ABSOLUTISMO
ABSOLUTISMO
ABSOLUTISMO
Nacimiento de la centralización
Sistema feudal: el señor es soberano en sus dominios. Todos los grandes propietarios vivían como soberanos en
sus dominios.
Toda ciudad constituida se gobernaba como una república. Cada país estaba dividido en miles de pequeñas
soberanías independientes: señores o corporación municipal, se trataban unos a otros como extranjeros.
Las ciudades y los señores de Francia o de Alemania firmaban entre sí tratados de paz o de comercio, como lo
hacen los actuales países independientes o las grandes potencias.
Cada señor, cada ciudad, tenía su tribunal, su tesoro, su ejército, sus costumbres, su gobierno completo; pero este
gobierno se ejercía sólo al interior de cada señorío o de cada ciudad.
En consecuencia, no existía gobierno general de todo un país (excepto en Inglaterra y en algunos reinos de
España), no había nación ni siquiera Estado.
Este régimen (feudal) fue atacado por los hombres de Iglesia que siempre deseaban la unidad (cristiana) y por los
hombres de ley, que habían estudiado el Derecho Romano; ambos lo creían impío e irracional. Por el contrario,
los caballeros, los burgueses y los campesinos, que no conocían más regla que la costumbre, trataban conservar
esta organización a la cual estaban acostumbrados.
Pero en casi todos los países, había un señor más poderoso que los demás, sea un rey (Francia), sea un príncipe
(duque de Borgoña, duque de Baviera, duque de Saboya). Este príncipe tenía sus dominios personales y además
servidores de todas clases, hombres de armas, consejeros, jueces, recaudadores de contribuciones, intendentes
para gobernar los vasallos de sus dominios: se les llamaba las “gentes” del príncipe. Todos los soberanos trataban
de aumentar sus dominios, sus rentas, su poder, el número de sus vasallos; sus “gentes” tenían interés en que el
amo fuera poderoso y trabajaban en aumentar su autoridad.
El príncipe podía agrandar su poder, sea directamente adquiriendo nuevos territorios, sea indirectamente
obligando a los señores y ciudades de su provincia a reconocer su autoridad; esto es, a dejar que los juzgaran
jueces, a suministrarle recursos, a usar su moneda.
Los señores continuaron, pues, practicando la política de familia, casando a sus hijos con herederas de manera
que las dos casas se reunieran en una sola. Ejemplo: los Países Bajos habían llegado a formar 17 dominios,
fueron, a fines del siglo XIV, reunidos en un solo dominio con la Borgoña y el Franco Condado.
Durante largo tiempo, los dominios se hacían y deshacían por aplicación de la misma política de familia: el
príncipe a su muerte repartía sus posesiones entre sus hijos. Pero a partir del siglo XIV, la mayor parte de los
príncipes, deseosos de mantener el poderío de su casa, adoptaron el sistema del mayorazgo. Carlos V (1364-1380)
sentó en Francia, el principio de que “el dominio real es inalienable”.
Así se llegó a crear en cada país un “centro” único, es decir un poder obedecido por todos los habitantes, a tener
un solo soberano y un solo ejército, suprimiendo en el interior del país las guerras privadas y los tratados
interiores. Esta operación toma el nombre de “centralización”.
Este fenómeno comienza en el siglo XIV, y consistió entonces en reunir cada provincia en un Estado único en
que el príncipe es exclusivo soberano.
Alemania e Italia quedaron divididas en principados, no formaron una nación. Por el contrario, en los demás
pueblos un solo rey reunió todo el país en un solo reino, el de Francia incorporando a su territorio todas las
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provincias, el de Aragón casándose con la reina de Castilla: Francia y España formaron una nación. En Inglaterra
la centralización remonta al establecimiento de los duques de Normandía.
La centralización en Francia
La justicia del rey. En la Edad Media, cada señor (y en muchas provincias cada caballero) tenía derecho para
juzgar y condenar a muerte a los habitantes de sus dominios; esto se llamaba tener alta y baja justicia. Para
ejercer su derecho tenía bailíos (lugartenientes) y prebostes (intendentes), según hacía también el rey.
A medida que el rey llega a ser más poderoso, sus jueces se esforzaron por someter o suplantar a los jueces de los
señores, pretendiendo ser los únicos que podían juzgar los asuntos en que el soberano tenía algún interés (los
llamaban casos reales). Además, sentaron la regla de que el que perdía un pleito por fallo del tribunal de un señor,
tenía derecho a apelar ante los jueces del rey (esto se llamaba recurso o apelación); ningún tribunal de príncipe
podía pronunciar una sentencia sin apelación, sus sentencias eran examinadas y podían ser anuladas por la corte
del rey.
