sus gallos y lo
suficientemente alto para que medio restaurante se girara a mirar en su
dirección.
—Sí, no tengo idea de por qué narices cada vez que me pasa algo, los
puñeteros vecinos tienen que llamar a los policías, ¡que llamen a los
bomberos, por Dios! —se quejó Dafne en voz baja, hecho que hacía que
perdiera la credibilidad a los ojos de Pablo. Había que gritar cuando se
estaba enfadado, si no cómo narices ibas a desfogarte.
—Eso te pasa por vivir en un edificio de pijos —sentenció Pablo.
David y Dafne se pusieron a reír ante el comentario.
—Pero si no hay nadie más pijo que tú —lo acusó David—, si hasta
los pañuelos con que te limpias los mocos son de Chanel.
—Pero eso es porque tengo la piel muy delicada y si no se me irrita
—se defendió—. Además, tú tienes que ponerte siempre de mi parte. Es la
regla número uno de las relaciones de pareja —explicó muy serio.
—No creo que sea una buena regla —comentó Dafne—, ¿qué pasa
cuando tu pareja está equivocada? Como en este caso —apuntilló burlona
—. ¿Tiene que mentir y darte la razón? Creo que tu regla no es muy ética.
—Estoy de acuerdo con ella —comentó David mientras contenía la
risa a duras penas ante la cara de asombro de su novio.
—¿Os estáis burlando de mí? —preguntó cuando sus amigos
estallaron en risas.
—Por supuesto que no, cariño —contestó David riendo.
—Jamás osaríamos, Pablito —apoyó su amiga.
—¿Sabes cariño? Me encanta cuando te llama Pablito, me hace
pensar en ti como en un chico malo al que hay que castigar para que
aprenda a comportarse —comentó David provocador, ya que era
consciente que a su pareja no le gustaba que le llamaran de ese modo.
—Dafne, tienes mi permiso para llamarme Pablito cuando quieras —
otorgó muy serio su amigo—. Sobre todo si David está cerca. Y David, tú
tienes permiso para castigarme cuando sea necesario.
Lo dijo tan serio que ni David ni Dafne pudieron evitar sonreír ante la
ocurrencia.

Dafne y Pablo estaban descartando las imágenes de la sesión del día


anterior al tiempo que mordisqueaban unas pizzas que habían pedido para
cenar, mientras, David veía la televisión y ganduleaba en el sofá.
Después de comer los tres juntos en el restaurante favorito de Pablo,
había sido arrastrada por aquellos dos por toda la milla de oro, entrando en
casi todas las tiendas por las que pasaban. Su mejor amigo siempre
encontraba algo en qué gastarse el dinero, aunque la mayor parte de las
veces se decantaba por los cinturones. Lo curioso era que rara vez llevaba
uno.
Cuando por fin llegaron a casa, Dafne tenía todavía pendiente el tema
de la selección de las fotos. Ya tenía las de la modelo que faltaba por no
haber viajado con las demás, ahora tenía que cerrar sí o sí el calendario y
mandarlo para que lo montaran y lo publicaran.
Dafne no entendía cómo se podían gastar tanto dinero en un
calendario sobre el que no sacaban ningún beneficio, después de todo no
estaba a la venta, la casa los regalaba a sus mejores clientes.
Ya podían ser buenos, pensó Dafne, al fin y al cabo ni ella ni las
modelos eran baratas, y mucho menos la semana a todo lujo en Hawái de
la que acababan de regresar.
Pero esa era una de las mejores partes de ser fotógrafa de famosos, de
campañas de moda y demás. Estaba claro que la crisis no afectaba a todos
por igual.
Hubo un tiempo en que se había planteado hacer otro tipo de
fotografías, más comprometidas, más artísticas, pero con un socio como
Pablo la cosa nunca hubiera cuajado y, al fin y al cabo, lo que ella quería
era mirar a través de su cámara, disfrutar de su propia perspectiva de las
cosas.
Desplegaba sus habilidades en su trabajo, por lo que sus fotografías
eran una mezcla de sus inquietudes artísticas y de lo que necesitaba el
cliente. Únicamente había rechazado un trabajo y fue por causas mayores.
Le habían pedido que le hiciera un reportaje a una celebrity que se casaba
con un millonario de los Emiratos Árabes. La idea era que apareciera con
diversos trajes de novia, aunque ninguno de ellos fuera el que finalmente
usaría en la ceremonia. Ni siquiera se planteó aceptar, se negó en redondo.
Ella no fotografiaba novias bajo ningún concepto. Su determinación
respecto a ese tema era tan definitiva que incluso se había negado a
fotografiar a su hermana, que se había casado hacía menos de dos
semanas. Las bodas y las novias le daban grima, mejor evitarlas y con ello
los malos recuerdos de su infancia.

Diego se encontraba inmerso en un gran dilema. Vicente era el


encargado de hacer las fotografías para el calendario que realizaban todos
los años y cuyos beneficios destinaban a una ONG. Estaban a finales de
agosto y aún no tenían nada hecho y, para colmo, el fotógrafo oficioso se
había lesionado las manos.
Año tras año iban alternándose, las chicas y los chicos, la confección
del calendario. El año anterior las compañeras habían recaudado más de
cinco mil euros y ahora, que les tocaba a los hombres posar y organizarlo,
se habían propuesto superar la cifra de las mujeres.
Al igual que sus propios compañeros, el primer pensamiento de
Diego tras saber del accidente de Vicente, había sido Dafne. No era un
secreto que se sentía atraído por ella y sus compañeros podían ser
cualquier cosa pero no tontos, y mucho menos ciegos.
Por eso habían visto la oportunidad perfecta cuando se encontraron
compuestos y sin fotógrafo para el calendario solidario. Era una manera
mucho más ortodoxa de que los dos pasaran un tiempo juntos, sin
necesidad de movilizar a todos los efectivos para que la rescataran de sus
habituales accidentes.
Y tras una votación el sí había vencido por mayoría y sus compañeros
lo mandaban a él para que presentara su causa frente ella, una profesional
de éxito que además conseguía que le hirviera la sangre cada vez que se
cruzaba en su camino. «Y, ¿se puede saber por qué narices va a aceptar?»
se dijo nervioso. Por mucho que sus compañeros le animasen, era una
causa suicida.
—Seguro que acepta —le habían confortado—. Si se encierra en el
balcón para verte y le prende fuego a la cocina... —comentó otro con
ganas de incordiar.
Ni siquiera le habían permitido negarse, aunque la idea tampoco se le
había pasado por la cabeza. Incluso Gema y Berta le habían dado consejos
sobre cómo conseguir que se interesara por el calendario benéfico.
Así que ahí estaba él, en la puerta de su casa, demasiado nervioso
para llamar y demasiado implicado con la empresa como para irse y
dejarlo todo correr.
—¡Dalo por hecho! —había exclamado Andrés, cuando por fin llegó
a sustituirle, pero su tono era más bien jocoso. Parecía divertirse más que
nadie con su incomodidad, en su categoría de mejor amigo, sabía lo que
esa mujer le hacía a su sangre y la idea de verlo disimular ante ella parecía
motivarle mucho.
Es por una buena causa, se animó a sí mismo, y, cerrando los ojos,
llamó al timbre mientras rezaba para que no hubiera nadie y pudiera decir
en el trabajo que lo había intentado pero que ella no estaba en casa, que
había salido a uno de esos viajes en los que estaba fuera semanas.
Escuchó los mini ladridos de Thor, en ese perro todo era mini, su
tamaño, sus ladridos... Todo excepto su mala leche, que era descomunal.
Comprendió que Dafne estaba en el país, no importaba dónde fuera, el
perrito siempre iba detrás de su dueña, sin embargo, afirmar que estuviera
en casa ya era aventurar mucho...
Cuando le abrió la puerta con unos shorts diminutos, sin sujetador,
descalza y con una camiseta de tirantes que se le ceñía a la perfección,
Diego instintivamente se cubrió con las manos sus partes más nobles. Ante
semejante visión, sus pantalones comenzaron a tirarle en esa zona, y no
era cuestión de que ella se diera cuenta.
—Hola, Diego, ¿pasas? —le ofreció amablemente. Ni siquiera
parecía sorprendida por su inesperada visita.
—Sí, me gustaría comentarte una cosa —aceptó la invitación.
Ella se apartó y lo dejó entrar. A pesar de la distancia, su perfume se
coló en su cabeza, embriagador y femenino...
En el salón estaba su amigo Pablo y el chico que salía anunciando su
marca de vaqueros favorita. Sobre la mesa había varias cajas de pizza y
estaban viendo una película en el Blu-ray. «Los Vengadores, buena
elección», pensó aprobador. Nuevo punto para la fotógrafa y sus amigos.
Dafne como buena anfitriona presentó a sus invitados. A Pablo ya le
conocía, se había encontrado con él varias veces en el descansillo, pero
aparte de los saludos de rigor no habían hablado nada más, el chico le
ofreció pizza y una cerveza, no obstante, en lo único en lo que pensaba era
en soltar la bomba y en marcharse rápidamente de la tentación que era
Dafne.
Estaba seguro de que ella no iba a aceptar su propuesta, una mujer
como ella debía tener sus compromisos cerrados y casi mejor para él. La
situación ya era bastante incómoda cada vez que se cruzaban en la finca
como para tener que trabajar con ella y encima ligeritos de ropa, por no
decir abiertamente desnudos. Los calendarios que realizaban siempre
habían tenido un punto picante y sexy, pero además, en esta ocasión, debía
de serlo mucho más si pretendían conseguir recaudar más de cinco mil
euros y superar a las chicas.
Cuando consideró que ya había sido amable con sus amigos, que
indudablemente eran pareja, se giró hacia ella y le repitió que necesitaba
hablar con ella. No fue necesario pedirle que fuera en privado.
Lo condujo hasta lo que parecía su despacho. Diego se mordió la
lengua para no reírse cuando Dafne estuvo a punto de caer de bruces al
suelo al tropezar con sus propios pies.
—¿Estás bien?
—Sí, he tropezado. Me pasa a menudo.
—Lo siento.
—Tranquilo, estoy acostumbrada a ello. Soy demasiado despistada.
Diego se calló y aceptó despistada en lugar de patosa.
La habitación en la que entraron estaba decorada con lo que parecía
su propio trabajo. Colgadas en las paredes había fotografías en blanco y
negro de todo tipo de cosas, desde manos hasta sombreros, algunos
collages eran fantásticos. El despacho estaba dominado por una gran mesa
de escritorio que iba de lado a lado de la pared, un ordenador de
sobremesa, un portátil y varias impresoras. Era un espacio habilitado para
dos personas: dos sillas, dos ordenadores...
Dos espacios en la mesa bien diferenciados, uno pulcramente
recogido y el otro repleto de negativos, latas de Nestea, envoltorios de
caramelos... Diego se dio cuenta de que tenía que decidirse a hablar,
parecía tonto ahí parado observando la habitación:
—No sé cómo decir esto —comenzó azorado por la intensa mirada
que ella le dirigía.
—¿Qué tal por el principio? —le animó ella sonriente.
—Vale, por el principio. Verás mi compañero Vicente ha tenido un
accidente y se ha quemado las manos —explicó tal y como ella le había
pedido, por el principio.
—¡Vaya! Lo siento —le dijo con amabilidad sin entender muy bien
qué tenía eso que ver con ella y con su sorprendente visita.
—Esta mañana te vimos en televisión, hacías fotografías para un
calendario, estábamos comiendo cuando apareciste en mitad de la pantalla
y todos los compañeros te vieron —se calló y la miró. Se dio cuenta que
parecía nerviosa, expectante por escuchar lo que él tenía que decirle—. En
comisaría todos los años hacemos un calendario, y luego donamos los
beneficios a una ONG. Este año nos toca a los chicos, nos organizamos por
sexos y es de alguna manera una especie de competición entre nosotros. El
año pasado las chicas donaron cinco mil euros a Greenpeace, nuestra
elegida de este año era Médicos Sin Fronteras, pero como Vicente, que era
quien se encargaba de hacer las fotos, se ha lesionado... Los compañeros
han pensado que quizá tú dispondrías de un par de horas para hacernos el
reportaje —dicha esta última parte de carrerilla, se calló para que ella
pudiera hablar.
—Verás, me encantaría ayudaros, pero tengo que consultarlo con
Pablo que es quien lleva mi agenda. Ahora mismo no tengo ni idea de si
dispongo de un par de horas libres. ¿Te parece bien si te contesto en unos
días? Así si finalmente no hay problema podemos concertar la fecha —
explicó ella amablemente, aunque su expresión ni aceptaba ni negaba.
—Me parece perfecto —comentó Diego. En ningún momento había
esperado que Dafne fuera a pensárselo siquiera.
—Genial, entonces quedamos así —ratificó Dafne con una sonrisa
que pretendía disimular su propio asombro por la rapidez con la que había
aceptado pensárselo. Ese hombre era peligroso, con él su vena racional se
transformaba en impulsiva.
—Sí, gracias —respondió mientras evitaba mirarle el escote. Tenía
que concentrarse en su cara para no hacerlo. Después de lo amable que
había sido con él, lo que menos pretendía era ofenderla clavando la vista
en sus tentadores pechos.
Dafne le acompañó a la puerta con cuidado, atenta para no volver a
tropezar y quedar en evidencia delante de él.
Al pasar por el comedor, Diego se despidió de los amigos de ella, que
seguían viendo la televisión, y se marchó a su casa, con el maldito
perfume de Dafne incrustado en la nariz y en su cabeza.
Capítulo 3

—A mí no me la das guapita, tú quieres hacerles el calendario porque


el de la porra te tiene loquita perdida —dijo Pablo cuando Dafne le
confesó que quería colaborar con la policía.
La noche anterior cuando Diego se fue, les había contado a él y a
David lo que le había explicado su vecino sobre el calendario solidario,
cómo por un accidente laboral se habían quedado sin fotógrafo y que, tras
verla en la televisión durante la sesión con Di Paliano, sus compañeros
habían pensado en ella para que sustituyera al amigo herido que iba a
encargarse de realizar las fotografías. Además había añadido, a modo de
justificación, que para ellos iba a ser publicidad positiva colaborar en la
creación de un calendario solidario.
—Tú siempre tan explícito Pablito —exclamó Dafne, ruborizándose
hasta la raíz del cabello. Su amigo le daba un nuevo significado a la
palabra «franqueza».
—Hija, las cosas claras y el chocolate espeso. Se te vio el plumero
anoche cuando lo viste en la puerta, pero si casi se te cae el short de la
emoción —continuó con su acostumbrada retórica.
—Vale es atractivo, me gusta —concedió al fin—, ¿qué hay de malo
en eso? —preguntó molesta por haberse visto obligada a confesar. Una
cosa era que se le notara un poco y otra muy distinta que Pablo la calara
tan profundamente.
—Nada mujer, no te pongas a la defensiva. Simplemente estaba
constatando un hecho. Ese policía te pone atómica y tú en lugar de pedirle
que te lea tus derechos, a saber: en privado, decides hacerles fotos a él y a
sus compañeros totalmente gratis, sin beneficios de ninguna clase, pues
qué quieres que te diga. Yo le exigía que me pagara en especia o si no nada
de nada. Al fin y al cabo, salís los dos ganando —le aconsejó su amigo,
que lo único que deseaba era que Dafne por fin se soltara la melena y se
dejara de remilgos.
—¡Serás bruto! —se quejó, aunque la idea de Pablo la atraía
poderosamente—. Aunque ya puestos, también te puede pagar a ti,
tampoco es que tú no le mires con ojos golositos.
—Ahora mismo estoy enamorado de David y no tengo ojos para nadie
más. Excepto quizás para Evelyne, la dependienta de Loewe y ese par de
buenas razones que me pone en la cara cada vez que paso por allí —se
mordió el labio al recordar a la voluptuosa morena.
—¿Otra vez vas a cambiarte de acera? —preguntó Dafne con
intención de molestarle. Después de lo borde que había sido con ella se
merecía su pulla.
—Cariño, yo vivo con un pie en cada lado. No me enamoro del sexo,
o del género, si te parece más correcto. Me enamoro de la persona, que sea
hombre o mujer para mí es anecdótico.
—Ya veo —comentó con desgana.
—Lo que ves es que no te voy a seguir el juego, y que por lo tanto no
voy a ofenderme por tu lengua viperina. De manera que si no me disgusto
no vas a tener ninguna razón para enfadarte conmigo y hacer tu santa
voluntad, que no es otra que hacerle las dichosas fotos al policía macizo
—Pablo suspiró mientras pasaba las páginas de su agenda—. El viernes
puedes hacerlo, tienes el día libre —concedió ante la sonrisa feliz de
Dafne—. En realidad tienes el fin de semana libre, pero si no vas a sacar
nada con esto, lo mejor es que las hagas el viernes, y así el fin de semana
podemos salir y trasnochar, que buena falta que te hace desfogarte un
poco. Estás empezando a perder hasta el color —la regañó muy serio.
—¡Qué malo eres! Además el calendario es por una buena causa —
recalcó Dafne.
—Sí, una buena causa. Por lo menos disfrutaremos de las vistas de
los torsos más musculosos y trabajados de todo el cuerpo de funcionarios
—se relamió su amigo.
—¿Vas a venir? —preguntó sorprendida, ya que después de la charlita
que le había dado no parecía dispuesto a acompañarla.
—Claro. Soy tu socio, además, como bien dices, es por una buena
causa —Pablo repitió el mismo argumento que ella había esgrimido
durante toda la conversación, aunque en sus labios sonaba un poco irónico
e incluso sarcástico—. El hecho que los policías me apasionen desde niño,
no tiene nada que ver con mi decisión de acompañarte —confesó mientras
le guiñaba un ojo.
—Eres malvado —se burló Dafne.
El aludido arqueó una ceja y torció la boca, signo inequívoco de que
la respuesta era incorrecta.
—Además de estar buenísimo y de ser el mejor amigo del mundo, por
supuesto —afirmó ella riendo.
—Eso está mucho mejor. ¡Chica lista! —aclaró arqueando una ceja—.
Voy a hacerme un café, ¿quieres uno?
—¿Estás de broma? La cafeína ahora mismo no es una opción para
mí.
Pablo obvió la respuesta que tenía en la punta de la lengua. La
cafeína, nunca era una opción para Dafne Llorenç.

