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Amores Tres Delicias

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Índice

Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Prólogo...
Carta a la Nina del futuro...
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Epílogo
Agradecimientos
Créditos
Gracias por adquirir este eBook

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SINOPSIS

Llevo un tiempo sintiendo que debo encontrarme a mí misma en lugar de hacer lo que mi familia
espera que haga. Por eso interpreto el papel de buena hija… Todos creen que ayudo a mi hermana
en la peluquería cuando no estoy trabajando en el restaurante chino de mis padres.
En realidad, estoy cursando Química en la universidad y, además, en mi tiempo libre, digamos
que también estudio la reacción del amor. Y ahí es donde entra Rubén, un matemático friki del que
me he colgado y que me hará entender, en la complicada ecuación que supone mi día a día, lo mejor
y lo peor de nuestras culturas.

Nina Chou es una joven de origen chino que vive en Usera junto a sus padres. Su hermana Fang está
felizmente casada con un joven médico chino y tiene una peluquería. Nina trabaja por las noches en
el restaurante chino que regentan sus padres, que no ven el momento de que se case y le organizan un
sinfín de citas a ciegas. Pero durante el día, y sin que ellos lo sepan, Nina estudia química en la
universidad. Cuando un día, al doblar una esquina, se choca de frente con un apuesto joven, Rubén,
el amor se instalará en sus vidas. ¿Podrán superar las barreras raciales y culturales? ¿Aceptará la
estirada madre de él a una muchacha china como ella? ¿Aceptará la madre de ella a un occidental que
además es su profesor de matemáticas? ¿Conseguirá Nina cumplir sus sueños y alcanzar sus metas
sin defraudar a sus padres?
AMELIA CHARDIN

AMOR TRES DELICIAS


Para María.
Gracias por descubrirme Usera,
los bollos de piña y una cultura tan maravillosa.
PRÓLOGO...

... o pan de gambas, porque el pan de gambas siempre resulta ser el


preludio de lo que van a servirte después.

Carta a la Nina del futuro, para esos momentos en los que piensas que te
estás perdiendo en el camino o te surgen dudas.

Querida yo:
Sé que a veces sientes que el lugar en el que estás no es el correcto, y resulta inevitable
imaginar cómo hubiera sido en otras circunstancias. ¿Y si yo no fuera asiática sino una
chica occidental, con una familia de pensamiento más abierto y menos tradicional? ¿Cómo
hubiera sido...? ¿O si fueran los otros quienes cambiasen su pensamiento cerrado? En mi
humilde opinión, no vale la pena torturarnos con esas cuestiones que jamás nos darán una
respuesta acertada, sino meras suposiciones, muchas de ellas sin fundamento, creadas a
partir de ideas de lo que nos gustaría haber tenido o vivido pero que nadie puede
garantizar que fuera a ser como nuestra mente imagina. Aunque, a veces, resulta casi
imposible o inevitable no hacerlo, ¿verdad?
Con el tiempo he aprendido a valorar lo que tengo, dónde, cómo o por qué lo tengo y,
sobre todo, he comprendido quién soy yo en realidad. ¿Por qué? Supongo que el conjunto
de experiencias que he tenido hasta ahora, unas mejores y otras peores, me han hecho ser
más fuerte. Ahora sé desenvolverme con más soltura ante las adversidades, y eso me
servirá también para el futuro.
Sé que soy inconformista y luchadora por naturaleza. Quiero más, estoy dispuesta a
conseguirlo y también sé que, cuando alcance mi objetivo, la sensación de bienestar y
realización será doblemente gratificante porque lo habré conseguido yo sola, con y por mi
esfuerzo, mi perseverancia y mis medios. Me he topado y me encontraré con diferentes
obstáculos a lo largo de mi vida, pero los superaré a mi manera y me haré más fuerte, más
sabia y más valiente. Y, bueno, aunque solo tengo un cuarto de siglo vivido, es decir,
veinticinco años, hay un par de cosas que he aprendido y que considero que puedo
compartir con todo el mundo.
Lo primero es que no debemos martirizarnos con la dichosa pregunta de ¿y si...? Qué
más da si fuiste más pronto o más tarde a la universidad, o si pudiste ir o no a aquel viaje.
La cuestión es que tomaste una decisión que en aquel momento creíste que era buena, y no
puedes pensar en si fue acertada o errónea. No tenemos una bola de cristal para ver el
futuro, y, por eso, nunca lo sabrás, así que deberás aprender a vivir pensando que hiciste
lo correcto, porque de nada sirve sembrar un campo con tus propias dudas.
Lo segundo que puedo decir es una cita de Confucio en la que he pensado bastante
últimamente: «A dondequiera que vayas, ve con todo tu corazón».
Así que ve a por tus metas y esfuérzate por lograrlo. Es cierto que los resultados pueden
llegar o no, pero, al menos, no tendrás ese runrún en la cabeza después.
Y es que resulta maravilloso tener opciones y sueños en la vida, porque eso te hace
levantarte cada día con otra perspectiva. Y más bonito todavía es poder hacerlos realidad,
aunque no siempre se consiga, pero si saltas para alcanzarlos, no te quedas con la
amargura y el sentimiento de no haberlo intentado siquiera.
Por eso animo siempre a todo el mundo a luchar por lograr sus metas a pesar de los
miedos que todos tenemos, y, sobre todo, que nunca escuchen a quienes pongan barreras
en su camino o simplemente les desalienten susurrándoles al oído que no son lo
suficientemente capaces para conseguirlas.
Porque vales mucho.
Que no se te olvide nunca.

Al principio todo parece fascinante y más sencillo de lo que resulta en


realidad. Pero como no tengas cuidado, acabas aturullándote. Como
cuando te has pasado removiendo los fideos e intentas cazarlos con los
palillos... Es una historia, un lío que se va enredando... Y te puede salpicar.
Podría decirse que mi vida ahora mismo parece ser como el chow
mein. Tú lo miras y piensas que es fácil, pero en realidad es mucho más
complicado de lo que crees. Requiere tiempo, paciencia y esfuerzo.
Eso sí, cuando lo has logrado hacer y te lanzas a disfrutarlo, es
delicioso.
Esta sería una forma de describir mi estado actual. Soy un chow mein
difícil y enredado. Siento que estoy llevando una doble vida, y todo por
miedos del pasado, los cuales me dejaron marcada y con el temor de que la
historia se repitiera...
Seguro que ahora te estás preguntando: ¿por qué?
Te lo cuento después de la primera receta, que espero que te guste.

Chow mein al estilo de Nina

Ingredientes:

• Noodles.
• Verduras al gusto (por ej. col, pimiento, cebolla, zanahoria, setas, brócoli, etc.).
• A elegir nuestra carne favorita, tofu o gambas.
• Salsa de soja.

Preparación:
Cortamos la carne o el tofu en taquitos y lo sazonamos con especias, mezclamos todo
bien y lo dejamos reposar mientras vamos troceando las verduritas que añadiremos más
adelante a nuestro plato.
En una sartén con un chorrito de aceite salteamos primero la carne especiada y la
vamos haciendo a fuego lento.
En otra sartén vamos salteando las verduritas con un poco de aceite y, cuando esté
todo, lo mezclamos con el contenido de la primera (sartén).
Una vez tengamos hecho lo anterior, preparamos una cazuela con agua y, cuando esté
a punto de hervir, añadimos los noodles.
Ten en cuenta que estos fideos son finos y se hacen enseguida, por lo que debes
consultar bien las instrucciones del paquete o se pasarán, aunque por lo general suelen
hacerse en un par de minutos.
Por último, escurrimos los noodles y los agregamos a nuestra sartén, en donde
ponemos un chorrito de salsa de soja, ¡pero sin pasarse o estará terriblemente salado!,
aunque en los supermercados asiáticos también podéis encontrar salsa de soja baja en sodio,
que a mí me parece que está incluso más buena.
1

Odio el sonido del erhu que me despierta por las mañanas. Da igual si te has
acostado más tarde o más temprano, si estás enferma o simplemente quieres
descansar en la cama porque sí. La grabación de ese maldito violín chino
sale del despertador digital de mi madre todos los días a la misma hora
como si se tratara de la trompetilla que tocan en un cuartel al amanecer. O
peor. Porque esta salta antes. Concretamente a las siete y media de la
mañana y, con ella, poco margen tienes para remolonear entre las sábanas.
Es más, si en treinta minutos no salgo de mi cuarto, será mi madre quien
entre, y eso es todavía más malo, porque conlleva una inspección de
habitación en la que te recuerda lo desordenada que eres o el olor a
humanidad que se ha concentrado durante la noche y que requiere abrir la
ventana ipso facto llueva, nieve, haga sol, estés vestida o en bragas.
—¡Nina! Sal ya o llegarás tarde.
Y esa es la voz de mamá. Digamos que es la segunda fase del ritual
matutino en nuestra casa.
—Oh...
Es lo único que logro decir al parpadear y verme con media cara sobre
una hoja del cuaderno en el que tengo unas cuantas ecuaciones resueltas. Se
me ha quedado tan pegada a la mejilla que al incorporarme arranco de la
espiral de metal incluso un trozo de papel. Miro el reloj de mi teléfono
móvil y quiero morirme al ver que ya son las ocho menos cuarto. No sé
cuándo me quedé dormida, pero los nervios que me invadían la noche
anterior por el examen programado para esta mañana no tardan en reclamar
mi mente de nuevo e instalarse en ella con el clásico estribillo de: «Vas a
suspender».
—¡Nina! —repite.
—¡Ya voy! —Después gruño para mí misma—: Qué pesada...
Reconozco que me cuesta amanecer y que es mejor no hablarme
mucho hasta que no me he terminado el primer té de la mañana.
Todavía en la silla, levanto las manos para estirarme y después elijo la
ropa que me pondré hoy: unos vaqueros y un jersey blanco me parecen
buena opción. Con todo eso, voy a ducharme mientras escucho a mamá
trasteando por la cocina. Cuando salgo del baño, el olor del arroz cocido me
invade, resultando casi como un abrazo, pues adoro ese aroma y, esté donde
esté, siempre me hace pensar en mi hogar.
A veces pienso que es admirable el esfuerzo que debe suponer para
mamá preparar todos los días algo para comer. Supongo que un punto
positivo de vivir todavía con mis padres es que siempre me encuentro un
buen desayuno por las mañanas, ya que, si dependiera de mí, la cosa se
reduciría a unas galletas del supermercado. Pero compartir este espacio con
ellos también tiene sus desventajas, y a veces te toca hacer tareas que no te
apetecen nada o que tú gestionarías de otra manera, y la cosa termina en
discusión, porque, claro, vivo bajo su techo y se hacen las cosas a su
manera. Sí, aunque seamos chinos, a mí también me gritan en varias
ocasiones eso de que no vivo en una pensión. Creo que la dichosa frase está
internacionalizada gracias a todas las madres del universo.
Una vez que estoy lista, voy al salón comedor, justo cuando llega mi
padre a casa, algo que me sorprende.
—Buenos días, flor de loto —me saluda, mostrando su amable sonrisa,
que siempre termina brillando también en sus ojos marrones.
—Hola, papá, ¿de dónde vienes?
—Bajé a la pastelería porque hoy tenía antojo —comenta, y me enseña
una bolsa de papel como si lo que hubiera dentro fuera un tesoro.
—¡Yóu tiáo! —exclamo al ver el interior y descubrir una especie de
porras, pero algo más bastas.
—Me apetecía algo dulce.
Una vez sentados a la mesa, me sirvo una taza de té y después agarro
uno de los tres baozis que hay en un plato central. Adoro esos panecillos
blancos rellenos de carne y, por la mañana, confieso que me saben a gloria.
Son un chute de energía en toda regla.
—¿Cómo va el trabajo? ¿Ya puedes cortarme el pelo?
Me atraganto con el bocado que acabo de darle al bollito y después
observo a mi madre, que hace pedacitos las porras y va echándolas en un
cuenco que se ha preparado con leche de soja.
—Eh... No estoy preparada para eso. Necesito más lecciones de Fang.
Hay mucha gente y suelo ayudarla más bien a cobrar y recoger, y... ya
sabes... Ese tipo de cosas.
—Hablaré con ella. Han pasado más de cuatro meses y no parece que
avances. Aunque, por otro lado, me alegra escuchar que el negocio va tan
bien. Esos salones de belleza proliferan a una velocidad de vértigo y me
preocupa un poco que afecte al suyo.
—Ya, bueno...
—Tu hermana hizo muy bien al montar la peluquería y además ofrece
también manicuras. La clave del éxito está en saber diferenciarte de los
demás —comenta mi padre, antes de darme un pequeño bol de arroz.
Yo lo acepto y sonrío, deseando cambiar de tema, porque, en realidad,
acudo a la universidad, y no al negocio de mi hermana, como mis padres
creen. Esto solo lo saben Fang y las dos chicas que trabajan en la
peluquería, entre las que se encuentra Sara, mi mejor amiga. Las tres me
dan cobertura frente a mis padres, aunque ninguna termina de entender por
qué no les digo que estoy cursando primer año del grado de química en la
Universidad Complutense de Madrid, pero es que no quiero contarlo hasta
comprobar que la cosa va bien, algo que planeo hacer cuando pasen los
exámenes y vea las notas.
Sé que puede resultar retorcido por mi parte, pero tiene su
explicación...
El tiempo pasaba, y yo seguía estancada... «¿Qué vamos a hacer
contigo?», era la pregunta recurrente de mi madre desde entonces.
Me había conformado con trabajar en el restaurante familiar,
enfrentándome a una rutina monótona, hasta que reuní el valor necesario
para dar el paso y hacer algo que despertaba una gran emoción en mí, pero
que, por miedo a volver a pasar por lo de antes, no me atrevía a contar de
momento, porque si yo sufría o lo pasaba mal, mis padres también lo
hacían, y además, me daba miedo la posibilidad de decepcionarles.
—¡Oh, mira! —La voz de mamá me saca de mi ensimismamiento,
enseñándonos la pantalla del móvil, en donde una niña pequeña con dos
coletitas que le quedan como si fueran dos palmeras de color negro, está
poniéndose ella sola un calcetín. De fondo escucho a mi hermana y a su
marido alabarla como si aquello fuera la mayor proeza del universo, algo
que me hace gracia.
—Qué tierna es nuestra Yun —comenta papá.
—Es muy inteligente.
—Lo es. —En eso coincido con ellos mientras me inclino sobre la
mesa para poder ver mejor a mi sobrinita.
—Nina. —De pronto mi madre centra toda su atención en mí—. ¿Vas
a ir con esa ropa? Te llevarás algo para cambiarte, ¿verdad? ¿Qué tal la
blusa que te regalé por tu cumpleaños?
—Eh... Creo que está en el cesto de la ropa...
—¿Y ese vestidito que...?
—¿Qué le pasa de repente a mi ropa? —la interrumpo.
—¡Hoy es el día que comes con Cong!
—¿Cong? —pregunto con un hilo de voz, pero, por supuesto, ese
nombre salta en mi mente como si una alarma estruendosa se activase,
recordándome la cita a ciegas que me han organizado y que, con los nervios
del examen, yo había olvidado.
—Tienes que llegar antes al restaurante, que no se te olvide.
—¡Pero, mamá...! —Estoy a punto de quejarme cuando ella interviene
de nuevo.
—Tendré que llamar yo a Fang para asegurarme de que no te retrasas...
¿Por qué no puedes parecerte un poquito más a ella?
—A Fang no le preparabais encuentros con chicos.
—Ella conoció a Jin y se casó.
—¿Y por qué no puedo hacer yo lo mismo?
—Nunca nos has presentado a nadie y te pasas la mayor parte de tu
tiempo libre con Sara o en tu habitación, sumida en la pantalla de ese
dichoso ordenador o jugando a videojuegos, ¿así cómo vas a conocer gente?
Resoplo y miro el reloj que hay colgado en la pared del salón. Tengo
que irme...
—¿Sabes qué? Da igual, ¡haz lo que quieras! Siempre te sales con la
tuya y nunca me escuchas.
Me levanto de la mesa mientras le doy un último sorbo al té.
—¡Eso no es verdad! —Mi madre parece dispuesta a seguir con la
discusión, pero el tiempo avanza en mi contra y tengo que volar de aquí.
—Que se te dé bien el día... —Mi padre, que no entra en nuestro juego,
me extiende un yóu tiáo que yo capturo con los dientes antes de salir
corriendo a por mi bolso, el cual, por muy grande que sea, siempre termina
resultándome pequeño.
—¿Quieres dejar de mimarla? ¿No ves que no es el momento? —le
dice mi madre, desviando su cabreo pasajero hacia él—. Recompensándola
me haces quedar como la mala. Siempre haces lo mismo...
Antes de salir, junto a la puerta de la entrada, cambio mis pantuflas por
las deportivas y no tardo en decir adiós y marcharme, saltando las escaleras
del edificio hasta llegar a la calle, en donde por un instante pienso en Fang,
pues es verdad que no le organizaron citas a ciegas. Ella llegó a España con
diecinueve años y, poco después, se enamoró perdidamente de otro
compatriota que, por aquel entonces, estaba cursando sus estudios de
medicina, y ahora ejerce de traumatólogo. Mis padres no podían creérselo,
¡un médico, nada más y nada menos! Tardaron dos años y medio en
contraer matrimonio y ella dejó de trabajar en el restaurante. Una vez
casada y con la burbuja del enamoramiento más disipada, Fang, que todavía
era muy joven, tomó la determinación de mejorar su español y después
estudiar peluquería y estética. Siempre le han encantado el maquillaje, los
peinados, decorar uñas, la cosmética y todo lo relacionado con la imagen.
Todavía hoy en día me sigue pareciendo superromántico ver cómo su
marido la apoya siempre para que alcance sus metas y persiga aquello que
quiere, como cuando quiso abrir su propia peluquería, y lo consiguió.
Mi hermana lo ha sabido hacer bien y ha logrado alcanzar sus sueños
al mismo tiempo que ha hecho las cosas de una forma cercana a la que
nuestros padres habían planificado para nosotras, pero únicamente porque
ella así lo quería y así fue como llegó. Fang es el prototipo de hija modelo e
ideal al que mi madre cree que debo aspirar e imitar. Pero a veces no
entiende, o tal vez olvida, que tengo otro tipo de inquietudes en la vida. Yo
necesito vivir experiencias y acceder al conocimiento, aunque me retrase un
poco en alcanzar esta meta.
Yo deseo sentirme realizada.
Porque es mi vida.
Respeto a mis padres, pero no considero que lo importante sea casarte,
tener hijos y fundar un negocio, como ha hecho mi hermana, y, aunque las
dos nos llevamos muy bien, no estamos cortadas por el mismo patrón.
2

No sé si me gustan las floristerías, porque resulta agobiante estar rodeado


de todas estas plantas que hay por el suelo, las paredes e incluso colgando
del techo. Me siento casi como un gigante en la casa de un gnomo,
moviéndome con sumo cuidado para no tirar nada ni darme en la cabeza
con un tiesto. La dependienta, una mujer china, muy bajita, de mediana
edad, se acerca al mostrador después de haber terminado con la clienta
anterior, que no se ha llevado nada, a pesar de haber preguntado cientos de
cosas y con ello hacer que yo espere durante unos minutos que se me han
hecho eternos.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?
—Buenas, vengo a pagar un pedido —comento mientras busco la
billetera en mi cartera de cuero marrón, que llevo colgada al hombro—.
Debe de estar a nombre de Lara López.
—Lara López... —repite mientras saca un cuaderno y comienza a
pasar hojas—. Lara López...
—Tengo un poco de prisa... —Trato de sonreír al decirlo mientras ella
continúa buscando.
¿No se ha planteado esta mujer usar una base de datos? Con un Excel
sería más que suficiente... ¿Quién sigue usando cuadernos de papel para
estas cosas?
—Lara López, sí, aquí está. —Entonces parece acordarse de algo—.
¡Ah, sí! La chica guapa de las peonías.
—¿Peonías? —pregunto, arrepintiéndome al instante siguiente de
haber pronunciado la palabra. O sea, sé que se refiere a la denominación de
las flores que ha debido de escoger Lara, pero en mi mente no tengo ni idea
de a cuáles alude. Vamos, que no sé cómo son.
—Sí, peonías. —La mujer rodea el mostrador y veo que se para frente
a unos cubos metálicos, estudiando su contenido.
—Eh... en serio... esto... tengo un poco de prisa...
Parece no escucharme y a mí me da un poco de vergüenza repetirlo.
—Esto son peonías —dice, cogiendo un par de flores que me
recuerdan un poco a las rosas, pero como más arrugadas y redondas.
—Genial, si a ella le gustan, me parece perfecto.
—¿Eres el novio? Puedo hacerte un alfiler muy bonito para el traje.
—Eh, no, no... Soy el hermano. Vengo a pagar, como le he explicado.
—Sonrío, agobiado—. Solo eso.
—Vale, vale. —Ella me devuelve la sonrisa y regresa al mostrador—.
¿Efectivo o tarjeta?
—Con tarjeta, por favor. —Le muestro la tarjeta que llevo sujetando ya
un rato.
Me dice el total, con el que estoy de acuerdo, pues Lara ya me lo había
indicado previamente. Cuando por fin liquidamos la cuenta y consigo salir
de allí, vuelvo a mirar el reloj.
Voy a llegar muy tarde a la reunión con Ricardo y el chico de la
Universidad de Dublín para ver los nuevos detalles del proyecto...
Y es que mi hermana no tenía otro barrio mejor en el cual encargar las
flores que en Usera, pero, por lo visto, aquí hay una floristería que tiene
encanto y las otras carecen de esto. ¿En qué diablos se distingue una con
encanto de otra que supuestamente no lo tenga? ¡Son flores! ¿No son ya
suficiente encantadoras de por sí? ¿No hubiera sido más práctico
comprarlas en algún sitio cercano a donde va a celebrar la boda? Parece que
desde que se comprometió se ha vuelto loca y quiere todo perfecto, por
complicado o molesto que a veces sea acceder a su idea de perfección.
El teléfono me saca de mi ensimismamiento en ese instante y contesto
a mi madre.
—¿Ya has pagado el encargo?
—Hola, mamá. Sí, mi día, estupendo. Estoy bien, gracias.
—Hijo, por favor, comprende que estoy ya tan emocionada que
necesito ir al grano.
—Joder, mamá, pero no sé... No es forma de saludar al teléfono.
—¡Esa boca! Si así hablas a las chicas, no me extraña que sea Lara
quien se va a casar y no tú.
—De verdad que dilapidáis mi paciencia con ese tipo de comentarios.
Me pellizco el puente de la nariz y suelto un hondo suspiro sin dejar de
andar por las estrechas calles del barrio en el que me encuentro.
—Entonces, ¿has pagado ya?
—Sí. No era una misión difícil de cumplir.
—Ya, pero se trata de las flores, que es una de las cosas más
importantes.
—Me confundís, todo parece ser de vital importancia.
Está claro que mi madre también ha enloquecido con todo esto de los
preparativos, y las dos están más unidas que nunca y encima soy tan
pringado que acepto ir en nombre de Lara a pagar las flores. ¡Ni que yo
estuviera libre de ataduras! Siempre consiguen ablandarme y endosarme
algún marrón. Pero es mi hermana pequeña y al final termina haciendo que
yo pase por el aro. Además, no sé por qué hay que reservar unas flores con
tanta antelación, pues todavía quedan unos meses para que se case. Seguro
que ni siquiera han crecido en la planta. Resulta irónico, pues aún no
existen y ya saben qué función desempeñarán en su vida.
—Bueno... ¿Adónde vas ahora? ¿Has comido ya? ¿Vendrás a casa este
fin de semana? ¿Te has abrigado bien?
—¡Mamá! No me agobies, que tengo ya treinta y dos años...
—Vale, pero solo quería saber qué estás haciendo, ¿no me has dado a
entender hace nada que no me interesaba por ti?
—Pues estoy yendo a la quinta puñeta a por el coche. Lo he tenido que
dejar en un parking de plazas minúsculas, porque aparcar por esta zona es
imposible; además, ya sabes que iré este fin de semana, como todos los
demás —suspiro, cansino.
—¡Ay, hijo! Parece por tu tono que te molesta hablar conmigo.
—No, mamá... pero...
—Hoy me he encontrado con Esther. Estaba guapísima y me ha dicho
que la han vuelto a promocionar para otro ascenso en el bufete, ¡la van a
hacer socia, por fin!
Oh, no... Ya estamos con este tema otra vez. Llevaba sin sacarlo por lo
menos un par de meses, pero está claro que vuelve a la carga intentando
remarcar lo mucho que le gusta mi exnovia... y la dichosa mejor amiga de
mi hermana. Pero la cosa no termina ahí, ¡qué va! Esther es la hermana del
prometido de Lara, o sea, de mi futuro cuñado.
—Pues me alegro por ella. El bufete es lo que más le importa en la
vida y le irá genial.
—Deberías llamarla para darle la enhorabuena.
—Mamá, no sigas por ahí. Espero que esta sea la última vez que tengo
que decírtelo. Hace más de un año que rompí con Esther y no voy a volver a
tener nada con ella, ¿lo comprendes? Puedo hacer el esfuerzo de entender
que entre vosotras dos exista una relación de amistad o lo que sea que
mantengáis por el hecho de ser la mejor amiga de Lara y su futura cuñada,
lo acepto y me aguanto, pero, en serio, se acabó.
—Es que me da pena, cariño, porque me parece una chica fantástica, y
desde que lo dejasteis te veo tan solito, dedicado únicamente a esas pizarras
que tienes desplegadas por el salón, y a tus papeles, y esos libros... Deberías
esforzarte un poco más en socializar. No es bueno que estés así, y encima
con esas greñas y esa barba que te estás dejando, empiezas a parecer un
ermitaño.
—No sé por qué te preocupas tanto. Voy a mi bola, hago lo que me da
la gana, nadie me dice cómo debo vestir y no me obligan a ir a eventos en
los que tengo que aparentar lo que no soy. Así estoy feliz.
—Ya sé que no quieres que me meta y que no puedo forzarte a nada
por mucho que me gustaría tener como nuera a Esther, pero, al menos, no
sé... Yo soy consciente de cómo cambian los tiempos y cada vez veo más
historias en la televisión y en los periódicos de lo que está ahora de moda
y...
—Para, ¡para! Aunque puede que me arrepienta por hacer esta
pregunta... Mamá, ¿qué intentas decirme?
—¿Has probado alguna aplicación del móvil o te has creado un perfil
en una de esas webs para encontrar parejas estables?
—Voy a colgar.
—Pero...
No le doy tiempo a decir nada más.
Cuando Lara se comprometió, yo acababa de romper mi relación y mi
madre se volvió bastante pesadita con que tenía que volver con esa chica,
pero hasta ahora no había hablado de encontrar otra pareja. Francamente,
me incomoda la idea de que mamá se meta en algo así. Ahora soy feliz, ¿no
debería estar contenta por ello? Su hijo está bien, ¡muy bien! No necesito
que venga una mujer a mi casa para decirme que las cortinas de mi salón no
quedan bien con el mantel que ella ha comprado para mi mesita de café.
¿Por qué Esther se creyó con derecho a algo así? Es más, ¿en qué momento
empecé a ver mi hogar invadido por sus cosas? Al poco de empezar a salir,
comenzó a traer maletas diciendo que venía a mi piso nada más aterrizar de
un viaje de negocios, pero misteriosamente la ropa que llevaba terminaba
apareciendo en mi armario. Estuvimos saliendo solo tres meses y, antes de
romper, me agobiaba entrar al baño y no poder dejar el cepillo de dientes en
el vaso que siempre había tenido sobre el lavabo. Lo primero fue que ella lo
cambió por uno de color morado, y lo segundo que, al cabo de un tiempo, lo
desplazó hasta la cómoda de mi habitación porque ella necesitaba más
espacio para sus cremas y demás potingues. Acceder al cuarto de baño no
debería causar el agobio que me provocaba entrar al mío. Esther tenía cosas
buenas, pero también otras que no me gustaban, y ya no me refiero al hecho
de que estuviera casada con su trabajo, sino a ciertos detalles que pintaban
mal desde el principio. Y esos últimos terminaron sobrepasando a los
aspectos positivos de estar con ella, hasta tal punto que ya no soportaba ni
un minuto más aquella farsa. No era mi intención romperle el corazón, y
está claro que cuando cortas con alguien, al final, uno de los dos termina
saliendo peor parado que el otro. Yo también estuve unas semanas jodido,
pero luego resultó ser lo mejor que podía haber hecho. Al menos para mi
salud mental y mi bienestar. Entre los dos había cariño, pero puedo asegurar
al cien por cien que nunca existió el amor. Eso debería ser algo mucho más
potente, ¿verdad? Algo que te haga querer saltar, volar, ¡que te emocione
como lo que más! Cuando regresé a Madrid tuve una temporada de bajón,
me enrollé con Esther, a quien conozco desde hace años, y bueno..., ella
siempre ha estado ahí de alguna manera, pero... ¡maldita sea! ¿Cómo una
relación de tres meses me perseguía un año y medio después en el tiempo?
Sin duda, aquella chica fue uno de los mayores errores de mi vida y no me
quedaban muchas ganas de repetir con otra. De momento. Además, se
supone que cuando aparece ese alguien, se sabe, ¿no? Aunque Aitor y Lara
no lo supieron hasta años después, ¿o en realidad sí, pero ninguno se lo
había confesado al otro?
Decido no darle más vueltas al tema y me quedo mirando a mi
alrededor, maldiciendo por no estar seguro de qué calle tomar ahora. Tantos
años alejado de esta puñetera ciudad hacen que en momentos como este me
sienta un forastero.
3

Estoy convencida de que voy a suspender el examen de informática


aplicada. Lo sé porque lo he hecho fatal. Bueno, ya no sé ni cómo lo he
hecho. Desde que he salido de clase no paro de decirme unas veces que lo
he resuelto bien y otras todo lo contrario. Ahora mismo soy una ruleta de
sentimientos contradictorios. Y es que me puse más nerviosa de lo que ya
estaba porque un profesor que no había visto nunca en mi vida nos anunció
que la prueba iba a retrasarse media hora debido a que nuestro maestro
estaba atrapado en un atasco a causa de un accidente de tráfico. ¡Con los
exámenes en su coche!
Tal cual. No había modo de progresar ante esta situación, y yo no
paraba de pensar en los minutos que iban avanzando en el reloj a ritmo de
tortuga, y en que, si llegaba tarde a mi cita con el tal Cong, mamá se
enfadaría mucho conmigo, pues la puntualidad para ella es una cosa
importantísima, pero uno de mis puntos débiles.
Y ahora, aquí estoy yo, corriendo como jamás he corrido. Haciéndome
la maratón del siglo para intentar llegar a tiempo y que mi tapadera no se
vea afectada.
El sonido de mi respiración es ya tan acelerado que acalla todo lo
demás. Lejos queda el barullo de la gente, el sonido del tren alejándose, el
frufrú de mi chaqueta con cada movimiento de mis brazos... Sigo corriendo,
esquivando a las personas que se interponen en mi camino. O tal vez soy yo
quien interrumpe su viaje a dondequiera que estén dirigiéndose. Del modo
que sea, lo único que me importa es llegar al restaurante lo antes posible.
Cuando salgo de la estación de metro, me concedo unos segundos al
borde de las escaleras para respirar y miro el móvil: cinco llamadas
perdidas de mamá, y un mensaje de Fang.
Mamá está nerviosa, ¿por qué no has aparecido todavía? Le he
dicho que te mandé a elegir los nuevos colores de esmalte para
las uñas y que quizás por eso no has llegado.

Ni siquiera contesto, porque no puedo perder tiempo en eso.


En una mano llevo el móvil, y al mismo tiempo abrazo mis tres libros,
comprobando que todavía los tengo todos porque ya no me cabían en el
bolso, y dejo que el viento me acaricie el pelo hacia atrás, revolviéndomelo
de forma agradable. Cuando doy por terminada la pausa, miro al frente y
vuelvo a correr enfilando calle abajo, hasta que llego a una esquina y me
golpeo con algo duro, como el tronco de un árbol, pero cálido y con un olor
dulce, aunque no empalagoso, a madera, cuero y... ¿jabón?
—¡Ten más cuidado! ¿Es que no miras por dónde vas o qué?
Una voz grave y molesta consigue que levante la cabeza para darme
cuenta de que he chocado con una persona. Es un chico superalto, de pelo
castaño y barba bien recortada, que me contempla a través de unos
increíbles ojos pardos, aunque, claramente, él está muy molesto.
—¿No hablas mi idioma o qué te pasa?
—Perdóname, de verdad, ¡oh, por favor! Cuánto lo siento... —Su
mirada se ablanda, dirigiéndose hasta nuestros pies, en donde mis libros,
camuflados con portadas de revistas de moda para que mi madre no
sospeche, han quedado esparcidos por la acera. Ambos nos agachamos para
recogerlos.
—Yo... yo...
Pero como no sé exactamente qué pretendo decir, concluyo que lo
mejor es recuperar lo que se ha caído y salir huyendo de allí. Con un par de
libros de nuevo entre mis brazos, voy a levantarme con tan mala suerte que
le pego un cabezazo en la barbilla.
—¡Joder! —Suelta la palabrota apartándose y pasándose la mano por
la barbilla; mientras, yo me toco la frente, acariciándome la zona con la que
le he golpeado—. Tienes la cabeza hecha de mármol o algo así.
—¡Claro que no!
—No era una pregunta.
Estalla en carcajadas, haciendo que su pelo castaño y ondulado se
alborote al ritmo de su risa. No lo lleva largo, pero tampoco es
especialmente corto, pues le cubre las orejas, y le queda demasiado bien así.
—Lo siento muchísimo, de verdad, yo...
Siento cómo el móvil vuelve a vibrar en mis manos. De nuevo un
mensaje de Fang.

Mamá otra vez. Le he dicho que igual el metro se ha roto porque


no se me ocurría nada mejor. En serio, Nina, ¡me estoy
quedando sin ideas! ¿Dónde estás?

—Gracias y perdona, debo irme —le digo.


Me siento realmente mal por haberle golpeado ya dos veces, pero
respiro y decido que es el momento de salir corriendo y no seguir perdiendo
el tiempo ni la dignidad con ese desconocido. Tengo mis libros y debo
centrarme en mi misión de llegar a tiempo al restaurante.
—Oye, ¡espera!
Le oigo reclamar mi atención mientras me alejo, impidiéndome a mí
misma girar la cabeza o detenerme, perdiendo su voz entre los sonidos del
bullicioso barrio de Usera.
4

—¡Te olvidas...! —ni siquiera llego a terminar la frase.


Ella ha salido disparada y no parece escucharme o querer hacerlo.
Espero que sea lo primero, pues me hubiera gustado decirle algo más,
aunque no sé muy bien el qué. Vuelvo a mirar la revista que tengo en la
mano. ¿Y ahora qué hago yo con esto? Examino su tamaño y pienso que,
desde luego, más bien parece el tomo de una enciclopedia con la cantidad
de páginas que tiene.
Vuelvo a mirar hacia el horizonte de la calle, buscándola con la vista
para poder alcanzarla y devolvérsela, pero ha desaparecido del todo.
Mi móvil vuelve a sonar de nuevo, solo que esta vez es Ricardo, mi
compañero.
—Hola, Rubén.
—Hola, Ricardo. Estoy en camino.
—¿Tardarás mucho?
—Lo que me cueste llegar y pasar a por un sándwich de la máquina,
¿por qué?
—Nos acaba de escribir un mail tu colega de Dublín, no sé si has
podido verlo. Dice que necesita adelantar la reunión o de lo contrario hoy
no podrá atendernos.
—¿Cuánto tiempo antes?
—Media hora. Pide que nos conectemos al Teams a las dos en punto.
Me aparto el teléfono de la oreja para poder comprobar la hora que es
y resoplo al ver que son ya las dos menos cuarto.
—Yo todavía tardaré como veinte minutos en llegar —digo mientras
trato de guardar con la mano que me queda libre la revista de la chica en mi
portafolios, junto a mis apuntes y el portátil.
—Pfff... —resopla—. Vale, mira, voy empezando con él, pero ya estás
volando para llegar cuanto antes, por favor, que tú hablas inglés mucho
mejor que yo.
—Venga, que ya me doy prisa —concluyo la conversación, y me
pongo en marcha.
5

Cuando llego al restaurante me paro antes de entrar para recomponerme,


apoyando la mano en una de las columnas rojas de madera que decoran la
entrada, como si así sostuvieran al enorme dragón dorado que te da la
bienvenida junto con el nombre del establecimiento, escrito en chino y en
español: El Dragón Feliz.
Yo sí que me iba a encontrar un dragón al entrar, pero no iba a estar de
buen humor precisamente. Mientras recobro el aliento, me permito
contemplar los farolillos rojos que cuelgan de los extremos del cartel, algo
oscurecidos a causa del tiempo y mecidos por el viento. Casi resultan
hipnóticos, pero enseguida recuerdo que no debo demorarme más y decido
enfrentarme a la bronca que me espera al otro lado de las puertas rojas.
Extiendo una mano y la contemplo sobre el tirador dorado, respiro
profundamente y me armo de valor, abriendo por fin, haciendo que con ese
gesto la música oriental de fondo y el murmullo de los clientes que hay ya
en el establecimiento me den la bienvenida a lo que considero casi mi
segunda casa. No es que odie ese lugar, pero definitivamente no es para mí.
Ser camarera solo es mi medio de vida en este momento y sé que algún día
conseguiré algo más. Algo que de verdad me apasione y esté relacionado, a
poder ser, con la química. Que no resulte casi un infierno personal el tener
que ir a trabajar allí, bajo la atenta mirada de mi familia, porque al principio
podía valerme, pero ahora ya me ahoga.
Lo bueno se hace esperar, o eso dicen, y sé que mi esfuerzo algún día
será recompensado, aunque esto también suene a cliché. De verdad que lo
pienso, lo creo y me aferro a la idea de que se hará realidad más pronto que
tarde.
—¡Nina Chou!
El grito de mi madre hace que algo dentro de mí se agite, en parte por
el terror que me transmite el hecho de que me llame por mi nombre y mi
apellido, ya que no augura nada bueno. Pero ahora estoy aquí, frente a mi
dragón particular, mamá, y me preparo para lo que tenga que venirme
encima.
—¿Se puede saber dónde demonios estabas? —me regaña entre
susurros fuertes y molestos, pues el restaurante está hasta arriba a estas
horas—. No contestas a mis llamadas y Fang no conseguía localizarte
tampoco.
—Yo...
—¡Ya está! Seguro que andabas comprando esas estúpidas revistas de
moda, ¡a veces no puedo creer que seas hija mía! Siempre gastando el
dinero en memeces y tonterías. ¿Por qué no lo ahorras para hacer algo de
provecho? Podrías parecerte más a tu hermana, que montó su propio
negocio. ¿Qué tendrás si sigues así? Ni marido, ni futuro. ¿Cuándo vas a
despertar? Van a pensar que no te hemos educado bien.
Sé que me echa la bronca porque he llegado tarde, y eso la ha
enfadado, aunque me agobia mucho cuando se pone así...
—Pero...
—No hay peros que valgan. ¡Estás castigada! ¿Cuántas veces te has
retrasado este mes? ¡Y todavía no estamos ni a mitad de enero!
—¿Castigada? ¿Qué tendré que hacer esta vez?
—Ahora no es el momento de eso, lo hablaremos luego —dice,
bajando todavía más la voz y mirando hacia una mesa en la que un chico
trajeado, fuerte, de pelo negro y más o menos de mi edad, nos observa con
los labios apretados, aunque más bien creo que intenta contener la risa. Está
claro que la escenita le divierte.
Mamá me agarra por la barbilla entonces, mirándome la cara, como si
comprobase que todavía tengo la nariz y los ojos en su sitio.
—¡Ay, mamá! ¡Ya! Déjame... —me quejo.
—Llevas el pelo revuelto, ¿por qué no te lo has recogido en una coleta
o algo? —dice, pasándome la mano por la cabeza como si así fuera a
conseguir peinar mi largo cabello liso y negro—. Vienes como una loca... Y
deberías ponerte más vestidos. Con esos vaqueros y las deportivas no
pareces una señorita.
—¿Es necesario tener esta conversación ahora? —Estoy avergonzada
por sufrir esta situación donde todo el mundo puede vernos.
—Finge al menos estar entusiasmada. El hijo de los Zha es un buen
chico chino —me reprende antes de ser interrumpidas por el tipo en
cuestión, que ha aparecido detrás de nosotras sin darme cuenta de que había
dejado su mesa.
—Señora Lin —dice para llamar su atención.
Mamá parece encantada cuando él le habla. Ella odia que la llamen por
su nombre de pila, así que los ajenos a la familia se refieren a ella como la
señora Lin, ya que ese es su apellido y, seamos sinceros, ayuda a parecer
más respetable. Mi madre es un poco más bajita que yo y en el restaurante
siempre trabaja con un qipao, que es un típico vestido oriental.
Le encantaría que yo lo vistiera también cuando hago mis turnos, pero
esa batalla sí que la tengo ganada. Ella suele llevar el pelo recogido en un
moño con un alfiler de madera y sus ojos son de un color verde claro, como
los de mi hermana. La verdad es que es un color precioso, pero me gusta
pensar que en nuestra mirada ya queda claro lo poco que nos parecemos las
dos. La mía es como la de papá, de color marrón muy oscuro. Lo único que
tenemos todos en común es el color de pelo, negro como el carbón.
—Tú debes de ser Nina. —Él muestra una encantadora sonrisa—. Es
un placer conocerte, yo soy Cong, aunque aquí todos me llaman Paco.
—Hola —saludo sin mucha efusividad.
El chico se ha presentado con un traje negro, una impecable camisa
blanca con gemelos brillantes en los puños, y una corbata fina a rayas
negras y grises.
Está claro que a mamá le ha encantado el gesto de interés que él acaba
de mostrar, ya que nos deja solos casi en ese instante.
Podría decirse que Paco ha conseguido apaciguar al dragón.
—Tomad asiento, chicos. Enseguida voy a ver qué queréis tomar.
—Por favor. —Él me hace un gesto para que avance yo primero hacia
la mesa en la que estaba sentado.
Cuando llego, dejo mis libros encima y me tomo mi tiempo en
desabrocharme el abrigo y sentarme a la mesa delante de ese desconocido.
Mi amiga Sara diría que se parece a uno de los protagonistas que tanto
le gustan en los dramas coreanos que ve por televisión, y admito que mamá
esta vez ha elegido a un candidato muy, pero que muy, guapo.
—Cuando lo pedí, tu madre dijo que también te gusta mucho el té
verde —comenta mientras me llena una taza con la tetera que está ya en la
mesa.
—Sí —respondo con recelo—. Pero por mí no te cortes, deberías haber
pedido algo de comer, al fin y al cabo, llego diez minutos tarde.
—Y no te has disculpado por ello.
—¿Es necesario? Han sido nuestras madres quienes se han empeñado
en esto... —suspiro al sentirme un poco cruel por mostrarme tan a la
defensiva, y cuando le miro, me ablando un poco—. Lo siento. Me
entretuve con un tema.
—No pasa nada, por ver tu cara durante el rapapolvo que te ha caído al
llegar, mereció la pena esperar.
—¿Así va a empezar esto? ¿Dándome a entender que disfrutas con mis
desgracias?
—No seas exagerada. Todos tenemos que aguantar regañinas de ese
estilo en algún momento, pero me sorprende que todavía no hayas
aprendido a manejar a tu madre mejor. ¿Cuántos años tienes?
—Veinticinco, ¿y tú?
—Veintisiete. —Sonríe y cambia de tema—. Nina es un nombre muy
bonito. ¿Te lo pusieron tus padres o lo adoptaste al llegar a España?
—Lo eligió mi hermana mayor. Aquí tengo el mismo nombre.
—Muy tierno.
Mi madre aparece entonces frente a nuestra mesa.
—¿Quieres que te traiga una cerveza o algo? —le pregunta a Paco,
encantadora, por supuesto.
—Gracias, señora Lin, pero debo conducir después, así que agua estará
bien.
—Muy bien, ¡qué chico más responsable! —le sonríe—. ¿Y qué te
apetece comer?
—Mi hermano dice que aquí sirven los mejores fideos que se pueden
encontrar en Madrid.
—Seguro que tu hermano exagera —trata ella de restarle importancia.
—Eh... mamá, fideos para los dos, por favor, estamos hablando.
—Oh, claro, claro —parece entusiasmarse, pues está claro que ha
pensado que la cosa va bien, cuando yo solo quiero que ella desaparezca de
nuestra vista.
—Entonces... por lo que has comentado y lo tensa que te veo... —dice
una vez que estamos solos de nuevo—, ¿no estás de acuerdo con lo que nos
han montado nuestros padres? ¿Te han obligado? Si es así, podemos dejarlo
aquí. Lo último que quiero es estar con alguien que no desea esto, pero yo
no quería decepcionar a mi familia, así que acepté participar en este circo.
—¿Lo dices de verdad? —Le miro por primera vez a sus ojos
marrones. Que él tampoco quiera defraudar a los suyos me llama la
atención y parece que es sincero—. ¿También te han obligado?
—Bueno, en mi caso, fue esa clase de sugerencias que a veces hacen
las madres, pero que sabes que no hay forma de rechazar. —Ríe y entonces
me percato de un tatuaje de algo que sube por su cuello, pero casi oculto
por su camisa, lo cual hace que me pregunte qué será lo que lleva dibujado
en su cuerpo.
—¿A cuántas citas así has acudido?
—Esta es mi primera vez. ¿Y tú?
—Eres el tercero... En noviembre tuve una y en diciembre otra...
—No pareces muy contenta.
—Por supuesto que no. Mamá se ha vuelto loca y se ha empeñado en
que consiga novio. Todo esto es un asco... ¿Y tú por qué aceptas algo así?
—A decir verdad, no lo sé..., me da un poco igual y mi madre se puso
muy pesada porque nunca le he presentado a nadie.
—¡Me pasa lo mismo! ¿No entienden que somos jóvenes? Ya llegará
el momento cuando sea.
—Bueno, tampoco creo que esto sea tan malo. Mi hermano conoció así
a su mujer. Hay muchas parejas que terminan saliendo de estas citas.
—Pues a mí no me gusta nada la idea. Creo que el amor debe ser... un
encuentro fortuito. —Sonrío amargamente.
—El amor no surge así y tampoco es lo más importante. Hay que
pensar también en la familia, o de lo contrario estás siendo egoísta. Seguro
que ves demasiadas películas románticas...
—Yo creo que lo egoísta es que tu familia escoja por ti. Para mí el
amor es lo primordial. Sé que no te puedes enamorar de alguien a quien
acabas de conocer, pero sí que puede atraerte y luego... cabe la posibilidad
de que surja algo más después de conocerse y de forjar una amistad, ¿no
estás de acuerdo?
—¿Es una declaración de intenciones o alguna proposición que deba
interpretar?
Alza las cejas y me mira al mismo tiempo que muestra una sonrisa
algo canalla. Decido mantener la boca cerrada y me reprendo a mí misma
por hablar de algo así con un tipo con el que me han preparado nada más y
nada menos que una maldita cita a ciegas.
—¿Qué es todo esto? —pregunta, alcanzando uno de mis libros
camuflados.
—¡Deja eso! —exclamo, recuperándolo casi al instante.
—Deberías trabajar más en forrarlos si quieres que pasen
desapercibidos. La Vogue no es tan gruesa y, además, no es el lomo original,
sino un trozo de folio —me recomienda, sorprendiéndome por su
comentario.
—¿Y qué sabes tú de revistas de moda?
Se encoge de hombros y entrecierra los ojos al observarme apartar los
libros y poner mi bolso encima de ellos, como si así fuera a evitar que
vuelva a cogerlo. Mamá regresa justo entonces con nuestra comida.
—¿Cómo vais, chicos?
—Muy bien, señora Lin. Su hija parece una persona... muy interesante.
—Nina es muy guapa e inteligente.
—Mamá, por favor... —Juro que me va a dar algo. ¿Por qué teníamos
que quedar precisamente aquí?
—Si necesitáis algo más, llamadme, ¿de acuerdo? —Recoge el té que
había servido antes de que yo llegase.
—Claro.
—Mamá... —digo con los dientes apretados para que se marche.
Por fin se aleja de nuevo, y justo cuando creo que puedo respirar
tranquila, Paco consigue que vuelva a tensarme con sus palabras.
—Tu hermana miente muy mal. Cuando tu madre se me acercó para
justificar tu retraso y contarme que ella le decía que tal vez el metro se
había roto tuve que hacer un gran esfuerzo por no reírme. Llegué a pensar
que me dejarías plantado.
—Se refería a que hubo un problema mecánico en la línea.
—No te esfuerces... Esta mañana pasé por delante de la peluquería,
pero no te vi. —Comienza a comer después de decir eso.
—Eh... bueno... —rumio mi respuesta, pensando en los mensajes de
Fang—. Estaba haciendo un recado, viendo los nuevos colores de
pintauñas.
—Ya, pero ¿sabes qué? Lo curioso de todo esto es que mi cuñada fue
un día, como clienta, pero no te vio.
—Es que yo suelo trabajar por las mañanas.
—Era por la mañana.
—¿Qué día?
—El martes de la semana pasada.
—¡Ah! Estaba enferma del estómago —respondo enseguida.
—¿En serio? Eso no fue lo que le dijeron. Y mi tía fue otro día, pero...
es raro, porque tampoco estabas.
—Bueno... yo... —Paco me ha puesto nerviosa y trato de pensar algo
rápido—. ¿Por qué fuiste tú esta mañana? ¿Y por qué tiene que ir toda tu
familia allí?
—Quería mirar. —Sonríe—. Me habían enseñado tu foto, pero ya está.
—Yo ni siquiera había visto una imagen tuya.
—No sigas intentando esquivar el tema, Nina. ¿Qué estás ocultando?
Trago saliva. ¿Cómo se ha dado cuenta tan rápido? Está claro que no
tengo la mejor coartada del mundo, pero, hasta ahora, todo parecía ir más o
menos bien.
—Por favor, no se lo digas a nadie. No es nada malo, pero necesito
asegurarme antes de que he tomado el camino correcto.
Él sigue comiendo, pensativo, alargando unos segundos que se me
hacen eternos.
—Esto está delicioso. Come, anda... —señala mi bol con sus palillos y
hago lo que dice.
—¿A qué te dedicas tú? —decido preguntar para cambiar de tema.
—Importación y exportación.
—¿Qué importas y exportas?
—Mercancías.
—¿Qué mercancías?
—No queda bonito que una chica que no me quiere ofrecer respuestas
me haga tantas preguntas. —Le veo mirar la pantalla de su iPhone y se pone
a teclear en él, prestándole entonces el cien por cien de la atención al
teléfono durante casi un minuto—. ¿Por dónde íbamos?
Tengo ganas de tirarle el vaso de agua encima por capullo. ¿De dónde
han sacado a este tío? Decido hacerle rápidamente una retahíla de preguntas
que lo mantenga ocupado para que así no pueda hacer lo mismo conmigo.
Cuanto menos sepa de mí, mejor.
—¿De dónde eres, Paco? ¿Cuánto llevas aquí? —Le doy un sorbo a mi
té.
—Soy de Shanghái y llevo unos cinco años en Madrid.
—¿Y por qué aquí te llaman Paco? ¿Qué clase de nombre es ese? ¿No
es la abreviatura de Francisco para los españoles?
—Es mi apodo. Lo elegí cuando vine. Me gusta.
—¿Y por qué te fuiste de Shanghái?
—Para ayudar con los negocios de la familia aquí, aunque viajo mucho
a China también. —Sonríe—. Llevas un jersey muy bonito, Nina.
¿Acaba de decir que llevo «un jersey muy bonito»?
Su móvil vuelve a sonar y esta vez contesta la llamada entrante, serio y
sin dejar de observarme, mientras yo miro mi ropa por si me hubiera
manchado o algo, pero no veo nada raro. ¿Acaso intenta reírse de mí?
—Ajá, sí —habla con alguien—. Quiero un trabajo limpio, así que
encárgate tú.
¿Qué narices...? ¿De dónde ha salido este tipo tan raro? Como me
empiezo a sentir incómoda, me levanto con el fin de huir un rato al aseo.
—Discúlpame.
Antes de llegar a mi destino, soy interceptada por mi madre, que
parece estar emocionada.
—Nina, ¿qué estás haciendo?
—Voy al baño, mamá.
—¿Por qué? ¿Vas a empolvarte la nariz?
—¡¿Qué le pasa a mi nariz?! —exclamo, llevándome las manos a la
cara.
—Shhh... No levantes la voz. —Se acerca más a mí—. ¿A que es
apuesto? ¡Y qué bien le queda el traje...! Un hombre de negocios muy bien
educado. Su familia tiene varias propiedades aquí y allí, ya sabes que soy
muy amiga de su madre. No sé cómo no se nos ocurrió esto antes, ¿a que
sí? Es un buen chico, Nina, tenlo en cuenta. Ya es hora de que pienses en
estas cosas, tú me entiendes...
—Mamá... —no puedo evitar interrumpirla—. Pero ¿te has fijado bien
en él? Es muy extraño. Ahí, con la corbata oscura y todo..., en serio, es muy
rarito, ni siquiera me ha especificado a qué se dedica exactamente.
—Ya te lo he dicho: hombre de negocios.
—¿De verdad, mamá? ¡Pero si parece un mafioso de esos de la Tríada!
—¿Qué tontería es esa? Y ni se te ocurra mencionar el nombre de esa
organización criminal en mi presencia.
—¿Es esto lo que queréis para mí?
—¿De qué hablas? Vuelve a la mesa y no me des un disgusto, Nina
Chou. Me estás dejando en evidencia y no quiero que mi amiga me llame
luego enfadada. No es esto lo que hablamos. ¡Vamos!
—¿Qué?
—¿No ves que es guapísimo?
—Argh...
Vuelvo a mi sitio, refunfuñando y bajo la atenta mirada de mi
acompañante.
—Has dicho que lo último que querías es estar con alguien que no
quiere tener una cita así —decido ser sincera—. Pues bien: yo no quiero.
¿Podemos irnos y simular cualquier cosa, por favor?
—¿Por qué?
—¿Cómo que por qué?
—Dame un motivo. ¿Te ves con alguien?
—No.
—Pero está claro que haces algo a espaldas de tu familia —señala los
libros que hay bajo mi bolso—. ¿Estás estudiando? —No contesto—. ¿Qué
pasa? ¿Te has metido en algo relacionado con artes y por eso no quieres
contárselo? O espera... Tal vez tus padres son de esos que se empeñan en la
carrera de medicina y a ti no te convence, ¿es eso?
—No voy a responderte a nada.
—Veo que me estoy acercando... Sea lo que sea, no voy a contarlo, así
que, ¿de qué son los libros?
—Apenas te conozco, ¿por qué iba a confiar en ti?
—¿Por qué estás estudiando a tu edad? —Él ignora mi pregunta
anterior haciéndome esta otra.
—Nunca es tarde para algo así.
—Estoy de acuerdo contigo, pero... ¿acabas de reconocer que lo
haces? —Me cruzo de brazos y él sonríe—. Empiezas a caerme bien. —
Casi ha terminado su bol de fideos—. ¿Se trata de humanidades quizás?
¿Filología hispánica? ¿Inglesa? ¿Estudios asiáticos?
—No te metas en mi vida, te lo advierto —gruño.
—Qué amenazadora has sonado... ¡Cuidado con la gatita que saca sus
uñas! —se burla, pero no se da por vencido—. Puedo averiguarlo por mi
cuenta si no me lo dices, y eso puede ser peor porque tendré que ir
preguntando por ahí.
—¿No te das por vencido? —Él sonríe, negando con la cabeza, y yo
decido hablar porque sé que, si Paco indaga, puede ser peor—. Estudio
química en la universidad, ¿contento?
—Pero eso está genial —parece desconcertado—. ¿En qué curso
estás? ¿Por qué lo ocultas?
—Estoy empezando, y bueno, quería ver primero qué tal se me daba
antes de decir nada, porque no tuve buenas experiencias en el pasado,
cuando estaba en el instituto.
—¿Qué ocurrió?
—No sé si quiero hablar de eso.
—Cuéntamelo, por favor. Además, puedo pasarme así horas.
—En fin... —claudico—. Digamos que ser la número uno de clase no
siempre es lo mejor.
—¿Se metían contigo?
—Eso es quedarse corto. Mis compañeros se estiraban los ojos con los
dedos para imitarme, riéndose de mí por mi pronunciación de aquel
entonces. Me tiraban bolas de papel o hacían chistes que no llegaba a
comprender. Me apodaron MiNina Chou-Chou, ¿te lo puedes creer? —
recuerdo, indignada.
—La verdad es que para ser un mote no es muy ingenioso...
—Lo peor es que mis tutores comenzaron a bombardear con notas a
mis padres solicitándoles reuniones para tratar mi comportamiento «poco
sociable», hablándoles de problemas que en realidad no existían y haciendo
conjeturas sobre posibles trastornos que yo no padecía. Como llevábamos
poco tiempo en España y ellos se pasaban el día trabajando, eran los que
más problemas tenían con el idioma en esa época, por lo que no sabían muy
bien cómo responder, y la cosa se torció todavía más. Pensaban que yo no
me quería integrar, cuando en realidad quería que no me hicieran la vida
imposible en clase.
—Eso es terrible y tiene una palabra: bullying —suspira—. Y si
encima tus padres no sabían muy bien qué hacer, es todavía más duro. La
barrera idiomática no podía haber aparecido en peor momento.
—Tal cual... Creo que todos teníamos un poco de miedo de que la
universidad fuera otra pesadilla y, por eso, a pesar de sacar tan buenas
notas, cuando llegó el momento, lo terminé posponiendo. No tenía fuerzas
para volver a pasar por lo mismo, por lo que decidí tomarme una especie de
descanso, que se hizo demasiado largo...
—Pero ahora estarás viendo que no es igual que el instituto.
—Es cierto, pero, de todas formas, quiero esperar a ver mis notas para
contárselo. Me asusta pensar que mis padres se preocupen por mi
experiencia pasada y creo que yo también necesito ganar algo de confianza
con todo esto. Siempre he querido estudiar química y necesito comprobar
que puedo con ello. Estoy ahora con los finales, así que no alargaré la farsa
mucho más, aunque me cuesta sacar tiempo para estudiar y más ahora que
estoy en plena época de exámenes. —Paco ladea la cabeza y me observa
durante unos instantes, sonriendo—. ¿Qué pasa?
—Estaba pensando en que es maravilloso que hayas decidido ser
valiente y perseguir tus sueños.
—No digas tonterías. —Creo que me sonrojo un poco—. Solo...
Necesito hacer esto a mi manera, ¿vale? Y dijiste que no lo contarías...
—Sería incapaz de hacerte algo así. Te prometo que mis labios están
sellados.
—Gracias —digo mientras él se termina su comida.
—¿Nos vamos? Tengo cosas que hacer, así que me viene genial que
tengamos que posponerlo.
—¿Qué? No he hablado de posponer nada. —Su comentario me ha
dejado desconcertada, pero tengo que callarme porque mamá aparece de
nuevo.
—Señora Lin, la comida estaba deliciosa. —Paco se pone en pie.
—Pero si no habéis tomado más que un plato. —Ella parpadea.
—Oh, verá, es que ha surgido un asunto que debo resolver
urgentemente. Lamento mucho que haya ocurrido esto, pero a veces los
negocios son así. No tardaré mucho tiempo, por eso le decía a Nina que me
acompañe, y así seguimos conociéndonos. Le he propuesto dar más tarde un
paseo por la zona del Palacio Real y el centro. La traeré de vuelta al
restaurante después, o también puedo dejarla en casa a la hora que usted
considere.
—Oh, pues... ¡claro, claro! Lo entiendo perfectamente. —Hace un
gesto con las manos, como restándole importancia—. Y podéis tomaros el
tiempo que necesitéis, ¡sois unos jovencitos responsables y ya con edad
suficiente como para no imponeros horarios! Solo os pido que tengáis
cuidado, sobre todo con el coche, ¿vale?
Me quedo boquiabierta por cómo Paco logra manejar a mamá y de que
esta haya eliminado el toque de queda que me impone cada vez que salgo
con mis amigas.
—¿Papá estará de acuerdo? —pregunto yo, todavía en shock.
—Tu padre está en la cocina todo el día y no se entera de estas cosas.
—Me guiña un ojo—. Será nuestro pequeño secreto.
—Es usted muy amable —añade Paco—. Cuidaré de Nina. Se lo
prometo.
—Vale, vale. —Parece entusiasmada—. Pasadlo muy bien.
—¿Vamos, Nina? —me dice él.
Confusa, recojo mis cosas y me marcho del restaurante junto a Paco,
dejando a mi madre radiante de felicidad.
—Cuando ella te pregunte, dile que te llevé a tomar té de burbujas a un
local cerca de la plaza Mayor y que estuvimos paseando por allí —comenta
una vez fuera, lo suficientemente alejados del restaurante—. Yo le diré lo
mismo a la mía... Apuesto lo que quieras a que ahora mismo están las dos
cotorreando por teléfono la mar de contentas.
—¿Estamos creando coartadas?
—¿No es obvio? Ahora tienes tiempo para estudiar. —Se pone unas
gafas de sol de cristales cuadrados y grandes, antes de comenzar a andar
calle abajo.
—Si el cuento que has montado va a suponer que te deba un favor o
algo así, no quiero participar en esto. —Para mi sorpresa, rompe a reír—.
Hablo en serio, Paco.
—¿Necesitas que te acerque a casa? —Con esto siento que ignora todo
lo anterior.
—No. Vivo aquí al lado.
—Perfecto. Pues cuídate y procura estar de una pieza. No quiero faltar
a la promesa que le hice a tu madre. —Me tiende entonces una tarjeta de
visita—. Mi número de contacto y el nombre de la empresa, para que sacies
tu curiosidad respecto a qué me dedico. Piensa en esto, Nina, podemos tener
una amistad muy provechosa los dos y mantener a nuestras madres
satisfechas.
—Gracias, pero no tengo nada que pensar. Seré sincera: no quiero
repetir esto. —Me quedo parada, y entonces, él se detiene y se da la vuelta
para mirarme—. Ha sido un placer conocerte, espero que te vaya bien.
—Igualmente. —Él me sonríe—. Estaré esperando tu llamada.
—No esperes tal cosa.
Y dicho esto, me giro sobre mis talones y pongo rumbo a casa,
mientras escucho cómo él vuelve a reírse.
—¡Eso ya lo veremos!
Es lo último que le oigo decir antes de escabullirme por la esquina.
6

Llego a la reunión derrapando por el pasillo y, al entrar, abro la puerta del


despacho con tanta efusividad que choca con demasiada fuerza contra la
pared. Todavía tratando de recobrar el aliento, le hago un gesto con la mano
a Ricardo, que está ya en la videoconferencia con el chico de la Universidad
de Dublín que accedió a ayudarnos a resolver unas dudas, y a quien yo
conocí hace ya años en Estados Unidos. Dejo mi cartera sobre su mesa y
arrastro mi silla de oficina hasta ponerme a su lado.
—Y ya está aquí nuestro chico... —le dice Ricardo a la pantalla con un
inglés correcto, pero con un claro acento español.
—Buenas tardes, siento el retraso, Mark, ¿cómo vas por la isla
Esmeralda? —saludo en inglés, mientras me dispongo a sacar mis cosas de
la cartera, pero cuando saco el portátil, se me cae todo lo demás al suelo.
Qué desastre...
—Soportando la lluvia de Irlanda, así que me imagino que tú andarás
mejor bajo el radiante sol de la península Ibérica.
—No te creas...
—Se pasa media vida despotricando de Madrid —comenta Ricardo,
poniendo los ojos en blanco.
—¿De verdad? —Mark se ríe—. Dios..., la última vez que coincidimos
fue hace ya varios años en Boston...
—Sí, hace mucho ya.
—Le decía a Ricardo que vuestro proyecto me parece una idea
fantástica, pero la perspectiva que comentabais de... —entra en materia y,
mientras le escucho, me agacho a recoger del suelo un cuaderno, un libro y
el estuche.
Me dispongo a agarrar mi bloc de notas cuando reconozco la revista
cutre que se le cayó a la chica en Usera, ¿por qué la he metido con mis
cosas? La alcanzo para lanzarla a la papelera que Ricardo tiene bajo su
mesa cuando veo que un papel de un blanco brillante y con varios números
escritos sobresale entre las páginas. Al abrirla por la página en donde señala
la hoja, alucino al darme cuenta de que en realidad es un libro de texto. Me
centro entonces en el papel suelto y al girarlo veo que se trata de un
panfleto publicitario de comida para llevar de un restaurante chino. Le doy
la vuelta hacia el lado sin imprimir, en donde alguien ha resuelto una
ecuación bastante compleja, supongo que probablemente fue la asiática con
la que tropecé. No puedo evitar repasarlo rápidamente, sonriendo para mí
mismo al comprobar que la ejecución está bien, pero más tarde me digo que
tengo que comprobar si el resultado es correcto.
—Oye, tío... —Ricardo llama mi atención en español.
—¿Eh? —De pronto me percato de que he desconectado de la reunión
y, apesadumbrado, abro mi cuaderno y trato de recuperar el hilo de la
conversación.
Media hora después, damos la videoconferencia por terminada y yo me
cambio a mi mesa, la cual está situada frente a la de mi compañero y amigo.
Estoy deseando ver de qué narices es el libro que he recogido,
preguntándome por qué alguien lo ha forrado con las portadas de una
revista, cuando normalmente ocurre al revés. Lo abro de nuevo, y veo que
es estadística, aunque, analizando las páginas no sé a qué nivel corresponde
exactamente, pues parecen cosas sencillas, mientras que el problema del
panfleto era algo mucho más complejo. De nuevo, me encuentro con otro
folleto de publicidad igual que el anterior, con otra ecuación en el reverso.
Comienzo a repasarla, pero me veo obligado a coger la calculadora para
comprobar que, otra vez, el resultado es correcto. ¿A qué corresponde todo
esto...? Me centro en la primera página del libro, en donde veo unos
caracteres chinos y debajo algo que puedo leer: Nina Chou.
Así que esa chica misteriosa con la que tropecé debe de llamarse Nina.
Qué poco común en este país y qué nombre más bonito.
Recuerdo entonces el momento en el que la miré a sus preciosos ojos
rasgados por primera vez. Brillaban muchísimo, y parecían dos granos de
café. Esa mirada sí que debe darte la energía suficiente para despertarte por
la mañana, y su efecto seguro que no tiene nada que envidiar a la cafeína.
Miro de nuevo el menú que he dejado sobre mi mesa y le doy la vuelta
para ver el texto impreso en rojo. ¡Qué nombres más raros! Siempre me ha
dado grima la comida china... Me centro en el nombre del establecimiento:
restaurante chino El Dragón Feliz.
—¿Me estás escuchando? —La voz de Ricardo hace que mi mente
regrese al despacho que compartimos.
—¿Qué decías? —pregunto, cerrando el libro y colocándolo debajo de
mi cuaderno mientras le presto a él la atención que debería.
—¿Qué demonios te pasa esta tarde? —Me lanza un sándwich que
atrapo al vuelo—. Está claro que necesitas comer algo.
—Gracias, tío.
—¿Has sabido algo del MIT?
—No, todavía no —contesto, antes de pegar el primer bocado al
improvisado tentempié, mientras recuerdo la entrevista que hice justo antes
de Navidad para un puesto de profesor de matemáticas en el Massachusetts
Institute of Technology, de Boston.
—Supongo que es muy pronto para saber algo —continúa mi amigo.
—No estoy seguro de cuánto se demoran estas cosas, pero me he
enterado de que a un tipo que conozco, y que ahora está en la Universidad
de Toronto, también lo han entrevistado para el mismo puesto que yo... Y
créeme, él es bastante bueno.
—Y tú eres un crack. —Ricardo sonríe—. Espero que te digan algo
pronto.
—Ya veremos...
7

Hoy me he asegurado de llegar antes al restaurante, porque ayer, después de


estar aquí con Paco, perdí de vista mi libro de estadística y necesito
encontrarlo. Es la hora de comer y el local está bastante lleno, así que mamá
anda lo suficientemente ocupada como para no verme rebuscar por aquí y
por allá.
Estoy convencida de que lo dejé en la mesa, y no creo que tiren algo
así, salvo que de verdad piensen que es una revista de moda... De pronto, mi
gran idea para camuflar los libros no me parece tan buena.
Solo espero que quien lo cogiera fuera alguno de los camareros y no
mamá, ya que ella podría sospechar si lo llega a ver.
—Hola, Nina. Qué temprano llegas hoy... —Ella llama mi atención
mientras echo un vistazo al mueblecito en donde dejamos los menús, pero a
simple vista no hay nada que indique que mi libro está ahí.
—Hola, mamá. —Me enderezo rápidamente—. Sí... Voy a cambiarme
y empiezo enseguida.
—No creas que se me ha olvidado tu castigo.
—¿Cumplir con la cita a ciegas de ayer no fue ya suficiente? —
pregunto como si así fuera a evitar lo que haya planificado para mí.
—Me sorprende que el chico te invitara a pasear después de que le
dejases esperando aquí solo.
—Pff... ¿Tenemos que tratar ese tema ahora?
—¿Habéis vuelto a hablar? —De pronto parece mostrarse cómplice,
con una sonrisa en el rostro y agarrándome del brazo, como si yo fuera a
contarle un secreto o algo así.
—No, mamá.
—Vaya. —Se separa de mí. Es evidente que no es lo que esperaba oír
—. Bueno, he pensado que esta tarde limpiarás la pecera, así que ahora da
de comer a los bichos y atiende después las mesas —señala al conjunto de
peces que nadan sin rumbo a nuestro lado, pegados a la puerta de la entrada.
—¡Sabes que odio limpiar el acuario! No se me da bien y no me
gustan nada los peces. Son... resbaladizos y asquerosos... con esas
escamas... ¡puaj! —intento rebatir de alguna manera mi castigo, pero mis
excusas son tan malas que no surten efecto. Ni siquiera a mí me convencen,
y mamá no suele dar su brazo a torcer.
—Sé que no te gusta esa tarea y, por eso, espero que te ayude a
recordar en el futuro que no debes llegar tarde o de lo contrario se
convertirá en tu responsabilidad a partir de ahora.
—¡Argh! —gruño, frustrada, antes de retirarme al vestuario para
cambiarme la camiseta y ponerme la del uniforme del restaurante.
Otra batalla perdida contra mamá.
Justo cuando voy a abrir la puerta, una camarera sale del interior.
—Hola, Yeni —saludo—. ¿Qué tal?
—Hola, Nina, bien, ¿qué tal tú?
—Bien. Eh... esto... ¿has visto una revista por aquí? Creo que me la
dejé ayer cuando estuve aquí comiendo.
—Qué va. Nada.
—¿Y sabes si alguien ha podido cogerla o la ha visto?
—No. Además, fui yo la que limpió la mesa porque tu madre salió a
hablar por teléfono, y no había nada a excepción de los platos.
—Oh... Pues... vale. —Eso sí que no me lo esperaba—. ¡Gracias!
Yeni desaparece y yo entro al vestuario, confusa y extrañada. Juraría
que se me olvidó aquí, pero... ¿dónde demonios estará entonces?
Dejo todos mis trastos en mi taquilla y suspiro, cansada, al ver la blusa
oriental negra con los bordes y los cierres rojos. Me la llevo a la nariz y el
olor a frito y comida casi me hace llorar. Estoy tan cansada de venir
prácticamente a diario al restaurante... Pero ni siquiera eso borra de mi
mente el hecho de que ahora sí que no tengo ni idea de dónde puede estar
mi libro. Espera... Hubo un momento en el que me levanté para ir al baño,
pero mamá me paró antes de llegar... ¿Y si Paco lo cogió entonces? ¿Se lo
escondería en la chaqueta del traje que llevaba? ¿Por eso insistió en que
seguro que le llamaría?
No me paro a pensarlo. Rebusco en mi bolso hasta dar con la tarjeta de
visita y le escribo un mensaje rápido, preguntando si tiene mi libro. Espero
unos instantes, contemplando la pantalla del teléfono, pero no parece que lo
haya leído y, seamos realistas, seguramente estará ocupado.
Suspiro y me guardo el móvil en los vaqueros, antes de coger el bote
de perfume de color rosa que escondo dentro de una caja de zapatos al
fondo de mi taquilla, y me pulverizo con la fragancia, intentando aportarle a
mi día un poco de alegría. Amo la estela con la que me envuelve Gucci
Bloom. Además, ese aroma es como parte de mi personalidad, me
complementa y, aunque suene a tontería, me ayuda a afrontar la jornada con
una mejor perspectiva. Me recuerda mis sueños, mis metas y quién soy yo.
Lo grabo en mi piel con ese perfume.
Antes de salir, me recojo el pelo en una coleta alta, me lavo las manos
y alcanzo la comida de los peces: un recipiente amarillo y rojo que descansa
en un armarito, justo al lado de la puerta de los vestuarios. Arrastro los pies,
rumbo a la pecera que separa la entrada de uno de los dos salones del
restaurante. Me sitúo al otro lado, en una mesa vacía, y así no entorpezco a
los clientes cuando entren. La vibración del móvil anunciando una llamada
entrante consigue que me ponga nerviosa, y casi se me resbala por las prisas
con las que lo cojo para mirar la pantalla, pero no es Paco como yo
esperaba, sino mi amiga Sara.
—Hola —saludo.
—¿Qué tal, Nina? —me pregunta—. ¿Has encontrado el libro?
—Todavía no. Estoy ya en el restaurante... Parece ser que no está aquí,
y, en serio, lo necesito porque el examen lo tengo la semana que viene.
—No te alteres. Ya verás como aparecerá.
—Estoy tan desesperada que acabo de enviarle un mensaje a Paco por
si él se lo hubiera llevado para gastarme una broma o algo así.
—¿Y por qué iba a querer Paco un libro de estadística?
—¡Yo qué sé...! Los chicos pueden ser muy desconcertantes a veces.
—¿Me lo dices o me lo cuentas?
—Uy, eso no me suena muy bien... No sé si debo preguntar después de
tu comentario, pero, ¿cómo fue tu cita de anoche con el chico de Taiwán?
¿Qué tal?
—Pues la verdad es que no hay mucho que contar, excepto que era un
idiota.
—¿Qué pasó?
—¿Te acuerdas que te dije que era médico?
—Sí —respondo mientras leo con poco interés las instrucciones del
envase de comida para peces que todavía tengo en la mano.
—Pues es fisioterapeuta, pero, al parecer, él se cree que eso es ser
médico.
—¿En serio? Pfff... No sé ni qué decirte... ¿Te gustaba mucho?
—No, después de lo que me dijo más tarde.
—¿La cosa fue a peor? —pregunto mientras observo a los peces, que
van aleteando por el agua sin hacer nada.
—Aunque te lo cuente, no te lo creerías...
—Sorpréndeme... —Abro el bote y arrugo la nariz cuando el olor del
interior me alcanza. «Pez muerto, eau de parfum» sería una buena
denominación.
—Me empezó a decir lo que su madre y él consideraban que debía
tener su mujer ideal.
—Perdona, ¿has dicho «su madre»?
—Ajá. Eso he dicho. Al parecer son un pack. No sales solo con él, sino
también con tu futura suegra. Están muy unidos.
—¡Qué horror!
—También me preguntó si en mi familia había antecedentes de
enfermedades graves o de infertilidad. ¡Y todo eso en el tiempo en el que
esperábamos a que nos dieran mesa, sentados en la barra, mientras nos
tomábamos el primer vino!
—¿Y qué respondiste?
—Nada, ¿qué puedes decir ante ese tipo de cosas? Puse cara de póquer
y fingí que sonaba mi teléfono, inventándome un imprevisto, y antes de
salir del local, con la excusa de escuchar mejor por el móvil, le dije que si
podía pagar él la cuenta. Paré un taxi y hui de allí... Ahora estoy un poco
avergonzada, pero, en fin, no sé... —suspira—. ¿Por qué siempre tengo citas
tan terribles? ¿Cuándo conoceré a un chico normal? Porque solo pido eso,
que sea un tío normal y corriente. ¿Tan difícil es?
La puerta del local se abre en ese momento y levanto la vista de forma
involuntaria para ver al cliente, pero entonces se me descompone el gesto al
reconocer aquella chaqueta de cuero marrón y el portafolios colgado a un
lado.
—¡Ay, no...! Tengo que dejarte, te llamo luego —le digo rápidamente a
Sara, cortando la llamada.
—¡Hola! —exclama al verme.
Su voz es tan penetrante y grave, acompañada de su maravillosa
sonrisa, con esos ojos tan intensos... Pero ¿qué demonios pasa por mi
cabeza? Reconozco que los nervios me pueden y no se me ocurre hacer otra
cosa que agacharme y quedarme al otro lado de la pecera, separados por el
agua, el decorado vegetal del interior y los peces de colores. Como si así
fuera a poder esconderme, como si fuera a desaparecer por arte de magia...
Patético.
Pero ahora me centro en el meollo de la cuestión: ¿qué hace aquí el tío
de la esquina? ¿Cómo ha sabido encontrarme? ¿Habrá sido casualidad? O
peor aún... ¿querrá denunciarme por haberle empujado ayer y darle también
un cabezazo? ¡Oh, no! Seguro que es eso... ¡Pero fue sin querer! Ay, no... ya
tengo suficiente con los nervios por los exámenes y el agobio por haber
perdido el libro como para encima tener que sumar más a mi balanza.
Seguro que va a demandarme y de alguna manera ha sabido que trabajo
aquí para conseguir mis datos o lo que sea que se necesite para llevar a cabo
ese tipo de trámites. Ahora sí que me la he cargado. Con esto mi madre
definitivamente va a matarme. Lo menos que me hará será meterme en un
avión de vuelta a China y castigarme mandándome a vivir con la tía Rushi
Lin a Hangzhou, como siempre dice que hará.
Mis pensamientos se ven interrumpidos cuando él también se agacha y
me mira desde el otro lado, sonriendo, con el rostro algo deformado por el
efecto del agua y el cristal.
—Nĭ hăo —oigo a mi madre entrar en escena para darle la bienvenida
al recién llegado—. Hola.
—Buenas. —Él se incorpora para prestarle atención.
—¿Mesa para uno, señor?
—Eh... —Me mira de nuevo, algo confuso esta vez—. Sí, por favor.
Me doy cuenta entonces de que tengo el bote con el pienso, todavía
abierto, demasiado cerca de la cara y la nariz ha empezado a picarme
mucho. Antes de poder aguantarme, estornudo de forma fuerte y sonora
sobre el tarro, haciendo que todo el contenido salga volando a gran
velocidad y termine flotando a mi alrededor, descendiendo lentamente sobre
la pecera, sobre el suelo y sobre mí. Y lo que es todavía peor, con aquello
atraigo la atención de todos los comensales y también la de mi madre, que
me fulmina con la mirada como si tuviera instalados rayos láser en los ojos.
Si hay miradas que matan, esa es una con la que desearías estar muerta.
—¡Pero qué veinticinco años más mal llevados! —me grita cabreada y
en chino, de manera que él no puede entendernos—. ¿Cuándo madurarás?
Atiende al cliente y después limpia este estropicio.
Luego, como si no hubiera dicho lo que ha dicho y todo hubiera sido lo
más normal del mundo, mira al recién llegado, que está algo descolocado
por la bronca que me he ganado y de la cual él no ha entendido nada. Le
sonríe haciendo al mismo tiempo una pequeña inclinación de cabeza. Por
unos instantes me quedo perpleja. Todavía no me creo que esté ocurriendo
todo esto. Desearía que el despertador se activara y se quedara en un mal
sueño. Bajo la tapa de la pecera y dejo el dichoso bote sobre esta antes de
hacerle una indicación al tío de la esquina para que me siga. Cojo una de las
cartas apiladas en el atril de la entrada y lo siento en una mesa para dos,
discreta, en el otro extremo del restaurante.
—¿Aquí te parece bien?
—Eh... sí —dice confuso, mirando a su alrededor antes de sentarse.
—¿Habías venido antes?
—Pues no, la verdad, es la primera vez.
Con su respuesta todos mis pesares cobran más fuerza.
—Y... ¿por qué has venido? ¿Me vas a denunciar por haberte pegado
ayer en la calle?
—¿Qué? ¡No! No, no... ¡no! Claro que no. Lo de ayer fue un
accidente.
—Menos mal —suspiro, y me siento tan aliviada que me apoyo
poniendo una mano sobre la mesa.
—¿Por qué estás tan agobiada?
—Llevo un día de mierda.
Entonces vuelve a estallar en carcajadas, como ayer en la calle.
—¿Sabes que tienes comida de pez en la cabeza?
Me señala el pelo, y siento calor en mis mejillas. Tengo que escapar de
esta situación. Así que dejo la carta sobre su mesa sin decir ni una sola
palabra y me voy a paso ligero hacia el aseo.
«Tienes comida de pez en la cabeza». Una chica jamás está preparada
para que un tipo tan atractivo le diga eso. Bueno, en realidad, ninguna
mujer en el planeta, sea de la condición que sea, está preparada para que
nadie, jamás, en la vida, ¡bajo ningún concepto!, le diga esas palabras juntas
en una misma frase.
Una vez encerrada en el baño, me miro en el espejo y me doy cuenta
de que es todavía peor. No solo tengo comida de pez en el pelo, sino
también sobre los hombros y en una mejilla. Me sacudo como puedo y me
quito con cuidado lo de la cara tratando de no obsesionarme más de la
cuenta. Si dentro del bote olía a pez muerto y podrido, no quiero ni pensar a
qué me oleará ahora el cabello ni la mezcla de tufillos tan interesante que se
habrá producido sobre mi blusa. Esto parece un castigo de Buda por estar
ocultándole a mis padres mi aventura en la universidad. Vuelvo a fijarme en
mi reflejo en el espejo y decido que ya es hora de volver al trabajo.
—¿Qué haces ganduleando en el aseo, Nina?
Pongo los ojos en blanco al oír la voz de mi madre. A veces puede
resultar asfixiante, pero se convierte en tu peor pesadilla si además está
enfadada.
—¿Le has llevado ya la bebida al chico?
—No, mamá, justo iba ahora —digo, tratando de transmitir normalidad
y parecer ofendida por su pregunta—. Ni que se me olvidara algo tan básico
como preguntarle a la gente qué es lo que quiere beber.
Claro que se me había olvidado...
Voy detrás de la barra y me quedo unos segundos observando las
bebidas. Evidentemente, debería reconocer mi error y hacer bien mi trabajo,
pero no puedo mostrar que he cometido otro fallo, así que apuesto por una
Coca-Cola Zero. Porque ese refresco suele ser un acierto y ahora se ha
puesto de moda que sea Zero. A casi todo el mundo le gusta, ¿no? Abro la
botella y la pongo en una bandeja junto con un vaso de tubo alto, con dos
hielos y una rodajita de limón. ¿Y si en realidad quería una cerveza?
—Dime, por favor, que te gusta la Coca-Cola Zero y que era justo eso
lo que me ibas a pedir —suelto nada más llegar, y le miro con mi gesto de
pánico y una pizca de esperanza.
—Me gusta.
Suspiro de alivio otra vez, colocando el vaso en su mesa, y acto
seguido le sirvo la bebida.
—¿Sabes ya lo que vas a tomar?
—La verdad es que no. No soy de comida china, aunque supongo que
puedo darle una oportunidad.
—No eres de comida china y sin embargo estás aquí. —Abro los ojos
sin entender.
—Es que yo todo esto no lo tenía planificado.
—¿Qué intentas decir?
—Yo... Verás... —Le veo coger su portafolios de cuero y del interior
saca mi libro perdido—. Se te cayó esto, y bueno, dentro ponía Nina Chou,
que intuyo que es tu nombre, y también había un folleto de take away de
este restaurante con un montón de anotaciones por detrás. Pensé que tal vez
estarías aquí, y por suerte así ha sido. Quería devolvértelo. Eso es todo.
—¡Guárdalo ahora mismo! —pido nerviosa al comprobar que mi
madre ronda por la zona—. Mejor ponlo dentro del menú y así podré
llevármelo.
—¿Cómo? No entiendo nada. Por qué demonios llevas un libro de
estadística camuflado como la revista Glamour de... —Mira la portada antes
de continuar—: Octubre. ¡Ni siquiera está actualizado!
—Puedes burlarte todo lo que se te antoje, pero, por favor, deja el libro
ya. Estás llamando demasiado la atención.
—Vale, perdona... ¿Y qué estudias?
—Eh... Química.
—¿Y por qué da la sensación de que quieres ocultarlo?
—¿No deberías decirme qué quieres comer y punto?
—Mmmm... Te pone nerviosa la idea y evitas mis preguntas. ¡Encima
de que te traigo el libro!
—Oye, eres muy rarito.
—Tú no te quedas atrás.
Decido no agregar nada más y espero de la forma más paciente que
puedo a que él me diga qué quiere comer.
—No sé qué pedir.
—¿Qué es lo que más te gusta?
—Es que... —creo ver cómo se sonroja—. No tuve una buena
experiencia con la cocina asiática en el pasado...
—Oh...
Estoy a punto de volver a puntualizar que pese a ello está en un
restaurante chino, pero me callo. Está claro que ha venido solo para darme
el libro, lo cual me descoloca bastante. ¿No hubiera sido mejor
entregármelo e irse?
—Bueno... No sé dónde habrás estado otras veces, pero este sitio es
bueno. Y no lo digo solo porque yo trabaje aquí. Te lo prometo. Mi padre es
un excelente cocinero. —Trato de sonreírle—. ¿Qué tipo de comida te
gusta?
—La pizza, la pasta, la carne, la paella, la tortilla de patata...
—Pasta... —me quedo con ese dato—. Tal vez quieras probar nuestro
chow mein. Son fideos fritos, salteados con verduras, pollo, ternera, gambas
o lo que tú prefieras.
—Me gustan las gambas... Tomaré el chumén.
—Chow mein —repito, a modo de corrección.
—Chao min —responde, esforzándose en repetirlo bien.
No puedo evitar dibujar una sonrisa al ver cómo se le enredan las
palabras, y es que, para él, casi todos los nombres de los platos deben de
resultar complicados; un auténtico lío.
—De acuerdo. —Anoto en la libreta.
Vuelvo a dedicarle otra sonrisa y al recoger la carta aprovecho para
esconder mi libro en su interior, marchándome como si lo que acabo de
hacer fuera lo más normal del mundo.
Trato de mantenerme alejada, aunque atenta a lo que hace, esperando
de verdad que le guste la comida. Frunzo el ceño al observarle cogiendo los
palillos para comer, sin éxito. Al tercer intento veo cómo los fideos se le
escurren, termina salpicado por la comida y se le cae uno de los palillos al
suelo. Intento no reírme, ser buena y acercarle un tenedor.
—Gracias —me dice, y esta vez es él quien parece sonrojarse.
Me retiro y no vuelvo a aparecer con otra sugerencia hasta que termina
su plato.
—¿Qué tal el chow mein?
—Sorprendentemente bueno.
Su respuesta agranda mi sonrisa, haciéndola sincera y satisfecha.
—Me alegro de haber acertado. Te traigo otra cosa para que la pruebes.
A esta invita la casa, por el favor del libro, ya sabes...
—Pensé que lo necesitarías... Por cierto, lo que había escrito detrás de
los folletos del restaurante, ¿también era tuyo?
—Eh... Sí —respondo, extrañada.
—Eran operaciones muy avanzadas, nada que ver con el temario que
vi.
—¿Y qué?
—No, nada... solo... me preguntaba... No sé —se aturulla—. ¿Qué te
parece la asignatura?
—Pues... a veces la amo y otras la odio.
—O sea que, estadísticamente hablando, eso es que la llevas bien... Ya
sabes, cincuenta por ciento genial y cincuenta por ciento mal...
—Supongo que sí. —No puedo evitar reírme—. Ese intento de broma
ha sido pésimo, por cierto.
—Pero a ti te ha hecho gracia. —Carraspea—. ¿Te sabes el chiste del
estadístico?
—Mmm... ¿Probablemente?
—Vale, era otro chiste malo...
—Lo era... —Ambos reímos esta vez, hasta que él señala el plato que
le he traído.
—¿Qué es?
—Ternera con bambú y setas.
—¿Esto es ternera? Son trozos muy pequeños, ¿no?
—¿Te da miedo no reconocer el animal? —bromeo.
—No quería decir eso, perdona...
Sonrío al verle nervioso.
—¿Te has planteado el hecho de que nosotros comemos con palillos y
que estos no están precisamente afilados? Solemos trocear la comida al
cocinarla, y así, es todo más sencillo de tomar luego, aunque en este caso no
conserve la forma de filete.
—Visto así me parece muy práctico.
—Bueno, será mejor que te deje comer tranquilo antes de que mi
madre me llame la atención, ¡qué aproveche!
Retiro el bol que contenía los fideos y me alejo para atender a otras
mesas, aunque pendiente de su reacción, que, al parecer, es buena, porque al
final casi se pone a rebañar el plato.
—¿Ahora tal vez un postre? —me acerco—. ¿Té o café?
—No, gracias, estoy llenísimo. Estaba delicioso, por cierto.
—Me alegro.
—¿Aceptáis Visa?
—Ajá. Vuelvo enseguida.
Regreso con el datáfono en la mano y, al cobrarle, me fijo en el
nombre de su tarjeta de crédito, como si así estuviera descubriendo un
valioso y extraordinario secreto: Rubén López.
—Ya está. Muchas gracias.
Voy a depositar el tique en la mesa justo cuando él extiende el brazo
para cogerlo, haciendo entonces que nuestras manos choquen
accidentalmente. Siento el cálido y suave tacto de su piel contra la mía.
Por unos instantes, fugaces, nos miramos a los ojos, nerviosos.
—Gracias por venir a El Dragón Feliz, y... gracias por el libro.
Y dicho esto, me giro para alejarme de él, aunque más bien huyo hacia
los vestuarios, deseando esconder la cabeza en la taquilla, donde nadie
pueda verme. Tengo que concederme un par de minutos y procesar lo que
acaba de pasar ahí fuera. Pero ¿qué estoy haciendo? De mi interior surge la
necesidad de volver a la mesa del tío de la esquina antes de que se marche,
pero cuando regreso, ya no está. Miro a mi alrededor y confirmo que ha
desaparecido.
Se ha ido...
Me acerco a su mesa para limpiarla y entonces me doy cuenta de que
hay algo escrito en la copia del tique que yo le tendí unos minutos atrás.

