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4ET3

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COLEGIO DE BACHILLERERS

DE TABASCO PLANTEL N°5

Producto Esperado:
Ensayo acerca del surgimiento del sistema
presidencialista, la transición democrática, los gobiernos
de alternancia política y el surgimiento del México actual.
Presenta:
Wendy Paola Miranda González
Número de Equipo: #7
Semestre y Grupo: 4° “E”
Turno: Matutino
Nombre de la Asignatura:
Historia de México II
Nombre del Catedrático:
Juan de Dios Jiménez Ramos

H. Cárdenas, Tabasco a 2 de mayo del 2022


INSTRUCCIONES:
NOMENCLATURA DE LA ACTIVIDAD: 4ET3
Situación Didáctica 3 Bloques: V Presidencialismo y alternancia
política.
Título: “Bienvenidos al México contemporáneo. “
Propósito de la situación didáctica: Elaborar de forma individual un ensayo
digital en el que reflexiones sobre el surgimiento del sistema presidencialista,
la transición democrática, los gobiernos de alternancia política y el
surgimiento del México actual. Deberás abordar de forma breve los
momentos más destacados de este periodo que abarca de 1940 a 2018.

FECHA DE ENTREGA: 29 DE ABRIL DE 2022, VÍA CORREO


ELECTRÓNICO, ANTES DE LAS 4 DE LA TARDE.
Introducción
Algo que decir para introducirnos un poco sobre el surgimiento del sistema
presidencialista, la transición democrática, los gobiernos de alternancia política y el
surgimiento del México actual, es que El presidencialismo mexicano y sus controles
conforman una institución hoy día severamente cuestionada, las críticas apuntan a
su sustitución o, en el menor de los casos, su parlamentarización, vía gobiernos de
coalición. Partiendo de la discusión actual sobre presidencialismo y controles,
enfatizamos dos aspectos desdeñados: régimen de responsabilidades del Ejecutivo
y división de poderes, el primero; más eficaz hasta 1900 cuando el presidente podía
ser acusado de un abanico amplio de conductas incluyendo violaciones a la
Constitución y, la segunda, cuando las entidades elegían a los ministros de la Corte
y no la voluntad presidencial, modificación iniciada por Álvaro Obregón .
El presidencialismo, sostuvimos con anterioridad (2017), es un sistema, un tipo de
gobierno, que conforma, al lado del parlamentarismo, el dúo de regímenes típicos y
vigentes a nivel mundial y, como el resto de instituciones, es fruto de la modernidad.
Apareció con el primer Estado federal de la historia, los Estados Unidos de América
y, nuestro país, al alcanzar la independencia política de España y tras la fallida
monarquía de Agustín de Iturbide, lo incorporó también en su primera Ley
Fundamental, la de 1824, bajo la investidura del primer presidente en nuestra
historia. Así, entre altibajos y vicisitudes, el régimen de gobierno que nos ocupa ha
conducido los destinos del país durante casi dos siglos, sin embargo, el objeto de
estudio de esta investigación no es el presidencialismo mexicano a secas, sino más
bien sus controles, mismos que la teoría ha clasificado en jurídicos, administrativos
y políticos. Desde la óptica de las ciencias sociales, sin embargo, la judicialización
de las relaciones Ejecutivo-Legislativo parecería haber surgido, sino por generación
espontánea, sí por un cumulo de estructuras que incluirían la alternancia, el fin del
partido hegemónico y el acendramiento del capitalismo transfronterizo, pero,
además, el tránsito de país rural a urbano y el florecimiento de una cultura política
más crítica, informada, factores todos que llevaron al colapso de las llamadas
facultades meta constitucionales del presidencialismo mexicano, en términos del
insigne Jorge Carpizo (1994), al punto de extinguirlas casi. Sin embargo,
materialmente hablando, dicha disminución formal de facultades no se tradujo ni en
mayor responsabilidad ni en mayor eficacia en los controles al ejecutivo mexicano,
cuestiones que al día de hoy permanecen como asignaturas insolutas desde el