Dafne y Pablo trabajaban en casa de Dafne. Años atrás habían


alquilado una pequeña oficina en la que apenas estaban, ya que el cuarto
oscuro de Dafne estuvo en su propia casa, al igual que lo estaba ahora que
había convertido uno de los tres cuartos de baño en su centro oscuro de
operaciones.
Decidieron que era tonto mantener el local teniendo una casa tan
grande, y se trasladaron a su casa. Cuando Dafne se compró el piso en
pleno centro de Madrid, reubicaron la oficina, al fin y al cabo, se pasaban
la vida viajando de un sitio a otro. El material de iluminación y demás
atrezzo, lo guardaban en el almacén, comprado tras su primera gran
campaña publicitaria, que estaba situado junto a unos famosos estudios de
televisión.
Pablo organizaba la agenda desde cualquier sitio y cuando viajaban
llevaba consigo la oficina al completo, es decir, su portátil, su iPhone y la
agenda electrónica con la que Dafne habría jurado y perjurado que su
amigo dormía, ya que apenas se despegaba de ella. La única vez que la
perdió de vista estuvo a punto de hacer que el avión en que viajaban diera
la vuelta para recuperarla. De no ser por la eficiente azafata que la
encontró debajo de su asiento, la experiencia hubiera sido un caos y
habrían terminado siendo vetados en las líneas aéreas con las que viajaban.
Pablo y Dafne eran amigos desde que en clase de párvulos, Pablo la
rescatara cuando se le ocurrió hacerse trenzas con plastilina. Su nuevo
amigo, dedicó toda la hora del recreo a intentar despegar la pasta azul de
su pelo. Al final el resultado fue, una media melena en lugar de su larga
melena habitual, y un amigo para toda la vida, mucho más insistente que
la plastilina. Sin ninguna duda sacrificar su cabello había valido la pena.
Pablo hizo de rescatarla una costumbre, y no solo de sus problemas
estéticos, sino de todos y cada uno de sus tropiezos, tanto físicos como
emocionales, quizás más físicos que emocionales, dada su tendencia a los
desastres. Por eso se habían arriesgado juntos en el trabajo, y la verdad era
que les iba de maravilla. Dafne realizaba las fotografías y Pablo todo lo
demás, desde elegir contratos hasta organizar los montajes. Siempre había
tenido un gusto exquisito, por lo que en su relación laboral, explotaban lo
mejor de cada uno.
Su amigo era una constante en su vida, al igual que lo era su familia.
No obstante, en las relaciones no buscaba la constancia, de hecho huía de
ella. Sus padres se habían divorciado cuando ella era muy pequeña y, desde
entonces, su madre se había pasado la vida despotricando sobre el
matrimonio y aleccionando a sus hijas sobre lo conveniente que era
evitarlo a toda costa, consiguiendo así que su hija mayor le tuviera alergia
a la palabra y pánico a la institución.
En cambio, la menor de ellas era como su padre, que se había casado
cuatro veces y todavía tenía la esperanza de encontrar una nueva esposa
que fuera finalmente la definitiva.
Chloe había soñado siempre con el día de su boda, era en esos juegos,
cuando Dafne se alejaba de Pablo y de su hermana, con la que solo se
llevaba dos años, y mientras ellos se peinaban, se vestían y fingían que se
casaban en una iglesia repleta de flores, ella se lanzaba a la aventura con la
vieja Polaroid de su padre, dispuesta a captar cualquier cosa que la
mantuviera alejada de ellos y de sus sueños de satén blanco y alianzas.
Durante su adolescencia, su afán por huir de las relaciones estables se
había traducido en buscarse los novios más impresentables que podía
encontrar. Con la madurez, la cosa tampoco mejoró mucho, hasta el punto
que con veintiocho años cumplidos, su experiencia se limitaba a relaciones
esporádicas poco satisfactorias. Tampoco es que con sus constantes viajes
pudiera establecer alguna relación seria, para conseguirlo habría que
esforzarse demasiado y Dafne no estaba dispuesta a arriesgar su cordura
por un hombre. Ya había tenido bastante con su madre y sus lamentaciones
cada vez que alguno la dejaba.
Así que, por muy atraída que se sintiera por su vecino, o por muy
sexy que este fuera, no podía suceder nada entre ellos. Era demasiado
peligroso tenerlo a veinte metros de su puerta cada día durante el resto de
sus días, acabaría colgada de él y terminaría como su progenitora,
maldiciéndose a sí misma por no poder retener al hombre que quería y
consolándose en brazos de hombres equivocados que solo le hacían sufrir,
algo a lo que no estaba dispuesta bajo ningún concepto.
Ella era una mujer adulta e inteligente y si decía que la idea del
calendario le atraía por tratarse de un tema solidario, tan importante en los
tiempos de crisis que vivía el país, era por el tema solidario y no por la
dichosa porra que tanto se le marcaba a su vecino, como había sugerido, o
más bien gritado, su querido amigo Pablito.
Capítulo 4

El miércoles, cuando por fin llegó a casa tras una sesión agotadora
para la revista InStyle España, se encontró con una sorpresa. En cuanto
salió del ascensor, después de hacerse daño con el hombro empujando la
puerta para que se abriera, ya que llevaba las manos llenas con las bolsas
de la compra y las cámaras, comprobó que había algo diferente en su casa.
Al salir del trabajo se había acercado a por suministros al hipermercado y
se había emocionado tanto comprando alimentos que no sabría cómo
cocinar, que al salir del coche le faltaban manos para cargar con todo.
Se paró de sopetón. Las manzanas se salieron de la bolsa cuando las
soltó de golpe. Algo inesperado se desarrollaba en el interior de su piso,
salía música de su interior y ella, a pesar de sus habituales accidentes
domésticos, estaba segura de que no se había dejado nada encendido, al
menos todo lo segura que Dafne podía estar.
Durante dos minutos estuvo parada frente a su puerta sin decidirse a
entrar, tentada en pedirle a Diego que la acompañara por si realmente
había un intruso en su casa. No obstante, descartó la idea por tres motivos
completamente razonables, el primero consistía en que si todo era una
falsa alarma y simplemente se había dejado la radio encendida, creería que
era una excusa para estar con él. La otra opción era añadirle un motivo
más en su larga lista de accidentes, para que él la catalogara como desastre
con piernas y la tercera iba encaminada hacía el bienestar del propio Diego
que probablemente acababa de acostarse y no le haría ninguna gracia que
lo molestara. Vaya, al parecer también había un cuarto punto; recién
levantado estaría irresistible y con su suerte olvidaría lo que quería
pedirle... Y no era plan volver a quedar como una boba ante él.
Decidida a hacer frente a lo que fuera que la estuviera esperando en
su casa, sacó las llaves del bolso y comprobó que no habían forzado la
cerradura. Suspiró aliviada, definitivamente había sido ella quien se había
dejado la música puesta, era la única explicación con sentido, los ladrones
no tenían llaves.
Su confianza se desvaneció cuando al entrar le vino un maravilloso
olor a comida casera. ¡Vaya, ahora resultaba que los ladrones sí que tenían
llaves y encima cocinaban! Iba a darse la vuelta y marcharse sin mirar
atrás cuando una versión suya quince centímetros más alta y con delantal,
salió de la cocina.
—¿Qué narices haces tú aquí? Tendrías que estar de crucero por Italia
con tu marido —le espetó a su hermana cuando por fin pudo hablar.
—Me he separado —explicó Chloe tranquilamente.
—¿En la luna de miel? ¿Estás loca?
—No estamos hechos el uno para el otro —comentó como si esa
fuera la respuesta justa.
—¿En tu luna de miel? —volvió a preguntar Dafne cada vez más
alucinada con la tranquilidad de su hermana.
—¿Quieres dejar de decir eso? Te repites mucho, Daf —la regañó
como si nada.
—Vale. Voy a intentarlo, pero no te prometo nada. ¿Sabes que
probablemente tu matrimonio entre en el récord Guinness por ser el más
corto de la historia? —le vaticinó Dafne.
—Ni siquiera he conseguido eso, lo he mirado. El matrimonio más
corto se lo llevó una tal Sara que tras casarse se fue de luna de miel con el
mejor amigo de su marido —explicó con un deje de tristeza.
—¡Definitivamente estás loca!
—Casi prefiero lo de «¿en tu luna de miel?» —refunfuñó Chloe
molesta por la crítica. Si por lo menos hubiera conseguido el récord...
—Genial, porque tengo otra mucho mejor que te va a encantar, ¿lo
sabe mamá?
—¡Cómo te pasas! —la acusó con los ojos abiertos por la sorpresa.
Lo que menos esperaba de Dafne era que la traicionara de ese modo. Su
madre era la última persona en el mundo en la que le apetecía pensar.
—¿Qué yo me paso? Ahora mamá dejará de hablarme por tu culpa,
seguro que cree que han sido mis ideas sobre el matrimonio, ideas que ella
me ha inculcado, las que han hecho que tú, dejes a tu perfecto y adinerado
marido. Y ya sabes que ella lo adora, ¡Dios! Si es al único hombre que
soporta en todo el universo.
—No te preocupes por eso, en realidad voy a volver a casarme, algún
día, cuando encuentre al hombre ideal para mí —explicó con ojos
soñadores.
—Se supone que ya lo habías encontrado —comento Dafne ante la
actitud infantil de su hermana.
—Eso creía yo... pero por eso estoy aquí, contigo. Vas a ayudarme a
encontrar a mi marido ideal.
—Chloe, estás loca. Has cogido una insolación en el barco y por eso
haces estas cosas tan descabelladas. No puede haber otra explicación —
dijo mientras le posaba la mano sobre la frente.
—No, eres justo lo que necesito y tú me necesitas a mí...
—Ni lo sueñes —cortó su hermana.
—No seas pueril, deja que te explique mi plan —pidió empezando a
enfadarse.
—¿Qué yo soy pueril? Perdona, pero la que hizo una boda fastuosa
hace dos semanas fuiste tú, la misma que ahora se presenta en mi casa...
—se cortó de repente—. Por cierto, ¿cómo has entrado?
—Una señora mayor me vio abajo, me preguntó si era tu hermana, le
dije que sí y me invitó a su casa. Luego me dio esto —dijo señalando el
llavero de Dora Exploradora—, y me aconsejó que te cuidara un poco
porque eras un desastre y voilá. Esa es la idea. Hasta que encuentre algún
trabajo en Madrid, seré tu asistente, no, seré la asistente de tu asistente,
seguro que Pablito estará encantado. Cocinaré, llevaré la casa, impediré
que te quedes encerrada en el balcón —dijo esto último con guasa.
—Voy a matar a la vieja chismosa —gruñó Dafne.
—Eres mi hermana no me puedes dejar tirada, va contra la ley —se
defendió.
—No te dejo tirada, deberías volver con tu marido...
—¡No puedo! —lloriqueó Chloe—. Me bajé del barco en Roma
porque me lo encontré con otra. El muy cabrón se estaba tirando a Begoña
en nuestra luna de miel —explicó llorando.
En ese momento Dafne hubiese cogido un helicóptero o lo que
hubiese sido necesario y habría abordado el barco para cortarle las pelotas
a su queridísimo cuñado.
—Tranquila cariño —la consoló mientras la abrazaba y le acariciaba
los mechones rebeldes de su pelo corto—. Tranquila.
—Ni siquiera me has preguntado quién es Begoña —hipó su hermana.
—¿Quién es Begoña? —preguntó cansada. Chloe era capaz de
controlar una conversación hasta en un momento como el que estaba
viviendo.
—Begoña es la camarera del restaurante del barco. ¡Y pensar que me
caía bien con su carita de buena!
—Nunca has tenido muy buen ojo para las personas —le dijo Dafne.
—Gracias por recordármelo en este momento —gruñó. Las dos se
miraron un momento y comenzaron a reír sin poder parar, transformando
su tensión en una risa liberadora.
—En realidad —dijo Chloe cuando se calmó—, tampoco está tan
mal. Ahora me quedaré a vivir contigo en uno de los mejores barrios de
Madrid y encontraré al marido ideal, fiel y rico, y tú tendrás comida en
condiciones y asistente personal, por supuesto solo hasta que encuentre
trabajo.
—Por supuesto —confirmó Dafne.
—¿Eso es un sí? —preguntó esperanzada.
—¿Se me permite decir que no? —interrogó conociendo de antemano
la respuesta.
—La verdad es que no.
—Entonces es un sí. Venga vamos a comer algo, lo que sea que hayas
hecho huele genial.
—¿Invitamos al policía a comer? —ofreció burlona su hermana.
—¡Voy a matar a la señora Aurora! Será chismosa.
—No la culpes a ella, sabes que se me da muy bien sonsacar
información a la gente.
—Cierto. Te culparé a ti, pero después. Ahora si me das de comer eso
que huele tan bien, te cuento los detalles que la señora Aurora no te ha
contado.
—De acuerdo —dijo Chloe ya más tranquila—, pero quiero todos los
detalles, no omitas nada.
Dafne emitió un gruñido poco femenino en respuesta.
—Por cierto, ¿lo del llavero de Dora es una señal para que el
susodicho se dé cuenta de que estás interesada? Ya sabes, Diego. El primo
de Dora, el que le acompaña en sus aventuras...
—¡Dios mío, estás chalada! ¿Cómo puedes ser tan retorcida? —se
quejó.
—Con mucha práctica.
Y dicho esto se dio la vuelta muy digna y se metió en la cocina para
apagar el fuego y servir la comida. Dafne siguió a su hermana en silencio.
«¡Adiós tranquilidad!» se dijo, Chloe era peor que un tsunami, tenía tal
energía que agotaba a todos los que estaban a su alrededor solamente
hablando, pero lo peor de todo era que se iba a empeñar en hacer de
casamentera con ella y el vecino, y gracias a la señora Aurora, conocía
todos y cada uno de los encuentros y desencuentros de la pareja.
Capítulo 5