Lo mío son las mates, y aunque vayamos por caminos paralelos en ciencias, y tal vez no
volvamos a encontrarnos, si algún día te apetece hablar un poco más sobre estadística,
hacer algunos chistes malos o simplemente charlar con alguien, puedes escribirme.

Le sigue un número de teléfono, su nombre, y después, otra frase más:

P.D.: Gracias por descubrirme un nuevo mundo gastronómico.

Dibujo una sonrisa y me quedo observando su escritura, algo curvada


hacia la derecha, de letras redondas, unidas y en tinta azul.
La vibración de mi móvil me hace regresar a la realidad y cuando miro
la pantalla del teléfono es un mensaje de Paco:

Vaya excusa más mala para volver a saber de mí.

Lo releo y pongo los ojos en blanco.


¿En serio...? ¡Será engreído! Decido ignorarle y, cuando el restaurante
esté más despejado, llamar a Sara para que me siga contando su cita
desastrosa y ponerla al tanto de mis novedades.
8

Esta noche soy la última en abandonar el restaurante junto con mi padre, a


quien le di pena y se quedó para ayudarme a cumplir mis castigos.
Él no es un hombre muy alto, y bromea diciendo que cada año encoge
un poco más, pues Fang le supera en altura y yo soy la única de su misma
estatura.
Además de limpiar la pecera por la tarde y tener que soportar a esos
escurridizos animalitos de colores saltando en la redecilla con la que los
cazaba, mi madre apareció con cara de bulldog y decidió que mi escapadita
a los vestuarios para hablar con Sara por teléfono bien merecía otra tarea en
mi lista. Es increíble, pues tengo veinticinco años y todavía se cree con el
derecho de castigarme.
—¡Nina Chou! —exclamó—. ¿Se puede saber dónde te habías
metido?
—Eh... —No supe ni qué responderle, porque dijera lo que dijese no
iba a gustarle.
—Si fueras otra camarera cualquiera de este restaurante ya hace
tiempo que te habría despedido. En fin..., esta noche te quedarás tú —me
dijo antes de volver a sus menesteres.
Cerrar de noche el restaurante se traducía en barrer, sacar la basura y
recoger las últimas cosas que quedaban desperdigadas tras el servicio. Era
la una y media de la mañana y tanto papá como yo caminábamos
arrastrando los pies por las calles de Usera, frecuentadas por otros
compatriotas que volvían a sus casas y también por otras personas que
disfrutaban de sus salidas fiesteras por la noche. Me fijé en un grupo de
chicas que andaban gritando y riendo y me dieron algo de envidia. Claro
que alguna vez yo también salía con mis amigas, pero no mucho.
Normalmente estaba demasiado cansada con todo lo que tengo programado
en el calendario y sin suficientes ganas como para alargar el día hasta las
tantas de la madrugada.
—Mi pequeña flor de loto, no paras de cabrear a tu madre. —La voz
de mi padre interrumpe mis pensamientos—. Ganarás más con ella si le
sigues la corriente y de vez en cuando la sorprendes presentándote antes en
el restaurante o cosas así. Estoy seguro de que tendrías más libertad si lo
hicieras. No estaría tan pendiente de lo que haces y dejas de hacer o cómo
lo haces...
—Estoy demasiado cansada, papá. Madrugo mucho por las mañanas y
por las tardes voy al restaurante. Soy joven y me gustaría poder aprovechar
este momento de mi vida, disfrutarlo un poco. No sé si me entiendes... A
veces quisiera ser más como esas chicas —señalo al grupo que me había
llamado antes la atención y él niega con la cabeza.
—Pero si son una panda de borrachas. Deberías centrarte en aprender
de tu hermana.
Resoplo, porque no creo que su comentario merezca respuesta y está
claro que no vamos a entendernos, aunque a veces reconozco que papá me
sorprende. Tiene detalles, como cuando me trae algún dulce a escondidas de
mamá, o de pequeña, cuando sabía que yo deseaba con todas mis fuerzas
una muñeca, un juguete o un libro, y él me lo compraba. Papá es esperanza,
amor y complicidad. Por eso me sentía tan mal al pensar que le estaba
ocultando cosas como la universidad, pero tenía miedo de que le
preocupase volver a repetir la historia del instituto.
—Sé que tu madre puede ser difícil a veces... Yo también creo que
todavía eres muy joven y, además, en este país las cosas se hacen de otra
forma...
—¿Me hablas de Paco?
—El hijo de los Zha es un buen chico. Es inteligente, aunque seguro
que no tanto como tú...
—Papá... —intento interrumpirle porque, la verdad, no estoy segura de
querer hablar de chicos precisamente con él.
—Vale, vale... Dejaré el tema.
—Gracias.
Suspira.
—Te trajimos siendo una adolescente y no tienes por qué pensar igual
que tus padres. Hagas lo que hagas, eres mi hija. Nunca nos has dado
disgustos y has sido buena chica. Quiero que sepas que estoy muy orgulloso
de ti, pero no olvides de dónde vienes. Me refiero a que la cultura, las
tradiciones y la historia son importantes, porque son nuestra esencia y
siempre serán parte de lo que tú eres. —Llegamos entonces al portal de
nuestro edificio, no muy lejos del restaurante—. Hablaré con tu madre para
que no te atosigue tanto, aunque ya te aviso de que no sé cuánto tiempo
podré contenerla. Sus amigas no paran de cotillear y preguntar por tu vida
sentimental... Ya sabes que cuando se le mete algo en la cabeza a veces es
muy testaruda, como tú, pero te quiere, y por eso lo hace. A veces os
parecéis más de lo que piensas.
—Papá...
—Vale, vale, ya paro.
Una vez en casa, me quito los zapatos cambiándolos por mis pantuflas,
que siempre están en la entrada. Nunca caminamos por casa con el calzado
de la calle y si vienen invitados siempre les ofrecemos zapatillas o chanclas
que puedan usar mientras están aquí. Voy hacia mi dormitorio arrastrando
los pies y una vez dentro cierro la puerta y me tiro en plancha sobre la
cama, hundiendo la cara en la almohada. Al olerla puedo percibir el olor a
limpio que desprende. Mi madre debe haber cambiado las sábanas esa
misma mañana, algo que agradezco, y me transmite una sensación de
bienestar que parece restar parte del cansancio. Estoy agotada, sí, pero al
mismo tiempo demasiado despierta como para dormir. Alcanzo el
ordenador portátil que descansa en mi mesita de noche y abro Netflix,
esperando encontrar algo nuevo con lo que pasar el rato, pero entonces
pienso en mi teléfono móvil, y en la conversación con el tío de la esquina,
bueno, Rubén, ahora que sé su nombre. En el bolsillo del pantalón todavía
tengo el tique con su número de teléfono y, aunque una parte de mí me dice
que es una locura, la otra tiene curiosidad por ese chico de ojos color
bosque... ¿Será muy tarde para escribirle?
Y además... ¿escribirle el qué exactamente?
Releo su nota y sonrío con mi ocurrencia ante la parte de «... y aunque
vayamos por caminos paralelos en ciencias, y tal vez no volvamos a
encontrarnos...».
9

Contemplo la pizarra, sosteniendo el rotulador azul a pocos centímetros de


la superficie blanca, pensando en las posibles alternativas para seguir
avanzando, pero me cuesta, porque vuelvo a recordar la nota que dejé en el
restaurante.
¿Por qué no se lo dije directamente a ella? ¿En qué estaba pensando?
¿Y si lo vio otra persona?
Mi teléfono vibra sobre la mesa y le dirijo una mirada rápida. No
parece que quien me ha escrito vuelva a hacerlo, así que no es mi hermana,
porque ella suele ser de las que te bombardean con muchos mensajes de
golpe. Tampoco mi madre, pues ella siempre llama y, por otro lado, Ricardo
suele saludar y después mandar un audio, por lo que queda descartado. ¿Es
posible que sea...?
Niego con la cabeza y alcanzo el aparato. Solo hay una forma de
saberlo.

Si las rectas paralelas se encuentran en el infinito, y nuestros


caminos siguen la misma premisa, tal vez estos puedan volver a
cruzarse, aunque sea para contar chistes malos de estadística.

Sonrío al leer el mensaje y memorizo el número.


Me siento y lanzo el rotulador sobre la mesa. Una parte de mí está
sorprendido de que me escriba, y la otra anda con esa mezcla de interés y
emoción por poder mantener una conversación con ella, pero... ¿qué puedo
decirle después de leer lo suyo...?
Y así, ese punto infinito pasa a ser la aplicación de WhatsApp.
Es un alivio que fueras tú quien encontró mi nota. En serio,
nunca he hecho algo así y después estuve dándole vueltas... Me
preocupaba que pudiera caer en manos de tu madre.

Supongo que ha sido también cuestión de suerte que lo cogiera


yo.
Por cierto, siento la hora, tal vez es un poco tarde...

No importa, estaba currando, así que eres una buena excusa para
dejarlo por hoy.

Yo ya he terminado mi jornada y hace poco que llegué a casa.

¿Y ha sido muy dura?

Bueno... me reí y recuperé mi libro, así que supongo que no ha


estado tan mal.
¿Y la tuya?

Mis días son un poco como el número Pi, no terminan nunca.

Jajajaja
¿Y eso por qué?
Por mi trabajo. Consiste en darle muchas vueltas a la cabeza, lo
cual puede ser un doble inconveniente... El primero es que,
cuando salgo de la universidad, suelo continuar en casa, y el
segundo es que, si los demás te ven sentado en la silla, mientras
estás pensando, en realidad creen que no estás haciendo
absolutamente nada.

Pobre... desde luego, suena intenso.

Tal vez un poco, pero me apasionan las matemáticas, así que


disfruto con lo que hago.

En ese caso, tienes mucha suerte de poder dedicarte a lo que te


gusta.
¿Puedo preguntarte en qué universidad trabajas?
¿Qué haces exactamente?

Trabajo en un proyecto de investigación junto a un compañero.


También lo combinamos con dar clase de matemáticas a uno o
dos grupos, dependiendo del cuatrimestre. Estamos en la
Complutense.

¡Es donde estudio yo!

¿En serio?
¡Sí!
¿Qué probabilidades podía haber de coincidir en eso?

¿De verdad quieres que entremos en ese campo de nuevo? Ya


sabes que tengo antecedentes de chistes pésimos...

Jajajajajaja
¿Y cómo es que acabaste eligiendo matemáticas?

Siempre me han fascinado. Algunos problemas son retos


constantes que quiero superar y resultan el único lenguaje que es
igual en cualquier parte del mundo. Las matemáticas van a ser
las mismas aquí que en Islandia, Australia o Japón.

Hablas de resolver problemas como si fueras a pasarte un


videojuego.

Supongo que en parte puede verse así. Aunque tal vez sea una
tara mía, jajaja. Mi hermana dice que soy un bicho raro. ¡Huye
mientras puedas!

La mía me dice exactamente lo mismo.


No tienen ni idea...

Y tú, ¿por qué elegiste química?


Me gusta saber por qué ocurren las cosas e indagar en las
reacciones que puedan crear.
Es un mundo lleno de posibilidades y misterios.
Y a veces me recuerda un poco a la asignatura de pociones en
Hogwarts, ya sabes... de adolescente me encantaba Harry Potter.

A mí también. Soy de los que prefieren los libros a las películas,


pero con Harry Potter me gustan ambas versiones. Cuando vi la
última en el cine sentí que aquello había sido el fin de una era
importante en mi vida.

¡Me ocurrió lo mismo!

¿Y en qué curso de química estás ahora? ¿O estás cursando


algún máster?

Hago la pregunta justo en el mismo segundo en el que recibo otro


mensaje suyo, por lo que tal vez no me da una respuesta...

Bueno, es tarde, pero ha sido genial hablar contigo por aquí.


Deberíamos seguir en contacto.

Como no quiero que se desconecte tan pronto, pienso en algo rápido


que haga que se quede solo un poquitín más.

¿Ya vas a dormir?


En realidad, estaba pensando en ponerme algo en Netflix antes
de acostarme, ¿alguna recomendación?

Eso depende, ¿qué tipo de series te gustan?

No sé, lo típico, supongo...

Así no me lo pones fácil. ¿Cuáles son las últimas tres series que
has visto y les das buena puntuación?

1. Death Note

Se me escapa una carcajada al leerlo, ¡me encanta! También le gusta el


anime japonés.

2. The Mandalorian

Así que le gusta Star Wars... ¿De dónde ha salido esta chica maravilla?

3. Las chicas Gilmore

Vale, te perdono lo de Las chicas Gilmore, pero en lo demás


tienes buen gusto para escoger series.
Las chicas Gilmore son geniales. No tienes ni idea...

¿Lo dejamos en que no es mi género?

Por ser tú, te lo paso.

¿Has visto ya Stranger things?

Todavía no.

100% recomendable. Me gustó tanto que quiero volver a verla.

Me pongo a ello ahora, ¡gracias!

Ya me dirás qué tal.

Eso por supuesto. Mañana te cuento.

Oye, Nina, una última cosa antes de que te vayas... Retomando


la posibilidad del inicio, en el que cada uno de nosotros
representa una recta paralela, se me ocurre que quizás podamos
jugar con ventaja y establecer dónde queda el punto infinito en
el que nos cruzamos, tal vez, una tarde, tomando un café.

No puedo determinar nada hasta después de mis exámenes y, de


momento, prefiero seguir hablando por aquí.

Ok. Me parece bien.

Me quedo mirando el teléfono como un idiota mientras su estado de


online se esfuma, pues lo debe de tener configurado de manera que no
marque cuándo fue su última conexión.
Suspiro, y justo cuando voy a bloquear la pantalla, vuelve a escribir.

Dijiste que querías volver a ver Stranger things, ¿te apetece


hacer un Netflix party conmigo?

¡Claro!

Ok, pues te paso link.


10

Alguien entra en mi habitación y comienza a abrir las cortinas mientras dice


cosas que no tienen sentido para mí. Abro un ojo y veo que es mamá, así
que tampoco me sorprendo demasiado. Estoy tan cansada que no he debido
oír el despertador, pero ayer por la noche me vi dos capítulos de la serie
nueva con Rubén y apenas he dormido recordando nuestras conversaciones.
—¿Me estás escuchando?
—Mamá, por favor... —Es entonces cuando algo se activa en mi
cerebro—. ¡¿Qué hora es?!
—Las ocho y veinte, ¡llegarás tarde a la peluquería!
—Mierda...
Me levanto sin ser persona. Arrastro los pies tratando de abrir los ojos
mientras cojo algo de ropa limpia del armario sin prestar mucha atención a
lo que hago, y me voy al baño para ducharme.
Odio estos despertares. Y la cosa no mejora, porque cuando voy a la
cocina después, me pongo un té con agua fría por accidente. ¡Seré idiota!
Trato de poner todas mis neuronas a trabajar en la misión de terminar el
desayuno, pero entonces mi teléfono móvil vibra.
Lo alcanzo, pensando en el tío de la esquina, Rubén, pero mis ilusiones
se desvanecen al ver que en realidad es mi amiga, Sara Xu.

¿Te recojo después de comer?

¿Que si me recoge...? Parpadeo, tratando de recordar, y entonces me


doy una palmada en la frente.
—¡Mamá! Tengo ensayo, así que no iré al restaurante.
—Pero, Nina, ¿dónde tienes la cabeza? ¿En serio lo habías olvidado?
—Aparece poniendo los brazos en jarra y negando con la cabeza—. Hoy va
la modista para la prueba de trajes. Ya he visto el tuyo, por cierto.
Me guiña un ojo y parece emocionada.
Con todas las cosas que hago en mi vida, a veces siento que no llego a
todo, y esto es solo una prueba de ello. Desde hace cuatro meses acudo al
ensayo de los bailes que haremos en el desfile del Año Nuevo chino. Mi
madre se empeña en que participe en ese tipo de actividades organizadas
por la comunidad, aunque a veces creo que quiere exhibirme para ver si así
consigo una pareja. Me exaspera, pero gracias a los ensayos, a veces he
fingido que duran más y me he podido escapar a estudiar a una cafetería o a
la biblioteca, lo cual me beneficia.
Al final, mamá se va antes que yo, y aprovecho para quedarme en casa
en lugar de ir a estudiar a la universidad. Así tendré tiempo suficiente hasta
que Sara me recoja, por lo que intento aprovechar el tiempo al máximo
hasta que el timbre de la calle me anuncia que ya es la hora.
Bajo los escalones de dos en dos, con mi mochila a la espalda, y una
barrita de cereales con chocolate que voy mordisqueando, pues no me
apetecía cocinar, y para comer me calenté un vaso de fideos instantáneos.
En el portal está ella, una chica de mi altura, con los ojos oscuros,
maquillados con sombra plateada y eyeliner negro. Lleva el pelo corto y
negro hasta la altura de su afilada barbilla, y un flequillo perfectamente
recortado que le cubre las cejas. Ha pasado casi toda su vida en España, por
lo que no tiene ningún tipo de acento y, además, le encantan los k-dramas
(series de TV coreanas) y también los c-dramas (series de TV chinas),
aunque suele ver más de los primeros porque está loquita por un actor de
Corea del Sur de cuyo nombre nunca consigo acordarme. Al igual que yo,
Sara es otra adicta al pintalabios rojo. Ambas nos abrazamos al vernos y me
invade su perfume dulzón, que sin duda refleja su personalidad soñadora,
sentimental y afable. Ella trabaja en la peluquería de mi hermana, por lo que
forma parte del clan de chicas que me guarda el secreto de la universidad.
En realidad, no se llama Sara, sino Jiang Li Xu, pero al igual que
muchas personas de nuestra comunidad, se hace llamar por un nombre
occidental. Mi familia es tan tradicional que no ha adoptado esa costumbre
que, sin duda, me resulta curiosa y un poco desconcertante, ya que en su
documento de identidad aparece únicamente el nombre chino, pero en la
firma se puede leer Sara perfectamente y ni rastro de lo anterior.
—Mi tía ha visto ya los hanfu y al parecer son magníficos —dice
emocionada, juntando ambas manos mientras comienza a hablar de los
vestidos tradicionales—. Creo que va a ser el año en el que más bonitos
son.
—Ajá... —contesto, por hacer algún gesto que muestre que la estoy
escuchando. A ella esas cosas le apasionan mucho más que a mí, y me
decido a participar con alguna pregunta—. ¿Te ha dicho de qué color son?
—Blancos, con flores rojas, pero el tuyo es casi todo rojo.
Me trago con dificultad lo que queda de mi barrita y tiro el envoltorio
a una papelera por la que pasamos mientras analizo la situación. O sea, que
todas irán con su vestido tradicional, o hanfu, pero el mío es de un color
diferente. Está claro que soy la bailarina central en varias de las
coreografías, porque la profesora se empeñó, pero algo me hace sentir que
mi madre está detrás de todo esto.
—Nina, te chirrían los dientes.
—¡Argh! Es que me desquicia. Seguro que mamá ha metido la mano
también aquí. Me exhibe como si fuera ganado, y ya me estoy empezando a
hartar.
—¡No seas tan exagerada! Además, eres la artista protagonista, ¿no
deberías destacar como tal?
El bolsillo de mi abrigo vibra y me llevo la mano al interior para mirar
el móvil, cabreada, hasta que leo el nombre de Rubén en la pantalla de mi
teléfono y automáticamente se me dibuja una sonrisa.

Hola, ¿qué tal llevas el día?

¡No me puedo creer que me escriba para preguntarme cómo va mi día!


Se me escapa hasta un suspiro y, de repente, ya tengo la cabeza de Sara
esforzándose por averiguar qué ocurre dentro de la pantalla del teléfono.
—¿A qué viene esa cara? —dice, intentando captar lo que pone en el
mensaje—. ¿Acaso la cita con Paco resultó ser más interesante de lo que me
contaste? ¿Qué me he perdido?
—Para nada. La última cita solo fue otra experiencia traumática que
añadir a la lista —reniego al recordarlo, y agito la cabeza tratando de
borrarlo de mi mente.
—Pues yo creo que Paco se comportó así al final para que pudieras
estudiar. Te echó un capote por encima sin habérselo pedido. Está claro que
le gustas y sin duda ese detalle le da muchos puntos como potencial
candidato.
—No lo creo. Y de potencial candidato ni hablar. Ni siquiera pienso en
él como una posibilidad, ¿queda claro?
—Lo que tú digas, pero ahora dime, ¿qué está pasando?
—Ays... Es el chico que me devolvió el libro.
—¿Con el que tropezaste en la calle? ¡Venga ya! ¿Le escribiste
después de que te dejase la nota?
—Sí.
—Vaya, vaya... —Me observa, divertida—. Estoy realmente
sorprendida. Pensé que no te atreverías.
—Pues ya ves, lo hice.
—¿Y bien?
—Anoche estuvimos hablando por WhatsApp y después vimos Netflix
en la distancia.
—¡¿Qué?! ¡Cuéntamelo ya, Nina!
Le hago un breve resumen de nuestra conversación de anoche e
incluso le leo la frase en la que me propone tomar un café.
—Pero, por favor, ¡me encanta! Yo también quiero a alguien con quien
poder ver Netflix a distancia —dice, poniendo ojitos y juntando de nuevo
las palmas de las manos, sumamente emocionada.
—Eres una romántica empedernida.
—Es que... ¡me parece fabuloso! Suena como esas comedias
románticas que ponen en el cine, y, además, para hacerlo más interesante,
en lugar de a un chino, has conocido a un chico de este país... Ejeeemmm.
—¿Qué importa su nacionalidad? Mientras sea una buena persona...
—No me refiero a eso, sino a... Tú ya sabes lo que dicen —comenta,
dándome un apretón en el brazo.
—¿El qué? ¿Qué dicen?
—Su sorpresa es... ¡enorme! —Hace un gesto con los brazos
abarcando un gran espacio.
—¿Qué? ¿Su sorpresa es enorme? ¿Qué demonios intentas...? —Y
entonces lo capto. Siento cómo comienzo a ponerme tan roja como las
varitas de incienso con las que mi madre reza a Buda—. No puedo creer
que estés hablándome de penes —le digo indignada.
—¡No seas tan mojigata! Somos amigas desde hace demasiados años
como para andarnos con esa clase de remilgos. Eso sí, aunque prefiero los
regalos grandes, reconozco que no me gustaría tratar toda la vida con un
salami gigante. Eso tiene que ser una tortura, y para mí, desde luego es un
motivo de ruptura. Así que piénsatelo dos veces antes de hacer nada.
—¿Tú no estuviste ya con un chico de Madrid? —pregunto entonces
con algo de curiosidad, pero fingiendo que no me importa. Creo que la
referencia al embutido me ha impactado y preocupado a partes iguales.
—Sí, bueno... Pero no llegamos a acostarnos. Fueron solo cuatro
besos. En cuanto mi madre se enteró de que no era asiático y no venía de
una familia digna de su aprobación, lo espantó. Además, tampoco me
gustaba tanto, ya sabes que yo quiero un doble de Kim Woo-bin en mi vida,
o al auténtico, ya puestas...
Suspira y entorna los ojos mientras yo pongo los míos en blanco.
—No sé qué le ves a ese actor.
—Eres muy rara, Nina. Jamás te gustan los mismos chicos que a
nosotras.
—Míralo por el lado positivo: nunca discutiremos por un hombre.
Ambas estallamos en risas justo cuando llegamos al centro en donde
ensayamos, junto al templo budista del barrio, y aprovecho para
escabullirme y poder escribir a Rubén.

Hola.
Bien, ¿y el tuyo?
Su respuesta llega casi al momento.

Bien también.
¿Te pillo trabajando?

¡Qué va! Hoy toca ensayo, así que me puedo escaquear.

¿Ensayo?

Preparamos unas coreografías de baile para participar en el


desfile del Año Nuevo chino que hacemos el mes que viene.

Suena genial y parece interesante.

¿Y tú tienes alguna afición?

Salir a correr. Me despeja la mente.

Me gustaría poder decir lo mismo, pero en mi caso, ahora no


tengo tiempo para hacer ejercicio, a no ser que correr por los
andenes del metro cuente.
Creo que están estudiando convertirlo en nuevo deporte
olímpico.

Me río al leerle.
—¿Estás hablando con tu chico? —Sara aparece en escena con una
sonrisa pícara dibujada en la cara, y yo oculto la pantalla del teléfono,
acercándomela al pecho.
Me fijo en que ya ha dejado su mochila, se ha puesto unas mallas y va
en calcetines.
—No es mi chico y apenas lo conozco. Así que solo es un conocido.
—Bueno, ya sabes a lo que me refiero.
—Sí, es él. —Pongo los ojos en blanco.
—¿Tiene nombre? Así no te pondré nerviosa preguntando por «tu
chico».
—Se llama Rubén. ¿Quedaría muy raro si le llamo por su apellido? Es
más fácil decir López.
—Ay, Nina. —Suspira—. Sería igual de raro que si yo te llamo Chou y
tú a mi Xu, muy formal todo. Además, aquí los españoles se tratan por el
nombre de pila... No tienes escapatoria, a no ser que quieras parecer rarita.
—Lo sé. Tienes razón —digo, preocupándome—. Normalmente
controlo bien la pronunciación, pero no quiero fastidiarla un día y que se ría
de mí. Sara lo digo perfectamente.
—Nina, sácate esas cosas de la cabeza. Hablas perfectamente, créeme.
Y te diré algo más... Si se riera de ti por algo como eso, ya puedes mandarlo
a freír espárragos. Significaría que no merece la pena. Hay mucho gilipollas
suelto y ese podría ser hasta un buen filtro para detectarlos.
Apoyo la espalda en la pared mientras analizo la situación y me dejo
caer hasta terminar sentada en el suelo.
—En fin...
—Está claro que te ha pegado fuerte. Y tú eras la que nunca quería
descargarse Tinder...
—¿Cómo te atreves...? Tinder... ¿en serio?
—Esto que estás viviendo es muy parecido, créeme. ¿Tienes una foto
que puedas enseñarme al menos?
—No.
—¿Y la de su perfil de WhatsApp?
—Es la ventanilla de un avión.
—¡Pues pídele una!
La profesora apareció entonces para llamar nuestra atención por no
estar ya preparadas en la zona de ensayo. Sara fue corriendo con las demás,
y yo me dirigí a los vestuarios con paso lento. En realidad, me encantaría
poder tener una foto de Rubén, pero seguro que es demasiado pronto para
pedirle algo así. ¿Por qué tiene en su perfil de WhatsApp una maldita foto
de las nubes a través de una ventanilla? Aunque bueno, yo tengo una
imagen del cactus de mi escritorio. Supongo que eso nos empata de alguna
extraña manera.
11

¿Puedo pedirte una foto tuya?

El mensaje llega casi una hora después de que yo le escribiera el


último y me desconcierta un poco. ¿Una imagen mía? La verdad es que, por
alguna razón que se me escapa, también me gustaría tener otra de ella.

Si tú me mandas una tuya también.

Envío ese mensaje y me sorprende no recibir contestación. La


proposición que le he hecho me ha parecido un intercambio justo y
equitativo.
Intento seguir centrado en el problema que tengo delante del papel
cuando, a la media hora, mi teléfono vuelve a vibrar por la mesa
anunciando un mensaje: es una fotografía de Nina.
Abro la imagen y se me desploma la mandíbula. Está enfundada en
una especie de kimono. La recordaba guapa, pero en mi móvil la veo
realmente preciosa. Sus labios de color rojo parecen ir a juego con la tela de
su traje, y no tardo en sentir cómo algo comienza a manifestarse en mi
entrepierna. Me levanto, nervioso, todavía con el móvil en las manos y me
digo que tengo que calmarme. Todavía la estoy conociendo, así que ¿por
qué demonios me comporto de esta manera tan irracional?

Estás muy guapa. Ese kimono es muy bonito y te queda genial.


Es un hanfu, un traje tradicional con el que desfilaré.
¿Ahora tendré mi foto?

Cierto, esto iba de hacer un intercambio, y claro, si ella me ha enviado


una foto de hoy, lo justo sería que yo le mandase una reciente también.
Compruebo mi galería de imágenes en el teléfono y me doy cuenta de que
el ochenta por ciento son imágenes ridículas que me llegan por WhatsApp.
Tengo que desactivar la dichosa opción de guardado automático, pero
bueno, eso lo haré luego. Sigo deslizando y me remonto a tiempos de
cuando estaba en Estados Unidos. Qué desastre soy... me voy hacia el
espejo de mi dormitorio esquivando unos vaqueros en el suelo y miro mi
reflejo. Vale, no tengo legañas y estoy bastante presentable. Me paso la
mano por el pelo y me preparo para hacerme un selfi que le mando.
Su respuesta llega a modo de un montón de emojis de estrellas
acompañado de un breve texto.

Me gusta.

Me río yo solo, supongo que en parte por la emoción del momento y


de la situación de estar viviendo esto. Miro a mi alrededor y me recuerdo
que debería recoger mi dormitorio.
En el instituto era mi madre quien me echaba la bronca y ahora, por
surrealista que suene, es la señora que limpia mi casa. Suspiro y vuelvo al
salón abriendo de nuevo la foto de ella, que hace que me vuelva a subir la
temperatura. Tengo demasiadas ganas de volver a verla y saber más... Pero
quedamos en que cuando Nina terminara los exámenes. Eso es algo
importante, y no quiero ser un obstáculo. Además, lo bonito de esto es
disfrutar el momento y saber cocinarlo a fuego lento.
Sigo mirando la foto...
Creo que necesito una buena ducha fría de forma urgente y distraerme
con otra cosa.
12

Los días se esfumaron de golpe y porrazo y el tiempo me devolvió a la


realidad del principal motivo por el que ahora me encontraba en esta
situación de agotamiento. Estaba en la universidad y a mis días les faltaban
horas.
Lo único bueno era que mi estrés desaparecía momentáneamente
cuando Rubén me sorprendía con algún mensajito nuevo, lo cual me llevaba
a un universo paralelo en donde no existían exámenes. Me había
acostumbrado a recibir sus buenos días y sus buenas noches. Hablaba con él
más que con cualquier amiga, y tratábamos aspectos tan comunes que tenía
la impresión de conocerle desde hacía mucho más tiempo del que era en
realidad. De pronto me di cuenta de que sí, que estos días había averiguado
cosas como que su comida favorita era la pasta, su color preferido el verde,
que le gustaba el anime, las películas de acción y un montón de series de
Netflix en las que coincidíamos. Y aquello era una mínima parte de nuestras
conversaciones.
Esta mañana me levanté optimista, y acudí con confianza al último
examen.
No puedo pensar siempre que voy a suspender, aunque según he salido
de pruebas anteriores, mi estado de ánimo se vuelve aleatorio y en cuestión
de segundos paso de un «Me ha salido genial» a «Lo he hecho fatal». Pero
hoy no. Hoy es un buen día, y cuando cruzo la puerta de la facultad me
siento liberada e incluso me concedo unos instantes para cerrar los ojos y
disfrutar del placer de sentir el sol en la cara.
Para celebrarlo, decido pasar por mi pastelería favorita, una china del
barrio, comprar bollitos de piña e ir a ver a las chicas a la peluquería.
Todavía es temprano para entrar al restaurante, y necesito despejarme un
poco.
Mientras camino por la calle que lleva al local de mi hermana, me
percato de que un Jaguar deportivo de color negro aminora la marcha hasta
alcanzar la misma velocidad que yo, algo que me pone nerviosa, e intento
no mirar, mientras sujeto con fuerza la caja que llevo en las manos.
Noto que bajan las ventanillas y entonces escucho una voz que me
resulta familiar.
—¿Encontraste tu libro?
Giro la cabeza y me encuentro con Paco, observándome divertido,
pero al mismo tiempo atento para poder ver lo que hay enfrente.
—¿Qué diablos haces? —Me paro entonces.
—Saludar a una amiga —responde sonriente, deteniendo él también el
coche.
—¿Por qué estás aquí?
—Voy a ver al propietario de un negocio aquí al lado. ¿Y tú?
—Voy a la peluquería.
—Genial, ¿significa eso que se han terminado los exámenes?
—Sí —respondo, aunque me pone algo nerviosa que me pregunte eso.
—No lo he contado ni pienso hacerlo —me dice, como si estuviera
leyéndome la mente, y entonces, cambia de tema—: ¿Esa caja es de la
pastelería? ¿Estamos celebrándolo?
—Sí, supongo que sí... —comento mientras observo cómo otro coche
se para detrás del de Paco, aunque a él no parece importarle estar
obstaculizando el paso.
—¿Qué llevas? Me encantan los dulces.
—Son bollos de piña.
—¿Y para mí no hay?
—¿Qué? —Parpadeo, confusa.
—Venga, sé buena y dame uno. —Sonríe, justo cuando el vehículo de
atrás pega un bocinazo.
—¡Estás entorpeciendo el tráfico!
Él estalla en carcajadas y entonces se marcha, dejándome a mí
totalmente desconcertada.
Continúo avanzando, y no tardo en llegar a mi destino.
—¡Hola! —saluda mi hermana, tan pronto cruzo la puerta mientras
suena la campanita que tiene colgada en la parte superior, anunciando que
alguien ha entrado.
Al otro lado del mostrador está ella, con su precioso cabello ondulado
casi hasta la cintura y sus ojos verdes delineados en negro; parece
sorprendida de verme aquí.
A pesar de que el local huele a laca de uñas, distingo su perfume con
aroma a flor de cerezo, ese tan característico que usa desde que era
adolescente y que me transmite tan buenas sensaciones. No es un sitio muy
grande, pero es acogedor. Las paredes están pintadas en blanco y rosa claro,
las sillas son marrones y blancas, muy chic todo. Resulta agradable estar
aquí.
—¡Pero qué sorpresa verte por aquí hoy! —exclama Sara, que es capaz
de secar el pelo de una clienta mientras mira de reojo el k-drama subtitulado
en el televisor de la tienda.
Las clientas que hay ahora mismo son habituales y tienen amistad con
las chicas, así que no hay riesgo de que se chiven de nada de lo que
hablemos hoy aquí.
—¿Qué nos has traído? —pregunta Mei, la otra peluquera, una chica
también china, con el pelo largo, ondulado y teñido en un gris degradé que
le sienta realmente bien. Lleva los labios pintados en un rosa chicle
brillante, como con purpurina, que me llama la atención, pero que
definitivamente no es para mí, aunque a ella le queda fabuloso.
—Hoy traigo bollos de piña.
—¿Por qué te empeñas en que me salte la dieta? —exclama Fang,
lanzándose a por mi caja para hacerse la primera con un dulce.
—¡Dame uno! —grita Mei, abriendo la boca para que le ponga uno
entre los dientes.
—¿Y qué os contáis por aquí?
—Resulta que mi cita horrible del otro día con el taiwanés
fisioterapeuta que se creía médico no fue tan terrible como la de Mei con un
vasco.
—¿Y eso por qué?
—Era un salido —comenta Fang con la boca llena, tratando de taparse
con la mano.
—Practicaba un deporte que consiste en cortar troncos —comenta
Sara, intentando no reírse.
—Argh... —se me escapa.
La protagonista de la historia se termina de un bocado lo que le queda
del bollo antes de hablar.
—Tal cual... Y me dijo que su fantasía sexual era hacérselo con una
geisha y que si yo estaba dispuesta a cumplirla con él.
—¿En la primera cita te soltó algo así?
—¡Como lo oyes! —Está realmente indignada.
—¿Sabe que las geishas son de Japón? —pregunta la clienta a la que
está peinando.
—Creo que tiene una mezcla equivocada sobre las culturas asiáticas en
la cabeza. Definitivamente, no salgáis con occidentales —añade mientras
nos apunta a todas con el peine redondo que está usando para darle volumen
a la chica que está sentada en su silla.
Trago saliva ante su comentario y decido que lo mejor es atacar la caja
de los bollos.
—Bueno... no todos tienen por qué resultar unos capullos, ¿no? —
comento, pensando en el tío de la esquina.
Ante esto, mi hermana me mira con curiosidad y Sara trata de contener
una sonrisa.
—¿Algo que deba saber? —pregunta Fang alzando las cejas.
—Mmmm... —No me atrevo a decir nada delante de las clientas.
—¿Hermanita...?
—Chica, no hagas tonterías. Todos, absolutamente todos, son unos
imbéciles. Yo también tuve una mala experiencia con un español que se
creía humorista, pero os aseguro que la gracia la tenía en el culo... —dice la
clienta de Mei.
—¿Y eso por qué? —pregunto.
—Llevo solo un año aquí, y reconozco que todavía tengo algunos
problemas de pronunciación, pero el muy bobo lo usó en mi contra mientras
se desternillaba haciendo chistes a mi costa y pidiéndome que repitiera
palabras que contuvieran la R o la Ñ. Por supuesto, no pasamos de la
primera cita.
—Odio que hagan eso... —digo, recordando mi época en el instituto.
—Anteriormente había salido un par de veces con otro que al principio
creí que era bastante majo y me hizo ilusionarme. Un valenciano que conocí
a través de una web de citas, pero que vivía aquí en Madrid, y la cosa no fue
mucho mejor...
—¿Estas recordando otra vez al ciclado del gimnasio? —pregunta
Mumu, otra de las clientas.
—Sí, qué le voy a hacer... El chico era guapo, pero me daba un poco
de grima que llevase las cejas mejor depiladas que yo. ¡Teníais que haber
visto la precisión con la que se lo habían hecho! Además, estaba
obsesionado con el ejercicio. —Hace un gesto para ponernos en situación
—. Yo le preguntaba algo así como: ¿y qué vas a hacer hoy? Y él,
dependiendo del día que fuera, te respondía cosas como: abdominales y
bici. —Todas nos reímos—. Evidentemente, no teníamos futuro. Para él lo
del deporte era muy importante y para mí ir de compras es lo más parecido
que hago a hacer ejercicio.
—Qué asco de tíos... Todos son iguales. Debería hacer caso a mi
madre y buscarme a un chino —suspira Mei.
—Bueno, chicas, sabéis perfectamente que idiotas hay en todas partes,
sean de la raza que sean. Ni todos los asiáticos son geniales, ni todos los
españoles son como los hombres de vuestras últimas citas. —La clienta de
Sara se mira en el espejo, satisfecha con el trabajo que está haciendo mi
amiga en su melena teñida de rojo—. Yo tengo un novio andaluz y es un
auténtico sol que me alegra los días y me toca las palmas mientras me
canta. Es un chico divertidísimo. Jamás me habían hecho reír tanto,
creedme. Además, su acento es superlindo, aunque al principio no tenía ni
idea de lo que me decía, pero después de un par de meses juntos ya me he
acostumbrado.
—Ya está Mumu dándonos envidia con su hombre perfecto —dice la
clienta de Mei.
—Pues sí, Lilin, porque tenéis que darles más oportunidades a los
chicos españoles. Mi Manolo es un morenazo guapísimo y también un
excelente amante.
—¿A que tiene nombre de zapato? —nos pregunta Lilin divertida, al
pensar en la marca de calzado.
—¡No seas mala! —dice Fang, tratando de no reírse.
—Me da igual lo que digas, soy muy feliz a su lado, aunque a veces
pasamos días sin vernos porque es piloto de avión y hace vuelos de larga
distancia, así que viaja bastante.
—¿Y cómo lo hacéis? —pregunto, dándole un bocadito a mi bollo.
—Cibersexo, evidentemente.
Me atraganto y Sara se parte de risa mientras yo no paro de toser.
—No me refería a eso... —comento, cortada, cogiendo la botella de
agua que me tiende mi hermana.
—Nunca sé qué responder a la otra persona, así que no me termina de
convencer eso del cibersexo —añade Mei.
—A mí no se me da bien... Describir la situación que está ocurriendo y
mi cuerpo de manera que suene erótico en el WhatsApp no es mi fuerte —
responde Lilin.
—Pues es como leer un libro que están escribiendo para ti en ese
momento y tu contribuyes con el diálogo mientras te...
—¡¿Podemos cambiar de tema?! —interrumpo rápidamente a Mumu,
aunque me sale un chillido, pues no me siento muy cómoda hablando de
eso y no quiero saber más.
—Eso, que yo quiero saber qué tal la cita a ciegas con Paco —dice
Mei, a quien lanzo una mirada asesina.
—Tampoco me refería a eso cuando he pedido cambiar de tema. No sé
por qué sigo viniendo a veros.
—¿Paco? —pregunta entonces Lilin—. ¿Paco el Tigre?
—¿Perdón? —Arrugo la frente al escuchar su pregunta.
—¿Has dicho «el Tigre»? —Mi hermana está a punto de partirse de
risa.
—Eso suena bien. —Sara hace un globo con el chicle y después lo
hace estallar al mismo tiempo que me guiña un ojo.
—¿Era chino? ¿De Shanghái?
—Eh... Sí...
—Tiene que ser él —afirma Mumu, mirándose en el espejo.
—El mundo es un pañuelo. —Mi hermana me mira y se encoge de
hombros, pues está claro que no sabe cómo sacarme de este embrollo.
—¿Y por qué le llaman el Tigre? —pregunta Mei.
—A mí me gusta pensar que es porque se convierte en un tigre en la
cama.
—¡Lilin! —Mumu la observa sorprendida, aunque después suelta una
risita y trata de esconder su rostro entre las manos—. ¿Te imaginas? Con lo
apuesto que es y lo forrado que está, sería como si te tocase el premio gordo
en la lotería.
—¿Pero no acabas de decir que tienes novio? —le pregunto, aunque a
nadie parece importarle.
—¿En serio es tan guapo? —Mi hermana ya está a lo suyo.
—Espera, que lo tengo en Instagram. —Lilin comienza a toquetear la
pantalla del móvil hasta que nos enseña una foto del susodicho vestido con
un traje negro.
—¡¿Ese es Paco?! —aúlla Sara, mirándome después como si yo
tuviera un problema.
—¿Cómo no me habías contado que es tan guapo? —Fang pone los
brazos en jarras y me mira.
—¡¿Perdona?! O sea, ¡¿per-do-na?! ¿De dónde ha salido ese chico? —
Mei lo observa con la boca formando una O superabierta.
—No puedo creer que hayas tenido una cita con Paco —dice Lilin—.
Nos ha rechazado a todas.
—Yo creía que tenía alguna chica en Shanghái porque aquí nadie
parece despertar su atención —comenta Mumu.
—Es millones de veces mejor que los actores coreanos que salen en
los k-dramas... —Mei acompaña el comentario con un gemido.
—¡¿Pero a ti qué te pasa?! —exclama Sara, apuntándome con un peine
—. ¿Qué le pasa a tu cerebro? ¿Cómo pudiste decirme que este chico no
despierta ningún interés?
—Vale, es mono, pero a mí no me impresionó en absoluto y tampoco
me atrajo, ¡qué le voy a hacer!
—A ver, si a mi hermana no le ha gustado, pues es lo que hay. Cada
una tiene sus gustos... —Fang trata de defenderme.
—Pues ya veréis, tiene fotos mejores. —Lilin vuelve a trastear en su
teléfono y no tarda en enseñarnos de nuevo a Paco, con un bañador negro,
recién salido de la piscina, en donde se le puede ver un torso perfectamente
esculpido por el ejercicio y un tatuaje enorme de un imponente tigre en un
lateral izquierdo, que trepa por sus costillas clavando una de sus garras en el
corazón y la otra en el comienzo de su cuello.
—¡Vaya! —Mi hermana alza las cejas—. Nina, no puedes negar que
esta vez mamá ha puesto toda la carne en el asador.
—¡Hola, Tigre! —dice Mei, observando la foto mientras finge arañar
la imagen con sus uñas superdecoradas, como si ella fuera una tigresa.
Sara comienza a canturrear la canción de Teach me tiger, de April
Stevens, y todas las presentes se echan a reír.
—Espera, ¡espera! —Mumu teclea algo en su teléfono y comienza a
sonar la canción a la que mi amiga hacía referencia.
Mei se lanza al llegar la parte del estribillo y se le unen las demás,
incluida la traidora de mi hermana. Sin duda, están disfrutando del
improvisado karaoke que se han montado.
Reconozco que no sé dónde meterme y me muero de vergüenza.
—¡No os merecéis que os traiga bollitos de piña nunca más! —Las
señalo a todas con el dedo mientras oigo la campanilla de la puerta de
fondo.
A mi hermana se le suelta la mandíbula y a Sara se le cae al suelo el
cepillo con el que estaba peinando a la clienta, dejando de reír y haciéndose
un silencio, roto únicamente por la canción que sale a través de los
altavoces del móvil de Mumu, quien trata de detenerla de una forma un
tanto torpe.
—Buenos días, señoritas. —La voz de Paco detrás de mí me hace
querer morirme. No puede ser que nos haya interrumpido en un momento
como este. No, por favor, que no se haya enterado de nada...
—Hola, Paco —sonríe Lilin, poniendo ojitos.
—Lilin, Mumu —saluda a las clientas antes de centrarse en mí, que
soy incapaz de decir una sola palabra.
—Yo soy Sara —dice mi amiga, captando su atención—. Ella es Mei y
ahí tenemos a Fang, la hermana de Nina.
—Un placer. —Carraspea y después se dirige a mí—: Me debes un
bollo de piña.
—¿En serio, Paco? —le digo, cansina.
A alguna de las presentes se le escapa una risita que trata de contener.
—De lo contrario no estaría aquí —dice él, y se acerca a la caja que
dejé abierta en el mostrador y coge uno al que no duda en darle un buen
mordisco.
—Nina me ha contado que viajas mucho a China. ¿Te puedo hacer un
encargo un día? Echo muchísimo de menos unos champús que no logro
encontrar aquí. Bueno, sé de un sitio en donde los tienen, pero se han vuelto
locos con el precio.
—Claro, lo que necesites puedo conseguírtelo.
—¿De verdad?
—Por supuesto. Llámame un día y concretamos. —Le extiende una
tarjeta de visita.
—Gracias —responde Fang, encantada.
—Estos son mis favoritos, sin duda —comenta, refiriéndose al dulce
que acaba de terminar, y después mira su reloj—. Oye, ¿tú no trabajas hoy
en el restaurante?
—Mierda... —susurro al ver la hora que es—. Otra vez...
—Nina, ¿dónde tienes la cabeza?
—Yo puedo decirte dónde... —ríe Sara, a quien no tardo en fulminar
con mirada asesina.
—Venga, que te llevo yo y así evitas otra regañina.
—¡No, Paco! Contigo no voy.
—Pero ¿por qué? ¿Me tienes enfilado por algo que no sé? —me sonríe
—. Vamos, me pilla de paso.
Dudo antes de aceptar, pero al final lo hago.
—Está bien...
—¿No es un encanto? —susurra Mei, llevándose una mano al corazón.
De verdad... la próxima vez que las vea me van a oír... ¡todas!
Por supuesto, cuando llegamos al restaurante, el hecho de haber
llegado tarde, pero acompañada del hijo de la amiga de mi madre, parece
compensar todo lo demás. Ver a mamá medio escondida hablando por
teléfono mientras observa cómo Paco come fideos en una esquina del local
me resulta de lo más surrealista, pero si así me libro de las regañinas por mi
impuntualidad y de que me organice más citas, me vale.
Al fin y al cabo, tal vez no sea tan mala idea llevarme bien con Paco...,
aunque odiaría tener que darle la razón a él.
13

¿Qué demonios...?
Me giro en la cama todavía desubicada sin darme cuenta de que me
encuentro ya en el borde del colchón.
—¡Auch!
No se me podía ocurrir otra cosa que poner la palma de la mano
izquierda para frenar el hecho de ir a estamparme contra el suelo, reacción
involuntaria que no tiene éxito y con la que solo consigo hacerme daño en
la muñeca. ¿Me habré roto algo? Es lo primero que pienso cuando me veo
en el suelo de mi dormitorio, al mismo tiempo que maldigo el erhu. ¿Se
puede tener un despertar peor que este?
—¿Nina? —oigo la voz de mamá aproximándose por el pasillo.
—¡Estoy bien! —contesto mientras me masajeo la zona afectada.
La puerta de la habitación se abre justo entonces. No llama antes ni
anuncia que va a entrar, muy típico de mi madre.
—Pero ¿qué haces en el suelo? ¿Por qué llevas la ropa de ayer? La
cama está hecha. ¿Se puede saber qué ocurre aquí?
Cierro los ojos e inspiro y espiro tres veces antes de contestar mientras
sigo palpándome la articulación dolorida, atrayendo la atención de mi
madre con este gesto.
—Me quedé dormida sin querer encima de la cama, y me he caído al
despertarme. Eso es todo, no le des más vueltas.
Me levanto por fin, mientras ella se acerca haciendo que le enseñe las
manos y agarrándome con muy poca delicadeza.
—Se está hinchando y te está saliendo un moretón —comenta mientras
compara un brazo con otro—. No me gusta nada. Será mejor que cojas una
bolsa de guisantes congelados para que te la pongas y llamemos a Jin.
¡Genial! Ahora quiere avisar a mi cuñado, el traumatólogo. Hagamos
de esto un circo en el que termine participando toda la familia.
—Es muy pronto, despertaremos a su hija y, de verdad, no es para
tanto.
—¿Que no es para tanto? ¿Acaso podrás cargar bandejas con una
muñeca rota? ¿Y qué pasa con el desfile del Año Nuevo Lunar? No podrás
hacer girar los abanicos.
—No está rota. —Pongo los ojos en blanco.
—Tú no eres médico.
Suspiro, cansada, hasta morderme la lengua para no responder que,
evidentemente, ella tampoco lo es. No puedo mantener semejante discusión
a estas horas de la mañana después de llevar días durmiendo tan poco.
Agarro el teléfono móvil que también ha terminado en el suelo y me voy en
dirección al frigorífico para ponerme una bolsa de guisantes. En eso mamá
tiene razón y me vendrá bien el frío.
—¿Cuál has cogido? —pregunta al ver que estoy sacando un paquete
del congelador.
—¿Qué más da eso?
—Sí que importa. Tienes que sacar los guisantes que tengo solo para
golpes.
—¿Cómo? ¿Tenemos una bolsa de guisantes solo para estos casos?
—¡Pues claro! ¿Cómo no sabes estas cosas? En serio, me haces querer
enviarte con tu tía a China una temporadita, para ver si maduras.
—Mamá, dame la bolsa, por favor.
—Menos mal que al menos estás haciéndolo bien con Paco.
—¡Argh! —Me desespera—. Solo es un amigo. No pienses lo que no
es.
—Bueno, así se empieza. Ser amigos está bien. Muy muy bien.
Agarro los dichosos guisantes de la discordia y me voy al salón con el
fin de reposar la muñeca en el sofá y aplicar el frío sobre la hinchazón. Mi
padre aparece entonces, esquivando a mi madre, que ha comenzado a hablar
sola en la cocina, probablemente despotricando sobre mí.
—¿Qué ha pasado?
—Nada, papá. Me hice daño en la muñeca, eso es todo, pero mamá me
pone histérica.
—Dice esas cosas porque te quiere.
—En fin... No quiero hablar de eso cuando la mano me está doliendo
horrores...
—Llama a Jin.
—¿Tú crees?
—Sí. No pasa nada porque le eche un vistazo. Y no te preocupes por el
restaurante. Lo primero es mi pequeña flor de loto.
—Ya, pero... ¿y el desfile de Año Nuevo?
—¿Tengo que volver a repetirlo?
—No...
Nos sonreímos el uno al otro y me planta un beso en la coronilla.
—Me voy al mercado —anuncia con una sonrisa.
—Vale, papá.
Y así nos despedimos. Mi padre y yo no somos de hacernos muchas
muestras de cariño o decirnos lo mucho que nos queremos. Es algo que ya
sabemos. Fang siempre dice que soy el ojito derecho de papá y, en parte,
puede que tenga razón, aunque yo siempre se lo niegue.
Antes de molestar a mi cuñado, busco información en Google y ahí es
cuando me asusto de verdad, por lo que decido escribir a mi hermana, que
me llama al instante siguiente, preocupada.
—No te alteres, Fang, por favor —le pido sin mucho éxito.
—Pero ¿te duele mucho?
—Me hace daño. Es soportable. Me preocupa el moretón.
—¡Ah! Entonces no está rota. A lo sumo te habrás hecho un esguince
de grado uno o dos, como mucho. Pero si es tan soportable seguro que es
una torcedura sin importancia.
Otra «doctora» en la familia que no ha pasado por la facultad de
medicina y se cree con derecho a dar un diagnóstico, ¡y sin ni siquiera
verme!
—Vale, Fang... De todas formas, me gustaría hablar con Jin.
—Hace nada que se marchó al hospital. Este fin de semana le toca
guardia por la mañana.
—¿Le avisas que voy? Ya sabes que no me gustan esos sitios...
—Claro, le digo que le llamas cuando llegues.
Al colgar, miro el paquete de congelado e inspecciono la fecha de
caducidad.
—¡Mamá! —digo desde el salón—. ¿Por qué guardas guisantes de la
era glacial? ¿Qué pasa si un día alguien los cocina por accidente?
—No voy a responder a estupideces. Ya te dije que esos son para
emergencias médicas. —Su voz retumba en la cocina.
Echo la cabeza para atrás, apoyándola en el sofá, y suspiro. Con estas
cosas me hierve la sangre. Está claro que mi madre y yo somos demasiado
diferentes y pensamos de forma distinta, por lo que estamos chocando
constantemente.
14

Como cada domingo desde que regresé a Madrid, acudo a comer a casa de
mis padres, que viven en La Moraleja. La verdad es que me esforzaba por
escuchar y participar en las conversaciones que teníamos en familia los
fines de semana. Había estado demasiados años sin eso, y cabía la
posibilidad de que volviera a faltar a ellas, por lo que siempre me empeñaba
en formar parte de aquello. No quería echarlas de menos y pensar que no
había aprovechado el poco tiempo que pasaba al lado de mis padres. Es
algo que comprendí mientras estudiaba en Estados Unidos, pues cada vez
que regresaba a España, los veía más mayores y yo me lo estaba perdiendo,
un sentimiento que se agravó hará poco más de año y medio, y por lo que
regresé a España tan rápido como pude: mamá había enfermado, y aunque
ahora mismo estaba curada y ya casi no hablábamos de ese tema, aquello
fue algo que nos afectó a todos.
Quiero aprovechar estos ratos y, si vuelvo a irme, no pensar en lo que
tuve y a lo que no le presté suficiente atención. Así que me reprendo a mí
mismo por estar ausente, aunque reconozco que tengo muchas cosas en la
cabeza: el proyecto, el MIT, ella...
No le había contado todavía que estoy pendiente de saber si me han
admitido en Boston, pero una parte de mí cree que las posibilidades son tan
bajas que no contemplaba la idea de mencionárselo. Además, ni siquiera
tenemos nada, solo un montón de diálogos en una aplicación del teléfono
móvil, ¿o eso nos hace al menos amigos?
Pero, siendo realista, por mucho que intente engañarme, sé que ella
está despertando algo cada vez mayor en mi interior. Curiosidad, atracción,
la sensación de poder vivir algún tipo de experiencia emocionante con
alguien, y la verdad es que Nina se ha convertido en la persona con la que
más hablo al día. Nos pasamos horas mensajeándonos, tal vez demasiadas,
y, por ejemplo, ayer estuvimos hasta más de las cuatro de la mañana con
Netflix en la distancia...
¿Tendrá hoy mucho trabajo en el restaurante?
Ya terminó los exámenes y yo no volví a sacar el tema de vernos, pero
tampoco lo hizo ella, así que no sé muy bien qué hacer.
—¿Me estás escuchando?
—¿Qué? —No sé en qué momento dejé de prestar atención a mi
madre.
La miro. Está sentada en el sofá de mi derecha junto con mi padre.
—Estará pensando en alguna matemática de la facultad —me pica
Aitor. Odio que haga ese tipo de comentarios delante de mi familia.
—O más bien en las matemáticas, pero como ciencias, no como
mujeres. Sería más propio de él —interviene Lara.
—¿En serio? —le digo, fulminándola con la mirada—. ¿No puedes
tener un poco de piedad?
—Pasas demasiadas horas solo —me increpa mamá.
—Mejor eso a estar mal acompañado.
—Touché —añade mi padre con una sonrisa antes de darle un trago al
whisky.
Antes de comer, siempre tenemos ese momento para hablar y ponernos
al día mientras bebemos algo. Mi madre acaricia a Calcetines, un shih tzu
que llegó a la familia el mismo año en el que yo me marché a Boston. A
veces me desconcierta la idea de pensar que fue una especie de reemplazo.
Ella va con su traje de chaqueta y falda habitual. Tiene un montón, casi
idénticos, y en diferentes colores. Me recuerda un poco a la reina de
Inglaterra. Hoy ha escogido uno azul celeste y la verdad es que está
increíblemente guapa. Mamá lleva el pelo rubio y corto. Le encanta pintarse
los labios de rosa y perfilar de azul sus ojos grises, los cuales ha heredado
mi hermana Lara. Mi padre, en cambio, está en el sofá haciendo girar su
vaso de whisky. Con su pelo ondulado y ya totalmente blanco, sus risueños
ojos pardos y siempre con su camisa y su chaleco de punto. Le veo suspirar
al observar cómo mi hermana, que se sienta frente a ellos con Aitor, le está
quitando una pestaña de la mejilla a su futuro marido. La estampa me sigue
resultando extraña. Creo que a mi padre, su futuro yerno no le cae tan bien.
Aitor es un chico un poco más bajo que yo. Delgaducho y con el pelo
negro, algo canoso y corto, con unos ojos marrones que transmiten alegría
solo con mirarle. Mi hermana lleva su pelo castaño cortado a lo garçon, y
con el maquillaje casi no se le notan sus graciosas pecas, esas que en verano
se le acentuaban con el sol de la piscina. Se ha puesto unos pantalones
vaqueros y un jersey de lana gris. A veces pienso en lo mucho que la eché
de menos.
El timbre suena, y mi madre hace ademán de levantarse, pero es Lara
quien se le adelanta.
—No, mamá, tú quédate aquí y ya voy yo.
—¿Acaso esperamos a alguien? —pregunto.
—Será mi hermana —comenta Aitor, bebiendo de su gin-tonic.
Yo automáticamente miro a mi madre, nervioso. ¿Por qué demonios
tiene que venir hoy Esther? No lo entiendo...
—Estamos debatiendo los peinados para la novia el día de la boda. El
pelo es lo más importante —comenta mamá, como si hubiera leído mi
pensamiento.
Ante su comentario, Aitor, papá y yo nos miramos, tratando de
contener la risa.
—El día que se topen con algo que sea primordial de verdad no sé
cómo reaccionarán, pero me asusta pensarlo —comenta Aitor.
—Todo tiene su importancia, porque cada detalle cuenta para que sea
perfecto, hermanito. —La voz alegre y aguda de Esther resuena en mis
tímpanos transmitiéndome un escalofrío, pero intento disimular.
A quien le da igual guardar o no las apariencias es a Calcetines, que
salta del regazo de mi madre y huye de la estancia, raudo y veloz. Qué
animal tan sabio... Debí hacer como él en su momento, y no liarme con esa
chica, algo que, por supuesto, no habría ocurrido si no me hubiera pillado
con la guardia baja.
—Hola, Esther —saluda mi padre, haciendo un ademán con su vaso de
whisky.
Me doy cuenta de que papá cada vez pasa más de todo.
Definitivamente, no está muy conforme con la idea de establecer nuevos
lazos familiares con estas personas.
—Cariño. —Mi madre no tiene ni que levantarse, pues la recién
llegada se apresura a abrazarla y se dan dos besos a distancia en las
mejillas, para no estropear el maquillaje de una y otra.
—¿Cómo estás, Carmen?
—Fabulosa, ¿no reconoces la fragancia que llevo?
—¡Te lo iba a decir ahora mismo! Es la que te traje de París el martes,
¿a que sí?
—Me encanta.
—Me alegra mucho oír eso. Te sienta fenomenal.
Nota mental para mí: al parecer los perfumes pueden sentar bien o mal,
como la ropa.
—Pero oye, tú estás preciosa hoy, déjame que te vea, ¿este jersey es de
Burberry?
Esther asiente y se pone recta para seguir recibiendo las alabanzas de
mamá mientras se recoloca el pelo, rubio, pero de bote, y que le llega un
poco más abajo de los hombros.
—¿No está hoy guapa mi niña, Rubén?
—Eh... —Miro a mi madre, sin saber muy bien qué responder—.
Supongo.
Muestra su sonrisa perfecta repasada con un discreto rosa y después
dirige sus ojos azules hacia mí.
—No me olvido de ti, grandullón.
—Hola —saludo, nervioso.
Odio que me llame así...
Mi hermana se apresura a sentarse en el brazo del sillón en el que me
encuentro y me abraza por detrás, ofreciéndome la cobertura perfecta para
que la recién llegada no me manosee.
—No estés tan tieso —me susurra en el oído, y yo trato de relajarme.
—¿Cuándo te dan los resultados de la revisión? —pregunta Esther a
mi madre.
—¿Has ido al médico? —salto, alarmado.
¿Cómo es posible que ella lo sepa y yo no?
—Sí, hijo, a mi revisión de los seis meses.
—Joder, mamá, no me lo habías dicho. Me llamas para contarme
chismes y tonterías pero no me hablas de lo verdaderamente importante.
—No quería preocuparte. Suficiente tienes ya en la cabeza. Además,
todo continúa perfecto.
—Pero...
—El miércoles tengo de nuevo cita con la doctora.
—Te acompaño —digo inmediatamente.
—Iremos los dos contigo —añade mi hermana.
—No. Me acompañará tu padre y listo, esta cita es solo para las
vitaminas. —Ella se toca el pelo, como cada vez que se pone nerviosa, pues
no le gusta hablar del tema.
A Esther no se le escapa el detalle, pues la conoce ya bien, y se sienta
a su lado tomándole la mano, transmitiéndole un poco de calma con ese
gesto.
Mamá fue diagnosticada de cáncer de tiroides hace un par de años, y
ese fue el motivo principal por el que yo regresé a Madrid.
Fue un duro golpe para todos nosotros y tanto Aitor y Esther como su
familia resultaron un gran apoyo. Ahora se encuentra en seguimiento, con
chequeos médicos cada seis meses, aunque lleva poco más de un año bien.
Combatió al cáncer y ahora se encuentra recuperada, y la verdad es que
cada día está mejor. Si no la conociera, diría que no ha pasado por la
pesadilla a la que se ha enfrentado, pero mamá es más fuerte de lo que
todos pensábamos, y aquí está, al pie del cañón, junto a nosotros.
—¿Cuándo tienes que volver a París, cariño? —pregunta entonces mi
madre a nuestra intensa invitada, cambiando así de tema.
—En un par de semanas más o menos.
—He leído que Dior va a sacar un estuche de labiales icónicos y que
solo se van a poder comprar allí. Las unidades son superlimitadas, aunque
Dimitri me ha dicho que, si quiero, puede reservarme uno o dos, pero que
tendríamos que recogerlos en París. ¿Te importaría pasarte?
—¿Quién es Dimitri? —pregunta Aitor.
—Es el encargado de la boutique de Madrid —responde Lara.
—No me tranquiliza ver que os sabéis los nombres del personal de
tiendas del calibre de Dior.
Lara estalla en carcajadas y mi padre, por extraño que parezca, sonríe
ante el comentario de Aitor.
—¿Por qué no venís Lara y tú conmigo? Os lo he dicho varias veces,
¡con lo que os gusta París! Además, puedo salir pronto algún día y hacer
una buena sesión de shopping con cena incluida.
—¿De verdad? ¿No te importaría?
—¡Por supuesto que no! Es más, me parece un plan fabuloso. —Luego
mira a mi hermana—. ¿Te apuntas, Lara?
—¡Voy con vosotras de cabeza! —Mi hermana se levanta del brazo del
sillón y va hacia ellas—. Me tomaré unos días en el trabajo, o mejor aún,
podemos enlazarlos con el fin de semana e irnos de turisteo a hacernos fotos
en la Torre Eiffel.
—¡Me superencanta el plan! —A mamá le ha cambiado hasta el color
y, de repente, se la ve radiante haciendo planes con las chicas.
No puedo evitar sonreír mientras las contemplo, pero entonces me topo
con una sonrojada Esther, que se muerde el labio y me lanza una miradita
que vuelve a ponerme tenso. Espero que no haya creído que es a ella a
quien me dirigía, porque en absoluto era esa mi intención.
Las chicas se centran en parlotear de sus planes y Aitor aprovecha la
ocasión para tratar de entablar conversación con mi padre sobre inversiones.
Suspiro. Solo quiero que esto se acabe hoy...
Siento entonces la vibración del móvil en el bolsillo de los vaqueros y
no tardo en sacarlo para poder leer el mensaje, que es de Nina, aunque solo
me envía un link de una serie que van a estrenar en Netflix y que tiene muy
buena pinta.
—Por cierto, chicos. —Mi hermana capta nuestra atención,
dirigiéndose a Esther y a mí—. Estamos organizando una fiesta de disfraces
a modo de despedida de solteros conjunta. Ya sabéis, de Aitor y mía. ¿Qué
os parece?
—Ah, bien, supongo —respondo.
—¡Es genial!
—Tendréis que elegir algún disfraz de un personaje de comic, o
histórico, o de alguna película que os guste.
—¡Es una idea fantástica! —dice mi madre.
—Yo voy a ir de Alicia en el País de las Maravillas. —Sonríe,
satisfecha con su idea.
—Te pega mucho —comento, intentando sonreír. Noto un nuevo
mensaje, probablemente de ella, y aunque quiero leerlo de manera
inmediata, tengo que contenerme.
—¿De qué irás tú, del Llanero Solitario? —Aitor ríe.
—No seas tan malo, Aitor. Mi hijo simplemente ha decidido que
quiere tener de momento... otro tipo de vida.
Iba a contraatacar ante el comentario de Aitor, pero la intervención de
mi madre es como otra gota más, de esas que colman el vaso.
—¿Otro tipo de vida?
—Sí, más moderna, aunque rezo al Señor por que entres en razón
pronto.
—¡Te quedaría genial ir de Einstein! —exclama Esther, intentando
virar el rumbo de la conversación y que haya paz entre nosotros.
Aitor se ríe a carcajadas de forma que parece que vaya a caerse al
suelo y ponerse a rodar por la alfombra, mientras Lara intenta contener la
risa y mi padre vuelve a beber de su vaso de whisky, sin atreverse a
interrumpir la sarta de catastróficas palabras que están saliendo de los labios
de su esposa.
—No sé si le veo de Einstein. —Lara me observa con los ojos
entrecerrados.
—Si quieres, yo puedo ir de Marie Curie, así hacemos un grupito de
científicos.
—¿Y cómo vas a disfrazarte de Marie Curie? —pregunta Aitor a su
hermana, confuso.
—Muy sencillo. Me visto de esa época y llevo una barrita verde
fluorescente para representar el uranio, o lo que sea que se asocie a la
radioactividad.
El móvil vibra de nuevo y ya no me contengo.
—Ya veremos —respondo, tratando de escabullirme de la
conversación y leer los mensajes de Nina.

He pensado que podía gustarte e incluso podíamos verla.


Por cierto, siento no haberte contestado antes, pero anoche me
quedé dormida.

No te preocupes, yo no tardé en dormirme. Me parece un buen


plan lo de la serie que me has pasado. ¿Qué tal va hoy el
trabajo?

Pues no he ido porque ahora mismo estoy en urgencias...

¡¿Qué?!
¿Te ha pasado algo?
¿Estás bien?

Sufrí un pequeño accidente y he venido a que me revisen la


muñeca.

¿Cómo fue?

Es demasiado ridículo como para compartirlo...

No me voy a reír habiéndote hecho daño.


Me caí de la cama esta mañana.

¿Y te has roto algo?

No lo sé, pero como sea así, todo el mundo me odiará si no


puedo participar en el desfile.

Lo que piensen los demás debería darte igual. Lo primero eres


tú. Eso es lo más importante.

A veces es complicado... No quiero decepcionar a mis padres...


Aunque tengo la impresión de estar haciéndolo... Perdona, no sé
ni por qué te digo eso... Es complicado...

Puedes contarme lo que sea. Lo sabes.

Gracias, Rubén.
En fin, espero que me atiendan pronto. Los hospitales me dan un
poco de miedo, me ponen nerviosa y odio estar en una sala de
espera rodeada de los estragos que ha causado la noche del
sábado.

¿Hay mucho bicho raro por ahí?


Pues... veo a un tipo disfrazado de Pikachu junto a otro que va
de Kirby. Uno lleva media cara del color de mi muñeca
izquierda y el otro creo que solo le acompaña.

Vale, me hago una idea... Es como ir cazando Pokémon con el


móvil, solo que están ahí de verdad. Así que dime, ¿tienes
alguna pokeball en el bolso?

Jajaja
Ojalá estuvieras aquí.
Al menos amenizarías la espera.

Me quedo pensando unos instantes, con la mirada perdida.


Ojalá pudiera hacerle la espera un poco entretenida, para que se
distraiga, y más sabiendo que no lo está pasando bien ahora mismo.
—¿Y esa carita de ensoñación? —La pregunta de mamá me hace
regresar a la tierra, y me sorprendo al encontrarme mirando directamente a
Esther, que se ha vuelto a sonrojar y se atusa el pelo.
—¿Eh?
—Ay, bribón... Hoy está guapa nuestra chica, ¿verdad? —Mamá le da
unas palmaditas en el brazo a la invitada, que no sabe dónde meterse.
—Lo que es raro es que todavía no haya despotricado de Madrid como
hace siempre —susurra mi hermana, observándome con una ceja levantada,
habilidad que tardé en descubrir que no todo el mundo tiene.
De todas formas, suspiro y opto por no entrar en el juego, volviendo a
prestar atención al móvil mientras ellos se enzarzan en otra conversación,
esta vez sobre pasteles de boda.

¿Crees que tardarán mucho en verte?


No lo sé...
Mi cuñado está de guardia.
Es traumatólogo, así que me gustaría que fuese él quien me
atendiese...
Ya sabes, al menos tener aquí una cara conocida.

Lo entiendo. Te gustaba el manga, ¿verdad?

Sí, aunque hace mucho que no tengo tiempo de leer nada nuevo.

Bueno, ahora puede ser un buen momento y te ayudará a


evadirte. ¿Conoces la app de webtoon?

No, ¿qué es?

Es una aplicación coreana en donde puedes leer manga gratis, ya


sea en el móvil, una tableta o el ordenador. Las historias están
disponibles en un montón de idiomas. En español e inglés
seguro, y tal vez también las encuentres en chino. A mí me
distrae mucho durante las esperas o los viajes en transporte
público.

¡Suena genial! Voy a descargarla ahora mismo,


¡gracias por el descubrimiento!
Cuéntame qué te dicen de la muñeca cuando te vean. Hablamos
más tarde, que ahora estoy con mi familia.

Evidentemente omito que mi ex ha venido también...

¡Ánimo! Y si necesitas hablar, puedes llamarme.

Eres muy amable.


