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Lectura Catecismo de La Iglesia Católica

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Universidad Rafael Landívar

Facultad de Ciencias de la Salud


EDP Sexualidad Humana

Catecismo de la Iglesia Católica

I ‘Hombre y mujer los creó’

2331 ‘Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a
su imagen... Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación, y
consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión’ (FC 11).

‘Dios creó el hombre a imagen suya... hombre y mujer los creó’ (Gn 1, 27). ‘Creced y
multiplicaos’ (Gn 1, 28); ‘el día en que Dios creó al hombre, le hizo a imagen de Dios. Los creó
varón y hembra, los bendijo, y los llamó ‘Hombre’ en el día de su creación’ (Gn 5, 1-2).

2332 La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y
de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y,
de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro.

2333 Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La
diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes
del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja humana y de la sociedad
depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la complementariedad, la
necesidad y el apoyo mutuos.

2334 ‘Creando al hombre «varón y mujer», Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre
y a la mujer’ (FC 22; cf GS 49, 2). ‘El hombre es una persona, y esto se aplica en la misma medida
al hombre y a la mujer, porque los dos fueron creados a imagen y semejanza de un Dios personal’
(MD 6).

2335 Cada uno de los dos sexos es, con una dignidad igual, aunque de manera distinta, imagen
del poder y de la ternura de Dios. La unión del hombre y de la mujer en el matrimonio es una
manera de imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creador: ‘El hombre deja a su
padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne’ (Gn 2, 24). De esta unión
proceden todas las generaciones humanas (cf Gn 4, 1-2.25-26; 5, 1).

2336 Jesús vino a restaurar la creación en la pureza de sus orígenes. En el Sermón de la Montaña
interpreta de manera rigurosa el plan de Dios: ‘Habéis oído que se dijo: «no cometerás adulterio».
Pues yo os digo: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su
corazón’» (Mt 5, 27-28). El hombre no debe separar lo que Dios ha unido (cf Mt 19, 6).

La Tradición de la Iglesia ha entendido el sexto mandamiento como referido a la globalidad de la


sexualidad humana.
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II La vocación a la castidad

2337 La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la


unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la
pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente
humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y
temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer.

La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la totalidad del don.

La integridad de la persona

2338 La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de amor depositadas en ella.
Esta integridad asegura la unidad de la persona; se opone a todo comportamiento que la pueda
lesionar. No tolera ni la doble vida ni el doble lenguaje (cf Mt 5, 37).

2339 La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad
humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja
dominar por ellas y se hace desgraciado (cf Si 1, 22). ‘La dignidad del hombre requiere, en efecto,
que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde
dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre
logra esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la
libre elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados’ (GS 17).

2340 El que quiere permanecer fiel a las promesas de su bautismo y resistir las tentaciones debe
poner los medios para ello: el conocimiento de sí, la práctica de una ascesis adaptada a las
situaciones encontradas, la obediencia a los mandamientos divinos, la práctica de las virtudes
morales y la fidelidad a la oración. ‘La castidad nos recompone; nos devuelve a la unidad que
habíamos perdido dispersándonos’ (S. Agustín conf. 10, 29; 40).

2341 La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que tiende a
impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana.

2342 El dominio de sí es una obra que dura toda la vida. Nunca se la considerará adquirida de
una vez para siempre. Supone un esfuerzo reiterado en todas las edades de la vida (cf tt 2, 1-6).
El esfuerzo requerido puede ser más intenso en ciertas épocas, como cuando se forma la
personalidad, durante la infancia y la adolescencia.

2343 La castidad tiene unas leyes de crecimiento; éste pasa por grados marcados por la
imperfección y, muy a menudo, por el pecado. ‘Pero el hombre, llamado a vivir responsablemente
el designio sabio y amoroso de Dios, es un ser histórico que se construye día a día con sus opciones
numerosas y libres; por esto él conoce, ama y realiza el bien moral según las diversas etapas de
crecimiento’ (FC 34).