último cuarto del siglo XX y las primeras dos décadas del XXI, veinte años después
de la alternancia.
Contrario a esta visión, sostenemos que los controles al poder son el género y el
control al presidencialismo la especie. Veamos. El control al presidencialismo (es
decir, la existencia de órganos facultados para materializar los límites
constitucionalmente establecidos) apareció en las constituciones francesa e inglesa,
vía división de poderes (horizontal: legislativo, ejecutivo, judicial) siendo el
presidencialismo una variante del poder ejecutivo. Así pues, al límite que por sí
mismo supone la división de poderes, se aunó la forma republicana de gobierno, vía
elecciones periódicas, mandato temporal y no vitalicio de corte monárquico. La
división de poderes, sin embargo, desde la instauración del presidencialismo en
Norteamérica, más allá de un ordenamiento jurídico, supone ciertas condiciones
materiales, simbióticas con el presidencialismo si y sólo si ejecutivo y legislativo
provienen de fuerzas políticas distintas y existe un sistema de partidos consolidado,
no siendo así, se corre el riesgo de que el poder ejecutivo engulla al legislativo. Esta
sola observación parecería elevar a evidencia irrefutable la teoría del
presidencialismo mexicano y sus controles en razón de estructuras políticas,
sociales y económicas de las últimas tres décadas, nexo causal que si bien
reconocemos, no concebimos sin el concurso de un tinglado más amplio; control al
poder, a secas y control de constitucionalidad o justicia constitucional latu sensu.
De suerte que el control constitucional formaría un subtipo del control al poder. El
control al presidencialismo mexicano se remonta entonces, de iure y, en nuestra
óptica, a la instauración en nuestra Ley Fundamental de 1824 de la tríada
multicitada: división de poderes; límites temporales, renovación, si no periódica sí
continua del mandato y sistema norteamericano de constitucionalidad, de justicia o
control constitucional. Así, los controles al presidencialismo mexicano forman parte
de un cúmulo más amplio, control al poder en sí y por sí, vía limitaciones o
fiscalizaciones de índole política, judicial y administrativa, incorporándose la justicia
constitucional o control de constitucionalidad en nuestro sistema jurídico desde el
comienzo de nuestra vida como nación independiente. Siendo así que la
disminución de facultades del presidencialismo mexicano del último cuarto del siglo
XX coincidió con el establecimiento de la constitucionalidad europea y la sustitución
del modelo norteamericano de control. Esto último, evidenciado en las reformas
constitucionales que impusieron nuevos bríos a la Controversia Constitucional e
incorporaron la Acción de Inconstitucionalidad, amén de otros medios de control
constitucional que confirmaron, indubitablemente, a nuestra Suprema Corte como
Tribunal Constitucional, órgano encargado de ejercer el control. Reiteramos, los
controles al presidencialismo mexicano no sólo son producto del tránsito de un
sistema de partido a otro, de un modelo de acumulación a uno distinto o producto
de una cultura política democrática expansiva, reemplazo de la autoritaria anterior,
antes bien, devienen resultado del desplazamiento de un sistema de justicia
constitucional por otro y la necesidad de sujetar los actos del Presidente a la
Constitución, donde el cúmulo de medios de control constitucional, desde el Amparo
hasta la Controversia, juegan ahora un papel insoslayable.

Desarrollo
El régimen actual de responsabilidades del Ejecutivo mexicano y la falta de
independencia del Poder Judicial, conforman dos causas principalísimas de la
ineficacia en el control, siendo ambas figuras más eficaces en la Ley Suprema del
primer cuarto del siglo pasado.

En realidad el control constitucional en México ha retrocedido en lugar de avanzar


