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Leon-Portilla, Iberoamerica Mestiza

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IBEROAMÉRICA MESTIZA, UN PROCESO

DE RESONANCIAS UNIVERSALES
MIGUEL LEÓN-PORTILLA
Director científico del proyecto

La palabra mestizo provoca variadas y aun opuestas reacciones. Al oírla, muchos


piensan en seres humanos fruto de parejas en las que uno de sus miembros aparece
como inferior. Como muestra, se evocan las uniones de europeos con amerindias, al
ocurrir el encuentro de los dos mundos. Los recién llegados, tras imponerse por la
fuerza, urgidos de mujeres, cohabitaban con hijas, hermanas y aun esposas de los
vencidos. Unas veces habían sido ellas entregadas como regalo. Otras eran cautivas
que, de grado o con violencia, satisfacían la libido del más fuerte.
Querámoslo o no, entre las connotaciones que conlleva la palabra mestizo, la
que así he esbozado es bastante frecuente. Complemento de ella, qué cabría espe-
rar, es que en innumerables situaciones los frutos de tales parejas asimétricas
––los mestizos y mestizas— aparecen también como inferiores al europeo. Inclu-
so en ordenamientos legales son descritos como individuos no confiables, incli-
nados a la holgazanería, al hurto, la embriaguez y otros vicios. De esto son ejem-
plo varias comunicaciones y decretos de virreyes y audiencias en México, Lima,
Santafé de Bogotá y del Río de la Plata, con comentarios peyorativos en relación
con los mestizos.
Tal vez por esto, según lo notó el indígena nahua Chimalpain, «algunos mesti-
zos, mestizas, no quieren reconocer que tienen algo de nuestra sangre, de nuestro
color. Vanamente quieren hacerse pasar por españoles, y nos desprecian, se burlan de
nosotros» (Séptima relación, folio 213r). Lo que así expresó Chimalpain no ha deja-
do de ser verdad. Y lo es también que en Iberoamérica no pocos que se consideran
criollos, es decir, descendientes de padre y madre europeos, ven con desdén a los
mestizos y emplean tal palabra en un sentido peyorativo, sólo superado por el que se
adjudica a los vocablos indio, mulato o negro.
20 MIGUEL LEÓN-PORTILL A

Lo que estoy expresando sonará tal vez impertinente en la introducción a una


exposición sobre «Iberoamérica mestiza». ¿Se busca por ventura mostrar en ella cuan-
to se ha pensado, dicho o ejercido en vituperio de los mestizos?
Volveré a citar, en contraparte, al mismo Chimalpain, cronista de fines del si-
glo XVI y hombre sabio de verdad:

Aquí se encontraron las hijas de los hombres indígenas de la Nueva España, algu-
nas de origen noble, otras gente del pueblo, se encontraron con españoles. Así nacie-
Filogonio Martínez Chávez, Trajinera, barro, ron y siempre siguen naciendo mestizos y mestizas. Y algunos en concubinaje, como
Metepec, México
hijos ocultos, tal nacemos, salimos mestizos, mestizas. Los que son dignos, bien sea
mestizos, mestizas, reconocen que de nosotros los indios provienen...
Pero así como a cualquier español de sangre noble lo hizo el Señor Nuestro Dios,
también a nosotros nos favoreció, aunque no tengamos sangre y color semejantes.
Por encima de todo hay que recordar que al comienzo, al principio del mundo,
fue sólo uno nuestro primer padre, Adán, y sólo una nuestra madrecita, Eva, de los
cuales venimos, aun cuando de formas distintas se muestre nuestro cuerpo.

