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Lectura N°1

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Lectura N°1

febrero, 2022
José
José, el hermano separado La historia de José, el décimo primero hijo de
Jacob, es una de las más interesantes en la Biblia. Hay una sola referencia breve a él
antes del relato que comienza cuando tenía diecisiete años y aquel que concluye con su
muerte a la edad de ciento y diez. Los incidentes son quizás tan variados como los
colores de la túnica que su padre hizo para este hijo favorito. Aquella vida puede ser
resumida en tres palabras clave: vendido, traicionado y exaltado.
Fue amado de su padre, odiado de sus hermanos, comprado por los ismaelitas,
traicionado por una egipcia, encarcelado por un rey, honrado por el mismo, y bendecido
de Dios. La historia comienza con una diligencia a exigencia de su padre para conocer
la suerte de sus hermanos, y desde ese punto en adelante vemos la mano de Dios en todo
detalle de su vida. Todo se conformó con el diseño del tejedor divino, y bien sabemos
que en los tapices suyos los hilos oscuros son tan necesarios que los de oro y plata. El
registro bíblico no narra nada desfavorable acerca de José, y él es posiblemente el más
perfecto tipo del Señor Jesucristo en toda la Palabra de Dios. Su nombre significa
"añadirá", y José añadió a su nombre a lo largo de sus muchos años y carrera
diversificada. Génesis 39.3 afirma que Jehová hacía prosperar todo lo que este hombre
hacía.
Vemos en su historia un cumplimiento de palabras dichas unos quinientos años
más tarde: "Yo honraré a los que me honran", 1 Samuel 2.30.
Amado de su padre José era el penúltimo en una familia de doce varones. Su
padre Jacob le amaba mucho, y Génesis 37 relata que, como gesto de amor, hizo para
José una túnica de diversos colores. Esto le diferenciaba de sus hermanos, cuya ropa
sería ordinaria, si no inferior. La túnica era un testimonio público de que José era el hijo
favorito. Posiblemente su padre le amaba por ser el primogénito de Raquel, la amada
esposa de Jacob, o posiblemente porque nació cuando su padre era ya mayor, en
términos comparativos. Aunque Jacob le tenía un cariño especial, es evidente que sus
otros hijos también gozaban de su afecto. Jacob le mandó a José en una marcha larga a
Siquem para inquirir por el bienestar de sus hermanos. El joven estaba dispuesto
hacerlo, aunque sin duda ya había sentido que le aborrecían.
Cuando hay varios hijos en la familia, no es cosa rara que uno o ambos padres
sientan mayor afecto por uno que por otro. Este sentimiento debe ser suprimido en lo
posible. Puede o no que la preferencia tenga razón de ser, pero manifestarla sólo va a
incitar celos. Parece que Jacob fue imprudente al hacer la túnica. Dio lugar a rencores, y
el día llegó cuando los varios hermanos se la quitaron, 37.23. "Enviaron la túnica de
colores, y la trajeron a su padre, y dijeron: Esto hemos hallado; reconoce ahora si es la
túnica de tu hijo, o no". Nada de "la túnica de nuestro hermano", sino "de tu hijo".
No es frecuente que un complot sea tan exitoso, pero este es el primer incidente
en la realización de los propósitos de Dios en y por medio de José. Jacob creyó la
evidencia; vio la túnica y la sangre con que fue teñida. Varios años antes, él había
engañado a su propio padre al usar pieles de cabritos para cubrir sus manos, y ahora su
pecado lo ha descubierto.
Odiado de sus hermanos Los sueños de José eran otra causa de amargura.
Leemos en Génesis 37.5: "Soñó José un sueño, y lo contó a sus hermanos; y ellos
llegaron a aborrecerle más todavía". Esto fue después de que Jacob había hecho la
túnica, y sirvió para empeorar la situación. Luego otro sueño y su interpretación
hicieron arder aún más sus corazones.
Su padre observó lo que fue dicho pero también reprendió al hijo por haber
contado su sueño. Sin embargo, los sueños fueron dados por Dios y eran proféticos.
