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Antropología

La marcha sobre el fuego


ARMANDO VIVANTE

NACIO EN B. BLANCA urane una de las clases de etnología

D
(Prov. de Buenos Aires) en
1910. Se graduó de doctor que dicto en la Facultad de Ciencias
en filosofía y letras en la Naturales y Museo de La Plata, uno de
Universidad de Buenos Ai­
res. Actualmente profesor los alumnos del curso de 1959 mencionó la prác­
“full-time” de etnología en tica, en víspera de San Juan, de caminar descal­
la Facultad de Ciencias Na­
turales y Museo de La
zos sobre brasas que concluía de realizarse en la
Plata. Ex profesor de las localidad de Abasto, próxima a la ciudad de La
universidades nacionales de Plata; hizo la mención como si se tratara de un
Tucumán, Litoral y Buenos
Aires. Autor de varios li­ hecho exótico, curioso por su singularidad, pero
bros, entre ellos: Libro de sin otro interés fuera del indicado. Un diario lo­
las Atlántidas en col. con
el prof. Imbelloni (Tradu­ ca] había informado acerca del mismo, titulán­
cido al francés por E. Payot, dose de /'insólito rito” e intentando, dentro de
París); La moda de las de­
formaciones corporales, en la brevedad de la crónica, exponer las distintas
col. con el prof. Dembo; explicaciones que entonces se dieron para demos­
Muerte, magia y religión en trar la posibilidad física de la prueba; así se
el folklore, etc. Autor de
numerosos trabajos sobre hablaba del poder de la fe ("creen que no se
etnografía, religión, folklore quemarán y así sucede”), de hipnotismo, de espi­
y geografía. Forma parte de
un reducido grupo de espe­ ritismo, de la aplicación de "algún ungüento” en
cialistas que procuran ele­ la planta de los pies, de que "el secreto radicaba
var el folklore a un nivel
científico: Cortazar, Jacove- en la leña”, et vía dicendo. 1 Aprovechamos, en­
lla, Vega, Imbelloni, Pala- tonces, la oportunidad de la interrupción del
vecino, Vidal de Battini, alumno para referirnos al problema de las super­
Julián Cáceres Freyre y
A. Males, entre otros. vivencias culturales y a la transfiguración de los

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Armando Vivante

mismos fenómenos adaptándose a las exigencias de distintos niveles histó­


ricos; asimismo, puntualizamos la importancia de documentar debidamente
esas prácticas de gran interés folklórico, a fin de poder estudiarlas con las
normas de una metodología o moderna.
En los dos años siguientes la celebración fue alcanzando mayores
proporciones, logrando los contornos de un gran espectáculo, extraño e
incitante a la vez. Se menciona, en el periodismo platense, a “cultores del
rito”, se señala la presencia de “facultativos” que examinan los pies de los
caminantes sobre brasas y de una muchedumbre de varios miles de almas
que llegan a comprometer el normal desarrollo de la prueba 2. Para enton­
ces aparecen, al lado de los curiosos y de los ansiosos de “milagros”, algu­
nos estudiosos que procuran someter a los participantes de la prueba a un
control y examen que permitan sacar conclusiones positivas y objetivas
respecto a la verdadera naturaleza del fenómeno. Tenemos noticias que, en
este sentido, operó un grupo de la Sociedad Argentina de Parapsicología
de Buenos Aires —de la cual hablaremos más adelante— pero que no pudo
efectuar los registros y controles necesarios debido a la misma modalidad
de efectuarse la celebración y a la gran concurrencia que malograba todos
los esfuerzos de los investigadores.
Ese mismo año 1961 tomamos contacto con algunos participantes
de la prueba y, a principios de 1962, tuvimos entrevistas con los organi­
zadores de la misma en la localidad abástense. Pudimos, así, estar al tanto
de los preparativos, conocer sus distintos aspectos, recoger datos e impre­
siones y tener la seguridad de que seríamos invitados la próxima víspera
de San Juan para observar de cerca, y en las mejores condiciones, la rea­
lización de la marcha sobre el fuego.
Deseábamos documentar esta costumbre que tiende a extinguirse;
conocerla en sus detalles y en su intencionalidad a fin de darla a cono­
cer en un ensayo monográfico. Nuestro enfoque debía ser extrictamente
antropológico, dejando para otras preocupaciones los aspectos fisiológico,
médico, psicológico y social, aspectos de indudable interés y que de algún
modo no podríamos dejar de soslayar, pero que no podían constituir nues­
tro principal centro de interés. En esta oportunidad contamos con la cola­
boración y asesoramiento de colegas de las Facultades de Ciencias Médi­
cas y Exactas de la Universidad Nacional de La Plata, de un grupo de

1 Véase El Día, 26.VI.1959 y El Argentino, 25 y 26.VI. 1959, ambos de La


Plata.

2 El Día: 24.VI.1960 y 1961; El Argentino: 25.VI.1960; El Plata: 24.VI.1961.

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ANTROPOLOGIA

alumnos de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo y otros voluntarios


del Departamento de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía
y Letras de Buenos Aires 3.
El día indicado, nos trasladamos al lugar en donde procuramos
aprovechar, ordenadamente, las oportunidades y registrar todas las alter­
nativas de la celebración. Creemos que nada mejor que la misma crónica
periodística, espontánea y típica, puede describir el espectáculo:

“Eran las 21.30 aproximadamnte, cuando Hipólito Tara comenzó a andar sobre
las brasas de una de las tres fogatas que se habían encendido en el campo
de deportes del Club Abástense Argentino, siguiendo un antiguo ritual de
la zona. Dos bastoneros —así se denomina a los que conocen el secreto— diri­
gían la extraña ceremonia, que fue iniciada en Abasto hace más de una
década por Cipriano Fernández, vecino va fallecido. Gosmar Migliaro y Angel
Alí, son los herederos de los conocimientos de don Cipriano y todos los años
los ponen en práctica la víspera de la festividad litúrgica de San Juan, según
lo establece el ritual. Dos segundos
O y/ medio demoró ~Jara en recorrer el trecho
de cuatro metros de brasas. En esos momentos la temperatura alcanzaba en
la parte más caliente ochocientos veinticinco grados centígrados y la capa de
aire a cinco centímetros oscilaba entre los doscientos ochenta y trescientos cin­
cuenta grados”. [. . . ] “No sentí ninguna emoción en especial”, dijo Jara al
ser entrevistado para una emisora uruguaya. “Como ven —agregó— mis pies
están intactos” [. . . ] “Pese a los cincuenta policías que se destacaron, el
espectáculo fracasó en parte. No habían transcurrido quince minutos de co­
menzada la ceremonia cuando el público logró derribar parte de la cerca de
alambre e introducirse en el campo de deportes donde se desarrollaba el
acto” 4.

Mientras colegas y alumnos realizaban registros y tomaban infor­


mes, me dejé envolver un poco por el clima psicológico del ambiente a fin
de integrarme al mismo y verlo, también, en cuanto fuera posible, desde
adentro; se trata de una experiencia muy interesante que permite enri­
quecer o completar con los datos vivenciales una imagen impersonal y
objetiva.

3 Cigliano, Sbarra, Conti, Vera, Chamorro, de la Fuente, Herrero, Ceballos, González,


Aznar, Villafañe Casal, Ortiz, Curcio, Gerber, entre otros.

4 EZ Argentino, 24.VI.1962. Ver también, El Plata, 24.VI.1962; El Día, de la misma


fecha; La Nación, 25.VI. 1962; La Razón, 24.VI. 1962 y Así (con una nota de R. Vázquez)
del 12.VII. 1962, los tres últimos de Buenos Aires. Publicaron noticias Chicago Sun-Time y
New York Herald Tribune, 25.VI.1962, de Estados Unidos de Norteamérica.