Los que no quieren hablar de mestizaje

Prístino y rotundo rechazo del racismo que en todos los tiempos se ha dejado sentir, son
las palabras de Chimalpain. Y lo son, reconociéndose en ellas eso mismo en lo que insis-
ten algunos que no quieren hablar de mestizaje: la relación asimétrica —«el concubina-
je, como hijos ocultos... de los mestizos, mestizas»—. A diferencia de Chimalpain y de
otros, sólo ven ellos lo que ha habido de negativo en el mestizaje. Rehúsan abrirse para
ponderar cómo, de la mezcla de pueblos distintos, han provenido nuevas creaciones cul-
turales, no pocas ciertamente extraordinarias. Válida es esta afirmación no sólo respec-
to del mestizaje entre europeos y amerindios, sino que tiene alcances universales. La his-
toria de la cultura en tiempos y lugares tan anchos como el mundo lo confirma.
Los egipcios con sus faraones, los griegos con Alejandro, los romanos con sus
césares, para citar sólo estos ejemplos, al emprender conquistas y subyugar pueblos,
se mezclaron con los vencidos y dieron lugar a creaciones culturales innumerables.
José Vara, Árbol de la muerte, barro, Metepec,
México, colección Horacio Gavito En el caso de los romanos, así se formaron Hispania, las Galias, Germania, Britania
y otras naciones.
Antes de abrir más la mira para abarcar mejor las connotaciones de las palabras mes-
tizo y mestizaje, quiero responder a otro argumento esgrimido por quienes no quieren
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hablar de esto. Sostienen los tales que afirmar que México y otros países de Iberoamé-
rica son fundamentalmente mestizos, ha sido tesis esgrimida por algunos ideólogos y
gobernantes como arma con la que se pretende dar cohesión al respectivo Estado
nacional. Afirmarse en el mestizaje ha llevado —nos dicen— a querer concebir al país
como una entidad unicultural, monolingüística y básicamente homogénea.
Tal actitud, sostienen los que no quieren hablar de mestizaje, ha resultado en
grave detrimento de las poblaciones indígenas sobrevivientes. Éstas han sido induci-
das por diversos procedimientos, siempre impositivos, a integrarse o asimilarse a la
cultura mayoritaria, que es la de los mestizos, con predominio de lo que se conside-
ra superior, que es lo europeo.

El mestizaje y los pueblos indígenas sobrevivientes

En verdad que por largo tiempo se ha pensado y obrado con total desdén respecto
de los pueblos indígenas. También es cierto que ha habido ideólogos y gobiernos que
han visto en el mestizaje la mejor forma de terminar con el que se ha llamado «pro-
blema indígena». Pero ello no significa que no exista otra forma de valorar lo que
han sido y son los procesos de intensa mestización biológica y cultural en países
como México, El Salvador, Nicaragua, Colombia, Ecuador, Perú, Paraguay y otros.
Hay una doble realidad que no puede soslayarse. Desde que se inició el encuen-
tro, dieron también comienzo las mezclas de pueblos y elementos de cultura. Es
innegable que muchas veces ello ocurrió con violencia, pero es igualmente cierto que
lo que llamamos mestizaje, sobre todo en algunos lugares, adquirió enorme fuerza.
Y no sólo se produjo entre europeos y amerindias.
No debemos olvidar la presencia de africanos y aun de algunos asiáticos. Las bien
conocidas «tablas de castas», como las referentes al caso de México, son elocuentes.
En ellas pueden contemplarse parejas formadas por hombres y mujeres étnica y cul-
turalmente distintos. Y también pueden verse los vástagos de ellas: castizos, mesti-
zos, mulatos, zambos, salto atrás, coyotes, tente en el aire y otros más.
Los procesos de mestización biológica y cultural han sido tan amplios e intensos
en los países que he mencionado, y particularmente en México y Paraguay, que los
cómputos demográficos más confiables en el período colonial, y luego, en los si-
glos XIX y XX, muestran el aumento siempre creciente de la población mestiza. Y ello
no fue ya necesariamente en forma violenta. Tampoco es sostenible decir que los
22 MIGUEL LEÓN-PORTILL A