Los jueces del rey comienzan también a disminuir el poder de los jueces de la Iglesia. Bajo Luis XI (1461-1483),
hacen suprimir el tribunal de la Inquisición. Después Francisco I, en 1539, prohibió a los tribunales eclesiásticos
juzgar los procesos de los laicos, retirándoles de un solo golpe/ipso facto casi todos sus asuntos. “Había entonces,
dice Loiseau , más de 30 procuradores en la oficialidad (tribunal de Iglesia), de Sans, todos bien empleados y sólo
había 5 o 6 en la bailía (tribunal de rey); y ahora es todo lo contrario, sólo hay 5 o 6 procuradores acatarrándose
en la oficialidad y más de 30 en la bailía.
De los siglos XIV al XVI las “gentes de toga” (jueces y hombres de ley) llegaron a constituir una clase numerosa
y fuerte. El bailío de espada, que era caballero, deja de juzgar y es reemplazado por un “lugarteniente de toga
larga”, esto es, un hombre de ley (más adelante hubo por cada bailiato dos lugartenientes, el civil y el criminal
(fiscal). El lugarteniente se hacía acompañar por algunos abogados de su tribunal que le servían de “consejeros” y
le ayudaban a juzgar; en el siglo XVI estos consejeros llegan a ser verdaderos jueces.
El rey tiene, en cada tribunal, su procurador, es decir, su representante que aboga en los asuntos de la corona; se
admite que todo proceso criminal interesa al soberano; puesto que si condenan al acusado, el rey confisca en
provecho propio su fortuna. En consecuencia, el procurador del rey se encuentra encargado de perseguir los
crímenes y de hacer condenar a sus autores.
El tribunal, dispone de escribanos que redactan sus juicios; de hujieres que cuidan del orden en la sala, de
alguaciles que llevan las citaciones y de notarios que redactan y conservan las actas civiles. Los particulares que
tienen un pleito se sirven de abogados; que hablen en lugar suyo y de procuradores que dirigen la marcha del
negocio. Entonces se sentó la regla, todavía aplicada en la mayor parte de los países, de que nadie puede pleitear
sino por intermedio de un procurador.
Todas estas personas (lugartenientes, consejeros, procuradores del rey, escribanos, notarios y abogados),
prosperan a medida que crece el poder real y, naturalmente, trabajan a favor del soberano contra los señores y
contra las ciudades.
El ejército de los Capetos (987-1328) estaba compuesto de vasallos, caballeros y milicias urbanas o burguesas.
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Con la llegada de los Valois, (1328-1589) el ejército real va a tomar un rumbo más moderno. Así, Calos V (1364-
1380), considerado el rey que rehizo Francia (los historiadores hablan del Reino Reparador), entregó el mando del
ejército a Bertrand Du Guesclin (héroe nacional).
Lo más sólido de las tropas reales fue formado por compañías de aventureros. Estas compañías estaban
compuestas de soldados (solde= soldada), la mayoría de extranjeros que el rey hacía reclutar y equipar con sus
propias rentas = ejército permanente.
Cada capitán reclutaba y comandaba su banda, pero el rey enviaba en las guarniciones comisarios encargados de
inspeccionar las compañías y entregarles la soldada que era pagada regularmente. El capitán era responsable de la
disciplina. El pillaje era severamente reprimido
En estas bandas, compuestas en un principio solamente de gendarmes, es decir hombres armados de lanza y
armadura de hierro, se introducen poco a poco caballeros cubiertos con un jubón de paño acolchado y armados
con un arco, una ballesta o un cuchillo.
A fines de la Guerra de Cien Años, la costumbre se impuso que cada caballero llevara con él 3 o 4 de estos
caballeros armados ligeramente; el gendarme y sus compañeros se llamaban una “lanza guarnecida”.
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Carlos VII, El Victorioso (1403-1461) prohibió que en adelante nadie pudiese, fuera del rey, tomar a sueldo
hombres de armas; sólo él podía disponer de fuerzas. Más tarde sacó de las bandas que se encontraban en Francia
1500 lanzas que organizó en 15 compañías de 100 cada una y las envió como guarnición a las ciudades más
importantes. Los demás aventureros tenían orden de dispersarse, y los que continuaban guerreando por su cuenta
debían ser colgados como salteadores de caminos.