2344 La castidad representa una tarea eminentemente personal; implica también un esfuerzo
cultural, pues ‘el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la sociedad misma están
mutuamente condicionados’ (GS 25, 1). La castidad supone el respeto de los derechos de la
persona, en particular, el de recibir una información y una educación que respeten las dimensiones
morales y espirituales de la vida humana.
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2345 La castidad es una virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo
espiritual (cf Ga 5, 22). El Espíritu Santo concede, al que ha sido regenerado por el agua del
bautismo, imitar la pureza de Cristo (cf 1 Jn 3, 3).

La integridad del don de sí

2346 La caridad es la forma de todas las virtudes. Bajo su influencia, la castidad aparece como
una escuela de donación de la persona. El dominio de sí está ordenado al don de sí mismo. La
castidad conduce al que la practica a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de la ternura
de Dios.

2347 La virtud de la castidad se desarrolla en la amistad. Indica al discípulo cómo seguir e imitar
al que nos eligió como sus amigos (cf Jn 15, 15), a quien se dio totalmente a nosotros y nos hace
participar de su condición divina. La castidad es promesa de inmortalidad.

La castidad se expresa especialmente en la amistad con el prójimo. Desarrollada entre personas


del mismo sexo o de sexos distintos, la amistad representa un gran bien para todos. Conduce a la
comunión espiritual.

Los diversos regímenes de la castidad

2348 Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha ‘revestido de Cristo’ (Ga 3, 27),
modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado
de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su
afectividad en la castidad.

2349 La castidad ‘debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida: a unas, en la
virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo
con corazón indiviso; a otras, de la manera que determina para ellas la ley moral, según sean
casadas o celibatarias’ (CDF, decl. "Persona humana" 11). Las personas casadas son llamadas a
vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia.

Existen tres formas de la virtud de la castidad: una de los esposos, otra de las viudas, la tercera de
la virginidad. No alabamos a una con exclusión de las otras. En esto la disciplina de la Iglesia es
rica. (S. Ambrosio, vid. 23).

2350 Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver
un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse
el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura
específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad.

Las ofensas a la castidad

2351 La lujuria es un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer sexual es
moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de
procreación y de unión.

2352 Por masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin
de obtener un placer venéreo. ‘Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición
constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación
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es un acto intrínseca y gravemente desordenado’. ‘El uso deliberado de la facultad sexual fuera
de las relaciones conyugales normales contradice a su finalidad, sea cual fuere el motivo que lo
determine’. Así, el goce sexual es buscado aquí al margen de ‘la relación sexual requerida por el
orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación
humana en el contexto de un amor verdadero’ (CDF, decl. "Persona humana" 9).

Para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar la
acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos,
el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales que reducen, e incluso anulan la
culpabilidad moral.

2353 La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es
gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente
ordenada al bien de los esposos, así como a la generación y educación de los hijos. Además, es
un escándalo grave cuando hay de por medio corrupción de menores.

2354 La pornografía consiste en dar a conocer actos sexuales, reales o simulados, fuera de la
intimidad de los protagonistas, exhibiéndolos ante terceras personas de manera deliberada.
Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la
dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno viene a ser
para otro objeto de un placer rudimentario y de una ganancia ilícita. Introduce a unos y a otros en
la ilusión de un mundo ficticio. Es una falta grave. Las autoridades civiles deben impedir la
producción y la distribución de material pornográfico.

2355 La prostitución atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye, puesto que queda
reducida al placer venéreo que se saca de ella. El que paga peca gravemente contra sí mismo:
quebranta la castidad a la que lo comprometió su bautismo y mancha su cuerpo, templo del
Espíritu Santo (cf 1 Co 6, 15-20). La prostitución constituye una lacra social. Habitualmente
afecta a las mujeres, pero también a los hombres, los niños y los adolescentes (en estos dos últimos
casos el pecado entraña también un escándalo). Es siempre gravemente pecaminoso dedicarse a
la prostitución, pero la miseria, el chantaje, y la presión social pueden atenuar la imputabilidad de
la falta.