Rodaje de la película Enemigos, fotografía de


Gabriel Figueroa, archivo personal del autor

indígenas fueron obligados a unirse con africanos, asiáticos, europeos, mulatos o


mestizos. La gran mayoría de las uniones, consumada la conquista, ocurrió de mane-
ra espontánea.
La creciente disminución de los indios se debió a epidemias de enfermedades que
no les eran conocidas; a formas de trabajo como el de las minas, y también a la mes-
tización de no pocos de ellos. En México, grupos enteros vieron desaparecer su anti-
gua identidad al mestizarse, como ocurrió, para dar un ejemplo, con los ópatas de
Sonora. Otros muchos, sin embargo, aunque culturalmente aceptaron elementos,
sobre todo de procedencia europea —alimentos, indumentaria, medicamentos,
creencias e implementos de trabajo, así como plantas y animales—, mantuvieron la
conciencia de sus diferencias, a la par que sus lenguas. Ello ha ocurrido a lo largo de
los siglos hasta el presente.
Más aún, ahora más que nunca, en tanto que las mayorías de la población de paí-
ses como México, El Salvador, Colombia y Paraguay se reconocen como mestizas,
también adquieren ellas cada día más honda conciencia de que viven en países mul-
tiétnicos y plurilingüísticos. Por ignorancia, y en algunos casos por mala fe, no todos
aprecian los valores de la presencia indígena. Hoy los gobiernos, al menos, no se atre-
ven ya a proclamar que «el problema indígena» debe resolverse asimilando a los
indios o a los de origen africano o de cualquier otra procedencia, en un contexto cul-
tural mestizo o europeo.
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La mestización no ha significado necesariamente la pérdida de las identidades


diferentes, ya que perduran no pocos grupos amerindios. En realidad, ha traído
intercambios culturales recíprocos, selectivamente aceptados por las mayorías. Al
principio hubo imposiciones. Un caso, tan dramático como innegable, fue el de la
imposición del cristianismo. A las formas impositivas de evangelizar de no pocos
frailes y otros clérigos, se opusieron, incluso con violencia, hombres como Bartolo-
mé de las Casas. Con el paso del tiempo, el mestizaje propició otras maneras de
intercambio. Atender a ellas es precisamente abrir la mira para comprender la signi-
ficación de la que llamamos «Iberoamérica mestiza».

El antecedente de los mestizajes anteriores al encuentro de dos mundos

Partamos del reconocimiento de un doble antecedente: los participantes en el


encuentro que dio origen a este mestizaje eran ya, desde mucho antes, gentes mesti-
Florero en forma de crátera de volutas con
zas. Los habitantes de la península Ibérica descendían de oleadas de pueblos diferen-
motivo de la conquista de México, Francia,
siglo XIX, porcelana dorada y policromada, tes. Primeramente se establecieron allí los iberos; más tarde penetraron los celtas y
54,4 x 27,5 x 21,5 cm
los vascos (que algunos piensan que eran precisamente los iberos). Hubo también
asentamientos griegos, fenicios y cartagineses. Enorme importancia tuvo la presen-
cia romana, tanta que del latín se formaron básicamente los romances castellano,
gallego, lucitano, catalán y valenciano. Los godos, aunque no muy numerosos, deja-
ron también múltiples huellas. Más grande y duradera fue la penetración de los ára-
bes. A todas estas oleadas de pueblos hay que sumar las de los judíos, los esclavos
africanos, los gitanos y aun algunos indígenas americanos que, desde tiempos de
Cristóbal Colón, pasaron a España.
En lo que toca al continente que se conoció como Nuevo Mundo, sabemos que,
desde hace cerca de 30.000 años, se adentraron en él, en oleadas sucesivas, muchos
grupos diferentes. La antropología física y la lingüística lo comprueban ampliamen-
te. Me referiré sólo al caso de México. La arqueología nos muestra que se ha desarro-
llado en él una larga secuencia cultural con la participación de pueblos muy diferen-
tes. Se ha comprobado asimismo que tales pueblos, establecidos en diversos lugares
y tiempos, se han influido de muchas formas. Los olmecas, que son tenidos como
los iniciadores de la que llegó a ser la civilización mesoamericana, irradiaron su cul-
tura entre los pueblos del altiplano central, entre los de lenguas mayanses, los pobla-
dores de Oaxaca y de otras regiones.
24 MIGUEL LEÓN-PORTILL A