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Armando Vivante

La CELEBRACION EN OTRAS PROVINCIAS

Caminar sobre las brasas parecía un hecho insólito y que esto se


realizara en las puertas de La Plata, sorprendió a más de un especialista en
folklore. Se tenían noticias más o menos vagas de que en algunas provin­
cias del norte del país existía tan singular costumbre, pero nadie podía
precisarlo ni indicar fuentes para su estudio. Por nuestra parte, quisimos
averiguar un poco mejor y en este artículo sólo señalaremos algunos de
los ejemplos que tenemos perfectamente documentados. Transcribimos, a
continuación, algunos de gran interés. Uno proviene de Posadas, Misio­
nes, y dice así5:

“Respecto a su consulta sobre el cruce de las brasas en la víspera de San


Juan le diré que efectivamente aquí se estila. Todos los años se realiza en dis­
tintos barrios. Yo lo vi cuando niña en la localidad histórica de Candelaria;
lo hicieron en la calle y lo cruzaban en todo el ancho de la misma. Después
no me enteré más, pero hace varios años supe que aquí en Posadas Jo hacían,
así como en otras localidades del interior (San José, Santo Pipó), hay fami­
lias que lo hacen por tradición. El año pasado [1961] en un terreno baldío
próximo a mi escuela [en Posadas] lo auspició un club de fútbol con fines
comerciales, pues cobraron la entrada. Fue una verdadera romería a la que
asistieron muchos médicos, se sacaron fotografías que trataré de conseguírse­
las. Para el cruce de las brasas se usa leña dura de urunday, naranjo, canela
y otras, es decir, las de mayor calorías. Conversé con la persona que dirige,
que es paraguaya, y me explicó que las primeras leñas se colocan en cruz,
luego van apiladas las demás. El fuego se comienza a prender también en
cruz y en cada punta se reza el credo y la oración tal cual ella me pronun­
ció; es una paraguaya medio indígena:
‘San Juan el 24 de junio — San Juan salió al paseo — para repartir la gran­
deza — a todos sin igual — v hoy si para celebrarse — con el dulce de lumi­
naria — la Virgen de las Mercedes — y al divino patrón nuestro — San
Juan — ¡Viva señor San Juan!’
El fuego comienzan a prenderlo a la tardecita, más o menos tres horas. Cuan­
do se ha consumido toda la leña se esparcen las brasas dejándolas con un
buen espesor. Según esta mujer, el que está a cargo de la ceremonia debe
concentrarse, no hablar y alejar todos los malos pensamientos. Luego comien­
za el cruce que lo hacen siempre en el mismo sentido, pasan todos los que
lo deseen, sin distinción de edad ni sexo. Este año yo lo están preparando
y pienso hacer la experiencia personal. Los que han cruzado me aseguran
que no se queman, que sienten sí mucho calor en todo el cuerpo. Otra cosa

5 La informante es la Sra. Prof. Ermelinda A. de Onetto y debemos esta interesante


descripción a una gentileza del Dr. Néstor A. Fayó (Carta en n/archivo, del 16.VI. 1962).

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ANTROPOLOGIA

que también se estila es el Toro Candil que generalmente lo realizan en el


mismo lugar.. ” 678
En carta posterior7 agrega detalles sobre el cruce realizado en
junio próximo pasado y que valen la pena destacar: la mujer que se halla
“indispuesta” 8 y el hombre que hava tomado bebida alcohólica no pueden
cruzar. Varios se quemaron, entre ellos una señora que cruzó con indeci­
sión; en cambio, un joven lo hizo cuatro veces en la noche sin sufrir lesión
alguna. Se cree que el que se quema es porque tiene pecados y quizás
por eso algunos ocultan sus quemaduras. El que dirige la celebración es
denominado “cabeza” y cuenta con la ayuda de dos personas; una vez
que éste da por concluida su parte ceremonial cualquiera puede cruzar el
colchón de brasas, sin tener que recibir por parte de él autorización o
instrucción especial. La oración que pronuncia el “cabeza” se la enseñó
un extraño. El cruce se realiza en tres o cuatro pasos. Parece que el fuego
se prende con palma bendita sin recurrir al auxilio de papel, “lo que es
algo extraordinario” por tratarse de troncos de 30 a 40 centímetros de diá­
metro. El fuego comenzó a las 16 horas. La cancha de brasas sin cenizas
tenía un ancho de 2 metros por 3 de largo y 20 centímetros de espesor,
con una temperatura apreciada de 600 grados. El primero en pasar es el
“cabeza”; se hace el cruce por tradición, fe y muestra de pureza y sin
que sea precedido por ayunos u otras interdicciones. Es un club el que
organiza la celebración que obtiene algunas ganancias y la anuncia con
volantes y carteles.
En Resistencia, Chaco, la colectividad paraguaya practica el cruce
de las brasas en el club “Guaraní”. Un periodista local relata:

“No hemos leído, simplemente. Esta vez, lo hemos visto. Unos metros cua­
drados de brasa viva, que un vientecillo rasante, pasando por encima de la
hoya del Río Negro cercano, cabrillaba sobre los carbones encendidos y gen­
te transitando sobre ellos”9.

6 Por el “toro candil”, véase Juan Angel Pesea: El Toro Candil, en Boletín (mi-
meografiado) del Centro de Estudios Antropológicos del Paraguay, Asunción, 29.V.1951. Sería
de interés investigar si la presencia del “toro candil” tiene alguna vinculación con el toro de
fuego, antigua supervivencia de la altimeseta soriana (España), según Chico y Rello (1947),
precisamente en uno de sus pueblos, San Pedro Manrique, en donde perdura el rito joánico
de caminar sobre las brasas.
7 Del 21.VII. 1962; ver nota 5.
8 Menstruante.
9 Del diario El Territorio, de Resistencia, Chaco, 25.VI. 1958, envío del Sr. C. P. López
Piacentini.

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Armando Vivante

Las fotografías muestran a uno que cruza tocando la guitarra, a


otro con los zapatos en la mano y fumando v a dos señoritas pasando juntas.
En Concepción, Corrientes, la celebración es más compleja y con
mayores elementos de inspiración católica:
“Con motivo de la festividad de San Juan se realiza en el pueblo de Concep­
ción, provincia de Corrientes, una fiesta en la que previamente al baile,
tiene lugar una ceremonia, que consiste en caminar sobre brasas ardientes.
Hombres provenientes de la ciudad capital, contratados especialmente, son
los encargados de preparar todo lo relacionado con dicho rito. Son siempre
4 ó 6 las personas encargadas de dicha organización. Esta fiesta, que viene
realizándose hace no más de 6 ó 7 años, indiferentemente tiene lugar duran­
te la mañana o por la tarde. Nunca tiene una duración de más de 3 horas.
Los encargados proceden a talar los árboles en los montes vecinos, por lo
que se supone que dicha madera puede ser de guayabí (tayO o morera, ya
que éstas son los dos únicos tipos de madera que existen en abundancia.
Pero en cualquier caso, sólo se utilizan leños de un solo tipo; todo esto lle­
vado a cabo sin testigos presenciales, como también la preparación del fuego
y la distribución de las brasas. Estas llegan a formar un colchón de cerca de
10 metros de largo por 15 centímetros de alto. Un sacerdote procede a
bendecir las brasas y así se da por iniciada la ceremonia. Los bastoneros
(organizadores) son los encargados de depositar en medio de las brasas una
silla mecedora, decorada íntegramente con papeles de colores. Luego los
participantes proceden a cruzar las brasas, pudiéndolo hacer individualmente,
en parejas, llevando niños de corta edad en brazos o acompañándolos toma­
dos de la mano. Pueden cruzar las brasas cuantas veces lo deseen, pero
siempre en una misma dirección, también pueden tocar suavemente el sillón.
Siempre los participantes caminan con pasos largos, pero nunca apresurada­
mente. En ambos extremos del fuego hay alfombras. Cabe destacar, que la
gran mayoría de los participantes toman bebidas de fuerte graduación alco­
hólica, especialmente caña, antes de cruzar las brasas. En todos los casos,
las palabras que los participantes pronuncian al cruzar el fuego son: “En
nombre de San Juan”, y a veces puede agregarse la oración del Santo, no
siendo esto último indispensable. Se da por concluida la ceremonia en el
momento que cuatro personas, llevando en andas la estatuilla del Santo (que
se venera en la capilla del lugar), y seguido por todos los participantes, cruzan
el fuego por última vez. Luego todos los espectadores depositan limosnas al
pie de la misma, a la vez que van alejándose del lugar. Los organizadores,
esta vez sin testigos, proceden a apagar el fuego con agua, y tras cavar un
pozo echan allí los restos de brasas y cenizas” 10.