Pásalo bien con los tuyos.

Sonrío, satisfecho, y guardo el móvil mientras observo cómo todos los


presentes me miran... otra vez.
—¿Qué es tan importante que no nos puedes prestar atención?
—Ah, nada —miento—. Es Ricardo, ya sabes...
—Vamos a pasar a comer ya, anda... Este chico, siempre en babia.
Como veo que Esther se ofrece a ayudar a Lara para ir sacando las
cosas de la cocina, yo me limito a tomar asiento y así exponerme lo mínimo
posible a la invitada. En circunstancias normales ayudaría a mi hermana,
pero hoy va a ser que no, gracias.
Mi cuerpo reacciona delante de Esther como si hubiera una alerta de
tsunami.
Una vez en la mesa, cómo no, mamá se empeña en sentarla delante, y
cada vez que miro al frente, ella me sonríe.
—¿Sabemos algo del MIT? Llevas días superpesado con el tema y hoy
no has dicho ni mu. —Mamá formula la pregunta que todos se están
haciendo desde que me han visto hoy.
—Carmen, si Rubén tuviera noticias, nos lo hubiera dicho —dice mi
padre.
—No, todavía no sé nada —comento, antes de volver a tomar otra
cucharada de sopa.
—Es increíble, pero ¿cuándo piensan decirte algo? No me puedo creer
que dejen a una persona con la incertidumbre durante tanto tiempo.
—Las cosas de palacio van de despacio —recita papá el dicho.
—A veces es normal que los procesos de selección se demoren y,
además, en esta ocasión tienen a decenas de personas interesadas, así que
tal vez pasen semanas o meses, pero tampoco cuento con ello... —comento.
—Bueno, mi hijo es el mejor, así que no sé en qué están pensando. —
Mamá parece indignada, y yo decido no decir nada más al respecto.
—Estoy convencida de que ese puesto será tuyo —interviene Esther
—. Tengo un buen presentimiento.
Por mi parte, prefiero mantenerme en silencio.
—Bueno, Esther, ¿alguna novedad interesante? —pregunta mi madre.
—La verdad es que yo también ando detrás de una experiencia
internacional.
—Pero si te pasas media vida viajando a París y a Bruselas por trabajo
—comenta Aitor.
—Ya, pero no es lo mismo que vivir en un sitio y, la verdad, París me
encanta, pero me gustaría poder expandir mis horizontes. Todavía soy joven
y con mi último ascenso sé que puedo ampliar mis posibilidades para
acceder a nuevos proyectos.
—Ah, sí, felicidades por eso —le digo, recordando la conversación
con mamá del otro día cuando yo salía de la floristería.
—Gracias, grandullón. Significa mucho para mí. —Vuelve a
sonreírme.
—Bueno, ¿y en qué estabas pensando?
—Pues... no lo sé, pero en el despacho me han hablado de proyectos
muy interesantes en Londres o en Nueva York.
—Eso suena maravilloso —dice mi madre—. Nueva York, además,
está muy cerca de Boston. Igual podríais veros los fines de semana.
—Ya, también lo pensé. —Esther se sonroja al decirlo—. Aunque sería
todavía más increíble trabajar los dos en Boston, ¿no crees?
Me atraganto con la sopa y comienzo a toser.
—Esther, no sigas por ahí. —Mi hermana no se corta en decir en voz
alta lo que todo el mundo está pensando.
Bueno... todo el mundo a excepción de mi madre, que seguro que está
encantada con el plan.
—¿Qué tal el curro? —Aitor me formula la pregunta, intentando
cambiar de tema.
—Pues bien. Avanzamos, que es lo importante...
—Seguro que debe de ser horrible tener que compaginarlo con dar
clases a esas hormonas con patas. ¿A quién se le ocurrió poner como
condición de tu investigación ser maestro?
—No considero a mis alumnos «hormonas con patas». A casi todos
ellos les gusta lo que hacen, por eso están ahí. Además, me siento bien
dando clase, transfiriéndoles parte de mi conocimiento y compartiendo en
algunas ocasiones diferentes puntos de vista con ellos. Yo también aprendo
cosas de esas personas, y es algo fascinante. Me gusta mucho, y de no ser
así no me hubiera postulado para un puesto de profesor en el MIT.
—Lo importante es que ganarás un sueldo decente cuando estés en
Boston. —Esther sonríe.
—No es por el dinero... A veces el tema económico no es lo primordial
en la toma de decisiones para escoger un trabajo.
—No lo entiendo, ¿de pronto ya no te importa tanto?
—No he dicho eso, mamá. Es solo que tal vez el MIT no sea lo más
importante. Es decir, sí, lo quiero, llevo años soñando con esto, pero debo
mantener los pies en la tierra y ser consciente de que tal vez decidan que no
soy el mejor para el puesto.
—De ilusión también se vive —dice Aitor.
—Bueno... en cualquier caso, necesito sentirme realizado y bien
conmigo mismo, ya sea en Boston o en Madrid. Lo que quiero es hacer algo
que me apasione de verdad, ¿no lo entendéis? —Doy un largo suspiro—.
Un filósofo chino, Confucio, dijo: elige un oficio que te guste y no tendrás
que trabajar ni un día de tu vida.
—¡Bah! ¿Y qué sabrán los chinos? —explota mamá, dejando el
comentario al aire, pues nadie agrega nada más y el ambiente se enfría por
momentos.
Por suerte, el tema de conversación vuelve a virar, en esta ocasión en
torno a la boda, gracias a Lara, que viene a mi rescate. Sé que quiere con
locura a su amiga, y a su futuro marido, pero que, a pesar de todo, estos en
algunas ocasiones la sacan de sus casillas con ciertos comentarios
desafortunados.
Creo que la base de su amistad con Esther se centra en que, como se
conocen desde pequeñas y han pasado prácticamente días enteros juntas
desde que tienen memoria, son como hermanas, aunque no compartan
sangre.
Casi hemos terminado con los postres cuando recibo un mensaje de
Nina, y, sin poder contenerme, le echo un vistazo rápido por debajo de la
mesa.

¡No está rota!


Es solo una torcedura sin importancia. Me la han vendado y
parece más de lo que es, pero estoy bien.
Por cierto, ahora estoy viciada a la app de webtoon... ¿Por
qué no descubrí yo esto antes?

Me alegra mucho leer que no es nada grave.

¿Cómo vas tú?

Deseando salir de aquí... Tengo mucho trabajo.

Bueno, ten paciencia.


Yo voy a intentar disfrutar de la tarde del domingo.
Vamos hablando.
—¡Eh, Rubén! —Aitor capta mi atención.
—Dime.
—¿Te apuntas a ver el partido esta tarde?
—¿Qué partido?
—Joder, pues el clásico, ¿en qué mundo vives?
—Eh... Bufff, va a ser que no. —Parece mentira que Aitor no sepa que
esas cosas no me van.
—Es a las seis, así que todavía queda mucho... también podríamos ir a
dar una vuelta con el coche por ahí antes.
—Eh...
No sé qué responder a eso, pues ir a contaminar, así porque sí, en un
coche que alcanza velocidades de vértigo, no es un pasatiempo que capte mi
atención.
—Aitor, que Rubén estará liado esta tarde, no te preocupes y vete a
casa porque a nosotras nos va a costar estudiar los peinados. —Bendita mi
hermana que de nuevo sale a rescatarme.
Mientras, vuelvo a mirar el móvil. Tengo otro mensaje, pero no
consigo leerlo.
—¿Te apetece dar un paseo por el jardín que da a la piscina y
charlamos un rato? —me pregunta entonces Esther.
—Eh... No, lo siento... Suficiente por hoy. —Me pellizco el puente de
la nariz y suspiro—. Me voy, perdonadme, ¿vale? Tengo mucho trabajo...
Nadie se atreve a decir nada más, y aunque no sea lo más educado del
mundo, de verdad que no puedo seguir en la misma habitación que Esther
mucho más tiempo. Además, me he quedado hasta los postres y el café, así
que he cumplido por hoy.
—Oh, pues... bueno... Espera y te despedimos en la entrada.
—Que no, mamá, que no hace falta, de verdad.
Me acerco a darle un beso en la mejilla, le doy una palmadita en el
hombro a mi padre, después repito el ritual con Aitor y mi hermana. A
Esther simplemente le hago un gesto con la mano y noto que se queda algo
cortada, pero es que ya no puedo seguir guardando las apariencias. Cuando
voy hacia la salida de la casa, el bueno de Calcetines reaparece y le rasco
entre las orejas.
Soy consciente de que se ha creado algo de tensión en el comedor e
intento salir de la casa sin demorarme más de la cuenta. Cuando cierro la
doble puerta tras de mí, me quedo apoyado en una de las columnas que
guardan el porche y por fin saco el móvil del bolsillo.

Ríete si quieres, pero escucho esta canción y la asocio a


nosotros.

Abro el link y sonrío al escuchar la canción de Should I Stay or Should


I Go, de The Clash, y que tanto sale en la serie que estamos viendo.

Me ocurre lo mismo. Esta noche, ¿Netflix a la misma hora?

Lo estoy deseando.
15

Cuando entro en el despacho me encuentro con Ricardo en el ordenador,


que minimiza rápidamente una ventana con anillos, tira un cuaderno al
suelo y se le desparrama un bote de bolígrafos por la mesa.
—Oye, oye..., tranquilo, no he visto nada, ¿vale? —le digo, alzando las
palmas de las manos.
—Joder, es que mi mesa está supermal posicionada aquí... No tengo
nada de privacidad si alguien entra por esa puerta.
—Tío, te he dado la oportunidad de dejarlo pasar y tú solito sigues con
el tema...
—Ya, verás... ¿cómo decirlo? Me refiero a... ¿Puedo comentarte algo?
—Por supuesto, suéltalo.
—Últimamente estoy pensando en otras cosas y bueno..., ya sabes...
No es que quiera ocultarlo. —Se le escapa una risita nerviosa.
—Vale... ¿y de qué cosas hablamos exactamente? —Camino hasta mi
mesa y me siento, sacando de mi cartera el portátil y una carpeta.
—Pedir matrimonio a alguien no debería de ser tan difícil, ¿no?
—¿Cómo dices?
—Eso... Ya sabes..., clavar una rodilla en el suelo y decirle a esa
persona que esperas que te acompañe el resto de su vida... En parte es
apabullante... ¿No te parece?
—A ver, supongo que ante algo así, la emoción se mezcla con las
dudas y los nervios y se nos hace bola, pero si es lo que quieres y lo tienes
claro, ¿por qué no hacerlo? De todas formas... tampoco es que yo sea un
experto... Ya sabes que no he tenido relaciones duraderas... Pero me parece
que es el tipo de cosas sencillas que nosotros mismos convertimos en
difíciles.
—Bah, no sé ni por qué te pregunto... —Me encojo de hombros, pero
él vuelve a hablar—: Míranos... Domingo y ambos en el trabajo. ¿Qué vas a
hacer hoy?
—Corregir exámenes —digo, abriendo la carpeta.
—¿Te das cuenta? Ya estamos casados, pero con las matemáticas.
—No digas tonterías. Una cosa no quita la otra... —Carraspeo,
pensando en cómo puedo ayudar a mi compañero y amigo, o al menos
conseguir que se sienta un poco mejor—. Llevas mucho con tu pareja...
¿seis años?
—Sí... Suficiente como para que no crea que es pronto para formalizar
las cosas, ¿no?
—El tiempo es relativo.
—Venga, Rubén, ¡no me vengas con esas!
—Pero es que es verdad. Hay parejas que tardan siglos, otras meses y
algunos no lo hacen nunca. Todo depende de cómo os sintáis vosotros con
la idea.
—No es que no lo hayamos hablado antes... La cosa es que, por
irónico que suene..., una parte de mí se siente asustada con el compromiso,
pero, al mismo tiempo, quiero ir más allá, no sé si me estoy explicando...
—Me parece muy humano que te sientas así ante algo que significa
tanto... Es una decisión muy formal, muy de adultos, ¿verdad?
—¡Sí! —Ambos nos reímos—. Quiero hacerlo, de verdad que sí. ¡Es
el puñetero amor de mi vida! Pero es como un paso gigantesco, ¿sabes? Y
aparte, ¿y si me rechaza? ¿Supondría eso el fin de nuestra relación?
—¿Por qué iba a decirte que no? No puedes ponerte siempre en lo
peor.
—No lo sé... En fin, solo es una idea, nada más... No creo que lo haga.
De momento, quiero decir... ¿Cambiamos de tema, por favor?
—Oye, que has sido tú el que me ha empezado a hablar de esto... De
todas formas, si algún día necesitas charlar, sabes que puedes contar
conmigo.
Dudo de si he dicho lo correcto, pues nunca me había encontrado en
esta situación en la que alguien me expone dudas sobre el matrimonio, pero
Ricardo es mi amigo, y me gustaría poder apoyarle cuando lo necesite.
—Gracias, Rubén —suspira, y se hunde unos instantes en su silla antes
de señalar un trozo de papel que hay en su mesa—. Por cierto, he hecho una
lista de libros que nos vendrán bien para seguir avanzando con tu teoría.
—¿Al fin confías en mi planteamiento?
—Puede que le haya dado vueltas y quiera comprobar un par de cosas
para poder matizarlo.
—¡Ja! —Doy una palmada en el aire, contento.
—No te vengas arriba.
—¿Sabes qué? Voy a por esos libros a la biblioteca ahora mismo.
—¿Y los exámenes?
—Pueden esperar un poco más. —Me levanto y recojo la lista que ha
hecho—. Vuelvo enseguida.
—Vale.

Me gustan las bibliotecas. Su olor, los secretos que guardan y, sobre todo,
las historias y el conocimiento que albergan. Algunas resultan más
majestuosas que otras, pero todas tienen algo en común: el aroma a libro. Es
curioso, pero tal vez por ese olor, esté en el lugar del mundo que esté,
percibo la biblioteca como mi hogar, porque vayas a donde vayas, todas
comparten esa esencia que me hace dibujar sin querer una sonrisa,
haciéndome sentir bien, tranquilo...
No sé por qué, pero pienso en la biblioteca pública de Boston, una de
las más antiguas de Estados Unidos, y con historia, ya que fue la primera
biblioteca municipal del país. Sí, es cierto que también he estado mucho
tiempo en la del MIT, pero reconozco que también he fundido horas y horas
estudiando en esa otra, en sus mesas y sillas de madera, entre lámparas de
latón con pantallas de un cristal opaco y de color verde, bajo aquellos
techos de piedra, altos, con forma de media circunferencia y ventanas
enormes por las que podía ver una bandera de Estados Unidos ondeando
con el cielo de fondo cada vez que levantaba la cabeza del texto que estaba
leyendo. Suspiro, porque deseo regresar y disfrutar de esas experiencias.
Volver a vivir mi vida en donde la dejé allí.
Reconozco que una sensación de añoranza me invade mientras avanzo
por las estanterías de esta otra biblioteca, tan aséptica y con tan poco
encanto... Un lugar triste con lámparas de tubos fluorescentes en el techo y
toda la gama de marrones repartidos por el suelo, las mesas, los muebles e
incluso el techo. Suspiro y, cuando llego al pasillo que estoy buscando, ese
sentimiento gris que me estaba acechando desaparece en cuanto observo a
la chica que está apoyada en una estantería. Nina tira con los dientes de un
regaliz rojo, que sostiene en una mano vendada, mientras con la otra sujeta
un libro al que no le quita ojo de encima, tan concentrada en la lectura que
ni siquiera se percata de mi presencia.
Ella, con esa melena lisa y negra, enfundada en unos vaqueros y una
blusa azul...
Ella es lo más bonito e inesperado que podía encontrar es este lugar tan
marrón.
Me acerco hasta ponerme a su lado.
—¿A esto te referías cuando hablabas de disfrutar la tarde del
domingo? —susurro para no molestar a las demás personas que han ido a
estudiar, aunque las mesas quedan bastante alejadas de donde nos
encontramos.
—Hola —dice en voz muy baja, mirándome de arriba abajo,
sorprendida—. ¡Menuda coincidencia!
—Ya ves... —sonrío—. ¿Cómo está tu mano?
—Bien. Ya no me duele, aunque supongo que será gracias a los
antinflamatorios. —Entonces niega con la cabeza—. ¿Qué haces tú aquí?
—Vine a trabajar un rato, ¿y tú? ¿No habías terminado ya los
exámenes?
—Ah... Sí, pero quería curiosear un poco.
—¿Curiosear? —pregunto, agachándome levemente para ver el título
del libro—. Ufff... No es lectura ligera precisamente.
—Lo sé... Pero es más divertido de lo que esperaba.
—¿Un libro de estadística del tamaño de la Biblia te parece divertido?
—Trato de contener una sonrisa.
—Bueno, es interesante. He dicho divertido porque pensé que me
aburriría, pero no es así. En realidad, mi profesora ha insistido para que
intente hacer una serie de ejercicios, y me lo recomendó junto a alguno
más... Creo que sobrevalora mis capacidades.
—¿Por qué piensas eso? —Arrugo la frente.
—Eh... bueno... Seguro que no ha visto mi examen todavía.
—Percibo la negatividad desde aquí. —Sonrío y ella mueve un pie,
algo nerviosa, mordiéndose el labio y encogiéndose de hombros—. ¿Quién
es tu profesora? Igual la conozco...
—Caroline Lewis.
—¿En serio?
—¿Sabes quién es? ¿Te ha dado clase?
—No, a mí no, pero es muy buena en lo suyo. Aprovecha esta
oportunidad porque sé que se irá pronto y con ella podrás aprender
muchísimo.
—Lo sé. Vuelve a Boston para el curso que viene. Me ha incluido en el
grupo de estudio que ha organizado. —Suspira—. La verdad es que me
parece una mujer increíble. Es todo un modelo a seguir.
Sonrío por su comentario.
—¿Eso puedo decírselo cuando la vea?
—¡¿Estás loco?! —Me da un golpecito en el brazo y me río.
—Shhhhhhh... —Alguien nos llama la atención en la lejanía, y ella se
sonroja.
—No deberíamos hablar tanto —me susurra, acercándose mucho a mí,
de forma que un sutil aroma a flores me invade, haciéndome casi levitar por
unos instantes—. Estamos en la biblioteca.
—Tienes razón —dudo, pero entonces me lanzo con una proposición
—: ¿Y si vamos a tomar un café?
—Soy más de té... —Sonríe—. Pero... espera... ¿Qué hora es?
—Son las seis y cuarto —respondo después de mirar mi reloj.
—Ays, no... Llegaré tarde si no me voy ya —se lamenta, recogiendo
del suelo su abrigo y la mochila—. Tengo que irme para cuidar de mi
sobrina, pero si quieres, mañana por la tarde podemos quedar. Mi madre
está sumamente protectora y prefiere que me tome un descanso de una
semana hasta que esté mejor del brazo.
—¿Mañana? —Pienso en mi horario—. Vale, me va bien.
—Genial.
—Genial —digo yo también, y después ambos sonreímos.
—Pues... nos vemos... Hasta esta noche a las doce, ya sabes, para
nuestro Netflix.
—Hasta esta noche.
Nos despedimos, y ella se va, dejándome aquí, con una gran sonrisa
pintada en la cara, en esta biblioteca que de pronto no me parece que tenga
nada que envidiar a la de Boston.
16

El trayecto en el metro rumbo a casa de mi hermana fue diferente. Hasta la


corriente de aire que notaba dentro del vagón y que revolvía mi pelo me
parecía distinta. Sujetaba mi mochila por delante, para tenerla vigilada, pero
sin borrar una sonrisa de emoción. Necesitaba contárselo a alguien, así que
se lo diría a Fang en cuando la viera.
Al llegar a su casa, es Jin quien me recibe, con la niña en brazos. Él es
alto, delgado, con un cabello negro como el carbón y corto, pero aun así
indomable. Y, según las chicas, con el atractivo de un actor de k-drama. A
mí me parece que es un hombre guapo, aunque, la verdad, para mis ojos es
mi cuñado y punto.
—¡Hola! —saludo.
—Hola, Nina, ¿cómo va ese golpe?
—Bien —digo, dando saltitos mientras lucho por quitarme las
zapatillas rápido—. Hola, mi dulce Yun.
Saludo a mi sobrina, haciéndole carantoñas y poniéndole caras cuando
todavía estoy dejando el abrigo y la mochila, y no tardo en estrecharla entre
mis brazos.
—Preciosa Yun. —Le doy un beso en la frente y trato de hundirle la
coletita que lleva y que parece una palmera negra surgiendo de su cogote—.
¿Por qué tengo la impresión de que cada semana está más grande?
—Está en esa edad en la que crece muy rápido —dice Jin, aunque le
noto una sonrisa algo tensa.
—¿Dónde está Fang? —Miro a mi alrededor cuando hemos avanzado
hasta el salón.
—Eh... Enseguida sale. Voy a buscarla.
—Vale.
Sé que no está bien escuchar a escondidas, pero en mi defensa diré que
Jin no ha cerrado bien la puerta del dormitorio y que está muy cerca del
salón... Pero el ambiente es tan raro que no puedo evitar oír al menos parte
de la conversación.
—Cariño, tu hermana está aquí... ¿Cómo vas? ¿Quieres que le diga que
se vaya y nos quedamos esta noche en casa en familia?
—No... No lo sé.
—Eh, venga... alegra esa cara, por favor... No soporto verte triste.
—Es que... no lo entiendo... ¿Qué estoy haciendo mal?
—¿Y por qué tienes que estar haciendo algo mal tú?
—No lo sé...
—Fang, escúchame... Pueden ser miles de motivos, pero ninguno es
culpa tuya, ¿de acuerdo? No te agobies con esto, por favor. Lo más
importante es que seamos felices, que tú seas feliz, ¿vale? Las cosas
sucederán a su debido tiempo.
—Supongo que tienes razón... Pero tal vez debería ir al médico de
nuevo.
—Si te vas a quedar más tranquila, me parece bien. Iremos los dos.
—Vale...
—Venga, termina de vestirte, verás que en el cine nos distraeremos.
¿Te parece bien?
—Sí.
—Creo que te vendrá bien despejar la mente, y después, he reservado
mesa en ese restaurante italiano que tanto te gusta.
—Te quiero.
—Y yo a ti, mi vida.
—Jin...
—¿Qué?
—Te has dejado la puerta abierta.
Escucho el clic al cerrarse, y trato de olvidar lo que he oído y
centrarme en Yun, pero es complicado, por no decir imposible.
¿Acaso está enferma mi hermana? La preocupación no tarda en
apoderarse de mí, haciéndome sentir angustiada y arrebatándome la
felicidad de la que he disfrutado minutos atrás.
—Enseguida sale Fang. —Jin reaparece en el salón.
—Ah... claro...
—Y ahora ¿qué pasa? —me pregunta Jin, a quien no se le escapa una,
aunque parece agotado.
—Nada... —Me centro en seguir jugando con Yun, moviendo un
peluche con forma de dinosaurio—. Bueno... En realidad, solo quiero saber
si Fang... O sea... ¿ella está bien?
—Nina, tu hermana está perfectamente.
—¿Seguro?
—Confía en mí.
—Tenías que haber cerrado la puerta mejor. —Fang nos sorprende a
los dos apareciendo de repente, con un vestido verde oscuro que hace juego
con sus ojos. Se ha hecho un moño y anda metiendo el móvil y unos
pañuelos en su bolso.
—Perdón... No era mi intención...
—No hagas conjeturas absurdas. Estoy bien. —Trata de sonreír—. Tú
preocúpate de la universidad y de nada más por ahora, ¿me lo prometes?
—Sí... En cuanto me den las notas, si todo sale bien, se lo contaré a
papá y mamá.
—Estoy convencida de que destacarás, como en el instituto, ya lo
verás. Solo que esta vez será para bien.
Asiento con la cabeza y Jin vuelve junto a su esposa, pasándole un
brazo por la cintura y dándole un beso en la frente.
—Oye, Fang... ¿puedo llamar a Sara para que venga un rato?
—Claro, ¿por qué no?
Cuando mi hermana se va, escribo un mensaje rápido a Sara para que
se acerque y mientras me entretengo jugando con Yun a unos bolos de
peluche, aunque reconozco que la puntería no es lo suyo... Ni tampoco lo
mío.
Mi amiga apenas tarda un cuarto de hora en presentarse en casa de mi
hermana, pues vive con sus padres muy cerca de aquí.
—Hola, tía —me saluda, haciendo una pompa de chicle—. No
deberías coger en brazos a la cría si te has hecho daño en la mano. Trae,
anda...
—Eso es solo una excusa porque te gusta demasiado.
—Mira qué pelo más gracioso tiene. La verdad es que me encanta, es
demasiado divertida y parece un rábano con esta coleta, ¿verdad que sí?
—Como Fang te oiga llamar rábano a su hija, te mata —suspiro.
—Anda, deja de decir tonterías y toma. —Saca del bolsillo de su
sudadera un bote pequeño hexagonal, con tapa dorada y un tigre dibujado.
—¿Y esto? —Contemplo el bálsamo del tigre blanco.
—Para el dolor.
—Paso de ir apestando a mentol y, además, los antinflamatorios que
me ha recetado Jin me van genial.
—Mira que eres cabezota.
—Creo en la ciencia, no en un mejunje blanco y pegajoso hecho con
hierbas.
—Tus antepasados se revolverán al escucharte.
—Bueno, si sirve de algo, sí que creo en la acupuntura.
Sara me mira negando con la cabeza y ambas nos sentamos en el sofá
con la niña.
—¿Y si vemos una peli?
—Me parece buena idea.
Cojo el mando a distancia y accedo a la aplicación de Disney para
buscar algo que sea apto para Yun.
—Por cierto..., ¿has notado a mi hermana rara últimamente?
—¿Por qué me lo preguntas?
—No sé... Al fin y al cabo, trabajas con ella a diario.
—Pues la verdad es que no... Bueno, tal vez algún día ha estado más
pensativa que otros, pero sin más... ¿crees que tiene problemas con Jin?
—No, no creo que sea eso...
—No te preocupes tanto, seguro que no es nada. —Sara me muestra
una sonrisa tranquilizadora y mira la televisión—. Deja Peter Pan, que me
gusta.
—Vale.
Le doy al play y nos quedamos las tres mirando la pantalla, hasta que
mi amiga vuelve a hablar.
—¿Qué tal las conversaciones con el tío ese del libro?
—Hoy le vi.
—Espera, ¡¿qué?!
—Eh... Se me pasó contártelo porque estaba pensando en otras cosas.
—¿Cómo que le has visto?
—Nos encontramos de casualidad en la biblioteca y hemos quedado en
vernos mañana por la tarde.
—¡Estoy flipando!
Yun la mira y se ríe de los gestos que hace Sara.
—Pero, o sea, ¿tenéis una cita?
—No sé si se puede llamar cita.
—¿Adónde va a llevarte?
—No lo sé.
—¿A qué hora habéis quedado?
—No hemos concretado.
—¿Y no habéis hecho ningún plan?
—No, de momento.
—Mmmm... —Mi amiga analiza la información—. Me vas a volver
loca... A ver, cuéntame con pelos y señales cómo fue.
Me quedo pensativa y después le describo cómo sucedió y nuestra
conversación.
—Eso es una cita.
—¿Seguro?
—Totalmente. —Me aprieta el brazo bueno de forma cariñosa. Está
superemocionada—. ¡Qué bien! ¡Vuestra primera cita!
—Sí..., supongo... Aunque, ahora que lo pienso, me he puesto
nerviosa.
—Bah, ¡qué tontería! —Se acomoda en el sofá de nuevo—. ¿Y Paco?
¿Qué pasa con él?
—¿Acaso tiene que pasar algo? Creo que está claro que no me
interesa.
—Ya... Pues a tu madre eso no creo que le vaya a hacer gracia. Es
Paco, ya sabes...
—¿Y qué?
—Pues que hasta mi madre está enterada ya de quién es Paco. El
soltero de oro está en Usera. ¡Todas las marujas chinas de Madrid lo saben!
—¡Paco! —suelta Yun. Sara y yo la contemplamos con los ojos
abiertos como platos—. ¡Paco! ¡PACO! —repite, y después se parte de risa
ella sola.
—Mierda, ¿por qué se ha quedado con esa palabra?
—Tía, que acabas de decir un taco...
—Mejor mierda que Paco —le digo, asustada.
—Paco —repite Yun.
—Tierra, trágame. —Me tapo la cara con las manos y Sara comienza a
reírse junto a la niña.
Y así fueron pasando las horas, entre risas y debates de vestuario para
la cita del día siguiente.
17

La luz del sol se filtra por las cortinas mientras yo me dedico a mirar al
techo desde la cama. Apenas he podido pegar ojo esta noche.
Nina no contestó a mi último mensaje, por lo que supongo que se
quedaría dormida. Pero claro, eran las cuatro y media de la mañana y
llevábamos ya unos cuantos capítulos de Stranger things, por lo que es
normal. Decido no entrar en bucle con esta historia y centrarme de una vez.
Tengo que avanzar curro o Ricardo me matará, y con razón.
Me levanto de un salto y me voy a la ducha, pero ni siquiera debajo del
agua consigo sacarme de la cabeza la idea de que esta tarde veré a Nina, así
que, mientras preparo café, me pongo los auriculares para poder escuchar
música sin molestar a los vecinos y tratar de desviar mis pensamientos.
Lisztomania de Phoenix me parece una buena opción para comenzar el
lunes.
Nada más encenderse el ordenador, me entra una videollamada por
Skype de mi compañero de trabajo y dudo si contestar. Está claro que me
estaba esperando...
—¿Qué pasa, tío?
El rostro de Ricardo, con sus gafas redondas, acapara la pantalla de mi
portátil, interrumpiendo mi momento de música y el inicio del día.
—¿Qué pasa? Eso me pregunto yo.
No sé qué añadir, así que alzo las cejas y me encojo de hombros.
—Lo que me mandaste anoche está mal. Lo he repasado y no sé de
dónde te has sacado el resultado.
—¿En serio? —Alcanzo mi cuaderno y un lápiz y lo miro por encima
—. Perdona, tenía la cabeza en otra parte.
—Hasta los del MIT se equivocan —dice con voz socarrona y
mostrando una sonrisa ladeada.
—Habló el crack de la Sorbona.
—Oye, si necesitas que nos tomemos esta semana libre, lo entiendo.
Llevamos trabajando duro desde septiembre y ni siquiera hicimos pausa en
las Navidades. Además, esta semana no hay clases. Creo que nos lo
meremos.
—¿He oído que os vais a tomar un descanso? Porque yo puedo
cogerme unos días en el trabajo y prometiste que iríamos a París a ver a mi
familia. Pronto —escucho decir a una voz masculina y con un claro acento
francés.
No tarda en aparecer al fondo otro chico, moreno, con unos ojos azules
que crean un contraste original con su piel. Tiene el pelo negro, húmedo, y
va solo con una toalla blanca anudada a la cintura.
—Buenos días, Jean Luc —saludo cuando se esfuerza por compartir
pantalla junto a mi compañero y amigo.
—Cari, de momento es solo una propuesta —le dice Ricardo.
—Yo voto sí —insiste el recién llegado, levantando una mano e
iniciando un diálogo entre ellos dos—. ¡Por favor! Sois unos workaholics,
¿lo sabéis? Tenéis un problema serio.
—Es solo una época dura.
—Me da igual, llevo oyendo lo mismo desde el inicio del curso.
—¿Por qué eres siempre tan dramas?
Voy a tomar otro sorbo de café y me percato de que ya me lo he
terminado. Vuelvo a dirigir otra mirada a la pantalla y después contemplo el
fondo de mi taza vacía. No son ni las diez de la mañana y no estoy
preparado para todo esto. Está claro que necesito más cafeína y un
descanso.
—Jean Luc —digo, llamando la atención de esos dos—. Tú ganas: nos
tomamos un descanso de una semana, ¡que lo paséis bien!
Bajo la pantalla del ordenador dando por terminada la conversación y
miro de nuevo la libreta. Joder, qué cagada... El fallo está al principio del
desarrollo. ¡Paso! No puedo pensar en ello ahora. El móvil se ilumina en el
escritorio y leo la notificación de un nuevo mensaje con el nombre de Nina
que automáticamente activa una sonrisa en mi rostro.
18

Me caliento un vaso de sopa en el microondas y me la llevo a la habitación


mientras cazo unos cuantos fideos entre los palillos, alzándolos a mi boca,
pensativa.
Había pasado el resto del día tratando de elegir diferentes modelitos
que ponerme para mi cita de esta tarde, pero cada uno que se me ocurría
nuevo anulaba mi elección anterior, y la conversación con mi amiga Sara de
ayer sobre mi vestuario no había dado los resultados que esperaba.
Abro las puertas de mi armario y me quedo mirando la hilera de
perchas que cuelgan con toda mi ropa mientras tomo un nuevo bocado.
Suspiro, cansina, y dejo el recipiente sobre el escritorio antes de volver
a enfrentarme a la difícil tarea de escoger una vestimenta adecuada. ¿Por
qué le estaba danto tantas vueltas?
Era una cita.
Era una primera cita.
Era una primera cita «oficial» con el tío de la esquina: Rubén López.
Por eso estaba pensándomelo tanto. Y cuanto más rebuscaba y
comenzaba a extender diferentes alternativas sobre mi cama, más me
invadía esa extraña sensación que me decía que, a pesar de toda la ropa que
tenía, en realidad no había nada realmente decente. Acumulaba cosas
incluso de la adolescencia. ¿Por qué demonios conservaba un jersey marrón
con bolitas? ¿O esta camiseta con una mancha de tomate frito que nunca
desapareció de la manga izquierda? Estaba claro que tenía que hacer
limpieza de armario. Es más, debería ir urgentemente de compras. No,
espera, ¡debería dejar de perder el tiempo divagando con estas cosas! Tengo
que centrarme en la misión de encontrar cualquier tipo de indumentaria con
la que me sienta bien acudiendo al encuentro.
De pronto, miro hacia mi cama y me percato de que hay una gran
montaña de ropa que he ido dejando encima. Le doy un toquecito a la
pantalla del móvil y contengo un grito al ver la hora que es. O me doy prisa
o llegaré tarde, así que me decido por un vestido de manga larga de color
rojo.
El teléfono comienza a sonar y por un momento una pequeña
decepción se apodera de mí pensando que es Rubén cancelando nuestra
cita, pero me encuentro con el nombre de mi hermana en la pantalla.
—Hola, me pillas con algo de prisa.
—¿Por qué Yun no para de nombrar a Paco? La he recogido de la
guardería para comer todos juntos en casa y no se calla.
—Qué directa. Yo te he dicho primero hola.
—Nina. —La voz de Fang suena a que no quiere que me ande con
rodeos.
—La verdad es que no tengo ni idea.
—¿Has vuelto a quedar con ese chico?
—No, todo lo contrario, porque además estoy hablando con un
madrileño.
—¿Ah, sí? —Su tono cambia por completo, y de repente se muestra
superinteresada en el tema.
—Oye, Fang, ahora llego tarde a un sitio, ¿podemos hablarlo en otro
momento?
—¿Tiene él algo que ver en que no puedas dedicarle un par de minutos
a tu hermana?
—Está bien... —Me siento en la cama y le hago un breve resumen de
la situación actual.
—A mamá no le gustará que salgas con alguien sin decírselo.
—¿Quién dice que va a llegar tan lejos? Tengo edad de divertirme y
probar cosas nuevas, ¿no crees?
—¡Venga ya! Decir eso no es propio de ti, así que confiesa: del uno al
diez, ¿cuánto te gusta?
—¡Argh! Con esa pregunta has ido a pillar. —Me echo hacia atrás y
me quedo mirando al techo—. Un doce.
—Mierda, Nina...
—Lo sé, pero todavía puede fastidiarla y hacerme salir huyendo en
nuestra primera cita. O tal vez le huelan los pies, quién sabe.
—¿Me prometes que no harás tonterías y te tomarás esto con calma?
—¿Como cuando tú conociste a Jin? Aquello sí que no era propio de
ti.
—¡Eso era diferente!
Me río por ponerla nerviosa al hacerle pensar en la primera vez que
quedó con quien ahora es su marido. Llegó a escondidas y de madrugada a
casa, con las bragas saliéndole del bolsillo de la chaqueta.
—Dime al menos que no te has enamorado de él.
—¿Cómo demonios me voy a enamorar de alguien a quien conozco
tan poco? ¿Estás loca?
—Como has dicho que te gusta tanto... Ya no sé qué pensar.
—Las películas de princesas que ponéis a todas horas en tu casa te
están friendo el cerebro. Una cosa es la atracción, Fang, y otra muy distinta
el amor. Desconecta el Disney plus una temporada..., es un consejo de
hermana.
—En fin, no hace falta que te pongas así...
—¿Crees que es una locura todo? Me refiero a cómo nos conocimos y
todo esto...
—Un desconocido que se molestó en devolverte el libro que habías
perdido y que como hubo feeling te dejó el teléfono... No me parece tan
malo, quiero decir... Os habéis estado conociendo ya un poco por mensajes.
Creo que me gusta mucho más que conocer a alguien por Tinder. Así no te
llevas la decepción del cara a cara, ya sabes cómo es la otra persona.
—¿Qué narices os pasa a todas con esa app?
—Es lo que está de moda ahora.
—Pues me hace sentir conservadora...
—Oye, si quieres, le diré a mamá que te he pedido que cuides de Yun
esta noche, y así, si llegas tarde, no te sermoneará —suelta entonces,
solidarizándose.
—¿Harías eso por mí? —Me emociono al pensar que podré llegar
tarde a casa y sin levantar sospechas.
—Sí.
—Eres la mejor hermana que se puede tener.
—No hagas que me arrepienta.
No lo puedo evitar, pego un grito y comienzo a agitar las piernas en el
aire. Estoy eufórica y en parte es porque tengo la mejor hermana del
mundo.
19

Cuando la veo salir del metro se me dibuja una sonrisa casi de forma
automática, gesto que amplío al verla mirar para todas partes, como perdida
en el caótico entorno de Callao. Va sin paraguas, a pesar de la lluvia, y se
cubre la cabeza con ambas manos como si así fuera a conseguir
resguardarse. Me busca entre el gentío cuando, sin querer, choca su espalda
contra un ejecutivo que la fusila con la mirada. Decido acercarme entonces
a buscarla yo y protegerla un poco del agua.
—Hola —saludo a su nuca, haciendo con ello que Nina se gire—.
¿Qué tal va la muñeca?
—Hola. Bien. No me duele, por suerte.
Sonríe y me mira unos instantes antes de bajar la cabeza y ponerse
parte del pelo detrás de la oreja. El color aborda sus mejillas entonces y me
encanta ese gesto involuntario. Sin duda está cortada, y yo también, así que
pienso en decir algo. ¿Tal vez un «qué tal el día»? ¿O debería alabar su
aspecto? Definitivamente, está muy pero que muy guapa esta tarde, aunque
me lo callo. ¿Le pregunto por los exámenes o ese tema puede resultar
espinoso?
—¿No has traído paraguas? —Me decanto por lo evidente,
conteniéndome las ganas de darme una palmada en la frente por formular
una pregunta tan estúpida. Hasta un «qué tal» hubiera sido mejor.
—No —me responde ella, enfatizando su respuesta mientras niega con
la cabeza.
Aproximo el paraguas todavía más a Nina, hasta que me doy cuenta de
que me estoy mojando la espalda y me acerco también yo.
—¿Sueles pasar por aquí? —En mi búsqueda de temas que rompan el
silencio, decido hablar de la zona en la que estamos.
—No.
—Yo a veces vengo con mi compañero de trabajo y su pareja. Solemos
ir a un bar aquí al lado que, aunque los fines de semana suele estar repleto
de turistas, me gusta bastante, y al ser lunes no estará tan concurrido.
—Me convence la idea.
Ponemos rumbo hacia las callejuelas que se esconden entre las calles
de Preciados y Montera, entre la marabunta de gente que no parece haber
disminuido a pesar del clima. En el puesto de patatas fritas se acumula
gente mientras un humo acompañado de la fragancia típica del frito se cuela
por debajo de nuestro paraguas, mezclándose con el olor a humedad de la
calle y el aroma a flores de Nina. Este último me gusta demasiado. En Doña
Manolita ya han desaparecido las colas de la Navidad y los visitantes
extranjeros que han llegado a la ciudad parecen enfadados por no poder
hacerse fotos bajo el prometido sol de la península. Y, mientras tanto,
nosotros caminamos algo cortados bajo mi paraguas verde. Ella ha metido
las manos en los bolsillos de su abrigo de paño negro y esconde la nariz en
la bufanda de color rojo que lleva. Las circunstancias nos obligan a
mantenernos muy pegados, lo cual alimenta nuestros nervios.
—¿Te gusta Madrid? —pregunta Nina, rompiendo el silencio por fin.
—No estoy seguro.
—¿Ah, no?
—Creo que a veces no aprecio mi ciudad lo que debería. Me acomodo
a ella y no sé ver lo buena que es hasta que me alejo.
—Cuando yo llegué, eché mucho de menos China. El shock cultural
fue enorme, sobre todo las dos primeras semanas. Tardé un par de meses en
acostumbrarme, aunque supongo que no logras hacerlo nunca del todo, pero
si ahora tuviera que regresar lloraría por dejar Madrid. Creo que me gusta.
—¿Crees? ¿Es que después de tantos años no estás segura de si te
gusta? —Se me escapa una risita, divertido por el comentario.
—Sí... No conozco nada más y, bueno, aquí he podido tener una vida
decente y acceder a la universidad. A lo que me refiero es a que esta ciudad
no siempre ha sido fácil, pero merece la pena.
Ambos nos sumimos de nuevo en el silencio. Pienso en cuando yo me
marché a Estados Unidos, pues tampoco fue sencillo al principio y todavía
menos en un país extranjero con costumbres diferentes y un idioma distinto,
por lo que estoy casi seguro de entender a qué se refiere.
Miro al frente y enseguida distingo el bar con paredes exteriores de
ladrillo rojo y carpintería azul. A esta hora no hay mucha gente.
—Es aquí —anuncio cuando llegamos a la entrada. Ella abre la puerta
y yo intento sacudir parte del agua del paraguas.
—Tú primero, que conoces el sitio. —Me cede el paso, mostrando una
sonrisa.
—Gracias.
Dejo el paraguas en el paragüero y vamos hacia una mesa que está
situada junto a la cristalera.
—¿Aquí está bien? —pregunto cuando ambos nos detenemos.
—Sí.
Entre el barullo que crean las conversaciones de la gente y el sonido de
las copas que de vez en cuando chocan delicadamente entre ellas, nos
sentamos y me fijo en la suave melodía que termina de ambientar el lugar al
ritmo de una trompeta de jazz que interpreta Song for Fraser, de Kamasi
Washington.
—¿Por qué hay papelitos? —comenta mientras mira un montoncito de
papeles blancos tamaño cuartilla, como si alguien los hubiera arrancado de
un cuaderno liso, abandonándolos ahí.
—En este sitio por la tarde noche suelen venir grupos que juegan al
party, el trivial, el scrabble...
—Me encanta esa idea. Tendré que enseñárselo a mis amigas.
—Cuando vengo con mis amigos jugamos —reconozco.
—¿Otra de las cosas que haces en tu tiempo libre, además de ver series
de Netflix?
—Sí. ¿Qué hay de ti? ¿Qué más haces?
—Bueno, me gustan los juegos de ordenador.
—¿De verdad? ¿Como cuál?
—Ahora estoy un poquito enganchada al Overwatch, ¿lo conoces? Es
de disparos... Aprovecho que han terminado los exámenes.
No puedo evitar removerme un poco en la silla. ¿Esta chica va en
serio? No puede ser cierto... Ni en mis mejores sueños hubiera imaginado
que pudiera ir juntando esas cosas que tenemos en común.
—¿Qué pasa? ¿Eso te molesta? —me dice, arrugando la frente
mientras me observa.
—No, no... ¡Qué va! Es que yo también juego de vez en cuando. No
pensé que pudieras andar por ahí...
—Algún día deberíamos jugar juntos.
—Desde luego que sí.
Ambos sonreímos, sorprendidos de haber encontrado un hobbie como
ese entre nuestras coincidencias.
—Mis amigas suelen decirme que es un tanto infantil por mi parte
continuar con estas cosas, pero a mí me gusta y me distrae, aunque es
verdad que en este juego casi todo son críos. Bueno, el grupo con el que yo
suelo jugar no..., pero ya me entiendes.
—Es bueno sacar de vez en cuando al niño que llevamos dentro.
Además, a mí me desestresa.
—Y a mí, aunque cuando juguemos juntos, te advierto que soy un
poco mala, hace poco que salí del WOW para venirme aquí. Todavía estoy
aprendiendo.
—Espera... ¿El World of Warcraft? ¿Te refieres al juego de ordenador
de mundos fantásticos y todo eso...?
—¿Acaso hay otro WOW?
—Era por asegurarme. —Me paso la mano por el pelo—. ¡Caray! Me
vicié mucho a ese juego cuando estaba en mis primeros años de
universidad, pero, por suerte, lo he superado.
—Es muy adictivo.
—Estoy totalmente de acuerdo.
—Así que eres un friki. —Ella sonríe.
—Perdona, ¿me estás llamando friki? Porque veo que tú no te quedas
atrás...
Nina ríe, y yo cojo la carta que hay sobre la mesa y analizo las
opciones de zumos, cafés, tés y batidos que hay disponibles.
—Me pediré una Coca-Cola.
—Yo un Nestea.
Llamo la atención del camarero, que se acerca a tomarnos nota
mientras yo sigo pensando qué más puedo preguntarle. En realidad, quiero
saber todo sobre ella, pero es una primera cita, así que iré averiguando
cosas poco a poco.
La veo investigar la carta de las tapas más a fondo y decido entrar por
ahí.
—¿Qué hay de la comida? ¿Cuál es tu plato preferido?
—Me gustan los dumplings.
—No tengo ni idea de qué es eso.
—Son una especie de empanadillas rellenas de carne, o verduras, o
gambas... Hay de diferentes tipos. Mira... —Saca su móvil y comienza a
buscar algo hasta mostrarme una foto con el plato al que se refiere.
—Tal vez algún día me anime a probarlos.
—Deberías. No sabes lo que te pierdes —dice, dejando el móvil sobre
la mesa y mirándome—. ¿Tienes hambre?
—¿Tú sí? —Asiente con la cabeza—. Hay una tortilla de patata con
una pinta increíble en la barra, ¿quieres que pidamos?
—Nunca he probado eso. —Arruga la nariz.
—¿Qué? ¿Llevas tantos años en este país y nunca has comido tortilla
de patata?
—¿Tan raro es?
—No sé, es algo muy típico de aquí, por eso me sorprende. ¿Acaso te
da asco o algo?
—No, la verdad es que no..., creo. Simplemente, no he tenido ocasión,
supongo.
—¿Te apetece?
—¿Ahora?
Asiento con la cabeza, temiendo que mi proposición no la convenza
del todo, pero su sincera sonrisa erradica todas mis dudas de un plumazo.
Me acerco a pedirla a la barra y a pagar la cuenta ya de paso. Me apetece
invitarla en esta ocasión. Mientras lo preparan, la observo coger uno de los
papelitos blancos de la mesa y ponerse a doblarlo y arrugarlo. No soy
consciente hasta que no he regresado de que en realidad se ha puesto a
hacer una figurita que termina resultando una grulla de papel. Cuando dejo
el plato con el pincho en el centro de nuestra pequeña mesa, ella lo mira
expectante.
—¿Haces los honores? —le tiendo un tenedor y no duda en atacar.
Me encanta observarla en este momento, metiéndose el pedazo que ha
cogido en la boca, saboreándolo, haciendo esos deliciosos gestos con los
labios... Quiero besarla, pero me contengo. No quiero estropearlo o ir
demasiado rápido, aunque la verdad es que quiero hacerle de todo... ¿Qué
demonios me pasa?
—Está buenísima.
—¿Sí? —pregunto, intentando centrarme, y pillo un trozo con mi
cubierto.
—¡Me encanta!
—¿Cómo es que no has explorado más estas cosas? Ya sabes, la
gastronomía y la ciudad.
—Mi vida está básicamente en Usera. Todas mis amigas viven allí y
solemos movernos por locales que ofrecen las cosas que nos gustan.
—¿Y no sales de fiesta por otros sitios?
—Si te refieres a ir a discotecas, la verdad es que no soy muy dada a
eso. Alguna vez he ido, pero es de noche y todo lo demás está cerrado. Se
podría decir que me gusta ir a lo seguro, a lo que conozco y en donde sé que
estaré bien... Es a lo que me he acostumbrado y me siento cómoda con eso.
Aunque supongo que la universidad está ampliando un poco más mis
horizontes... Y eso a veces me resulta vertiginoso porque son muchas cosas
nuevas y posibilidades en las que pensar.
—¿A qué te refieres?
—Pues... por ejemplo, la profesora Lewis, cuando me dice que podría
intentar optar a estudiar fuera. Por un lado, me parece una idea alucinante y
me encantaría hacer algo así, pero, por otro, me asusta un poco dejar lo que
ya conozco, a mis amigas y a mi familia. ¿No te sentiste así cuando fuiste al
MIT?
—Por aquel entonces era un adolescente con ganas de salir de casa de
sus padres y el MIT era mi mayor sueño. Sí que tenía un poco de miedo
porque era la primera vez que me enfrentaba a vivir solo y en un sitio
nuevo. Creo que es algo instintivo, ¿no? Pero todas las cosas buenas
aplacaban esos pensamientos negativos. A veces es necesario salir de tu
zona de confort para madurar y alcanzar otras cosas a las que no puedes
acceder si te quedas en el mismo lugar de siempre.
—Supongo que tienes razón. —Se queda pensativa.
Sonrío.
—Por lo que me dijiste ayer en la biblioteca y esto de ahora parece que
la profesora Lewis te aprecia mucho.
—No, no... —Trata de restarle importancia—. Aunque sí es cierto que
hace que me plantee posibilidades... Y aunque la verdad es que ahora
mismo la universidad requiere que le dedique bastante tiempo, y eso, junto
al trabajo en el restaurante, no me deja mucho margen para otras cosas; he
estado viendo un curso de inglés en nivel B2 y me gustaría intentar
apuntarme, para mejorar, ya sabes. Creo que estaría genial ir avanzando en
eso también.
—Me parece una idea estupenda. Muy útil.
—Seguro que tú lo hablas de miedo.
—Bueno, puedo apostar lo que quieras a que a ti también hay otras
muchas cosas que se te dan mejor que a mí. El inglés simplemente requiere
tiempo y práctica. Ya verás como lo consigues. Además, tú me sacas
ventaja porque dudo que el chino sea sencillo.
—Sí, supongo que el chino no es tan fácil. Gracias por los ánimos —
suspira.
—Oye, Nina, ¿todavía no sé en qué curso estás?
—Eh... Bueno... —Veo que se sonroja—. Estoy en primero.
—¿En serio? —Su respuesta me sorprende muchísimo.
—Sí, es que empecé después de unos años la universidad... Y estaba
esperando a ver cómo se me daba para contárselo a mis padres porque tenía
miedo de que la experiencia no fuera bien. Sé que es demasiado tarde para
mí, pero...
—Oye, calma —le digo, tratando de procesar toda la información—.
Está bien. Nunca es tarde para estudiar lo que sea. Cada uno va a su ritmo
por las circunstancias que sean.
—Has puesto cara de estar flipando.
—Bueno, me ha sorprendido, pero porque los ejercicios que vi en
aquellos folletos y el libro de ayer no son para alumnos de primero.
—Ah... Ya... Son del grupo de estudio de Lewis.
—Eso lo explica.
Se hace un silencio algo incómodo hasta que ella vuelve a hablar.
—Me pregunto si hay muchas diferencias entre Estados Unidos y
España. ¿Es como en las películas?
—Sí, es diferente... Pero ambos tienen sus cosas buenas y sus cosas
malas. La vida no es igual en todos los estados. Por ejemplo,
Massachusetts, que es donde estaba yo, es totalmente diferente a Florida.
—Entiendo... Yo al principio estaba muy emocionada por ir al instituto
aquí. Pensaba que sería como en una de esas películas americanas con las
taquillas y las cheerleaders.
—Oh, no... Nada más lejos de la realidad, al menos por lo general...
Siempre hay excepciones.
—Lo sé... No había taquillas, ni animadoras, ni siquiera una biblioteca
decente. Fui a un instituto que me dejó patidifusa. Pero los profesores eran
muy buenos y el temario también. En cambio, los alumnos... no tanto.
—¿Tan difícil fue?
—Creo que no encajé, aunque lo intenté. Supongo que no todos los
sitios son iguales, ¿no?
—Claro que no... —Se me encoge el corazón al pensar que lo pasó
mal.
—Al final, el orientador dijo que era un problema mío porque no me
integraba. Pero cuando se ríen de ti y te hacen la vida imposible, decides
que lo mejor será centrarte en aprobar las asignaturas y olvidarte de lo
demás. Llegué a pensar en serio que no estaba hecha para estar allí. Que no
formaba parte de aquello. Fue una sensación horrorosa que me acompañó
incluso mucho tiempo después.
—Siento mucho que pasaras por algo así, sumado a que los
adolescentes pueden ser muy complicados. Parece mentira que a veces las
personas no sean conscientes del daño y el dolor que causan a la gente con
ciertas palabras o acciones. Lo siento...
Sin pensarlo, pongo mi mano sobre la que ella tiene en la mesa y veo
cómo se sonroja. Pero lo que me alarma es sentir que vuelve a tensarse, por
lo que doy marcha atrás, apartándome.
—Ahora lo veo así —continúa—. Pero entonces yo también era una
adolescente en un país con costumbres y personas muy diferentes para mí y
me costaba entenderlo. Pero, bueno, supongo que la falta de distracciones
me llevó a sumergirme en videojuegos y libros, y aun así logré convertirme
en una de las mejores alumnas del año. Después decidí tomarme un
tiempo... sabático, por decirlo así. En el fondo me asustaba que la historia
se repitiera, pero la universidad es completamente diferente.
—Bueno, por lo que cuentas, eres buena en los estudios.
—Normal. —Se encoge de hombros y se sonroja.
—Imagino que las costumbres chinas distan mucho de las de aquí,
empezando por el Año Nuevo, asignando a cada año un animal y todas esas
cosas que para mí resultan tan curiosas. Tenía varios compañeros asiáticos
cuando estaba fuera. Me parece una cultura muy interesante. Seguro que
tienes muchas cosas que contar. ¿Hay algo que te pareció especialmente
raro cuando llegaste aquí?
—¿Bromeas? ¡Cientos de cosas! —Abre mucho los ojos—. Lo que
más me marcó al principio fue que todo el mundo se daba besos para
saludarse. En China nos inclinamos y nos damos la mano, pero cuando
llegué a España y un chico se acercó a darme dos besos en las mejillas me
quedé tiesa como un palo y sin saber qué hacer. Pero después lo hizo una
chica y entonces entendí que era normal. Pero... ¡¿por qué?!
—Uff... Ahí te doy la razón. A mí tampoco me gusta, ¿no es suficiente
con que todos nos demos la mano?
—¿A que sí? Es un gesto que aún hoy percibo como si me asaltaran de
alguna forma y, francamente, no me acostumbro a la idea de que cualquier
desconocido invada mi espacio personal dándome dos besos para
saludarme. Piensa en esas ocasiones en las que te tienden una mano
excesivamente fría o peor, ¡sudorosa! Pues imagínate si se te acerca alguien
así a darte dos besos. ¿No piensan en los microbios o en que tal vez no me
apetece darles dos besos porque no los conozco?
No puedo evitar reírme porque me ha expuesto sus motivos de forma
superconvincente.
—La verdad es que estoy totalmente de acuerdo contigo.
—Para que te hagas una idea, en China y en muchos países asiáticos,
las parejas prácticamente no intercambian muestras de afecto en público,
pero aquí ves a gente besándose hasta en el metro.
—¿De veras? Pero... ¿los novios no se cogen de la mano ni nada?
—Sí, eso sí, pero es muy raro ver a alguien abrazarse o besarse en la
calle... Aunque, la verdad, a mí no me parece mal. Creo que hay detalles
que ya los veo normales y que he asimilado.
—Ya... —Pienso en las cosas que me ha contado y que me resultan
muy curiosas—. ¿Y tú te has planteado alguna vez regresar a China?
—A veces, pero enseguida elimino la idea de mi cabeza. En ciertos
momentos creo que puedo parecer una turista en esta ciudad, pero Madrid
es mi hogar ahora. Creo que si regresara a mi país no me sentiría cómoda o
estaría rara... No sé cómo explicarlo. Sería extraño, no creo que yo
terminara de encajar con los míos allí. Como te digo, hay cosas de aquí a las
que ya me he acostumbrado y que he asimilado. En algunas ocasiones, me
siento un poco de ninguna parte.
—Puede que entienda lo que quieres decir.
—¿Ah, sí?
—Sí... Cuando regresé a Madrid llevaba tantos años fuera de España
que se me hacía incluso raro estar aquí. Muchos de los sitios que yo conocía
habían cambiado e incluso se habían transformado en algo totalmente
diferente a lo que eran antes, mientras que otros seguían exactamente igual,
como si en lugar de diez años hubiera pasado solo un día desde la última
vez que los había pisado. Y creo que eso te hace pensar a veces en el tiempo
y en lo que cambia todo, no solo los lugares, sino también las personas... Es
curioso, no sé, me ayudó a darme cuenta de muchas cosas y me pregunté si
de verdad encajaba aquí, porque casi tuve que volver a empezar. Ya no tenía
la misma relación que antes con quienes habían sido mis amigos y me
sentía como un auténtico extraño en esta ciudad que me ha visto nacer y
vivir los primeros años de mi vida. A veces tengo la sensación de que no
termino de encajar aquí, pero no sé... Supongo que son ralladas mías.
—Yo te entiendo. —Parece pensativa—. Cuando le cuentas esto a
otras personas que no han vivido lo mismo, siempre te dicen que saben lo
que sientes o te miran con cara de «estás loca». Me pasó lo mismo hace
unos tres años cuando fui a China a ver a mi familia. Las cosas, la gente, el
entorno e incluso ciertas costumbres están condenadas al cambio y a un
proceso de evolución. Es un hecho.
—Cuando tú te mudaste a España, yo hacía pocos años que me había
marchado —comento, pensativo.
—Pero ahora nos hemos cruzado.
—¿No hay una leyenda oriental sobre esas casualidades en las que
conoces a alguien y resulta tan intenso?
—El hilo rojo del destino. —Muestra una sonrisa ladeada, mientras la
recuerda—. Algunas personas están destinadas a conocerse y se encuentran
conectadas por un hilo de color rojo que es invisible.
—¿Cómo saben que es rojo si resulta ser invisible?
—Al decir eso rompes la magia de la historia.
—Que no, venga, ya me callo. Sigue contando. Me gusta escucharte.
—No, ya no. Es una tontería.
—No lo es, y si tú no quieres continuar, lo haré yo. —Me aclaro la voz
para darle más énfasis—: No importa la distancia, ni tampoco el tiempo que
pase. El hilo es infinito y puede estirarse, enredarse y volver a desenredarse
sin llegar a romperse jamás.
—¿Te lo sabes? —parpadea sorprendida.
—Shh, que lo estoy contando yo ahora. —Le sonrío y extiendo los
dedos de la mano, mostrándoselos—. Ese hilo lo llevamos atado en el
meñique, porque por ahí pasa la artería ulnar que conecta directamente con
el corazón, y así, estamos ligados a nuestra alma gemela.
Un silencio extraño se hace entre nosotros y ella baja la mirada,
concentrándose en la grulla que ha hecho y retocándole uno de los
extremos, probablemente, presa de los nervios. Yo me limito a
contemplarla, mientras me pregunto a qué sabrá un beso suyo. Si será lo
vertiginoso que siento que va a ser. Pero, por el momento, soy paciente.
Quiero cocinar esto a fuego lento y que ella se sienta a gusto a mi lado.
Levanta la cabeza, topándose con mis ojos, y abre la boca, a punto de
decir algo. Estoy convencido al cien por cien de que va a hablar, pero
entonces niega con la cabeza, sonriendo.
—Voy un momento al aseo.
Se levanta y desaparece entre la multitud.
No le doy más importancia. Me cruzo de brazos y examino la figurita
de papel. Me gusta y me encantaría tener la misma habilidad que ella. Es
increíble que haya hecho algo así mientras conversaba conmigo.
¡Cómo son los nervios!
A su regreso, seguimos descubriéndonos el uno al otro, hablando de
banalidades, que para nosotros no lo son tanto, porque supone el saber qué
nos gusta y las cosas que tenemos en común. Esa magia de los primeros
encuentros, de conocer a alguien especial, la novedad, las impresiones, las
emociones, pero, con ella, siempre elevadas a lo más alto.
20

Salimos del bar y Rubén vuelve a abrir ese paraguas verde que nos tapa a
los dos. Menos mal que al menos uno de nosotros ha sido previsor.
—¿Te apetece que hoy veamos Netflix en mi casa? —me pregunta.
—Vale. —Sonrío y después vuelvo a esconder mi nariz en la bufanda.
Caminamos por la acera, esquivando a la gente habitual que encuentras
en el centro cuando casi es la hora del cierre de las tiendas. Por un segundo,
nuestras manos se rozan, y no puedo evitar fantasear con la idea de
cogérnoslas. ¿Qué se sentirá? ¿Cómo será el tacto de su piel? Pienso en
cuando puso su mano sobre la mía en el bar y me derrito solo con recordar
el conjunto de sensaciones tan vibrantes que me hizo tener. Y, como si me
hubiera leído la mente, es él quien, de pronto, me sorprende sujetando la
mía. Noto cómo una corriente eléctrica se extiende por cada célula de mi
cuerpo, emocionándome, excitándome e ilusionándome. Me mira por el
rabillo del ojo y yo hago lo mismo, esbozando una sonrisa en mi rostro.
Cuando nos paramos en un semáforo de la Gran Vía, una parte de mí se
muere por que se lance ahora a darme un beso.
¿Tal vez no lo hace porque le conté que no solía ocurrir en China...?
Sea como fuere... esto es España.
No veo que reaccione, pero sí que lo noto tan emocionado como yo
por el gesto que estamos teniendo. Me acaricia la mano con el pulgar, y yo
ya no puedo soportar más las terribles ganas de tener un contacto mayor con
él.
—Creo que tienes algo ahí —le digo, señalando su rostro, aunque a
ningún lugar en concreto. Él me suelta y comienza a tocarse el ojo
izquierdo, como si tuviera una pestaña o algo. Parece confuso.
—No, agacha un poco la cabeza. Déjame a mí. —Trato de contener la
risa mientras le veo reaccionar a mi petición, y entonces, le planto un beso
rápido en los labios.
Vale, ya está hecho. No hay marcha atrás. Solo espero que no le haya
incomodado..., aunque la respuesta a mis dudas llega tan solo dos segundos
después, cuando él posa con delicadeza el índice y el pulgar en mi barbilla y
me hace mirarle a los ojos. Antes de que pueda decir algo, se lanza a mi
boca y comenzamos a entregarnos con besos y caricias.
—Nina... —lo dice casi en un jadeo.
En algún momento deja caer el paraguas al suelo, y pone ambas manos
en mi rostro. La lluvia comienza a mojarnos a ambos, fundiéndose con
nuestros besos, pero no me importa, y está claro que a Rubén tampoco. Solo
puedo pensar en su lengua, en las caricias que nos regalamos y en el
momento tan único que estamos viviendo, con los sentidos tan expuestos,
con el olor a humedad rodeándonos, la lluvia calando nuestra ropa, el
sonido del tráfico de fondo y nuestras bocas encontrándose sin cesar. Y
como si nadie nos estuviera mirando, olvidamos completamente al resto del
mundo, devorándonos en medio de la Gran Vía madrileña, jugando a
entrelazar nuestras lenguas, a saborearnos, a respirarnos y a descubrirnos
con nuestras manos.
—Espera... —digo entonces, pero bajito, como si fueran a escucharnos
—. Hay personas que nos miran.
—¡Que les den! —Ríe y me planta un último beso en los labios y otro
en la nariz—. Me encanta tu mirada.
Y a mí me encanta él, pero no se lo digo. Se agacha para recoger el
paraguas, sacudiéndolo un poco y así quitarle el agua que se ha ido
acumulando en su interior. Acto seguido, atrapa mi mano de nuevo,
guiándome calle abajo hasta donde tiene aparcado el coche, un Peugeot
pequeño de color blanco.
La ruta hasta su casa la hacemos callados, a excepción de la radio, que
rompe nuestro silencio. Eso sí, jamás pensé que un trayecto por la M-40
pudiera ser tan maravilloso como aquel. En algún momento, él me
sorprende cogiéndome de la mano mientras suena Cherry Ghost con su
tema Mathematics, y evidentemente no podemos evitar sonreír por el
estribillo de la canción, que él canturrea como puede.
—¡Vas a conseguir que llueva más! —le digo riéndome.
—¡Serás mala! —Él también ríe.
—Solo lo aviso para no tener que llegar a tu casa en canoa.
—Ya, ya... Claro...
Rubén está feliz, acariciándome la mano con el pulgar y agarrando con
la otra el volante, sin perder de vista la carretera.
Yo me siento como si hubiera subido a una nube de la que no me
quiero bajar nunca.
Y para mí, a pesar de tener el pelo humedecido por el momento de
pasión en la Gran Vía, el ratito que dura el trayecto hasta su casa es
simplemente perfecto.
No me suelta la mano hasta que no abandonamos la autopista y ya, en
el ensanche de Vallecas, observo los edificios preguntándome en dónde
vivirá y cómo será su casa.
Cuando subimos a su piso, me quedo mirando a mi alrededor, invadida
por el olor de su hogar, que huele como a madera de sándalo, seguramente
por el ambientador de mikado que hay en la entrada del apartamento.
Queriendo saber más, aunque con disimulo, avanzo un poco y trato de
fijarme en la distribución: una cocina americana a la derecha y el salón a la
izquierda. Algo simple y pequeño, ideal para una persona. Me asombra el
tamaño de la televisión de pantalla plana. Es enorme y está colgada en una
pared frente al sofá.
—¿Quieres beber algo? —me pregunta, ahuyentando así mis
pensamientos y consiguiendo que me gire hacia él.
—No, gracias. —Sonrío, y veo que le he manchado de pintalabios
rojo.
—¿Qué te hace tanta gracia? —pregunta, alzando las cejas.
—Tienes restos de mi pintalabios...
—Me lo imagino, porque a ti no te queda prácticamente nada.
Me da un poco de corte la situación, pero enseguida él me hace
acercarme de nuevo a su cuerpo y me besa, dejando bien claro que no le
importa estar o no pringado de labial. Es en ese instante cuando siento la
dureza que esconde la tela de sus pantalones, y mi respiración se acelera.
—Tal vez un vaso de agua estaría bien —digo para disimular.
—Claro.
Me quito el abrigo y lo dejo en el perchero de la entrada. Él vuelve con
lo que le he pedido y cuando me lo ha dado, imita mi gesto haciendo lo
mismo con su cazadora.
Me atrevo a avanzar un poco más por su casa. Parpadeo y miro a mi
alrededor otra vez percatándome de que hay unas escaleras detrás del sofá.
—¡Wow! —exclamo, mirando el ventanal que ocupa una pared entera
y tiene la altura de dos pisos.
En un extremo del salón, hay un escritorio muy amplio en donde
descansa un portátil junto a muchos papeles y libros, aunque hay cuadernos
también en la mesita de café. En los huecos libres hay un par de pizarras
con números y caracteres en los que no me fijo demasiado. Levanto la
cabeza para mirar hacia arriba y veo una barandilla con una camiseta
colgando, aunque desde ahí se aprecia la cama de matrimonio y lo que
compone la habitación.
—Es bonito y acogedor tu apartamento.
—Más bien es un estudio. Y es muy raro, pero salía barato de alquilar.
—Se acerca a coger mi mano—. ¿De verdad te gusta?
—Mucho, aunque me da que eres un poquito desordenado.
Veo como le suben los colores desde la mejilla hasta la punta de las
orejas.
—Bueno... Supongo que no tengo remedio.
—Eso no es una excusa. —Me río.
—Oye, ¿te apetecen palomitas? O tal vez podíamos pedir unas pizzas
para cenar mientras vemos la serie...
—Pizza suena genial. Pero con extra de queso, por favor.
—Lo veo y subo la apuesta. ¿Qué tal una cuatro quesos?
—Suena estupendo.
—¿Quieres que pidamos también algo de beber? —comenta mientras
pide a través de la app—. Aquí puedo ofrecerte solo zumo de naranja y
agua...
—Nestea sería genial.
—¡Oído cocina!
Mientras esperamos a que llegue la pizza, nos sentamos en el sofá con
unas palomitas que Rubén ha preparado en el microondas.
Me pasa el brazo por detrás de la espalda y me acerco más a su lado
subiendo los pies descalzos encima del sofá y apoyando la cabeza en su
hombro con un suspiro de satisfacción que no puedo contener. Me hace
entonces sujetar el bol mientras extiende una manta de cuadros escoceses
entre nosotros, asegurándose de que nos cubre bien a ambos. Después,
enciende la televisión apuntando con el mando a distancia.
—¿Alguna vez has podido disfrutar el MIThenge? —le pregunto.
—¿Qué? —dice, cogiendo un puñado de palomitas.
—Ya sabes, el MIThenge, ¿acaso no sabes de qué te hablo? —Le miro,
extrañada—. Cuando el sol se alinea con el Pasillo Infinito del MIT y la luz
lo atraviesa longitudinalmente.
—Nina, por supuesto que sé lo que es, pero me ha sorprendido que tú
lo sepas... Suele ser algo muy friki.
—No me subestimes.
—Está claro. —Sonríe—. Por estas fechas suele manifestarse, bueno...
aún queda un poco. Es más bien a finales de enero, principios de febrero...
—Ese dato también lo conozco, y sé que después no volverá a ocurrir
hasta mediados de noviembre.
—Adoro que te pongas en plan repipi.
—¡Calla, no me llames así! —Le doy un codazo cariñoso y después
suspiro perdida en mis pensamientos—. Debe de ser realmente romántico
disfrutar de la luz del sol inundando todo el Pasillo Infinito.
—Tal vez algún día podamos verlo juntos en Boston.
—Me encantaría que eso pudiera ocurrir de verdad. Ojalá. —Le beso.
En ese momento suena el timbre, anunciando que la pizza ha llegado y
cuando ya tenemos todo dispuesto en la mesita, Rubén abre el menú del
televisor para poner Netflix y centrarnos en el capítulo que nos toca.
Pero el caso es que, después de cenar, encontrándonos aquí, en nuestro
improvisado paraíso urbano, reconozco que tenerle tan cerca resulta
demasiado tentador como para estarme quietecita y atenta a la pantalla. Así
que aprovecho de nuevo y me acerco a él, que me rodea con sus brazos y no
tarda en besarme, haciéndome enloquecer cuando en algún momento hemos
terminado medio tumbados en el sofá y siento parte del peso de su cuerpo
sobre el mío.
—Que sepas que no me acuesto con nadie en una primera cita. —Se lo
digo para que me ayude a convencerme a mí misma de que debemos dejarlo
aquí por hoy, porque en este momento he perdido cualquier atisbo de fuerza
de voluntad que pudiera quedarme.
No me muevo, solo me esfuerzo por tratar de normalizar mi
respiración, pero, a su lado y pensando las cosas que estoy pensando, es
algo totalmente imposible.
—Analicemos la situación por un momento —me dice, mirándome
con esos ojazos que me trasladan a un bosque fresco y apasionante—.
¿Tantas noches de Netflix no deberían convalidarse al menos por tres citas
más?
—Ese argumento me convence. —Le planto un beso rápido—. Y, por
cierto... No te lo he dicho antes, pero, por extraño que suene, me encanta
que hables como un científico.
—Joder, sí que eres rara. —Sonríe.
Vuelve a besarme, pero le detengo para volver a mirarnos a los ojos.
—Oye, solo una última cosa... Yo nunca he estado con un chico como
tú.
—Creo que me estoy perdiendo.
—Nunca he estado con un occidental.
—¿Y cuál es el problema? Yo tampoco he estado con una asiática.
—Es por lo que dicen.
—No sé lo que dicen. —Arruga la frente, confuso.
—Que eso..., ¡ya sabes! El tamaño es diferente.
—Ahhhhh... —Estalla en carcajadas—. Eso son bulos. Y muy crueles.
—¿De verdad?
—Seguro que sí.
—Pero entonces tú tampoco lo sabes.
—Estoy seguro de que es algo que depende de muchos otros factores.
Es una cuestión de anatomía y proporciones del ser humano.
Ahora quien rompe a reír soy yo y al final él me sigue.
—Lo siento, una amiga me metió esa idea en la cabeza.
—Pues no te creas todo lo que te cuenten tus amigas —comenta,
divertido.
Y esta vez soy yo la que va a besarle; olvidándome de todo me lanzo a
morderle cariñosamente el labio inferior, tratando de hacer un baile perfecto
entre mi lengua y la suya mientras le suelto los botones de la camisa.
—Espera —me dice entre beso y beso—, mejor vamos arriba.
Rubén me tiende la mano y con este gesto me invita a dejar el sofá y
subir las escaleras que conducen a su dormitorio.
Ambos comenzamos a desvestirnos torpemente el uno al otro,
avanzando a tientas por la habitación y luchando por mantener nuestras
respiraciones entre beso y beso.
Está claro que tenemos demasiadas ganas como para andarnos con
muchas más historias. Y es que no sé qué tiene este chico que hace que el
corazón se me ponga a mil por hora y me cueste hasta respirar.
Me hace tumbarme sobre mi espalda y continuamos descubriéndonos
el uno al otro, entre susurros, besos y caricias sobre unas sábanas blancas
con un agradable olor a jabón de Marsella.
El paraíso.
Me coloco yo arriba, sorprendiéndole en la penumbra en la que
estamos y encontrándome así con su sorpresa todavía envuelta en unos
bóxer negros.
—Eres muy guapo —le digo, acariciándole los musculosos brazos.
—Tú, que me miras con buenos ojos...
—Mi corazón late demasiado fuerte —le digo, llevando su mano hasta
mi pecho.
—El mío también —replica, imitando mi gesto y posando la mía sobre
el suyo.
—Rubén... —susurro, suplicante.
De pronto me hace girar hasta quedar él sobre mí y vuelve a
someterme a la deliciosa sensación de sentir sus manos y su boca
descubriendo mi piel, hasta que, en algún momento, se estira para conseguir
llegar a la mesita de noche, de donde saca un preservativo.
Rasga el paquetito bajo mi atenta mirada. Cuando vuelvo a mirarle a
los ojos, su pecho sube y baja, alterado y excitado, hambriento de mí.
Acerco mi rostro al suyo para depositar un suave beso en sus labios y él me
rodea con sus brazos, esparciendo un reguero de besos por mi cuello, mis
hombros, mis pechos, mi vientre... Mi cuerpo se prepara poco a poco para
recibirle, ansiando sentirle, necesitándole como jamás pensé que desearía
fundirme con nadie.
21

La penetro despacio, tomándome mi tiempo, a pesar de que una parte de mí


lo que ansía en realidad es hundirme en ella sin demora, pero yo quiero que
Nina me sienta y lo disfrute mientras su cuerpo me reconoce y se amolda al
mío, sin hacerle daño, pues la otra parte de mí necesita saber que ella está
bien en todo momento.
Y mientras, recorro con mis labios el trayecto que hay desde su
hombro al lóbulo de su oreja, parándome a besar cada centímetro de su piel
de porcelana, repasando su clavícula y su cuello.
—Eres preciosa —le susurro al oído, y me hundo un poco más en ella,
que me recompensa gimiendo mi nombre.
Apoyado en mis codos, alcanzo su rostro con ambas manos. Sus labios
me tientan demasiado, entreabiertos, dejando escapar esos jadeos.
—Mírame —le pido, y ella no tarda en regalarme su hermosa mirada
rasgada—. Tienes los ojos más bonitos que he visto nunca.
Y después de decir eso, vuelvo a adentrarme en su interior, alcanzando
por fin su fondo, quedando completamente unidos, como si estuviéramos
forjados el uno para el otro. Y la beso y soy correspondido por su boca y
por su lengua, tomándome mi tiempo, deleitándome con esa sensación tan
extraordinaria.
—Esto es demasiado perfecto —susurra—. ¿Por qué?
—Porque «perfecto» es la única palabra que puede describir cómo
encajamos y cómo es este momento —le digo, mirándola fijamente, y
entonces ella me sonríe y cierra los ojos sorprendiéndome al colocar sus
manos en mis nalgas, animándome a continuar. Oírla gemir mientras de vez
en cuando se le escapa mi nombre entre suspiros y susurros es algo
absolutamente maravilloso, delicioso, casi tanto o más que sus besos junto a
las caricias que recorren mi espalda.
—¡Oh, Rubén! —exclama, aferrándose con una mano a mi hombro y
con la otra a la almohada, aunque esta se la atrapo, teniendo cuidado de no
hacerle daño en su maltrecha muñeca, entrelazando nuestros dedos,
mientras me esfuerzo por mantener el ritmo, aunque, a decir verdad, sin
tener muy claro cuánto más podré soportar esta dulce tortura en la que me
encuentro.
Noto que ella está a punto de llegar al orgasmo. Sus gestos, la
curvatura que ha alcanzado su espalda, sus caderas..., y esas delicadas
contracciones que me acarician, logrando que ansíe clavarme en ella con
una última estocada, quedándome allí para siempre. Y así es como
sucumbimos al éxtasis, coordinados; al mismo tiempo. Juntos.
Apoyo mi frente en la suya y me propongo alcanzar la punta de su
nariz con mis labios para plantarle un tierno beso. Su boca se curva en una
espectacular sonrisa con la que consigue sacarme otra igual.
—Ha estado bien. Demasiado bien —dice.
—Ya lo creo —coincido.
Le doy otro beso, esta vez en la boca, y la miro, acariciándole la
mejilla. Ella sigue sonriendo con un gesto que me da la impresión de que en
cualquier momento se pondrá a ronronear como un gato. Me gusta y me da
paz contemplarla en este momento y en este estado. Nina es fabulosa.
—Ahora vengo, voy al baño —digo, saliendo de su interior y
apresurándome por abandonar el dormitorio.
Necesito no solo asearme un poco, sino recomponerme de la marea de
sentimientos y sensaciones en los que me he zambullido con ella. No tengo
claro qué es, como todo lo que esa chica es capaz de despertar en mi
interior desde el minuto uno de conocerla. No sé qué me está ocurriendo,
pero, sin duda, ella es algo que me pellizca el corazón, aturde mi mente y
quiero que me deleite con su compañía lo máximo posible.
¿Cómo es posible tener esa conexión con alguien? Ha resultado
demasiado idílico para ser real, pero el hecho es que ha sido algo de verdad.
Sin duda, el mejor polvo de mi vida, solo que algo me dice que a esto no
puedo darle esa vulgar denominación. Algo en mi interior me transmite y
sabe que es algo más.
Esperando que mi mente frene y deje de hacerse preguntas, coloco
ambas manos en la cerámica blanca del lavabo y me miro al espejo, al
principio aturdido, pero, tras un suspiro, sonrío y decido no demorar más el
placer que me otorga su presencia.
Así que voy directo a abrazarla, haciendo que se tumbe a mi lado
mientras le aparto unos cuantos mechones de su sedoso pelo negro para
poder admirar su rostro mejor.
—Eres tan bonita... —Una tímida sonrisa reaparece en su cara—. La
próxima vez que salgamos a cenar tienes que llevarme a probar comida
china. Quiero conocer más de tu cultura. Ya sé, ¡comeremos dumplings!
—Lo estoy deseando.
Me da un beso rápido en los labios y me mira con su gran sonrisa.
—Por cierto..., no eran bulos, al menos en tu caso.
Durante los dos primeros segundos no me doy cuenta de a qué se
refiere, hasta que recuerdo su comentario sobre los penes y termino
estallando en carcajadas.
—Será mejor que vaya a por agua, ¿quieres que te traiga un vaso?
—En realidad, debería irme ya. Son casi las dos.
—Pensé que te quedarías a dormir. —Eso no me lo esperaba...
—No puedo. Mi hermana me ha dado cobertura diciendo que estaba
cuidando de mi sobrina, pero te recuerdo que vivo con mis padres, así que
no puedo quedarme.
—Pero tienes veinticinco años, ¿todavía te ponen horarios?
—No es eso, es que no quiero que mi madre comience a hacerme
preguntas incómodas.
—Vale, sí, no lo pensé... —Suspiro, abatido por el cambio de planes—.
Aun así, te llevo yo a casa con el coche. Es tarde y llueve.
—Gracias. —Me sonríe y comienza a vestirse.
22

Hoy veré mis notas... Cuando me planto delante de la facultad me quedo


quieta y recorro con la mirada desde la puerta principal hasta el tejado. De
repente me parece más grande que de costumbre y yo, más pequeña de lo
normal. ¿Qué pasaría cuando me acercase al tablón donde estaban colgadas
las calificaciones? ¿Qué ocurriría si nada había salido como yo esperaba?
Lo dejaría. Está claro. Pondría punto final a esta aventura. ¿Y si nunca me
hubiera matriculado? ¡Basta! No puedo seguir por ese camino. Lo hecho,
hecho está. No puedo llegar a hacerme esas preguntas.
Pero si los resultados son aceptables, se lo diré a mis padres. Sí, en
caso de haber aprobado, se lo comunicaré a mi familia. Seguir con esta
«doble vida» es francamente agotador.
Tampoco estoy preparada para entrar todavía, pero cuanto antes lo
haga mejor. Así que me armo de valor y subo las escaleras de la entrada que
conducen directamente al tablón con las notas.
Cuando llego, hay un montón de alumnos alrededor y paro en seco,
dándome cuenta de que me estoy haciendo daño en los dedos al agarrar mi
carpeta tan fuerte, así que me esfuerzo por aflojar.
—Eres Nina, ¿verdad? —La voz de una chica me sobresalta y cuando
la miro mejor me doy cuenta de que es una de mis compañeras de clase, con
la que he hablado en alguna ocasión.
—Hola, Verónica. —Trato de sonreír.
Me fijo mejor en ella, aunque tengo que levantar la cabeza porque es
una chica superalta, con el pelo muy largo, de color castaño y ojos azules.
—¿Cómo estás? ¿Has visto ya las notas?
—Todavía no.
—¿Nerviosa? Yo mucho... —Suspira.
—Sí...
—¿Vamos juntas? —Su sonrisa consigue tranquilizarme y dibujarme
otra a mí.
Yo asiento con la cabeza.
—Por cierto, me encanta tu manicura —me dice ella, señalando mis
manos, que todavía agarran la carpeta con fuerza.
—¿Eh? —pregunto insegura, observando mis uñas pintadas en rojo, a
excepción de los dedos anulares, que son de color blanco con rayas negras y
un corazón.
Por un momento pienso que es un comentario con el que terminará
riéndose de mí, como me ocurría en el instituto, y eso me hace sentirme
mal, especialmente porque me las ha hecho Fang con todo el cariño del
mundo y, además, yo las adoro. Es entonces cuando me muestra las suyas:
de color amarillo, con las de los dedos anulares pintadas como un tablero de
ajedrez.
—¿Te puedo copiar la idea? —me pregunta.
—Solo si yo puedo pintármelas también como las tuyas, son muy
chulas.
—¡Gracias! —exclama encantada.
Por fin nos acercamos a los tableros con los listados y ella se hace
hueco entre la gente con mucha destreza. Yo aprovecho para seguirla por el
pasillo que me ha abierto.
Extiende el dedo índice hasta alcanzar la hoja de las notas, y se detiene
justo en el nombre que hay debajo del mío: Verónica Collado. Yo repaso las
mías desde donde estoy, pero al ver los resultados necesito comprobarlo
más de cerca, incrédula.
—¡Vaya! A ti sí que te ha ido genial... Tienes hasta dos dieces, ¡hala!
—Sí... —trato de sonreír, algo incómoda, pues todavía creo que estoy
en shock por los resultados.
Una parte de mí quiere ponerse a gritar y a saltar de alegría, pero la
otra empieza a temer que Verónica haga algún tipo de burla.
—Desde luego, ¡eres increíble! —Ella me sonríe—. Ah, por cierto,
tengo que darte las gracias. En el examen de química salió justo la pregunta
que no había entendido en clase y que tú me explicaste después.
Conseguiste que me quedase claro y, desde luego, si no hubiera sido por ti,
seguramente mi siete ahora sería un cinco... ¡o peor!
—No fue nada.
Sonrío, sorprendida de que me dé las gracias y admire mis resultados.
Desde luego, si estaba buscando otra prueba de que la universidad no es
como el instituto, la tenía personificada delante de mis narices.
—Oye, deberías venirte este fin de semana conmigo y con las chicas
de clase. Vamos a salir para celebrar el fin de los exámenes, ¿te apuntas?
—Eh... No sé... —dudo, pues solo he salido con Sara, Mei y alguna
otra chica del barrio.
—Apúntate mi teléfono y, si al final puedes, me avisas. ¡Lo pasaremos
bien!
—Vale. —Saco mi móvil y guardo los números que ella me dicta;
después se apunta también mi teléfono.
—Bueno, ¡nos vemos!
Se despide con la mano y yo la imito, quedándome un par de minutos
más asimilando las notas, en ese pasillo a rebosar de gente que va en ambas
direcciones y cuyas voces resuenan en las paredes.
Decido hacer algo y contárselo primero a Fang, que me responde al
segundo toque.
—Acabo de ver mis notas —digo en cuanto me contesta, sin dar
opción a saludar ni nada.
—¿Y bien?
—He aprobado todas —suspiro, pues al decírselo a mi hermana siento
que de pronto todo es más real, mientras se me dibuja una sonrisa que casi
me hace daño en los pómulos de lo amplia que es, pero es que no puedo
evitarlo—. Qué digo aprobar... Tengo dos dieces, un nueve y un ocho, pero
este último es de informática, así que tampoco me importa mucho.
Fang chilla de la emoción y entonces escucho que lo dice en voz alta.
—Espera, espera, ¡te pongo en manos libres!
—¡Enhorabuena! —oigo a Sara—. Eres un auténtico cerebrito. Me
alegro mucho por ti.
—En serio, Nina, todas confiábamos en que aprobarías y me alegro un
montón —dice Mei.
—¿Lo celebramos con más bollos de piña? —oigo entonces la voz de
un chico que me resulta familiar.
—¿Paco?
—¿Quién si no?
—¿Qué haces ahí?
—Negocios con tu hermana.
—Creo que voy a colgar...
—No seas tan borde conmigo. Seamos amigos. Me alegro mucho por
ti y a pesar de que todavía no nos conocemos mucho, algo me decía que
eras buena en esto.
Suspiro, sin saber muy bien qué responder a eso al venir de quien
viene.
—Venga, Nina, no seas tan rancia —me dice Fang, sorprendiéndome
con su comentario.
—¡Eso, Nina! —continúa Sara—. ¿Por qué no te vienes y comemos
todas juntas para celebrarlo?
—Vale. Pero vayamos a El Dragón Feliz. Se lo voy a contar a mamá y
papá esta misma tarde.
Escucho cómo comienzan a vitorearme y no puedo evitar sonreír...
—Paco —le digo—. Ni se te ocurra asomar tu hocico por el
restaurante o mi madre pensará lo que no es.
—Lo sé... Y también se lo diría a la mía, así que tranquila... Mantendré
mi operativo alejado de El Dragón Feliz.
—Gracias por entenderlo. Y a vosotras, os veo a todas en un rato.
—¡Adiós! —se despiden al unísono.
Todavía con la emoción del momento, decido enviarle un mensaje a
Rubén para compartir con él la gran noticia.