Los tipos étnicos, conocidos a través de pinturas y esculturas y también en la


presencia de sus descendientes contemporáneos, muestran grandes diferencias.
Otro tanto puede decirse de sus lenguas, que se han distribuido en varios troncos
ampliamente diferenciados. Las influencias, que a través de siglos y milenios reci-
bieron unos de otros, se ejercieron principalmente como consecuencia de guerras
de conquista y del comercio. También en esto los hallazgos arqueológicos han sido
reveladores.
Consta así que tanto los habitantes de la península Ibérica como los del Nuevo
Mundo —según lo muestra el caso de México— eran portadores de sendas heren-
cias mestizas. A la luz de la historia universal se torna esto tan evidente que, asomán-
donos también a otras regiones del mundo, puede comprobarse que el mestizaje
étnico y cultural se presenta como atributo y destino de la especie humana. Los casos
de la península Ibérica y de varios países iberoamericanos son en esto particularmen-
te significativos. En ellos, los procesos de mestizaje son una constante que ha entre-
tejido sus respectivas historias.

Nuevas formas de intercambio y de creaciones culturales

El encuentro de dos mundos, al acercar a millones de seres humanos que a través de


milenios habían vivido en aislamiento recíproco, desencadenó una gama enorme de in-
tercambios y nuevas formas de creación cultural. Los contactos, hay que reiterarlo,
aunque en algunos casos fueron en principio pacíficos, pronto pasaron a ser casi siem-
pre violentos. Los que llegaban sabían bien lo que buscaban. Su intención era impo-
nerse. Así, los intercambios fueron generalmente poco equitativos. El europeo iba en
demanda de metales preciosos y ofrecía, en cambio, baratijas y, en los mejores casos,
cuchillos de metal y algunos atavíos. Entre los que así llegaron, había algunos que se
mostraron empeñados en difundir sus creencias religiosas. Esto implicó para los ame-
rindios la pérdida de las suyas y quedar, como lo expresó uno de ellos, nepantla, es
decir, «en medio», perdida la antigua visión del mundo y no asimilada la que se les que-
ría imponer.
Reconocer todo esto es necesario para no caer en una presentación idílica o de
novela rosa en la que Iberoamérica es amable protagonista. Pero a la vez que se evoca
el lado oscuro de la historia, es necesario mostrar lo que hubo de positivo en la
secuencia de los intercambios y nuevas formas de creatividad cultural.
IBEROAMÉRICA MESTIZ A, UN PROCESO DE RESONANCIAS UNIVERSALES 25

Escribanía, detalle, Nueva España,


siglo XVIII, madera esgrafiada y anielada,
52 x 62,7 x 32,5 cm

La flora y la fauna, con sus implicaciones dietéticas y farmacológicas, es un pri-


mer capítulo de muy grande interés. La gastronomía se transformó de modo
imprevisible. Piénsese por ejemplo en lo que significaron para la cocina europea el
tomate, el cacao, las papas o patatas, la vainilla y, en contraste, para los amerin-
dios, la introducción de lanares, equinos, vacunos y porcinos, así como del aceite
vegetal y el azúcar.
El desarrollo de nuevas concepciones mestizas del tiempo y el espacio en el uni-
verso de las fiestas y, asimismo, en la vida cotidiana es otro de los temas centrales. Así
como en la península Ibérica hay múltiples manifestaciones mestizas como son las
romerías, entre ellas la del Rocío en Andalucía, o el cante jondo, con honda influen-
cia árabe, también hay otras muchas en Iberoamérica. Una, patente de variadas for-
mas, la tenemos en los rasgos de un sincretismo religioso. En él, para dar un ejemplo,
la antigua concepción de la divinidad como «Nuestro padre, Nuestra madre», se man-
tiene viva sin excluir necesariamente la creencia cristiana en la Trinidad.
Otro tema de enorme importancia es la aparición de formas de arte, calificables
de mestizas, en la pintura, la escultura, la cerámica, la urbanística y en un amplio
conjunto de artesanías, así como en la literatura, la música y la danza. En los con-
ventos e iglesias del siglo XVI, a la par que se perciben elementos del arte renacentis-
ta español, también se deja ver la presencia de la mano indígena. Esto mismo es
patente más tarde en el florecer exuberante del arte barroco.
26 MIGUEL LEÓN-PORTILL A

