Amores Tres Delicias
Amores Tres Delicias
Amores Tres Delicias
Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Prólogo...
Carta a la Nina del futuro...
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Epílogo
Agradecimientos
Créditos
Gracias por adquirir este eBook
Llevo un tiempo sintiendo que debo encontrarme a mí misma en lugar de hacer lo que mi familia
espera que haga. Por eso interpreto el papel de buena hija… Todos creen que ayudo a mi hermana
en la peluquería cuando no estoy trabajando en el restaurante chino de mis padres.
En realidad, estoy cursando Química en la universidad y, además, en mi tiempo libre, digamos
que también estudio la reacción del amor. Y ahí es donde entra Rubén, un matemático friki del que
me he colgado y que me hará entender, en la complicada ecuación que supone mi día a día, lo mejor
y lo peor de nuestras culturas.
Nina Chou es una joven de origen chino que vive en Usera junto a sus padres. Su hermana Fang está
felizmente casada con un joven médico chino y tiene una peluquería. Nina trabaja por las noches en
el restaurante chino que regentan sus padres, que no ven el momento de que se case y le organizan un
sinfín de citas a ciegas. Pero durante el día, y sin que ellos lo sepan, Nina estudia química en la
universidad. Cuando un día, al doblar una esquina, se choca de frente con un apuesto joven, Rubén,
el amor se instalará en sus vidas. ¿Podrán superar las barreras raciales y culturales? ¿Aceptará la
estirada madre de él a una muchacha china como ella? ¿Aceptará la madre de ella a un occidental que
además es su profesor de matemáticas? ¿Conseguirá Nina cumplir sus sueños y alcanzar sus metas
sin defraudar a sus padres?
AMELIA CHARDIN
Carta a la Nina del futuro, para esos momentos en los que piensas que te
estás perdiendo en el camino o te surgen dudas.
Querida yo:
Sé que a veces sientes que el lugar en el que estás no es el correcto, y resulta inevitable
imaginar cómo hubiera sido en otras circunstancias. ¿Y si yo no fuera asiática sino una
chica occidental, con una familia de pensamiento más abierto y menos tradicional? ¿Cómo
hubiera sido...? ¿O si fueran los otros quienes cambiasen su pensamiento cerrado? En mi
humilde opinión, no vale la pena torturarnos con esas cuestiones que jamás nos darán una
respuesta acertada, sino meras suposiciones, muchas de ellas sin fundamento, creadas a
partir de ideas de lo que nos gustaría haber tenido o vivido pero que nadie puede
garantizar que fuera a ser como nuestra mente imagina. Aunque, a veces, resulta casi
imposible o inevitable no hacerlo, ¿verdad?
Con el tiempo he aprendido a valorar lo que tengo, dónde, cómo o por qué lo tengo y,
sobre todo, he comprendido quién soy yo en realidad. ¿Por qué? Supongo que el conjunto
de experiencias que he tenido hasta ahora, unas mejores y otras peores, me han hecho ser
más fuerte. Ahora sé desenvolverme con más soltura ante las adversidades, y eso me
servirá también para el futuro.
Sé que soy inconformista y luchadora por naturaleza. Quiero más, estoy dispuesta a
conseguirlo y también sé que, cuando alcance mi objetivo, la sensación de bienestar y
realización será doblemente gratificante porque lo habré conseguido yo sola, con y por mi
esfuerzo, mi perseverancia y mis medios. Me he topado y me encontraré con diferentes
obstáculos a lo largo de mi vida, pero los superaré a mi manera y me haré más fuerte, más
sabia y más valiente. Y, bueno, aunque solo tengo un cuarto de siglo vivido, es decir,
veinticinco años, hay un par de cosas que he aprendido y que considero que puedo
compartir con todo el mundo.
Lo primero es que no debemos martirizarnos con la dichosa pregunta de ¿y si...? Qué
más da si fuiste más pronto o más tarde a la universidad, o si pudiste ir o no a aquel viaje.
La cuestión es que tomaste una decisión que en aquel momento creíste que era buena, y no
puedes pensar en si fue acertada o errónea. No tenemos una bola de cristal para ver el
futuro, y, por eso, nunca lo sabrás, así que deberás aprender a vivir pensando que hiciste
lo correcto, porque de nada sirve sembrar un campo con tus propias dudas.
Lo segundo que puedo decir es una cita de Confucio en la que he pensado bastante
últimamente: «A dondequiera que vayas, ve con todo tu corazón».
Así que ve a por tus metas y esfuérzate por lograrlo. Es cierto que los resultados pueden
llegar o no, pero, al menos, no tendrás ese runrún en la cabeza después.
Y es que resulta maravilloso tener opciones y sueños en la vida, porque eso te hace
levantarte cada día con otra perspectiva. Y más bonito todavía es poder hacerlos realidad,
aunque no siempre se consiga, pero si saltas para alcanzarlos, no te quedas con la
amargura y el sentimiento de no haberlo intentado siquiera.
Por eso animo siempre a todo el mundo a luchar por lograr sus metas a pesar de los
miedos que todos tenemos, y, sobre todo, que nunca escuchen a quienes pongan barreras
en su camino o simplemente les desalienten susurrándoles al oído que no son lo
suficientemente capaces para conseguirlas.
Porque vales mucho.
Que no se te olvide nunca.
Ingredientes:
• Noodles.
• Verduras al gusto (por ej. col, pimiento, cebolla, zanahoria, setas, brócoli, etc.).
• A elegir nuestra carne favorita, tofu o gambas.
• Salsa de soja.
Preparación:
Cortamos la carne o el tofu en taquitos y lo sazonamos con especias, mezclamos todo
bien y lo dejamos reposar mientras vamos troceando las verduritas que añadiremos más
adelante a nuestro plato.
En una sartén con un chorrito de aceite salteamos primero la carne especiada y la
vamos haciendo a fuego lento.
En otra sartén vamos salteando las verduritas con un poco de aceite y, cuando esté
todo, lo mezclamos con el contenido de la primera (sartén).
Una vez tengamos hecho lo anterior, preparamos una cazuela con agua y, cuando esté
a punto de hervir, añadimos los noodles.
Ten en cuenta que estos fideos son finos y se hacen enseguida, por lo que debes
consultar bien las instrucciones del paquete o se pasarán, aunque por lo general suelen
hacerse en un par de minutos.
Por último, escurrimos los noodles y los agregamos a nuestra sartén, en donde
ponemos un chorrito de salsa de soja, ¡pero sin pasarse o estará terriblemente salado!,
aunque en los supermercados asiáticos también podéis encontrar salsa de soja baja en sodio,
que a mí me parece que está incluso más buena.
1
女
Odio el sonido del erhu que me despierta por las mañanas. Da igual si te has
acostado más tarde o más temprano, si estás enferma o simplemente quieres
descansar en la cama porque sí. La grabación de ese maldito violín chino
sale del despertador digital de mi madre todos los días a la misma hora
como si se tratara de la trompetilla que tocan en un cuartel al amanecer. O
peor. Porque esta salta antes. Concretamente a las siete y media de la
mañana y, con ella, poco margen tienes para remolonear entre las sábanas.
Es más, si en treinta minutos no salgo de mi cuarto, será mi madre quien
entre, y eso es todavía más malo, porque conlleva una inspección de
habitación en la que te recuerda lo desordenada que eres o el olor a
humanidad que se ha concentrado durante la noche y que requiere abrir la
ventana ipso facto llueva, nieve, haga sol, estés vestida o en bragas.
—¡Nina! Sal ya o llegarás tarde.
Y esa es la voz de mamá. Digamos que es la segunda fase del ritual
matutino en nuestra casa.
—Oh...
Es lo único que logro decir al parpadear y verme con media cara sobre
una hoja del cuaderno en el que tengo unas cuantas ecuaciones resueltas. Se
me ha quedado tan pegada a la mejilla que al incorporarme arranco de la
espiral de metal incluso un trozo de papel. Miro el reloj de mi teléfono
móvil y quiero morirme al ver que ya son las ocho menos cuarto. No sé
cuándo me quedé dormida, pero los nervios que me invadían la noche
anterior por el examen programado para esta mañana no tardan en reclamar
mi mente de nuevo e instalarse en ella con el clásico estribillo de: «Vas a
suspender».
—¡Nina! —repite.
—¡Ya voy! —Después gruño para mí misma—: Qué pesada...
Reconozco que me cuesta amanecer y que es mejor no hablarme
mucho hasta que no me he terminado el primer té de la mañana.
Todavía en la silla, levanto las manos para estirarme y después elijo la
ropa que me pondré hoy: unos vaqueros y un jersey blanco me parecen
buena opción. Con todo eso, voy a ducharme mientras escucho a mamá
trasteando por la cocina. Cuando salgo del baño, el olor del arroz cocido me
invade, resultando casi como un abrazo, pues adoro ese aroma y, esté donde
esté, siempre me hace pensar en mi hogar.
A veces pienso que es admirable el esfuerzo que debe suponer para
mamá preparar todos los días algo para comer. Supongo que un punto
positivo de vivir todavía con mis padres es que siempre me encuentro un
buen desayuno por las mañanas, ya que, si dependiera de mí, la cosa se
reduciría a unas galletas del supermercado. Pero compartir este espacio con
ellos también tiene sus desventajas, y a veces te toca hacer tareas que no te
apetecen nada o que tú gestionarías de otra manera, y la cosa termina en
discusión, porque, claro, vivo bajo su techo y se hacen las cosas a su
manera. Sí, aunque seamos chinos, a mí también me gritan en varias
ocasiones eso de que no vivo en una pensión. Creo que la dichosa frase está
internacionalizada gracias a todas las madres del universo.
Una vez que estoy lista, voy al salón comedor, justo cuando llega mi
padre a casa, algo que me sorprende.
—Buenos días, flor de loto —me saluda, mostrando su amable sonrisa,
que siempre termina brillando también en sus ojos marrones.
—Hola, papá, ¿de dónde vienes?
—Bajé a la pastelería porque hoy tenía antojo —comenta, y me enseña
una bolsa de papel como si lo que hubiera dentro fuera un tesoro.
—¡Yóu tiáo! —exclamo al ver el interior y descubrir una especie de
porras, pero algo más bastas.
—Me apetecía algo dulce.
Una vez sentados a la mesa, me sirvo una taza de té y después agarro
uno de los tres baozis que hay en un plato central. Adoro esos panecillos
blancos rellenos de carne y, por la mañana, confieso que me saben a gloria.
Son un chute de energía en toda regla.
—¿Cómo va el trabajo? ¿Ya puedes cortarme el pelo?
Me atraganto con el bocado que acabo de darle al bollito y después
observo a mi madre, que hace pedacitos las porras y va echándolas en un
cuenco que se ha preparado con leche de soja.
—Eh... No estoy preparada para eso. Necesito más lecciones de Fang.
Hay mucha gente y suelo ayudarla más bien a cobrar y recoger, y... ya
sabes... Ese tipo de cosas.
—Hablaré con ella. Han pasado más de cuatro meses y no parece que
avances. Aunque, por otro lado, me alegra escuchar que el negocio va tan
bien. Esos salones de belleza proliferan a una velocidad de vértigo y me
preocupa un poco que afecte al suyo.
—Ya, bueno...
—Tu hermana hizo muy bien al montar la peluquería y además ofrece
también manicuras. La clave del éxito está en saber diferenciarte de los
demás —comenta mi padre, antes de darme un pequeño bol de arroz.
Yo lo acepto y sonrío, deseando cambiar de tema, porque, en realidad,
acudo a la universidad, y no al negocio de mi hermana, como mis padres
creen. Esto solo lo saben Fang y las dos chicas que trabajan en la
peluquería, entre las que se encuentra Sara, mi mejor amiga. Las tres me
dan cobertura frente a mis padres, aunque ninguna termina de entender por
qué no les digo que estoy cursando primer año del grado de química en la
Universidad Complutense de Madrid, pero es que no quiero contarlo hasta
comprobar que la cosa va bien, algo que planeo hacer cuando pasen los
exámenes y vea las notas.
Sé que puede resultar retorcido por mi parte, pero tiene su
explicación...
El tiempo pasaba, y yo seguía estancada... «¿Qué vamos a hacer
contigo?», era la pregunta recurrente de mi madre desde entonces.
Me había conformado con trabajar en el restaurante familiar,
enfrentándome a una rutina monótona, hasta que reuní el valor necesario
para dar el paso y hacer algo que despertaba una gran emoción en mí, pero
que, por miedo a volver a pasar por lo de antes, no me atrevía a contar de
momento, porque si yo sufría o lo pasaba mal, mis padres también lo
hacían, y además, me daba miedo la posibilidad de decepcionarles.
—¡Oh, mira! —La voz de mamá me saca de mi ensimismamiento,
enseñándonos la pantalla del móvil, en donde una niña pequeña con dos
coletitas que le quedan como si fueran dos palmeras de color negro, está
poniéndose ella sola un calcetín. De fondo escucho a mi hermana y a su
marido alabarla como si aquello fuera la mayor proeza del universo, algo
que me hace gracia.
—Qué tierna es nuestra Yun —comenta papá.
—Es muy inteligente.
—Lo es. —En eso coincido con ellos mientras me inclino sobre la
mesa para poder ver mejor a mi sobrinita.
—Nina. —De pronto mi madre centra toda su atención en mí—. ¿Vas
a ir con esa ropa? Te llevarás algo para cambiarte, ¿verdad? ¿Qué tal la
blusa que te regalé por tu cumpleaños?
—Eh... Creo que está en el cesto de la ropa...
—¿Y ese vestidito que...?
—¿Qué le pasa de repente a mi ropa? —la interrumpo.
—¡Hoy es el día que comes con Cong!
—¿Cong? —pregunto con un hilo de voz, pero, por supuesto, ese
nombre salta en mi mente como si una alarma estruendosa se activase,
recordándome la cita a ciegas que me han organizado y que, con los nervios
del examen, yo había olvidado.
—Tienes que llegar antes al restaurante, que no se te olvide.
—¡Pero, mamá...! —Estoy a punto de quejarme cuando ella interviene
de nuevo.
—Tendré que llamar yo a Fang para asegurarme de que no te retrasas...
¿Por qué no puedes parecerte un poquito más a ella?
—A Fang no le preparabais encuentros con chicos.
—Ella conoció a Jin y se casó.
—¿Y por qué no puedo hacer yo lo mismo?
—Nunca nos has presentado a nadie y te pasas la mayor parte de tu
tiempo libre con Sara o en tu habitación, sumida en la pantalla de ese
dichoso ordenador o jugando a videojuegos, ¿así cómo vas a conocer gente?
Resoplo y miro el reloj que hay colgado en la pared del salón. Tengo
que irme...
—¿Sabes qué? Da igual, ¡haz lo que quieras! Siempre te sales con la
tuya y nunca me escuchas.
Me levanto de la mesa mientras le doy un último sorbo al té.
—¡Eso no es verdad! —Mi madre parece dispuesta a seguir con la
discusión, pero el tiempo avanza en mi contra y tengo que volar de aquí.
—Que se te dé bien el día... —Mi padre, que no entra en nuestro juego,
me extiende un yóu tiáo que yo capturo con los dientes antes de salir
corriendo a por mi bolso, el cual, por muy grande que sea, siempre termina
resultándome pequeño.
—¿Quieres dejar de mimarla? ¿No ves que no es el momento? —le
dice mi madre, desviando su cabreo pasajero hacia él—. Recompensándola
me haces quedar como la mala. Siempre haces lo mismo...
Antes de salir, junto a la puerta de la entrada, cambio mis pantuflas por
las deportivas y no tardo en decir adiós y marcharme, saltando las escaleras
del edificio hasta llegar a la calle, en donde por un instante pienso en Fang,
pues es verdad que no le organizaron citas a ciegas. Ella llegó a España con
diecinueve años y, poco después, se enamoró perdidamente de otro
compatriota que, por aquel entonces, estaba cursando sus estudios de
medicina, y ahora ejerce de traumatólogo. Mis padres no podían creérselo,
¡un médico, nada más y nada menos! Tardaron dos años y medio en
contraer matrimonio y ella dejó de trabajar en el restaurante. Una vez
casada y con la burbuja del enamoramiento más disipada, Fang, que todavía
era muy joven, tomó la determinación de mejorar su español y después
estudiar peluquería y estética. Siempre le han encantado el maquillaje, los
peinados, decorar uñas, la cosmética y todo lo relacionado con la imagen.
Todavía hoy en día me sigue pareciendo superromántico ver cómo su
marido la apoya siempre para que alcance sus metas y persiga aquello que
quiere, como cuando quiso abrir su propia peluquería, y lo consiguió.
Mi hermana lo ha sabido hacer bien y ha logrado alcanzar sus sueños
al mismo tiempo que ha hecho las cosas de una forma cercana a la que
nuestros padres habían planificado para nosotras, pero únicamente porque
ella así lo quería y así fue como llegó. Fang es el prototipo de hija modelo e
ideal al que mi madre cree que debo aspirar e imitar. Pero a veces no
entiende, o tal vez olvida, que tengo otro tipo de inquietudes en la vida. Yo
necesito vivir experiencias y acceder al conocimiento, aunque me retrase un
poco en alcanzar esta meta.
Yo deseo sentirme realizada.
Porque es mi vida.
Respeto a mis padres, pero no considero que lo importante sea casarte,
tener hijos y fundar un negocio, como ha hecho mi hermana, y, aunque las
dos nos llevamos muy bien, no estamos cortadas por el mismo patrón.
2
男
Lo mío son las mates, y aunque vayamos por caminos paralelos en ciencias, y tal vez no
volvamos a encontrarnos, si algún día te apetece hablar un poco más sobre estadística,
hacer algunos chistes malos o simplemente charlar con alguien, puedes escribirme.
No importa, estaba currando, así que eres una buena excusa para
dejarlo por hoy.
Jajajaja
¿Y eso por qué?
Por mi trabajo. Consiste en darle muchas vueltas a la cabeza, lo
cual puede ser un doble inconveniente... El primero es que,
cuando salgo de la universidad, suelo continuar en casa, y el
segundo es que, si los demás te ven sentado en la silla, mientras
estás pensando, en realidad creen que no estás haciendo
absolutamente nada.
¿En serio?
¡Sí!
¿Qué probabilidades podía haber de coincidir en eso?
Jajajajajaja
¿Y cómo es que acabaste eligiendo matemáticas?
Supongo que en parte puede verse así. Aunque tal vez sea una
tara mía, jajaja. Mi hermana dice que soy un bicho raro. ¡Huye
mientras puedas!
Así no me lo pones fácil. ¿Cuáles son las últimas tres series que
has visto y les das buena puntuación?
1. Death Note
2. The Mandalorian
Así que le gusta Star Wars... ¿De dónde ha salido esta chica maravilla?
Todavía no.
¡Claro!
Hola.
Bien, ¿y el tuyo?
Su respuesta llega casi al momento.
Bien también.
¿Te pillo trabajando?
¿Ensayo?
Me río al leerle.
—¿Estás hablando con tu chico? —Sara aparece en escena con una
sonrisa pícara dibujada en la cara, y yo oculto la pantalla del teléfono,
acercándomela al pecho.
Me fijo en que ya ha dejado su mochila, se ha puesto unas mallas y va
en calcetines.
—No es mi chico y apenas lo conozco. Así que solo es un conocido.
—Bueno, ya sabes a lo que me refiero.
—Sí, es él. —Pongo los ojos en blanco.
—¿Tiene nombre? Así no te pondré nerviosa preguntando por «tu
chico».
—Se llama Rubén. ¿Quedaría muy raro si le llamo por su apellido? Es
más fácil decir López.
—Ay, Nina. —Suspira—. Sería igual de raro que si yo te llamo Chou y
tú a mi Xu, muy formal todo. Además, aquí los españoles se tratan por el
nombre de pila... No tienes escapatoria, a no ser que quieras parecer rarita.
—Lo sé. Tienes razón —digo, preocupándome—. Normalmente
controlo bien la pronunciación, pero no quiero fastidiarla un día y que se ría
de mí. Sara lo digo perfectamente.
—Nina, sácate esas cosas de la cabeza. Hablas perfectamente, créeme.
Y te diré algo más... Si se riera de ti por algo como eso, ya puedes mandarlo
a freír espárragos. Significaría que no merece la pena. Hay mucho gilipollas
suelto y ese podría ser hasta un buen filtro para detectarlos.
Apoyo la espalda en la pared mientras analizo la situación y me dejo
caer hasta terminar sentada en el suelo.
—En fin...
—Está claro que te ha pegado fuerte. Y tú eras la que nunca quería
descargarse Tinder...
—¿Cómo te atreves...? Tinder... ¿en serio?
—Esto que estás viviendo es muy parecido, créeme. ¿Tienes una foto
que puedas enseñarme al menos?
—No.
—¿Y la de su perfil de WhatsApp?
—Es la ventanilla de un avión.
—¡Pues pídele una!
La profesora apareció entonces para llamar nuestra atención por no
estar ya preparadas en la zona de ensayo. Sara fue corriendo con las demás,
y yo me dirigí a los vestuarios con paso lento. En realidad, me encantaría
poder tener una foto de Rubén, pero seguro que es demasiado pronto para
pedirle algo así. ¿Por qué tiene en su perfil de WhatsApp una maldita foto
de las nubes a través de una ventanilla? Aunque bueno, yo tengo una
imagen del cactus de mi escritorio. Supongo que eso nos empata de alguna
extraña manera.
11
男
Me gusta.
¿Qué demonios...?
Me giro en la cama todavía desubicada sin darme cuenta de que me
encuentro ya en el borde del colchón.
—¡Auch!
No se me podía ocurrir otra cosa que poner la palma de la mano
izquierda para frenar el hecho de ir a estamparme contra el suelo, reacción
involuntaria que no tiene éxito y con la que solo consigo hacerme daño en
la muñeca. ¿Me habré roto algo? Es lo primero que pienso cuando me veo
en el suelo de mi dormitorio, al mismo tiempo que maldigo el erhu. ¿Se
puede tener un despertar peor que este?
—¿Nina? —oigo la voz de mamá aproximándose por el pasillo.
—¡Estoy bien! —contesto mientras me masajeo la zona afectada.
La puerta de la habitación se abre justo entonces. No llama antes ni
anuncia que va a entrar, muy típico de mi madre.
—Pero ¿qué haces en el suelo? ¿Por qué llevas la ropa de ayer? La
cama está hecha. ¿Se puede saber qué ocurre aquí?
Cierro los ojos e inspiro y espiro tres veces antes de contestar mientras
sigo palpándome la articulación dolorida, atrayendo la atención de mi
madre con este gesto.
—Me quedé dormida sin querer encima de la cama, y me he caído al
despertarme. Eso es todo, no le des más vueltas.
Me levanto por fin, mientras ella se acerca haciendo que le enseñe las
manos y agarrándome con muy poca delicadeza.
—Se está hinchando y te está saliendo un moretón —comenta mientras
compara un brazo con otro—. No me gusta nada. Será mejor que cojas una
bolsa de guisantes congelados para que te la pongas y llamemos a Jin.
¡Genial! Ahora quiere avisar a mi cuñado, el traumatólogo. Hagamos
de esto un circo en el que termine participando toda la familia.
—Es muy pronto, despertaremos a su hija y, de verdad, no es para
tanto.
—¿Que no es para tanto? ¿Acaso podrás cargar bandejas con una
muñeca rota? ¿Y qué pasa con el desfile del Año Nuevo Lunar? No podrás
hacer girar los abanicos.
—No está rota. —Pongo los ojos en blanco.
—Tú no eres médico.
Suspiro, cansada, hasta morderme la lengua para no responder que,
evidentemente, ella tampoco lo es. No puedo mantener semejante discusión
a estas horas de la mañana después de llevar días durmiendo tan poco.
Agarro el teléfono móvil que también ha terminado en el suelo y me voy en
dirección al frigorífico para ponerme una bolsa de guisantes. En eso mamá
tiene razón y me vendrá bien el frío.
—¿Cuál has cogido? —pregunta al ver que estoy sacando un paquete
del congelador.
—¿Qué más da eso?
—Sí que importa. Tienes que sacar los guisantes que tengo solo para
golpes.
—¿Cómo? ¿Tenemos una bolsa de guisantes solo para estos casos?
—¡Pues claro! ¿Cómo no sabes estas cosas? En serio, me haces querer
enviarte con tu tía a China una temporadita, para ver si maduras.
—Mamá, dame la bolsa, por favor.
—Menos mal que al menos estás haciéndolo bien con Paco.
—¡Argh! —Me desespera—. Solo es un amigo. No pienses lo que no
es.
—Bueno, así se empieza. Ser amigos está bien. Muy muy bien.
Agarro los dichosos guisantes de la discordia y me voy al salón con el
fin de reposar la muñeca en el sofá y aplicar el frío sobre la hinchazón. Mi
padre aparece entonces, esquivando a mi madre, que ha comenzado a hablar
sola en la cocina, probablemente despotricando sobre mí.
—¿Qué ha pasado?
—Nada, papá. Me hice daño en la muñeca, eso es todo, pero mamá me
pone histérica.
—Dice esas cosas porque te quiere.
—En fin... No quiero hablar de eso cuando la mano me está doliendo
horrores...
—Llama a Jin.
—¿Tú crees?
—Sí. No pasa nada porque le eche un vistazo. Y no te preocupes por el
restaurante. Lo primero es mi pequeña flor de loto.
—Ya, pero... ¿y el desfile de Año Nuevo?
—¿Tengo que volver a repetirlo?
—No...
Nos sonreímos el uno al otro y me planta un beso en la coronilla.
—Me voy al mercado —anuncia con una sonrisa.
—Vale, papá.
Y así nos despedimos. Mi padre y yo no somos de hacernos muchas
muestras de cariño o decirnos lo mucho que nos queremos. Es algo que ya
sabemos. Fang siempre dice que soy el ojito derecho de papá y, en parte,
puede que tenga razón, aunque yo siempre se lo niegue.
Antes de molestar a mi cuñado, busco información en Google y ahí es
cuando me asusto de verdad, por lo que decido escribir a mi hermana, que
me llama al instante siguiente, preocupada.
—No te alteres, Fang, por favor —le pido sin mucho éxito.
—Pero ¿te duele mucho?
—Me hace daño. Es soportable. Me preocupa el moretón.
—¡Ah! Entonces no está rota. A lo sumo te habrás hecho un esguince
de grado uno o dos, como mucho. Pero si es tan soportable seguro que es
una torcedura sin importancia.
Otra «doctora» en la familia que no ha pasado por la facultad de
medicina y se cree con derecho a dar un diagnóstico, ¡y sin ni siquiera
verme!
—Vale, Fang... De todas formas, me gustaría hablar con Jin.
—Hace nada que se marchó al hospital. Este fin de semana le toca
guardia por la mañana.
—¿Le avisas que voy? Ya sabes que no me gustan esos sitios...
—Claro, le digo que le llamas cuando llegues.
Al colgar, miro el paquete de congelado e inspecciono la fecha de
caducidad.
—¡Mamá! —digo desde el salón—. ¿Por qué guardas guisantes de la
era glacial? ¿Qué pasa si un día alguien los cocina por accidente?
—No voy a responder a estupideces. Ya te dije que esos son para
emergencias médicas. —Su voz retumba en la cocina.
Echo la cabeza para atrás, apoyándola en el sofá, y suspiro. Con estas
cosas me hierve la sangre. Está claro que mi madre y yo somos demasiado
diferentes y pensamos de forma distinta, por lo que estamos chocando
constantemente.
