Síndrome Metabólico
Síndrome Metabólico
Síndrome Metabólico
Concepto y
fisiopatología
Martín Laclaustra Gimenoa, Clara Bergua Martíneza, Isaac Pascual Callejaa, José A
Casasnovas Lenguasa
a
Grupo de Investigación Cardiovascular. Instituto Aragonés de Ciencias de la Salud.
Zaragoza. España.
Palabras clave
Resumen
Artículo
INTRODUCCIÓN
- Los factores de riesgo que componen el síndrome incurren con frecuencia en determinada
población de forma simultánea.
En 1998, la Organización Mundial de la Salud consideró que una persona con diabetes
presenta SM si cumple 2 o más de los criterios siguientes2:
- Dislipemia (triglicéridos > 150 mg/dl; colesterol unido a lipoproteínas de alta densidad
[cHDL] < 35 mg/dl).
Estos criterios predefinen la necesidad de tener cifras de glucemia elevadas. Por otra parte,
el Adult Treatment Panel III (ATP-III) establece el diagnóstico de SM cuando hay tres o
más de los siguientes hallazgos3:
Por otro lado, los AGL suponen un exceso de sustrato para los tejidos sensibles a la insulina
y provocan alteraciones del sistema de señales que regulan el metabolismo de la glucosa.
En el músculo modifican la acción de las proteincinasas. En el hígado, en experimentación
animal se ha comprobado que provocan defectos en los receptores estimulados por insulina.
Los AGL aumentan la producción hepática de glucosa y disminuyen en los tejidos
periféricos la inhibición de la producción de glucosa mediada por insulina. Mientras tanto,
continúa la génesis de lipoproteínas hepáticas, relacionada con el efecto estimulante de
dichos AGL y de la insulina.
Hay una estrecha correlación de la obesidad abdominal y los factores de riesgo que definen
el SM, especialmente la hipertrigliceridemia4, así como entre la obesidad y la RI (fig. 2).
El aumento del tejido adiposo intraabdominal o visceral provoca un aumento del flujo de
AGL hacia la circulación esplácnica, mientras que los derivados del tejido subcutáneo
evitan el paso hepático y sus consecuencias (aumento de la producción de glucosa, síntesis
de lípidos y secreción de proteínas protrombóticas).
También se ha comprobado que el depósito patológico puede realizarse en adipocitos
periféricos anormalmente grandes, como se demuestra en un estudio realizado en indios
pima. El efecto del tamaño del adipocito en el riesgo del desarrollo de DM parece ser
independiente y aditivo al efecto de la insulinorresistencia6.
El metabolismo lipídico normal incluye liberación de AGL desde los adipocitos a la sangre
circulante, hacia el hígado y el músculo. En el hígado, una parte es oxidada y la mayoría
reesterificada a TG. Hay un transporte continuo de AGL entre tejido adiposo e hígado; sin
embargo, si el proceso de reesterificación se satura, la acumulación de TG puede conducir
al hígado graso.
Los TG de las VLDL se intercambian con ésteres de colesterol en las HDL por acción de la
CETP y la mayoría de dichos ésteres vuelve al hígado en forma de remanentes, una vez que
se hidrolizan las VLDL por la lipoproteinlipasa (LPL).
Las HDL pequeñas son aclaradas de la circulación con mayor facilidad que sus homólogas,
lo que resulta en disminución del HDL y de la apo AI (ambas antiaterogénicas).
Las LDL pequeñas y densas también son más aterogénicas por ser más tóxicas, por su
mayor capacidad de penetración en la íntima y buena adherencia a los
glucosaminoglicanos, y por su mayor susceptibilidad a la oxidación y su unión selectiva a
los receptores basureros de los macrófagos.
La RI es más prevalente entre hipertensos que en la población general y muestra una clara
asociación con cifras elevadas de presión arterial, si bien esta asociación no es sencilla8.
Cierto es que la RI se asocia con mayor prevalencia de HTA, pero se identifica sólo en el
50% de los pacientes con HTA esencial; no todos los pacientes con RI desarrollan HTA y
no en todas las razas9.