Lo indígena aparece asimismo en pinturas murales como las que se conservan


en el interior de templos del siglo XVI, en los que perduran elementos del gótico.
Tal es el caso de los murales que pueden verse en las iglesias de Tecamachalco e
Izmiquilpan. A esto hay que sumar las manifestaciones del barroco que, con un
carácter inconfundiblemente mestizo, se tradujeron en muestras innumerables
como las de Tonanzintla, Santa Prisca de Taxco, La Valenciana en Guanajuato,
Santa Clara de Querétaro, Santo Domingo de Oaxaca y La Enseñanza en la ciudad
de México. Y no todo fue anónimo. Se conocen los nombres de pintores mestizos
que produjeron sus obras en México y en el área andina.
En artes como la cerámica, México da testimonio del mestizaje en la que se cono-
ce como «de Talavera de Puebla». En ella convergen influencias del mundo amerin-
dio, de España y de China, estas últimas llegadas con la nao de Manila.
La literatura mestiza es un campo riquísimo. Baste con recordar creaciones como
las de Garcilaso Inca de la Vega y sor Juana Inés de la Cruz. Ésta dejó composicio-
nes en náhuatl, vasco, latín y, por supuesto, también en castellano. Las crónicas en
español y varias lenguas indígenas son también muestra de la riqueza cultural que se
produjo en el choque y encuentro de pueblos.
La confluencia de culturas se torna también patente en la toponimia de México.
Muchos pueblos y ciudades tienen nombres compuestos en los que se conjugan la len-
gua indígena y el castellano. Ejemplos de esto son San Cristóbal Ecatepec de Morelos,
San Bartolo Naucalpan de Juárez, Zumpango del Río, Taxco de Ruiz de Alarcón, Puen-
te Grande de Tololotlán, Polotitlán de la Ilustración... El mestizaje ha vuelto así perdu-
rable en miles de lugares el encuentro de dos mundos.
La creatividad resultante del mestizaje dio asimismo lugar a nuevas formas de comu-
nicación de ideas. Apareció así una cartografía resultado de una nueva imago mundi. Los
códices o libros indígenas se transformaron en documentos mestizos en los que la pro-
fusión de imágenes y caracteres glíficos se combinó con textos escritos con el alfabeto,
bien sea en lengua indígena, en latín o castellano. En estrecha relación con esto, la edu-
cación y diversas ramas del saber, incluyendo desarrollos tecnológicos, descubiertos y
dados a conocer en escuelas y colegios como el de Santa Cruz de Tlatelolco en México,
vinieron a enriquecer la cultura, en algunos casos con resonancias universales.
Trabajos de investigación como los realizados por Bernardino de Sahagún, crea-
dor de un método para conocer la cultura del Otro, y las pesquisas del doctor Fran-
cisco Hernández en torno a plantas y animales tienen perenne validez como aporta-
ciones clásicas que son.
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Azulejos, Nueva España, siglo XVII, 12 x 12 cm,


