Unidad 1 - Uda
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Algunas formas de vida distintas de las vigentes tienen gracia, indudablemente. Para
mejor y para peor, las cosas podrían ser de otra manera, y la vida cotidiana de cada
uno y cada una, así como la de los “cadaunitos”, sería bastante diferente. La persona
lectora no obtendrá de este libro recetas para cambiar la vida ni –sin que vayamos a
hilar demasiado fino sobre la cuestión– grandes incitaciones a cambiarla, pero sí
algunas consideraciones sobre el hecho de que las cosas no son necesariamente,
naturalmente, como son ahora y aquí. Saberlo le resultará útil para contestar a algunos
entusiastas del orden y del desorden establecidos, que a menudo dicen que “es bueno
y natural esto y aquello”, y poder decirles educadamente “veamos si es bueno o no,
porque natural no es”. Consideremos un día en la vida del señor Timoneda. Don
Josep Timoneda I Martínez se ha levantado temprano, ha tomado su utilitario para ir a
trabajar a la fábrica, oficina o tienda, ha vuelto a casa a comer un arroz cocinado por
su señora, y más tarde ha vuelto de nuevo a casa, después de un pequeño altercado
con otro conductor a consecuencia de haberse distraído pensando en si le ascienden
o no de sueldo y categoría. Ya en casa, ha preguntado a los críos, bostezando, por la
escuela, ha visto un telefilme sobre la delincuencia juvenil en California, se ha ido a
dormir y, con ciertas expectativas de actividad sexual, ha esperado a que su mujer
terminara de tender la ropa. Finalmente, se ha dormido pensando que el domingo irá
con toda la familia al apartamento. Lo último que recuerda es a su mujer diciéndole
que habrá que hablar seriamente con el hijo mayor porque ha hecho no se sabe que
cosa. Este es el inventario banal de un día normal de un personaje normal. La vida,
dicen. Pero ¡atención!, si el señor Timoneda es un personaje “normal”, “medio” y éste
es un día normal, es porque estamos, en una sociedad capitalista de predominio
masculino, urbana, en etapa que llaman de sociedad de consumo, y dependiente
culturalmente de unos medios de comunicación de masas subordinados al
imperialismo. El personaje “normal” si la sociedad fuera otra, no tendría que ser
necesariamente un varón, cabeza de familia, asalariado, con una mujer que cocina y
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cuida de la ropa, y con un televisor que pasa telefilme norteamericano. Hablando de
José Timoneda Martínez, consideremos ahora como incluso su nombre está
condicionado por una red de relaciones sociales. Oficialmente no se llama Josep
Timoneda I Martínez sino José Timoneda Martínez, vuelve la cabeza cuando alguien
lo llama Pepe, se cabrea en silencio cuando es el jefe de personal quien le llama
Timoneda sin el señor delante, y enérgica y explícitamente cuando es un subordinado
suyo quien lo hace; insiste, o no, en hacerse llamar Pepe por una mujer según el
aspecto que ella tenga, y se siente bastante orgulloso de ser cabeza de familia, porque
así los niños han de nombrarlo según su cargo doméstico de “papá”. Hay mucho más,
sin embargo, en su nombre mismo. No diré simplemente que si hubiese nacido en
África quizá se llamaría Bambayuyu, que es un nombre muy sonoro y de un exotismo
justificable por la diferencia de lengua. No. Sin salirnos de nuestro ámbito,
observaremos que no naturalmente habría de componerse su nombre del nombre de
un santo de la Iglesia católica, de un primer apellido que trasmitirá a sus hijos y que le
vincula al padre de su padre, y un segundo que no transmitirá y que le vincula al padre
de su madre. Es solamente una forma. Podría llamarse Josep hijo de Joan Timoneda
o hijo de Empar Martínez, Timoneda Josep, o tomar el nombre de su origen y resultar
Josep Timoneda de Borriana, o haber podido elegir, al llegar a ser mayor, el nombre o
cuál de los dos apellidos prefería llevar adelante. Podría ser de otra manera, pero ésta
es la que le ha correspondido, ya que vive aquí. Son costumbres. ¡Atención, sin