A partir de entonces sólo el rey tuvo derecho a mantener soldados. Su ejército consistía principalmente en
caballería; la artillería y los infantes estaban reunidos bajo el mando del gran maestre de los ballesteros.
Cuando el rey necesitó infantería, tomó a sueldo compañías de suizos armados de largas picas; ballesteros
genoveses, gascones, y más tarde bandas de lansquenetes (infantes alemanes). Por espacio de un siglo no hubo
franceses más que en la caballería; la gran mayoría de los infantes eran extranjeros. Las tentativas para formar un
cuerpo de arqueros franceses no dieron resultado, pues esos hombres no eran militares de profesión y no sabían
batallar. El rey encontraba ventajoso no emplear más que extranjeros, pues éstos, que recibían de él su paga, no
obedecían más que sus órdenes.
Los recursos de los primeros Capetos eran poco considerables: ellos provenían de sus dominios y de las ayudas de
sus vasallos.
En los siglos XIV y XV, los reyes de Francia, que vivían en guerras y festines continuos, estaban siempre faltos
de dinero. Como las rentas de sus dominios no eran suficientes, trataron de aumentar sus recursos alterando el
valor de la moneda, lo que produce su devaluación. Además, contraen la costumbre de pedir dinero a sus súbditos.
Los principales personajes, reunidos en asamblea, les acordaban una “subsidio”, es decir el derecho de cobrar una
tasa sobre las mercaderías vendidas (burguesía).
Los dos primeros Valois, estuvieron obligados a pagar soldados mercenarios para enfrentar a los ingleses en los
comienzos de la Guerra de Cien Años (1337-1453). Felipe IV El Bello (1268-1314) desarrolla la fiscalidad.
Después de la derrota de 1356, el rey Juan el Bueno fue hecho prisionero. Para pagar el rescate la asamblea del
Norte (los Estados de Paris) votó un impuesto sobre las bebidas (vino, cerveza, sidra) y, madera. Para impedir que
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la corte malgaste el dinero, la asamblea estableció una administración regular: se nombraron 12 generales,
encargados, cada uno en su provincia, de repartir la tasa y de vigilar el empleo de los fondos. Para esta tarea los
generales eligen delegados, llamados los electos, que reglamentan todos los detalles de las operaciones. Las
regiones sometidas a este régimen, estaban divididas en generalatos y subdivididas en elecciones. Tres años
después, cuando el rey llegó a ser todopoderoso, se apoderó de esta organización. Arrienda, mediante el pago de
una suma de dinero, el derecho de recolectar cada impuesto, y daba al contratista o arrendatario del derecho de
percibir el impuesto según su parecer. Estos arrendatarios o contratistas continúan llamándose “electos”.
El rey Carlos V (1364-1380), al impuesto de la “ayuda”, agregó la humazga o fogaje (un tanto por cada fuego)
que pagaba cada hogar según sus rentas. Bajo el reinado de Carlos VII (1403-1461) tomaron el nombre de talla o
pecho. En resumen, el rey percibe las ayudas y las tallas que se transforman en impuestos perpetuos, y además
percibe un impuesto sobre la sal, llamado gabela. En adelante, el rey no vivirá más de las rentas de sus dominios,
vivirá de los impuestos que se ha apropiado hasta 1789.
El principio de la ayuda consentida. Era costumbre en la Edad Media que el señor pidiera a sus vasallos una ayuda
en dinero y que éstos se la dieran, pero el señor no podía cobrarla antes de haber obtenido su consentimiento.
Cuando los príncipes comenzaron a tener cada vez más necesidad de dinero (lo que llega a ser común en toda
Europa a partir del siglo XIV), ellos tomaron la costumbre de reunir periódicamente a sus vasallos para pedirles
ayuda. Entonces convocaban a las gentes importantes: señores, caballeros, prelados, delegados de las ciudades ya
sea de todo el reino o de alguna de sus provincias. La asamblea discutía el monto de la ayuda, y antes de
acordarla, presentaba al príncipe sus quejas y sus reclamaciones. Estas asambleas se llamaban Estados en Francia,
en España Cortes y en Alemania Estados (Stände) o Días (Tag).
En Francia: Estados. Son tres el clero (obispos y abades), los nobles y los burgueses de las ciudades, es el tercer
estado. Los campesinos no estaban representados aunque pesaban sobre sus espaldas todas las tasas.