14
男
Como cada domingo desde que regresé a Madrid, acudo a comer a casa de
mis padres, que viven en La Moraleja. La verdad es que me esforzaba por
escuchar y participar en las conversaciones que teníamos en familia los
fines de semana. Había estado demasiados años sin eso, y cabía la
posibilidad de que volviera a faltar a ellas, por lo que siempre me empeñaba
en formar parte de aquello. No quería echarlas de menos y pensar que no
había aprovechado el poco tiempo que pasaba al lado de mis padres. Es
algo que comprendí mientras estudiaba en Estados Unidos, pues cada vez
que regresaba a España, los veía más mayores y yo me lo estaba perdiendo,
un sentimiento que se agravó hará poco más de año y medio, y por lo que
regresé a España tan rápido como pude: mamá había enfermado, y aunque
ahora mismo estaba curada y ya casi no hablábamos de ese tema, aquello
fue algo que nos afectó a todos.
Quiero aprovechar estos ratos y, si vuelvo a irme, no pensar en lo que
tuve y a lo que no le presté suficiente atención. Así que me reprendo a mí
mismo por estar ausente, aunque reconozco que tengo muchas cosas en la
cabeza: el proyecto, el MIT, ella...
No le había contado todavía que estoy pendiente de saber si me han
admitido en Boston, pero una parte de mí cree que las posibilidades son tan
bajas que no contemplaba la idea de mencionárselo. Además, ni siquiera
tenemos nada, solo un montón de diálogos en una aplicación del teléfono
móvil, ¿o eso nos hace al menos amigos?
Pero, siendo realista, por mucho que intente engañarme, sé que ella
está despertando algo cada vez mayor en mi interior. Curiosidad, atracción,
la sensación de poder vivir algún tipo de experiencia emocionante con
alguien, y la verdad es que Nina se ha convertido en la persona con la que
más hablo al día. Nos pasamos horas mensajeándonos, tal vez demasiadas,
y, por ejemplo, ayer estuvimos hasta más de las cuatro de la mañana con
Netflix en la distancia...
¿Tendrá hoy mucho trabajo en el restaurante?
Ya terminó los exámenes y yo no volví a sacar el tema de vernos, pero
tampoco lo hizo ella, así que no sé muy bien qué hacer.
—¿Me estás escuchando?
—¿Qué? —No sé en qué momento dejé de prestar atención a mi
madre.
La miro. Está sentada en el sofá de mi derecha junto con mi padre.
—Estará pensando en alguna matemática de la facultad —me pica
Aitor. Odio que haga ese tipo de comentarios delante de mi familia.
—O más bien en las matemáticas, pero como ciencias, no como
mujeres. Sería más propio de él —interviene Lara.
—¿En serio? —le digo, fulminándola con la mirada—. ¿No puedes
tener un poco de piedad?
—Pasas demasiadas horas solo —me increpa mamá.
—Mejor eso a estar mal acompañado.
—Touché —añade mi padre con una sonrisa antes de darle un trago al
whisky.
Antes de comer, siempre tenemos ese momento para hablar y ponernos
al día mientras bebemos algo. Mi madre acaricia a Calcetines, un shih tzu
que llegó a la familia el mismo año en el que yo me marché a Boston. A
veces me desconcierta la idea de pensar que fue una especie de reemplazo.
Ella va con su traje de chaqueta y falda habitual. Tiene un montón, casi
idénticos, y en diferentes colores. Me recuerda un poco a la reina de
Inglaterra. Hoy ha escogido uno azul celeste y la verdad es que está
increíblemente guapa. Mamá lleva el pelo rubio y corto. Le encanta pintarse
los labios de rosa y perfilar de azul sus ojos grises, los cuales ha heredado
mi hermana Lara. Mi padre, en cambio, está en el sofá haciendo girar su
vaso de whisky. Con su pelo ondulado y ya totalmente blanco, sus risueños
ojos pardos y siempre con su camisa y su chaleco de punto. Le veo suspirar
al observar cómo mi hermana, que se sienta frente a ellos con Aitor, le está
quitando una pestaña de la mejilla a su futuro marido. La estampa me sigue
resultando extraña. Creo que a mi padre, su futuro yerno no le cae tan bien.
Aitor es un chico un poco más bajo que yo. Delgaducho y con el pelo
negro, algo canoso y corto, con unos ojos marrones que transmiten alegría
solo con mirarle. Mi hermana lleva su pelo castaño cortado a lo garçon, y
con el maquillaje casi no se le notan sus graciosas pecas, esas que en verano
se le acentuaban con el sol de la piscina. Se ha puesto unos pantalones
vaqueros y un jersey de lana gris. A veces pienso en lo mucho que la eché
de menos.
El timbre suena, y mi madre hace ademán de levantarse, pero es Lara
quien se le adelanta.
—No, mamá, tú quédate aquí y ya voy yo.
—¿Acaso esperamos a alguien? —pregunto.
—Será mi hermana —comenta Aitor, bebiendo de su gin-tonic.
Yo automáticamente miro a mi madre, nervioso. ¿Por qué demonios
tiene que venir hoy Esther? No lo entiendo...
—Estamos debatiendo los peinados para la novia el día de la boda. El
pelo es lo más importante —comenta mamá, como si hubiera leído mi
pensamiento.
Ante su comentario, Aitor, papá y yo nos miramos, tratando de
contener la risa.
—El día que se topen con algo que sea primordial de verdad no sé
cómo reaccionarán, pero me asusta pensarlo —comenta Aitor.
—Todo tiene su importancia, porque cada detalle cuenta para que sea
perfecto, hermanito. —La voz alegre y aguda de Esther resuena en mis
tímpanos transmitiéndome un escalofrío, pero intento disimular.
A quien le da igual guardar o no las apariencias es a Calcetines, que
salta del regazo de mi madre y huye de la estancia, raudo y veloz. Qué
animal tan sabio... Debí hacer como él en su momento, y no liarme con esa
chica, algo que, por supuesto, no habría ocurrido si no me hubiera pillado
con la guardia baja.
—Hola, Esther —saluda mi padre, haciendo un ademán con su vaso de
whisky.
Me doy cuenta de que papá cada vez pasa más de todo.
Definitivamente, no está muy conforme con la idea de establecer nuevos
lazos familiares con estas personas.
—Cariño. —Mi madre no tiene ni que levantarse, pues la recién
llegada se apresura a abrazarla y se dan dos besos a distancia en las
mejillas, para no estropear el maquillaje de una y otra.
—¿Cómo estás, Carmen?
—Fabulosa, ¿no reconoces la fragancia que llevo?
—¡Te lo iba a decir ahora mismo! Es la que te traje de París el martes,
¿a que sí?
—Me encanta.
—Me alegra mucho oír eso. Te sienta fenomenal.
Nota mental para mí: al parecer los perfumes pueden sentar bien o mal,
como la ropa.
—Pero oye, tú estás preciosa hoy, déjame que te vea, ¿este jersey es de
Burberry?
Esther asiente y se pone recta para seguir recibiendo las alabanzas de
mamá mientras se recoloca el pelo, rubio, pero de bote, y que le llega un
poco más abajo de los hombros.
—¿No está hoy guapa mi niña, Rubén?
—Eh... —Miro a mi madre, sin saber muy bien qué responder—.
Supongo.
Muestra su sonrisa perfecta repasada con un discreto rosa y después
dirige sus ojos azules hacia mí.
—No me olvido de ti, grandullón.
—Hola —saludo, nervioso.
Odio que me llame así...
Mi hermana se apresura a sentarse en el brazo del sillón en el que me
encuentro y me abraza por detrás, ofreciéndome la cobertura perfecta para
que la recién llegada no me manosee.
—No estés tan tieso —me susurra en el oído, y yo trato de relajarme.
—¿Cuándo te dan los resultados de la revisión? —pregunta Esther a
mi madre.
—¿Has ido al médico? —salto, alarmado.
¿Cómo es posible que ella lo sepa y yo no?
—Sí, hijo, a mi revisión de los seis meses.
—Joder, mamá, no me lo habías dicho. Me llamas para contarme
chismes y tonterías pero no me hablas de lo verdaderamente importante.
—No quería preocuparte. Suficiente tienes ya en la cabeza. Además,
todo continúa perfecto.
—Pero...
—El miércoles tengo de nuevo cita con la doctora.
—Te acompaño —digo inmediatamente.
—Iremos los dos contigo —añade mi hermana.
—No. Me acompañará tu padre y listo, esta cita es solo para las
vitaminas. —Ella se toca el pelo, como cada vez que se pone nerviosa, pues
no le gusta hablar del tema.
A Esther no se le escapa el detalle, pues la conoce ya bien, y se sienta
a su lado tomándole la mano, transmitiéndole un poco de calma con ese
gesto.
Mamá fue diagnosticada de cáncer de tiroides hace un par de años, y
ese fue el motivo principal por el que yo regresé a Madrid.
Fue un duro golpe para todos nosotros y tanto Aitor y Esther como su
familia resultaron un gran apoyo. Ahora se encuentra en seguimiento, con
chequeos médicos cada seis meses, aunque lleva poco más de un año bien.
Combatió al cáncer y ahora se encuentra recuperada, y la verdad es que
cada día está mejor. Si no la conociera, diría que no ha pasado por la
pesadilla a la que se ha enfrentado, pero mamá es más fuerte de lo que
todos pensábamos, y aquí está, al pie del cañón, junto a nosotros.
—¿Cuándo tienes que volver a París, cariño? —pregunta entonces mi
madre a nuestra intensa invitada, cambiando así de tema.
—En un par de semanas más o menos.
—He leído que Dior va a sacar un estuche de labiales icónicos y que
solo se van a poder comprar allí. Las unidades son superlimitadas, aunque
Dimitri me ha dicho que, si quiero, puede reservarme uno o dos, pero que
tendríamos que recogerlos en París. ¿Te importaría pasarte?
—¿Quién es Dimitri? —pregunta Aitor.
—Es el encargado de la boutique de Madrid —responde Lara.
—No me tranquiliza ver que os sabéis los nombres del personal de
tiendas del calibre de Dior.
Lara estalla en carcajadas y mi padre, por extraño que parezca, sonríe
ante el comentario de Aitor.
—¿Por qué no venís Lara y tú conmigo? Os lo he dicho varias veces,
¡con lo que os gusta París! Además, puedo salir pronto algún día y hacer
una buena sesión de shopping con cena incluida.
—¿De verdad? ¿No te importaría?
—¡Por supuesto que no! Es más, me parece un plan fabuloso. —Luego
mira a mi hermana—. ¿Te apuntas, Lara?
—¡Voy con vosotras de cabeza! —Mi hermana se levanta del brazo del
sillón y va hacia ellas—. Me tomaré unos días en el trabajo, o mejor aún,
podemos enlazarlos con el fin de semana e irnos de turisteo a hacernos fotos
en la Torre Eiffel.
—¡Me superencanta el plan! —A mamá le ha cambiado hasta el color
y, de repente, se la ve radiante haciendo planes con las chicas.
No puedo evitar sonreír mientras las contemplo, pero entonces me topo
con una sonrojada Esther, que se muerde el labio y me lanza una miradita
que vuelve a ponerme tenso. Espero que no haya creído que es a ella a
quien me dirigía, porque en absoluto era esa mi intención.
Las chicas se centran en parlotear de sus planes y Aitor aprovecha la
ocasión para tratar de entablar conversación con mi padre sobre inversiones.
Suspiro. Solo quiero que esto se acabe hoy...
Siento entonces la vibración del móvil en el bolsillo de los vaqueros y
no tardo en sacarlo para poder leer el mensaje, que es de Nina, aunque solo
me envía un link de una serie que van a estrenar en Netflix y que tiene muy
buena pinta.
—Por cierto, chicos. —Mi hermana capta nuestra atención,
dirigiéndose a Esther y a mí—. Estamos organizando una fiesta de disfraces
a modo de despedida de solteros conjunta. Ya sabéis, de Aitor y mía. ¿Qué
os parece?
—Ah, bien, supongo —respondo.
—¡Es genial!
—Tendréis que elegir algún disfraz de un personaje de comic, o
histórico, o de alguna película que os guste.
—¡Es una idea fantástica! —dice mi madre.
—Yo voy a ir de Alicia en el País de las Maravillas. —Sonríe,
satisfecha con su idea.
—Te pega mucho —comento, intentando sonreír. Noto un nuevo
mensaje, probablemente de ella, y aunque quiero leerlo de manera
inmediata, tengo que contenerme.
—¿De qué irás tú, del Llanero Solitario? —Aitor ríe.
—No seas tan malo, Aitor. Mi hijo simplemente ha decidido que
quiere tener de momento... otro tipo de vida.
Iba a contraatacar ante el comentario de Aitor, pero la intervención de
mi madre es como otra gota más, de esas que colman el vaso.
—¿Otro tipo de vida?
—Sí, más moderna, aunque rezo al Señor por que entres en razón
pronto.
—¡Te quedaría genial ir de Einstein! —exclama Esther, intentando
virar el rumbo de la conversación y que haya paz entre nosotros.
Aitor se ríe a carcajadas de forma que parece que vaya a caerse al
suelo y ponerse a rodar por la alfombra, mientras Lara intenta contener la
risa y mi padre vuelve a beber de su vaso de whisky, sin atreverse a
interrumpir la sarta de catastróficas palabras que están saliendo de los labios
de su esposa.
—No sé si le veo de Einstein. —Lara me observa con los ojos
entrecerrados.
—Si quieres, yo puedo ir de Marie Curie, así hacemos un grupito de
científicos.
—¿Y cómo vas a disfrazarte de Marie Curie? —pregunta Aitor a su
hermana, confuso.
—Muy sencillo. Me visto de esa época y llevo una barrita verde
fluorescente para representar el uranio, o lo que sea que se asocie a la
radioactividad.
El móvil vibra de nuevo y ya no me contengo.
—Ya veremos —respondo, tratando de escabullirme de la
conversación y leer los mensajes de Nina.
¡¿Qué?!
¿Te ha pasado algo?
¿Estás bien?
¿Cómo fue?
Gracias, Rubén.
En fin, espero que me atiendan pronto. Los hospitales me dan un
poco de miedo, me ponen nerviosa y odio estar en una sala de
espera rodeada de los estragos que ha causado la noche del
sábado.
Jajaja
Ojalá estuvieras aquí.
Al menos amenizarías la espera.
Sí, aunque hace mucho que no tengo tiempo de leer nada nuevo.
Lo estoy deseando.
15
男
Me gustan las bibliotecas. Su olor, los secretos que guardan y, sobre todo,
las historias y el conocimiento que albergan. Algunas resultan más
majestuosas que otras, pero todas tienen algo en común: el aroma a libro. Es
curioso, pero tal vez por ese olor, esté en el lugar del mundo que esté,
percibo la biblioteca como mi hogar, porque vayas a donde vayas, todas
comparten esa esencia que me hace dibujar sin querer una sonrisa,
haciéndome sentir bien, tranquilo...
No sé por qué, pero pienso en la biblioteca pública de Boston, una de
las más antiguas de Estados Unidos, y con historia, ya que fue la primera
biblioteca municipal del país. Sí, es cierto que también he estado mucho
tiempo en la del MIT, pero reconozco que también he fundido horas y horas
estudiando en esa otra, en sus mesas y sillas de madera, entre lámparas de
latón con pantallas de un cristal opaco y de color verde, bajo aquellos
techos de piedra, altos, con forma de media circunferencia y ventanas
enormes por las que podía ver una bandera de Estados Unidos ondeando
con el cielo de fondo cada vez que levantaba la cabeza del texto que estaba
leyendo. Suspiro, porque deseo regresar y disfrutar de esas experiencias.
Volver a vivir mi vida en donde la dejé allí.
Reconozco que una sensación de añoranza me invade mientras avanzo
por las estanterías de esta otra biblioteca, tan aséptica y con tan poco
encanto... Un lugar triste con lámparas de tubos fluorescentes en el techo y
toda la gama de marrones repartidos por el suelo, las mesas, los muebles e
incluso el techo. Suspiro y, cuando llego al pasillo que estoy buscando, ese
sentimiento gris que me estaba acechando desaparece en cuanto observo a
la chica que está apoyada en una estantería. Nina tira con los dientes de un
regaliz rojo, que sostiene en una mano vendada, mientras con la otra sujeta
un libro al que no le quita ojo de encima, tan concentrada en la lectura que
ni siquiera se percata de mi presencia.
Ella, con esa melena lisa y negra, enfundada en unos vaqueros y una
blusa azul...
Ella es lo más bonito e inesperado que podía encontrar es este lugar tan
marrón.
Me acerco hasta ponerme a su lado.
—¿A esto te referías cuando hablabas de disfrutar la tarde del
domingo? —susurro para no molestar a las demás personas que han ido a
estudiar, aunque las mesas quedan bastante alejadas de donde nos
encontramos.
—Hola —dice en voz muy baja, mirándome de arriba abajo,
sorprendida—. ¡Menuda coincidencia!
—Ya ves... —sonrío—. ¿Cómo está tu mano?
—Bien. Ya no me duele, aunque supongo que será gracias a los
antinflamatorios. —Entonces niega con la cabeza—. ¿Qué haces tú aquí?
—Vine a trabajar un rato, ¿y tú? ¿No habías terminado ya los
exámenes?
—Ah... Sí, pero quería curiosear un poco.
—¿Curiosear? —pregunto, agachándome levemente para ver el título
del libro—. Ufff... No es lectura ligera precisamente.
—Lo sé... Pero es más divertido de lo que esperaba.
—¿Un libro de estadística del tamaño de la Biblia te parece divertido?
—Trato de contener una sonrisa.
—Bueno, es interesante. He dicho divertido porque pensé que me
aburriría, pero no es así. En realidad, mi profesora ha insistido para que
intente hacer una serie de ejercicios, y me lo recomendó junto a alguno
más... Creo que sobrevalora mis capacidades.
—¿Por qué piensas eso? —Arrugo la frente.
—Eh... bueno... Seguro que no ha visto mi examen todavía.
—Percibo la negatividad desde aquí. —Sonrío y ella mueve un pie,
algo nerviosa, mordiéndose el labio y encogiéndose de hombros—. ¿Quién
es tu profesora? Igual la conozco...
—Caroline Lewis.
—¿En serio?
—¿Sabes quién es? ¿Te ha dado clase?
—No, a mí no, pero es muy buena en lo suyo. Aprovecha esta
oportunidad porque sé que se irá pronto y con ella podrás aprender
muchísimo.
—Lo sé. Vuelve a Boston para el curso que viene. Me ha incluido en el
grupo de estudio que ha organizado. —Suspira—. La verdad es que me
parece una mujer increíble. Es todo un modelo a seguir.
Sonrío por su comentario.
—¿Eso puedo decírselo cuando la vea?
—¡¿Estás loco?! —Me da un golpecito en el brazo y me río.
—Shhhhhhh... —Alguien nos llama la atención en la lejanía, y ella se
sonroja.
—No deberíamos hablar tanto —me susurra, acercándose mucho a mí,
de forma que un sutil aroma a flores me invade, haciéndome casi levitar por
unos instantes—. Estamos en la biblioteca.
—Tienes razón —dudo, pero entonces me lanzo con una proposición
—: ¿Y si vamos a tomar un café?
—Soy más de té... —Sonríe—. Pero... espera... ¿Qué hora es?
—Son las seis y cuarto —respondo después de mirar mi reloj.
—Ays, no... Llegaré tarde si no me voy ya —se lamenta, recogiendo
del suelo su abrigo y la mochila—. Tengo que irme para cuidar de mi
sobrina, pero si quieres, mañana por la tarde podemos quedar. Mi madre
está sumamente protectora y prefiere que me tome un descanso de una
semana hasta que esté mejor del brazo.
—¿Mañana? —Pienso en mi horario—. Vale, me va bien.
—Genial.
—Genial —digo yo también, y después ambos sonreímos.
—Pues... nos vemos... Hasta esta noche a las doce, ya sabes, para
nuestro Netflix.
—Hasta esta noche.
Nos despedimos, y ella se va, dejándome aquí, con una gran sonrisa
pintada en la cara, en esta biblioteca que de pronto no me parece que tenga
nada que envidiar a la de Boston.
16
女
La luz del sol se filtra por las cortinas mientras yo me dedico a mirar al
techo desde la cama. Apenas he podido pegar ojo esta noche.
Nina no contestó a mi último mensaje, por lo que supongo que se
quedaría dormida. Pero claro, eran las cuatro y media de la mañana y
llevábamos ya unos cuantos capítulos de Stranger things, por lo que es
normal. Decido no entrar en bucle con esta historia y centrarme de una vez.
Tengo que avanzar curro o Ricardo me matará, y con razón.
Me levanto de un salto y me voy a la ducha, pero ni siquiera debajo del
agua consigo sacarme de la cabeza la idea de que esta tarde veré a Nina, así
que, mientras preparo café, me pongo los auriculares para poder escuchar
música sin molestar a los vecinos y tratar de desviar mis pensamientos.
Lisztomania de Phoenix me parece una buena opción para comenzar el
lunes.
Nada más encenderse el ordenador, me entra una videollamada por
Skype de mi compañero de trabajo y dudo si contestar. Está claro que me
estaba esperando...
—¿Qué pasa, tío?
El rostro de Ricardo, con sus gafas redondas, acapara la pantalla de mi
portátil, interrumpiendo mi momento de música y el inicio del día.
—¿Qué pasa? Eso me pregunto yo.
No sé qué añadir, así que alzo las cejas y me encojo de hombros.
—Lo que me mandaste anoche está mal. Lo he repasado y no sé de
dónde te has sacado el resultado.
—¿En serio? —Alcanzo mi cuaderno y un lápiz y lo miro por encima
—. Perdona, tenía la cabeza en otra parte.
—Hasta los del MIT se equivocan —dice con voz socarrona y
mostrando una sonrisa ladeada.
—Habló el crack de la Sorbona.
—Oye, si necesitas que nos tomemos esta semana libre, lo entiendo.
Llevamos trabajando duro desde septiembre y ni siquiera hicimos pausa en
las Navidades. Además, esta semana no hay clases. Creo que nos lo
meremos.
—¿He oído que os vais a tomar un descanso? Porque yo puedo
cogerme unos días en el trabajo y prometiste que iríamos a París a ver a mi
familia. Pronto —escucho decir a una voz masculina y con un claro acento
francés.
No tarda en aparecer al fondo otro chico, moreno, con unos ojos azules
que crean un contraste original con su piel. Tiene el pelo negro, húmedo, y
va solo con una toalla blanca anudada a la cintura.
—Buenos días, Jean Luc —saludo cuando se esfuerza por compartir
pantalla junto a mi compañero y amigo.
—Cari, de momento es solo una propuesta —le dice Ricardo.
—Yo voto sí —insiste el recién llegado, levantando una mano e
iniciando un diálogo entre ellos dos—. ¡Por favor! Sois unos workaholics,
¿lo sabéis? Tenéis un problema serio.
—Es solo una época dura.
—Me da igual, llevo oyendo lo mismo desde el inicio del curso.
—¿Por qué eres siempre tan dramas?
Voy a tomar otro sorbo de café y me percato de que ya me lo he
terminado. Vuelvo a dirigir otra mirada a la pantalla y después contemplo el
fondo de mi taza vacía. No son ni las diez de la mañana y no estoy
preparado para todo esto. Está claro que necesito más cafeína y un
descanso.
—Jean Luc —digo, llamando la atención de esos dos—. Tú ganas: nos
tomamos un descanso de una semana, ¡que lo paséis bien!
Bajo la pantalla del ordenador dando por terminada la conversación y
miro de nuevo la libreta. Joder, qué cagada... El fallo está al principio del
desarrollo. ¡Paso! No puedo pensar en ello ahora. El móvil se ilumina en el
escritorio y leo la notificación de un nuevo mensaje con el nombre de Nina
que automáticamente activa una sonrisa en mi rostro.
18
女
Cuando la veo salir del metro se me dibuja una sonrisa casi de forma
automática, gesto que amplío al verla mirar para todas partes, como perdida
en el caótico entorno de Callao. Va sin paraguas, a pesar de la lluvia, y se
cubre la cabeza con ambas manos como si así fuera a conseguir
resguardarse. Me busca entre el gentío cuando, sin querer, choca su espalda
contra un ejecutivo que la fusila con la mirada. Decido acercarme entonces
a buscarla yo y protegerla un poco del agua.
—Hola —saludo a su nuca, haciendo con ello que Nina se gire—.
¿Qué tal va la muñeca?
—Hola. Bien. No me duele, por suerte.
Sonríe y me mira unos instantes antes de bajar la cabeza y ponerse
parte del pelo detrás de la oreja. El color aborda sus mejillas entonces y me
encanta ese gesto involuntario. Sin duda está cortada, y yo también, así que
pienso en decir algo. ¿Tal vez un «qué tal el día»? ¿O debería alabar su
aspecto? Definitivamente, está muy pero que muy guapa esta tarde, aunque
me lo callo. ¿Le pregunto por los exámenes o ese tema puede resultar
espinoso?
—¿No has traído paraguas? —Me decanto por lo evidente,
conteniéndome las ganas de darme una palmada en la frente por formular
una pregunta tan estúpida. Hasta un «qué tal» hubiera sido mejor.
—No —me responde ella, enfatizando su respuesta mientras niega con
la cabeza.
Aproximo el paraguas todavía más a Nina, hasta que me doy cuenta de
que me estoy mojando la espalda y me acerco también yo.
—¿Sueles pasar por aquí? —En mi búsqueda de temas que rompan el
silencio, decido hablar de la zona en la que estamos.
—No.
—Yo a veces vengo con mi compañero de trabajo y su pareja. Solemos
ir a un bar aquí al lado que, aunque los fines de semana suele estar repleto
de turistas, me gusta bastante, y al ser lunes no estará tan concurrido.
—Me convence la idea.
Ponemos rumbo hacia las callejuelas que se esconden entre las calles
de Preciados y Montera, entre la marabunta de gente que no parece haber
disminuido a pesar del clima. En el puesto de patatas fritas se acumula
gente mientras un humo acompañado de la fragancia típica del frito se cuela
por debajo de nuestro paraguas, mezclándose con el olor a humedad de la
calle y el aroma a flores de Nina. Este último me gusta demasiado. En Doña
Manolita ya han desaparecido las colas de la Navidad y los visitantes
extranjeros que han llegado a la ciudad parecen enfadados por no poder
hacerse fotos bajo el prometido sol de la península. Y, mientras tanto,
nosotros caminamos algo cortados bajo mi paraguas verde. Ella ha metido
las manos en los bolsillos de su abrigo de paño negro y esconde la nariz en
la bufanda de color rojo que lleva. Las circunstancias nos obligan a
mantenernos muy pegados, lo cual alimenta nuestros nervios.
—¿Te gusta Madrid? —pregunta Nina, rompiendo el silencio por fin.
—No estoy seguro.
—¿Ah, no?
—Creo que a veces no aprecio mi ciudad lo que debería. Me acomodo
a ella y no sé ver lo buena que es hasta que me alejo.
—Cuando yo llegué, eché mucho de menos China. El shock cultural
fue enorme, sobre todo las dos primeras semanas. Tardé un par de meses en
acostumbrarme, aunque supongo que no logras hacerlo nunca del todo, pero
si ahora tuviera que regresar lloraría por dejar Madrid. Creo que me gusta.
—¿Crees? ¿Es que después de tantos años no estás segura de si te
gusta? —Se me escapa una risita, divertido por el comentario.
—Sí... No conozco nada más y, bueno, aquí he podido tener una vida
decente y acceder a la universidad. A lo que me refiero es a que esta ciudad
no siempre ha sido fácil, pero merece la pena.