10 Informante Aída Leiva, de la localidad, 17 años; tomó los datos Lía Luz Weisz
Maulé, alumna de la Escuela de Museología del Museo Social Argentino de Buenos Aires;
gentileza de la Prof. C. Talice de Chiabaut.

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ANTROPOLOGIA

Hacen falta más registros —en el orden cronológico y espacial—


para intentar una comparación y la reconstrucción de un modelo tipo.
De cualquier modo la marcha que hemos observado en Abasto, en com­
paración con la de Posadas o de Concepción, aparece muy empobrecida,
pues no sólo han desaparecido las exigencias rituales, sino también, cual­
quier intencionalidad de manifiesta raíz folklórica. Además, sea porque
hasta ahora no ha alcanzado contornos amplios permanentes, o por ser
relativamente reciente, no ha incorporado prácticas religiosas oficiales ni
se ha contaminado —de modo apreciable— con creencias de medicina po­
pular u otras semejantes.

Las fogatas de San Juan y sus implicaciones

Las tradicionales fogatas u hogueras de San Juan podrían tener


vinculaciones con el hecho que examinamos. Las fogatas se prenden anual­
mente, luego de un período de activa recolección de combustible por parte
de los muchachos: esquinas, baldíos, calles poco transitadas son los lugares
elegidos para amontonar cajones viejos, ramas y cuanto trastos combusti­
bles se hallen a mano. Pese a las prohibiciones oficiales y al celo en contra
de los vecinos, la noche víspera de San Juan se ilumina con las llamaradas
de las hogueras, alrededor de las cuales bailan, saltan y bullanguean las
chiauilinadas.
i

J. A. Carrizo (1933:514) publica esta copla salteria: “¿Qué hare­


mos compañeritos, —Con estos hombres sentados? —Parecen troncos que­
maos —De los Sanjuanes pasaos”, en donde se alude a una gran quemazón
a orillas del río Cachalquí, Molinos (Salta) en vísperas de San Juan, de
la cual quedaron troncos calcinados. Años atrás la celebración alcanzaba
amplios contornos y, posiblemente, se asociaba a otras preocupaciones que
no aparecen ostensiblemente en las ciudades; así, en la zona puneña de
Jujuy, San Juan es visto como el patrono de las ovejas. La fiesta comienza
el 23 por la tarde con disparos de bombas y cohetes y continúa por la noche
con “fogones”. Rezan ante la imagen del santo, beben “yerbiao”, coquean,
pitan, y al día siguiente juegan con agua n. En Tilcara y Huacalera, tam­
bién Jujuy, según las fichas que copiamos del Instituto de Antropología de
la Universidad Nacional de Tucuinán (1941), el Santo, que tiene su “es­
clavo”, es llevado un día antes a la iglesia de Tilcara en compañía de cuatro

11 M. Sarmiento, 1951:153.

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD 93
Armando Vivante

“similantes”, vestidos con plumas de ñandú a modo de indios, con acompa­


ñamiento de “caja”, charango y cascabeles y, de tanto en tanto, estruendos
de “camaretazos”; de regreso comienza el baile y el “beberaje”. En la ciu­
dad, niños y niñas saltan y cantan: “En renglera, en renglera —me voy a
poner, —saltaré la fogata —y no he de caer”; saltan las llamas: el que se
esquiva malogrando el cruce sale del juego, el que cae es castigado. Gritos y
aplausos acompañan las pruebas 12. En la segunda mitad del siglo pasado
P. Mantegazza describe una olvidada modalidad del fuego de San Juan
en la campaña de Buenos Aires: “los jóvenes galopan en hilera, llevando
en cuernos de buey antorchas y manojos de paja inflamada, de suerte que el
campo parece en llamas y presenta un espectáculo brillante”.
En toda América la festividad alcanza distintos grados de animación,
pero siempre asociada a peculiares prácticas supersticiosas. En Venezuela,
por ejemplo, según Liscano (1950:143), algunos acostumbran ir al campo
en procura de ruda, de yerbabuena, artemisa, albahaca, por creer que estos
vegetales son de buen augurio. En Calderas, Tierradentro, Colombia 13, se
íecomienda un baño a personas y animales en víspera del Santo como pro­
filaxis de las llagas (chande). En México, en Chavinda, Michoacán, el baño
a las tres de la mañana alcanza el carácter de un hecho colectivo para
hombres y mujeres 14; entre los mapuches de Chile, según Carvalho Neto
(1961:20), este baño tempranero adquiere un sentido moral pues equi­
vale a limpiar el cuerpo de pecados. En Artigas, Uruguay, lindando coi}
el Brasil, existía la costumbre, a principios de este siglo, de ir a lavarse la
cara en el río fronterizo, y el que no veía su rostro reflejado lo interpre­
taba como un anuncio de su próxima muerte, dentro del año.
Los ejemplos podrían multiplicarse en todo sentido y plantear la
doble raíz de los mismos; América india, por un lado, y Europa, por el
otro, en este caso España principalmente. Alejandro Casona, en “La Da­
ma del Alba” 15, que tiene por lugar cualquier sitio de Asturias campesi­
na, recoge varias creencias tejidas a propósito de la festividad joánica, desde
el salto a través de las llamas, el baño profiláctico para las ovejas en sal­
vaguardia de los lobos y, lo que es de mayor interés, la existencia de “hijos

12 M. C. de Oyuela Bertolozzi, 1909:105.


13 En Revista Colombiana de Folklore, Instituto Colombiano de Folklore, Ministerio
de Educación Nacional, Bogotá, Colombia, n9 2, 2íl época, 1953:215.
14 Félix Coluccio: Folklore de las Américas, Buenos Aires, Ed. El Ateneo, 1948:276.
15 Obras Completas, México, Ed. Aguilar, 1954, t. 1:546 v 550:563, 564-565 y 583
(Dato bibliográfico facilitado por el Sr. Luciano Herrero, alumno de la carrera en antropología).

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ANTROPOLOGIA

de San Juan”. En Galicia, según Rodríguez López (1943:105) los jóve­


nes en edad de casarse saltan por encima de las llamas, diciendo: “Salta
por encima —del fuego de San Juan, —para que no me morda —ni cobra
nin can”, la moza que tocara las llamas no se casará ese año. Esto preocu­
pación casamentera, junto con otros datos, reaparece detrás del velo de
las “cédulas de San Juan y San Pedro” 1G, entretenimiento familiar que
consistía en ocultar papelitos escritos con nombres e insinuaciones senti­
mentales y que los participantes debían extraer por suerte.

