Plan de Pago de Deuda Previsional Del Frente de Todos
Plan de Pago de Deuda Previsional Del Frente de Todos
Plan de Pago de Deuda Previsional Del Frente de Todos
CAPÍTULO I
DISPOSICIONES GENERALES
CAPÍTULO II
UNIDAD DE PAGO DE DEUDA PREVISIONAL
ARTÍCULO 4º.- La UNIDAD DE PAGO DE DEUDA PREVISIONAL creada por la
presente podrá ser adquirida por las personas y por las y los derechohabientes del
o la causante en el caso de pensión por fallecimiento y regirá por el término de dos
(2) años contados a partir de la fecha de su entrada en vigencia, pudiendo ser
prorrogado por igual período.
ARTÍCULO 5º.- Aquellas personas que hayan cumplido a la fecha, o que cumplan
la edad jubilatoria prevista en el artículo 19 de la Ley Nº 24.241 dentro del plazo de
dos (2) años desde la vigencia de la presente, podrán acceder a la “UNIDAD DE
PAGO DE DEUDA PREVISIONAL” conforme el régimen establecido en la presente
ley y solicitar las prestaciones instituidas en los incisos a), b), c), d), e) y f) del artículo
17 de la Ley Nº 24.241 y sus modificatorias.
De igual modo, tendrán derecho a adquirir la UNIDAD DE PAGO DE DEUDA
PREVISIONAL aquellas y aquellos derechohabientes previsionales mencionados
en el artículo 53 de la Ley Nº 24.241 y sus modificatorias, siempre que existiera
inscripción previa de la o del causante al deceso como afiliado o afiliada al Sistema
Integrado Previsional Argentino (SIPA), formalizada y registrada ante la
ADMINISTRACIÓN NACIONAL DE LA SEGURIDAD SOCIAL (ANSES) o LA
ADMINISTRACIÓN FEDERAL DE INGRESOS PÚBLICOS (AFIP), según el período
que corresponda.
ARTÍCULO 10.- Las cuotas incluidas en el Plan de Pagos, previa aceptación por
parte de la persona solicitante, serán descontadas por la ADMINISTRACIÓN
NACIONAL DE LA SEGURIDAD SOCIAL (ANSES) de manera directa del haber
jubilatorio que se obtenga a través del presente Programa, mediante el
procedimiento que establezca la reglamentación y sujetas a la movilidad establecida
por el artículo 32 de la Ley Nº 24.241 y sus modificatorias.
ARTÍCULO 11.- La fecha inicial de pago de las prestaciones que se otorguen por
aplicación de la presente ley, será aquella correspondiente a la fecha de solicitud,
siempre que se cumpla con el resto de los requisitos necesarios para acceder de
ellas.
CAPÍTULO III
UNIDAD DE CANCELACIÓN DE APORTES PREVISIONALES PARA
TRABAJADORES Y TRABAJADORAS EN ACTIVIDAD
CAPÍTULO IV
DISPOSICIONES COMPLEMENTARIAS
Señora Presidenta:
Tengo el agrado de dirigirme a usted para poner a consideración un Plan de
Pago de Deuda de Aportes Previsionales que permita consolidar una política
sustentable, de corto y mediano plazo para solucionar una problemática que afecta
a nuestra ciudadanía y que arrojaría a la desprotección y la vulnerabilidad en la
vejez a cientos de miles de trabajadores y trabajadoras en el futuro cercano.
De aprobarse esta iniciativa, estaremos dando un paso muy importante para
dotar de previsibilidad a las ciudadanas y ciudadanos, a la vez que fortaleceremos
nuestro sistema previsional al reforzar el principio de la contributividad, conjugado
con el objetivo inclaudicable de alcanzar la universalidad en materia previsional.
Las políticas de seguridad social resultan un instrumento central dentro de
las herramientas con las que cuenta el Estado para garantizar el bienestar de su
población y, dentro de ellas, el componente previsional se torna de especial
relevancia, en tanto se trata del instrumento que permite que las personas mayores
afronten la contingencia de la vejez con seguridad de ingresos.
