Cuentos Cortos
Cuentos Cortos
Cuentos Cortos
El bosque encantado
Había una vez, un bosque bellísimo, con muchos árboles y flores de todos
colores que alegraban la vista a todos los chicos que pasaban por ahí.
Todas las tardes, los animalitos del bosque se reunían para jugar. Los conejos, hacían una carrera entre ellos para ver
quién llegaba a la meta. Las hormiguitas hacían una enorme fila para ir a su hormiguero. Los coloridos pájaros y las
brillantes mariposas se posaban en los arbustos. Todo era paz y tranquilidad.
De pronto, en el bosque apareció un brujo muy feo y malo, encorvado y viejo,que vivía en una casa abandonada, era
muy solitario, por eso no tenía ni familiares ni amigos, tenía la cara triste y angustiada, no quería que nadie fuera
felíz, por eso...
Cuando escuchó la risa de los niños y el canto de los pájaros, se enfureció de tal manera que grito muy fuerte y fue
corriendo en busca de ellos.
Rápidamente, tocó con su varita mágica al árbol, y este, después de variosminutos, empezó a dejar caer sus hojas y
luego a perder su color verde pino.
Lo mismo hizo con las flores, el césped, los animales y los niños. Después de hacer su gran y terrible maldad, se fue
riendo, y mientras lo hacía repetía:
Pasaron varios años desde que nadie pisaba ese oscuro y espantoso lugar,
hasta que una paloma llegó volando y cantando alegremente, pero se asombró muchísimo al ver ese bosque, que
alguna vez había sido hermoso, lleno de niños que iban y venían, convertido en un espeluznante bosque.
La paloma se posó en la rama seca de un árbol, que como por arte de magia,empezó a recobrar su color natural y a
moverse muy lentamente. Después se apoyó en el lomo del conejo y empezaron a levantarse sus suaves orejas y,
poco a poco, pudo notarse su brillante color gris claro. Y así fue como a todos los habitantes del bosque les fue
devolviendo la vida.
Los chicos volvieron a jugar y a reir otra vez, ellos junto a los animalitos les dieron las gracias a la paloma, pues, fue
por ella que volvieron a la vida.
La palomita, estaba muy feliz y se fue cantando.
¡Y vino el viento y se llevó al brujo y al cuento!
La bola de nieve
Había una vez un copo de nieve recién nacido que cayó del cielo, ondulante, blanco y brillante, muy hermoso.
Al posar en el suelo, vio con júbilo y alegría que estaba junto a otros copos de nieve iguales a él. Estaba feliz
formando parte de aquel manto blanco que cubría la loma de la montaña.
Pasaron los días y el pequeño copo de nieve ya era todo un veterano en la montaña, disfrutando del paisaje y
disfrutando del viento que le acariciaba.
Una mañana algo hizo sobresaltarse al pequeño copo de nieve. Todos los pequeños copos de nieve que había junto a
él también se alarmaron. Era como un temblor, algo se movía, algo extraño estaba pasando - ¿ un terremoto ? -
pensaron.
Había nevado recientemente y nuevos copos de nieve habían caído sobre los que ya habitaban la montaña, los cuales
se enfadaron porque estos nuevos copos de nieve les ocultaban las vistas del valle, así que los empujaban
constantemente - ¡ apártate ! - les decían - ¡ no me dejas ver! - . Se pasaban el día peleando, era un auténtico
alboroto constante.
Así ocurrió que tanto los antiguos copos de nieve como los recién caídos, no se llevaron nada bien, por lo que en
lugar de unirse y formar una nueva familia de copos de nieve unidos y bien avenidos, se mantenían separados.
Aquello provoco que las dos capas de nieve formadas por los viejos copos de nieve y los nuevos recién llegados, de
repente se separaran hasta tal punto que la capa de nieve recién caída comenzó a resbalar por la ladera, arrastrando
también a su paso a parte de la ya veterana capa de copos de nieve antiguos.
Sin darles tiempo a reaccionar se encontraron deslizándose a gran velocidad ladera abajo y el pequeño copo de nieve
se asustó.
- ¡ Estamos cayendo montaña abajo ! - le grito un copo de nieve mientras lo adelantaba a gran velocidad - eso nos
pasa por no aceptar a los nuevos y estar siempre peleando !
Ambos copos de nieve, con gran esfuerzo, consiguieron darse la mano sujetándose el uno al otro con fuerza y en su
camino iban sujetando a todos los copos de nieve que se encontraban a su paso sin importar si eran nuevos o viejos,
pues estaban tan asustados que aquello ya no tenia importancia para ellos. Tanto viejos copos como los recién caidos
iban formando una piña de asustados y aturdidos copitos de nieve formando algo parecido a una blanca bola de
helado de nata que comenzó a rodar montaña abajo.
La pequeña bola de nieve seguía su camino hacia el valle, sin descanso, rodando cada vez más deprisa y nuevos copos
de nieve se agarraban y agarraban los unos a los otros formando a cada vuelta una bola mayor.
Al cabo de unas cuantas vueltas y siendo ya la bola grande como una pelota de playa de repente alguien dijo
- ¡ Que divertido !
Todos se miraron los unos a los otros y soltando una estruendosa carcajada exclamaron.
Entre risas y chillidos de diversión, todos los copos de nieve continuaron su emocionante caída rodando por la ladera,
era lo más divertido que habían hecho nunca y lo habían hecho todos juntos.
Al llegar al pie de la montaña, la bola de nieve fue deteniéndose poco a poco hasta quedar completamente parada
sobre un alborotado manto de nieve disperso por el alud. Todos los copos de nieve respiraron profundamente
totalmente extasiados de tantas emociones.
- ¡Esto ha sido de lo más alucinante ! - decia uno - ¡ si !, ha sido una auténtica pasada ! - exclamaba otro.
Nuestro pequeño copo de nieve les dijo con la voz entrecortada por la excitación de aquel momento tan divertido.
- Esto lo hemos conseguido estando todos unidos. Unidos podemos disfrutar de buenos momentos y estoy seguro
que conseguir cualquier cosa que nos propongamos. Nos pasábamos el día peleando y hemos causado una
avalancha, que por suerte, nos ha enseñado que, como siempre, ¡ la unión hace la fuerza !
Tenía una gran caseta para dormir especialmente diseñada por los mejores arquitectos de la zona.
Siempre vestía con chalecos y corbatas, comía los mejores manjares, hasta tenía una heladera y una cocina donde
guardaba los mejores huesos traídos por sus dueños de Europa.
Enfrente vivía un perrito en una cucha muy humilde, y todas las mañanas, con su gran regadera de plástico, regaba
una rosa verde que creció? junto a su puerta.
Tanke, así se llamaba el perrito, era muy bueno con los niños y todos lo querían mucho en el barrio.
Era alegre, juguetón y siempre estaba contento.
Al perro millonario de enfrente, que se hacia llamar Mister Perro, no le gustaba que todos los niños siempre estén
jugando con Tanke.
Mister Perro entonces decidió que quería una rosa igual a la de Tanke.
Llamó a sus amigotes y les ofreció? mucho dinero a quien lograra traerle una rosa igual que la de Tanque.
Los amigotes de Mister Perro estuvieron buscando por varios días, pero no encontraron nada.
Entonces Mister Perro mandó a fabricar una rosa verde de plástico muy linda, pero los niños seguran sin acercarse a
su caseta, y furioso Mister Perro se comió su rosa de plástico.
Así decidió ponerse un antifaz y por la noche, con una tijera cortó? la rosa de Tanque y la plantó cerca de su caseta.
Por la mañana, Tanque al no ver su rosa verde se puso triste, y cruz? en frente a preguntarle a Mister Perro si había
visto quien se llevó su rosa. Grande fue su sorpresa al ver que Mister Perro estaba regando una rosa verde parecida a
la de él.
Tanke volvi triste a su caseta. Pero a los pocos días la rosa se marchitó y otra rosa verde creció junto a su caseta.
Nuevamente los niños jugaban alrededor de la caseta de Tanke.
Mister Perro miraba y no comprendía que fue lo que falló. Se puso a llorar y al verlo, Tanque se le acercó? y le dijo:
“la rosa verde crecerá junto a tu caseta solo si eres un perro bueno, juguetón y alegre”.
“Ahora entiendo”, dijo Mister Perro, “de ahora en adelante seré un perro bueno.
No me llamaré más Mister Perro, usaré mi verdadero nombre que es Moky, y seré bueno, siempre bueno...”. Y a los
pocos días sé lo veía a Moky regando su linda rosa verde.
Los enanos mágicos
Había un zapatero que, a consecuencia de muchas desgracias, llegó a ser tan pobre que no le quedaba material más
que para un solo par de zapatos. Lo cortó por la noche para hacerlo a la mañana siguiente: después, como era
hombre de buena conciencia, se acostó tranquilamente, rezó y se durmió. Al levantarse al otro día fue a ponerse a
trabajar, pero encontró encima de la mesa el par de zapatos hecho. Grande fue su sorpresa, pues ignoraba cómo
había podido ocurrir esto. Tomó los zapatos, los miró por todas partes y estaban tan bien hechos, que no tenían falta
ninguna: eran una verdadera obra maestra.
Entró en la tienda un comprador, al que agradaron tanto aquellos zapatos, que los pagó al doble de su precio y el
zapatero pudo procurarse con este dinero cuero para dos pares más. Los cortó también por la noche y los dejó
preparados para hacerlos al día siguiente, pero al despertar los halló también concluidos; tampoco le faltaron
compradores entonces, y con el dinero que sacó de ellos pudo comprar cuero para otros cuatro pares. A la mañana
siguiente, los cuatro pares estaban también hechos, y por último, toda la obra que cortaba por la noche la hallaba
concluida a la mañana siguiente, de manera que mejoró de fortuna y casi llegó a hacerse rico.
Una noche cerca de Navidad, cuando acababa de cortar el cuero e iba a acostarse, le dijo su mujer:
-Vamos a quedarnos esta noche en vela para ver quiénes son los que nos ayudan de esta manera.
El marido consintió en ello, y dejando una luz encendida, se escondieron en un armario, detrás de los vestidos que
había colgados en él, y aguardaron para ver lo que iba a suceder. Cuando dieron las doce de la noche, entraron en el
cuarto dos lindos enanitos completamente desnudos, se pusieron en la mesa del zapatero y tomando con sus
pequeñas manos el cuero cortado, comenzaron a trabajar con tanta ligereza y destreza que era cosa que no había
más que ver. Trabajaron casi sin cesar hasta que estuvo concluida la obra, y entonces desaparecieron de repente.
-Esos enanitos nos han enriquecido; es necesario manifestarnos reconocidos con ellos. Deben estar muertos de frío
teniendo que andar casi desnudos, sin nada con que cubrirse el cuerpo; ¿no te parece que haga a cada uno una
camisa, casaca, chaleco y pantalones, y además un par de medias? Hazle tú también a cada uno un par de zapatos.
