Pascal
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Mis amigos me dicen que los pensamientos de Pascal les sirven para pensar. Ciertamente, no
hay nada en el universo que no sirva de estímulo al pensamiento; en cuanto a mí, jamás he visto en
esas memorables fracciones una contribución a los problemas, ilusorios o verdaderos, que encaran.
Las he visto más bien como predicados del sujeto Pascal, como rasgos o epítetos de Pascal. Así
como la definición quintessence of dust no nos ayuda a comprender a los hombres, sino al príncipe
Hamlet, la definición roseau pensant no nos ayuda a comprender a los hombres, pero sí a un hombre,
Pascal.
Valéry, creo, acusa a Pascal de una dramatización voluntaria; el hecho es que su libro no pro-
yecta la imagen de una doctrina o de un procedimiento dialéctico, sino de un poeta perdido en el
tiempo y en el espacio. En el tiempo, porque si el futuro y el pasado son infinitos, no habrá
realmente un cuándo; en el espacio, porque si todo ser equidista de lo infinito y de lo infinitesimal,
tampoco habrá un dónde. Pascal menciona con desdén «la opinión de Copérnico», pero su obra
refleja para nosotros el vértigo de un teólogo, desterrado del orbe del Almagesto y extraviado en el
universo copernicano de Kepler y de Bruno. El mundo de Pascal es el de Lucrecio (y también el de
Spencer), pero la infinitud que embriagó al romano acobarda al francés. Bien es verdad que éste
busca a Dios y que aquél se propone libertarnos del temor de los dioses.
Pascal, nos dicen, halló a Dios, pero su manifestación de esa dicha es menos elocuente que su
manifestación de la soledad. Fue incomparable en ésta; básteme recordar aquí el famoso fragmento
207 de la edición de Brunschvicg (Combien de royaumes nous ignorent!) y aquel otro, inmediato, en
que habla de «la infinita inmensidad de espacios que ignoro y que me ignoran». En el primero, la
vasta palabra royaumes y el desdeñoso verbo final impresionan físicamente; alguna vez pensé que
esa exclamación era de origen bíblico. Recorrí, lo recuerdo, las Escrituras; no di con el lugar que buscaba,
y que tal vez no existe, pero sí con su perfecto reverso, con las palabras temblorosas de un hombre que se
sabe desnudo hasta la entraña bajo la vigilancia de Dios. Dice el Apóstol (I Corintios 13: 12): «Vemos ahora Comentario [A1]:
Que yo recuerde, la historia no registra
por espejo, en oscuridad; después veremos cara a cara: ahora conozco en parte; pero después conoceré como dioses cónicos, cúbicos o piramidales,
ahora soy conocido». aunque sí ídolos. En cambio, la forma
de la esfera es perfecta y conviene a la
No menos ejemplar es el caso del fragmento 72. En el segundo párrafo, Pascal afirma que la naturaleza divinidad (Cicerón: De natura deorum,
II, 17). Esférico fue Dios para
(el espacio) es «una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna». Pascal Jenófanes y para el poeta Parménides.
pudo encontrar esa esfera en Rabelais (III, 13), que la atribuye a Hermes Trismegisto, o en el simbólico En opinión de algunos historiadores,
Empédocles (fragmento 28) y Meliso lo
Roman de la Rose, que la da como de Platón. Ello no importa; lo significativo es que la metáfora que usa concibieron como esfera infinita.
Pascal para definir el espacio es empleada por quienes lo precedieron (y por Sir Thomas Browne en Religio Orígenes entendió que los muertos
resucitarán en forma de esferas;
Medici) para definir la divinidad. No la grandeza del Creador, sino la grandeza de la Creación afecta a Fechner (Vergleichende Anatomie der
Pascal. Engel) atribuyó esa forma, que es la del
órgano visual, a los ángeles. Antes que
Éste, declarando en palabras incorruptibles el desorden y la miseria (on mourra seul), es uno de los Pascal, el insigne panteísta Giordano
hombres más patéticos de la historia de Europa; aplicando a las artes apologéticas el cálculo de Bruno (De la causa, V) aplicó al
universo material la sentencia de
probabilidades, uno de los más vanos y frívolos. No es un místico; pertenece a aquellos cristianos Trismegisto.
denunciados por Swedenborg, que suponen que el cielo es un galardón y el infierno un castigo y que,
habituados a la meditación melancólica, no saben hablar con los ángeles. Menos le importa Dios que la Comentario [A2]: De coelo et inferno
535. Para Swedenborg, como para
refutación de quienes lo niegan. Boehme (Sex puncta theosophica, 9,
34), el cielo y el infierno son estados
Esta edición quiere reproducir, mediante un complejo sistema de signos tipográficos, el aspecto que con libertad busca el hombre, no
un establecimiento penal y un
«inacabado, hirsuto y confuso» del manuscrito; es evidente que ha logrado ese fin. Las notas, en establecimiento piadoso. Cfr. también
cambio, son pobres. Así, en la página 71 del primer tomo, se publica un fragmento que desarrolla en Bernard Shaw: Man and Superman, III.
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Al pie de algunos textos, el editor cita pasajes congéneres de Montaigne o de la Sagrada Escri-
tura; ese trabajo podría ampliarse. Para ilustración del Pari, cabría citar los textos de Arnobio, de
Sirmond y de Algazel que indicó Asín Palacios (Huellas del Islam, Madrid, 1941); para ilustración
del fragmento contra la pintura, aquel pasaje del décimo libro de La República, donde se nos dice que
Dios crea el Arquetipo de la mesa, el carpintero, un simulacro del Arquetipo, y el pintor, un
simulacro del simulacro; para ilustración del fragmento 72 (Je lui vex peindre l'imrnensité... dans
l'enceinte de ce raccourci d'atome...), su prefiguración en el concepto del microcosmo, su reaparición
en Leibniz (Monadología, 67), y en Hugo (La chauve-souris):
Demócrito pensó que en el infinito se dan mundos iguales, en los que hombres iguales
cumplen sin una variación destinos iguales; Pascal (en quien también pudieron influir las antiguas
palabras de Anaxágoras de que todo está en cada cosa) incluyó a esos mundos parejos unos adentro
de otros, de suerte que no hay átomo en el espacio que no encierre universos ni universo que no sea
también un átomo. Es lógico pensar (aunque no lo dijo) que se vio multiplicado en ellos sin fin.
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