Ecosistemas Terrestres y Biodiversidad en La Península de Paraguaná
Ecosistemas Terrestres y Biodiversidad en La Península de Paraguaná
Ecosistemas Terrestres y Biodiversidad en La Península de Paraguaná
Autores
1. Introducción.
Venezuela, el estado Falcón y por ende la Península de Paraguaná, no escapan de las influencias
del trastorno del sistema climático global y es por ello que se hace prioritario e importante
empezar a investigar y recopilar data e información para develar y comprender como afectará a
los ecosistemas, la biodiversidad, la economía y a las poblaciones humanas este fenómeno
climático global en los próximos años, y conocer cuáles serán las alteraciones y probables
repercusiones en el clima de la región.
En tal sentido, como grupo de investigación se presenta el siguiente informe sobre la información
existente para los ecosistemas terrestres de una de las zonas más secas del país como es el caso de
la Península de Paraguaná. Los datos e información aquí recopilada es el producto de algunos
trabajos de investigación que se han venido realizando en la zona de estudio durante los últimos
10 años aproximadamente, e incluso de más vieja data, producto de los esfuerzos de
investigación de otros grupos que hicieron vida en la UNEFM entre 1980-1998. El propósito de
este Dossier es hacer un relevamiento sobre las principales características del clima, las
comunidades vegetales y del suelo, bajo condiciones naturales y de intervención antrópica, que
permitan establecer una línea base sobre las reservas de carbono en los ecosistemas y el cambio
del uso de la tierra, que pueda ser incorporada en un próximo reporte sobre el impacto del cambio
climático en Venezuela, y más específicamente en lo relacionado a los ecosistemas de zonas
áridas e hiperáridas centro-occidentales.
La Península de Paraguaná se ubica en el extremo norte central del estado Falcón (Figura 1),
constituye la parte más septentrional de la tierra firme venezolana en el Mar Caribe, abarca
aproximadamente unos 2.680 Km² de superficie y se encuentra unida al resto del estado Falcón
por una estrecha faja de dunas y salinas denominada Istmo de Los Médanos, de unos 33 Km de
longitud por unos 5 km de anchura. Desde el punto de vista climático, de acuerdo a la
clasificación de Holdridge el área de estudio pertenece a una de las regiones más secas del país,
correspondiendo con la zona de vida denominada Monte Espinoso Tropical (me-T). El área de
estudio presenta precipitaciones medias anuales que oscilan entre los 200 mm y 400 mm y
evaporaciones medias anuales entre los 2.700 mm y 3.300 mm, condición que la ubica en un
clima árido a hiperárido con un marcado déficit hídrico a lo largo del año (Rivas y Mogollón
2015a). Las tierras áridas se definen por el índice de aridez que representa la relación de la
precipitación con la evapotraspiración potencial (P/PET) con valores <0,05 para tierras
hiperáridas, <0,20 para tierras áridas y de 0,20 a 0,50 para tierras semiáridas (FAO, 2002). Estas
son las tierras secas más características, pero a menudo la zona árida subhúmeda (0,50-0,65)
también se incluye en la misma (Middleton y Thomas, 1997).
Por su parte, la vegetación comprende un conjunto de grupos estructurales primarios
diferenciados por la forma de vida dominante: arbustal, matorral (árboles de altura inferior a 5m),
cardonal, bosque (dominados por árboles de más de 5 m) de uno o dos estratos. Aún dentro de un
mismo grupo, la arquitectura de la comunidad varía, dependiendo de su cobertura total (desértica,
rala o densa) (Matteucci, 1987). Los suelos que predominan en la Península de Paraguaná
corresponden a los órdenes Entisoles y Aridisoles, siendo los subórdenes más importantes,
Orthents, Orthids, Torriorthents, Camborthids, y Calciorthids (COPLANARH, 1975).