El marido aprobó este pensamiento, y por la noche, cuando estuvo todo concluido, colocaron estos regalos en vez del
cuero cortado encima de la mesa, y se ocultaron otra vez para ver cómo los tomaban los enanos. Iban a ponerse a
trabajar al dar las doce, cuando en vez de cuero hallaron encima de la mesa los lindos vestiditos. En un principio
manifestaron su asombro, y bien pronto sucedió una grande alegría. Se pusieron en un momento los vestidos y
comenzaron a cantar.
Después empezaron a saltar y a bailar encima de las sillas y de los bancos, y por último, se marcharon bailando.
Desde aquel momento no se les volvió a ver más; pero el zapatero continuó siendo feliz el resto de su vida, y todo lo
que emprendía le salía bien.
II
Había una vez una pobre criada que era muy limpia y trabajadora; barría la casa todos los días y sacaba la basura a la
calle. Una mañana al ponerse a trabajar, encontró una carta en el suelo, y como no sabía leer colocó la escoba en un
rincón y se la llevó a sus amos: era una invitación de los enanos mágicos que la convidaban a ser madrina de uno de
sus hijos. Ignoraba qué hacer, pero al fin, después de muchas vacilaciones, aceptó, porque le dijeron que era
peligroso negarse.
Vinieron a buscarla tres enanos y la condujeron a una cueva que habitaban en la montaña. Todo era allí sumamente
pequeño, pero tan bonito y tan lindo, que era cosa digna de verse. La recién parida estaba en una cama de ébano
incrustada de perlas, con cortinas bordadas de oro; la cuna del niño era de marfil y su baño de oro macizo. Después
del bautizo quería la criada volver enseguida a su casa, pero los enanos la suplicaron que permaneciese tres días con
ellos. Los pasó en festejos y diversiones, pues estos pequeños seres le hicieron una brillante acogida.
Al cabo de los tres días quiso volverse decididamente: le llenaron los bolsillos de oro y la condujeron hasta la puerta
de su subterráneo. Al llegar a casa de sus amos, quiso ponerse a trabajar porque encontró la escoba en el mismo sitio
en que la había dejado. Pero halló en la casa personas extrañas que le preguntaron quién era y lo que quería.
Entonces supo que no había permanecido tres días como creía, sino siete años enteros en casa de los enanos y que
durante este tiempo habían muerto sus amos.
III
Un día quitaron los enanos a una mujer su hijo que estaba en la cuna, y pusieron en lugar suyo un pequeño monstruo
que tenía una cabeza muy grande y unos ojos muy feos, y que quería comer y beber sin cesar. La pobre madre fue a
aconsejarse con su vecina, quien le dijo que debía llevar el monstruo a la cocina, ponerlo junto al fogón, encender
lumbre a su lado, hacer hervir agua en dos cáscaras de huevo y que esto haría reír al monstruo, y si se reía una vez se
vería obligado a marcharse.
La mujer siguió el consejo de su vecina. En cuanto vio a la lumbre las cáscaras de huevo llenas de agua, exclamó el
monstruo:
Yo no he visto nunca
aunque soy muy viejo,
poner a hervir agua
en cáscaras de huevo.
Enseguida vinieron una multitud de enanos que trajeron al verdadero niño, lo depositaron en la chimenea y se
llevaron su monstruo consigo.
FIN
El secreto del gigante
Hace mucho tiempo había un rey que tenía un hijo muy valiente. Un día le dijo el príncipe a su padre:
El rey se negaba a darle su permiso, pero tanto insistió el príncipe, que por fín el padre dió su consentimiento.
Montó el príncipe un hermoso corcel y emprendió el viaje en busca de aventuras. Después de mucho caminar, llegó a
un bosque por el cual tenía que atravesar. Al internarse en aquella espesura, oyó de repente rugidos, gruñidos,
aullidos y graznidos. Al llegar al lugar de donde provenía aquel desconcierto encontrose con cuatro animales; un león,
un galgo, una águila y una hormiga, todos disputándose un venado muerto.
Al ver al príncipe, rugió el león, diciendo; - Un momento, hombre. Como ves, aquí peleamos porque no podemos
decidir qué parte de este venado toca a cada uno. Dividelo tu entre nosotros y te recompensaremos.
El príncipe dijo que lo haría con gusto, y partió el venado en cuatro partes, dando al león la parte trasera, al galgo las
costillas, al águila las tripas y a la hormiga la cabeza.
Los animales quedaron conformes y el león dijo: - Prometimos recompensarte y así lo haremos. Se arrancó un pelo de
la melena y dándoselo al príncipe le dijo: Toma este pelo. Cuando quieras volverte león nomás dices Dios y león y te
volverás león. Para volverte hombre, dirás nada más Dios y hombre.
El galgo le dió tambien un pelo y le dijo al príncipe lo mismo que el león, solamente que para que se efectuara su
transformación diría, Dios y galgo.
El águila le ofreció una pluma con las mismas palabras diciéndole que dijera Dios y águila cuando deseara volverse
águila.
La hormiguita ofreció al príncipe una de sus cuernitos diciéndole lo mismo que los otros animales, únicamente
diciendo Dios y hormiga cuando quisiera volverse hormiga.
Agradeció el príncipe los regalos y siguió su camino lleno de aventuras, hasta que un día llegó a un castillo al parecer
desierto. Tuvo el príncipe vivos deseos de penetrar al castillo, pero como estaba enmurallado y bien resguardado no
le era posible traspasar los umbrales. Acordose de pronto de los regalos hechos por los animales del bosque y
sacando la pluma del águila dijo, Dios y águila, y volviéndose águila voló sobre el castillo. Al llegar a la torre más alta
vió una ventana abierta. Parose sobre el alfeizar y descubrió en el interior de aquella alcoba, a una mujer
profundamente dormida.
El príncipe dijo Dios y hombre, y volviéndose hombre penetró en la alcoba para ver mejor a la joven. Despertó la
dama en aquel instante y sobresaltada le preguntó al príncipe: - ¿Señor, que hace usted aqui? Si el gigante, dueño de
este castillo lo encuentra, lo matará sin piedad.
- Señora, dijo el principe, - no temo al gigante, ya que he salido a recorrer el mundo en busca de aventuras. Por lo que
veo, usted parece estar prisionera en este inmeso castillo. Si en algo puedo servirle, dígamelo al momento. - En
efecto, - dijo la joven, - soy prisionera del gigante, pero dificil será que persona alguna me ayude. El gigante vence a
todos los que luchan contra él.
En estos momentos se oyó una voz de trueno que hacía retumbar el castillo, y la dama le dijo al príncipe:
- Estamos perdidos. El gigante viene y no hay ni un sitio donde pueda esconderse.
- No tema, señora, - dijo el príncipe, y cogiendo el cuernito de la hormiguita, dijo las palabras mágicas y se volvió
hormiga.
Entró an aquel instante el gigante diciendo, - Señora, seguro estoy que hablabas con alguien.
Buscó por todas partes pero no vió a la hormiguita. Satisfecho el gigante, salió de la alcoba.
La joven estaba tan contenta que no acertaba a decir una palabra, por fín dijo al príncipe, - Señor, quizá sí puedas
salvarme. Pero para lograrlo tendrás que matar al gigante, y para conseguir esto hay que quebrar un huevo que el
gigante tiene escondido, y en ese huevo, que nadie ha podido encontrar, tiene bien guardada su vida.
Al día siguiente entró el gigante a la alcoba de la joven y ésta le dijo, - Señor, anoche soñé que vuestra vida estaba en
peligro. Un hombre rompía el huevo que contiene vuestro secreto. - No se preocupe, señora, ese huevo esta muy
bien escondido, díjole el gigante.
Se retiró el gigante pero interiormente sentía una preocupación por si su vida estuviera en peligro. En un abrir y
cerrar de ojos, el gigante se volvió paloma y salió volando por la ventana. El príncipe que lo había estado atisbando,
dijo Dios y águila, y volviéndose águila salió persiguiendo a la paloma.
La paloma llegó a una cueva de done sacó una cajita en la que estaba un huevo. En este instante llegó el águila. La
paloma al verla, se volvió coyote. El coyote se tragó el huevo y salió corriendo. Entonces el príncipe al decir Dios y
león se convirtió en león y persiguió al coyote, pero éste al ver al león, se transformó en liebre escondiéndose en la
maleza donde el león no podía encontrarla.
El príncipe de pronto dijo Dios y galgo y transformándose en galgo siguío a la liebre que al verse casi atrapada logró
volverse paloma. El príncipe de súbito tambien se volvió águila una vez más y siguiendo muy de cera a la paloma
logró atraparla. Descendiendo con la paloma muerta en más garras logró quitarle el huevo del buche, y de un
picotazo lo deshizo, quedando en lugar de la paloma muerta el horrible gigante ya sin vida.
El águila voló hasta el castillo y entrando a la alcoba de la joven dijo Dios y hombre volviendo a tomar su figura
natural.
Tomó en sus brazos a la bella joven y ya sin temor del gigante se casaron y vivieron muy felices transformando aquel
castillo antes solitario y triste, en un nido de amor y felicidad.
El pajarito perezoso
Había una vez un pajarito simpático, pero muy, muy perezoso. Todos los días, a la hora de levantarse, había que estar
llamándole mil veces hasta que por fin se levantaba; y cuando había que hacer alguna tarea, lo retrasaba todo hasta
que ya casi no quedaba tiempo para hacerlo.
Todos le advertían constantemente:
- ¡eres un perezoso! No se puede estar siempre dejando todo para última hora...
- Bah, pero si no pasa nada.-respondía el pajarito- Sólo tardo un poquito más que los demás en hacer las cosas.
Los pajarillos pasaron todo el verano volando y jugando, y cuando comenzó el otoño y empezó a sentirse el frío,
todos comenzaron los preparativos para el gran viaje a un país más cálido. Pero nuestro pajarito, siempre perezoso,
lo iba dejando todo para más adelante, seguro de que le daría tiempo a preparar el viaje. Hasta que un día, cuando se
levantó, ya no quedaba nadie.
Como todos los días, varios amigos habían tratado de despertarle, pero él había respondido medio dormido que ya se
levantaría más tarde, y había seguido descansando durante mucho tiempo. Ese día tocaba comenzar el gran viaje, y
las normas eran claras y conocidas por todos: todo debía estar preparado, porque eran miles de pájaros y no se podía
esperar a nadie. Entonces el pajarillo, que no sabría hacer sólo aquel larguísimo viaje, comprendió que por ser tan
perezoso le tocaría pasar solo aquel largo y frío invierno.
Al principio estuvo llorando muchísimo rato, pero luego pensó que igual que había hecho las cosas muy mal, también
podría hacerlas muy bien, y sin dejar tiempo a la pereza, se puso a preparar todo a conciencia para poder aguantar
solito el frío del invierno.
Primero buscó durante días el lugar más protegido del frío, y allí, entre unas rocas, construyó su nuevo nido, que
reforzó con ramas, piedras y hojas; luego trabajó sin descanso para llenarlo de frutas y bayas, de forma que no le
faltase comida para aguantar todo el invierno, y finalmente hasta creó una pequeña piscina dentro del nido para
poder almacenar agua. Y cuando vio que el nido estaba perfectamente preparado, él mismo se entrenó para aguantar
sin apenas comer ni beber agua, para poder permanecer en su nido sin salir durante todo el tiempo que durasen las
nieves más severas.
