Psicologia Transgeneracional
Psicologia Transgeneracional
Psicologia Transgeneracional
¿Su método?
Anne Ancelin Schützenberger: Para empezar, quiero decir, para aclarar lo que
usted ha dicho, que no es exactamente un proceso curativo, sino más bien un
análisis más profundo y extenso de la visión, un análisis que acompaña o precede
a una terapia, una crisis o una enfermedad grave, una búsqueda de identidad, un
desarrollo personal o un cambio de vida. En la década de los sesenta,
acompañaba y atendía en su casa de París, por petición suya, a una chica sueca
de treinta y cinco años que se sabía condenada por un cáncer Terminal y que no
quería morir “troceada como una salchicha” he hizo un llamamiento de socorro.
Los médicos acababan de amputarle, por cuarta vez, una parte del pie y se
disponían, impotentes, a amputar todavía más arriba. Como yo tenía una
formación psicoanalítica freudiana, le pedí que se liberara de espíritu y me hablara,
mediante una asociación de ideas, de todo lo que se le pasara por la cabeza.
Como sabe, un análisis es largo, a veces demasiado, y este ejercicio hubiera
podido durar diez años. Sin embargo, no teníamos tanto tiempo: era una carrera
contra la muerte. Resultó que en su casa, el salón estaba presidido por un retrato
de una mujer joven muy bella. Mi paciente me dijo que era su madre, muerta de
cáncer a la edad de treinta y cinco años. Entonces le pregunte cuantos años tenía.
“Treinta y cinco”, dijo ella. Yo dije: “Ah”. Y ella respondió: “¡OH!”. A menudo tenía la
impresión que aquella chica estaba tan identificada con su madre que era como si
estuviera “programada” para seguir y repetir su trágico destino. A partir de
entonces, todo cambió, tanto para ella como para mí.
A.A.S: Es difícil responderle. . Por una parte, siempre me habían enseñado que el
cáncer de mama no era una enfermedad hereditaria genéticamente; por otra parte,
¿por qué precisamente a la misma edad? Es la misma dificultad que siempre se
presenta, al tratar temas relacionados con el inconsciente, de invocar al destino
como causa. En cuanto a la genética, difícilmente podía hacer coincidir las fechas
con tanta exactitud. Aquí debo hacer un inciso para puntualizar que mi marido era
médico, genetista, matemático y estadista y que yo me sirvo de la observación
clínica de manera bastante rigurosa. Además, esa historia enseguida me recordó
otra.
Un día, mi hija me dijo: “¿Te has dado cuenta, Mamá? Tu eres la mayor de dos
hermanos, de los que el segundo está muerto; Papá es el mayor de dos hermanos,
de los que el segundo está muerto y yo soy la mayor de dos hermanos, de los que
el segundo está muerto”. Al principio, fue un shock. A partir de entonces, me
empeñe en verificar, con otros pacientes, mi intuición en relación a esa chica. Les
pedí a todos que reconstruyeran conmigo su árbol genealógico completo y que, si
era posible, debajo del nombre de padres, abuelos, bisabuelos, tíos y primos,
indicaran los momentos claves de la historia familiar: tuberculosis del abuelo,
matrimonio o matrimonio en segundas nupcias de la madre, accidente de tráfico
del padre. Mudanzas y desarraigos continuos, cambios de clase social, quiebras
económicas, fortunas, participación en alguna guerra, muertes prematuras,
alcoholismo, ingresos en hospitales psiquiátricos o en la cárcel, sin olvidar los
títulos universitarios y las profesiones. También les pedí que, si podían, escribieran
las edades y las fechas en las que se produjeron estos sucesos. Estos árboles
genealógicos tan extensos (bautizados como genosociogramas) revelaron algunas
repeticiones sorprendentes: una familia donde, durante tres generaciones, las
mujeres morían de leucemia en el mes de mayo; una serie de cinco generaciones
donde las mujeres caían en la bulimia a los trece años; una familia donde los
hombres eran víctimas, sistemáticamente, de un accidente de tráfico el primer día
de colegio de su hijo mayor, etc. Estará de acuerdo en que es un poco atrevido
atribuir al destino el hecho de que, en una familia, encontremos, generación tras
generación, las mismas fechas de nacimiento, el mismo número de matrimonio en
los hombres o en las mujeres, el mismo número de hijos ilegítimos o naturales, de
mortinatos, de muertes trágicas precoces…¡y siempre a la misma edad! En cuanto
a la herencia genética, ¿cree usted que un accidente de tráfico puede transmitirse
por el ADN? Tiene que intervenir otra cosa, es evidente, porque, cuando se
prestaba atención, la frecuencia y la visibilidad de las repeticiones era tan evidente
que no podía ser fruto del destino.
Pero, esa repetición implica que el chico debe saber algo de la vergüenza
familiar y que ha debido oír hablar del desgraciado tío, ¿no?