¿Estás en la facultad?

He salido a tomarme un café y estoy volviendo.


Yo acabo de ver mis notas.

¿Y cómo fue?

Muy bien. Estoy contenta.

Voy a mi despacho, ¿me esperas allí y me cuentas?

¡Claro!

Te digo cómo llegar.

Me pongo en marcha en cuanto recibo sus indicaciones, avanzando por


unos cuantos pasillos hasta llegar al de los despachos. Y me paro en uno
que lleva su nombre y el de un tal Ricardo en la puerta. Le espero, como me
ha dicho, y no tarda ni dos minutos en aparecer, con su enorme sonrisa.
—Hola, Nina.
—Hola —saludo, algo cortada por estar los dos en la facultad después
de la noche que pasamos el día anterior.
Saca las llaves y abre, haciéndome pasar a mí primero.
La habitación está muy iluminada por el sol de la mañana, hay dos
mesas y una estantería que ocupa una pared entera. Huele a libros y, a pesar
de no ser precisamente grande, está abarrotada de pizarras, pilas de papeles
y carpetas que se acumulan en altas torres, las cuales amenazan con caerse
al suelo. Me giro al oír el sonido de la puerta al cerrarse y entonces ambos
nos lanzamos a los brazos del otro para fundirnos en un beso que, más que
ser apasionado, refleja las ganas que teníamos de vernos.
—¡He aprobado todo! —le digo entonces, todavía entre sus brazos.
—Enhorabuena. —Me da un beso rápido—. ¿Y qué notas has sacado?
—Dos dieces, un nueve y un ocho.
—¿Qué? ¿De verdad? —Me da un abrazo con el que me levanta en el
aire—. Pero eso es realmente fantástico, ¡deberías estar dando saltos por
todo el campus!
—Está bien, pero tampoco es para tanto... —trato de restarle
importancia.
—¡Claro que lo es! ¿En dónde fue ese ocho?
—Informática.
—¡Maldita informática! —Él se ríe—. Con lo que estoy viendo en ti y
ahora esto, debes de ser realmente brillante.
—¿Por qué no lo celebramos esta noche? Vayamos a cenar a algún
sitio guay.
—Me parece una idea estupenda.
—O tal vez podríamos pedir para llevar... —me muerdo el labio
inferior.
—Ese plan me gusta todavía más...
Rubén vuelve a besarme, consiguiendo que ambos nos perdamos en un
mar de sensaciones, entre caricias y el acompasado roce de nuestras lenguas
hasta que yo decido darle un cariñoso mordisquito en el labio inferior,
abriendo los ojos y encontrándome con los suyos, que me observan
perspicaces.
—Aquí no... —digo para recordárnoslo.
—No... No deberíamos.
—Pero es tu despacho —puntualizo.
—Es compartido con mi compañero.
—¿Y va a venir esta mañana?
No contesta a mi pregunta, solo me observa y muestra una sonrisa
ladeada acompañada de una mirada descarada con la que sé que empieza a
imaginar lo mismo que yo.
—¿Insinúas algo? —me pregunta.
—Tal vez... —digo con un tono cantarín separándome de él, que me
permite alejarme a regañadientes—. ¿Se puede cerrar con llave desde
dentro?
Miro a mi alrededor mientras escucho el sonido de la cerradura con la
que él contesta a mi pregunta. Entonces, me quedo sorprendida al reconocer
la grulla de papel que abandoné sobre la mesa del bar en nuestra primera
cita y siento como un pellizquito en el corazón. Estoy casi segura de que es
la misma, la que yo hice. Descansa bajo la pantalla del ordenador que hay
en la mesa de al lado de la ventana.
—¿Es tu sitio? —le pregunto.
—¿Cómo lo has sabido?
—Te llevaste mi grulla.
—Ah, eso... —Me resulta entrañable ver cómo se sonroja y se rasca la
cabeza por detrás, presa de los nervios—. Me gusta tenerla ahí. Me recuerda
a ti...
Le observo sin decir nada. Todavía lleva la cazadora de cuero y el
portadocumentos que carga en el hombro derecho. Decido abandonar mi
carpeta sobre una pila de papeles que descansa en el suelo y llega hasta la
altura de la mesa. Luego observo una de las pizarras y me río al ver
dibujada una caca sonriente en donde debería aparecer el resultado de una
ecuación.
—¿Qué es todo esto? —señalo un montón de símbolos.
—Cálculos —responde nervioso.
—Eso ya lo sé. Pero ¿dónde están los números? Solo hay letras y
caracteres extraños.
—Son integrales.
—¿Sin un solo número? ¿Estás de broma? —Se encoge de hombros—.
¿Y las flechas?
—Vectores.
No decimos nada más. Me quedo mirándole fijamente los labios.
Definitivamente necesito más de él.
—Me gustas muchísimo.
—¿Ah, sí?
—¿Cómo que «¿ah, sí?»?
—Perdona... Es que... nunca he estado con una chica en mi despacho
así, ya sabes...
—¿Ah, sí? —repito las mismas palabras que él con su pregunta y le
veo mostrar una media sonrisa.
—Sí... Normalmente mi trabajo le resulta soporífero al resto del
mundo y, para ser sinceros, tampoco es que haya estado con muchas chicas
en mi vida. Bueno... olvida eso último... es que... yo... —Suspira—.
Francamente, tú también me gustas mucho.
Le hago callar posando los dedos corazón e índice en los labios y
contemplo sus preciosos ojos pardos, que me observan. Su mirada me
confirma que eso último lo ha dicho de verdad y para mí es más que
suficiente ahora mismo. Le gusto. Mucho. Es todo lo que necesitaba oír.
No me ando con remilgos y decido asaltar su boca, volver a probarle,
fundirme en un beso de esos con los que consigue despertar todo en mí.
Siento un cosquilleo placentero en el vientre y, cuando voy a deslizar las
manos por debajo de su cazadora, me doy cuenta de que todavía lleva
colgando la cartera. Me separo de él con la respiración agitada.
—¿Por qué no dejas tus cosas?
Se encoge de hombros y se mueve de forma torpe, lo que me divierte.
Está claro que le he puesto nervioso. Deja la bolsa en el suelo, junto a su
mesa. Yo aprovecho para soltarme los botones del abrigo, mirándonos el
uno al otro. Cuando me lo quito, observo que traga saliva y el movimiento
que hace su nuez bajo la barba.
—¿Qué haces? —me pregunta.
Pero no le respondo. Abandono el abrigo en el perchero y después
rodeo la mesa para bajar el estor opaco, que deja la habitación sumida en un
ambiente tan oscuro que decido encender la lamparita que hay a la derecha
en su escritorio, me siento sobre este y aparto un poco el teclado del
ordenador.
Vuelve a tragar y se acerca a mí. Sonrío mientras siento cómo se
encienden mis mejillas por el atrevimiento, pero estoy convencida y
deseosa de ir más allá, y sé que él también lo está. Se quita la cazadora y la
deja sobre la silla. Yo, por mi parte, tomando un poco las riendas de la
situación, me desabrocho los primeros botones de la blusa bajo su atenta
mirada para dejar a la vista mis pechos. No tarda en atrapar uno de ellos con
la mano, liberándolo de la copa del sujetador, y acercándose para poder
tenerlo al alcance sus labios y deleitarse con él. Me derrito al sentir su
lengua jugueteando con el pezón y le paso las manos por el cabello
ondulado, tratando de contenerme para no armar escándalo. Lo último que
quiero es que nos pille alguien. Y, al mismo tiempo, intento borrar la mera
idea de que puedan encontrarnos en esa situación. Él ha cerrado con llave,
por lo que nadie podrá entrar.
—Oh, Rubén.... —se me escapa junto con un jadeo.
Sin pudor alguno, llevo mi mano hasta sus pantalones y compruebo
que él tiene las mismas o más ganas de ir más allá hoy. Estoy tan encendida
que no sé cuánto más aguantaré sin tenerle dentro, así que, para dejárselo
claro, abro las piernas hasta quedarme más expuesta y pongo a su alcance lo
que hay debajo de mi falda. Sé que ese simple gesto le enloquece, porque
no tarda en bajarme las bragas y los leotardos al mismo tiempo, con una
sola mano. Yo no espero más y decido ir a por el botón de sus pantalones
vaqueros, pero entonces él me aparta las manos, con delicadeza.
—Espera... —me da un beso y después se gira hacia su cazadora;
busca en un bolsillo interior hasta sacar un preservativo.
Estoy a punto de confesarle en ese instante que en realidad tomo la
píldora, pero mi sentido de la responsabilidad, por suerte, es más fuerte que
mi deseo y decido participar en la tarea de ponérselo para que no se rompa
la magia del momento.
—Dámelo a mí —le pido, extendiendo la mano.
Rubén me da el plástico metalizado y yo lo rompo mientras él libera su
erección todavía contenida bajo la ropa.
Y es que... me encanta su enorme sorpresa. Sonrío y decido ir un poco
más allá. Me agacho primero para besar su brillante y suave punta y
después me lo introduzco en la boca y muevo la lengua alrededor como si
de un helado se tratara.
—Nina...
Me encanta que diga mi nombre y que se abandone en mí de la forma
en la que consigo que lo haga, pero me recuerdo que estamos en la facultad,
no en su casa, así que, por mucho que quiera alargar esto, lo más sensato es
que vayamos al grano, por lo que, muy a pesar de los dos, dejo de jugar con
él y le pongo el preservativo aprovechando para acariciar toda la largura de
su miembro, cálido, suave y firme.
Le miro directamente a los ojos, pidiéndoselo. Sé que él me entiende
de inmediato, porque no tarda en acercarse a mí, colocándonos los dos hasta
que, por fin, me penetra con cuidado, sin dejar de mirarnos, ambos deseosos
y al mismo tiempo aliviados de poder estar el uno entre los brazos del otro.
—Me gusta demasiado estar dentro de ti —susurra.
—Y a mí me encanta que lo estés.
Soy incapaz de decir nada más. Me dejo caer con cuidado hacia atrás,
apoyando la espalda y la cabeza en la dura madera de su mesa, y me
sorprende cuando siento cómo su pulgar comienza a dibujar circulitos sobre
mi clítoris mientras continúa yendo y viniendo de mi interior sin cesar,
manteniendo un ritmo acompasado y constante. No aparta la vista de mí, y
desde esa perspectiva nos contemplamos disfrutando del conjunto de
sensaciones y sentimientos, los cuales comienzan a ser tan intensos que soy
consciente de que no voy a soportar esa dulce tortura mucho más. Me está
haciendo enloquecer, y no ayuda cuando se inclina para saborear mis labios,
rompiéndome entonces en mil pedazos, dándole el último suspiro de
nuestro acto, que se escapa de mi boca junto con un gemido.
—¡Nina...!
Dice mi nombre cayendo también él, abatido, apoyando su frente en
mi pecho y tratando de recobrar juntos el aliento. No sé el tiempo que
permanecemos así, pero yo me entretengo acariciando su cabello, suave,
castaño y ondulado.
—Me encanta tu pelo —le digo, sin cesar en mis caricias.
No responde. Me besa la clavícula y se incorpora, saliendo de mi
interior con cuidado y girándose, dándome la espalda, para recomponerse
un poco. Aprovecho para bajar de la mesa y ponerme yo también la ropa en
su sitio. Me paso las manos por el pelo y le observo encestar en la papelera
las pruebas del delito, envueltas en un pañuelo de papel.
—¿Comemos juntos más tarde? —me pregunta.
—Hoy no puedo, he quedado con mis amigas.
—Entonces te escribo después para concretar lo de esta noche.
Esbozo una amplia sonrisa en mi rostro y asiento con la cabeza.
Le veo sonreír por fin, y me hace acercarme a él para darme otro de
sus maravillosos besos en los labios.
—Me tengo que ir —le anuncio, separándome para recoger mis cosas.
23

Observo cómo Nina vuelve a ponerse el abrigo y se atusa el pelo con prisas,
mirándose en la pantalla del móvil. Cuando ya está lista, me lanza una
rápida mirada.
—Uy... te he vuelto a manchar. —Arruga la frente y pasa el pulgar por
mis labios.
—No pasa nada. —Intento limpiarme yo con el dorso de la mano—.
¿Mejor?
—Casi perfecto.
—No me convences del todo... —digo, repitiendo la operación.
—Ahora sí. —Ensancha su sonrisa y se dirige hacia la puerta—. Nos
escribimos luego, ¿vale?
Asiento con la cabeza y la sigo hasta la salida. Hago girar las llaves
que dejé puestas un rato antes, y le abro.
—Adiós, chico alto —me dice divertida, con esos ojos de color café
más brillantes que nunca.
—Hasta luego.
Y ahora sí que sí, se va y yo cierro, apoyándome en la puerta mientras
emito un largo suspiro.
Joder... Me gusta esta chica. Me gusta mucho. Tal vez demasiado. Ella
es mi primer y último pensamiento del día. Y tal vez sea porque es diferente
a todas las demás. Su inteligencia, su chispa divertida, el aura de
sensualidad que la rodea, su aroma a flores... Toda ella en conjunto forma
algo especial que me ensancha el corazón y me hace suspirar. Por no hablar
del sexo. Es el mejor que he tenido en mi vida.
¿Qué demonios me está pasando? Vuelvo a mi sitio y subo el estor que
ella bajó antes. Hace un buen día y con lo vivido esta mañana, sin duda ya
es espléndido. Me río para mí y decido volver al trabajo e intentar
concentrarme. Saco los auriculares de diadema, repaso una de mis listas de
Spotify y decido comenzar la jornada con No surprises, de Radiohead.
Enciendo el ordenador, pero me quedo ensimismado contemplando la
nada, escuchando la canción y recordando lo vivido en mi mesa. Desde
luego, este despacho ya no va a significar lo mismo después de ella.
Unas horas después, contento por haber conseguido centrarme en mi
trabajo, escucho unos golpeteos en la puerta que se cuelan por mis cascos.
Tras levantar la vista, veo a Aitor asomar la cabeza. Sonríe al verme, y
entra. No me sorprende ver que va trajeado, como es habitual en su jornada
laboral.
—¿Qué pasa, tío? —dice a modo de saludo, quitándose de los oídos
los AirPods de los que rara vez se desprende.
—¿Qué haces aquí?
Entra y me fijo en su corbata. Son osos polares sobre un fondo azul.
Aitor y su estilo excéntrico nunca dejan de sorprenderme.
—Tenía una reunión aquí al lado y supuse que estarías en tu cueva —
dice, dejando con un golpe seco el maletín de cuero negro, de Loewe, sobre
mi mesa—. Te he estado llamando, pero no cogías el teléfono.
—Ah, lo siento, estaba concentrado y, además, lo tengo en silencio.
—¿Qué tal por aquí? ¿Has sabido algo de la entrevista de trabajo?
—¿Del MIT? Qué va... Deberíais dejar de preguntarme tanto por eso.
Es algo prácticamente imposible, así que no cuento con ello.
—De todas formas, ¿cuándo te van a decir algo?
—Pues no lo sé... Ya te dije que me hablaron de unos meses, pero de
verdad, cuantos más días pasan, menos espero una oferta. Hay mucha
competencia.
—¿Y esa competencia es también un cerebrito como tú, que, además
de estar con ellos, ha pasado también por Princeton y por este garito
mohoso de ahora? —señala las paredes del despacho.
—No está tan mal —refunfuño.
—En mi opinión, esto te quita prestigio.
—Eso son estupideces tuyas.
—Tengo entendido que los profesores de las universidades americanas
viven montados en el dólar.
—Te prometo que no están tan bien como tú en la consultora donde
trabajas —le recuerdo, intentando dar un giro a la conversación.
—Pero si yo curro como un cabrón.
—¡Tienes un maldito Porsche!
—Después de tu hermana, ese coche es mi otro amor.
—¡Tío, no! —Me froto la cara con las manos. No me gusta nada que
diga esas cosas.
—¿Qué mierda te pasa en el cuello? —dice, señalándose su lado
izquierdo para que yo le imite—. ¿Te ha salido un sarpullido?
Me froto con la mano y miro. Creo que es más carmín del de Nina...
No sé qué voy a hacer para que deje de marcarme como lo hace, aunque
esos labios de color cereza me enloquecen... Solo con pensar en ellos casi
me la pone dura. Carraspeo, intentando espantar su recuerdo y centrarme,
pero mi amigo se acerca a mirarme el cuello.
—¡Pero si es pintamorros! —exclama sin poder controlar la emoción
—. ¡Juas! ¡Me parto! —Da una palmada que resuena en el despacho casi
como un petardo de feria y luego estalla en carcajadas—. Ya veo que no
pierdes el tiempo. —Entonces baja la voz para preguntar—: ¿Te has traído
aquí a una tía?
—No.
—Sí —me contradice, sin poder contener las carcajadas.
—Te digo que no —rebato, nervioso, aunque está claro que miento de
pena.
—Ya veo que no eres tan ermitaño como creíamos. ¿Por qué no me lo
habías dicho? ¿Es por eso por lo que andabas en babia este fin de semana?
Tu madre está preocupada porque dice que trabajas demasiado y, la verdad,
fue un alivio que por una vez el que se lleve esa mención seas tú y no yo.
Pero bueno, cuéntame, ¿está buena?
—¿En serio me preguntas eso? Qué poca vergüenza, tío, ¡que no es un
trozo de carne!
—O sea que vas en serio.
—No he dicho eso.
—No te pondrías así de no ser algo importante para ti. Además,
¿cuánto hace que no estás con una chica? ¿Un año o un año y medio?
—No sabía que mi vida sentimental despertara tanto interés.
—Bueno, vale, no te presionaré... ¿Me vas a decir al menos cómo se
llama?
—Nina.
—¿Qué nombre es ese? ¿Es catalana, francesa o algo así?
—¿Qué...? —Alzo las cejas. No entiendo de dónde se saca esas cosas.
Niego con la cabeza, comenzando a desesperarme y frotándome los ojos—.
Es china.
—¡Asiática! O sea que ahora te va lo exótico.
—Oye, mira, no tengo tiempo para esto, en serio. Y, además, si quieres
hablar de ese tema, no hagas que resulte tan ofensivo, te lo pido por favor.
—Vale, perdona —se disculpa, mirándome más serio—. Deberías
decírselo a mi hermana.
—¿Por qué?
—Sabes perfectamente por qué. No me cabrees con eso.
Nos quedamos callados y él carraspea para romper el silencio
incómodo que se ha creado. Miro la esquina de la pantalla del ordenador y
resoplo al ver que es la hora de comer. Se me ha ido la mañana por
completo y de nuevo no he avanzado todo lo que querría, aunque bueno,
pensándolo mejor... se supone que es mi semana libre...
Como si me leyera la mente, Aitor interviene otra vez.
—¿Comemos juntos? He reservado en ese italiano que nos gusta
mientras venía hacia aquí.
Me dedico unos cuantos segundos a meditar la respuesta. Si me voy
con él, sin duda la cosa se alargará y perderé más tiempo todavía, pero
bueno...
—Está bien —me decido al fin. Tampoco podía darle calabazas a mi
futuro cuñado.
No tardamos en ponernos rumbo al restaurante, que no queda muy
lejos de aquí. Son solo diez minutos a pie. Convenzo a Aitor de que es una
tontería y una pérdida de tiempo ir a buscar su coche al parking para
meterlo en otro, porque, seamos realistas, será imposible encontrar
aparcamiento, y menos aún a esas horas. A regañadientes accede, y no tarda
en recibir una de esas llamadas con las que se ajusta los AirPods de nuevo y
me ignora a mí y a quien interfiera en la conversación. Suspiro al oírlo
tratar cantidades indecentes mientras adopta ese tono prepotente y medio
gruñón. Quién iba a decirme a mí hace años que mi amigo terminaría
siendo un tiburón de la consultoría; un ejecutivo agresivo que ascendió
rápido en un mundo tan competitivo como ese y para el que cuantos más
ceros haya junto al símbolo del euro, más sexy le resulta la tarea. Quién iba
a decirme a mí que se convertiría en un capullo.
Pasamos por delante del escaparate de una perfumería de la zona y me
fijo en un anuncio de barras de labios. Pienso en Nina casi de forma
automática y se me ocurre una idea. Veo que Aitor sigue hacia delante sin
reparar en mí y avanzo pegando unas cuantas zancadas para pararle e
indicarle que me espere ahí fuera.
¡No puedo creer que vaya a hacer lo que estoy a punto de hacer!
Bueno, en realidad, no me puedo creer muchas cosas de las que estoy
haciendo estas últimas semanas. Solo espero que no se lo tome a mal, pero
empieza a ser necesario tomar medidas.
—Buenas tardes, caballero, ¿en qué puedo ayudarle?
Una dependienta rubia, con el pelo liso como una tabla y demasiado
maquillaje en la cara, me asalta nada más rebasar la puerta de la entrada.
—Buenas tardes... Eh...
—¿Sí?
—Buscaba un pintalabios de color rojo. Que sea bueno.
—¿Qué sea bueno? —La chica parpadea perpleja mientras repite lo
que le he dicho—. ¿Se refiere a que tenga sabor?
—Eh... No, no es necesario.
Niego con la cabeza, confuso. Si le ponemos sabor a sus besos ya seré
un completo adicto a ella, así que mejor eliminar ese detalle.
—Me refiero a que no manche.
—¡Ah, claro! ¿Permanente?
—¿Cómo que permanente?
—Sí, de los que no se van.
—Pero se lo puede borrar, ¿no?
La dependienta parpadea y escucho un par de risas contenidas detrás
de mí, en el mostrador, provenientes de otra empleada y una clienta que está
pagando. Al parecer mi conversación les parece divertida, y eso me hace
sentir que hay algo que no estoy haciendo bien. Me rasco la cabeza,
nervioso, y entonces aparece Aitor, ojiplático y con el teléfono en la mano.
—Pero ¿qué hostias haces aquí? —pregunta, tan malhablado como
siempre—. ¿Vas a comprarte un pintamorros?
—Dame un momento, por favor, terminaré pronto —le digo, haciendo
un ademán con la mano y armándome de paciencia; decido volver a
centrarme en la dependienta que me está atendiendo—. Oiga, le seré
sincero, lo que quiero es que mi... chica, no me manche.
Siento que se me sonrojan hasta las orejas al explicar el motivo de mi
visita y una parte de mí está analizando las palabras que han salido de mis
labios, pues el término «mi chica» me gusta demasiado.
—Entiendo. —Sonríe, comprensiva, y me hace acompañarla con un
gesto de la mano hasta pararnos ante un stand de Chanel—. Mire, estos de
aquí resisten hasta ocho horas y además no resecan los labios. Son muy
cómodos de llevar.
Me quedo anonadado. ¿Un pintalabios es cómodo de llevar? De lo que
se entera uno...
—Primero tiene que aplicarse el color líquido —continúa, abriendo
uno para mostrarme un pincel con potingue rosa—, y después se aplica el
gloss transparente para darle hidratación y brillo.
—¿Y no te manchan? —me sorprendo al escuchar la voz de Aitor
detrás de mí, que de pronto parece tan interesado como yo en el producto.
—No. —La dependienta ensancha su amable sonrisa.
—Pues parece práctico, ¿verdad? —digo a mi improvisado
acompañante.
—Yo quiero uno. Ese rosa es bonito —dice él—. ¿Le gustará a Lara?
—Eh... Pues no lo sé... Supongo que sí. —Me encojo de hombros.
—Yo me llevo el rosa —confirma.
—Perfecto, ¿y usted?
—Pues uno rojo...
—Tenemos estos de aquí —señala una línea con siete colores que me
parecen prácticamente idénticos.
—Pero si son iguales, ¿no? —dice Aitor en voz alta lo que yo estoy
pensando.
—Ese. —Me decido a señalar el que me parece más auténtico y que
me recuerda a sus labios.
Acabo de comprar una barra de labios nada más y nada menos que de
Chanel para regalar a una chica con la que apenas me he visto unas cuantas
veces, aunque también hablamos durante horas todos los días... Diremos
que es un regalo para una buena amiga... Una muy buena amiga. Solo
espero no meter la pata con esto y que, por favor, le guste. Y, por supuesto,
que deje de marcarme siempre que aparece a mi lado.
¡Estoy deseando poder dárselo esta noche!
24

Me dolía la tripa de tanto reírme. Jin también vino a la comida y había


recogido de la guardería a Yun, que andaba jugueteando en la trona con una
cuchara de una princesa Disney.
Vuelvo a mirar a mi hermana, que hoy parece realmente feliz. Respiro
aliviada al verla así y no como el otro día, pero igualmente anoto en mi
cabeza hablar con ella en otro momento. Siempre ha sido muy suya, pero
me preocupa que pueda estar mal por algo que no ha compartido todavía
con la familia.
Y ese sentimiento me amarga un poco la sensación que me había
quedado después de hablar con mis padres, que era de alivio, gratificación y
alegría.
¿Por qué no lo había hecho antes?
Recuerdo de nuevo la conversación en la cocina...

—Me alegra ver que todos os lleváis tan bien. Dais vida al restaurante con
tantas risas —dijo mi madre, superemocionada, por supuesto.
—Mamá... —Estaba a punto de intentar desviar la ruta de la
conversación cuando mi padre nos interrumpió.
—¿Y a qué debemos la improvisada comida? Hasta Jin ha venido.
—Sí... Eh... Sobre esto quería hablaros. Veréis... —cogí aire—. No os
enfadéis conmigo, por favor.
—Argh... Esta niña... —Mi madre hizo un gesto en el aire con la mano,
restándole importancia, y después se giró hacia mi padre—. ¿Qué vamos a
hacer con ella?
—¿Por qué siempre das por hecho que es algo malo?
—Porque de lo contrario no te costaría tanto decirlo.
—¿Qué ha pasado, Nina? —Mi padre se puso serio.
Me preparé para soltarles toda la información de carrerilla sin darles
opción a que me interrumpieran.
—En realidad, no ayudo a Fang en la peluquería, sino que me
matriculé en la Universidad Complutense y estoy estudiando química. Hoy
me han dado las notas y he sacado dos dieces, un nueve y un ocho. La gente
es genial y me encanta lo que estoy haciendo. Por fin creo que... encajo.
Siento que he encontrado mi sitio. —Tomé aire— Por favor, no os lo toméis
a mal. Y, por favor, no os enfadéis con mi hermana.
—¿Por qué...? —Mi madre miró confusa a mi padre—. ¿Por qué nos
estabas ocultando algo así?
—Tenía miedo de que me fuera mal y resultase una decepción también
para vosotros... —Agaché la cabeza, sin ser capaz de mirarles—.
Perdonadme, por favor. Perdonadme.
—Pero... Nina... —Mi madre no era capaz de terminar la frase.
—Nina, está muy bien que estudies. Entiendo tus motivos, pero debiste
contárnoslo a nosotros.
—Lo siento, papá, pero necesitaba hacer las cosas a mi manera y sentir
que estaba tomando el camino adecuado. Espero que lo entendáis, por
favor.
—Has tomado la decisión correcta. Nunca es tarde para hacer algo así
y mi pequeña flor de loto es capaz de mucho.
—Cariño... —Mi madre posó su mano en mi barbilla e hizo que la
mirase—. Mereces mucho más que estar para siempre en este restaurante.
—¿En serio crees eso? —Casi me caigo de culo en ese mismo
momento.
—Por supuesto que sí. —La vi tan emocionada que pensé que se
pondría a llorar en cualquier momento.
—Entonces... ¿dos dieces y un nueve?
—Menos en informática, que saqué un ocho.
—¡Esa es mi hija! —Mi padre me dio un par de toquecitos en el
hombro, pues es su forma de transmitirme su apoyo y cariño.
—Me alegra mucho ver que te has lanzado a hacer algo que te gusta.
—Gracias, mamá.
—Y Nina, siento ser tan severa a veces, pero es que en algunos
momentos me sacas de mis casillas...
—Bueno... —No supe qué responder a eso.
—Anda, ven aquí y dale un abrazo a tu madre.
—Será mejor que reorganicemos el tema de tu trabajo en el
restaurante. Necesitarás centrarte en tus estudios.
—Puedo seguir trabajando aquí.
—No, no... La universidad tiene que ser lo primero. ¡Ya verás cuando
lo cuente en el grupo de mis amigas!
—Mamá... Al menos los fines de semana puedo trabajar y alguna tarde
también. El dinero que me pagáis me viene muy bien para mis gastos y
ahorrar algo.
—No te preocupes por el dinero. Somos tus padres y te ayudaremos en
lo que necesites, pero, gracias, hija, tendremos en cuenta tu ayuda para los
días que se espere ajetreo.
—Gracias a vosotros. —Esta vez la que se emocionó fui yo, hasta que
mi madre volvió a hablar.
—¿Puede que me des alguna alegría más hoy? —preguntó mi madre
—. ¿Has vuelto a hablar con Paco?
—Eh... Mamá, Paco y yo solo somos amigos. Es más, apenas nos
conocemos.
—Ah... Vale. Pero entonces...
—No más citas, por favor... —Intenté poner una excusa—: Tengo que
estudiar.
—¡No digas tonterías! Conocer gente no te hará daño, ¿o vas a
decirme también que quieres hacerlo a tu manera? Porque no veo que eso
esté dando resultados...
Con eso no pude evitar poner los ojos en blanco, y así mamá dio por
terminada nuestra conversación; yo me fui resoplando, por supuesto. ¿Qué
tendría que hacer para que dejara mi vida sentimental en paz?

Alguien me dijo una vez que el arroz blanco solo es soso. En parte, les
doy la razón, pero también hay que saber qué arroz elegir, cómo lavarlo y,
por supuesto, saber cocinarlo.
Reconozco que esto último no se me da nada bien, y por suerte tengo
una arrocera que prepara un arroz perfecto en unos pocos minutos, pero
cuando he tenido que hacerlo en una cazuela y añadirle los ingredientes
necesarios para poder preparar una receta, he sufrido. Y mucho.
Una de dos: o me sale tan blando que se queda pegado en la cuchara
sin soltarse, o me queda tan duro que puedes usarlo como munición en una
cerbatana.
Si me paro a pensar, la siguiente receta es muy famosa en los
restaurantes chinos de Occidente y tiene como base un montón de arroz
blanco que puedes hacer en tu arrocera y después juntar en la sartén con el
resto de los ingredientes. Pero te la juegas, porque de esta forma, hasta que
no lo pruebas, resulta una incógnita saber si te ha salido bien o no. Porque,
como digo, partes de la base de hacer el arroz solo, y te arriesgas a que no
coja después suficiente sabor... Y no podemos olvidar tampoco el tema de
las delicias. ¡No te pueden quedar duras o pasadas! Por eso, una receta
que parece sumamente fácil, en realidad es más bien complicada. O, al
menos, esa es mi percepción. Así que, como recomendación, os aconsejo
ponerle paciencia y, sobre todo, mucho amor.

Arroz tres delicias

Ingredientes:
• Arroz jazmín.
• Huevos.
• Guisantes (pueden ser congelados).
• Zanahoria.
• Jamón york.

Preparación:
En esta receta se cocinan los ingredientes por separado y al final se mezcla todo.
En un bol lavamos el arroz hasta tres o cuatro veces, de forma que el agua que quede
al final sea transparente. Después, lo ponemos a hacer en la arrocera teniendo en cuenta que,
por cada vasito de arroz, añadimos dos de agua.
Al mismo tiempo que tenemos trabajando la arrocera, limpiamos y troceamos las
zanahorias que vayamos a necesitar y las ponemos a hervir en un cazo junto con los
guisantes.
A continuación, batimos los huevos y los cuajamos en una sartén con un chorrito de
aceite.
En otra sartén, salteamos un poco el jamón york hasta que coja un poco de color
doradito.
Por último, juntamos todos los ingredientes, añadiendo la tortilla a taquitos y
mezclamos bien en una sartén durante unos pocos minutos a fuego lento.
A modo de anécdota, destacar que esta receta no es propiamente china, pues se creó en
Occidente, en donde se popularizó al servirse en los restaurantes chinos, teniendo un éxito
increíble entre los comensales.
25

Hoy está siendo un día genial. La verdad es que estoy eufórico y siento que
nada puede estropearlo.
¡Qué ganas de que sea esta noche!
Tengo que pensar algún sitio al que pueda llevar a Nina a cenar,
aunque el otro día hablamos de comer dumplings. Tal vez podamos hacer
eso y que ella escoja el lugar.
Sí, me parece buena idea...
Cuando regreso al despacho, me sorprendo a mí mismo silbando, pero
paro por si el ruido molestase a alguien. Al fin y al cabo, no me había dado
cuenta...
Al plantarme de nuevo delante del ordenador resoplo: diecisiete mails
nuevos en la bandeja de entrada.
Por supuesto, catorce de ellos son de alumnos que quieren revisión de
examen por sus notas... ¿De dónde saco la paciencia?
Tengo uno de Ricardo, que finalmente se marchó ayer a París, pero,
aun así, me manda unas cuantas cosas para agregar al proyecto. Sabía que él
tampoco se tomaría la semana como vacaciones propiamente dichas...
De los dos restantes uno viene de gerencia y otro de Caroline Lewis, lo
cual me intriga, y por eso decido abrirlo primero.

Hola, Rubén:
Espero que estés bien, pues no hemos coincidido desde la cena de Navidad.
Te escribo porque me he enterado de las reasignaciones que se han producido con la baja
inesperada de Rafa García y he visto tu nombre en la lista, y quería hablarte de una alumna
que al principio puede parecer un tanto peculiar, pero sin duda tiene un gran potencial.
Ha destacado notablemente en su curso, por no decir que ha sido la mejor, y estoy
pensando en presentarla para que opte a una beca que concede mi departamento todos los
años en la Universidad de Boston.
Creo que podría encajar realmente bien e iniciarse en programas muy interesantes como
ayudante de alguno de mis asistentes, hasta que ella pueda optar a la investigación, por
supuesto.
Tú sabes cómo funciona todo allí, por lo que me gustaría que le echases un ojo y me
dieras tu opinión cuando hayas visto sus resultados, pues si la propongo para beca, no
deberíamos extendernos más allá de marzo.
Hace poco se lo comenté, pero creo que ella no se ve capaz, y yo tampoco quería insistir
hasta comprobar cómo le iba en el resto de las materias, pero, definitivamente, no
deberíamos dejar escapar a una alumna como ella.
Su nombre es Nina Chou y está en primero de química.
Si te parece bien, podemos quedar un día para tomar un café y hablar mejor.
Quedo a la espera de tus comentarios. Un abrazo,
Caroline Lewis

Esto. Debe. Ser. Una. Puta. Broma.


Esto debe ser una puta broma...
No puede ser. ¿Yo, profesor en el curso de química? Está claro que
Caroline se está confundiendo.
Espera... En química tienen matemáticas en el segundo cuatrimestre
del primer año.
Rafa García... ¿Por qué demonios está de baja?
¿Qué me he perdido? Joder... He salido a comer una hora, ¡nada más!
Y de pronto todo se está descontrolando.
Voy rápidamente al mail de gerencia y, efectivamente, comunican la
baja del profesor de matemáticas y una lista con reasignaciones para el resto
de los profesores. Yo, que solo iba a llevar a un grupo de física, tengo
también ahora a los alumnos de química de primero.
Esto está mal, muy mal. No puede ser que esté ocurriendo... Por unos
instantes pienso en recurrir la decisión que han tomado, pero cómo no, hay
un aviso al final en donde indican que el cambio es definitivo e inamovible.
Me entra un mail de Ricardo reenviándome el comunicado de la
discordia con un comentario:

Me han quitado a mi grupo de mates y en su lugar me han metido a la clase de


informática... ¡Serán chapuceros!
Vaya lío...
Ni siquiera me veo capaz de contestarle... Porque yo sí que estoy en un
buen lío... ¿Qué hago ahora?
Definitivamente debería revisar las normas de la universidad antes de
nada, aunque mucho me temo que mantener una relación amorosa con una
de tus alumnas no va a estar permitido...
Mi móvil vibra y, cómo no, los astros se han alineado para que sea
Nina quien me escribe justo ahora.

¿A qué hora nos vemos?

¿Qué le respondo? Evidentemente, no debería quedar con ella, al


menos de momento y hasta que sepa cómo proceder con esto.
¿Habrán informado a los alumnos? ¿Ella sabrá algo de todo esto?
¿Debería decírselo ahora?
No... La respuesta a todas mis preguntas es «no».
Seguro que no.
Y antes de comentarle nada, primero debería resolver mis propias
dudas o, de lo contrario, solo la inquietaré a ella antes de tiempo.
Así que decido responder, con todo mi pesar.

Lo siento, pero me ha surgido algo y no podemos vernos esta


tarde.

Vale. Espero que no sea nada importante.

Todo ok, no te preocupes.

¿Mañana entonces?
Ahora mismo no sé decirte cuándo podré. Perdona. Te aviso yo,
¿vale?

Ok.

¡Vaya marrón!
26

—¡Hola a todas!
—¿Otra vez tú? —pregunta mi hermana, que está ordenando los tiques
del día.
—¿No te alegras de verme? —digo, dejando una bolsa de
supermercado sobre el mostrador—. ¿Estás bien?
—¿Todavía sigues con eso? —me dice, leyéndome la mente—. Estoy
bien, Nina.
—¡Nina! Es raro que nos honres con tu presencia dos veces en un
mismo día —dice Mei.
Mi amiga Sara aparece entonces, saliendo de un pequeño almacén que
tienen al fondo, y parpadea cuando me ve.
—¡Hola otra vez! —Mira el reloj—. Estamos cerrando, ¿lo sabías?
—Lo sé... Por eso pensaba proponeros... —comienzo a sacar latas de
cerveza de la bolsa—, ¡un tentempié!
—Si ha traído cerveza es que es grave —comenta Mei, dejando de
barrer por un segundo.
—Oh, oh... —dice Sara—. ¿Qué ha ocurrido?
—¿Por qué tiene que ocurrir algo?
—Suéltalo ya.
—¿Y si calentamos antes esto? —pregunto, sacando la minitortilla de
patata que compré en el súper—. Teníais microondas en el almacén,
¿verdad?
—¿Qué es eso? —pregunta mi hermana, arrugando la nariz.
—¡Yo sé lo que es! —grita Sara.
—¡Es tortilla de patata! —exclama Mei, girando la cabeza sin dejar de
observar lo que he traído—. Aunque no sé si tiene muy buena pinta dentro
del plástico tan... al vacío.
—Bueno, supongo que es porque está precocinada. ¡Pero dadle una
oportunidad! La probé ayer en un bar y estaba buenísima.
—Vale... —acepta mi hermana, guardando los tiques—. Yo llamaré a
Jin para decirle que llegaré tarde a casa. Sara, ¿por qué no vas calentando lo
que sea que ha dicho que es esto? Y tú, Mei, echa el cerrojo a la puerta.
—Qué bien se te da mandar —le digo a Fang con sorna.
—¡Por algo es la jefa! —suelta Mei, acercándose a la puerta y dándole
la vuelta al cartelito de «abierto-cerrado».
Mi hermana sonríe con autosuficiencia y se gira hacia la pantalla del
ordenador.
—¿Y si le damos vidilla a esto? —pregunta, explorando el Spotify.
—Eso, menos música de spa y más movimiento. —Mei se marca un
paso de baile, todavía con la escoba en la mano, emocionándose ella sola.
—¡Pon a Jolin Tsao! —grita Sara desde el almacén.
—Méiguī shàonián. —Mei pide una canción en concreto dando
saltitos por la tienda.
—Está bien... —acepta mi hermana, escribiendo en el buscador, y en
cuanto la música comienza a sonar por los pequeños altavoces de la tienda,
todas la vitoreamos.
—Esto ya está.
Sara regresa con la tortilla y la deja en el mostrador, en donde nos
concentramos todas para observarla.
—¿Cómo se supone que nos comemos esto? ¿Con la mano? —
pregunta mi hermana.
—¡Ah! Ya sé... —Sara va al almacén y vuelve en menos de cinco
segundos con cuatro packs de palillos chinos perfectamente envueltos en
sus sobres.
—¿Y esto?
—Los cojo del restaurante por si surgen cosas como estas —explica
Fang, agarrando uno de los que le da Sara.
Yo la imito, sacando los palillos de madera clara del sobre, frotándolos
entre mis manos y separándolos.
—Puedes hablar ya... —dice Sara mientras se abre una de las cervezas
Mahou que he traído.
—Rubén, el amigo mío...
—¿Ese amigo especial que en realidad es más que un amigo? —me
pica Mei, que comienza a intentar hacer trozos de tortilla con uno de sus
palillos, como si este fuera un cuchillo.
—Sí... —Suspiro, pues no me apetece entrar en debate—. No sé qué le
pasa, pero de repente siento que me está dando largas. Habíamos quedado
para esta noche y lo ha cancelado sin darme siquiera un motivo.
—Bueno, tal vez le ha surgido algo y te diga de quedar mañana u otro
día —comenta mi hermana sin perder detalle de lo que Mei le hace a la
tortilla.
—No, Fang. Mañana tampoco puede y, por lo visto, no sabe cuándo
estará libre de nuevo. —Abro mi cerveza y le doy un buen trago—. ¿No es
raro que no sepa cuándo podemos quedar?
—Tía, no te ralles —dice Sara—. ¿No te contó en sus mensajes que
volvió a Madrid porque su madre estaba enferma?
—Sí, pero, que yo sepa, ya está bien.
Se hace un silencio, roto únicamente por la música.
—He sacado buenas notas. He confesado mis pecados a mis padres.
Estaba siendo un día perfecto...
—Pero... no entiendo. ¿Qué te dijo exactamente?
—Nada en concreto... Le pregunté que a qué hora nos veíamos y de
pronto no podía quedar. Entonces quise saber si nos veríamos mañana, pero
de nuevo le era imposible y añadió que me diría él cuándo podría volver a
quedar.
—Oh..., oh... No pinta bien —dice Mei.
—Tal vez ya no le interesas —opina Sara.
—Eso es muy típico... ¡Odio tanto a los hombres así! —añade Mei.
—Míralo por el lado positivo: si ya no le interesas, mejor ahora que
después. Es un buen filtro para librarte de un gilipollas —sugiere Sara.
Mi amiga y sus filtros antigilipollas que carecen de coherencia...
—Estoy con Sara —dice Mei—. Ha podido perder el interés.
—¿Eso creéis? —pregunto, aun sabiendo la respuesta.
—Se lo ha pensado mejor y ahora vuelve al mercado nacional —gruñe
Sara.
—Y dale... —la reprende Fang, capturando un trozo de tortilla entre
sus palillos—. Me parece que eso es una gilipollez. Nina, yo creo que lo
estás exagerando. Un hombre no se toma tantas molestias para terminar así,
sin ningún tipo de explicación.
—Visto desde esa perspectiva, en ese caso estoy con Fang —concluye
Sara, cogiendo tortilla ella también—. Debe de haber alguna explicación
para todo esto.
—Te contradices —le digo a Sara, que se encoge de hombros.
—Entiende que no somos adivinas.
—¡Esto está bueno! —suelta Fang.
—Bah... las he probado mejores... —añade Mei.
—¿Dijiste que era torta de patata?
—Tortilla de patata —corrijo a mi hermana, cogiendo yo también un
trocito, aunque, cuando la pruebo, no está ni tan buena ni tan jugosa como
la que comí con Rubén.
Suspiro y hundo los hombros.
—Mirad a la pobre... ¿Por qué le ofrecéis esperanzas? —Mei se
ofusca, dando un golpe en la mesa.
—¿Por qué no se lo preguntas a él directamente? —añade Sara.
—¿Por qué no esperas a que Rubén te diga algo de nuevo? —propone
mi hermana—. No sabes lo que ha ocurrido, por lo que tal vez no sea buena
idea presionarle y puede que no esté preparado para compartirlo aún
contigo.
La verdad es que, aunque no lo digo en voz alta, de las tres opiniones,
la de mi hermana es la que me parece más lógica.
Aunque tal vez sea que una parte de mí prefiera agarrarse a esa
esperanza antes de pensar que Mei tiene razón.
—En fin, por mucho que vengas aquí a decírnoslo a nosotras es
imposible saber qué ha pasado. —Sara hace una pausa para dar otro trago
de cerveza—. No te queda otra opción más que esperar para ver cómo se
desarrollan los acontecimientos, y, de todas formas, no tenías nada con ese
chico. Os conocisteis hace apenas... ¿tres semanas? ¿Un mes?
—Sara tiene razón —dice Mei—. Si quieres llorar, hazlo, pero no
conseguirás nada. Deberías celebrar tu éxito en la universidad, irte de
compras, hacer lo que más te guste. Te lo debes.
—¡Eso! —Mi otra amiga coincide con ella—. Seguro que ahora
mismo hay montones de fiestas universitarias planeadas para celebrar el fin
de los exámenes. Deberías ir a alguna y disfrutar un poco la vida del
campus y toda esa experiencia.
—Y, además, hay muchos chicos ahí fuera, aunque tal vez ahora tú
pienses que él era el único o el mejor. No es así.
—Eso es cierto. —Sara saca su teléfono móvil y me muestra la
aplicación de Tinder—. Mira, Nina..., tienes que actualizarte. Y yo puedo
aconsejarte en esto.
—No estoy preparada para algo así y tampoco me apetece. Creo que
esperaré y veré cómo se resuelve todo esto. Fang tiene razón.
—Piensa que tus padres quieren verte con un buen chico chino. Este
no les gustaría —observa Mei, en un vano intento por hacerme sentir mejor.
—¡Qué tontería! —suelta Sara—. La mayoría de los chicos chinos que
he conocido yo son iguales o peores que los occidentales con los que he
estado. Y no hablemos ya de mi última cita, que solo demuestra que los
taiwaneses tampoco merecen la pena.
—Ya estamos otra vez con eso... —Mi hermana suspira.
—¿Puedes meter en esa lista a los japoneses? —pregunta Mei—. Hace
un par de años, mi hermana estuvo saliendo con un pervertido que andaba
obsesionado con las bragas. ¡Hasta que un día descubrió que el tío en
cuestión llevaba unas puestas!
—Argh... —Casi se me cae la cerveza—. Creo que no voy a poder
dormir esta noche después de oír eso...
—¿En serio? —Sara parpadea—. Pues una de mis primas está casada
con un japonés que, por lo visto, es un encanto.
—No tenéis ni idea... Solo quiero recordaros que mi marido es chino y
también habéis criticado a los hombres de esa nacionalidad... —Fang
acompaña la frase con un suspiro de cansancio—. ¿Os dais cuenta de que
hay de todo en todas partes? No sé por qué siempre generalizáis por una
mala experiencia.
—¡Ja! De los coreanos no podéis decir nada. Mi próximo novio tiene
que ser coreano. Son perfectos... Ojalá mi madre organizase una cita a
ciegas con uno.
—Vale... A ver, Sara... Vayamos por partes. —Mei se prepara para una
exposición científica—. Primero: lo de los k-dramas no ocurre en la vida
real, y los chicos coreanos no son así. Segundo: tu madre odia todo lo
coreano. Si es made in Korea no lo quiere, ¿recuerdas? Así que deja de
soñar. Y tercero: la amiga de una amiga de la prima de mi amiga Sheila
estuvo con un coreano que intentó estafarla, así que tampoco salen
indemnes.
—Creo que no puedo más... —susurro al escucharlas.
—En resumen, Nina: todos los hombres son unos cabrones. —Mei
dice eso y deja su lata vacía sobre el mostrador—. Anda, Fang, pásame
otra...
—¿Por qué siempre llegáis a esa conclusión? —dice mi hermana,
dándole lo que le ha pedido.
—Porque es verdad —asegura Mei—. Igual no son todos, pero sí el
noventa por ciento.
—Tengo que dejar de venir a veros...
—No, no... Tú ven, pero vuelve a lo de los bollos de piña... —pide
Sara, empujando con sus palillos un trocito de tortilla. Parece que no le ha
convencido mucho—. Igual a Rubén le ha surgido algo de verdad y estás
haciendo un mundo de ello.
—¿De verdad?
—Podría ser...
—No sé ya qué pensar...
—Igual tu amigo se salva y es cierto que le ha surgido algo. —Mei
parece que rectifica.
—Anda, no seas tonta. —Mi hermana me da un abrazo—. Sí que te ha
dado fuerte por ese chico...
—Jamás te había visto antes así... —Sara me observa entrecerrando los
ojos.
—¡No es verdad! —me defiendo.
—Ven, deja que te peine esa melena tan bonita que tienes —dice Fang.
—¡Yo le hago las uñas! —se apunta Sara.
—Me gusta la idea porque por esta vez yo puedo supervisaros —añade
Mei.
Sonrío y todas estallamos en carcajadas.
No sé qué sería de mi vida sin mis amigas.
27

Me siento fatal conmigo mismo por lo que estoy haciendo...


La última vez que supe de ella fue el jueves... y hoy ya es sábado.
Nina me escribió primero todos los días, pero mis respuestas se
limitaron a tres palabras: bien, sí y no. Ni siquiera me interesé por ella,
aunque está claro que muy bien no estará después de estar comportándome
como un idiota. Pero las normas de la universidad eran claras. No se podía
mantener una relación amorosa con una alumna directa, y mucho menos
aún que existan encuentros sexuales, como ya habíamos tenido antes de que
yo supiera que ella sí que iba a terminar estando en una de mis clases. Las
consecuencias podrían ser graves, ya no solo porque yo pudiera poner en
juego mi empleo, sino porque Nina podía verse envuelta en un círculo de
habladurías entre los demás profesores y estudiantes. Ella no se merecía
aquello. Pero tampoco se merecía lo que yo le estaba haciendo.
El sonido de mi teléfono me saca de mis pensamientos, y no tardo en
contestar la llamada entrante.
—Hola, Aitor.
—Eh, tío, ¿qué passsa? —Noto que arrastra las palabras demasiado.
—No lo sé, me has llamado tú —digo, pellizcándome el puente de la
nariz, pues es evidente que está borracho.
—Eh, pues sí... ¡Ahí te doy toda la razón! Es que, verás, estoy aquí, en
Puente de Vallecas, al lado de tu casa, comiendo con unos amigos, y se nos
ha ido de las manos. No puedo conducir, tío...
—Pídete un taxi.
—No, no, no... Me niego a dejar mi coche aquí, en este barrio, como si
nada.
—Haberlo pensado antes.
—Joder, qué borde... —Suspira—. Oye, mira... No puedo llamar a
Lara o se enfadará conmigo... ¿Me puedes llevar tú conduciendo el Porsche
y luego que te acerque ella? Está en casa.
—De acuerdo... —respondo.
Una vez en el coche, Aitor trata de conversar conmigo, pero yo no
estoy de humor como para seguirle el rollo, menos estando él así de
borracho.
—¿Por qué no te duermes? —le pregunto, esperando que me haga caso
y así tener un trayecto más sencillo hasta Boadilla, que es dónde vive con
Lara.
—No puedo dormir en el asiento del copiloto. —Siento que me
observa—. ¿Por qué estás tan serio? Tienes todo el rato esa cara de morsa...
—Mejor no hablemos de la cara que tienes tú.
—Eres un puto borde. —Opto por el silencio, pero a él no le vale—.
¿Es por la tal Nina esa? ¿No le gustó el pintamorros?
Suspiro, tratando de centrarme en la carretera y sacar paciencia de
donde sea.
—Resulta que lo mío con Nina no puede ser, y no quiero hablar de
ello.
—Vaya... Lo siento, tío —resopla—. Al menos te ha dejado ella, de lo
contrario parece que el malo de la historia eres tú.
—No hay malos ni buenos y de nuevo te digo que no quiero hablar de
ello.
—Vale, vale...
Por suerte, parece que mis palabras han tenido efecto sobre él, porque
se mantiene calladito el resto del camino. Bueno, calladito, lo que se dice
calladito... Va tarareando una canción que suena en la radio, pero no me
arriesgo a apagarla por si vuelve a sacar el tema de Nina... La música parece
mantenerlo distraído y con eso me vale.
Cuando llegamos a la casa de mi hermana, un chalé de dos plantas con
su jardincito y piscina, Aitor hace un esfuerzo hercúleo por andar derecho,
imagino que para que mi hermana no perciba que ha bebido, pero por
mucho que el pobre desgraciado lo intente, es inútil. Se le ve a kilómetros y
también se le huele. Apostaría a que con lo que se ha pasado es con la
ginebra.
—¡¿Cariño?! —oigo la voz de Lara desde la distancia.
—¡¿Hermanito?!
Mierda.
—¡Traigo sorpresa! —grita mi futuro cuñado, refiriéndose a mí.
—No me dijiste que estaba Esther, joder —susurro a Aitor antes de
que nos vean.
—Eh, tú, ni se te ocurra volver a ahogar penas con mi hermana o te
mato —me dice en voz baja, dándome con un dedo en el pecho.
—Créeme que para nada es esa mi intención. No quiero nada con ella.
—Más te vale, tío. —Hace una pausa—. Los colegas no se tiran a las
hermanas de otros colegas.
—¿No me digas, Aitor? —pregunto con sorna—. ¿Tú te oyes?
—Eh... Bueno, pero lo mío con tu hermana es sincero.
—Mira, cierra esa bocaza tuya o te callo yo. De verdad...
—¿Qué ocurre aquí? —dice Lara, que nos sorprende entonces en la
entrada de la casa—. ¿Qué haces aquí, Rubén?
—He venido a traerle.
—¡¿Estás borracho?! —Lara se cruza de brazos.
—No, cariño. Es solo que me he tomado un par de cervezas y no
quería arriesgarme a coger el coche y que me pillasen.
—Claro, ya... Un par de cervezas, ¡¿me tomas por idiota?!
—No grites, por favor —se queja Aitor—. Yo tengo sueño y él está
jodido.
—¿Estás bien, grandullón? —Esther se acerca.
De verdad, de verdad, de verdad... Odio que me llame así.
—¿Qué te pasa? —me pregunta Lara.
—Nada —respondo, conteniendo las ganas de darle una colleja al
bocazas que tengo a mi lado.
—Resulta que lo suyo con la asiática no puede ser —suelta él para
empeorar las cosas.
—¿Asiática? —pregunta Esther, arrugando la frente.
—Aitor, joder... —comienzo a desesperarme.
—¿Quién es «la asiática»? —añade Lara.
—¿Por qué no vas a echarte la siesta? —le digo a Aitor.
—Anda, ven... —Lara se lo lleva, imagino que a la cama para que
pueda dormir la mona, y yo me quedo a solas con Esther, envueltos en unos
segundos de silencio que parecen horas.
—No sabía que estabas saliendo con alguien —comenta—. No lo
dijiste el otro día en la comida con tus padres... —Suspiro y me apoyo en el
marco de la puerta. Ella continúa—: Pensé que... tal vez... nosotros...
—¿Qué pensaste, Esther? —Ya no puedo más—. No hay ningún
nosotros, por favor, que te quede claro ya.
—¿Por qué eres tan antipático conmigo?
—¿Y tú por qué intentas complicar más las cosas?
—Rubén, ya vale. —Mi hermana aparece entonces.
Esther baja la cabeza y parece enjugarse una lagrimita. ¡Estupendo,
aportémosle dramatismo al asunto!
—¿Estás bien? —le pregunta mi hermana.
—Sí, pero será mejor que me vaya.
—Esther... ¿seguro que estás bien? —insiste Lara.
—Sí. —Se pone el abrigo que hay en el perchero de la entrada—.
Hablamos más tarde, ¿vale?
—Vale. Conduce con cuidado y mándame un mensajito cuando llegues
a casa.
—Claro...
Cuando Esther desaparece por la puerta de la entrada, Lara se gira
hacia mí con cara de pocos amigos.
—Sé que no la soportas desde que ocurrió todo eso vuestro, pero, ¿era
necesario ser tan frío con ella?
—Lo siento... —digo, porque sé que esta batalla la tengo perdida.
—Le está costando superar vuestra ruptura, dale un poco de tiempo.
—Pero si fue hace una eternidad.
—Bueno, cada persona es como es... —Suspira y me mira—. ¿Tú estás
bien? —No soy capaz de responder. Pues evidentemente no lo estoy, pero
tampoco quiero preocupar a Lara—. ¿Una cerveza y me lo cuentas?
Medito seriamente mi respuesta, pues no es que suela hablar de estas
cosas con mi hermana, pero la verdad es que tampoco podía decírselo a
Aitor, pues no lo entendería, y no quería involucrar a Ricardo, ya que está
en la universidad conmigo... Pero necesitaba compartir con alguien la
situación en la que estaba.
—Vale... —acepto.
Hasta que no tomamos asiento en el salón, cada uno con una cerveza,
no me animo a empezar a hablar.
—Conocí a una chica, pero todo se torció cuando me asignaron como
profesor del grupo donde está, que es primero de química.
—Dios mío, Rubén, pero ¿cuántos años tiene? —Mi hermana abre
muchísimo los ojos.
—Eh... veinticinco.
—Ah, vale... Pero ¿no has dicho primero?
—Sí, es una historia un poco larga. —Estoy tan nervioso que me peino
el pelo hacia atrás con las manos.
—¿Qué te parece si me lo cuentas desde el principio tranquilamente?
Asiento con la cabeza y doy un trago a mi cerveza, pensando cómo
hacer un resumen de la historia, desde el inicio hasta ahora, y exponer
claramente mi dilema tras los últimos acontecimientos.
—Por favor... Ella debe de estar destrozada.
—¿Ella? —Parpadeo—. ¿Y yo no?
—¡Pero esa chica no lo sabe porque tú no se lo has dicho!
—Solo intento marcar las distancias, por el bien de los dos.
—¿De verdad quieres marcar distancias con ella?
—No, pero... No me gustaría que se viera envuelta en un escándalo por
mi culpa y tampoco quiero poner en juego mi carrera.
—Rubén, eres idiota. —Mi hermana da un trago a su cerveza antes de
volver a hablar—: Deberíais hablar de esto los dos, ¿vale? Estoy
convencida de que juntos encontraríais una respuesta al problema, y si ella
también puede verse perjudicada, no lo va a ir pregonando por ahí a los
cuatro vientos.
—Pero son las normas de la universidad.
—¡Las normas están para saltárselas!
—Pero no así...
—A veces no pareces tan listo... —Resopla—. Rubén, cuéntaselo a esa
pobre chica.
—Tal vez, si me dieran el puesto en el MIT, romper aquí y ahora sea lo
mejor...
—¿En serio estás preparado para verla todas las semanas en clase y
fingir como si no hubiese pasado nada?
—No... Me volvería loco. —Bebo de mi cerveza—. ¿Le mando
entonces un mensaje?
—¡Claro que no!
—Pero has dicho que...
—¡En persona! —me interrumpe—. Por el amor de Dios... Tienes que
arreglar estos días de indiferencia. Porque la has cagado, pero bien, y
cuando la veas estaría bien que acudieras con flores, para compensar tu
error.
—No voy a llevarle flores.
—Qué poco romántico eres... Vamos a tener que trabajar eso...
—Es que yo creo que a ella le gustan otro tipo de cosas.
—¿De verdad crees que puedes seguir fastidiándolo? Además, ¡a todo
el mundo le gustan las flores!
—Mmmm... —Me quedo pensando en la información que me da mi
hermana, no muy convencido por el detalle del regalo, pero, de todas
formas, decido incluirlo en los puntos a valorar. Ahora la cosa está en qué
decirle a Nina... Solo espero que no sea demasiado tarde.
28

Hoy he venido a trabajar al restaurante. Mi muñeca ya está en perfecto


estado y, además, necesitaba despejarme porque en casa no paraba de darle
vueltas a la cabeza, pues seguía sin tener noticias de Rubén... El muy
imbécil...
El turno de comidas estaba resultando como el de cualquier otro
sábado, hasta que apareció Paco con sus padres, su hermano, su cuñada y su
sobrino. ¿Es que no hay más restaurantes chinos en Madrid que tiene que
venir precisamente a este? Por supuesto, mi madre está encantada cuando lo
ve. Creo que no termina de creerse que, de verdad, no hay nada entre
nosotros.
Cuando parece que ya están recogiendo, mi madre se acerca a hablar
con ellos y Paco se levanta y viene a buscarme.
—Hola, Nina.
—Hola —saludo con pocas ganas mientras ordeno la pila de los
menús.
—Estás muy guapa hoy.
—Corta el rollo. No estoy de humor.
—Vale..., y ¿cómo puedo animarte?
—Dejándome en paz.
—¿Te apetece que vayamos a buscar un bubble tea?
—Estoy trabajando.
—Bueno, tu madre ha dicho que podríamos conocernos un poco más,
así que no creo que haya inconveniente en que termines antes. Además,
hace un buen día para pasear.
—Mmm... —Rumio mi respuesta y observo a mi madre y a la de Paco
cotillear mientras nos miran—. Creo que deberíamos poner distancia entre
nosotros o pensarán lo que no es.
—Hablaré con la mía y le aclararé que no tenemos nada, pero anda,
por favor, acepta. Me apetece ir por ahí esta tarde.
Asiento con la cabeza.
—Vale. —Creo que me vendrá bien distraerme y, además, el té de
burbujas es una de mis debilidades.
—Vaya, no ha sido tan difícil convencerte.
—Todavía puedo echarme atrás... —le digo, escrutándole con la
mirada.
—Te espero —dice, riendo, antes de volver con su familia.
Una vez fuera, Paco y yo mantenemos las distancias, hasta que él se
para frente a su coche.
—¿Pero no íbamos a por té de burbujas?
—Sí, pero quiero llevarte a mi sitio preferido. No todo el mundo sabe
cómo se preparan bien.
—Eres un sibarita.
—¿Y qué? —me sonríe—. Vamos al centro, ¿o has cambiado de idea?
—Está bien, te acompaño.
Una vez en el coche, él se quita el abrigo y lo deja en los asientos de
atrás. Va con una camisa azul que tiene los dos primeros botones
desabrochados, y la verdad es que ese toque informal le da un aspecto
todavía más atractivo.
Paco conduce centrado en la carretera mientras BTS rompe el silencio
del vehículo, transmitiéndome buen rollito al ritmo de Stay gold.
—¿Por qué no me dijiste el día que nos conocimos las mercancías que
importas? —pregunto cuando salimos de un parking subterráneo, cerca de
la plaza Mayor—. Estuve viendo la web de la empresa, así que ya estoy al
tanto...
—Aquel día estabas tan amargada con la idea de la cita que quería
tomarte el pelo.
—¿Qué táctica es esa? ¿Pensabas que así ganarías algo? Porque es
todo lo contrario.
—Ojalá cambiases la opinión que tienes sobre mí, desearía que así
fuera, aunque no pueda hacerlo como me gustaría. No en esta ciudad.
—¿Echas de menos Shanghái?
—Sí, pero gracias a mi trabajo puedo pasar mucho tiempo allí, así que
me considero afortunado también en eso. En general, no puedo quejarme.
Me va bastante bien en la vida.
—A veces no valoramos suficientemente lo que tenemos. Yo tampoco
debería quejarme. En el fondo, me va bien.
—¿Sabes? Si estuviéramos en Shanghái, te llevaría a pasear por el
parque Gucun y admiraríamos juntos los cerezos en flor.
—¿Qué? —Me río—. Ni siquiera es la temporada.
—¿No puedo intentar conquistarte de alguna manera y hacer realidad
ese pensamiento? —Paco ríe y se detiene delante del local de té de
burbujas.
—¿Ahora que empezabas a caerme bien quieres estropearlo?
—Era broma, anda, déjame endulzarte la tarde.
Hace un ademán con la cabeza señalando el interior de la tienda.
—Tú no vas a endulzar nada. Este té me lo voy a pagar yo con mi
dinero.
—¿Por qué sabía ya que no te gustaría que te invitase yo? ¿Dejarás de
estar algún día tan a la defensiva?
—No estoy a la defensiva.
—Sin duda, tienes carácter. Eso o te gusta discutir conmigo.
—¿Carácter? ¿En serio yo tengo carácter? Porque tú no te quedas
atrás.
—Oh, venga... Perdóname... —Me cruzo de brazos, pero no le
respondo—. ¿Te has enfadado?
Yo me limito a fulminarle con la mirada, pero a él eso parece divertirle
más.
—Podemos seguir discutiendo o pensar en hacer algo más tarde. No sé
tú, pero yo voto por la segunda opción. ¿Y si nos vamos de compras?
—Oye, Paco, ¿por qué quieres quedar conmigo?
—Porque eres diferente a las demás que he conocido, y eso me gusta,
creo que puedes ser una buena amiga. Y también creo que puedo confiar en
ti... No es fácil encontrar a personas así.
Él avanza hacia el mostrador para pedir, y yo me quedo parada,
observándolo, desconcertada. ¿A qué ha venido eso...? No sé qué pensar de
él y, sin duda, tal vez le juzgué mal la primera vez que le vi, pero, aun así,
no deja de ser un comportamiento extraño.
—¿De verdad quieres que vayamos de compras? —le pregunto.
—¡Sí, por favor! He visto unos zapatos en El Corte Inglés de
Castellana que son maravillosos, y creo que hoy es el día de llevármelos.
Venga, acompáñame y así me das tu opinión.
—Zapatos... —Me quedo pensativa mientras nos preparan el té—.
Vale.
Es justo entonces cuando me llega un mensaje de Rubén. La parte
irónica de mí misma se pregunta si no habrá percibido que estoy con Paco.

Hola, Nina. Siento haber estado tan distante estos días, pero
tengo una explicación. ¿Podemos vernos hoy?

Hola.
Hoy tengo planes.

¿Mañana?

No creo que pueda.

Es importante, por favor. Necesito verte y hablar.


Lo siento.
Si no puedes decírmelo por aquí, tendrá que esperar.

Nina, por favor...

Has estado toda la semana sin apenas dirigirme la palabra y sin


darme ninguna explicación. Sin motivos...
¿Acaso tienes idea de cómo me he sentido?

Y lo siento. No lo he hecho bien. Por eso quiero arreglarlo y


exponer lo que ha ocurrido.

—¿Qué pasa? —Paco llama mi atención.


—Eh..., nada.
Me llega otro mensaje, y estoy a punto de contestar una fresca cuando
me doy cuenta de que en esta ocasión es Verónica.

Hola, Nina, ¿qué tal estás? Yo no me creo que ya no estemos de


exámenes, jajaja ¿Te apuntas a la fiesta al final? Es esta noche
en la azotea de una amiga. Está en Lavapiés.

¡Hola!
¡Me ocurre lo mismo!
Me encantaría, pero es que... estoy con un amigo...

¡Que se venga!
Cuantos más, mejor.
Dudo. Dudo, pero mucho, porque no he salido de fiesta nunca sin Sara,
Fang o Mei y porque no suelo salir precisamente en ese plan, pero, por otro
lado, una parte de mí quiere y necesita pasárselo bien y soltarse la melena,
así que... ¿por qué no?
—Paco, ¿te apetece ir a una fiesta conmigo esta noche?
—¿Has dicho fiesta?
—Sí.
—Nina, no tienes ni que preguntar. ¡Por supuesto que me apetece!

Nos apuntamos.

... y que le den a Rubén..., aunque en mi interior quiero quedar con él


de forma inminente, pero... se merece que le dé yo largas después de todo.
29

La fiesta con Paco y las chicas de mi clase fue estupenda. Nos reímos un
montón y descubrí que mi improvisado acompañante era un bailarín de
primera y tenía consejos sobre moda muy interesantes. Por supuesto, no
pasó absolutamente nada entre Paco y yo, y después de ver a mi madre tan
encantada al saber que él me había traído a casa, una parte de mí se negaba
a repetir con él, aunque solo fuera por ese motivo. La situación se nos
estaba yendo de las manos y mi madre no quería creerse que éramos solo
amigos.
Durante el domingo, además de algo de resaca, también tuve unos
cuantos intentos de Rubén tratando de contactar conmigo. Insistía en
vernos, pero estaba tan cabreada que decidí apagar el móvil e ignorarlos. Al
fin y al cabo, era mi último día de descanso antes de iniciar las clases de
nuevo y, por si fuera poco, ese lunes tenía clase de matemáticas a primera
hora con un profesor que, según había oído, resultaba bastante soporífero.
Antes de ir al metro, me desvío a casa de una amiga de mi madre,
porque tengo recoger unos alfileres para el pelo que tengo que llevarle a mi
hermana más tarde. Son para el desfile, y me usan de chica de los recados
porque queda de paso a la facultad, aunque eso signifique tener que coger
un autobús.
Una vez tengo el encargo hecho, llevándolo en una bolsa de papel
bastante cutre, recibo un mensaje de Verónica.

Creo que sigo de resaca... Estamos tomando un café cerca de la


facultad, por si te quieres venir antes de entrar a clase.
Llegaré justa de tiempo...

¿Por la huelga de metro?

¡¿Qué?!
Mierda... No contaba con eso...

En realidad, desconocía la información y la situación me pone


nerviosa. Está claro que voy a llegar supertarde a clase...
... ayúdame, Buda, por favor. Apiádate de mí.
Cuando bajo al andén, hay un montón de gente esperando y los rótulos
solo anuncian la huelga, pero no especifican cuándo pasará el metro.
—Vamos... —susurro mirando hacia el oscuro túnel en donde todavía
no se ve ni se escucha nada.

No te preocupes, te cojo sitio en clase.

Cuando el metro está llegando a mi parada, recibo otro mensaje de


Verónica.

Tía, nos han cambiado al profe de mates y definitivamente este


hombre va a ser nuestra motivación para madrugar todos los
lunes.

¿De qué hablas?


Cuando llegues me entenderás...

Casi estoy.
Llego en cinco minutos.