Ambos nos sumimos de nuevo en el silencio. Pienso en cuando yo me
marché a Estados Unidos, pues tampoco fue sencillo al principio y todavía
menos en un país extranjero con costumbres diferentes y un idioma distinto,
por lo que estoy casi seguro de entender a qué se refiere.
Miro al frente y enseguida distingo el bar con paredes exteriores de
ladrillo rojo y carpintería azul. A esta hora no hay mucha gente.
—Es aquí —anuncio cuando llegamos a la entrada. Ella abre la puerta
y yo intento sacudir parte del agua del paraguas.
—Tú primero, que conoces el sitio. —Me cede el paso, mostrando una
sonrisa.
—Gracias.
Dejo el paraguas en el paragüero y vamos hacia una mesa que está
situada junto a la cristalera.
—¿Aquí está bien? —pregunto cuando ambos nos detenemos.
—Sí.
Entre el barullo que crean las conversaciones de la gente y el sonido de
las copas que de vez en cuando chocan delicadamente entre ellas, nos
sentamos y me fijo en la suave melodía que termina de ambientar el lugar al
ritmo de una trompeta de jazz que interpreta Song for Fraser, de Kamasi
Washington.
—¿Por qué hay papelitos? —comenta mientras mira un montoncito de
papeles blancos tamaño cuartilla, como si alguien los hubiera arrancado de
un cuaderno liso, abandonándolos ahí.
—En este sitio por la tarde noche suelen venir grupos que juegan al
party, el trivial, el scrabble...
—Me encanta esa idea. Tendré que enseñárselo a mis amigas.
—Cuando vengo con mis amigos jugamos —reconozco.
—¿Otra de las cosas que haces en tu tiempo libre, además de ver series
de Netflix?
—Sí. ¿Qué hay de ti? ¿Qué más haces?
—Bueno, me gustan los juegos de ordenador.
—¿De verdad? ¿Como cuál?
—Ahora estoy un poquito enganchada al Overwatch, ¿lo conoces? Es
de disparos... Aprovecho que han terminado los exámenes.
No puedo evitar removerme un poco en la silla. ¿Esta chica va en
serio? No puede ser cierto... Ni en mis mejores sueños hubiera imaginado
que pudiera ir juntando esas cosas que tenemos en común.
—¿Qué pasa? ¿Eso te molesta? —me dice, arrugando la frente
mientras me observa.
—No, no... ¡Qué va! Es que yo también juego de vez en cuando. No
pensé que pudieras andar por ahí...
—Algún día deberíamos jugar juntos.
—Desde luego que sí.
Ambos sonreímos, sorprendidos de haber encontrado un hobbie como
ese entre nuestras coincidencias.
—Mis amigas suelen decirme que es un tanto infantil por mi parte
continuar con estas cosas, pero a mí me gusta y me distrae, aunque es
verdad que en este juego casi todo son críos. Bueno, el grupo con el que yo
suelo jugar no..., pero ya me entiendes.
—Es bueno sacar de vez en cuando al niño que llevamos dentro.
Además, a mí me desestresa.
—Y a mí, aunque cuando juguemos juntos, te advierto que soy un
poco mala, hace poco que salí del WOW para venirme aquí. Todavía estoy
aprendiendo.
—Espera... ¿El World of Warcraft? ¿Te refieres al juego de ordenador
de mundos fantásticos y todo eso...?
—¿Acaso hay otro WOW?
—Era por asegurarme. —Me paso la mano por el pelo—. ¡Caray! Me
vicié mucho a ese juego cuando estaba en mis primeros años de
universidad, pero, por suerte, lo he superado.
—Es muy adictivo.
—Estoy totalmente de acuerdo.
—Así que eres un friki. —Ella sonríe.
—Perdona, ¿me estás llamando friki? Porque veo que tú no te quedas
atrás...
Nina ríe, y yo cojo la carta que hay sobre la mesa y analizo las
opciones de zumos, cafés, tés y batidos que hay disponibles.
—Me pediré una Coca-Cola.
—Yo un Nestea.
Llamo la atención del camarero, que se acerca a tomarnos nota
mientras yo sigo pensando qué más puedo preguntarle. En realidad, quiero
saber todo sobre ella, pero es una primera cita, así que iré averiguando
cosas poco a poco.
La veo investigar la carta de las tapas más a fondo y decido entrar por
ahí.
—¿Qué hay de la comida? ¿Cuál es tu plato preferido?
—Me gustan los dumplings.
—No tengo ni idea de qué es eso.
—Son una especie de empanadillas rellenas de carne, o verduras, o
gambas... Hay de diferentes tipos. Mira... —Saca su móvil y comienza a
buscar algo hasta mostrarme una foto con el plato al que se refiere.
—Tal vez algún día me anime a probarlos.
—Deberías. No sabes lo que te pierdes —dice, dejando el móvil sobre
la mesa y mirándome—. ¿Tienes hambre?
—¿Tú sí? —Asiente con la cabeza—. Hay una tortilla de patata con
una pinta increíble en la barra, ¿quieres que pidamos?
—Nunca he probado eso. —Arruga la nariz.
—¿Qué? ¿Llevas tantos años en este país y nunca has comido tortilla
de patata?
—¿Tan raro es?
—No sé, es algo muy típico de aquí, por eso me sorprende. ¿Acaso te
da asco o algo?
—No, la verdad es que no..., creo. Simplemente, no he tenido ocasión,
supongo.
—¿Te apetece?
—¿Ahora?
Asiento con la cabeza, temiendo que mi proposición no la convenza
del todo, pero su sincera sonrisa erradica todas mis dudas de un plumazo.
Me acerco a pedirla a la barra y a pagar la cuenta ya de paso. Me apetece
invitarla en esta ocasión. Mientras lo preparan, la observo coger uno de los
papelitos blancos de la mesa y ponerse a doblarlo y arrugarlo. No soy
consciente hasta que no he regresado de que en realidad se ha puesto a
hacer una figurita que termina resultando una grulla de papel. Cuando dejo
el plato con el pincho en el centro de nuestra pequeña mesa, ella lo mira
expectante.
—¿Haces los honores? —le tiendo un tenedor y no duda en atacar.
Me encanta observarla en este momento, metiéndose el pedazo que ha
cogido en la boca, saboreándolo, haciendo esos deliciosos gestos con los
labios... Quiero besarla, pero me contengo. No quiero estropearlo o ir
demasiado rápido, aunque la verdad es que quiero hacerle de todo... ¿Qué
demonios me pasa?
—Está buenísima.
—¿Sí? —pregunto, intentando centrarme, y pillo un trozo con mi
cubierto.
—¡Me encanta!
—¿Cómo es que no has explorado más estas cosas? Ya sabes, la
gastronomía y la ciudad.
—Mi vida está básicamente en Usera. Todas mis amigas viven allí y
solemos movernos por locales que ofrecen las cosas que nos gustan.
—¿Y no sales de fiesta por otros sitios?
—Si te refieres a ir a discotecas, la verdad es que no soy muy dada a
eso. Alguna vez he ido, pero es de noche y todo lo demás está cerrado. Se
podría decir que me gusta ir a lo seguro, a lo que conozco y en donde sé que
estaré bien... Es a lo que me he acostumbrado y me siento cómoda con eso.
Aunque supongo que la universidad está ampliando un poco más mis
horizontes... Y eso a veces me resulta vertiginoso porque son muchas cosas
nuevas y posibilidades en las que pensar.
—¿A qué te refieres?
—Pues... por ejemplo, la profesora Lewis, cuando me dice que podría
intentar optar a estudiar fuera. Por un lado, me parece una idea alucinante y
me encantaría hacer algo así, pero, por otro, me asusta un poco dejar lo que
ya conozco, a mis amigas y a mi familia. ¿No te sentiste así cuando fuiste al
MIT?
—Por aquel entonces era un adolescente con ganas de salir de casa de
sus padres y el MIT era mi mayor sueño. Sí que tenía un poco de miedo
porque era la primera vez que me enfrentaba a vivir solo y en un sitio
nuevo. Creo que es algo instintivo, ¿no? Pero todas las cosas buenas
aplacaban esos pensamientos negativos. A veces es necesario salir de tu
zona de confort para madurar y alcanzar otras cosas a las que no puedes
acceder si te quedas en el mismo lugar de siempre.
—Supongo que tienes razón. —Se queda pensativa.
Sonrío.
—Por lo que me dijiste ayer en la biblioteca y esto de ahora parece que
la profesora Lewis te aprecia mucho.
—No, no... —Trata de restarle importancia—. Aunque sí es cierto que
hace que me plantee posibilidades... Y aunque la verdad es que ahora
mismo la universidad requiere que le dedique bastante tiempo, y eso, junto
al trabajo en el restaurante, no me deja mucho margen para otras cosas; he
estado viendo un curso de inglés en nivel B2 y me gustaría intentar
apuntarme, para mejorar, ya sabes. Creo que estaría genial ir avanzando en
eso también.
—Me parece una idea estupenda. Muy útil.
—Seguro que tú lo hablas de miedo.
—Bueno, puedo apostar lo que quieras a que a ti también hay otras
muchas cosas que se te dan mejor que a mí. El inglés simplemente requiere
tiempo y práctica. Ya verás como lo consigues. Además, tú me sacas
ventaja porque dudo que el chino sea sencillo.
—Sí, supongo que el chino no es tan fácil. Gracias por los ánimos —
suspira.
—Oye, Nina, ¿todavía no sé en qué curso estás?
—Eh... Bueno... —Veo que se sonroja—. Estoy en primero.
—¿En serio? —Su respuesta me sorprende muchísimo.
—Sí, es que empecé después de unos años la universidad... Y estaba
esperando a ver cómo se me daba para contárselo a mis padres porque tenía
miedo de que la experiencia no fuera bien. Sé que es demasiado tarde para
mí, pero...
—Oye, calma —le digo, tratando de procesar toda la información—.
Está bien. Nunca es tarde para estudiar lo que sea. Cada uno va a su ritmo
por las circunstancias que sean.
—Has puesto cara de estar flipando.
—Bueno, me ha sorprendido, pero porque los ejercicios que vi en
aquellos folletos y el libro de ayer no son para alumnos de primero.
—Ah... Ya... Son del grupo de estudio de Lewis.
—Eso lo explica.
Se hace un silencio algo incómodo hasta que ella vuelve a hablar.
—Me pregunto si hay muchas diferencias entre Estados Unidos y
España. ¿Es como en las películas?
—Sí, es diferente... Pero ambos tienen sus cosas buenas y sus cosas
malas. La vida no es igual en todos los estados. Por ejemplo,
Massachusetts, que es donde estaba yo, es totalmente diferente a Florida.
—Entiendo... Yo al principio estaba muy emocionada por ir al instituto
aquí. Pensaba que sería como en una de esas películas americanas con las
taquillas y las cheerleaders.
—Oh, no... Nada más lejos de la realidad, al menos por lo general...
Siempre hay excepciones.
—Lo sé... No había taquillas, ni animadoras, ni siquiera una biblioteca
decente. Fui a un instituto que me dejó patidifusa. Pero los profesores eran
muy buenos y el temario también. En cambio, los alumnos... no tanto.
—¿Tan difícil fue?
—Creo que no encajé, aunque lo intenté. Supongo que no todos los
sitios son iguales, ¿no?
—Claro que no... —Se me encoge el corazón al pensar que lo pasó
mal.
—Al final, el orientador dijo que era un problema mío porque no me
integraba. Pero cuando se ríen de ti y te hacen la vida imposible, decides
que lo mejor será centrarte en aprobar las asignaturas y olvidarte de lo
demás. Llegué a pensar en serio que no estaba hecha para estar allí. Que no
formaba parte de aquello. Fue una sensación horrorosa que me acompañó
incluso mucho tiempo después.
—Siento mucho que pasaras por algo así, sumado a que los
adolescentes pueden ser muy complicados. Parece mentira que a veces las
personas no sean conscientes del daño y el dolor que causan a la gente con
ciertas palabras o acciones. Lo siento...
Sin pensarlo, pongo mi mano sobre la que ella tiene en la mesa y veo
cómo se sonroja. Pero lo que me alarma es sentir que vuelve a tensarse, por
lo que doy marcha atrás, apartándome.
—Ahora lo veo así —continúa—. Pero entonces yo también era una
adolescente en un país con costumbres y personas muy diferentes para mí y
me costaba entenderlo. Pero, bueno, supongo que la falta de distracciones
me llevó a sumergirme en videojuegos y libros, y aun así logré convertirme
en una de las mejores alumnas del año. Después decidí tomarme un
tiempo... sabático, por decirlo así. En el fondo me asustaba que la historia
se repitiera, pero la universidad es completamente diferente.
—Bueno, por lo que cuentas, eres buena en los estudios.
—Normal. —Se encoge de hombros y se sonroja.
—Imagino que las costumbres chinas distan mucho de las de aquí,
empezando por el Año Nuevo, asignando a cada año un animal y todas esas
cosas que para mí resultan tan curiosas. Tenía varios compañeros asiáticos
cuando estaba fuera. Me parece una cultura muy interesante. Seguro que
tienes muchas cosas que contar. ¿Hay algo que te pareció especialmente
raro cuando llegaste aquí?
—¿Bromeas? ¡Cientos de cosas! —Abre mucho los ojos—. Lo que
más me marcó al principio fue que todo el mundo se daba besos para
saludarse. En China nos inclinamos y nos damos la mano, pero cuando
llegué a España y un chico se acercó a darme dos besos en las mejillas me
quedé tiesa como un palo y sin saber qué hacer. Pero después lo hizo una
chica y entonces entendí que era normal. Pero... ¡¿por qué?!
—Uff... Ahí te doy la razón. A mí tampoco me gusta, ¿no es suficiente
con que todos nos demos la mano?
—¿A que sí? Es un gesto que aún hoy percibo como si me asaltaran de
alguna forma y, francamente, no me acostumbro a la idea de que cualquier
desconocido invada mi espacio personal dándome dos besos para
saludarme. Piensa en esas ocasiones en las que te tienden una mano
excesivamente fría o peor, ¡sudorosa! Pues imagínate si se te acerca alguien
así a darte dos besos. ¿No piensan en los microbios o en que tal vez no me
apetece darles dos besos porque no los conozco?
No puedo evitar reírme porque me ha expuesto sus motivos de forma
superconvincente.
—La verdad es que estoy totalmente de acuerdo contigo.
—Para que te hagas una idea, en China y en muchos países asiáticos,
las parejas prácticamente no intercambian muestras de afecto en público,
pero aquí ves a gente besándose hasta en el metro.
—¿De veras? Pero... ¿los novios no se cogen de la mano ni nada?
—Sí, eso sí, pero es muy raro ver a alguien abrazarse o besarse en la
calle... Aunque, la verdad, a mí no me parece mal. Creo que hay detalles
que ya los veo normales y que he asimilado.
—Ya... —Pienso en las cosas que me ha contado y que me resultan
muy curiosas—. ¿Y tú te has planteado alguna vez regresar a China?
—A veces, pero enseguida elimino la idea de mi cabeza. En ciertos
momentos creo que puedo parecer una turista en esta ciudad, pero Madrid
es mi hogar ahora. Creo que si regresara a mi país no me sentiría cómoda o
estaría rara... No sé cómo explicarlo. Sería extraño, no creo que yo
terminara de encajar con los míos allí. Como te digo, hay cosas de aquí a las
que ya me he acostumbrado y que he asimilado. En algunas ocasiones, me
siento un poco de ninguna parte.
—Puede que entienda lo que quieres decir.
—¿Ah, sí?
—Sí... Cuando regresé a Madrid llevaba tantos años fuera de España
que se me hacía incluso raro estar aquí. Muchos de los sitios que yo conocía
habían cambiado e incluso se habían transformado en algo totalmente
diferente a lo que eran antes, mientras que otros seguían exactamente igual,
como si en lugar de diez años hubiera pasado solo un día desde la última
vez que los había pisado. Y creo que eso te hace pensar a veces en el tiempo
y en lo que cambia todo, no solo los lugares, sino también las personas... Es
curioso, no sé, me ayudó a darme cuenta de muchas cosas y me pregunté si
de verdad encajaba aquí, porque casi tuve que volver a empezar. Ya no tenía
la misma relación que antes con quienes habían sido mis amigos y me
sentía como un auténtico extraño en esta ciudad que me ha visto nacer y
vivir los primeros años de mi vida. A veces tengo la sensación de que no
termino de encajar aquí, pero no sé... Supongo que son ralladas mías.
—Yo te entiendo. —Parece pensativa—. Cuando le cuentas esto a
otras personas que no han vivido lo mismo, siempre te dicen que saben lo
que sientes o te miran con cara de «estás loca». Me pasó lo mismo hace
unos tres años cuando fui a China a ver a mi familia. Las cosas, la gente, el
entorno e incluso ciertas costumbres están condenadas al cambio y a un
proceso de evolución. Es un hecho.
—Cuando tú te mudaste a España, yo hacía pocos años que me había
marchado —comento, pensativo.
—Pero ahora nos hemos cruzado.
—¿No hay una leyenda oriental sobre esas casualidades en las que
conoces a alguien y resulta tan intenso?
—El hilo rojo del destino. —Muestra una sonrisa ladeada, mientras la
recuerda—. Algunas personas están destinadas a conocerse y se encuentran
conectadas por un hilo de color rojo que es invisible.
—¿Cómo saben que es rojo si resulta ser invisible?
—Al decir eso rompes la magia de la historia.
—Que no, venga, ya me callo. Sigue contando. Me gusta escucharte.
—No, ya no. Es una tontería.
—No lo es, y si tú no quieres continuar, lo haré yo. —Me aclaro la voz
para darle más énfasis—: No importa la distancia, ni tampoco el tiempo que
pase. El hilo es infinito y puede estirarse, enredarse y volver a desenredarse
sin llegar a romperse jamás.
—¿Te lo sabes? —parpadea sorprendida.
—Shh, que lo estoy contando yo ahora. —Le sonrío y extiendo los
dedos de la mano, mostrándoselos—. Ese hilo lo llevamos atado en el
meñique, porque por ahí pasa la artería ulnar que conecta directamente con
el corazón, y así, estamos ligados a nuestra alma gemela.
Un silencio extraño se hace entre nosotros y ella baja la mirada,
concentrándose en la grulla que ha hecho y retocándole uno de los
extremos, probablemente, presa de los nervios. Yo me limito a
contemplarla, mientras me pregunto a qué sabrá un beso suyo. Si será lo
vertiginoso que siento que va a ser. Pero, por el momento, soy paciente.
Quiero cocinar esto a fuego lento y que ella se sienta a gusto a mi lado.
Levanta la cabeza, topándose con mis ojos, y abre la boca, a punto de
decir algo. Estoy convencido al cien por cien de que va a hablar, pero
entonces niega con la cabeza, sonriendo.
—Voy un momento al aseo.
Se levanta y desaparece entre la multitud.
No le doy más importancia. Me cruzo de brazos y examino la figurita
de papel. Me gusta y me encantaría tener la misma habilidad que ella. Es
increíble que haya hecho algo así mientras conversaba conmigo.
¡Cómo son los nervios!
A su regreso, seguimos descubriéndonos el uno al otro, hablando de
banalidades, que para nosotros no lo son tanto, porque supone el saber qué
nos gusta y las cosas que tenemos en común. Esa magia de los primeros
encuentros, de conocer a alguien especial, la novedad, las impresiones, las
emociones, pero, con ella, siempre elevadas a lo más alto.
20
女
Salimos del bar y Rubén vuelve a abrir ese paraguas verde que nos tapa a
los dos. Menos mal que al menos uno de nosotros ha sido previsor.
—¿Te apetece que hoy veamos Netflix en mi casa? —me pregunta.
—Vale. —Sonrío y después vuelvo a esconder mi nariz en la bufanda.
Caminamos por la acera, esquivando a la gente habitual que encuentras
en el centro cuando casi es la hora del cierre de las tiendas. Por un segundo,
nuestras manos se rozan, y no puedo evitar fantasear con la idea de
cogérnoslas. ¿Qué se sentirá? ¿Cómo será el tacto de su piel? Pienso en
cuando puso su mano sobre la mía en el bar y me derrito solo con recordar
el conjunto de sensaciones tan vibrantes que me hizo tener. Y, como si me
hubiera leído la mente, es él quien, de pronto, me sorprende sujetando la
mía. Noto cómo una corriente eléctrica se extiende por cada célula de mi
cuerpo, emocionándome, excitándome e ilusionándome. Me mira por el
rabillo del ojo y yo hago lo mismo, esbozando una sonrisa en mi rostro.
Cuando nos paramos en un semáforo de la Gran Vía, una parte de mí se
muere por que se lance ahora a darme un beso.
¿Tal vez no lo hace porque le conté que no solía ocurrir en China...?
Sea como fuere... esto es España.
No veo que reaccione, pero sí que lo noto tan emocionado como yo
por el gesto que estamos teniendo. Me acaricia la mano con el pulgar, y yo
ya no puedo soportar más las terribles ganas de tener un contacto mayor con
él.
—Creo que tienes algo ahí —le digo, señalando su rostro, aunque a
ningún lugar en concreto. Él me suelta y comienza a tocarse el ojo
izquierdo, como si tuviera una pestaña o algo. Parece confuso.
—No, agacha un poco la cabeza. Déjame a mí. —Trato de contener la
risa mientras le veo reaccionar a mi petición, y entonces, le planto un beso
rápido en los labios.
Vale, ya está hecho. No hay marcha atrás. Solo espero que no le haya
incomodado..., aunque la respuesta a mis dudas llega tan solo dos segundos
después, cuando él posa con delicadeza el índice y el pulgar en mi barbilla y
me hace mirarle a los ojos. Antes de que pueda decir algo, se lanza a mi
boca y comenzamos a entregarnos con besos y caricias.
—Nina... —lo dice casi en un jadeo.
En algún momento deja caer el paraguas al suelo, y pone ambas manos
en mi rostro. La lluvia comienza a mojarnos a ambos, fundiéndose con
nuestros besos, pero no me importa, y está claro que a Rubén tampoco. Solo
puedo pensar en su lengua, en las caricias que nos regalamos y en el
momento tan único que estamos viviendo, con los sentidos tan expuestos,
con el olor a humedad rodeándonos, la lluvia calando nuestra ropa, el
sonido del tráfico de fondo y nuestras bocas encontrándose sin cesar. Y
como si nadie nos estuviera mirando, olvidamos completamente al resto del
mundo, devorándonos en medio de la Gran Vía madrileña, jugando a
entrelazar nuestras lenguas, a saborearnos, a respirarnos y a descubrirnos
con nuestras manos.
—Espera... —digo entonces, pero bajito, como si fueran a escucharnos
—. Hay personas que nos miran.
—¡Que les den! —Ríe y me planta un último beso en los labios y otro
en la nariz—. Me encanta tu mirada.
Y a mí me encanta él, pero no se lo digo. Se agacha para recoger el
paraguas, sacudiéndolo un poco y así quitarle el agua que se ha ido
acumulando en su interior. Acto seguido, atrapa mi mano de nuevo,
guiándome calle abajo hasta donde tiene aparcado el coche, un Peugeot
pequeño de color blanco.
La ruta hasta su casa la hacemos callados, a excepción de la radio, que
rompe nuestro silencio. Eso sí, jamás pensé que un trayecto por la M-40
pudiera ser tan maravilloso como aquel. En algún momento, él me
sorprende cogiéndome de la mano mientras suena Cherry Ghost con su
tema Mathematics, y evidentemente no podemos evitar sonreír por el
estribillo de la canción, que él canturrea como puede.
—¡Vas a conseguir que llueva más! —le digo riéndome.
—¡Serás mala! —Él también ríe.
—Solo lo aviso para no tener que llegar a tu casa en canoa.
—Ya, ya... Claro...
Rubén está feliz, acariciándome la mano con el pulgar y agarrando con
la otra el volante, sin perder de vista la carretera.
Yo me siento como si hubiera subido a una nube de la que no me
quiero bajar nunca.
Y para mí, a pesar de tener el pelo humedecido por el momento de
pasión en la Gran Vía, el ratito que dura el trayecto hasta su casa es
simplemente perfecto.
No me suelta la mano hasta que no abandonamos la autopista y ya, en
el ensanche de Vallecas, observo los edificios preguntándome en dónde
vivirá y cómo será su casa.
Cuando subimos a su piso, me quedo mirando a mi alrededor, invadida
por el olor de su hogar, que huele como a madera de sándalo, seguramente
por el ambientador de mikado que hay en la entrada del apartamento.
Queriendo saber más, aunque con disimulo, avanzo un poco y trato de
fijarme en la distribución: una cocina americana a la derecha y el salón a la
izquierda. Algo simple y pequeño, ideal para una persona. Me asombra el
tamaño de la televisión de pantalla plana. Es enorme y está colgada en una
pared frente al sofá.
—¿Quieres beber algo? —me pregunta, ahuyentando así mis
pensamientos y consiguiendo que me gire hacia él.
—No, gracias. —Sonrío, y veo que le he manchado de pintalabios
rojo.
—¿Qué te hace tanta gracia? —pregunta, alzando las cejas.
—Tienes restos de mi pintalabios...
—Me lo imagino, porque a ti no te queda prácticamente nada.
Me da un poco de corte la situación, pero enseguida él me hace
acercarme de nuevo a su cuerpo y me besa, dejando bien claro que no le
importa estar o no pringado de labial. Es en ese instante cuando siento la
dureza que esconde la tela de sus pantalones, y mi respiración se acelera.
—Tal vez un vaso de agua estaría bien —digo para disimular.
—Claro.
Me quito el abrigo y lo dejo en el perchero de la entrada. Él vuelve con
lo que le he pedido y cuando me lo ha dado, imita mi gesto haciendo lo
mismo con su cazadora.
Me atrevo a avanzar un poco más por su casa. Parpadeo y miro a mi
alrededor otra vez percatándome de que hay unas escaleras detrás del sofá.
—¡Wow! —exclamo, mirando el ventanal que ocupa una pared entera
y tiene la altura de dos pisos.
En un extremo del salón, hay un escritorio muy amplio en donde
descansa un portátil junto a muchos papeles y libros, aunque hay cuadernos
también en la mesita de café. En los huecos libres hay un par de pizarras
con números y caracteres en los que no me fijo demasiado. Levanto la
cabeza para mirar hacia arriba y veo una barandilla con una camiseta
colgando, aunque desde ahí se aprecia la cama de matrimonio y lo que
compone la habitación.
—Es bonito y acogedor tu apartamento.
—Más bien es un estudio. Y es muy raro, pero salía barato de alquilar.
—Se acerca a coger mi mano—. ¿De verdad te gusta?
—Mucho, aunque me da que eres un poquito desordenado.
Veo como le suben los colores desde la mejilla hasta la punta de las
orejas.
—Bueno... Supongo que no tengo remedio.
—Eso no es una excusa. —Me río.
—Oye, ¿te apetecen palomitas? O tal vez podíamos pedir unas pizzas
para cenar mientras vemos la serie...
—Pizza suena genial. Pero con extra de queso, por favor.
—Lo veo y subo la apuesta. ¿Qué tal una cuatro quesos?
—Suena estupendo.
—¿Quieres que pidamos también algo de beber? —comenta mientras
pide a través de la app—. Aquí puedo ofrecerte solo zumo de naranja y
agua...
—Nestea sería genial.
—¡Oído cocina!
Mientras esperamos a que llegue la pizza, nos sentamos en el sofá con
unas palomitas que Rubén ha preparado en el microondas.
Me pasa el brazo por detrás de la espalda y me acerco más a su lado
subiendo los pies descalzos encima del sofá y apoyando la cabeza en su
hombro con un suspiro de satisfacción que no puedo contener. Me hace
entonces sujetar el bol mientras extiende una manta de cuadros escoceses
entre nosotros, asegurándose de que nos cubre bien a ambos. Después,
enciende la televisión apuntando con el mando a distancia.