Varias horas después, Dafne se sentía tonta mientras esperaba a que


Diego le abriera la puerta, «¿¡cómo no se me ocurrió pedirle el teléfono!?»
pensó. Seguro que no estaba o peor estaba durmiendo y su interrupción lo
pondría de mal humor.
Además no quedaba muy bien que estuviera allí para decirle que
aceptaba realizarles las fotografías para el calendario. Si hubiese tenido su
número, hubiese hecho que Chloe le llamara para comunicarle su decisión,
eso hubiera sido lo más adecuado, dándole un toque más profesional a la
situación y al mismo tiempo haciendo que su hermana se sintiera parte de
su nuevo trabajo.
Se oyeron unos pasos y unos segundos después cómo le daban la
vuelta a la llave, y ahí estaba Diego, en bermudas y con una camiseta de
manga corta. Se le escapó la sonrisa al verle con ropa normal, era la
primera vez que se lo encontraba así. Lo había visto con el uniforme,
incluso sin camisa, pero nunca con ropa normal de calle y la verdad era
que impresionaba bastante.
—Hola, ¿quieres pasar, Dafne? —le ofreció mientras se apartaba para
dejarla entrar, aunque no lo suficiente rápido como para que no se rozaran
al hacerlo.
Iba a ser lo mejor, se dijo. Estaba casi segura que su querida
hermanita estaba pegada a la mirilla de la puerta, intentando escuchar todo
lo que decían. Si aceptaba su ofrecimiento y entraba en su casa, se iba a
quedar con las ganas de saber de qué hablaban, además, ¡qué narices!
Sentía curiosidad por ver su casa por dentro.
—Gracias.
—¿Te apetece una cerveza? —preguntó mientras se dirigía a la cocina
girándose para ver si Dafne le seguía.
—Sí, gracias —contestó esta, mientras con su mirada fotográfica,
tomaba nota de los detalles que conformaban su casa.
La cocina estaba decorada en tonos plateados, blancos y negros, a
pesar de las baldosas oscuras y los electrodomésticos plateados, los
armarios blancos, daban luminosidad a la estancia. Un enorme ventanal
permitía que entrara la luz de la galería. Dafne se dio cuenta que Diego
sabía cocinar. En un rincón de la amplia encimera había una gran
colección de tarros de especias, y colgados sobre la isleta de la misma
había cacerolas, pucheros... Pero sobre la encimera destacaba
principalmente por su tamaño, una batidora XXL.
Diego le tendió una Mahou bien fría, que ella aceptó de buena gana.
El líquido fresquito entró en su cuerpo relajando un poco la tensión que
sentía en esos instantes, fruto de la compañía y de la cafeína que contenía
su sistema. Después de comer con su hermana, habían estado hablando sin
parar de infinidad de cosas, y todo ello sin poder levantarse del sofá en el
que se habían sentado después del café. Cada vez que había intentado
moverse para ir a la cocina, su hermana la había retenido con algún nuevo
tema de conversación o bien haciéndole sentir culpable por dejarla con la
palabra en la boca.
—Verás, Diego —comenzó nerviosa, estar cerca de él ya la alteraba y
si a eso le añadía que estaban en su casa los dos solos, pues de nerviosa
pasaba a alterada, en el sentido figurado de la acepción—, he venido a
decirte que acepto haceros las fotos para el calendario. Os las realizaré el
viernes a las siete de la mañana, me gusta la luz matutina, es perfecta para
hacer fotografías —explicó con ojos brillantes.
—De acuerdo, como tú digas, eres la jefa. Muchas gracias por aceptar
—dijo. Parecía sorprendido de no recibir una negativa.
—Solo una cosa más —comentó mientras se levantaba del taburete
en el que se había sentado para tomarse la cerveza—. Os haré las fotos, las
digitalizaré, borraré imperfecciones y os las enviaré. El calendario es cosa
vuestra. Yo solo me encargo de la parte artística.
—Claro, claro. Lo entiendo y te lo agradezco. Supongo que lo demás
lo podrá hacer cualquier compañero o podemos mandarlo a algún sitio
para que lo hagan.
—Bien, pues entonces nos vemos el viernes —se despidió Dafne, con
tan mala suerte que al hacerlo golpeó con el pie el taburete en el que se
había sentado y, al intentar evitar que cayera al suelo, le dio un codazo al
botellín de cerveza y este se deshizo en mil trocitos diminutos de cristal.
Dafne no sabía dónde esconderse, avergonzada por su torpeza, los restos
del líquido ambarino que no había bebido se habían desperdigado por el
suelo junto a los cristales. ¡Menudo desastre había ocasionado!
—Lo siento Diego, dame una escoba y te recogeré el estropicio —le
pidió muy sería con las mejillas coloradas por la vergüenza.
—Tranquila, no te preocupes —dijo él, mientras se encaminaba a la
galería a por la escoba y el recogedor.
¡Dios! Por qué tenían que pasarle a ella estas cosas tan humillantes,
con la de personas que había en el mundo y siempre le tocaba a ella meter
la pata en los peores momentos.
Dafne se maravilló al ver a Diego escoba en mano, los movimientos
de su cuerpo mientras barría estaban haciendo estragos en ella. Ese
hombre era una cajita de sorpresas, guapo y eficiente escoba en mano, una
verdadera joya. «Pero qué narices estoy pensando yo ahora», se regañó.
«El poli solo me interesa para un ratito de felicidad, para guisar ya tengo a
Chloe».
—Ya está, ¿ves que rápido? —le preguntó para que se sintiera mejor.
—De verdad que lo siento —volvió a disculparse.
—Ya te he dicho que no ha sido nada.
—Bueno, me voy antes que te rompa otra cosa —comentó Dafne
sonriendo tímidamente, ya que no era una burda excusa sino la pura
verdad.
Diego no dijo nada, simplemente le devolvió la sonrisa. Al cruzar el
salón mientras la acompañaba hasta la puerta, Dafne se paró de golpe,
haciendo que Diego chocara contra ella y que sus manos fueran a parar a
su trasero en un intento por evitar el impacto.
—No puedo creer que tengas la colección completa —dijo ella de
repente.
Diego levantó la vista del lugar donde segundos antes habían estado
sus manos y miró en la misma dirección que ella.
En la estantería flotante que había sobre la enorme televisión de
plasma, estaba la colección completa de Detectives Juveniles, la saga
juvenil que su abuela había escrito hacía ya más de dos décadas. Una saga
que todavía seguía editándose y que le rellenaba la cuenta bancaria cada
seis meses.
—¿Te gustan? —preguntó divertido por su expresión maravillada.
—Por supuesto que me gustan, yo era su mayor fan, por mucho que
Chloe dijera que era ella y que Pablito se disfrazara como Lucas. Amanda
Felt es una de mis escritoras favoritas, su saga nunca pasará de moda,
aunque no haya vampiros —dijo en tono jocoso—. Los tres estábamos
enamorados de Lucas, era muy inteligente y muy guapo —rió ante la idea,
pensando que él no la comprendería.
—Bueno te lo agradezco —le contestó burlón
Ante la cara de desconcierto de ella, Diego se lo explicó.
—Amanda Felt era mi abuela. Murió hace seis años.
—Vaya que bocazas soy. Lo siento mucho —se disculpó por traerle a
la memoria algo tan doloroso como la muerte de un ser querido.
—Tranquila, hace mucho tiempo. Además, has dicho que Lucas era
guapísimo... ¿Y sabes una cosa? Mi abuela escribió ese personaje
tomándome a mí como modelo, así que te perdono el recuerdo. Ya que me
has subido el ego, por lo menos tres grados —dijo fingiendo seriedad.
—Pues me alegro mucho de haberte sido de utilidad —Dafne le
siguió la broma, mientras retomaba el camino hacia la salida.
Él respondió con una sonrisa
—¿Por eso te hiciste policía? ¿Querías resolver casos como el
personaje de tu abuela? —preguntó mientras recorría la distancia que la
separaba de la puerta.
—Más bien era él quien quería resolverlos tan bien como lo hago yo,
¿no sabes que durante años fui la única persona que lograba encontrar las
llaves de la señora Aurora?
—La señora A...
—No se lo digas o no me perdonará nunca —rió cortando su discurso.
—¡Vieja bruja! Y encima se ríe de mis pequeños cataclismos —
comentó frunciendo el ceño.
—Bueno pequeños lo que se dice pequeños...
—Hasta el viernes, Diego. Me voy a ir antes de que me arrepienta de
haberte dicho que sí —se despidió riendo.
—Nunca te arrepentirás de haberme dicho que sí —respondió él de un
modo que parecía más una promesa que una realidad.
Capítulo 6

El viernes, puntuales como un reloj, llegaron los tres amigos hasta la


comisaría en la que trabajaba Diego. Dafne iba pensando en las escenas
que iba a fotografiar, barajaba diversas opciones que hicieran que el
calendario fuera interesante, elegante y al mismo tiempo picante. Este
último ingrediente era el que hacía que un producto como ese se vendiera
o no. Chloe estaba nerviosa, porque su hermana había aceptado contratarla
como chica para todo y esa era su prueba de fuego. Y Pablito iba pensando
en sus cosas: unas ideas recurrentes en las que intervenían policías con
uniformes, porras y esposas y que le rondaban por la cabeza desde los
catorce años.
Una vez presentada toda la plantilla, Dafne pudo comprobar que
durante sus «rescates» casi los había conocido a todos. Los estudió con
aire profesional, había buen material para el calendario, lástima que las
mujeres no participaran, hubiese sido una idea innovadora que el
calendario fuera mixto.
Visualizó lo que quería hacer y se dejó a Diego, a su amigo Andrés y
a Tomás para el final, sin duda eran los más atractivos. Les haría fotos
individuales y se centraría en agrupar a los otros para que salieran justos
los doce meses del año.
Se negaba a fotografiar el típico calendario en el que los policías
salían ligeros de ropa, sudorosos y sin fundamento. Llevaba desde el
instante en que aceptó hacerlo dándole vueltas a la idea de hacer algo
diferente. Todavía sin saber muy bien lo que quería, guiándose solo por su
instinto, se volcó en su trabajo, aprovechó la primera luz en el patio de
entrenamiento y después trasladó el escenario a los vestuarios, jugó con
toallas y torsos mojados y sacó provecho de los cuerpos musculados de los
modelos, centrándose más en la idea de sugerir que de enseñar. Todos se
mostraron profesionales y poco pudorosos. Cuando hubo terminado de
fotografiar a los grupos se centró en los otros tres.
En ningún momento perdió su aire profesional, mientras que Chloe y
Pablo se removían incómodos en las banquetas. Parecía que fuera la
primera vez que veían a hombres atractivos con poca ropa.
—Necesito... —se quedó callada pensando qué atrezzo pondría en la
foto.
—Una porra —dijo Pablo mientras la miraba desafiante para que
negara que era exactamente eso lo que necesitaba. Tanto Dafne como
Chloe captaron el doble sentido de sus palabras.
—Sí, una porra y una gorra también —Ratificó ella con las mejillas
encendidas.
—Cuánto más grande mejor —comentó Pablo con cara de santo.
Chloe, a quien no se le había escapado la intención de su amigo al
decirlo, soltó una fuerte carcajada, pero en cuanto su hermana la miró tan
seria se calló de golpe. No era plan de molestar a la jefa el primer día de
trabajo.
—¡Ya lo tengo! —exclamó eufórica—. Pablo, búscale a Chloe una
camisa que le sirva, una gorra y unos pantalones de uniforme, va a salir en
las fotos.
—¿Qué dices? —el horror era evidente en la chica.
—Una idea fabulosa —elogió Pablo que había comprendido la idea
de su amiga—. Aunque yo también le añadiría una corbata, unos taconazos
y una fusta.
—Me gusta, consíguelo —pidió sin perder su aire profesional.
Media hora después, Chloe apuntaba con su porra a Andrés, mientras
iba subida en unos zapatos de tacón de aguja de quince centímetros. Dafne
comenzó a lanzar fotografías a la pareja que conectó inmediatamente. La
escena se volvió sexy y natural, el ambiente se cargó de electricidad y la
fotógrafa consiguió la foto de portada que tanto había ansiado. Una
imagen agresiva y sensual, pero principalmente erótica, acorde con la
moda actual y la demanda, el calendario iba a ser un éxito, estaba segura.

Diego se sentía extrañamente nervioso, estaba casi desnudo frente a


una mujer atractiva que parecía observarlo con lupa. El hecho que lo
hubiera dejado para el final, no ayudaba mucho a tranquilizarlo. Tras la
sesión de Andrés y Chloe, que había alterado los ánimos a todos, Diego era
incapaz de apartar de su mente las escenas tórridas que saturaban su
imaginativo cerebro, lo que le llevaba a que cierta parte de su anatomía, le
estuviera jugando malas pasadas.
Intentando controlarse se dedicó a darle vueltas a otros temas menos
peligrosos, pero que no se alejaban mucho del objeto de sus fantasías. ¿Por
qué narices había elegido a Tomás y no a Damián, que estaba mucho más
cuadrado? ¿Sería que Tomás le gustaba? Elucubró. Ya le había comentado
en una ocasión que el rubio le atraía. En ese momento se lo había tomado a
broma, pero ahora no estaba tan seguro de ello, aunque por otro lado, ¿qué
le importaba a él que a ella le gustara su compañero?
El roce caliente de sus manos le sacó de golpe de sus divagaciones.
—¿Puedes recolocarte la toalla?
—¿Perdón?
—Necesito que se te vea un poco más la pelvis —pidió sin alterarse.
Era sorprendente ver cómo Dafne se transformaba cuando estaba
trabajando, sus maneras eran seguras y decididas, y se notaba en todo
momento que sabía lo que quería y cómo lo quería.
—Creo que será mejor que se la pongas tú, Daf —aconsejó Pablo—.
Así seguro que queda exactamente como tú quieres que quede.
Diego se estremeció solo al imaginarse sus dedos rozándole la
delicada piel de las caderas, de... «¡Mierda! Piensa en algo triste, piensa en
algo triste...» se repitió intentando que su cuerpo no reaccionara.
—Sí, mejor. Diego, por favor, levántate.
Con la cara impasible y los dedos temblorosos, Dafne desenrolló la
toalla de las caderas del hombre semidesnudo que tenía delante y volvió a
ponerla de manera que dejara más piel al descubierto. El pequeño slip que
llevaba no era suficiente como para ocultar las partes más notables de su
más que notable anatomía. Estaba a punto de darse la vuelta y volver a su
sitio cuando se atragantó con su propia saliva, y le sobrevino un ataque de
tos tan fuerte que se tambaleó sobre sus pies, consciente de que el
equilibrio no era una de sus habilidades se agarró a aquello que tenía más
cerca... Diego dejó escapar un gemido que Dafne no supo dilucidar si fue
de dolor o de otra cosa. Consciente de lo que estaba asiendo, lo soltó tan
rápido que cualquiera hubiera dicho que quemaba, y no hubiese ido muy
errado, la parte del cuerpo de Diego que la había salvado de la caída estaba
caliente y firme, muy, muy firme.
Tomó nota mental de que le debía una muy gorda a Pablo, por su
culpa acababa de hacer el mayor ridículo de su vida, y el más placentero,
volvió a tomar su cámara consiguiendo con ello olvidarse del calor
abrasador que sentía.

—¿Cómo podemos pagarte por tu ayuda? —preguntó Diego, una vez


terminada la sesión mientras la acompañaba al coche. La hermana de
Dafne y Andrés iban detrás de ellos absortos en una conversación que
duraba ya más de media hora. Seguían sonrientes y mirándose con ojos de
cordero degollado, al parecer y sin proponérselo, había ejercido de
celestina con la parejita estrella del calendario.
—Puedes invitarme a cenar —ofreció Dafne en un ataque de valentía.
—Hecho. Te recojo a las nueve —dijo Diego antes de que ella se
arrepintiera de sus palabras—. Ponte cómoda, vamos a cenar a una tasca,
no hace falta que te arregles mucho, el ambiente es informal, lo
importante es la comida.
—De acuerdo —aceptó mientras esperaba a que llegaran sus amigos.
Cinco minutos después, los tres amigos se marchaban a disfrutar de
su fin de semana libre. Aunque Dafne no estaba tan impasible como
cuando llevaba la cámara en las manos.
Capítulo 7

Pasaban tres minutos de las nueve cuando Diego llamó al timbre de


Dafne, con el pelo húmedo, una camiseta blanca que marcaba sus brazos
bronceados y unos vaqueros desteñidos. En cuanto esta abrió la puerta,
Diego pudo oler el embriagador perfume que la envolvía, no había
conseguido sacárselo de las fosas nasales en todo el día, incluso se
cuestionó si todo se reducía simplemente a que se había obsesionado con
el tema. Alejó de su mente ese pensamiento, para centrar toda su atención
en la mujer que le sonreía.
Dafne iba tal y como él le había pedido, informal. Llevaba una mini
vaquera que dejaba al descubierto sus bien formadas piernas, unos zapatos
de cuña y un top de tirantes rojo. Le costó varios segundos recobrar la voz.
—Hola Diego, qué puntual —le saludó ella amablemente, ante el
silencio de Diego.
—La puntualidad es uno de mis mayores defectos —contestó
sonriendo.
—Querrás decir virtudes.
—No, defectos, algún día lo entenderás. De momento prefiero
preservar la buena opinión que tienes de mí —explicó fingiendo seriedad.
Ella rió y su risa, al igual que su voz, sonó ronca y sensual lo que
consiguió que Diego volviera a centrar su atención en su acompañante.
—Estás preciosa, ¿nos vamos?
Tal vez si sus pies se ponían en movimiento conseguiría que su
cerebro también lo hiciera.
Bajaron en el ascensor hasta el aparcamiento. El silencio fue roto por
el pitido del coche cuando Diego le dio al mando a distancia abriéndolo
antes de llegar. Amablemente le abrió la puerta a Dafne para que entrara y
cerró tras ella. Una vez en marcha, Diego puso bajita la música y se
estrujó la mente intentando encontrar un tema de conversación con el que
apartar su atención de las piernas de su acompañante.
Al parecer la incomodidad era mutua porque fue ella quién inició la
charla.
—¿Dónde vamos? —preguntó suavemente.
—A la tasca Casa Iñaki. Ya verás como te gusta —comentó divertido.
Dafne tenía cero posibilidades de superar la prueba a la que sometía a las
chicas con las que salía. Estaba harto de mujeres que se mataban de
hambre para cuidar la línea. De señoritas que se creían lo más y que no
eran capaces de comer en un bar normal y corriente en el que no se
sirviera la comida en platos de porcelana con diminutas raciones.
—La conozco. Está muy bien —contestó tan feliz. Diego abrió mucho
los ojos, sorprendido por su respuesta.
—¿Has estado allí? —preguntó todavía ojiplático.
—Sí, claro. Tienen unos callos estupendos. Fue uno de los primeros
lugares que visité cuando empecé a salir por Madrid. Aunque desde
entonces he ido varias veces más —explicó como si nada.
—¡Genial! Me alegra haber acertado —se limitó a decir totalmente
asombrado. Dafne era sin duda como un huevo Kinder, dulce por fuera y
con una sorpresa por dentro. Y la idea de ver lo que había dentro de ella le
llamaba poderosamente la atención.

Cuando entraron a la tasca fue el propio Iñaki el que se acercó a


saludarles, y Diego comprendió que Dafne había estado allí más veces de
las que había confesado, ya que el dueño la saludó cariñosamente por su
nombre. Incluso los sentó en su mejor mesa, hito que él jamás había
conquistado a pesar de ser un cliente habitual.
Diego comprobó asombrado como Dafne no le hacía ascos a la
comida y mojaba los callos con el exquisito pan de pueblo que servían allí.
Después de hartarse a comer, todavía le hicieron un hueco al postre. Si
bien se negó a comer arroz con leche, no hizo lo propio con el flan de
huevo que le trajo el camarero cortesía de Pura, la cocinera.
Durante la comida bromearon y charlaron de cualquier cosa, Diego
descubrió que Dafne era una mujer sencilla que estaba donde estaba
gracias a su trabajo y su esfuerzo, y Dafne obtuvo la respuesta a la
pregunta que le rondaba desde hacía tiempo en la cabeza.
—¿Cómo es que vives en una zona como la nuestra? —pregunto
curiosa.
—Mi casa es una herencia. Ya te conté que mi abuela era Amanda
Felt —explicó Diego—. Es donde siempre he vivido, por eso conozco a
todos los vecinos. De hecho mi abuela era íntima de doña Aurora —
comentó, pero a Dafne se le encendió en seguida la bombilla.
—Así que fuiste tú quién le pidió a doña Aurora que se ofreciera a
guardarme una llave de repuesto —adivinó
—Ya ves, deformación profesional. Después del segundo incidente
pensé que necesitabas un poco de ayuda extra —bromeó él.
—Gracias, la verdad es que me ha venido muy bien en varias
ocasiones. Lo único que no te perdono es que por tu idea, tenga metida en
casa a mi hermana de forma indefinida.
—Ya será menos, parece encantadora —comentó amablemente.
—Tú lo has dicho, parece —sentenció—. Te perdono si me prestas los
dos últimos libros de la colección Detectives juveniles. Nunca pude
hacerme con ellos.
—Dalo por hecho —concedió Diego riendo por la ocurrencia.
—Entonces, puedes considerarte perdonado —dijo ella muy seria.
—¿Sabes? Todavía me emociona que mi abuela tenga tantos
admiradores. Siempre he sentido que mientras Lucas North viva en el
recuerdo de sus lectores, de alguna manera ella también lo hará.
—Eso es muy bonito.
Diego rió entre divertido y desconcertado.
—Pareces sorprendida. Mi ego acaba de descender en picado —se
quejó sonriendo.
—Te tengo calado, señor policía. He descubierto que tu ego es
muchísimo más resistente.
—¿En qué te basas para decir eso? —Dafne acababa de lanzarle el
anzuelo y él estaba más que dispuesto a picar.
—Para empezar... —se sonrojó sin poder continuar la frase.
—¡Dímelo! No puedes dejarme así.
—Te he visto casi desnudo. Sé de primera mano que tu ego es
indestructible —confesó con timidez.
—No te entiendo.
—¿Buscas halagos?
—Hombre, nunca vienen mal, sobre todo si te los lanza una chica
preciosa y sexy.
—Dios mío, eres mucho más seductor de lo que había imaginado —
se rió Dafne—, y eso te hace aún más peligroso.