Cuando me planto delante de la puerta de clase, intento normalizar mi


respiración agitada por culpa de la carrera que me he pegado desde la
estación hasta aquí. Tengo la impresión de boquear como un pez, y no
quiero aparecer así en mi primer día. Abro cuidadosamente la puerta e
inconscientemente me muerdo el labio inferior mientras me dirijo
avergonzada hacia el interior del aula, esperando identificar fácilmente a
Verónica y ese sitio que me ha guardado a su lado.
Nadie parece inmutarse con mi presencia, ni siquiera el profesor, que
está sentado de espaldas a la puerta, en una silla que ha cogido para
acercarse a los demás alumnos. Parecen estar inmersos en un debate del que
obviamente yo no había seguido el hilo por el retraso, y me hace sentir
completamente desubicada.
Espero que no se enfade conmigo por haberme rezagado...
Estoy tan nerviosa que tropiezo con mis propias zapatillas y casi me
caigo al suelo, pero, aun así, a pesar de estar avergonzada, trato de no mirar
a nadie mientras voy al lado de mi compañera y, justo llegando a mi silla,
todos estallan en carcajadas haciendo que yo alce la vista hacia el profesor,
que se levanta, consiguiendo que nuestras miradas se crucen en ese mismo
instante y a mí se me pare el corazón de golpe.
No puede ser...
Es Rubén.
... y de pronto todo cobra sentido.
Ahora entiendo qué es lo que intentaba explicarme este fin de
semana... Aunque eso no justifica su comportamiento durante los días
anteriores.
—Ya que os gustan los desafíos y los números, os voy a poner un reto
—dice, antes de girarse a la pizarra, en donde comienza a pintar una maraña
de cifras y símbolos.
Suspiro y me armo de valor para sacar mis cosas, que voy dejando en
la mesa, hasta llegar al cuaderno, que inexplicablemente aterriza de tal
forma que catapulta a toda velocidad el maldito típex hasta estamparse
contra la pizarra, justo en donde nuestro profesor iba a escribir el siguiente
número.
Todos mis compañeros se vuelven hacia mí y me miran, allí de pie,
puesto que en un movimiento inútil me he levantado para intentar capturar
en el aire el improvisado dardo. Además, todavía debo de tener la boca
abierta por el horror.
¿Se puede ser más torpe? Lo dudo...
Rubén se queda parado, jugueteando con la tiza entre los dedos, antes
de darse la vuelta y mirarme.
Parece realmente sorprendido y me pregunto si alguna vez le habrán
lanzado algo en clase, aunque me apuesto cualquier cosa a que he sido la
primera.
—Ha... ha sido un accidente. —Siento cómo me arde la cara e intuyo
que debo de estar roja como un tomate—. Puedo explicarlo...
—Estaré esperando esas explicaciones después de clase.
Y, dicho esto, continúa con lo que está escribiendo en la pizarra
mientras el aula se llena de murmullos y miraditas.
Me siento, despacito, aunque realmente quisiera salir huyendo de allí.
—Podría haber sido peor... Podría haberle explotado en la cara... —me
susurra Verónica en un intento de animarme, pero soy incapaz de
responderle.
—Bueno... —vuelve a decir Rubén, recuperando con una simple
palabra la atención de toda la clase—. Cada mes os pondré uno de estos,
que podréis intentar resolver con lo que explique en las siguientes semanas.
Son voluntarios, por supuesto.
—¿Y cuál es el fin de completarlos? —pregunta alguien.
—Un extra en la nota. —Sonríe y se agacha a recoger el típex, que
guarda en su portadocumentos.
Cuando la clase toca a su fin, recojo mis cosas y voy hacia Rubén, que
me hace seguirle hasta su despacho. Al entrar, veo que hay un chico de
gafas redondas que me saluda.
—¡Hola! —sonríe.
—Hola —digo casi en un susurro.
—Buenas —le saluda Rubén, que va directo a su puesto de trabajo.
Esa mesa... en donde todavía descansa la grulla de papel que hice yo
en nuestra primera cita.
Ese sitio en el que pasó algo con lo que me altero solo de recordarlo y
me hace preguntarme si a él le pasa lo mismo.
Dejo la bolsa con los alfileres sobre la mesa, y la mochila en el suelo.
Todos estamos en silencio, Rubén me mira, y entonces decido hablar
antes de que el ambiente empeore.
—Me siento realmente mal porque no era mi intención causar ese
incidente en clase ni mucho menos, ¡pero fue sin querer!, lo prometo..., y
cuando puse el cuaderno en la mesa no tuve en cuenta las leyes de la física
que catapultaron el típex hacia... ¿ti? —Por unos segundos me pregunto si
debería tratarle de usted, pero lo importante es que he conseguido soltar
todo aquello de golpe, así que cojo aire, esperando una réplica que no
parece llegar.
Rubén se concentra en algo detrás de mí, y cuando giro la cabeza, veo
que se dirige con la mirada a su compañero.
—Yo iré a buscar un café... ¿Te traigo algo? —le pregunta este a
Rubén, que aprieta los labios y niega con la cabeza—. Estupendo. Pues...
regresaré en ¿diez minutos? —Vuelvo a mirar a su compañero, que parece
repensárselo—. O mejor que sean quince.
—Gracias, Ricardo —le dice Rubén.
Cuando nos quedamos solos en el despacho, por fin habla.
—Perdóname —me dice.
—¿Qué...? —Eso no me lo esperaba.
—El martes por la tarde nos informaron de que tu profesor no iba a
poder dar clase y nos reasignaron sus grupos sin darnos más opción que
aceptar los cambios. Reconozco que me puse nervioso y, al principio, no
tenía claro cómo actuar porque, además de incumplir las normas de la
universidad, tengo miedo de que tú te sientas incómoda por la situación o,
peor, que alguien se entere y te cause problemas.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Intenté hacerlo este fin de semana, pero te cerraste en banda y ayer
ya ni siquiera respondiste a mis llamadas.
—¡Porque estaba enfadada! —le espeto—. ¿Cómo te hubieras sentido
tú después de todo lo que ha ocurrido entre nosotros si de repente yo
hubiera dejado de contestar a tus mensajes y cancelara todos los planes
siendo una maldita borde?
—Actué mal. Me comporté como un borrego, pero ahora estoy
intentando arreglarlo.
—Borrego se queda corto. —Me cruzo de brazos, cabreada.
—Necesito saber qué piensas tú.
—No lo sé... —reconozco—. No esperaba encontrarte ahí...
—En ese caso, me gustaría que, por favor, lo meditaras, Nina, y que
después me dijeras qué te parece todo esto...
—¿Que qué me parece...?
—Sí.
—¿Qué te parece a ti?
Suspira y me aparta la mirada unos instantes, antes de volver a
mirarme.
—Esto es una putada... Yo, por mi parte, estoy dispuesto a asumir el
riesgo, pero tú también tienes que tomar una decisión, valorar todo, incluida
tu reputación si alguien se entera.
—¿Qué más da mi reputación? Ni que estuviéramos en otro siglo...
—Ya lo pasaste mal una vez y no me perdonaría que volvieras a sufrir
por los comentarios y las acciones de la gente...
—¿Qué castigo te pondrían si alguien se entera? —le pregunto, pero
no me responde, aunque en el fondo me lo puedo imaginar...—. Yo también
quiero saber lo que tú te juegas.
—¿No es evidente? Podría perder mi trabajo.
Confirma mis sospechas, aunque era bastante obvio.
—Siento haberte tirado el típex. —Cambio de tema, porque estoy
nerviosa y porque comprendo que hay mucho que analizar—. Lo siento.
—Sé que fue un accidente. —Se encoge de hombros.
—Tengo que irme... —le digo entonces, recogiendo mi mochila,
aunque, al ponérmela, me doy un golpe en la cadera y casi tiro la pila de
documentos que hay a un lado de la mesa.
—Espera, Nina —me pide, levantándose y tirando de un hilo que sale
de mi jersey y que se ha quedado enganchado en una grapa de los
documentos apilados.
—Un hilo... rojo... —susurra.
Ambos nos quedamos mirándolo unos instantes, pero entonces yo
decido tirar para desengancharlo, rozando así la mano de Rubén y
desatando una corriente eléctrica que recorre mi brazo hasta llegar a mi
pecho, y le miro a esos ojos color bosque que también me observan.
—Tengo que irme —repito, saliendo de allí lo más rápido posible.
Necesito pensar...
30

—¿Qué haces aquí? —dice Sara, encendiendo la televisión. Imagino que


para ver uno de los k-dramas.
—Os he traído la merienda, para variar.
—Espero que hayas regresado a los bollos de piña y no traigas otro
experimento...
—Sí, son bollos de piña —confirmo.
—¿Y el encargo? —pregunta mi hermana, mirándome para comprobar
si llevo algo más.
—Eh... ¡Vale! Puede que me dejase los alfileres para los peinados del
desfile en la facultad...
—¿Por qué eres tan torpe? —se queja Sara—. Las chicas iban a venir a
recogerlos a partir de esta tarde.
—Te dije que no podíamos pedirle que se encargara de ir a buscarlos.
Esta chica siempre tiene la cabeza en otra parte —interviene Mei sin
levantar la vista de las uñas de la clienta a la que le está pasando el torno.
—¡Oye, que estoy aquí! —me quejo.
—¡Nina Chou! —exclama Fang—. Dime que no los has perdido.
—Calma, por favor, que me los va a traer Rubén. He quedado aquí con
él porque pensé que esto podía ser terreno seguro... Se ha ofrecido a
devolvérmelos y no quería estar sola y volver a hablar con él... de momento.
Quiero pensar un poco.
—Oh... pero ¿todavía no os habéis reconciliado? —pregunta Sara.
—Estamos en ello —resumo sin dar más detalles, pues lo que descubrí
esta mañana es demasiado delicado como para decirlo en la peluquería.
—Nina se hace de rogar —dice Mei—. ¡Bien hecho!
—No es eso...
—Claro, claro... —se mofa Sara.
—¿Cómo llevas la mano? —pregunta entonces Fang, rodeando el
mostrador.
—Bien. —Dejo que me examine la muñeca, que ya no llevo vendada.
—¿Seguro que Jin considera que está bien curada?
—Sí, Fang, no seas sobreprotectora, por favor.
—Una lesión, si no queda bien, puede convertirse en algo crónico.
—¿Acaso dudas de la opinión de tu marido? —apunto para picarla.
—¡Pues claro que no!
—¿Os vais a callar de una vez? —Sara gira la cabeza y deja de
apoyarse en el respaldo de la silla para sentarse en ella y seguir mirando la
pantalla de la televisión, que aparece subtitulada en chino.
Mi móvil comienza a sonar entonces indicando la entrada de un
mensaje.
—¿Es el matemático? —pregunta mi hermana.
—Sí... Dice que llegará en un cuarto de hora más o menos.
Miro más allá del mostrador y compruebo que sigue lloviendo.
—Entonces vamos a conocerlo y podremos ponerle nota... —Mei
aprovecha para echar leña al fuego.
—Sinceramente, no sé si me apetece que lo sometáis a evaluación.
Pero, por favor, portaos bien... Además, solo somos amigos.
—Amigos que se besan —canturrea Sara sin mirarnos.
—Creo que le voy a decir que mejor le espero en la calle... Esto es una
mala idea. —Estoy a punto de escribir, pero Fang me quita el móvil de las
manos.
—¡Venga ya! —insiste mi hermana—. Le conociste hace ya un mes,
¿por qué no nos lo quieres presentar?
—¿Qué importa cuánto hace que lo conozco? Además, solo llevamos
quedando un par de semanas.
—¡No la escuchéis! Hace ya un mes que lleva con esta historia, pero al
principio no quedaron. Todo se resumía a sexo telefónico hasta hace quince
días, ¿no? Te has saltado incluso un ensayo —suelta Sara, levantándose en
busca de algo.
—¿Sexo telefónico? —Siento que me arden las mejillas—. Eso es una
muy sucia mentira por tu parte. Además, no fui al ensayo por la mano.
—Bueno, es evidente que es muy pronto para que os hayáis acostado,
pero me encanta ponerte nerviosa.
Ay... Si ellas supieran lo que hemos hecho...
—¡Sara Xu! —la reprende mi hermana al ver que se desvía de su
objetivo. Me hace gracia que emplee la misma costumbre de mamá al usar
el apellido de los demás cuando quiere sonar amenazadora o se enfada.
Entonces, vuelve a mirarme a mí mientras pone ojitos y ataca de nuevo—:
¿Acaso no te fías de nosotras?
—Si no lo vemos, no lo creeremos —canturrea Mei.
—Los famosos novios imaginarios. —La clienta se mete en nuestra
conversación, divertida por la situación y encantada con el trabajo que le
están haciendo en las uñas.
—Si no viene aquí, jamás le volveré a decir a mamá que tienes que
cuidar de Yun. —Fang saca la artillería pesada.
—¡No te atreverás...! Además..., ya te he dicho que no estamos
reconciliados del todo...
—Ponme a prueba y verás.
—Eres nociva —me enfado.
—Se dice zorra, por favor, ¿no llevas suficiente tiempo en este país
como para hablar con fundamento? —suelta Mei.
—¡Soy tu hermana! —exclama Fang, fingiendo no escuchar a la otra
—. Me puedo tomar ciertos derechos a la hora de chantajearte.
—Ya empiezan... —murmura Sara, que sube el volumen de la tele
apuntando con el mando a distancia que acaba de encontrar.
—Bueno, pero no le digáis más que hola y adiós. Fingid que estáis
muy ocupadas. Me da la bolsa y ya está.
—Me vale por ahora. —Fang parece satisfecha, así que me devuelve el
teléfono.
—Pierdo las bragas por Chung-ho. —El comentario de Sara hacia el
actor surcoreano va acompañado de un profundo suspiro con el que
consigue dejarme de piedra.
—¿Cómo puedes ser tan ordinaria a veces? —pregunto asqueada.
—¿Qué pasa? —Se ofende por mi comentario—. Eres muy ñoña.
Tenemos que sacarte más de fiesta por Madrid para que te espabiles.
—Ese actor no es para tanto. —Fang interviene para salvarme,
mirando de reojo la pantalla mientras comienza a organizar las lacas de
uñas.
—Claro, no todas tenemos a un médico que parece sacado de un k-
drama —añade Sara con desdén.
—Qué suerte tenéis. —Mei por fin levanta la vista un segundo para
mirarnos con recelo.
—¿Perdona? —Sara parece ofendida—. Hace demasiado tiempo que
no me como una rosca y mi madre no para de intentar montarme citas a
ciegas con tipos realmente aburridos. Por no hablar de los que yo conozco
por Tinder, que a veces son hasta peores.
—Ojalá mi madre hiciera eso, tal vez así conocería a alguien
interesante.
—¿En serio? Mi madre ha llegado a quedar en un banco del parque
con otras madres para llevar unos portfolios de sus hijos... Una amiga de mi
prima la pilló infraganti un día. De verdad, no sabes la suerte que tienes de
que a tus padres les importe un comino todo eso.
—Joder, Sara, no te pongas así. A ver si me explico... Yo solo digo que
una cita al mes tal vez aumentase las posibilidades.
—No sabes de lo que estás hablando... —susurra entonces Fang.
—Tú tienes a Jin.
—Yo tuve suerte, pero sé que para otras personas no es así —responde
con una mirada afilada.
—No te frustres con esto. —Sara intenta hacerla entrar en razón—.
Cuando tenga que llegar, llegará. Mientras tanto, disfruta y sé feliz.
—Las citas son un rollo —intervengo yo.
—Quiero encontrar pareja de una vez por todas... Vosotras deberíais
ver lo de las citas a ciegas de otra forma. Para mí sería como un Tinder en la
vida real. Si no me gusta, paso al siguiente. Además, reconozco que no sé
elegir a los tíos adecuados. Soy un imán para los cabrones, torpes y
manipuladores.
—A mí, Tinder ya me causa hastío y, la verdad, no me ha servido para
nada —gruñe Sara por lo bajini.
—No sigáis diciendo cosas así o terminareis enfadadas entre vosotras,
que ya nos conocemos. Algún día conoceréis al apropiado y no tiene por
qué ser en internet.
—Nina, eres tan romántica que te pondrás a vomitar arcoíris en
cualquier momento —me dice Sara antes de dirigirse también a las demás
—. Luego decís que yo soy la que veo demasiados dramas coreanos.
—Shhh. —Fang quiere que nos callemos. Está claro que ha oído la
historia muchas veces.
—Venga, no puede ser todo tan terrible... —digo.
—El último tío con el que estuve me regaló ropa interior con agujeros
para los pezones —se queja Mei—. ¿Tú qué opinas?
—¡Ya empezamos! —Fang prefiere seguir a lo suyo.
—Le dejó nada más ver el regalo —comenta Sara sin apartar la vista
de la tele.
—No me gusta que me traten como si fuera un objeto. Los hombres
son asquerosos muchas veces y solo les mueve el interés por el sexo.
Además, solo quedábamos en su casa y el plan siempre acababa en su cama.
—¡No todos son así! —casi grito.
—Doy fe. —Fang me apoya.
—¿Y quién demonios te regalaría algo así? —pregunto entonces,
asimilando la información.
—Eso lo ha tenido que diseñar un hombre que no sabe desabrochar
sujetadores o es demasiado vago para intentarlo —dice la clienta—. ¿A qué
otro ser humano se le iba a ocurrir poner agujeros ahí?
—Pero... ¡es terrible!
—¿En serio, Nina...? ¿Solo se te ocurre decir eso? Ñoña se te queda
corto... —insiste Sara.
—Pues yo estuve a punto de tener una cita el otro día, pero el muy
bruto no sabía escribir. —La clienta se anima a seguir hablando.
—¿Que no sabía escribir? —parpadeo, confusa—. ¿Dónde lo
conociste?
—En Tinder.
—¿Un español?
—Sí.
—¿Y cómo no va a saber escribir? —pregunto con curiosidad,
ignorando el comentario de mi amiga—. ¿No funciona por mensajes de
texto esa app?
—No seas boba, me refiero a que solo ponía faltas de ortografía. Al
principio me escribió «a ver» en lugar de «haber», con «h» y con «b», y
casi me atraganto. Le pasé que pusiera «ahí» como si señalara a un sitio en
lugar del verbo «hay», pero cuando me escribió que quería «yebarme» al
parque del Retiro con «y» más una «b», me desinstalé la aplicación. No
estudié cuatro años de filología hispánica para querer después arrancarme
los ojos al intentar ligar con un tío...
—Yo ya he creado mis propias teorías sobre los ligues por internet y
por eso no pienso volver a intentarlo a través de esa vía —interviene Sara.
—Eso es lo que dice hoy, pero mañana vuelve a la carga con el móvil
—resume Fang.
—¡Hablo en serio! Ya estoy harta y, además, los hombres suelen enviar
muchas fotopene cuando pasan a otra aplicación de mensajería, por
ejemplo, WhatsApp.
—¿Foto... qué? —Me quedo muerta.
—Fotopene —me repite como si nada—. A ver, por dónde iba, ¡ah, sí!
El cambio de Tinder a WhatsApp. Dar este paso significa interés por ambas
partes, pero esto no quiere decir igualdad de intenciones. Hablamos de
bases.
—¿Vas a hacernos una exposición? —pregunta Mei—. Porque no sé si
quiero seguir odiando al género masculino y algo me dice que esto va a
animarme a ello.
—¿Me vais a dejar hablar? —se indigna Sara, y todas guardamos
silencio—. Veréis, al principio, los hombres hacen las preguntas básicas:
qué te gusta, de dónde eres, por qué zona vives, a qué te dedicas, qué haces
en tu tiempo libre... Digamos que esos son los tips de iniciación. Si después
de eso te consideran interesante, te suelen pedir pasar a WhatsApp o
Instagram. Yo la verdad es que prefiero el segundo porque te puede aportar
más información; digamos que te ofrece una perspectiva más amplia sobre
los gustos de esa persona. Así también puedes saber si tienes algo en común
o no.
—Yo no le daría mi Instagram a un desconocido, ¿estamos locos o
qué? ¿Y si es un psicópata acosador? —Fang parece escandalizada.
—Estoy de acuerdo con mi hermana.
—Pues es un buen filtro, que lo sepáis —continúa Sara—. El tema es
cuando ya te dicen algo en plan «Estás muy buena» o «Nunca lo he hecho
con una asiática». Ahí ya ves por dónde van y lo siguiente suele ser que te
manden una foto fuera de tono y te pidan otra a ti en plan vulgar, es decir,
una fotopene.
—¿Y a pesar de esto creísteis en Tinder?
—Bueno... Es mejor que ir a una discoteca para conocer chicos —
comenta Mei.
—Nina, ¿por qué no le dices cómo encontraste al tuyo? —me pica
Sara. Pongo los ojos en blanco ante el comentario.
—¡Eso! —pide Mei—. Solo me has contado que te lo encontraste por
la calle una mañana. Así, tan normal, tan cotidiano, ¡para morirse!
—En realidad le dejó K.O. en una esquina y luego Nina pensó que él
fue a buscarla para denunciarla a la policía. —Sara comienza a reírse tanto
que casi se cae de la silla.
—¿Es eso cierto? —La clienta parece incrédula.
—No fue así... exactamente, ¿vale? Y, de verdad, solo es un... amigo.
—Ahhh... Ya, ya... Sigues con eso... Pues tal vez podrías presentarnos
a algún amigo de tu amigo —dice Mei.
—Definitivamente, no. Me dais miedo...
La campanita de la puerta suena y me giro, nerviosa, pero es la clienta
de Sara, una señora mayor.
—¡Buenas tardes, señora Zhu! —grita mi amiga.
—¿Eh?
—¡BUENAS TARDES! —le insiste, ya que por lo visto está sorda...
—El tinte de todos los meses, sí —le contesta, a lo que Sara asiente y
la hace pasar a la silla mientras todas las demás contenemos la risa.
La campanita de la puerta vuelve a sonar y al volverme para mirar, esta
vez sí que es quien yo esperaba.
—Hola —saludo en su idioma, intentando mostrarme seria.
—¡Hola! —corean las demás.
—Xiàwŭ hăo —saluda él, diciendo buenas tardes en chino y haciendo
una leve inclinación, sorprendiéndome por el detalle. Después me mira, un
poco inseguro—. Tengo los adornos de pelo que te olvidaste...
—Sí, claro, muchas gracias...
Me da la bolsita y yo la cojo, bastante cortada por tenerle delante
mientras Mei, Sara y las clientas están totalmente calladas, algo nada
habitual en la peluquería.
—Ella es mi hermana, Fang —le digo, señalando al mostrador, aunque
la aludida no tarda en ir hacia Rubén con una sonrisa de oreja a oreja.
—Encantada.
—Un placer conocerte. —Él le extiende una mano que mi hermana
estrecha feliz.
—Al pobre le gotea hasta la barba... —dice Sara en chino.
—Es más guapo de lo que decías... —comenta mi hermana, también en
chino, y luego vuelve al español—: Mírate, ¡estás calado hasta los huesos!
—Eh, sí, bueno... Un fallo en mi planificación, ya que aparqué y luego
me di cuenta de que no tenía paraguas.
—No pasa nada, ahora te llevas uno de los que tenemos aquí y listo —
le dice Fang.
—Oh, pues... Xièxiè nĭ —responde él, o lo que es lo mismo: gracias.
—Este chico es un encanto, ¡mira cómo se esfuerza! —dice mi
hermana en chino, y después continúa de nuevo en español—: Ven, vamos a
secarte un poco...
—No seas muy dura con él... —me recomienda Mei en chino—. Por
mí nadie se ha puesto a aprender el idioma.
No respondo, y veo cómo Fang prácticamente lo arrastra a la silla que
queda libre y coge una toalla con la que empieza a secarle un poco el pelo.
—¿Quieres un bollito de piña? Nina los ha comprado esta tarde. Son
sus favoritos. —Fang le sonríe al otro lado del espejo.
—Eh... —Rubén no responde.
—Nina, espabila, trae un bollo y después acércate con un secador —
me ordena en chino mientras sigue pasándole la toalla por el pelo.
—Pobre cachorrito, esforzándose tanto... —suelta también en chino la
señora.
—¡Señora Zhu...! ¿Pero no está usted sorda? —Sara está ojiplática y
las demás se ríen por el comentario mientras yo me pongo roja.
—¿Qué ha dicho? —me pregunta Rubén, aceptando el bollo que le
entrego.
—Nada... —respondo—. Espero que te guste...
Decide darle un bocado y después lo mira.
—¡Está delicioso!
—¿Ves? Sabía que te gustaría. —Fang parece feliz, deja la toalla a un
lado y le pasa un cepillo por el pelo a Rubén—. Entonces eres matemático,
según me ha contado mi hermana. Me parece algo realmente útil e
interesante.
—¿A ti desde cuándo te atraen las matemáticas, Fang? —pregunto en
español.
—Desde siempre. Se emplean para muchas cosas, incluso a veces para
asesorar a las clientas.
—¿Qué dices? No puedes usar las matemáticas a la hora de vender
algo en una peluquería —la reto.
—Sí, cuando recomiendo una crema para el sol.
—¡No me vengas con historias! —miro a Rubén—. Solo quiere
impresionarte.
—Es verdad lo que dice tu hermana —interviene él—. Hay dos
fórmulas para calibrar la efectividad de un factor de protección solar.
Puedes saber el porcentaje de rayos UVB que bloquea y también averiguar
el tiempo aproximado de protección que va a proporcionarte.
Veo cómo Fang se ríe.
—¿Cómo puedes saber esas cosas? —le pregunto a él.
—¿Cómo puedes no saberlas tú? —me dice, sonriendo.
—Perdona, pero la gente normal desconoce esa información. —
Entonces me vuelvo hacia Fang—: Tú no me sorprendes del todo. Eres la
gran friki de la cosmética.
—Solo me preocupo por hacer bien mi trabajo y para ello debo tener
los mejores conocimientos en este campo. Y, además, tú también eres muy
friki.
—¿Yo?
—Lees manga, juegas a videojuegos y hasta has hecho cosplay. ¡Y
ahora quieres ser científica!
—¿Que has hecho qué? —me pregunta incrédulo, pero enseguida
vuelve a dirigirse a mi hermana—: ¿Ha hecho cosplay? ¿Te refieres a que
se ha disfrazado como uno de esos personajes de las series japonesas? ¿O
tal vez alguno de un videojuego?
—Hace unos años se fue con Sara al salón del manga de Barcelona. El
de Madrid se ve que se les quedó pequeño.
—Fang... ¡Calla!
—¿Sara? ¿Tu amiga Sara Xu? ¿La que tiene nombre de actriz famosa?
—¿Sara Xu te parece nombre de actriz famosa? —Sara interviene,
emocionada y con una mano en el pecho—. ¡Ay, por favor, me encanta!
—¿Tú eres Sara?
—¡Sí!
—Vamos a enchufar esto, ¿vale?
Conecto el secador y lo pongo a máxima potencia de manera que ya no
se pueda hablar normal y así evitar que sigan sacando mis trapos sucios,
pero al dárselo a Fang, esta me hace un gesto para que sea yo quien le seque
el pelo a Rubén, y rápidamente siento cómo me sonrojo.
Las chicas comienzan a hablar entre ellas de sus cosas, y yo aprovecho
para dirigirme a Rubén.
—¿Dónde has aprendido a decir esas cosas en chino?
—¿Qué?
Está claro que no me ha oído, por lo que me acerco a su oído para
repetírselo.
—Ah... Eso... Estuve mirando en internet porque..., bueno..., me
gustaría aprender más cosas.
Le miro a través del espejo. Él se ha puesto rojo y yo trato de ocultar
una sonrisa que no puedo evitar mostrar, pensando que tal vez deberíamos
hablar esta misma tarde para tratar de solucionar las cosas estableciendo
unos criterios que nos permitan seguir conociéndonos. Pero entonces veo un
reflejo detrás del espejo que no me esperaba encontrar para nada.
—No sabía que también te dedicabas a esto. ¿Puedo ser el siguiente?
—me dice Paco en chino, detrás de mí y poniendo ambas manos en mis
caderas.
—¿Qué haces aquí? —pregunto horrorizada, deteniendo el secador y
zafándome de cualquier contacto con él. Es evidente que por culpa del ruido
no oí la campanita de la entrada...
—He venido a traerle esa caja a Fang. —Me mira extrañado—. ¿Qué
pasa? ¿Vuelves a estar rara conmigo a pesar de la fiesta que nos pegamos el
sábado?
—¿Te fuiste de fiesta con Paco? —pregunta Mei, parpadeando.
—¿Y no nos lo habías contado? —añade Sara.
Por suerte, todo el mundo habla en chino, pero entonces Rubén se
levanta, y le veo desconcertado.
—Creo que será mejor que yo me vaya ya.
—¿Qué? —pregunto, poniéndole una mano en el brazo—. Espera, por
favor.
—Tengo que irme. Gracias por todo...
—¡Espera! —Fang le reclama y le da un paraguas de los que hay en el
paragüero de la entrada—. Toma, no vuelvas a mojarte.
—Muchas gracias.
—Ha sido un placer conocerte y espero volver a verte pronto.
Rubén asiente con la cabeza, y se marcha.
—¿Quién era el náufrago desconsolado? —pregunta Paco entonces.
—El novio de Nina —dice Mei.
—¡No me fastidies! —Me mira boquiabierto—. ¿Cómo no me avisas
de algo así?
—Es un amigo... especial.
—O sea que sí que tienes novio... E intuyo que tu madre no tiene ni
idea.
—Paco, no le digas nada a nadie —le suelta Fang, señalándole con un
dedo amenazador.
—Vale, vale... —añade, fingiendo cerrarse una cremallera en los
labios.
31

No puedo con mi vida.


Me duele la cabeza, apenas he podido dormir, tengo tos, me resulta
imposible respirar por la nariz y me arde la garganta.
A duras penas me arrastro hasta el portátil que dejé tirado a los pies de
la cama, lo abro y redacto un mail a todos mis alumnos para que no cuenten
conmigo al menos en un par de días. Después, escribo un WhatsApp a mi
hermana para avisarle de que no puedo comer con ella hoy como teníamos
planeado y que, por favor, cancele la reserva del restaurante.
Hago un último esfuerzo y bajo hasta el armarito de la cocina en donde
guardo algunos medicamentos y me tomo un ibuprofeno, no muy
convencido de que vaya a funcionar, pero mejor eso que nada. Como soy
incapaz de volver a subir las escaleras hasta la cama, aterrizo en el sofá y
me hago un ovillo entre un par de cojines y la manta de cuadros que suelo
tener en un lado.
Sigo pensando en el chino trajeado de ayer poniéndole las manos en
las caderas a Nina... Yo no es que sepa chino, pero los gestos de ella y las
caras de las amigas me indicaban que ahí había algo que yo me estaba
perdiendo. No quiero sacar conclusiones precipitadas, pero, en parte, me
siento herido, ya que pensé que lo de Nina era sincero y ahora mismo ya no
sé qué creer. Y sumando todo eso a que ella quedó en pensar la situación en
la que nos habíamos visto en la facultad... Lo cierto es que no las tenía
todas conmigo, y el malestar que sentía no ayudaba... Intento no pensar más
en el tema y tratar de cerrar los ojos, y allí me quedo adormilado, pero en
algún momento alguien aporrea mi puerta e insiste en tocar el dichoso
timbre hasta que abro.
—¿Estás bien? —Una preocupada Nina se lanza hacia mí, y la verdad
es que resulta reconfortante y consigue que el cabreo que tenía por haberme
levantado del sofá se me pase enseguida.
—Has venido —susurro con la poca voz que me queda y sujetando la
manta que tengo sobre los hombros—. ¿Qué haces aquí?
La miro. Va con deportivas blancas y su habitual abrigo de paño.
—Vi tu mail y, como no contestabas a mis mensajes, pensé que podrías
estar aquí solo y que tal vez necesitaras algo...
—¿Me has escrito? —resoplo—. No me he enterado... Lo siento.
—¿Cómo estás?
—Como si estuviera muriéndome. Tengo muchísimo frío.
—No seas tan dramático, por favor. —Acerca una mano a mi frente,
pero la aparta superrápido y con cara de susto—. ¡Estás ardiendo!
—Y tú me llamas dramático...
—Vale, perdona... ¿Te has tomado algo?
—Un ibuprofeno.
—Para la fiebre hay que tomar paracetamol.
—Yo de eso no tengo —gruño.
—¿Te has tomado la temperatura?
—Tampoco tengo termómetro.
—¿En serio? —Muestra un gesto de desaprobación—. Está bien..., en
ese caso iré a la farmacia y compraré paracetamol y un termómetro.
—Gracias —digo, pero entonces me doy cuenta de que todavía es por
la mañana—. ¿No deberías estar en la facultad?
—Eh... Lo tengo cubierto. Pediré los apuntes.
—Nina...
—Por favor, no digas nada.
—Pero no deberías estar aquí... Sabes que tenemos que hablar...
Observo cómo deja la mochila sobre la isla de la cocina, rebuscando en
ella su cartera.
—Ahora no es el momento, ¿vale? Voy a la farmacia. Vuelvo
enseguida.
—Espera... —Me acerco al bol de la entrada y le tiendo las llaves de
casa—. Me ha costado la vida levantarme del sofá...
Con el cierre de la puerta, el silencio inunda el estudio, creando un
ambiente grisáceo, como si con ella se hubieran esfumado todos los colores.
Sacudo la cabeza, intentando que mi cerebro deje de crear semejantes
comparaciones, y decido volver al sofá, donde no tardo en quedarme
traspuesto de nuevo.
—¿Cómo está el señor de la madriguera? —pregunta una voz familiar
de alguien que probablemente acaba de llegar.
—¿Nina? —pregunto, tratando de despejarme e incorporarme de
nuevo.
—¿Quién es Nina? ¿Has cambiado de asistenta? ¿Qué ha pasado con
Eugenia?
—¡Lara! —exclamo entonces al toparme con mi hermana—. ¿Qué
haces aquí?
—Como no vamos a poder comer juntos, he venido a verte, ¿necesitas
algo?
—Oh..., pues, gracias... ¿Podrías revisar la calefacción, por favor?
Tengo muchísimo frío.
—¿La calefacción? —Lara alza una ceja y me observa después de ver
el termostato—. Pero si está a veintitrés grados... ¿Eso no es demasiado?
—Estoy enfermo y tengo frío —me quejo.
—Sí que pareces estar hecho mierda, para qué mentir... Tienes una cara
horrible.
—Tu sinceridad siempre resulta aplastante. —Me recoloco la mantita.
—¿Y quién es Nina?
—La chica de la que te hablé.
—¿Pero os habéis arreglado?
—No estoy seguro. Ahora mismo me cuesta mucho pensar en
cualquier cosa... Mi cerebro se niega a colaborar.
—Ya... ¿Te has tomado algo? ¿Qué ha dicho el médico?
—Pfff... No me sometas a estos interrogatorios... El médico no tenía
citas disponibles hasta dentro de tres días, así que llamé al del seguro
privado que tengo con la universidad y vendrá esta tarde.
Lara se quita el abrigo y lo deja en un taburete de la isla mientras se
abanica con una mano y pone cara de horror.
—Genial, aunque viéndote, tiene toda la pinta de ser una gripe.
—¿Estás segura de que es gripe?
—No sé... —Se cruza de brazos y mira a su alrededor—. ¿Cómo
puedes vivir en este antro desastroso? Está desordenado y es... enano.
Aunque debo reconocer que tienes un ventanal impresionante.
—Lara, no me des la chapa, por favor...
—Sí que estás insoportable y... ¿te están castañeteando los dientes? —
Me pone la mano en la frente—. ¡Dios mío, estás ardiendo!
—Solo quiero tumbarme, dormir y que se me pase esto... —suplico.
La puerta de la entrada vuelve a abrirse y ambos miramos a la recién
llegada.
—Hola —saluda Nina, supercortada, llevando la bolsita de la farmacia
y cerrando, sin apartar la vista de la otra visitante.
—Nina, ella es mi hermana, Lara. Lara, ella es Nina, mi novia.
Me quedo callado en ese mismo instante.
¿Acabo de decir novia?
Lo he dicho... He dicho la palabra prohibida cuando ni siquiera sé en
qué estado está nuestra relación ahora mismo...
¡Venga hombre, no me jodas...! ¿Cómo he podido soltar algo así?
Tengo que arreglarlo...
—Mi amiga —rectifico—. O sea, la chica.
Casi que mejor me callo... Mi cabeza hoy no puede pensar y las caras
de ambas ahora mismo son un poema.
—Tiene muchísima fiebre —añade mi hermana—. Está tiritando. ¡Y
mira el calor que hace en esta casa, por favor!
—Lo sé. —Nina se apresura a sacar las cosas de la bolsa y le da a Lara
una caja—. Es paracetamol, para la fiebre.
—Maravilloso, justo lo que necesita. Voy a por un vaso de agua.
—Yo mientras le tomo la temperatura —añade, sacando un
termómetro digital que me ayuda a colocar bajo el brazo, porque hasta para
moverme me siento torpe.
—Gracias —le digo sin dejar de mirarla a los ojos.
En pocos segundos organizan ese peculiar trabajo en equipo y, antes de
darme cuenta, mi hermana hasta me ha plantado un paño empapado en la
frente, aunque no lo ha escurrido como debería, porque siento cómo las
gotas de agua comienzan a bajarme por la cara y el cuello. Nunca se le
dieron muy bien estas cosas...
—Tiene 39,6º —susurra Nina, una vez que el termómetro ha pitado.
—¡Dios mío! —Lara se acerca con el vaso de agua y, si no llego a
pararla con la mano, me mete el paracetamol por la garganta como si fuera
un perro.
—Calma, por favor —le pido—. Y no grites.
Me trago la pastilla y después suspiro, abatido.
—Deberías acostarte en la cama, en lugar de estar en este sofá tan
incómodo —me recomienda mi hermana.
—¿Sabes qué? Tienes razón.
Lara en algunas ocasiones puede ser tan intensa que decido hacer el
esfuerzo de levantarme e intentar subir las escaleras.
—Si necesitas algo, tú grítanos.
—Sí, claro... Estoy como para gritar yo a nadie... —gruño, subiendo
poco a poco—. Puede que me haya muerto antes.
32

—¡Bah! —suelta Lara—. Los hombres son muy blanditos cuando están
enfermos. Aitor, mi prometido, a nada que le duele la cabeza o la garganta
ya necesita atención constante y parece que esté al borde del fallecimiento.
—Pero tiene muchísima fiebre... —digo yo, preocupada.
—Exagera, créeme. —Se dirige la cocina—. A ver, veamos qué tiene
este chico en la nevera, porque habrá que hacerle algo de comer...
Abre el frigorífico y arruga la nariz cuando mira en su interior.
—Tiene un rulo de jamón york, queso, una triste zanahoria, huevos,
una lechuga, plátanos, naranjas... ¿Y qué diantres es esto?
—Tofu —digo al ver el paquete que ella sostiene.
—¿Tofu? —Lo mira con recelo—. En fin... supongo que haber vivido
tantos años solo ha conseguido que mi hermano se convierta en un
cocinitas. Yo no tengo ni idea de cómo se usa el tofu. —Sonrío por su
comentario y ella ríe—. Hablo en serio. Un día tienes que pedirle que te
haga tortitas. ¡Vas a subir al cielo de los dulces! —Vuelve a colocar el
paquete en la nevera—. Creo que le prepararé una ensalada... Aunque no
hay tomates... ¿Tal vez podríamos sustituírselos por gajos de naranja? Así
toma vitamina C. ¿Qué te parece?
—¿No sería mejor algo caliente? —decido intervenir ante la idea de
Lara—. ¿Qué os preparaban a vosotros cuando estabais enfermos?
—Arroz con pechugas de pollo troceadas y, si no, pedían que nos
cocinasen algo —dice pensativa—. A mamá nunca se le dio bien eso de
cocinar.
Esta vez la veo abrir el congelador.
—Guisantes, salmón y... ¿pizza de brócoli? —Pone cara de terror—.
Entenderé si usas esto como motivo para huir de esta casa.
—A mí el brócoli me gusta. —Me encojo de hombros.
—¿En serio? —parpadea—. Dios los cría y ellos se juntan...
—¿Qué?
—Es un dicho muy de aquí —le resta importancia—. Haremos la
pizza.
—¿Seguro? —pregunto no muy convencida.
—Sí, ¿por qué no?
Decido no contradecirla y la veo abrir la caja de cartón y poner la
pizza en el horno.
—Bueno, veo que ya está todo bajo control, así que... creo que me iré.
—¿Tan pronto? —pregunta Lara—. ¿Tienes algo que hacer? Había
pensado que charlásemos un poco.
—Eh... pues... La verdad es que luego tengo ensayo. El desfile del Año
Nuevo chino es la semana que viene...
—¿Y a qué hora es el ensayo?
—A las cuatro y media.
Lara mira su precioso reloj de muñeca.
—Son las dos, siéntate un ratín. ¡Tenemos tiempo! —Señala uno de los
taburetes de la barra que separa la cocina del salón.
De nuevo, la veo investigar, aunque en esta ocasión es el turno de los
armarios de Rubén.
—Oh là là! Mira lo que guarda este chico entre el arroz y las
legumbres. —Me enseña una botella—. Un Ramón Bilbao Gran Reserva.
No está nada mal, ¿verdad?
Yo sonrío. Lara prepara un par de copas frente a mí y se dispone a
abrir su hallazgo.
—La verdad, Nina, tengo que decirte que me alegra que vinieras. —El
corcho hace un ligero pof y ella sirve el vino—. Rubén ya me habló de ti y
por eso estoy realmente encantada de conocerte por fin, aunque no esperaba
encontrarte aquí hoy.
—Es que... estaba preocupada. —Me sonrojo—. Tal vez no debí
venir... No sé... Tenía un poco de miedo de que estuviera su madre o que no
fuera apropiado...
—¡Qué tontería! Es un detalle precioso que dice mucho, créeme. Has
hecho lo que tu corazón te ha dicho, y seguro que él lo agradece... cuando
esté un poco más consciente, claro. Además, nuestra madre casi nunca se
acerca por aquí.
—¿Y eso por qué? —Enseguida me arrepiento de hacer la pregunta—.
Perdona, no quiero inmiscuirme...
—No lo haces. Es solo que mamá odia esta casa, este barrio, el coche
de Rubén... Todo. A veces es una señora complicada... —Lara suspira.
—Supongo que todas las madres pueden ser difíciles en ocasiones. —
Trato de quitarle hierro al asunto y pruebo el vino.
—Y, bueno, cuéntame... Mi hermano me ha dicho que ahora estás en la
uni estudiando química, pero ¿a qué te dedicabas antes?
—Trabajaba en el restaurante de mis padres, aunque lo sigo haciendo.
—¿Tus padres tienen un restaurante? —parpadea—. ¡Tengo que ir un
día con Aitor! Le diremos a Rubén que nos lleve.
—¿Y tú a qué te dedicas?
—Diseño muebles. Es algo que me encanta y, la verdad, no me va mal.
—¿En serio? ¡Debes de ser muy creativa!
—Eso dicen.
Lara me sonríe y seguimos charlando hasta que algo me alerta.
—¿Hueles eso? —pregunto, olisqueando un poco el ambiente.
—¡La pizza! —Corre al horno y se lleva las manos a la cabeza—. Ay,
no... Está quemada. Debí poner una alarma, ¿o tal vez se me fue la mano
con la temperatura?
—No te preocupes, se me ocurre algo.
—Lo siento, la cocina no es lo mío...
—No pasa nada. —Me remango el jersey—. Haré arroz tres delicias.
—Eso suena bien.
Me lavo las manos y saco los ingredientes que usaré: arroz, guisantes,
zanahoria, huevos y jamón york.
Lara ha tirado a la basura la pizza, si es que podía seguir llamándose
así, y ahora me observa desde la barra como si lo que estuviera haciendo
fuera lo más interesante del mundo.
—¿Qué estás haciendo exactamente?
—¿Eh? —pregunto mientras vuelvo a escurrir el cuenco de arroz por
tercera vez.
—¿Estás lavando el arroz? Creo que no había visto hacer eso a nadie
en mi vida.
—¿De verdad? Pues si lo lavas es mejor, porque así quedará más
suelto y menos pastoso. Yo suelo darle cuatro lavados y después lo pongo
en la arrocera.
—¿Te refieres a la paella?
—No, ya sabes, la arrocera. —Hago un gesto con las manos simulando
la forma del recipiente—. El electrodoméstico.
—¿Tienes un electrodoméstico solo para hacer arroz?
—Eh... Sí. —Me quedo pensativa—. Y no me había dado cuenta de
que en esta casa no hay. Tendré que hacerlo en una cazuela.
—Madre mía, la de cosas que pueden aprender hablando contigo.
Bebe de su copa y mira cómo calculo las cantidades de agua a partir
del arroz que he puesto.
—En España creo que ese electrodoméstico que dices no es algo
común. ¡Debes de comer mucho arroz!
—Sí, creo que casi todos los días. —Me encojo de hombros—. Es un
básico de la cocina asiática.
—¿De verdad? —Alza las cejas.
—Sí. Aunque en mi casa casi siempre he visto arroz jazmín y aquí
tenéis este de grano grueso...
—¿Arroz jazmín? Suena fabuloso, ¿sabe diferente?
—Sí, un poco.
—¡Caray! Me encanta todo lo que me cuentas.
Sigo cocinando bajo la atenta mirada de Lara y de vez en cuando
aprovecho para darle un sorbito a mi copa de vino.
—Rubén me contó lo que ha pasado entre vosotros —suelta de
repente.
—Ya, eso... —No sé qué decir.
—Estaba realmente alicaído cuando me lo dijo. Creo que nunca le
había visto así de afectado y él se sentía fatal porque todo esto pasó tan solo
seis días antes de que empezaran las clases.
—Sé que fue precipitado, pero... No termino de entender por qué no
me lo dijo antes...
—Él no sabía qué hacer ni cómo reaccionarías tú... Y la verdad es que
los humanos a veces cometemos errores, ¿no crees?
—Sí, pero no es excusa... Sé que eres su hermana y por eso tienes que
defenderlo, pero si de verdad le importase me lo hubiera dicho, ¿no?
—Te equivocas porque, aunque sea su hermana, si él fuera un imbécil
no te estaría diciendo esto a ti, pero le vi los días anteriores a que le diesen
la noticia y estaba en babia, con una cara de felicidad absoluta. Rubén se
paseaba por ahí como si fuese otra persona, y de repente, el sábado, estaba
sumido en el abatimiento por el disgusto que llevaba al enterarse de que
tendría que ser tu profesor. Le ha estado dando muchísimas vueltas... No
quiere que tú lo pases mal.
—Yo no quiero que él pueda recibir algún tipo de sanción o castigo...
Así que, sinceramente, tampoco sé qué hacer.
—¿Te das cuenta de que los dos pensáis en las posibles consecuencias
del otro en lugar de las que podáis sufrir vosotros mismos? Tal vez deberías
darle una vuelta a eso para comprender mejor por qué no te lo dijo antes.
No sé qué responder, y creo que me sonrojo, así que simplemente
señalo la sartén.
—Esto ya está listo.
—¡Oh, genial!
Lara vuelve a hurgar en los armarios, preparando una bandeja con un
plato y cubiertos.
—¿Te ha dicho Rubén que me caso en unas semanas?
—Sí, ¿cómo vas con los preparativos?
—Pues bien, bueno... A ver..., supongo que nunca estará todo perfecto
como quisiera que estuviera ese día, pero no me puedo quejar. Estoy
bastante satisfecha. Lo que más me costó fue el tema del vestido, pero
porque nuestra madre es muy controladora para ciertas cosas y parece no
entender que la que se va a casar soy yo y no ella.
—Me hago una idea.
Creo que comienzo a relajarme con el cambio de conversación.
—Para ella el vestido es lo más importante.
—¿Cediste o conseguiste comprar el que tu querías?
—Pues... digamos que conseguí que creyera que era uno de los de su
elección, y así todos contentos, pero, en realidad, fue cosa mía.
—Sabes jugar bien tus cartas. —Sonrío y pongo una ración de arroz en
el plato.
—¿Por qué no le subes tú la comida a Rubén y miras qué tal se
encuentra?
—Estoy aquí... —susurra desde las escaleras.
33

Consigo llegar a pasos cortos hasta los taburetes de la cocina, pero al menos
estoy con ellas.
—Y el oso, al olor de la comida, abandona su cueva —comenta mi
hermana al verme.
—No seas cruel —me quejo—. Ya veo que has encontrado el vino.
—Y solo tenías esta botella, así que me temo que hemos acabado con
todas tus reservas.
—Huele... raro... ¿Habéis quemado algo?
—Ah, ¡culpable! Un fallo técnico con tu pizza de brócoli. Que, por
cierto, eres raro hasta para eso. ¿Qué será lo siguiente? ¿Pizza de piña?
—Eso nunca. —Sonrío, y me quedo mirando a Nina.
—¿Cómo te sientes?
—Mejor. Definitivamente, el paracetamol funciona, aunque ahora
siento como si me hubiera arrollado un tren de mercancías.
—¿Qué te dije? —le dice Lara a Nina—. Es un exagerado.
—Ahora tienes que centrarte en recuperarte, así que come. —Me
planta un plato de arroz delante y me tiende un tenedor.
Quiero maquinar algún comentario contra mi hermana, pero mi cabeza
todavía no está al cien por cien, así que me centro en la comida.
—¿Lo has hecho tú? —le pregunto a Nina, que asiente con la cabeza.
Hundo el tenedor en ese arroz blanco con guisantes, zanahoria, jamón
york y huevo. Cuando me lo llevo a la boca, un estallido de sabores me
hace sentir más persona, pues ni siquiera había conseguido desayunar y
aquello me parece delicioso. Aunque admito que, además de necesitar
comer algo, saber que lo había preparado Nina, o tal vez por un conjunto de
todos los factores, hacía que su sabor me pareciera más impresionante.
Sea como fuere, me encantaba.
—¿Qué es esto?
—Es arroz tres delicias. ¿Te gusta?
—Sabe a amor. —No puedo resistirme a decirlo, aunque todavía esté
masticando. Espero que puedan disculpar mis modales dada mi situación
actual, pero, de verdad, está tan delicioso que casi me pongo a llorar.
—¿Qué? —Nina ríe.
—Que sabe a amor. Amor tres delicias. —Ella no dice nada más, me
mira con sus preciosos ojitos café y después se inclina sobre la isla para
darme un beso en la frente—. Gracias. No estoy acostumbrado a que
cocinen para mí —le digo, esta vez antes de volver a llevarme el tenedor a
la boca.
—Menuda tontería... —dice, sonrojándose y dándose la vuelta para
recoger una cazuela.
Mientras continúo comiendo, la observo con el pecho henchido. Está
poniendo orden en mi pequeña cocina mientras me dedica de vez en cuando
alguna sonrisa. Yo, a pesar de sentirme mal por lo que sea que haya pillado,
estoy feliz.
En realidad, este arroz no sabe a amor, pero yo lo siento así porque
denota que le importo y que ella se preocupa por mí. Porque lo ha hecho
Nina y algunos actos, por pequeños que puedan parecer, son más que
suficiente para transmitir lo que a veces las palabras no consiguen abarcar.
—¿Qué? —le pregunto a Lara cuando veo que me observa fijamente
mientras contiene una sonrisa.
—Nada. —Bebe de su copa, sin quitarme el ojo de encima, y le dice a
Nina—: ¿Te ha dicho Rubén que daré una fiesta de disfraces?
—Eh... No —responde bajito, bastante cortada.
—Tienes que venir, por favor —la invita Lara—. Va a ser genial, de
verdad.
—Supongo que podría... —responde Nina, mirándome.
¿Significaba eso que ella ya había tomado una decisión?
En cualquier caso, me quedo sin saberlo, pero no tarda ni dos minutos
en anunciar que se marcha. Eso sí, Lara se asegura de intercambiar el
teléfono con ella y en cuanto nos quedamos solos, mi hermana junta las
manos, emocionada.
—¡Es supermaja! Me encanta esta chica y se la ve buena gente.
—¿La has atosigado mucho?
—¿Me ves capaz de eso?
—Sí, sin ninguna duda.
—Bah, qué idiota eres a veces... Pero me alegra saber que hay alguien
que se preocupa por ti de esta manera.

Lara se marchó por la tarde, después de que el médico acudiera a visitarme,


y me dejó con las pastillas y mis pensamientos, que se vieron interrumpidos
por una llamada de Nina.
—¿Cómo te encuentras? —me pregunta.
—Bastante mejor.
—¿Qué haces?
—Nada, ¿y tú?
—Nada. —Suspira—. Me siento culpable. Si no me hubiera dejado la
bolsa con los alfileres y no me la hubieras llevado en medio de la tormenta
no estarías así.
—Tú no tienes la culpa.
—No sé... He estado pensando en lo que me dijiste en tu despacho.
—¿Ah, sí?
—Sí... Ya puedo darte una respuesta.
—Y... ¿qué has decidido?
—Creo que nadie tiene por qué saberlo si lo hacemos bien, y me
gustaría continuar con... nuestra relación, seguir conociéndonos y ver
adónde nos lleva todo esto. Hagámoslo esto a nuestra manera.
—¿Estás segura?
—Sí... ¿Y tú?
—Sí... Vale. Seremos discretos, a nuestra manera —coincido.
—¿Puedo quedarme esta noche contigo? Mi hermana puede decir que
estoy cuidando de mi sobrina y no tendré que contestar a preguntas.
—Puedes quedarte siempre que quieras, Nina.
34

Las luces anaranjadas de las farolas inundan toda la habitación mientras


contemplo cómo duerme la maravillosa mujer que me acompaña en la
cama. En mi interior me debato en si debo despertarla o no para que no
vuelva a faltar a clase, pero algo me dice que hoy tampoco irá... En algún
momento, la luz del amanecer gana la batalla a la eléctrica, que se apaga,
dejando el dormitorio en penumbra. Me gusta verla vistiendo a modo de
pijama mi sudadera granate del MIT, aunque a ella le llega por encima de
las rodillas. Es justo en ese instante cuando abre los ojos, parpadea y se
queda observándome, y entonces puedo comprobar que después de todo yo
tenía razón. Encontrarme con esa preciosa mirada rasgada de color marrón
es millones de veces mejor que despertar con una taza del café más
apreciado.
—Buenos días —le digo.
—Buenos días. —Sonríe, mostrándose perezosa—. Se te ve mucho
mejor.
—Me encuentro bien gracias a que ayer tuve los mejores cuidados que
se pueden tener. —Sonrío y le acaricio la mejilla con el dorso de la mano.
—Me alegro.
—Deberías ir a la facultad.
—Hoy no. —Niega con la cabeza—. Mañana.
—Soy una mala influencia...
—¿Por qué?
—Estás faltando a clases por mi culpa y no puedes bajar el
rendimiento... Sé que Caroline te ha comentado la posibilidad de que te
marches a la Universidad de Boston. —Suspiro—. Ya ves, al final puede
que no necesites que te acompañe yo para ver el MIThenge; si te vas
podrías verlo en noviembre.
—Eso no sería lo mismo... —susurra—. Y puede que no quiera dejar a
las personas que me importan en Madrid.
—¿Cómo que no? Dijiste que te encantaría una experiencia así.
Además, unos cuantos kilómetros de distancia no es dejarlas, y estoy seguro
de que todo el mundo te apoyaría si es para mejorar tu futuro.
Está claro que Nina no parece muy convencida...
—Me encanta tu sudadera. —Se abraza a sí misma y cambia de tema
—. Es tan... ¡perfecta!
Estoy a punto de contarle lo de la entrevista que hice para esa
universidad precisamente, pero decido que es mejor no mezclar una cosa y
otra, además, me parece cada vez más imposible que me den a mí el puesto.
—Oye... —le digo—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro.
—¿Quién era el tío del otro día? El de la peluquería.
—Oh... Era Paco. —Suspira y se incorpora, quedándose sentada en la
cama—. No se te escapa una, ¿verdad?
—No iba a preguntártelo, pero al ver las reacciones de las demás... —
Yo la imito—. Creo que necesito saberlo.
—Paco es un amigo, y si lo que quieres saber es si hemos tenido algo,
la respuesta es no.
—Vale. —Creo que el tema termina ahí, hasta que ella continúa.
—Él fue la última cita a ciegas que me organizó mi madre.
—Espera..., ¿tu madre te organiza citas?
—Sí, y no es algo en lo que yo quiera participar, pero tengo que
hacerlo... Sé que es complicado de entender... No lo hacen en todas las
familias, pero mi madre últimamente se ha puesto bastante pesadita con eso.
—¿Y por qué?
—Nunca les he presentado a ningún chico, porque siempre me he
guardado ese tipo de cosas, y desde que cumplí veinticinco años es como si
se les hubiera metido en la cabeza que tengo que encontrar novio. Como ya
te digo, esto no ocurre en todas las casas, ¿vale? Pero parece que hay una
norma no escrita de tener que llegar a los treinta emparejada y que, si no
tengo hijos, esté pensando en tenerlos; de lo contrario los demás piensan
que algo falla en ti, o lo que es todavía peor, que tu familia no ha estado a la
altura...
—¿Qué problema tienen si no es así?
—El auténtico problema son las amigas de mi madre, unas marujas
chinas potencialmente peligrosas que la hacen sentir como si estuviera
fracasando en la vida y como si no me hubiera educado bien. Así que,
aunque me rebelo ante esto, acabo por acceder para no empeorar las cosas y
termino sentándome a escuchar las tonterías que un desconocido me diga,
porque, ante todo, yo no quiero decepcionar a mi familia.
—No estoy seguro de querer saber todo eso... —susurro, intentando
procesar la información que me acaba de soltar—. No me parece bien que
lo hagas.
—¿Acaso crees que yo quiero hacerlo?
No respondo. Simplemente me levanto de la cama, sin saber muy bien
qué hacer o decir, flipando por lo que acaba de contarme. ¿Quiere decir eso
que estará conmigo, pero de vez en cuando quedará con los susodichos que
acudan a una dichosa cita a ciegas preparada, nada más y nada menos, que
por su propia madre? Demasiado que procesar a primera hora de la
mañana...
—Voy a darme una ducha.
Ni siquiera espero a que me responda, y aun a riesgo de ser un borde,
la verdad es que, en el fondo, sé que lo que ocurre es que estoy dolido. No
es que Nina haya traicionado mi confianza, no es eso, sino que todo esto
resulta jodidamente extraño. ¿Citas a ciegas? ¿Me estás vacilando? Una vez
en el baño, cierro la puerta y me desvisto. Estoy tan ofuscado que ni
siquiera acierto a encestar los calcetines en el cesto de la ropa para la
colada.
Entrar bajo el agua caliente de la ducha me alivia. Apoyo las manos en
la pared, helada, y me quedo debajo del grifo, como si esperase que el mal
rollo fuera a marcharse arrastrado por el desagüe. No sé cuánto tiempo
permanezco así, pero me sorprendo al sentir cómo Nina me rodea la cintura,
el contraste entre sus fríos brazos y mi piel, que ya ha tomado más
temperatura.
—No dejaré que mi madre vuelva a ponerme en una situación así. No
quiero que te haga daño también a ti con todo esto.
—¿Te causará problemas si no aceptas?
—No te preocupes por eso. Es cosa mía. No volverá a ocurrir.
Noto cómo se tensa a mi espalda, por lo que me giro para tenerla cara
a cara. No quiero que sea solo una cosa suya, porque al ser algo que le
afecta a ella, evidentemente pasa a ser nuestra. Porque una relación es de
dos, y yo deseaba compartirlo todo, lo bueno y lo malo. No quería ser de
esos tipos que solo aparecen para divertirse, no... Yo quería vivir el viaje
completo con Nina, por mucho que eso me produjera vértigo. Y ante esto,
en lugar de seguir hablando, decido que quiero besarla, y me lanzo a atrapar
su boca entre mis labios; ella me corresponde y me rodea el cuello con sus
manos.
—Quiero disfrutar todo de ti, bueno y malo, Nina. Somos dos, en eso
consiste el juego, así que no quiero que sea cosa tuya. Si tengo que dar la
cara en algún momento, lo haré.
—¿A qué te refieres?
—¿Y si les dices a tus padres que estás viéndote conmigo?
—Si hago eso querrán conocerte.
—No me importa presentarme ante ellos si con eso puedo librarte de
tener que pasar por lo otro.
—¿Estarías dispuesto a eso?
—Sí.
Nina se queda pensativa, sin responder.
—Gracias —me dice entonces.
—Tampoco me des las gracias, solo prométeme que, pase lo que pase,
estarás bien y que me lo dirás si no es así. —Ella se limita a asentir, pero no
responde—. Prométemelo.
—Yo... —Observo la duda en sus ojos, no es mi intención presionarla,
pero quiero que esté bien—. Te lo prometo, pero me gustaría esperar un
poco antes de que te conozcan.
—Me parece perfecto. Cuando tú quieras, solo tienes que decírmelo.
Vuelvo a acercar mi boca a la suya y sellamos nuestras palabras con un
profundo beso. La coloco entre la pared y mi pecho y le separo las piernas
con cuidado mientras seguimos besándonos. ¿Cómo puede ser tan bonita?
Me vuelve loco tenerla desnuda, tan cerca, y no hacer nada..., así que bajo
la mano hasta el centro de su placer y lo masajeo en círculos, con
delicadeza, confirmando con sus jadeos que le agrada la idea.
—Rubén... —susurra mi nombre y me pone como una piedra, pero no
voy a hacer nada aquí.
Esto es solo para ella y me excita mucho comprobar que no me cuesta
casi nada conseguir que ascienda hasta un fuerte orgasmo en el que se tensa,
jadea y abre los ojos, mostrándome fuego y deseo en su mirada.
—Deja que te enjabone —le pido, intentando mantener la serenidad a
pesar de estar muy empalmado, queriendo clavarme en ella, pero me
contengo y la lavo despacio y con suavidad.
Cuando salimos de la ducha, la envuelvo en una esponjosa toalla
blanca y me cubro yo con otra la cintura. La tomo en brazos, haciéndola reír
al no esperárselo, y la llevo de vuelta a la habitación; la tumbó en el
colchón y se revuelve entre las sábanas.
Y aquí, en la cama, aspiro el olor a menta que desprende su pelo,
todavía mojado. Me gusta demasiado que huela a mí, por muy primario que
suene; es algo que también se refleja en mi deseo y que no logra ocultar la
toalla que llevo todavía alrededor de la cintura. Apoyado sobre mis codos,
me coloco sobre ella y contemplo su rostro.
—Eres preciosa...
—¿Quieres ruborizarme?
—Ya lo he hecho —comento sonriente, acariciando sus acaloradas
mejillas.
—Tú eres un sueño. Nunca pensé que un matemático pudiera estar tan
bueno.
Estallo en carcajadas y después me dedico a repartir dulces besos por
todo su cuerpo mientras voy despojándola de la toalla; acariciándola,
tentándola, encendiendo su piel... hasta que ya no puede más.
—Por favor..., te necesito ya..., por favor... —dice sin evitar alzar sus
caderas un poco, casi suplicándome.
Yo no me demoro a cumplir su petición y en cuanto me preparo con un
preservativo, me adentro en su interior con cuidado. A Nina me gusta
hacérselo despacio y con ternura, aunque en otras ocasiones sea un acto más
improvisado entre los dos. Pero hoy no. Esta mañana quiero que se
estremezca con la sensación de mi cuerpo adentrándose en el suyo,
explorando su interior, conociendo cada uno de los secretos que esconde su
piel. Como ese lunar que tiene en el pecho derecho y que permanece oculto
bajo su sujetador..., o las cosquillas que he descubierto que tiene cuando le
doy un tierno beso en el interior del muslo, aunque ella lo achaque a mi
barba. ¿Puede haber algo más bello y emocionante que ella?
Cuando he conseguido introducirme del todo, aumento el ritmo de mis
embestidas, entrando y saliendo casi al compás de nuestras respiraciones,
mientras a ella se le escapa alguna que otra exclamación.
Contemplarla es pura delicia. Soy consciente de que su cuerpo está
reaccionando así por los estímulos que le transmito con el mío... Pfff... Me
gusta tanto saberlo que me preocupa entregarme antes de tiempo, hasta que
siento cómo su interior me engulle más, me acaricia, reclamándome... El
arco de su espalda me indica que está al borde del precipicio. Ha cerrado los
ojos y su boquita forma una perfecta «O» que me lanzó a besar,
encontrándome yo también al límite, a punto de saltar juntos hacia el éxtasis
que nos deja flotando entre calma, placer y sentimientos que no somos
capaces de manifestar.
Nina me acaricia el pelo mientras nos abrazamos, estando todavía
unidos, en un silencio roto únicamente por nuestra respiración y el latir de
ambos corazones.
—Me gustaría poder pasar todas las noches del mundo aquí, contigo.
—Pues hazlo. Quédate.
—No puedo... Serían demasiadas preguntas.
Decido no tirar de ese hilo, porque sé que para ella es complicado,
pero sí le lanzo un pequeño cable, que espero que la tranquilice un poco.
—Puedes quedarte en mi casa siempre que quieras, ¿vale? —Ella
asiente con la cabeza y yo le beso la punta de la nariz, después la frente, los
párpados y, por último, pongo mis labios sobre los suyos—. Será mejor que
te seques el pelo antes de que acabes pillando un resfriado. Con que uno de
los dos se haya puesto enfermo es suficiente.
—Lo mismo te digo —me responde, repasándome las puntas con sus
delicados dedos.
—Tú lo tienes muchísimo más largo. ¿No llevarás un cepillo de pelo
en esa mochila gigante tuya? Dudo que mi peine pueda con toda esa mata
de cabello.
—Sí, tengo uno.
—¿Bajas a por él o me autorizas a meter la mano en ese saco
desconocido?
—Mmm. —Parece pensárselo—. Estás autorizado, lo encontrarás
fácilmente.
—¿Hay algo que deba saber? ¿Algo que pueda morderme?
—¡Por supuesto que no! —Ríe.
Salgo de su interior un poco a regañadientes y, después de pasar por el
aseo, no tardo en bajar a por el cepillo de pelo que dice guardar en su bolso.
Antes de subir, me paro delante del portadocumentos en donde todavía
tengo la barra de labios que compré y... ¿por qué no?
Cuando estoy de regreso, se ha envuelto en la sábana y me espera en
un extremo de la cama.
—¿Tienes frío? Puedo subir la temperatura de la calefacción, si
quieres.
—Estoy bien, solo me tapo un poco... Ya sabes...
—No, no sé —digo, poniéndome detrás de ella y retirándole la sábana
del hombro, donde la beso—. No tienes que cubrirte conmigo. No puedes
esconderme ya nada. Lo sé todo de tu cuerpo, y tú también del mío.
—¡Pero no me lo digas...! —Se sonroja y ríe, tapándose la cara,
avergonzada—. Además, tengo zonas fofas que no quiero que veas siempre.
—¿Como cuáles? —pregunto divertido.
—Una sobre la que me siento, por ejemplo.
—Tu culo me encanta igual o más que el resto de tus curvas, las
consideres fofas o no. Me gustas toda tú. Me encantas, me vuelves loco, y
ya va siendo hora de seguir disfrutando de la maravillosa vista de tu piel,
¿no crees? Además, yo también estoy desnudo.
Como si mis palabras le sirvieran de capote, decide retirar la sábana y
quedarse totalmente expuesta ante mí, vestida únicamente con una gran
sonrisa.
Y allí, en mi cama, me deleito desenredando y cepillando su larga
melena negra. Admirando sus formas, su belleza y su delicadeza, mientras
ella parece encantada de que me dedique a esa tarea. La veo entrecerrar de
vez en cuando los ojos y me da la impresión de que en cualquier momento
se pondrá a ronronear como un gato, al igual que siempre que se encuentra
en una situación que la relaja y le aporta calma.
Y me encanta poder proporcionarle esa sensación de tranquilidad y
sosiego.
—¿Qué es eso? —dice, señalando la pequeña caja alargada envuelta en
papel azul oscuro con un lazo blanco.
Es evidente que intuye que es para ella.
—Una cosa para ti. —Me estiro para alcanzarlo en la mesita de noche
y dárselo.
—¿Es un regalo?
—Sí. —Sonrío—. Venga, ábrelo.
Nina comienza a romper el papel con manos temblorosas y se queda
en silencio al ver lo que es.
—¿En serio? —Me mira, intentando contener la risa.
—Ese no mancha —carraspeo, y terminamos estallando en carcajadas.
Lo abre y observa la tonalidad.
—¡Guauu! Me encanta este rojo... —comenta, admirándolo.
—¿De verdad?
—¡Pues claro! ¡Y además de Chanel! ¡Qué fuerte!
—Vale, vale... —Me río.
—¡Pero te ha tenido que costar muy caro! No tenías que haberte
molestado.
—No importa el precio con tal de haberte hecho tan feliz, y, además,
ahora podré besarte sin preocuparme de que me manches, así que es una
especie de «doble inversión».
—Eres de lo que no hay, gracias. —Me da un codazo cariñoso en las
costillas y se levanta de la cama, parándose frente al espejo de la habitación.
—¿Vas a probarlo?
—Por supuesto... —Me mira desde el espejo, completamente desnuda,
cubierta únicamente por su sedosa melena negra, y yo me acerco hasta
ponerme detrás de ella.
Nina comienza a repasarse los labios, pintándolos de un rojo intenso,
precioso...
—Hóngsè —digo para sorprenderla.
—Muy bien. Veo que has estado investigando cómo se dice «rojo».
Sonrío.
—Nánzĭ —me dice de pronto, sonriendo también ella.
—¿Y eso qué es?
—Es «hombre», en chino.
—¿Nánzií?
—Sí, más o menos —ríe—. Nŭrén.
—Ñurén.
—Es mujer, aunque tengo que explicarte cómo va esto de la
pronunciación...
—Me gusta la idea. ¿La alumna va a convertirse en maestra?
—Puede ser...
La siento realmente feliz. Volvemos a la cama, en donde nos
acostamos, uno frente al otro, y entonces se señala.
—Wŏ —dice—. Yo.
—Woóo.
—¡Más o menos! El chino es un idioma tonal. Tienes que entonarlo de
la forma correcta. Hay hasta cuatro entonaciones diferentes, y si no lo
pronuncias como es, puedes estar diciendo otra cosa distinta.
—¿Cuatro diferentes? Joder, sí que va a ser un reto.
—¿De verdad quieres aprender?
—Quiero saber todo lo que tenga que ver contigo.
—Nĭ. —Me señala esta vez a mí, y yo me fijo mucho en su boca al
decirlo—. Significa «tú».
—Nĭ.
—¡Eso es! —Está emocionada y su alegría es contagiosa.
Y, así, perdemos la noción del tiempo, después de haber amanecido
juntos, encontrándonos todavía más unidos después del fuerte oleaje que
sufrimos, y descubriendo más cosas el uno del otro.
Y me gusta.
Y me hace sentir bien.
Así somos felices.
35

La semana pasada resultó ser millones de veces mejor de lo que


inicialmente había pensado. Pude disfrutar de la compañía de Nina durante
todo el fin de semana, ya que mi familia estaba en París y Fang cubría a
Nina ante sus padres. Retomamos nuestras sesiones de Netflix, acampando
en el salón frente al televisor, con manta y palomitas. El plan había sido
magnífico. Ya en clase, reconozco que se me hacía extraño fingir que ella
no estaba allí, y traté de evitar cualquier contacto visual con Nina.
A media mañana regreso al despacho, en donde Ricardo parece
concentrado delante de una de nuestras múltiples pizarras.
—Buenos días.
—Mmm —emite un leve ruido.
Cuando él está muy centrado en algo, deja de hablar y se comunica
mediante sonidos extraños. En esta ocasión, lo interpreto a modo de saludo
y no añado nada más. Voy directo a mi mesa y dejo la cartera encima, antes
de quitarme el abrigo y lanzarme a mi silla con el móvil en las manos.

¿A qué hora terminas las clases?

Hoy estoy hasta las dos.

¿Pizza?
¡Sí, pero con mucho queso!
Y también té helado, por favor.

Oído cocina. Te veo en un rato.


Pasa buena mañana.

Miro entonces la pizarra de Ricardo y me acomodo en la silla mientras


pongo ambas manos detrás de la cabeza, analizando lo que él está
contemplando.
Pensar ocupa muchas horas de nuestra jornada laboral.
—Claramente no tienes unos límites definidos —observo, sin dejar de
mirar la pizarra.
—Mmmmmm —responde.
—Ya..., lo imaginaba —finjo entenderle.
—¿Quieres decir que es tan difuso como tú en estas últimas semanas?
Alzo las cejas sorprendido, primero por que vuelva a hablar y ahora yo
acapare su atención y, segundo, por que me ataque de una forma tan
gratuita.
Me río a carcajada limpia por la pulla que me ha lanzado y niego con
la cabeza.
—¡Ya te vale!
—¿Cómo se llama ella?
—¿Por qué no me cuentas antes tus avances casamenteros?
—Sigo viendo anillos por internet y estudiando las posibilidades.
Quiero ser original cuando llegue el momento.
—¿Original en qué sentido?
—Había pensado en un problema matemático, pero claro, Jean Luc me
rechazaría solo por proponérselo así... Ahora barajo la opción de algo más a
lo grande, porque si lo exagero, podré encontrar al final algo equilibrado.
—Dudosos fundamentos... Muy extraña esa teoría, pero a ver, qué
llevas por ahora.
—Un globo aerostático, o dentro de una copa de champán en una casa
rural, o tal vez dentro de un postre.
—Por favor, elimina el globo —le digo.
—¿Demasiado?
—Sí. —Me quedo pensativo—. Y lo del postre puede ser... peligroso.
—Ya, eso me crea un dilema. No me gustaría tener que terminar en un
hospital porque uno de los dos se lo ha comido.
—¿Qué tal... algo más tradicional? ¿En un aeropuerto antes o después
de un viaje de fin de semana en alguna ciudad europea?
—¿Un aeropuerto te parece tradicional? —Me mira como si tuviera un
bicho raro delante—. En fin... Podría valer... Gracias por la aportación.
Seguiré pensando... Aunque la tuya la dejo anotada. —Se sienta en su sitio,
frente a mí—. ¿Me lo cuentas ya?
Le miro. Es mi amigo desde hace años y sé que en él puedo confiar.
—Vale, pero no puede salir de aquí.
—Mierda. —Ricardo muestra una sonrisa pícara—. Es una alumna,
¿verdad?
—No se te escapa una... —suelto el aire y me froto la cara con ambas
manos, antes de comenzar a ponerle al día.
36

Hoy es el Año Nuevo Lunar y, de nuevo, participo en el desfile que


hacemos para celebrarlo. La noche anterior estuvimos toda la familia
festejándolo en el restaurante de mis padres, como si fuera algo parecido a
la Nochevieja que se vive en Occidente.
Esta mañana, Fang me ha maquillado y desde que me ayudó a
ponerme el vestido tradicional o hanfu, no permite que me siente, porque
insiste en que se me arrugará y, creedme, no seré yo quien le lleve la
contraria a mi hermana. Tiene genio, como mi madre. Ella parece nerviosa,
yo solo estoy empezando a cansarme de estar de pie como si fuera un
maniquí. Sara, vestida también para el desfile, no comenta nada, pero
parece divertida por la situación mientras vemos juntas el nuevo k-drama al
que se ha enganchado. La verdad es que, aunque no se lo reconozca, hay
algunos k-dramas que están muy bien. Más que bien.
—No puedo creer que todavía no esté aquí. Tienes que ser más estricta
con él en cuanto a puntualidad se refiere.
—¡Ay, Fang! ¡No me estreses más! Todavía es pronto y no es
Superman, tendrás que darle algo de tiempo para llegar.
—Mmm... Bien podría pasar por Superman si le ponemos una capa. —
Sara guiña un ojo y muestra un gesto picarón para hacerme rabiar.
—No sé en qué estabas pensando para dejarte la peineta en su coche.
—Fang está plantada frente a los cristales del escaparate, con los brazos
cruzados y moviendo un pie rítmicamente, algo que denota la ansiedad que
le causa la situación.
—Yo sí que puedo decírtelo —continúa pinchando mi amiga.
—¿Por qué demonios eres tan olvidadiza?
—¿Y por qué insistís en ponerme tantas cosas en la cabeza? —protesto
yo—. Sara solo lleva una horquilla.
—Las ventajas de tener el pelo corto —me saca la lengua.
Mi hermana sigue en sus trece, renegando por hacer algo que la
distraiga. Aunque la culpa de todo esto es mía. Casi todos los adornos que
llevo en la cabeza son prestados, y lo que estamos esperando es de la suegra
de mi hermana.
Fui a recoger el adorno a casa de la madre de Jin, y me dejé la bolsa en
el coche de Rubén. Y yo tan feliz hasta que ha llegado el momento en el
que tenían que colocármela en la cabeza y mi pregunta ha sido: ¿qué
peineta?
Y sí, Fang montó nuestro propio drama en cuestión de medio segundo
mientras yo, en mi cabeza, visualizaba el dichoso adorno en los asientos de
atrás del Peugeot.
—¡Por fin! Hola, ya era hora —exclama, abriéndole la puerta a Rubén.
—Nĭ hăo —saluda mientras sonríe al verme poner los ojos en blanco
detrás de ella—. Y feliz año del buey.
—Xīnnián kuàilè —responde Sara, divertida.
—¿Y eso qué es?
—Que feliz año nuevo. —Ríe mi amiga.
—¡Feliz año para ti también!
—Debo decir que el «hola» ya te sale perfecto.
—Tengo una buena maestra. —Me lanza una de esas miraditas con las
que me derrito.
—No puedo creer que te dejaras la peineta de plata. —Fang vuelve a
regañarme con lo mismo, mientras coge la bolsa pequeña de papel que le
tiende el recién llegado.
Sara ha dejado de prestar atención a la televisión, y Mei sale por fin
del pequeño almacén para saber qué se cuece fuera. Él solo sonríe sin ser
consciente de que se ha convertido en el foco de atención de las demás, que
no dudan en abalanzarse sobre él para hacerle preguntas.
—¡Apartad! —exclamo, adelantándome para abrazarle y darle un
beso, pero justo cuando voy a rodearle con mis brazos, alguien tira de mí,
haciéndome retroceder.
—¡Nada de carantoñas ahora! No me he pasado una hora y media
peinándote y maquillándote para que ahora lo arruines así de fácil.
—Aguafiestas —me enfurruño con mi hermana.
Y la sigo, o más bien dejo que me empuje hasta la zona del fondo, en
donde me hace agacharme para proceder con la decoración del peinado.
Trato de volver un poco la cabeza para averiguar qué hacen esas dos
invadiendo el espacio vital de Rubén y cotorreando sin cesar, pero Fang me
obliga a ponerme recta y mirando al frente.
—¡Auch! —me quejo—. Seguro que quiere salir huyendo, el pobre.
Déjame ir a socorrerle al menos.
—Si te estás quieta terminaré antes y podrás ir a hacer lo que quieras.
Me quedo como una estatua entonces, y, en cuanto mi hermana me da
vía libre, voy hacia él, que me observa boquiabierto, y yo, ante su
admiración, decido abrir los brazos y girar sobre mis pies para que vea el
atuendo completo.
—Wŏ yào shēng hěnduō háizi. —O lo que es lo mismo en español:
quiero tener muchos hijos contigo. Y me lo dice despacito, con bastante
dificultad, pero acompañando esas palabras con una gran sonrisa y los ojos
brillantes.
—¿Qué...? —Parpadeo.
—¿No lo he dicho bien? —Se rasca la cabeza—. Quería decir que
estás realmente preciosa.
Oigo risas detrás de él, y entonces...
—¿En qué estabais pensando? —Mi hermana le da una colleja a Mei,
y Sara esquiva la que le va a caer justo después.
—¡Auch! Eso es maltrato —se queja la primera.
—¿Lo consideráis divertido?
Miro a Rubén, que parece confuso y avergonzado.
—Me han tomado el pelo, ¿verdad?
—Solo un poquito. —Sonrío y, entonces sí, me acerco y le abrazo,
dejándome envolver por sus fuertes y protectores brazos.
—Nada de besos o Fang os golpea —dice Sara, sentándose de nuevo
para ver su k-drama.
—Te los guardaré todos para la próxima vez —me susurra él al oído.
—Sois demasiado empalagosos... ¡argh! —Mei nos observa con las
cejas levantadas.
Rubén se fija entonces en la televisión.
—¿El canal chino?
—No, son k-dramas —respondo.
—¿K qué?
—K-dramas. —Sara le mira como si tuviera frente a ella un alienígena.
—Telenovelas coreanas. Están en versión original, por eso las
subtitulamos —resumo yo.
—¿Veis la televisión coreana subtitulada en chino? Qué locura... ¿Y
qué tienen esas telenovelas de especial?
—Pues todo... —Sara suspira—. Son historias sanas e inocentes en
donde los protagonistas siempre encuentran el amor verdadero, aunque no
puedan ser felices para siempre hasta el último capítulo.
—No sé si son cuentos precisamente muy sanos para ti —duda Mei,
cruzándose de brazos.
—¿Por qué?
—Porque no reflejan la realidad, Sara. Te hacen soñar con cosas
imposibles.
—¡Anda ya! —exclama él, absorbido de repente por la televisión.
—¿Qué? —pregunto yo sin entender su emoción.
—Creo que ese tío va a terminar partiéndole la cara a ese idiota —dice
Rubén.
—¿Entiendes lo que pasa en la historia? —pregunta Sara.
—Solo hay que ver sus reacciones para hacerte una idea... ¿qué hace
con una catana ahí en medio? ¿Van a pelearse como en una película de artes
marciales o qué?
—¿Lo está comparando con pelis de acción? —Mei enarca una ceja,
incrédula.
—Es que el prota va a salvar a la chica. ¿O creías que todo era amor
soso?
—Mmm... Me sorprende, creo que pueden llegar a gustarme estas
series.
—¿Tienes amigos solteros a los que también les guste el k-drama? —
ataca de pronto Sara sin quitarle ojo a Rubén.
—¡Ya vale! —me quejo, cogiéndolo del brazo como si así fuera a
recuperar su atención.
—Por cierto, Rubén, ¿qué animal eres? —pregunta Sara.
—¿Que qué animal soy?
—Sí, de entre los doce que componen el horóscopo chino, ¿no habéis
mirado la compatibilidad de los vuestros?
Rubén me mira directamente a mí sin entender de qué habla mi amiga.
—En la cultura china existe la creencia de la compatibilidad en las
parejas según el animal que tiene asignado cada uno, pero yo no creo en
esas cosas.
—Da igual que tú no creas, porque yo sí lo hago y necesito saberlo. A
ver, si Nina es rata y tu... ¿tienes treinta y dos? —Rubén asiente con la
cabeza y la otra comienza a calcular con los dedos—. En ese caso...
Sara se tapa la boca con las manos.
—¿Qué? —pregunta él.
—Las serpientes y las ratas no van juntas.
—Déjame adivinar... ¿La serpiente se come a la rata? —bromea él.
—¡No te burles! Además, el símbolo de la serpiente está muy bien
valorado y es el más misterioso de todos.
—Es dragón —le corrijo, negando con la cabeza—. El Año Nuevo
siempre cae entre finales de enero y mediados de febrero, dependiendo del
ciclo lunar, y como Rubén nació el 2 de enero, no puede ser serpiente.
—Así que no crees en esas cosas, pero lo habías comprobado,
¿verdad? —Sara se cruza de brazos con una sonrisa perversa y Rubén me
observa, divertido.
—Qué más da... —Trato de restarle importancia, aunque, por supuesto,
lo había comprobado.
—¿Ser dragón es bueno o malo? —pregunta él.
—El dragón es el único animal sobrenatural de todos los del horóscopo
y además se asociaba a los emperadores, que eran hijos de dragón. En
vuestro caso, es bueno, aunque también deberíamos analizar tu elemento
para ver si encaja con la personalidad.
—¿El elemento?
—Sí, dependiendo del año se puede ser fuego, agua, madera, tierra u
oro.
—¿Por qué comienzo a sentirme como un Pokémon? ¿Tierra, agua,
fuego...? —me pregunta Rubén, comentario ante el que Fang y Mei no
pueden evitar reírse.
—Vosotras reíros, pero todo tiene sentido. Por ejemplo, Nina y yo
somos ratas de fuego, así que somos enérgicas, valientes y buenas amigas,
pero muy estrictas con nosotras mismas.
—La verdad es que sí que eres así, Nina —me dice Fang.
—¡Qué tontería...! —protesto.
—Como ves, necesitas un máster para aprenderte todo esto —bromea
Mei.
Sara saca el móvil y comienza a teclear algo.
—Según Google, Rubén es un dragón de tierra, por lo que debe ser
inteligente, positivo y ambicioso. Aparte, los dragones, en general, también
son personas dispuestas a correr riesgos y no temen a los desafíos.
Le veo quedarse pensativo, y después me mira.
—¿Crees que soy así?
—Sí. —Sonrío.
—Lo importante es que Sara afirma que sois compatibles, así que
quedaos con eso —nos dice Mei.
La campanita de la entrada capta nuestra atención en ese instante,
antes de aparecer en la peluquería un chico asiático igual de alto que Rubén,
con el pelo negro y alborotado, ojos amables de color caramelo y una
tímida sonrisa que le dedica a Sara cuando la ve.
—Hola —saluda en chino a todo el mundo, algo cohibido.
—¡Hola Seung-hyun! —exclama Fang, mientras Sara lo mira con
curiosidad.
—¿Podría dejar, por favor, algo de publicidad aquí? —le pregunta a mi
hermana, dejando claro con su acento que no habla en su lengua nativa y
mostrando un taco de folletos.
—¡Claro!
—Muchas gracias, Fang —dice, inclinando un poco la cabeza—. Los
negocios de esta calle tenéis un diez por ciento de descuento.
—Pasaré la semana que viene. A Yun le gustó mucho el libro ese de la
granja que me llevé la última vez. ¡Tienes una tiendecita estupenda!
—Gracias. Muchas gracias —sonríe—. Debo irme, ¡feliz año!
—¡Feliz año, Seung-hyun!
Cuando el chico va a marcharse, Sara y él se miran.
—Hola —le dice él, sonrojándose.
—Hola... —responde ella.
—Hay libros en japonés, chino y coreano, además de papelería. —Le
extiende un folleto.
—Gracias. —Sara se sonroja, y él le dedica una sonrisa antes de salir
de la peluquería.
Mei, Fang, Rubén y yo la miramos, expectantes.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta Mei—. ¿Y para mí no hay folleto?
Maldito coreano...
—¿Cómo no nos lo habías contado, Fang?
—Pensé que os habíais fijado. El chico es el dueño de la librería que
abrió hace un par de semanas.
—Seung-hyun... —susurra Sara con gesto de ensoñación; después me
mira—. Nina, tenemos que ir a su librería en cuanto termine el desfile.
—Ay... ¿De verdad? ¿No podemos ir otro día? —protesto.
—¡Iremos luego! ¡Me lo debes!
37

No sé muy bien cómo clasificar a las amigas de Nina, pero me caen


bastante bien.
—¿De qué estáis hablando? —le pregunto, a lo que ella responde con
un pequeño resumen.
—Sara quiere ligar con el coreano que acaba de irse.
—Ah... Pero que se asegure del animal del horóscopo antes.
—Los coreanos son diferentes —apunta Sara—. Ellos se fijan en el
grupo sanguíneo para eso... Tendré que preguntárselo.
—¿Me está tomando el pelo? —le pregunto a Nina.
—No. —Se ríe—. En ese país se te asocia una personalidad u otra
según tu tipo de sangre y también la compatibilidad en el amor,
dependiendo de si eres A, B, 0 o AB. Aunque para ellos ser 0 es lo mejor,
seguido del A.
—¡Caray...! Creo que nunca se me ocurriría preguntarle a una chica
por... su sangre.
—Es la química del amor. —Le guiño un ojo.
Sara comienza a decir algo en chino a las otras, y yo miro a Nina,
esperando que traduzca.
—Créeme, no quieras saber el cien por cien de lo que dicen. Sara está
planeando cómo presentarse en la librería.
Me hace gracia, y Fang no tarda en poner orden, marcando el punto
final del encuentro. Tras recoger lo que les queda, salimos todos de la
peluquería y cierran.
—Dice que ya es hora de acudir al punto de encuentro en donde dará
comienzo el desfile —traduce Nina a su hermana.
—Está bien. En ese caso, disfruta mucho de tu día. Estás preciosa.
—Gracias. Te voy a echar de menos.
—Y yo a ti.
Ella se aleja, mira hacia atrás antes de desaparecer junto al resto de las
chicas en la siguiente manzana, y me lanza un beso que yo finjo atrapar con
una mano.
Me quedo paralizado en medio de la acera, con una estúpida sonrisa
dibujada en la cara y el corazón acelerado. Está claro que no es lo mismo,
pero ver a Nina vestida así ha sido... ¡ni siquiera tengo palabras que lo
describan! Todo mi ser se ha visto alterado por la visión de la que he podido
disfrutar, aunque fueran solo unos pocos minutos.
Una señora mayor me atropella por detrás con un carrito de la compra,
haciéndome regresar a la tierra, mientras protesta en chino. Está claro que
estorbo en una calle tan estrecha como esta, y decido que ya es hora de
reaccionar y moverme, por lo que pongo rumbo hacia uno de los primeros
puntos por donde pasará el desfile.

