Género y Política
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Género y política
Virginia Vargas V.
Última consulta, 20 diciembre 2006
http://www.flora.org.pe/ensayos.htm
Introducción
En esta intervención quiero desarrollar el análisis de las relaciones de género desde una
perspectiva política. En la primera parte, abordaré los procesos de construcción del género y cuál
es su significado, no solo para las mujeres y los hombres, sino también el impacto que estas
relaciones tienen en el cuerpo y la sexualidad de las mujeres, e indudablemente de los hombres,
así como su impacto en las relaciones de exclusión y subordinación de la sociedad. En un segundo
momento, abordaré el impacto del género en la política para pasar luego a dos diferentes enfoques
de género, técnico y de justicia. Terminaré con el análisis de la relación entre género, ciudadanía y
democracia, ubicando la lucha por las transformaciones de género como una dimensión
fundamental de la lucha por la cualificación de la democracia.
Una de las cosas que más me inspiró cuando comencé a reflexionar sobre el género fue la frase de
Simone de Beauvoir, feminista francesa, pionera de hace cerca de 65 años, en su famoso libro El
segundo sexo. Ella dijo una cosa muy simple pero contundente: “no se nace mujer, se llega a ser
mujer”. Es decir no nacemos mujeres tal cual nos conocemos en el transcurso de nuestras vidas,
sino que nos hacen mujeres tal cual como la sociedad quiere que sean nuestras vidas. Entonces,
frente a esta realidad, a este descubrimiento de que éramos mujeres de determinada forma que no
necesariamente correspondían a lo que podría ser definido como ser mujer, es que las primeras
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feministas comenzaron a estar muy interesadas a rechazar lo que era el determinismo biológico.
Es decir, no somos como somos por la biología, somos como somos por la cultura, somos como
somos porque la sociedad nos otorga determinado tipo de características a mujeres y hombres.
Esto, evidentemente, lo que hizo fue evidenciar que la diferencia de los cuerpos femeninos y
masculinos había dado origen a la existencia de papeles y roles sociales diferenciados y
presuntamente a diferentes capacidades intelectuales o capacidades valoradas en forma diferente.
¿Cómo es que se logra esto? Se logra a partir de un tremendo y laborioso proceso en su mayor
parte encubierto, no es evidente, no es visible para nuestras madres y padres, no ha sido visible
para nosotras las que somos madres en el momento en que estábamos criando nuestros hijos y
nuestras hijas. Creo que la noción y el reconocimiento de esto ha sido un proceso que ha tenido
que vencer muchísimos obstáculos, principalmente el obstáculo de la naturalidad con que se viven.
Entonces ha sido un proyecto muy laborioso, muy persistente a lo largo de la historia, y que ha
dado lugar a una realidad no solamente de diferencias entre mujeres y hombres, sino ha dado
lugar a una realidad llena de sanciones, llena de tabúes, de prohibiciones, de prescripciones sobre
lo que se tiene y lo que no se tiene que hacer, de lo que le corresponde a la mujer y de lo que le
corresponde al hombre. Foucault, intelectual francés homosexual, ha sido una de las personas que
ha hecho más interesantes teorías sobre las diferencias y las prohibiciones. El habló sobre la lógica
de la prohibición, y dijo que el mundo y la forma en que los procesos y las relaciones humanas se
dan, están sustentadas en una lógica de prohibición que tiene varios momentos. Primero, el negar
que eso exista, por ejemplo como les decía, la sexualidad de las mujeres no existe, no existe
desde niña, existe desde el momento en que se va descubriendo y existe llena de tabúes y de
prohibiciones. Lo mismo pasa, decía él, con los homosexuales, la homosexualidad está presente y
es vivida por muchas mujeres y por muchos hombres, pero “no existe” a los ojos de la sociedad; y
cuando existe, cuando comienza a hacerse visible, cuando comenzamos a darnos cuenta que el
vecino o la vecina son homosexuales o lesbianas, el otro mecanismo de la prohibición es impedir
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que sea nombrado, es decir, no se habla del tema, no se logra poner el tema en discusión, ni en
los medios de comunicación y mucho menos en los coloquios. Cuando ya no se puede, cuando ya
es más o menos evidente, se dice que eso no debe hacerse, eso que están haciendo no está bien,
esta malo. Entonces se sanciona y se deslegitima.