Y aunque parezca increíble, todos aquellos preparativos permitieron al pajarito sobrevivir al invierno.
Eso sí, tuvo que sufrir muchísimo y no dejó ni un día de arrepentirse por haber sido tan perezoso.
Así que, cuando al llegar la primavera sus antiguos amigos regresaron de su gran viaje, todos se alegraron
sorprendidísimos de encontrar al pajarito vivo, y les parecía mentira que aquel pajarito holgazán y perezoso hubiera
podido preparar aquel magnífico nido y resistir él solito. Y cuando comprobaron que ya no quedaba ni un poquitín de
pereza en su pequeño cuerpo, y que se había convertido en el más previsor y trabajador de la colonia, todos
estuvieron de acuerdo en encargarle la organización del gran viaje para el siguiente año.
Y todo estuvo tan bien hecho y tan bien preparado, que hasta tuvieron tiempo para inventar un despertador especial,
y ya nunca más ningún pajarito, por muy perezoso que fuera, tuvo que volver a pasar solo el invierno.
El Bosque de las hadas
Erase una vez dos niñas de 11 años, llamadas Jennifer y Yaisa. La primera de ellas era buena estudiante y con un gran
corazón; por el contrario Yaisa era una pésima estudiante y bastante creída.
Jennifer vivía en una casa al lado del bosque azul, sus padres eran campesinos y aunque pobres no pasaban penurias
económicas. Yaisa en cambio vivía en una gran casa situada en la colina, sus padres eran ricos y por tanto tenía todos
los caprichos que ella quería.
Aunque provenían de mundos tan opuestos, se habían hechos grandes amigas y desde la guardería habían estado
juntas.
Los padres de Yaisa se habían opuesto a esta amistad pero nada pudieron hacer ante el empeño de las chicas de
seguir siendo amigas.
Como había dicho antes Jennifer vivía al lado del bosque azul. Este bosque era llamado así por los lugareños, ya que
una gran cantidad de mariposas azules habitaban en él.
Muchos creían que esas mariposas eran en realidad ninfas y que se apoderarían de todo aquel que se adentrará en el
bosque al anochecer.
Esta maldición era alimentada desde hacía muchísimos años, cuando desapareció una chica en el bosque y nunca se
supo nada de ellas.
Se organizaron batidas en el bosque y no se halló rastro de ella, ni siquiera sus huesos u objetos personales
aparecieron, por lo que se descartó que fuera comida por las alimañas.
Este suceso hizo que naciera la leyenda del bosque azul, leyenda que duraba hasta nuestros días, pasando de
generación en generación.
-¿Qué?-
-Que paso, lo siento me voy -
-Venga ya, si estamos dentro, me vas a dejar sola ahora.
-Si, me voy. ¿Vienes?
-Esta bien me voy contigo.
-Bienvenidas a mi reino.
-¿Quién ha dicho eso?
-Yo no he sido- contestó Yaisa asustada.
-¡¡Allí arriba!!! - exclamo Jennifer.
-¡Pe.. pero qué es eso!
Miraron hacia arriba y vieron a un ser etéreo que se mantenia suspendida en el aire. Alrededor suyo cientos de
mariposas azules con una extraña forma humana la iluminaban y le daban un aspecto tétrico a la figura.
-¿Quién eres?.
-Soy Ethea, reina de este lugar, seguramente me conoceréis por el hada de los bosques. Las mariposas son Suthereis,
son mis ninfas. ¿Qué hacéis aquí?
-Nada, solo pasamos a jugar un poco, pero ya nos íbamos.
-A jugar, eh. Ajá, os propongo yo un juego.-
-A ver díganos.
-De las dos la que me traiga el objeto que pese menos ganará y será conducida fuera del bosque, la perdedora se
quedará conmigo para siempre y será convertida en una hermosa mariposa azul.
-Señora, no nos puede hacer eso- suplicaron al unísono las dos chicas.
-¿Porqué? Habéis invadido mi reino y esta es la única forma de salir. Todas estas mariposas eran personas como
vosotros que osaron entrar. Ellas fueron perdedoras. Tenéis una hora. Id cada una en dirección opuesta y traedme
ese objeto. El tiempo empieza ya.
-No, Yaisa no te muevas tengo la solución.
-Venga Ya. Solo quieres ganarme, pero yo conseguiré arrebatarte ese honor. -Tú te quedarás aquí- Contestó
enfurecida Yaisa.
Yaisa salió corriendo dirigiéndose a la izquierda, mientras que Jennifer se quedó quieta.
-¿Dices que tienes la solución? Espero que sea así, aunque dentro de una hora saldremos de duda.
El tiempo pasó inexorable y al cabo de una hora, Yaisa fue traída en volandas por las ninfas.
Las dos chicas volvieron a casa y siguieron siendo amigas durante toda su vida.
El duendecito lector
En las afueras de la ciudad, escondida entre los arboles y al lado de un pequeño riachuelo, se encontraba una
pequeña casita, que cambiaba de colores dependiendo de lo que su único habitante estuviera sintiendo mientras leía.
El habitante de la casita era un duende al que sus amiguitos llamaban el duendecito lector, pues le gustaba mucho
leer.
El duendecito se llamaba Adrian, y cada mañana se levantaba muy temprano para cumplir con sus tareas diarias, y asi
finalizar temprano en la tarde para sentarse a leer en su sillón acompañado siempre por una gran taza de chocolate
caliente.
Los amiguitos de Adrian se encontraban molestos con él, y no lo habían vuelto a invitar a las fiestas y paseos que
organizaban cada fin de semana, pués el duendecito lector no tenía otro interés que no fuera la lectura, y siempre
rechazaba las invitaciones con gran amabilidad, diciendo que debía terminar de leer un libro muy interesante.
Pero a pesar de su gran clase y estilo, sus amigos se sentían muy heridos por sus constantes negativas a
acompañarlos en sus celebraciones y decidieron ignorarlo.
Pero en realidad, Adrian tenía una gran motivación para quedarse en casa cada tarde
al regresar de su trabajo.
Un día, mientras Adrian se encontraba trabajando en la aldea, dos de sus amiguitos se acercaron a su casa pues
querían descubrir cuales eran esos libros tan interesantes por el que el duendecito lector
los había abandonado.
Comenzaron a caminar alrededor de la casita, y se acercaron a las ventanas. Los cristales estaban tan límpios que
reflejaban la luz del sol de tal manera que les impedía ver hacia adentro.
- Te has dado cuenta de que cada vez que Adrian está en la aldea la casita se pone de color blanco?
- Si. Y cuando está en su salita leyendo cambia de color para convertirse en una casita roja, verde, azul , morada,o
naranja….
- Si, si, si, no tienes que nombrar todos los colores. Ya te entiendo.
Entonces decidieron caminar hacia el otro lado de la casa, donde los árboles brindaban mucha sombra . Al asomarse
en la pequeña ventana quedaron enormemente sorprendidos.
Las paredes de la habitación estaban repletas de libros de todos los colores y tamaños. Pequeñas lucecitas doradas
iluminaban cada uno de los estantes, y montones de escarcha multicolor saltaban de un libro a otro alegremente.
Los libros estaban clasificados en diferentes temas los cuales se podían leer fácilmente en el tope de cada estanteria.
Aventuras, ciencia, historia, cuentos, magia, medicina, física, juegos, la vida en el bosque, la vida en la ciudad, la
cocina saludable, horticultura, y así continuaba la gran clasificación de libros de la cual el duendecito lector era
dueño.
- Pero, de dónde sacará Adrian todos estos libros?
- Qué misterio!
Los duendecitos corrieron a contarle a los demás sobre su hallazgo, y esa noche, todos sentaditos alrededor de una
gran olla de sopa caliente, comieron y pensaron sobre la mejor manera de descubrir el gran secreto de su amiguito,
sin que éste se diera cuenta.
Al día siguiente en la tarde, cuando Adrian regresó a su casita, abrió la puerta y entró sin darse cuenta de que sus
amiguitos lo estaban observando desde las ramas de los árboles.
Durante varios minutos se mantuvieron muy quietos y en silencio. Diez minutos más tarde,una llovizna comenzó a
caer sobre el bosque. Todos los duendecitos se acurrucaron entre las hojitas de los árboles, pués no desistirian en su
empeño de descubrir lo que su amiguito, el duendecito lector, les estaba ocultando. Ellos deseaban que formara de
nuevo parte del grupo y de sus actividades y harían todo lo posible por lograrlo.
Mientras la suave lluvia caía, Adrian salió de su casita y se paró en el jardín a mirar hacia el cielo.
De pronto, la lluvia cesó y un bello arcoiris se inició a lo lejos para finalizar sobre las flores del jardín del duendecito
lector, quien se agachó para recoger un precioso libro de color rojo que había llegado con el arcoiris.
Adrian se apresuró a su casa con el gran libro entre sus brazos. Al entrar, la casita se tornó de color rojo, idéntico al
del libro que acababa de recibir.
Los duendecitos saltaron de las ramas y corrieron hacia las ventanitas y todos se detuvieron al ver como la casita se
ponia de color rojo.
Continuaron y al asomarse por las ventanitas, vieron a Adrian leyendo su nuevo libro con una expresión de gran
felicidad en su rostro.
Una hora más tarde, se puso su pijamita y se metió en su camita a dormir. Al instante, la casita se tornó de un color
azul celeste que transmitió una gran paz a todos los duendecitos.
Los duendecitos entraron de puntillas y descubrieron a Adrian con un gran libro azul celeste sobre su pecho, pués se
habia dormido mientras lo leía. El libro se llamaba “Todo sobre la Amistad y el Compañerismo”.
Los duendecitos admiraron extasiados la gran cantidad de preciosos y variados libros que Adrian poseía y se despertó
una chispa de interés en cada uno de ellos sobre el contenido de tan amplia biblioteca.
Medio adormecido, el duendecito lector salió de su habitación y con cierta verguenza les dijo.
Amiguitos, les debo una disculpa por mi comportamiento. Me dejé llevar por la maravilla de los conocimientos que
estos libros me han brindado, pero hace un rato, antes de dormirme, leí mi libro sobre la amistad y me di cuenta de
que aunque leer es muy importante, ustedes también lo son.
A través de la lectura he aprendido que podemos hacer todas las cosas que queremos sin que sea necesario
descuidar a nuestros seres queridos. Todo se puede hacer si nos organizamos bien y nos damos tiempo para las cosas
importantes, como son el compartir y el disfrutar de la lectura y todas las cosas que nos gusten y nos hagan felices.
- Me perdonan?
- Si!!! Gritaron todos los duendecitos y corrieron todos a abrazar a su gran amiguito.
Entonces los duendecitos hicieron un plan maravilloso. Dos veces a la semana,se reunirían en la casita de Adrian para
leer y disfrutarian juntos de la maravilla de aprender. Y de ahí en adelante, el duendecito lector, aceptaria las
invitaciones de sus amiguitos.