Ejemplos de marcha sobre el fuego

En 1938, el prolijo lingüista y mitólogo del pasado guaraní del


Paraguay, don León Cadogan, recogió en Colonia Mauricio José Troche
(Departamento de Villarrica), los diversos juegos celebrados en la víspe­
ra de San Juan, entre ellos el llamado San Juan Rata: el fuego de San
Juan: para celebrarlo se amontona leña buena —kurupy, kuru/pa’ra, yvyi-
rarevi— y se la prende fuego hacia el medio día, para las diecinueve el
montón queda reducido a brasas y cenizas, las que son esparcidas sobre
una superficie de más o menos cinco metros por cincuenta centímetros.
De diecinueve a veinte quien tenga fe puede recorrer descalzo e impu­
nemente las brasas de un extremo a otro, pero pasada la hora se torna peli­
groso pues éstas se pegan produciendo intensas quemaduras 16 17. R. C. Be-
jarano lo describe con más detalle en una nota de 1952 18*, en este caso
el lugar de la celebración es un barrio de la misma capital paraguaya.
Luego de describir un altar familiar con la imagen de San Juan Bautista,
pasa al patio de la casa en donde se amontonan las brasas de una fogata
preparada, aproximadamente, con dos bolsas de carbón, cantidad conside­
rada reducida, lo cual se debía al elevado costo del combustible:
“El montón de carbón fue desparramado sobre el suelo en una faja de apro­
ximadamente 2,5 metros de largo, por 40 cm. de ancho y 10 cm. de espesor.
Los creyentes que iban a pasar por las brasas se encontraban descalzos, ubi­
cados en un extremo. El público se agolpaba alrededor, poseídos de gran
curiosidad. Los creyentes, incitados por la dueña de casa, comenzaron a pasar,

16 En la ciudad de La Plata, uno de los autores de los versos que solían formar las
“cédulas”, fue el renombrado poeta Pedro B. Palacios, Almafuerte. En la Colección Fariní,
de esta ciudad, se custodia un ejemplar de pliego con estos versos.
17 León Cadogan: Del folklore guaireño, en Boletín citado en nota 6.
18 R. C. Be jarano: Del folklore paraguayo. Fogata de San ]uan en un barrio de
Asunción (Paraguay), en El País, 24.VI.1952, de la misma ciudad.

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD 95
Armando Vivante

ante los aplausos de los asistentes. Cada uno de los que pasaban, al comenzar,
gritaban: ¡Viva Señor San Juan!, coreado por el público. Entre las 10 ó 12
personas que pasaron c.obre las brasas, anotamos a las siguientes: agente de
policía Pablo M acial, de 18 años, domiciliado en la calle 15^ y 6^; pasó
cinco veces consecutivas. Efectúa esta prueba desde los 6 años de edad.
Alguna vez caminó sobre una faja de 8 metros de largo por 1,5 m. de ancho
y 15 cm. de espesor, en San Juan Bautista de las Misiones. César Fatecha,
hermano del anterior, de 7 años de edad, pasó 3 veces. Arsenio Aguilar, 20
años, caminó por primera vez en esta oportunidad. Pasó 3 veces. Ubaldino
Lezcano, 12 años, pasó 3 veces. Teresio Bobadilla, 7 años, pasó 2 veces. Ru­
bén Núñez, 13 años, pasó 6 veces. Francisco Silvero, 16 años, se quemó leve­
mente en el dedo índice del pie izquierdo, según tuve oportunidad de ob­
servar. Los demás no sufrieron lesión alguna. Este Silvero dice que, a pesar
de caminar sobre las brasas desde los 7 años, es la primera vez que se quema,
posiblemente porque tenía los pies algo húmedos como consecuencia de
haberse descalzado inmediatamente antes de pasar. Otros asistentes dijeron
que se habían quemado por haber pasado muy rápido, en forma nerviosa, lo
que hace que se entreabran los dedos, por donde se introduce la brasa”.

En Chamula, pueblo de Chiapas, México, el paso sobre las ascuas


es durante el carnaval, con los pies desnudos o calzados 19. Algo seme­
jante vimos nosotros en la celebración abástense; concluida la ceremonia
unos jóvenes caminaban calzados sobre las brasas moribundas. Dos de
nuestros colaboradores les preguntaron por qué lo hacían, recibiendo la
sorpresiva respuesta de que era para “purificarse”. ¿Purificarse de qué y
cómo?. El dato no pudo aclararse más, pero en ambos casos, en Chamula
y en Abasto, subyace, seguramente, un rito ígneo purificatorio 20, reani­
mado por todavía mal conocidas compulsiones culturales y anímicas que
se dan sin mayor conciencia en el espíritu de sus actores.
Un ejemplo importante y bien estudiado es el que tiene lugar en
villa de San Pedro Manrique, Soria, España. En 1923, Taracera Aguirre
produce una breve y substanciosa noticia, notablemente mejorada un año
después por Iñíguez y Ortiz (1924); en 1947, Chico y Relio lo alude en

19 Véase el dato en Acción Indigenista, México, n9 57, 1958:3 y en Estudios Antro­


pológicos en homenaje al Dr. M. Gamio, México, 1956:282.
20 Extensa sería la lista casuística y bibliográfica acerca del fuego purificador y
medicamentoso, citaremos, sólo, dos ejemplos: Jacinto de la Serna: Manual de ministerios
de indios para el conocimiento de sus idolatrías, y extirpación de ellas (la primera edición es
de México 1892, pero su autor es del comienzo del s. XVII; citamos reed. de México, 1899:289)
se refiere a la costumbre nativa de pasar al recién nacido sobre el fuego. Andrée Ruffat:
La superstition d través les ages, Paris, Payot, 1951:226, recuerda que en el folklore inglés
actual se registra la costumbre de tipo terapéutico de pasar sobre el fuego a ciertos enfermitos,
probablemente herniados o incontinentes. Esta costumbre la hemos registrado en nuestro país
y en Chile.

9Ó REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
ANTROPOLOGIA

un trabajo compendioso. En 1950, G. M. Foster observa y estudia la ce­


lebración y publica (1955) un importante artículo. En 1959, Gómez-
Tabanera hace un resumen descriptivo que ilustra con documentales foto-
color en la revista madrileña “Blanco y Negro” y que hace objeto, a la
vez, de una comunicación al V Congreso Nacional de Arqueología, cele­
brado en Oviedo 21* . No entraremos en la descripción del ejemplo, que
sigue el esquema general, conformándonos con señalar algunos de sus ras­
gos más sobresalientes. Se cree que la invulnerabilidad al fuego es un
don exclusivo de los sampedrinos, creencia que les da gran ventaja psico­
lógica sobre los forasteros. La hoguera debe prenderse todos los años y
los habitantes del lugar no aceptarían excusa alguna para que las auto­
ridades locales no provean de los elementos necesarios; además, los tron­
cos se colocan con cierto orden establecido. El fuego se prende frente a
la Iglesia de la Virgen de la Peña, lo cual indica que no existe prohibi­
ción eclesiástica al respecto y, por lo tanto, que la intencionalidad del rito
está del todo asimilada a la práctica católica. De mayor interés es el paso
sobre las brasas llevando una o dos personas sobre las espaldas, hecho
documentado con fotografías. “Hace años atravesaban las ascuas —dice el
doctor Iñíguez y Ortiz (1924:60)— algunas [mujeres], casi siempre por
motivos de orden religioso. La última que pisó el fuego fue una madre
que, teniendo a su hijo gravemente enfermo, hizo solemne voto de pisar
el fuego, lo que verificó entre el silencio solemne de sus convecinos”.
En 1950 Foster habla de que se cumplen promesas realizadas a la Virgen.
Pero, en general, la práctica hace tiempo está en decadencia y luego de
Jas pruebas siguen los bailes. Con todo, encontramos aquí, según Iñíguez,
la prolongación del rito en la celebración de las “móndidas” —en la que
intervienen tres mujeres jóvenes solteras, aunque ya pueden ser casadas,
pero jóvenes y sin hijos— y el festejo del “árbol o palo de mayo”; por mu­
chos detalles, móndidas y árbol de mayo son de significado de claro sen­
tido fálico con sus naturales implicaciones.

