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Jordan Beato Homilia-1

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HOMILIA ACCIÓN DE GRACIAS BEATIFICACIÓN DE FRANCISCO MARÍA DE LA


CRUZ JORDAN. FUNDADOR FAMILIA SALVATORIANA. 15 DE MAYO 2021.
CATEDRAL DE LA SAGRADA FAMILIA.

Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo, nuestro Salvador.

Saludo con particular afecto y felicito a los Padres, Hermanas y Hermanos,


Laicos y Laicas de la Sociedad, Congregación y Asociación de la familia
Salvatoriana, con quienes compartimos la alegría de la beatificación hoy de
su eximio fundador, Francisco María de la Cruz Jordán y agradecemos
igualmente al Señor por su presencia apostólica y misionera de muchos años
en nuestra Arquidiócesis de Bucaramanga.

“Bendice alma mía al Señor, y todo mi ser a su Santo nombre. Bendice alma
mía al Señor, y no olvide sus beneficios”(Ps 102,1). Esta exultación de
alabanza del salmo 102, acompaña nuestra acción de gracias en este día,
porque al contemplar los beneficios que el Señor hace ininterrumpidamente
por nosotros, como en este caso a través del Beato Francisco Jordán, el alma
agradecida mira a aquel que es fuente de salud y alegría para su pueblo:
Jesucristo nuestro Salvador. Gocémonos pues en el Señor con la alegría del
Evangelio de la que Jesús mismo nos habla hoy en el texto de Juan.

Verificar el camino de santidad de un miembro del Pueblo de Dios, no es


posible sin leer, a la luz del Evangelio, el modo como esa persona encarnó en
su propia vocación el amor a Dios y el amor al prójimo, mirando a Jesús y su
ejemplo de vida. La santidad, como nos recuerda el Concilio Vaticano II, es la
gran vocación de todos los bautizados, pero el camino para alcanzarla como
don de Dios, sólo es posible en la medida que se responde con fidelidad,
haciendo propios los valores del Reino, de modo original en cada uno, a lo
largo de la vida.

En este itinerario de salvación, lo primero que aparece es la llamada gratuita


de Dios. En efecto, es él quien toma la iniciativa: “no me habéis vosotros
elegido, fui yo quien os elegí a vosotros”(Jn 15,16) . Esta llamada, en el
insondable misterio de la misericordia de Dios, la hace desde toda la
eternidad, para ser realizada en el tiempo, en una historia concreta. El texto
del libro de los Hechos de los Apóstoles proclamado, que corresponde a la
elección de Matías, nos da muchas luces para ver cómo Dios en el momento
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oportuno, mediando la comunidad cristiana donde crece el bautizado, a


través de los acontecimientos de cada época, invita a personas determinadas
a ser testigos de la resurrección del Señor, es decir de su misterio pascual
como cumbre pero también como síntesis de la salvación obrada en favor de
todos nosotros y de la humanidad. El Señor que sondea y conoce el corazón
de cada uno, muestra al elegido, lo consagra y lo envía a cumplir una misión.

La lectura de la biografía del nuevo Beato, da a entender cómo se cumple en


él este designio de Dios que ahora con gratitud contemplamos. En efecto, el
Beato experimentó desde niño la pobreza material de su hogar y las
consecuencias de la discapacidad por accidente de trabajo de su padre, que
compartió con su madre y sus dos hermanos. La escuela del sacrificio y la
pobreza, que genera incomodidades y privaciones, que se ve a lo largo de la
vida y consagración sacerdotal del Beato, es paradójicamente ambiente
propicio donde Dios prepara a sus hijos e hijas para grandes tareas. La
riqueza espiritual de las obras emprendidas por el Padre Jordán y que como
paciente siembra han dado copiosos frutos, dan cuenta de que éstas no se
logran si no existe el espíritu de desprendimiento total y la confianza
perseverante en el Señor. “Siempre vivió en forma sencilla y pobre. Le
gustaba imitar el ejemplo de San Francisco de Asís a quien admiraba
profundamente..” y en tal sentido orientó a sus hijos e hijas espirituales; da
de esto testimonio, también su biografía.