¿Y esto cómo se da? No se da como les decía a partir de mujeres individuales u hombres
individuales, que podemos ser extraordinarios, inteligentes, maravillosos, solidarios, querer a
nuestros hijos y querer lo mejor para ellos y etc. etc. Se da básicamente a través de símbolos.
Cargados de valoración diferenciada en relación a los sexos, de normas que interpretan lo
símbolos, normas sobre el comportamiento de lo que se espera de las mujeres y de los hombres,
de lo que se espera de lo masculino o lo femenino, sin nombrar o sancionando aquello que
creemos que no se debe hacer. Y se da a través de instituciones y organizaciones sociales que
justamente contienen y asumen como válidas estas normas. La familia es una institución por
excelencia que transmite estas normas diferenciadas y autoritarias de género, que como les digo
va más allá de la bondad de los padres o de las madres y de las familias en sí misma. De allí la
importancia de democratizar las familias. Pero también la educación, por supuesto, la educación es
un poderosísimo vehículo, de transformación y de cambio, pero también es un poderoso vehículo
para aceptar verdades rígidas y visiones tradicionales que no ayudan a la transformación. El
estado es también una institución por excelencia para perpetuar o modificar las relaciones de
género, como vamos a ver más adelante. Y la jerarquía eclesiástica, que tiene una especial
importancia en lo que es la conservación de las relaciones de género no democráticas entre
mujeres y hombres.
Pero frente a esta lógica de la prohibición, de la no existencia, una de las contribuciones por
excelencia de las mujeres organizadas, de los movimientos de mujeres y feministas, ha sido
justamente el nombrar lo que no tenía nombre. Fue mi generación, hace ya casi treinta años, la
que comenzó a nombrar lo que no existía a los ojos de la sociedad. No tenía nombre la violencia
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Sin embargo este nombrar tuvo un elemento fundamental para mí, que fue el colocar el cuerpo en
el centro de la mirada y, por lo tanto, colocarlo en la agenda política. Porque creo que el cuerpo es
el espacio fundamental para transformar las relaciones de género. Porque la relaciones entre los
géneros, que son relaciones en este momento de subordinación, de dominio de un sexo sobre otro,
se construye, como dice Marta Lamas, básicamente a partir de un poder particular que tiene el
cuerpo de las mujeres, que es la procreación, y fue necesario reglamentar de alguna forma ese
poder y controlar la capacidad reproductiva de las mujeres. Pero, ¿cómo controlarla sin destruirla?
Básicamente, controlando la sexualidad de las mujeres en todas sus dimensiones; y eso deviene
como el elemento clave en todo este proceso.
Por supuesto que el controlar la sexualidad de las mujeres se dio a partir de una tremenda
articulación de miles de estrategias y complicidades de estas instituciones y sistemas de control, de
educación, de considerar un determinado tipo de familia y no otro. Todas estas instituciones
moldean lo que son las relaciones de género. Pero, por supuesto, son instituciones que cambian a
lo largo de la vida, yo les estoy dando un panorama histórico de cómo se fue generando este
proceso a lo largo de los diferentes momento y ciclos históricos; sin embargo, no son procesos
estáticos, sino que van cambiando a lo largo de la historia, como analizaré más adelante. En
diferentes momentos históricos han existido un conjunto de creencias y de mitos que se expresan,
de diferentes formas y con diferentes contenidos, primordialmente en la sexualidad, que es lo
reprimido por excelencia, pero también es lo trasgresor por excelencia. Basta acordarnos de las
brujas quemadas, de cómo cualquier mujer que se escape del molde es considerada prostituta, sea
o no sea, o de cómo son catalogadas las feministas cuando luchamos para ser personas
autónomas y no complemento de otra persona. Estas resistencias por recuperar un cuerpo que no
es reconocido, una sexualidad que no tiene posibilidades de expresarse ni reconocerse
autónomamente y en sí misma, sino como complemento de lo masculino ha llevado a desarrollar
una lógica perversa y excluyente no solo para las mujeres sino también para mirar la sociedad y
para construir una doble moral, para reprimir, para no ser democrático y democrática en la forma
de visualizar, ya no solo las relaciones entre mujeres y hombres, sino las relaciones con el otro o la
otra persona o la otra idea.