Argentina ha logrado en los pasados 15 años -y gracias a la implementación
de políticas de inclusión muy efectivas como las moratorias de la Ley 25.994 y del
Decreto 1054/05 de la Presidencia de Néstor Kirchner o la de la Ley 26.970 durante
la Presidencia de Cristina Fernández de Kirchner- una sólida cobertura de seguridad
social. Entre los instrumentos jurídicos que orientan a garantizar la cobertura de
seguridad social como derecho se destacan, además del artículo 14 Bis de la
Constitución Nacional, la incorporación en el artículo 75 inciso 22 de la Constitución
Nacional del conjunto de Declaraciones, Tratados y Pactos Internacionales sobre
Derechos Humanos; y, específicamente en materia de Seguridad Social, la más
reciente Ley 26.678 del año 2011, a través de la cual nuestro país ratificó el
Convenio N°102 de la OIT.
Más allá de este desempeño alcanzado, el nivel de cobertura no ha sido
siempre tan extendido y, en la actualidad, nos encontramos ante el inminente riesgo
de comenzar a experimentar un descenso abrupto de las tasas de cobertura
jubilatoria.
Lo que define la capacidad de cobertura de los sistemas previsionales es el
alcance de la protección respecto de la población definida (Mesa Lago, 2004). En
sistemas previsionales como el argentino, la cobertura abarca dos etapas diferentes
del ciclo de vida de las personas: una, mientras se encuentran en su etapa
laboralmente activa; y la otra, cuando el trabajador o la trabajadora ha alcanzado la
edad definida como la edad legal de retiro. En esta última etapa, es cuando se ponen
a prueba los efectos acumulados de las condiciones de cobertura en la etapa activa,
dado que, una vez alcanzada la edad para que el trabajador o trabajadora pueda
retirarse del mercado de trabajo, se espera que pueda remplazar sus ingresos por
una prestación monetaria que, en nuestro país, conocemos como jubilación.
Para poder jubilarse en Argentina en el régimen general del Sistema
Integrado Previsional Argentino y regido por la Ley 24.241, modificatorias y
complementarias, las personas deben alcanzar una cierta edad (65 años los
varones y 60 las mujeres) y deben acumular un mínimo de 30 años de servicios con
aportes. Es decir, las personas deben llegar a la edad de retiro con una robusta
trayectoria ya cumplida de trabajo registrado.
Sin embargo, nuestro país -al igual que otros de la región- ha atravesado
importantísimas crisis socioeconómicas y del mercado de trabajo que hacen que, a
lo largo de la historia laboral de las personas, para muchos y muchas, sea muy
dificultoso poder alcanzar el requisito de 30 años de servicios con aportes.
Hasta mediados de la década del setenta, Argentina consolidó un modelo de
desarrollo basado en la industrialización sustitutiva, con mayores niveles de trabajo
asalariado que el resto de América Latina, con incremento del acceso a la seguridad
social y bajas tasas de desempleo, pobreza y exclusión social. A partir del golpe de
Estado de 1976, la dictadura cívico militar instauró un modelo económico basado
en la valorización financiera y la actividad primaria, generando un proceso de
deslocalización, subcontratación y tercerización que deterioraron las condiciones
laborales y de bienestar de la población. A partir de entonces, comenzó la
ampliación del sector informal urbano, tendencia que se hizo más marcada durante
el periodo de convertibilidad durante toda la década del noventa y hasta la crisis de
2001 cuando, además, las instituciones laborales se debilitaron, se flexibilizaron los
derechos laborales y se transformó la estructura productiva en detrimento de la
actividad industrial, con informalidad, desempleo, subocupación y precarización
(CEPAL, 2021).
Las políticas de corte neoliberal de los años noventa tuvieron un alto costo
social, dejando la marca indeleble de la desocupación y la informalidad como
problemas estructurales del período.
La informalidad laboral se define por el no registro del trabajo asalariado por
parte del empleador y la no inscripción ante la seguridad social de quienes trabajan
en forma independiente. Se trata de un fenómeno complejo y multidimensional cuya
persistencia puede verificarse, incluso, en etapas de crecimiento económico y
recuperación del empleo.
La OIT (Bertranou y Casanova, 2014) analiza la problemática de la
informalidad como un fenómeno estructural del mercado de trabajo en Argentina.
Entre sus consecuencias se encuentra la desprotección de las trabajadoras y los
trabajadores frente a diversos riesgos sociales, como pueden ser los accidentes
laborales, el desempleo y la pobreza en la vejez, entre otros. A nivel más agregado,
la informalidad laboral afecta a la equidad, la eficiencia y la capacidad del Estado
para recaudar recursos, sostener el alcance de la seguridad social, la productividad
y el crecimiento.