José fue enviado a conocer la condición de sus hermanos, y al ver ellos que venía, sin
duda reconociendo de lejos la túnica, dijeron entre sí: "He aquí viene el soñador".
La historia narra que todavía otro color fue añadido a esa prenda: fue teñida en
sangre. Devino en el símbolo de la vida de José. "La envidia es carcoma de los huesos.
¿Quién podrá sostenerse ante la envidia?" Proverbios 14.30, 27.4. Como es
frecuentemente el caso en el aborrecimiento humano, los hermanos de José buscaron
una oportunidad para abusar de él, y la oportunidad se presentó. Tal fue su odio que
decidieron matarlo. Cuando Rubén lo supo, se opuso, aun siendo hombre tan inestable
como el agua. Asumió liderazgo y propuso que su hermano fuese echado en una
cisterna. Él tenía dos motivos: pensaba volver y liberar a José, y estaba preocupado por
cómo todo esto iba a afectarle a él mismo: "¿Adónde iré yo?" Mientras tanto, llegó una
caravana de ismaelitas, rumbo a Egipto con mercadería. Judá propuso vender a su
hermano, y aparentemente Rubén no estaba presente en ese momento. Vemos cuán
débil de carácter era él y cuán carentes de principios sus hermanos. No sabemos cuánto
tiempo pasó José en esa cisterna, pero siglos después Esteban dijo en Hechos 7.9: "Los
patriarcas, movidos por envidia, vendieron a José para Egipto; pero Dios estaba con él".
Perdió su túnica, pero no así la presencia de Dios con él. Los hermanos no solamente
engañaron a su padre, sino también le causaron angustia por muchos años. Dijo:
"Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol", 37.35.
En casa de Potifar Los hermanos vendieron a José por veinte piezas de plata. Si
dividieron la suma en partes iguales, cada uno recibió apenas dos piececitas. Los
madianitas a su vez entregaron el preso a un oficial egipcio llamado Potifar, y sin dudo
fue buen negocio para ellos vender a un mozo de diecisiete años. José no contaba con su
túnica ahora, sino con algo mejor: "Jehová estaba con José, y fue varón próspero", 37.2.
Aun siendo un esclavo hebreo en casa de un egipcio bien acomodado, él gozaba de
compañerismo divino. Su perspectiva parecía ser buena; su amo le puso sobre todos sus
bienes. El joven era de gallarda figura y de hermoso parecer. La Palabra de Dios relata
que la esposa de su amo intentó seducirlo. José rechazó su propuesta y dejó una
declaración que nosotros debemos llevar muy en mente: "¿Cómo, pues, haría yo este
grande mal, y pecaría contra Dios?" Por segunda vez José perdió su túnica, sin duda de
calidad. Huyó de la tentación, y la mujer lo asió por su ropa; él se quedó sin ropa pero
con su carácter intacto.
José puso por obra lo que Pablo instó a los santos siglos más tarde: "Huid de la
fornicación". Y por segunda vez la ropa de José fue usada como falso testimonio en su
contra. Aparentemente Potifar creyó la historia que le fue contada. "Tomó su amo a
José, y lo puso en la cárcel, donde estaban los presos del rey". Y justamente en el
versículo que sigue leemos: "Pero Jehová estaba con José".
Así, él dejó la casa de Potifar con las mismas palabras registradas acerca de él
cuando entró: el Señor estaba con él. Pronto ganó el favor del carcelero. "Cuando los
caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con
él". No obstante, las circunstancias contrarias, José fue ascendido. El copero en jefe y el
panadero en jefe estaban entre los presos. Un día vieron que José estaba triste, y
preguntaron por qué. Cuando les contaron sus propios sueños, el soñador interpretó
sueños. El panadero fue ahorcado y el copero restaurado a sus funciones. José se
aprovechó de la oportunidad y pidió a este último: "Acuérdate de mí cuando tengas ese
bien". No hizo mal al pedir esa libertad de su encarcelamiento injusto, pero la naturaleza
humana se hizo evidente, porque "el jefe de los coperos no se acordó de José, sino que
le olvidó". La ingratitud caracteriza los días postreros, 2 Timoteo 3.2. José había
aprendido la verdad de Isaías 2.22: "Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz".
