04 Nacionalismo Chino
04 Nacionalismo Chino
04 Nacionalismo Chino
Colaboradores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Jonathan Unger
1. El nacionalismo chino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
EJames Townsend
7
7. «Cosas especiales de un modo especial.» La identi-
dad económica nacional y las Zonas Económicas
Especiales de China . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215
George T. Crane
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 295
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Introducción
Jonathan Unger
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China a la economía mundial atenúa las tendencias patriote-
ras; China necesita participar en la esfera internacional para
avanzar económicamente. El éxito del actual avance para con-
vertir a China en una nación «rica y poderosa» (frase que estu-
vo de moda a finales del siglo XIX entre los reformadores nacio-
nalistas) ha comenzado a alimentar el orgullo chino de nuevo, y
parece que sugiere el despertar de un Gran Poder. Hace tres dé-
cadas, durante la Revolución Cultural, los chinos dieron rienda
suelta a sentimientos xenófobos, hasta el punto del asalto a dos
embajadas extranjeras; pero esta explosión antiextranjera tuvo
pocas consecuencias internacionales porque en aquella época
China estaba, en cierto modo, cerrada y se desentendió del es-
cenario mundial por un tiempo. Por el contrario, su presencia
creciente en la economía mundial durante la pasada década y su
papel cada vez más destacado en el escenario político mundial
sitúa en un primer término de la actualidad la importancia de
determinar si el nacionalismo chino seguirá siendo relativa-
mente benigno o se convertirá en patriotero.
Al considerar el nacionalismo de cualquier país nos enfren-
tamos a un sentimiento poderoso que, hoy en día, es práctica-
mente universal. Los investigadores nos recuerdan que el na-
cionalismo es un artefacto ideológico de origen histórico
relativamente reciente3, como la misma idea del estado-nación.
No obstante, cuando Ernest Gellner afirmaba que «el naciona-
lismo engendra las naciones, no a la inversa»,4 y Eric Hobs-
bawm decía que «el nacionalismo antecede a las naciones»,5
sus argumentos no parece que se adapten totalmente a China.
Frente a la mayoría de los países de Europa, China no fue mo-
delada a partir de una confusa mezcla de vestigios de sobera-
nías feudales y de ciudades-estado bajo el ímpetu del romanti-
cismo nacionalista del siglo XIX (debería recordarse que Italia y
Alemania no se transformaron en estados-nación hasta 1870-
1871). Tampoco fue China en sus orígenes, frente a la mayor
parte de las naciones actuales del Tercer Mundo, un remiendo
de un conjunto de pueblos diferentes realizado por las poten-
cias coloniales occidentales.
No obstante, Gellner y Hobsbawm tenían en parte razón al
considerar que China, aunque era una entidad política y cultu-
ral que se extendía en el tiempo durante dos mil años, compren-
día a una civilización y a un imperio, pero no era verdadera-
mente una «nación» cuyo pueblo estuviera imbuido por un
antiguo sentimiento de «nacionalismo» en el sentido moderno
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de la palabra. Muchos trabajos de investigación, ejemplifica-
dos por la influyente obra de Joseph Levenson, han mostrado
que el «culturalismo» –«la cultura como foco de lealtad»–6 im-
pregnaba el pensamiento chino tradicional. Los letrados perci-
bían que China era la única civilización verdadera que incorpo-
raba una serie de valores universales, y todos aquellos que
aceptaban sus enseñanzas y principios, incluyendo a una dinas-
tía conquistadora como la corte manchú de los Qing, podía in-
corporarse dentro de los límites culturalistas. El sentimiento
nacionalista, por contra, centra la lealtad sobre el estado o so-
bre la etnicidad o sobre ambos, y conlleva a estados-nación o a
potenciales estados-nación que se definen a sí mismos en opo-
sición a otros.
La distinción en China, en cambio, no resultaba tan clara.