Las nuevas políticas macroeconómicas implementadas a partir de 2003
transformaron el patrón de generación de empleo, favoreciendo la creación de
puestos formales, derogando la flexibilización laboral con la sanción de la Ley
25.877, reactivando el Consejo del Salario Mínimo, Vital y Móvil y las paritarias,
implementando el Plan Nacional de Regularización del Trabajo, entre otras muchas
medidas.
A pesar de las notables y persistentes mejorías del mercado de trabajo
evidenciadas a partir del año 2003 y hasta 2015, las marcas de las condiciones
previas ya se habían acumulado en las historias laborales de quienes hoy están
cumpliendo su edad de jubilación.
A través de las historias laborales puede darse cuenta de la densidad de
aportes de las personas a lo largo de su vida activa. Según el Boletín Estadístico de
la Seguridad Social (BESS, diciembre 2021), entre 1995 y 2020, las personas
aportantes cotizaron, en promedio, durante 9,62 meses al año. Sin embargo,
cuando se analiza esta densidad de aportes por sub-períodos, se observa que, entre
1995 y 2003, ese promedio fue de 9,30 y que, entre 2004 y 2015, fue de 9,72.
Debido a la acumulación de dificultades laborales en diferentes trayectos de
las biografías de las y los trabajadores, al observarse la densidad de cotizaciones
con la que las personas actualmente alcanzan la edad jubilatoria, los datos de la
seguridad social arrojan que, en lo que queda del año 2022, solamente 1 de cada
10 mujeres y 3 de cada 10 varones estarán en condiciones de cumplir con el
requisito mínimo de 30 años de servicios con aportes. Como resulta evidente, este
escenario –aunque vaya progresivamente mejorando por los efectos de pasadas
mejorías del mercado de trabajo- tendrá persistencia a lo largo de los próximos años
ya que, como ha sido dicho, las posibilidades de acceder a una jubilación están
altamente afectadas por un ciclo de más de 30 años de contracciones recurrentes
del mercado de trabajo.
Esta situación de larga data configuró el mercado laboral y
consecuentemente las trayectorias laborales de las personas en edad de trabajar,
y por eso en Argentina, desde el año 2005, se han implementado políticas públicas
de alto impacto en materia de inclusión previsional que permitieron que las personas
que no acumulaban la totalidad de aportes, pudieran saldar los períodos faltantes a
través de modalidades de regularización de pago. El primero de estos planes fue a
partir de la sanción de Ley 25.994 de diciembre de 2004 y los decretos 164/04 y
1454/05 en la Presidencia de Néstor Kirchner, que le dieron carácter permanente al
régimen de regularización de la Ley 24.476 y permitieron a las personas cancelar
su deuda de aportes en cuotas. El segundo Plan de Inclusión Previsional, durante
la Presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, fue en el año 2014, con la sanción
de la Ley 26.970.
Las moratorias previsionales de 2005 y 2014 atendieron la situación
problemática de las personas mayores que no habían podido completar sus
historias laborales contributivas, poniendo en igualdad de condiciones a las
trabajadoras y los trabajadores en cuanto al derecho a acceder a una jubilación
digna, pudiendo declarar y aportar a partir de este mecanismo de regularización por
períodos discontinuos de su historia laboral.
Estas políticas de inclusión previsional permitieron que, al día de hoy, haya
vigentes más de 3,6 millones de beneficios previsionales que se obtuvieron gracias
a este mecanismo de regularización.
Como menciona el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en un informe
del año 2013, un buen sistema previsional, con amplia cobertura, permite que la
pobreza en la vejez disminuya de manera notable. En ese sentido, resulta oportuno
recordar el fuerte impacto que tuvieron los planes de inclusión previsional en materia
de mejora de las condiciones de vida de las personas mayores, en especial, de
aquellas pertenecientes a los estratos más desventajados. Diferentes estudios dan
cuenta de que el incremento de la cobertura previsional (a niveles prácticamente
universales) como consecuencia de las moratorias, ocasionó una caída en la
incidencia de la pobreza entre las personas mayores. A su vez, esto tuvo impactos
positivos sobre todos los miembros del hogar, al verificarse que la incidencia de la
pobreza fue menor en los hogares con presencia de personas mayores que en
aquellos en que no los había. Es decir, las personas mayores, a través de sus
jubilaciones y pensiones, contribuyen a mejorar las condiciones económicas del
hogar, particularmente las de aquellos de menores recursos (Rofman, R. y Oliveri,
L., 2012; Calabria, A.; Calero, A; D'Elia, V., Gaiada, J., Rottenschweiler, S., 2012;
Tinoboras, C., 2018; Paz, J. y Arévalo, C., 2019).