—¿Alguna vez has podido disfrutar el MIThenge? —le pregunto.
—¿Qué? —dice, cogiendo un puñado de palomitas.
—Ya sabes, el MIThenge, ¿acaso no sabes de qué te hablo? —Le miro,
extrañada—. Cuando el sol se alinea con el Pasillo Infinito del MIT y la luz
lo atraviesa longitudinalmente.
—Nina, por supuesto que sé lo que es, pero me ha sorprendido que tú
lo sepas... Suele ser algo muy friki.
—No me subestimes.
—Está claro. —Sonríe—. Por estas fechas suele manifestarse, bueno...
aún queda un poco. Es más bien a finales de enero, principios de febrero...
—Ese dato también lo conozco, y sé que después no volverá a ocurrir
hasta mediados de noviembre.
—Adoro que te pongas en plan repipi.
—¡Calla, no me llames así! —Le doy un codazo cariñoso y después
suspiro perdida en mis pensamientos—. Debe de ser realmente romántico
disfrutar de la luz del sol inundando todo el Pasillo Infinito.
—Tal vez algún día podamos verlo juntos en Boston.
—Me encantaría que eso pudiera ocurrir de verdad. Ojalá. —Le beso.
En ese momento suena el timbre, anunciando que la pizza ha llegado y
cuando ya tenemos todo dispuesto en la mesita, Rubén abre el menú del
televisor para poner Netflix y centrarnos en el capítulo que nos toca.
Pero el caso es que, después de cenar, encontrándonos aquí, en nuestro
improvisado paraíso urbano, reconozco que tenerle tan cerca resulta
demasiado tentador como para estarme quietecita y atenta a la pantalla. Así
que aprovecho de nuevo y me acerco a él, que me rodea con sus brazos y no
tarda en besarme, haciéndome enloquecer cuando en algún momento hemos
terminado medio tumbados en el sofá y siento parte del peso de su cuerpo
sobre el mío.
—Que sepas que no me acuesto con nadie en una primera cita. —Se lo
digo para que me ayude a convencerme a mí misma de que debemos dejarlo
aquí por hoy, porque en este momento he perdido cualquier atisbo de fuerza
de voluntad que pudiera quedarme.
No me muevo, solo me esfuerzo por tratar de normalizar mi
respiración, pero, a su lado y pensando las cosas que estoy pensando, es
algo totalmente imposible.
—Analicemos la situación por un momento —me dice, mirándome
con esos ojazos que me trasladan a un bosque fresco y apasionante—.
¿Tantas noches de Netflix no deberían convalidarse al menos por tres citas
más?
—Ese argumento me convence. —Le planto un beso rápido—. Y, por
cierto... No te lo he dicho antes, pero, por extraño que suene, me encanta
que hables como un científico.
—Joder, sí que eres rara. —Sonríe.
Vuelve a besarme, pero le detengo para volver a mirarnos a los ojos.
—Oye, solo una última cosa... Yo nunca he estado con un chico como
tú.
—Creo que me estoy perdiendo.
—Nunca he estado con un occidental.
—¿Y cuál es el problema? Yo tampoco he estado con una asiática.
—Es por lo que dicen.
—No sé lo que dicen. —Arruga la frente, confuso.
—Que eso..., ¡ya sabes! El tamaño es diferente.
—Ahhhhh... —Estalla en carcajadas—. Eso son bulos. Y muy crueles.
—¿De verdad?
—Seguro que sí.
—Pero entonces tú tampoco lo sabes.
—Estoy seguro de que es algo que depende de muchos otros factores.
Es una cuestión de anatomía y proporciones del ser humano.
Ahora quien rompe a reír soy yo y al final él me sigue.
—Lo siento, una amiga me metió esa idea en la cabeza.
—Pues no te creas todo lo que te cuenten tus amigas —comenta,
divertido.
Y esta vez soy yo la que va a besarle; olvidándome de todo me lanzo a
morderle cariñosamente el labio inferior, tratando de hacer un baile perfecto
entre mi lengua y la suya mientras le suelto los botones de la camisa.
—Espera —me dice entre beso y beso—, mejor vamos arriba.
Rubén me tiende la mano y con este gesto me invita a dejar el sofá y
subir las escaleras que conducen a su dormitorio.
Ambos comenzamos a desvestirnos torpemente el uno al otro,
avanzando a tientas por la habitación y luchando por mantener nuestras
respiraciones entre beso y beso.
Está claro que tenemos demasiadas ganas como para andarnos con
muchas más historias. Y es que no sé qué tiene este chico que hace que el
corazón se me ponga a mil por hora y me cueste hasta respirar.
Me hace tumbarme sobre mi espalda y continuamos descubriéndonos
el uno al otro, entre susurros, besos y caricias sobre unas sábanas blancas
con un agradable olor a jabón de Marsella.
El paraíso.
Me coloco yo arriba, sorprendiéndole en la penumbra en la que
estamos y encontrándome así con su sorpresa todavía envuelta en unos
bóxer negros.
—Eres muy guapo —le digo, acariciándole los musculosos brazos.
—Tú, que me miras con buenos ojos...
—Mi corazón late demasiado fuerte —le digo, llevando su mano hasta
mi pecho.
—El mío también —replica, imitando mi gesto y posando la mía sobre
el suyo.
—Rubén... —susurro, suplicante.
De pronto me hace girar hasta quedar él sobre mí y vuelve a
someterme a la deliciosa sensación de sentir sus manos y su boca
descubriendo mi piel, hasta que, en algún momento, se estira para conseguir
llegar a la mesita de noche, de donde saca un preservativo.
Rasga el paquetito bajo mi atenta mirada. Cuando vuelvo a mirarle a
los ojos, su pecho sube y baja, alterado y excitado, hambriento de mí.
Acerco mi rostro al suyo para depositar un suave beso en sus labios y él me
rodea con sus brazos, esparciendo un reguero de besos por mi cuello, mis
hombros, mis pechos, mi vientre... Mi cuerpo se prepara poco a poco para
recibirle, ansiando sentirle, necesitándole como jamás pensé que desearía
fundirme con nadie.
21
男
¿Estás en la facultad?
¿Y cómo fue?
¡Claro!
Observo cómo Nina vuelve a ponerse el abrigo y se atusa el pelo con prisas,
mirándose en la pantalla del móvil. Cuando ya está lista, me lanza una
rápida mirada.
—Uy... te he vuelto a manchar. —Arruga la frente y pasa el pulgar por
mis labios.
—No pasa nada. —Intento limpiarme yo con el dorso de la mano—.
¿Mejor?
—Casi perfecto.
—No me convences del todo... —digo, repitiendo la operación.
—Ahora sí. —Ensancha su sonrisa y se dirige hacia la puerta—. Nos
escribimos luego, ¿vale?
Asiento con la cabeza y la sigo hasta la salida. Hago girar las llaves
que dejé puestas un rato antes, y le abro.
—Adiós, chico alto —me dice divertida, con esos ojos de color café
más brillantes que nunca.
—Hasta luego.
Y ahora sí que sí, se va y yo cierro, apoyándome en la puerta mientras
emito un largo suspiro.
Joder... Me gusta esta chica. Me gusta mucho. Tal vez demasiado. Ella
es mi primer y último pensamiento del día. Y tal vez sea porque es diferente
a todas las demás. Su inteligencia, su chispa divertida, el aura de
sensualidad que la rodea, su aroma a flores... Toda ella en conjunto forma
algo especial que me ensancha el corazón y me hace suspirar. Por no hablar
del sexo. Es el mejor que he tenido en mi vida.
¿Qué demonios me está pasando? Vuelvo a mi sitio y subo el estor que
ella bajó antes. Hace un buen día y con lo vivido esta mañana, sin duda ya
es espléndido. Me río para mí y decido volver al trabajo e intentar
concentrarme. Saco los auriculares de diadema, repaso una de mis listas de
Spotify y decido comenzar la jornada con No surprises, de Radiohead.
Enciendo el ordenador, pero me quedo ensimismado contemplando la
nada, escuchando la canción y recordando lo vivido en mi mesa. Desde
luego, este despacho ya no va a significar lo mismo después de ella.
Unas horas después, contento por haber conseguido centrarme en mi
trabajo, escucho unos golpeteos en la puerta que se cuelan por mis cascos.
Tras levantar la vista, veo a Aitor asomar la cabeza. Sonríe al verme, y
entra. No me sorprende ver que va trajeado, como es habitual en su jornada
laboral.
—¿Qué pasa, tío? —dice a modo de saludo, quitándose de los oídos
los AirPods de los que rara vez se desprende.
—¿Qué haces aquí?
Entra y me fijo en su corbata. Son osos polares sobre un fondo azul.
Aitor y su estilo excéntrico nunca dejan de sorprenderme.
—Tenía una reunión aquí al lado y supuse que estarías en tu cueva —
dice, dejando con un golpe seco el maletín de cuero negro, de Loewe, sobre
mi mesa—. Te he estado llamando, pero no cogías el teléfono.
—Ah, lo siento, estaba concentrado y, además, lo tengo en silencio.
—¿Qué tal por aquí? ¿Has sabido algo de la entrevista de trabajo?
—¿Del MIT? Qué va... Deberíais dejar de preguntarme tanto por eso.
Es algo prácticamente imposible, así que no cuento con ello.
—De todas formas, ¿cuándo te van a decir algo?
—Pues no lo sé... Ya te dije que me hablaron de unos meses, pero de
verdad, cuantos más días pasan, menos espero una oferta. Hay mucha
competencia.
—¿Y esa competencia es también un cerebrito como tú, que, además
de estar con ellos, ha pasado también por Princeton y por este garito
mohoso de ahora? —señala las paredes del despacho.
—No está tan mal —refunfuño.
—En mi opinión, esto te quita prestigio.
—Eso son estupideces tuyas.
—Tengo entendido que los profesores de las universidades americanas
viven montados en el dólar.
—Te prometo que no están tan bien como tú en la consultora donde
trabajas —le recuerdo, intentando dar un giro a la conversación.
—Pero si yo curro como un cabrón.
—¡Tienes un maldito Porsche!
—Después de tu hermana, ese coche es mi otro amor.
—¡Tío, no! —Me froto la cara con las manos. No me gusta nada que
diga esas cosas.
—¿Qué mierda te pasa en el cuello? —dice, señalándose su lado
izquierdo para que yo le imite—. ¿Te ha salido un sarpullido?
Me froto con la mano y miro. Creo que es más carmín del de Nina...
No sé qué voy a hacer para que deje de marcarme como lo hace, aunque
esos labios de color cereza me enloquecen... Solo con pensar en ellos casi
me la pone dura. Carraspeo, intentando espantar su recuerdo y centrarme,
pero mi amigo se acerca a mirarme el cuello.
—¡Pero si es pintamorros! —exclama sin poder controlar la emoción
—. ¡Juas! ¡Me parto! —Da una palmada que resuena en el despacho casi
como un petardo de feria y luego estalla en carcajadas—. Ya veo que no
pierdes el tiempo. —Entonces baja la voz para preguntar—: ¿Te has traído
aquí a una tía?
—No.
—Sí —me contradice, sin poder contener las carcajadas.
—Te digo que no —rebato, nervioso, aunque está claro que miento de
pena.
—Ya veo que no eres tan ermitaño como creíamos. ¿Por qué no me lo
habías dicho? ¿Es por eso por lo que andabas en babia este fin de semana?
Tu madre está preocupada porque dice que trabajas demasiado y, la verdad,
fue un alivio que por una vez el que se lleve esa mención seas tú y no yo.
Pero bueno, cuéntame, ¿está buena?
—¿En serio me preguntas eso? Qué poca vergüenza, tío, ¡que no es un
trozo de carne!
—O sea que vas en serio.
—No he dicho eso.
—No te pondrías así de no ser algo importante para ti. Además,
¿cuánto hace que no estás con una chica? ¿Un año o un año y medio?
—No sabía que mi vida sentimental despertara tanto interés.
—Bueno, vale, no te presionaré... ¿Me vas a decir al menos cómo se
llama?
—Nina.
—¿Qué nombre es ese? ¿Es catalana, francesa o algo así?
—¿Qué...? —Alzo las cejas. No entiendo de dónde se saca esas cosas.
Niego con la cabeza, comenzando a desesperarme y frotándome los ojos—.
Es china.
—¡Asiática! O sea que ahora te va lo exótico.
—Oye, mira, no tengo tiempo para esto, en serio. Y, además, si quieres
hablar de ese tema, no hagas que resulte tan ofensivo, te lo pido por favor.
—Vale, perdona —se disculpa, mirándome más serio—. Deberías
decírselo a mi hermana.
—¿Por qué?
—Sabes perfectamente por qué. No me cabrees con eso.
Nos quedamos callados y él carraspea para romper el silencio
incómodo que se ha creado. Miro la esquina de la pantalla del ordenador y
resoplo al ver que es la hora de comer. Se me ha ido la mañana por
completo y de nuevo no he avanzado todo lo que querría, aunque bueno,
pensándolo mejor... se supone que es mi semana libre...
Como si me leyera la mente, Aitor interviene otra vez.
—¿Comemos juntos? He reservado en ese italiano que nos gusta
mientras venía hacia aquí.
Me dedico unos cuantos segundos a meditar la respuesta. Si me voy
con él, sin duda la cosa se alargará y perderé más tiempo todavía, pero
bueno...
—Está bien —me decido al fin. Tampoco podía darle calabazas a mi
futuro cuñado.
No tardamos en ponernos rumbo al restaurante, que no queda muy
lejos de aquí. Son solo diez minutos a pie. Convenzo a Aitor de que es una
tontería y una pérdida de tiempo ir a buscar su coche al parking para
meterlo en otro, porque, seamos realistas, será imposible encontrar
aparcamiento, y menos aún a esas horas. A regañadientes accede, y no tarda
en recibir una de esas llamadas con las que se ajusta los AirPods de nuevo y
me ignora a mí y a quien interfiera en la conversación. Suspiro al oírlo
tratar cantidades indecentes mientras adopta ese tono prepotente y medio
gruñón. Quién iba a decirme a mí hace años que mi amigo terminaría
siendo un tiburón de la consultoría; un ejecutivo agresivo que ascendió
rápido en un mundo tan competitivo como ese y para el que cuantos más
ceros haya junto al símbolo del euro, más sexy le resulta la tarea. Quién iba
a decirme a mí que se convertiría en un capullo.
Pasamos por delante del escaparate de una perfumería de la zona y me
fijo en un anuncio de barras de labios. Pienso en Nina casi de forma
automática y se me ocurre una idea. Veo que Aitor sigue hacia delante sin
reparar en mí y avanzo pegando unas cuantas zancadas para pararle e
indicarle que me espere ahí fuera.
¡No puedo creer que vaya a hacer lo que estoy a punto de hacer!
Bueno, en realidad, no me puedo creer muchas cosas de las que estoy
haciendo estas últimas semanas. Solo espero que no se lo tome a mal, pero
empieza a ser necesario tomar medidas.
—Buenas tardes, caballero, ¿en qué puedo ayudarle?
Una dependienta rubia, con el pelo liso como una tabla y demasiado
maquillaje en la cara, me asalta nada más rebasar la puerta de la entrada.
—Buenas tardes... Eh...
—¿Sí?
—Buscaba un pintalabios de color rojo. Que sea bueno.
—¿Qué sea bueno? —La chica parpadea perpleja mientras repite lo
que le he dicho—. ¿Se refiere a que tenga sabor?
—Eh... No, no es necesario.
Niego con la cabeza, confuso. Si le ponemos sabor a sus besos ya seré
un completo adicto a ella, así que mejor eliminar ese detalle.
—Me refiero a que no manche.
—¡Ah, claro! ¿Permanente?
—¿Cómo que permanente?
—Sí, de los que no se van.
—Pero se lo puede borrar, ¿no?
La dependienta parpadea y escucho un par de risas contenidas detrás
de mí, en el mostrador, provenientes de otra empleada y una clienta que está
pagando. Al parecer mi conversación les parece divertida, y eso me hace
sentir que hay algo que no estoy haciendo bien. Me rasco la cabeza,
nervioso, y entonces aparece Aitor, ojiplático y con el teléfono en la mano.
—Pero ¿qué hostias haces aquí? —pregunta, tan malhablado como
siempre—. ¿Vas a comprarte un pintamorros?
—Dame un momento, por favor, terminaré pronto —le digo, haciendo
un ademán con la mano y armándome de paciencia; decido volver a
centrarme en la dependienta que me está atendiendo—. Oiga, le seré
sincero, lo que quiero es que mi... chica, no me manche.
Siento que se me sonrojan hasta las orejas al explicar el motivo de mi
visita y una parte de mí está analizando las palabras que han salido de mis
labios, pues el término «mi chica» me gusta demasiado.
—Entiendo. —Sonríe, comprensiva, y me hace acompañarla con un
gesto de la mano hasta pararnos ante un stand de Chanel—. Mire, estos de
aquí resisten hasta ocho horas y además no resecan los labios. Son muy
cómodos de llevar.
Me quedo anonadado. ¿Un pintalabios es cómodo de llevar? De lo que
se entera uno...
—Primero tiene que aplicarse el color líquido —continúa, abriendo
uno para mostrarme un pincel con potingue rosa—, y después se aplica el
gloss transparente para darle hidratación y brillo.
—¿Y no te manchan? —me sorprendo al escuchar la voz de Aitor
detrás de mí, que de pronto parece tan interesado como yo en el producto.
—No. —La dependienta ensancha su amable sonrisa.
—Pues parece práctico, ¿verdad? —digo a mi improvisado
acompañante.
—Yo quiero uno. Ese rosa es bonito —dice él—. ¿Le gustará a Lara?
—Eh... Pues no lo sé... Supongo que sí. —Me encojo de hombros.
—Yo me llevo el rosa —confirma.
—Perfecto, ¿y usted?
—Pues uno rojo...
—Tenemos estos de aquí —señala una línea con siete colores que me
parecen prácticamente idénticos.
—Pero si son iguales, ¿no? —dice Aitor en voz alta lo que yo estoy
pensando.
—Ese. —Me decido a señalar el que me parece más auténtico y que
me recuerda a sus labios.
Acabo de comprar una barra de labios nada más y nada menos que de
Chanel para regalar a una chica con la que apenas me he visto unas cuantas
veces, aunque también hablamos durante horas todos los días... Diremos
que es un regalo para una buena amiga... Una muy buena amiga. Solo
espero no meter la pata con esto y que, por favor, le guste. Y, por supuesto,
que deje de marcarme siempre que aparece a mi lado.
¡Estoy deseando poder dárselo esta noche!
24
女
—Me alegra ver que todos os lleváis tan bien. Dais vida al restaurante con
tantas risas —dijo mi madre, superemocionada, por supuesto.
—Mamá... —Estaba a punto de intentar desviar la ruta de la
conversación cuando mi padre nos interrumpió.
—¿Y a qué debemos la improvisada comida? Hasta Jin ha venido.
—Sí... Eh... Sobre esto quería hablaros. Veréis... —cogí aire—. No os
enfadéis conmigo, por favor.
—Argh... Esta niña... —Mi madre hizo un gesto en el aire con la mano,
restándole importancia, y después se giró hacia mi padre—. ¿Qué vamos a
hacer con ella?
—¿Por qué siempre das por hecho que es algo malo?
—Porque de lo contrario no te costaría tanto decirlo.
—¿Qué ha pasado, Nina? —Mi padre se puso serio.
Me preparé para soltarles toda la información de carrerilla sin darles
opción a que me interrumpieran.
—En realidad, no ayudo a Fang en la peluquería, sino que me
matriculé en la Universidad Complutense y estoy estudiando química. Hoy
me han dado las notas y he sacado dos dieces, un nueve y un ocho. La gente
es genial y me encanta lo que estoy haciendo. Por fin creo que... encajo.
Siento que he encontrado mi sitio. —Tomé aire— Por favor, no os lo toméis
a mal. Y, por favor, no os enfadéis con mi hermana.
—¿Por qué...? —Mi madre miró confusa a mi padre—. ¿Por qué nos
estabas ocultando algo así?
—Tenía miedo de que me fuera mal y resultase una decepción también
para vosotros... —Agaché la cabeza, sin ser capaz de mirarles—.
Perdonadme, por favor. Perdonadme.
—Pero... Nina... —Mi madre no era capaz de terminar la frase.
—Nina, está muy bien que estudies. Entiendo tus motivos, pero debiste
contárnoslo a nosotros.
—Lo siento, papá, pero necesitaba hacer las cosas a mi manera y sentir
que estaba tomando el camino adecuado. Espero que lo entendáis, por
favor.
—Has tomado la decisión correcta. Nunca es tarde para hacer algo así
y mi pequeña flor de loto es capaz de mucho.
—Cariño... —Mi madre posó su mano en mi barbilla e hizo que la
mirase—. Mereces mucho más que estar para siempre en este restaurante.
—¿En serio crees eso? —Casi me caigo de culo en ese mismo
momento.
—Por supuesto que sí. —La vi tan emocionada que pensé que se
pondría a llorar en cualquier momento.
—Entonces... ¿dos dieces y un nueve?
—Menos en informática, que saqué un ocho.
—¡Esa es mi hija! —Mi padre me dio un par de toquecitos en el
hombro, pues es su forma de transmitirme su apoyo y cariño.
—Me alegra mucho ver que te has lanzado a hacer algo que te gusta.
—Gracias, mamá.
—Y Nina, siento ser tan severa a veces, pero es que en algunos
momentos me sacas de mis casillas...
—Bueno... —No supe qué responder a eso.
—Anda, ven aquí y dale un abrazo a tu madre.
—Será mejor que reorganicemos el tema de tu trabajo en el
restaurante. Necesitarás centrarte en tus estudios.
—Puedo seguir trabajando aquí.
—No, no... La universidad tiene que ser lo primero. ¡Ya verás cuando
lo cuente en el grupo de mis amigas!
—Mamá... Al menos los fines de semana puedo trabajar y alguna tarde
también. El dinero que me pagáis me viene muy bien para mis gastos y
ahorrar algo.
—No te preocupes por el dinero. Somos tus padres y te ayudaremos en
lo que necesites, pero, gracias, hija, tendremos en cuenta tu ayuda para los
días que se espere ajetreo.
—Gracias a vosotros. —Esta vez la que se emocionó fui yo, hasta que
mi madre volvió a hablar.
—¿Puede que me des alguna alegría más hoy? —preguntó mi madre
—. ¿Has vuelto a hablar con Paco?
—Eh... Mamá, Paco y yo solo somos amigos. Es más, apenas nos
conocemos.
—Ah... Vale. Pero entonces...
—No más citas, por favor... —Intenté poner una excusa—: Tengo que
estudiar.
—¡No digas tonterías! Conocer gente no te hará daño, ¿o vas a
decirme también que quieres hacerlo a tu manera? Porque no veo que eso
esté dando resultados...
Con eso no pude evitar poner los ojos en blanco, y así mamá dio por
terminada nuestra conversación; yo me fui resoplando, por supuesto. ¿Qué
tendría que hacer para que dejara mi vida sentimental en paz?
Alguien me dijo una vez que el arroz blanco solo es soso. En parte, les
doy la razón, pero también hay que saber qué arroz elegir, cómo lavarlo y,
por supuesto, saber cocinarlo.
Reconozco que esto último no se me da nada bien, y por suerte tengo
una arrocera que prepara un arroz perfecto en unos pocos minutos, pero
cuando he tenido que hacerlo en una cazuela y añadirle los ingredientes
necesarios para poder preparar una receta, he sufrido. Y mucho.
Una de dos: o me sale tan blando que se queda pegado en la cuchara
sin soltarse, o me queda tan duro que puedes usarlo como munición en una
cerbatana.
Si me paro a pensar, la siguiente receta es muy famosa en los
restaurantes chinos de Occidente y tiene como base un montón de arroz
blanco que puedes hacer en tu arrocera y después juntar en la sartén con el
resto de los ingredientes. Pero te la juegas, porque de esta forma, hasta que
no lo pruebas, resulta una incógnita saber si te ha salido bien o no. Porque,
como digo, partes de la base de hacer el arroz solo, y te arriesgas a que no
coja después suficiente sabor... Y no podemos olvidar tampoco el tema de
las delicias. ¡No te pueden quedar duras o pasadas! Por eso, una receta
que parece sumamente fácil, en realidad es más bien complicada. O, al
menos, esa es mi percepción. Así que, como recomendación, os aconsejo
ponerle paciencia y, sobre todo, mucho amor.
Ingredientes:
• Arroz jazmín.
• Huevos.
• Guisantes (pueden ser congelados).
• Zanahoria.
• Jamón york.
Preparación:
En esta receta se cocinan los ingredientes por separado y al final se mezcla todo.
En un bol lavamos el arroz hasta tres o cuatro veces, de forma que el agua que quede
al final sea transparente. Después, lo ponemos a hacer en la arrocera teniendo en cuenta que,
por cada vasito de arroz, añadimos dos de agua.
Al mismo tiempo que tenemos trabajando la arrocera, limpiamos y troceamos las
zanahorias que vayamos a necesitar y las ponemos a hervir en un cazo junto con los
guisantes.
A continuación, batimos los huevos y los cuajamos en una sartén con un chorrito de
aceite.
En otra sartén, salteamos un poco el jamón york hasta que coja un poco de color
doradito.
Por último, juntamos todos los ingredientes, añadiendo la tortilla a taquitos y
mezclamos bien en una sartén durante unos pocos minutos a fuego lento.
A modo de anécdota, destacar que esta receta no es propiamente china, pues se creó en
Occidente, en donde se popularizó al servirse en los restaurantes chinos, teniendo un éxito
increíble entre los comensales.
25
男
Hoy está siendo un día genial. La verdad es que estoy eufórico y siento que
nada puede estropearlo.
¡Qué ganas de que sea esta noche!
Tengo que pensar algún sitio al que pueda llevar a Nina a cenar,
aunque el otro día hablamos de comer dumplings. Tal vez podamos hacer
eso y que ella escoja el lugar.
Sí, me parece buena idea...
Cuando regreso al despacho, me sorprendo a mí mismo silbando, pero
paro por si el ruido molestase a alguien. Al fin y al cabo, no me había dado
cuenta...
Al plantarme de nuevo delante del ordenador resoplo: diecisiete mails
nuevos en la bandeja de entrada.
Por supuesto, catorce de ellos son de alumnos que quieren revisión de
examen por sus notas... ¿De dónde saco la paciencia?
Tengo uno de Ricardo, que finalmente se marchó ayer a París, pero,
aun así, me manda unas cuantas cosas para agregar al proyecto. Sabía que él
tampoco se tomaría la semana como vacaciones propiamente dichas...
De los dos restantes uno viene de gerencia y otro de Caroline Lewis, lo
cual me intriga, y por eso decido abrirlo primero.
Hola, Rubén:
Espero que estés bien, pues no hemos coincidido desde la cena de Navidad.
Te escribo porque me he enterado de las reasignaciones que se han producido con la baja
inesperada de Rafa García y he visto tu nombre en la lista, y quería hablarte de una alumna
que al principio puede parecer un tanto peculiar, pero sin duda tiene un gran potencial.
Ha destacado notablemente en su curso, por no decir que ha sido la mejor, y estoy
pensando en presentarla para que opte a una beca que concede mi departamento todos los
años en la Universidad de Boston.
Creo que podría encajar realmente bien e iniciarse en programas muy interesantes como
ayudante de alguno de mis asistentes, hasta que ella pueda optar a la investigación, por
supuesto.