persistiendo en él dos instituciones fundamentales: el régimen de responsabilidades
del presidente, modificado en 1900, hallazgo que el insigne constitucionalista
mexicano Quiroz (2013) definió como un asunto de exclusivo control constitucional
y nosotros hicimos extensivo al presidencialismo, amén del antiquísimo debate
sobre la división de poderes, mismo que, según revela el análisis histórico de
nuestros textos constitucionales, la Norma Suprema de 1917 buscó afianzar
otorgando mayor independencia al Poder Judicial facultando a las legislaturas de
los estados a elegir a los ministros de la Suprema Corte, siendo el ex presidente
Obregón el responsable de haber modificado esta medida arrebatando tal facultad
a las entidades federativas depositándola en el presidente, situación que persistió
durante buena parte del siglo pasado. Lo anterior no deja de ser cierto pese a la
merma actual de potestades del ejecutivo; invistiéndose al senado, poder legislativo,
de la facultad de aprobar las ternas propuestas por el presidente, siendo así que si
el senado las rechazare hasta en dos ocasiones consecutivas, el presidente, por
ministerio de ley, nombraría al ministro faltante. Lo anterior no modifica en nada el
paradigma iniciado por Obregón toda vez que si bien el presidente de la República
no elige ya, personal, directamente, a los ministros de la Suprema Corte, él y sólo
él diseña las ternas que al final del día serán votadas. Por ende, esta sola facultad
presidencial mantiene la intromisión del Ejecutivo en la conformación de otro poder,
el encargado de ejercer el control constitucional, ni más ni menos. Lo último, pese
al ocaso de la elección directa del presidente sobre los máximos integrantes del
Poder Judicial.

Siendo el método histórico y la investigación documental los responsables directos


de nuestros hallazgos, aplicamos ambos métodos a los textos legales arrojando los
resultados que enunciamos, no obstante y sin conceder, hablar del control
presidencial que debería ser, incluiría las figuras siguientes: revocación de mandato,
gobierno de coalición, parlamentarización; mecanismos todos que añadirían nuevos
bríos y eficacia distinta a la judicialización, fiscalización y sujeción de los actos del
ejecutivo mexicano al imperio y contenidos de la Constitución. Figuras todas que
exceden con creces los límites de este trabajo. La doctrina, decíamos, ha
desdeñado dos aspectos que nosotros consideramos medulares: inexistencia de
mecanismos para fincar responsabilidad al presidente, sea por incumplimiento o
violación expresa de la Constitución, esto es, inexistencia de límites y órganos de
control, al tiempo que, contrario a lo que se sostiene en el papel, en México a la
fecha no hay efectiva división de poderes. No la hay porque la cúpula del Poder
Judicial es nombrada por el Presidente de la República, indirectamente pero
nombrada al fin. Así, entre el deber ser o la factibilidad de retornar al texto original
de 1917 y devolver a los congresos estatales la elección de los ministros, es clara
la cientificidad; existe un retroceso indubitable en nuestro texto constitucional. Pero
el fenómeno, inobjetable, científicamente observable, conduce a concluir que
mientras persistan los dos aspectos citados, toda implementación de mecanismos
de control hacia el Ejecutivo serán ineficaces. Apelamos al método histórico toda
vez que, como ocurre en todo fenómeno socio jurídico, ni la explicación ni la
comprensión pueden lograrse sin invocar la variable histórica, es decir, el conjunto
de trasformaciones que el fenómeno concreto ha sufrido con el tiempo. Lo cual es
cierto en tratándose de los controles al presidencialismo pues ambas variables,
presidencialismo y constitucionalidad, han padecido múltiples transformaciones en
el devenir histórico. Además del método histórico y el empleo del recurso sociológico
estructural, recurrimos al método lógico-jurídico al analizar los textos legales. En
esta guisa, desde el ángulo de los enfoques, el presidencialismo se estudia a partir
de una disciplina social concreta, sobresaliendo las dimensiones material y
normativa. la primera, objeto de estudio de la ciencia política y la sociología, la
segunda, del derecho, concluyéndose el presidencialismo un fenómeno fáctico. Por
otro lado, concerniendo a los ejes analíticos, se invocan mínimamente contenidos
esenciales, entre otros: funciones del Estado, división de poderes, frenos y
contrapesos, predominio del Ejecutivo, vínculo Ejecutivo-Legislativo, sistema
electoral y de partidos, mecanismos de remoción, oponiendo todo ello a la antítesis
del presidencialismo, el régimen parlamentario. Es así porque no existe mejor
manera de clarificar un concepto que echar mano de su opuesto. Con respecto al
análisis de la constitucionalidad o sistemas de control constitucional, partimos de
sus dos tipos ideales; americano el uno y europeo el otro, delineándose
características esenciales de uno y otro, difuso el primero, concentrado el segundo.
Asimismo, consideramos que el control constitucional, en tanto mecanismo para
sujetar leyes y actos de las autoridades, el ejecutivo lo es, a las directrices de la
norma suprema, incluye lo que cierto sector de la doctrina ha dado en llamar
controles al presidencialismo (políticos, jurídicos y administrativos), de tal suerte que
el control al presidencialismo es un subconjunto del control o justicia constitucional.
Ahora bien, mientras el énfasis está puesto en las variables que caracterizaron al
presidencialismo mexicano del siglo pasado, siendo éstas, taxativa mas no
exhaustivamente: sistema de partido hegemónico, hiper presidencialismo,
elecciones no competitivas, politización de la justicia electoral, sustitución de un
modelo de acumulación interno por uno aperturista, desregulador y favorable al
capital en detrimento del factor trabajo, no pasa desapercibido que la emergencia
de los factores anteriores coincidieron con el cambio de modelo de justicia
constitucional y la consolidación de nuestra Suprema Corte como Tribunal
Constitucional.
El presidencialismo mexicano actual es un régimen de facultades disminuidas, sin
las antaño conocidas prerrogativas meta-constitucionales, toda vez que el
presidente ha dejado de ser jefe del partido hegemónico y con ello el gran elector
de una administración pública centralizada y descentralizada, donde asignaba
directa o indirectamente miles de cargos públicos, administrativos y de elección
popular. Si bien, durante los sexenios foxista y calderonista quedó evidenciada la
pérdida de esta facultad, ésta pareció resurgir en el primer trienio del priista Peña
Nieto, en condiciones radicalmente distintas; ha cambiado nuestro sistema de
partidos, es más competitivo, estando el ejecutivo impedido de designar la totalidad
del aparato burocrático nacional. No remueve ni nombra gobernadores a capricho,
sin embargo, el saldo del sexenio peñista conduce a cuestionarnos sobre el
resurgimiento de la simbiosis jefe de partido y jefe de gobierno. Así pues,
pormenorizamos el viraje que ha tomado el presidencialismo mexicano del siglo XXI,
distinto al del siglo pasado, transformación que apunta a la modificación de la
tradicional división de poderes, toda vez que desde 1997 no ha coincidido el partido
político del presidente con quien ostenta la mayoría en el legislativo, erosionándose
la tradicional subordinación del primero hacia el ejecutivo. Por último, digna de
mencionarse es la eclosión de los organismos autónomos en las décadas que nos
ocupan pues los mismos han significado una merma considerable a las facultades
del Ejecutivo, bien arrebatándole su antigua esfera de poder, bien fiscalizándolo y
sujetándolo a cuentas. Entremos en materia.