Las anastenáridas

Otro ejemplo de más interés es el constituido por la danza sobre


las brasas como parte del culto popular griego a los santos Elena y Cons­

21 Citaremos sólo a Mariano Iñíguez y Ortiz: Ritos celtibéricos. Las fiestas de San
Pedro Manrique, en Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria. Actas y
Memorias, Madrid, año 3, 1924: 58-63 y José Gómez-Tabanera: Hombres salamandras en
San PePdro Manrique. Extraño rito en un pueblo de Soria, en Blanco y Negro, de Madrid,
año 69, n9 2460 de 1956.

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD 97
Armando Vivante

tantino, especialmente el 21 y 22 de mayo del calendario juliano, y 2 y


3 de junio según el nuestro, pero que se suele efectuar en otras fechas
eventuales si calamidades colectivas (epizootias, epidemias, etc.) afectan
las poblaciones22. Los “anastenáridas”, grupo dedicado y especializado a
este rito, antecede el paso sobre las brasas con preparaciones especiales,
entre las cuales el sacrificio de un animal, puede ser un becerro, y espe­
cie de comunión con su carne, el acompañamiento musical con cornamu­
sa, tambor flauta y lira, la presencia de un jefe muy respetado “que habla
poco”: “El pueblo rodea a los anastenáridas, que locamente excitados, pá­
lidos, nerviosos, abrazando estrechamente los iconos, marchan en un
círculo que danza al son de los instrumentos. A lo largo del camino, exci­
tados por la música, bailan alzando los iconos, profiriendo gritos inarticu­
lados 23, exclamaciones histéricas, ach> ech, ich que le salen del alma.
*, todo el mundo retrocede
Pronto llegan al fuego ardiente que los espera 2425
alrededor. Los anastenáridas, descalzos, se acercan al sector cubierto de
brasas, se lanzan a él en un solo impulso, atraviesan ese espacio formando
una cruz, y luego empiezan a pisotear las brasas” (Courouniotis). El baile
sobre las ascuas suele durar de 30 a 40 minutos (Brewster). Entre la
marcha sobre el fuego en Abasto, la anastenárida y las formas más anti­
guas de pirolatrías, existen muy apreciables diferencias que a la par de
mostrarnos la posible extrema degradación de un fenómeno cultural de
carácter religioso, llama la atención a la vez por su tenaz persistencia 20.

Casuística extraeuropea

En Sudafrica, cerca de Natal —en Pietermarizburg—, Sayce (1933)


pudo observar detalladamente esta ceremonia en 1926 y en 1929, hacer
el esquema de la cancha ígnea y tomar algunas fotografías. Es muy pro-

22 Véase bibliografía y descripción en Brewster, 1958:64 ss. Eva Liari: Un culto


popular griego de Santa Elena -y San Constantino, en Caras y Caretas, Buenos Aires, año
5-4-, n‘? 2153. Agradezco al Sr. Constantino Courouniotis importantes informaciones sobre este
culto del folklore griego.
23 “Se dice que, cuando salen de la danza, los anastenáridas se lanzan por montes y
bosques, saltando, aullando y reuniéndose en orgías silvestres” (E. Liari); posiblemente haya
sido así en sus formas más antiguas, vinculadas con estados frenéticos de tipo dionisíaco, de
extrema posesión y endiosiamiento, según técnicas arcaicas de éxtasis colectivos, con fenómenos
de glosolalia.
24 La cancha es un círculo de unos 6 metros de diámetro.
25 Esta reflexión plantea una interesante cuestión teórica sobre la fuente de ciertos
fenómenos folklóricos, ¿será todo historia, todo etnología, o habrá que recurrir a la viva fuente
de una psicología dinámica y profunda?

98 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
ANTROPOLOGIA

bable la procedencia indonesia de la misma. La ceremonia se realizó en


tres lugares a la vez, y sin desconocer su funcionalidad puramente cultu­
ral, aparece junto a ella el deseo de cumplir votos por casos de enferme­
dad y desgracia; las mujeres sin lujos tienen una participación muy res­
tringida pero en sobremanera expresiva, es decir, se hace evidente que
éstas lo hacen en relación a su esterilidad. Aunque no aparece explícita
la vinculación intencional hay que destacar que la cancha está construida
entre dos templos, uno dedicado a Mariamin, como avatar de Rali en tanto
diosa de la fertilidad y de la prosperidad y figura de la “madre mala”, a
la que más se teme que se ama 26, y el otro a Soobramonie, también dios
de la fertilidad y de la prosperidad. En los extremos de la cancha hay
excavadas dos bateas conteniendo, una, leche de cabra pura o con agua
y, la otra, agua teñida con azafrán de la India. La ceremonia comienza
diez días antes y los participantes deben someterse a ciertas exigencias
rituales; hay música, plegarias, procesiones y otros detalles significativos,
por ejemplo, cortar una lima en cuatro trozos y arrojarlos hacia cada punto
cardinal; las mujeres sin hijos efectúan vueltas rituales alrededor def tem­
plo con frecuentes postraciones mientras otras mujeres, que van a su lado,
vierten sobre ellas agua azafranada.
La marcha sobre el fuego existe en el Japón 27. Arthur Miles la
describe para Misore, India, en donde la cancha de fuego concluye en
una batea con agua para refrescar los pies 28; Pablo Neruda presenció una
de estas marchas realizadas por musulmanos 29 que invocaban, en alta voz, a
Alá: “interminablemente salen voluntarios de la multitud. Algunos en
mitad de la trinchera [de brasas] se detienen para taconear en el fuego
al grito de: ¡Alá! ¡Alá!”. A veces es un hombre que transita sobre las
ascuas arrastrando un carro de regular tamaño lo que le obliga a apoyar
los pies con fuerza y trasladarse con cierta lentitud. Un viejo grabado
del libro de P. Sonnerat, “Viaje a las Indias Orientales y a la China”,

26 Por el tema de la “madre mala”, ambivalente desde el punto de vista psicoanalítico,


véase, en la línea de Melanie Klein, a Walderedo Ismael de Oliveira: El matricido en la
fantasía. Dos estudios de psicoanálisis aplicado, Buenos Aires, Ed. Nova, 1957.
27 Ver Andrew Lang, 1901:284-285.
28 Arthur Miles: Le Cuite de Qiva, trad. de M. Logé, París, Payot, 1951:267. (Dato
que agradezco al Sr. alumno L. Herrero).
29 Véase el artículo del poeta publicado en O Cruzeiro, edición internacional, Río de
Janeiro, 16.111.1962:67.

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD 99
Armando Vivante

Zurich 1783 30, representa el paso de oficiantes sobre la espesa capa de


carbones encendidos, en unos de los extremos de la cancha está la batea
con agua, cavada en el suelo. Cheragay 31 dice haber presenciado en Ken-
tamani, lugar montañoso de Bali, el “sabghyang”, danza sagrada noctur­
na en uno de cuyos momentos dos jovencitas bailarinas, en aparente esta­
do de profundo trance, danzan sobre las brasas, desparramándolas; según
este autor, no pisan realmente las brasas, sino que, apartándolas muy há­
bilmente con los pies, éstos siempre se apoyan sobre la tierra.
Para distintos lugares de Oceanía se conocen magníficos ejem­
plos, sobre todo de marchas encima de grandes piedras redondas calenta­
das al blanco. Se citan casos en la Islas de la Sociedad, Fiji, Mauricio,
Australia Central, Tahití, etc. En 1900 ya Andrew Lang se refería e
estas pruebas en el número de febrero de los famosos Proccedings of The
Society for Psychical Research, y, un año después, S. P. Langley, en Na-
ture, de Londres, agosto 32 describe una ceremonia semejante en Tahití,
ilustrándola con excelentes fotografías. Lang retoma el tema ese mismo
año en su libro “Religión v Magia” 3334resumiendo un buen número de
casos. En 1949, el médico Bouman 31, con dos colegas, presenció la misma
ceremonia en donde dos sujetos fueron examinados antes y luego de cru­
zar la alfombra de tizones ardientes, se pudo comprobar que ninguno de
los individuos empleó analgésicos u otros recursos supletorios, conservan­
do normales la sensibilidad de los pies y otras partes del cuerpo.