A.A.S: ¡Claro que no! Hablar no es necesario para comunicarse: los estudios sobre
la comunicación no verbal y el lenguaje del cuerpo demuestran que los seres
humanos nos comunicamos a través del lenguaje pero también con el cuerpo, los
gestos, el tono de voz, la respiración, la actitud, el estilo de vestir, los silencios, la
evasión de determinados temas… La vergüenza, igual que el secreto, no necesita
ser evocados para pasar de generación en generación y venir a perturbar a un
eslabón de la familia, un eslabón directo o indirecto, o alguien indirectamente
relacionado con la familia o que actúe por lealtad familiar, por identificación.
Le voy a dar un ejemplo: una niña de cuatro años que tenía pesadillas en las que
la perseguía un monstruo. Por las noches se despertaba tosiendo, gritando y con
dificultades para respirar y cada año, el mismo día, la tos degeneraba en un
ataque de asma. Le pregunté a la madre qué día había nacido. “La madrugada del
25 al 26 de abril”, me dijo. Conozco la historia de Francia y sé por estudios
realizados con pacientes míos, que muchos traumatismos familiares tienen su
origen en las persecuciones en tiempos de guerra, en ocasiones muy antiguas, o
están relacionados con muertes trágicas en el campo de batalla.
Entre el 22 y 25 de abril, las tropas alemanas lanzaron por primera vez gases de
combate sobre las tropas francesas. En Ypres, miles de soldados franceses de la
Primera Guerra Mundial murieron gaseados, asfixiados. Entonces, le pedí a la
madre que buscara las palabras Ypres y Verdún en el genosociograma familiar y
encontró que un hermano del abuelo fue uno de esos soldados muertos por los
gases… ¡la noche del 25 al 26 de abril de 1915! Luego le pedí a la niña que
dibujara el monstruo que la perseguía en las pesadillas y dibujó lo que ella llamaba
“unas gafas de buceo con una trompa de elefante”. Era una máscara antigás de la
Primera Guerra Mundial, reconocible por cualquiera de nosotros.
Sin embargo, la niña nunca había visto ninguna máscara y nadie nunca le había
hablado de la trágica muerte del tío abuelo ni de las consecuencias de una muerte
por inhalación de gas de combate, principalmente, gas mostaza. Verificamos todos
los datos en el ministerio de la guerra: el tío abuelo había demostrado valentía y lo
habían condecorado. Sin embargo, a pesar de todos los no-dichos, la información
pudo transmitirse: la niña tosía y escupía, se quedaba sin respiración y se
angustiaba como el difunto tío abuelo en la trinchera, con un paroxismo a una hora
determinada (hacia media noche). Y todo eso hasta el día en que hizo el dibujo…
¿Quiere decir que las imágenes o los secretos de familia pasan de una
generación a otra a través de una especie de telepatía?
¿Su método?
A.A.S: Es difícil responderle. . Por una parte, siempre me habían enseñado que el
cáncer de mama no era una enfermedad hereditaria genéticamente; por otra parte,
¿por qué precisamente a la misma edad? Es la misma dificultad que siempre se
presenta, al tratar temas relacionados con el inconsciente, de invocar al destino
como causa. En cuanto a la genética, difícilmente podía hacer coincidir las fechas
con tanta exactitud. Aquí debo hacer un inciso para puntualizar que mi marido era
médico, genetista, matemático y estadista y que yo me sirvo de la observación
clínica de manera bastante rigurosa. Además, esa historia enseguida me recordó
otra.
Un día, mi hija me dijo: “¿Te has dado cuenta, Mamá? Tu eres la mayor de dos
hermanos, de los que el segundo está muerto; Papá es el mayor de dos hermanos,
de los que el segundo está muerto y yo soy la mayor de dos hermanos, de los que
el segundo está muerto”. Al principio, fue un choc. A partir de entonces, me
empeñe en verificar, con otros pacientes, mi intuición en relación a esa chica. Les
pedí a todos que reconstruyeran conmigo su árbol genealógico completo y que, si
era posible, debajo del nombre de padres, abuelos, bisabuelos, tíos y primos,
indicaran los momentos claves de la historia familiar: tuberculosis del abuelo,
matrimonio o matrimonio en segundas nupcias de la madre, accidente de tráfico
del padre. Mudanzas y desarraigos continuos, cambios de clase social, quiebras
económicas, fortunas, participación en alguna guerra, muertes prematuras,
alcoholismo, ingresos en hospitales psiquiátricos o en la cárcel, sin olvidar los
títulos universitarios y las profesiones. También les pedí que, si podían, escribieran
las edades y las fechas en las que se produjeron estos sucesos. Estos árboles
genealógicos tan extensos (bautizados como genosociogramas) revelaron algunas
repeticiones sorprendentes: una familia donde, durante tres generaciones, las
mujeres morían de leucemia en el mes de mayo; una serie de cinco generaciones
donde las mujeres caían en la bulimia a los trece años; una familia donde los
hombres eran víctimas, sistemáticamente, de un accidente de tráfico el primer día
de colegio de su hijo mayor, etc. Estará de acuerdo en que es un poco atrevido
atribuir al destino el hecho de que, en una familia, encontremos, generación tras
generación, las mismas fechas de nacimiento, el mismo número de matrimonio en
los hombres o en las mujeres, el mismo número de hijos ilegítimos o naturales, de
mortinatos, de muertes trágicas precoces…¡y siempre a la misma edad! En cuanto
a la herencia genética, ¿cree usted que un accidente de tráfico puede transmitirse
por el ADN? Tiene que intervenir otra cosa, es evidente, porque, cuando se
prestaba atención, la frecuencia y la visibilidad de las repeticiones era tan evidente
que no podía ser fruto del destino.