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Es decir esta lógica de exclusión va más allá de las mujeres y de los hombres para darse en todo
aquello que sea diferente a lo que uno siente que es lo válido y lo correcto. Por ejemplo, todo lo
que es la resistencia a la homosexualidad, todo lo que significa la lucha por los derechos de las
diversidades sexuales por el reconocimiento de su derecho a una sexualidad decidida por ellos, es
parte de esta mirada antidemocrática y de los intentos de confrontarla. Sin embargo, también tiene
que ver con otras dimensiones del cuerpo, por ejemplo, el color de la piel, que da origen a una
forma de ver al otro llena de prejuicios y llena de exclusiones, que es lo que conocemos como
racismo. El Perú es una sociedad profundamente racista, donde hay un desprecio de lo andino,
hay un desprecio de lo indígena, hay un desprecio de lo negro.
Pero también el hambre es un problema del cuerpo, porque afecta dramáticamente el desarrollo de
los cuerpos de las nuevas generaciones. En estos momentos mucho de los estudios de
economistas y sociólogos están apuntando a cómo, dada la tremenda crisis económica que ha
traído el modelo neoliberal en el que estamos sumergidos en América Latina y en el mundo, las
nuevas generaciones están viendo atrofiadas sus capacidades físicas para ser ciudadanos y
personas plenas en su adultez.
Así, la lucha por poner al cuerpo en el centro de una mirada política incluye la sexualidad, pero va
más allá de ella, para incluir todas aquellas manifestaciones que tiene al cuerpo como el centro de
su impacto y su limitación.
Y esto es político. Lo es tanto como el uso del cuerpo y la sexualidad de las mujeres para negociar
otros recursos y distribuciones de poder. Lo primero que se asalta, por ejemplo en las guerras
internas, es el cuerpo de las mujeres, es decir, basta ver lo que ha sido el análisis de la Comisión
de la Verdad en este país, en el Perú, y el caso de las mujeres violadas durante los veinte años de
conflicto que sufrió el país. La violación de esas mujeres costó que fuera reconocida, todas las
demás violaciones de los derechos humanos fueron rápidamente reconocidas por muchas y
muchos de nosotros y nosotras. Sin embargo la violación de las mujeres tardó mucho más. Y eso
no ha pasado solo en Perú, pasó en Yugoslavia, pasó en Guatemala, pasó en todos los países
donde hay guerras internas o guerras externas. Es decir, el cuerpo de las mujeres en las zonas en
conflicto es visto como botín de guerra por todos los bandos, y las violaciones contra las mujeres
en guerra o no guerra es vista como expresión de hombría y como conquista de otro territorio.
3. El género en la política
El género y el cuerpo de las mujeres tiene otros significados en la política. Por ejemplo, hace unos
años, en Ecuador, ustedes se deben acordar, hubo un presidente bastante loco y corrupto que fue
Bucaram, que finalmente fue destituido. Bucaram, llevó como vicepresidenta a una mujer muy
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interesante, Rosalía Arteaga. Él se presentaba en los mítines con ella y le levantaba la falda y
decía: “Mire que lindas piernas tiene mi Vicepresidenta”. En esta misma línea se inscriben las
burlas y los chistes sexuales. Si una mujer es fuerte en política dicen que le falta un macho. Fue
también nuestra experiencia, en los inicios del feminismo de la segunda oleada en el Perú, en
nuestras primeras movilizaciones como feministas, a fines del gobierno militar e inicios del primer
gobierno de Fernando Belaúnde. Estábamos en todas las luchas sociales de ese momento, y
éramos consideradas feministas conscientes y solidarias. El día que salimos por la movilización por
los derechos sexuales de las mujeres y el derecho al aborto, no solo recibimos una tremenda
agresión en las calles, sino que al día siguiente en el diario Marka, el poeta Francisco Bendezú
escribió un artículo: “Las feministas son flores sin regar”, es decir, nos faltaba macho.