Tú sabes cómo funciona todo allí, por lo que me gustaría que le echases un ojo y me
dieras tu opinión cuando hayas visto sus resultados, pues si la propongo para beca, no
deberíamos extendernos más allá de marzo.
Hace poco se lo comenté, pero creo que ella no se ve capaz, y yo tampoco quería insistir
hasta comprobar cómo le iba en el resto de las materias, pero, definitivamente, no
deberíamos dejar escapar a una alumna como ella.
Su nombre es Nina Chou y está en primero de química.
Si te parece bien, podemos quedar un día para tomar un café y hablar mejor.
Quedo a la espera de tus comentarios. Un abrazo,
Caroline Lewis
¿Mañana entonces?
Ahora mismo no sé decirte cuándo podré. Perdona. Te aviso yo,
¿vale?
Ok.
¡Vaya marrón!
26
女
—¡Hola a todas!
—¿Otra vez tú? —pregunta mi hermana, que está ordenando los tiques
del día.
—¿No te alegras de verme? —digo, dejando una bolsa de
supermercado sobre el mostrador—. ¿Estás bien?
—¿Todavía sigues con eso? —me dice, leyéndome la mente—. Estoy
bien, Nina.
—¡Nina! Es raro que nos honres con tu presencia dos veces en un
mismo día —dice Mei.
Mi amiga Sara aparece entonces, saliendo de un pequeño almacén que
tienen al fondo, y parpadea cuando me ve.
—¡Hola otra vez! —Mira el reloj—. Estamos cerrando, ¿lo sabías?
—Lo sé... Por eso pensaba proponeros... —comienzo a sacar latas de
cerveza de la bolsa—, ¡un tentempié!
—Si ha traído cerveza es que es grave —comenta Mei, dejando de
barrer por un segundo.
—Oh, oh... —dice Sara—. ¿Qué ha ocurrido?
—¿Por qué tiene que ocurrir algo?
—Suéltalo ya.
—¿Y si calentamos antes esto? —pregunto, sacando la minitortilla de
patata que compré en el súper—. Teníais microondas en el almacén,
¿verdad?
—¿Qué es eso? —pregunta mi hermana, arrugando la nariz.
—¡Yo sé lo que es! —grita Sara.
—¡Es tortilla de patata! —exclama Mei, girando la cabeza sin dejar de
observar lo que he traído—. Aunque no sé si tiene muy buena pinta dentro
del plástico tan... al vacío.
—Bueno, supongo que es porque está precocinada. ¡Pero dadle una
oportunidad! La probé ayer en un bar y estaba buenísima.
—Vale... —acepta mi hermana, guardando los tiques—. Yo llamaré a
Jin para decirle que llegaré tarde a casa. Sara, ¿por qué no vas calentando lo
que sea que ha dicho que es esto? Y tú, Mei, echa el cerrojo a la puerta.
—Qué bien se te da mandar —le digo a Fang con sorna.
—¡Por algo es la jefa! —suelta Mei, acercándose a la puerta y dándole
la vuelta al cartelito de «abierto-cerrado».
Mi hermana sonríe con autosuficiencia y se gira hacia la pantalla del
ordenador.
—¿Y si le damos vidilla a esto? —pregunta, explorando el Spotify.
—Eso, menos música de spa y más movimiento. —Mei se marca un
paso de baile, todavía con la escoba en la mano, emocionándose ella sola.
—¡Pon a Jolin Tsao! —grita Sara desde el almacén.
—Méiguī shàonián. —Mei pide una canción en concreto dando
saltitos por la tienda.
—Está bien... —acepta mi hermana, escribiendo en el buscador, y en
cuanto la música comienza a sonar por los pequeños altavoces de la tienda,
todas la vitoreamos.
—Esto ya está.
Sara regresa con la tortilla y la deja en el mostrador, en donde nos
concentramos todas para observarla.
—¿Cómo se supone que nos comemos esto? ¿Con la mano? —
pregunta mi hermana.
—¡Ah! Ya sé... —Sara va al almacén y vuelve en menos de cinco
segundos con cuatro packs de palillos chinos perfectamente envueltos en
sus sobres.
—¿Y esto?
—Los cojo del restaurante por si surgen cosas como estas —explica
Fang, agarrando uno de los que le da Sara.
Yo la imito, sacando los palillos de madera clara del sobre, frotándolos
entre mis manos y separándolos.
—Puedes hablar ya... —dice Sara mientras se abre una de las cervezas
Mahou que he traído.
—Rubén, el amigo mío...
—¿Ese amigo especial que en realidad es más que un amigo? —me
pica Mei, que comienza a intentar hacer trozos de tortilla con uno de sus
palillos, como si este fuera un cuchillo.
—Sí... —Suspiro, pues no me apetece entrar en debate—. No sé qué le
pasa, pero de repente siento que me está dando largas. Habíamos quedado
para esta noche y lo ha cancelado sin darme siquiera un motivo.
—Bueno, tal vez le ha surgido algo y te diga de quedar mañana u otro
día —comenta mi hermana sin perder detalle de lo que Mei le hace a la
tortilla.
—No, Fang. Mañana tampoco puede y, por lo visto, no sabe cuándo
estará libre de nuevo. —Abro mi cerveza y le doy un buen trago—. ¿No es
raro que no sepa cuándo podemos quedar?
—Tía, no te ralles —dice Sara—. ¿No te contó en sus mensajes que
volvió a Madrid porque su madre estaba enferma?
—Sí, pero, que yo sepa, ya está bien.
Se hace un silencio, roto únicamente por la música.
—He sacado buenas notas. He confesado mis pecados a mis padres.
Estaba siendo un día perfecto...
—Pero... no entiendo. ¿Qué te dijo exactamente?
—Nada en concreto... Le pregunté que a qué hora nos veíamos y de
pronto no podía quedar. Entonces quise saber si nos veríamos mañana, pero
de nuevo le era imposible y añadió que me diría él cuándo podría volver a
quedar.
—Oh..., oh... No pinta bien —dice Mei.
—Tal vez ya no le interesas —opina Sara.
—Eso es muy típico... ¡Odio tanto a los hombres así! —añade Mei.
—Míralo por el lado positivo: si ya no le interesas, mejor ahora que
después. Es un buen filtro para librarte de un gilipollas —sugiere Sara.
Mi amiga y sus filtros antigilipollas que carecen de coherencia...
—Estoy con Sara —dice Mei—. Ha podido perder el interés.
—¿Eso creéis? —pregunto, aun sabiendo la respuesta.
—Se lo ha pensado mejor y ahora vuelve al mercado nacional —gruñe
Sara.
—Y dale... —la reprende Fang, capturando un trozo de tortilla entre
sus palillos—. Me parece que eso es una gilipollez. Nina, yo creo que lo
estás exagerando. Un hombre no se toma tantas molestias para terminar así,
sin ningún tipo de explicación.
—Visto desde esa perspectiva, en ese caso estoy con Fang —concluye
Sara, cogiendo tortilla ella también—. Debe de haber alguna explicación
para todo esto.
—Te contradices —le digo a Sara, que se encoge de hombros.
—Entiende que no somos adivinas.
—¡Esto está bueno! —suelta Fang.
—Bah... las he probado mejores... —añade Mei.
—¿Dijiste que era torta de patata?
—Tortilla de patata —corrijo a mi hermana, cogiendo yo también un
trocito, aunque, cuando la pruebo, no está ni tan buena ni tan jugosa como
la que comí con Rubén.
Suspiro y hundo los hombros.
—Mirad a la pobre... ¿Por qué le ofrecéis esperanzas? —Mei se
ofusca, dando un golpe en la mesa.
—¿Por qué no se lo preguntas a él directamente? —añade Sara.
—¿Por qué no esperas a que Rubén te diga algo de nuevo? —propone
mi hermana—. No sabes lo que ha ocurrido, por lo que tal vez no sea buena
idea presionarle y puede que no esté preparado para compartirlo aún
contigo.
La verdad es que, aunque no lo digo en voz alta, de las tres opiniones,
la de mi hermana es la que me parece más lógica.
Aunque tal vez sea que una parte de mí prefiera agarrarse a esa
esperanza antes de pensar que Mei tiene razón.
—En fin, por mucho que vengas aquí a decírnoslo a nosotras es
imposible saber qué ha pasado. —Sara hace una pausa para dar otro trago
de cerveza—. No te queda otra opción más que esperar para ver cómo se
desarrollan los acontecimientos, y, de todas formas, no tenías nada con ese
chico. Os conocisteis hace apenas... ¿tres semanas? ¿Un mes?
—Sara tiene razón —dice Mei—. Si quieres llorar, hazlo, pero no
conseguirás nada. Deberías celebrar tu éxito en la universidad, irte de
compras, hacer lo que más te guste. Te lo debes.
—¡Eso! —Mi otra amiga coincide con ella—. Seguro que ahora
mismo hay montones de fiestas universitarias planeadas para celebrar el fin
de los exámenes. Deberías ir a alguna y disfrutar un poco la vida del
campus y toda esa experiencia.
—Y, además, hay muchos chicos ahí fuera, aunque tal vez ahora tú
pienses que él era el único o el mejor. No es así.
—Eso es cierto. —Sara saca su teléfono móvil y me muestra la
aplicación de Tinder—. Mira, Nina..., tienes que actualizarte. Y yo puedo
aconsejarte en esto.
—No estoy preparada para algo así y tampoco me apetece. Creo que
esperaré y veré cómo se resuelve todo esto. Fang tiene razón.
—Piensa que tus padres quieren verte con un buen chico chino. Este
no les gustaría —observa Mei, en un vano intento por hacerme sentir mejor.
—¡Qué tontería! —suelta Sara—. La mayoría de los chicos chinos que
he conocido yo son iguales o peores que los occidentales con los que he
estado. Y no hablemos ya de mi última cita, que solo demuestra que los
taiwaneses tampoco merecen la pena.
—Ya estamos otra vez con eso... —Mi hermana suspira.
—¿Puedes meter en esa lista a los japoneses? —pregunta Mei—. Hace
un par de años, mi hermana estuvo saliendo con un pervertido que andaba
obsesionado con las bragas. ¡Hasta que un día descubrió que el tío en
cuestión llevaba unas puestas!
—Argh... —Casi se me cae la cerveza—. Creo que no voy a poder
dormir esta noche después de oír eso...
—¿En serio? —Sara parpadea—. Pues una de mis primas está casada
con un japonés que, por lo visto, es un encanto.
—No tenéis ni idea... Solo quiero recordaros que mi marido es chino y
también habéis criticado a los hombres de esa nacionalidad... —Fang
acompaña la frase con un suspiro de cansancio—. ¿Os dais cuenta de que
hay de todo en todas partes? No sé por qué siempre generalizáis por una
mala experiencia.
—¡Ja! De los coreanos no podéis decir nada. Mi próximo novio tiene
que ser coreano. Son perfectos... Ojalá mi madre organizase una cita a
ciegas con uno.
—Vale... A ver, Sara... Vayamos por partes. —Mei se prepara para una
exposición científica—. Primero: lo de los k-dramas no ocurre en la vida
real, y los chicos coreanos no son así. Segundo: tu madre odia todo lo
coreano. Si es made in Korea no lo quiere, ¿recuerdas? Así que deja de
soñar. Y tercero: la amiga de una amiga de la prima de mi amiga Sheila
estuvo con un coreano que intentó estafarla, así que tampoco salen
indemnes.
—Creo que no puedo más... —susurro al escucharlas.
—En resumen, Nina: todos los hombres son unos cabrones. —Mei
dice eso y deja su lata vacía sobre el mostrador—. Anda, Fang, pásame
otra...
—¿Por qué siempre llegáis a esa conclusión? —dice mi hermana,
dándole lo que le ha pedido.
—Porque es verdad —asegura Mei—. Igual no son todos, pero sí el
noventa por ciento.
—Tengo que dejar de venir a veros...
—No, no... Tú ven, pero vuelve a lo de los bollos de piña... —pide
Sara, empujando con sus palillos un trocito de tortilla. Parece que no le ha
convencido mucho—. Igual a Rubén le ha surgido algo de verdad y estás
haciendo un mundo de ello.
—¿De verdad?
—Podría ser...
—No sé ya qué pensar...
—Igual tu amigo se salva y es cierto que le ha surgido algo. —Mei
parece que rectifica.
—Anda, no seas tonta. —Mi hermana me da un abrazo—. Sí que te ha
dado fuerte por ese chico...
—Jamás te había visto antes así... —Sara me observa entrecerrando los
ojos.
—¡No es verdad! —me defiendo.
—Ven, deja que te peine esa melena tan bonita que tienes —dice Fang.
—¡Yo le hago las uñas! —se apunta Sara.
—Me gusta la idea porque por esta vez yo puedo supervisaros —añade
Mei.
Sonrío y todas estallamos en carcajadas.
No sé qué sería de mi vida sin mis amigas.
27
男
Hola, Nina. Siento haber estado tan distante estos días, pero
tengo una explicación. ¿Podemos vernos hoy?
Hola.
Hoy tengo planes.
¿Mañana?
¡Hola!
¡Me ocurre lo mismo!
Me encantaría, pero es que... estoy con un amigo...
¡Que se venga!
Cuantos más, mejor.
Dudo. Dudo, pero mucho, porque no he salido de fiesta nunca sin Sara,
Fang o Mei y porque no suelo salir precisamente en ese plan, pero, por otro
lado, una parte de mí quiere y necesita pasárselo bien y soltarse la melena,
así que... ¿por qué no?
—Paco, ¿te apetece ir a una fiesta conmigo esta noche?
—¿Has dicho fiesta?
—Sí.
—Nina, no tienes ni que preguntar. ¡Por supuesto que me apetece!
Nos apuntamos.
La fiesta con Paco y las chicas de mi clase fue estupenda. Nos reímos un
montón y descubrí que mi improvisado acompañante era un bailarín de
primera y tenía consejos sobre moda muy interesantes. Por supuesto, no
pasó absolutamente nada entre Paco y yo, y después de ver a mi madre tan
encantada al saber que él me había traído a casa, una parte de mí se negaba
a repetir con él, aunque solo fuera por ese motivo. La situación se nos
estaba yendo de las manos y mi madre no quería creerse que éramos solo
amigos.
Durante el domingo, además de algo de resaca, también tuve unos
cuantos intentos de Rubén tratando de contactar conmigo. Insistía en
vernos, pero estaba tan cabreada que decidí apagar el móvil e ignorarlos. Al
fin y al cabo, era mi último día de descanso antes de iniciar las clases de
nuevo y, por si fuera poco, ese lunes tenía clase de matemáticas a primera
hora con un profesor que, según había oído, resultaba bastante soporífero.
Antes de ir al metro, me desvío a casa de una amiga de mi madre,
porque tengo recoger unos alfileres para el pelo que tengo que llevarle a mi
hermana más tarde. Son para el desfile, y me usan de chica de los recados
porque queda de paso a la facultad, aunque eso signifique tener que coger
un autobús.
Una vez tengo el encargo hecho, llevándolo en una bolsa de papel
bastante cutre, recibo un mensaje de Verónica.
¡¿Qué?!
Mierda... No contaba con eso...
Casi estoy.
Llego en cinco minutos.
—¡Bah! —suelta Lara—. Los hombres son muy blanditos cuando están
enfermos. Aitor, mi prometido, a nada que le duele la cabeza o la garganta
ya necesita atención constante y parece que esté al borde del fallecimiento.
—Pero tiene muchísima fiebre... —digo yo, preocupada.
—Exagera, créeme. —Se dirige la cocina—. A ver, veamos qué tiene
este chico en la nevera, porque habrá que hacerle algo de comer...
Abre el frigorífico y arruga la nariz cuando mira en su interior.
—Tiene un rulo de jamón york, queso, una triste zanahoria, huevos,
una lechuga, plátanos, naranjas... ¿Y qué diantres es esto?
—Tofu —digo al ver el paquete que ella sostiene.
—¿Tofu? —Lo mira con recelo—. En fin... supongo que haber vivido
tantos años solo ha conseguido que mi hermano se convierta en un
cocinitas. Yo no tengo ni idea de cómo se usa el tofu. —Sonrío por su
comentario y ella ríe—. Hablo en serio. Un día tienes que pedirle que te
haga tortitas. ¡Vas a subir al cielo de los dulces! —Vuelve a colocar el
paquete en la nevera—. Creo que le prepararé una ensalada... Aunque no
hay tomates... ¿Tal vez podríamos sustituírselos por gajos de naranja? Así
toma vitamina C. ¿Qué te parece?
—¿No sería mejor algo caliente? —decido intervenir ante la idea de
Lara—. ¿Qué os preparaban a vosotros cuando estabais enfermos?
—Arroz con pechugas de pollo troceadas y, si no, pedían que nos
cocinasen algo —dice pensativa—. A mamá nunca se le dio bien eso de
cocinar.
Esta vez la veo abrir el congelador.
—Guisantes, salmón y... ¿pizza de brócoli? —Pone cara de terror—.
Entenderé si usas esto como motivo para huir de esta casa.
—A mí el brócoli me gusta. —Me encojo de hombros.
—¿En serio? —parpadea—. Dios los cría y ellos se juntan...
—¿Qué?
—Es un dicho muy de aquí —le resta importancia—. Haremos la
pizza.
—¿Seguro? —pregunto no muy convencida.
—Sí, ¿por qué no?
Decido no contradecirla y la veo abrir la caja de cartón y poner la
pizza en el horno.
—Bueno, veo que ya está todo bajo control, así que... creo que me iré.
—¿Tan pronto? —pregunta Lara—. ¿Tienes algo que hacer? Había
pensado que charlásemos un poco.
—Eh... pues... La verdad es que luego tengo ensayo. El desfile del Año
Nuevo chino es la semana que viene...
—¿Y a qué hora es el ensayo?
—A las cuatro y media.
Lara mira su precioso reloj de muñeca.
—Son las dos, siéntate un ratín. ¡Tenemos tiempo! —Señala uno de los
taburetes de la barra que separa la cocina del salón.
De nuevo, la veo investigar, aunque en esta ocasión es el turno de los
armarios de Rubén.
—Oh là là! Mira lo que guarda este chico entre el arroz y las
legumbres. —Me enseña una botella—. Un Ramón Bilbao Gran Reserva.
No está nada mal, ¿verdad?
Yo sonrío. Lara prepara un par de copas frente a mí y se dispone a
abrir su hallazgo.
—La verdad, Nina, tengo que decirte que me alegra que vinieras. —El
corcho hace un ligero pof y ella sirve el vino—. Rubén ya me habló de ti y
por eso estoy realmente encantada de conocerte por fin, aunque no esperaba
encontrarte aquí hoy.
—Es que... estaba preocupada. —Me sonrojo—. Tal vez no debí
venir... No sé... Tenía un poco de miedo de que estuviera su madre o que no
fuera apropiado...
—¡Qué tontería! Es un detalle precioso que dice mucho, créeme. Has
hecho lo que tu corazón te ha dicho, y seguro que él lo agradece... cuando
esté un poco más consciente, claro. Además, nuestra madre casi nunca se
acerca por aquí.
—¿Y eso por qué? —Enseguida me arrepiento de hacer la pregunta—.
Perdona, no quiero inmiscuirme...
—No lo haces. Es solo que mamá odia esta casa, este barrio, el coche
de Rubén... Todo. A veces es una señora complicada... —Lara suspira.
—Supongo que todas las madres pueden ser difíciles en ocasiones. —
Trato de quitarle hierro al asunto y pruebo el vino.
—Y, bueno, cuéntame... Mi hermano me ha dicho que ahora estás en la
uni estudiando química, pero ¿a qué te dedicabas antes?
—Trabajaba en el restaurante de mis padres, aunque lo sigo haciendo.
—¿Tus padres tienen un restaurante? —parpadea—. ¡Tengo que ir un
día con Aitor! Le diremos a Rubén que nos lleve.
—¿Y tú a qué te dedicas?
—Diseño muebles. Es algo que me encanta y, la verdad, no me va mal.
—¿En serio? ¡Debes de ser muy creativa!
—Eso dicen.
Lara me sonríe y seguimos charlando hasta que algo me alerta.
—¿Hueles eso? —pregunto, olisqueando un poco el ambiente.
—¡La pizza! —Corre al horno y se lleva las manos a la cabeza—. Ay,
no... Está quemada. Debí poner una alarma, ¿o tal vez se me fue la mano
con la temperatura?
—No te preocupes, se me ocurre algo.
—Lo siento, la cocina no es lo mío...
—No pasa nada. —Me remango el jersey—. Haré arroz tres delicias.
—Eso suena bien.
Me lavo las manos y saco los ingredientes que usaré: arroz, guisantes,
zanahoria, huevos y jamón york.
Lara ha tirado a la basura la pizza, si es que podía seguir llamándose
así, y ahora me observa desde la barra como si lo que estuviera haciendo
fuera lo más interesante del mundo.
—¿Qué estás haciendo exactamente?
—¿Eh? —pregunto mientras vuelvo a escurrir el cuenco de arroz por
tercera vez.
—¿Estás lavando el arroz? Creo que no había visto hacer eso a nadie
en mi vida.
—¿De verdad? Pues si lo lavas es mejor, porque así quedará más
suelto y menos pastoso. Yo suelo darle cuatro lavados y después lo pongo
en la arrocera.
—¿Te refieres a la paella?
—No, ya sabes, la arrocera. —Hago un gesto con las manos simulando
la forma del recipiente—. El electrodoméstico.
—¿Tienes un electrodoméstico solo para hacer arroz?
—Eh... Sí. —Me quedo pensativa—. Y no me había dado cuenta de
que en esta casa no hay. Tendré que hacerlo en una cazuela.
—Madre mía, la de cosas que pueden aprender hablando contigo.
Bebe de su copa y mira cómo calculo las cantidades de agua a partir
del arroz que he puesto.
—En España creo que ese electrodoméstico que dices no es algo
común. ¡Debes de comer mucho arroz!
—Sí, creo que casi todos los días. —Me encojo de hombros—. Es un
básico de la cocina asiática.
—¿De verdad? —Alza las cejas.
—Sí. Aunque en mi casa casi siempre he visto arroz jazmín y aquí
tenéis este de grano grueso...
—¿Arroz jazmín? Suena fabuloso, ¿sabe diferente?
—Sí, un poco.
—¡Caray! Me encanta todo lo que me cuentas.
Sigo cocinando bajo la atenta mirada de Lara y de vez en cuando
aprovecho para darle un sorbito a mi copa de vino.
—Rubén me contó lo que ha pasado entre vosotros —suelta de
repente.
—Ya, eso... —No sé qué decir.
—Estaba realmente alicaído cuando me lo dijo. Creo que nunca le
había visto así de afectado y él se sentía fatal porque todo esto pasó tan solo
seis días antes de que empezaran las clases.
—Sé que fue precipitado, pero... No termino de entender por qué no
me lo dijo antes...
—Él no sabía qué hacer ni cómo reaccionarías tú... Y la verdad es que
los humanos a veces cometemos errores, ¿no crees?
—Sí, pero no es excusa... Sé que eres su hermana y por eso tienes que
defenderlo, pero si de verdad le importase me lo hubiera dicho, ¿no?
—Te equivocas porque, aunque sea su hermana, si él fuera un imbécil
no te estaría diciendo esto a ti, pero le vi los días anteriores a que le diesen
la noticia y estaba en babia, con una cara de felicidad absoluta. Rubén se
paseaba por ahí como si fuese otra persona, y de repente, el sábado, estaba
sumido en el abatimiento por el disgusto que llevaba al enterarse de que
tendría que ser tu profesor. Le ha estado dando muchísimas vueltas... No
quiere que tú lo pases mal.
—Yo no quiero que él pueda recibir algún tipo de sanción o castigo...
Así que, sinceramente, tampoco sé qué hacer.
—¿Te das cuenta de que los dos pensáis en las posibles consecuencias
del otro en lugar de las que podáis sufrir vosotros mismos? Tal vez deberías
darle una vuelta a eso para comprender mejor por qué no te lo dijo antes.
No sé qué responder, y creo que me sonrojo, así que simplemente
señalo la sartén.
—Esto ya está listo.
—¡Oh, genial!
Lara vuelve a hurgar en los armarios, preparando una bandeja con un
plato y cubiertos.
—¿Te ha dicho Rubén que me caso en unas semanas?
—Sí, ¿cómo vas con los preparativos?
—Pues bien, bueno... A ver..., supongo que nunca estará todo perfecto
como quisiera que estuviera ese día, pero no me puedo quejar. Estoy
bastante satisfecha. Lo que más me costó fue el tema del vestido, pero
porque nuestra madre es muy controladora para ciertas cosas y parece no
entender que la que se va a casar soy yo y no ella.
—Me hago una idea.
Creo que comienzo a relajarme con el cambio de conversación.
—Para ella el vestido es lo más importante.
—¿Cediste o conseguiste comprar el que tu querías?
—Pues... digamos que conseguí que creyera que era uno de los de su
elección, y así todos contentos, pero, en realidad, fue cosa mía.
—Sabes jugar bien tus cartas. —Sonrío y pongo una ración de arroz en
el plato.
—¿Por qué no le subes tú la comida a Rubén y miras qué tal se
encuentra?
—Estoy aquí... —susurra desde las escaleras.
33
男
Consigo llegar a pasos cortos hasta los taburetes de la cocina, pero al menos
estoy con ellas.
—Y el oso, al olor de la comida, abandona su cueva —comenta mi
hermana al verme.
—No seas cruel —me quejo—. Ya veo que has encontrado el vino.
—Y solo tenías esta botella, así que me temo que hemos acabado con
todas tus reservas.
—Huele... raro... ¿Habéis quemado algo?
—Ah, ¡culpable! Un fallo técnico con tu pizza de brócoli. Que, por
cierto, eres raro hasta para eso. ¿Qué será lo siguiente? ¿Pizza de piña?
—Eso nunca. —Sonrío, y me quedo mirando a Nina.
—¿Cómo te sientes?
—Mejor. Definitivamente, el paracetamol funciona, aunque ahora
siento como si me hubiera arrollado un tren de mercancías.
—¿Qué te dije? —le dice Lara a Nina—. Es un exagerado.
—Ahora tienes que centrarte en recuperarte, así que come. —Me
planta un plato de arroz delante y me tiende un tenedor.
Quiero maquinar algún comentario contra mi hermana, pero mi cabeza
todavía no está al cien por cien, así que me centro en la comida.
—¿Lo has hecho tú? —le pregunto a Nina, que asiente con la cabeza.
Hundo el tenedor en ese arroz blanco con guisantes, zanahoria, jamón
york y huevo. Cuando me lo llevo a la boca, un estallido de sabores me
hace sentir más persona, pues ni siquiera había conseguido desayunar y
aquello me parece delicioso. Aunque admito que, además de necesitar
comer algo, saber que lo había preparado Nina, o tal vez por un conjunto de
todos los factores, hacía que su sabor me pareciera más impresionante.
Sea como fuere, me encantaba.
—¿Qué es esto?
—Es arroz tres delicias. ¿Te gusta?
—Sabe a amor. —No puedo resistirme a decirlo, aunque todavía esté
masticando. Espero que puedan disculpar mis modales dada mi situación
actual, pero, de verdad, está tan delicioso que casi me pongo a llorar.
—¿Qué? —Nina ríe.
—Que sabe a amor. Amor tres delicias. —Ella no dice nada más, me
mira con sus preciosos ojitos café y después se inclina sobre la isla para
darme un beso en la frente—. Gracias. No estoy acostumbrado a que
cocinen para mí —le digo, esta vez antes de volver a llevarme el tenedor a
la boca.
—Menuda tontería... —dice, sonrojándose y dándose la vuelta para
recoger una cazuela.