Cuanto más avanza el reloj, mayor es la emoción y la alegría que se pueden


respirar en el chispeante ambiente que engalana el bullicioso barrio de
Usera. Centenares de personas intentan hacerse con un sitio en ambos lados
de la calle para poder disfrutar del festejo, que avanza por el centro con
música, bailes y llamativos colores. El evento te hace sentir feliz y vivo.
Gente de todas partes se unen para disfrutar en Occidente de un momento
tan importante para Oriente y casi se puede respirar la paz y la alegría que
todos compartimos.
Un dragón colorido con tonos rojos, verdes, blancos y amarillos
irrumpe al ritmo de tambores y una peculiar coreografía que van marcando
las personas que hay debajo de este, consiguiendo entre todos que se mueva
como si de una marioneta gigante se tratara.
Todo es impresionante.
En momentos como este, me alegro de ser tan alto, pues siempre me
acuerdo de mi hermana, poniéndose de puntillas o pidiéndome que la alce
un poco para mirar desde detrás de las personas que tratan de ver lo que está
ocurriendo delante. Por unos instantes, hasta echo de menos a Lara, pues sé
que le encantaría estar aquí ahora.
La música que acompaña al dragón se aleja junto a este mientras se
aproxima otra diferente, como de xilófonos, violines agudos y flautas.
Avanza por fin un grupo de mujeres con vestidos tradicionales y unos
peinados que resultan auténticas obras de arte en sus cabezas. No tardo en
reconocer a Nina en el centro, de rojo, muy concentrada en interpretar su
papel y la coreografía que le toca. Al igual que las demás, baila con un
abanico de intensos colores, que a su vez tiene como una especie de cola
construida con una tela ligera, vaporosa, y, al moverlo, toda ella me
recuerda a un fénix entre el fuego, con todo su esplendor.
Para mí, es como si el mundo desapareciera y solo estuviéramos ella y
yo en medio de la calle. La contemplo, mientras gira y gira, haciendo volar
esas telas y ese abanico cuyos reflejos producen destellos con la luz del sol.
Un momento precioso, en el que Nina está deslumbrante.
Decido avanzar como puedo, para seguir observándola, pero cada vez
resulta más complicado, pues no para de salir gente de todas partes.
Casi al final, puedo distinguir a su hermana Fang a lo lejos,
acompañada de un hombre que intuyo que es su marido, cargando en brazos
a una adorable niñita con coletas. Imagino que es la sobrina de Nina. Hay
otra pareja mayor interactuando con ellos. Reconozco a la señora del
restaurante. Está claro que son los padres de Nina. Fang me ve entonces y
saluda con la mano. Yo le devuelvo el saludo y decido que es momento de
desaparecer. Hoy es un día importante para todos los orientales y la gente
que se ha congregado en el barrio, y no soy quién para inmiscuirme, aunque
me encantaría acompañar a Nina y descubrir cómo vive ella esta tradición.
Mientras me alejo por callejuelas que no están tan atestadas para poder
salir de allí cuanto antes, miro el teléfono móvil. No tengo mensajes
nuevos, pero, de todas formas, lo desbloqueo y llamo a Lara. Creo que
necesito la compañía de los míos.
—¿Dónde estáis? —pregunto tras el saludo de rigor.
—Vamos a un restaurante mexicano que hay en Alcobendas, ¿te
apuntas?
—No sé... ¿Tenéis reserva?
—Sí, pero ¿qué más da una silla más que una menos?
—¿Va la hermana de Aitor?
—No.
—Me apunto.
No tiene que esforzarse en convencerme, acepto y me dirijo hacia
donde están.
38

El incienso se quema ante las fotos de nuestros antepasados y no puedo


evitar fijarme concretamente en la de mi abuelo. Me da la impresión de que
papá cada vez se parece más a él en esa imagen y eso me entristece un
poco, porque se hace mayor y, aunque paso tiempo con él, a veces creo que
no es suficiente. Me gustaría poder vivir aventuras lejos de aquí, pero me
apena dejar atrás a mi familia.
Junto al improvisado altar, hemos colocado, como ofrenda, un montón
de comida, sobre todo aquello que les gustaba a los que ya no están con
nosotros. Buda sonríe desde un extremo, vigilando alegremente nuestro
salón, mientras la gala de Año Nuevo es retransmitida en la CCTV, la
televisión pública china.
—Nina, ven conmigo.
Mi hermana se acerca con unos cuantos papeles de oro en la mano y la
sigo hasta el balconcito para quemar algunos las dos juntas. Previamente les
hemos dado forma de lingotes, como es tradición, aunque reconozco que
algunos años yo he quemado el papel directamente.
—Me gustaría poder celebrarlo también con Rubén —susurro para que
mis palabras no lleguen a oídos no deseados.
—Lo sé, pero no te precipites. Disfruta de lo que estás viviendo a su
lado y tomáoslo con calma. Es mejor así, y, además, vuestra relación se irá
fortaleciendo cada vez más con el tiempo, y eso lo vais a necesitar para
cuando se lo presentes a la familia.
—Quiero contárselo a mamá, sobre todo para que deje de prepararme
esas tediosas citas.
—Pues hazlo. Si de verdad quieres que se conozcan, ¿por qué no? A él
le gustas mucho, se nota, aunque mamá puede ser muy intensa a veces, y lo
sabes.
—Creo que me asusta un poco su reacción, porque él no es chino.
Suspiro y enciendo la esquina de uno de los papeles, contemplando
cómo va quemándose lánguidamente y esperando de verdad que el hilillo de
humo que se esparce en el ambiente aleje a los malos espíritus, y, ya de
paso, ojalá desvíe también mis pensamientos negativos.
—¿Puedo? —Jin aparece entonces.
—Claro. —Fang le tiende uno de los papeles junto a un mechero, y él
se agacha a mi lado.
—Hace un día estupendo —comenta, sumido en la imagen de la
lengua anaranjada que va deshaciendo el papel.
—Sí... —susurro, mirando cómo se quema.
—¡Chicos! —Mamá capta nuestra atención—. ¡Venid a comer ya!
El momento de la comida es ruidoso y ajetreado. El contenido de los
platos no tarda en desaparecer, con la televisión de fondo, el elevado tono
de voz de los comensales y Yun golpeando su plato de plástico en la trona.
Mamá, como cada año nuevo, se ha excedido con las grasas, lo cual no es
bueno para su corazón, y también lo ha hecho con la bebida, pues yo he
perdido la cuenta de las tazas de baijiu que se ha tomado, aunque Jin es el
encargado de recordárselo, como si esto fuera también parte de la tradición.
No falta mucho más de una hora para que anochezca, pues, aunque
todavía no son ni las seis, se nota que todavía estamos en pleno invierno.
Decido ir a quitarme las cosas del pelo, y me levanto de mi sitio en el
mismo momento en el que la cabeza de mamá cae ladeada en el sofá y
emite un fuerte ronquido.
—¿Necesitas ayuda para cambiarte? —pregunta mi hermana,
levantándose de la mesa conmigo.
—Tal vez, con todas las cosas que me has puesto en la cabeza.
—Ya voy.
Agarra su bolso, que descansa en el sofá, demasiado cerca de nuestra
madre, y me sigue hasta el cuarto de baño de baldosas verdes color
quirófano y luz amarilla que tanto odio a la hora de maquillarme, pues
nunca sé cuándo me he puesto suficiente color.
—Siéntate —dice, poniendo frente a mí un banquito de plástico, de
esos maluchos en color blanco.
Obedezco y la contemplo desde nuestros reflejos en el espejo. Del
interior del bolso saca una cajita ovalada y negra, en donde comienza a
guardar las horquillas que va quitándome de la cabeza, que yo voy contando
mentalmente.
Cuando comienza a cepillarme el pelo, decido preguntarle eso que
lleva carcomiéndome tantos días.
—¿Estás bien, Fang?
—Sí, ¿por qué? —Arruga la frente.
—El otro día, en tu casa...
—¿Hasta dónde oíste? —Mira mis ojos a través del reflejo del espejo.
No respondo—. Estoy bien. —Suspira—. No quería compartirlo... Es algo
personal... Pero eres mi hermana y, si no lo hablo contigo, ¿a quién se lo
voy a decir?
—Sabes que puedes confiar en mí.
—Lo sé, pero ¿por qué preocuparte? El caso es que llevamos unos
meses pensando en darle a Yun una hermanita o hermanito, pero algo falla...
El médico dice que está todo bien, así que no lo entiendo.
—¿Y Jin qué dice?
—Jin solo quiere que yo esté bien y le resta importancia. Dice que no
me puedo estresar por algo así y que lo que tenga que venir pasará cuando
deba ocurrir. Que él me quiere y desea que seamos felices los tres juntos.
—Yo no he estado nunca en una situación así y no sé cómo es, pero
puede que Jin tenga razón. Es una buena persona y se nota lo mucho que le
importáis.
—Lo sé, y tal vez sea así, pero supongo que en algunos momentos he
tenido miedo de decepcionarle si no logro quedarme embarazada.
—¿Decepcionarle? ¿Por qué? Según dices, él se muestra muy
comprensivo.
—Sí, pero supongo que a veces no es bueno quedarte sola con tus
propios pensamientos. Lo siento, Nina, es difícil de explicar. Creo que me
estoy obsesionando con la idea de no ser capaz y desearía poder tener otro
hijo. Llevamos ya varios años juntos y sé que para él es muy importante la
familia, como buey que es. Tal vez Sara lleve razón y el horóscopo tenga
algo de cierto...
—Fang... —Me levanto para abrazarla.
—Ya vale, ya... —Me da unas palmaditas en la espalda—. O
conseguirás que me ponga a llorar.
Hace que vuelva a sentarme, y continúa peinándome, como si así se
distrajera.
—Dejaste al chico boquiabierto esta mañana —comenta después de
una pausa.
—¿Tú crees?
—Te miraba como si no hubiera nadie más a su alrededor. Avanzaba al
mismo tiempo que tú... Lo vi un rato hasta que desapareció. Es tan bonito
ver cómo mi hermana le importa tanto a alguien así. Me alegro de que os
hayáis encontrado.
—No me cuentes esas cosas. —Me pongo colorada.
—Estoy segura de que estaría deseando poder tenerte el resto del día
solo para sus ojos. ¿Por qué no aprovechas tu condición?
—¿Aprovechar el qué? —pregunto confusa.
—Provienes de una cultura llena de tradiciones desconocidas para tu
novio y, además, hoy estás guapísima, hermanita. ¿Por qué no le enseñas
alguna cosa típica de esta celebración? Tal vez podéis lanzar algún farolillo
y pedir deseos. Seguro que le encanta.
— Me gusta la idea, pero ¿y mamá? —pregunto.
—Le diré que te has venido a nuestra casa porque Jin y yo queremos
cenar fuera y así cuidas de Yun. Ya has visto lo que ha bebido, así que ni se
parará a pensar. Eso sí, asegúrate de volver a casa temprano mañana, por si
pregunta. No quiero problemas por ser tu cómplice y lo negaré todo, que te
quede claro. Si estás de acuerdo con el plan, te alisaré el pelo y te pondré la
horquilla de flores detrás, enganchada en un par de mechones para que
resulte bonito pero cómodo para ti.
—Fang —digo, mirándola a los ojos desde el espejo—. Gracias por ser
mi hermana. Gracias por apoyarme en esto. Es importante para mí y sé que
papá y mamá no estarían del todo de acuerdo. Me asusta llegar a pensar que
algún día, tal vez... No sé... Igual no, pero...
—El día que decidas presentárselo a nuestros padres me encargaré de
estar aquí para apoyarte; y Jin también. Te lo prometo.
—No les gustará.
—Es verdad que mamá quiere otro médico o alguien con un buen
perfil económico para ti, pero Rubén es profesor, y esa también es una
profesión prestigiosa.
—Pero no es chino.
—La verdad es que no creo que eso les importe tanto como tú crees.
Nuestros padres son bastante abiertos para eso y, al fin y al cabo, dejaron su
país para venir aquí. Supongo que les haría más ilusión que fuera como
nosotros, pero, por lo que cuentas, este chico se está interesando mucho por
nuestras costumbres e incluso está intentando aprender el idioma. Creo que
van a valorar muchísimo eso, pero tú ahora lo ves todo muy negro porque
tienes miedo de que no sea así.
La veo entonces suspirar y rebuscar en su bolso hasta sacar las llaves
de su Fiat 500.
—Está aparcado al final de la calle, justo antes de llegar a la floristería
de la esquina —dice, dándomelas.
—Nunca me dejas tu coche —me sorprendo.
—Bueno, creo que ya puedo confiártelo y, además, te veo mucho más
responsable que cuando te sacaste el carné con diecinueve años.
—Intentaré devolvértelo entero —bromeo.
—Entrégamelo con un mínimo roce y te prometo que no tendrás que
esperar a traer al chico a casa para que mamá quiera matarte. Te habré
liquidado yo antes.
39

Hace poco que he llegado a casa y, tras dejar caer las llaves en el bol de la
entrada y hacer aterrizar mi cazadora en un taburete de los que rodean la
isla que separa la cocina del salón, me lanzo hasta el sofá, extendiendo los
brazos y echando la cabeza hacia atrás con un largo y aquejado suspiro.
Durante la comida, Lara, Aitor y otros tres amigos, me han puesto la
cabeza como un bombo y han comenzado a hacer cientos de esos planes
que, después, ni se vuelven a mencionar ni nadie lleva a cabo. No solo cafés
que quedarán en el aire, imaginaban también excursiones y viajes que se
iban deteriorando con cada nueva cerveza que aparecía en la mesa. No
comentaré lo que ocurrió cuando les sacaron el tequila. Lara y yo nos
desmarcamos con la segunda birra y pasamos a la Coca-Cola Zero. En mi
caso, no tenía a nadie que condujera por mí y, además, siempre soy muy
consciente de mi responsabilidad ante el volante.
Y así, tratando de recrearme en el silencio de mi estudio y observando
el techo, me quedo un buen rato allí, perdiendo la noción del tiempo,
pensando en la última pizarra que Ricardo y yo habíamos llenado de
números.
La vibración del móvil me hace darme cuenta de que en algún
momento incluso he cerrado los ojos, aunque sé que no llegué a sumirme en
un sueño profundo, pues, de alguna manera, seguía siendo consciente de mi
entorno mientras estaba en el sofá.
—¿Estás en casa? —La voz de Nina me hace despertar del todo.
—Sí... —respondo, sintiéndome la lengua un poco pastosa.
—Vale, llego en diez minutos, baja y espérame. Voy a recogerte. ¡No
te retrases!
Nina aparece al volante de un Fiat 500 verde menta.
—¿A qué estás esperando? —me grita desde el interior del vehículo.
Yo, que nunca la había visto conduciendo, reconozco que se me hace
raro, pero no dudo en subirme y poner rumbo al destino que tenga
planificado en su cabeza, pues el lugar lo mantiene en secreto hasta que
llegamos.
Desde el parque del Cerro del Tío Pío, los edificios parecen surgir
como si fueran peculiares flores en el horizonte, pero lo que destaca de esta
bella estampa sin duda es Nina. El atardecer, cada vez más intenso,
consigue que el sol refleje su cabello oscuro, bordeándolo con su luz, de tal
forma que da la sensación de que arde. Fuego era lo que ella despertaba en
mí con aquella imagen tan maravillosa, casi como una diosa. Mi diosa
contemplando cómo el gran astro se esconde. Cuando se gira para mirarme,
sus palabras me llegan al principio como un suave eco que tira de mis
pensamientos, apartándolos para devolverme a la realidad.
—Tenemos que escribir los deseos —dice, mostrando el rotulador que
un rato antes sacó del bolso junto con el farol plegado de papel—. La
tradición dice que volarán hasta donde se hacen realidad.
La veo quedarse quieta con la punta del Sharpie a punto de tocar el
papel. Tiene las mejillas hinchadas con aire, que suelta en un sonoro
soplido, como si así se armara con la fuerza suficiente para ponerse a
escribir lo que sea que está poniendo en chino.
—¿Qué has pedido? —pregunto cuando me tiende el rotulador.
—No voy a decírtelo. —Ríe.
—¿Por qué? No es justo... Juegas con ventaja. Tú vas a poder leer lo
que yo ponga.
—Es verdad y es inevitable.
—Venga, ¡dímelo! Ahí hay muchos dibujitos raros... Estoy seguro de
que Google Translate tiene una funcionalidad para saber lo que hay
escrito...
—¡¿Qué?! —exclama cuando ve que estoy sacando mi iPhone.
Se pone colorada y yo decido no hacerla rabiar más y coger el
rotulador.
—Bueno... Veamos... ¿qué puedo desear?
Esquiva mi mirada y se concentra en pasar las palmas de las manos por
encima del césped, como acariciándolo, mientras yo me dedico a plasmar
mis palabras en el papel.
—¡No! —susurra, sorprendida.
Levanto la cabeza del papel sin haber escrito nada todavía, y veo cómo
una mariposa naranja con motas negras revolotea a su alrededor, pero ella
se ha quedado tiesa. Yo sonrío, pero Nina frunce el ceño y termina por
espantarla.
—Tranquila. Solo era una mariposa —le digo.
—Lo sé... Es simplemente que me recordó a una cosa... Es una
tontería.
—¿Qué cosa?
La veo dudar.
—Leyendas chinas. —Me mira—. ¿Se puede ser científica y un
poquitín supersticiosa al mismo tiempo?
—Por supuesto que sí. —Sonrío—. Eso lo has dejado de manifiesto
diciéndole a tus amigas que no crees en el horóscopo chino, cuando
previamente habías comprobado que yo soy dragón.
—Eso ha sido un golpe bajo —finge indignarse, pero termina riéndose.
—No desvíes el tema. ¿Qué es eso que te ha venido a la cabeza?
—Nada, solo preguntaba por preguntar.
—No cuela. ¿Es que las mariposas son algo malo en China?
—No es eso. Es que... He estado pensando en lo que hablamos sobre
conocer a mis padres.
—¿Y bien...?
—¿Te sabes la historia de los amantes mariposa?
—No, pero soy todo oídos, por favor.
Ella asiente con la cabeza.
—A ver... Zhu Yingtai era una chica que no podía ir a la escuela
porque en aquella época solo los varones podían acceder a ese tipo de
educación, pero ella convence a su familia, se disfraza de hombre y
consigue su propósito. Allí conoce a un chico, Liang Shanbo, y ambos se
hacen muy amigos, hasta que él termina descubriendo que en realidad ella
es una chica y se enamoran perdidamente el uno del otro. Cuando se lo
dicen a sus padres, no les permiten estar juntos, y a Zhu Yingtai la
comprometen con otro hombre, más rico y poderoso. Ambos enamorados se
deprimen muchísimo, tanto que Liang Shanbo enferma y... muere. El día de
la boda, hay una tormenta terrible que impide a Zhu Yingtai y al cortejo
nupcial ir más allá de donde está enterrado Liang Shanbo. La chica decide
acercarse a la tumba de su amado, que se abre, y entonces ella, muy triste y
cansada, entra y termina cayendo muerta en el interior. Después, dos
mariposas salen de ahí y se alejan volando juntas, hasta perderse en el
horizonte.
—Es muy triste... Me recuerda a Romeo y Julieta.
—Puede ser, sí...
Cojo su mano y le sonrío, haciendo que ella dibuje otra sonrisa
también.
—¿Tienes miedo?
—No, miedo no... Pero me preocupa un poco que no... que tú... Ya
sabes, mis padres...
—¿Te preocupa que no me aprueben?
—Sí, algo así, aunque también sigo pensando que esperemos un poco
más hasta que llegue ese momento...
—Está bien. Ya te dije que podíamos dar ese paso cuando tú lo
decidieras. —Le doy un beso en la frente y la abrazo—. Si es cierto que esta
cosa se lleva nuestros sueños al mundo donde los deseos se hacen realidad,
yo voy a pedir un futuro largo y feliz a tu lado, así que no tienes de qué
preocuparte. Olvida a los amantes mariposa. Nosotros somos los del hilo
rojo, eso seguro. —Nina se troncha, y yo le pregunto—: ¿Estás segura de
que no quieres cambiar tu deseo?
—No, porque eso es justamente lo que he pedido yo también. Además
de poder ver el MIThenge a tu lado algún día porque sería superromántico.
—Vale, eso último ya sabes que es muy friki, pero me gusta tu idea y,
por eso, también lo pondré yo. —Sigo escribiendo.
Cuando he terminado, ambos nos damos cuenta de que ha anochecido.
—En fin... —Nina carraspea y busca en su mochila un mechero—.
Tenemos que prenderlo por aquí abajo. —Se concentra en la tarea mientras
yo sujeto la lamparita—. Ahora lo soltamos —dice, agarrándolo también
ella—. Uno, dos y... ¡tres!
El farolillo se alza hacia el cielo iluminado por el skyline de Madrid
como telón de fondo, sumiéndonos en el más absoluto silencio y cogidos de
la mano. Cuando se aleja, comienza a confundirse con las pocas estrellas
que la contaminación lumínica nos permite ver, pero, aun así, seguimos allí
plantados, sin movernos. La brisa de la noche sopla revolviendo
suavemente el cabello y trayendo consigo el olor fresco de la tierra y el frío
de mediados de febrero. No se oye nada más que el lejano sonido del
tráfico, aunque más que coches pasando, me recuerda al zumbido de
algunos insectos. Pero, con todo, el momento es perfecto y no parece que
ninguno de los dos quiera que se acabe todavía.
En este parque, en este instante y a su lado, es el único lugar del
planeta en donde quiero estar.
40

Los días transcurrían deprisa, y Rubén y yo habíamos comenzado una


especie de rutina de estudio en donde yo le enseñaba chino y después él me
ayudaba con temas que eran de su campo. Digamos que hacíamos un
intercambio de conocimientos. La profesora Lewis había alabado mis notas,
y me propuso entrar dentro de un nuevo grupo de estudio que organizó con
posibles candidatos aptos para realizar el siguiente curso en la Universidad
de Boston, algo que yo no tenía para nada claro, pero me resultaba muy
satisfactorio poder aprender otras cosas y debatirlas con mis compañeros.
—«Papá» parece la cara de un hombre enfadado.
Rubén se queda contemplando lo que he escrito mientras frunce el
entrecejo.
—¿A qué te refieres?
—Mira, las cejas, los ojos, la boca... —me dice, repasando con su
bolígrafo mi escritura (爸).
—¿De dónde sacas esa imaginación? —Hace que me parta de risa y
vuelvo a mirar el papel—. Es increíble, nunca lo había visto de esa manera.
Tienes mucha creatividad, y me da la sensación de que esto se te puede
terminar dando bien, aunque ya te adelanto que, en la vida real, quien
parece estar siempre enfadada es mi madre. O al menos conmigo.
—No puede ser tan mala como me la pintas a veces. Suena estricta,
eso sí.
—¿Acaso lo dudas?
—No sé... Si tan mal llevas el vivir con ella, podrías independizarte.
—No termino de verlo todavía... Ya no trabajo tantas horas en el
restaurante y los alquileres en Madrid son caros.
—En eso tienes razón.
—¿Quieres un café? Yo voy a prepararme un té.
—Sí, por favor —dice, estirándose en la silla.
—Tengo sueño. —Bostezo—. En realidad, creo que me echaría la
siesta.
—¿La siesta? —Rubén ríe—. Estás más integrada de lo que tú te crees.
Justo en ese momento le entra una llamada por Skype.
Yo voy a la barra de la cocina y me pongo a preparar nuestras bebidas
mientras él se sumerge en una profunda y aburrida conversación con su
compañero de proyecto. Al final le llevo la taza a la mesa y, antes de
alejarme, me agarra con cariño del codo, haciéndome retroceder hasta
quedar sentada sobre su regazo y sin ningún tipo de vergüenza, me da un
sonoro beso en los labios acompañado de un sincero «gracias».
—Que nos están viendo... —susurro, colorada como un tomate.
—¡Oh, por favor, id a un hotel!
—¡Hola, Ricardo! —saludo entonces, pues sabía que él estaba
enterado de lo nuestro y ya nos habíamos cruzado un par de veces.
—Está en mi casa y eres tú el intruso en la pantalla de mi ordenador —
se queja Rubén.
Me vuelvo a poner de pie, con las mejillas encendidas y evitando
quedar al alcance de la cámara del ordenador.
—Yo voy a aprovechar para estudiar, ¿vale?
Él asiente con la cabeza y me observa con una sonrisa mientras me
coloco en la mullida alfombra que hay a los pies del sofá, junto al ventanal.
—¡Estoy aquí! —se queja Ricardo, llamando la atención de Rubén
desde la pantalla, lo cual hace que me entre la risa.
—Sí, sí... A ver, ¿por dónde íbamos?
En el suelo, con las piernas cruzadas, acerco mi mochila y comienzo a
sacar un cuaderno y un par de libros. Pienso en que soy feliz, y más aún al
saber que Paco canceló una cena que nuestras familias nos prepararon hace
unos cuantos días, aunque mamá se empeñe en decir que solamente fue un
aplazamiento porque él tuvo que ir a Shanghái. Por mí podría quedarse en
China hasta el resto de sus días... Por supuesto, a Rubén no le he dicho nada
sobre esto, y en parte me siento culpable, pero, por otro lado, no quiero que
se preocupe por un tema que, de momento, tengo más que controlado.
Me pongo los auriculares de diadema y conecto el audiolibro en inglés
para amortiguar las voces del estudio. Y así, consigo sumirme en mi
mundo.
En algún momento, cuando comienza a atardecer y la luz no es
suficiente, soy consciente de que Rubén enciende una lamparita que hay
cerca del sofá para que yo pueda ver con claridad, pero ambos seguimos a
lo nuestro, con el reloj avanzando.
—¿Qué haces? —pregunta, ya de noche, apartando uno de los
auriculares de mi oreja.
—Hago oído.
—¿Qué?
—Inglés —explico, dándole al botón de pausa.
—Pensé que ibas a ir a clases.
—Sí..., tengo que considerar varias opciones... —Me estiro, él coge mi
cuaderno y se queda mirando la operación que estoy resolviendo. Es el reto
que nos puso en la pizarra días atrás—. ¿Voy por buen camino?
—No te voy a decir nada hasta que no expongas el resultado en clase.
—Solo quiero saber si me acerco, si así lo puedo llegar a conseguir.
Me devuelve el bloc y me mira, ampliando su sonrisa y mordiéndose el
labio inferior.
—¿Qué recibo a cambio de darte esa información?
—¡Venga! Solo es responder sí o no.
—Ajá... Un sí o un no... —Me aparta el pelo para poder recorrer mi
cuello con sus labios.
—Me parece que esto es un sí a mi pregunta.
—Sí.
—¿Te calientas al ver que estoy haciendo bien una operación
matemática? —Estallo en carcajadas.
—Me pones tú, Nina. Y me encanta que seas como eres, que te
esfuerces, que seas curiosa...
—¿Sabes qué? A veces pienso que solo puedo ser yo misma cuando
estoy en la facultad o contigo. Hasta ahora mi único refugio era la
peluquería de Fang, pero ahora cada vez más encuentro sitios en los que
puedo comportarme como yo soy en realidad.
—Quiero que seas siempre tú misma. Y me encanta que puedas serlo
conmigo. ¿Y sabes qué más me gusta? —Niego con la cabeza ante su
pregunta—. Poder pasar estos ratos juntos, estos momentos tan cotidianos
del día a día a tu lado. Hacen que todo sea aún más maravilloso.
Y después de decir aquello, me contempla con tanta intensidad que
naufrago en su mirada, necesitando abrazarme a él como si de mi salvavidas
se tratara, besándonos, respirándonos y redescubriéndonos ambos en la gran
alfombra beige.
41

—Heterocedasticidad. —le digo.


—He-te-ro-ce-ti... ¡Arg! ¡No me sale!
Me río al ver cómo se frustra y el gesto que pone, arrugando la frente y
casi juntando las cejas en su empeño por pronunciar la palabra.
Nina ha venido a casa para repasar sus dudas después de terminar su
sesión de hoy en el grupo de estudio que comparte junto a otros alumnos
prodigio de la profesora Lewis. Me gusta verla tan empeñada en aprender,
aunque también es consciente de que dispone de poco tiempo y creo que
eso a veces le causa demasiado estrés, por lo que intento ayudarla en esto.
Durante los últimos días ha estado más ausente, pero porque estudia en los
escasos ratos libres que le quedan. Me invade una especie de sentimiento
cercano al orgullo ver que se esfuerza tanto y no me cabe duda de que
conseguirá su objetivo. Ella es muy capaz, de eso y de más.
—Venga, que no es tan difícil —le digo con paciencia—. Repite
conmigo, pero lento: Hetero.
—Hetero. —Se fija mucho en mi boca para pronunciar.
—Cedas.
—Cedas.
—Ti-ci-dad.
—Ticidad.
—Heterocedasticidad.
—¿Heterocedasticidad?
—¡Eso es! —Le hago chocar los cinco al ver que ya lo tiene.
—Es peor que un trabalenguas...
Me río por su comentario.
—Céntrate... A ver, la heterocedasticidad es cuando la varianza de los
residuos no es constante. Cuando hacemos una regresión lineal ordinaria
asumimos que lo son. Por eso podemos decir cuánto del total de la varianza
explica el modelo. Pero si la varianza no es constante entonces no podemos
asegurar la precisión de nuestros estimadores.
—¿Y eso suele ocurrir a menudo? —pregunta, mordiéndose el labio.
—Depende del tipo de datos que estés manejando. Siempre se pueden
hacer test para determinar si hay o no heterocedasticidad.
—Y si la hay, ¿qué pasa? —me formula la pregunta, pero sigue
concentrada en mi boca, lo cual me desconcierta.
—La variación de los estimadores es demasiado pequeña. Pero
siempre puedes usar estimadores robustos que no tienen este tipo de
problemas. —Agarro un bolígrafo y acerco un folio en blanco para escribir
sobre él—. La fórmula es...
—Robustos... —repite la palabra, poniendo su mano sobre la que
sujeta el bolígrafo, lo cual me deja algo confundido. La miro y es entonces
cuando se lanza a besarme.
—Nina...
—Lo siento, creo que me cuesta concentrarme cuando dices esas
cosas.
Vuelve a besarme.
—¿Heterocedasticidad? —pregunto entre beso y beso.
—Creo que sí... ¿Cómo puedes ser tan listo y estar tan bueno? ¡Así no
hay quien se concentre!
Estallo en carcajadas, incrédulo por lo que acaba de decir, y entonces
ella se ríe conmigo.
—Además de ser preciosa, eres brillante y muy inteligente.
—¿En serio crees que soy preciosa e inteligente? —pregunta
tímidamente. Yo asiento con la cabeza y la hago acercarse para darle otro
beso, pero ella me detiene y me mira con curiosidad—. Cuando dices que
soy brillante, me haces sentir como si fuera una joya, pero no lo soy.
—Bueno..., está claro que no, pero en sentido figurado sí que lo eres.
Eres importante para mí. Te has convertido en una persona valiosa y a la
que aprecio.
Le hago esa confesión y su mirada se humedece.
—Gracias —me responde, confundiéndome en parte con su respuesta,
pero no le doy más vueltas.
Eso sí, jamás hubiera dicho que la heterocedasticidad me serviría para
conquistar a una chica. ¿Qué probabilidades había? Apuesto a que podría
calcularlas si... Agito la cabeza para eliminar de mi cabeza los números y
centrarme en la mujer tan maravillosa que tengo delante de mí.
—¿Y si seguimos la explicación en otro lado? —me propone,
mordiéndose el labio inferior—. Aquí no consigo concentrarme del todo.
No tardo en reaccionar a su comentario, y me levanto, ofreciéndole la
mano para guiarla hasta mi dormitorio. Nada más subir las escaleras,
comenzamos a desvestirnos de forma desesperada, y no vamos a negar que
algo torpe. Aparto de una patadita una de mis zapatillas deportivas,
mientras nuestras lenguas se encuentran.
Nos exploramos con las manos, alternando botones con caricias,
avanzando hacia el fondo de mi dormitorio sin ser conscientes de que ya
hemos llegado hasta la mesita de noche que nos impide ir más allá. Nina se
sienta en el borde del mueble y me desabrocha el botón del pantalón, y con
ello hace saltar una alarma en mi cerebro.
—Espera... —digo, zafándome de ella—. ¡Espera!
Estoy frustrado y abrumado. Me llevo las manos al pelo y cierro los
ojos, un poco frustrado por la situación que aparece en mi mente. ¡Argh!
¿Cómo se me ha podido olvidar?
—¿Qué ocurre? —Está confusa—. ¿He hecho algo mal?
—No, claro que no... Para nada. Es solo que... Yo...
—¿Qué pasa, cariño?
Me mira con los ojos muy abiertos, sin entender, mientras yo pienso en
eso último que ha dicho: «Cariño». Mi pecho se ensancha por dentro y
estoy a punto de lanzarme a comérmela a besos, pero me centro en el
problema.
—No me quedan preservativos, tengo que ir a comprar, salvo que tú
tengas alguno...
—¡Oh! —Parece sorprendida, y entonces se sonroja—. Bueno, yo
tomo la píldora. Pero por temas míos, quiero decir por asuntos médicos,
aunque sin mayor importancia, así que supongo... Tal vez...
No termina la frase. Trago saliva, nervioso, ¿qué significa eso? ¿Qué
me está intentando decir?
—Dame un segundo... —le digo, extendiendo el brazo y dando un
paso hacia atrás. Necesito pensar con claridad y verla medio desnuda, no
ayuda—. Yo siempre tomo precauciones. Nunca lo he hecho así.
—¿En serio?
—¿Por qué iba a mentirte con algo como esto?
—Es que... Yo tampoco lo he hecho así antes.
El rojo de su rostro avanza hasta el final de sus orejitas. La veo
levantarse y girarse, pero está claro que no contaba con el espejo que hay
sobre la mesita de noche. Agacha la cabeza para evitar encontrarse con mi
mirada, pero decido que no quiero que la oculte. Quiero ver la belleza que
transmiten sus ojos, el conjunto que es toda ella. Así que vuelvo a
acercarme hasta alcanzarla y la arropo en un abrazo firme, pero delicado al
mismo tiempo. Le aparto el pelo del cuello y rozo su piel con mis labios.
Nina tiembla, pero sé que es por lo que le transmito con un simple gesto
como ese, y lo sé porque ella tiene el mismo efecto sobre mí. La observo,
tan pequeña, tan bonita. Cierro los ojos e inspiro su aroma a flores, y
cuando los abro, casi estoy flotando. Levanta el rostro y nos miramos en el
reflejo del espejo. Ella termina de desvestirse, confirmándome que ambos
deseamos lo mismo, y de alguna manera, esta también va a ser como una
primera vez para los dos, pero, lejos de estar nervioso, de pronto me
sorprendo al sentir de nuevo cómo esa hinchazón, ya no solo en mis
pantalones, sino también en mi pecho, se hace más pesada todavía. Decido
zafarme de los vaqueros, que es lo único que me queda puesto, y me dedico
a contemplarla desde el espejo, acariciándonos los dos, besándonos,
admirándonos.
—Eres realmente preciosa. —Bajo mi mano hasta el centro de su
placer, dibujando circulitos con mi índice, y siento cómo se agita entre mis
brazos.
—Eres tan perfecto para mí... —susurra.
«Perfecto para ella». Analizo sus palabras en mi mente.
—Y tú lo eres para mí —confieso, mordiéndole el lóbulo de la oreja.
Levanta el brazo y me acaricia el pelo sin darse la vuelta, y entonces
lanza una mirada al espejo con la que me lo dice todo. No me extiendo en
más caricias, pues yo tampoco quiero seguir retrasando el momento.
La penetro desde atrás, muy pero que muy despacio, mientras nos
observamos el uno al otro en el reflejo. Y su gesto, mientras me zambullo
en su interior, casi me mata; me hace querer besar esa boca de cereza, y
exhala un suspiro cuando me meto del todo en ella. Acaricio con mis dedos
su cuello, estirado, y lo repaso después con mis labios, dejando un reguero
de besos por su piel. Y la miro, y me hace temblar con esos ojos brillantes,
entrecerrados, suplicantes.
No decimos nada.
Sobran las palabras.
Y ahí, en mi dormitorio, frente a un espejo, es donde le hago el amor.
Nina despega su espalda de mi pecho y apoya sus manos en mi mesita
de noche, mordiéndose el labio y cerrando los ojos, sintiéndome entrar y
salir de su interior. Disfrutándome. Disfrutándola.
Acaricio con mis manos sus caderas y aprovecho ese gesto para
afianzar más mis movimientos, hasta que ella vuelve a arquearse con un
grito de placer, apoyándose de nuevo en mí.
Y la abrazo.
Creo que en cualquier momento voy a romperme en mil pedazos, pero
me esfuerzo por soportarlo, aunque con cada segundo me cuesta más no
dejarme ir.
Mantengo el ritmo, tomándola una y otra vez entre mis brazos, hasta
que susurra mi nombre y siento cómo toda ella tiembla, consiguiendo así
que yo me vacíe en su interior, dándoselo todo.
Todavía dentro de ella, ambos tratamos de recobrar el aliento. La
hinchazón de mi pecho continúa creándome una sensación extraña, como de
agradables mariposas que se extienden hasta alcanzar mi estómago. Nos
observamos y no dejo de abrazarla. No quiero dejar de estrecharla; deseo
que esté cerca de mí, pegada a mí. La adoro, y me parece tan pequeña, tan
bonita, tan perfecta...
Y me asusta comprender en ese preciso momento que Nina se ha
convertido en mi cielo, consciente de que, al perderme en su interior,
también he extraviado mi corazón en ella.
De algún modo, ahora sabía que poco a poco le había ido entregando
algo más de mí, hasta llegar al punto en el que me encontraba.
Y con ese detalle, con esa sensación, también tengo claro que estoy
jodido.
O, en otras palabras.
Estoy enamorado.
—No me sueltes todavía. No me dejes caer —susurra.
La abrazo un poco más fuerte y contemplo cómo esboza una sonrisa en
su rostro, tranquila y feliz.
—Nunca lo haría —susurro en su oído, aprovechando para acariciar
con mi nariz su mejilla, aunque con mi contestación quería transmitir
mucho más de lo que ella podía interpretar: no iba a dejarla nunca.
42

—Ven —me dice.


Rubén se separa de mí y me guía suavemente hasta la cama, en donde
nos tumbamos, mirándonos el uno al otro en silencio y sin decir nada. No sé
cuánto estamos así, pero es un momento mágico y maravilloso que no
quiero que termine nunca, por eso intento que no se me note que empiezo a
tener frío, pero él, tan atento como siempre, lo percibe enseguida. Me hace
apartarme un poco para recuperar el nórdico que descansa bajo nosotros y
nos tapa, primero a mí, con cuidado, y luego se esconde él también.
—A este ritmo no sé si voy a conseguir explicarte nada.
—Sí que lo harás. —Sonrío—. Tenemos tiempo.
—Te veo muy segura, y reconozco que tú eres muy buena. ¿Sabes que
con esas calificaciones podrías estudiar en la universidad que quisieras?
—Bueno, yo estoy contenta con mi universidad. Además, puedo
pagarla con lo que gano en el restaurante, me queda dinero de sobra para
ahorrar y también puedo estar contigo.
—Si lo que te preocupa es el dinero, seguro que podrías obtener alguna
beca o algún crédito para los estudios. La Universidad de Boston es una
institución muy buena...
—Deja de hablar como la profesora Lewis... Además, estoy en primero
y me queda mucho por delante, o ¿es que acaso tú vas a marcharte? —le
interrumpo y, por unos instantes, creo ver la duda en sus ojos, aunque niega
con la cabeza.
—Mi contrato termina a final de curso, aunque de momento no voy a
irme a ninguna parte.
Su respuesta no me convence del todo. Nuestra chispa acaba de
enfriarse un poco, lo que me entristece y, en parte, me preocupa.
—Voy a preparar la cena —anuncio, intentando mostrar normalidad y
volviendo a sonreír, pero está claro que mi teatro no es suficientemente
bueno, porque cuando voy a salir de la cama, él me retiene suavemente por
la muñeca.
—Nina. —Su mirada del color del bosque se clava en la mía—. No
tienes de qué preocuparte.
Vuelvo a sonreírle, algo más tranquila, y me pongo una sudadera
granate que encuentro hecha una bola sobre el sillón de su cuarto. Parece
que sea una extensión de su armario, ya que mucha de la ropa que usa
termina allí. Cuando me he enfundado en ella, miro el estampado y sonrío
al ver que es la del MIT.
—Esta sudadera me gusta demasiado.
—Te queda como un vestido. —Sonríe, contemplándome, y yo le saco
la lengua.
—¿Qué haces? —le pregunto al ver que se levanta.
—Voy a ponerme algo para ayudarte en la cocina.
—¡Ah, no! Necesito vía libre en esa zona. ¡Es sorpresa!
—Pero...
—¡No! Además, si estás conmigo en un espacio tan reducido, me
desconcentrarás.
—¿Tiene algo que ver con la bolsa misteriosa que metiste antes en mi
nevera?
—No pienso decirte nada.
Y dicho esto, me aseo un poco y después bajo a la cocina, aunque él no
tarda en venir a mi lado, ya vestido.
—¿Qué es todo esto?
—Hoy tenemos dumplings rellenos de pollo y fideos udon con
verduritas, aunque he visto que has vuelto a comprar tofu, así que podemos
ponerle también, ¿te apetece?
—¿Por fin voy a probar los dichosos dumplings? ¡Bien!
—Me alegra verte tan entusiasmado.
—Pues claro que lo estoy, pero ahora, aunque no sé cómo cocinar esas
cosas, dime en qué te puedo ayudar porque quiero aprender para que otro
día seas tú la que puedas relajarte en el sofá mientras yo cocino.
—En nada, tú siéntate.
Le veo sentarse al otro lado de la barra y revolver en la bolsa que
acabo de sacar.
—¡Anda, si has traído palillos para comer! Creo que ya sé lo que voy a
hacer...
—¿El qué?
—Buscaré un tutorial de YouTube y entrenaré mientras cocinas.
—¿En serio? —Le cojo los palillos con la intención de darle una
lección rápida, quedándome dos yo y dándole el otro par a él—. A ver, este
aquí, sobre el pulgar. El otro agárralo con el índice y el dedo corazón, así,
mira...
—¿Así?
—Sí, pero un poco más arriba, porque si no es de mala educación... —
Le corrijo la posición—. Para moverlos de esta forma, ¿ves?
Estamos unos minutos ensayando, hasta que veo que más o menos le
sale y decido ponerle un plato con unos garbanzos, de los secos, para que
practique pasándolos de un plato a otro, pero en cuanto me giro, un
garbanzo me pasa a milímetros de la oreja y rebota contra la puerta de uno
de los armarios de la pared.
—¿Qué ha sido eso?
—Creo que soy peligroso con esto... Lo siento. ¿Y si empiezo con
trozos de pan de molde? Aunque hoy no tengo...
—Simplemente coge las cosas con suavidad...
—Lo practicaré más adelante. No quiero sacarme un ojo ni herirte a ti.
Comienzo a cocinar mientras él me observa, y entonces, quitándole
importancia al asunto, decido sacar cierto tema al que llevo unos días
dándole vueltas...
—Estaba pensando en decirle esta semana a mis padres que estoy
contigo —suelto como si fuera una bomba—. Si te parece bien, claro.
—Claro que me parece bien, ya hablamos de esto.
—Sí, solo quería... confirmar... Existe la posibilidad de que quieran
conocerte.
—Vale —admite él, pensativo. Y entonces le veo recuperar los palillos
y los platos con los garbanzos.
—¿No decías que ibas a probar con pan?
—Cuanto antes lo domine, mejor. —Me sonríe—. Tengo unos padres
chinos a los que conocer.
No puedo evitar reírme e ir a abrazarle... ¿Puede ser más adorable?
43

En cuanto se cierra la puerta de su casa, el ambiente se vuelve grisáceo


a nuestro alrededor. Empiezo a odiar estas despedidas y el trayecto en el
que Rubén me lleva a casa con el coche. Es dulce, porque es tiempo que
pasamos juntos, pero también amargo, porque nunca termina siendo
suficiente. Hacemos ese trayecto en silencio, y una vez dentro del vehículo,
cuando arranca, la radio rompe nuestro mutismo entonando suavemente la
canción Heroes, de David Bowie. Fuera llueve, y él conduce con
precaución. Es como si el clima acompañase a nuestro estado de ánimo.
Suspiro y apoyo la cabeza en la ventanilla, llamando sin querer su atención.
—¿Qué te pasa?
—Se hace corto.
Él no responde. Sé que está pensando algo. Alarga su mano derecha y
la posa sobre mi muslo, justo cuando llegamos a un semáforo en rojo,
donde aprovecha para mirarme.
—A mí también se me hace corto. ¿Por qué no buscas alguna excusa
para pasar una noche en mi casa? O incluso el fin de semana. Podríamos
hacer una escapada rural o algo...
—Vayamos por partes...
—Vale. —Él suelta una leve risa—. Lo dices por tus padres, ¿verdad?
—Ajá.
Llegamos a mi portal antes de lo que me hubiera gustado y nos
quedamos en doble fila. Apaga el motor, y con ese gesto, desaparece el
sonido de la radio. Rubén emite un largo suspiro.
—Espera —me pide, estirándose para alcanzar algo en el asiento de
atrás.
—¿Qué?
—Toma. Es para ti.
Confundida, acepto lo que me da, y veo que es su sudadera del MIT.
—Pero te encanta...
—Sé que a ti te gusta más, así que quiero que la tengas.
—¡Gracias! —Le abrazo.
—No tienes que dármelas y, por cierto, si te surgen más dudas de lo
que te dio la profesora Lewis, llámame y lo vemos, ¿vale?
—Sí.
Le estoy tan agradecida... Me inclino y le doy un beso que me
devuelve. Nos miramos unos pocos segundos más y apoyo la mano en la
manija de la puerta, pero sin moverme.
—Wŏ ài nĭ —le digo, bastante cortada—. Adiós.
—Espera. —Me alcanza antes de que llegue a salir y me hace mirarle
—. Yo también te quiero.
Y sin darme tiempo a nada más, junta sus labios con los míos,
dejándome sorprendida.
—¿Sabías lo que significaba?
Asiente con la cabeza y vuelve a besarme.
—Buenas noches, Nina.
—Buenas noches, Rubén.
Abandono el vehículo llevando en mis manos su sudadera y corro
hasta entrar en el portal de mi casa.
Lo he hecho. Se lo he dicho. En chino, pero lo he confesado. Wŏ ài nĭ,
o lo que es lo mismo: te quiero.
Y él me ha correspondido.
44

Últimamente mamá me deja dormir más allá del erhu. Al parecer, ser
universitaria es un motivo de suficiente peso para esto. Pero hoy, a
diferencia de otros días, no se me han pegado las sábanas y me he levantado
pronto para preparar yo el desayuno y así sacar el tema de la existencia de
Rubén. Además, llevo su sudadera, y siento como si de alguna manera él
estuviera a mi lado para apoyarme en mi misión.
Una vez que estamos todos sentados y veo que ya han empezado a
comer, decido abordar la cuestión.
—Mamá, papá, ¿puedo comentaros una cosa?
—¿Qué has hecho ahora? —dice mi madre, sin prestarme mucha
atención.
Mi padre deja su cuenco de arroz sobre la mesa y me mira. ¿Por qué
siempre dan por sentado que es algo malo o que no les va a gustar? Suspiro
y pongo los ojos en blanco antes de hablar.
—Veréis, es sobre... citas. —No me puedo creer que empiece tan mal
mi discurso...
—Paco es un buen chico —apunta ella, antes de que pueda decir nada.
—No lo cuestiono, es solo que no me interesa como pareja, porque,
además, bueno... Estoy saliendo con alguien. Tengo novio.
—¿Que tienes novio? ¿Y por qué no nos lo has dicho? Ya decía yo que
te comportabas de forma extraña. ¿Qué van a pensar ahora los Zha?
Habíamos pospuesto la cena porque Paco está en Shanghái.
—¡Mamá! —Intento parecer calmada—. Sinceramente, no me importa
lo que puedan pensar los Zha.
—¡Modérate! —dice medio enfadada—. ¿Por qué no nos lo habías
dicho?
—Quería esperar un poco.
—¿Cuánto hace de todo esto?
—Pues... casi tres meses.
—¿Y a qué se dedica? ¿Conocemos a su familia?
—Es profesor de matemáticas e investigador en la universidad, y viene
de buena familia, pero no la conocéis.
—¿Profesor universitario? —comenta mi padre, pensativo—. Es una
buena profesión. Será culto y educado, seguro.
—Lo es —me apresuro a decir.
—Pero... ¿cómo vamos a saber entonces si es bueno para ti si no
conocemos a nadie de su familia? —ataca de nuevo mi madre—. ¿Cuántos
años lleva en España? ¿O ya nació aquí?
—¿Y eso qué importa? Yo llevo muchos años aquí, ya casi podría
pasar por una más. Me he convertido, o estoy en proceso de hacerlo.
—¿A qué te refieres, Nina Chou?
Oh-oh... Acaba de usar mi nombre completo. Está enfadándose, pero
ahora que me he armado de valor, no puedo echarme atrás.
—Pues que, después de tantos años, no sé... ¡Supongo que ahora soy
como un plátano!
—¿Como un plátano? —repite papá, parpadeando sin entender.
—Sí. Amarilla por fuera, pero blanca por dentro.
—No, de eso nada, Nina —interviene mamá otra vez—. No te hemos
educado para que seas un plátano, pero, por favor, ¿de dónde sacas
ocurrencias así? Un plátano... Haces llorar a Buda diciendo esas cosas.
—¡Ya vale! —Papá llama la atención de ambas y después nos mira,
primero a mamá y luego a mí—. ¿Ese chico es chino?
—Eh... —Me cuesta contestar a esa pregunta, pero tengo que hacerlo
—. No.
—¡Nina Chou...! ¡Mis nietos serían mestizos! ¿Y acaso él entenderá
nuestras costumbres?
—Me gustaría que le conocierais. —Finjo no haber escuchado su
deplorable comentario—. Es importante para mí. Yo... le quiero.
Ninguno de los dos habla y mi madre parece a punto de entrar en una
crisis nerviosa en cualquier momento. Al final, es mi padre el que dice algo.
—Está bien. Que venga a cenar, ¿vale? Olvídate del tema de los Zha,
tú no te preocupes, pero nos gustaría conocer al matemático.
Después, papá vuelve a centrarse en su arroz y le hace un gesto a
mamá para que ella lo haga en su té.
Y entonces respiro.
No ha ido tan mal... Creo.
45

La tarde antes de la cena estoy tan susceptible que no me soporto a mí


misma. Pero es por culpa de la tensión y los nervios que me causa pensar
que hoy es el día en el que mi familia conocerá a Rubén.
Por favor, por favor, por favor, que mis padres aprueben a mi novio.
No quiero ser una decepción para ellos, y más teniendo a un hombre
tan maravilloso como él a mi lado. ¿No debería importarles sobre todo que
me quiere de verdad, que me cuida, que se preocupa por mí, que me respeta
y que me divierto con él? Pero ¿qué hago preguntándome lo que debería
preocuparles? Rubén no comparte nuestras costumbres ni nuestra raza, pero
eso no tiene que ser un impedimento, ¿no? Y, seamos sinceros, él se está
esforzando hasta por aprender chino, lo cual debería sumarle puntos de
alguna manera, ¿verdad?
—¡Argh! —se me escapa.
—Te veo muy agobiada —me dice Rubén cuando aparca el coche,
consiguiendo que deje atrás algunos de mis pensamientos—. Sea lo que sea,
no te preocupes tanto.
—Tengo un mal presentimiento... Además, esta mañana mi madre no
estaba de buen humor...
—Eres muy negativa... ¿Y qué pasa ahora con tu madre?
—Pues que la gente es estúpida. Y ahora ella ha descubierto los
comentarios del restaurante en Google...
—¡Pero si tenéis un cuatro con tres sobre cinco! Eso está genial para
un restaurante.
—Sí, pero mamá quiere más, y tendrías que ver ciertos comentarios.
Hay uno que pide innovación... Y otros que no saben usar el sistema de
estrellitas porque ponen una nota en la opinión y luego otra distinta... ¿Se
han perdido Barrio Sésamo?
—A ver, vayamos por partes. Lo primero, me sorprende que conozcas
Barrio Sésamo.
—Sara me lo enseñó. Y es bastante útil cuando no hablas ni patata de
español.
—Se dice papa: ni papa de español.
—¿Eh?
—Nada, olvídalo. Como te iba diciendo... Lo segundo: no tienes
ningún poder sobre las personas y no debes generalizar. Tanto tu madre
como tú tendréis que aprender a vivir con eso. Sí, es ridículo, pero, por
ejemplo, mi madre cuando va a una tienda y ve algo a 3,99 euros ella dice
que son solo tres euros. Y sí, tanto tú como yo entendemos que se trata de
cuatro euros en realidad, pero la mente de mucha gente funciona de otra
forma. Es verdad que el criterio matemático indica que cuando el número
que hay detrás de la coma es igual o mayor a cinco hay que redondear
siempre hacia arriba, pero no puedes hacer que todo el mundo aplique esa
regla o la entienda.
—Eso no convencerá a mamá.
—También podéis incluir algo novedoso en vuestra carta. ¿No pedía
alguien innovación?
—¿Como qué?
—Galletitas de la fortuna. ¿Por qué en España no se dan? Parece algo
divertido y en las pelis americanas se incluyen al finalizar la comida o la
cena en un restaurante chino. O también podéis jugar con el merchandising.
Venderle a la gente algo por los ojos. En lugar de poner tuppers de plástico
para llevar, poner cajitas de esas con letras chinas. Además, es más
sostenible eso que puro plástico... Piensa de forma verde.
—Está claro que Estados Unidos te ha influenciado.
—Por supuesto que sí, pero si eso sirve para mejorar algo, es bueno.
Piénsalo o mira a Starbucks. ¿Qué prefieres, un vaso cutre y pequeño o un
vaso grande y bonito con el logo de la cafetería? El coste del envase es
similar, pero la imagen que estás dando es diferente y atrae a los clientes.
Eso, además, te permite incrementar el precio. El cliente va a estar
dispuesto a pagarlo porque le gusta lo que ve.
—Lo de las cajas que dices suena bien, pero el tupper de plástico es
mucho más eficaz con los líquidos.
—No, Nina. Al cliente no le importa ni sabe apreciar esa eficacia que
tú quieres ofrecerle. El tupper de plástico contamina más y no es bonito.
Ahí tienes dos puntos que importan a la hora de atraer clientes o mejorar
esas estrellitas de Google que tanto te preocupan. Céntrate en el medio
ambiente y en la imagen, así los tendrás en el bote.
—Creo que tienes razón... ¿Por qué no se me ha ocurrido a mí antes?
—A veces estamos tan seguros de algo que somos incapaces de ver
más allá.
—Mmmm... Tienes buenas ideas... Se las contaremos en la cena,
seguro que te hace ganar puntos.
—Madre mía... —suspira él—. En serio, ¡relájate! Lo que tenga que
ser, será.
Y, en el fondo, sé que tiene razón, porque nunca sabré lo que va a
suceder hasta que pase; por muchos escenarios que ocurran en mi cabeza,
no puedo saber cuál es el correcto.
46

Antes de salir del coche, que hemos podido aparcar cerca del portal de
Nina, abro el maletero y cojo una botella de vino que he comprado para no
presentarme con las manos vacías.
Nina está terriblemente nerviosa, tanto que noto cómo tiembla a mi
lado, y eso me preocupa. No sé qué hacer para que se relaje un poco, pues
debo reconocer que yo también estoy algo tenso.
—Pase lo que pase, quiero que sepas que siempre voy a estar a tu lado
—le digo cuando nos paramos en su portal, como intentando echarle un
capote de palabras reconfortantes.
—¿De verdad?
—Pues claro.
Cuando llegamos al rellano de su casa, Nina abre la puerta y la imito
arrastrando los pies en el felpudo antes de pasar. Una vez en el interior del
piso, un olor a incienso mezclado con un producto de limpieza a pino me
golpea la nariz. Se oye la televisión del salón en español y noto barullo en
la cocina. En la repisa de la entrada hay un bol con naranjas.
—¿Por qué tenéis fruta aquí?
—Simboliza prosperidad y abundancia. A veces también puedes
encontrar un naranjo pequeñito. No sé si será verdad, pero siempre han
estado ahí... Cosas de mis padres, supongo.
—Curioso. —Le sonrío.
—Toma, estas te valdrán, creo. —Nina me ofrece un par de pantuflas
básicas de sarga que yo acepto, pero que al ponérmelas desvelan que se me
sale casi todo el talón.
—No te preocupes —digo al verle la cara.
—Lo siento, no tenemos más grandes.
—¡Hola! —Jin hace acto de presencia y me ofrece la mano—. Soy Jin,
el cuñado de Nina.
—Buenas, ¿qué tal?
—Bien, bien, ¿y tú? ¿Estás preparado?
—Yo bien... Estoy bien.
—Has traído vino —comenta—. ¿No te ha explicado Nina que a las
casas chinas se trae fruta o flores?
—Ay, no... Se me pasó... —Arruga la frente.
Jin se ríe y yo decido seguirle el rollo.
—Bueno... esto en su momento fue fruta, debería valer, ¿no?
—¡Bien visto! —dice Jin—. Dámelo, lo llevaré a la cocina, y tú, Nina,
cálmate.
—Lo intento... ¿Cómo está el ambiente? ¿Qué hacéis? —pregunta ella.
—Estaba viendo ese programa sobre la policía de Madrid que le gusta
a tu padre.
—¿Y Fang?
—Discutiendo con tu madre en la cocina. Tú ya verás... Pasad al salón,
iré a por unas cervezas y abrimos el vino después, cuando vayamos a cenar,
¿te parece bien, Rubén?
—Claro, gracias.
Nina me guía hasta el salón, decorado con muebles de madera oscuros
y una especie de tapices rojos con bordados dorados. En el centro han
dispuesto una mesa alargada con sillas, algunas desparejadas. Huele a
incienso, y también a comida, lo que me recuerda un poco al día que estuve
en su restaurante, y todo me resulta extraño, hasta que me topo con el gesto
del que debe ser su padre, sentado en un sillón orejero frente al televisor.
—Buenas tardes —le saludo.
El hombre se acerca y me tiende la mano.
—Buenas tardes —responde, repasándome de arriba abajo con la
mirada y haciendo una mueca con la boca, la cual soy incapaz de descifrar.
Una conversación en chino tiene lugar entre Nina y él, y la verdad,
algo me dice que están hablando de mí... Y, creedme, resulta muy incómodo
saber que hablan de ti, pero no enterarte de nada.
En algún momento, Fang se asoma por el quicio de la puerta para
decirme hola con su gran sonrisa, pero desaparece enseguida sin darme
tiempo a decir nada más.
Continúo observando lo que hay a mi alrededor y entonces me fijo en
una especie de balda con marcos repletos de fotos, un Buda dorado que
parece que se ríe de ti, galletas, bombones y un bol en donde se queman tres
varitas de incienso.
—¡Me encantan los Ferrero Rocher! —comento al verlos—. Hace
años que no los pruebo... Eran los favoritos de mi abuela.
—¿Qué? —Nina deja en el aire la conversación con su padre y me
mira, dirigiendo después la mirada hasta la caja de los chocolates—. Bueno,
cuando se termine de quemar el incienso, te daré uno.
—¿Por qué cuando se termine de quemar?
—En realidad, eso que ves ahí es un altar. La comida es una ofrenda
para nuestros antepasados, y después nos la comemos.
—¿En serio? —Parpadeo y me rasco la cabeza, deliberando si me
parece bien o mal la idea—. Creo que me gusta el concepto. Aunque es un
poco raro dar bombones a los muertos, ¿no?
—Lo sé, yo prefiero ponerles Chips Ahoy.
—¿Galletas? ¿Galletas Chips Ahoy? ¿Estás de broma?
Y con estas preguntas hago que se ría a carcajadas ese hombre serio y
menudo, que me mira primero a mí y luego a su hija, achinando todavía
más sus ojos oscuros a causa de la risa.
—¿Qué pasa? —Jin aparece entonces junto a Fang, llevando cada uno
un par de botellines de cerveza.
Fang le dice algo a Nina muy seria y ella se pone nerviosa.
—¿Qué ocurre? —pregunto.
—Nada, Fang pregunta si quieres tomar algo.
—Sabes que eso no es lo que ha dicho. —Miro a su hermana, que no
tarda en hablar.
—Está bien... Es que... mamá se ha vuelto loca y está haciendo comida
mexicana.
—Aquí está tu cerveza, una Coronita, cómo no. —Jin me da la botella,
tratando de contener la risa.
—Cree que te gustará. Ya sabes: burritos, quesadillas, guacamole,
tacos, nachos... —comenta Fang.
—En realidad, la cocina ahora mismo parece un anuncio de Old El
Paso —añade Jin mientras una estupefacta Nina mira a su padre como
tratando de buscar una respuesta.
—Lo hace con mucho amor porque es una comida muy internacional,
¿no? La gente habla español... Por nuestro invitado... —El padre de Nina
comienza a enredarse en su aclaración, intentando explicar algo que no
comprendo muy bien, pero me quedo con el concepto básico de todo esto:
la señora Lin quiere agradarme.
—¿Y si quería sorprenderle con comida por qué no hace paella y
compra jamón serrano?
—Es que como dijiste que había vivido en América... México está en
América...
—Está bien, me gusta la comida mexicana y es todo un detalle.
Dicho esto, veo a todos los presentes relajarse considerablemente,
sobre todo a Nina, que creo que es quien peor lo estaba pasando. Le doy un
trago a mi Coronita y sonrío, como si así terminase de convencerles.
—Siéntate. Conmigo. Hablemos un poco. —El padre de Nina me hace
acompañarle hasta los sofás—. Mi hija dice que eres profesor de
universidad.
Y así, comienza a preguntarme por mi trabajo, mi familia y mis
hobbies, asintiendo a todo lo que digo, mientras los demás se esmeran en ir
preparando la mesa, sacando decenas de platos y tuppers de plástico con un
montón de exquisiteces chinas y mexicanas repartidas como se pueden, ya
que apenas queda espacio en la mesa.
—Mi pequeña flor de loto está muy ilusionada con sus estudios, y
parece que le va bien. Estoy convencido de que conseguirá llegar a lo alto
en el futuro. Solo espero que la trates como es debido.
—No tenga la mínima duda en eso —respondo.
—¿Tú eres el chico? —Una nueva voz, muy aguda, irrumpe en el
salón. Y la reconozco al momento, recordando la primera vez que pisé el
restaurante de la familia: es la señora Lin, que me escruta de arriba abajo
con la mirada—. ¡Te conozco! —exclama entonces.
—Sí, mamá, eh... Alguna vez ha comido en el restaurante.
—Un placer, señora Lin, soy Rubén.
La madre comienza a gritar en chino, alborotando todo el salón, y los
demás toman asiento rápidamente mientras Jin aparece con el vino que he
traído, ya descorchado, poniéndolo en el centro de la mesa.
Al mirar a mi alrededor, respiro aliviado comprobando que no hay
palillos, sino cubiertos normales. Sin duda, todo un detalle por parte de la
familia.
—Papá, mamá, le he contado a Rubén lo de los comentarios en Google
y ha tenido unas ideas geniales para El Dragón Feliz —dice Nina cuando
todos han empezado a servirse.
—¿Sí?
Ella comienza a relatar nuestra conversación en el coche, cuando
estábamos de camino, y entonces, su madre capta mi mirada al verla
servirse una copa del vino. Solo espero que le guste, pues no soy muy
entendido, y me dejé llevar por el tío del supermercado. Pero la veo hacer
un gesto a su yerno, que le pasa la Coca-Cola, y comienza a verter la otra
mitad de la copa con el refresco, haciendo que mi mandíbula se desplome.
¿Qué está haciendo la señora Lin con ese vino de veinte euros?
—¿Quieres un poco? —me ofrece con una gran sonrisa, como si lo que
acaba de hacer fuera lo más normal del mundo—. Así está muy rico y
dulcecito. Calimocho, lo llaman. Es un cóctel.
—Eh... No, gracias.
Jin, a mi lado, estalla en carcajadas y después me susurra.
—Bienvenido a la familia y sus excentricidades. Tienes muuuuucho
que aprender.
—Me gustan tus ideas. —El padre de Nina vuelve a captar mi atención
después de mantener una conversación con su hija—. Son muy buenas y
podemos ponerlas en práctica.
—Es todo un detalle que te intereses por el restaurante. —La señora
Lin me mira, un poco recelosa todavía.
—Lo es —coincide Fang.
—¿Es verdad que estás intentando estudiar chino? —pregunta la
madre.
—Sí, aunque todavía no puedo mantener conversaciones. Me queda
mucho por aprender.
—Yo lo he visto hablando un poco —añade Fang—. Es encantador
cómo se interesa por la cultura china, mamá.
Algo avergonzado por el reconocimiento, decido darles una
oportunidad a los tacos, que todavía nadie ha probado y, aunque me pringo
los dedos al dar el primer bocado, debo reconocer que están deliciosos.
—Esto está realmente bueno. Creo que acabo de subir al cielo de la
comida mexicana.
Todos ríen, y la madre de Nina sonríe, más que satisfecha, encantada.
La cena avanza como la seda, Nina es consciente, y se muestra mucho
más relajada. Una enorme sonrisa se ha apoderado de su rostro, y todos
charlamos tranquilamente, riendo y conociendo más los unos de los otros
entre historias y anécdotas.
Lleno hasta arriba como estoy, se comienza a hablar de sacar el postre,
y se levantan todos con cacharros en la mano para hacer hueco en la mesa,
tarea en la que colaboro. En un periquete, vuelve a estar todo abarrotado
con botellas de licores que tienen letras chinas en las etiquetas, una botella
de tequila, cómo no..., y una especie de croquetas que parecen cubiertas por
mil hilillos blancos, además de bollos de piña con una pinta deliciosa que
me llaman mucho la atención a pesar de creer que no puedo seguir
comiendo.
—¿Una copa? —pregunta el padre de Nina.
—No, gracias, debo conducir.
—¿Té?
—Vale —acepto.
—Pero... tú no eres de beber té —me susurra ella.
—Tengo que probar cosas para saber si me gustan.
Nina se ríe y me ofrece uno de los dulces apetecibles.
—¿Bollito de piña?
—Oh, sí, por favor, ¿qué es lo otro?
—Barba de dragón.
—¿El qué?
—Barba de dragón —repite con una gran sonrisa—. Es como algodón
de azúcar relleno de frutos secos. Estos creo que son de almendra.
—Eso no me convence.
—¿No acabas de decir que tienes que probar cosas nuevas para ver si
te gustan? —me dice, metiéndome de repente en la boca esa especie de
croqueta que sujeta con dos dedos.
Y sí, todo está demasiado bueno, y el té es perfecto para acompañarlos.
—¿A que está bueno?
—Demasiado bueno... Tenemos que repetir esto —le digo a Nina.
—¡Por supuesto que tenemos que repetirlo! —exclama la madre de
Nina—. ¿Por qué no nos dijiste antes que estabas con este muchacho tan
encantador?
—Cariño —dice el padre de Nina, llamando así la atención de su
mujer—. Las cosas ocurren a su debido tiempo.
47

Hoy he llegado excesivamente temprano a la facultad, pero lo he hecho a


posta. Todavía con el subidón de felicidad por el éxito de la cena con Rubén
y mi familia, siento que va a ser un día perfecto.
Me alegro de no ver a nadie en el aula en donde tenemos clase de
matemáticas y, sin más dilación, dejo caer la mochila con un golpe sobre
una de las sillas, creando un eco que me pone más nerviosa si cabe. Saco mi
cuaderno y voy hacia la pizarra, en donde cojo una tiza que dejo suspendida
entre la superficie negra y mis dedos. ¿Y si no es el resultado correcto...? La
giro, manchándome de polvo blanco, hasta que me decido a copiar el
ejercicio de mi cuaderno, que he resuelto después de más de cuatro
semanas, ese que Rubén nos puso a modo de reto en nuestra primera clase.
Mientras lo escribo, lanzo alguna mirada furtiva hacia la puerta del aula,
asegurándome de que sigo estando sola.
Cuando he terminado mi pequeña obra maestra, compruebo que
efectivamente todo es correcto y está tal y como lo tengo sobre el papel.
Vuelvo a la mochila y cambio el bloc por mi termo de té, antes de salir al
pasillo y alejarme de allí; resbalar por la pared hasta quedar sentada en el
suelo, en un lugar con buena visibilidad de la entrada y a la espera de que la
gente comience a llegar.
Bebo té, esperando que ese gesto me calme, y la verdad es que me
quedo un poco más tranquila al ver a algunos de mis compañeros
apareciendo ya en el edificio.
—¡Hola, Nina! —La voz de mi compañera Verónica capta mi atención
y me hace mirar hacia arriba, desde donde me observa con una gran sonrisa.
—Hola —saludo, intentando poner entusiasmo.
—¿Qué haces en el suelo? —Me tiende una mano para ayudarme a
levantarme.
—Simplemente hoy no tengo muchas ganas de clase —me excuso para
que no siga preguntando.
—¡Oh, por favor! ¿Qué me vas a contar? Me hubiera quedado tan
ricamente en mi casa durmiendo. ¡No me da la vida! Y, sinceramente, esta
no es mi asignatura favorita ni mucho menos... Es cruel ponernos
matemáticas a las nueve de la mañana.
Sigo el hilo de la conversación un poco distraída, mientras veo que
Rubén no tarda en aparecer por el pasillo, justo cuando nosotras estamos a
punto de entrar en clase.
—Míralas... —susurra Verónica, negando con la cabeza, pero de forma
que solo yo pueda escucharla.
Me fijo en cinco chicas en la primera fila, una tirando de su camiseta
para enfatizar el escote, la otra poniéndose una buena capa de gloss en los
labios y la de la esquina junto a la ventana, cepillándose el pelo.
—¿Qué demonios...?
—¿No te habías dado cuenta? —Verónica alza las cejas—. Esta es la
única clase en la que se ponen delante, y el otro día, cuando fui al despacho
del profesor, estaban las cinco haciendo fila para hablar con él.
No digo nada, pero tampoco me siento muy segura en ese instante.
¿Era así en otras clases que él tenía?
Al llegar Rubén, saluda a todos con su alegría habitual y entonces se
queda mirando la pizarra mientras deja sus cosas en el atril. Cuando se gira,
observa lo que hay escrito con los brazos cruzados durante un par de
minutos que a mí me resultan una eternidad.
—¿Quién ha sido? —pregunta, volviéndose con su espléndida sonrisa,
pero nadie contesta.
Un murmullo creciente despierta entre mis compañeros al no reclamar
nadie la autoría del ejercicio. Su mirada se posa entonces en mí y pregunta
de nuevo, como si me lo dijera únicamente a mí.
—¿Nadie?
Su sonrisa se borra y yo bajo la cabeza, centrándome en el bolígrafo
que sostengo entre los dedos, guardando silencio. No quiero el
reconocimiento delante de todo el mundo. No me apetece que me tachen de
empollona como en el instituto, pero sí necesito saber si está bien resuelto.
Se ha convertido en una necesidad casi obsesiva para mí averiguar si es
correcto el resultado que he obtenido.
—Estaba ya aquí cuando llegamos. No sabemos quién ha sido —dice
un chico.
—He sido yo. —Una de las chicas de la primera fila levanta la mano.
—En ese caso, ¿puedes explicarnos mejor el desarrollo? —le dice él,
pero todas las demás se ríen.
—Era broma... —le resta importancia ella.
—¿Está bien? —pregunta otro alumno.
—No sé... —dice Rubén—. Como parece que nadie lo ha hecho, no
podré deciros nada.
Se gira y coge el borrador dispuesto a eliminar mi pequeña obra.
¿De verdad va a borrarlo y a dejarme con la duda? No puedo soportar
la idea e internet no me ha ayudado a tener mi ansiada respuesta. Antes de
que yo pueda ser consciente de lo que estoy haciendo, me pongo en pie y
grito.
—¡YO! —Estoy casi temblando por los nervios y carraspeo tratando
de recobrar la compostura—. He sido yo.
Rubén, que está frente a la pizarra y de espaldas a nosotros, se queda
quieto en ese mismo instante y, aunque no puedo apreciar su gesto en ese
momento, estoy totalmente convencida de que sonríe.
Todo el mundo me observa, y yo solo deseo que mis compañeros
aparten sus ojos curiosos de mí. El profesor se da la vuelta, sumándose a
todas esas miradas, mientras le pido a Buda desesperadamente que, por
favor, por favor, por favor, lo deje estar y simplemente diga si está bien o
está mal. No quiero tener que explicar nada delante de todas estas personas
ni entrar en un debate para aclarar cómo he llegado a esa respuesta, tal y
como se suele hacer en clase.
—Está bien. La solución es correcta. —Sonríe por fin y me mira, pero
es esa clase de mirada que sé que solo es para mí, y no puede fingirla.
Las chicas de la primera fila se vuelven para verme mejor, y siento que
me fulminan con la mirada, pero que se fastidien.
Tal y como siempre hace, él lanza la temida pregunta sobre el
ejercicio, que inicia una discusión, solo que no me la hace a mí, sino al
resto de la clase.
Él sabe que esta parte no es mi punto fuerte, por lo que tampoco me
presiona, algo que, en el fondo, le agradezco, sin palabras, pero con una
mirada que sé que se lo dice todo y le basta para comprender mis
pensamientos. Tomo asiento de nuevo y algunos compañeros me dan la
enhorabuena e incluso me dan toquecitos en el brazo felicitándome, y esos
gestos me sorprenden, ya que parecen sinceros. No se ríen, más bien
parecen admirarlo y se muestran curiosos.
Definitivamente, no es como en el instituto, está claro y, una parte de
mí, una muy pequeñita, se siente reconfortada e increíblemente más segura
de sí misma.
He logrado resolver el reto y nadie parece atacarme por ello.
48

¿Puedes venir al despacho, por favor?