embargo! Hay quien dice que “son costumbres” como si, reconocido el carácter no
natural de las maneras de vivir, éstas fueran resultado de un puro azar, cuando en
realidad nos reenvían una y otra vez a los datos fundamentales de la sociedad. El
nombre del señor Timoneda nos da pistas sobre la influencia de la Iglesia católica y
sobre el hecho de que los padres “pintan” más que los hijos, y el padre más que la
madre. Eso en el nombre solamente. Los actos cotidianos del señor Timoneda nos
proporcionan muchas más pistas. El señor Timoneda podría haber pasado el día de
muchas otras maneras. Nada en su biología se lo impide. Podía haber trabajado en su
casa, si es que se puede hablar de casa al mismo tiempo a propósito de un espacio de
90 m2 en un sexto piso y a propósito de un edificio que fue la casa de sus
antepasados y sigue siendo taller. La mujer del señor Timoneda podía haber estado
haciendo parte de la faena del taller y el hijo mayor también mientras aprende el oficio
del padre. El más pequeño de los críos podía haber pasado el día en la calle o en casa
de otros vecinos, sin noticia ni deseo de escuela alguna. O bien, el señor Timoneda
podía haber pasado el día cocinando para la comunidad, por ser el día que le tocaba
el trabajo de casa, mientras los demás trabajaban en el campo, en la granja o en los
talleres grandes o pequeños, todos proporcionalmente a sus fuerzas y habilidades; y
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hacia el atardecer reunirse todos para reírse ante una televisión más divertida o para
discutir ante emisiones más informativas. O el señor Timoneda, podía haber trabajado
aquel día doce horas – seis en las tierras del amo y seis en las que el amo le dejaba
cultivar directamente– y haber regresado a la barraca donde vive amontonado con
familiares diversos para comentar que el amo le había vendido junto con las tierras y
preguntarse qué tal sería el nuevo señor. O escuchar al abuelo recitar historias, seguro
de ser escuchado, seguro de ser el personaje principal de la familia.
El día del señor Timoneda, podía haber sido, pues, muy distinto, y también el de las
personas que le rodean. Sería un error pensar que sólo podría haber sido distinto de
haber nacido en otra época. Con el nivel tecnológico actual son posibles diferentes
formas de vida. Esta pequeña introducción impresionista a una sociología de la vida
cotidiana insistirá siempre sobre esa misma idea: que las cosas podrían ser – para
bien y para mal – distintas. Dicho de otra manera más precisa: que no podemos
entender como trabajamos, consumimos, amamos, nos divertimos, nos frustramos,
hacemos amistades, crecemos o envejecemos, si no partimos de la base de que
podríamos hacer todo eso de muchas otras formas. A menudo, cuando se muere un
pariente, te atropella un coche, le toca la lotería a un obrero desocupado, se casa una
hija o te hacen una mala jugada, la gente dice: - ¡Es la vida! O bien - Es ley de vida. Lo
que hacemos no es, sin embargo, La Vida. Muy pocas cosas están programadas por
la biología. Nos es preciso, evidentemente, comer, beber y dormir; tenemos capacidad
de sentir y dar placer, necesitamos afecto y valoración por parte de otros, podemos
trabajar, pensar y acumular conocimiento. Pero cómo se concrete todo eso depende
de las circunstancias sociales en las que somos educados, maleducados, hechos y
deshechos. Qué y cuántas veces y a qué horas comeremos y beberemos, cómo
buscaremos o rechazaremos el afecto de los otros, qué escala y de qué valores
utilizaremos para calibrar amigos y enemigos, qué placeres nos permitiremos y a
cuáles renunciaremos, a qué dedicaremos nuestros esfuerzos físicos y mentales, son
cosas que dependen de cómo la sociedad –una sociedad que no es nunca la única
posible, aunque no sean posible todas– nos la define, limite, estimule o proponga. La
sociedad nos marca no sólo un grado concreto de satisfacción de las necesidades sino
una forma de sentir esas necesidades y de canalizar nuestros deseos.