Y, además, las mujeres en la políticas tenemos techo de cristal, podemos tener cuotas, podemos
ser parlamentarias, regidoras, podemos tener algunas alcaldesas, pero no se cambia la
composición masculina de la política. No porque no tengamos capacidad, no porque no tengamos
cuotas, no porque no tengamos ganas, simplemente porque tenemos el límite del monopolio
político masculino.
Ese monopolio masculino exige a las mujeres, como dice Amelia Valcárcel, tres votos clásicos:
pobreza, castidad y obediencia; y, además, somos prescindibles, nos pueden cambiar en cualquier
momento. Por ejemplo, en lo que va del gobierno de Alejandro Toledo, el Ministerio de la Mujer y
Desarrollo Spcoañ es el único que ha tenido siete u ocho cambios de ministras. ¿Por qué?
Preguntémosle a los políticos por qué negocian tan frívolamente este Ministerio.
El mercado de trabajo y el ámbito doméstico es otro espacio de desequilibrio de género. Una de las
cosas que compartimos las mujeres de todas las sociedades y de las diferentes culturas es la
invisibilidad de nuestro trabajo doméstico, que las feministas llamamos economía reproductiva, sin
la cual la economía productiva, esa que se hace en lo público, en las fábricas, que se hace en las
oficinas, no funcionaría, no se podría dar, porque no hubiera quién hiciera la reproducción cotidiana
de esa fuerza de trabajo. Incluso, aunque sea la mujer la responsable de la familia. Por ejemplo, a
las mujeres jefas de familia que cada vez son mas en este país, se les llama amas de casa o
mujeres solas, no jefas de familia, la jefatura está acá ,generalmente, para los hombres. Y por
supuesto, cuando le preguntan a los hombres si su mujer trabajan, responden mi mujer no trabaja,
mi mujer está en la casa como si la casa no fuera trabajo. Lo importante no es tanto reconocer que
las mujeres trabajan en la casa, sino que ese trabajo es parte fundamental de la economía, de la
sociedad, y por eso es que se llama economía reproductiva.
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Ahora bien, por suerte la vida no es estática, la vida se mueve y el mundo se mueve, y nuevamente
recurro a Simone de Beauvoir. Cuando hace ya 60 años descubrieron los métodos anticonceptivos,
su mero descubrimiento, dice Beauvoir, fue una revolución en la vida de las mujeres y eso era,
Incluso, si algunas mujeres no tienen interés en usarlo, o no tienen acceso a ello, o no tienen
fuerza para asumirlo como propio, solo el hecho de reconocer su posibilidad termina con el
fatalismo fisiológico de la maternidad; es decir, si el destino de las mujeres ya no era entonces ser
madre en exclusividad, teníamos que comenzar a buscar un destino adicional. Ese destino
adicional ha sido el que ha marcado la lucha de las mujeres a lo largo de estos sesenta años para
adelante. No porque antes no haya habido, pues en este país, en nuestra historia, tenemos
muchas mujeres feministas que lucharon antes por la educación, por el voto, que terminaron
exiliadas, que terminaron postergadas. Sin embargo, creo que el gran auge de esta mirada de
transformación de las mujeres viene básicamente a partir de los últimos 40 ó 50 años, en los que
los primeros anticonceptivos, los cambios en la educación, el acceso masivo de las mujeres a la
educación, el acceso de las mujeres al trabajo, el derecho al voto, comienzan a marcar la
diferencia.