Asimismo, a raíz de que las mujeres tienen mayores dificultades para
acumular períodos de servicios con aportes que los varones por las brechas de
género derivadas del mercado de trabajo, estas moratorias tuvieron, además, un
importante efecto de género. El 74% de las prestaciones previsionales obtenidas a
través de moratorias corresponde a mujeres y, por su parte, alrededor del 77% del
total de las mujeres jubiladas, lo pudieron hacer gracias a cancelar períodos por
estos planes de regularización.
Es importante destacar la impronta que han tenido las moratorias
previsionales como políticas públicas que, además de reforzar el principio de la
seguridad social como un derecho y como una garantía para afrontar la contingencia
de la vejez, lo han hecho sin fragmentar ni generar nuevos componentes no
contributivos del sistema previsional. Muy por el contrario, las moratorias han
priorizado la inclusión a través del Régimen General, previendo herramientas que
permitieran a las personas cancelar la deuda ocasionada por los períodos faltantes
que no habían sido aportados al momento de la vida laboral activa y que, en gran
medida, se explican por las condiciones estructurales que, ya se dijo, han
atravesado estas personas y que no dependieron de su voluntad.
De no haberse implementado las diversas moratorias previsionales que
estuvieron vigentes en distintos períodos desde 2005 no hubiese sido posible
alcanzar los altos niveles de cobertura previsional y que destacan al sistema
argentino, no solo a nivel regional sino también a nivel mundial.
Las diferentes etapas de los Planes de Inclusión previsional no pueden ser
analizadas por fuera de la implementación de un nuevo paradigma en materia de
seguridad social a partir del año 2003, de manera consecuente con un modelo de
desarrollo basado en la producción, el trabajo y la inclusión social. Tal vez el punto
más importante de este nuevo paradigma para la seguridad social haya sido la
sanción de la Ley 26.425 del año 2008, que dio nacimiento al SIPA y recuperó el
principio de integralidad, solidaridad y reparto, re-unificando el sistema previsional
en un solo régimen de administración estatal, generando un sistema de coberturas
sólido y sustentable en el tiempo. Otro hito fundante de un sistema de seguridad
social sólido y garante de derechos fue la sanción de la Ley 26.417 de movilidad
jubilatoria, que permitió el crecimiento real de las jubilaciones y pensiones a lo largo
del tiempo garantizando que las personas mayores recuperaran la dignidad de sus
ingresos después de toda una vida de trabajo.
Argentina llegó a tener niveles de cobertura previsional récord en la región y,
hacia diciembre de 2015, los haberes previsionales eran, en términos reales, los
más altos de América Latina, algo que fue reconocido por el propio Banco Mundial
en su momento.
El proceso de inclusión e incremento de ingresos reales de las personas
mayores se interrumpió a partir del cambio de gobierno en 2016 con un drástico
viraje en las políticas públicas de seguridad social, que produjeron mayor
desigualdad y discontinuaron o desaceleraron las medidas que permitían regularizar
períodos de aportes a las personas que no alcanzaban una trayectoria contributiva
completa al contar con la edad jubilatoria.
En el año 2016 fue sancionada la Ley 27.260 en la que se creó la Pensión
Universal para el Adulto Mayor (PUAM). Esta pensión no contributiva, buscó
remplazar la herramienta de las moratorias previsionales. Otorga una prestación del
80% del haber mínimo y refleja la imposibilidad por parte de las personas mayores
de reconocer los años de trabajo registrados que hayan acumulado cuando estos
no llegan a 30. Tampoco permite a las personas la oportunidad de hacer, aunque
sea de manera extemporánea, el esfuerzo contributivo para regularizar los años de
trabajo oportunamente no registrados. En relación a esto, cabe destacar que cerca
del 73% de las PUAM vigentes a marzo de 2022, cuenta con registros de aportes
en el SIPA a partir de 1994.