Mientras continúo comiendo, la observo con el pecho henchido. Está
poniendo orden en mi pequeña cocina mientras me dedica de vez en cuando
alguna sonrisa. Yo, a pesar de sentirme mal por lo que sea que haya pillado,
estoy feliz.
En realidad, este arroz no sabe a amor, pero yo lo siento así porque
denota que le importo y que ella se preocupa por mí. Porque lo ha hecho
Nina y algunos actos, por pequeños que puedan parecer, son más que
suficiente para transmitir lo que a veces las palabras no consiguen abarcar.
—¿Qué? —le pregunto a Lara cuando veo que me observa fijamente
mientras contiene una sonrisa.
—Nada. —Bebe de su copa, sin quitarme el ojo de encima, y le dice a
Nina—: ¿Te ha dicho Rubén que daré una fiesta de disfraces?
—Eh... No —responde bajito, bastante cortada.
—Tienes que venir, por favor —la invita Lara—. Va a ser genial, de
verdad.
—Supongo que podría... —responde Nina, mirándome.
¿Significaba eso que ella ya había tomado una decisión?
En cualquier caso, me quedo sin saberlo, pero no tarda ni dos minutos
en anunciar que se marcha. Eso sí, Lara se asegura de intercambiar el
teléfono con ella y en cuanto nos quedamos solos, mi hermana junta las
manos, emocionada.
—¡Es supermaja! Me encanta esta chica y se la ve buena gente.
—¿La has atosigado mucho?
—¿Me ves capaz de eso?
—Sí, sin ninguna duda.
—Bah, qué idiota eres a veces... Pero me alegra saber que hay alguien
que se preocupa por ti de esta manera.
¿Pizza?
¡Sí, pero con mucho queso!
Y también té helado, por favor.
Hace poco que he llegado a casa y, tras dejar caer las llaves en el bol de la
entrada y hacer aterrizar mi cazadora en un taburete de los que rodean la
isla que separa la cocina del salón, me lanzo hasta el sofá, extendiendo los
brazos y echando la cabeza hacia atrás con un largo y aquejado suspiro.
Durante la comida, Lara, Aitor y otros tres amigos, me han puesto la
cabeza como un bombo y han comenzado a hacer cientos de esos planes
que, después, ni se vuelven a mencionar ni nadie lleva a cabo. No solo cafés
que quedarán en el aire, imaginaban también excursiones y viajes que se
iban deteriorando con cada nueva cerveza que aparecía en la mesa. No
comentaré lo que ocurrió cuando les sacaron el tequila. Lara y yo nos
desmarcamos con la segunda birra y pasamos a la Coca-Cola Zero. En mi
caso, no tenía a nadie que condujera por mí y, además, siempre soy muy
consciente de mi responsabilidad ante el volante.
Y así, tratando de recrearme en el silencio de mi estudio y observando
el techo, me quedo un buen rato allí, perdiendo la noción del tiempo,
pensando en la última pizarra que Ricardo y yo habíamos llenado de
números.
La vibración del móvil me hace darme cuenta de que en algún
momento incluso he cerrado los ojos, aunque sé que no llegué a sumirme en
un sueño profundo, pues, de alguna manera, seguía siendo consciente de mi
entorno mientras estaba en el sofá.
—¿Estás en casa? —La voz de Nina me hace despertar del todo.
—Sí... —respondo, sintiéndome la lengua un poco pastosa.
—Vale, llego en diez minutos, baja y espérame. Voy a recogerte. ¡No
te retrases!
Nina aparece al volante de un Fiat 500 verde menta.
—¿A qué estás esperando? —me grita desde el interior del vehículo.
Yo, que nunca la había visto conduciendo, reconozco que se me hace
raro, pero no dudo en subirme y poner rumbo al destino que tenga
planificado en su cabeza, pues el lugar lo mantiene en secreto hasta que
llegamos.
Desde el parque del Cerro del Tío Pío, los edificios parecen surgir
como si fueran peculiares flores en el horizonte, pero lo que destaca de esta
bella estampa sin duda es Nina. El atardecer, cada vez más intenso,
consigue que el sol refleje su cabello oscuro, bordeándolo con su luz, de tal
forma que da la sensación de que arde. Fuego era lo que ella despertaba en
mí con aquella imagen tan maravillosa, casi como una diosa. Mi diosa
contemplando cómo el gran astro se esconde. Cuando se gira para mirarme,
sus palabras me llegan al principio como un suave eco que tira de mis
pensamientos, apartándolos para devolverme a la realidad.
—Tenemos que escribir los deseos —dice, mostrando el rotulador que
un rato antes sacó del bolso junto con el farol plegado de papel—. La
tradición dice que volarán hasta donde se hacen realidad.
La veo quedarse quieta con la punta del Sharpie a punto de tocar el
papel. Tiene las mejillas hinchadas con aire, que suelta en un sonoro
soplido, como si así se armara con la fuerza suficiente para ponerse a
escribir lo que sea que está poniendo en chino.
—¿Qué has pedido? —pregunto cuando me tiende el rotulador.
—No voy a decírtelo. —Ríe.
—¿Por qué? No es justo... Juegas con ventaja. Tú vas a poder leer lo
que yo ponga.
—Es verdad y es inevitable.
—Venga, ¡dímelo! Ahí hay muchos dibujitos raros... Estoy seguro de
que Google Translate tiene una funcionalidad para saber lo que hay
escrito...
—¡¿Qué?! —exclama cuando ve que estoy sacando mi iPhone.
Se pone colorada y yo decido no hacerla rabiar más y coger el
rotulador.
—Bueno... Veamos... ¿qué puedo desear?
Esquiva mi mirada y se concentra en pasar las palmas de las manos por
encima del césped, como acariciándolo, mientras yo me dedico a plasmar
mis palabras en el papel.
—¡No! —susurra, sorprendida.
Levanto la cabeza del papel sin haber escrito nada todavía, y veo cómo
una mariposa naranja con motas negras revolotea a su alrededor, pero ella
se ha quedado tiesa. Yo sonrío, pero Nina frunce el ceño y termina por
espantarla.
—Tranquila. Solo era una mariposa —le digo.
—Lo sé... Es simplemente que me recordó a una cosa... Es una
tontería.
—¿Qué cosa?
La veo dudar.
—Leyendas chinas. —Me mira—. ¿Se puede ser científica y un
poquitín supersticiosa al mismo tiempo?
—Por supuesto que sí. —Sonrío—. Eso lo has dejado de manifiesto
diciéndole a tus amigas que no crees en el horóscopo chino, cuando
previamente habías comprobado que yo soy dragón.
—Eso ha sido un golpe bajo —finge indignarse, pero termina riéndose.
—No desvíes el tema. ¿Qué es eso que te ha venido a la cabeza?
—Nada, solo preguntaba por preguntar.
—No cuela. ¿Es que las mariposas son algo malo en China?
—No es eso. Es que... He estado pensando en lo que hablamos sobre
conocer a mis padres.
—¿Y bien...?
—¿Te sabes la historia de los amantes mariposa?
—No, pero soy todo oídos, por favor.
Ella asiente con la cabeza.
—A ver... Zhu Yingtai era una chica que no podía ir a la escuela
porque en aquella época solo los varones podían acceder a ese tipo de
educación, pero ella convence a su familia, se disfraza de hombre y
consigue su propósito. Allí conoce a un chico, Liang Shanbo, y ambos se
hacen muy amigos, hasta que él termina descubriendo que en realidad ella
es una chica y se enamoran perdidamente el uno del otro. Cuando se lo
dicen a sus padres, no les permiten estar juntos, y a Zhu Yingtai la
comprometen con otro hombre, más rico y poderoso. Ambos enamorados se
deprimen muchísimo, tanto que Liang Shanbo enferma y... muere. El día de
la boda, hay una tormenta terrible que impide a Zhu Yingtai y al cortejo
nupcial ir más allá de donde está enterrado Liang Shanbo. La chica decide
acercarse a la tumba de su amado, que se abre, y entonces ella, muy triste y
cansada, entra y termina cayendo muerta en el interior. Después, dos
mariposas salen de ahí y se alejan volando juntas, hasta perderse en el
horizonte.
—Es muy triste... Me recuerda a Romeo y Julieta.
—Puede ser, sí...
Cojo su mano y le sonrío, haciendo que ella dibuje otra sonrisa
también.
—¿Tienes miedo?
—No, miedo no... Pero me preocupa un poco que no... que tú... Ya
sabes, mis padres...
—¿Te preocupa que no me aprueben?
—Sí, algo así, aunque también sigo pensando que esperemos un poco
más hasta que llegue ese momento...
—Está bien. Ya te dije que podíamos dar ese paso cuando tú lo
decidieras. —Le doy un beso en la frente y la abrazo—. Si es cierto que esta
cosa se lleva nuestros sueños al mundo donde los deseos se hacen realidad,
yo voy a pedir un futuro largo y feliz a tu lado, así que no tienes de qué
preocuparte. Olvida a los amantes mariposa. Nosotros somos los del hilo
rojo, eso seguro. —Nina se troncha, y yo le pregunto—: ¿Estás segura de
que no quieres cambiar tu deseo?
—No, porque eso es justamente lo que he pedido yo también. Además
de poder ver el MIThenge a tu lado algún día porque sería superromántico.
—Vale, eso último ya sabes que es muy friki, pero me gusta tu idea y,
por eso, también lo pondré yo. —Sigo escribiendo.
Cuando he terminado, ambos nos damos cuenta de que ha anochecido.
—En fin... —Nina carraspea y busca en su mochila un mechero—.
Tenemos que prenderlo por aquí abajo. —Se concentra en la tarea mientras
yo sujeto la lamparita—. Ahora lo soltamos —dice, agarrándolo también
ella—. Uno, dos y... ¡tres!
El farolillo se alza hacia el cielo iluminado por el skyline de Madrid
como telón de fondo, sumiéndonos en el más absoluto silencio y cogidos de
la mano. Cuando se aleja, comienza a confundirse con las pocas estrellas
que la contaminación lumínica nos permite ver, pero, aun así, seguimos allí
plantados, sin movernos. La brisa de la noche sopla revolviendo
suavemente el cabello y trayendo consigo el olor fresco de la tierra y el frío
de mediados de febrero. No se oye nada más que el lejano sonido del
tráfico, aunque más que coches pasando, me recuerda al zumbido de
algunos insectos. Pero, con todo, el momento es perfecto y no parece que
ninguno de los dos quiera que se acabe todavía.
En este parque, en este instante y a su lado, es el único lugar del
planeta en donde quiero estar.
40
女
Últimamente mamá me deja dormir más allá del erhu. Al parecer, ser
universitaria es un motivo de suficiente peso para esto. Pero hoy, a
diferencia de otros días, no se me han pegado las sábanas y me he levantado
pronto para preparar yo el desayuno y así sacar el tema de la existencia de
Rubén. Además, llevo su sudadera, y siento como si de alguna manera él
estuviera a mi lado para apoyarme en mi misión.
Una vez que estamos todos sentados y veo que ya han empezado a
comer, decido abordar la cuestión.
—Mamá, papá, ¿puedo comentaros una cosa?
—¿Qué has hecho ahora? —dice mi madre, sin prestarme mucha
atención.
Mi padre deja su cuenco de arroz sobre la mesa y me mira. ¿Por qué
siempre dan por sentado que es algo malo o que no les va a gustar? Suspiro
y pongo los ojos en blanco antes de hablar.
—Veréis, es sobre... citas. —No me puedo creer que empiece tan mal
mi discurso...
—Paco es un buen chico —apunta ella, antes de que pueda decir nada.
—No lo cuestiono, es solo que no me interesa como pareja, porque,
además, bueno... Estoy saliendo con alguien. Tengo novio.
—¿Que tienes novio? ¿Y por qué no nos lo has dicho? Ya decía yo que
te comportabas de forma extraña. ¿Qué van a pensar ahora los Zha?
Habíamos pospuesto la cena porque Paco está en Shanghái.
—¡Mamá! —Intento parecer calmada—. Sinceramente, no me importa
lo que puedan pensar los Zha.
—¡Modérate! —dice medio enfadada—. ¿Por qué no nos lo habías
dicho?
—Quería esperar un poco.
—¿Cuánto hace de todo esto?
—Pues... casi tres meses.
—¿Y a qué se dedica? ¿Conocemos a su familia?
—Es profesor de matemáticas e investigador en la universidad, y viene
de buena familia, pero no la conocéis.
—¿Profesor universitario? —comenta mi padre, pensativo—. Es una
buena profesión. Será culto y educado, seguro.
—Lo es —me apresuro a decir.
—Pero... ¿cómo vamos a saber entonces si es bueno para ti si no
conocemos a nadie de su familia? —ataca de nuevo mi madre—. ¿Cuántos
años lleva en España? ¿O ya nació aquí?
—¿Y eso qué importa? Yo llevo muchos años aquí, ya casi podría
pasar por una más. Me he convertido, o estoy en proceso de hacerlo.
—¿A qué te refieres, Nina Chou?
Oh-oh... Acaba de usar mi nombre completo. Está enfadándose, pero
ahora que me he armado de valor, no puedo echarme atrás.
—Pues que, después de tantos años, no sé... ¡Supongo que ahora soy
como un plátano!
—¿Como un plátano? —repite papá, parpadeando sin entender.
—Sí. Amarilla por fuera, pero blanca por dentro.
—No, de eso nada, Nina —interviene mamá otra vez—. No te hemos
educado para que seas un plátano, pero, por favor, ¿de dónde sacas
ocurrencias así? Un plátano... Haces llorar a Buda diciendo esas cosas.
—¡Ya vale! —Papá llama la atención de ambas y después nos mira,
primero a mamá y luego a mí—. ¿Ese chico es chino?
—Eh... —Me cuesta contestar a esa pregunta, pero tengo que hacerlo
—. No.
—¡Nina Chou...! ¡Mis nietos serían mestizos! ¿Y acaso él entenderá
nuestras costumbres?
—Me gustaría que le conocierais. —Finjo no haber escuchado su
deplorable comentario—. Es importante para mí. Yo... le quiero.
Ninguno de los dos habla y mi madre parece a punto de entrar en una
crisis nerviosa en cualquier momento. Al final, es mi padre el que dice algo.
—Está bien. Que venga a cenar, ¿vale? Olvídate del tema de los Zha,
tú no te preocupes, pero nos gustaría conocer al matemático.
Después, papá vuelve a centrarse en su arroz y le hace un gesto a
mamá para que ella lo haga en su té.
Y entonces respiro.
No ha ido tan mal... Creo.
45
女
Antes de salir del coche, que hemos podido aparcar cerca del portal de
Nina, abro el maletero y cojo una botella de vino que he comprado para no
presentarme con las manos vacías.
Nina está terriblemente nerviosa, tanto que noto cómo tiembla a mi
lado, y eso me preocupa. No sé qué hacer para que se relaje un poco, pues
debo reconocer que yo también estoy algo tenso.
—Pase lo que pase, quiero que sepas que siempre voy a estar a tu lado
—le digo cuando nos paramos en su portal, como intentando echarle un
capote de palabras reconfortantes.
—¿De verdad?
—Pues claro.
Cuando llegamos al rellano de su casa, Nina abre la puerta y la imito
arrastrando los pies en el felpudo antes de pasar. Una vez en el interior del
piso, un olor a incienso mezclado con un producto de limpieza a pino me
golpea la nariz. Se oye la televisión del salón en español y noto barullo en
la cocina. En la repisa de la entrada hay un bol con naranjas.
—¿Por qué tenéis fruta aquí?
—Simboliza prosperidad y abundancia. A veces también puedes
encontrar un naranjo pequeñito. No sé si será verdad, pero siempre han
estado ahí... Cosas de mis padres, supongo.
—Curioso. —Le sonrío.
—Toma, estas te valdrán, creo. —Nina me ofrece un par de pantuflas
básicas de sarga que yo acepto, pero que al ponérmelas desvelan que se me
sale casi todo el talón.
—No te preocupes —digo al verle la cara.
—Lo siento, no tenemos más grandes.
—¡Hola! —Jin hace acto de presencia y me ofrece la mano—. Soy Jin,
el cuñado de Nina.
—Buenas, ¿qué tal?
—Bien, bien, ¿y tú? ¿Estás preparado?
—Yo bien... Estoy bien.
—Has traído vino —comenta—. ¿No te ha explicado Nina que a las
casas chinas se trae fruta o flores?
—Ay, no... Se me pasó... —Arruga la frente.
Jin se ríe y yo decido seguirle el rollo.
—Bueno... esto en su momento fue fruta, debería valer, ¿no?
—¡Bien visto! —dice Jin—. Dámelo, lo llevaré a la cocina, y tú, Nina,
cálmate.
—Lo intento... ¿Cómo está el ambiente? ¿Qué hacéis? —pregunta ella.
—Estaba viendo ese programa sobre la policía de Madrid que le gusta
a tu padre.
—¿Y Fang?
—Discutiendo con tu madre en la cocina. Tú ya verás... Pasad al salón,
iré a por unas cervezas y abrimos el vino después, cuando vayamos a cenar,
¿te parece bien, Rubén?
—Claro, gracias.
Nina me guía hasta el salón, decorado con muebles de madera oscuros
y una especie de tapices rojos con bordados dorados. En el centro han
dispuesto una mesa alargada con sillas, algunas desparejadas. Huele a
incienso, y también a comida, lo que me recuerda un poco al día que estuve
en su restaurante, y todo me resulta extraño, hasta que me topo con el gesto
del que debe ser su padre, sentado en un sillón orejero frente al televisor.
—Buenas tardes —le saludo.
El hombre se acerca y me tiende la mano.
—Buenas tardes —responde, repasándome de arriba abajo con la
mirada y haciendo una mueca con la boca, la cual soy incapaz de descifrar.
Una conversación en chino tiene lugar entre Nina y él, y la verdad,
algo me dice que están hablando de mí... Y, creedme, resulta muy incómodo
saber que hablan de ti, pero no enterarte de nada.
En algún momento, Fang se asoma por el quicio de la puerta para
decirme hola con su gran sonrisa, pero desaparece enseguida sin darme
tiempo a decir nada más.
Continúo observando lo que hay a mi alrededor y entonces me fijo en
una especie de balda con marcos repletos de fotos, un Buda dorado que
parece que se ríe de ti, galletas, bombones y un bol en donde se queman tres
varitas de incienso.
—¡Me encantan los Ferrero Rocher! —comento al verlos—. Hace
años que no los pruebo... Eran los favoritos de mi abuela.
—¿Qué? —Nina deja en el aire la conversación con su padre y me
mira, dirigiendo después la mirada hasta la caja de los chocolates—. Bueno,
cuando se termine de quemar el incienso, te daré uno.
—¿Por qué cuando se termine de quemar?
—En realidad, eso que ves ahí es un altar. La comida es una ofrenda
para nuestros antepasados, y después nos la comemos.
—¿En serio? —Parpadeo y me rasco la cabeza, deliberando si me
parece bien o mal la idea—. Creo que me gusta el concepto. Aunque es un
poco raro dar bombones a los muertos, ¿no?
—Lo sé, yo prefiero ponerles Chips Ahoy.
—¿Galletas? ¿Galletas Chips Ahoy? ¿Estás de broma?
Y con estas preguntas hago que se ría a carcajadas ese hombre serio y
menudo, que me mira primero a mí y luego a su hija, achinando todavía
más sus ojos oscuros a causa de la risa.
—¿Qué pasa? —Jin aparece entonces junto a Fang, llevando cada uno
un par de botellines de cerveza.
Fang le dice algo a Nina muy seria y ella se pone nerviosa.
—¿Qué ocurre? —pregunto.
—Nada, Fang pregunta si quieres tomar algo.
—Sabes que eso no es lo que ha dicho. —Miro a su hermana, que no
tarda en hablar.
—Está bien... Es que... mamá se ha vuelto loca y está haciendo comida
mexicana.
—Aquí está tu cerveza, una Coronita, cómo no. —Jin me da la botella,
tratando de contener la risa.
—Cree que te gustará. Ya sabes: burritos, quesadillas, guacamole,
tacos, nachos... —comenta Fang.
—En realidad, la cocina ahora mismo parece un anuncio de Old El
Paso —añade Jin mientras una estupefacta Nina mira a su padre como
tratando de buscar una respuesta.
—Lo hace con mucho amor porque es una comida muy internacional,
¿no? La gente habla español... Por nuestro invitado... —El padre de Nina
comienza a enredarse en su aclaración, intentando explicar algo que no
comprendo muy bien, pero me quedo con el concepto básico de todo esto:
la señora Lin quiere agradarme.
—¿Y si quería sorprenderle con comida por qué no hace paella y
compra jamón serrano?
—Es que como dijiste que había vivido en América... México está en
América...
—Está bien, me gusta la comida mexicana y es todo un detalle.
Dicho esto, veo a todos los presentes relajarse considerablemente,
sobre todo a Nina, que creo que es quien peor lo estaba pasando. Le doy un
trago a mi Coronita y sonrío, como si así terminase de convencerles.
—Siéntate. Conmigo. Hablemos un poco. —El padre de Nina me hace
acompañarle hasta los sofás—. Mi hija dice que eres profesor de
universidad.
Y así, comienza a preguntarme por mi trabajo, mi familia y mis
hobbies, asintiendo a todo lo que digo, mientras los demás se esmeran en ir
preparando la mesa, sacando decenas de platos y tuppers de plástico con un
montón de exquisiteces chinas y mexicanas repartidas como se pueden, ya
que apenas queda espacio en la mesa.
—Mi pequeña flor de loto está muy ilusionada con sus estudios, y
parece que le va bien. Estoy convencido de que conseguirá llegar a lo alto
en el futuro. Solo espero que la trates como es debido.
—No tenga la mínima duda en eso —respondo.
—¿Tú eres el chico? —Una nueva voz, muy aguda, irrumpe en el
salón. Y la reconozco al momento, recordando la primera vez que pisé el
restaurante de la familia: es la señora Lin, que me escruta de arriba abajo
con la mirada—. ¡Te conozco! —exclama entonces.
—Sí, mamá, eh... Alguna vez ha comido en el restaurante.
—Un placer, señora Lin, soy Rubén.
La madre comienza a gritar en chino, alborotando todo el salón, y los
demás toman asiento rápidamente mientras Jin aparece con el vino que he
traído, ya descorchado, poniéndolo en el centro de la mesa.
Al mirar a mi alrededor, respiro aliviado comprobando que no hay
palillos, sino cubiertos normales. Sin duda, todo un detalle por parte de la
familia.
—Papá, mamá, le he contado a Rubén lo de los comentarios en Google
y ha tenido unas ideas geniales para El Dragón Feliz —dice Nina cuando
todos han empezado a servirse.
—¿Sí?
Ella comienza a relatar nuestra conversación en el coche, cuando
estábamos de camino, y entonces, su madre capta mi mirada al verla
servirse una copa del vino. Solo espero que le guste, pues no soy muy
entendido, y me dejé llevar por el tío del supermercado. Pero la veo hacer
un gesto a su yerno, que le pasa la Coca-Cola, y comienza a verter la otra
mitad de la copa con el refresco, haciendo que mi mandíbula se desplome.
¿Qué está haciendo la señora Lin con ese vino de veinte euros?
—¿Quieres un poco? —me ofrece con una gran sonrisa, como si lo que
acaba de hacer fuera lo más normal del mundo—. Así está muy rico y
dulcecito. Calimocho, lo llaman. Es un cóctel.
—Eh... No, gracias.
Jin, a mi lado, estalla en carcajadas y después me susurra.
—Bienvenido a la familia y sus excentricidades. Tienes muuuuucho
que aprender.
—Me gustan tus ideas. —El padre de Nina vuelve a captar mi atención
después de mantener una conversación con su hija—. Son muy buenas y
podemos ponerlas en práctica.
—Es todo un detalle que te intereses por el restaurante. —La señora
Lin me mira, un poco recelosa todavía.
—Lo es —coincide Fang.
—¿Es verdad que estás intentando estudiar chino? —pregunta la
madre.
—Sí, aunque todavía no puedo mantener conversaciones. Me queda
mucho por aprender.
—Yo lo he visto hablando un poco —añade Fang—. Es encantador
cómo se interesa por la cultura china, mamá.
Algo avergonzado por el reconocimiento, decido darles una
oportunidad a los tacos, que todavía nadie ha probado y, aunque me pringo
los dedos al dar el primer bocado, debo reconocer que están deliciosos.
—Esto está realmente bueno. Creo que acabo de subir al cielo de la
comida mexicana.
Todos ríen, y la madre de Nina sonríe, más que satisfecha, encantada.
La cena avanza como la seda, Nina es consciente, y se muestra mucho
más relajada. Una enorme sonrisa se ha apoderado de su rostro, y todos
charlamos tranquilamente, riendo y conociendo más los unos de los otros
entre historias y anécdotas.
Lleno hasta arriba como estoy, se comienza a hablar de sacar el postre,
y se levantan todos con cacharros en la mano para hacer hueco en la mesa,
tarea en la que colaboro. En un periquete, vuelve a estar todo abarrotado
con botellas de licores que tienen letras chinas en las etiquetas, una botella
de tequila, cómo no..., y una especie de croquetas que parecen cubiertas por
mil hilillos blancos, además de bollos de piña con una pinta deliciosa que
me llaman mucho la atención a pesar de creer que no puedo seguir
comiendo.
—¿Una copa? —pregunta el padre de Nina.
—No, gracias, debo conducir.
—¿Té?
—Vale —acepto.
—Pero... tú no eres de beber té —me susurra ella.
—Tengo que probar cosas para saber si me gustan.
Nina se ríe y me ofrece uno de los dulces apetecibles.
—¿Bollito de piña?
—Oh, sí, por favor, ¿qué es lo otro?
—Barba de dragón.
—¿El qué?
—Barba de dragón —repite con una gran sonrisa—. Es como algodón
de azúcar relleno de frutos secos. Estos creo que son de almendra.
—Eso no me convence.
—¿No acabas de decir que tienes que probar cosas nuevas para ver si
te gustan? —me dice, metiéndome de repente en la boca esa especie de
croqueta que sujeta con dos dedos.
Y sí, todo está demasiado bueno, y el té es perfecto para acompañarlos.
—¿A que está bueno?
—Demasiado bueno... Tenemos que repetir esto —le digo a Nina.
—¡Por supuesto que tenemos que repetirlo! —exclama la madre de
Nina—. ¿Por qué no nos dijiste antes que estabas con este muchacho tan
encantador?
—Cariño —dice el padre de Nina, llamando así la atención de su
mujer—. Las cosas ocurren a su debido tiempo.
47
女
—No soporto a ese gilipollas. Me cuesta trabajo creer que hace años fuera
su mejor amigo —dice Ricardo, mirando hacia la puerta una vez que oigo
cómo se cierra.
—Ya, no parece muy... tratable.
Me levanto y cojo mis cosas, lista para marcharme.
—Oye, siéntate —me señala el sitio de Rubén y él se dirige al suyo—.
Tenemos que mantener una conversación.
—¿Sobre qué? —Trago saliva, nerviosa.
—Parece ser que estás destacando. No pasas desapercibida entre el
profesorado, y Caroline es una de las grandes y cuando acabes tendrás
trabajo asegurado de lo que quieras.
—Pero... el problema es que no quiero estar lejos de Madrid y tampoco
creo que sea necesario tener que marcharme para que me consideren mejor.
—Una experiencia internacional no solo sirve para mejorar tu
currículum, sino para madurar tú como persona, ya que te expones a
situaciones nuevas en las cuales tienes que aprender a desenvolverte por tu
cuenta. Te adaptas a nuevos entornos y a hacer lo que tú consideres
oportuno, no a lo que te digan o recomienden otros.