2356 La violación es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una persona. Atenta
contra la justicia y la caridad. La violación lesiona profundamente el derecho de cada uno al
respeto, a la libertad, a la integridad física y moral. Produce un daño grave que puede marcar a la
víctima para toda la vida. Es siempre un acto intrínsecamente malo. Más grave todavía es la
violación cometida por parte de los padres (cf. incesto) o de educadores con los niños que les
están confiados.

Castidad y homosexualidad

2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una
atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy
variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida
inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf
Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que ‘los
actos homosexuales son intrínsecamente desordenados’ (CDF, decl. "Persona humana" 8). Son
contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera
complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
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2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas.


No eligen su condición homosexual; ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba.
Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo
de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida,
y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar
a causa de su condición.

2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de
sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad
desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y
resueltamente a la perfección cristiana.

RESUMEN

2392 ‘El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano’ (FC 11).

2393 Al crear al ser humano hombre y mujer, Dios confiere la dignidad personal de manera
idéntica a uno y a otra. A cada uno, hombre y mujer, corresponde reconocer y aceptar su
identidad sexual.

2394 Cristo es el modelo de la castidad. Todo bautizado es llamado a llevar una vida casta, cada
uno según su estado de vida.

2395 La castidad significa la integración de la sexualidad en la persona. Entraña el aprendizaje


del dominio personal.

2396 Entre los pecados gravemente contrarios a la castidad se deben citar la masturbación, la
fornicación, las actividades pornográficas y las prácticas homosexuales.

2397 La alianza que los esposos contraen libremente implica un amor fiel. Les confiere la
obligación de guardar indisoluble su matrimonio.

2398 La fecundidad es un bien, un don, un fin del matrimonio. Dando la vida, los esposos
participan de la paternidad de Dios.

2399 La regulación de la natalidad representa uno de los aspectos de la paternidad y la


maternidad responsables. La legitimidad de las intenciones de los esposos no justifica el recurso
a medios moralmente reprobables (p.e., la esterilización directa o la anticoncepción).

2400 El adulterio y el divorcio, la poligamia y la unión libre son ofensas graves a la dignidad del
matrimonio.

III El amor de los esposos

2360 La sexualidad está ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer. En el


matrimonio, la intimidad corporal de los esposos viene a ser un signo y una garantía de
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comunión espiritual. Entre bautizados, los vínculos del matrimonio están santificados por
el sacramento.

2361 ‘La sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan el uno al otro con los
actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta
al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo
verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con el que el
hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte’ (FC 11).

Tobías se levantó del lecho y dijo a Sara: ‘Levántate, hermana, y oremos y pidamos a
nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve’. Ella se levantó y empezaron a
suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo: ‘¡Bendito seas tú, Dios
de nuestros padres... tú creaste a Adán, y para él creaste a Eva, su mujer, para sostén y
ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los hombres. Tú mismo dijiste: «no es
bueno que el hombre se halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él». Yo no tomo a
ésta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella
y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad’. Y dijeron a coro: ‘Amén, amén’. Y se
acostaron para pasar la noche (Tb 8, 4-9).

2362 ‘Los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos
y dignos, y, realizados de modo verdaderamente humano, significan y fomentan la
recíproca donación, con la que se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud’ (GS 49,
2). La sexualidad es fuente de alegría y de agrado:

El Creador... estableció que en esta función (de generación) los esposos experimentasen
un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los esposos no hacen nada
malo procurando este placer y gozando de él. Aceptan lo que el Creador les ha destinado.
Sin embargo, los esposos deben saber mantenerse en los límites de una justa moderación
(Pío XII, discruso 29 octubre 1951).

2363 Por la unión de los esposos se realiza el doble fin del matrimonio: el bien de los
esposos y la transmisión de la vida. No se pueden separar estas dos significaciones o
valores del matrimonio sin alterar la vida espiritual de los cónyuges ni comprometer los
bienes del matrimonio y el porvenir de la familia.