Fuentes clásicas y de América prehispánica

Sin ahondar en las fuentes antiguas


O vy sólo con la intención de
mostrar otras de las ramificaciones de esta práctica, mencionaremos algu-

30 Este grabado documental está reproducido por J. J. Jenny en sus estudios sobre
yoga, publicados en Actas Ciba, Buenos Aires, 1948: n9 1-2, p. 17.
31 Jacques Cheratay: Dicha en Bali, Buenos Aires, ed. Peuser, 1959:200-203.
32 Reproducido en Amer. Rep. Smith Inst. de Washington, 1901:539-544.
33 Magic and Religión, London, Longmans. Green and Co., 1901 :chXV: 270-294.
34 H. K. Bouman: Forgothen Gods, Leyd, Ed. E. Brill, 1949; ver reseña en L’An-
thropologie, Paris, e. 54, 1950:336-337. Ernesto de Martino: 11 mondo mágico. Prolegomini
a una storia del magismo, Torino, Ed. G. Einaudi, 1948: cap. I. Welmon Menard (1949),
presencia y participa en una marcha sobre piedras ardientes en Tevatoa, Raiatea, pequeña isla
del grupo de la Sociedad, y publica fotografías documentales. En general puede consultarse el
excelente y compendioso resumen de la Encyclopaedia Britannica, s.v. “fire-walking” (ed. 1947).
Muy buenos los artículos de Hough (1926) y Brewster (1958).

100 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD


ANTROPOLOGIA

ñas fuentes 3o. En las llamadas “Leyes de Manú”, el paso sobre el fuego
o entre llamas es una prueba de naturaleza ordálica, así lo vemos en el
siguiente pasaje: “Habiendo sido antiguamente calumniado el Rishi [o
profeta] Vatsa por su hermano menor consanguíneo [. . . ] pasó por el
medio del fuego para atestiguar la veracidad de su juramento, y el fuego
[ . . . ] no quemó uno siquiera de sus cabellos”36. Plinio el Viejo (Lib.
VII), Estrabón (Lib. V) y Virgilio (En., c. XI) dan noticias de un anti­
guo culto itálico referido a la diosa Feronia, y luego a Apolos, cerca de
Pvlonterosi, entonces el sagrado monte Soractes, a unos 50 kilómetros al
Norte de Roma; una vez por año la ceremonia más impresionante con­
sistía en pasar a través de la hoguera o caminar sobre las ascuas, cosa que
hacían sólo los miembros de la familia que tenía en propiedad el santua­
rio. Virgilio dice: “por quien [se refiere a Apolos] detenemos nuestros
pasos en el fuego de las ardientes hogueras”3'. Estrabón 38 da, también,
otros ejemplos, esta vez situado en Asia Menor, entonces en la localidad
de Castrábales, hoy fundida con Siva y Angora turcas; allí, en el templo
dedicado a Diana Pérasia, sus sacerdotisas caminaban descalzas sobre car­
bones encendidos.
En la Biblia hay alusiones a sacrificios realizados con el auxilio
del fuego, así en Levítico 18,21, 2^ de Reyes (IV Reyes) 16,3; 21,6;
23,10 y, con detalles impresionantes en Daniel 3,23 ss. La exégesis
más corrientes interpreta estos pasajes como inmolación de criaturas y
jóvenes a divinidades paganas del tipo de Moloch, pero a la luz de los nue­
vos conocimientos y confrontación con hechos folklóricos y etnográficos,
no sería arbitrario considerarlos como formas mal conocidas de pirobacía.
En el santoral o las piadosas leyendas hagiográficas se encuentran fre­
cuentes relatos de pruebas de este tipo o similares 39. El Korán 40, en el
sura XXI, 68 ss., aludiría al paso del fuego por el gran patriarca Abraham.

35 Pueden verse Hougii (1926:176-179), Brewster (1958:261 y Frazer, la tercera


edición de su The Golden Bough, New York, t. V.114 s.,168, IX,7 y 15,,X,1O6 s., 341 y 346
et passim.
36 Del Libro VIII, párrafo 116.
37 XI,785-790, el texto varía según las traducciones, por ejemplo: “por en medio del
fuego, pisamos tus devotos las abundantes brasas”.
38 Citamos su Geografía, trad. de A. Tardieu, París, ed. Hachette, 1873: t. II, 477.
39 Véase F. de Paula Morell: Flos Sanctorum de la familia cristiana. Einsiedeln,
Suiza, Est. Gráf. Benziger, 2;-1 ed. s. f.: 32, 56, 66, 108, 152, 203, 277, 303, 444, 561, 578,
680, 740 y 762.
40 En la conocida traducción de Savary, París, Garnier Hnos., s. f.: 337, nota 1.

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD 101


Armando Vivante

En el pseudo Evangelio sirioárabe de la infancia de Jesús, se habla


del niño Cleofas paseando impunemente dentro de un horno ardiente de
hacer pan 41. Y ya que hacemos referencias a textos sagrados, et similia. re­
cordamos que América prehispánica presumiblemente alude al rito de cru­
zar el fuego en el “Popol-Vuh”, la llamada biblia de los mayaquiché; se
trata solo de un pasaje en el cual los gemelos divinos, Hunahpu e Ibala-
qué, son invitados a pasar cuatro veces sobre la hoguera. Es evidente que
describe un episodio mítico pero que refleja y detalla costumbres sociales
más antiguas; en efecto, Frans Blom cita una relación de 1579 en la que
registra como “rito o uso antiguo” el pasar por encima del fuego en San
Juan Chamula (Estado de Chiapa, México) 42.

Referencias etnográficas

En esta suerte de recorrida sumaria por distintas celebraciones de


tipo pirobácico la hemos encontrado entre pueblos de carácter etnográfi­
co, lo cual constituye un hecho de gran interés, pues es en este nivel de
la historia de la cultura humana en donde es posible realizar observacio­
nes de prácticas en sus formas más auténticas y primarias o, por lo me­
nos, más conservadas. Son numerosos los autores que se han referido de
un modo especial a la insensibilidad de los shamanes al calor del fuego:
Mikailowski, Gusinde, Stevenson, De Martino, Frazer, Lévy-Bruhl, etc. 13
y sobre todo Eliade en dos de sus libros más difundidos entre nosotros 44,
Murdock 40 destaca la capacidad del baksa, shaman de los Kazacos, de ca­
minar descalzos sobre hierros enrojecidos sin lesionarse; del mismo modo
el hechicero ganda de Uganda, Africa ecuatorial, lame un hierro calen­
tado al rojo, sin quemarse 46. En el estudio de la música de los chipewa

41 Ver Los Evangelios Apócrifos, ed. de la Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid


1956:43.
42 Popol-Vuh. Las antiguas historias del quiche, en la traducción de Adrián Recinos,
México-Buenos Aires, Ed. F. de C. E., 2:i, 1953:164. En la famosa edición del abate Brasseur
de Bourbourg, París, ed. Aug. Durand, 1861:173 y 175.

43 Véase M. Pobers, en Percepción extrasensoria, simposio dirigido por A. S. Parkers,


Buenos Aires, trad. D. I. Kreimann, EUDEBA, 1961:142.
44 Mircea Eliade : Le Chamanisme, París, Ed. Payot, 1951, y Mitos, sueños y mis­
terios, trad. de L. Z-D. Galtier, Buenos Aires, Tall. Gráf. de la Cía. Fabr. Financiera, 1961.
45 George Peter Murdock: Nuestros contemporáneos primitivos, trad. T. Ortiz,
México-Buenos Aires, Ed. F. C. E., 2^ edición 1946:136.
46 Id. nota ut supra, p. 431.