Por ejemplo, James Townsend, en el capítulo primero, advierte
la presencia de un tipo de protonacionalismo étnico junto a la
identificación de la elite con la cultura china. Por eso también,
como indica Townsend, el culturalismo chino no da paso del
todo a un nacionalismo de estado moderno. Esto ofrece una
complejidad especial a las actuales ideas chinas del nacionalis-
mo. Quienquiera que haya escuchado a los chinos hablar de su
patriotismo, sabrá que incluso hoy incluye una mezcla de na-
cionalismo político, identidad étnica Han y un orgullo cultura-
lista que se manifiesta en las alusiones a la civilización china
como foco de identificación. Todos estos sentimientos han esta-
do influidos y han sido en parte modelados y remodelados por
la historia de este siglo y por la experiencia de regímenes suce-
sivos. Este libro demuestra la complejidad resultante de los
múltiples niveles de la percepción china de la nación. Una pre-
misa que es compartida por los colaboradores es que para com-
prender la diversidad actual y el potencial del nacionalismo
chino, primero se debería estudiar el contenido históricamente
derivado de este nacionalismo.
Este esfuerzo de descodificación del contenido del naciona-
lismo chino obliga a algo más que a meros informes descripti-
vos. La mayoría de los capítulos, como descubrirán los lectores,
son muy analíticos, y algunos también utilizan la perspectiva
comparativa. Como resultado, el libro, siendo de interés para los
estudiosos de China, probablemente también interesará a teó-
ricos comparativistas de muchos ámbitos.
Una excelente ilustración de esta empresa intelectual es el
capítulo segundo de Prasenjit Duara. Duara señala que su obje-
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tivo es aportar nuevas categorías para conceptualizar el nacio-
nalismo, inspirándose en parte en las teorías posmodernas. Me-
diante una compleja argumentación cuya conclusión comple-
menta a la de Townsend, Duara sugiere que debe realizarse una
distinción crucial entre el estado-nación moderno y el naciona-
lismo, es decir el «nacionalismo nunca está completamente
subsumido en el estado-nación» (p. 64) y en China es mejor
considerarlo a partir de su compleja relación con una multipli-
cidad de narrativas e identidades históricas.
El esfuerzo del estado para transformar y monopolizar el
significado de la «nación», y, de este modo, el contenido del
nacionalismo consiguiente, es el tema de varios de los capítu-
los, comenzando por el del historiador John Fitzgerald. Como
manifiesta Fitzgerald en el capítulo tercero, en China «cada
uno de los principales movimientos estatales del siglo pasado
defendió una definición diferente de nación que era mutuamen-
te excluyente» (p. 96). Inspirándose en trabajos teóricos recien-
tes sobre el nacionalismo poscolonial y comparándolo a otros
movimientos de construcción nacional como los de India, Fitz-
gerald centra su atención en los cambios políticos del pensa-
miento nacionalista chino: ¿por qué a finales del siglo XIX los
reformadores confucianos todavía mantenían la asociación de
lo colectivo con la civilización china?, ¿en qué medida los re-
publicanos liberales durante el cambio de siglo concebían a la
nación como un cuerpo de ciudadanos?, y ¿cómo y por qué los
revolucionarios del Guomindang y los constructores del estado
la definían como aquello que abarcaba a una raza china? El
autor muestra la lógica utilizada por los comunistas chinos que
gradualmente redefinieron «nación» y «nacionalismo» para in-
cluir el concepto de clase social, y desde entonces el tipo de
«pueblo» que componía la «nación» excluiría a las personas
con antecedentes de clase sospechosos. Fitzgerald señala, como
conclusión, que mientras «las naciones de ciudadanos, raza y
clase podrían muy bien haber sido invenciones del estado»
(p. 125), el pueblo chino ha mantenido algunas nociones alter-
nativas de cómo permanecer juntos y, conforme China deja a
un lado el control ideológico hegemónico del partido en la ac-
tualidad, «el nacionalismo patriótico se ha arraigado fuera del
estado» (p. 127).
Lucian Pye explora en el capítulo cuarto una forma de iden-
tidad nacional no dirigida por el estado que, en un primer mo-
mento, proporcionó una alternativa potencial a las nociones de
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identidad nacional del Guomindang y de los comunistas: la cul-
tura china modernizada de los puertos de los tratados del lito-
ral. Pye realiza una distinción entre los chinos de los puertos de
los tratados por un lado, y el nacionalismo modernizador que se
desarrolló a nivel mundial entre las elites educadas de los pue-
blos colonizados. Explica por qué mientras «en cualquier parte
del mundo poscolonial el nacionalismo y la modernización se
reforzaban mutuamente, en China han sido básicamente fuerzas
antagónicas... Mientras en otros lugares las personas más mo-
dernizadas eran aceptadas como los portavoces más adecuados
de los ideales nacionalistas de la sociedad, en China, habitual-
mente, eran sospechosos de ser poco “chinos”» (pp. 139-140).