Por otra parte, al examinar el precioso texto de la carta primera del apóstol
Juan que hemos escuchado, podemos igualmente entender la fuente
inspiradora de la entrega del nuevo Beato a la misión que el Señor le
encomendó. En efecto, nos recuerda quien escribe que “si Dios nos amó de
esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros y si nos
amamos unos a otros”, - lo advierte el apóstol,- “Dios permanece en
nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud”.(IJn 4,11 ss.).

Es ésta también la otra escuela de la vocación cristiana y apostólica. Dios que


nos amó primero, nos enseña el amor y nos pide que ese amor lo llevemos a
los demás en obras concretas. Ellas dan testimonio de la permanencia, la
constancia, la convicción de que no es posible recoger los frutos esperados
por Dios, si no se da esa necesaria conexión con la caridad- fuente que
proviene de Dios y se comunica a los hermanos, en el ejemplo de dar la vida
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por amor, como Jesús, pues, concluye, que “nosotros hemos visto y damos
testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo”.

La tarea misionera emprendida por el Beato Francisco Jordán, tiene


justamente ese gran signo de ser una respuesta a la misión de Jesús,
expresión cercana del amor de Dios, de modo que la inicial obra de la
Sociedad Católica Instructiva, así llamada, se convierte luego en la Sociedad
del Divino Salvador. Escribía el Beato, “Una vez más, alégrense de haber sido
llamados a seguir al Salvador. Sean felices de tener su nombre:
Salvatorianos.”

El Beato Francisco Jordán, elegido por Dios, esperó con fe y constancia, con la
esperanza dinámica y activa de consciente esfuerzo y preparación, el tiempo
para que la misión a él confiada, tomara cuerpo y se consolidara, empleando
los muchos talentos que el Señor le entregó y con la visión de futuro, tan
característico en los profetas y los santos, pero sobre todo, por la pasión y el
anhelo profundo de quien quiere llegar y llevar la salvación de Cristo hasta
los ambientes más remotos de la tierra: “Mientras Dios no sea glorificado en
todas las partes, no puedes descansar ni un solo momento”, escribió en su
Diario Espiritual.

Hemos también escuchado la proclamación del evangelio según San Juan,


que corresponde a la sentida oración de Jesús al Padre, en la que mira a sus
discípulos misioneros de todos los tiempos, aquí y ahora también a nosotros,
con una súplica convertida en singular testamento espiritual, de vivir todos
en la unidad como el Padre y Él son uno. Además que, no obstante viviendo
en el mundo, ese que hoy vemos tan visibilizado en sus luces y sombras, con
ocasión del Covid 19, sea salvado por la presencia del evangelio, por los
caminos de la nueva evangelización, por la salida misionera, para así poder
tener la verdadera alegría que él nos ha prometido: la alegría del evangelio,
recordada ahora tanto por el papa Francisco.

El Padre Jordán, tomó muy en serio este testamento del Señor que quiso
plasmar entre otros recursos, en las comunidades misioneras a las que dio
origen, para vivir la unidad a toda prueba. De modo que respondió con
fidelidad y acogió la invitación a vivir en la unidad del amor de Dios y a
testimoniarlo en las obras que en su nombre adelantó, prolongadas en sus
hijos e hijas espirituales: la Sociedad del Divino Salvador, la Congregación de
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las Hermanas del mismo nombre e inspirando la Asociación de Laicos


Salvatorianos. Con ellos y ellas, nos alegramos en el Señor!

En la cercanía del amor maternal de la Santísima Virgen María, la Madre del


Salvador, a quien tanto amara el nuevo Beato, ofrecemos esta Eucaristía de
acción de gracias al Señor, pidiendo con confianza, la valiosa intercesión de
quien hoy nos presenta la Iglesia como ejemplo de leal seguimiento de
Jesucristo, nuestro Salvador. Amén.

+ Ismael Rueda Sierra


Arzobispo de Bucaramanga
15 de mayo de 2021

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