702 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD


ANTROPOLOGIA

de Norteamérica, Densmore transcribe la pieza titulada “Song of the Fire-


Charm” y relata una leyenda sobre el paso del fuego “con medicina en
los pies”4'; es muy probable que esta medicina deba entenderse como
algo de carácter mágico (fórmula, movimiento, etc.) y no como si fuera
un ingrediente. Benedic48 señala que entre los famosos indios pueblos
del sudoeste estadounidense, existe la marcha sobre el fugo y la toma de
carbones encendidos con la boca sin que se produzcan ampollas.

Presuntas motivaciones culturales

Más arriba aludimos a hechos de pirobacía tomados de relatos ha-


giográficos; en algunos de ellos es evidente la intención ordálica, como
en la crónica de Santa Curegunda que caminó sobre hierros enrojecidos
para probar su pureza49. En España de los siglos IX a XI, pruebas de
este iipo constituían una verdadera institución jurídica y como “juicio de
Dios” se andaba con los pies desnudos sobre nueve o doce barras ardien­
do o se pasaba a través de una hoguera 5Í), institución que volvemos a
encontrar, lógicamente, en nuestra tierra colonial51. En todos estos casos,
la piedad católica o popular muestra una poderosa fuerza de asimilación
de una antigua costumbre pagana vinculada con el fuego. En Francia,
por ejemplo, el “catecismo”, de Bossuet lo señala muy bien cuando super­
pone la festividad de San Juan Bautista a una fiesta pagana del fuego
. Pero que la vieja creencia de asociar el fue­
que coincidía con la fecha 52*
go con una prueba física, sino ya para demostrar la virtud intacta, para
conseguir librar al cuerno de algún mal, la encontramos en un reciente
telegrama despachado de Taipei, China, según el cual el sacerdote budista
Yang-Chi-Teh recomendó a ocho hombres a que caminaran sobre carbo-

47 Francés Densmore: Chippewa Music, en Bull. 45 Bur. Ethnolog., Washington


1910:103.
48 Ruth Benedtc: El hombre y la cultura, trad. L. Dujovne, Buenos Aires, Ed. Sud­
americana, 4^ ed. 1958:99.
49 Ver Paula Morell citado en nota 39, pág. 141, otros ejemplos en 234, 382 y 482.
50 Joaquín Escrtche: Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia. Nueva
Edición, París, Garnier Finos., 1890, s.v. “Juicio de Dios”.
51 Por ejemplo, el Padre Grenón, transcribe un documento según el cual la prueba
medieval se hace sobre la candente reja de un arado; ver Bol. del Inst. de Histor. de la Fac.
de Fil. y Letras de Buenos Aires, 1926, t. V:268.
52 Véase J. Mellot: La Sriperstición, sucedáneo de la fe, vers. de T. Lamarca,
Andorra, Ed. Casal i Valí, 1961:140 s.

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD 103


Armando Vivante

lies encendidos para ser protegidos por la divinidad Pao-Chen contra la


gripe 53. Se descubre aquí un deseo de purificación física y moral (la
idea de pecado es, clásicamente, el de una sustancia) como muy bien lo
destaca Westermarck 54, al describir una celebración análoga de Marrue­
cos, y como nosotros lo vimos en otros ejemplos de este artículo. Frazer,
en sus famosos libros, especialmente en “Balder the beautiful. The fire-
festivals of Europe and the doctrine of the external soul”, trae numero­
sos ejemplos que hubiera sido muy interesante o muy valioso resumir.
Este gran folklorólogo inglés cita la teoría de Mannhardt que vincula estas
prácticas con la creencia en un acto mágico solar, y la otra teoría purifi­
catoria de E. Wetermarck, aceptando ambas por no considerarlas contra­
rias, aunque la segunda le parece más evidente como expresión antidiabó­
lica 55*, si bien ya aquí aparece la infectación cristiana. En el fondo his­
tórico está el inextinguido culto al sol, sin mencionar, por ahora, la posi­
ble explicación psicoanalítica. Pero si estas teorías pueden ser las esen­
ciales motivaciones histórico-culturales que sostienen, subyacentes e igno­
radas, las costumbres rituales folklóricas, ¿cómo se explica, o cómo es posi­
ble resistir una prueba tan peligrosa?. Nada fácil es responder tales pre­
guntas que, por encima del interés cultural, ha preocupado a la mayoría
que tuvo conocimiento de la prueba de Abasto. La explicación de cómo
el organismo puede soportar airoso tan cruel prueba, parece llamar más
la atención que el extraordinario reverdecer de un rito ígneo, transfigu­
rado pero no extinguido. Veámos, someramente, algunas observaciones
y estudios con respecto al hecho biológico, si así queremos llamarlo.

Intentos explicativos

Existen las explicaciones singulares, muy aceptadas, como la que re­


curre a la teoría del ‘cascarón etérico”; se trataría de una cápsula o res­
guardo que se produciría mediante un esfuerzo de voluntad y de imagi­
nación, ya densificando la periferia del aura etérica corporal, ya tomando
materia etérica de la atmósfera circundante; este resguardo invisible, den-

53 La Nación, de Buenos Aires, 7.VIII.62.


54 Edward Westermarck: L *origine et le développement des idees morales, trad.
Robert Godet, París, Ed. Payot, t. II, 1928:49-60.
55 Ver James Frazer: La Rama Dorada, trad. de E. y T. Campuzano, 3^ cd.,
México, F. C. E., 1956:698,701 s. 709,717 v 719 s., y Balder the Beautiful. The fire-fcstivals
of Europe and the doctrine of the external soul, New York. The Macniillan Co.. 1953:
ch. IV-VI.

104 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD


ANTROPOLOGIA

tro del cual se halla el individuo o le cubre las manos y los pies o se exten­
dería como una alfombra sobre las brasas, sería impermeable al calor 56.
Una concurrente a la celebración de Abasto nos recordó esta explicación,
agregando que también se producía un ligero fenómeno de levitación.
Esta explicación será del agrado de muchos, más de lo que uno pueda
suponer, no obstante, su confrontación no entró dentro de nuestro esque­
ma de controles.
Se recurre a la idea de una hipnosis colectiva que se hace más pro­
funda en el que cruza el fuego. El “bastonero”, que sería el responsable
de este trance, aunque sin tener conciencia de ello, utilizaría la intensa
sugestión que produce la prueba, de por sí cargada de misterio y mara­
villa. Esta explicación psicológica no está desprovista de interés y tendría
que ser investigada por un especialista, pero tal cual se la presenta no
parece suficiente. El redactor del excelente y breve artículo fire-walking
de la Encyclopaedia Britannica (1947), reconoce que “the preparation
perhaps phvsical in part, produce a feeling of intense nature associated
with the phaenomenon of possessions. In same —concluye— way anaes-
thesia is induced”. ¿No pensó alguien —aunque no lo haya dicho expre­
samente— que la insensibilidad al calor y la refracteriedad a las quema-
du ras podrían deberse a un mecanismo de defensa orgánica establecido
cid hoc por un estado neurótico, en esas particulares circunstancias de gran
excitación y espectacularidad? 57.
Según el relato del Dr. Olivier Leroy 58, el dirigente de la cere­
monia tomaría sobre sí el dolor de las quemaduras; en este caso estaría­
mos frente a un hecho de transferencia física, tan conocido en folklore
general59. Uno de los que cruzaron el fuego en Abasto nos preguntó:
“¿no sintió, Ud., cómo el calor de la hoguera disminuía cuando alguien
la atravesaba sin quemarse?”. Confesamos que no observamos este pre­
sunto hecho que introduciría una variante interesante en la explicación
popular por transferencia: la absorción del calor y no de las quemaduras,

56 Arturo E. Powell: El doble etérico y fenómenos relacionados con el mismo,


trad. de Francisco Brualla; Buenos Aires, Ed. Kier, 1953:100-101.
57 Pensamos en A. Lang, 1901:272; pero corre por nuestra cuenta la interpretación
del caso que él presenta como ejemplo ilustrativo.
58 Olivier Leroy: Les hommes salamandres, París, Ed. Desclée, 1931. El periódico
platense El Día, 24.VI.1962, publicó un buen resumen de lo que cuenta el Dr. Leroy, en
una excelente nota dedicada a nuestro tema.
59 Véase un resumen por Armando Vivante: La doctrina terapéutica de la transfe­
rencia y sus remotas raíces, en RUNA, Buenos Aires, 1949:11,197-205.