—Te agradezco el interés, Ricardo, pero las personas a las que quiero
están aquí, por lo que no me voy a ir a ninguna parte. Además, hace ya un
tiempo que decidí hacer lo que yo quería en las cosas importantes y no lo
que me dijeran los demás, por lo que ese tipo de experiencia no la necesito.
Me levanto, dispuesta a irme, pero él vuelve a hablar.
—Rubén no dudaría en marcharse.
Arrugo la frente ante su comentario.
—Discrepo en eso...
—Solo quiero decir que pienses en ti, porque a veces pueden surgirnos
oportunidades como esta en la vida y arrepentirnos después de no haber
aceptado. Y no querrás tener esa espinita clavada para siempre.
Me quedo parada en la puerta, algo confundida.
—Gracias —termino diciéndole.
—De nada... Adiós.
—Adiós.
Me despido y salgo al pasillo, por fin, en donde me apoyo en una
pared cercana y respiro. Creo que acabo de perder tres años de vida después
de toda la tensión que he pasado ahí dentro, hasta que siento la vibración
del teléfono móvil en el bolsillo de mi chaqueta.
—¿Qué...? —me pregunto en voz alta al ver que se trata de una
llamada de Paco.
—Así que la señorita ha hecho pública su relación —me dice nada más
descolgar.
—Hola, Paco. —Pongo los ojos en blanco.
—Hola —carraspea—. Mi madre se ha vuelto bipolar. Creo que le
gustabas.
—Le gustaba la idea de que yo fuera la hija de su amiga. Punto.
—Sea como fuere, a ratos me dice que no me preocupe y que puedo
aspirar a algo mejor, y otros me dice que por qué no he sabido hacerlo
mejor contigo.
—Siento la parte que te toca, pero, en cualquier caso, se terminó el
fingir.
—A mí me divierte pasar tiempo contigo, porque reconocerás que nos
lo pasamos bien.
—Nos lo pasamos bien... —coincido con él.
—Me alegra saber que no tendrás que participar en más citas a ciegas,
pero si en algún momento necesitas ayuda, avísame.
—No necesito ningún caballero andante, sé cuidar de mí misma,
gracias.
—Por eso me caes tan bien, porque tú no eres de las que esperan
príncipes, aunque, de todas formas, si en algún momento me necesitas
como caballero andante, aquí estaré. —Ríe—. En fin, debo dejarte, pero
quedemos un día para tomar un té, ¿vale?
—Adiós, Paco.
Cuelgo y sonrío. Paco me cae bien, y tiene razón: al menos, mamá ya
no me preparará más citas tediosas.
50
男
Vuelvo a mirar el móvil, pero sigo sin noticias de Nina. ¡Joder! Tenía que
haberla ido a recoger cuando terminase de trabajar en el restaurante en lugar
de quedar directamente en la fiesta, a pesar de que me insistió en no
hacerlo. Además, así podría sacar tiempo para hablar de las novedades que
tengo sobre mi futuro empleo... Esas que no he sido capaz de compartir con
nadie, de momento. Todavía no me saco de la cabeza la llamada de esa
tarde dándome la noticia que quería escuchar, pero antes tengo que hablarlo
también con ella...
—Oye, Indiana Jones, en serio, deja el puto teléfono de una vez —dice
Aitor, haciendo referencia a mi disfraz.
—¿Qué?
—Estamos hablando de la última película de Star Wars y no es normal
que te quedes tan callado.
—¿Ah, sí?
—¿Qué te pasa esta noche, grandullón? —Esther, vestida de
Catwoman, posa su mano en mi hombro, pero yo me aparto.
No respondo a su pregunta, pero está claro que me empiezo a
impacientar. Ni siquiera soy consciente de que hablaban de Star Wars.
Claro que tengo opiniones que compartir con ellos, pero ahora eso no me
importa. Son más de las doce y media y Nina no ha llegado.
El timbre hace estallar mi burbuja de cavilaciones, haciendo que Aitor
se levante.
—Voy a abrir, aunque seguramente será tu chica.
«Tu chica». Me gusta demasiado cómo suena eso.
Tardo algo en seguirle, aliviado al escuchar la voz de Nina antes de
llegar a la entrada.
—¿Pero de qué vas vestida? ¿Es algún tipo de uniforme de colegiala o
algo?
—¡No! Soy una guerrera.
Y por fin la tengo ante mis ojos, y se me descuelga la mandíbula al
verla. ¿De qué diablos se ha disfrazado y cómo puede estar tan buena? O
sea..., quiero decir...
—¡Caray! —La miro de arriba abajo—. Estás... muy guapa.
Carraspeo y ella me mira divertida, recolocándose la coronita dorada
que lleva en la frente y deslizando por el pelo su mano enguantada en raso
blanco hasta la altura del hombro. Juguetea con las puntas de un mechón de
cabello y mueve un piececito denotando algo de nerviosismo, lo cual me
hace sonreír.
—¿De qué te has disfrazado?
—¿De verdad no sabes quién soy? —Abre mucho los ojos y se ríe—.
Soy Sailor Marte, una de las guerrero luna.
—¿Y por qué debería saberlo?
Vuelvo a mirarla de arriba abajo, como si de tanto contemplarla fuera a
volverme inmune al efecto que causa sobre mí, sobre mi cuerpo. Aprieto el
puño para evitar llevar la mano hasta esa faldita roja tan corta que lleva
puesta. ¿O tal vez es un vestido? Como Aitor ha dicho, da la impresión de
que lleve una especie de uniforme de colegiala japonesa diabólicamente
sexy. La falda parece estar cosida a una blusa escotada que tiene un
pañuelito de marinero color rojo atado en el pecho con un gran lazo
morado. Para más inri, hoy se ha puesto unos tacones de charol a juego.
Nunca la había visto con ese tipo de zapato, pero me hace tener sus
tentadores labios pintados más al alcance de los míos, oportunidad que
aprovecho entonces para probarlos.
—Estaba preocupado por ti —carraspeo, y la miro fijamente a esos
ojos brillantes suyos.
—Lo siento.
—No tienes que disculparte, pero sí podías haber contestado a mis
mensajes.
—Me olvidé el móvil con las prisas.
Nos sonreímos y ella me acaricia la mejilla con el dorso de la mano.
—Estás muy guapo hoy. Este disfraz te pega mucho.
—Pues yo te advierto que al verte así vestida me han entrado unas
ganas locas de llevarte ahora mismo a mi casa y, la verdad, no creo poder
asegurar la integridad de tu ropa.
—Será mejor que socialicemos un poco antes de adentrarnos en tu
cueva y descubrir el misterio de Tayos.
—Joder, Nina... Si hasta sabes hacer referencias coherentes a Indiana
Jones... —Me muerdo el labio inferior y la miro con deseo.
—Esta noche puedo dormir en tu casa. Mis padres ya están avisados de
que no iría.
—Me encanta cómo suena eso... —le susurro al oído.
Oigo entonces que alguien carraspea en mi espalda.
—¿Venís o qué pasa? —dice Catwoman.
Una vez que entramos en el salón donde están todos, se hacen las
presentaciones de rigor. Aitor parece controlar su bocaza y se muestra
bastante amable, ofreciéndole a Nina una cerveza que ella acepta de buen
grado. Mi hermana, a quien no se le escapa una, nota que su invitada está
un poco tensa y ambas entablan una conversación sobre cosméticos en
donde sale a relucir Fang y su pasión por todo eso.
—¡Rubén! —capta mi atención Lara—. Nina y yo vamos a quedar un
día para ir de shopping y pararemos en la peluquería de su hermana.
—Ten cuidado, que no todo el mundo sabe cortar el pelo —añade
Esther—. Yo no me pondría en las manos de cualquiera.
—No seas boba —responde Lara, tratando de reírse.
—Me parece muy bien. —Sonrío, contento y también aliviado de que
ambas se lleven bien, aunque no entiendo de qué va Esther esta noche con
esa clase de comentarios.
Calcetines aparece de repente, y va directo hacia Nina, que le acaricia
y juega con él. Siempre digo que ese perro sabe elegir a las personas.
—Ya sabemos quién cuidará de él cuando mamá y papá se vayan de
escapada a la playa —dice Lara, también feliz de ver que a Nina le gusta el
perro.
—Yo sería su niñera encantada. Siempre he querido tener un perrito o
un gato, pero mis padres no quieren mascotas. —Lo abraza.
—Todo llegará a su debido momento —le digo yo.
—Oye, Nina —dice un Aitor algo perjudicado por el alcohol
abrazando a otro colega suyo—. ¿Es verdad que en China coméis perro?
—Aitor..., no... —le reprende mi hermana con un gesto de «Tierra
trágame».
—¡Eso! —Esther aviva la conversación—. ¡Cuéntanos más!
—O sea, no te ofendas, por favor —dice el colega con el que está
Aitor—. Lo preguntamos porque leímos un artículo acerca de este tema y
nos ha chocado bastante.
—Ehh...
—Nina, no respondas a las estupideces de estos cretinos. —Lara
parece enfadada con su prometido.
—¿Pero qué pasa...? —se mete Esther—. Es una pregunta normal,
¿no?
—No me puedo creer que tú también te unas. —Lara fulmina con la
mirada a su amiga.
—Verás, Aitor, yo prefiero el gato, que con salsa de soja está
maravilloso —responde Nina muy seria.
Al principio, todos se quedan en silencio, pero luego estallan en
carcajadas. No me puedo creer que Nina esté vacilando a Aitor, aunque en
el fondo sé que lo que ocurre es que a ella le ha dolido ese comentario e
intenta salir por la tangente, y eso me causa daño también a mí.
—Mirad, no como gato ni tampoco perro. A ver, hay zonas muy
concretas en las que pueden comer animales... no tan convencionales. —
Nina responde tratando de medir sus palabras y yo le hago un gesto para
que se calle—. Pero la verdad es que eso no es común. No tengo ni
familiares ni amigos que coman esas cosas.
—Es un alivio, a mi suegra no creo que le gustase la idea de que
pudieran asar a Calcetines, su perro.
Aitor ríe de nuevo y yo tengo que contenerme para no darle una colleja
bien merecida.
—Entonces es verdad que en China se comen perros, ¿ves? Te lo dije
—insiste su colega.
—¿Podríais no ser tan idiotas todos vosotros? —pregunto al no poder
contenerme más.
—No pasa nada —me dice Nina.
—Sí que pasa.
—De verdad, déjalo... —Ella pone una mano sobre mi brazo,
pidiéndomelo también con la mirada.
—Vale, vale, perdona... Tampoco hace falta que te pongas así. — Aitor
trata de disculparse, y de nuevo vuelven a embarcarse en otro tema de
conversación.
—Oye, Sailor Marte —le susurro al oído—. Vamos a tomar un poco el
aire, anda. Este idiota a veces me desquicia...
—¿No era tu amigo? —pregunta, un poco triste, mientras vamos a la
terraza.
—Supongo que nuestra amistad ahora mismo es rara, porque está claro
que debemos llevarnos bien, teniendo en cuenta que va a casarse con Lara,
pero, sinceramente, ha cambiado tanto que me siento totalmente distanciado
de su filosofía de vida, forma de ser y opiniones.
—Las personas vienen y van. Con el tiempo creo que los buenos
amigos se pueden contar con los dedos de una mano, y casi mejor, porque
así solo la gente a la que importamos de verdad se quedará a nuestro lado.
—Supongo que tienes razón. Pero ahora, olvidemos a Aitor, ¿vale?
—Vale.
—Deberíamos hablar de lo que pasó esta mañana en el despacho.
—¿En serio? ¿Es necesario sacar ese tema ahora? Además, yo soy
quien toma mis propias decisiones, por lo que no hay nada que hablar.
—Tengo que decirte algo, Nina... Y no creo que debamos demorarlo
mucho más... Es importante.
—¿Vamos a hablar de cosas serias en una fiesta de disfraces?
—Está bien... Tienes razón... Pero, prométeme que vas a replantearte
lo de la profesora Lewis.
—Rubén... Es de noche, estamos en una fiesta y me he tomado dos
copas de vino.
—Vale, tienes razón. Lo dejaremos para otro momento.
Su rostro se torna serio cuando digo eso, como concentrándose en
algo, aunque creo que está actuando.
Esta noche está endiabladamente sexy y siento envidia hasta del viento
que se permite despeinarla ligeramente, revolviendo ese pelo negro y
sedoso que siempre huele a flores. Cómo la deseo... Le haría de todo ahora
mismo, si no fuera porque estamos en la casa de mi hermana.
—¿Qué haces?
La veo juntar las manos, entrelazando todos los dedos enguantados
excepto los índices, que pone paralelos, apuntando hacia su barbilla, hasta
mostrar una sonrisa ladeada y moverlos hacia mí.
—¡Plufff! Ya eres mío.
—Hace tiempo que soy tuyo.
Y se sonroja. Y me pone duro verla así, tan tierna, tan inocente, tan
jodidamente atractiva con sus mejillas sonrojadas y sus labios pintados de
ese carmín con el que me ha dejado marcado otras veces. Aunque puede
que esta vez no. Quizás lleve el que yo le regalé. Y me encanta pensar que
así es.
Enseguida el perro regresa, yendo como una bala hacia Nina.
Me gusta verla reír tanto mientras juega con Calcetines, y Lara capta
mi atención para que vaya a donde está ella.
—Ahora vuelvo —le digo a Nina.
—Claro.
Sigo a mi hermana y vamos hasta la cocina, en donde continúa
sacando un montón de salsas, nachos, canapés y demás aperitivos para la
fiesta. Y la verdad es que, al verlos, vuelvo a tener hambre a pesar de la
hora que es.
—Siento lo que ha dicho el idiota de Aitor. Hablaré con él seriamente.
—No te preocupes. Ella lo tiene ya calado.
—Aun así, no quiero que se sienta mal, pobrecita...
—Gracias, Lara.
—Tienes que presentársela a papá y mamá antes de mi boda, ¿lo
sabes? Quiero que ella también venga.
—¿Acaso es una nueva norma social que me he perdido?
—¿No dijiste que habías conocido tú a su familia?
—Sí.
—Pues deberías hacer lo mismo. Mamá estará encantada y papá
también.
—Bueno, no mentiré diciendo que no lo había pensado ya.
—Rubén... —Lara deja la bandeja que sostenía sobre el frío mármol de
la isla de la cocina—. Es imposible no darse cuenta de cómo la miras.
—¿En serio? ¿Y cómo la miro?
—Como cualquier chica desearía que el chico que le gusta la mirase.
—Estupideces...
—¿La quieres?
No contesto, pero me quito el sombrero, pues tengo la sensación de
que empieza a agobiarme, aunque tal vez sean las ideas que se me forman
debajo de él.
—¿Vas en serio con Nina? —insiste mi hermana.
—Sí, si ella quiere...
—No me digas que eres de esos que no define las relaciones. No te
pega nada.
—Creo que no hay nada que definir porque ambos lo sabemos ya, y
estás empezando a decir demasiadas tonterías. Solo llevamos viéndonos tres
meses y algo. ¿No se supone que es demasiado pronto? Ya te la presenté
como mi novia... Y creo que, aunque en ese momento no fuera lo
apropiado, ahora está claro que lo es. Con eso... podría valer, ¿no?
—¿De verdad? ¿Tú te estás oyendo? Ahora soy yo la que tiene que
preguntarte si eso es una nueva normal social. Ay, hermanito, a veces me
cuesta creer que seas tan listo como los psicólogos del colegio decían que
eres.
51
女
Voy hasta la cocina con el fin de tomar un vaso de agua, por supuesto,
seguida de Calcetines, que se ha convertido en mi acompañante oficial a
todas partes.
—Hola —saludo a Esther, que está apoyada en la isla de la gigantesca
cocina, bebiendo sola.
Al verme, se termina de un trago su copa de vino y la rellena con la
botella que tiene al lado.
Dudo, pero al final me decanto por ignorarla.
—Yo iba a venir de Marie Curie y Rubén de Einstein, pero tú has
tenido que estropearlo todo.
—¿Cómo dices?
—Me parece increíble que incluso se haya puesto a aprender chino...
—Vuelve a beber, ignorando mi pregunta.
—¿Qué haces aquí, Esther? —Lara aparece y nos mira a las dos.
—Se supone que tú eres mi amiga... —Catwoman parece dirigirse
ahora a la recién llegada.
—Uy, uy, uy... Se te ha subido la bebida a la cabeza...
Lara se la lleva, pero vuelve enseguida, justo cuando yo termino de
beberme mi agua.
—¿Qué te ha dicho? —se interesa.
—Eh... Nada...
—¿Seguro?
Me lo pienso antes de hablar...
—¿Iba a venir disfrazada junto a Rubén?
—¡No, por supuesto que no! —Lara se ríe, un poco nerviosa—. O sea,
ella se lo propuso, pero mi hermano jamás le hizo ningún caso.
—Ah...
—Rubén no te ha mencionado a Esther, ¿verdad?
—No. Solo sé que es la hermana de Aitor.
—También mi mejor amiga. Nos conocemos desde pequeñas... —
parece dudar—. Oye, no tienes de qué preocuparte. Tal vez no debería decir
esto, pero, cuando mamá estuvo enferma, Rubén lo pasó fatal, y además,
para él, volver a Madrid, a casa, fue un palo bastante grande... Ya te habrás
dado cuenta de que no es su lugar favorito del mundo precisamente... Pero
el caso es que Esther y él se liaron.
—¿Esa chica es su ex?
—Sí y no. Creo que Esther nunca llegó a tener la categoría de novia,
sinceramente...
—Pero estuvieron juntos.
—Sí, pero fue hace casi dos años y él no ha vuelto a querer
absolutamente nada con ella, es más, la rehúye siempre que puede. Así que
no la tomes muy en serio si te dice algo raro. Creo que todavía no lo ha
superado...
—Ya... —La verdad es que no sé qué decir.
—Contigo mi hermano es casi otra persona. Me refiero a que jamás lo
había visto tan feliz... Te lo agradezco.
—¿Qué hacéis aquí las dos? —nos interrumpe Rubén.
—Ponernos al día —digo yo, que todavía tengo que procesar toda la
información que me ha dicho su hermana, aunque no creo que sea algo que
comparta con él.
—¿Nos vamos, Sailor Marte?
—Vale, Indiana Jones —le sonrío.
—¿Por qué no la traes a comer el domingo a casa de papá y mamá?
Regresarán mañana a por Calcetines y puedo sacar el tema.
—Nina, ¿te apetece? ¿Estás disponible?
—Claro. —Amplío mi sonrisa.
—¡Estoy deseando verte el domingo entonces! —Lara se lanza a
darme dos besos y después me abraza, mientras Rubén nos observa,
contento de que nos llevemos bien, estoy segura.
No tardamos en despedirnos de todos, excepto de otra chica de la fiesta
y de Catwoman, ya que al parecer la primera estaba sujetándole el pelo en
el inodoro a la segunda, algo que no me dio ninguna pena, no voy a
mentir...
Ingredientes:
• Pasta para wonton. Comprad las láminas ya hechas... Esto os facilitará el trabajo.
• Carne picada (a mí me gusta la de cerdo).
• Salsa de soja.
• Una pizca de sal.
• Añadir cebolla al gusto.
• Salsa agridulce (para acompañar si así lo queréis, una vez estén listos).
Preparación:
En un bol mezclamos la carne con un chorrito de salsa de soja, la cebolla bien picada
y una pizca de sal.
Cuando lo tengamos bien mezclado, lo cocinamos en la sartén con un poco de aceite.
Una vez que se enfríe, usaremos una cuchara para medir la cantidad ideal de carne y
proceder a rellenar las láminas para wonton, que cerraremos dándoles forma triangular.
Si queréis ser creativos, siempre podéis experimentar otros diseños. Una vez listos,
preparamos una sartén con abundante aceite y, cuando coja la temperatura necesaria,
freímos los triángulos hasta que se doren.
Los servimos en un plato o en una bandeja y ponemos la salsa agridulce o la de soja en
un recipiente pequeñito para que todos puedan disfrutar al gusto.
53
女
Corro mirando el suelo, esquivando los charcos que se han formado por la
lluvia de antes y también saltando por encima de alguna que otra rama que
se ha desprendido de los árboles que bordean las aceras. La luz anaranjada
de las farolas crea figuras ovaladas que se oscurecen con la sombra que
causo mientras avanzo al ritmo de Pursuit of Happiness, de Steve Aoki. Me
gusta esta música para correr, pero lamentablemente hoy mis pensamientos
suenan mucho más altos, así que subo el volumen desde el Apple Watch e
incremento el ritmo hasta que decido poner rumbo a casa. Llego agotado y
completamente sudado; cada vez que parpadeo, creo ver a Nina en clase...
Lleva dos días sin asistir, y eso me preocupa.
Doy un largo suspiro, como si ese gesto fuera a llevarse todas las
preocupaciones, así que cuando salgo del ascensor, lo último que espero es
encontrarme a Nina, sentada en mi felpudo y con la cabeza entre las
rodillas. Me quedo quieto, observándola. Una parte de mí está muy
cabreada, pero la otra quiere abrazarla fuerte y no soltarla. Cuando me mira,
se me parte el corazón. Ha estado llorando mucho, y eso sí que no puedo
soportarlo. Yo quiero que ella sonría siempre. Me acerco y tardo un par de
segundos en hablar.
—¿Estás bien?
—Sí.
—¿Qué haces aquí? Es tarde...
—Tenemos que hablar...
Extiendo la mano para ayudarla a levantarse y cuando la tengo frente a
mí, acaricio su mejilla con el dorso de mi mano.
—Nina...
—¿Podemos entrar en tu casa, por favor? —Me aparta la mirada.
—Claro —respondo, confuso.
Pasamos, pero ella no va más allá de la entrada.
—¿Quieres tomar algo?
—No. —Parece dudar por segundos—. Deberíamos dejarlo, Rubén.
—¿Qué dices? —le pregunto, incrédulo—. Pero... ¿tan enfadada estás?
—No es eso, no lo entiendes...
—Por supuesto que no lo entiendo... Pensé que era una pataleta
porque, vale, reconozco que tal vez fui un capullo al no compartir contigo
lo de un posible trabajo fuera de Madrid, pero ahora que los dos sabemos
que podríamos irnos a Boston y seguir juntos, ¿me vienes con esto?
Suspira, como si así se armase de valor.
—No pienso defraudar a mis padres ni causarles más daño
marchándome tan lejos —suelta con un hilo de voz.
—¿Ir becada a una gran universidad es decepcionar a tus padres?
—No estamos hablando de lo mismo... Ni siquiera les conté que eres
mi profesor, y ahora me doy cuenta de que ellos son lo que me queda... No
puedo decepcionarles con esa mentira. No creo que sea eso lo que quieren
para mí.
—¿Me estás poniendo excusas? Porque es a lo que me suena todo esto,
así, tan de repente.
—No. Voy muy en serio.
Respiro hondo. No quiero ser duro con ella, pero si eso hace que abra
los ojos, sin duda estoy dispuesto a hacerlo, por lo que intento sonar lo más
serio posible.
—En ese caso, dime una cosa: ¿es mejor romper con tus propios
valores? ¿No puedes defraudar a tus padres, pero sí puedes engañarte ti
misma? A mí me frustra que tires todo el esfuerzo y todas tus ilusiones por
la borda. No estás tomando el camino acertado.
—No tienes ni idea de absolutamente nada. Tú a mí me has engañado
al no contarme que estabas buscando otro trabajo —me ataca de nuevo, con
lágrimas en los ojos.
—No, Nina. Eso es solo el pretexto que tienes para echarme a mí
también algo de mierda encima. No te lo dije porque no pensé que me lo
fueran a dar, porque es algo que hice antes de conocernos. La ecuación
había cambiado al estar tú incluida en mi vida.
—¿Y qué significa eso?
—Que yo no voy a tomar una decisión tan importante como esa sin
tenerte a ti en cuenta. Tenemos tiempo de pensar en opciones. Desde mi
punto de vista, somos un pack, ¿vale?
—Si renuncias a tus sueños por mí, el amor que sientes terminaría
corrompiéndose. Cuando mirases atrás y pensaras en lo que podías haber
logrado, pero no tienes, tú también te preguntarías cómo habría sido tu vida
si hubieras escogido de forma diferente.
—Mejor arrepentirme por hacerlo que por no haberlo hecho, por no
haber escogido disfrutar de la experiencia de estar contigo. Te diré una
cosa: vida solo hay una. No deberías vivirla según te vayan marcando los
demás. Es tu maldita vida y solo tú puedes decidir cómo recorrer ese
camino; de lo contrario, puede que te arrepientas para siempre, y cuando te
preguntes cómo habría sido si hubieras actuado de una forma o de otra,
pensarás en este momento, pero otros ya habrán escogido por ti y se lo
habrás permitido. Así nunca llegarás a alcanzar tu propia felicidad. —Hago
una pausa, miro al frente, antes de volver a dirigir la vista hacia ella e
insistir—: Nina, de verdad, tenemos alternativas.
—Es tarde. Porque yo he elegido ya.
—¿Escoges por los dos? Eso es egoísta. ¿No piensas en tu felicidad?
—Es lo más sencillo, aunque no pueda ser feliz.
—Solo tú eres responsable de tu felicidad. Ni tus padres, ni tu
hermana, ni siquiera yo. Solo tú puedes decidir si quieres tratar de alcanzar
esa felicidad. Tú eres la única responsable para lograrla. Lo que estás
eligiendo es lo más cobarde y, en ese caso, tú a mí también me habrás
decepcionado.
—¡Lo hago por ti! —me grita. Se recoloca el bolso, intentando no
llorar—. Rubén, no me voy a seguir yendo por las ramas. Quiero dejar bien
claro que lo que ha pasado entre nosotros no debió suceder y, siendo
sincera, debimos dejarlo todo en el momento en el que tú supiste que ibas a
ser mi profesor.
—Eso ya lo hablamos...
—Es demasiado arriesgado, no solo para ti, sino para ambos —añade
—. No quiero avergonzar a mi familia con un escándalo sexual. Sería
demasiado horrendo para todos.
—¿Qué escándalo? ¿De qué hablas? —No entiendo lo que me está
diciendo—. El curso terminará pronto, Nina, y nadie lo sabrá.
—No creo... —Le tiembla la voz—. No creo que yo termine el curso.
—Espero que sea una broma. Podrás romper conmigo, pero no tires
por la borda la universidad.
—Ahora mismo no sé lo que quiero, Rubén, pero lo que sí sé es que no
puedo mantener una relación tan seria. Te digo esto porque no quiero
perjudicarte y ese trabajo es algo importante para ti, así que acéptalo de una
vez, por favor. No me tengas en cuenta para algo así.
Agacha la cabeza, evitándome.
—Nina, mírame... —Pero es inútil, ella sigue mirando al suelo—.
¿Alguien ha hablado contigo?
—No.
—Esa respuesta no suena para nada convincente. Si alguien sabe lo
nuestro y te está chantajeando, tienes que decírmelo, por favor...
Intento abrazarla, temiendo haber dado en el clavo, pero ella me
rechaza.
—Necesito encontrarme a mí misma y saber lo que quiero en la vida,
porque desde luego no es esto y no es contigo. No me arrepiento de haberte
conocido, pero supongo que no era nuestro momento y tampoco nuestro
destino, lo siento.
Veo que pone la mano sobre el pomo de la puerta, lista para marcharse.
—Me niego a creer lo que sale de tu boca... Yo te quiero.
—Pero yo a ti no. —Me mira y, por primera vez, no sé descifrar lo que
dicen sus ojos—. Jamás debí decirte aquellas palabras, así que perdóname
por haberte hecho daño.
Sale, sin dar ni siquiera un portazo ni despedirse con un adiós... Nada.