Escribo a Nina, esperando que se acerque y podamos disponer también


de algo de intimidad. Sé que para ella ha sido duro exponerse como lo ha
hecho en la clase y, la verdad, además de reconfortarla, me gustaría tratar el
tema con ella.
En menos de un minuto, la contestación la recibo con tres golpecitos
en la puerta y su cabeza asomando tímidamente.
—Pasa, Ricardo no está.
—Hola —saluda, incómoda.
—¿Por qué lo has hecho?
—¿Sabías que había sido yo?
—Casi desde el principio. —Me despeino, algo nervioso—. Estás en la
universidad, no en el instituto. Los adolescentes a esas edades pueden ser
muy cabrones, pero aquí es otra historia, Nina. Relájate y ten mucha más
confianza en ti misma.
—Pero, los demás...
—No pienses en los demás. Céntrate en ti. Lo que opinen otros no
debe importarte.
—¿Y si descubrieran que tú y yo...?
—Eso no ocurrirá —respondo, tratando de parecer convencido, pero,
en el fondo, a mí también es algo que me preocupa a veces—. Has hecho un
buen trabajo, lo estás haciendo bien...
—Gracias.
Ella sonríe y yo no puedo evitar lanzarme a besarla en ese mismo
instante, siendo correspondido por esos labios de cereza, dulces y delicados
que tanto ansío a diario.
—Eres mi debilidad.
—Y tú la mía —le respondo mientras la empujo hasta el lado de la
mesa en donde un día le hice el amor, y solo el hecho de recordarlo, ya me
pone como una piedra.
—Rubén... —susurra mi nombre en mi oído, y yo le muerdo el cuello,
recibiendo como aviso un tirón de pelo.
—¿Cuándo me volverás a preparar amor tres delicias?
—¿El arroz? —Ella ríe, colgada de mi cuello y sentada en la mesa—.
La verdad es que suena bien, ¿crees que deberíamos cambiarle el nombre en
la carta?
—Sin lugar a dudas...
—Eres de lo que no hay. —Me muerde el lóbulo de la oreja y me
rodea la cintura con sus piernas, como si fuera un koala.
Es justo en ese instante cuando alguien da tres golpecitos en la puerta
antes de abrir y, ¡visto y no visto!, Nina se ha agachado a toda velocidad
hasta quedar a mis pies, escondida entre la mesa y yo, y gracias a la
disposición de esta, que está justo en la pared que tiene la ventana, pasa
inadvertida su presencia.
—Buenos días, Rubén —me saluda con un marcado acento una señora
de ojos verdes, con el pelo rubio recogido en un moño y vestida con
vaqueros y camisa a rayas azules.
—Profesora Lewis. —Me levanto y rodeo la mesa, como si así fuera a
proteger a Nina.
Como nos pillen, estamos jodidos... ¿Por qué demonios ha tenido que
hacer eso? Hubiera sido más sencillo fingir que hablábamos de trabajo...
—¿Cómo estás?
—Bien, ¿y usted?
—Bien, bien, ¡disfrutando de este país lo que me queda! Y, por favor,
te he dicho miles de veces que me tutees.
—Perdón, es la costumbre. —Me paso la mano por el pelo, nervioso.
—¿Y Ricardo?
—Supongo que en clase.
Como si acabásemos de invocarle, la puerta del despacho se abre en
ese momento y entra Ricardo, bufando.
—Odio a los de primero. Son lo peor... —Se queda paralizado al ver a
la profesora Lewis—. Perdón... La costumbre, no pensé que estabas aquí,
Caroline.
—¿Qué te pasa con los niños? —Ella se ríe.
—Que a veces son insoportables. De verdad, me pregunto si yo
también fui así o si es que me estoy haciendo mayor.
—Con la edad irás apreciando cada vez más esas diferencias. Estaba
pensando que deberíamos salir a comer un día los tres.
—Es una idea estupenda —dice Ricardo.
—Sí, lo es... Eh..., ¿te puedo ayudar en algo?
—¿Te pillo mal ahora? —Ella parece confusa, tal vez he sido
demasiado directo. Ricardo me observa como si no me entendiera.
—No, claro que no —respondo.
—Tranquilo, serán dos minutos. Es sobre Nina Chou.
—¿Qué? —Estoy a punto de morderme las uñas.
—No entiendo a esa chica. Ayer hablé con ella y le propuse seriamente
optar a la beca de la Universidad de Boston, pero la rechazó sin ningún
miramiento y sin darme explicaciones... No sé en qué está pensando, pero
desde luego allí podría desarrollar todo su potencial.
—¿Que ha hecho qué...? —parpadeo, porque además no tenía ni idea
de que habían mantenido esa conversación.
—¿Lo ves? Sabía que tú tampoco lo entenderías. Tú también vienes de
Boston, ¿podrías tratarlo con ella? A veces tengo la impresión de que le da
corte hablar conmigo. Es una chica muy tímida, debería mejorar eso y no
podemos demorarnos más de cinco semanas en presentar la solicitud.
—Claro, claro... Está bien, hablaré con ella.
—Eso sería maravilloso. No perdamos talento.
Aprovecho que Ricardo y Caroline se centran en una conversación
entre ambos para volver a mi sitio y sentarme. Estoy mosqueado con Nina,
pero cuando la veo allí escondida, me ablando un poco.
Aitor aparece quejándose y lanza su cartera sobre mi mesa, haciendo
que Nina se sobresalte debajo con el golpe que da.
—¡¿Qué pasa, cerebritos?! —Es como si fuera un huracán.
—Odio que aparezca así —me dice Ricardo mientras se sienta con un
soplido de hastío.
—¡Uy! Discúlpeme, señora. No pensé que estos chicos estuvieran
acompañados.
—¿Qué forma de entrar en un despacho es esa? —le reprende ella,
sacando su vena de profesora estricta.
—De verdad que lo siento. No volverá a ocurrir.
—Eso espero. —Lo mira de arriba abajo y después se dirige a Ricardo
y a mí—: Bueno, chicos, será mejor que me marche... Además, este
despacho es un poco pequeño para que se concentre tanta gente, ¿no?
—Eso mismo digo yo —se queja Ricardo.
Caroline se ríe.
—En fin, Rubén, por favor, dime algo en cuanto te encargues de eso.
—Descuida. —Asiento con la cabeza y le echo una mirada rápida a
«eso», que se encuentra ahora mismo agazapada debajo de mi mesa.
—Adiós, chicos. —Se va.
—Adiós —nos despedimos todos.
—¡Que tenga una buena tarde, señora! —le dice Aitor.
—¿Por qué estás aquí? —pregunta Ricardo al inesperado invitado.
—Yo también te aprecio —dice Aitor a mi compañero antes de
dirigirse a mí—. Tío, tío, tío... Estoy pensando en una noche solo para
chicos más adelante, tal vez el día antes de mi boda, como en las pelis. Ya
sabes, una despedida de soltero en condiciones, a pesar de tener que hacer
esta noche la fiesta de disfraces para contentar a tu hermana.
—Noche solo para chicos —repite Ricardo, mirando la pantalla de su
móvil—. No sé si quiero saber lo que puede llegar a ser eso viniendo de ti.
—¿El día antes de tu boda? ¿Quieres ir con resaca al altar?
—Un ibuprofeno y listo.
—Claro, porque eso lo soluciona todo...
Me muerdo la lengua. A mí tampoco me suena nada bien el plan que
Aitor habrá creado en su cabeza, pero al menos Ricardo podría contenerse
un poco y no decirlo en voz alta, aunque el otro parece no captar la ironía
de sus palabras.
—Pues te iba a decir que te vengas. Cuantos más mejor. ¡Y que venga
también ese novio tuyo!
—Claro, intentaré hacer un hueco en la agenda —susurra mi
compañero.
—¿Y qué tal por aquí? —Aitor me mira mostrando los dientes
ultrablancos que desvela su sonrisa y se cruza de brazos.
Me siento muy incómodo con Nina debajo de mi escritorio. Sin duda
esto es peor que el camarote de los hermanos Marx.
—Pues normal —farfulla Ricardo.
Echo un pequeño vistazo y la veo encogerse de hombros. Está claro
que no ha sido buena idea decirle que viniera y mucho menos que ella se
agachase. Hubiera sido mejor que nos pillase solo Ricardo o haberle puesto
una excusa.
—Oye, ¿y qué tal con esa chica con la que estás?
Miro de nuevo a Nina y sonríe.
—Genial, es un encanto.
—Supongo que ahora también tendré que estar disponible para bodas,
bautizos y comuniones chinas —bromea Aitor.
—No hacen bautizos. —Ricardo levanta la vista de su teléfono y
observa a Aitor como si en realidad tuviera delante a un orangután—. Son
budistas, ¿no, Rubén?
—Sí, su familia es budista —resumo.
De pronto Ricardo se levanta y viene hacia la única estantería que hay
al lado de mi mesa, corriendo el riesgo de que vea a Nina. Intento hacerle
un gesto por debajo de la mesa para que de alguna manera se tape, pero
entonces, mi compañero, ya con un libro en la mano, desvía la mirada y la
encuentra.
—Rubén... —dice, mirándola, primero a ella y luego a mí—. ¿No vas
a tomarte algo con Aitor?
Parpadeo, agradecido al ver que me está echando un capote, y pienso
dos veces antes de hablar. Nina asiente por debajo de la mesa y creo
entender que mueve los labios como diciendo «ve-te».
—Aitor, ¿vamos al Starbucks?
—Joder, ¿a esa tontería americana?
—Aquí somos muy de ir al Starbucks —dice Ricardo—. Nos encanta
ese sitio.
—Vale, vale... Parece que os ofendo a todos... ¿Por qué no vamos
mejor al bar de El Potrillo? Me fío más de lo clásico de toda la vida.
Cuando consigo sacar a Aitor de allí, le mando un mensaje a Ricardo
disculpándome y pidiéndole que sea simpático con Nina, a quien no soy
capaz de escribir más que un mensaje corto y simple:

Siento lo que ha pasado.


Tenemos que hablar después.

Desde luego, no voy a querer volver a tenerla en el despacho después


de lo de hoy. Tendré que contenerme o buscar otro sitio.
49

—No soporto a ese gilipollas. Me cuesta trabajo creer que hace años fuera
su mejor amigo —dice Ricardo, mirando hacia la puerta una vez que oigo
cómo se cierra.
—Ya, no parece muy... tratable.
Me levanto y cojo mis cosas, lista para marcharme.
—Oye, siéntate —me señala el sitio de Rubén y él se dirige al suyo—.
Tenemos que mantener una conversación.
—¿Sobre qué? —Trago saliva, nerviosa.
—Parece ser que estás destacando. No pasas desapercibida entre el
profesorado, y Caroline es una de las grandes y cuando acabes tendrás
trabajo asegurado de lo que quieras.
—Pero... el problema es que no quiero estar lejos de Madrid y tampoco
creo que sea necesario tener que marcharme para que me consideren mejor.
—Una experiencia internacional no solo sirve para mejorar tu
currículum, sino para madurar tú como persona, ya que te expones a
situaciones nuevas en las cuales tienes que aprender a desenvolverte por tu
cuenta. Te adaptas a nuevos entornos y a hacer lo que tú consideres
oportuno, no a lo que te digan o recomienden otros.
—Te agradezco el interés, Ricardo, pero las personas a las que quiero
están aquí, por lo que no me voy a ir a ninguna parte. Además, hace ya un
tiempo que decidí hacer lo que yo quería en las cosas importantes y no lo
que me dijeran los demás, por lo que ese tipo de experiencia no la necesito.
Me levanto, dispuesta a irme, pero él vuelve a hablar.
—Rubén no dudaría en marcharse.
Arrugo la frente ante su comentario.
—Discrepo en eso...
—Solo quiero decir que pienses en ti, porque a veces pueden surgirnos
oportunidades como esta en la vida y arrepentirnos después de no haber
aceptado. Y no querrás tener esa espinita clavada para siempre.
Me quedo parada en la puerta, algo confundida.
—Gracias —termino diciéndole.
—De nada... Adiós.
—Adiós.
Me despido y salgo al pasillo, por fin, en donde me apoyo en una
pared cercana y respiro. Creo que acabo de perder tres años de vida después
de toda la tensión que he pasado ahí dentro, hasta que siento la vibración
del teléfono móvil en el bolsillo de mi chaqueta.
—¿Qué...? —me pregunto en voz alta al ver que se trata de una
llamada de Paco.
—Así que la señorita ha hecho pública su relación —me dice nada más
descolgar.
—Hola, Paco. —Pongo los ojos en blanco.
—Hola —carraspea—. Mi madre se ha vuelto bipolar. Creo que le
gustabas.
—Le gustaba la idea de que yo fuera la hija de su amiga. Punto.
—Sea como fuere, a ratos me dice que no me preocupe y que puedo
aspirar a algo mejor, y otros me dice que por qué no he sabido hacerlo
mejor contigo.
—Siento la parte que te toca, pero, en cualquier caso, se terminó el
fingir.
—A mí me divierte pasar tiempo contigo, porque reconocerás que nos
lo pasamos bien.
—Nos lo pasamos bien... —coincido con él.
—Me alegra saber que no tendrás que participar en más citas a ciegas,
pero si en algún momento necesitas ayuda, avísame.
—No necesito ningún caballero andante, sé cuidar de mí misma,
gracias.
—Por eso me caes tan bien, porque tú no eres de las que esperan
príncipes, aunque, de todas formas, si en algún momento me necesitas
como caballero andante, aquí estaré. —Ríe—. En fin, debo dejarte, pero
quedemos un día para tomar un té, ¿vale?
—Adiós, Paco.
Cuelgo y sonrío. Paco me cae bien, y tiene razón: al menos, mamá ya
no me preparará más citas tediosas.
50

Vuelvo a mirar el móvil, pero sigo sin noticias de Nina. ¡Joder! Tenía que
haberla ido a recoger cuando terminase de trabajar en el restaurante en lugar
de quedar directamente en la fiesta, a pesar de que me insistió en no
hacerlo. Además, así podría sacar tiempo para hablar de las novedades que
tengo sobre mi futuro empleo... Esas que no he sido capaz de compartir con
nadie, de momento. Todavía no me saco de la cabeza la llamada de esa
tarde dándome la noticia que quería escuchar, pero antes tengo que hablarlo
también con ella...
—Oye, Indiana Jones, en serio, deja el puto teléfono de una vez —dice
Aitor, haciendo referencia a mi disfraz.
—¿Qué?
—Estamos hablando de la última película de Star Wars y no es normal
que te quedes tan callado.
—¿Ah, sí?
—¿Qué te pasa esta noche, grandullón? —Esther, vestida de
Catwoman, posa su mano en mi hombro, pero yo me aparto.
No respondo a su pregunta, pero está claro que me empiezo a
impacientar. Ni siquiera soy consciente de que hablaban de Star Wars.
Claro que tengo opiniones que compartir con ellos, pero ahora eso no me
importa. Son más de las doce y media y Nina no ha llegado.
El timbre hace estallar mi burbuja de cavilaciones, haciendo que Aitor
se levante.
—Voy a abrir, aunque seguramente será tu chica.
«Tu chica». Me gusta demasiado cómo suena eso.
Tardo algo en seguirle, aliviado al escuchar la voz de Nina antes de
llegar a la entrada.
—¿Pero de qué vas vestida? ¿Es algún tipo de uniforme de colegiala o
algo?
—¡No! Soy una guerrera.
Y por fin la tengo ante mis ojos, y se me descuelga la mandíbula al
verla. ¿De qué diablos se ha disfrazado y cómo puede estar tan buena? O
sea..., quiero decir...
—¡Caray! —La miro de arriba abajo—. Estás... muy guapa.
Carraspeo y ella me mira divertida, recolocándose la coronita dorada
que lleva en la frente y deslizando por el pelo su mano enguantada en raso
blanco hasta la altura del hombro. Juguetea con las puntas de un mechón de
cabello y mueve un piececito denotando algo de nerviosismo, lo cual me
hace sonreír.
—¿De qué te has disfrazado?
—¿De verdad no sabes quién soy? —Abre mucho los ojos y se ríe—.
Soy Sailor Marte, una de las guerrero luna.
—¿Y por qué debería saberlo?
Vuelvo a mirarla de arriba abajo, como si de tanto contemplarla fuera a
volverme inmune al efecto que causa sobre mí, sobre mi cuerpo. Aprieto el
puño para evitar llevar la mano hasta esa faldita roja tan corta que lleva
puesta. ¿O tal vez es un vestido? Como Aitor ha dicho, da la impresión de
que lleve una especie de uniforme de colegiala japonesa diabólicamente
sexy. La falda parece estar cosida a una blusa escotada que tiene un
pañuelito de marinero color rojo atado en el pecho con un gran lazo
morado. Para más inri, hoy se ha puesto unos tacones de charol a juego.
Nunca la había visto con ese tipo de zapato, pero me hace tener sus
tentadores labios pintados más al alcance de los míos, oportunidad que
aprovecho entonces para probarlos.
—Estaba preocupado por ti —carraspeo, y la miro fijamente a esos
ojos brillantes suyos.
—Lo siento.
—No tienes que disculparte, pero sí podías haber contestado a mis
mensajes.
—Me olvidé el móvil con las prisas.
Nos sonreímos y ella me acaricia la mejilla con el dorso de la mano.
—Estás muy guapo hoy. Este disfraz te pega mucho.
—Pues yo te advierto que al verte así vestida me han entrado unas
ganas locas de llevarte ahora mismo a mi casa y, la verdad, no creo poder
asegurar la integridad de tu ropa.
—Será mejor que socialicemos un poco antes de adentrarnos en tu
cueva y descubrir el misterio de Tayos.
—Joder, Nina... Si hasta sabes hacer referencias coherentes a Indiana
Jones... —Me muerdo el labio inferior y la miro con deseo.
—Esta noche puedo dormir en tu casa. Mis padres ya están avisados de
que no iría.
—Me encanta cómo suena eso... —le susurro al oído.
Oigo entonces que alguien carraspea en mi espalda.
—¿Venís o qué pasa? —dice Catwoman.
Una vez que entramos en el salón donde están todos, se hacen las
presentaciones de rigor. Aitor parece controlar su bocaza y se muestra
bastante amable, ofreciéndole a Nina una cerveza que ella acepta de buen
grado. Mi hermana, a quien no se le escapa una, nota que su invitada está
un poco tensa y ambas entablan una conversación sobre cosméticos en
donde sale a relucir Fang y su pasión por todo eso.
—¡Rubén! —capta mi atención Lara—. Nina y yo vamos a quedar un
día para ir de shopping y pararemos en la peluquería de su hermana.
—Ten cuidado, que no todo el mundo sabe cortar el pelo —añade
Esther—. Yo no me pondría en las manos de cualquiera.
—No seas boba —responde Lara, tratando de reírse.
—Me parece muy bien. —Sonrío, contento y también aliviado de que
ambas se lleven bien, aunque no entiendo de qué va Esther esta noche con
esa clase de comentarios.
Calcetines aparece de repente, y va directo hacia Nina, que le acaricia
y juega con él. Siempre digo que ese perro sabe elegir a las personas.
—Ya sabemos quién cuidará de él cuando mamá y papá se vayan de
escapada a la playa —dice Lara, también feliz de ver que a Nina le gusta el
perro.
—Yo sería su niñera encantada. Siempre he querido tener un perrito o
un gato, pero mis padres no quieren mascotas. —Lo abraza.
—Todo llegará a su debido momento —le digo yo.
—Oye, Nina —dice un Aitor algo perjudicado por el alcohol
abrazando a otro colega suyo—. ¿Es verdad que en China coméis perro?
—Aitor..., no... —le reprende mi hermana con un gesto de «Tierra
trágame».
—¡Eso! —Esther aviva la conversación—. ¡Cuéntanos más!
—O sea, no te ofendas, por favor —dice el colega con el que está
Aitor—. Lo preguntamos porque leímos un artículo acerca de este tema y
nos ha chocado bastante.
—Ehh...
—Nina, no respondas a las estupideces de estos cretinos. —Lara
parece enfadada con su prometido.
—¿Pero qué pasa...? —se mete Esther—. Es una pregunta normal,
¿no?
—No me puedo creer que tú también te unas. —Lara fulmina con la
mirada a su amiga.
—Verás, Aitor, yo prefiero el gato, que con salsa de soja está
maravilloso —responde Nina muy seria.
Al principio, todos se quedan en silencio, pero luego estallan en
carcajadas. No me puedo creer que Nina esté vacilando a Aitor, aunque en
el fondo sé que lo que ocurre es que a ella le ha dolido ese comentario e
intenta salir por la tangente, y eso me causa daño también a mí.
—Mirad, no como gato ni tampoco perro. A ver, hay zonas muy
concretas en las que pueden comer animales... no tan convencionales. —
Nina responde tratando de medir sus palabras y yo le hago un gesto para
que se calle—. Pero la verdad es que eso no es común. No tengo ni
familiares ni amigos que coman esas cosas.
—Es un alivio, a mi suegra no creo que le gustase la idea de que
pudieran asar a Calcetines, su perro.
Aitor ríe de nuevo y yo tengo que contenerme para no darle una colleja
bien merecida.
—Entonces es verdad que en China se comen perros, ¿ves? Te lo dije
—insiste su colega.
—¿Podríais no ser tan idiotas todos vosotros? —pregunto al no poder
contenerme más.
—No pasa nada —me dice Nina.
—Sí que pasa.
—De verdad, déjalo... —Ella pone una mano sobre mi brazo,
pidiéndomelo también con la mirada.
—Vale, vale, perdona... Tampoco hace falta que te pongas así. — Aitor
trata de disculparse, y de nuevo vuelven a embarcarse en otro tema de
conversación.
—Oye, Sailor Marte —le susurro al oído—. Vamos a tomar un poco el
aire, anda. Este idiota a veces me desquicia...
—¿No era tu amigo? —pregunta, un poco triste, mientras vamos a la
terraza.
—Supongo que nuestra amistad ahora mismo es rara, porque está claro
que debemos llevarnos bien, teniendo en cuenta que va a casarse con Lara,
pero, sinceramente, ha cambiado tanto que me siento totalmente distanciado
de su filosofía de vida, forma de ser y opiniones.
—Las personas vienen y van. Con el tiempo creo que los buenos
amigos se pueden contar con los dedos de una mano, y casi mejor, porque
así solo la gente a la que importamos de verdad se quedará a nuestro lado.
—Supongo que tienes razón. Pero ahora, olvidemos a Aitor, ¿vale?
—Vale.
—Deberíamos hablar de lo que pasó esta mañana en el despacho.
—¿En serio? ¿Es necesario sacar ese tema ahora? Además, yo soy
quien toma mis propias decisiones, por lo que no hay nada que hablar.
—Tengo que decirte algo, Nina... Y no creo que debamos demorarlo
mucho más... Es importante.
—¿Vamos a hablar de cosas serias en una fiesta de disfraces?
—Está bien... Tienes razón... Pero, prométeme que vas a replantearte
lo de la profesora Lewis.
—Rubén... Es de noche, estamos en una fiesta y me he tomado dos
copas de vino.
—Vale, tienes razón. Lo dejaremos para otro momento.
Su rostro se torna serio cuando digo eso, como concentrándose en
algo, aunque creo que está actuando.
Esta noche está endiabladamente sexy y siento envidia hasta del viento
que se permite despeinarla ligeramente, revolviendo ese pelo negro y
sedoso que siempre huele a flores. Cómo la deseo... Le haría de todo ahora
mismo, si no fuera porque estamos en la casa de mi hermana.
—¿Qué haces?
La veo juntar las manos, entrelazando todos los dedos enguantados
excepto los índices, que pone paralelos, apuntando hacia su barbilla, hasta
mostrar una sonrisa ladeada y moverlos hacia mí.
—¡Plufff! Ya eres mío.
—Hace tiempo que soy tuyo.
Y se sonroja. Y me pone duro verla así, tan tierna, tan inocente, tan
jodidamente atractiva con sus mejillas sonrojadas y sus labios pintados de
ese carmín con el que me ha dejado marcado otras veces. Aunque puede
que esta vez no. Quizás lleve el que yo le regalé. Y me encanta pensar que
así es.
Enseguida el perro regresa, yendo como una bala hacia Nina.
Me gusta verla reír tanto mientras juega con Calcetines, y Lara capta
mi atención para que vaya a donde está ella.
—Ahora vuelvo —le digo a Nina.
—Claro.
Sigo a mi hermana y vamos hasta la cocina, en donde continúa
sacando un montón de salsas, nachos, canapés y demás aperitivos para la
fiesta. Y la verdad es que, al verlos, vuelvo a tener hambre a pesar de la
hora que es.
—Siento lo que ha dicho el idiota de Aitor. Hablaré con él seriamente.
—No te preocupes. Ella lo tiene ya calado.
—Aun así, no quiero que se sienta mal, pobrecita...
—Gracias, Lara.
—Tienes que presentársela a papá y mamá antes de mi boda, ¿lo
sabes? Quiero que ella también venga.
—¿Acaso es una nueva norma social que me he perdido?
—¿No dijiste que habías conocido tú a su familia?
—Sí.
—Pues deberías hacer lo mismo. Mamá estará encantada y papá
también.
—Bueno, no mentiré diciendo que no lo había pensado ya.
—Rubén... —Lara deja la bandeja que sostenía sobre el frío mármol de
la isla de la cocina—. Es imposible no darse cuenta de cómo la miras.
—¿En serio? ¿Y cómo la miro?
—Como cualquier chica desearía que el chico que le gusta la mirase.
—Estupideces...
—¿La quieres?
No contesto, pero me quito el sombrero, pues tengo la sensación de
que empieza a agobiarme, aunque tal vez sean las ideas que se me forman
debajo de él.
—¿Vas en serio con Nina? —insiste mi hermana.
—Sí, si ella quiere...
—No me digas que eres de esos que no define las relaciones. No te
pega nada.
—Creo que no hay nada que definir porque ambos lo sabemos ya, y
estás empezando a decir demasiadas tonterías. Solo llevamos viéndonos tres
meses y algo. ¿No se supone que es demasiado pronto? Ya te la presenté
como mi novia... Y creo que, aunque en ese momento no fuera lo
apropiado, ahora está claro que lo es. Con eso... podría valer, ¿no?
—¿De verdad? ¿Tú te estás oyendo? Ahora soy yo la que tiene que
preguntarte si eso es una nueva normal social. Ay, hermanito, a veces me
cuesta creer que seas tan listo como los psicólogos del colegio decían que
eres.
51

Voy hasta la cocina con el fin de tomar un vaso de agua, por supuesto,
seguida de Calcetines, que se ha convertido en mi acompañante oficial a
todas partes.
—Hola —saludo a Esther, que está apoyada en la isla de la gigantesca
cocina, bebiendo sola.
Al verme, se termina de un trago su copa de vino y la rellena con la
botella que tiene al lado.
Dudo, pero al final me decanto por ignorarla.
—Yo iba a venir de Marie Curie y Rubén de Einstein, pero tú has
tenido que estropearlo todo.
—¿Cómo dices?
—Me parece increíble que incluso se haya puesto a aprender chino...
—Vuelve a beber, ignorando mi pregunta.
—¿Qué haces aquí, Esther? —Lara aparece y nos mira a las dos.
—Se supone que tú eres mi amiga... —Catwoman parece dirigirse
ahora a la recién llegada.
—Uy, uy, uy... Se te ha subido la bebida a la cabeza...
Lara se la lleva, pero vuelve enseguida, justo cuando yo termino de
beberme mi agua.
—¿Qué te ha dicho? —se interesa.
—Eh... Nada...
—¿Seguro?
Me lo pienso antes de hablar...
—¿Iba a venir disfrazada junto a Rubén?
—¡No, por supuesto que no! —Lara se ríe, un poco nerviosa—. O sea,
ella se lo propuso, pero mi hermano jamás le hizo ningún caso.
—Ah...
—Rubén no te ha mencionado a Esther, ¿verdad?
—No. Solo sé que es la hermana de Aitor.
—También mi mejor amiga. Nos conocemos desde pequeñas... —
parece dudar—. Oye, no tienes de qué preocuparte. Tal vez no debería decir
esto, pero, cuando mamá estuvo enferma, Rubén lo pasó fatal, y además,
para él, volver a Madrid, a casa, fue un palo bastante grande... Ya te habrás
dado cuenta de que no es su lugar favorito del mundo precisamente... Pero
el caso es que Esther y él se liaron.
—¿Esa chica es su ex?
—Sí y no. Creo que Esther nunca llegó a tener la categoría de novia,
sinceramente...
—Pero estuvieron juntos.
—Sí, pero fue hace casi dos años y él no ha vuelto a querer
absolutamente nada con ella, es más, la rehúye siempre que puede. Así que
no la tomes muy en serio si te dice algo raro. Creo que todavía no lo ha
superado...
—Ya... —La verdad es que no sé qué decir.
—Contigo mi hermano es casi otra persona. Me refiero a que jamás lo
había visto tan feliz... Te lo agradezco.
—¿Qué hacéis aquí las dos? —nos interrumpe Rubén.
—Ponernos al día —digo yo, que todavía tengo que procesar toda la
información que me ha dicho su hermana, aunque no creo que sea algo que
comparta con él.
—¿Nos vamos, Sailor Marte?
—Vale, Indiana Jones —le sonrío.
—¿Por qué no la traes a comer el domingo a casa de papá y mamá?
Regresarán mañana a por Calcetines y puedo sacar el tema.
—Nina, ¿te apetece? ¿Estás disponible?
—Claro. —Amplío mi sonrisa.
—¡Estoy deseando verte el domingo entonces! —Lara se lanza a
darme dos besos y después me abraza, mientras Rubén nos observa,
contento de que nos llevemos bien, estoy segura.
No tardamos en despedirnos de todos, excepto de otra chica de la fiesta
y de Catwoman, ya que al parecer la primera estaba sujetándole el pelo en
el inodoro a la segunda, algo que no me dio ninguna pena, no voy a
mentir...

Ya en el edificio de Rubén, en el ascensor, no podemos estarnos quietos,


pero en cuanto traspasamos la puerta de su casa nos comemos a besos y me
lanzo sobre él, que me atrapa agarrándome por los muslos, justo antes de
darle una patada a la puerta de la entrada para que se cierre.
—¿Cómo puedes estar tan tremendísimo?
—Te aseguro que el pensamiento es mutuo. Desde que te he visto
aparecer así vestida, he tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para
contenerme y no hacértelo en alguna habitación de la casa de mi hermana.
—¡Quítate la maldita chaqueta! —le pido, tirando de su cazadora de
cuero.
Avanza hasta el sofá y me deja con delicadeza allí mientras se zafa de
la prenda y al mismo tiempo intenta quitarse las botas.
—¡No! —exclamo, parándole—. Déjate las botas.
—¿Qué?
—Sí..., las botas y la cuerda. —Me muerdo el labio inferior y le miro
mientras me imagino las cientos de cosas que quiero hacer con él esta
noche.
—No sé qué planeas, pero, sea lo que sea, me apunto.
—Pues vas a tener que dedicarme muchas horas...
—Las que haga falta.
Y antes de que nos demos cuenta, ni siquiera hemos llegado a subir las
escaleras y estamos los dos tirados sobre la alfombra que hay entre el sofá y
la mesita del salón. Somos un baile de caricias y movimientos, hasta que
entonces siento cómo él me abre las piernas y baja hasta el final de mi
faldita roja, acercando su cabeza mucho al centro de mi placer.
—¿Llevas bragas de Hello Kitty? —pregunta, colorado como un
tomate.
—Deja de mirar. —Agarro la tela de la falda y la estiro hacia abajo,
cerrando las piernas de golpe.
—¿Qué pasa? Solo me ha pillado por sorpresa. —Estalla en carcajadas
—. Pero en realidad... ¡me encantan!
—¿Puedes dejar de reírte, por favor? Y olvida lo que has visto.
—Jamás podré olvidar lo que tienes ahí abajo, cariño, y estoy
deseando saborearlo.
Rubén me retira la ropa interior con cuidado, acariciando mis piernas y
besando la cara interna de mis rodillas. Cuando ya me ha liberado de Hello
Kitty, me mira, divertido, pero al mismo tiempo con las pupilas dilatadas
por el deseo.
—Eres realmente bonita, Nina. Ya no puedo imaginar un mundo en el
que no estés tú.
Y no sé si son sus palabras, mis sentimientos, el momento, las ganas
que tengo de sentirle ahí abajo o un conjunto de todo, pero juro que casi
estallo en mil pedazos cuando planta sus labios en el punto exacto. Él
prosigue con certeros e irresistibles lametazos que, cuando comienza a
combinar con sus dedos explorando mi interior, me deja fuera de juego
mucho antes de lo que había imaginado.
—¿Vamos arriba?
—Desde luego que sí... —Acalorada y con la respiración agitada por
lo que acabo de experimentar, me incorporo y le miro—. Y dame la cuerda.
Es mi turno.
... y confieso que jamás imaginé que Sailor Marte e Indiana Jones
pudieran tener un encuentro como el que hemos tenido esta noche en su
casa.
52

Hoy es el día en el que comemos con la familia de Rubén. Estoy aliviada de


que Lara asista también, pues me siento más cómoda sabiendo que habrá
una cara conocida, y la verdad es que creo que podríamos construir una
buena amistad entre las dos. Aunque ahora me siento nerviosa pero deseosa
de que me presente a sus padres.
En realidad, no puedo quejarme porque todo va bien ahora mismo. En
la universidad estoy sacando unas notas estupendas e incluso he hecho un
grupo de amigas. En el restaurante, mamá ya no me hace acudir con tanta
frecuencia porque sabe que necesito tiempo para estudiar, y con Rubén todo
es una maravilla. Si miro hacia atrás, creo que nunca había estado tan bien.
Todo es perfecto.
—Ya verás, les vas a encantar. Mi madre te adorará.
—Con caerle bien me es suficiente —digo mientras avanzamos hacia
la puerta principal de una enorme casa de dos plantas con un jardín gigante
y una piscina incluida en el pack.
Agarro con un poco más de fuerza la caja de pastelitos que llevo entre
mis manos, poniéndome nerviosa a cada paso que doy. No esperaba
encontrarme con este entorno tan... grandioso. Y mucho menos si lo
comparamos con el apartamento alquilado de Rubén.
—No me avisaste de que tus padres vivían en una casa así... —le
susurro cuando presiona el timbre.
—¿Qué más da?
—¡Habéis llegado!
Una señora rubia nos da la bienvenida y nos mira primero a uno y
luego a otro con una sonrisa un tanto artificial, como de plástico. ¿Qué le
pasa a esta mujer en la cara? Aunque tras unos segundos me percato de que
en realidad no tiene arrugas en la frente ni en ninguna parte, por lo que
deduzco que está muy operada.
—Tú debes de ser la adorable jovencita llamada Nina. Yo soy Carmen,
la madre de Rubén.
—Encantada. Me llamo Nina Chou. —Estoy nerviosa, lo reconozco.
—Hola, mamá.
Rubén se agacha para darle un par de besos en las mejillas a su madre,
aunque sin contacto, y luego ella repite el gesto conmigo, poniendo
morritos y acercando su rostro al mío, pero sin pegarlo, manteniendo las
distancias. Vamos, un saludo pijo, o eso supongo.
Nos quitamos los abrigos, que dejamos en un armario que hay en la
entrada del luminoso hall. A medida que avanzamos, me percato de que
prácticamente todo es blanco. A la señora de la casa debe gustarle mucho
ese color. Alguien carraspea a nuestro lado y, al girarnos, un señor muy
elegante se dirige a mí.
—Bienvenida. Es un placer conocerte, Nina.
Saludo también al padre de Rubén mientras accedemos a otra sala en
donde por fin veo caras conocidas: Lara y Aitor me saludan al otro lado. Es
entonces cuando un adorable montoncito de pelo con un coletero en la
cabeza se lanza a darme la bienvenida, moviendo el rabo a toda velocidad.
—¡Oh! ¡Hola, Calcetines! Yo también te he echado de menos —digo
al verlo.
—¿Sabes su nombre? —comenta su madre.
—A Nina le gustan las mascotas y se conocieron en la fiesta de
disfraces —explica Rubén.
—Está claro que entre chinos os lleváis bien —responde la señora.
—¿Cómo? —pregunto, tratando de sonreír, sin entender.
—El perro y tú, es un shih tzu.
—¡Oh! ¿Lo trajeron de China? —pregunto emocionada.
—Perdona, creo que a lo que se refiere mi madre es a que el perro es
de una raza china —interviene Lara.
—¡Ah, vale! Sí, perdón, no había entendido bien. Lo siento...
—Pero si estos perros son del Tíbet, ¿no? —comenta Rubén entonces.
—Y ya salió el listillo —le dice su hermana.
—¿Y también es de los perros que se comen en tu país? —pregunta
Aitor con una sonrisa canalla.
—Tío, oye, no... —comienza a decir Rubén, pero entonces la madre
emite un grito de espanto y coge a Calcetines entre sus brazos.
—¿Cómo que si es de los perros que se comen? ¿Qué ha querido decir
con eso?
—Yo... no... Yo no como perro. —Es lo único que se me ocurre decir,
y no sé por qué, pero en ese momento tengo ganas de salir corriendo. O
cargarme a ese imbécil...
No encajo en este entorno y, definitivamente, odio a Aitor y su enorme
y malévola bocaza. ¿O acaso se cree gracioso diciendo esas cosas? No sé si
lo hace a posta o es que es bobo, pero así no me pone más fácil el sentirme
cómoda y causar una buena impresión.
El amigo comienza a reír a carcajada limpia mientras el padre suspira,
como si estuviera cansado. Sospecho que no le cae muy bien su futuro
yerno. Al mismo tiempo, Lara y Rubén le lanzan miradas de reproche por el
comentario tan desafortunado mientras mi novio me aprieta cariñosamente
el brazo y hace que me acerque a él, depositando un tierno beso sobre mi
pelo con el que consigue que me sienta algo más segura en esta situación.
—Nina os ha traído un postre típico de su país —comenta Rubén,
feliz.
—¿Sí? —dice su madre, arrugando un poco la nariz.
—Sí, he traído pasteles de luna. —Hago un ademán con la cajita que
sostengo todavía, deseando poder dejarla en alguna parte.
—¡Pero qué nombre más bonito! ¿De qué son?
—Hay varios —digo mientras abro con cuidado el paquete para que
vea el contenido—. De yema de huevo, de chocolate y de pasta de semilla
de loto.
—¡Caray! Semilla de loto... suena muy... exótico.
—¡Gracias!
Sonrío y me intento convencer de que por fin vamos por el buen
camino.
—¿Pasamos a la mesa? He contratado un servicio de catering para la
ocasión. El menú de hoy es maravilloso e irá a la perfección con un Château
Margaux del noventa y siete, que guardábamos para un momento como
este.
—¿Comida francesa? —pregunta Rubén, sorprendido.
—La idea fue de nuestra niña —responde su madre.
—¿De Lara? —pregunto yo.
—No, de Esther —contesta su madre—. Tomamos café ayer y me trajo
unos quesos maravillosos de su último viaje a París. Creo que regresó para
la fiesta, si no, ella hubiera estado todo el fin de semana allí. ¿Has estado
alguna vez, Nina?
—Pues la verdad es que no, aunque me encantaría.
La señora me dedica una sonrisa y avanza hasta la cocina, momento
que aprovecho para acercarme más a mi novio y preguntarle en voz muy
baja.
—¿Esther es Catwoman?
—Sí.
—Ah, no sabía que tu madre y ella eran amigas. —Lo noto ponerse
incómodo. Lo tranquilizo—: Lara me contó la historia..., pero no me
importa. Todos tenemos un pasado...
—¿Que Lara te lo contó? —se horroriza—. Joder, lo siento... ¿Por qué
siento que la estoy cagando?
—No te preocupes... —intento sonreír para calmarlo—. Por cierto...
¿Qué es un Château Margaux? Suena a restaurante.
—Es un vino.
Le sonrío, aunque en mi cabeza no me inspira mucha confianza saber
que su madre se lleve bien con su exnovia.
Justo llegamos al comedor, en donde un olor a pies me golpea las fosas
nasales. Proviene del centro de la mesa, en donde hay una tabla de madera
con varios quesos expuestos, a cada cual con peor pinta. Me fijo en uno
concreto, de un color como beige y con un montón de moho verde en sus
agujeritos. Instintivamente arrugo la nariz y casi me viene una arcada al ver
aquello.
Un camarero espera junto a la mesa y se oyen ruidos provenientes de
la cocina, por lo que entiendo que, con «servicio de catering», la madre de
Rubén se refería a que había contratado personal, y no que había comprado
la comida, como yo entendí al principio. Me siento un poco incómoda,
sobre todo teniendo en cuenta que en mi casa la cosa fue tan informal...
—¿Eso es lo que vamos a comer? —susurro a Rubén.
—Eh... Seguro que hay algún queso normal por ahí... El de bola te
gusta, ¿verdad?
—Sí, ese sí. Y también los de la pizza. Pero esos huelen muy mal y
tienen una pinta horrible —susurro.
—Pues son una delicatessen, querida. No voy a sacar queso de bola,
entre otras cosas porque ni siquiera tenemos algo así. —La voz de su madre
a mis espaldas me hace dar un salto.
—Les daré una oportunidad. Seguro que están deliciosos. —Trato de
sonreír y no centrarme en el hecho de que ella ha escuchado mi comentario.
—Con el vino te sorprenderá.
Sonrío, porque no se me ocurre qué otra cosa hacer.
Una vez en la mesa me fijo en la cantidad de tenedores que rodean la
montaña de platos que tengo delante de mí, e incluso en una especie de
rizador de pestañas que no había visto en mi vida. ¿Voy a tener que usar
todo eso para comer?
Todos prueban los quesos a mi alrededor, y casi puedo dar gracias de
que la boda de Lara sea el argumento principal en la mesa. Yo finjo comer,
cuando en realidad solo cojo pan, deseando que salga el segundo plato, que
ojalá sea pato. A los franceses les gusta, ¿no? Yo adoro el pato... Y me
pierdo en esos pensamientos hasta que anuncian el siguiente plato: sopa de
cebolla.
—Mi favorita. —El padre parece entusiasmado cuando le ponen
delante un bol humeante con queso fundido por encima y un par de
rebanadas de pan.
Y entonces, aunque no lo digo en voz alta, me pregunto qué demonios
les pasa a las madres con poner comidas de otros países cuando se invita a
las parejas a comer. ¿Quieren sorprender a sus comensales o solo nos ha
ocurrido a nosotros dos?
Me quedo mirando los cubiertos en silencio hasta que una voz capta
mi atención.
—Esta, querida. —La madre de Rubén me muestra la cuchara que ella
está usando—. Pensaba que al ser camarera estarías formada en estas cosas.
Lamento la situación... Otro día puedo explicarte cómo funciona, por
supuesto. Cualquier duda, solo tienes que decírmelo.
—Gracias —le digo, confusa.
—Mamá, el restaurante de los padres de Nina es de comida china, así
que no hay tanta formalidad, y en Asia se usan los palillos —explica Lara.
—Ah, sí... Es verdad, que en esos países todavía se come con palos. —
La mujer suelta la perlita y fuerza una sonrisa, mirándome directamente a
mí—. Tú tranquila, que ya verás que esto de los cubiertos es muy sencillo.
—Tendríais que probar el arroz tres delicias que hace Nina —añade
Lara.
—Se ha convertido en uno de mis platos preferidos —admite Rubén
—. El otro día también hizo udon con verduras, que son como espaguetis
muy gordos. Les pusimos también tofu y estaban increíbles. ¡Ah! Y los
dumplings... Son los favoritos de Nina, y tenéis que probarlos porque no
sabéis lo que os estáis perdiendo...
—La verdad es que la gastronomía china me ha parecido siempre muy
curiosa, pero a Carmen no le llama mucho la atención... —explica el padre
de Rubén, iniciando así una conversación sobre sabores del mundo.
—¡Aquí llega el plato estrella! —La madre de Rubén anuncia el
segundo plato mientras yo me repito una y otra vez: que sea pato, que sea
pato...
—Escargots!
—Joder, mamá... —Rubén no se contiene—. ¿No podías elegir algo
más normal?
—¿Qué es? —pregunto yo, inocente de mí, pero la respuesta me llega
al instante siguiente, cuando el camarero me pone delante un plato con seis
asquerosos y gigantescos caracoles flotando en una salsa verde.
Ante aquella imagen, agarro la copa de vino y me la bebo de un trago,
sorprendiendo a todos con mi actitud.
—Es curioso que asocies el comer cosas raras a los chinos, Carmen,
cuando a ti te encanta la comida francesa y eso solo refleja que en
Occidente también comen bichos extraños. ¿O acaso es normal para otras
personas comer caracoles y ancas de rana?
Me quedo patidifusa ante la intervención de Aitor y estoy a punto de
aplaudirlo. Miro a Rubén, que le sonríe. Por fin ese tipo ha dicho algo con
sentido.
—Oh, por favor, Aitor, cállate... —le dice la madre, fulminándolo con
la mirada.
Agarro un tenedor y un cuchillo, e inspecciono esas cosas, dispuesta a
darles una oportunidad, pero, de nuevo, la señora carraspea, mostrándome
el rizador de pestañas que tanto me sorprendió encontrar al principio de la
comida entre mis cubiertos, pero no pensé que fuera para usarlo ahora.
Me siento totalmente desubicada y avergonzada, así que coloco el
cuchillo y el tenedor a un lado y me quedo quieta.
Esto no está yendo cómo yo esperaba.
—No pienso comerme esto. —Rubén se levanta, cogiendo su plato y el
mío para dirigirse al camarero—. Disculpe, pero ¿nos puede traer una
ensalada, por favor?
—¡Que sean tres! —dice Lara, uniéndose a nosotros.
Y dicho esto, el camarero desaparece, mientras yo alcanzo mi copa de
vino, solo que en esta ocasión ya está vacía.
—¿El aseo, por favor? —pregunto entonces.

Tras la desastrosa comida, por fin llegan los postres.


—Rubén me avisó de que prefieres tomar té en lugar de café, así que
hemos traído una selección de infusiones que espero sean de tu agrado.
—Muchísimas gracias, pero no debía molestarse... Gracias —le digo,
sorprendida por un detalle como ese.
—Podemos sacar ya las crème brûlée —pide a los camareros.
—¡Y los pasteles de luna! —añade Lara, emocionada—. Necesito
probar el de chocolate.
—Yo soy fan de la yema de huevo, así que estoy seguro de que no me
decepcionará —añade el padre.
Sonrío, encantada por escucharles.
—Cariño... —la madre de Rubén capta la atención de su hijo—.
¿Sabemos ya algo del MIT?
—Eh... ¿Tenemos que hablar de eso ahora?
De pronto lo noto incómodo.
—El otro día dijiste que sabías de personas a las que habían dicho que
no, así que será algo bueno que no te hayan llamado de momento —añade
Lara.
No estoy segura de entender bien a qué se refieren... O tal vez no
quiera entenderles, porque Rubén me hubiera contado algo así, ¿no?
—Nina. —Su madre capta mi atención—. ¿Qué harías tú si a Rubén
finalmente le dan el puesto de profesor en el MIT?
—Eh...
—Hice las entrevistas justo antes de conocernos, por lo que aún no lo
habíamos hablado.
—Ay, Dios, ¿no se lo habías contado? —Lara parece espantada.
—No —admite él.
—Eso no se hace, cariño —le regaña su madre.
—Bueno... —Rubén no sabe qué decir.
—Pues ahora tienes mucho en lo que pensar, ¿verdad, Nina? —me
dice su madre.

La experiencia en casa de sus padres no sale tan bien como ambos


esperábamos... En el coche, ni siquiera hay música.
—Llévame a mi casa —le pido.
Rubén no responde, pero sé que mentalmente ha puesto rumbo a donde
le he pedido.
Estoy conteniéndome las ganas por preguntarle sobre el tema, pero no
me parece adecuado hacerlo mientras conduce, así que espero a que pare
delante de mi portal.
—¿Por qué no me lo habías contado? —suelto entonces, observándole
apretar con más fuerza el volante.
—Es algo que me surgió justo antes de conocernos —suspira—. En
ese momento era lo que quería. Un antiguo profesor me lo comentó y me
animó a presentarme para el puesto, y bueno... El proceso se alargó y no te
dije nada porque me pareció innecesario hablarte de algo que está en el aire.
No quería preocuparte por algo que era improbable...
—¿Era improbable...? Sabes más de lo que les has contado a todos,
¿verdad? —Rubén no responde—. ¿No se te ocurrió que tal vez deberías
haberme informado sobre algo así?
—Nina...
—No me vengas con Nina...
—Me lo confirmaron el viernes por la tarde.
—O sea que te lo han dado...
—Sí, pero tengo que darles una respuesta la semana que viene. —Hace
una pausa—. Intenté sacar el tema durante la fiesta, pero tú no querías
hablar de Boston.
—¿Que yo no quería hablar de Boston? ¿Vas a ponerme esa mierda de
excusa? ¿Estás comparándome el trabajo de tu vida en el MIT con la
posibilidad de que yo vaya a estudiar a la Universidad de Boston?
—Pues sí, Nina, porque están en la misma puta ciudad y porque
tenemos una relación.
—Para tu información, las relaciones se basan en la confianza del uno
con el otro.
—Pues tú tampoco me dijiste que la profesora Lewis te había hablado
en serio de la opción de proponerte para la beca de su departamento.
—¡Deja de poner como excusa lo mío! —grito, porque no puedo
evitarlo—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Seamos realistas, las probabilidades eran bajas.
—O tal vez tú te subestimas.
—No tiene sentido que discutamos. Ambos podríamos trasladarnos a
Boston y ser felices allí.
—Debiste decírmelo —insisto.
—Bueno... Ya te lo he dicho. Te he explicado cuándo fue, cómo ha
sido y que todavía no he dado una respuesta.
—No entiendo por qué no les has confirmado nada.
—Porque es algo que quería hablar antes contigo, joder, pero no pensé
que terminaríamos haciendo una discusión de todo esto.
Me quedo mirando mi mano sobre los vaqueros. No la muevo, no soy
capaz de hacer ni decir nada, aunque puedo percibir cómo me tiembla el
labio inferior.
—Tienes que aceptar —digo con un hilo de voz y sin mirarle.
Después, agarro mi bolso, y abro la puerta del coche para salir de allí a
toda prisa.
No puedo creer que Rubén me ocultase algo como esto...

A veces parece que todo va sobre ruedas y, de repente, empiezas a


notar cómo las cosas se complican. O tal vez es parte de tu inexperiencia
en ese terreno... Sea como sea, es como cuando mamá me pide que haga
wonton frito para comer en casa.
Odio con toda mi alma hacer wonton y, además, ella siempre quiere
que la pasta se haga casera, aunque reconozco que cuando me ha
encargado hacerlos, casi siempre he hecho trampas y he comprado la masa
ya preparada...
¿Soy por ello una mala persona?
En el fondo, sospecho que mamá conoce mi secreto, pero que no me lo
dice... En cualquier caso, yo nunca se lo he confesado, aunque luego me
arrepiento y me siento un poquito culpable por ello.
Esta receta lleva su tiempo y está bastante buena, pero a mí
personalmente me gusta solo. Cuando alguien lo moja en salsa agridulce o
de soja me resulta asqueroso... ¿Por qué complicarlo añadiendo salsa? Me
gusta lo simple, gracias, pero hay demasiadas personas que se empeñan en
comérselos así porque alguien en su momento dijo que era como se hacía.
¿Acaso soy yo la rara? Lo he intentado también con salsa de ostras, pero
no hay manera... Yo el wonton me lo como a mi manera, y punto. No sé si
es mejor o peor, solo sé que me gusta así.
Paco opina como yo, aunque él siempre los mojaba en salsa porque
era lo que se dictaminaba, hasta que decidió que nadie tenía que decirle
cómo tomar el puñetero wonton.
Es un poco como la vida misma... Al final, vamos a contracorriente.
Pero ser diferente y trazar tu propio camino no debería ser malo, ¿no?

Wonton frito con salsa agridulce para acompañar

Ingredientes:

• Pasta para wonton. Comprad las láminas ya hechas... Esto os facilitará el trabajo.
• Carne picada (a mí me gusta la de cerdo).
• Salsa de soja.
• Una pizca de sal.
• Añadir cebolla al gusto.
• Salsa agridulce (para acompañar si así lo queréis, una vez estén listos).

Preparación:
En un bol mezclamos la carne con un chorrito de salsa de soja, la cebolla bien picada
y una pizca de sal.
Cuando lo tengamos bien mezclado, lo cocinamos en la sartén con un poco de aceite.
Una vez que se enfríe, usaremos una cuchara para medir la cantidad ideal de carne y
proceder a rellenar las láminas para wonton, que cerraremos dándoles forma triangular.
Si queréis ser creativos, siempre podéis experimentar otros diseños. Una vez listos,
preparamos una sartén con abundante aceite y, cuando coja la temperatura necesaria,
freímos los triángulos hasta que se doren.
Los servimos en un plato o en una bandeja y ponemos la salsa agridulce o la de soja en
un recipiente pequeñito para que todos puedan disfrutar al gusto.
53

Cuando llego a casa, oigo el ruido de la televisión en el salón, lo cual me


sobresalta, ya que se supone que papá y mamá están en el restaurante.
—¿Hola?
—Soy yo, Nina. —La voz de Fang me tranquiliza, así que me cambio
el calzado en la entrada y después voy a verla.
—¿Qué haces aquí?
Se encoge de hombros. Mi hermana está delante de una copa de vino,
junto a una botella que anda ya por la mitad y está viendo un k-drama.
—¿Estás bebiendo? —pregunto sorprendida.
—Sí... De nuevo me encuentro con otro mes en el que no tengo de qué
preocuparme y puedo comer y beber lo que quiera...
—Oh, Fang... —Voy a abrazarla.
—Estoy bien... Este mes ni siquiera probé a hacerme un test de
embarazo. No fue necesario... Solo necesitaba despejarme un poco y
dedicarme un ratito para mí. He dejado a la niña con Jin —suspira—. ¿Te
quedas conmigo?
—Por supuesto. ¿Puedo? —señalo el vino.
—Claro.
Doy un trago directamente de la botella.
—¿Has pensado en algún tratamiento o algo...? —le digo.
—Jin prefiere que esperemos antes de valorar otras opciones. Dice que
nos tomemos todo esto con calma... Realmente es lo mismo que cuando
hablamos la última vez.
—Tal vez lo que dice Jin no sea tan mala idea...
Ella se encoge de hombros.
—¿A ti que te pasa? ¿No conocías hoy a los padres de Rubén?
—Sí...
—Cuéntamelo, anda.
—¿Seguro...? No quiero aburrirte con mis problemas.
—Me distraerás, venga, además soy la mayor y puedo darte consejos
de vieja sabia.
Fang me hace reír con su comentario, así que hago un resumen de
cómo ha sido la comida y de la oferta de trabajo de Rubén. Mi hermana me
escucha atentamente, dando algún que otro sorbo a su copa, mientras yo me
desahogo.
—Mira, Nina, la suegra siempre va a ser eso, la suegra. Yo tampoco es
que me lleve genial con la madre de Jin, simplemente mantenemos una
relación cordial, y punto. Pero a ti eso que te dé igual, porque con quien
realmente estás es con su hijo. —Bebe—. Y sobre lo de la oferta de trabajo,
chica, ¡es genial! ¿Qué más da si te lo dijo o no? El chico no contaba con
ello, pero ha resultado ser lo suficientemente bueno para conseguirlo
coincidiendo con que a ti te ha surgido la oportunidad de estudiar en la
misma ciudad... ¿Qué hay de malo en todo eso?
—No confió en mí.
—O no te lo mencionó para no preocuparte ni gafarlo.
—¿Estás de su lado? —Me cruzo de brazos, indignada.
—¡No! Solo digo que la vida os lo está poniendo en bandeja. Que a ti
te están ofreciendo la posibilidad de estudiar lo que siempre has deseado en
una superuniversidad, ¡¿y te lo estás pensando?!
—Es que... Tal vez al estar empezando no me lo tomé tan en serio y,
aparte, no quiero estar lejos de vosotros, ni de Rubén...
—Pero resulta que estarías con tu novio. ¡Podríais incluso vivir juntos!
De verdad, Nina... No te entiendo...
—No me lo contó...
—¿Sigues con eso? Me gustaría saber la versión de los hechos de
Rubén.
Mi teléfono suena, y veo que es un mensaje de mi amiga Sara.
—¿Te apetece salir de compras para despejarnos? —le pregunto a mi
hermana.
—¿Ahora? ¿Quién te escribe?
—Sara... Necesita encontrar un modelito porque tiene una cita con el
coreano de la librería.
—Al final lo ha conseguido... —Fang sonríe—. Me alegro por ella. Me
cae bien el chico y no es como los idiotas con los que suele quedar.
—Además, él es conejo, así que son compatibles. —Ambas nos reímos
—. Y también se aseguró con el tipo de sangre.
—Lo que más me sorprende es que Sara siempre ha querido estar con
un chico mayor, y Seung-hyun es un año menor que ella.
—Ya verás cuando se entere su señora madre... Vamos a oír los gritos
desde nuestras casas.
—Dile que nos vemos en diez minutos... — Fang se levanta—. Me
apetece ropa nueva para esta primavera.
—Yo tal vez busque unos zapatos nuevos...
Me animo un poco después de hablar con Fang y, desde luego, ¿qué
mejor plan para distraerme que una tarde de compras con mi mejor amiga y
la buena de mi hermana? Otra de las cosas que no podría hacer si me
marcho a Boston...
54

La semana ha empezado rara y, de momento, hoy he estado evitando la


mirada de Rubén en la clase de matemáticas. Sé que tenemos que hablar,
pero antes quería poner mis pensamientos en orden, y ya mañana retomar el
asunto. De momento, como no me concentro en casa ni tampoco en la
biblioteca, he venido esta noche a ayudar en el restaurante.
Hoy el local no está muy concurrido, pero, aun así, hay movimiento y,
cargada de platos, me dirijo a una nueva mesa mientras oigo a mi madre dar
la bienvenida a un nuevo cliente.
—Nĭ hăo. Hola. ¿Tenía reserva?
—Vengo a ver a Nina. —Al oír aquello y reconocer esa voz, casi se me
cae el último plato que me queda por colocar delante de un cliente.
Desvío la mirada y reconozco a la madre de Rubén, elegante y estirada
mientras mira a su alrededor con autosuficiencia. Rápidamente me dirijo
hasta allí y me pongo al lado de mamá.
—Buenos días, Carmen —saludo de forma educada, sin atreverme a
acercarme mucho a ella y dudando si debería darle un par de besos en las
mejillas como el otro día.
—¿Quién es, Nina? —me pregunta mamá en chino.
—La madre de Rubén. —Después me dirijo a esta y sonrío—: Le
presento a mi madre.
Mamá hace una pequeña inclinación de cabeza y la recién llegada le
ofrece la mano.
—Un placer.
—Igualmente. Tiene usted un hijo maravilloso, debe de estar
realmente orgullosa.
—Pues sí, lo estoy, y puedo decir de Nina que es una joven muy
interesante.
—Gracias —responde mamá—. ¿Y en qué podemos ayudarla?
—Me gustaría hablar con su hija, en privado —añade.
La situación es muy extraña y mi mente comienza a estudiar a toda
velocidad si será buena idea sentarnos ambas en una mesa o si por el
contrario quiere que nos encerremos en algún sitio para charlar sin que nos
oigan, pero ¿dónde? La respuesta llega antes de que yo sea capaz de
articular palabra alguna.
—¿Podemos tomar un té, Nina? Seré breve.
—Por supuesto.
Mamá está realmente confundida y me observa mientras yo me
apresuro a sentarme con la madre de Rubén.
Ambas nos mantenemos en un silencio incómodo hasta que mamá nos
trae el té. Carmen observa su taza vacía y después mira la tetera, y entonces
me sonríe, incómoda. La veo coger la servilleta de su lado de la mesa y
limpiar la taza antes de servirse el té.
—¿Por qué necesita hablar conmigo? —decido preguntarle.
—Estoy preocupada por Rubén —me dice—. Ayer, después de que os
marchaseis, nos dijo que le habían ofrecido el puesto por el que tanto ha
trabajado, pero que, de momento, no había dado una respuesta.
—¿Todavía no ha dicho nada...? Pero tiene que aceptar...
—Veo que tú y yo pensamos lo mismo. —Remueve el té, pero no lo
prueba.
—Hablaré con él.
—Mira, Nina, no me caes mal y no voy a decir que seas una mala
chica. —Carmen suspira—. Creo que eres inteligente y por eso me
entenderás... Cada uno debe saber permanecer en el lugar que le
corresponde y me temo que mi hijo y tú estáis en posiciones diferentes. No
sé si me explico.
—¿A qué se refiere? —pregunto con un hilo de voz.
—Rubén ha luchado mucho por llegar a un puesto como el que le
espera en Estados Unidos. Él no es feliz en ese despachito que le han puesto
aquí en Madrid y no puedo ver cómo mi hijo, que tiene talento para lograr
lo que desee, se consume en el sitio equivocado por mantener una relación
que podría costarle su carrera entera.
—Si es porque yo soy su alumna, le aseguro que nadie lo sabrá y no es
mi intención perjudicarle.
—¿Eres consciente de que podrían despedirle?
—Hemos sido discretos y yo nunca le perjudicaría. Jamás lo contaría
—insisto—. Además, el curso terminará dentro de poco y puedo optar a una
beca en la Universidad de Boston... De verdad, nadie tiene por qué
descubrirlo...
—Nina, eres lista, pero también joven e inexperta, y por eso no lo
entiendes... Si alguien se entera de lo vuestro podría costarle su carrera
entera, porque ¿quién contrataría a un profesor que ha mantenido
anteriormente una relación amorosa con una alumna? ¡Sería un escándalo!
Le arruinarías la vida, ¿no lo ves?
—Pero...
—No digo que tú vayas a contarlo, por favor, no me malinterpretes,
porque sé que no lo harías, pero imagina que en los dos meses que os
quedan de curso, alguien os ve un día, por la calle, en el coche o en un
restaurante... ¡Hay cientos de sitios en los que podéis quedar expuestos! Y
ni esta ciudad ni ninguna otra es tan grande como para que podáis
esconderos... Ese día llegará, ¿lo entiendes? Ha sido cuestión de suerte que
no os hayan pillado todavía, y lo que tiene ahora es demasiado importante
como para arriesgarlo de esta forma.
No respondo. No sé qué responder porque no lo había visto nunca
llegando a los puntos que su madre me está exponiendo.
—Apenas estaba comenzando el instituto, Rubén tenía trece años y ya
había descubierto el MIT. Soñaba tanto con ello que hasta organizamos un
viaje cuando cumplió los dieciséis años para que pudiera visitar la ciudad y
el centro en el que soñaba estudiar. Se preparó toda su vida para esto... ¿Lo
sabías?
Niego con la cabeza.
—Sé que le quieres, Nina. —Pone una mano sobre la mía—. Pero a
veces, eso no es suficiente.
—Yo solo deseo que sea feliz —susurro, conteniendo un sollozo.
—Lo sé, y por complicado que sea, en algunas ocasiones, para que las
personas a las que amamos sean felices, debemos dejarlas marchar.
—Pero...
—Es lo mejor para los dos —parece zanjar el asunto—. Así, él
aceptará sin más dilación y tú no pondrás su futuro en peligro ni nos
avergonzarás. —Soy incapaz de decir nada, porque siento que, si digo algo,
lloraré—. Sé que ahora estás afectada, pero ¿me prometes que lo pensarás?
—No hago ningún movimiento y guardo silencio, por lo que ella parece
desesperarse—. Nina, si así no lo entiendes, comprende que mi hijo y tú
pertenecéis a entornos diferentes, él está a otro nivel... No sé si me
explico... Nuestra familia es importante, la tuya también, pero en otro
sentido.
—¿Insinúa que no soy suficiente para él?
—Tú lo has dicho, no yo.
—Confucio dijo que donde hay educación no hay distancia de clases, y
usted demuestra que, a pesar de guardar las apariencias y ser políticamente
correcta, en realidad es una maleducada y una ignorante a la que no le
importa esa felicidad que reclama para su hijo, sino el qué dirán, y eso me
parece muy triste.
—¿Quién te has creído que eres?
—En la comida tuve que soportar ciertos comentarios por su parte que
resultaron hirientes y estuvieron fuera de lugar. Puede que los demás no los
apreciaran, pero ambas sabemos que tengo razón.
—No sé de qué me estás hablando y, por supuesto, no permitiré que te
dirijas a mí así. —Se levanta—. Espero que al menos actúes ante este tema
como debes hacerlo. Es lo único que te pido.
Yo también me levanto, justo cuando mamá se acerca.
—Que pase buena noche, señora —le digo, desafiándola con la
mirada.
—¿Ya se va? —pregunta mi madre a Carmen.
—Sí, me temo que ya he hablado con su hija todo lo que teníamos que
aclarar. —Se ajusta la chaqueta—. Piénsalo bien, Nina.
—La acompaño a la puerta.
—No. —Le hace un gesto con la mano, manteniendo las distancias—.
No hace falta. Adiós.
Carmen se va, desfilando por el pasillo que conduce a la puerta
principal con esos aires de grandeza que siempre la acompañan,
manteniendo la cabeza bien alta, y entonces yo me planteo si en parte no
tendrá razón... Lo último que quiero es destrozarle la vida a la persona a la
que quiero.
—¿Estás bien, cariño? —me pregunta mi madre.
—Oh, mamá... —Y entonces lloro.
—Nina... —Mi madre me abraza y me aleja de allí para que podamos
hablar.
55

Corro mirando el suelo, esquivando los charcos que se han formado por la
lluvia de antes y también saltando por encima de alguna que otra rama que
se ha desprendido de los árboles que bordean las aceras. La luz anaranjada
de las farolas crea figuras ovaladas que se oscurecen con la sombra que
causo mientras avanzo al ritmo de Pursuit of Happiness, de Steve Aoki. Me
gusta esta música para correr, pero lamentablemente hoy mis pensamientos
suenan mucho más altos, así que subo el volumen desde el Apple Watch e
incremento el ritmo hasta que decido poner rumbo a casa. Llego agotado y
completamente sudado; cada vez que parpadeo, creo ver a Nina en clase...
Lleva dos días sin asistir, y eso me preocupa.
Doy un largo suspiro, como si ese gesto fuera a llevarse todas las
preocupaciones, así que cuando salgo del ascensor, lo último que espero es
encontrarme a Nina, sentada en mi felpudo y con la cabeza entre las
rodillas. Me quedo quieto, observándola. Una parte de mí está muy
cabreada, pero la otra quiere abrazarla fuerte y no soltarla. Cuando me mira,
se me parte el corazón. Ha estado llorando mucho, y eso sí que no puedo
soportarlo. Yo quiero que ella sonría siempre. Me acerco y tardo un par de
segundos en hablar.
—¿Estás bien?
—Sí.
—¿Qué haces aquí? Es tarde...
—Tenemos que hablar...
Extiendo la mano para ayudarla a levantarse y cuando la tengo frente a
mí, acaricio su mejilla con el dorso de mi mano.
—Nina...
—¿Podemos entrar en tu casa, por favor? —Me aparta la mirada.
—Claro —respondo, confuso.
Pasamos, pero ella no va más allá de la entrada.
—¿Quieres tomar algo?
—No. —Parece dudar por segundos—. Deberíamos dejarlo, Rubén.
—¿Qué dices? —le pregunto, incrédulo—. Pero... ¿tan enfadada estás?
—No es eso, no lo entiendes...
—Por supuesto que no lo entiendo... Pensé que era una pataleta
porque, vale, reconozco que tal vez fui un capullo al no compartir contigo
lo de un posible trabajo fuera de Madrid, pero ahora que los dos sabemos
que podríamos irnos a Boston y seguir juntos, ¿me vienes con esto?
Suspira, como si así se armase de valor.
—No pienso defraudar a mis padres ni causarles más daño
marchándome tan lejos —suelta con un hilo de voz.
—¿Ir becada a una gran universidad es decepcionar a tus padres?
—No estamos hablando de lo mismo... Ni siquiera les conté que eres
mi profesor, y ahora me doy cuenta de que ellos son lo que me queda... No
puedo decepcionarles con esa mentira. No creo que sea eso lo que quieren
para mí.
—¿Me estás poniendo excusas? Porque es a lo que me suena todo esto,
así, tan de repente.
—No. Voy muy en serio.
Respiro hondo. No quiero ser duro con ella, pero si eso hace que abra
los ojos, sin duda estoy dispuesto a hacerlo, por lo que intento sonar lo más
serio posible.
—En ese caso, dime una cosa: ¿es mejor romper con tus propios
valores? ¿No puedes defraudar a tus padres, pero sí puedes engañarte ti
misma? A mí me frustra que tires todo el esfuerzo y todas tus ilusiones por
la borda. No estás tomando el camino acertado.
—No tienes ni idea de absolutamente nada. Tú a mí me has engañado
al no contarme que estabas buscando otro trabajo —me ataca de nuevo, con
lágrimas en los ojos.
—No, Nina. Eso es solo el pretexto que tienes para echarme a mí
también algo de mierda encima. No te lo dije porque no pensé que me lo
fueran a dar, porque es algo que hice antes de conocernos. La ecuación
había cambiado al estar tú incluida en mi vida.
—¿Y qué significa eso?
—Que yo no voy a tomar una decisión tan importante como esa sin
tenerte a ti en cuenta. Tenemos tiempo de pensar en opciones. Desde mi
punto de vista, somos un pack, ¿vale?
—Si renuncias a tus sueños por mí, el amor que sientes terminaría
corrompiéndose. Cuando mirases atrás y pensaras en lo que podías haber
logrado, pero no tienes, tú también te preguntarías cómo habría sido tu vida
si hubieras escogido de forma diferente.
—Mejor arrepentirme por hacerlo que por no haberlo hecho, por no
haber escogido disfrutar de la experiencia de estar contigo. Te diré una
cosa: vida solo hay una. No deberías vivirla según te vayan marcando los
demás. Es tu maldita vida y solo tú puedes decidir cómo recorrer ese
camino; de lo contrario, puede que te arrepientas para siempre, y cuando te
preguntes cómo habría sido si hubieras actuado de una forma o de otra,
pensarás en este momento, pero otros ya habrán escogido por ti y se lo
habrás permitido. Así nunca llegarás a alcanzar tu propia felicidad. —Hago
una pausa, miro al frente, antes de volver a dirigir la vista hacia ella e
insistir—: Nina, de verdad, tenemos alternativas.
—Es tarde. Porque yo he elegido ya.
—¿Escoges por los dos? Eso es egoísta. ¿No piensas en tu felicidad?
—Es lo más sencillo, aunque no pueda ser feliz.
—Solo tú eres responsable de tu felicidad. Ni tus padres, ni tu
hermana, ni siquiera yo. Solo tú puedes decidir si quieres tratar de alcanzar
esa felicidad. Tú eres la única responsable para lograrla. Lo que estás
eligiendo es lo más cobarde y, en ese caso, tú a mí también me habrás
decepcionado.
—¡Lo hago por ti! —me grita. Se recoloca el bolso, intentando no
llorar—. Rubén, no me voy a seguir yendo por las ramas. Quiero dejar bien
claro que lo que ha pasado entre nosotros no debió suceder y, siendo
sincera, debimos dejarlo todo en el momento en el que tú supiste que ibas a
ser mi profesor.
—Eso ya lo hablamos...
—Es demasiado arriesgado, no solo para ti, sino para ambos —añade
—. No quiero avergonzar a mi familia con un escándalo sexual. Sería
demasiado horrendo para todos.
—¿Qué escándalo? ¿De qué hablas? —No entiendo lo que me está
diciendo—. El curso terminará pronto, Nina, y nadie lo sabrá.
—No creo... —Le tiembla la voz—. No creo que yo termine el curso.
—Espero que sea una broma. Podrás romper conmigo, pero no tires
por la borda la universidad.
—Ahora mismo no sé lo que quiero, Rubén, pero lo que sí sé es que no
puedo mantener una relación tan seria. Te digo esto porque no quiero
perjudicarte y ese trabajo es algo importante para ti, así que acéptalo de una
vez, por favor. No me tengas en cuenta para algo así.
Agacha la cabeza, evitándome.
—Nina, mírame... —Pero es inútil, ella sigue mirando al suelo—.
¿Alguien ha hablado contigo?
—No.
—Esa respuesta no suena para nada convincente. Si alguien sabe lo
nuestro y te está chantajeando, tienes que decírmelo, por favor...
Intento abrazarla, temiendo haber dado en el clavo, pero ella me
rechaza.
—Necesito encontrarme a mí misma y saber lo que quiero en la vida,
porque desde luego no es esto y no es contigo. No me arrepiento de haberte
conocido, pero supongo que no era nuestro momento y tampoco nuestro
destino, lo siento.
Veo que pone la mano sobre el pomo de la puerta, lista para marcharse.
—Me niego a creer lo que sale de tu boca... Yo te quiero.
—Pero yo a ti no. —Me mira y, por primera vez, no sé descifrar lo que
dicen sus ojos—. Jamás debí decirte aquellas palabras, así que perdóname
por haberte hecho daño.
Sale, sin dar ni siquiera un portazo ni despedirse con un adiós... Nada.
Se va, dejando una vaga estela de su perfume, clavándome esa estocada
final...
¿De verdad ha sido esto el final de nuestra relación?
56

Todavía me parece desconcertante que mamá no haya querido venir a


despedirme al aeropuerto. Después de tantos años amenazándome con
mandarme junto a la tía Rushi Lin a China cada vez que me enfadaba con
ella, ahora es ella la que se enfada conmigo cuando decido irme de forma
voluntaria. Es una situación surrealista, casi tanto como que esté haciendo
esto, pero necesito poner tierra de por medio.
Cuando les conté a mis padres todo lo que había pasado, no daban
crédito y sé que se sintieron un poco decepcionados conmigo por no
haberles contado toda la verdad; es decir, que, aunque nos conocimos en
otras circunstancias, Rubén era mi profesor en la actualidad.
Tampoco se esperaban que la familia de Rubén fuera tan importante
como parecía ser, pero sí que le dieron relevancia a la posibilidad de que él
pudiera poner en riesgo todo su futuro profesional si lo nuestro salía a la
luz.
Cuando les dije que quería marcharme de Madrid una temporada, no
me tomaron en serio, pero después de verme durante una semana en el
estado en el que estaba, aceptaron mi idea.
Quien no me lo estaba poniendo nada fácil era Fang, que desde el
minuto uno en el que le dije que quería irme, se puso a llorar.
No había ido a clase las dos últimas semanas, y era Verónica quien me
pasaba los apuntes de la universidad por mail, aunque no entendía muy bien
el motivo de mi precipitada marcha. La profesora Lewis me escribía mails
diarios con las cosas que avanzaban en el grupo de estudio, e insistía en que
quería hablar conmigo, pero de momento no había vuelto a mencionar la
dichosa beca que en su momento hasta me hizo ilusión.
De Rubén recibí algún mensaje diciéndome que quería verme, pero
jamás le respondí. No era capaz de volver a mentirle... y mucho menos de
ver su cara creyéndoselo.
Después de haber facturado un par de maletas gigantes, regreso junto a
mi familia para despedirme. Fang está llorando desde que hemos llegado, y
me destroza verla así. Jin intenta consolarla de vez en cuando susurrando en
su oído, y ella asiente sin dejar de llorar. Su hija la mira sin entender qué
ocurre, y observa confusa a todo el mundo. Sara no dice nada, solo llora;
aunque se ha pasado los últimos días diciéndome que no vendría a
despedirse y que soy una mala amiga, aquí está, por supuesto, acompañada
de Seung-hyun.
—Te voy a echar de menos. —La abrazo.
—Te odio. Estás cometiendo un error, lo sabes. —Siento sus lágrimas
en mi mejilla.
—Y yo sé que no lo dices en serio.
Me está costando una barbaridad no ponerme a llorar yo también, tanto
que hace que el peso que parece colgar de mi garganta cada vez duela más.
—Os avisaré cuando llegué —digo cuando nos hemos separado.
—No me puedo creer que lo estés haciendo de verdad.
Fang aumenta el llanto después de hablar y se lleva el dorso de la
mano a la nariz, intentando contenerse sin éxito. Tiene los ojos tan
hinchados y rojos... Jamás la había visto así. Mi sobrina mira a su madre y
comienza también a llorar, sin comprender, hasta que mi padre la abraza
para calmarla mientras Jin trata de hacer lo mismo con su esposa.
—Estoy haciendo lo que debo. En serio, necesito alejarme de aquí una
temporada, ¿vale? —repito.
Lo único que puedo asegurar es que sigo teniendo la necesidad de irme
durante un tiempo y ver las cosas desde otra perspectiva. Pasar mi duelo.
El silencio resulta incómodo entre nosotros. Oigo los llantos, el
murmullo de la gente que camina a nuestro alrededor y los avisos del
aeropuerto. Decido no alargar más este momento, y me lanzo a abrazarlos,
en especial a mi padre.
—Mi pequeña flor de loto, sabes que puedes volver cuando desees,
¿verdad?
—Sí, papá. Regresaré. —Luego los miro a todos—. Cuidad de mamá.
Asintieron y puse rumbo al control, aunque justo antes de llegar, miré
atrás una última vez y mi vista se posó en las puertas de cristal automáticas
que daban acceso al aeropuerto. No sé por qué lo estaba haciendo, supongo
que albergaba cierta esperanza, aunque por mucho que lo deseaba, él no iba
a aparecer, y tampoco debía hacerlo... Esto no era un k-drama de los que
tanto le gustaban a mi amiga Sara, sino la vida real.
Y entonces veo que Fang desvía el rostro para seguir la dirección de
mi mirada. Cuando se vuelve hacia mí, ya no llora, pero estoy segura de que
sabe perfectamente lo que ocurre en mi cabeza y en quién estoy pensando.