Un Estado preocupado por el bien común debe orientarse en la búsqueda de
recuperar coberturas universales y de calidad en materia de seguridad social,
garantizando derechos y promoviendo la generación de oportunidades para que las
personas puedan tomar participación activa y aspirar a un futuro mejor. Para ello
resulta indispensable la construcción de instrumentos de política pública a partir de
la inteligencia institucional, la buena administración, la empatía y el compromiso.
Actualmente, hay dos moratorias vigentes: la Ley 24.476 y la Ley 26.970 que
permiten que las trabajadoras y los trabajadores que han sido víctimas en el pasado
de prácticas laborales desfavorables y del flagelo de la desocupación, puedan
revertir esa situación al momento de la vejez a partir de cancelar la deuda de aportes
previsionales. La moratoria de la Ley 24.476, es permanente y permite a varones y
mujeres regularizar aportes por años trabajados entre el 1° de enero de 1955 y el
30 de septiembre de 1993. Esto significa que un varón que en 2022 cumple 65 años
de edad, en caso de necesitar, puede regularizar solamente 18 años de aportes
hasta septiembre de 1993 y deberá acreditar, al menos, otros 12 años de aportes
desde septiembre de 1993 en adelante. El período en que la persona debe tener
aportes realizados coincide con el período de mayores niveles de desocupación e
informalidad en la historia reciente de nuestro país. Por su parte, peores
posibilidades otorga a las mujeres, que deberán contar con, al menos, 17 años de
aportes posteriores a septiembre de 1993.
La segunda moratoria aún vigente, es la correspondiente a la Ley N° 26.970
del año 2014. Esta puede ser utilizada solo por mujeres de entre 60 y 64 años y
permite regularizar períodos de aportes desde los 18 años de edad de la solicitante
y hasta diciembre del año 2003.
Estas dos leyes vienen experimentando un proceso de agotamiento paulatino
a raíz de la fecha de corte de los períodos que permiten regularizar, lo que explica,
en gran media, la tendencia descendente en la cantidad de altas por jubilación entre
2016 y 2020, tendencia que se revierte en 2021 por la implementación del Decreto
475/21 de Reconocimiento de Aportes por Tareas de Cuidado por el cual más de
125.000 mujeres pudieron completar los requisitos para poder jubilarse.
A pesar del agotamiento mencionado, la Ley 26.970 es la vía a través de la
cual se genera la mayor cantidad de altas jubilatorias aún en la actualidad. Si se
consideran las altas de jubilación promedio de los primeros tres meses del año
2022, el 65 % de ellas recurrió a alguna de las dos moratorias para poder realizar el
trámite. Por su parte, de todas las jubilaciones por moratoria, el 74% se concretó a
través de la Ley N° 26.970.
La situación general de agotamiento de las moratorias resulta alarmante ante
la expectativa de sostener los niveles de cobertura en el tiempo. El inminente cierre
total de la Ley 26.970 en el mes de julio de 2022, imprime aún mayor urgencia a la
necesidad de un abordaje integral de esta temática.
Sin una nueva medida de regularización de aportes previsionales, la
cobertura jubilatoria en nuestro país caería brusca y notablemente. Así se
desprende del análisis de la cantidad de aportes de las personas que estarán
cumpliendo la edad de retiro en lo inmediato, siendo que apenas entre un 30% y un
37% de los varones de 64 años y entre un 12% y un 25% de las mujeres de 59
llegarán a la edad con el requisito cumplido de los 30 años de servicios con aportes.
Por su parte, un 27% de los varones y un 22% de las mujeres deberían regularizar
entre 5 y 19 años faltantes de aportes, mientras que el resto, debe regularizar más
de 20 años de servicios para poder jubilarse.
Extendiendo el análisis de la densidad de aportes a personas que aún están
a unos años de cumplir la edad de retiro, aunque se comienzan a mostrar signos de
leve mejoría, también puede detectarse la dificultad de acumulación de períodos
contributivos suficientes para llegar a la edad de 60 las mujeres y 65 los varones
con los 30 años de servicios con aportes.
Para las mujeres de 50 a 58 años y los varones de 55 a 63 años, se advierte
que un 24% de las mujeres y un 12% de los varones no cuentan con aportes
registrados en la actualidad y que un 47% de las mujeres y un 37% de los varones
tienen apenas entre 1 y 15 años de períodos con aportes registrados, por lo que,
aun suponiendo que mantuvieran las mejores condiciones en lo que resta de sus
trayectorias laborales, no podrían alcanzar los 30 años de servicios con aportes
requeridos.