Eran las tres de la madrugada cuando regresaron a casa, seis horas


después de encontrarse en la puerta de Dafne, y ninguno de los dos podía
dejar de hablar. Ella le había invitado a cenar al día siguiente, esta vez iba
a ser Dafne quien eligiera el restaurante. Consciente de que ni el lugar ni
la comida elegida por él eran habituales para una primera cita, había
decidido que le tocaba a ella mover ficha y estaba dispuesta a mostrarle
que en cuestión de extravagancias, ella era una experta. De hecho, ya tenía
pensado incluso el menú. Iba a llevarlo a Casa Francesc para que se
comiera una caragolà, si él le había dado callos, ella le iba a dar caracoles.
Y a ver quién probaba a quién.
Diego había aceptado la salida solo si era él quién conducía. Después
de los dos traspiés que Dafne había dado durante la velada, había llegado a
la conclusión de que era incapaz de no accidentarse al menos una vez al
día. Y la idea de dejarla conducir no le atraía lo más mínimo.
—¿Y se puede saber qué tienes en mente para mañana? —interrogó
mientras inconscientemente alargaba la mano para agarrarla por el brazo
cuando ella se tambaleó sobre sus cuñas.
—La verdad es que no, vas a tener que esperar. Es una sorpresa —dijo
con una sonrisa maliciosa en sus labios. Había tenido suerte que a ella le
gustaran ese tipo de comida y que se adaptara a cualquier ambiente
porque, ¿qué clase de cita le había organizado?
Diego se quedó parado embelesado en su sonrisa malévola. Sus labios
carnosos y rosados le atraían poderosamente. Sin pensar mucho en dónde
estaban se lanzó a devorar su boca en el ascensor que les llevaba hasta su
planta. Ni siquiera fue capaz de aguantar el tiempo suficiente para abrir la
puerta y dejarla salir.
Dafne, aunque al principio pareció sorprendida por el sensual ataque,
se recobró rápidamente y le devolvió el beso con las mismas ganas con las
que lo recibía. Anhelando sentirle se pegó a su cuerpo y se agarró a su
cuello mientras sus lenguas se enredaban ansiosas.
Diego la aplastó contra el espejo del ascensor mientras no dejaba de
devorarla. Dafne era sabrosa y adictiva, su boca, la delicada zona de su
garganta... Con ansia difícilmente contenida elevó las manos hasta sus
pechos que subían y bajaban rápidamente acompasados a su respiración
jadeante.
Tembloroso por el deseo que le corría líquido en las venas, separó la
tela de su camiseta y hundió los dedos en la cremosa tez que escondía el
sujetador. El gesto endureció la sensible piel, que absorbía ávida cada
caricia que él le dedicaba. Dafne había dejado de pensar, solo podía sentir
el sabor del hombre que la tenía entre sus brazos, su calor y la presión de
su duro cuerpo sobre el de ella, más menudo y suave, pero igual de
ardiente y necesitado.
Estaban a punto de fallarle las rodillas cuando el ascensor se puso en
movimiento y los bajó de nuevo hasta la planta baja. Diego se separó de
Dafne confuso, todavía perdido en la neblina roja de su deseo, mientras las
caras sonrientes de Chloe y Pablo les saludaban algo achispadas.
—Hola chicos, he venido a acompañar a tu hermana para dejarla sana
y salva en casa. Para que veas lo buen amigo que soy —explicó Pablo sin
percatarse de lo inoportuno de su llegada.
—Esperamos no haber interrumpido nada importante —dijo Chloe
fingiendo inocencia.
—Tranquila, ya nos íbamos a dormir. Sube con nosotros y así Pablo
no tendrá que molestarse en acompañarte —ofreció Diego.
—¡Qué buena idea! —aceptó encantada.
«¡Víbora!» pensó Dafne. Estaba segura de que su hermana sabía
perfectamente lo que habían estado haciendo, por mucho que ahora
fingiera inocencia.
—Sí, a dormir —corroboró Dafne echando chispas por los ojos al
tiempo que observaba a Chloe parada en la puerta del ascensor con cara de
no haber roto un plato en su vida.
—Buenas noches, Pablo —se despidió Chloe.
—Buenas noches. Nos llamamos mañana —se despidió su amigo
ajeno al drama familiar.
—Buenas noches.
Dafne no respondió, estaba demasiado alterada para hacerlo.
De manera que los tres se metieron en el ascensor, evitando mirarse e
intentando recobrar la compostura tras el momento interrumpido.
—Buenas noches, Diego —se despidió Chloe una vez fuera del
ascensor, pero sin hacer ningún movimiento que pudiera dejar a su
hermana y al vecino nuevamente a solas. Por lo visto no pensaba entrar
hasta que lo hiciera ella.
—Buenas noches, señoritas —respondió este con una sonrisa forzada
en los labios.
—Señora y señorita —aclaró Dafne clamando venganza—, mi
hermana es una mujer casada —remató la hermana mayor.
—¡Oh! —se sorprendió Diego—. Pues buenas noches, señora —dijo
inclinándose sobre Chloe—. Señorita —se despidió de Dafne guiñándole
un ojo—, hasta mañana —abrió la puerta y entró dispuesto a darse una
ducha helada que le bajara el calentón interruptus.
—¿Por qué se lo has dicho? —preguntó Chloe en cuanto su hermana
cerró tras de sí—. Ahora se lo dirá a Andrés y se acabará todo antes
incluso de haber empezado.
—¿Cómo has podido tú interrumpirme en el mejor momento de la
noche? —la acusó Dafne—. Podrías haber entrado en casa y haberme
dejado a solas con él o haber usado las escaleras... Pero no... tú tenías que
intervenir.
—Lo he hecho por ti. Estabais a punto de meteros en la cama —
declaró con convicción.
—¿Y qué hay de malo en eso? El sexo es la consecuencia habitual
entre dos personas que se sienten atraídas. No seas puritana, Chloe, no te
pega.
—No lo soy. Es solo que era vuestra primera cita. Si te hubiera dejado
que lo hicieras se habría llevado una idea equivocada de ti y no te interesa.
—¿Qué idea? ¿Que quiero acostarme con él? Pues despierta
hermanita, es que quiero acostarme con él —reconoció por primera vez en
voz alta.
—No se trata de eso. Creerá que quieres sexo y nada más —se
defendió.
—Es que eso es exactamente lo que quiero de él. Sexo y nada más.
No busco ninguna relación. A ver si por fin lo entiendes. No soy como tú,
el matrimonio no me interesa y no tengo tiempo para relaciones serias.
—Pero si es perfecto para ti. Guapo, inteligente, educado. Además es
moreno y a ti te gustan los morenos y si hablamos de sus ojos color miel,
¡pero si es lo que siempre has buscado en los hombres!
—No hermanita, los morenos te gustan a ti, tú sabes que prefiero a
los pelirrojos —comentó enfadada.
—Eso lo dices porque casi no hay hombres pelirrojos. Pero casi todos
tus ligues han sido morenos. Siento decepcionarte pero a mí no puedes
engañarme, he vivido contigo.
—¿Sabes, Chloe? no me lo recuerdes, no es que seas una gran
compañera de piso, y si sigues tocándome las narices te haré volver con
mamá o mejor con tu marido —si eso era lo que le iba a esperar con su
hermana en casa, iba apañada.
—No lo dices en serio, en el fondo me quieres.
—No tientes a la suerte —gruñó mientras cerraba de un portazo su
dormitorio. Por culpa de su entrometida hermana se iba a la cama sola y
con la cabeza llena de imágenes de lo más sugerentes. Ya podía esforzarse
mucho en el desayuno del día siguiente si quería que la perdonara. La
interrupción de esa noche le iba a costar como mínimo una ración de
tortitas y unos cupcakes.
Capítulo 8

Dafne se despertó el sábado por la mañana con el olor a tortitas en la


nariz, su hermana había dejado la puerta de su dormitorio entreabierta para
que le llegara el olor. Era su particular manera de pedir disculpas por la
interrupción de la noche pasada.
Se levantó como un resorte cuando al olor de las tortitas se le unió el
del chocolate recién hecho.
Descalza se asomó a la cocina, Thor jugueteaba con su pelota favorita
y gruñía cuando se le escapaba de la boca, que era la mayoría de las veces,
la pelota era demasiado grande para él aunque, bien mirado, cualquier
juguete era demasiado grande para él.
—Buenos días cosita —le saludó su dueña.
—No te ofendas, pero prefiero que me llames Chloe. Incluso te
permito hermanita... Pero cosita... La verdad es que no me pega nada —
bromeó intentando descubrir el humor en que se había levantado su
hermana.
—¡Qué graciosa! Has equivocado tu vocación, en lugar de repostera,
tendrías que haber sido cómica. Te va mucho más —contestó Dafne, aún
molesta por el episodio de la noche anterior.
Ignorando la pulla de su hermana pasó delante de ella con una
bandeja de deliciosas tortitas, provocando la reacción que había buscado,
que Dafne la siguiera hasta el comedor.
—Siéntate y come, a ver si después eres capaz de decir algo
agradable —le pidió Chloe.
Cinco minutos después y sin haber pronunciado una palabra, ya había
engullido tres tortitas y el tazón de chocolate. Estaba sudando como nunca,
pero se sentía encantada de la vida. Animada por el azúcar y de mejor
humor, se ofreció a abrir la puerta cuando llamaron insistentemente al
timbre, no obstante, al hacerlo se quedó paralizada sin saber muy bien
cómo actuar o qué decir.
Su queridísimo cuñado, el mismo que había engañado a su hermana
durante su luna de miel, estaba parado frente a ella con una sonrisa
hipócrita en su boca mentirosa y traidora. Tuvo que hacer auténticos
esfuerzos para no darle una patada donde estaba segura que más le iba a
doler:
—¿Qué haces aquí? —le preguntó con una mirada fulminante.
—Sabía que iba a venir corriendo a pedirte socorro, quiero hablar con
mi mujer —exigió poniéndose gallito.
—Márchate, aquí no hay nada para ti —le contestó airada.
—No te entrometas cuñadita, es mi mujer y se viene conmigo —dijo
mientras intentaba hacerla a un lado y entrar en la casa.
—Me parece que no —respondió mientras escuchaba el gritito de
sorpresa que dio Chloe al verle.
—¿A qué has venido, Ángel? Creía que te había dejado claro antes de
irme que no quería volver a verte si no era delante de un juez y para firmar
el divorcio.
Dafne se retiró de la primera fila, sin marcharse, alerta por si tenía
que intervenir para proteger a su hermana. Otro matrimonio que se iba a
pique, si ya sabía ella que la institución era arcaica y caduca.
—Es evidente que he venido a por mi esposa. Si me dejas pasar, lo
podemos hablar tranquilamente los dos solos —dijo lanzándole una
mirada significativa a Dafne.
—Ya te he dicho que no quiero saber nada de ti —insistió Chloe—.
¡Quiero el divorcio! Y ya de paso que te vayas de aquí —añadió cada vez
más segura de sí misma.
—No te voy a poner fácil el divorcio. De hecho no nos vamos a
divorciar. ¿Cómo crees que se va a tomar mi familia el que quieras
divorciarte a menos de dos semanas de casarnos? —preguntó con la vena
de cuello hinchada y palpitante.
—Ese no es mi problema, habértelo pensado antes de bajarle las
bragas a Begoña —le gritó en su cara.
—Sabes que no me gusta que hables así —la regañó como si tuviera
algún derecho para hacerlo.
—Será mejor que te marches —intervino Dafne que ya no podía
aguantarse más las ganas de golpear a Ángel.
—Me iré cuando me dé la gana —le soltó a dos centímetros de su
cara.
Justo en ese momento salía Diego de su casa, dispuesto a marcharse a
jugar a squash con Andrés, cuando se encontró con las dos hermanas en la
puerta de casa, en pijama y al parecer peleándose con un trajeado y
engominado capullo que estaba parado frente a ellas.
—¿Pasa algo? —pregunto preocupado acercándose a ellas.
—Nada —contestó Chloe—, Ángel ya se iba.
El susodicho no tuvo más remedio que asentir si quería evitar un
escándalo, y sin ninguna duda eso era lo que quería.
Con una mirada resentida a Chloe y una asesina a Dafne, se despidió
con un gesto de la cabeza. No sin antes informar a su esposa que iba a
estar tres días más en Madrid y que podía encontrarlo en el hotel Madrid
Tower.
Cuando el ascensor se cerró con él dentro, las dos mujeres suspiraron
aliviadas. Chloe entró en casa después de agradecerle a Diego su ayuda,
dejando a la pareja a solas como una especie de tregua por el apoyo
recibido.
Dafne había estado tan alterada que no se había dado cuenta que iba
en camisón y descalza. Se abrazó el cuerpo para ocultarse con los brazos y
reiteró el agradecimiento de su hermana.
Cuando Diego pregunto la razón de su malestar, le contó lo que había
sucedido por encima, sin entrar en los detalles por los que su hermana
había abandonado a su marido en plena luna de miel. Con un tímido beso
en la mejilla se despidieron hasta la noche.

Dafne estaba preocupada por el efecto que la visita habría hecho en su


hermana, mientras que Diego planeaba contarle a Andrés que Chloe estaba
casada, ya que su amigo se había quedado muy impresionado con la chica
cuando la conoció el día anterior.
—¿Estás seguro que te dijo que era el marido? —volvió a preguntar
Andrés al tiempo que le pegaba con todas sus fuerzas a la pelota.
—Ya te lo he dicho, Dafne me dijo ayer que estaba casada y hoy me
he encontrado al marido en la puerta de su casa. Pero para que te
tranquilices te diré que no parecían muy contentas de verle.
—¿Crees que se están divorciando? —preguntó esperanzado.
—Yo diría que sí.
—Entonces no es tan malo como parecía —comentó Andrés menos
alterado.
Desde el día anterior no había podido dejar de pensar en la chica de
pelo corto y negro que lo había atraído con su vivacidad y su animada
conversación. La imagen de ella con los interminables tacones, la camisa y
el pantalón del uniforme le había atormentado durante toda la noche. De
hecho en esos momentos tan solo el ejercicio le permitía seguir con su
vida normal. Y es que Chloe le había calado hondo desde el instante
mismo en que se vieron, por eso cuando Diego le había dicho que estaba
casada, se le había caído en mundo encima. Desde su ruptura con
Alejandra, no había vuelto a interesarse por ninguna mujer. Y ya era mala
suerte, que la primera que de verdad lo atraía en muchos aspectos y no
solo en el sexual, estuviera casada.
Capítulo 9