A una escala global, el suelo contiene aproximadamente unas 2.000 Gt de carbono orgánico (CO)
en el primer metro de profundidad del suelo, lo cual representa una cantidad de 3 a 4 veces mayor
al carbono contenido en la biomasa vegetal terrestre (Birch-Thomsen et al., 2007). En particular,
el carbono orgánico del suelo (COS) es un componente esencial del ciclo global del carbono
ocupando un 69,8 % del carbono orgánico de la biosfera (FAO, 2001). En el caso de zonas áridas
y semiáridas, las reservas de carbono orgánico en el suelo, comprenden un 27% de las reservas
globales de COS (Trumper et al., 2008). Por consiguiente, las pérdidas potenciales de carbono de
los ecosistemas, relacionadas a la conversión de ecosistemas naturales a agroecosistemas, es
mucho mayor en las reservas de carbono del suelo, que el carbono contenido en la biomasa
vegetal (Batjes, 2004). En ecosistemas agrícolas, la calidad del suelo depende en gran medida de
la cantidad, calidad y dinámica de las reservas del COS.
Una reducción en el contenido del COS puede acentuar la degradación del suelo por erosión,
compactación, pérdida de nutrientes, lavado, acidificación y/o salinización, y en general,
provocar una disminución en la biodiversidad del suelo (Brady y Weil, 2008). Las pérdidas del
COS en una amplia variedad de suelos y tipos de cultivo, varían en un rango entre un 20% y un
70% del CO inicialmente presente, y la mayor parte de estas pérdidas ocurre en los primeros 20
años del cambio de uso de la tierra (Sá et al., 2001; Solomon et al., 2000).
La mayoría de los estudios que evalúan la influencia de los cambios de uso de la tierra sobre las
reservas de carbono orgánico del suelo, se han realizado en la zona templada, aunque hay que
considerar que la tasa de conversión del uso de la tierra fue más rápida durante la segunda mitad
del siglo 20 en la zona tropical (Houghton et al., 1987). Sin embargo, son pocos los estudios
realizados en las zonas tropicales áridas o semiáridas. En estas zonas la tasa de mineralización del
CO es muy intensa debido a las condiciones climáticas reinantes, como consecuencia, su fijación
en formas estables es reducida, provocando el agotamiento de los suelos y, por lo tanto, su
desertificación, tal como lo plantean Martínez et al. ( 2009). Estos autores señalan además, que el
COS puede ser utilizado como un indicador temprano en ecosistemas áridos para evaluar
procesos incipientes de desertificación.
Si bien el contenido de carbono y la capacidad de fijar CO2 por unidad de superficie en las tierras
áridas son bajos, pueden de cualquier manera hacer una contribución importante a la captura
global de carbono y al mismo tiempo prevenir o disminuir la tasa de desertificación. Con esta
amplia definición, una gran parte de las tierras áridas se incluye en el área tropical definida como
la parte intertropical del mundo, la que representa el 37,2 por ciento de la superficie terrestre
(4900 millones de hectáreas).
2. Factores en la región que retroalimentan el Cambio Climático
Matorral arbustal. Se refiere a una vegetación arbustiva o arbórea baja (entre 3 y 5 m de alto),
con dosel irregular, producto de la degradación de bosques naturales por actividad humana
(Huber y Alarcón, 1988). En la comunidad del matorral-arbustal el componente leñoso puede
tener apariencia arbustiva. Las especies vegetales dominantes en esta comunidad están
representadas por Prosopis juliflora (Swartz) D.C. y Caesalpinia coriaria Jacq. (Willd.) en el
estrato superior, y por Croton flavens (L) y Lippia origanoides H.B.K. (Kunth) en el sotobosque.
El matorral-arbustal cubre una superficie aproximada al 44% de la Península (Cuadro 1).
Matorral cardonal: Esta comunidad vegetal resulta una variante de los matorrales definidos para
las zonas áridas del norte de Venezuela (González, 2007). En la zona de estudio, las especies más
importantes son Prosopis juliflora en codominancia con Stenocereus griseus; además hay otras
especies acompañantes como Castela erecta, y Croton flavens, formando comunidades donde la
altura del dosel no sobrepasa los 5 metros.
Cardonal arbustal. Comunidades en las que las cactáceas columnares ocupan al menos 30% de
la cobertura del dosel (Matteucci, 1987). En esta comunidad la especie S. griseus es la dominante
en cuanto a cobertura, acompañada de P. juliflora; además forman parte de la estructura florística
otras especies arbustivas como C. erecta y C. coriaria. En el sotobosque domina la especie
Opuntia caracasana (Salm-Dyck). Bajo las condiciones ambientales descritas, la comunidad de
arbustal-matorral resulta altamente resistente a la sequía, siendo capaz de establecerse bajo las
condiciones ambientales anteriormente mencionadas. La comunidad ocupa una superficie de 620
km2, lo que equivale a un 23% del área.