Sin embargo, han habido cambios mucho más profundos en este último periodo, con los cambios
traídos por el proceso de globalización, muchos de ellos tremendamente negativos, por coincidir en
el tiempo con el enfoque neoliberal. Pero ha producido otros cambios. No solo la posibilidad de
cada vez más movimientos globales, por una globalización alternativa. También ha producido
cambios en el paradigma específico de la producción y de las relaciones laborales, basado antes
en ocupación a tiempo completo, básicamente masculina y en el salario familiar. Ese paradigma
que dio origen a todo el desarrollo industrial que conocimos hasta hace unos años, quedó
absolutamente destruido por la falta de estabilidad laboral, por la falta de ocupación a tiempo
completo, por la incorporación creciente al mercado laboral de las mujeres. También ha habido
cambios en la forma de relación entre los sexos, el piso se ha modificado porque la relación entre
los sexos y los valores familiares, por ejemplo, también comienzan a ser diferentes, hay mayor
autonomía de las mujeres de muchas formas, hay un reconocimiento de diferentes tipos de familia,
que existen, que están ahí, ya no solamente papá, mamá e hijito; son muchas familias de mujeres
solas con hijos solos, hombres solos con hijos solos, hombres viviendo con hombres, mujeres
viviendo con mujeres, familias extendidas, homosexuales, lesbianas, exigiendo su derecho al
matrimonio, a formar una familia, y mucha variedad de formas de familia que antes no había.
Creo que todos estos cambios a pesar de que han traído tremenda exclusión y mayor pobreza, por
otro lado, también han traído la posibilidad de comenzar a visualizar la posibilidad de relaciones de
género más democráticas, más igualitarias, en las que las mujeres estamos peleando por
cambiarlas y los hombres por primera vez empiezan, también, a tratar de ver cómo cambian su
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forma de ser masculina. Los estudios y los grupos de masculinidad están creciendo en muchos
países de América Latina, y también en nuestro país. Todo esto también ha comenzado a ampliar
los marcos de elección de muchas mujeres.
Estas dos formas de justicia están profundamente relacionadas, pero se han entendido separadas.
La justicia como respuesta a necesidades extremas ha sido generalmente una justicia que ha
reforzado la idea de ciudadanías subordinadas, de segunda categoría, de dependencia, unas
ciudadanías que se alimentan de caridades y no de derechos. En cambio si logramos articular la
redistribución con el reconocimiento, nos encontramos con la posibilidad de modificar mucho más
radicalmente esta situación. Indudablemente que hay luchas con más énfasis en el reconocimiento.
Por ejemplo, las luchas de los homosexuales se enfrentan a una sexualidad primero no nombrada,
desconocida, despreciada, víctimas de un modelo hegemónico que privilegia un modelo
heterosexual y que persigue y culpabiliza a los otros diferentes. Los homosexuales y las lesbianas
son echados del trabajo, son echados de las discotecas, sometidos en las cárceles, son tratados
en forma tremendamente violenta cuando están presos. Los homosexuales de todas las clases
tienen el mismo desprecio de la sociedad. En cambio, en el caso del género o de la raza, estas son
colectividades que combinan tanto la estructura de redistribución económica inequitativa como la
estructura cultural valorativa despreciadora de la sociedad. Por tanto, las soluciones no son ni
redistributivas ni solamente de reconocimiento, sino que son ambas al mismo tiempo.
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Así, el género tiene que combinar una mirada de justicia mucho más compleja que solamente dar
un poco más de redistribución o reconocer algunos derechos. Es decir, la única forma, por ejemplo,
en que las mujeres que ya han logrado autonomía política entre comillas, o ciudadanía política, la
pueden ejercer si es que logran al mismo tiempo una ciudadanía económica, es decir derecho al
trabajo. O una ciudadanía que reconozca su derecho a la integridad física y a la decisión sobre su
cuerpo, es decir al control de su sexualidad; o una ciudadanía que sea capaz de desarrollarse en
forma plena a nivel civil también para las mujeres. Porque en un país como el nuestro no tiene
sentido tener derecho a voto si no tenemos al mismo tiempo acceso al DNI y eso pasa a una gran
cantidad de mujeres rurales. Entonces hay luchas que tenemos que dar desde el género, pero que
van mucho más allá del género, a nivel de estas articulaciones entre lo redistributivo y el
reconocimiento.
Resumiendo esta parte, el género puede ser una categoría profundamente radical y
transformadora o puede ser una categoría regresiva y tecnificada. No es suficiente el conocimiento
sobre el género. El conocimiento sobre el género no transforma la vida de las mujeres, sino lo que
la transforma es la apropiación de ese conocimiento para transformarse en sujeto social capaz de
decidir sobre su propia vida. El género puede ser un elemento congelado en el tiempo y
neutralizado políticamente o puede ser un elemento renovador de la historia, de los símbolos, de
las actitudes, de las cotidianeidades de las gentes. Solo recuperando el género como un terreno de
disputa contra estas miradas apolíticas, asumiendo las diferencias que trae el género como un
derecho a la igualdad y a la diferencia, y no como una razón de deslegitimación y de subordinación
es que podemos comenzar a cambiar la sociedad.