Pero, esa repetición implica que el chico debe saber algo de la vergüenza
familiar y que ha debido oír hablar del desgraciado tío, ¿no?
A.A.S: ¡Claro que no! Hablar no es necesario para comunicarse: los estudios sobre
la comunicación no verbal y el lenguaje del cuerpo demuestran que los seres
humanos nos comunicamos a través del lenguaje pero también con el cuerpo, los
gestos, el tono de voz, la respiración, la actitud, el estilo de vestir, los silencios, la
evasión de determinados temas… La vergüenza, igual que el secreto, no necesitan
ser evocados para pasar de generación en generación y venir a perturbar a un
eslabón de la familia, un eslabón directo o indirecto, o alguien indirectamente
relacionado con la familia o que actúe por lealtad familiar, por identificación.
Le voy a dar un ejemplo: una niña de cuatro años que tenía pesadillas en las que
la perseguía un monstruo. Por las noches se despertaba tosiendo, gritando y con
dificultades para respirar y cada año, el mismo día, la tos degeneraba en un
ataque de asma. Le pregunté a la madre qué día había nacido. “La madrugada del
25 al 26 de abril”, me dijo. Conozco la historia de Francia y sé por estudios
realizados con pacientes míos, que muchos traumatismos familiares tienen su
origen en las persecuciones en tiempos de guerra, en ocasiones muy antiguas, o
están relacionados con muertes trágicas en el campo de batalla.
Entre el 22 y 25 de abril, las tropas alemanas lanzaron por primera vez gases de
combate sobre las tropas francesas. En Ypres, miles de soldados franceses de la
Primera Guerra Mundial murieron gaseados, asfixiados. Entonces, le pedí a la
madre que buscara las palabras Ypres y Verdún en el genosociograma familiar y
encontró que un hermano del abuelo fue uno de esos soldados muertos por los
gases… ¡la noche del 25 al 26 de abril de 1915! Luego le pedí a la niña que
dibujara el monstruo que la perseguía en las pesadillas y dibujó lo que ella llamaba
“unas gafas de buceo con una trompa de elefante”. Era una mascara antigas de la
Primera Guerra Mundial, reconocible por cualquiera de nosotros.
Sin embargo, la niña nunca había visto ninguna máscara y nadie nunca le había
hablado de la trágica muerte del tío abuelo ni de las consecuencias de una muerte
por inhalación de gas de combate, principalmente, gas mostaza. Verificamos todos
los datos en el ministerio de la guerra: el tío abuelo había demostrado valentía y lo
habían condecorado. Sin embargo, a pesar de todos los no-dichos, la información
pudo transmitirse: la niña tosía y escupía, se quedaba sin respiración y se
angustiaba como el difunto tío abuelo en la trinchera, con un paroxismo a una hora
determinada (hacia media noche). Y todo eso hasta el día en que hizo el dibujo…
¿Cómo ha podido pasar toda esa información a través de dos generaciones?
¿Cómo se ha transmitido? Quizás por el coinconsciente familiar y de grupo, quizás
por las ondas morfogénicas de las que habla Rupert Sheldrake, quizás porque el
discurso familiar lo había evitado (no se habla de lo que causa tanto sufrimiento).
El recuerdo de una muerte trágica y de un muerto mal enterrado hizo que su
abuelo y su madre crearan una zona de sombras donde se escondía el dolor,
como en una cripta.
Mi hipótesis es que, durante toda su vida, se habrían producido lagunas en el
discurso del abuelo y la madre. Cada vez que éste haya encontrado una ocasión
para recordar la brutal muerte de su familiar (una foto de familia, una película
bélica en la televisión…) habrá manifestado más dificultades al expresarse con la
mirada, la voz o la actitud que por el contenido de las palabras que hubiera podido
decir. Habrá evitado ver una película sobre la guerra, habrá hablado mal de los
soldados alemanes, habrá tenido miedo del gas, de la cocina…
¿Quiere decir que las imágenes o los secretos de familia pasan de una
generación a otra a través de una especie de telepatía?