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD 105


Armando Vivante

mejor dicho, de las ideas acerca de quemarse, que sería lo que produciría
la posibilidad de lesionarse. Señalamos que tanto Harry Price, en sus ex­
periencias londinenses, como nosotros en Abasto, comprobamos que luego
de cruzar las brasas, Jas plantas de los pies estaban más frías que al co­
menzar; la diferencia era mínima, pocos los casos registrados y sin el aval
de una técnica que sirviera de absoluta garantía, pero el fenómeno puede
quedar planteado. Price midió con termómetros aplicados sobre el pie
desnudo, nosotros por simple contacto con la palma de la mano, porque
el aparato especialmente preparado para el control del caso fue inutilizado
por el gentío que rodeaba la prueba. Esta y otras comprobaciones tendrían
que repetirse con mayores resguardos.
Hace unos años Harry Price, investigador vinculado a la Univer­
sidad de Londres, llevó este hecho al campo de la experimentación, some­
tiendo las pruebas a distintos controles para alejar toda sospecha de frau­
de y registrar sus condiciones y alternativas. Una vez se valió como agente
del faauir Ruda Bux y, otra, del musulmán Ahmed Hussain. Las ter-
mocuplas acusaron temperaturas interiores de 1.400°c, y de superficie
430°c, 575°c v 800°c. El número de pasos fueron contados y cronomedidos;
el contacto del pie y brasa era aproximadamente de medio segundo. Con
Ahmed Hussain pasaron voluntarios en cadena, otros sufrieron intensas
quemaduras. Los resultados son un tanto contradictorios y esto parece de­
berse a que las condiciones de realización en cada cruce no fueron las
mismas desde el punto de vista psicológico. No vamos a sintetizar las pági­
nas que escribió este conocido investigador 60.
Harry Price no cree que haya nada anormal en esas pruebas y
que la inmunidad se deba más bien al poco número de pasos y a la bre­
vedad de los contactos. Esta explicación podría ser viable con los ejem­
plos que él estudió, pero nosotros hemos ya visto otros en que esas con­
diciones quedan ampliamente superadas, resultando, por lo tanto, insu­
ficiente sus dos razones.
Entre nosotros, y a propósito de la misma ceremonia de Abasto,
se hizo un estudio experimental, en setiembre de 1960, por una comisión
del Instituto Argentino de Parapsicología, integrado por los doctores R. A.
Boschi, H. Horwitz y J. R. Musso, ingeniero S. Joukosky y la señora E.

60 Véase de Harry Price: La prova del fuoco in Inghilterra, en SAPERE. Milano,


n9 57,1957:284 s. En la misma revista, la nota titulada Uomini salamandra. 1 caminatori sul
fuoco, del n9 85,1958:11. Burniston G. Brow: A report on three experimental fire-walks
by Ahmen Hussain and others, LJniversity of London, Council for Psychical Investigation,
n9 4 (apud P. L. Brewster, 1958:271).

106 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD


ANTROPOLOGIA

de Musso y los señores J. C. Di Liscia y N. Kreiman. Por gentileza del


Dr. J. R. Musso pude consultar el informe inédito acerca de dicha expe­
riencia, realizada con toda la precaución y los correspondientes registros
y controles y teniendo en cuenta los datos instrumentales, biológicos
y estadísticos. En conclusión, la Comisión cree posible reproducir los clá­
sicos experimentos de pirobacía y explicar sus resultados sobre la base de
componentes físicos y psicológicos normales, sin recurrir a hipótesis para­
psicológicas. Sin entrar en detalles puede decirse que esta Comisión inves­
tigadora acepta que la brevedad de los contactos entre brasas y superficies
plantares queratinizadas son suficientes para explicar que no se sobrepase
el umbral de la sensibilidad, ni se injurie la piel. Aquí volvemos a en­
contrar que la experimentación —que formalmente se acerca bastante al
rito abástense 61— no es comparable con otras celebraciones semejantes
que hemos visto, en las cuales —sin tener en cuenta la intencionalidad—,
el tiempo de contacto, las condiciones de la piel de la planta de los pies
y el peso o presión sobre las brasas son sumamente diferentes. En estos
casos piel queratinizada, rapidez, brevedad y levedad de contactos son he­
chos que no se dan. En Abasto hemos visto caminar sobre las brasas con
los pies de costado, patearlas y desparramarlas.

Reflexiones finales

Evidentemente, todavía no estamos en posesión de las razones físi­


co-químicas o biológicas del fenómeno; algunas de las propuestas sólo son
aplicables a casos particulares que no son los más representativos. Valen
las palabras de Brewster (1958: 272): “Howevcr, none of these socalled
explanation is completely satisfactory, and the vvhole mater still awaits
an acceptable solution”. El estudio de réplicas experimentales son válidos
en parte; inevitablemente, desaparecen los componentes bistórico-cultura-
les y sus expresiones o valores psicológicos (si se quiere, subjetivos); no
se está, por lo tanto, ante la misma sinergia, ni la misma estructura feno-
rnenológica. El parapsicólogo y el “parafisiólogo” deben encararla como lo
han hecho, sin olvidar que el laboratorio no opera en anima vili, perdien­
do, por esta circunstancia, la dimensión que constituve la vida social.
El etnólogo y, en particular, el folklorólogo enfocan el hecho en su
rico nivel cultural, en su dimensión variable que es la historia de la cul­

61 Hubiéramos puesto que llega a ‘parodiarlo’, formalmente, en cierto sentido, porque


le mutila todo su contenido psicológico, cultural e histórico.

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Armando Vivante

tura. Lo toma como un hecho que comienza a esclarecerse cuando se lo


coloca en su contexto cultural. Y así como unos lo ven en el nivel de la
naturaleza (biólogos) y otros, en el de la cultura (antropólogos), faltan
aquéllos que lo visualicen desde el nivel psicológico, es decir, como ex­
presión de íntimas compulsiones que se enraízan en lo animal y se reali­
zan en la sociedad humana, y alcanzan categoría autónoma como expre­
sión de las más invariables fuerzas del alma y de la mente del hombre.
Es indudable que la marcha sobre el fuego en Abasto interesa por
muchos motivos que todavía deben ser investigados: ¿Cómo llegó aquí?.
¿Hasta dónde está conservado?. ¿Tiene antecedentes prehispánicos?. ¿Qué
difusión alcanza en nuestro país?. ¿Cuáles son sus variantes, cuáles sus
asociaciones?. ¿Cuál el grado de contaminación y de su profundidad en el
tiempo?. ¿Qué resortes toca del hombre para hacerlo vibrar y someterlo
a pruebas de tipo arcaico y bárbaro?. Muchas otras preguntas podrían ha­
cerse de tanto interés, como la sencilla ¿por qué no se queman? y, al lado
de esta última ¿no tendrá algún sentido axiológico que haya predominado,
precisamente, ésta?.

BIBLIOGRAFÍA

Aparte de las indicaciones bibliográficas citadas en el texto y en las notas, puede


consultarse:
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