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nueva forma de pensar las ciudadanías y la sociedad. Y esto está, también, modificando la
dimensión subjetiva de la ciudadanía, es decir, aquella que hace que las personas nos sintamos
mayores o menores merecedoras de derecho. Hay personas que se sienten mucho más
merecedoras de derechos de lo que tiene que ser, y hay personas, generalmente mujeres,
generalmente indígenas, que se sienten con mucho menos merecimientos de derechos del que
deberían tener.
Uno de los aspectos fundamentales en la relación del género con la ciudadanía es esta
modificación de la conciencia del derecho a tener derechos y, sobre todo, su relación con la
democracia.
Y para ello, el recuperar a las mujeres como sujetos sociales y políticos significa el recuperar la
posibilidad de una conciencia de ser para sí mismas y no para los demás. Y eso significa hacerme
cargo de mis desigualdades, de las desigualdades y discriminaciones de las mujeres, luchando,
buscando posicionarnos como sujetos sociales y políticos, cuyo valor ético y fundamental es luchar
contra aquello que impide que yo sea un sujeto para mí misma y que viva para los demás. Es decir,
no dejar a las mujeres al servicio de la familia y de los hijos en exclusividad, sino asumir que eso es
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también responsabilidad y derecho de los hombres. No tratar a las mujeres como menores de edad
que tienen que pedir permiso para salir, que tienen que pedir permiso para entrar, que tienen que
pedir permiso para fantasear sexualmente, que tienen que pedir permiso real e imaginario a ellas
mismas para hacer las cosas que quieren hacer. No ubicarlas como dependientes del marido ni del
estado ni de la iglesia. Reconocer su aporte económico y social a partir de reconocer su trabajo
reproductivo, reconocer que tiene derechos reproductivos y derechos sexuales, y reconocer que
tiene capacidad autónoma sobre su vida y su cuerpo.
Este acercamiento trae otra mirada a la política, incorporando una dimensión subjetiva que ha
estado generalmente ausente, y extendiéndose también hacia otros cambios democráticos. Porque
este proceso de ser para sí misma y no para los demás es una lucha por cambiar las dinámicas de
exclusión y subordinación que trae el género tal cual está construido hoy, subvirtiendo el sentido
tradicional con el que se pensaba el mundo, la sociedad y los cambios transformadores. Éste ser
para sí misma y no para los demás requiere un desarrollo equilibrado de las diferentes
dimensiones ciudadanas, no solo derechos civiles y políticos, que para las mujeres, hemos visto,
requieren mucho más reconocimiento y expansión, también la dimensión socioeconómica de la
ciudadanía. Sin recursos económicos, sin acceso al empleo, sin reconocimiento de su trabajo
reproductivo, las mujeres no son reconocidas como sujetos ciudadanos. Pero también el cambio de
las instituciones. Por ejemplo, Ministerios de la Mujer que se orienten a ampliar los márgenes de
maniobra de las mujeres y su autonomía y no se orienten a políticas de alivio de la pobreza, o a
discursos políticos que no recuperen su derecho a decidir sobre su propio cuerpo. No solo leyes,
importantes sin duda, pero que no se cumplen por falta de garantías, o por falta de reconocimiento
por parte de las mujeres.
Un cambio fundamental, para lograr que las mujeres seamos sujetos y actoras en la transformación
de nuestras vidas y circunstancias es, indudablemente, la existencia de un estado laico y una
cultura secular, pues no solo amplia los márgenes de maniobra, real y simbólicos, de las mujeres y
la sociedad, sino que favorece la consolidación de una cultura democrática. Y ello es mas urgente
que nunca en este país, ante la campaña abierta, desde diferentes espacios, contra los derechos
de las mujeres, contra las recomendaciones de la Comisión de la Verdad, contra todo aquello que
civilice y enriquece democráticamente la sociedad.
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