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Teoría Cuantitativa Del Dinero

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TEORÍA CUANTITAIVA DEL DINERO

¿QUÉ ES?
Es una teoría económica que pretende explicar las causas de la inflación, es decir, las
variaciones de los precios y del valor del dinero en un país.

Para explicar la inflación, la teoría cuantitativa del dinero relaciona la oferta monetaria


con el nivel general de precios. La oferta monetaria es la cantidad de dinero que existe
en la economía. Se puede estimar ya que son los bancos centrales lo que controlan la
liquidez de la economía.

Postulados

La teoría cuantitativa clásica del dinero, cuyo principal postulado establece una relación
directa entre la cantidad de dinero existente en la economía y el comportamiento de los
precios, fue la teoría macroeconómica dominante hasta los años treinta del siglo XX
cuando, frente a los desequilibrios que presentaron los diferentes mercados durante la
gran depresión, los postulados keynesianos mostraron una mayor capacidad para
explicar y enfrentar la situación que vivieron las economías del mundo.

La interpretación clásica del fenómeno inflacionario europeo posterior al


descubrimiento y conquista del continente americano plantea la existencia de una
relación positiva entre la cantidad de dinero y el comportamiento de los precios de una
economía. Sin embargo, en sus orígenes, la reflexión teórica clásica consideró que, en la
determinación de los precios y la inflación, contaban tanto la cantidad de dinero como la
disponibilidad de bienes y servicios.

David Hume, en su postulado de la homogeneidad, enunció una de las proposiciones


básicas de la teoría monetaria. Según Hume:

“Los precios de todo dependen de la proporción existente entre


los bienes y el dinero, ... Si aumentan los bienes, se vuelven más
baratos; si se aumenta el dinero, aumenta el valor de los bienes”.
(Mehgan Desai, 1991, Capítulo 1).
 
A partir de dicho enunciado quedaba entonces planteado que el comportamiento de los
precios y la inflación en una economía estaba tanto determinado por la cantidad de
dinero existente, como por la evolución en la producción de bienes y servicios, por la
cantidad existente de mercancías para atender las demandas que propiciaba ese volumen
de dinero.
 
Sin embargo, en sus planteamientos David Ricardo desecho el lado de los bienes y
servicios en el análisis, invocando para ello al largo plazo: cualesquiera que sean los
factores de corto plazo que afectan el comportamiento de los precios, todas sus
variaciones se deben finalmente a los cambios en la cantidad de dinero.
 
El argumento ricardiano, que fue el que finalmente se impuso en la teoría cuantitativa,
descuida los factores reales del fenómeno inflacionario y, en el largo plazo, considera a
este como un aspecto cuyos orígenes son netamente monetarios.
 
Al perderse la dimensión real implícita en el postulado de la homogeneidad de David
Hume, se están marginando del análisis factores importantes en el estudio de la
inflación. Por ejemplo, al evaluar con la óptica ricardiana períodos históricos como la
hiperinflación colombiana de principios de siglo (ver cuadro No 1), el centro de
atención estará en los desórdenes monetarios previos descuidando el análisis de las
circunstancias que presentaba el sector productivo.
 
La explicación cuantitativa del fenómeno referido acudiría al hecho histórico según el
cual a finales del siglo XIX el país enfrentó grandes conflictos sociales y políticos, los
mismos que desembocaron en sucesivas guerras civiles. Los distintos gobiernos de la
época financiaron los gastos militares a que se vieron abocados mediante sucesivas
emisiones monetarias del Banco Nacional (el banco central de ese entonces),
propiciando con ello grandes desordenes monetarios que expandieron la demanda de
bienes para las guerras.
Críticas a la teoría cuantitativa del dinero

Existen críticas a la teoría cuantitativa del dinero desde muchos ámbitos. La principal
crítica viene por ser un modelo demasiado simple como para explicar la variación de los
precios por sí sola.

Tanto el intervencionista J.k. Keynes como el liberal Ludwig Von Mises compartían
que existe algo de verdad en la teoría pero que son simplemente unas variables más que
afectan al cambio de precios. Son una causa más de la variación de los precios y no
explican estrictamente por sí solas esta variación.