Bosque deciduo. Esta comunidad se caracteriza porque al menos 75% de los individuos arbóreos
pierden su follaje durante la época de sequía (Oliveira-Miranda et al., 2010). Esta comunidad
quedó circunscrita dentro del monumento natural Cerro Santa Ana, específicamente en el piso
altitudinal ubicado a los 400 msnm, en lo que corresponde a la zona tropófila; ocupa una
superficie de 7,52 km2. El dosel de los árboles que conforman el bosque deciduo es parcialmente
cerrado, lo que le confiere una gran protección al suelo contra procesos erosivos, originados
fundamentalmente de las aguas de escorrentía que se generan en estas zonas de alta pendiente,
aunado a las lluvias eventuales de alta intensidad, muy comunes en la región. Las especies que
dominan esta comunidad corresponden a Coccoloba coronata Jacq. y Eugenia procera Hodge
non (Sw.), formas de vida arbórea, catalogadas como caducifolias.
Herbazal litoral. Son comunidades en las que domina el estrato herbáceo, cuya cobertura
generalmente es abierta. En algunos casos están presentes en depresiones salinas de la costa
(herbazal litoral halófito), y en otros cubren dunas arenosas de las playas, normalmente no
inundadas por el agua marina (herbazal litoral psamófilo). Estas dos comunidades son pobres en
especies (Huber y Alarcón, 1988). En la Península de Paraguaná apenas cubren unos 22 km2 lo
que equivale aproximadamente al 1% del territorio. La comunidad del herbazal litoral está
dominada por las especies Sporobolus virginicus L. (Kunth), Egletes prostrata (Sw.) Kuntze,
Sesuvium portulacastrum (L.) y Gomphrena alba (Peter), todas catalogadas como especies
perennes (Lemus y Ramírez, 2002).
En zonas áridas, se determinó que las especies herbáceas perennes son más susceptibles a la
pérdida de la biomasa aérea durante la temporada de sequía (Vera y Martínez 2014), por lo que
disminuye la cobertura vegetal en esta época haciendo más susceptible el suelo a pérdidas por
erosión, especialmente la ocasionada por el viento en estas zonas árido-costeras. El sustrato
edáfico se caracteriza por ser predominantemente arenoso y salino (Matteucci et al., 1982), lo
cual contribuye a que exista poca capacidad de retención de humedad y disponibilidad de agua
para las plantas, además del estrés hídrico asociado a la acumulación de sales en el suelo. Bajo
estas condiciones del medio, las comunidades vegetales establecidas manifiestan una alta
resistencia al déficit hídrico del suelo, así como al déficit hídrico fisiológico generado por la
elevada concentración de sales (Medina et al., 2008).
Para el caso de las reservas (stock) de carbono en la biomasa tanto en pie, como subterránea no se
disponen de datos para las zonas áridas del estado Falcón. Sin embargo, dado que ya se tiene
información detallada sobre las comunidades vegetales de la Península de Paraguaná, sería
sumamente factible establecer algunas parcelas de muestreo dentro de cada una de las
comunidades identificadas a fin de levantar los datos necesarios para estimar biomasa y los
respectivos stocks de carbono.
En el Cuadro 2 se muestran las clases de cobertura vegetal, según criterios de la FAO (2005) que
fueron utilizadas para caracterizar la cobertura de vegetación de la Península de Paraguaná.
En la Figura 3 se muestra el mapa de cobertura vegetal. Un 68% aproximado de la superficie
(1.822 km2) presenta tipos de cobertura que van de abiertas a cerradas, la cuales están asociadas
fundamentalmente a comunidades de tipo arbustal. Es importante mencionar que estas
comunidades están fuertemente intervenidas por sistemas agrícolas representados potencialmente
por unos 620 km2 (Rivas et al. 2015), lo cual implica una gran presión sobre este arbustal-
espinoso en la zona. La cobertura vegetal esparcida cubre aproximadamente un 9% del territorio
peninsular y aparece en forma de parches ubicados fundamentalmente hacia la zona costera, tanto
la nororiental como la occidental.
Existe una importante superficie de la Península de Paraguaná con áreas no vegetadas, donde
domina el sustrato edáfico, la cual cubre un 20% del territorio, y se encuentra ubicada
principalmente hacia la zona centro-occidental en el eje El Cayude-Jadacaquiva-Punta Macolla.