Lo más importante para los delegados era presentar al rey sus quejas contra su gobierno. Ejemplo: en 1355,
cuando el rey Juan el Bueno (1350-1364) pide una ayuda, los estados de Paris se declararon listos a votar, pero a
condición que el rey renuncie a acuñar monedas falsas y a tomar mercaderías sin pagarlas.
Poco a poco, el rey continúa a imponer la centralización y a gobernar arbitrariamente. Carlos V pasó veinte años
sin reunir los estados, Luis XI (1423-1483) sólo los convoca una vez y por puro formalismo.; Carlos VII, (1422-
1461) en 1443, se negó a convocarlos, alegando que sólo era una ocasión para hacer gastos. Los reyes del siglo
XVI tomaron la costumbre de no convocarlos.
Los estados generales, en vez de llegar a ser una institución nacional como el Parlamento inglés, siguió siendo
una asamblea extraordinaria que la corte reunía de malas ganas en las grandes crisis, cuando ella no sabía cómo
procurarse dinero. En tiempos ordinarios el rey, gracias a los impuestos creados por los Estados, podía pasarse sin
convocarlos.
Los estados de Alemania son una réplica de los franceses salvo que acá cada príncipe reunía sus asambleas y
también el reino de Alemania tenía su asamblea. En este último caso, cada año se reunían todos los estados del
reino, es decir los príncipes, los prelados, los señores independientes y las ciudades libres que sólo dependían del
emperador. Ellos se reunían en tres colegios: 1º los 7 príncipes electores, es decir los que eligen al emperador: 2º
el colegio de los príncipes y 3º las ciudades. (Deliberaban sobre todo los problemas de la paz).
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Las cortes de España. Los reyes que se repartieron la península ibérica tenían la costumbre, desde mucho tiempo,
de pedir consejo a sus súbditos; las reuniones tenían lugar en la corte del rey. Estas reuniones se componían de
nobles y de procuradores, es decir de representantes de las ciudades. Las cortes de Castilla eran semejantes a las
de Francia por sus objetivos y procedimientos (presentaban quejas y le hacían reproches). La corte de Aragón
aparece como bien distinta: el rey no es soberano ni por el impuesto, ni por el ejército ni por la justicia. El no
puede cobrar la ayuda (servicio) sin haber corregido o rectificado los reproches; el soberano debía en persona
abrir y cerrar las sesiones de las cortes. Las proposiciones del rey deben ser votadas por unanimidad y no podía
hacer entrar en el suelo de Aragón ningún soldado extranjero. Los tribunales de Aragón tenían el derecho de
anular las condenaciones pronunciadas por los jueces del rey y colocar bajo su protección todo aragonés detenido
o condenado. El rey Pedro II podía decir a sus vasallos de Aragón: “Ustedes no viven bajo una dominación
tiránica, ustedes están dotados de muchas libertades”. Y estas libertades se exprimían enérgicamente en el
juramento que los señores aragoneses prestaban a su señor: “Nosotros, que separados somos tanto como usted y
reunidos somos más que usted, nosotros juramos obedecerle y usted respeta nuestras libertades; sino, no”.
Las provincias vascas del norte de España tenían libertades análogas; eran los famosos fueros (privilegios).
En la medida que crece el poder del príncipe o del rey, decrece el poder de las asambleas hasta quedar suprimidas
o reducidas a una simple ceremonia, salvo en Holanda e Inglaterra.
En España, donde las cortes estaban mejor organizadas, fueron reducidas por la fuerza, es el caso de las ciudades
de Castilla después de la revuelta de 1523 (Carlos V), lo mismo sucede en Aragón después del levantamiento
popular de 1592.
El establecimiento del poder absoluto.
En Italia, el poder absoluto de los Príncipes comienza desde el siglo XIII, donde no había asambleas de Estado.
Los jefes de soldados mercenarios (condottieri) que las ciudades habían tomado a su servicio, suprimieron el
consejo y gobernaron tiránicamente. Los más poderosos fueron los Visconti en Milán, que reunieron toda la
región de Milán en un solo estado y compraron al emperador el título de duques. La fuerza de estos príncipes
reside en su tesoro y sus mercenarios. Toda la política del tirano consiste en sacar del país tanto dinero como
puedan sin sublevar sus vasallos, a mantener bastantes espías para estar informados de los complots y a estar
siempre rodeados de guardias armados para defenderse de sus enemigos. Ludovico el Moro, duque de Milán, que
los italianos admiraban como el más hábil de los príncipes daba sus audiencias detrás de una barra que no dejaba
acercarse a nadie.