Una vez que nos situamos en la pista de despegue, noto cómo los motores
del avión aumentan su potencia y el aparato toma velocidad en la pista,
mientras yo me agarro a ambos reposabrazos de mi asiento. No quiero
llorar, no puedo hacerlo.
Miro por la ventanita ovalada; es noche cerrada. Cuando el aparato
comienza a elevarse en el aire, contemplo las luces de Madrid, titilantes en
el horizonte que yo estoy dejando atrás. Y vuelvo a pensar en Rubén. En su
sonrisa alegre, en esos ojos color bosque, en sus caricias y en todos los
besos que ya no tendré. ¿Irá por fin a cumplir su sueño...? Cierro los ojos,
pues me es imposible continuar mirando la ciudad a través del doble cristal.
Y entonces lloro, porque, para mi sorpresa, durante todos los días que he
pasado llorando no se me han acabado las lágrimas como creía. Me quedan
muchas más, y el peso de la garganta sigue doliendo, casi tanto como mi
corazón, ya resquebrajado.
¿Y si me estoy equivocando...?
57

Llego tarde a la clase de las nueve, pero apenas he pegado ojo, es más,
cuando en la habitación se estaban filtrando los primeros rayos de luz del
amanecer, yo me tiraba sobre la cama con el fin de poder dormir una hora,
solo que al final fue más tiempo, y ni siquiera oí el despertador del teléfono,
o si lo hice, debí de ignorarlo inconscientemente.
Y así llevo días...
Cuando Nina se fue de mi apartamento, no tardé en aceptar el trabajo.
Ahora solo puedo pensar que en un par de meses me habré ido de esta
ciudad de mierda y habré dejado todos los recuerdos atrás, aunque el dolor
que tengo sé que tardará en abandonarme.
En alguna parte leí, o tal vez escuché, que el tiempo en superar una
ruptura es la mitad del que has pasado junto a esa persona, pero sabía que
eso no podía ser cierto después de haber conocido a Nina... Jamás había
vivido con nadie todo lo que me había hecho sentir. Y nunca había estado
tan seguro de algo como lo había estado con ella. Claro que tampoco me
había confundido con alguien tanto como lo hice con esta chica...
Cuando entro en el aula, abro la puerta con demasiada fuerza, dando
un portazo contra la pared y haciendo así que todo el mundo guarde silencio
de pronto y mire hacia mí. Voy hasta el atril, saco un libro con un montón
de papeles y anotaciones mal puestas entre sus páginas y coloco la cartera
en el suelo, a un lado.
—Buenos días. —Miro a mis alumnos—. Lo primero de todo, siento el
retraso... ¿Hay alguna duda sobre los ejercicios de la semana pasada?
Repaso la clase, esperando que alguien levante la mano, pero nadie se
inmuta. Me quedo más tiempo del debido mirando el sitio que solía ocupar
Nina, ahora ya vacío, y carraspeo, intentando centrarme en dar el temario
que tenía previsto para hoy.
Esto va a ser un maldito infierno...
58

El viaje se me hizo más largo de lo que recordaba, pues no hay vuelos


directos hasta mi ciudad natal, y tuve que hacer una escala de tres horas en
Pekín después de haber volado unas once horas hasta allí. Aunque el
trayecto de dos horas hasta Hangzhou resultó ser tedioso, pues estaba claro
que cuanto más me acercaba a mi destino, más real se hacía todo.
Lo he hecho. Me he venido hasta China...
Al otro lado de la cinta que separa a los pasajeros recién llegados de la
gente que espera, puedo reconocer a mi tía, algo más envejecida que la
última vez que la vi, hará ya tres años, en Madrid. Nos saludamos con poco
entusiasmo, pues sé que ella me recibe como a la calamidad de su sobrina, y
yo a ella la veo como parte de un castigo, impuesto por mí misma, pero
venir con la tía era la única forma de que mamá me permitiera regresar a
China, y yo necesitaba poner tierra de por medio saliendo de Madrid.
Sé que mamá le ha contado la historia, y también que ambas se
quedaron escandalizadas cuando confesé que Rubén era mi profesor. Solo
así mamá me dejó marchar, cuando le expliqué mi conversación con la
madre de Rubén y los problemas que podíamos tener si la relación se hacía
pública.
No recuerdo haber estado nunca en su casa, pero el recorrido en coche
con la ciudad como telón de fondo de mi tragedia amorosa no mejora mi
estado de ánimo y hago grandes esfuerzos por contener las lágrimas,
creándome de nuevo un dolor indescriptible en la zona de la garganta,
donde sigo notando ese gran peso que no me abandona desde que me
marché de Madrid.
Tía Rushi toma un desvío, rumbo hacia los altos edificios de la gran
ciudad que me dan la bienvenida de una forma realmente triste, pues
muchos de ellos parecen cortados por el mismo patrón, como copias unos
de otros, pero los pasamos para llegar hasta otra zona más concurrida y con
casitas bajas.
—¿Tienes hambre? —me pregunta ella mientras entramos por un
jardincito.
—No... Me duele la cabeza y quisiera descansar, si no te importa. Ha
sido un viaje muy largo.
—Claro, no hay problema. Podrás descansar todo el día y mañana
comenzarás a trabajar en la cafetería.
—¿La cafetería...?
—No creerías que ibas a estar aquí gratis, ¿verdad? Además, cuanto
antes comiences a adaptarte, mucho mejor, ¿no? Así también estarás
distraída y no pensarás tanto.
En eso último debo decir que mi tía tiene razón. Centrarme en una
tarea evitará que siga dándole vueltas a lo que pudo haber sido y no fue.
59

Sumirme en el trabajo es lo único que me ayuda a distraerme y no pensar en


el desastroso final que había tenido mi relación con Nina.
Ya casi ha anochecido y ando concentrado en una de mis pizarras,
rotulador en mano, cuando el timbre me hace pegar un bote en el sitio, pues
no espero a nadie. No me avergüenza reconocer que la esperanza me da un
pellizquito mientras recorro el escaso trayecto que hay hasta la entrada,
pero al abrir esa sensación torna a convertirse más bien en un escalofrío.
—Hola, grandullón. —Esther sonríe—. ¿No me invitas a pasar?
Al principio me encuentro incapaz de decir nada. ¿Soy una mala
persona si le cierro la puerta en las narices? No, en serio, ese es el primer
pensamiento que aborda mi cerebro al verla. No me apetece nada soportar a
esta tía ahora mismo, pero al verla aparecer con dos vasos de tamaño
enorme del Starbucks, uno en cada mano, me ablando un poco. Viene en
son de paz y, supongo, que nuestro pasado así como los lazos familiares que
nos unirán dentro de unos días me hacen cambiar de idea e invitarla a
entrar, aunque un poquito a regañadientes, no nos vamos a engañar.
—Hola, Esther. Adelante... —la invito a pasar, esperando no
arrepentirme más tarde.
—Esto es para ti. —Me tiende uno de los vasos y lo cojo—. Otras
personas preferirán el alcohol para superar los malos momentos, pero sé
que tú eres más de un buen chocolate tamaño Venti con nata en abundancia.
—Has dado en el clavo, pero no tenías que molestarte.
—¡Claro que sí! ¿Para qué están las amigas?
—Ya... Sí...
Me hace sujetar su vaso y se quita la cara gabardina beige que duda a
la hora de colocar en el perchero de la entrada, como si temiera que pudiera
sucederle algo a la prenda. Se abraza a su bolso de Prada, que claramente va
a acompañarla hasta el sofá, pero, cuando se dispone a avanzar hacia el
fondo, la paro.
—Eh... Por favor, ¿puedes quitarte los zapatos?
—¿Qué...?
—Ahí hay unas chanclas que te servirán. —Señalo el calzado en color
naranja y ella me mira alzando las cejas y mostrando una mueca que viaja
entre la incredulidad y el disgusto, pero que trata de relajar enseguida con
una sonrisa un tanto forzada y, por qué no decirlo, espeluznante.
—¿Manías nuevas?
—No es ninguna manía, es solo que, pensándolo un poco, me parece
una buena costumbre. Así no entramos con la suciedad de la calle y esas
cosas, ya sabes... Es más higiénico y la casa se mantiene más limpia.
—Al menos el color está de moda para esta primavera-verano…
Refunfuña algo por lo bajinis que no alcanzo a escuchar mientras se
quita sus tacones de marca y se calza las chanclas.
—¿Qué tal todo? —le digo cuando nos sentamos, dándole su vaso.
—Bien, la verdad, me va genial con el trabajo y todo eso.
—Pues estupendo, me alegro.
—Ais, Rubén... —pone su mano sobre mi brazo y me da un apretón—.
No voy a preguntarte cómo estás porque me hago una idea, pero tienes que
animarte y apoyarte en tus amigos para distraerte. No deberías encerrarte
aquí o en la universidad y fingir que el resto del mundo no existe.
—Pensé que mi hermana sería más discreta a la hora de ir aireando por
ahí mis penas y glorias.
—No ha sido Lara, sino Carmen. Dice que no has ido a verla desde
hace días porque no estás de humor. Te has saltado ya dos comidas
familiares.
—Bueno, no me apetecía y punto —doy un trago al chocolate que, la
verdad, resulta reconfortante.
—Pero eres su hijo, no quiere verte así y está un poco preocupada,
como cabe esperar.
No respondo y se hace un silencio algo incómodo; entonces vuelve a
hablar.
—Hoy fui a llevarle el vestido de la boda. Como tenía que recoger el
mío por un arreglillo, no me costaba nada hacerme cargo del suyo. Me
comentó que tenían que subirle un poco el bajo porque al final llevará unos
tacones más bajitos. Ya sabes, esas cosas, ¡no te aburriré con detalles! El
caso es que estaba contentísima cuando se lo llevé, pero volvió a mostrarme
su preocupación por cómo te puedas encontrar estos días...
—Eres muy amable con ella y creo que no te lo he agradecido nunca
como es debido. Te aprecia mucho.
—No tiene importancia y yo disfruto de esos ratos. Ha sido como mi
segunda madre desde que era una niña. —Vuelve a mostrar una sonrisa, un
poco tensa—. Oye, Rubén, sabes que siempre puedes contar conmigo, y
estoy segura de que una tarde de cine o alguna escapada no nos vendría
mal. Le podemos decir a Lara y Aitor que se vengan.
—Te agradezco el esfuerzo, pero de momento quiero centrarme en mi
proyecto y nada más, ¿vale?
—¿Has vuelto a saber de ella?
—No. Me pidió que no escribiera y respeto su decisión —tamborileo
los dedos sobre el cartón que rodea mi bebida, pensativo—. Supongo que…
Quizás es mejor así.
—Pues claro que es mejor. Te espera un futuro prometedor, por favor...
No puedes estar pendiente de una chiquilla cuando tienes que centrarte en
lo que de verdad importa: tu carrera.
—Tal vez... Tal vez tengas razón... No sé.
—Sabes que la tengo.
—El chocolate está muy bueno, gracias también por esto.
—No tienes por qué darlas, grandullón —le resta importancia con un
gesto de la mano y sonríe—. ¿Ves? Estás mejor sin ella. Además, se portó
fatal con tu madre. Prácticamente la atacó y le soltó no sé qué frase en plan
filósofa, como si así se creyera superior en inteligencia. ¿No le han
enseñado a respetar a sus mayores?
—¿Qué...? ¿Cuándo ocurrió eso...?
—¿Eh...? Pues... No sé...
—Has dicho que habló con mi madre.
—A ver, quizás me he explicado mal...
—Esther, ¡no me jodas! ¿Cuándo habló mi madre con Nina?
—¿Qué importa el cuándo? La cuestión es que no ibas a aceptar el
trabajo por culpa de esa chica.
—Sí lo iba a aceptar, pero no me parecía justo excluir a Nina y hacerlo
a sus espaldas. Quería decírselo primero a ella y hacer las cosas bien. Tratar
las posibilidades y hablar seriamente de las aspiraciones de cada uno.
Además, si no venía conmigo, estoy seguro de que podríamos haber
encontrado una forma de llevarlo.
—Las relaciones a distancia no funcionan y el final hubiera sido el
mismo antes o después.
Dejo el chocolate sobre la mesa y me agarro las manos intentando
contener el cabreo que está hirviendo en mi interior.
—Escucha, no sé ni por qué te cuento todo esto a ti… Así que te lo
voy a preguntar una última vez: ¿cuándo habló mi madre con Nina?
—No... Yo... No estoy segura. —Suspira y se lleva una mano a la
frente, percatándose de que se ha metido en un callejón sin salida—. Por
favor, no te enfades conmigo. Estoy de tu parte, ¿vale? Pienso apoyarte en
todo, y sí, tu madre lo hizo mal, lo reconozco, pero la pobre mujer estaba
consternada y, a veces, en situaciones desesperadas los seres humanos
actuamos de forma desesperada.
—No me queda claro, ¿la defiendes?
—Yo solo te apoyaré a ti.
—No tiene sentido seguir hablando contigo… —me levanto y
comienzo a ir de un lado a otro del salón.
—Rubén, ya está hecho. ¿Qué más da? Ella se ha marchado. No le des
más vueltas y céntrate en lo que está por llegar.
—No me lo puedo creer… —voy a la entrada, me pongo las zapatillas,
agarro mi chaqueta y rebusco las llaves del coche en el cuenco de la
entrada.
—¿A dónde vas?
—A por respuestas.
Y me voy en ese mismo instante, sin darle tiempo de decir nada más.
En este momento no puedo pensar en otra cosa más que en saber qué era lo
que había hecho mi madre a mis espaldas. Así que cojo el coche y me dirijo
a pedir una explicación, pero la situación no estaba saliendo como yo
esperaba. La señora que tengo delante de mí es casi una desconocida sin
corazón, que se mantiene en sus trece, y con cada palabra que escupe me
traslada su desprecio hacia la chica a la que yo amaba.
—¿Por qué lo has hecho? ¿Cómo se te ocurrió semejante
despropósito?
—Hijo… Esa chica ha hecho lo que debía. Lo ha hecho por tu futuro.
60

Cuando llego a la peluquería de Fang, me quedo en doble fila y examino


desde allí el interior del local. Las chicas hablan con las clientas mientras
una de sus telenovelas coreanas está puesta en la televisión. Fang, como
casi siempre, está en el mostrador, con un codo apoyado en la tabla y la
cabeza posada sobre la mano. Parece ausente, mirando a la nada, mientras
juguetea con un bolígrafo, ajena a todo. Observo la calle, pero a estas horas
es complicado encontrar un hueco donde aparcar, por lo que decido poner
las luces de emergencia y dejarlo en doble fila un momento.
—Buenos días —saludo al entrar en el local.
A Fang se le cae el bolígrafo de la mano. Se pone recta y trata de
recomponerse un poco ante mi presencia.
—Hola. —Lanza una mirada furtiva a las chicas, que no pierden
detalle.
—¿Cómo estás?
—Bien...
Las palabras se quedan suspendidas en el aire y, por un momento, no
sé cómo seguir. Por suerte, ella continúa.
—¿Qué haces aquí?
—Necesito hablar contigo. —Aunque al notar que las demás presentes
están muy atentas, decido especificar más—: En privado.
La duda asoma en el rostro de Fang, hasta que al final asiente con la
cabeza y rodea el mostrador.
—Sígueme.
Voy tras ella y accedemos a una especie de almacén, donde huele
excesivamente a jabón y tienen dos lavadoras en funcionamiento junto con
algo de material. El lugar es un tanto angosto, sin ventanas y con una
bombilla de luz amarillenta colgando del techo. Espera a que yo esté dentro
para cerrar la puerta, y me siento un poco incómodo en tan poco espacio.
—¿No pudiste hacer nada? —le digo, sin necesidad de especificar a lo
que me refiero.
—¿No pudiste tú hacer nada? —Ella me mira, y parece cabreada.
—No sabía que mi madre se había presentado en el restaurante. Ella
nunca me lo dijo, ¿vale?
—Mi madre todavía está en shock por todo lo que pasó. Nina no
paraba de llorar, y cuando les contó a nuestros padres que tú eras su
profesor, se escandalizaron. Ya no sabían qué creer, pero no querían que
ninguno de los dos pudierais tener problemas por ese motivo, tal y como tu
madre le dijo a mi hermana.
—Tenía que haber sabido antes esto... —Me pellizco el puente de la
nariz—. No puedo creer que, por una conversación con mi madre, Nina
haya decidido marcharse y dejar la universidad.
—No la ha dejado... —Fang parece confusa—. Le pasan los apuntes a
diario y volverá para hacer los exámenes.
—¿Qué...?
—Supongo que eso es lo que ella te hizo creer, aunque en China está
trabajando mucho. Nuestra tía no es para nada compasiva, créeme, y le está
haciendo ganarse el pan y el techo bajo el que duerme.
—De todas formas, esto no puede seguir así. Todavía está a tiempo de
obtener la beca en la Universidad de Boston, si de verdad quiere ir. Y si no,
me gustaría que regresara y continuara con su vida normal.
—¿Y cuál es exactamente tu plan?
—Quiero arreglar esto, pero ella no responde a mis mensajes, y por
eso, si es necesario, estoy dispuesto a ir hasta China y pedirle que vuelva.
No sé cómo, ni cuándo...
—¿Qué? —Parece quedarse sin aire—. ¿Estarías dispuesto a eso?
Asiento con la cabeza.
—Jamás he estado tan seguro de algo.
—No te precipites... Es hasta bonito oírtelo decir, pero deja que intente
hablar primero con Nina o con mi tía. Te diré algo, y si es preciso, te
indicaré cómo llegar hasta mi hermana allí, pero no creo que este circo dure
mucho más. No lo soportará. Tarde o temprano tendrá que volver.
—¿Estás segura de eso?
—Necesito creerlo, ¿vale?
61

En el autobús de vuelta a casa, no dejo de mirar el techo, ajena a las paradas


que van pasando, pero a sabiendas de que el camino de regreso desde la
cafetería es largo.
Me había propuesto estudiar un poco durante estos trayectos, pero
reconozco que el cansancio impide que me ponga a ello.
Enciendo el móvil, que mantengo apagado prácticamente a todas horas
desde que llegué.
Cómo no, me entran varios mensajes, aunque ninguno es de Rubén;
intentó llamarme en varias ocasiones, pero desde que le pedí que no lo
volviera hacer, dejó de insistir. Comienzo a leer los de Fang, diciéndome
que me echa de menos y enviándome fotos de Yun. Tengo otro de mamá,
que me pide que la llame cuando pueda. La profesora Lewis vuelve a
mostrarse indignada alegando que no entiende por qué estoy perdiendo el
tiempo en China y, por último, tengo otro de Sara, en donde me dice que su
madre la ha pillado besándose con Seung-hyun en la librería y que, aunque
al principio casi se muere de la vergüenza, finalmente, y en contra de todo
pronóstico, ¡la mujer está encantada con el chico!
Me río con esto último y la gente del autobús se gira a mirarme, por lo
que decido que les contestaré más tarde y me centro en las calles por donde
pasamos, que ya comienzan a resultarme familiares de tanto ir y venir al
trabajo.
Mi tía regenta varias cafeterías en la ciudad y a mí me ha colocado en
una de las que hay por la zona financiera. El trabajo no escasea, sino todo lo
contrario, y eso me permite evadirme de mis pensamientos, aunque también
me cansa lo suficiente como para desear meterme en la cama al llegar a
casa. Apenas ha pasado una semana desde que llegué y todavía me siento
como en una especie de limbo emocional.
Hangzhou ofrece mil cosas para hacer y tengo primas con las que
puedo pasar el tiempo, pero ni ellas ni yo parecemos muy animadas en
hacer ningún tipo de plan. A sus oídos ha llegado una versión tergiversada a
peor de lo ocurrido en Madrid, y ahora yo no soy lo mejor de la familia...
Todo por culpa del grupo de WhatsApp de las marujas chinas, en el que de
alguna manera se filtró la información, aunque la teoría de Sara es que fue
por culpa de la señora Zhu, que no resultó ser tan sorda como todo el barrio
piensa, sino que más bien se lo hace.
De todas formas, me encuentro demasiado deprimida como para hacer
otra cosa que no sea contemplar techos, ya sea el del autobús, ya el de mi
dormitorio. Y sé que eso no augura nada bueno... Tengo que animarme y
acatar mi decisión y las consecuencias que esta va a tener sobre mí. Pienso
en la nevera de mi tía, donde curiosamente ella se dedica a guardar
productos de belleza junto a las hortalizas. Imagino que al estar en esa fase
en la que todo me importa un comino, pues me da igual, y me parece buena
idea planificarme una noche de mascarilla, cerveza y, por qué no, un baño
aromático con una de esas pelotas de colores que hacen burbujitas y
espuma. Sí..., el mejor plan del mundo mundial.
Al abrir la puerta me sorprendo al ver unos zapatos negros de hombre
en la entrada. Una visita desbaratará seguramente todos mis planes, pero
¿quién demonios...?
—¿Nina? ¿Eres tú? —La voz de mi tía capta mi atención.
—¿Y quién si no? —susurro mientras me dejo ver, y entonces los ojos
divertidos de Paco se topan con los míos—. ¿Qué haces tú aquí?
Él está sentado frente a mi tía, trajeado, como casi siempre que nos
hemos visto, y ambos se encuentran tomando el té.
—¿Qué clase de saludo ha sido ese? —me reprende ella.
—Shanghái está tan solo a poco más de dos horas en coche.
Me siento desconcertada ante ambos, y mis ojos van de la mirada del
uno hasta la de la otra.
—He venido para verte y asegurarme de que estabas bien. —Él se
muestra preocupado y sincero, algo que sin duda me causa un sentimiento
extraño dentro de la debilidad y tristeza que me invaden desde que
abandoné España.
—¿Y por qué iba a estar mal? Qué tontería...
—¿Damos un paseo, por favor? —Paco se pone de pie y se sitúa
delante de mí, ignorando a mi tía.
—Estoy cansada —reniego, y me cruzo de brazos.
—¡¿Qué dices?! —ataca de nuevo tía Rushi—. Por supuesto que irá,
pero antes debe refrescarse un poco, ¿verdad, Nina?
Finalmente, accedo a salir con Paco, quien se muestra realmente atento
y educado con mi tía.
—¿Por qué te has presentado así? —le pregunto una vez fuera.
—Sabía que, si te avisaba primero, no querrías verme.
—Y aun conociendo la respuesta, has venido.
—Quería saber cómo estabas y cuál era tu situación.
—¿Mi situación?
—Sí. ¿Cuánto tiempo pretendes quedarte aquí enclaustrada?
Estoy a punto de responderle con alguna fresca, ¿quién se ha creído
que es?, pero me muerdo la lengua y suspiro.
—El que sea necesario.
—¿Y la universidad?
—No quiero hablar de la carrera.
—¿Y el supuesto chico con el que salías?
—De eso menos...
—Entiendo. —Mira al horizonte, pensativo—. Nina, he venido a verte
porque tengo un negocio que proponerte. ¿Qué te parece si lo hablamos
cenando?
—¿Un negocio?
—Sí. —Me mira fijamente a los ojos—. No puedes perder el tiempo
de esta manera. Los días que desperdicies aquí, no volverán.
Vamos a un restaurante para cenar, aunque ya es tarde, pues pasan de
las ocho y el local ya no está tan bullicioso. El ambiente entre Paco y yo se
ha relajado considerablemente, aunque tal vez la cerveza que me estoy
tomando se me ha subido a la cabeza.
—Gracias por esto —le digo entonces—. Has conseguido que
desconecte parcialmente de mis pensamientos.
—Me alegra oír eso. Quisiera que conmigo pudieras ser tú misma y
hacer lo que quisieras.
—Qué idílico. Sabes que eso no funciona así.
—Nina, yo te entiendo. —Apoya los palillos y se centra en mí,
juntando las manos—. Verás, tú a mí me gustas, mucho, pero no de la forma
en la que los demás esperan que me gustes.
—¿Eh? —Parpadeo.
—Pero adoro tu forma de ser y, además, eres muy guapa. —Hace una
pausa—. Ambos tenemos el mismo problema: nuestras familias quieren
emparejarnos para que formemos una unión estable. Yo ya tengo veintisiete
años y tú cumplirás dentro de poco veintiséis... Sabemos que no pararán y,
francamente, estoy harto de seguir fingiendo algo que no soy.
—Perdona, pero creo que me estoy perdiendo y que no estás del todo
informado. ¿Qué intentas decirme?
—Tú y yo somos iguales. No podemos tener a las personas a las que
amamos, pero, juntos, podríamos llegar a un acuerdo y llevar otra vida.
—¿Estás enamorado de otra chica?
—De un chico. —Baja mucho la voz al decirlo.
No puedo contener el trago que acabo de dar a mi cerveza, aunque por
suerte agacho la cabeza al pulverizar la bebida y no ahogarme por el golpe
que me causa su revelación. Al mirarle, veo inseguridad en sus ojos. Y
miedo. Sabe a lo que se expone frente a su familia contándome algo así.
Trato de relajar mi expresión y bajar las cejas, que creo que jamás han
estado tan arriba, al igual que mis ojos, abiertos como platos.
—Eres... ¿gay?
—Sí.
Con su confirmación, me quedo por unos momentos sin saber qué
decir. No esperaba una confesión como esa y, aunque una parte de mí quiere
conocer más detalles sobre su relación, la otra sabe que él no es eso lo que
necesita ahora mismo y tampoco es el momento indicado. Si quiere
compartir más información conmigo, ya lo hará.
—Debe de ser muy complicado, lo siento. —Extiendo una mano hasta
alcanzar la suya y por fin me dedica una sonrisa.
—Gracias, Nina. —Me da un apretón—. Siento que tu familia se
negase a aceptar a tu chico.
—En realidad, sí que lo hicieron... Es español y fue su familia la que
no me aceptó a mí, entre otras cosas un tanto complicadas de explicar...
—¡Vaya asco! —suspira—. Definitivamente, hay mucha gente que
debería saber lo que se siente estando en el otro lado, ¿no crees?
—Estoy de acuerdo contigo.
—Nina... Lo que te quería decir... Bueno... ¿Cómo exponer algo así?
—¿Qué tal yendo al grano?
—A mí me va muy bien y puedo asegurar nuestro futuro. Sé que tú me
entiendes y... Bueno... Necesito ponerle fin a esta pesadilla acordando una
unión con otra persona que quiera lo mismo que yo.
Paco suelta mi mano y rebusca en el interior de su chaqueta hasta sacar
una cajita roja, que pone frente a mí en la mesa.
—No tienes que darme una respuesta ahora mismo, ni mucho menos.
Piénsalo el tiempo que necesites. Esto sería un pacto entre ambos que
apaciguaría los ánimos de nuestras familias y nos aportaría libertad a los
dos.
—¿Libertad?
—Sí, libertad de elección para hacer lo que queramos. —Abro la caja,
en donde un anillo de platino y diamantes brilla tanto que por un momento
creo que voy a quedarme ciega con tanto destello—. Puedo ofrecerte una
muy buena red de seguridad económica. Podrías estudiar y dedicarte a lo
que quisieras, y yo podría mantener mi relación sin engañar a mi esposa.
Por supuesto, tú serías libre también en ese aspecto, ya me entiendes...
Sus palabras me confunden.
—Yo... No estoy segura de poder aceptar algo así.
—Y entonces, ¿vas a someterte al camino que los demás tracen para
ti?
—Te equivocas... Podemos ir por el camino que nosotros mismos
queramos dibujar. Y eso es justo lo que yo pretendo hacer. Paco, yo soy
libre y mi familia sí que me apoya.
—Sin embargo, estás aquí.
—Sí. Vine a China por voluntad propia, porque no quería que los
demás sufrieran por mi culpa y porque necesitaba alejarme de todo. Cuando
las aguas se calmen, lo más probable es que vuelva.
—Te has sacrificado por la felicidad de otros, pero ¿qué hay de tu
felicidad? —Me quedo petrificada ante su pregunta, recordándome
demasiado a la última vez que vi a mi guapo madrileño—. ¿Me prometes
que lo pensarás? —añade, empujando la cajita hacia mí.
Suspiro y la cojo, admirando la joya que alberga en el terciopelo de su
interior.
—Paco...
—Mañana vuelo a España, pero volveré pronto, así que puedes
tomarte el tiempo que necesites, ¿de acuerdo?
Trato de respirar hondo y ser lo más comprensiva posible, pero de
verdad, es que esto ya me supera. Entiendo a Paco, pero ¿en serio? ¿Qué
más va a pasarme este maldito mes? Suspiro, pues el chico me cae bien y
agradezco que deposite esa confianza en mí, pero no puedo dejarle en el
limbo ni darle esperanzas sobre algo que tengo muy claro que no pasará.
—Lo siento, pero no puedo. —Cierro la cajita y la dejo en el centro de
la mesa—. Ninguno de los dos merece vivir una mentira para contentar a
los demás. Deberíamos poder ser nosotros mismos sin que eso suponga casi
una traición. Desde que llegué aquí, me pregunto si escogí el camino
adecuado o si tenía que haber esperado... Una cosa tenía clara antes de
subirme al avión: fuera cual fuese mi elección, no podía arrepentirme
después. Pero lo cierto es que ahora lo lamento... Paco, me caes bien y te
considero un amigo, pero no deberías rendirte al engaño aunque te
aterrorice que tu familia no lo apruebe. Te aprecio demasiado como para
aceptar esto. Sé tú mismo y lucha por tu felicidad, independientemente de
las opiniones de los demás. Tienes que poder trazar tu propio camino,
mostrándote tal y como eres. Es nuestra vida y merecemos poder vivirla tal
y como nosotros queramos.
Observo al buen hombre que tengo delante, y le veo apretar los ojos,
en un vano intento por contener las lágrimas.
—Gracias por tus palabras, Nina —me dice—. Sé que tienes razón.
—Gracias a ti por ser mi caballero andante y librarme de las tediosas
citas durante una temporada. —Le dedico una sonrisa—. Pero el anillo
deberías ofrecérselo a esa otra persona que ocupa tu corazón, y lo sabes.
Él asiente con la cabeza y me coge la mano, más calmado ya.
62

La música no cesa y mi hermana se pasea por todas las mesas redondas


que hay en la sala, algo separada de Aitor, que ya va bastante disperso, con
una copa en la mano. She’s the One, de Robbie Williams, hace poco que ha
comenzado a sonar y no ayuda a mi estado de ánimo ni a mi propósito de
centrarme en que debo estar presente, no solo en cuerpo sino también de
mente en el gran evento que supone la boda de mi hermana. Suspiro
odiando al DJ. O es de los peores del mundo o se ha propuesto torturarme
con decenas de canciones que solo me recuerdan a ella. O puede ser que yo
asocie la mayor parte a Nina. ¿No podían escribir letras sobre zombis o algo
así? ¿Qué tonterías estoy diciendo? Me llevo las manos a la cabeza y
suspiro, abatido por mis propios pensamientos.
—Hijo, por favor, vuelve a la tierra. —Mi madre llama mi atención.
—¿Eh?
—Eso mismo... —Suspira justo cuando siento la vibración del móvil
en el bolsillo de mi pantalón.
—Oh, venga, Carmen, no seas tan dura con él —le dice Esther, que,
sentada a mi lado, aprovecha para agarrarme del brazo.
—No me vengas ahora con esas... —le recrimina mi madre, recelosa,
pues sabe que me enteré de la conversación que tuvo con Nina gracias al
chivatazo de Esther, y la que hasta entonces podía ser la nuera ideal, «su
niña», automáticamente ha quedado relegada a una indeseable a quien no
puede soportar y tampoco se molesta en fingirlo. Yo intento pasar de ambas
para centrarme en leer un mensaje de Fang.
Hola, Rubén. Espero que estés bien. Paco está aquí. Nina y él
cenaron juntos hace tres días en China. Quería decirte que ella
está bien, pero él la vio agotada y arrepentida. Creo que si la
llamaras tal vez conseguirías hablar con ella.

¿Llamarla? Desde que tuvimos el encontronazo, no he conseguido que


me conteste ni a un solo mensaje... Es más, me pidió que la dejase en paz y
eso es lo que yo hice, pero no le digo a Fang lo que ella ya sabe.
—Deja el móvil, que estás en la boda de tu hermana —me reprende
Esther.
—Ya lo dejo... Ya... —digo, guardando el teléfono.
—Adivina qué.
—¿Qué?
—Si te lo digo, tienes que prometerme que te animarás.
Esther sonríe mientras me acaricia el brazo, y yo no hago nada por
apartarlo, aunque una parte de mí siente que quiere salir corriendo de allí.
—No puedo prometerte algo así —respondo, cansino.
—¡Venga, grandullón! Te aseguro que te alegrarás... Quería decírtelo
mañana o pasado, tal vez en una cena, los dos solos, pero te veo tan
apagado que tengo que contártelo ya.
—A ver... ¿Qué ocurre?
—He pedido que me manden a Nueva York una temporada, y me lo
han aceptado. —Da palmaditas cuando lo dice.
—Es fantástico —replico sin muchas ganas—. Enhorabuena.
—¿Verdad que es genial? Podremos vernos los fines de semana y, si
todo va bien, tal vez podría terminar encontrando algo en Boston.
—Ya... —Un escalofrío me sacude cuando dice eso—. Sí que es
genial...
Mi madre, que no pierde detalle, suspira. Quién lo iba a decir, pero soy
consciente de que si esto hubiera ocurrido unos meses atrás, ella también
estaría haciendo planes, mientras que ahora se siente traicionada por la
mujer con la que incluso se había ido de fin de semana a disfrutar de París,
la chica perfecta para su hijo.
—Sácame a bailar. —Lara se para frente a mí, con los brazos cruzados
y mostrando una sonrisa torcida.
—¿No debería ir yo primero? —Esther ríe, pero mi hermana la ignora,
pues también parece enfadada con la que se ha convertido en su cuñada.
—¿Por qué tengo que hacerlo? —pregunto yo.
—Que me saques a bailar. Ya. —Me tiende la mano y acepto de mala
gana la proposición de mi hermana.
Lara me arrastra hasta la pista, y yo me siento muy incómodo mientras
suena Lover, de Taylor Swift.
—¿Quién contrató a este DJ? —carraspeo mientras le pongo una mano
en la cintura y, con la otra, sujeto la que Lara no me suelta.
—¿Por qué? ¿Acaso tienes algo en contra de Taylor Swift?
—No he dicho eso.
—Ah, porque Taylor Swift es fantástica, que lo sepas. Y como digas lo
contrario, te patearé el culo. Es mi boda y sonará lo que yo quiera.
—Vale, está claro. Ahora lo entiendo todo.
—Ayúdame tú a entender por qué estás dejando que se te acerque
Esther y continúas andando como un alma en pena. Jamás te había visto así
después de una ruptura.
—Joder, sabes que no ha sido una ruptura exactamente. Bueno, no sé
lo que ha sido...
—Yo te lo diré: mamá podrá ser una víbora clasista, pero tú eres un
capullo. Se lo tenías que haber contado desde el principio y, por supuesto, a
ambos os debería importar una mierda lo que piensen los demás, porque
tenéis que vivir vuestra propia vida.
—Gracias por tu arrolladora sinceridad y por la parte que me toca...
Pero Nina fue la que quiso salir corriendo y decidir por los dos sin contarme
toda esa parte de nuestra madre.
—Con Nina estoy enfadada por ser tan influenciable, pero, aun así,
continúo pensando que es buena persona.
—¿Influenciable? Pues por mí no se ha dejado influir.
—Mamá puede ser muy persuasiva y jugó bien sus cartas. Nina te
quiere demasiado como para hacerte sufrir y resultar un obstáculo en tu
camino que te impida alcanzar tus sueños. Sabe cómo eres, y después de
que ella le advirtiera de lo que podría suceder, decidió quitarse de en medio.
—Pues se ha precipitado.
—O tú has actuado lento.
—Si Esther no hubiera tardado tanto en contármelo...
—¿Esa cabrona?
—¿Insultas a tu amiga?
—No merece llamarse mi amiga. Ha esperado al momento adecuado
para ella y hará lo que sea por cazarte, hermano, así que no me seas tonto
también con Esther, que ya lo has sido al perder a Nina.
—¿De parte de quién estás? —La miro, molesto.
—De la tuya, por supuesto.
—Pues cualquiera lo diría...
—En fin... ¿has conseguido hablar con ella, Romeo?
—No, pero un amigo suyo sí... —Me revienta pensar quién es ese
amigo, pero no doy explicaciones.
—¿De verdad la quieres? —me pregunta Lara, dejando de bailar y
haciendo que le mire.
—Sí.
—¿Crees que vuestra relación es viable?
—Sí. Y ojalá pudiera volver a estar con ella...
—Eres un cursi... —Suspira—. ¿Y cuándo esperas irte?
—En un par de meses.
—No te preguntaba eso, cabeza de chorlito. —Lara se cruza de brazos
y me mira, seria—. ¿Cuándo vas a ir a por Nina? Quieres recuperarla.
¿Cuándo? ¿A qué demonios estás esperando? Si no actúas rápido, la
perderás del todo.
—No es tan sencillo. He mirado opciones, pero no hay combinaciones
de vuelos todos los días, salvo que quieras pasar más de cuarenta horas de
viaje por culpa de escalas infinitas. Básicamente, las alternativas desde aquí
se reducen a jueves y sábado.
—¿Sábado? ¿A qué hora?
—A las siete de la tarde —respondo sin entenderla.
—Dame las llaves de tu coche.
—He venido en Uber... ¿Estás chiflada o qué?
—¿En serio has venido en un puto Uber?
—¿Y si me pasaba con la bebida?
—Yo es que lo flipo... —Pone los brazos en jarras y se gira antes de
ponerse a gritar de forma que todo el mundo la escuche—. ¡Necesito las
llaves de un coche!
La gente comienza a mirarnos mientras murmuran, y yo me pongo
nervioso al convertirnos en el foco de atención.
—¿Qué haces? —protesto cuando me agarra la muñeca para ver mi
reloj.
—Hoy es sábado y son las tres y media. Vete a por ese dichoso avión.
—¿Y si no quedan billetes...? Estoy en tu boda, Lara...
—Rubén, ¿de qué tienes miedo?
Tardo unos segundos en responder y analizo su pregunta. Me despeino,
nervioso y abatido, hasta que reconozco lo que no he confesado todavía en
voz alta.
—De que me rechace y de que todo esto sea una locura...
—Pues cuanto antes salgas de dudas mejor, ¿no crees? ¿O pretendes
preguntarte de por vida cómo habría sido si hubieses cogido ese vuelo?
—Te recuerdo que fue ella quien me dejó.
—¡Por culpa de lo que le dijo mamá!
—¿Se puede saber qué estáis haciendo vosotros dos? —Nuestra madre
aparece con cara de rottweiler.
—¿Qué está ocurriendo? —Aitor se acerca también, gin-tonic en
mano.
—¿Quieres dejar de beber? Estás en tu boda y debes dar una imagen
—espeta mamá al recién llegado.
—Cariño —Lara le pone ambas manos en la cara como queriendo
centrar la atención de su ya marido—, tengo que ausentarme un momento,
pero no creo que tarde... Bueno... cuarenta y cinco minutos o una hora como
mucho.
—¿Te vas de tu propia boda? —ladra nuestra madre, horrorizada—.
¡Por el amor de Dios! Este debería ser el día más importante de tu vida.
—¿Y eso por qué? —la reta mi hermana.
—¡Porque es con lo que soñamos todas las mujeres! —exclama ella
como si fuera evidente.
—¿En serio, mamá? ¿Qué tontería es esa? ¿No hay acontecimientos
más importantes? ¿Y cuando me gradué, por ejemplo? Vamos a ver, no
puedo creer que tengamos que tener esta conversación ahora, pero ¡aterriza
de una vez en la realidad! ¿Tú crees que...?
Con el espectáculo que estamos dando, cada vez son más los invitados
que nos miran y cuchichean, preguntándose qué está ocurriendo.
—Eh..., Lara, por favor. —Pongo una mano sobre el hombro de mi
hermana intentando llamar su atención y calmarla—. Sabes que te apoyo en
esto, pero no es momento ni lugar...
—Tienes razón, ¡el avión! —Se muerde el labio inferior, pensativa.
—¿Qué avión? —pregunta Esther, que acaba de unirse a la
conversación.
—Me voy a China para buscar a Nina —resumo brevemente mientras
escribo a Fang.
—¿No lo estarás diciendo en serio? —La cara de Esther es un poema.
—Todo esto es culpa tuya —la acusa nuestra madre.
Mientras tanto, decido escribir a Fang.

Creo que llego a coger el vuelo que sale a las siete.

¿Estás loco?

Puedo estar hasta setenta y dos horas sin visado en la ciudad,


¿verdad?

Sí, pero tendrás que comprar el billete de vuelta.


Gracias por el recordatorio. Voy al aeropuerto. Deséame suerte.

¿Y el pasaporte, la ropa...?
¿Acaso no estabas en una boda?

Pediré un taxi y haré una parada en mi casa antes.

—Espero que todo esto sea una broma. —Mamá se dirige a mí esta
vez—. Fue una bendición que esa chica se fuera y, además, eres el padrino
de la boda de tu hermana. No puedes hacer esto.
—¿Sabez qué? —balbucea Aitor—. Te ha dado fuerte y creo que
deberías ir a por ella, amigo. No a todas se les compra un pintamorros, solo
a las que nos roban el corazón.
—¿De qué demonios hablas? —Mi hermana observa desconcertada a
Aitor.
—Gracias —le digo, y después me dirijo a Lara—. Y gracias a ti por el
empujón. Pediré un taxi.
—¿Estás de broma? Olvidaba que hoy tengo un chófer, ¿en qué estaba
yo pensando...? ¿Dónde está el conductor de mi boda?
—¿Me podéis escuchar y entrar en razón? —Nuestra señora madre, a
lo suyo.
—Lara —todos ignoramos a mamá—, no puedo llegar al aeropuerto en
un Citroën 15 cubierto con lazos y flores.
Leo entonces los últimos mensajes de Fang.

De eso nada.
Mándame tu ubicación, voy a buscarte y te llevo.
Será más cómodo para ti y, además, quiero formar parte de esta
aventura para relatárselo luego a la insufrible de mi hermana
pequeña.
No puedo evitar sonreír antes de enviarle la ubicación. Por supuesto,
recibo su respuesta al instante.

Llego en diecisiete minutos según Google Maps, pero intentaré


que sean quince.

—Ya tengo resuelto el tema del transporte.


—Rubén, escúchame bien. Si lo haces, por mucho que me duela,
dejarás de ser mi hijo.
—¿En serio estás dispuesta a eso, mamá? —le pregunta mi hermana.
—Hay muchas chicas solteras, pero ella no, por favor te lo pido —
insiste mi madre, centrándose únicamente en mí—. Incluso puede que
encuentres a alguna massachusiense por ahí.
—¡Estoy aquí! ¡Estoy escuchando! —se queja Esther.
—Tía, ¿es que no tienes dignidad? —le espeta mi hermana.
—Lara, hija, tú también me estás decepcionando al empujar a tu
hermano así.
—Mamá, escúchate, porque no puedo creer que muestres esa
mentalidad tan retrógrada... —Lara la observa frunciendo el ceño y negando
con la cabeza.
—No le hables así a tu madre y tampoco a mi hermana —interviene
Aitor.
—¡Tú cállate! —le grita su mujer.
—Lo siento, mamá —me limito a responder, a sabiendas de que es
inútil debatir lo que dice y piensa.
—¿Que lo sientes? ¿Qué sientes exactamente?
—Sí. Ojalá pudiera ser el tipo de hijo que esperabas que fuera, pero
tenemos opiniones muy distintas sobre la vida en general. Solo espero que
algún día te replantees todo y sepas lo que nos hace felices de verdad, ya
que es lo que más tendría que preocuparle a una madre, que sus hijos estén
bien y contentos, independientemente del trabajo que tengan, cómo lleven
el pelo, la raza de sus parejas o cientos de cosas más. No tengo que
extenderme mucho en este asunto, porque sé que sabes perfectamente a lo
que me refiero y lo que quiero decir. Ya basta de aparentar y vivir
amargados fingiendo ser lo que no se es. Este soy yo. Así es tu hijo. Te
guste o no, mamá, yo amo a Nina Chou.
63

Un conocido Fiat 500 en verde menta accede por la entrada de gravilla,


derrapando y con las ventanillas bajadas, haciendo que una cantante pop
china nos deje a todos todavía más patidifusos ante su entrada triunfal.
—¿Pero a qué estás esperando? ¡Sube! —me grita nada más y nada
menos que Paco, que es quien conduce.
Fang saluda con las manos desde el asiento de atrás.
—¡Vamos! —Lara me da una palmada en la espalda.
—Deséame suerte, hermanita.
—Mucha mierda, hermano. Y que sepas que, pase lo que pase, yo
nunca te daré la espalda, así que no te preocupes por mamá.
Me subo al vehículo y él pisa el acelerador antes de que me dé tiempo
a abrocharme el cinturón de seguridad.
—¿Qué haces tú aquí? —le pregunto a Paco.
—Llevarte a que recuperes a esa chica.
—Esto es raro... Pensaba que tuvisteis una cita para conoceros...
—Sí, e incluso le pedí matrimonio el otro día, pero me rechazó y me
hizo pensar hasta el punto de llegar a replantearme cómo quiero seguir
llevando mi vida.
—Obviando la parte del matrimonio, que no sé si quiero saberla...
reconozco que sí, Nina tiene esa capacidad...
Atrás, Fang se ríe.
—¿Quién iba a decir que terminaríais llevándoos tan bien?
—Oye, no te pases —le dice Paco, acelerando cuando nos
incorporamos a la autopista—. Esto lo hago por mi amiga, que conste.
Me agarro al asiento como puedo, pues no me siento muy seguro en el
vehículo ahora mismo, pero todo sea por llegar al aeropuerto.
—Oye, Fang, ¿qué mierda de música llevamos puesta? —se queja
Paco.
—Es Cindy Wang.
—Ah, claro... la conozco de toda la vida —comento con sarcasmo.
—Es que estoy tan emocionada que necesitaba poner música con
ritmito, ¿no os gusta?
—Francamente, estoy tan nervioso que me da igual.
—Podríamos poner mejor a BTS —sugiere Paco.
—¿Y si nos centramos en llegar? No puedo creer que esta mañana me
levantase para ir a la boda de mi hermana y ahora, así, de repente, vaya a
cruzarme medio planeta.
—Visto desde fuera, debo decir que vuestra historia es mejor que
cualquier k-drama de los que vemos en la peluquería, ¡me encanta!
—Pero vas a China a buscarla —apunta Paco—. ¡Es lo más romántico
del mundo!
—Estoy de acuerdo con él.
—¿Y si me manda a la mierda? —pregunto.
—No lo hará —dice Fang.
—¿Cómo estás tan segura?
—Porque la conozco desde su primer día de vida.
—¿Y si no quiere venir a Boston?
—Pues luego no podrás decir que no lo intentaste —sentencia Fang.
—Y, si no, siempre podréis probar la relación a distancia.

Tardamos poco más de treinta minutos en llegar al aeropuerto, habiendo


parado previamente en mi casa, en donde cojo ropa interior limpia, un par
de camisetas y unos vaqueros, que meto en la cartera que uso para ir a la
facultad. Poco más puedo hacer con tan poco tiempo. Eso sí, cuando ya
estoy en el portal, he tenido que subir otra vez para coger el pasaporte. Solo
espero no dejarme nada más que sea de vital importancia o estaré jodido.
Una vez aparcados, damos tumbos por la T1 del aeropuerto Adolfo
Suárez en busca del mostrador de Air China, en donde me confirman que
hay billetes disponibles, aunque tendré que hacer mil horas de vuelo y una
escala en Pekín.
Estoy nervioso.
Nunca, en la vida, había realizado un viaje de una forma tan
precipitada ni con un fin tan surrealista como este.
Pero tengo que poner las cartas sobre la mesa e ir a por todas si quiero
recuperar a Nina, o al menos, intentarlo. De lo contrario sé que terminaré
pasando el resto de mi vida preguntándome cómo hubiera sido.
Fang y Paco me siguen, nerviosos, aunque ninguno de los tres somos
capaces de articular palabra. Antes de cruzar el control que da acceso a las
puertas de embarque, me giro y los miro.
—¿Alguna... recomendación?
—Descárgate la app de algún traductor bueno —me dice Paco.
—Sí..., es un buen consejo —pienso en voz alta.
—¡Vamos! ¿A qué estas esperando? Ve a por mi hermana.
—Gracias por todo.
Es lo último que les digo antes de traspasar el cordón de seguridad.
64

Estoy agotado y llevo tantas horas despierto que me siento muy desubicado,
como si lo que estoy viviendo no fuera real. Me muevo casi de forma
automática, y agarro con fuerza el colgante que compré en una joyería del
aeropuerto de Pekín, mientras hacía escala para aterrizar aquí.
Sí, he llegado a China, un país que siempre he querido visitar, pero que
al final, por una cosa u otra, no había podido. Y ahora estaba en Hangzhou.
Disponía de setenta y dos horas para demostrarle a la chica a la que amo
que de verdad la quiero, y que teníamos la posibilidad real de compartir una
maravillosa experiencia juntos, con un futuro en común.
Pero, mientras tanto, yo seguía caminando y centrado en llegar hasta
Nina. El taxi me dejó al otro lado de un mercado abarrotado por el que no
podía pasar. El olor a humedad y a la historia del lugar se entremezcla con
el aroma a comida que desprenden los expositores y las cocinas que hay en
el interior de los establecimientos. El suelo está hecho de adoquines y, entre
estos, se filtran pequeños riachuelos que van formando charquitos de agua.
Los sigo con la mirada, encontrando siempre a las mismas culpables: las
pescaderías. Locales abarrotados de peceras y garrafas enormes en donde
venden el pescado vivo. La gente habla muy alto, algunos regatean los
precios, algo que parece típico de este sitio; otros gritan para captar así la
atención de alguien que les atienda entre el gentío. Mientras tanto, yo sigo
andando, abriéndome paso entre todo esto, sujetando con fuerza la cartera
que llevo cruzada. El pasillo de este mercado parece infinito, y a pesar de
estar cansado, pienso en el Pasillo Infinito del MIT, que ahora siempre
asocio a ella, a Nina. Mi mente se desvía, estoy aturdido, pero, aun así, me
permito soñar. Me encantaría poder llevarla allí y tratar de disfrutar de un
MIThenge a su lado, tal y como fantaseamos aquella primera noche juntos,
en el sofá de mi casa.
Tropiezo con alguien, que me ladra algo en chino y me hace regresar a
la realidad. No tengo ni idea de qué me ha dicho ese individuo, pero
entiendo que no le gustó chocar contra mí, y le pido perdón en su idioma,
agachando la cabeza, sin estar muy seguro de que eso sea también lo
correcto. Estoy demasiado cansado como para procesar correctamente toda
la información que pasa por mi cerebro. Miro a mi alrededor y, por fin, veo
el final de todo aquello, junto a un cartel en el que me gustaría saber qué
diantres pone. Mis escasos conocimientos apenas me permiten distinguir
algunos caracteres en letreros o mantener diálogos muy primarios en los
que me presento y pregunto cosas básicas. Y, sin duda, saber esas cosas me
es de gran utilidad en este país.
Alcanzo los últimos puestos del mercado, que dan comienzo a una
nueva calle en donde unas casitas modestas forman una especie de
urbanización. Todos los hogares parecen ser iguales, a excepción de la
pintura de las fachadas; estas ocultan probablemente jardines. Del bolsillo
saco el papel en donde Paco me garabateó la dirección y compruebo que
encaja perfectamente con un cartelito que hay en una pared gris. Es aquí.
Solo espero que Nina se encuentre ahora en casa.
65

¿Cuánto más iba a soportar esta situación sin desplomarme en el suelo?


Cada vez me costaba más tenerme en pie. Dar un paso, tras otro y tras otro
se había convertido en un esfuerzo sobrehumano para mí. No tenía hambre,
no tenía ilusión, ni tampoco ganas. No me quedaban lágrimas ni fuerzas. No
podía estar despierta, pero tampoco conseguía dormir, porque incluso
dejarme caer en los brazos de Morfeo resultaba doloroso.
El sol del atardecer hoy es tan rojizo que parece una gran lengua de
fuego engullendo el horizonte. Ha comenzado a ocultarse tiñendo el cielo
de pinceladas irregulares en naranja y rosa. Los niños pasan a mi alrededor
corriendo como si conservaran la misma energía que al comienzo del día,
jugando a lanzarse una pelota. Las tiendas ya están recogiendo y los locales
de comida empiezan a llenarse, inundando mi camino con diferentes olores
a condimentos, carnes y pescados que no consiguen despertar tampoco hoy
mi apetito. Casi todo el trayecto estoy pendiente de la superficie por la que
voy pasando y del movimiento de mis pies, pues me da la sensación de que
si tropiezo y caigo no seré capaz de levantarme de nuevo.
—Lleva aquí ya más de cuatro horas. —Sin prestar especial atención,
capto el murmullo de una mujer que resuena en mis oídos.
—Es europeo —responde otra.
Vuelvo la mirada hacia ellas, que apuntan a alguien con un dedo, sin
ningún tipo de discreción. Con la vista, sigo la dirección hacia la que
señalan y veo a un hombre, sentado en unos escalones delante de mi casa.
Tiene la cara oculta entre los antebrazos y solo se atisba su pelo castaño,
pues está encogido en sí mismo. Entre sus dedos deja caer un cordel rojo
que sujeta con fuerza.
Tras observarlo, siento como si de pronto mis pies fueran de piedra. La
forma de aquel chico se parece demasiado a Rubén. Está claro que he
perdido la cabeza y, la verdad, tampoco me sorprende. Mi tía ya me avisó
de que me volveré loca si alargo mi sufrimiento.
El hombre se mueve entonces ligeramente, mirando hacia mis zapatos.
Yo solo puedo verle de momento la frente, e inclino levemente la cabeza
hacia un lado, con curiosidad, preguntándome qué más será capaz de hacer
mi mente, cuando, de pronto, me mira, y su gesto cambia completamente de
la desesperación en la que se encontraba al alivio más absoluto. Se levanta,
viene hacia mí y me abraza, sin que yo sea capaz de reaccionar ante
semejante muestra de afecto, lo cual hace que él dé marcha atrás. Me sujeta
por los brazos y me mira, confuso.
—Nina, soy yo.
—No es posible. —Mis ojos se llenan de lágrimas.
—Nina. —Me agita con delicadeza para que le mire—. Estoy aquí.
Su olor, tan familiar, no puede ser una alucinación. Me transmite
calidez con su mirada y su voz me atraviesa hasta la piel. Está claro que es
muy real. Rubén ha venido a buscarme. Y entonces soy yo quien le abraza,
tan fuerte que da incluso un traspiés hacia atrás, haciendo un esfuerzo para
no caerse. Escondo mi rostro en su pecho y lloro, comprobando que todavía
dispongo de lágrimas que derramar, solo que estas no son de dolor y
tristeza, sino de amor, alivio, alegría y esperanza. Le sujeto tan fuerte que
temo hacerle daño, pero no puedo soltarle. Me niego a hacerlo. Necesito
sentirlo cerca y pegado a mí. Él corresponde a mi abrazo y me besa en la
coronilla mientras con una mano me acaricia el pelo.
—No me puedo creer que estés aquí.
—Créetelo. —Vuelve a besarme en el mismo sitio mientras yo sigo
convulsionando entre sus brazos a causa del llanto.
Cuando ya me veo capaz de sosegarme un poco y mirarle a ese bosque
conocido que albergan sus ojos, alzo una mano con dedos temblorosos para
repasar unas ojeras tan marcadas que llegan a ser casi azuladas. Jamás le
había visto tan cansado como aparenta estar ahora mismo.
—¿Qué haces en China? —le pregunto—. ¿Por qué lo has hecho? ¿Por
qué estás aquí?
—¿No es evidente? —Me enseña entonces el puño del que sale la tira
roja—. He venido a por ti, porque tú eres mi amor y mi destino. Y me
gustaría que me concedieras otra oportunidad, que te replanteases todo de
nuevo.
Abre entonces la mano, mostrándome un corazón de oro blanco
enganchado al cordel de un rojo brillante.
—No importa la distancia, ni tampoco el tiempo que pase —recuerdo
sus palabras en aquella primera cita, en ese bar del centro de Madrid aquel
día lluvioso.
—El hilo es infinito y puede estirarse, enredarse y volver a
desenredarse sin llegar a romperse jamás —continúa él, y entonces me
muestra el mismo cordel, pero ajustado en su muñeca con una doble vuelta
y un corazón bastante más pequeño.
Le miro, emocionada e incrédula, incapaz de hacer nada más, pero no
encuentro palabras que conviertan mis pensamientos en algo que pueda
transmitirle.
—Sé lo que pasó, Nina. Sé que mi madre fue a verte al restaurante,
pero tenías que habérmelo dicho.
—Es tu madre. No podía interferir en vuestra relación de esa manera, y
algunas cosas eran ciertas, como la de poder perder tu trabajo...
—Debiste decírmelo.
Lloro, porque no puedo hacer otra cosa al oírle decir todo eso y tenerle
a él en carne y hueso frente a mí.
—Pero me creíste cuando dije que no te quería...
—No, eso no lo llegué a creer jamás, pero sí que pensé que alguien te
amenazaba con hacer público lo nuestro, y mi teoría no estaba muy alejada
de la realidad...
—Pero tu madre...
—Sácala de la ecuación, Nina.
—Dime que aceptaste el trabajo.
—Lo hice y me iré de Madrid en dos meses.
—Estás haciendo lo correcto.
—Pero podemos hacer lo correcto y lo que queremos. —Toma mis
manos y le miro—. He venido hasta aquí porque me gustaría que volvieras.
No quiero que arruines tu futuro por algo como esto, porque es demasiado
importante y nada ni nadie merece que te sacrifiques así.
—Rubén...
—No llores, y escúchame. Dos meses pasan rápido. Tú tendrás que
centrarte en recuperar todo lo que te has estado perdiendo hasta ahora, y
después, creo firmemente que ambos podríamos irnos juntos a por ese
futuro mejor. Entenderé si no deseas seguirme y respetaré lo que tú elijas,
pero antes de que tomes una decisión, quería decirte que mi corazón es
tuyo, Nina. Jamás me creería con el derecho de obligarte a hacer algo o a
que seas alguien que no eres. Tú eres tuya, tú eres quien decide lo que hace,
y eso siempre será así, aunque me otorgues tu amor, haz las cosas a tu
manera, pues yo no voy a cortarte las alas. Me gustaría ser tu apoyo, tu
amante, tu mejor amigo, siempre y cuando me lo permitas. Aspiro a ser tu
compañero en el transcurso de la vida y espero poder compartir todo
contigo: buenos y malos momentos. Pero jamás dejaré que renuncies a tu
libertad, ni tampoco que dejes de ser como eres por mí. Quiero amarte así y
espero que, si me aceptas, tú hagas lo mismo conmigo.
—Eso es lo más bonito que nadie podría decirme jamás. —Sonrío,
emocionada, y pongo una mano sobre su pecho—. Te quiero, Rubén.
Siempre te he querido, y ojalá pueda quererte siempre... Mi corazón te
pertenece, pero al mismo tiempo tú me aportas libertad, dejando que sea yo
misma. Quiero ser yo, pero contigo. Eres parte de mis alas.
Le sonrío y nos quedamos unos instantes en silencio, contemplándonos
el uno al otro en medio de las miradas y el barullo que nos rodean.
—¿Puedo ponértelo entonces? —me pregunta, mostrándome el
colgante, que continúa guardando en su puño.
Asiento con la cabeza y me doy la vuelta, apartándome el pelo y
dejando a su alcance mi cuello para que pueda cerrarlo.
66

—¿Por qué vas con traje? —Ella me mira mientras se sorbe la nariz,
recompuesta por fin.
Caminamos sin un rumbo fijo, alejándonos de la casa de su tía y
cogidos de la mano, felices de poder estar juntos de nuevo.
—¿Vengo hasta aquí y eso es lo primero que se te ocurre preguntarme?
—No sé... Es todo tan irreal que todavía no me lo creo. —Ríe.
Decido hacerle un breve resumen, desde el infierno que ha supuesto
pasar una semana sabiendo que ella estaba tan lejos, sus posibilidades para
acceder a la Universidad de Boston, la boda de mi hermana y la aventura de
llegar con Paco y Fang al aeropuerto.
—Tenemos mucho de qué hablar, aunque, decidas lo que decidas, es
importante que regreses cuanto antes a Madrid para retomar las clases.
Tienes que aprobar todo.
—Lo sé... Verónica me escribe al mail de la universidad y me envía los
apuntes, aunque estoy tan cansada que casi no he podido estudiar —
confieso.
—Al final has conseguido entablar una buena amistad.
—Sí... Supongo que tenías razón con eso.
—¿Qué opinas de que aceptase el puesto en el MIT?
—Serías idiota si no lo hubieras hecho. Y ahora estaría enfadada
contigo... Pero ¿de verdad crees que yo puedo acceder a la beca
habiéndome escaqueado tantos días aquí?
—Pienso que sí, pero es algo que no sabrás si no lo intentas. Podría ser
una experiencia extraordinaria. Si de verdad quieres, claro. No te sientas
obligada y, en caso de no querer hacerlo, podemos ver alternativas o
plantearnos llevar la relación a distancia.
—¿Estás loco? Sabes que me encantaría poder estudiar fuera, aunque
en parte me da pena alejarme de mi familia... Supongo que China me ha
servido de ensayo...
—Escucha, no puedo estar mucho tiempo aquí. No me permiten
quedarme más de setenta y dos horas porque no saqué el visado... Y quiero
hablar de todo esto, pero... reconozco que necesito descansar.
—Rubén, ¿cuánto hace que no duermes?
—No estoy seguro... ¿treinta y siete o cuarenta horas? —me quedo
pensativo, haciendo cálculos.
—¿Has reservado un hotel o algo?
—No.
—Hay uno aquí cerca, está en el lago. Vamos, te acompañaré.

Nina tira de mi mano y yo hago un esfuerzo por seguirla. Lo único que


quiero es estar con ella, así que, después de hacer el check in en un
impresionante hotel que parece un palacio oriental, la convenzo para que
me acompañe, aunque solo sea un rato. Después de todo, no quiero alejarme
de ella tan pronto, y necesito confirmar que no es una alucinación causada
por la fatiga y el viaje.
—Avisaré a mi tía de que no voy a ir a casa esta noche.
Sale de ella, ni siquiera he tenido que pedírselo.
—¿No te causará problemas?
—Llegados a este punto, ¿qué importa?
—Soy una mala influencia... —digo, acariciándole el pelo—. Pero
estoy tan cansado que no puedo decirte lo contrario.
Después, se aleja hasta sentarse en el borde de la cama, en donde
comienza a desabrocharse las deportivas. Yo me deshago de la cartera y la
dejo en el suelo, junto a una silla, sin importarme que se abra y parte del
contenido se caiga al suelo. Coloco también la americana del traje antes de
sentarme en un lado de la cama.
—Joder, creo que es la mejor cama en la que he estado nunca —me
tumbo del todo.
La risa de Nina se aleja en mi cabeza y, sin darme cuenta, caigo pronto
en un profundo sueño.
67

Parpadeo y tardo unos cuantos segundos en ubicarme y recordar las horas


anteriores y mi encuentro con ella. ¿Dónde demonios está? Me vuelvo, y
me doy cuenta de que alguien me ha echado una manta por encima. ¿Me he
quedado dormido con la ropa puesta? Joder... Necesito una ducha y
ponerme unos vaqueros cómodos. Creo que no volveré a llevar traje en
muchísimo tiempo...
—Has dormido casi diez horas seguidas. —Oigo su voz desde algún
rincón de la habitación.
—¿Qué?
—Anoche te quedaste frito. —Su risa es mejor que el canto matinal de
los pajarillos.
Me incorporo y parpadeo, sintiéndome muy torpe. Ella está en un
sillón, envuelta en un albornoz, junto a una cristalera que da acceso a una
terraza. Al otro lado del cristal puedo ver el lago extendiéndose hacia el
horizonte, del cual parecen surgir numerosos y altos edificios sumidos en
una neblina dorada, demasiado alejados de nosotros.
—¿Qué haces? —pregunto al notar que no deja de escribir en el móvil.
—Si quiero ir a la Universidad de Boston será mejor que rellene el
formulario cuanto antes, ¿no crees? La profesora Lewis me lo envió hace
unos cuantos días y no quiero terminar perdiendo la oportunidad.
—Me parece bien.
Recorro con la mirada el resto de la habitación y veo una bandeja con
platos vacíos en el suelo. Me froto los ojos, algo aletargado todavía.
—¿Has comido?
—Sí, lo siento... Anoche me entró hambre y tú estabas tan
profundamente dormido que no...
—¿Por qué te disculpas?
—Lo cargué a la cuenta de la habitación...
Nina se sonroja y yo sonrío, levantándome despacio para mirar mejor
lo que hay fuera mientras ella continúa escribiendo en el móvil.
—Esa terraza es un lugar genial para desayunar, ¿no crees?
—Lo es —responde, concentrada en su tarea.
—¿Pides algo para desayunar mientras yo me doy una ducha? No sé lo
que hay aquí y desde luego te entenderán mejor a ti...
—Es una idea estupenda —sonríe.
Acerco mi rostro al suyo, sorprendiéndola, y le doy un suave beso en
los labios.
—Wŏ ài nĭ —digo.
—Te quiero —sonríe.
Y después me dirijo al cuarto de baño, dispuesto a deshacerme del
resto del traje para siempre.

Cuando abro la puerta del baño, sale conmigo una gran nube de vapor.
—Joder, qué bien huele a café —comento mientras me ajusto mejor el
cinturón del albornoz.
Nina ha abierto la cristalera y ha dispuesto el desayuno en la terraza.
Sigue con su encantadora sonrisa pintada en la cara, y al mirarla, pienso en
que no quiero que se le borre jamás. Y no sé cómo lo haré, pero me
esforzaré por que la conserve siempre.
—¿Qué haces? Ven a desayunar.
Un brillo en su pecho capta mi atención, y me fijo en que se trata del
colgante que le regalé ayer.
—Todavía llevas puesto mi corazón —le digo.
—No pienso deshacerme de él nunca.
Desayunamos con los primeros rayos de sol de una encantadora
mañana primaveral, con los pájaros cantando y acariciados por una suave
brisa que lleva consigo el olor de las flores cercanas.
—¿No te parece el paraíso? —Echa hacia atrás la cabeza y apunta con
su rostro al sol, cerrando los ojos.
—No lo sería si no estuvieras tú.
Estalla en carcajadas y luego se acerca y se sienta en mi regazo. Con
delicadeza me quita la taza de café y la deja en las tablas de madera que
componen el suelo, antes de lanzarse a capturar mis labios.
—Te he echado demasiado de menos... —ronronea en mi cuello,
mordiéndome el lóbulo de la oreja y haciéndome enloquecer con las
sensaciones que me transmite.
68

En algún momento, entre beso y beso, regresamos a la habitación. O tal vez


flotamos hasta allí...
Me doy cuenta entonces de que ambos estamos completamente
desnudos, aunque, claro, llevando únicamente un albornoz cada uno,
diremos que fue una tarea muy sencilla.
Me siento en la cama, pues necesito encontrar un punto estable. Él se
agacha, quedando prácticamente a mi altura, y no se demora en atrapar uno
de mis pezones entre sus labios, acariciándolo con la lengua y después
succionándolo, consiguiendo que vibre por el efecto de su boca en mi
cuerpo.
De pronto, pasa un brazo por mi cintura y me hace girar; yo me quedo
apoyada sobre los brazos y las rodillas, mientras noto cómo el colchón se
hunde tras de mí por el peso de Rubén, que se sitúa a mi lado.
—Te quiero —susurra en mi oído.
—Y yo a ti.
Apoya su mejilla en mi hombro y da un hondo suspiro, mientras siento
su deseo caliente y palpitante en mis nalgas.
—No te haces a la idea de lo que te he echado de menos... —confieso.
—Créeme si te digo que me lo imagino, porque yo a ti también te he
echado muchísimo de menos, cariño.
Se incorpora un poco y coloca en mi sexo la punta de su pene, duro y
suave.
—Rubén... —digo su nombre, queriendo tenerle ya, y sé que con eso él
sabe perfectamente lo que pasa por mi cabeza.
Siento entonces cómo me llena de una sola estocada, haciéndome
ahogar un grito, aliviada de poder estar con él de nuevo, de saber que se
encuentra a mi lado y en mi interior.
—Te quiero mucho, Nina —vuelve a decirme mientras siento cómo
sus manos se aferran a mis caderas, pero sin despegarnos ni un milímetro,
dejando que vuelva a sentir su forma, a él y a la deliciosa sensación de
tenerle en mi interior.
El placer es infinito y mi instinto hace que intente moverme un poco
hacia delante para poder disfrutar de la sensación de clavarlo de nuevo en
mi interior, pero Rubén me lo impide.
—Mi chica... —susurra.
Su cuerpo se inclina y comienza a repartir suaves besos a lo largo de
mi columna y, de pronto, noto cómo me da una profunda embestida, hasta
llegar a la raíz de su deseo. De nuevo otro envite, y otro, haciéndome
quedar vacía y al segundo siguiente muy llena. Se mueve rápido, pero con
un ritmo fijo que me hace estar al borde de la locura. Aferro entre mis
dedos las sábanas blancas, consciente de que estoy en el extremo de un
precipicio de sensaciones increíbles que comienzan a manifestarse por toda
mi piel, recorriendo todo mi cuerpo.
—¡Te quiero! —grito.
Y con esas palabras alcanzo el éxtasis, zambulléndome de lleno en un
mar de emociones.
Rubén no tarda en dejarse ir también, gritando mi nombre en el
momento en el que percibo cómo vibra en mi interior.

EPÍLOGO

Estoy preparada para subir al estrado cuando digan mi nombre, o eso creo.
Si he llegado hasta aquí, seguro que puedo subir esos tres escalones y
acercarme a recoger mi título, otorgado por la prestigiosa Universidad de
Boston.
Todavía no me creo que esté aquí, con mi toga azul marino y el birrete
a juego del que cuelga una borla amarilla. Respiro, y vuelvo a respirar
cuando la persona que está delante de mí echa a andar. Pues yo seré la
siguiente...
—Nina Chou. —Oigo cómo me llaman y llevo mi zapato de tacón de
aguja hacia el primer escalón, con el que me impulso hasta subir el segundo
y luego el tercero. Y ahora sí, estoy en el estrado. Nerviosa pero
extremadamente feliz, emprendo el camino sin apartar la vista del diploma
que sujetan aquellas manos. Mi diploma. Voy erguida, con la cabeza bien
alta y una sonrisa que nada ni nadie puede borrarme.
—Enhorabuena —me dice en inglés la profesora, estrechándome la
mano y dándome el cilindro atado con un lazo naranja.
—Gracias —le respondo en el mismo idioma, orgullosa de mí misma y
de lo que he conseguido, por fin.
Un sueño cumplido, con mucho esfuerzo y algunos contratiempos en
el camino, pero conseguido.
He alcanzado uno de mis objetivos y puedo decir que es
increíblemente gratificante.
Con un suspiro, me dirijo hasta el otro lado para bajar de nuevo
mientras oigo el nombre del siguiente alumno. Antes de descender por la
pequeña escalerilla, veo al público que presencia la ceremonia, y allí
encuentro a Rubén, aplaudiendo, emocionado y henchido de orgullo. Me
hace un gesto de asentimiento con la cabeza, y mueve los labios
pronunciando un «te quiero» silencioso que me llega al corazón. Allí, tan
guapo, vestido con unos pantalones de color beige, una camisa blanca y una
americana de tweed azul marino. Me río de nuevo al pensar en que, cuando
le conocí en Madrid, jamás llevaba tweed y nunca se separaba de su
cazadora de cuero marrón, pero ahora parece que adora ese otro tejido.
Supongo que la edad va haciendo mella en él, en nosotros, y todavía me
divierte pensar en cómo le hice rabiar en el centro comercial cuando quiso
comprarse aquella chaqueta, insinuándole que estaba a un paso de llevar
pajarita como algunos de esos profesores esnobs que se pasean como si
fueran los reyes del universo. Aún hoy me emociono al pensar en aquel
MIThenge que conseguimos disfrutar juntos a los pocos meses de nuestra
llegada, con Rubén abrazándome por detrás mientras contemplábamos ese
maravilloso momento entre varios curiosos que se habían acercado para
verlo.
El movimiento insistente de una mano saludando me hace apartar los
recuerdos y desviar la vista hasta mi hermana. Todavía no me creo que haya
vuelto a Boston para mi graduación. Está espléndida con ese vestido verde
esmeralda, y percibo cómo brillan por sus mejillas las lágrimas que ha
derramado por la emoción. Siempre fue muy llorona... A su lado está Jin,
que viste un traje azul marino y lleva una camisa en azul celeste con los dos
primeros botones desabrochados. A pesar de los años que van pasando, no
pierde atractivo, sino que parece que el tiempo le sienta mejor todavía. Con
un brazo sujeta a la pequeña Maylin, la última en llegar a la familia y, con la
mano que le queda libre coge la que le tiende mi otra sobrina, Yun, mucho
más mayor. Al lado están mamá, que aplaude con fuerza, emocionadísima,
y papá, que por un instante creo que va a ponerse a llorar. A Boston ha
venido incluso Sara, de la mano de Seung-hyun, ¡su prometido! Quién nos
iba a decir a todas aquel día en la peluquería de Fang que su historia con el
coreano terminaría como en los k-dramas.
A pesar de las ganas que tengo de correr hacia ellos, soy paciente y
espero a que la ceremonia llegue a su fin y nos hagan las fotos de rigor.
Incluso formo parte de ese gran grupo que lanza los birretes al aire para
recuperarlos al vuelo (al menos, creo que me hice de nuevo con el mío), y
después, todas mis amigas y yo nos hacemos otros tantos selfis.
Cuando Rubén fue a buscarme a China, volvimos a Madrid, en donde
prácticamente no vivía más que para estudiar y acudir a clase. La promesa
de una beca concedida por el departamento de la profesora Lewis en la
Universidad de Boston y vivir en Estados Unidos juntos era demasiado
importante como para ocuparme de cualquier otra cosa.
A pesar del tiempo que estuve en Hangzhou, no tardé en ponerme al
día y conté con el apoyo de Verónica para avanzar en todas las asignaturas,
así como de Ricardo para recuperar el ritmo en matemáticas. Aunque no
llegué al diez, sí que logré alcanzar un bien merecido nueve. Tras el
examen, Ricardo, con el que trabé una buena amistad, me pidió que le
ayudase a elegir un anillo de compromiso con el que Jean Luc terminó
diciéndole que sí nada más y nada menos que en la Puerta del Sol. La gente
de alrededor armó tal barullo cuando Ricardo plantó la rodilla en el suelo
que hasta una cadena de televisión que estaba grabando un reportaje por la
zona se acercó para inmortalizar el momento.
Por mi parte, los primeros meses en otro país fueron complicados y me
recordaron en parte a mis inicios en Madrid, pero la gente me aceptó e
incluso hice varias amistades que perduran hoy. Supongo que no estar en la
complicada etapa de la adolescencia es un punto a favor... Y, bueno, como
mi primer visado de estudiante no permitía trabajar, y mis ahorros, a pesar
de combinarlos con la beca, no resultaron ser infinitos, hubo unos meses
que tuve que aceptar la ayuda de Rubén para no fundir toda mi hucha tan
pronto, y, aunque al principio me costó, comprendí que en nuestra relación
éramos un equipo y que no podemos aportar de una forma equitativa en
todos los aspectos siempre. Uno daba siempre más que el otro en según qué
cosas, pero no pasaba nada. Se trata de comprenderlo y trabajar unidos en
seguir adelante y ser felices, logrando nuestras metas y alcanzando juntos
nuestros sueños. Nunca pensé que podía verle tan feliz como empezó a
estarlo cuando comenzó a dar clases en el MIT. Había conseguido su mayor
logro hasta la fecha y yo estaba ahí para contemplar ese momento y
acompañarle en el camino.
Paco terminó sincerándose con su familia, y aunque al principio las
cosas no fueron muy bien, tal y como él había pronosticado, al final se
arreglaron, y me consta que mantiene una buena relación con todos.
Hablamos de vez en cuando, y también ha venido a verme alguna vez,
siempre acompañado de aquel chico que había conquistado su buen
corazón.
Fang y Lara venían a Boston más a menudo de lo que jamás hubiera
pensado. Raro era el mes que no recibíamos visita de alguna. Curiosamente,
mi relación con mi madre había mejorado desde que me mudé aquí, y ella
también vino en alguna ocasión, incluso sola, sin mi padre, algo que en
Madrid me hubiera parecido imposible. Los padres de Rubén eran otra
historia. Por lo visto, su madre no nos perdonaría jamás y tampoco
aprobaba el estilo de vida actual de su hijo. O así nos lo hizo saber ella
antes de mudarnos. Estando yo en la ecuación, Carmen lo tenía muy claro.
Para Rubén fue muy duro, pero simplemente, yo no le gustaba, y ella, fiel a
sus pensamientos y convicciones, no parecía ir a dar su brazo a torcer.
¡Ah! Y casi se me olvidaba... Lara se divorció de aquel capullo a los
pocos meses. No sé por qué, pero a nadie le sorprendió. Ahora está saliendo
con un escritor de thrillers, y la verdad es que jamás la había visto tan feliz.
Más tarde, y entre risas, volvimos a nuestro hogar. Habíamos
disfrutado de una comida de celebración con la familia y los amigos, pero al
caer la noche y siendo tantos en esta visita, ellos fueron a su hotel y
nosotros regresamos a nuestro particular nido de amor. Subimos de la mano
las escaleras de piedra que daban la bienvenida a la casita victoriana de
fachada roja y marcos verdes en la que vivíamos. Todavía me parecía de
cuento que pudiéramos vivir en un barrio así, y nos gustaba tanto que
ambos valorábamos la posibilidad de comprarla dentro de unos años,
cuando yo ya estuviera más establecida laboralmente. Al traspasar la doble
puerta de la entrada, lancé mis tacones a un lado y respiré aliviada. Había
sido un día increíble pero agotador al mismo tiempo.
Rubén estaba trasteando en el tocadiscos y yo inspiré el agradable
aroma de mi salón.
—¿Qué te parece si sirvo un par de copas de ese Moët & Chandon rosa
que tanto te gusta y lo celebramos ahora juntos? Solos tú, yo y ese vestidito
rojo que llevo horas deseando arrancarte.
—Me parece perfecto —respondí mientras me dejaba llevar por la
música y comenzaba a moverme con la canción My way.
—Eres maravillosa —agarró mi mano, haciéndome dar un giro de
baile, antes de plantarme un sonoro beso en los labios.
Aunque malamente, me lanzo a cantar parte de la canción, porque hay
un trocito de la letra con la que me siento identificada pues, al fin y al cabo,
esta vida la había construido a mi manera, y aunque tal vez me podía
arrepentir de algunas de las decisiones que tomé, esas acciones también me
han llevado a ser la mujer que soy ahora.
Rubén se ríe al verme cantando y después se aleja para recoger las
copas.
Y así, al ritmo de Frank Sinatra, celebramos a nuestra manera mi
triunfo en los estudios, el trabajo que me esperaba, nuestro futuro juntos y
todo lo que habíamos conseguido, descubierto y disfrutado, así como lo que
aún estaba por llegar.
Porque tomé la decisión de seguir lo que deseaba mi corazón y
atendiendo a la razón de mi propia conciencia.
Porque ese día en Hangzhou, opté por no defraudarme a mí misma,
lanzarme a por todas y no hacerme el resto de mi vida las eternas preguntas
de «¿Y si...?».
Parece que nos dicen que hay que conformarse, pero no está mal luchar
por alcanzar tus metas y arriesgarte para conseguir lo que de verdad
deseas, porque, de no hacerlo, te estarás preguntando eternamente cómo
habría sido de otra forma.
Cómo habría sido siendo tú misma y decidiendo por ti. Porque es tu
única vida; tuya, no la que otros quieran que vivas.
No escogí solo a Rubén, sino que me elegí también a mí y al hecho de
no defraudarme. Aprendí que prefiero arrepentirme de lo que he hecho que
de lo que no he llegado a hacer. Porque las situaciones que vivimos en el
pasado se presentaron como se presentaron..., pero en mi mano estaba el
admitirlas o cambiarlas, aunque reconozco que en el proceso he sentido
mucho dolor...
No pensemos en no decepcionar a los demás, sino en no
desilusionarnos a nosotros mismos, porque si no eres fiel a tus principios,
te estarás traicionando a ti.
Quiero creer en el destino, pero también en que nos ofrece varios
caminos que poder trazar, y, al mismo tiempo, recorrerlos viviendo miles de
experiencias, descubriéndonos, aprendiendo a querernos y a aceptarnos tal
y como somos.
Yo pensaba que era una chica débil, y, en realidad, me he dado cuenta
de que soy muchísimo más fuerte de lo que imaginaba y de lo que creían los
demás, pero supongo que es algo que surge cuando nos enfrentamos a las
adversidades y aprendemos de las experiencias que nos hacen más duros.
Ahora puedo decir que soy muy feliz. Tengo a alguien con quien
compartir mis aventuras, que me quiere, me respeta y me apoya, pero, ante
todo, esta es mi vida, la que he ido trazándome yo misma, y nadie me dice
cómo vivirla.

Amor tres delicias

Ingredientes:

• Determinación y valentía.
• Amor propio.
• Tu chico perfecto (si es matemático y friki, mejor que mejor).
• Una pizca de humor.
• Y muchas ganas por descubrir cosas nuevas.

Preparación:

Lo primero de todo, quiérete y decide lo que te gustaría hacer en la vida.


En cualquier momento, te cruzarás con esa persona que te hará tilín. Recomendamos
intentar no dejarle K.O. en una esquina nada más conoceros... Tratar con delicadeza y
ternura.
Ante todo, no precipitarse. Conocerse bien y compartir momentos agradables juntos.
Disfrutar cada momento que se pase en su compañía como si fuera el último y, si se
presentan adversidades, tratad de superarlas en equipo.
A veces, hacer locuras puede ser un plus de diversión, pero siempre con cabeza, por
favor. Por ejemplo, coger de repente un vuelo que te lleve al otro extremo del globo puede ser
emocionante.
Por último, amaos mucho. Divertíos, compartid todo tipo de gratas experiencias, y,
sobre todo, que nadie trate de imponeros su voluntad. Haced las cosas a vuestra manera sin
dejar de ser siempre vosotros mismos.

Disfruta, vive, ama y sé feliz.


AGRADECIMIENTOS

Lo primero, dar las gracias a todas mis lectoras. Sois las alas que necesito
cuando pienso en nuevas historias con las que espero haceros soñar.
Millones de gracias a mi querida María, pues debo decir que esta
novela no hubiera sido lo mismo sin ella. Tú, dragón y yo, serpiente. Según
el horóscopo chino, estábamos destinadas a entendernos, y así ha sido. Me
descubriste muchas cosas de una cultura increíble y espero seguir
conociendo otras tantas.
A Pablo y David, sois brillantes. Me tendisteis la mano y siempre
estáis ahí cuando os necesito. Recuerdo el momento en el que hablamos de
esta idea y todo cobró sentido: aquello fue un grandísimo impulso para mí.
A mi encantadora editora, Miryam, por creer en Nina, por la confianza
depositada en mí y por hacer realidad un sueño.
A mi querido Sr. Chardin por su apoyo incondicional. Eres quien
soporta mis encierros durante horas delante del ordenador. Y viceversa. A
tu lado el día a día siempre es mejor.
A Cris, por darme el impulso inicial de aventurarme a escribir cuando
todavía éramos unas crías. Siempre tuviste fe en mí.
A Erika, Ana, Kati, Raquel y Myriam. Poder estar con vosotras en la
torre es lo único que me hace conservar las fuerzas necesarias para escribir
cuando vuelvo a casa. Y gracias a Lara, mi Maestra Jedi, quien consigue
que nuestra rutina sobre los tacones no sea tan tediosa.
A Rosario, por sus palabras alentadoras, y quien no estuvo satisfecha
hasta que encontró en Pinterest al Paco adecuado, al que yo tenía
visualizado únicamente en mi cabeza.
Y a Bea, eres una de las maravillas que me han traído los libros.
Amor tres delicias
Amelia Chardin

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema


informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico,
mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del
editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la
propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal)

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún


fragmento de esta obra.
Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19
70 / 93 272 04 47

© del diseño de la portada, Planeta Arte & Diseño


© de la ilustración de la portada, Apéritif

© Amelia Chardin, 2022


Editabundo Agencia Literaria, S. L.
www.editabundo.com

© Editorial Planeta, S. A., 2022


Espasa Libros, sello editorial
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hagan al departamento editorial por correo electrónico:
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Primera edición en libro electrónico (epub): abril de 2022

ISBN: 978-84-670-6604-3 (epub)

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perversa, los locos y ciegos pueden descubrir la verdad y los sueños pueden
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donde se encuentra ingresado el señor X, llega de visita su viejo amigo el
reverendo Charles Dogdson. Nadie más sabe allí que el recién llegado es
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lo aquejan cada noche, protagonizadas por los personajes de sus historias,
en los que un misterioso y retorcido "Sombrerero Loco" le anuncia que va a
morir. El señor X, al cuidado de Anne, su enfermera personal y narradora
de la historia, intentará ayudarlo, y para lograr su cura pedirá la
colaboración de un famoso médico alienista, Owen Corridge, estratagema a
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