Estas zonas no vegetadas, junto a las áreas agrícolas representarían zonas de muy baja a
moderada calidad de la vegetación en cuanto al índice de cobertura, las cuales suman un 23% de
la superficie de la Península de Paraguaná.
De igual manera Mogollón et al. (2015b) plantean que el estudio de gradientes altitudinales es
importante para comprender la dinámica espacial y temporal de los contenidos y flujos de C, así
como para identificar áreas de mayor vulnerabilidad frente al cambio climático. En este sentido, y
en vista de la escasa información existente para Venezuela, el estudio realizado tuvo como
objetivo evaluar la variación de las reservas del COS, con relación a la altitud, como producto de
cambios asociados a la vegetación, a los niveles de precipitación y temperatura en cada uno de
los sitios del gradiente.
Figura 4. Distribución del carbono orgánico del suelo en la Península de Paraguaná. (Mogollón et
al., 2015a).
Hasta la fecha no se había realizado ningún estudio relacionado a la estimación del secuestro de
carbono en el suelo en estos tipos de vegetación. En la Figura 5, se muestra los diferentes valores
promedio de las reservas de COS en las comunidades vegetales estudiadas. Existieron diferencias
estadísticamente significativas (p<0,05) en los suelos bajo todas la comunidades vegetales.
Los valores más bajos de CO fueron encontrados en los suelos bajo vegetación de herbazal (10,3
t ha-1) seguido de los suelos con vegetación de matorral dominado por P. juliflora-C. flavens, con
21,9 t ha-1; luego el matorral de P. juliflora-S. griseus, con 36,7 t ha-1; los suelos con arbustal de
C. erecta-C. coriaria tuvieron valores de 47 t ha-1, y los valores más altos en los suelos bajo
vegetación de bosque seco y con vegetación de bosque deciduo (63 y 92 t ha-1, respectivamente).
Algunas investigaciones realizadas en zonas áridas, reflejan el efecto del tipo de vegetación sobre
las reservas del COS (Schimel et al., 1994; Yang et al., 2014), las cuales de manera general
plantean que el nivel de C en el suelo puede ser controlado entre otros aspectos, por las
dominancias de algunas especies dentro de las comunidades vegetales. Entre las variables
relacionadas al tipo de vegetación y su influencia en la acumulación de carbono en el suelo, está
la cantidad y calidad de la hojarasca que ingresa y la velocidad de descomposición de la misma,
lo cual depende de las especies dominantes (Buurman et al., 2008).
c
d
Figura 5. Reservas de carbono orgánico en el suelo superficial (0-25 cm) por tipo de vegetación. H:
herbazal dominado por Sporobolus virginicus y Egletes prostrata; M1: matorral dominado por P. juliflora
y C. flavens; M2: matorral dominado por P. juliflora y S. griseus; A: arbustal dominado por C. erecta y C.
coriaria; BS: bosque seco dominado por P. juliflora y A. arubensis; BD: bosque deciduo dominado por C.
coronata y E. procera. Letras diferentes indican diferencias estadísticas (p<0,05). (Mogollón et al.,
2015b).
2.1.3. Dinámica del Ciclo del Carbono en los Ecosistemas Vegetales de la Península de
Paraguaná. Fuentes o Sumideros de C?
Para el caso de las comunidades vegetales estudiadas en las zonas áridas de la Península de
Paraguaná podría considerarse que los matorrales son ecosistemas altamente perturbados siendo
las comunidades más alteradas en la Península (Mogollón et al., 2016), presentando las especies
dominantes una muy baja cobertura individual, lo cual implica una cobertura predominantemente
abierta y/o esparcida en el área de influencia del matorral. Esto favorece el establecimiento en el
sotobosque de especies deciduas poco resistentes a la sequía, tal es el caso de C. flavens y L.
origanoides, las cuales hacen uso del recurso hídrico de manera estacional y superficial, por lo
cual el sustrato edáfico queda al descubierto en las épocas de extrema sequía; esto podría
favorecer perdidas del COS, dando lugar a una considerable emisión de CO2. Habría que
considerar además que los matorrales cubren un 50% de la superficie total de la Península de
Paraguaná. La fuerte presión humana que presentan los matorrales en la zona están asociadas a la
cría extensiva de ganado caprino, que constituye la principal actividad económica en el área de
distribución geográfica del matorral; esta actividad se realiza sin manejo de rebaños y sin control
sanitario, al libre pastoreo de la vegetación seminatural, con las consiguientes consecuencias de
sobrepastoreo y pérdidas de la vegetación y el suelo (Matteucci, 1986).