A menudo se les describe como personajes extraños, a la vez artistas y tiranos. Les gusta hacerse temer por su
crueldad y admirar por su magnificencia. “Mientras que las formas han llegado a ser elegantes y los gustos
delicados, los caracteres y los corazones han permanecido feroces; estas gentes son letrados, hombres de mundo,
en mismo tiempo hombres de armas y asesinos”. (Hipólito Taine: Filosofía del arte en Italia.)
La teoría del Príncipe.
Los pueblos de Europa, fuera de Italia, consideraban la costumbre como una regla suficiente para guiarse
políticamente y no habían tenido aún la idea de reflexionar sobre las cosas del gobierno. Pero en Italia, donde la
costumbre había sido violada sin cesar, durante dos siglos, por los partidos en lucha y por los jefes de los
mercenarios, nadie en el siglo XV creía en ella. Los italianos, entonces, no teniendo ninguna regla que respetar,
empezaron a reflexionar sobre el Estado y a buscar las reglas de gobierno. Gobernar les pareció un arte cuyo
objetivo consiste en hacer poderoso al que lo ejerce; para ellos, el mejor político era aquel que sabía acrecentar su
poder con mayor habilidad, sin preocuparse de la honradez. El duque de Milán y la república de Venecia se
habían distinguido en este arte; la segunda había inventado la diplomacia. La teoría fue formulada por el
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florentino Maquiavelo, en su libro El Príncipe. “En nuestra época se ve por experiencia, dice, que los príncipes
que mayores cosas han realizado son los que no han tenido en cuenta sus juramentos y que han sabido trastornar
la cabeza a los demás hombres valiéndose de la astucia. Un señor prudente no puede y no debe cumplir su palabra
si esto le es dañoso y si han desaparecido los motivos que le indujeron a hacer su promesa. Por lo demás, nunca
faltan a un príncipe razones legítimas para excusar su falta de palabra; pero es necesario hacerlo bien y ser muy
disimulado.”
Para Maquiavelo el príncipe modelo es César Borgia, que durante toda su vida fue “un león con piel de zorra”.
Este príncipe se deleitaba matando a los condenados a flechazos y masacrando sus enemigos después de haberles
jurado que iba a dejarlos en libertad.
Maquiavelo fue ante todo un patriota italiano; que deseaba un príncipe bastante fuerte para expulsar de Italia a los
“barbaros”, es decir, a los franceses y a los españoles. Por otro lado, estaba convencido de que un príncipe no
llegaría a ser poderoso en Italia por medios honrados, en consecuencia, no vacilaba en pedir la deshonestidad
como condición previa. Sus máximas es expandieron por Europa y llegaron a ser durante tres siglos la moral de
casi todos los hombres de Estado.
Todos los elementos del absolutismo italiano lo podemos aplicar al absolutismo del rey de Francia, al de los
príncipes alemanes y al del rey de España. En este último caso, conviene recordar el absolutismo de los Reyes
Católicos:
La unión de la corona de Castilla y Aragón.
Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. El matrimonio de los Reyes Católicos se celebró en 1469. Se trataba de
la unión de dos reinos organizados y autoritarios. La unión real hizo posible el ataque final (1482-92) contra el
reino de Granada, guerra que sirvió para reforzar todavía más el poder real.
Fernando e Isabel sometieron a la nobleza española, limitaron la autoridad de las ciudades (burguesía), tomaron
bajo su control las órdenes militares (S. XII, Corona de Castilla: Alcántara, Calatrava, Santiago; S. XIV, Corona
de Aragón: Montesa) organizaron la Inquisición para salvaguardar la ortodoxia cristiana (se decretó la expulsión
de moros y judíos de España) y aumentaron enormemente los ingresos del tesoro real.
A esto hay que agregar que sólo el rey podía tener un ejército a sueldo. Además, el rey tenía un tesoro alimentado
por los impuestos que pagaban las ricas ciudades de los Países Bajos y por los metales preciosos de las minas de
México y Perú.
Con respecto a la Inquisición o Santo Oficio, Fernando de Aragón lo restableció en 1478 bajo la forma de un
tribunal real. El mismo rey nombraba a los jueces inquisidores y confiscaba los bienes de los condenados en su
propio provecho. La Inquisición tenía derecho de juzgar a todas las personas sin distinción de rango, empleando
todos los medios a su conveniencia, en particular las denuncias secretas y la tortura, ella encarcelaba a voluntad,
juzgaba secretamente y condenaba a pagar una multa, a la prisión, a ser azotado o a la hoguera….[Autodafé:
condenación masiva para hacer de la condenación una ceremonia religiosa.]