Paul Krugman demostró empíricamente una situación donde no funciona la teoría


cuantitativa del dinero. Esta situación se conoce como trampa de la liquidez.

Mises, por supuesto, entendía que la inflación es un fenómeno monetario, pero era
crítico de muchos aspectos de la llamada “teoría cuantitativa del dinero”. Aquí algunos
comentarios:

“Si tantos economistas no hubieran tan lastimosamente errado en estas materias


atinentes a los problemas monetarios, aferrándose después con obcecación a sus yerros,
difícilmente podrían hoy prevalecer todas esas perniciosas prácticas, inspiradas en
populares doctrinas monetarias, que han desorganizado la política dineraria en casi
todos los países.

Error, en este sentido, de grave trascendencia fue el de suponer constituía el dinero


factor de índole neutral. Tal idea indujo a muchos a creer que el «nivel» de los precios
sube y baja proporcionalmente al incremento o disminución de la cantidad de dinero en
circulación. Olvidase que jamás puede variación alguna que las existencias dineradas
registren afectar a los precios de todos los bienes y servicios al mismo tiempo y en
idéntica proporción. No se quería advertir que las mutaciones del poder adquisitivo del
dinero forzosamente han de ser función de cambios sufridos por las relaciones entre
compradores y vendedores. Con miras a demostrar la procedencia de esa idea según la
cual la cantidad de dinero existente y los precios proporcionalmente han de aumentar o
disminuir siempre, adoptase, al abordar la teoría del dinero, una sistemática totalmente
distinta a la que la moderna economía emplea para dilucidar todos los demás problemas.
En vez de comenzar examinando, como la cata láctica invariablemente hace, las
actuaciones individuales, pretendiese estudiar el tema analizando la economía de
mercado en su total conjunto. Ello obligaba a manejar conceptos como la cantidad total
de dinero existente en la economía; el volumen comercial, es decir, el equivalente
monetario de todas las transacciones de mercancías y servicios practicados en la
economía-, la velocidad media de circulación de la unidad monetaria; el nivel de
precios, en fin.

Tales arbitrios aparentemente hacían aceptable la doctrina del nivel de precios. Ese
modo de razonar, sin embargo, meramente supone lucubrar en típico círculo vicioso. La
ecuación de intercambio, en efecto, presupone la propia doctrina del nivel de precios
que pretende demostrar. No es más que una expresión matemática de aquella —
insostenible’— tesis según la cual existe uniforme proporcionalidad entre los precios y
las variaciones cuantitativas del dinero.

Al examinar la ecuación de intercambio, presuponerse que uno de sus elementos —la


cantidad total de dinero, el volumen comercial, la velocidad de circulación— varía, sin
que nadie se pregunte cuál sea la causa motivadora de tal cambio. Esas mutaciones
indudablemente no aparecen, en la economía, por generación espontánea; lo que cambia
en verdad es la disposición personal de los individuos que en la correspondiente
economía actúan, siendo las múltiples actuaciones de tales personas lo que provoca las
aludidas variaciones que la estructura de los precios registra. Los economistas
matemáticos escamotean esa efectiva demanda y oferta de dinero desatada por cada una
de las personas en la economía intervinientes. Recurren, en cambio, al engañoso
concepto de la velocidad de la circulación basado en ideas tomadas de la mecánica.

No interesa, de momento, discutir si los economistas matemáticos tienen o no tienen


razón cuando proclaman que los servicios que el dinero presta estriban, exclusivamente,
o fundamentalmente al menos, en el rodar del mismo, en su circular. Aun cuando el
aserto fuera cierto, no por ello dejaría de resultar ilógico pretender basar en tales
servicios la capacidad adquisitiva —el precio— de la unidad monetaria. Los servicios
que el agua, el whisky o el café prestan al hombre no determinan los precios que el
mercado efectivamente paga por tales mercancías. Dichos servicios nos hacen
comprender por qué las gentes, una vez advierten las propiedades de aquellas
mercancías, demandan, en específicos casos, cantidades determinadas de las mismas. Es
invariablemente la demanda, no el valor objetivo en uso, lo que determina los precios.

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