El herbazal litoral poseen unas características particulares, tales como baja diversidad de
especies, con cobertura abierta, creciendo sobre sustratos altamente salinos y arenosos (Huber y
Alarcón, 1988) las cuales favorecen una baja retención de carbono en el suelo (aproximadamente
10 t ha-1 según Mogollón et al., 2015b). Aunada a esta situación, está el hecho de que estos
ecosistemas se encuentran en situación de vulnerables para el estado Falcón (Oliveira-Miranda et
al., 2010), afectadas principalmente por los desarrollos urbanos, turísticos, agropecuarios
(incluyendo la instalación de camaroneras) e industriales que se dan en las costas de nuestro país,
en especial cuando éstas implican la modificación de la franja litoral. Adicionalmente, su
composición específica en muchos casos se ve afectada por la presencia de contaminantes en el
agua o cambios en la concentración de sales, debidos a diferentes actividades humanas. Otra de
las amenazas más comunes es la instalación de vertederos de desechos sólidos (basureros) sin los
respectivos controles. Todas las situaciones descritas están presentes actualmente en la costa
oriental y occidental de la Península de Paraguaná, lo que podría propiciar una reducción de estas
comunidades vegetales, y por ende generar una emisión significativa del carbono almacenado en
el suelo.
El bosque seco y bosque deciduo como parte de los ecosistemas terrestres ubicados en la
Península de Paraguaná estarían funcionando como sumideros de carbono; particularmente en el
compartimento suelo se han reportado datos de reservas de C de aproximadamente entre 63 y 92 t
ha-1. A pesar de que estos ecosistemas han sido catalogados a nivel nacional en situación de
peligro crítico (Oliveira-Miranda et al., 2010), para el caso estudiado, estas comunidades
vegetales se encuentra dentro de un área protegida de conservación como es el monumento
natural Cerro Santa Ana. En la literatura se señala que los ecosistemas boscosos fijan por lo
menos 25% del carbono (CO2) proveniente de la combustión de combustibles fósiles (Malhi et
al., 1999). La mayoría de los modelos climáticos también indican que los sumideros de carbono
aumentarán durante la primera mitad del presente siglo, debido a una extensión de la cobertura
forestal.
El arbustal espinoso es una comunidad vegetal cuya composición florística está conformada por
cactáceas, arbustos y arbolitos bajos (usualmente <5 m de alto), la mayoría provistos con espinas
(Huber y Alarcón, 1988). A lo largo de su distribución en Venezuela, se encuentran en un
gradiente que abarca desde áreas dominadas estrictamente por cactáceas que reciben el nombre
de cardonal, hasta otras donde predominan especies de leguminosas con espinas (e.g. Prosopis
sp.) señaladas como espinar. La condición más frecuente en estas comunidades vegetales es una
mezcla de espinares y cardonales, que pueden tener zonas con suelos relativamente desprovistos
de vegetación. En el caso de la Península de Paraguaná, los arbustales estarían representados en
las comunidades identificadas como arbustal-matorral y cardonal-arbustal que cubren una
superficie aproximada de 40% del total de la zona (unos 1083 km2 en conjunto). Están ubicados
geográficamente hacia la zona oriental de la península (Figura 2), coincidiendo con la zona de
mayor actividad agrícola en la región peninsular (Rivas et al., 2015).
Este tipo de ambiente, asociado a condiciones de aridez y a baja estabilidad y capacidad de carga
por la simplicidad en su estructura, ha tenido escasa atención y sujeto por años a fuerte
modificación antrópica. La cría de ganado caprino desde tiempos coloniales en tierra firme y
recientemente en las islas es la principal actividad de producción en estas zonas (Matteucci y
Colma, 1997). Esta práctica ha incidido en la aceleración de la pérdida del suelo, cuya naturaleza
es altamente susceptible. La extracción de madera a partir de especies como el cardón
(Subpilocereus repandus), el cují (Prosopis juliflora), la vera (Bulnesia arborea), la mora
(Maclura tinctoria), el dividive (Caesalpinia coriaria) y el palo brasil (Haematoxylum brasiletto)
ha ocasionado degradación y pérdida de cobertura vegetal del arbustal espinoso en el país
(Matteucci, 1986).