Así, pensar una bomba nueva, desear una lavadora de otro modelo, comer más a
menudo platos variados aunque congelados, valorar a los demás por el número de
objetos que poseen y dedicar los esfuerzos afectivos a asegurar el monopolio
sentimental sobre una persona, no es más “humano”, no es más “la vida”, no es más
“natural” que pensar nuevos trucos de magia recreativa, desear más sonrisas, hacer
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una fiesta el día en que sí comemos pollo-pollo o valorar a una persona porque tiene
más capacidad de gozar que tú y está dispuesta a enseñarte. El amor, el odio, la
envidia, la timidez, la soberbia... son sentimientos humanos. Pero, ¿en qué cantidad y
a propósito de qué los gastaremos? ¿Es lo mismo odiar a los judíos que a los
subcontratistas de mano de obra? ¿Es igual envidiar ahora la casa con jardín y pinada
de un poderoso, cuando quedan ya pocos árboles, que cuando eso sólo representaba
un símbolo de poder o de prestigio? ¿Es igual amar a una persona sometida que a
una persona libre? ¿Se puede ser tímido del mismo modo en un mundo donde es
conveniente ser presentado para hablar con otro, que en una sociedad donde todos se
tutean, tratando de imponer una familiaridad que no siempre deseamos? Nacer,
crecer, reproducirse y morir. De acuerdo. Eso hacemos. Pero ¿acaso no importa cómo
y cuándo naces, qué ganas y qué pierdes al crecer, por qué reproduces y de qué y con
qué humor te mueres? El señor Timoneda se levanta cuando el satélite artificial se
hace visible en el cielo de su ciudad. Antes de salir de su cápsula matrimonial mira a
su compañero, dormido todavía, y se coloca la escafandra individual. Despierta a
patadas a la mutante que le sirve de criada y le da órdenes en inglés. Hoy es un día
especial: la lotería estatal sortea simultáneamente los quince que serán autorizados
para procrear; los mil treinta y uno que se someterán a las pruebas de la guerra
bacteriológica, y sesenta y dos viajes a los carnavales de Río para dos personas y una
mutante. Sale a la calle ya dentro de su heteromóvil y choca enseguida con otro. Se
matan los dos conductores y el viudo del señor Timoneda es obligado a seguir la
costumbre de suicidarse en la pira funeraria. ¿Es natural eso? Esa sociedad
imaginaria resulta ser capitalista, post-nuclear, despótica, de atmósfera precaria y
homosexual-neomachista. Es una sociedad posible. Podría ser anticipada proyectando
y acentuando los rasgos de la sociedad capitalista actual y suponiendo que hubiese
tenido lugar, tras una rebelión feminista aplastada, una eclosión de la homosexualidad
reprimida acompañada de un explícito culto al macho. La persona lectora tiene ante sí
ahora otra sociedad. ¿Es la única posible? Tal vez diga que no, porque personalmente
apuesta por el socialismo. ¿Pero qué socialismo? ¿Un socialismo donde sólo cambie
la forma de gestión del capitalismo? ¿Una sociedad igual a ésta excepto en el precio
más barato de los electrodomésticos? ¡Ah! Un poco de distancia respecto de su
entorno no le vendría nada mal al lector o a la lectora.
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ANTONIO GRAMSCI
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elaborar la propia concepción del mundo de manera consciente y crítica, y, por lo
mismo, en vinculación con semejante trabajo intelectual, escoger la propia esfera de
actividad, participar activamente en la elaboración de la historia del mundo, ser el guía
de sí mismo y no aceptar del exterior, pasiva y supinamente, la huella que se imprime
sobre la propia personalidad?
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determinados aspectos expresan la modernidad más desarrollada, en otros se hallan
en retraso con su situación social, y, por lo tanto, son incapaces de una total
autonomía histórica. Nota III. Si es verdad que cada idioma tiene los elementos de una
concepción del mundo y de una cultura, también será verdad que el lenguaje de cada
uno permite juzgar acerca de la mayor o menor complejidad de su concepción del
mundo. Quien habla solamente el dialecto comprende la lengua nacional en distintos
grados, participa necesariamente de una concepción del mundo más o menos
estrecha o provinciana, fosilizada, anacrónica en relación con las grandes corrientes
que determinan la historia mundial. Sus intereses serán estrechos, más o menos
corporativos o economistas, no universales. Si no siempre resulta posible aprender
más idiomas extranjeros para ponerse en contacto con vidas culturales distintas, es
preciso, por lo menos, aprender bien el idioma nacional. Una cultura puede traducirse
al idioma de otra gran cultura, es decir: un gran idioma nacional históricamente rico y
complejo puede traducir cualquier otra gran cultura; en otras palabras, puede ser una
expresión mundial. Pero con un dialecto no es posible hacer lo mismo.
Nota IV. Crear una nueva cultura no significa sólo hacer individualmente
descubrimientos “originales”; significa también, y especialmente, difundir verdades ya
descubiertas, “socializarlas”, por así decir, convertirlas en base de acciones vitales, en
elemento de coordinación y de orden intelectual y moral. Que una masa de hombres
sea llevada a pensar coherentemente y en forma unitaria la realidad presente, es un
hecho “filosófico” mucho más importante y “original” que el hallazgo, por parte de un
“genio filosófico”, de una nueva verdad que sea patrimonio de pequeños grupos de
intelectuales.
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delirios, que no por haber sido cometidos en el pasado, cuando eran correctos, tienen
por qué ser reproducidos en el presente, cuando no son necesariamente correctos.