—No tenéis excusas chicas. Bueno tú sí —aceptó Pablo señalando a


Dafne—. Has quedado con el policía, otra vez —añadió arqueando una
ceja—, pero tú te vienes con nosotros, ayer lo pasé estupendamente y
quiero repetir —le dijo a Chloe sin darle muchas opciones para negarse.
—La verdad es que no me apetece salir hoy —se quejó esta. Después
de la visita de su marido, el día se le había hecho cuesta arriba.
Tenía la seguridad que Diego le iba a contar a Andrés su penosa
situación sentimental, y si lo hacía como era lógico entre amigos, perdería
la posibilidad de conocerle más y era en lo único en lo que pensaba desde
el momento en que le vio ligerito de ropa, pero con una sonrisa
impresionante en los labios. Un estremecimiento le recorrió la espina
dorsal al recordar su planta con las manos a la espalda intentando taparse
su magnífico trasero mientras unas esposas le sujetaban las muñecas.
—¡Chloe, despierta! —exigió Pablo—. Y límpiate las babas que le
estás poniendo el suelo perdido a tu hermana.
—¡Qué gracioso eres!
—¿Verdad que sí? Esa es otra de mis numerosas virtudes. Venga, nos
vamos —le anunció asiéndola amorosamente del brazo y haciéndole una
seña a David para que se pusiera en marcha.
—¡Pasadlo bien, chicos! —les deseó Dafne.
—Eso seguro, no tendremos una noche ardiente como la tuya, pero lo
vamos a pasar de miedo —le guiñó el ojo y salió de allí con Chloe casi
arrastras que se debatía entre proteger a su hermana de sí misma o
marcharse y desconectar de la martirizante visita de Ángel.
Dafne agradeció que cuando Diego llamó a la puerta de su piso,
Pablo, Chloe y David ya hiciera horas que se habían marchado. Mientras
sus amigos habían estado allí, había fingido poco interés en su cita, pero
en cuanto escuchó que cerraban la puerta se abalanzó sobre su armario en
busca de algo que ponerse. Se decidió por un conjunto de ropa interior
negro de La perla, lo más importante del atuendo, y finalmente optó por el
total black, con un vestido palabra de honor que marcaba su cintura en
contraste con el vuelo de la falda.
Una vez decidida la ropa, se metió a toda prisa en la ducha. Quería
tener tiempo para retocarse la pedicura y maquillarse tranquilamente. Y es
que por mucho que intentara no pensar en ello, la cita la tenía todo el día
en las nubes, ni siquiera su incómodo encuentro con su cuñado había
conseguido borrarle la risita boba de los labios, cada vez que se acordaba
del beso robado en el ascensor la noche anterior.
Estaba claro que ese hombre sabía lo que se hacía, «¡vaya si lo sabe!»
pensó otra vez con la sonrisita.
Cuando abrió la puerta de su piso, se encontró con un Diego sonriente
y tremendamente atractivo. Cerró la puerta tan deprisa, abrumada por lo
que veía, que olvidó echar la llave. Diego vestía una camiseta amarillo
pálido y unos vaqueros negros que se le ajustaban a la perfección a la parte
de atrás de su cuerpo, Dafne se quedó en la puerta solo para verle pasar y
contemplarlo con más tranquilidad.
No hizo falta que hablaran sobre cancelar la cena, ambos se habían
olvidado de nada que no fueran ellos mismos.
—Espero que no salga nadie del ascensor, porque no puedo pasar otra
noche como esta —comentó Diego mientras abría a toda prisa la puerta de
su casa. En un acuerdo no verbalizado ambos habían aceptado que era allí
adónde iban.
Dafne se colgó de su cuello, ávida por tocarle, por sentir la calidez de
su piel. ¡Para qué me habré molestado tanto en arreglarme si lo que quiero
es quitarme toda la ropa! Pensó sonriendo.
—¿Cómo has pasado la noche? —preguntó retomando el hilo de la
conversación al tiempo que paseaba los labios por su cuello.
—No he podido pegar ojo, menos mal que he podido desfogarme con
la raqueta.
Diego cerró la puerta con el pie y la conversación se terminó
repentinamente. Dafne tiraba de su camiseta impaciente por sentirle, y
Diego, todavía más impaciente, le pasó los brazos por detrás de sus
rodillas y la llevó en volandas hasta su dormitorio. Una vez allí la volvió a
dejar en el suelo, pero ella intentando colocarse a su altura se descalzó y se
subió a la cama. Cuando la vio de rodillas frente a él, estuvo a punto de
sufrir un infarto, la imagen era lo más erótico que había visto en su vida...
Se quitó a toda prisa los zapatos y los pantalones y se acercó a ella,
tan nervioso y excitado que parecía su primera vez. La visión le aceleraba
el pulso y hacía que su sangre rugiera clamando acción. Se deleitó en la
expresión fascinada con que ella contemplaba su cuerpo y se acercó
hambriento a devorarla lentamente. Notó que la respiración de ella era
irregular sin siquiera tocarla, despacio y sin perder el contacto visual
avanzó los escasos metros que lo separaban de ella.
Dafne no podía apartar la mirada del atlético cuerpo masculino que
tenía delante. La mirada de él era calculadora y sexy, como si por su mente
estuvieran desfilando mil maneras distintas de pasar la noche. Si previo
aviso se subió a la cama y asaltó sus labios mientras deslizaba sus manos
por sus muslos desnudos, deleitándose con cada caricia que prodigaba y
recibía del cuerpo femenino, la falda del vestido se había subido lo
suficiente como para que Diego pudiera acariciar cada centímetro de su
cuerpo en llamas.
La empujó suavemente para que se tumbara en la cama y se quedó
mirándola desde arriba apoyando su peso en sus brazos
—Tenemos un problema —dijo misterioso
—¿Qué?
—Llevas demasiada ropa.
—Estoy de acuerdo —aceptó ella tirando del bajo de su vestido para
sacárselo por la cabeza, tras él se desató el sujetador, y con una actitud
seductora lo dejó caer al suelo.
Dos segundos después solo llevaba puesto un tanga diminuto que hizo
que a Diego se le secara la garganta.
—¿No crees que vamos demasiado deprisa? —preguntó sorprendido
por su rápida aceptación.
—En realidad creo que vamos muy despacio para mi gusto. Llevo
desde ayer pensando en ti —confesó sin ningún tipo de pudor.
—No te pareces a nadie que haya conocido.
Dafne tenía una réplica ingeniosa que no llegó a pronunciar, él se
inclinó sobre ella y acalló sus palabras con un beso hambriento.
Diego dejó sus labios y siguió besando la comisura de su boca, su
mejilla, la garganta y la clavícula. Siguió bajando y se llevó el duró pezón
a la boca. A Dafne se le escapó un gemido de placer.
Mientras su boca jugueteaba con sus pechos, sus manos hacían lo
propio con sus muslos y su trasero. Se demoraba en su cuerpo chupando,
lamiendo y mordiendo y Dafne se desesperaba más y más. En un ataque de
lucidez llevó la mano a sus boxers para liberar aquello que tanto deseaba
sentir dentro de ella.
Un gruñido de sorpresa y excitación surgió de la garganta de Diego
que dejó de besarla para mirarla a los ojos.
—No puedes esperar, ¿verdad?
—No —confesó.
Aún no había terminado de aceptar su impaciencia cuando él ya le
había quitado el tanga y tiraba de sus calzoncillos. Echándose encima
literalmente de ella abrió el cajón de la mesita de noche y sacó un
preservativo.
Dafne tembló de anticipación y deseo.
—Yo tampoco puedo esperar. Luego repetimos con más calma —dijo
él.
La sonrisa de Dafne fue una luz brillante en la penumbra del
dormitorio.
—De acuerdo.
Diego tiró con suavidad de sus tobillos y la llevó hasta la orilla de la
cama, se arrodillo entre sus muslos y la poseyó de un solo envite. Todo lo
que había planeado desapareció de su mente cuando estuvo dentro de ella.
La necesidad lo absorbió, se olvidó de todo menos de la mujer que estaba
debajo de él y marcó un ritmo vertiginoso que no tardaría en llevarlos a
los dos al límite.
—No quiero una relación seria —exclamó Dafne intentando hablar
coherentemente.
—Yo tampoco, ¿pero te parece buen momento para que lo hablemos?
—Quería dejarlo claro antes de que profundizáramos más.
—Te aseguro que es imposible que profundicemos más —murmuró
con un último envite.
El clímax fue tan brutal que ninguno pudo moverse hasta varios
minutos después.
—Como sea siempre así voy a morir muy pronto.
—Humm.
—No me quejo —dijo Dafne—. Será una buena muerte.
—Tienes toda la razón —concedió Diego mientras la asaltaba con
más calma.
Capítulo 10

Dafne se despertó en plena madrugada con la intención de huir


sigilosamente, el problema era que como buen policía, Diego tenía el
sueño ligero y el oído alerta.
—¿Dónde vas a estas horas? —preguntó somnoliento, apenas hacía
unas horas que se habían dormido.
—A casa.
—¿Ahora mismo?
—Creí que habíamos acordado que entre nosotros no había nada serio
—comentó Dafne un poco más alterada de lo normal.
—Entiendo, y el hecho de quedarte a dormir conmigo crees que es
demasiado serio para nuestra relación —aventuró Diego que ya iba
comprendiendo por dónde iba el razonamiento de Dafne.
—Sí.
—Bueno, pues no te preocupes, no es así.
Ella se quedó mirándole a la espera de que siguiera con su
explicación, pero Diego se volvió a tumbar sin añadir nada más.
—¡Diego!
Asombrosamente este se había vuelto a quedar dormido en cuanto
posó la cabeza sobre la almohada.
—¡¿Qué pasa?! —preguntó desorientado.
—No has terminado de explicarme por qué no es mala idea que me
quedé a dormir —comentó Dafne cada vez más exasperada.
Diego sonrió pícaramente
—Porque me levanto con un humor excelente. Por eso Dafne, por qué
iba a ser si no, venga duérmete que en unas horas quiero demostrarte lo
veraces que son mis palabras.
Dafne se calló y se tumbó con la mente dando vueltas a las palabras
de Diego. Él por su parte ya no pudo volver a dormir. Nunca tenía ganas de
levantarse junto a la mujer con la que se había acostado la noche anterior,
pero con Dafne la cosa cambiaba. Se había dado a sí mismo las mismas
razones que había intentado venderle a ella, que el sexo mañanero era
espectacular, pero mientras que con ella había funcionado la mentira, él
era consciente que había algo más tras su interés en que se quedara... Se
apretó contra el hueco de su espalda y dejó que pasaran las horas.
Dafne abrió los ojos en la oscuridad y antes siquiera de terminar de
despertarse su corazón comenzó a latir acelerado. El recuerdo de una
promesa se abrió paso en su obnubilada mente:
«Me levanto con un humor excelente».
La voz ronca de Diego sonaba en su cabeza con todos los matices que
habían hecho que, en contra de su costumbre, bajara las defensas y se
quedara a dormir con él.
Remoloneando en la cama comenzó a moverse, desperezándose. Se
apretó contra el cuerpo cálido que yacía pegado a su espalda, y notó el
momento exacto en que el buen humor de Diego se activó.
—Buenos días —saludó él con la voz pastosa por el sueño.
—Humm. Todavía no, pero prometen serlo —contestó ella con
picardía.

—Chloe, estás loca. No va a colar. Yo no sé ser un heterosexual


normal.
—Por Dios, Pablo, no seas quejica.
—No soy quejica, es la verdad. Además es imposible que se lo crea,
estuve en tu boda con David y no fuimos precisamente discretos.
—Pues fingiremos que nos van los tríos —se burló Chloe.
—Empiezas a darme miedo. Quiero que lo sepas.
Chloe hizo un puchero exasperada por la negatividad de su amigo que
normalmente era más decidido.
—Pablo, no seas ave de mal agüero. Tú solo cógeme de la cintura y
finge que soy David. Ya verás que todo sale genial.
—Fingiré que eres Evelyne que te pega más. Lo de que vaya a salir
bien, será si tu marido no decide usarme como sparring —se quejó Pablo
por quejarse, tampoco es que él fuera escuálido y sin fuerza. Al fin y al
cabo, ambos sabían que si bien Ángel hacía ejercicio asiduamente, Pablo
le superaba en estatura y masa muscular.
—¿Y si no funciona? —preguntó Chloe de repente indecisa.
—Funcionará.
—¿Cuándo nos hemos cambiado los roles?
—Cuando me has obligado a ser un heterosexual normal dominado
por la testosterona —contestó irguiéndose.
—Me gusta tu nuevo tú.
Pablo arqueó una ceja en actitud beligerante.
—No quería decir que no me gustara el antiguo.
—Mejor no digas nada más.
Sin añadir nada más, entraron en el hotel y tras preguntar en
recepción, el empleado se comunicó con Ángel que les invitó a subir.
No fue necesario que llamaran, la puerta estaba abierta y pasaron en
silencio.
—Sabía que vendrías a mí —se jactó su marido sin siquiera volverse
a mirarla, demasiado preocupado en su iPhone como para atender a su
mujer.
—Puede ser, pero he venido con mi amante —la voz le tembló al
nombrar la última palabra.
La reacción de Ángel fue instantánea. Dejó caer el móvil sobre la
cama y se giró para encarar a su esposa.
—¿Amante? ¿Pablo es tu amante? Pero si es gay
—En realidad soy bisexual y ahora mismo estoy con Chloe. Nos
gustan los tríos —dijo nervioso.
Chloe le lanzó una mirada fulminante a su amigo, que parecía
realmente impresionado.
—¡Zorra! —espetó Ángel ante lo que acababa de escuchar.
—¿Quién, tú o mi novia? —preguntó Pablo recobrando el aplomo—.
Porque si después de todo te va ser el tercero en discordia, quizás Chloe y
yo tengamos una vacante para ti, ¿verdad cariño?
—Mejor no, cielo. Es un amante pésimo y además tiene lorcillas.
—Pues no, por ahí no paso —se quejó Pablo sacando a relucir su vena
exagerada.
Chloe le lanzó una mirada significativa, para que recuperará su nuevo
yo.
—Resumiendo Ángel, tú tienes una amante, yo tengo un amante. De
manera que este matrimonio es absurdo. Me da igual lo que le digas a tu
madre, lo que quiero es el divorcio.
—¡No te voy a dar el divorcio!
—Sí que lo harás.
—Puedes apostar a que no —las palabras fueron escupidas con odio.
—Puedes apostar a que sí. Si no me das el divorcio le diré a tu madre
y a todo aquel que quiera escuchar, que la razón por la que quise
separarme de ti fue porque te encontré en la cama con Pablo.
—Pero niña, ¿no dices que no es buen amante? —se quejó su amigo.
—¡Pablo!
—Vale, pues nada, me lo monté contigo Ángel. ¿Y qué quieres que te
diga? No es que me lo pasara muy bien...
—¡Estáis locos!
—Puede, pero, ¿cómo crees que le sentará a la bruja intolerante de tu
madre saber que te acuestas con hombres?
—Y que además eres incapaz de complacerles —apostilló Pablo.
—¿Y por qué tendría que creerte mi madre?
—Esa es la mejor parte. ¡Tenemos fotografías! Aquí mi amigo es un
as del Photoshop, están tan bien hechas que nadie se dará cuenta de que
son un montaje. Y, además, está el recepcionista que tan amablemente nos
ha invitado a subir hasta tu habitación. Seguro que es capaz de repetirlo
delante de un juez.
—¡Zorra!
—Eso ya lo has dicho, y la verdad cielo, puede que tengas razón,
porque estar con mi amante me aporta más placer que estar con mi
marido.
—Te arrepentirás de esto —la amenazó con los ojos brillantes de
rabia.
—No lo creo. De lo que me arrepiento es de haberme casado contigo.
—Seguramente porque eres un amante lamentable —dijo Pablo
tomando de la cintura a Chloe y sacándola de allí—. Nuestro abogado se
pondrá en contacto contigo.
Capítulo 11

—¿Sabes, Pablo? He estado pensando que quizás deberíamos aceptar


el trabajo para Konnim. Podría ser interesante.
—¿Ahora quieres ir a Japón? Pero si me dijiste que no te apetecía
viajar, que querías trabajar unos meses en casa.
—Bueno, pues he cambiado de opinión. Ahora me apetece salir y ver
mundo. Pero si ya no puede ser Konnim, di que sí a Redline y listo.
—¿Londres? ¿Londres es tu idea de ver mundo? Te lo sabes de
memoria.
—¿Por qué narices estás tan susceptible? Redline tiene su sede en
Londres, y eso no es culpa mía —se defendió.
—¿Yo estoy susceptible? Tú, eres la que está susceptible. Y lo más
desconcertante de todo es que de repente quieras irte del país a toda costa.
Hace unos días me pediste un descanso, ahora ya no lo quieres... ¿Por qué
no te vas a Valencia a ver a tu madre? Al menos dime porque tienes que
buscarte un destino fuera de España. ¿Qué narices te pasa?
—No me pasa nada.
—Esa respuesta no me sirve. Dime la verdad.
—Insinúas que miento —Dafne buscaba cualquier salida que le
evitara dar explicaciones.
—¿No lo haces?
—No.
—Si tú lo dices —aceptó Pablo. Conocía demasiado a su amiga como
para saber que hasta que no le hubiera dado unas cien mil vueltas a la idea
que le preocupaba no iba a decir nada al respecto.
—Lo digo.
Pablo se pasó las manos por el cabello. Cada vez más convencido de
que a Dafne le preocupaba algo que tenía que ver con el vecino policía.
Deseó que no se tratara del mismo mal que había aquejado a Chloe y que
Diego a diferencia de Ángel fuera bueno en las cosas... importantes.
—¿Se puede saber por qué estamos discutiendo sobre trabajo un
domingo por la tarde?, ¿dónde está tu policía? —preguntó dispuesto a
descartar su hipótesis de que el culpable de la irritabilidad de Dafne fuera
Diego.
—No es mi policía.
«¡Bingo!» se felicitó Pablo mentalmente.
—Eso explica tu malhumor —se burló.
Dafne ignoró el comentario, cogió el ipod y se dispuso a escuchar
música mientras limpiaba y preparaba las fotografías para el calendario.
La conversación de su amigo era demasiado molesta para el humor de
perros que tenía en esos instantes.
Pulsó el play y comenzó a sonar la primera pista con The Killers,
«Here with me». Iba a pasarla para poner algo más movidito, cuando una
estrofa atrajo su atención...
You showed me your smile and my cares were gone Falling in love
filled my soul with fright
You said «come on babe, i’ll be alright» Must have been a fool till the
bitter end
Now I hold on to hope that I’ll have you back again
I’d bargain and I’d fight But there’s another world you’re living in
tonight
—No sé qué estarás escuchando, pero debe de ser malísimo, solo eso
justificaría la cara de horror que pones ahora mismo.
—No digas más tonterías, que desde que nos hemos sentado no has
parado de decirlas —pidió levantándose del sillón y saliendo del despacho.
Había sido mala idea trabajar en las fotos del calendario solidario, no
podía concentrarse mientras todavía sentía el cuerpo de Diego pegado a su
espalda. Y cada imagen de las que le había tomado le traía a la mente cada
una de las caricias que habían compartido apenas unas horas antes.