La Inquisición había sido restablecida para condenar a los descendientes de los Moros o de los Judíos bautizados
de fuerza y que conservaban en secreto las prácticas de su antigua religión. Después se vuelve contra los heréticos
y sirvió también contra todos los adversarios del poder absoluto de la Iglesia y del rey.
Teoría del Derecho Divino. Hasta el siglo XVII la autoridad estaba fundada más que nada en la costumbre y la
religión. Se decía que los habitantes del reino debían respetar al rey y obedecerle, porque su poder viene de Dios;
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lo que quería decir la fórmula por la gracia de Dios que todos los príncipes cristianos agregaban a su título. Bajo
Luis XIV (1643-1715) se acaba de formular la teoría del derecho divino de los reyes. Ella está expuesta en la
Política sacada de la Escritura Santa, que Bossuet, preceptor del Delfín, para darle a conocer al futuro rey sus
derechos y sus deberes. Dios, dice Bossuet, es el verdadero rey. Pero Él establece los reyes como sus ministros y
reina a través de ellos sobre los pueblos”. La autoridad real emana de Dios; también “la persona del rey es
sagrada”. Sin duda los príncipes tienen muchos deberes; el poder que ellos tienen de Dios, sólo deben emplearlo
para el bien público, “porque el príncipe ha nacido para el público”; ellos deben hacerse amar, conocer la ley,
estudiar los asuntos e incluso exponer sus vidas para la salvación de su pueblo. Pero todos estos deberes no los
obligan para con sus vasallos. “La autoridad del rey es absoluta”… El rey no debe rendir cuenta a nadie de lo que
él ordena. “No es que el rey juzgue, siempre siguiendo la justicia, pero él es reputado para juzgar. Es necesario
pues obedecer a los príncipes como a la justicia misma… El que no quiere obedecer al príncipe no es enviado a
otro tribunal, sino que es condenado irremisiblemente a muerte como enemigo del reposo público y de la sociedad
humana”. Se debe siempre respetar a los príncipes, siempre servirles, cualquiera que ellos sean, buenos o malos;
porque “hay una santidad inherente al carácter real y el príncipe no pierde por sus crímenes la calidad de señor”.
En principio este régimen es muy diferente de la tiranía, “el gobierno absoluto no es un gobierno arbitrario”,
porque el rey tiene el deber de gobernar siguiendo las leyes establecidas. Pero si a él le place seguir solamente su
capricho, “no hay ningún poder capaz de forzarlo”; los príncipes son dioses, ellos participan de la independencia
divina”. Resulta que el rey tiene deberes, pero que sus súbditos no tienen ningún derecho, por consecuencia
ningún medio para recordarle sus deberes y para obligarlo a cumplirlos. “Los vasallos deben al príncipe una
entera obediencia. Ellos sólo pueden oponer a la violencia de los príncipes amonestaciones respetuosas sin
amotinamiento y oraciones para su conversión”. Así el rey no debe ser un tirano, pero él puede serlo con toda
seguridad. “No hay ninguna fuerza coactiva contra el príncipe. Es necesario que su poder sea tal que nadie pueda
esperar escaparle. El pueblo debe temer al príncipe, pero el príncipe sólo debe temer hacer el mal.”
Luis XIV ha formulado una teoría parecida en su instrucción a su nieto. “Usted debe estar persuadido que los
reyes son señores absolutos y tienen naturalmente la disposición plena y entera de todos los bienes que son
poseídos tanto por las gentes de Iglesia como por los seculares. Todo lo que se encuentra en la extensión de
nuestros Estados nos pertenece al mismo título”. El no admite que la nación tenga algún derecho. “La sujeción
que coloca al soberano en la necesidad de tomar la ley de sus pueblos es la última calamidad que pueda caer sobre
un hombre de nuestro rango.” Es dudoso que Luis XIV haya pronunciado la frase famosa: El Estado soy yo; pero
exprimió el pensamiento que lo contiene: “El rey, dijo, representa la nación entera; la nación no forma un cuerpo,
ella reside entera en el rey”. Es la misma lección que el gobernador del joven Luis XV (1715-1774) daba a su
alumno cuando, delante la multitud reunida bajo sus ventanas, él le decía: “Señor, todo este pueblo es de Usted.”
Charles Seignobos. Histoire de la Civilisation au Moyen Âge et dans les Temps Modernes. Paris : G. Masson,
Éditeur, s/f.