Sin embargo, es importante aclarar el arraigo que existe en torno a la creencia de que la ganadería
caprina, que se viene desarrollando desde principios de siglo pasado, deteriora la vegetación. En
tal sentido Matteucci et al. (1999) señalan que no existen evaluaciones en este sentido, aunque el
75% de la producción caprina se hace a expensas de la vegetación natural. Probablemente el
deterioro no es directo, por el pastoreo, sino que ocurre por el corte de la madera requerida para
las actividades ganaderas. Los corrales y cercas se hacen con estantillo extraído localmente.
Donde hay ganado caprino hay aldeas, cuyas casas se construyen de bahareque sobre un marco
de troncos, y el combustible utilizado es la leña cosechada en los alrededores de las aldeas. El uso
del cují y de otras especies arbóreas de la selva veranera decidua ha convertido a los centros
poblados en núcleos de áreas desérticas que se expanden radialmente y al unirse entre sí forman
amplias zonas desertificadas. En las zonas secas la falta de madera para uso humano y la
desaparición del bosque como protector del suelo, constituye un problema socioeconómico aún
más grave que la carencia de agua (Matteucci et al., 1991).
El alto nivel de intervención para los arbustales espinosos es una condición reportada por
diferentes autores (Matteucci, 1986; Matteucci, 1987; Soriano y Ruiz, 2003; Fajardo et al.; 2005),
de tal manera que han sido catalogados en el Libro Rojo de los Ecosistemas Terrestres de
Venezuela (Rodríguez et al., 2010) como ecosistemas en peligro crítico.
A escala global, la respiración del suelo en los ecosistemas terrestres está estimada en 50-75 Pg
C/año (Houghton y Woodwell, 1989). Las tasas medias de respiración varían entre los diferentes
biomas. Las tasas más bajas se encuentran en los biomas más fríos y secos (tundras y desiertos),
y las mayores ocurren en los bosques húmedos tropicales, donde la temperatura y la
disponibilidad de humedad son altas todo el año.
En el caso del suelo con vegetación natural y el suelo de uso exclusivo para la siembre intensiva
del melón, se encontraron valores de 26,38μg C-CO2/g de suelo*día y de 10,11 μg C-CO2/g de
suelo*día, respectivamente, generándose una reducción de un 61,7% de la RB, los resultados
obtenidos indican que en el suelo con vegetación natural existe una mayor actividad de los
microorganismos del suelo.
Cuadro 3. Variación de la Respiración Edáfica (producción de CO2) por efecto de uso de la Tierra
en suelos de la Península de Paraguaná, estado Falcón (Maseda, 2013).
Torres et al. (2006) indican que los mayores valores de RE se alcanza en los suelos que se
encuentran en condiciones de descanso o no perturbados. Sánchez et al. (2005), Martínez et al.
(2008) y Mogollón y Martínez (2009), vinculan altos valores de RE con altos contenidos de CO,
ya que esto se traduce a una mayor fuente de energía y de nutrientes para los microorganismos, la
cual será reflejada con una mayor producción de CO2; esto indica que este parámetro es un buen
indicador de la actividad de los microorganismos aeróbicos del suelo. Por otro lado Mogollón y
Martínez (2012), afirman que valores bajos en las emisiones de CO2 registrados en suelos de
zonas áridas y semiáridas estarían influenciados por valores altos de salinidad, ya que la misma,
inhibe la actividad biológica del suelo.
2.2. Procesos de cambio del Uso de la Tierra durante las últimas décadas y su impacto en
cuanto al ciclo regional del C en la Península de Paraguaná.
Los usos de la tierra y las prácticas agrícolas afectan considerablemente el nivel de COS
(Espinoza et al., 2007). La agricultura orgánica y los pastos han demostrado elevar el tenor de
COS, no así los usos convencionales que incluyen la perturbación del suelo (Julca-Otiniano et al.,
2006). En suelos arados, la materia orgánica del suelo es fuertemente humificada y
microbiológicamente alterada, lo que indica una rápida descomposición del material fresco o una
baja protección por la agregación. La tasa de pérdidas de C del suelo, por cambios en el uso de la
tierra, depende de varios factores: intensidad de la labranza, rotación de cultivos (Espinoza,
2010), drenaje del suelo, así como la textura (Acevedo et al., 2014). En las sabanas venezolanas
se han estimado pérdidas de 18,66 Tg de C como consecuencia de la actividad agrícola en un
período de 10 años (San José y Montes, 2001).