Conclusión:
En el último cuarto del siglo pasado dio inicio la disminución de facultades del
presidencialismo mexicano, merma que correría al parejo con diversas
transformaciones materiales culminando en un nuevo régimen presidencial. La
emergencia de organismos autónomos, IFE (hoy INE), Banxico, etc, significó una
clara disminución de las facultades presidenciales, arrancando de su competencia
funciones antaño detentadas por el ejecutivo. A su vez, el tránsito del sistema de
partido único al competitivo, amén de los gobiernos divididos, desencadenaron la
alternancia del 2000, infringiendo cambios indubitables a nuestro régimen. El grueso
de la doctrina articuló así el discurso de las facultades acotadas, aduciendo que el
problema no era ya la disminución de las facultades presidenciales sino más bien
su eficacia, contrario a ello, reiteramos la permanencia incólume de una faceta del
presidencialismo anterior: el régimen de responsabilidades, ineficaz al momento de
fincar responsabilidades al titular del ejecutivo, aspecto desdeñado por el grueso de
la doctrina. En el mismo tenor, permanece como demanda insatisfecha la real
división de poderes, volviendo nugatorios, ambas disposiciones, todo esfuerzo por
limitar y controlar al poder presidencial. Ello vuelve ineficaz la teoría de las
facultades acotadas del presidencialismo mexicano, en tanto no se modifiquen los
dos rubros comentados, en tanto no sea así, podremos abrir los ojos a nuevas
alternativas: parlamentarización de nuestro régimen presidencial o eventual
sustitución vía el régimen parlamentario. Abanico ilimitado de opciones que
solucionarían las crisis actuales de legitimidad, responsabilidad e ineficacia que
padecen nuestras instituciones. En tanto, hemos buscado poner el dedo en la llaga,
ineficacia en los controles al régimen presidencial actual.

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