Sin duda había confiado en la integridad del copero, y día tras día había esperado
buenas noticias, pero su suerte iba a ser la de pasar dos años más en esa prisión, y no es
de dudar que fueran años difíciles de llevar. Él no sabía que Dios estaba esperando el
momento oportuno, y bien ha dicho alguien que Él nunca se atrasa ni se adelanta.
Si José hubiera sido excarcelado poco después de salir el copero, hubiera sido
prematuro en los propósitos de Dios. Hubiera estado en libertad, pero probablemente
poco más. Posiblemente hubiera intentado volver a la casa paternal, pero desde luego
esto es sólo suposición. Definitivamente José iba a salir libre, pero solamente en el
momento que Dios tenía previsto. Él iba a enviar hambruna y Faraón iba a soñar. La
mente del copero empezó a reflexionar, y él se acordó de su falta. Buscaron al preso
José, quien expuso el sueño. Todo estaba acorde con el plan de Aquel que "hace todas
las cosas según el designio de su voluntad", Efesios 1.11. La lección que debemos
aprender es que nuestro Padre se rige por un calendario. Los acontecimientos en nuestro
relato tuvieron lugar "cuando se acercaba el tiempo de la promesa", Hechos 7.17. La
aflicción de José llegó a su fin cuando Dios quiso: "Hasta la hora que se cumplió su
palabra, el dicho de Jehová le probó", Salmo 105.19. Habiendo oído el sueño, José le da
al rey un mensaje triple de parte de Dios. Dijo que Dios le había mostrado a Faraón lo
que iba a hacer y cómo debía proceder. Faraón reconoció que efectivamente Dios le
había hecho saber todo esto a José, y encontramos que éste fue honrado sobremanera.
Segundo en el reino Faraón reconoció que la sabiduría de José era de origen
divino, y por esto lo puso de gobernador sobre todo Egipto. Las aflicciones de José
habían pasado; a la edad de treinta años era el primer ministro. De muchacho pastor, a
través de mucha tribulación, ascendió a ser (aparentemente por ochenta años)
gobernador de la nación más avanzada de su tiempo. Esta posición fue lograda con base
en su valor personal, si bien todo el tiempo Jehová estaba con José. En el 41.42 leemos
que "Faraón quitó su anillo de su mano, y lo puso en la mano de José; y puso un collar
de oro en su cuello ... y lo hizo vestir de ropa de lino finísimo, y puso un collar de oro
en su cuello". Una vez más José se había mudado de ropa. Primero tenía la túnica de
varios colores que su padre había hecho; luego el uniforme de un supervisor en la casa
de Potifar; y entonces un cambio repentino al atuendo de un preso en la cárcel.
Finalmente, ostentó ropas de lino muy fino que nunca le serían quitadas. Fue
honrado de Dios porque había honrado a Dios. Faraón le dio un nombre nuevo a José, el
de Zafnat-panea, que quiere decir un revelador de secretos. También le dio de esposa a
Asenat, hija del sumo sacerdote de On. La experiencia en los años con Potifar, como
también los sufrimientos en la cárcel, le capacitó para su responsabilidad nueva.
Es demasiado común que el orgullo se manifieste cuando un hombre es exaltado
repentinamente a una posición de dignidad. No fue así con José, ni más adelante se
aprovechó de su autoridad con castigar a sus hermanos por lo que habían hecho.
Aborrecían a José, de manera que daban por entendido que él sentiría lo mismo para con
ellos. Pero eso no era el carácter del hombre que había pasado por la prueba de un
encarcelamiento injusto y ahora por la de la prosperidad. La cisterna y la cárcel le
prepararon para el cuello de oro. En la cisterna se dio cuenta del odio que sentían sus
hermanos; en la cárcel aprendió la fidelidad de Dios; ahora, condecorado, iba a aprender
la soberanía de Dios. José era paciente y honesto, bien en la casa de Potifar, en la
prisión o en el palacio de Faraón. Dios tenía en mente una gran obra para este hombre.