Una gran mayoría de autores defiende que la RI induce daño vascular e HTA10. Pero, por
otra parte, algunos estudios sugieren que la hipertensión no está fuertemente ligada al SM o
que su asociación es casual11.
Por último, se ha propuesto que la disfunción endotelial y la HTA consecuente son los
agentes protagonistas en la génesis de la insulinorresistencia12.
Los primeros mecanismos sugeridos por los que la hiperinsulinemia produce elevación de
la presión arterial son el aumento de reabsorción renal de sodio, el incremento de la
actividad nerviosa simpática, las modificaciones del transporte iónico de membrana celular
y la hiperplasia de las células de músculo liso de la pared vascular. La insulina potencia el
papel del Na+ de la dieta en la elevación de cifras de presión arterial, aumenta la respuesta a
la angiotensina II y facilita la acumulación de calcio intracelular15.
La insulina tiene efectos presores a través de una estimulación del sistema nervioso
simpático y la facilitación de la absorción renal de sodio. Provoca un incremento de la
reabsorción de sodio en el túbulo contorneado proximal renal. Asimismo, la insulina puede
condicionar una elevación de la presión arterial por diferentes mecanismos16.
La insulina también activa el sistema nervioso simpático por hiperreactividad del eje
hipotálamo-hipofisario-adrenal, con aumento del intercambio Na+/H+ y un incremento de la
reabsorción tubular de Na+17.
La insulina también provoca una alteración de los cationes intracelulares: son numerosos
los mecanismos de transporte iónico a través de la membrana que están regulados por la
insulina: estimula la bomba Na+/K+-ATPasa (causante del mantenimiento del balance
normal del K+ intracelular y extracelular) y también regula la bomba Ca++ ATPasa (que
mantiene el Ca++ intracelular). Si esta bomba es resistente a la acción de la insulina,
aumenta el Ca++ intracelular y se desencadena hiperreactividad vascular e HTA18. Tiene
efecto directo sobre la resistencia vascular periférica, con una respuesta exagerada a los
agonistas de la angiotensina II y la noradrenalina, con alteración de los mecanismos que
controlan el Ca++ libre, lo que conlleva un aumento de la contracción de la fibra vascular
lisa.
Por la acción mitogénica de la insulina (a través del protoncógeno c-myc por medio de
receptores del factor de crecimiento 1-insulina like (IGF-1) se induce proliferación de las
células vasculares de los músculos lisos y modificación del transporte de iones a través de
las membranas celulares que incrementan los valores citosólicos de calcio.
Las lipoproteínas que se asocian con incremento del riesgo de arteriosclerosis son las LDL
elevadas, las HDL bajas y elevación de lipoproteína A y la hipertrigliceridemia. La
presencia de partículas LDL pequeñas y densas típica del SM también supone mayor
riesgo.
La función patogénica de las LDL se ve facilitada por el hecho de que la íntima está
flanqueada por dos barreras permeables (el endotelio y la túnica media). Además, la
ausencia de vasos linfáticos aumenta la permanencia de las LDL en dicho espacio, lo que
implica su fácil degradación y oxidación. Los macrófagos pueden sobrepasar su capacidad
de limpieza ante un flujo masivo de este tipo de LDL degradadas.
Los estudio anatomopatológicos han revelado que la aparición de lesiones core ocurre
solamente en arterias que sobrepasan un umbral de grosor intimal al que contribuye, como
sabemos, la hipertensión.
Finalmente, el endotelio arterial que regula el tono muscular y constituye una barrera
permeable a los componentes sanguíneos actúa como transductor en la respuesta
inflamatoria de la aterosclerosis. Tanto en la DM como en los individuos con aumento de
AGL, la disfunción endotelial se ha documentado desde hace años. Sin embargo, la relación
de la RI o la hipertrigliceridemia basal con la disfunción endotelial es controvertida, ya que
sólo se ha demostrado en adultos jóvenes sanos31.
Este cuadro clínico es uno de los últimos descritos en el SM. Dado que el hígado es un
órgano diana para la insulina, también se ve afectado en el ambiente de RI.
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