De pronto se abrió la puerta que daba hacia el jardin y un bellísimo arcoiris llegó hasta los duendecitos.
Todos corrieron agarraditos de las manos y lo atravesaron entre risas y expresiones de alegría.
Ya habían descubierto el secreto de Adrian. Al final del arcoiris se encontraba una gran sala de fino mármol blanco
con inmensas estanterias llenas de todas clases de libros igualmente rodeados de escarchas saltarinas multicolores.
En el centro muchísimas mesas con lectores silenciosos sumergidos en sus textos, todos de diferentes y desconocidos
lugares de extrañas procedencias.
Las bibliotecas habían sido clasificadas en idiomas, inglés, francés, español, alemán, japonés, y todas las demás
lenguas del planeta tierra, pero también existían estanterias clasificadas con idiomas desconocidos para los
duendecitos, quienes con gran curiosidad se acercaban para a intentar entender sus orígenes.
Al final de la tarde, Adrian y sus amiguitos regresaron muy cansados a sus casitas, y todo volvió a ser como antes.
Pero ahora todos comprendian la importancia y la belleza de la amistad y de la lectura.
El anillito del elfo
En algún lugar, tirado sobre la polvorienta carretera, había un ramo de dorados dientes de león. Mucha gente pasaba
por su lado sin fijarse para nada en él. Algunos hasta le daban un golpe con el pie para apartarlo. Pero cuando
Marlenchen lo vio dejó el pesado cesto en el suelo y levantó el ramo. Se dirigió con él al arroyuelo e hizo beber a los
tallos.
Mientras sostenía el ramo así en el agua, y los rayos del sol jugueteaban en torno a la niña y las flores, surgió de
dentro de una de las abatidas cabecitas de las flores un pequeño elfo, tan pequeño como un dedo, el cual, con una
suave vocecita, dijo:
-¡Gracias, Marlenchen!
Se arregló la dorada corona sobre su cabecita, y apareció entonces a su alrededor un claro resplandor, como de una
velita de Navidad. Este resplandor lo convirtió el elfo en un anillo para el dedo, fino como un cabello.
-¡Póntelo en el dedo anular de la mano izquierda! -dijo a la niña-. Cuando tú lo mires, relucirán tus ojos, y la persona a
quien tú mires se sentirá alegre, y el que esté enojado recobrará su buen humor.
Cuando hubo acabado de hablar, el pequeño elfo desapareció, y Marlenchen no separó, durante el camino de
regreso a su casa, sus miradas del anillo. No sentía ya el pesado cesto; ¡todo era tan ligero!...
Pero, cuando llegó delante del portal de la casa, oyó reprender en su interior a la madre, y pelearse entre sí a las
hermanas. Eran siete y daban mucho que hacer. Entonces miró Marlenchen de nuevo su anillito y entró decidida en la
habitación.
A su entrada, todos levantaron la mirada. ¡Cómo resplandecía Marlenchen! De golpe se acabaron las riñas y las
discusiones. La madre se dirigió gozosa al trabajo, y todo le salía fácil de la mano, y los pequeños jugaban con
Marlenchen, y todos se querían entre sí.
Cuando se hizo de noche, regresó a casa el padre, cansado y abatido del pesado trabajo y del largo camino.
Marlenchen salió a su encuentro. Al ver a la niña rió el padre; él mismo no sabía por qué, pero sentía su corazón
repleto de alegría hasta lo infinito.
Nadie vio el anillo en el dedo de Marlenchen. Era invisible para los demás. Pero Marlenchen sí lo veía, y lo conservó
en su dedo durante toda su vida. Cuando se despertaba por la mañana, a él dirigía su primera mirada, y a su vista
lucía el sol en sus ojos.
Este sol calentaba todo lo que estaba cerca de la niña. Si había alguien enfermo en la casa, o triste simplemente, o
enfadado, mandaban a buscar entonces a Marlenchen, y todo se ponía nuevamente bien.
La gente llamaba a Marlenchen la niña del Sol. Ellos mismos no sabían por qué, pero no podían encontrarle otro
nombre mejor.
El Búho gafitas
Asomaba la cabecita, desde su casita en el tronco del árbol., un búho con una carita muy divertida.
Trabajaba durante la noche dando las horas como si fuera un reloj para que los animalitos del bosque supieran que
hora era en cada momento.
Su gran ilusión era salir de su casa durante el día, pero sus ojitos no veían bien y tenía que conformarse con salir de
noche y abrir sus grandes ojazos que brillaban en la oscuridad.
Siempre me dicen que soy afortunado por tener esos ojos tan grandotes, decía: el búho.
Pero no saben, añadía , que aunque son tan llamativos, no veo las cosas tan claras y lindas como la gente las ve.
¡Otro tropezón, otro tropezón, pero no me importa , sólo quiero ver el sol!.
Muy preocupado llamó a su amiga la ardilla Felisa, que vivía en un árbol cerca del suyo.
¡Tengo un problema y como tu tienes fama de lista, tal vez puedas echarme una mano!.
Tengo que salir de día, quiero ver los animalitos que juegan durante la mañana y ver el lindo color del cielo cuando se
pone el sol.
Quiero ver corretear a los conejos, y pegar brincos a los saltamontes y también como dan saltitos los pequeños
pajarillos de mi árbol.
¡Iremos al conejo oculista y te pondrá unas gafas especiales para ver durante el día!.
El búho estaba muy guapo con sus nuevas gafas, y así se cumplió su sueño, paseaba y paseaba y tanto salía durante el
día, que al llegar la noche se quedaba dormido y sus amigos le decían:
Después de muchos días se dio cuenta de que debía utilizar su tiempo mejor y decidió dormir algunas horas durante
el día, así cumplía su deseo y por las noches no se dormía durante su trabajo.
El granjero bondadoso
Un anciano rey tuvo que huir de su país asolado por la guerra. Sin escolta alguna, cansado y hambriento, llegó a una
granja solitaria, en medio del país enemigo, donde solicitó asilo. A pesar de su aspecto andrajoso y sucio, el granjero
se lo concedió de la mejor gana. No contento con ofrecer una opípara cena al caminante, le proporcionó un baño y
ropa limpia, además de una confortable habitación para pasar la noche.
Y sucedió que, en medio de la oscuridad, el granjero escuchó una plegaria musitada en la habitación del desconocido
y pudo distinguir sus palabras:
-Gracias, Señor, porque has dado a este pobre rey destronado el consuelo de hallar refugio. Te ruego ampares a este
caritativo granjero y haz que no sea perseguido por haberme ayudado.
El generoso granjero preparó un espléndido desayuno para su huésped y cuando éste se marchaba, hasta le entregó
una bolsa con monedas de oro para sus gastos.
Profundamente emocionado por tanta generosidad, el anciano monarca se prometió recompensar al hombre si algún
día recobraba el trono.
Algunos meses después estaba de nuevo en su palacio y entonces hizo llamar al caritativo labriego, al que concedió
un título de nobleza y colmó de honores. Además, fiando en la nobleza de sus sentimientos, le consultó en todos los
asuntos delicados del reino.
La mariposa
La mariposa iba en busca de novia, y, naturalmente, pensaba en una linda florecilla. Las estuvo examinando. Todas
permanecían calladas y discretas en su tallo, como es propio de las doncellas no prometidas. Pero había tantas, que la
elección resultaba difícil, y no sabiendo la mariposa qué partido tomar, voló hacia la margarita. Los franceses han
descubierto que esta flor posee el don de profecía; por eso la consultan los novios, arrancándole hoja tras hoja y
dirigiéndole cada vez una pregunta relativa a la persona amada: «¿De corazón?», «¿Por encima de todo?», «¿Un
poquito?», «¿Nada en absoluto?», etc. Cada cual pregunta en su lengua, y la mariposa acudió a interrogar a su vez,
pero en vez de arrancar las hojas las besaba, creyendo que como se llega más lejos es con el empleo de buenos
modales.
-¡Dulce Margarita! -dijo- Es usted la señora más inteligente de todas las flores, y puede predecirme lo por venir.
Dígame, por favor, ¿cuál será mi novia? ¿Cuál me querrá? Cuando lo sepa, podré volar directamente a ella y
solicitarla.
Pero Margarita no respondió. Se había molestado al oírse tratar de «señora», cuando era una joven doncella, y
entonces no se es señora. La mariposa repitió su pregunta por segunda y tercera vez, pero viendo que obtenía la
callada por respuesta, emprendió el vuelo, resuelta a buscar novia por su cuenta.
La primavera se hallaba en sus comienzos; en gran profusión florecían las campanillas blancas y los azafranes. «Son
muy lindas -dijo la mariposa-, unas pequeñas preciosas, pero demasiado pollitas». Se había fijado en que los mozos
las preferían mayores.
Voló entonces a las anémonas, pero las encontró un tanto secas, y luego a las violetas, que le resultaron demasiado
románticas. Los tulipanes eran orgullosos; los narcisos, plebeyos; las flores del tilo, demasiado pequeñas y con
excesiva parentela. Las del manzano, si bien es cierto que parecían rosas, florecían hoy y se caían mañana, según
soplara el viento; sería un matrimonio muy breve, pensó. La flor del guisante fue la que estimó más apropiada; era
roja y blanca, fina y delicada, y pertenecía a la clase de las doncellas caseras, que son guapetonas y, al mismo tiempo,
saben desenvolverse en la cocina. Iba ya a declarársele, cuando de pronto vio a su lado una vaina con una flor
marchita en la punta.
La madreselva florida colgaba sobre la valla. Eran muchas señoritas de caras largas y piel amarilla; no le gustó la
especie. ¿Qué le gustaba, pues? Pregúntaselo a ella.
Pasó la primavera, pasó el verano y vino el otoño, y la mariposa seguía sin decidirse.
Las flores llevaban entonces magníficos ropajes; pero, ¿qué se sacaba con eso? Les faltaba el espíritu juvenil, fresco y
fragante. El corazón, cuando envejece, quiere aroma, y ésta no se encuentra precisamente en las dalias y las alteas.
Por eso la mariposa se dirigió a la menta crespa.
-Verdad es que no tiene flores, pero en realidad toda ella es una flor, huele de pies a cabeza, hay fragancia en cada
una de sus hojas. ¡Me quedaré con ella!
Y, finalmente, la solicitó.
Pero la menta permanecía tiesa y callada, hasta que, al fin, dijo: - Amigos, bueno, pero nada más. Yo soy vieja, y usted
también; podemos perfectamente vivir el uno para el otro, pero casarnos, de ningún modo. No cometamos sandeces
a nuestra edad.
Y así fue cómo la mariposa se quedó sin mujer. Se había pasado demasiado tiempo buscando, y esto no debe hacerse.
Acabó siendo lo que se dice un solterón.
Otoño estaba muy avanzado, con lluvias y tiempo turbio. Un viento frío soplaba sobre los viejos sauces, cuyo interior
crujía. No daba ya gusto salir de paseo en traje de verano; pronto se le quitaban a uno las ganas. Pero la mariposa no
revoloteaba ya por el campo; por casualidad había encontrado un refugio, con estufa encendida. Reinaba allí una
temperatura veraniega, y se podía vivir muy bien. «Pero no basta con vivir -decía-. ¡Hacen falta el sol, la libertad y una
florecilla!».