En la zona de estudio se han realizado algunos estudios relacionados al impacto de los cambios
de uso de la tierra sobre la materia orgánica del suelo (MOS). En tal sentido, en una investigación
realizada por Mogollón et al (2015c) se observó una disminución del COS en los diferentes tipos
de uso de la tierra bajo sistemas agrícolas en comparación a las parcelas con vegetación natural,
la cual estuvo en un rango entre 20 y 86 % producto del manejo agrícola (Cuadro 4; Cuadro 5).
Las mayores pérdidas de COS se encontraron en los sistemas con manejo convencional (con alto
uso de insumos agrícolas y mecanización) con valores entre un 51% hasta un 86 % de pérdidas
del carbono total del suelo.
Es importante acotar, que las mayores pérdidas del COS se encontraron en los suelos con texturas
medias (Fa, aF, F) resaltando de esta manera el papel que tiene el contenido de arcillas en el
proceso de estabilización de la materia orgánica del suelo (Krull et al. 2001). Otro aspecto que
podría estar relacionado a esta mayor disminución del COS en los suelos de textura liviana,
estaría relacionado a la mayor erosión encontrada en estos agroecosistemas, lo cual ha sido
señalado por Mogollón et al (2001), produciendo una pérdida de la capa superior del suelo, y una
disminución del CO.
Los valores de COS encontrados en suelos de la Península de Paraguaná resultan ser bastante
bajos, lo cual podría atribuirse al hecho de que el proceso de mineralización del carbono orgánico
es muy intenso en suelos de zonas semiáridas, debido a las condiciones climáticas reinantes (altas
temperaturas y baja disponibilidad de humedad). Esto trae como consecuencia que se fije muy
poca cantidad de carbono en formas estables, provocando un agotamiento de la MOS a corto y
mediano plazo. Según lo que reportan Mogollón et al. (2015c), al momento de generarse cambios
de uso de la tierra, desde sitios con vegetación natural, hacia agroecosistemas con cultivos de
melón, se han llegado a registrar valores de perdida de las reservas de COS de hasta un 85% en
términos de tiempo relativamente cortos, de aproximadamente 10 años. Los resultados
encontrados coinciden con los expuestos por otros autores, quienes hacen mención a la pérdida
del carbono en ecosistemas semiáridos, tanto en el continente europeo, asiático como en el
americano (Hontoria et al., 2004; Wang et al., 2004; Bogdonoff et al., 2000).
Cuadro 4. Áreas estudiadas con sus principales tipos de uso de la Tierra y características
edafoclimáticas (Mogollón et al. 2015c).
La Península de Paraguaná se caracteriza por poseer un clima que va de árido a hiperárido, con
precipitaciones escasas (350 mm/año), altas temperaturas entre 28 y 32 °C, una alta evaporación
(2000 mm/año) y fuertes vientos (Rivas y Mogollón, 2015b). Características que aunque limitan
la disponibilidad de agua, han dejado de ser un obstáculo para el desarrollo agrícola de la región,
a partir de la explotación de los acuíferos de la zona, aunque actualmente ya existen algunas
limitaciones producto de la contaminación salina de los mismos (Fernández et al., 2011).
Históricamente dicha producción agrícola se ha visto afectada por el fenómeno de la sequía, con
consecuencias económicas y sociales de variada magnitud, siendo el antecedente más notable el
acontecido entre los años 1911 y 1912, momento en el cual el prologando déficit hídrico generó
la escases de alimentos, la hambruna y muerte de cientos de personas (Padilla, 2012), situación
que revela la vulnerabilidad de la zona frente a éste evento climático adverso.
Precisamente una de las situaciones que genera una mayor vulnerabilidad del territorio ante los
cambios climáticos, está asociado a los cada vez más prolongados períodos de sequía que vienen
ocurriendo en zonas áridas, de las cuales no escapa la Península de Paraguaná. Especialmente la
denominada sequía agrícola, la cual considera un efecto de las sequías meteorológicas e
hidrológicas, y que ocurre cuando por un periodo de tiempo no hay suficiente humedad en el
suelo que permita el desarrollo de determinado cultivo (Valiente, 2001).