Así, el amor conyugal del hombre y de la mujer queda situado bajo la doble exigencia de
la fidelidad y la fecundidad.

La fidelidad conyugal

2364 El matrimonio constituye una ‘íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada
por el Creador y provista de leyes propias’. Esta comunidad ‘se establece con la alianza
del matrimonio, es decir, con un consentimiento personal e irrevocable’ (GS 48, 1). Los
dos se dan definitiva y totalmente el uno al otro. Ya no son dos, ahora forman una sola
carne. La alianza contraída libremente por los esposos les impone la obligación de
mantenerla una e indisoluble (cf ⇒ CIC can. 1056). ‘Lo que Dios unió, no lo separe el
hombre’ (Mc 10, 9; cf Mt 19, 1-12; 1 Co 7, 10-11).
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2365 La fidelidad expresa la constancia en el mantenimiento de la palabra dada. Dios es


fiel. El sacramento del Matrimonio hace entrar al hombre y la mujer en el misterio de la
fidelidad de Cristo para con su Iglesia. Por la castidad conyugal dan testimonio de este
misterio ante el mundo.

San Juan Crisóstomo sugiere a los jóvenes esposos hacer este razonamiento a sus esposas:
‘Te he tomado en mis brazos, te amo y te prefiero a mi vida. Porque la vida presente no
es nada, mi deseo más ardiente es pasarla contigo de tal manera que estemos seguros de
no estar separados en la vida que nos está reservada... pongo tu amor por encima de todo,
y nada me será más penoso que no tener los mismos pensamientos que tú tienes’ (hom.
in Eph. 20, 8).

La fecundidad del matrimonio

2366 La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende
naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los
esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento.
Por eso la Iglesia, que ‘está en favor de la vida’ (FC 30), enseña que todo ‘acto
matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida’ (HV 11). ‘Esta doctrina,
muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que
Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos
significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador’ (HV
12; cf Pío XI, enc. "Casti connubii").

2367 Llamados a dar la vida, los esposos participan del poder creador y de la paternidad
de Dios (cf Ef. 3, 14; Mt 23, 9). ‘En el deber de transmitir la vida humana y educarla, que
han de considerar como su misión propia, los cónyuges saben que son cooperadores del
amor de Dios Creador y en cierta manera sus intérpretes. Por ello, cumplirán su tarea con
responsabilidad humana y cristiana’ (GS 50, 2).

2368 Un aspecto particular de esta responsabilidad se refiere a la ‘regulación de la


natalidad’. Por razones justificadas, los esposos pueden querer espaciar los nacimientos
de sus hijos. En este caso, deben cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo, sino
que es conforme a la justa generosidad de una paternidad responsable. Por otra parte,
ordenarán su comportamiento según los criterios objetivos de la moralidad:

El carácter moral de la conducta, cuando se trata de conciliar el amor conyugal con la


transmisión responsable de la vida, no depende sólo de la sincera intención y la
apreciación de los motivos, sino que debe determinarse a partir de criterios objetivos,
tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos; criterios que conserven íntegro el
sentido de la donación mutua y de la procreación humana en el contexto del amor
verdadero; esto es imposible si no se cultiva con sinceridad la virtud de la castidad
conyugal (GS 51, 3).
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2369 ‘Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal


conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima
vocación del hombre a la paternidad’ (HV 12).

2370 La continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos fundados en la


autoobservación y el recurso a los períodos infecundos (HV 16) son conformes a los
criterios objetivos de la moralidad. Estos métodos respetan el cuerpo de los esposos,
fomentan el afecto entre ellos y favorecen la educación de una libertad auténtica. Por el
contrario, es intrínsecamente mala ‘toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o
en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin
o como medio, hacer imposible la procreación’ (HV 14):

‘Al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el
anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no
darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida,
sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a
entregarse en plenitud personal’. Esta diferencia antropológica y moral entre la
anticoncepción y el recurso a los ritmos periódicos ‘implica... dos concepciones de la
persona y de la sexualidad humana irreconciliables entre sí’ (FC 32).