Se va, dejando una vaga estela de su perfume, clavándome esa estocada
final...
¿De verdad ha sido esto el final de nuestra relación?
56
女
Una vez que nos situamos en la pista de despegue, noto cómo los motores
del avión aumentan su potencia y el aparato toma velocidad en la pista,
mientras yo me agarro a ambos reposabrazos de mi asiento. No quiero
llorar, no puedo hacerlo.
Miro por la ventanita ovalada; es noche cerrada. Cuando el aparato
comienza a elevarse en el aire, contemplo las luces de Madrid, titilantes en
el horizonte que yo estoy dejando atrás. Y vuelvo a pensar en Rubén. En su
sonrisa alegre, en esos ojos color bosque, en sus caricias y en todos los
besos que ya no tendré. ¿Irá por fin a cumplir su sueño...? Cierro los ojos,
pues me es imposible continuar mirando la ciudad a través del doble cristal.
Y entonces lloro, porque, para mi sorpresa, durante todos los días que he
pasado llorando no se me han acabado las lágrimas como creía. Me quedan
muchas más, y el peso de la garganta sigue doliendo, casi tanto como mi
corazón, ya resquebrajado.
¿Y si me estoy equivocando...?
57
男
Llego tarde a la clase de las nueve, pero apenas he pegado ojo, es más,
cuando en la habitación se estaban filtrando los primeros rayos de luz del
amanecer, yo me tiraba sobre la cama con el fin de poder dormir una hora,
solo que al final fue más tiempo, y ni siquiera oí el despertador del teléfono,
o si lo hice, debí de ignorarlo inconscientemente.
Y así llevo días...
Cuando Nina se fue de mi apartamento, no tardé en aceptar el trabajo.
Ahora solo puedo pensar que en un par de meses me habré ido de esta
ciudad de mierda y habré dejado todos los recuerdos atrás, aunque el dolor
que tengo sé que tardará en abandonarme.
En alguna parte leí, o tal vez escuché, que el tiempo en superar una
ruptura es la mitad del que has pasado junto a esa persona, pero sabía que
eso no podía ser cierto después de haber conocido a Nina... Jamás había
vivido con nadie todo lo que me había hecho sentir. Y nunca había estado
tan seguro de algo como lo había estado con ella. Claro que tampoco me
había confundido con alguien tanto como lo hice con esta chica...
Cuando entro en el aula, abro la puerta con demasiada fuerza, dando
un portazo contra la pared y haciendo así que todo el mundo guarde silencio
de pronto y mire hacia mí. Voy hasta el atril, saco un libro con un montón
de papeles y anotaciones mal puestas entre sus páginas y coloco la cartera
en el suelo, a un lado.
—Buenos días. —Miro a mis alumnos—. Lo primero de todo, siento el
retraso... ¿Hay alguna duda sobre los ejercicios de la semana pasada?
Repaso la clase, esperando que alguien levante la mano, pero nadie se
inmuta. Me quedo más tiempo del debido mirando el sitio que solía ocupar
Nina, ahora ya vacío, y carraspeo, intentando centrarme en dar el temario
que tenía previsto para hoy.
Esto va a ser un maldito infierno...
58
女
¿Estás loco?
¿Y el pasaporte, la ropa...?
¿Acaso no estabas en una boda?
—Espero que todo esto sea una broma. —Mamá se dirige a mí esta
vez—. Fue una bendición que esa chica se fuera y, además, eres el padrino
de la boda de tu hermana. No puedes hacer esto.
—¿Sabez qué? —balbucea Aitor—. Te ha dado fuerte y creo que
deberías ir a por ella, amigo. No a todas se les compra un pintamorros, solo
a las que nos roban el corazón.
—¿De qué demonios hablas? —Mi hermana observa desconcertada a
Aitor.
—Gracias —le digo, y después me dirijo a Lara—. Y gracias a ti por el
empujón. Pediré un taxi.
—¿Estás de broma? Olvidaba que hoy tengo un chófer, ¿en qué estaba
yo pensando...? ¿Dónde está el conductor de mi boda?
—¿Me podéis escuchar y entrar en razón? —Nuestra señora madre, a
lo suyo.
—Lara —todos ignoramos a mamá—, no puedo llegar al aeropuerto en
un Citroën 15 cubierto con lazos y flores.
Leo entonces los últimos mensajes de Fang.
De eso nada.
Mándame tu ubicación, voy a buscarte y te llevo.
Será más cómodo para ti y, además, quiero formar parte de esta
aventura para relatárselo luego a la insufrible de mi hermana
pequeña.
No puedo evitar sonreír antes de enviarle la ubicación. Por supuesto,
recibo su respuesta al instante.
Estoy agotado y llevo tantas horas despierto que me siento muy desubicado,
como si lo que estoy viviendo no fuera real. Me muevo casi de forma
automática, y agarro con fuerza el colgante que compré en una joyería del
aeropuerto de Pekín, mientras hacía escala para aterrizar aquí.
Sí, he llegado a China, un país que siempre he querido visitar, pero que
al final, por una cosa u otra, no había podido. Y ahora estaba en Hangzhou.
Disponía de setenta y dos horas para demostrarle a la chica a la que amo
que de verdad la quiero, y que teníamos la posibilidad real de compartir una
maravillosa experiencia juntos, con un futuro en común.
Pero, mientras tanto, yo seguía caminando y centrado en llegar hasta
Nina. El taxi me dejó al otro lado de un mercado abarrotado por el que no
podía pasar. El olor a humedad y a la historia del lugar se entremezcla con
el aroma a comida que desprenden los expositores y las cocinas que hay en
el interior de los establecimientos. El suelo está hecho de adoquines y, entre
estos, se filtran pequeños riachuelos que van formando charquitos de agua.
Los sigo con la mirada, encontrando siempre a las mismas culpables: las
pescaderías. Locales abarrotados de peceras y garrafas enormes en donde
venden el pescado vivo. La gente habla muy alto, algunos regatean los
precios, algo que parece típico de este sitio; otros gritan para captar así la
atención de alguien que les atienda entre el gentío. Mientras tanto, yo sigo
andando, abriéndome paso entre todo esto, sujetando con fuerza la cartera
que llevo cruzada. El pasillo de este mercado parece infinito, y a pesar de
estar cansado, pienso en el Pasillo Infinito del MIT, que ahora siempre
asocio a ella, a Nina. Mi mente se desvía, estoy aturdido, pero, aun así, me
permito soñar. Me encantaría poder llevarla allí y tratar de disfrutar de un
MIThenge a su lado, tal y como fantaseamos aquella primera noche juntos,
en el sofá de mi casa.
Tropiezo con alguien, que me ladra algo en chino y me hace regresar a
la realidad. No tengo ni idea de qué me ha dicho ese individuo, pero
entiendo que no le gustó chocar contra mí, y le pido perdón en su idioma,
agachando la cabeza, sin estar muy seguro de que eso sea también lo
correcto. Estoy demasiado cansado como para procesar correctamente toda
la información que pasa por mi cerebro. Miro a mi alrededor y, por fin, veo
el final de todo aquello, junto a un cartel en el que me gustaría saber qué
diantres pone. Mis escasos conocimientos apenas me permiten distinguir
algunos caracteres en letreros o mantener diálogos muy primarios en los
que me presento y pregunto cosas básicas. Y, sin duda, saber esas cosas me
es de gran utilidad en este país.
Alcanzo los últimos puestos del mercado, que dan comienzo a una
nueva calle en donde unas casitas modestas forman una especie de
urbanización. Todos los hogares parecen ser iguales, a excepción de la
pintura de las fachadas; estas ocultan probablemente jardines. Del bolsillo
saco el papel en donde Paco me garabateó la dirección y compruebo que
encaja perfectamente con un cartelito que hay en una pared gris. Es aquí.
Solo espero que Nina se encuentre ahora en casa.
65
女
—¿Por qué vas con traje? —Ella me mira mientras se sorbe la nariz,
recompuesta por fin.
Caminamos sin un rumbo fijo, alejándonos de la casa de su tía y
cogidos de la mano, felices de poder estar juntos de nuevo.
—¿Vengo hasta aquí y eso es lo primero que se te ocurre preguntarme?
—No sé... Es todo tan irreal que todavía no me lo creo. —Ríe.
Decido hacerle un breve resumen, desde el infierno que ha supuesto
pasar una semana sabiendo que ella estaba tan lejos, sus posibilidades para
acceder a la Universidad de Boston, la boda de mi hermana y la aventura de
llegar con Paco y Fang al aeropuerto.
—Tenemos mucho de qué hablar, aunque, decidas lo que decidas, es
importante que regreses cuanto antes a Madrid para retomar las clases.
Tienes que aprobar todo.
—Lo sé... Verónica me escribe al mail de la universidad y me envía los
apuntes, aunque estoy tan cansada que casi no he podido estudiar —
confieso.
—Al final has conseguido entablar una buena amistad.
—Sí... Supongo que tenías razón con eso.
—¿Qué opinas de que aceptase el puesto en el MIT?
—Serías idiota si no lo hubieras hecho. Y ahora estaría enfadada
contigo... Pero ¿de verdad crees que yo puedo acceder a la beca
habiéndome escaqueado tantos días aquí?
—Pienso que sí, pero es algo que no sabrás si no lo intentas. Podría ser
una experiencia extraordinaria. Si de verdad quieres, claro. No te sientas
obligada y, en caso de no querer hacerlo, podemos ver alternativas o
plantearnos llevar la relación a distancia.
—¿Estás loco? Sabes que me encantaría poder estudiar fuera, aunque
en parte me da pena alejarme de mi familia... Supongo que China me ha
servido de ensayo...
—Escucha, no puedo estar mucho tiempo aquí. No me permiten
quedarme más de setenta y dos horas porque no saqué el visado... Y quiero
hablar de todo esto, pero... reconozco que necesito descansar.
—Rubén, ¿cuánto hace que no duermes?
—No estoy seguro... ¿treinta y siete o cuarenta horas? —me quedo
pensativo, haciendo cálculos.
—¿Has reservado un hotel o algo?
—No.
—Hay uno aquí cerca, está en el lago. Vamos, te acompañaré.
Cuando abro la puerta del baño, sale conmigo una gran nube de vapor.
—Joder, qué bien huele a café —comento mientras me ajusto mejor el
cinturón del albornoz.
Nina ha abierto la cristalera y ha dispuesto el desayuno en la terraza.
Sigue con su encantadora sonrisa pintada en la cara, y al mirarla, pienso en
que no quiero que se le borre jamás. Y no sé cómo lo haré, pero me
esforzaré por que la conserve siempre.
—¿Qué haces? Ven a desayunar.
Un brillo en su pecho capta mi atención, y me fijo en que se trata del
colgante que le regalé ayer.
—Todavía llevas puesto mi corazón —le digo.
—No pienso deshacerme de él nunca.
Desayunamos con los primeros rayos de sol de una encantadora
mañana primaveral, con los pájaros cantando y acariciados por una suave
brisa que lleva consigo el olor de las flores cercanas.
—¿No te parece el paraíso? —Echa hacia atrás la cabeza y apunta con
su rostro al sol, cerrando los ojos.
—No lo sería si no estuvieras tú.
Estalla en carcajadas y luego se acerca y se sienta en mi regazo. Con
delicadeza me quita la taza de café y la deja en las tablas de madera que
componen el suelo, antes de lanzarse a capturar mis labios.
—Te he echado demasiado de menos... —ronronea en mi cuello,
mordiéndome el lóbulo de la oreja y haciéndome enloquecer con las
sensaciones que me transmite.
68
女
Estoy preparada para subir al estrado cuando digan mi nombre, o eso creo.
Si he llegado hasta aquí, seguro que puedo subir esos tres escalones y
acercarme a recoger mi título, otorgado por la prestigiosa Universidad de
Boston.
Todavía no me creo que esté aquí, con mi toga azul marino y el birrete
a juego del que cuelga una borla amarilla. Respiro, y vuelvo a respirar
cuando la persona que está delante de mí echa a andar. Pues yo seré la
siguiente...
—Nina Chou. —Oigo cómo me llaman y llevo mi zapato de tacón de
aguja hacia el primer escalón, con el que me impulso hasta subir el segundo
y luego el tercero. Y ahora sí, estoy en el estrado. Nerviosa pero
extremadamente feliz, emprendo el camino sin apartar la vista del diploma
que sujetan aquellas manos. Mi diploma. Voy erguida, con la cabeza bien
alta y una sonrisa que nada ni nadie puede borrarme.
—Enhorabuena —me dice en inglés la profesora, estrechándome la
mano y dándome el cilindro atado con un lazo naranja.
—Gracias —le respondo en el mismo idioma, orgullosa de mí misma y
de lo que he conseguido, por fin.
Un sueño cumplido, con mucho esfuerzo y algunos contratiempos en
el camino, pero conseguido.
He alcanzado uno de mis objetivos y puedo decir que es
increíblemente gratificante.
Con un suspiro, me dirijo hasta el otro lado para bajar de nuevo
mientras oigo el nombre del siguiente alumno. Antes de descender por la
pequeña escalerilla, veo al público que presencia la ceremonia, y allí
encuentro a Rubén, aplaudiendo, emocionado y henchido de orgullo. Me
hace un gesto de asentimiento con la cabeza, y mueve los labios
pronunciando un «te quiero» silencioso que me llega al corazón. Allí, tan
guapo, vestido con unos pantalones de color beige, una camisa blanca y una
americana de tweed azul marino. Me río de nuevo al pensar en que, cuando
le conocí en Madrid, jamás llevaba tweed y nunca se separaba de su
cazadora de cuero marrón, pero ahora parece que adora ese otro tejido.
Supongo que la edad va haciendo mella en él, en nosotros, y todavía me
divierte pensar en cómo le hice rabiar en el centro comercial cuando quiso
comprarse aquella chaqueta, insinuándole que estaba a un paso de llevar
pajarita como algunos de esos profesores esnobs que se pasean como si
fueran los reyes del universo. Aún hoy me emociono al pensar en aquel
MIThenge que conseguimos disfrutar juntos a los pocos meses de nuestra
llegada, con Rubén abrazándome por detrás mientras contemplábamos ese
maravilloso momento entre varios curiosos que se habían acercado para
verlo.
El movimiento insistente de una mano saludando me hace apartar los
recuerdos y desviar la vista hasta mi hermana. Todavía no me creo que haya
vuelto a Boston para mi graduación. Está espléndida con ese vestido verde
esmeralda, y percibo cómo brillan por sus mejillas las lágrimas que ha
derramado por la emoción. Siempre fue muy llorona... A su lado está Jin,
que viste un traje azul marino y lleva una camisa en azul celeste con los dos
primeros botones desabrochados. A pesar de los años que van pasando, no
pierde atractivo, sino que parece que el tiempo le sienta mejor todavía. Con
un brazo sujeta a la pequeña Maylin, la última en llegar a la familia y, con la
mano que le queda libre coge la que le tiende mi otra sobrina, Yun, mucho
más mayor. Al lado están mamá, que aplaude con fuerza, emocionadísima,
y papá, que por un instante creo que va a ponerse a llorar. A Boston ha
venido incluso Sara, de la mano de Seung-hyun, ¡su prometido! Quién nos
iba a decir a todas aquel día en la peluquería de Fang que su historia con el
coreano terminaría como en los k-dramas.
A pesar de las ganas que tengo de correr hacia ellos, soy paciente y
espero a que la ceremonia llegue a su fin y nos hagan las fotos de rigor.
Incluso formo parte de ese gran grupo que lanza los birretes al aire para
recuperarlos al vuelo (al menos, creo que me hice de nuevo con el mío), y
después, todas mis amigas y yo nos hacemos otros tantos selfis.
Cuando Rubén fue a buscarme a China, volvimos a Madrid, en donde
prácticamente no vivía más que para estudiar y acudir a clase. La promesa
de una beca concedida por el departamento de la profesora Lewis en la
Universidad de Boston y vivir en Estados Unidos juntos era demasiado
importante como para ocuparme de cualquier otra cosa.
A pesar del tiempo que estuve en Hangzhou, no tardé en ponerme al
día y conté con el apoyo de Verónica para avanzar en todas las asignaturas,
así como de Ricardo para recuperar el ritmo en matemáticas. Aunque no
llegué al diez, sí que logré alcanzar un bien merecido nueve. Tras el
examen, Ricardo, con el que trabé una buena amistad, me pidió que le
ayudase a elegir un anillo de compromiso con el que Jean Luc terminó
diciéndole que sí nada más y nada menos que en la Puerta del Sol. La gente
de alrededor armó tal barullo cuando Ricardo plantó la rodilla en el suelo
que hasta una cadena de televisión que estaba grabando un reportaje por la
zona se acercó para inmortalizar el momento.
Por mi parte, los primeros meses en otro país fueron complicados y me
recordaron en parte a mis inicios en Madrid, pero la gente me aceptó e
incluso hice varias amistades que perduran hoy. Supongo que no estar en la
complicada etapa de la adolescencia es un punto a favor... Y, bueno, como
mi primer visado de estudiante no permitía trabajar, y mis ahorros, a pesar
de combinarlos con la beca, no resultaron ser infinitos, hubo unos meses
que tuve que aceptar la ayuda de Rubén para no fundir toda mi hucha tan
pronto, y, aunque al principio me costó, comprendí que en nuestra relación
éramos un equipo y que no podemos aportar de una forma equitativa en
todos los aspectos siempre. Uno daba siempre más que el otro en según qué
cosas, pero no pasaba nada. Se trata de comprenderlo y trabajar unidos en
seguir adelante y ser felices, logrando nuestras metas y alcanzando juntos
nuestros sueños. Nunca pensé que podía verle tan feliz como empezó a
estarlo cuando comenzó a dar clases en el MIT. Había conseguido su mayor
logro hasta la fecha y yo estaba ahí para contemplar ese momento y
acompañarle en el camino.
Paco terminó sincerándose con su familia, y aunque al principio las
cosas no fueron muy bien, tal y como él había pronosticado, al final se
arreglaron, y me consta que mantiene una buena relación con todos.
Hablamos de vez en cuando, y también ha venido a verme alguna vez,
siempre acompañado de aquel chico que había conquistado su buen
corazón.
Fang y Lara venían a Boston más a menudo de lo que jamás hubiera
pensado. Raro era el mes que no recibíamos visita de alguna. Curiosamente,
mi relación con mi madre había mejorado desde que me mudé aquí, y ella
también vino en alguna ocasión, incluso sola, sin mi padre, algo que en
Madrid me hubiera parecido imposible. Los padres de Rubén eran otra
historia. Por lo visto, su madre no nos perdonaría jamás y tampoco
aprobaba el estilo de vida actual de su hijo. O así nos lo hizo saber ella
antes de mudarnos. Estando yo en la ecuación, Carmen lo tenía muy claro.
Para Rubén fue muy duro, pero simplemente, yo no le gustaba, y ella, fiel a
sus pensamientos y convicciones, no parecía ir a dar su brazo a torcer.
¡Ah! Y casi se me olvidaba... Lara se divorció de aquel capullo a los
pocos meses. No sé por qué, pero a nadie le sorprendió. Ahora está saliendo
con un escritor de thrillers, y la verdad es que jamás la había visto tan feliz.
Más tarde, y entre risas, volvimos a nuestro hogar. Habíamos
disfrutado de una comida de celebración con la familia y los amigos, pero al
caer la noche y siendo tantos en esta visita, ellos fueron a su hotel y
nosotros regresamos a nuestro particular nido de amor. Subimos de la mano
las escaleras de piedra que daban la bienvenida a la casita victoriana de
fachada roja y marcos verdes en la que vivíamos. Todavía me parecía de
cuento que pudiéramos vivir en un barrio así, y nos gustaba tanto que
ambos valorábamos la posibilidad de comprarla dentro de unos años,
cuando yo ya estuviera más establecida laboralmente. Al traspasar la doble
puerta de la entrada, lancé mis tacones a un lado y respiré aliviada. Había
sido un día increíble pero agotador al mismo tiempo.
Rubén estaba trasteando en el tocadiscos y yo inspiré el agradable
aroma de mi salón.
—¿Qué te parece si sirvo un par de copas de ese Moët & Chandon rosa
que tanto te gusta y lo celebramos ahora juntos? Solos tú, yo y ese vestidito
rojo que llevo horas deseando arrancarte.
—Me parece perfecto —respondí mientras me dejaba llevar por la
música y comenzaba a moverme con la canción My way.
—Eres maravillosa —agarró mi mano, haciéndome dar un giro de
baile, antes de plantarme un sonoro beso en los labios.
Aunque malamente, me lanzo a cantar parte de la canción, porque hay
un trocito de la letra con la que me siento identificada pues, al fin y al cabo,
esta vida la había construido a mi manera, y aunque tal vez me podía
arrepentir de algunas de las decisiones que tomé, esas acciones también me
han llevado a ser la mujer que soy ahora.
Rubén se ríe al verme cantando y después se aleja para recoger las
copas.
Y así, al ritmo de Frank Sinatra, celebramos a nuestra manera mi
triunfo en los estudios, el trabajo que me esperaba, nuestro futuro juntos y
todo lo que habíamos conseguido, descubierto y disfrutado, así como lo que
aún estaba por llegar.
Porque tomé la decisión de seguir lo que deseaba mi corazón y
atendiendo a la razón de mi propia conciencia.
Porque ese día en Hangzhou, opté por no defraudarme a mí misma,
lanzarme a por todas y no hacerme el resto de mi vida las eternas preguntas
de «¿Y si...?».
Parece que nos dicen que hay que conformarse, pero no está mal luchar
por alcanzar tus metas y arriesgarte para conseguir lo que de verdad
deseas, porque, de no hacerlo, te estarás preguntando eternamente cómo
habría sido de otra forma.
Cómo habría sido siendo tú misma y decidiendo por ti. Porque es tu
única vida; tuya, no la que otros quieran que vivas.
No escogí solo a Rubén, sino que me elegí también a mí y al hecho de
no defraudarme. Aprendí que prefiero arrepentirme de lo que he hecho que
de lo que no he llegado a hacer. Porque las situaciones que vivimos en el
pasado se presentaron como se presentaron..., pero en mi mano estaba el
admitirlas o cambiarlas, aunque reconozco que en el proceso he sentido
mucho dolor...
No pensemos en no decepcionar a los demás, sino en no
desilusionarnos a nosotros mismos, porque si no eres fiel a tus principios,
te estarás traicionando a ti.
Quiero creer en el destino, pero también en que nos ofrece varios
caminos que poder trazar, y, al mismo tiempo, recorrerlos viviendo miles de
experiencias, descubriéndonos, aprendiendo a querernos y a aceptarnos tal
y como somos.
Yo pensaba que era una chica débil, y, en realidad, me he dado cuenta
de que soy muchísimo más fuerte de lo que imaginaba y de lo que creían los
demás, pero supongo que es algo que surge cuando nos enfrentamos a las
adversidades y aprendemos de las experiencias que nos hacen más duros.
Ahora puedo decir que soy muy feliz. Tengo a alguien con quien
compartir mis aventuras, que me quiere, me respeta y me apoya, pero, ante
todo, esta es mi vida, la que he ido trazándome yo misma, y nadie me dice
cómo vivirla.
Ingredientes:
• Determinación y valentía.
• Amor propio.
• Tu chico perfecto (si es matemático y friki, mejor que mejor).
• Una pizca de humor.
• Y muchas ganas por descubrir cosas nuevas.
Preparación:
Lo primero, dar las gracias a todas mis lectoras. Sois las alas que necesito
cuando pienso en nuevas historias con las que espero haceros soñar.
Millones de gracias a mi querida María, pues debo decir que esta
novela no hubiera sido lo mismo sin ella. Tú, dragón y yo, serpiente. Según
el horóscopo chino, estábamos destinadas a entendernos, y así ha sido. Me
descubriste muchas cosas de una cultura increíble y espero seguir
conociendo otras tantas.
A Pablo y David, sois brillantes. Me tendisteis la mano y siempre
estáis ahí cuando os necesito. Recuerdo el momento en el que hablamos de
esta idea y todo cobró sentido: aquello fue un grandísimo impulso para mí.
A mi encantadora editora, Miryam, por creer en Nina, por la confianza
depositada en mí y por hacer realidad un sueño.
A mi querido Sr. Chardin por su apoyo incondicional. Eres quien
soporta mis encierros durante horas delante del ordenador. Y viceversa. A
tu lado el día a día siempre es mejor.
A Cris, por darme el impulso inicial de aventurarme a escribir cuando
todavía éramos unas crías. Siempre tuviste fe en mí.
A Erika, Ana, Kati, Raquel y Myriam. Poder estar con vosotras en la
torre es lo único que me hace conservar las fuerzas necesarias para escribir
cuando vuelvo a casa. Y gracias a Lara, mi Maestra Jedi, quien consigue
que nuestra rutina sobre los tacones no sea tan tediosa.
A Rosario, por sus palabras alentadoras, y quien no estuvo satisfecha
hasta que encontró en Pinterest al Paco adecuado, al que yo tenía
visualizado únicamente en mi cabeza.
Y a Bea, eres una de las maravillas que me han traído los libros.
Amor tres delicias
Amelia Chardin
Espasa, en su deseo de mejorar sus publicaciones, agradecerá cualquier sugerencia que los lectores
hagan al departamento editorial por correo electrónico:
sugerencias@espasa.es
Inglaterra, 1882: un mundo donde los teatros han tomado una forma
perversa, los locos y ciegos pueden descubrir la verdad y los sueños pueden
matar. A la residencia Clarendon para pacientes mentales, en Portsmouth,
donde se encuentra ingresado el señor X, llega de visita su viejo amigo el
reverendo Charles Dogdson. Nadie más sabe allí que el recién llegado es
Lewis Carroll, creador de Alicia en el País de las Maravillas. Ha ido con la
esperanza de poner fin al tormento de las extrañas pesadillas proféticas que
lo aquejan cada noche, protagonizadas por los personajes de sus historias,
en los que un misterioso y retorcido "Sombrerero Loco" le anuncia que va a
morir. El señor X, al cuidado de Anne, su enfermera personal y narradora
de la historia, intentará ayudarlo, y para lograr su cura pedirá la
colaboración de un famoso médico alienista, Owen Corridge, estratagema a
la que da su aprobación el director de la clínica, el señor Ponsonby. Este
pone a su disposición el sótano del sanatorio para que se monte el escenario
necesario para un "teatro mental": una representación teatral muy especial
en la que el paciente se ve enfrentado a sus miedos y puede superarlos. Sin
embargo, las muertes anunciadas en las pesadillas de Dodgson empiezan a
cumplirse de forma espeluznante, revelando su posible vínculo con una
macabra secta llamada "los Diez" que, tiempo atrás y mediante un juego
perverso, se cobraba la vida de los mendigos de Portsmouth, y a la que el
señor X infligió una derrota inolvidable. El pánico se apoderará de todos
cuando una nueva pesadilla pronostique el nombre de la siguiente víctima.
¿Lograrán el señor X y sus aliados defenderla del ataque del misterioso
asesino que se oculta tras las pesadillas de Dodgson? Con El signo de los
Diez, segunda entrega e la Trilogía del Señor X, José Carlos Somoza nos
vuelve a sumergir en la imaginería de fantásticas y morbosos espectáculos
teatrales y los escenarios victorianos que descubrimos en Estudio en negro.
De la mano del Señor X, logradísimo trasunto de Sherlock Holmes, y de
Lewis Carroll, toma forma una intriga impecable donde campan la crueldad
y el vicio, la vulnerabilidad de sus protagonistas, la manipulación y la
insaciable ansia de poder que no se detiene ante ningún crimen. Una novela
para devorar.