El monitoreo de la sequía agrícola adquiere especial relevancia al considerar que dentro del
sector productivo la agricultura es la primera actividad que resulta afectada por la escasez de
precipitaciones, si se considera que gran parte de las pequeñas unidades de producción no tienen
acceso a los sistemas de riego, por lo que cultivan bajo secano. Según Ovalles et al. (2007) solo
el 5,7 % del aprovechamiento agrícola de las tierras venezolanas se realiza bajo riego; en
consecuencia, la producción es altamente vulnerable a la ocurrencia de sequías extremas. En
Venezuela son pocos los estudios que se han realizado con el fin de generar información que
permita el monitoreo y evaluación de las sequía agrícola, los estudios existentes se han orientado
hacia a la descripción de la sequía meteorológica (Paredes, 2012; Hernández, 2008; Paredes et
al., 2008; Mendoza y Puche, 2007).
Rivas et al. (2015) realizaron un trabajo cuyo objetivo fue caracterizar la intensidad, duración y
distribución espacial de la sequía agrícola en la zona de producción de cultivos de la Península de
Paraguaná (Figura 6), con el fin último de fundar un antecedente que permitiera a futuro ampliar
el conocimiento del fenómeno de las sequías en la región, y como estas se relacionan con el
cambio climático. Se seleccionó un periodo de 30 años, en el cual la mayoría de las estaciones
contaban con registros sin largas extensiones de datos faltantes (en promedio 8% de registros
faltantes), resultando el lapso comprendido entre los años 1971 al 2000 (Figura 7). Justo en este
intervalo se dio la ocurrencia de dos fenómenos “El Niño”, los cuales fueron catalogados como
extremadamente intenso, uno ocurrido en los años 1982-1983 y el otro en el período 1997-1998
(Magrim et al., 2007; Haylock et al., 2006).
Se prevé que el cambio climático tendrá efectos directos sobre los organismos individuales, sobre
las poblaciones y sobre los ecosistemas. En cuanto a los individuos, se ha encontrado que el
cambio climático podría afectar su desarrollo, fisiología y sus comportamientos durante las fases
de crecimiento, reproducción y migración. Por otra parte, es probable también que la
modificación en los patrones de precipitación y el aumento de la temperatura afecten la
distribución, tamaño, estructura y abundancia de las poblaciones de algunas especies (Böhning-
Gaese et al., 2008). Lo anterior, sumado a los efectos del cambio climático sobre el ciclo
hidrológico, podría afectar las interacciones entre las especies, los ciclos de nutrientes y el
funcionamiento, estructura y distribución misma de los ecosistemas. Esto, traería como
consecuencia la alteración en los flujos y calidad de los servicios ambientales que prestan los
ecosistemas (IPCC, 2007).
Entre los principales impactos del cambio climático sobre la biodiversidad en América Latina y
el Caribe, se incluyen los cambios en la dinámica de las poblaciones de fauna y flora cuyos ciclos
de vida dependen del regular funcionamiento de cuerpos de agua cuya dinámica se vería afectada
por aumentos en la variabilidad climática y por cambios en la disponibilidad de agua. Lo anterior
sería particularmente evidente en las zonas áridas y semiáridas de la región. En todo caso, es
factible también que los efectos no siempre sean negativos, y que algunas especies vean
aumentado el tamaño de sus poblaciones (IPCC, 2007).
Conclusiones y recomendaciones
La tasa de incorporación de carbono neta de los ecosistemas terrestres tal como ha sido
establecido en la literatura, alcanzará probablemente un máximo antes de mediados del siglo
XXI; sin embargo luego podría debilitarse o incluso invertirse, amplificando de ese modo el
cambio climático.
Para el caso de las zonas áridas de la Península de Paraguaná, de seguirse con las mismas
prácticas de manejo agrícola implementadas hasta ahora, especialmente en el uso de la tierra para
cucurbitáceas con fines de exportación bajo un esquema altamente intensivo en el uso de los
recursos (suelo, agua, fertilizantes, plaguicidas) de manera poco sustentable, las cuales propician
la pérdida del COS de manera significativa en tiempos relativamente muy cortos; situación que
podría contribuir significativamente a la emisión de cantidades importantes de GEI a la
atmósfera, fundamentalmente CO2.
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