Chloe se debatía entre el nerviosismo y la euforia, sin terminar de


decidirse por ninguna de ellas. Tras el numerito que habían protagonizado
ella y Pablo esa misma mañana en el hotel de su marido, finalmente Ángel
había aceptado divorciarse. Todavía no había llegado a casa de su hermana
cuando Ángel ya le estaba llamando al móvil para aclarar su postura.
Durante casi una hora habían mantenido una conversación que podía
catalogarse como cualquier cosa, menos amistosa. Después de varias
amenazas por parte de Chloe y alguna petición por la de Ángel, a la que
había accedido sin consultar con la interesada, Dafne. Su marido había
claudicado y estaba de acuerdo en tramitar un divorcio rápido e indoloro.
Lo que no estaba tan claro sería si llegaría a ser una mujer divorciada, o si
Ángel quedaría viudo cuando su hermana la asesinara al descubrir lo que
Chloe la había comprometido a hacer.
«¡Esto hay que celebrarlo!» se dijo levantándose a por una de las
deliciosos cupcakes que había horneado para relajarse. Iba a regresar al
sofá a seguir viendo la caja tonta, su hermana y Pablo estaban encerrados
en el despacho y David seguía durmiendo, por lo que ni siquiera había
comido con ellos, cuando vio el libro que había comprado el mismo día en
que llegó a Madrid a instalarse con su hermana mayor. Se había hecho con
él para entretenerse mientras esperaba a que Dafne apareciera y le abriera
la puerta, Chloe no había contado con que una anciana le diera la llave y la
invitara a desayunar en su propia casa poniéndola al día de los chismes
más nombrados. Acomodándose se descalzó y se sentó sobre sus piernas
en la alfombra, apagó la televisión y abrió el libro por la primera página.
Si bien lo primero que le llamó la atención en la librería fue la cubierta, la
sinopsis resultaba cuanto menos estimulante.
Pablo entró en el salón con la cara larga.
—Tu hermana está de un humor lastimoso. ¿Qué lees tú? ¿Y por qué
estás tan colorada? —preguntó sin dar tiempo a Chloe a responder.
—Por nada, estamos en verano y hace calor.
—¡Oh Dios mío! ¿Estás leyendo lo que yo creo que estás leyendo?
—Eso parece, porque acabas de ponerte histérico —se burló
apartando la mirada del libro.
—¿Y qué tal es? —preguntó Pablo sentándose a su lado en la
alfombra.
—Humm, interesante.
Sin poder esperar a que su amiga se explicara mejor, se lo arrancó de
las manos y se puso a hojearlo. Chloe le miró exasperada, pero él ni
siquiera se dio cuenta concentrado en lo que estaba leyendo.
—Es buenísimo. Déjamelo, quiero leerlo.
—Tendrás que esperar a que lo termine. Y a lo mejor si te vas y me
dejas en paz lo hago rapidito y todo.
—Ni lo sueñes. Hazme un sitio que me quedo contigo —pidió con
autoridad.
—No soporto que lean por encima de mi hombro —se quejó. Adiós
tranquilidad.
—Me lo debes. Por ti he arriesgado mi hermosa cara esta mañana.
¡Qué pronto se te olvidan mis sacrificios! —murmuró con teatralidad..
Chloe conociendo la vena dramática de su amigo aceptó rápidamente.
No fuera que le diera por alargar la conversación cuando lo que ella quería
era seguir con la lectura.
Dos horas después, Dafne atravesó el salón de camino a la cocina y se
quedó paralizada ante la estampa que se encontró: tirados de cualquier
manera en la alfombra, su hermana y su mejor amigo compartían un libro.
—¡Dios! Por vuestra cara de culpabilidad deduzco que estáis
planeando mi asesinato. ¿Qué es, El príncipe de Maquiavelo?—les
preguntó riendo.
—No seas engreída, tu asesinato no nos alteraría tanto. Y el príncipe
no nos pondría tan cardíacos, qué quieres que te diga, nosotros somos
republicanos. Y puestos a elegir preferimos a los empresarios —explicó
Pablo sin levantar la vista del libro.
—Bueno es saberlo. Por cierto, mañana nos vamos a Londres, no
hagáis planes para las próximas dos semanas.
Capítulo 12

Dos semanas después de la breve despedida que había compartido con


Diego antes de marcharse a su apresurado viaje, volvía a toparse con él en
el rellano.
La sonrisa de él fue inmediata.
—¿Ya has regresado? ¿Qué tal por Londres? —preguntó inclinándose
para besarla suavemente en los labios.
—Maravilloso, como siempre. ¿Qué tal por aquí?
—Aburrido, como siempre.
Dafne sonrió, qué guapo que estaba y cuánto había echado de menos
verlo.
El lunes siguiente a su cita, se plantó en su casa con la maleta en la
puerta, para contarle que tenía que viajar por trabajo, y desaparecer tres
minutos después. Tiempo más que suficiente para que Diego la besara de
un modo que hizo que se tambaleara sobre sus piernas durante horas, y que
el recuerdo no se hubiese borrado desde entonces.
La verdad era que se había pasado los días pensando en él, ni siquiera
había pestañeado cuando se topó con Daniel Stapleford, el colega británico
con el que siempre acababa en la cama cada vez que se encontraban.
Daniel era como todos los hombres con los que siempre se había
relacionado, totalmente inapropiado. Y no solo porque era un hombre
atractivo y mujeriego, sino porque además se vanagloriaba por ello. A sus
cuarenta y cinco años confesados, Sir Daniel Stapleford, título con el que
fue investido por la propia reina Isabel, todavía coleccionaba muescas en
su revólver o en este caso en la cabecera de su cama. Las mujeres eran el
hobby que más tiempo le había durado. De hecho, era el único que
conservaba desde la adolescencia.
Las palabras de Diego, le hicieron regresar a la realidad de golpe.
—Cena conmigo el sábado. Te prometo que te llevaré a un sitio más
bonito que la tasca Casa Iñaki —dijo sin apartar la mirada de sus ojos.
—Mejor prométeme que llegaremos al restaurante y acepto.
—Acabas de romperme el corazón —se quejó risueño. Encontrarse de
nuevo con ella tras dos semanas sin verla le había alegrado el día y lo que
quedaba de semana, no quiso analizar la sensación, mejor en otro
momento, ahora quería exprimir al máximo lo que era volver a tenerla
cerca.
—Entonces permíteme que te lo arregle —pidió coqueta y se lanzó a
sus brazos buscando su boca con ansia. Diego bajó la cabeza para recibirla,
ni siquiera poniéndose de puntillas habría conseguido acercarse más allá
de su pecho.
Diego gruñó en la boca femenina, Dafne era deliciosa y su cuerpo
menudo y firme se adaptaba al suyo con una facilidad que le volvía loco
de deseo. Sintió cómo sus pequeñas manos tiraban de su cabello acercando
más sus bocas. En un arresto de osadía que le arrancó un gemido de
sorpresa, Dafne alzó una pierna y la envolvió en su cadera, consiguiendo
que su mente dejara de trabajar correctamente. Tan solo un letrero de neón
con la palabra peligro, se encendía y se apagaba en su adormilado sentido
común.
—¿Está mejor tu corazón? —ronroneó Dafne cuando el beso terminó.
—A decir verdad, lo has empeorado, mira —dijo tomando su mano y
acercándola a su pecho para que sintiera sus latidos acelerados.
—Pobrecito. Parece que la medicina que le he administrado no ha
sido la adecuada.
—Todo lo contrario, cariño. El problema es que no le has dado la
dosis necesaria.
—Pues me temo que va a tener que esperar hasta el sábado para
recibirla. Tengo demasiadas cosas que hacer.
—¡Qué cruel eres con un pobre enfermo! —se quejó guasón.
—Cruel no, ocupada. Pero dile a tu corazón que prometo compensarle
por la espera. Tantas veces como sea necesario hasta que consiga que me
perdone.
Diego abrió los ojos desmesuradamente fingiendo sentirse
escandalizado.
—¿Sabes? Estoy seguro de que aceptará tu oferta sin dudarlo.
—Eso pensaba yo también.
Y tras decirlo le guiñó un ojo mientras riendo le lanzaba un beso con
la mano.
Dafne se deslizaba con tanta elegancia que era impensable que se
tratara de la misma mujer que instantes antes había estado a punto de
romperse la crisma al ver a la modelo a la que tenía que realizarle el book.
Gracias a su querida hermana, que la había utilizado como moneda de
cambio en su divorcio, ahora tenía que perder su valioso tiempo
fotografiando a una aspirante a modelo con menos gracia que una escoba y
que, para más señas, era la sobrina del que próximamente sería su ex
cuñado.
—No podía decirle que no —se quejó Chloe cuando ella le había
recriminado.
—¿Y por qué no? Si puede saberse.
—Me dio pena.
—¡¿Qué?! Te engañó en la luna de miel, ¿estás loca? —estalló Dafne.
—Dijo que así compensaría a su madre, que quiere que su nieta haga
carrera de modelo —aclaró Chloe—. Que era la mejor manera de que no
se metiera por medio a intentar arreglar nuestro matrimonio.
—Tú eres tonta. Te ha vendido la moto y ni te has dado cuenta.
—No es eso. Simplemente es que así será todo más fácil. En unas
semanas volveré a ser libre y ahora mismo eso es lo único que deseo. Para
ayudarme solo te pido que hagas lo que más te gusta en el mundo, hacer
fotografías. Por favor, hermanita, di que sí —rogó con cara afligida.
—Al final resulta que la tonta soy yo —murmuró Dafne para sí
misma—. Está bien, lo haré. Pero ya puedes compensarme con kilos y
kilos de cupcakes.
—Los que quieras, Daf. Tus deseos son órdenes para mí.
El suspiro hastiado de Pablo la trajo de nuevo a la realidad. Su amigo
no es que fuera una persona precisamente paciente o comprensiva con la
estupidez, y Arantxa, la aspirante a modelo, no era ningún diamante en
bruto. En todo caso el bruto sin el diamante. La pobre era incapaz de
moverse con gracia o de sonreír provocativa a la cámara.
Dafne sonrió para sí al ver los esfuerzos que hacía Pablo para no salir
corriendo del estudio.
—¿Podrías explicarme por qué estás tú de tan buen humor? —dijo
alzando la voz para que se le escuchara por encima de la música de
Rihanna y su «We found love», que animaba la sesión fotográfica.
—¿Por qué no iba a estarlo?
—Porque esta chica es tan arrítmica que ni siquiera es capaz de
moverse con gracia cuando suena esa pedazo de diva que es Rihanna.
—La pobre no tiene la culpa —la defendió Chloe—. Ya sabes que
nadie en la familia de Ángel se mueve bien —explicó.
—A ver si lo entiendo. ¿Dices que nadie de la familia de tu marido
sabe moverse? —repitió Pablo asombrado.
—Casi ex marido. Gracias a Dafne. Pero sí, no tienen mucho ritmo.
—Entonces, ¿cómo narices han conseguido ser tantos? De verdad que
no lo entiendo, si no tiene gracia no se hace. Hacerlo por hacerlo no tiene
ni pies ni cabeza.
—¡Pero qué bruto eres! —le regañó Chloe—. Además yo que sé si
eso lo hacen bien o mal. Me refería al baile.
—Vamos a ver, bonita, para que quede claro. El que no sabe mover
las caderas solo, difícilmente sabrá hacerlo acompañado. Lo mejor es
buscarse una pareja que baile bien, lo sé por experiencia.
—Tiene sentido —concedió Chloe.
—Todo lo que digo siempre tiene sentido. Me ofende que parezcas
sorprendida.
—En realidad estaba recordando cómo bailaba David en mi boda, y
quizás siga tu consejo —comentó fingiendo inocencia.
Pablo se envaró inmediatamente tal y como había esperado su amiga.
—Ni se te ocurra acercarte a él, es mío y además no eres su tipo.
—Eso es lo que tú crees, que el otro día... Ups —se tapó la boca como
si hubiera hablado más de la cuenta, le guiñó un ojo a su hermana, y se
marchó sin volver a mirar a su amigo.
—¡Espera, Chloe! —la llamó yendo tras ella—, ¿qué has querido
decir?
Dafne no pudo aguantar más la risa, estalló mientras volvía a mirar
por la lente de su cámara y pensaba que estaba rodeada de tontos, la
primera ella misma.
Capítulo 13

Pablo abrió los ojos exageradamente, y sin ningún tipo de disimulo


giró sobre sus pasos y volvió a pasar frente al vehículo que estaba
estacionado al lado del hipermercado que había frente a la casa de su
amiga Dafne. Una vez que comprobó que no se había equivocado en su
primer vistazo, se inclinó hacia la ventanilla del conductor y llamó
suavemente.
Escuchó el ronroneo del motor del coche y acto seguido, el zumbido
de la ventanilla al bajar.
—Hola, ¿qué tal? —preguntó con naturalidad.
—Hola, Pablo.
—¿Eras Andrés, verdad? Soy un desastre con los nombres.
—Sí —el pobre chico estaba tan desconcertado por la reacción de
Pablo que no podía hilvanar más de dos palabras.
—Espérame un instante, Andrés, ya vengo que tú y yo tenemos que
hablar.
Y dicho esto se dio la vuelta y se encaminó hasta el Starbucks más
cercano, donde se hizo con un Caffè Americano, un Caramel macchiato y
dos Muffins. Iba a ser su primera vigilancia y pensaba hacerlo como en las
películas.
Al verlo llegar tan cargado, Andrés le abrió la puerta del copiloto
para que entrara.
—Toma, Andrés. Este Caffè Americano es para ti que tienes cara de
necesitar un café aguado. Lo siento, pero de momento la cafeína está
vetada para ti.
—Gracias, Pablo —aceptó sonriendo. Sin duda el amigo de Chloe era
todo un personaje, pensó. Ni siquiera se había alterado al verle vigilar la
casa de sus amigas...
—No me des las gracias por el café, hombre. Guárdatelas para lo que
te voy a contar ahora que es mucho más interesante. Al fin y al cabo te he
traído un café aguachirri.
—En realidad te daba las gracias por no pegarme un puñetazo y
denunciarme por acosador —dijo Andrés antes de darle un sorbo a su café.
—¡Cada vez me gustas más, Andrés! De hecho, esta noche cenarás
con nosotros, pero ahora calla y escucha lo que tienes que hacer.

Dos horas después Pablo y Chloe devoraban las últimas páginas que
les quedaban del libro que habían comprado a medias el mismo miércoles
en que regresaron de Londres. Desde que descubrieron el género habían
devorado juntos casi todo lo que se había publicado hasta el momento, y
elucubraban sobre qué iba a pasar con las sagas en las que había que
esperara que se publicara el siguiente.
—Esta noche quiero dar una cena en casa, hay algo que me gustaría
celebrar y no me preguntes por qué, no pienso decir nada —comentó tras
cerrar el libro.
—¿Nada de nada?
—No, y no me tientes que te conozco.
—Vale, seré buena —aceptó Chloe.
—Buena no, tienes que ser buenísima porque necesito que cocines tú.
—Desde luego. ¿Ya has pensado en el menú? ¿Cuántas personas
seremos? —preguntó con profesionalidad.
—Seremos seis. Y respecto al menú, elegido lo que se dice elegido,
no exactamente. Lo único que quiero es que sea afrodisíaco —y tras soltar
semejante noticia se dio la vuelta y se encaminó al despacho a seguir con
su agenda del día.
Cinco minutos después reaparecía con Dafne siguiéndole con cara de
encontrarse muy, muy mal.
—Cariño, al final seremos ocho y no seis —dijo con el aire dramático
que tanto le gustaba.
—¿Por qué, quién se ha apuntado a última hora?
—Tu madre, viene de camino. ¿A que es genial?
Las dos hermanas le lanzaron la misma mirada fulminante.
—¿Cómo se ha enterado de lo del divorcio? Yo no se lo he dicho y
vosotros tampoco, ¿verdad?
Los dos negaron con la cabeza.
—¡Dios! Ahora me acusará de escondérselo. Y yo solo quería que
pasara un poquito más de tiempo para que no se pusiera histérica.
—Pues prepárate porque se ha mostrado muy comedida por teléfono
—explicó Dafne. Que su madre se comportara de forma normal solo podía
significar una cosa, que la tormenta estaba a punto de estallar.
—Bueno, miradlo por el lado bueno, no se quedará en esta casa los
días que esté en Madrid.
—¿Y eso por qué? —pregunto Chloe extrañada.
—Tiene un nuevo novio, viene con él —respondió su hermana.
—Pablo vas a tener que suspender tu cena. Soy incapaz de cocinar
nada comestible ahora mismo.
—De eso nada monada. Tómate un valium o lo que sea necesario,
pero la cena tiene que ser un éxito rotundo —exigió girando sobre sus
talones y abandonando el lugar minado.
Todo el estrés que habían sufrido las hermanas Llorenç había quedado
suspendido para otro momento. Candela Alfaro, antigua señora Llorenç
había llamado para avisar a sus hijas y a Pablo, de que no iba a asistir a la
cena que daba este último.
Después de las casi cuatro horas que duraba el viaje desde Valencia a
Madrid, ella y su acompañante habían considerado más acertado quedarse
en el hotel y cenar allí mismo cualquier cosa ligera. Si bien Dafne se
mostró consternada —por teléfono— porque su madre no acudiera a la
cena, por dentro estaba bailando el «Oppa Gangnam Style».
Al menos de momento estaban a salvo de los comentarios mordaces
de su madre. Dafne estaba convencida de que iba a culparla a ella del
divorcio de su hermana, como si la culpa de su total animadversión por el
matrimonio no fuese la consecuencia directa de haber sido educada por
una mujer que acababa casi todos sus discursos, fueran del tema que
fueran, con la muletilla: «la culpa la tiene tu padre por abandonarnos». Por
otro lado, con los antecedentes de su madre, Dafne no estaba muy segura
de si era buena idea que conociera el motivo real del divorcio de su
hermana. Por consecuencia las dos hermanas terminarían callando y
aguantando el chaparrón que Candela hubiera preparado.
Dafne cuadró los hombros y abrió su armario, ya se preocuparía
después de cómo hacerle frente a su madre, de momento tenía otras cosas
en qué pensar, como por ejemplo, ¿qué se traía entre manos Pablo para
organizar una cena tan repentina? ¿Y quiénes eran los dos invitados
misteriosos cuyos nombres no había querido desvelar? Una idea comenzó
a rondar en su mente. No... Pablo era su mejor amigo. No se atrevería.
Capítulo 14