De hecho, el Guomindang y el partido comunista tenían pocos
dirigentes modernos. Sus líderes políticos procedían de la Chi-
na interior y parroquial y llevaron al nacionalismo por un cami-
no que evitaba su contaminación por los valores modernos. Pye
señala que hoy China se encuentra, patológicamente, con una
«rudimentaria e incoherente forma de nacionalismo» (p. 134), y
culpa de ello al rechazo temprano de «la combinación de nacio-
nalismo y modernización que se desarrolló en el litoral chino
antes de la guerra» (p. 161).
En el capítulo quinto, Wang Gungwu también observa la frus-
tada relación entre nacionalismo y modernización, situándola
en el rechazo de ambos partidos políticos al nacionalismo libe-
ral del movimiento del Cuatro de Mayo de 1919. El triunfo del
comunismo en 1949 trajo consigo una idea muy limitada y cada
vez más exclusivista del nacionalismo, incluso aunque los líde-
res del partido creyeran ser los proveedores de la revolución en
el mundo. Mirando hacia atrás, fueron más chinos que revolu-
cionarios, con una visión orientada hacia el interior antes que al
exterior.
La misma noción de nacionalismo chino, ya se encuentre en
los valores desarrollados en la sociedad de los puertos de los
tratados, o en el patriotismo de los activistas del Cuatro de Ma-
yo, o en el nacionalismo del Guomindang, o en las enseñanzas
nacionalistas del partido comunista, sólo concernía a una peque-
ña parte de la población durante las primeras décadas de este si-
glo. La mayoría de la población rural estaba circunscrita a sus
intereses localistas, ni siquiera tenía una clara noción de China
como un todo, y por supuesto no sintonizaba con los sentimien-
tos nacionalistas desarrollados por la clase culta, en las zonas
urbanas de China, y por los partidos políticos. Uno de los aspec-
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tos más importantes que sobresale en cualquier nacionalismo
moderno es la inclusión de círculos de población cada vez más
amplios a través del proselitismo de los movimientos políticos y
de los gobiernos modernos.7 China no ha sido una excepción.
Como Wang Gungwu indica, continúa debatiéndose si el nacio-
nalismo propagado por los organizadores del partido comunista
entre los agricultores del norte de China durante la guerra de
guerrillas contra los japoneses, fue el factor clave de la posterior
victoria comunista sobre el Guomindang (como argumenta Chal-
mers Johnson).8 Aunque pocos pueden cuestionar que la guerra
y el trabajo organizativo del partido comunista proporcionaron
un medio para introducirse en el ámbito local, entre otras cosas,
las enseñanzas del nacionalismo.
La revolución socialista tras el establecimiento de la Repú-
blica Popular, organizada desde arriba en cada pueblo y ciudad
de China, condujo a una penetración cada vez mayor del parti-
do-estado en las redes sociales y en la vida local hasta los años
setenta. Todas las personas del campo y de la ciudad se convir-
tieron por obligación en miembros activos de unidades de tra-
bajo, que fueron utilizadas como centros para la proselitización
continua del partido. Programas de alfabetización y de escolari-
zación modernos llegaron prácticamente a cada pueblo, y con
ellos la educación del estado cargada con fuertes dosis de na-
cionalismo. Las organizaciones de masas, la educación de las
masas y los medios de comunicación de masas alcanzaron por
primera vez a todos los pueblos chinos. Por primera vez, las
instituciones y los mecanismos de un estado centralizado mo-
derno funcionaron en su totalidad.
El nacionalismo no sólo fue inculcado de forma efectiva, si-
no que también su contenido se manipuló para servir al go-
bierno. Los nuevos símbolos sagrados de la nacionalidad que se
enseñaban, servían tanto a la nación como al partido-estado: la
bandera roja, la fiesta del Día Nacional para celebrar la funda-
ción de la República Popular, la plaza de Tian’anmen en Bei-
jing, y el presidente Mao, descrito como la sacrosanta figura
paterna de la nación y del partido.9 La causa socialista, el lide-
razgo del partido y la nacionalidad china aparecían en los libros
de texto como una identidad unificada.