Y de un vuelo se fue al cristal de la ventana. La vieron, la admiraron y, traspasándola con una aguja, la depositaron en
el cajón de las cosas raras. Más no habrían podido hacer por ella.
-Ahora estoy en un tallo, como una flor -dijo la mariposa aunque, bien mirado, no resulta muy agradable. Viene a ser
como el matrimonio, uno está bien asentado.
-No hay que fiarse mucho de las flores de tiesto -dijo la mariposa-; alternan demasiado con las personas.
EL bosque de los cuentos
Había una vez una niña pequeña que molestaba constantemente a toda la gente pidiendoles que le contaran un
cuento. Importunaba a su madre, a su abuela, a su tía. Todo el mundo que encontrara en su camino, tenía que
contarle un cuento. Pero no todos se sentían dispuestos a ello. Todos se deshacían del pequeño espíritu
importunador.
Entonces se encaminó la niña tristemente hacia el bosque. Por fortuna, se extendía éste muy cerca, junto a la casa.
En el bosque se encontró con el cuclillo, que estaba sentado sobre una rama y gritaba:
-¡Cu-cú! ¡cu-cú!
-¿Por qué cantas siempre la misma canción? -dijo la muchacha-. ¡Explícame más bien un cuento!
Entonces le contó el cuclillo la historia de cómo pone el huevo. El cuco lo lleva en el pico por el aire y lo coloca en un
nido extraño. De este huevo sale luego un pequeño pájaro, que crece y crece, y se hace por último mayor que los
pajaritos que le alimentan. Pronto se hace el nido demasiado pequeño para el cuclillo. Entonces arroja éste fuera del
nido a todos los pequeños pajaritos, crecidos con él en el mismo nido. Pero el buen espíritu del bosque, que lo había
visto todo, dijo: Como castigo, no habrás de vivir tú nunca en un nido propio. Tus huevos habrás de llevarlos siempre
en el pico por el aire, y tus hijos deberán clamar durante todo su vida por su madre perdida: ¡Cu-cú! ¡cu-cú!
El pájaro chilló.
Así caminando, llegó hasta los sombríos abetos. Bajo sus pies crujía una alfombra de millones de pardas agujas. En lo
alto rumoreaba el viento, entre las verdes copas de los altivos abetos gigantes. Pero junto a ellos se alzaban tres
pequeños abetos en la oscuridad, los cuales no tenían una sola ramita verde.
-¿Por qué llevan un vestido tan pardo de luto? ¡Oh, explíquenme la historia de ustedes! -rogó la pequeña.
-Nosotros somos los más jóvenes abetos de este bosque, y queríamos levantarnos juntos los tres hacia el sol; pues
habíamos oído decir que era hermoso y bueno, y que era un rey. Así, pues, nos pusimos nuestros vestidos de fiesta y
extendimos los brazos; pero nuestros hermanos mayores nos cerraron el camino.
-¡A nosotros nos pertenece el Sol! -dijeron ellos-. Nosotros somos más grandes y hermosos que ustedes. Deberían
avergonzarse. ¡Ocúltense!
Orgullosos, se elevaron ellos cada vez más altos, más altos, hasta que llegaron al Sol. Entonces celebraron una fiesta e
invitaron a todos los pájaros cantores del bosque.
-¡Hágannos también un poco de sitio! -rogábamos nosotros cada día.
No pretendíamos más que ver solamente el manto del rey Sol; pero nuestros hermanos mayores extendían
rumoreando sus vestidos y nos ocultaban, para que el Sol no pudiera encontrarnos. Entonces dejamos caer nosotros
el vestido verde de fiesta y nos vestimos de pardo luto. Este luto lo conservaremos nosotros hasta nuestra muerte,
que bien pronto habrá de venir.
Los tres pequeños abetos guardaron silencio, pero dejaron caer sus agujas, y con esto pareció como si lloraran.
La pequeña muchacha fue a buscar una azada y arrancó con ella, uno después de otro, a los pequeños abetos y los
plantó de nuevo en el borde del bosque. Buscó luego agua del manantial y les dio de beber. El Sol se asustó cuando
vio a las tres criaturas del bosque con su vestidito de luto. Las acarició con sus rayos y las consoló:
-Pronto tendrán mejor aspecto. Mis rayos tejerán para ustedes el más hermoso vestido de fiesta, y yo estaré al lado
de ustedes desde la mañana hasta el anochecer.
Siguió entonces la pequeña muchacha su camino. El sendero del bosque corría recto, y no parecía tener fin.
De repente, sintió la niña un escalofrío en las espaldas; en medio del camino yacía una pequeña ardilla que agonizaba
a causa de una herida en el cuello.
-¿Por qué has muerto tú? -preguntó la niña-. Te hubiera rogado tan a gusto que me contaras un cuento...
-Allí arriba, entre el verde reino de las hojas, hay una casita redonda. En ella vive una madre con sus cinco hijos. No
salgan hasta que esté yo de nuevo en casa, dijo la madre cuando salió en busca de alimento para sus pequeños.
Cuatro de ellos supieron obedecer. El quinto, sin embargo, miraba continuamente por la puerta redonda. Cien mil
hojas lo saludaban y le susurraban: ¡Sal! Te contaremos un cuento. Entonces salió afuera la pequeña ardilla. Escuchó
y escuchó, tan pronto en éste como en aquel árbol, y finalmente quiso marcharse al bosque vecino. Pero en medio
del camino fue víctima del pérfido ladrón. ¡Madre!, gritó todavía; pero la madre estaba muy lejos y no podía oírla.
Entonces cerró la pequeña ardilla los ojos.
Luego dio media vuelta y volvió sobre sus pasos. Corrió hasta perder el aliento, hasta que se encontró de nuevo en
casa, abrazada a su madre.
A la mañana siguiente salió, sin embargo, de nuevo al bosque y así cada día; pues allí le explicaban cuentos todas las
cosas. ¿O eran tal vez historias verdaderas? La pequeña muchacha no lo sabía, pero las escuchaba a gusto por su vida.
Rompenieves
Era invierno, el aire frío, el viento cortante, pero en el hogar se estaba caliente y a gusto, y la flor yacía en su casita,
encerrada en su bulbo, bajo la tierra y la nieve.
Un día llovió, las gotas atravesaron la capa de nieve y penetraron en la tierra, tocaron el bulbo y le hablaron del
luminoso mundo de allá arriba; poco después, un rayo de sol taladró a su vez la nieve y fue a llamar a la corteza del
bulbo.
-No puedo -respondió el rayo de sol-. No tengo bastante fuerza para abrir. Hasta el verano no seré fuerte.
-¿Cuándo llegará el verano? -preguntó la flor, y fue repitiendo la misma pregunta cada vez que llegaba un nuevo rayo
de sol. Pero faltaba aún mucho para el verano. El suelo estaba cubierto de un manto de nieve, y todas las noches se
helaba el agua.
-¡Cuánto tarda, cuánto tarda! -se lamentaba la flor-. Siento un cosquilleo, no puedo estar quieta, necesito estirarme,
abrir, salir afuera, ir a dar los buenos días al verano. ¡Qué tiempo más feliz será!
Y la flor venga agitarse y estirarse contra la delgada envoltura, que el agua reblandecía desde fuera y la nieve y la
tierra calentaban, aquella tierra en la que el sol ya había penetrado. Iba encaramándose bajo la nieve, con una yema
verde y blanquecina en el extremo del verde tallo, con hojas estrechas y jugosas que parecían querer protegerla. La
nieve era fría, pero estaba bañada de luz; por eso era fácil atravesarla, y la flor sintió que el rayo de sol tenía más
fuerza que antes.
-¡Bienvenida, bienvenida! -cantaban y decían todos los rayos, mientras la flor se elevaba por encima de la nieve,
asomando al mundo luminoso. Los rayos la acariciaban y besaban, impulsándola a abrirse del todo, blanca como la
nieve y adornada con fajas verdes. Inclinó la cabeza, gozosa y humilde.
-¡Magnífica flor! -cantaban los rayos del sol-. ¡Qué pura y delicada! Eres la primera, la única. ¡Eres nuestro amor! Tú
anuncias el verano, el verano espléndido, que llega a los campos y a las ciudades. Toda la nieve se fundirá, y los
vientos fríos serán expulsados. Nosotros seremos los reyes. ¡Todo reverdecerá! Y tú tendrás compañeras: lilas,
codesos y rosas. Pero tú eres la primera, pura y delicada.
Reinaba una gran alegría. Era como si el aire cantase y vibrase, como si los rayos de luz penetrasen en sus hojas y en
su tallo. Ella se levantaba fina y ligera, frágil y, no obstante, vigorosa en su joven belleza; vestida de blanco con franjas
verdes, cantaba los loores del verano. Y, sin embargo, faltaba aún mucho tiempo; espesas nubes ocultaban el sol, y
soplaban vientos acerados.
-¡Viniste demasiado pronto! -decían el viento y el tiempo-. Todavía dominamos nosotros. Sentirás nuestro poder y te
someterás a él. Debieras haberte quedado en casita, sin apresurarte a lucir tus galas. ¡No es hora todavía!
El frío era cortante. Los días que siguieron no aportaron ni un rayo de sol. Menuda como era la florecilla, corría
peligro de helarse; pero tenía fuerzas, más de las que ella misma pensaba. Era fuerte en su alegría y su fe en el
verano, que un día u otro tenía que llegar; se lo anunciaba una honda inquietud, y se lo había pronosticado aquel sol
primero. Por eso seguía confiada, vestida de blanco en medio de la blanca nieve, doblando la cabeza cuando caían los
copos, espesos y pesados, y soplaban sobre ella los gélidos vientos.
-¡Te quebrarás! -decían éstos-, ¡te perderás, morirás! ¿Qué viniste a buscar aquí fuera? ¿Por qué cediste a la
tentación? El sol se ha burlado de ti. ¡Mal vas a pasarlo, loca de verano!.
-¡Loca de verano! -exclamaron jubilosos unos chiquillos que acudieron al jardín-. ¡Miradla qué bonita, qué hermosa;
la primera, la única!
Aquellas palabras hicieron un gran bien a la flor; fueron como cálidos rayos de sol. En su alegría, ni siquiera se dio
cuenta de que la cortaban. Quedó en una mano infantil, la besaron unos labios de niña. Llevada a una habitación
caliente, la contemplaron unos ojos dulces y fue puesta en agua, un agua reconfortante y vivificadora. La flor creyó
que la habían transportado al pleno verano. La hija de la casa, una niña encantadora, acababa de recibir la
confirmación. Tenía un amiguito muy simpático, recién confirmado también y que iba ya al colegio. «¡Será mi loca de
verano!», dijo la pequeña, y, cogiendo la florecilla, la envolvió en un papel perfumado que tenía escritos unos versos
sobre la flor. Empezaban con loca de verano y terminaban con loca de verano; y luego decía: «¡Amigo mío, sé un loco
de invierno!». Todo estaba puesto en verso; doblaron el papel en forma de carta, con la flor dentro. La envolvía la
oscuridad, una oscuridad semejante a la del interior del bulbo. La flor se fue de viaje, en un saco postal, comprimida y
apretada. No era agradable, pero todo tiene su fin.