Dafne entró en casa de Pablo sola, su hermana hacía horas que se


había marchado para terminar de preparar la cena. Había adelantado en su
propia casa los entrantes que se servían fríos, pero el cordero tenía que
prepararlo en casa de Pablo para que estuviera en su punto. La noticia de
que su madre no iba a aparecer esa noche, había calmado un poco los
ánimos de todos los implicados. Incluso el anfitrión parecía más tranquilo
y mucho menos mordaz que de costumbre, cuando Dafne finalmente colgó
y le informó de la buena nueva: que su madre declinaba amablemente la
invitación.
David le abrió la puerta con su perfecta sonrisa y los ojos brillantes
por alguna emoción que ella no supo descifrar.
—Ya estamos todos —anunció inclinándose sobre su amiga para
besarle las mejillas.
—Soy la más tardona.
—Para nada, has llegado puntual. Es que Pablo les hizo venir antes,
para que... ayudaran a poner la mesa —dijo improvisando una respuesta.
—Claro, y tenía miedo que yo rompiera alguna copa si le ofrecía mi
ayuda —bromeó ella.
—No sabría decirte, aunque es muy posible que fuera por eso por lo
que eres la última en llegar. Ya sabes lo mucho que adora Pablo el cristal
de Bohemia —le siguió la broma.
Riendo entraron en el salón, tal y como le había comentado David, la
mesa estaba perfectamente dispuesta y los invitados charlaban
animadamente entre ellos. Dafne se fijó en que su hermana estaba
hablando con un chico moreno elegantemente vestido con unos pantalones
chinos y una camiseta negra que se ajustaba a sus bronceados bíceps. Sin
proponérselo su mirada se paseó por sus anchos hombros, sus musculosos
brazos y la firmeza de su trasero...
La voz de Pablo la obligó a dejar de mirar, con bastante reticencia,
dicho fuera de paso, se giró para saludar a su amigo.
—Ya estamos todos —anunció este mirándola.
Los presentes se giraron hacia su anfitrión, entre ellos el chico que
estaba hablando con Chloe clavó sus ojos dorados en ella. Dafne se
atragantó con su propia saliva, algo que le sucedía cada vez que se ponía
nerviosa. Un segundo después David le ponía en la mano una copa de vino
blanco. Agradeció entre toses y bebió un sorbo. El líquido calmó la
molestia de su garganta. No obstante, no hizo lo propio con su inquietud.
Estaba a punto de dejar la copa en la mesa y sacarle los ojos a Pablo
por entrometido, invitar a Diego y a Andrés era su forma de obligarla a
mover ficha con él, cuando su amigo decidió salvar el pellejo haciendo un
anuncio que los dejó a todos con la boca abierta.
Diego, en una maniobra propia de Aníbal, se colocó a su lado y tomó
con delicadeza su mano. Dafne sintió una oleada de placer en cada
terminación nerviosa.
—Ahora que ya estamos todos os diré que la razón por la que os
hemos invitado a cenar esta noche en casa es para anunciaros que David y
yo nos casamos.
—¡Enhorabuena! —felicitaron Diego y Andrés casi al unísono.
Acercándose con una sonrisa para estrecharles la mano y abrazarles.
Apenas les conocían de unos días, pero era imposible estar media hora con
Pablo y no terminar adorándole.
Las chicas, en cambio, seguían sin emitir ni una palabra. Razón por la
que Pablo continuó con la segunda parte de su discurso.
—David y yo nos casamos y hemos decidido que vosotras seáis
nuestras madrinas —anunció con la voz más grave de lo normal.
El suspiro ahogado de Chloe rompió el silencio que se había instalado
en el salón a la espera de que Dafne y Chloe por fin se pronunciaran.
—Si lloras retiro la oferta —amenazó Pablo que a duras penas podía
contener la emoción.
—Vale, no lloraré —aceptó Chloe.
Dafne por su parte seguía con la boca entreabierta, desconcertada y
feliz por su amigo, debatiéndose entre sus fosilizados prejuicios sobre el
matrimonio y el amor que sentía por su fiel compañero de andaduras.
Desde luego Pablo sabía cómo calmar su ira, eso tenía que
reconocérselo, pensó intentando calmar sus nervios. Una idea acudió a su
mente y la hizo sonreír con pillería:
—Seré tu madrina, solo si no me pides que te haga un reportaje
fotográfico de la boda —le dijo emocionada.
—No estoy tan loco como para pedirte eso —dijo corriendo a
abrazarla.
—Te quiero, Pablito.
—Lo sé. Y tú sabes que te adoro.
—Sí.
El llanto emocionado de Chloe les hizo girarse a los dos.
—Ven aquí, tontita. A ti también te queremos mucho. Sobre todo
cuando nos haces esos cupcakes que tanto nos gustan.
Los tres se abrazaron entre el llanto y la risa.
La cena transcurrió mientras los planes de boda de Pablo y David y
los deliciosos platos que Chloe había preparado para la ocasión, se
convertían en los temas de conversación.
Dafne se levantó, en contra de su costumbre de transportar objetos
delicados, para encontrarse con Pablo en la cocina y acribillarle a
preguntas, ¿cuándo había decidido casarse? Y, ¿por qué? Ninguna de las
respuestas soñadoras de su amigo la satisfizo lo suficiente como para
convencerla de que el matrimonio era una buena opción.
Únicamente la cocinera y Pablo sabían que el menú era de alto riesgo.
El cordero estaba sazonado con hierbas que eran consideradas
estimulantes del apetito sexual y el postre, cuyo ingrediente principal era
la canela, además de estar exquisito, cumplía con el mismo objetivo.
Dafne se olvidó de los planes de asesinato que había urdido para su
amigo en cuanto Diego se acercó a ella y la besó con dulzura. La parte
racional que la ponía en alerta dejaba de funcionar cuando Diego la tocaba.
El repentino viaje a Londres había tenido una única finalidad, la de
poner espacio entre ella y lo que estaba comenzando a sentir por él, un
hombre que no era como todos los demás con los que se había relacionado
anteriormente, no era un mujeriego redomado ni un gandul que vivía de
las rentas, era un hombre interesante que podía terminar de minar sus
defensas si se lo proponía.
Diego por su parte, había centrado toda su atención en la comida,
intentando apartar de sus sentidos el embriagador perfume que emanaba
del cuerpo femenino que tanto ansiaba y que tan bien conocía. Estaba lo
suficiente versado en mujeres como para comprender que si presionaba a
Dafne, esta saldría huyendo de él, algo que no estaba dispuesto a permitir.
La fotógrafa le gustaba, era cierto que al comienzo se había resistido a
aceptar lo mucho que le atraía, pero las cosas habían cambiado. Se había
pasado las dos semanas que estuvo fuera sin poder apartarla de su mente,
preguntándose a cada minuto qué estaría haciendo, con quién... No estaba
dispuesto a pasar por eso nunca más, cuando volviera a viajar por trabajo,
quería tener derecho a llamarla por teléfono, a preguntarle cómo le iba. En
definitiva a formar parte de su vida.
De algún modo el temor de ella había conseguido disipar el suyo
propio. No había planeado enamorarse, de hecho era lo último que hubiese
querido que pasara. No obstante, había sucedido y ahora solo le quedaba
afrontarlo y luchar para que ella aceptara lo que sentía por él. Lo que le
había demostrado la última vez que estuvieron juntos, antes de su viaje a
Londres, cuando le permitió entrar en su vida e incluso confió en él,
quedándose toda la noche tal y como le había pedido.
Como buen estratega que era, había trazado un plan para llevarla a su
terreno y que Dafne pudiera ir, poco a poco, liberándose de sus reticencias
a las relaciones. Y si para conseguirlo tenía que hacerle el amor cada
mañana, ¡qué narices! Estaba más que dispuesto a hacer semejante
sacrificio.
—¿Por qué no te quedas conmigo esta noche? Mañana no trabajo —
pidió Diego sin dejar de mirarla. Ajeno a la atención que su conversación
suscitaba en los demás comensales.
—¿Toda la noche? —Dafne bajó los ojos a su plato para que Diego no
viera el deseo que la embargaba.
—Ya sabes lo eficiente que soy por las mañanas. Lo más placentero
sería que te quedaras...
—Es verdad, así es imposible negarse —aceptó levantando la mirada
y clavándola en los ojos dorados que prometían tanto.
Diego se quedó pasmado por la eficacia de sus palabras. Sin duda
Dafne era la mujer más compleja e interesante con la que se había topado
jamás.

Cuando todos se hubieron marchado, cada una de sus chicas


acompañada por un hombre apuesto y protector, Pablo se sintió encantado
con el resultado de su cena, los invitados habían disfrutado, y él había
conseguido lo que buscaba, compartir su felicidad con sus amigas, y darles
el empujoncito que necesitaban para encontrar la suya propia.
Sonrió y se dejó caer sobre el hombro de su chico.
—Pareces muy satisfecho de ti mismo —murmuró David.
—Lo estoy. Pero podría estarlo más...
—¿De verdad?
—Sí —susurró lanzándose a devorar los gruesos labios de él.
Pablo sintió la lengua invasora en su boca, abriéndose paso y
conquistando cada recodo de ella. Movido por el deseo que le embargaba
llevó las manos a la nuca de David y tirando sin miramientos de su cabello
lo atrajo más a él, desesperado por fundir piel con piel. Bebió el gemido
que escapó de los labios de David, y que le inflamó, todavía más la sangre.
Era consciente de que por fin había terminado su búsqueda. Ya había
encontrado aquello que le había mantenido despierto muchas noches, la
persona que, más allá del sexo que tuviera, consiguiera hacerle sentir
completo.

Chloe tenía los nervios a flor de piel, Andrés era demasiado


caballeroso para lo que en esos instantes necesitaba. Habían estado
tomando una copa en uno de los locales de moda de la ciudad y ni siquiera
le había rozado el brazo. Si bien se mostraba atento a lo que ella decía, no
lo estaba tanto a las señales luminosas que le enviaba, diciendo «¡estoy
disponible, me gustas! ¡Bésame!»
Como último recurso se recostó sobre él fingiendo que entre la
música no escuchaba lo que estaba diciendo. Notó el momento exacto en
que Andrés se puso alerta. Todos sus músculos se tensaron, confusa por su
reacción se apartó de él como si quemara.
—Será mejor volver a casa —pidió desanimada—, mañana tengo que
hornear y, por tanto, madrugar.
—Claro.
El viaje de regreso lo hicieron en silencio, cada uno perdido en sus
propias cavilaciones. Andrés aparcó en la puerta de su casa y se dispuso a
bajar con ella.
—No hace falta que me acompañes.
—Claro que hace falta —dijo Andrés zanjando la cuestión.
Chloe ni siquiera le miró, la vergüenza teñía sus mejillas, ¿cómo
podía haberse equivocado tanto con él? Había estado segura de que le
gustaba.
Se dio la vuelta para despedirle frente al ascensor, era poco probable
que insistiera en acompañarla hasta la misma puerta, cuando se encontró
chocando contra el fuerte pectoral masculino. Andrés alargó los brazos
para que no se cayera y de repente se vio rodeada de puro músculo.
Olvidándose de sus buenos propósitos, Andrés agachó la cabeza y
cubrió la boca de Chloe con la suya. Una punzada de culpabilidad
arremetió con fuerza en su pecho, él no engañaba, más bien era el
engañado. Se había propuesto esperar por Chloe hasta que fuera una mujer
debidamente libre, pero era imposible estar con ella sin que sus dedos
dolieran por el ansia de tocarla.
Consciente de que lo que hacía era incorrecto, profundizó más el beso
y enredó sus dedos en el corto cabello femenino. Ya puestos a ir al
infierno, iba a saborearlo a placer.
Capítulo 15

Dafne esperaba sentada en el salón de Diego a que este regresara con


la copa de vino que le había ofrecido. Se sentía extrañamente nerviosa, por
lo que se levantó a estirar las piernas y comenzó a pasear por el piso. La
estancia estaba recogida y limpia, los libros en su lugar, la televisión de
plasma impoluta, sin una mota de polvo que osara posarse sobre ella, no
había nada que despertara su curiosidad. Sin atreverse a entrar en ninguna
habitación sin permiso, se encaminó hacia el recibidor y se quedó parada
frente al enorme espejo de cuerpo entero que lo presidía, ¿cómo no lo
había visto antes? El marco era de un dorado viejo, ricamente labrado con
cuatro rosetones en cada uno de sus vértices, incluso el espejo estaba
picado en algunas zonas, dando buena cuenta del paso del tiempo.
Se miró evaluando su aspecto, cabello desordenado por las manos de
Diego al besarla en el ascensor, vestido arrugado y pies descalzos...
«Tampoco es que dé una imagen sexy o atrayente» se dijo mientras sus
manos intentaban alisar la maraña de rizos que era su cabello.
Como si le hubiera leído la mente, Diego apareció de repente tras ella
para decirle lo preciosa que estaba.
—¿Es muy antiguo? —preguntó intentando desviar la conversación
de sí misma.
—Era de mi bisabuela. El pobre tiene unos cuantos años. Pero a mi
abuela le encantaba y cuando murió no quise deshacerme de él.
—Es muy bonito —susurró
—No tanto como tú —insistió Diego dejando las dos copas sobre el
mueble de la entrada.
—¿Crees que Chloe habrá llegado bien a casa? —preguntó de nuevo,
demasiado nerviosa por lo que estaba a punto de pasar.
—Por supuesto, Dafne. Andrés la llevará a casa después de tomar una
copa. No te preocupes por nada. Solo relájate.
—De acuerdo.
Antes de poder añadir nada más sintió y vio, a través del espejo, las
manos de Diego deslizarse con cuidado por sus hombros, masajeándolos
con movimientos suaves que eran más una caricia que una presión. Clavó
la mirada en el reflejo de él mientras sentía su cuerpo acercarse a su
espalda. Sus grandes manos abandonaron los hombros y buscaron las
costillas, su boca se entretuvo mordisqueando su cuello, el lóbulo de su
oreja. El cálido aliento erizó su sensible piel... No obstante, Dafne no
apartó la mirada del espejo que tenía delante, fascinada, sin perder detalle
de la dulce seducción a la que estaba siendo objeto.
Desesperada por sus hábiles caricias, presionó su trasero sobre las
piernas de él, su espalda se pegó a su rígida longitud. Diego gruñó, pero no
dejó de mordisquear su oreja. En cambio sus manos sí que fueron más allá
de sus costillas, con un movimiento rápido la despojó del tanga sin
quitarle nada más, y volvió a darle la vuelta para que quedara de nuevo
frente al espejo.
—Eres preciosa —murmuró con la voz entrecortada.
Sus manos bajaron suavemente por su estómago, a través de la suave
tela del vestido, y se perdieron entre los pliegues mojados del sexo
femenino.
Dafne se estremeció por el contacto, cerrando los ojos para absorber
mejor el placer.
—Abre los ojos, preciosa. Quiero que nos veas —pidió Diego.
La escena que tenía delante era tan erótica y las caricias tan
profundas que sintió que sus rodillas no iban a poder sujetarla más. Se
tambaleó sobre ellas un segundo, para instantes después, estar subida a
horcajadas en los brazos de Diego que la aprisionaba contra la pared
opuesta al espejo, de manera que podía seguir viendo por encima de los
hombros de él.
—Tienes el tamaño perfecto para mí. Sujétate bien —dijo Diego
desabrochándose a toda velocidad los pantalones—. Contigo siempre voy
con prisa, nunca puedo permitirme saborearte a placer.
Su boca acalló las protestas de Dafne, eso no era cierto, puede que la
primera vez fuera precipitada, pero era igual de placentera, y sin ninguna
duda, Diego se tomaba la revancha en las siguientes. Su mente dejó de
discurrir cuando sintió la embestida de Diego al unirse por completo
dentro de ella, notó la pared fría sobre su espalda y fue entonces cuando se
dio cuenta de que ya no llevaba el vestido, la mano izquierda de Diego
voló hasta su pecho mientras con la derecha la sujetaba por la cadera. El
espejo le mostraba la visión desnuda de él, el modo en que los músculos
de su espléndido trasero se contraían cada vez que se hundía en su cuerpo,
más y más profundamente.
Los envites se hicieron cada vez más rápidos, más hambrientos... La
explosión fue casi inmediata y tan fuerte, que los dejó a los dos derrotados
y casi sin fuerzas para seguir en pie. Diego se recobró primero, sin salir
del cuerpo de Dafne se encaminó hasta su dormitorio.
—Primer asalto, mi amor. Vamos a por el segundo.
Dafne fue incapaz de decir nada coherente.
—Humm.

Dafne se despertó con la boca pastosa por el vino y el cansancio.


Apenas acababan de dormirse. Se levantó denuda y descalza y se encaminó
hasta la cocina en busca de un poco de agua. Al igual que el resto de la
casa, estaba perfectamente recogida y limpia. Abrió la nevera para ver si
Diego tenía agua fresca, no obstante un líquido rosado en la enorme jarra
de la batidora llamó su atención. La sacó con cuidado y se sirvió un
poquito en un vaso. El líquido regó su garganta reseca y se fundió en su
paladar. Dafne gimió de placer, estaba delicioso.
Con las pilas recargadas y el regusto dulce en la boca regresó al
dormitorio con una idea en mente.
A pesar de estar en septiembre y de que el frío todavía no hubiera
llegado, se acurrucó al calorcito que desprendía su cuerpo y se frotó con
descaro contra él. Al comprobar que el gesto no cumplía con lo que se
había propuesto, despertarle, cambió de táctica y regó de húmedos besos
su pecho desnudo. Estuvo a punto de chillar eufórica cuando él se
removió, deslizó su boca con suavidad por sus pequeños pezones, bajó
hasta su estómago, siguió bajando por su ombligo, sus caderas, para
finalmente seducir con sus labios, sus dientes y su lengua, el duro sexo de
Diego, a cada segundo más despabilado.
El gemido ahogado de él le certificó lo que ya sabía, que estaba
dispuesto y receptivo a sus caricias, «despertar así todos los días quizás no
sea tan malo después de todo», pensó Dafne. Sería algo a lo que podría
acostumbrarse.