2371 Por otra parte, ‘sea claro a todos que la vida de los hombres y la tarea de transmitirla
no se limita sólo a este mundo y no se puede medir ni entender sólo por él, sino que mira
siempre al destino eterno de los hombres’ (GS 51, 4).

2372 El Estado es responsable del bienestar de los ciudadanos. Por eso es legítimo que
intervenga para orientar la demografía de la población. Puede hacerlo mediante una
información objetiva y respetuosa, pero no mediante una decisión autoritaria y
coaccionante. No puede legítimamente suplantar la iniciativa de los esposos, primeros
responsables de la procreación y educación de sus hijos (cf HV 23; PP 37). El Estado no
está autorizado a favorecer medios de regulación demográfica contrarios a la moral.

El don del hijo

2373 La Sagrada Escritura y la práctica tradicional de la Iglesia ven en las familias


numerosas como un signo de la bendición divina y de la generosidad de los padres (cf GS
50, 2).

2374 Grande es el sufrimiento de los esposos que se descubren estériles. Abraham


pregunta a Dios: ‘¿Qué me vas a dar, si me voy sin hijos...?’ (Gn 15, 2). Y Raquel dice a
su marido Jacob: ‘Dame hijos, o si no me muero’ (Gn 30, 1).

2375 Las investigaciones que intentan reducir la esterilidad humana deben alentarse, a
condición de que se pongan ‘al servicio de la persona humana, de sus derechos
inalienables, de su bien verdadero e integral, según el plan y la voluntad de Dios’ (CDF,
instr. "Donum vitae" intr. 2).
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2376 Las técnicas que provocan una disociación de la paternidad por intervención de una
persona extraña a los cónyuges (donación del esperma o del óvulo, préstamo de útero)
son gravemente deshonestas. Estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales
heterólogas) lesionan el derecho del niño a nacer de un padre y una madre conocidos de
él y ligados entre sí por el matrimonio. Quebrantan ‘su derecho a llegar a ser padre y
madre exclusivamente el uno a través del otro’ (CDF, instr. "Donum vitae" 2, 4).

2377 Practicadas dentro de la pareja, estas técnicas [inseminación y fecundación


artificiales homólogas] son quizá menos perjudiciales, pero no dejan de ser moralmente
reprobables. Disocian el acto sexual del acto procreador. El acto fundador de la existencia
del hijo ya no es un acto por el que dos personas se dan una a otra, sino que ‘confía la
vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un
dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Una tal
relación de dominio es en sí contraria a la dignidad e igualdad que debe ser común a
padres e hijos’ (cf CDF, instr. "Donum vitae" 82). ‘La procreación queda privada de su
perfección propia, desde el punto de vista moral, cuando no es querida como el fruto del
acto conyugal, es decir, del gesto específico de la unión de los esposos... solamente el
respeto de la conexión existente entre los significados del acto conyugal y el respeto de
la unidad del ser humano, consiente una procreación conforme con la dignidad de la
persona’ (CDF, instr. "Donum vitae" 2, 4).

2378 El hijo no es un derecho sino un don. El ‘don más excelente del matrimonio’ es una
persona humana. El hijo no puede ser considerado como un objeto de propiedad, a lo que
conduciría el reconocimiento de un pretendido ‘derecho al hijo’. A este respecto, sólo el
hijo posee verdaderos derechos: el de ‘ser el fruto del acto específico del amor conyugal
de sus padres, y tiene también el derecho a ser respetado como persona desde el momento
de su concepción’ (CDF, instr. "Donum vitae" 2, 8).

2379 El Evangelio enseña que la esterilidad física no es un mal absoluto. Los esposos
que, tras haber agotado los recursos legítimos de la medicina, sufren por la esterilidad,
deben asociarse a la Cruz del Señor, fuente de toda fecundidad espiritual. Pueden
manifestar su generosidad adoptando niños abandonados o realizando servicios
abnegados en beneficio del prójimo.

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