Efectuado el viaje, la carta fue abierta y leída por el amigo, cuya alegría fue tal, que besó la flor y la depositó luego,
junto con el papel, en un cajón que contenía otras varias cartas muy hermosas, aunque sin flores. Ella era la primera,
la única, como la habían llamado los rayos del sol; y era un placer recordarlo.
Tuvo mucho tiempo para entregarse a aquel recuerdo, mientras pasaba el verano y después el largo invierno. Al
llegar el nuevo verano fue sacada a la luz. Pero el humor del muchacho había cambiado: cogió las cartas con rudeza y
tiró los versos, con lo que la flor se vino al suelo. Cierto que estaba aplastada y marchita, pero esto no era motivo
para que la trataran así. Pero mejor era aquello que ir a parar al fuego, como les sucedió a los versos y a las cartas.
¿Qué había ocurrido? Lo de siempre. La flor se había burlado de él, era una broma; y la muchacha se había burlado de
él, pero eso no era una broma. Al llegar el verano había elegido a otro amigo.
Por la mañana el sol brilló sobre la campanilla comprimida, que parecía pintada en el suelo. La criada la recogió al
barrer y la puso en uno de los libros de encima de la mesa, creyendo que se habría caído al cambiarlos de sitio. Y otra
vez se encontró la flor entre versos impresos, más distinguidos todavía que los manuscritos; por lo menos se pagan
más.
Pasaron años, y el libro siguió en su anaquel. Un día lo sacaron, abrieron y leyeron. Era un buen libro: poemas y
canciones del poeta danés Ambrosio Stub, muy digno de ser conocido. Y el hombre que lo leía, al volver una página
dijo:
-¡Toma, aquí hay una flor! Una loca de verano. Sin duda la pusieron aquí adrede. ¡Pobre Ambrosio Stub! También él
fue un loco de verano, un poeta antes de tiempo. Se anticipó a su época, y hubo de aguantar nevadas y frías
ventoleras, yendo de cortijo en cortijo por tierras de Fionia, como flor en florero, flor en carta rimada. Loco de
verano, loco de invierno, broma y bufonada, y, no obstante, el primero, el único, el poeta danés que más frescor
juvenil respira. Sigue como señal en el libro, pequeña campanilla blanca; con intención te pusieron en él.
Y la campanilla fue dejada en el libro, y se sintió honrada y contenta, sabiendo que era una señal en el hermoso
volumen de poesías, y que aquel que por primera vez la había cantado y escrito sobre ella, había sido también un loco
de verano, e incluso en invierno había pasado por loco. La flor lo comprendía a su manera, como todos
comprendemos las cosas a la nuestra.
Había una vez un chico muy astuto que salió un día de casa dispuesto a vender a buen precio un asno astroso muy
viejito.
Con las tijeras le hizo caprichosos dibujos en ancas y cabeza y luego le cubrió con una albarda recamada de oro.
Dorados cascabeles pendían de los adornos, poniendo música a su paso.
-iAh, señor, no está en venta! Es como de la familia y no podría separarme de él, siento disgustaros.
Tan buena maña se dio el chicuelo, que consiguió el alto precio que se había propuesto. Soltó el borrico, tomó el
dinero y puso tierra por medio.
-El caso es... -opuso tímidamente el panadero-, que lo importante no es el traje, sino lo que va dentro.
Y para demostrar su buen ojo en materia de adquisiciones, arrancó de golpe la albarda del animal.
Los vecinos estallaron en carcajadas. Al carnicero, que era muy gordo, la barriga se le bamboleaba de tanto reír.
Porque debajo de tanto adorno, cascabel y lazo no aparecieron más que cicatrices y la agrietada piel de un jumento
que se caía de viejo.
El Hada fea
Había una vez una aprendiz de hada madrina que era mágica y maravillosa, y la más lista y amable de las hadas, pero
también era un hada muy fea, y por mucho que se esforzaba en mostrar sus muchas cualidades, parecía que todos
estaban empeñados en que lo más importante de una hada tenía que ser su belleza.
En la escuela de hadas no le hacían caso, y cada vez que volaba a una misión para ayudar a un niño o cualquier otra
persona en apuros, antes de poder abrir la boca, ya le estaban gritando:
Aunque pequeña, su magia era muy poderosa, y más de una vez había pensado hacer un encantamiento para
volverse bella; pero luego pensaba en lo que le contaba su mamá de pequeña: “Tú eres como eres, con cada uno de
tus granos y tus arrugas; y seguro que es así por alguna razón especial...”
Pero un día, las brujas del país vecino arrasaron el país, haciendo prisioneras a todas las hadas y magos.
Nuestra hada, poco antes de ser atacada, hechizó sus propios vestidos, y ayudada por su fea cara, se hizo pasar por
bruja.
Así, pudo seguirlas hasta su guarida, y una vez allí, con su magia preparó una gran fiesta para todas, adornando la
cueva con murciélagos, sapos y arañas, y música de lobos aullando.
Durante la fiesta, corrió a liberar a todas las hadas y magos, que con un gran hechizo consiguieron encerrar a todas
las brujas en la montaña durante los siguientes 100 años.
Y durante esos 100 años, y muchos más, todos recordaron la valentía y la inteligencia del hada fea.
Nunca más se volvió a considerar en aquel país la fealdad una desgracia, y cada vez que nacía alguien feo, todos se
llenaban de alegría sabiendo que tendría grandes cosas por hacer.
Enseñanza: “Todos podemos conseguir grandes cosas, y tenemos en nosotros lo necesario para conseguirlas. No
debemos darle importancia a la belleza exterior, y querer cambiar sólo por cómo nos vean los demás.”
El principe rana
Hace muchos, muchos años vivía una princesa a quien le encantaban los objetos de oro. Su juguete preferido era una
bolita de oro macizo. En los días calurosos, le gustaba sentarse junto a un viejo pozo para jugar con la bolita de oro.
Cierto día, la bolita se le cayó en el pozo. Tan profundo era éste que la princesa no alcanzaba a ver el fondo.
La princesa miró hacia abajo y vio una rana que salía del agua.
-Ah, ranita -dijo la princesa-. Si te interesa saberlo, estoy triste porque mi bolita de oro cayó en el pozo.
-Yo la podría sacar -dijo la rana-. Pero tendrías que darme algo a cambio.
La princesa sugirió lo siguiente:
-Iría a cenar a tu castillo, y me quedaría a pasar la noche de vez en cuando -propuso la rana.
Aunque la princesa pensaba que aquello eran tonterías de la rana, accedió a ser su mejor amiga.
Enseguida, la rana se metió en el pozo y al poco tiempo salió con la bolita de oro en la boca.
La rana dejó la bolita de oro a los pies de la princesa. Ella la recogió rápidamente y, sin siquiera darle las gracias, se
fue corriendo al castillo.
La princesa se olvidó por completo de la rana. Al día siguiente, cuando estaba cenando con la familia real, escuchó un
sonido bastante extraño en las escaleras de mármol del palacio.
Llena de curiosidad, la princesa se levantó a abrir. Sin embargo, al ver a la rana toda mojada, le cerró la puerta en las
narices. El rey comprendió que algo extraño estaba ocurriendo y preguntó:
-Déjame entrar, princesa -suplicó la rana-. ¿Ya no recuerdas lo que me prometiste en el pozo?
En ese momento, el rey miró con severidad a su hija y ella tuvo que acceder. Como la silla no era lo suficientemente
alta, la rana le pidió a la princesa que la subiera a la mesa. Una vez allí, la rana dijo:
La princesa le acercó el plato a la rana, pero a ella se le quitó por completo el apetito.
La idea de compartir su habitación con aquella rana le resultaba tan desagradable a la princesa que se echó a llorar.
Entonces, el rey le dijo:
-Llévala a tu habitación. No está bien darle la espalda a alguien que te prestó su ayuda en un momento de necesidad.
Sin otra alternativa, la princesa procedió a recoger la rana lentamente, sólo con dos dedos. Cuando llegó a su
habitación, la puso en un rincón. Al poco tiempo, la rana saltó hasta el lado de la cama.
-Yo también estoy cansada -dijo la rana-. Súbeme a la cama o se lo diré a tu padre.
La princesa no tuvo más remedio que subir a la rana a la cama y acomodarla en las mullidas almohadas.
Cuando la princesa se metió en la cama, comprobó sorprendida que la rana sollozaba en silencio.
Estas palabras ablandaron el corazón de la princesa. La princesa se sentó en la cama y le dijo a la rana en un tono
dulce:
Para demostrarle que era sincera, la princesa le dio un beso de buenas noches.
¡De inmediato, la rana se convirtió en un apuesto príncipe! La princesa estaba tan sorprendida como complacida.
La princesa y el príncipe iniciaron una hermosa amistad y al cabo de algunos años, se casaron y fueron muy felices
para siempre.
La bruja cocinera
Había una gran cabaña de madera en el bosque donde todo el mundo decía que vivía una bruja muy mala, muy mala.
Nunca nadie se había atrevido a entrar. Un día mientras recogía hojas para un trabajo de su escuela, un chico se
acercó a la cabaña. La curiosidad le llevó a entrar al jardín, y luego se acercó a una de las ventanas de la cabaña, pero
no pudo ver nada. Como quería saber lo que había, pensó que no le pasaría nada, y entró en la casa. Parecía que
estaba vacía que no había nadie. Pero al fondo divisó una viejecita que removía la cuchara junto al fuego. Se acercó
con mucho cuidado, y la tocó en el hombro.
La pobre anciana estaba muy arrugada y no tenía dientes. El muchacho dijo que no. La anciana se puso muy contenta
e invitó al muchacho a merendar. Le contó que de joven había sido un hada buena, pero cuando se había hecho
mayor todo el mundo, sin preocuparse en conocer la verdad, creyó que era una bruja, y no podía ir a la ciudad.
Ya se había acostumbrado a vivir sola en aquella cabaña, pero siempre le gustaba pensar que algún día alguien
entraría a verla. Y así fue.
Como el muchacho fue tan amable con ella, le dijo que le pidiera un deseo, pues se lo concedería. Y el muchacho de
buen corazon viendo a la anciana tan contenta por su visita le pidió que su jardín se convirtiera en un parque infantil
para niños.
Y asi fue, todos los niños jugaban allí y la anciana les hacia la merienda, siendo muy muy feliz al saber que la gente ya
no le tenía miedo. Y todo el mundo la llamaba cariñosamente la bruja cocinera.