El sonido del móvil alertó a Dafne cuando todavía no se había


dormido tras el encuentro mañanero. Diego roncaba suavemente a su lado.
Se puso lo primero que encontró, la camiseta oscura que había llevado
Diego la noche anterior y se levantó en su búsqueda. ¿Por qué narices no
habían cerrado la puerta? Si al menos hubiera estado entornada no se
habría despertado y podría estar recuperando fuerzas que buena falta que
le hacía.
Su bolso estaba encima del sofá. Hurgó en él para dar con el iPhone y
se quedó parada cuando vio el rostro de su madre ocupar toda la pantalla.
Descolgó temerosa de su reacción:
—Buenos días, mamá.
—Hola, Daf. ¿Dónde estás? Tu hermana dice que no estás en casa. Es
demasiado pronto para trabajar y además es sábado... —comentó
preocupada.
—No, mamá. No estoy trabajando ¿Para eso me llamas?
—No, te llamo porque hemos quedado a comer. Necesito hablar con
tu hermana y contigo. Nos vemos a las dos, habla con Chloe y ella te dará
la dirección.
—De acuerdo, mamá. Hasta luego.
—Cariño, si no estás trabajando, ¿dónde estás?
—Estoy con alguien, mamá.
—¿Un chico? ¿De verdad, cariño? —Dafne no supo si debía
molestarle o no la incredulidad de su madre.
—Sí, mamá. Y además me gusta mucho.
—Eso es maravilloso, hija. Y quiero que sepas que me alegro de que
no estés trabajando —apostilló Candela antes de colgar.
¡Genial! Al final no había durado tanto la tregua que les había
ofrecido su madre. Dejó el iPhone sobre el sofá sin molestarse en meterlo
de nuevo en su sitio y se dirigió hasta la cama de Diego, el sitio en el que
realmente quería estar. Pero entonces su cabeza comenzó a funcionar
frenética. Le acababa de decir a su madre que estaba con un hombre, y lo
peor de todo es que se sentía bien por haberlo hecho. ¿Qué le estaba
pasando? Ella no era de esas chicas, se había pasado toda su vida evitando
cualquier tipo de compromiso, no quería ver su vida destrozada como lo
había estado la de su madre desde que su padre las dejó. Y ahora allí
estaba, suspirando por un hombre realmente increíble que sabía hacerla
vibrar de mil formas distintas. ¡Y se lo había dicho a su madre! La comida
iba a ser cuanto menos movidita después de su ataque de sinceridad o
mejor dicho, de temeridad.
Como un vendaval regresó al dormitorio.
—Estás preciosa con mi camiseta —la saludó Diego.
—Tengo que irme.
—¿Qué sucede?
—Mi madre me está esperando. Además yo...
—¿Qué es lo que te pasa realmente, Daf? Sabes que puedes
contármelo —dijo con dulzura.
—Esto va muy rápido para mí. Yo no quiero nada serio, ya te lo dije.
Explicó sin mirarle mientras terminaba de ponerse las sandalias. Una
parte de ella realmente pensaba lo que estaba diciendo. La otra se debatía
entre quedarse o salir huyendo.
—Como quieras. No quiero presionarte.
—Lo sé, y eres perfecto por eso —confesó acercándose a darle un
beso antes de irse a toda prisa.
Diego volvió a tumbarse en su cama con una enorme sonrisa de
satisfacción. Todo estaba yendo bien, había vuelto a conseguir que se
quedara toda la noche y a pesar de lo asustada que estaba, le había besado
antes de irse para despedirse de él.
Capítulo 16

Dafne se removió incómoda en su asiento mientras esperaba a que


llegara su madre. Su hermana no parecía mucho más tranquila que ella, a
ninguna de las dos se les había escapado la extraña elección del
restaurante en el que iban a comer. Candela les había citado en un local en
el que se servía comida orgánica, es decir, comida criada o cultivada de
forma natural, sin aditivos químicos ni sustancias de origen sintético.
¿Dónde había quedado la madre sibarita que ellas recordaban?
En lugar de encontrar respuestas, la aparición de Candela suscitó
nuevas preguntas en sus hijas. Desde la boda de Chloe, la última vez en
que las tres habían estado juntas, su madre había adelgazado unos quince
kilos, calculó Dafne a ojo, y se había cambiado el tono del pelo, del mismo
color del de sus hijas, tiñéndoselo de caoba. Candela se acercó hasta su
mesa con una sonrisa de felicidad que ninguna de las Llorenç recordaba
haber visto nunca en su madre.
—Buenas tardes, hijas.
Las dos se levantaron para besarla.
—Mamá, estás guapísima —dijo Chloe.
—Sí, mamá. Estás muy guapa —corroboró Dafne.
—Muchas gracias por los piropos, pero vamos a pedir que estoy
hambrienta —se quejó Candela.
—¿Dónde has dejado a tu novio, mamá? ¿Por qué no ha venido
contigo? —preguntó Dafne intentando distraerla del motivo de su visita,
echarle la bronca a Chloe por abandonar a su esposo en plena luna de miel,
y culparla a ella por el mismo motivo.
—No ha venido porque tengo que hablar con vosotras de unos asuntos
delicados y lo mejor es que lo hagamos a solas.
—Mamá, no podía seguir casada con él... —lloriqueó Chloe.
—Después, cariño. Ahora tengo que comer algo o caeré desfallecida.
Las dos hermanas se miraron estupefactas, ¿quién era esa mujer
razonable y cariñosa que tenían delante? Y lo más importante, ¿qué había
hecho con su madre?
La comida en Bio era exquisita, se decidieron por una ración de
durmientes del bosque, que no era otra cosa que deliciosas croquetas de
vegetales, goulash vegetariano de setas de temporada y como plato
principal, ravioli de pera y queso de oveja al aroma de tomillo para las
hermanas y albóndigas de atún rojo en «Caponata» siciliana de verduras
para Candela.
La tensión se disipó en cuanto llegó la comida, ninguna de las
mujeres se acordó del motivo del encuentro, los sabores explotaban en su
boca y embargaban cada uno de sus sentidos, vista, olfato, gusto... Regaron
el menú con un sorbete de limón que las volvió habladoras y sinceras.
—No he venido aquí para recriminarte que te estés divorciando,
Chloe —explicó Candela.
—¿No, mamá?
—No, la razón por la que estoy aquí es para hablar de mí. Comprendo
que Ángel no era para ti, quizás te casaste con él presionada por mí, y lo
siento mucho, pero...
—No, mamá. Me casé con él porque creía que era otra persona
diferente a la que en realidad es. No ha sido culpa tuya.
—Y a ti —dijo mirando a Dafne—, te debo tantas disculpas. A causa
de mi resentimiento te he predispuesto contra el matrimonio y las
relaciones. Y ahora yo... Me he dado cuenta de lo equivocada que he
estado. Lo único que tienes que hacer para ser feliz, Daf, es encontrar al
hombre perfecto para ti.
—¡Ves! —exclamó Chloe. Eso era lo que ella había predicado
siempre y ahora, por fin, su madre se daba cuenta de que ella tenía razón.
—Ahora viene lo más difícil —suspiró Candela—, hijas, voy a
casarme. He encontrado a un hombre bueno que me quiere con mis
defectos y mis virtudes y quiero ser feliz a su lado.
—¡Enhorabuena, mamá! —estalló la hija pequeña que seguía
creyendo en el matrimonio a pesar del desastre que había sido el suyo.
Las dos se volvieron a mirar a Dafne que no había dicho nada.
—Enhorabuena.
—¿De verdad te alegras, hija? —preguntó temerosa.
—Sí, mamá. Claro que me alegro.
—¿Quién es tu prometido mamá? ¿A qué se dedica? Cuéntanoslo
todo —pidió Chloe. Pero Dafne ya no escuchó nada más. Se limitó a
sonreír mientras su madre y su hermana hablaban entre ellas optimistas y
felices por el nuevo enlace.
En su cabeza solo tenía una imagen, la cara de Diego cuando le había
dicho esa mañana que no quería nada serio y que necesitaba pensar.
¿Habría echado a perder todo lo que tenían por un miedo racional que su
progenitora le había inculcado y que por lo visto ella ya había superado?

Dafne se escondió en su despacho en cuanto llegó a casa. Estaba


rodeada de bodas, primero Pablo y ahora su madre...
No había mentido a ninguno de los dos cuando les dio la
enhorabuena, realmente se alegraba por ellos y era ahí exactamente dónde
residían sus dudas, ¿había estado siempre equivocada al huir del
compromiso?
El sonido de unos pasos por el pasillo la sacó de su ensimismamiento.
La cara preocupada de Pablo asomó por el despacho.
—¿Qué haces aquí?
—Chloe me ha llamado para contarme lo de tu madre. Ha pensado
que a lo mejor hablarías conmigo. Está preocupada —no hacía falta que
añadiera que él también lo estaba, su cara le delataba.
—Mi hermana es una exagerada. Estoy bien. ¿Por qué no estás tú
celebrando el amor con David?
—David va a estar esperándome cuando llegue a casa. Tengo toda la
vida para estar con él, y tú me necesitas más ahora mismo.
—Eso es cierto, solo la primera parte, y me alegro mucho por los dos.
Pero con mi madre es distinto... Ella...
—Ella se ha pasado la vida hablando pestes del matrimonio y de los
hombres en general y tú la creíste porque era tu madre. Y ahora te sientes
engañada porque ella ha decidido cambiar de opinión y a ti te cuesta tanto
hacerlo que te asusta.
—Sí, más o menos. Has hecho un resumen bastante acertado de cómo
me siento.
—Soy tu mejor amigo. Te conozco.
—Eso también es verdad.
—¿Qué te preocupa realmente?
—Diego me gusta. Me gusta mucho.
—Bueno, eso también lo sabía.
—Bueno, lo que no sabes es que he metido la pata con él. Le he
vuelto a decir que no quiero nada serio. No sé cómo se lo habrá tomado.
—A ese hombre le importas. Estoy seguro de que será paciente
contigo —dijo Pablo que tenía una facilidad pasmosa para calar a la
personas.
—¿Y si no sale bien? —cuestionó por primera vez en voz alta.
—Nunca lo sabrás si no lo intentas. No tienes que hacer nada, ni
siquiera pensarlo, solamente déjate llevar por lo que sientes, estoy seguro
que de que él comprende a la perfección el motivo por el que te fuiste esta
mañana. Además lo que tenga que ser será.
—Esa es una actitud muy zen.
—Yo creo que es más bien una actitud inteligente, pero si prefieres
zen... —se burló Pablo.
—Gracias por venir.
—Siempre. Aunque si te soy sincero, no he venido solo por ti,
también he venido por los cupcakes de tu hermana.
Dafne aceptó la broma riendo. Entonces Pablo se levantó de la silla
en la que se había sentado al entrar y tiró de ella para que hiciera lo
mismo.
—Vamos a celebrar lo rematadamente listos que somos, Chloe ha
horneado una nueva tanda que huele deliciosamente.
—Chloe siempre hornea cuando está preocupada o feliz, es su válvula
de escape —explicó Dafne.
—Pues vamos a tener que hacerla feliz a menudo, sobre todo porque
después vamos a tener que hacer mucho ejercicio para mantener la línea.
—¿Crees que Andrés estaría dispuesto a echarnos una mano con eso?
—Si te refieres a la línea, yo ya tengo a David.
—No seas bruto. Me refiero a Chloe.
—¿Bromeas? Estaría encantado de ser útil.
Capítulo 17

Nuevamente, Andrés se había empeñado en acompañarla a casa y al


igual que las veces anteriores Chloe sospechaba que sus intenciones no
iban más allá de asegurarse de que llegaba bien. Maldijo para sí, ¿por qué
narices era tan perfecto? Tras el beso que compartieron días atrás, en el
que había quedado más que clara su mutua atracción, se había mostrado
distante, como si se sintiera culpable de haberlo hecho.
Se había enterado por boca de Diego, a quien le había prometido
guardar silencio, que Andrés había sufrido la traición de la que iba a ser su
mujer y Chloe, comprensiva y cada vez más convencida de que él era el
príncipe que siempre había buscado, había decidido armarse de paciencia
y aceptar el ritmo que él marcaba, pero tener paciencia no era lo mismo
que dejar de sentir...
En cuanto pararon frente a su casa, Chloe intentó evitarse el mal rato
de subir con él en el ascensor, aspirando el delicioso aroma de su after
shave, para después verle marchar sin poder dar rienda suelta a sus deseos
de besarle hasta perder la sensibilidad de los labios.
—No hace falta que me acompañes hasta arriba —dijo.
Y sin darle opción a protestar, llevó la mano a la manecilla de la
puerta, ansiosa por escapar de allí. Su mano se quedó a medio camino, con
una rapidez pasmosa se encontró entre los brazos de Andrés que pretendía
algo más que impedirle abandonar el vehículo.
Su boca acalló cualquier pregunta, aunque Chloe, inteligente, no fuera
a preguntar nada.
Minutos después, que para Chloe fueron los más intensos que podía
recordar, Andrés por fin habló:
—Esto es como ponerle los cuernos a tu marido, ¿no crees? —
preguntó haciendo infructuosos esfuerzos por apartar las manos del cuerpo
femenino.
—Técnicamente... Lo es. Todavía estamos casados —explicó ella con
un estremecimiento provocado por la mano que sujetaba su nuca.
—Bueno, tampoco sería tan grave, él también te lo hizo a ti... ¿no? —
esperó a que ella respondiera con cierta ansiedad en la mirada.
—Sí, tienes razón —corroboró ella—, estoy segura de que no cuenta.
—En ese caso... —y sin dar más argumentos volvió a besarla. Esta
vez sin reprimirse, poniendo en el beso todo el anhelo que había sentido
desde la primera vez que la vio con las esposas en la mano y esa sonrisa
indómita y a la vez dulce, que tanto le atraía.

Tras la deserción de su madre y la conversación que había mantenido


con Pablo días atrás, Dafne estaba cada vez más confusa respecto a lo que
debía hacer con su vida. Su relación con Diego había cambiado, sus
sentimientos por él aumentaban día tras día y su cabeza bullía entre tantas
contradicciones.
Por un lado estaban sus recelos y por el otro sus ganas de dejarse
llevar por lo que sentía, por la felicidad que le embargaba cuando estaba
cerca de Diego.
Diego se había mostrado paciente y comprensivo, cuando llamó esa
misma noche a su puerta la recibió con una sonrisa y los brazos abiertos.
No hizo falta que se disculpara. Las excusas no eran necesarias entre ellos,
se comprendían mejor de lo que jamás hubiese esperado de alguien que no
fueran Chloe y Pablo.
—El quince de este mes van a hacerle un homenaje a mi abuela en El
Círculo de Bellas Artes y me gustaría que me acompañaras —le comentó
una de esas noches en que cenaban en casa de él.
Diego había preparado carne asada y un batido especial con diversas
frutas, para después habían planeado ver una película y acostarse pronto,
ya que trabajaba al día siguiente a primera hora.
—Si hago eso parecería que vamos en serio —respondió Dafne
intentando no atragantarse.
Hablar mientras comía le resultaba mucho más complicado que al
resto de las personas.
—Bueno, nuestra relación ha cambiado en ese punto.
—¿Qué quieres decir?
—Te has quedado a dormir las últimas cinco noches que hemos
quedado. Yo creo que eso ya es ir en serio —bromeó Diego tanteando el
terreno.
—Pero yo me he quedado porque tú... porque por las mañanas...
porque tú...
—¿De verdad te has quedado por eso?
—Bueno, no solo por eso. También lo he hecho porque quería...
—¿Estar conmigo? —le ayudó él, apiadándose al ver lo mucho que le
costaba sincerarse.
—Sí.
—Dafne, eres como una chispa que enciende mi vida. Si fuera
artificiero te diría que eres la mecha —dijo riendo—. Antes de conocerte
no estaba interesado en tener nada serio con nadie. Pero ahora lo único en
lo que puedo pensar es en que quiero tenerte cerca de mí cada mañana y
no, no pienses mal, aunque también sea en parte por esa razón —añadió
volviendo a reír—, la principal es porque te quiero.
—Creo que yo también te quiero —confesó por fin.
Diego se aguantó las ganas de levantarse, cogerla en brazos y llevarla
al dormitorio para que se diera cuenta de lo mucho que le quería y le
necesitaba, tanto como él la quería y la necesitaba.
—¿Crees? —preguntó entre divertido y eufórico.
—No puedo estar segura, no tengo nada con lo que compararlo. Eres
el primer hombre del que me enamoro.
—Menudo honor.
—Aún así... No quiero casarme.
—Bueno eso ya lo discutiremos más adelante. De momento me
conformo con que vivas conmigo.
—¡Estás loco! Ya tengo mi casa. Estamos muy cerca, podría...
—Tu casa es además tu despacho. No tienes porque dejarla, pero
necesito que te quedes conmigo, todas y cada una de las noches de tu vida.
—Pero...
—Haremos un trato, si no te complazco de todas las formas posibles,
estarás en todo tu derecho a marcharte y dejarme solo, pero si te
complazco...
—No entiendo por qué eres un simple policía. Deberías ser
negociador. Se te da de maravilla —no era necesario decir nada más, con
esas palabras acaba de aceptar la propuesta.
—Eso quiere decir que aceptas. ¿Te quedas conmigo? —quiso
asegurarse Diego, que todavía no se creía que hubiese resultado tan
sencillo convencerla.
—Me quedo contigo, esta noche y todas las demás.

EDICIONES KIWI, 2013


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Editado por Ediciones Kiwi S.L.
© 2013 Olga Salar
© de la cubierta: Borja Puig
© de la fotografía de cubierta: Istockphoto

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