Sería la de salvador. También, estaba en los propósitos de Dios que fuese reunido con
su padre y sus hermanos. La verdad es más extraña que la ficción, y esto se ve en las
circunstancias tan llamativas que condujeron a la reconciliación de la familia. Los
sueños de José fueron cumplidos. Aun cuando hubo un lapso cuando sus hermanos no
estaban dispuestos a oírle, llegó el tiempo cuando lloraban a sus pies. Más adelante el
carácter noble de nuestro protagonista brilló a través de sus palabras: "Vosotros
pensasteis mal contra mí, mas Dios lo caminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para
mantener en vida a mucho pueblo".
Gloria y bendición José vivió por más de sesenta años después de la hambruna,
pero poco leemos de él en esa etapa. Recibió el doble de la herencia que le
correspondía, y la prole de sus hijos -- Efraín y Manasés -- fue reconocido entre las doce
tribus de Israel. "Habitó José en Egipto, él y la casa de su padre", 50.22. No diríamos
que fue por gusto propio. No era su posición exaltada que lo guardó allí, ni los honores
que habrá disfrutado todavía. Él sabía de la promesa que Dios le hizo a su padre en
Beerseba: "Yo descenderé contigo a Egipto, y yo también te haré volver; y la mano de
José cerrará tus ojos". Los propósitos de Dios tendrían todavía otro cumplimiento
después de la muerte de José. "Por la fe José, al morir, mencionó la salida de los hijos
de Israel, y dio mandamiento acerca de sus huesos", Hebreos 11.22. Jacob tenía doce
hijos, algunos de ellos de renombre, pero solamente éste recibe mención en los actos de
fe narrados en Hebreos 11. Él tenía una convicción firme que Dios cumpliría su
promesa. De ninguna manera sus trece años de aflicción habían debilitada su confianza
en Dios, sino la habían fortalecido. La prosperidad suele alejar a uno de nuestro Padre,
pero así no fue con José. Aunque más de doscientos años habían transcurrido desde que
Dios hizo la promesa a Abraham, José confiaba que la iba a cumplir. El escritor a los
Hebreos bien ha podido mencionar varios incidentes, actos de fe, en la vida de José,
pero el Espíritu Santo escoge solamente dos: la mención de la salida de los israelitas y la
orden respecto a sus huesos. José era un verdadero hebreo (uno que cruzaba al otro
lado) hasta el día de su muerte. Hizo que los hijos de Israel juraran, diciendo: "Dios
ciertamente os visitará, y haréis llevar de aquí mis huesos", 50.25. Sin duda ha podido
mandar que se levantara un gran monumento sobre su tumba, al haber sido sepultado en
Egipto, pero su fe en Dios era más fuerte que cualquier ambición terrenal. Sus nobles
palabras están registradas para nuestra instrucción: "Yo voy a morir, mas Dios
ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a
Isaac y a Jacob". No quería que sus huesos se quedaran en Egipto, de manera que
Moisés los llevó consigo aquella noche memorable en que los hijos de Israel salieron de
ese país. Los israelitas llevaban aquellos huesos en sus caravanas a lo largo de todos
aquellos años de peregrinación. Esto nos trae a la mente, claro está, las palabras de 2
Corintios 4.10: "llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para
que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos". Aun cuando los hijos
de Israel llevaron aquellos huesos a Mara, Refidim y tantas otras partes, no leemos que
en todas sus murmuraciones se hayan acordado de José.
Aquellos restos han debido ser para ellos lo que la cena del Señor es para
nosotros: un recordatorio precioso. Por fin llegaron a la tierra prometida, y "enterraron
en Siquem los huesos de José ... en la parte del campo que Jacob compró ... y fue
posesión de los hijos de José", Josué 24.32. Probablemente esto no quedaba lejos de la
cisterna donde sus hermanos lo habían metido muchos años antes. Así, Génesis termina
con un ataúd en Egipto y el libro de Josué (el Efesios del Antiguo Testamento) con los
huesos del patriarca enterrados en Canaán. En la vida de Josué aprendemos que la
humildad viene antes de la honra, Proverbios 15.33, y "mejor es el fin del negocio que
su principio", Eclesiastés 7.8

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