El pajaro de oro
Hace mucho tiempo había un rey, que tenía detrás de su palacio un hermoso jardín de placer en el cual había un
árbol que daba manzanas de oro. Cuando las manzanas maduraron fueron contadas, pero a la mañana siguiente
faltaba una. Esto fue informado al Rey, y él pidió que un guarda permaneciera cada noche bajo el árbol. El Rey tenía
tres hijos, y tan pronto como la noche vino, envió al mayor al árbol del jardín; pero al ser la medianoche él no pudo
impedir su sueño, y a la próxima mañana otra vez faltaba una manzana.
A la noche siguiente el segundo hijo tuvo que vigilar el árbol, pero no le fue mejor; tan pronto como dieron las doce
ya estaba dormido, y por la mañana otra manzana faltaba. Luego le tocaba el turno al tercer hijo para vigilar; y
aunque él estaba completamente listo, el Rey no le tenía mucha confianza, y pensó que él le sería de menos utilidad
que sus hermanos; pero por fin le dejó ir. El joven se colocó bajo el árbol y se mantuvo despierto, y no dejó que el
sueño lo dominara.
Cuando dieron las doce, algo crujió por el aire, y en la luz de la luna él vio a un ave venir y cuyas plumas brillaban
todas como el oro. El ave se posó en el árbol, y acababa de arrancar una manzana cuando el joven le lanzó una flecha.
El ave se fue volando, pero la flecha había golpeado su plumaje, y una de sus plumas de oro cayó. El joven la recogió,
y a la mañana siguiente fue donde el Rey y le dijo lo que había visto por la noche. El Rey llamó a su consejo, y cada
uno declaró que una pluma como esa valía más que el reino entero.
-"Si la pluma es tan preciosa,"- declaró el Rey, -"una sola no bastará para mí; ¡debo tener y tendré al ave entera!"-
El hijo mayor salió; y confiando en su inteligencia, pensó que él encontraría fácilmente al Ave de Oro. Cuando ya
había recorrido alguna distancia vio a un zorro sentado sobre un tronco, entonces él alistó su arma y apuntó a él. El
zorro gritó,
-"¡No me lances la flecha! y a cambio te daré un buen consejo. Andas en busca del Ave de Oro; y esta tarde llegarás a
un pueblo en el cual hay dos posadas, una enfrente de la otra. Uno de ellas está iluminada alegremente, y todo se ve
feliz dentro de ella, pero no entres ahí; mejor ve a la otra, aunque parezca una fea posada."-
-"¿Cómo puede una bestia tan tonta dar un consejo sabio?"- pensó el hijo del Rey, y disparó la flecha. Pero no le
acertó al zorro, el cual estiró su cola y corrió rápidamente dentro del bosque.
Entonces siguió su camino, y antes de la tarde llegó al pueblo donde estaban las dos posadas; en una cantaban y
bailaban; la otro tenía una apariencia pobre, miserable.
-"Yo debería ser un tonto, en efecto,"- pensó él, -"si yo entrara en la posada lamentable, y dejara la buena."-
Entonces entró en la alegre, pasó allí en fiesta y tertulia, y olvidó al ave y a su padre, y todos los buenos consejos.
Cuando algún tiempo había pasado, y el hijo mayor durante mes tras mes no regresó a casa, el segundo hijo salió,
dispuesto a encontrar al Ave de Oro.
El zorro lo encontró como había encontrado al mayor, y le dio el buen consejo, al cual no le tomó atención. Él llegó a
las dos posadas, y su hermano estaba de pie en la ventana, de la cual venía la música, y le llamó. Él no podía resistir, e
ingresó, y vivió sólo para el placer. Otra vez algún tiempo pasó, y luego el hijo más joven del Rey quiso salir y probar
su suerte, pero su padre no lo permitía.
-"Es inútil,"- se dijo a sí mismo, -"no encontrará al Ave de Oro, tendrá menos suerte que sus hermanos, y si una
desgracia le aconteciera, él no sabe como ayudarse; sólo tiene una buena intención, en el mejor de los casos."-
Pero por fin, como no tenía ninguna paz frenándolo, le dejó ir.
Otra vez el zorro estaba sentado en el tronco, y pidió le respetara su vida, y ofreció su buen consejo. El joven era
bondados, y dijo,
-"Usted no se arrepentirá de ello,"- contestó el zorro; -"y además podrá avanzar más rápidamente, siéntese en mi
cola."-
Y no más se había sentado cuando el zorro comenzó a correr, y avanzando sobre troncos y piedras su pelo silbaba en
el viento. Cuando ellos llegaron al pueblo el joven se bajó; él siguió el buen consejo, y sin mirar alrededor entró a la
pequeña posada, donde pasó la noche serenamente.
A la mañana siguiente, tan pronto como él salió al terreno abierto, allí encontró sentado al zorro, quien dijo,
-"Le diré lo que usted tiene que hacer en adelante. Continúe completamente derecho, y por fin llegará a un castillo
delante del cual está un regimiento entero de soldados, pero no se preocupe por ellos, ya que todos ellos estarán
dormidos y roncando. Pase por en medio de ellos directamente al castillo, y pase por todos los cuartos, hasta que por
fin llegará a una cámara donde una Ave de Oro cuelga en una jaula de madera. Cerca de él hay una jaula de oro vacía
para presentación, pero cuídese de no sacar al ave de la jaula común y ponerla en la fina, o si no todo le saldrá mal."
Con estas palabras el zorro otra vez estiró su cola, y el hijo del Rey se sentó sobre ella, y avanzando sobre troncos y
piedras su pelo silbaba en el viento.
Cuando llegaron al castillo él encontró todo como el zorro se lo había dicho. El hijo del Rey entró en la cámara donde
el Ave de Oro estaba encerrada en una jaula de madera, mientras otra jaula de oro estaba ahí cerca; y las tres
manzanas de oro estaban en el cuarto. Pero, pensó él,
Entonces abrió la puerta de la jaula sencilla, saco al ave, y la puso en la jaula de oro.
Pero al mismo momento el ave dio un grito chillón. Los soldados despertaron, entraron, y lo llevaron a la prisión. A la
mañana siguiente fue llevado ante una corte de justicia, y como él lo admitió todo, fue condenado a muerte. El Rey,
sin embargo, dijo que él le concedería su vida con una condición, a saber, que él le trajera el Caballo de Oro que corre
más rápido que el viento; y en este caso él debería recibir, además, como una recompensa, al Ave de Oro. El hijo del
Rey salió, pero suspiró y estaba triste, porque ¿cómo podría él encontrar al Caballo de Oro? Pero de repente vio a su
viejo amigo el zorro sentado en el camino.
-"Mire usted,"- dijo el zorro, -"esto ha pasado porque no me prestó atención. Sin embargo, mantenga su buen coraje.
Le daré mi ayuda, y le diré como llegar al Caballo de Oro. Usted debe ir derecho, y llegará a un castillo, donde en un
establo se encuentra el caballo. Los guardias estarán frente al establo; pero estarán dormidos y roncando, y usted
podrá conducir silenciosamente al Caballo de Oro. Pero de una cosa debe tener cuidado; póngale la silla común de
madera y cuero, y no la de oro, que cuelga cerca de él, porque si no todo irá mal con usted."-
Entonces el zorro estiró su cola, el hijo del Rey se sentó sobre ella, y avanzando sobre troncos y piedras su pelo
silbaba en el viento.
Todo se presentaba como el zorro había dicho; el príncipe llegó al establo en el cual el Caballo de Oro estaba de pie,
pero cuando iba a ponerle la silla común, pensó,
-"Sería una vergüenza para una bestia tan hermosa, que no le coloque la silla buena que le pertenece por derecho."-
Pero apenas la silla de oro tocó al caballo, éste comenzó a relinchar con gran ruido. Los guardias despertaron,
agarraron al joven, y lo lanzaron en la prisión. A la mañana siguiente él fue condenado por el tribunal a muerte; pero
el Rey prometió concederle su vida, y el Caballo de Oro también, si él pudiera traer a la hermosa princesa que está en
el Castillo de Oro.
Con un corazón apesumbrado el joven salió; pero por suerte para él, pronto encontró al zorro fiel.
-"Yo debería abandonarlo a su mala suerte,"- dijo el zorro, -"pero me compadezco de usted, y le ayudaré una vez más
con su problema. Este camino le lleva directamente al Castillo de Oro, usted lo alcanzará al atardecer; y por la noche
cuando todo está tranquilo, la hermosa princesa va a la casa de baño para bañarse. Cuando ella entre allí, suba rápido
hacia ella y dele un beso, entonces ella le seguirá, y podrá llevársela con usted; sólo no permita que ella se despida de
sus padres primero, o todo irá el mal con usted."
Entonces el zorro otra vez estiró su cola, y el hijo del Rey se sentó sobre ella, y avanzando sobre troncos y piedras su
pelo silbaba en el viento.
Cuando llegaron al Castillo de Oro todo era como el zorro había dicho. Él esperó hasta la medianoche, y cuando todos
estaban en sueño profundo, la hermosa princesa se dirigió a la casa de baño. Entonces él saltó y le dio un beso. Ella
dijo que le gustaría ir con él, pero le pidió lastimosamente, y con lágrimas, permitirle primero despedirse de sus
padres. Al principio él resistió su ruego, pero como ella lloró cada vez más, y se arrodilló a sus pies, él por fin accedió.
Pero apenas había la doncella alcanzado el lado de la cama de su padre, cuando él y todo el resto en el castillo
despertaron, y el joven fue detenido y puesto en la prisión. A la mañana siguiente el Rey le dijo,
-"Su vida está perdida, y sólo podrá encontrar piedad si quita la colina que está de pie delante de mis ventanas, y que
me impide ver más allá; y debe de terminar todo esto dentro de ocho días. Si usted hace eso tendrá además a mi hija
como su recompensa."-
El hijo del Rey comenzó, y excavó y movió con pala sin acabar, pero cuando después de siete días vio lo poco que
había hecho, y que todo su trabajo no era bueno en nada, cayó en una gran pena y perdió toda esperanza.
-"Usted no merece que yo debiera tomar cualquier problema suyo; pero sólo márchese y acuéstese a dormir, y yo
haré el trabajo por usted."-
A la mañana siguiente, cuando él despertó y miró hacia afuera por la ventana, la colina se había ido. El joven corrió,
lleno de alegría, a donde el Rey, y le dijo que la tarea fue realizada, y si le gustó eso o no, el Rey tuvo que cumplir con
su palabra y darle a su hija. Así los dos salieron adelante juntos, y a los pocos momentos el zorro fiel se unió a ellos.
-"Ciertamente usted ha conseguido lo que es mejor,"- dijo el zorro, -"pero el Caballo de Oro también pertenece a la
doncella del Castillo de Oro."-
-"Haga como le diré,"- contestó el zorro; -"primero lleve a la hermosa doncella al Rey que lo envió al Castillo de Oro.
Allí será inaudita la alegría; ellos le darán de buena gana el Caballo de Oro, y se lo traerán. Móntelo cuanto antes, y
con su mano diga a todos adiós; y de último dele la mano a la hermosa doncella. Y tan pronto como usted ha tomado
su mano súbala en el caballo, y galope lejos, y nadie será capaz de alcanzarlo, ya que el caballo corre más rápido que
el viento."-
Todo fue realizado con éxito, y el hijo del Rey se llevó a la princesa hermosa en el Caballo de Oro.