Al mismo tiempo, al otro lado del estrecho de Taiwan, el
Guomindang fue acuñando su propio significado de nacionalis-
mo, en contraposición al radicalismo cultural e iconoclasta del
gobierno del continente. En un trabajo directamente relaciona-
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do con la amplia problemática del nacionalismo chino moderno
en la actualidad, Allen Chun utiliza en el capítulo sexto un mar-
co conceptual procedente del pensamiento posmoderno para
analizar el contenido y las imágenes del nacionalismo reforma-
das y propagadas por el gobierno exiliado en Taiwan para ade-
cuarse a su proclamación de ser el verdadero defensor y deposi-
tario del nacionalismo chino. El régimen de Taibei unió el
nacionalismo a la «preservación» de la cultura tradicional chi-
na, gloria de su civilización. De este modo, el gobierno del
Guomindang inculcaba su propia noción reconstruida de los va-
lores tradicionales chinos a través de la maquinaria de la es-
cuela, los medios de comunicación de masas y el ejército, se-
leccionando los aspectos de la tradición que promovían la
disciplina y el control. Como en la República Popular de China
(RPC), la ideología nacionalista estuvo fuertemente modelada
y dirigida por el estado y sus necesidades.
Hoy, en Taiwan y en el continente chino, el estado está per-
diendo su reciente capacidad hegemónica para definir el conte-
nido del nacionalismo, conforme los controles políticos se ha-
cen más flexibles y las fuerzas sociales se reafirman. James
Townsend observa que en la RPC ahora «la interpretación ofi-
cial de un pueblo unido luchando por la modernización de Chi-
na no coincide con la conducta real de los chinos» (p. 48). De
este modo, el contenido del nacionalismo chino cada vez es
menos homogéneo. A lo largo del libro se muestra la existencia
de una reserva de sentimientos dispuestos para ser manipula-
dos, que van desde el nacionalismo étnico Han, pasando por un
nacionalismo político dirigido por el estado que es reutilizado y
reescrito, hasta una interpretación culturalista de la nación.
Contemplando este escenario, Prasenjit Duara concluye: «En
ningún otro momento, esta multiplicidad de identidades políti-
cas, con sus ambivalencias y conflictos, resulta más clara que
en este tiempo confuso...» (p. 90).
Frente a los sentimientos de aislamiento de la época maoísta,
cuando muchos chinos creían en una China independiente que
avanzaba sin descanso hacia la gloria nacional, con Deng han
tenido que llegar a un acuerdo con una economía mundial don-
de China es simplemente el mayor país subdesarrollado, muy
lejos de sus vecinos económicamente sofisticados de Asia
oriental. En estas circunstancias, los sentimientos de orgullo
nacional y de identidad nacional son reconstruidos de manera
diferente. La plasticidad de la identidad nacional posmaoísta
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aparece con claridad en el capítulo séptimo de George T. Crane
cuando analiza el significado simbólico de las zonas económi-
cas especiales que han florecido y se han extendido por toda la
costa de China. Crane muestra cómo las zonas y las prácticas
económicas allí desarrolladas fueron inicialmente clasificadas
de excepciones a lo propiamente chino, encarnando una «alteri-
dad». También describe cómo con el tiempo, para un sector es-
tratégico del liderazgo y de la población, las zonas han llegado
a representar las aspiraciones nacionales y un cambio de para-
digma de lo que constituye la identidad nacional china. El mar-
co conceptual que Crane utiliza para analizar «la identidad eco-
nómica nacional» otorga a su capítulo un gran interés analítico
para aquellos lectores que no estén especialmente interesados
en las zonas económicas per se.
A partir de los continuos cambios en el debate sobre las zo-
nas económicas, han aparecido en la última década diferentes
escuelas de pensamiento sobre el nacionalismo y la identidad
nacional china, seguidas por sectores distintos del país. Pero
para la mayoría, como Crane y Townsend señalan, el senti-
miento popular no milita en ningún nacionalismo intenso; en
cambio, para muchos chinos las décadas de 1980 y de 1990 han
supuesto una época de apertura a ideas e influencias del exte-
rior.