Museo Franz Mayer México

En otros campos hubo asimismo realizaciones sólo comprensibles a la luz del


mestizaje. Un género lo integran las aportaciones de carácter lingüístico. Gramáti-
cas, vocabularios y diversas obras escritas en centenares de lenguas abrieron nuevas
posibilidades de captación de fenómenos lingüísticos antes desconocidos: formas de
estructuración léxica, morfológica y sintáctica, así como realizaciones fonológicas y
semánticas insospechadas.
Creación de gran trascendencia fue el considerable conjunto de formulaciones refe-
ridas a los derechos de los amerindios, que vinieron a constituir reflexiones jurídicas en
el campo mismo de batalla, anticipo de las ulteriores declaraciones de los derechos
humanos. A ambos lados del Atlántico se desarrolló tal proceso. En España hubo hom-
bres como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto y Francisco Suárez que discurrieron
sobre esto. Y también los hubo en tierras americanas, como Antón de Montesinos en
Santo Domingo; Bartolomé de las Casas, Alonso de la Veracruz y Vasco de Quiroga
en México, al igual que Domingo de Santo Tomás y otros en el Perú.

¿Un mensaje perdurable?

Partamos de un hecho: el mestizaje en el mundo no ha terminado. Ahora más que


nunca, las modernas formas de comunicación acercan a los seres humanos de todos
los rumbos del mundo. Los países llamados «desarrollados» atraen a gentes de fuera
que quieren beneficiarse con las posibilidades que ofrecen. Es ésta la era de las migra-
ciones masivas de hombres y mujeres, que cruzan fronteras, documentados o no.
Cerca de treinta millones de origen mexicano viven hoy día en Estados Unidos.
28 MIGUEL LEÓN-PORTILL A

Entre ellos ha habido uniones con anglos y gentes de otras


muchas procedencias. En España, Italia, Francia, Alemania,
Inglaterra y otros países europeos, las oleadas de inmigran-
tes de regiones del tercer mundo son cada vez más grandes.
Aunque se les han puesto barreras y muchos de los inmi-
grantes son deportados, como su trabajo es requerido y ellos
insisten en volver, cada vez crecen más esas minorías: ma-
rroquíes, argelinos, subsaharianos, turcos, gente del Indos-
tán, chinos y no pocos de América Latina se han estableci-
do en Europa.
Surgen así nuevas formas de mestizaje. ¿La experiencia de
Iberoamérica tiene algo que decir en esto? La mestización no
sólo biológica sino también cultural ha sido en ella extrema-
damente intensa, henchida de problemas y también de gran-
des realizaciones. Tan grandes alcances ha tenido que Esta-
dos Unidos forma hoy parte de una Iberoamérica más allá de
Iberoamérica. Se acercan a cincuenta millones las gentes pro-
cedentes de diversos países iberoamericanos, muchas de las
cuales, en pacífica invasión, se han asentado allí.
Natural consecuencia, en constante incremento, será la
aparición de nuevas formas de mestizaje. ¿Se forjará un
marco jurídico, como ocurrió en Iberoamérica, para huma-
Luis de la Vega, Inmaculada Concepción, nizar en paz y justicia las relaciones interétnicas de quienes, como los hispanos, sien-
siglo XVIII, acuarela sobre vitela, 12,5 x 9 cm, do cada día más numerosos, constituyen ya la primera gran minoría de Norteamé-
Museo Franz Mayer, México
rica? ¿Qué puede esperarse de la creatividad de esa parte del ser de Iberoamérica
situada en el seno del país más poderoso de la tierra?
El mensaje conlleva una verdad: las diferencias culturales, al convergir, son más
que nunca fuente de creatividad. Esto es válido para los supervivientes indígenas del
Nuevo Mundo, y también para los más de seiscientos millones de iberoamericanos,
incluidos los brasileños, y, en suma, para cuantos se reconocen como miembros de
la gran familia de los terrícolas. Frente a los intentos de globalización rampante, los
pueblos originarios refuerzan sus identidades. Se oponen a ser clonados y, abriéndo-
se al intercambio, hacen nacer nuevas formas de creación cultural.

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