-"Ahora le ayudaré a conseguir al Ave de Oro. Cuando usted llegue cerca del castillo donde el Ave de Oro debe de
encontrarse, deje a la doncella bajar, y yo la tomaré a mi cuidado. Entonces pasee con el Caballo de Oro en el jardín
del castillo; habrá gran alegría por el especáculo, y entonces sacarán al Ave de Oro para usted. Tan pronto como
usted tenga la jaula, galope de regreso hacia nosotros, y se lleva a la doncella otra vez."-
Cuando el plan ya había tenido éxito, y el hijo del Rey estaba a punto de montar a caballo y regresar a casa con sus
tesoros, el zorro dijo,
-"Cuando usted entre al bosque, me mata con la flecha, y corta mi cabeza y pies."
-"Eso sería una gratitud inadecuada,"- dijo el hijo del Rey. -"No puedo hacer eso por usted."-
El zorro dijo,
-"Si usted no lo hace, deberé abandonarle, pero antes de que yo me marche le daré una porción de un buen consejo.
Tenga cuidado sobre dos cosas. No compre ninguna carne de horca, y no se siente en el borde de ninguno pozo."-
-"Es una maravillosa bestia, tiene caprichos extraños; ¿quién va a comprar carne de horcas? y el deseo de sentarme
en el borde de un pozo es algo que nunca he tenido aún."-
Él montó en el caballo con la hermosa doncella, y su camino lo llevó otra vez por el pueblo en el cual sus dos
hermanos habían permanecido. Había un gran movimiento y ruido, y, cuando preguntó por lo que sucedía, le dijeron
que dos hombres iban a ser ahorcados. Cuando él llegó más cerca del lugar, vio que los condenados eran sus
hermanos, quienes habían estado haciendo toda clase de malas trampas, y habían malgastado toda su riqueza. Él
preguntó si ellos no podrían ser puestos en libertad.
-"Si usted paga por ellos,"- contestó la gente; -"¿pero por qué debería gastar su dinero en malos hombres, y dejarlos
libres?"-
Él no lo pensó dos veces, y pagó por ellos, y cuando fueron puestos en libertad siguieron su camino juntos.
Y llegaron al bosque donde el zorro los había encontrado primero, y como estaba fresco y agradable dentro de él, los
dos hermanos dijeron,
Él estuvo de acuerdo, y mientras ellos hablaban él se olvidó, y se sentó sobre el borde del pozo sin pensar en
cualquier mal. Pero los dos hermanos lo lanzaron hacia atrás en el pozo, tomaron a la doncella, el Caballo, y el Ave, y
se fueron a casa de su padre.
-"Aquí le traemos no sólo el Ave de Oro,"- dijeron ellos; -"hemos conseguido al Caballo de Oro también, y a la
doncella del Castillo de Oro."-
Entonces fue allí gran alegría; pero el Caballo no comía, el Ave no cantaba, y la doncella se sentaba a llorar.
Pero el hermano más joven no estaba muerto. Por fortuna el pozo estaba seco, y había caído sobre el musgo suave
sin hacerse daño, pero no podía salir otra vez. Incluso en este percance el zorro fiel no lo abandonó: vino y bajó hasta
él, y lo reprendió por haber olvidado su consejo.
-"Sin embargo no puedo dejarlo así,"- dijo; -"le ayudaré otra vez a ver la luz del día."-
-"Usted no está fuera de todo peligro aún,"- dijo el zorro -"sus hermanos no estaban seguros de su muerte, y han
rodeado al bosque de observadores, que deben matarle si usted se deja ser visto."
Pero un hombre pobre estaba sentado sobre el camino, con quien el joven se cambió de ropas, y de esta manera él se
enrumbó hacia el palacio del Rey. Nadie lo conocía, pero el Ave comenzó a cantar, el Caballo comenzó a comer, y la
hermosa doncella dejó de llorar. El Rey, sorprendido, preguntó,
-"¡No lo sé, pero he estado tan triste y ahora soy tan feliz! Siento como si mi novio verdadero ha venido."-
Ella le dijo todo lo que había pasado, aunque los otros hermanos la habían amenazado con la muerte si ella decía
algo.
El Rey mandó que toda la gente que estaba en su castillo llegase ante él; y entre ellos vino el joven con su ropa
desigual; pero la doncella lo conoció inmediatamente y lo abrazó sobre su cuello. Los malos hermanos fueron
capturados y expulsados del reino, y él siguió casado con la hermosa doncella y fue declarado heredero del Rey.
¿Pero que sucedió con el pobre zorro? Mucho tiempo después el hijo del Rey andaba otra vez en el bosque, cuando el
zorro lo encontró y le dijo,
-"Usted tiene ahora todo lo que puede desear, pero yo nunca tengo un final a mi miseria, y aún usted está en poder
de liberarme,"-
Y otra vez él le pidió con lágrimas matarlo con la flecha y cortar su cabeza y pies. Entonces él lo hizo, y apenas fue
hecho cuando el zorro fue cambiado en un hombre, y era además el hermano de la princesa hermosa, que por fin fue
liberado del encanto mágico que había sido puesto sobre él. Y ahora de nada más necesitaron para su felicidad
mientras ellos vivieron.
Enseñanza:
A pesar de que a veces cometamos algunas equivocaciones, la perseverancia es un excelente camino al éxito.
El bebe elefante
Soy el oso hormiguero, y les voy a contar una historia única. Si les digo que en el zoológico había una excitación y un
revuelo poco común, no les miento... a pesar de mi larga nariz.
Nacía el primer día de otoño, mientras las hojas decoraban las calles, transformándolas en mullidos ríos dorados.
El sol asomaba, todavía con un poco de sueño. Mientras se desperezaba, cumplía con su diaria tarea de iluminar la
vida.
Y hablando de vida y de iluminar... todos los animales estábamos esperando al nuevo integrante de la familia de los
paquidermos.
Justamente HOY era el día de llegada del nuevo pequeñín.
La gente hacía cola para ver al bebé recién nacido. En la entrada del zoológico había largas filas de chicos para votar el
nombre que le pondríamos.
Mi jaula, que estaba justo frente al terreno de los elefantes, me permitía observar todo lo que allí ocurría, casi sin
perder detalle.
Pasó el tiempo, y Júnior, así lo habíamos llamado al bebé que hoy ya tiene 5 años, veía que era un tanto diferente de
sus padres. La trompa no le crecía, su boca era enorme y llena de dientes, arrastraba la panza al caminar y tenía una
larga y robusta cola.
- Mamá -, decía el pequeño, - me da la sensación que no me parezco demasiado a ustedes... que soy muy diferente. -
Dos días transcurrieron con la inquietante pregunta de Júnior, hasta que una tarde, cuando la gente ya se había
marchado, los orgullosos papás elefantes se sentaron a charlar con su pequeño hijo.
Entonces le explicaron que como mamá no podía tener elefantitos en su panza, habían decidido adoptar un bebé... y
tuvieron la suerte de tenerlo a él. Que es un tanto diferente, es cierto... después de todo había salido de la panza de
una cocodrila. Pero a quién podía importarle si tenía orejas grandes o casi invisibles...?
Después de todo y con todo, un hijo es un hijo tal como es, y se lo conoce por el corazón y no por el color o la forma.
El elefantito con aspecto de cocodrilo, se quedó pensando un buen rato. Luego, miró a sus padres y les dijo:
- Mami, papi,... ahora sí que los quiero mucho más que antes.-
Desde mi jaula, pude entonces ver un nuevo milagro. Mientras Júnior dormía, comenzó a crecerle una pequeña y
hermosa trompita. Y que a nadie le quepa duda, que esta transformación era debido al fuerte sentimiento de amor
que unía a esta gran familia.
Ustedes se preguntarán como es que yo sé tanto de esto... Bueno, les diré que la familia de este oso hormiguero que
les habla, está formada por un papá oso gris y una mamá panda.
El sol comenzó a esconderse dejando que la luna se refleje en el lago de los flamencos rosados... el silencio absorbió
el bullicio de la multitud, y el otoño siguió su camino hacia el no tan frío invierno del Jardín zoológico.
El bebe cerdito
¿Te gustaría que te cuente la visita de Alicia a la Duquesa? Puedes creerme que fue una visita de lo más importante.
Naturalmente, Alicia empezó por llamar a la puerta: pero no apareció nadie, y tuvo que abrirla ella misma.
La puerta conducía directamente a la cocina. La Duquesa estaba sentada en el centro de la habitación, cuidando al
Bebé. El Bebé berreaba. La sopa hervía. La Cocinera estaba removiendo la sopa. El Gato --era un Gato de Cheshire--
sonreía, como lo hacen siempre los gatos de Cheshire. Todas estas cosas estaban ocurriendo en el momento en que
Alicia entró.
La Duquesa tiene un sombrero y un vestido muy bonitos ¿verdad? Pero me parece que la cara ya no la tiene tan
bonita.
El Bebé --bueno, seguro que has visto varios bebés más guapos que éste; y con mejor genio, también. Sin embargo,
fíjate bien en él, ¡y veremos si le reconoces la próxima vez que te reúnas con él!
La Cocinera, bueno, a lo mejor has visto cocineras más simpáticas que ésta, quizá una o dos.
¡Pero estoy casi seguro de que nunca has visto un Gato mejor que éste! ¿A que no? ¿A que te gustaría tener un Gato
igualito que éste, con esos preciosos ojos verdes y esa sonrisa tan dulce?
La Duquesa estuvo muy grosera con Alicia. No es nada extraño. Incluso llamaba «¡Cerdo!» a su propio Bebé. Y no era
un Cerdo ¿verdad? La Duquesa ordenó a la Cocinera que le cortara la cabeza a Alicia, aunque naturalmente la
Cocinera no le hizo caso; ¡y para terminar le tiró el Bebé a Alicia! Así que Alicia cogió el Bebé y se marchó con él, y a
mí me parece que hizo muy bien.
De manera que Alicia echó a andar por el bosque, llevando consigo a aquel niño tan feo. Y buen trabajo que daba
aguantarlo en brazos, porque no hacía más que moverse. Pero por fin descubrió cómo sujetarlo bien: había que
agarrarlo muy fuerte del pie izquierdo y la oreja derecha.
¡Pero tú no sujetes nunca a un Bebé de esa manera! ¡Son muy pocos los que prefieren ser tratados así!
Bueno, el caso es que el Bebé seguía gruñendo y gruñendo, y Alicia tuvo que decirle, muy seriamente, «Mira, rico, si
te vas a convertir en un cerdo, no quiero saber más de ti. ¡Así que te den cuidado!».
¡Ah, ya sabía yo que no le ibas a reconocer, aunque te dije que te fijaras bien! Sí señor, es el Bebé. ¡Y ahora se ha
convertido en un Cerdito!
Entonces Alicia lo puso en el suelo y le dejó trotar hacia el bosque y pensó: «Era un Bebé feísimo; pero como Cerdo
resultaba bastante guapo, eso creo yo».