En el capítulo octavo, Edward Friedman resalta el impulso
liberal de nuevas ideas sobre el nacionalismo desarrollado al
margen del gobierno entre amplios sectores de la población ur-
bana. Friedman señala, entre otras cosas, que la redefinición de
la identidad nacional mediante «el discurso meridional», por el
que la gente de Guangdong, Fujian, Shanghai y de otras regio-
nes del litoral del sur, cuestiona el mito histórico de un único
origen de lo chino en el norte, en la cuenca del río Amarillo, y
acentúa la diversidad de los orígenes y tradiciones. Desdeñando
la arraigada imagen nacional que mira hacia adentro construida
a partir del interior septentrional, el discurso meridional pro-
pone una nueva identidad nacional caracterizada por la apertura
comercial, interacción internacional, descentralización y pree-
minencia cultural del sur.
Geremie Barmé, por su parte, describe en el capítulo noveno
una corriente de pensamiento nacionalista más militante –en
ciertos casos, ultranacionalista– que está desarrollándose entre
los intelectuales y que ha sido favorablemente recibida por la
cultura de masas con numerosos libros populares y series de te-
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levisión. Barmé señala que «desde 1989 han aparecido muchas
señales de un creciente desencanto con Occidente y sus alia-
dos» (p. 265), y encuentra en los discursos nacionalistas un im-
plícito «deseo de venganza por todas las ofensas, reales o ima-
ginadas, del siglo pasado» (p. 264). Esto se manifiesta tanto en
los escritos que traicionan a un nacionalismo jactancioso como
en los de autoodio que desprecian con amargura las capacida-
des y las hazañas de los chinos.
Friedman y Barmé exponen dos escenarios que parecen dia-
metralmente opuestos. No obstante, hoy varias tendencias opues-
tas de pensamiento están desarrollándose simultáneamente en
China. Esto se debe, en parte, a que diferentes sectores de la
población responden de manera distinta a los inmensos cam-
bios que China está experimentando. Por otro lado, también es
consecuencia de la confusión de creencias y emociones presen-
tes en la mayoría de las personas, que se sienten abiertas a las
posibilidades de un desarrollo pacífico que mira al exterior al
mismo tiempo que abrigan dudas y temores sobre la posición
de China en el mundo –y no son inmunes a las lisonjas de los
celosos sentimientos nacionalistas ni al autoinculpamiento por
el odio hacia sí mismas.
El nacionalismo chino de hoy se asemeja a la ropa remenda-
da del bíblico José. No está hecho de una sola tela, de un único
sentimiento fácilmente comprendido. Por el contrario, incluye
un abanico de llamadas patrióticas inculcadas por el estado, una
identificación étnica Han y un orgullo culturalista; una confu-
sión de las aspiraciones de grandeza nacional junto al desarrollo
de reivindicaciones subnacionales de identidad regional; opti-
mismo de mentes abiertas y resentimiento contra lo extranjero.
En la medida en que la economía vaya bien y el futuro de China
sea brillante en la economía mundial, la apertura prevalecerá,
con la perversa llamada a sentimientos nacionalistas que son sa-
tisfechos emocionalmente en los espectáculos populares al mis-
mo tiempo que silenciados en la vida real. Si, por el contrario, la
actual expansión económica se malogra, si las aspiraciones de
los chinos devienen en nada, el repertorio de sentimientos emo-
cionales altamente nacionalistas requerirá una consideración
más seria.
No podemos predecir con total seguridad la forma de nacio-
nalismo que prevalecerá, del mismo modo que no podemos ha-
cer pronósticos seguros a largo plazo sobre la economía o la
política china. Pero con el conocimiento del contenido histórico
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del pensamiento chino, con la evidencia concerniente a las múl-
tiples facetas de los sentimientos actuales, y con las propuestas
conceptuales proporcionadas por los colaboradores de este li-
bro, estamos en situación de adentrarnos intelectualmente en la
compleja trama del sentimiento nacionalista chino, hoy y en el
futuro.
Notas
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