Los Derechos Humanos Y La Historia: Usebio Ernández Universidad Carlos III de Madrid
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______________________________________ EUSEBIO FERNÁNDEZ __________________
Esta postura del individualismo moral casa muy mal con los derechos
colectivos. No creo que la reivindicación de derechos colectivos deba hacerse
en el mismo plano que los derechos individuales y menos aún
sustituyéndolos. Los únicos sujetos morales de los derechos humanos son los
individuos concretos. Hablar de derechos colectivos es utilizar un lenguaje
figurado, aplicable a otras cosas distintas a los derechos humanos.
Quizá en algún momento del trabajo presente alguien pueda percibir
rasgos de soberbia occidental. Efectivamente, creo que no hay ninguna razón
concluyente para avergonzarse de pertenecer a Occidente, por muchos
motivos, y, entre ellos, por haber inventado este artificio que se llama
derechos humanos y que entre sus creadores y defensores se ve como el
medio de imponer algo de justicia en un mundo radicalmente injusto.
Sin embargo, el orgullo dura muy poco cuando somos conscientes de que
Occidente tiene una clara responsabilidad histórica, aunque no es la
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de una Constitución de un Estado social y democrático de Derecho, es perfecto
ni está elaborado para lograr unanimidad. Tampoco debe sacralizarse su
contenido, evitando interpretaciones flexibles o necesarias reformas.
Algunos echamos en falta, además, un desarrollo más generoso y
progresista de ciertos mandatos constitucionales. No obstante, cualquiera
que compare estos veinticinco años de Constitución con el régimen político
anterior debe extraer un resultado muy positivo. Críticos de la Constitución
los hubo des-de la izquierda y desde la derecha, en el momento de su
elaboración y en estos veinticinco años. El pluralismo político, como valor
superior del ordenamiento jurídico constitucional, según la propia
Constitución en el artículo 1.1, ampara a los disidentes constitucionales y
solamente excluye a los que violentamente quieren romper las reglas de
juego que la Constitución señala y sostiene.
Como aprendiz de historiador, creo que existen razones que echan por
tierra las fatales predicciones de algunos «disidentes» originarios, del tipo
que reproduzco, y que, felizmente, suenan a algo muy lejano en el tiempo:
«Según la propaganda política extranjera —sentenciaba un fraile
dominico— y las minorías del vicio, de la subcultura, de la prensa
quiosquera y de los políticos oportunistas y resentidos españoles, la
pornografía, la prostitución a todos los niveles sociales, el divorcio
como recambio de cónyuge prácticamente admitido, la «honestidad
legal» del adulterio despenalizado, es decir, protegido por la ley, y la
«santidad» de las misticísimas feministas y «caritativas» aborteras, se
habrían convertido desde julio de 1976 en las pruebas contundentes para
la opinión mundial de que España ha optado de una vez por las
auténticas libertades democráticas, o, lo que es igual, que los derechos
humanos comienzan a ser respetados».
Este era el diagnóstico sobre los derechos humanos en España del P.
Niceto Blázquez, que más tarde en nota a pié de página explicaba que había
tenido conocimiento del borrador de una nueva Constitución para España.
«Un borrador o proyecto francamente malo e inadmisible en nombre de la
sana justicia», añadía. En el siguiente párrafo del libro, del que tomo estos
textos, titulado «La reciente Constitución española y su filosofía»,
aparecido una vez ya aprobada y en vigor la Constitución, añadía la
conde-na final: «Creo sinceramente que la concepción de la vida reflejada
en los principios fundamentales de la nueva Constitución española es muy
pobre y carente de originalidad2.
2
NICETO BLÁZQUEZ, LOS derechos del hombre, Biblioteca de autores cristianos, Madrid
1980, págs. 21 y ss.
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normas jurídicas al margen de los problemas y necesidades reales de los
seres humanos. Sin establecer ninguna conexión mecanicista, pensábamos
que el estudio del contexto histórico era un dato imprescindible para
com-prender la génesis y el desarrollo histórico de los derechos. También la
forma de desplegarse la idea de derechos humanos, las conocidas y tan
citadas generaciones de derechos, se nos aparecían como la respuesta a una
evolución histórica clara. Creo que esa metodología es lo que permitió, más
tarde, llegar a la conclusión de que la idea de derechos humanos es un
concepto histórico del mundo moderno y de la cultura occidental.
Sin embargo, aunque Gregorio Peces-Barba tuvo siempre muy claro que
existían precedentes de los derechos humanos (prehistoria de los derechos
humanos) e historia de los derechos humanos (a partir del tránsito a la
modernidad) yo no compartía los mismos planteamientos en su totalidad.
La visión que tenía en aquel momento respondía más bien a una
filoso-fía de la historia entendida como progreso lineal y acumulativo.
Movido por estos planteamientos dediqué varios meses a estudiar la historia
de las religiones y de la filosofía, la de las ideas políticas, la de las
instituciones políticas y de las normas jurídicas en el Antiguo Egipto,
Mesopotamia, Israel, Grecia, Roma, la Edad Media, etc, intentando
encontrar una línea común y continua que conectara las culturas,
civilizaciones y etapas históricas de la Antigüedad con la aparición de la
idea de que los seres humanos eran portadores de ciertos derechos, por su
propia naturaleza y por ser ésta común a todos ellos.
Sin duda mi intento estaba llamado al fracaso, ya que era fácil advertir
que de historia lineal y acumulativa había muy poco. Precedentes de interés
sí encontré, porque algunos de esos momentos históricos, piénsese en la
filosofía griega, las instituciones jurídicas y políticas romanas o el cris-
tianismo antiguo, han marcado las posteriores reflexiones morales, políticas
y jurídicas de la modernidad occidental, pero con frecuencia era consciente
de que estaba forzando demasiado los datos que tenía entre manos.
Aunque recordaba que el propio T. Kuhn, con motivo de las repercusio-
nes de la publicación de su libro «La estructura de las revoluciones cientí-
ficas», en 1962, había advertido de lo inadecuado de pretender aplicar su
teoría de los paradigmas científicos y de la evolución de la ciencia a las
ciencias sociales y humanas, esta obra me permitió analizar la génesis de la
idea de los derechos naturales (antecedente inmediato de nuestros derechos
humanos) como un auténtico cambio de paradigma4. Por tanto, no me
4
No desconozco las dificultades de definir el término paradigma y los añadidos de
aplicarla a la historia de los derechos humanos. M. Mastermann encontró hasta 21 sentidos
diferentes en la utilización del término por parte de Kuhn. El propio T. KUHN en Segundos
pensamientos sobre paradigmas, 1969-70 (Ed. Tecnos, Madrid 1978, págs, 12-13), respondió
a los que le criticaban por usar un término tan vago: «Un paradigma es aquello que los
miembros de una comunidad científica, y sólo ellos, comparten y a la inversa, es la posesión
de un pa-
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encontraba ante un desarrollo acumulativo en la idea de dignidad humana y
sus exigencias que, en un momento dado, da a luz a la concepción de que
los seres humanos son portadores de derechos, sino más bien de un cambio
cualitativo desde un paradigma al que la idea de derechos individuales le es
totalmente ajena, por muy importantes que sean sus aportaciones en otros
campos, a un nuevo paradigma mental y social que hará girar todo lo
humanamente importante en torno a un individuo con derechos. La tarea
que estaba por delante era explicar las razones históricas por las que tuvo
lugar ese cambio tan notable, en el razonable supuesto de que nada ocurre
en la historia por simple azar.
Hasta hoy no he encontrado una hipótesis de trabajo mejor y ésta es la
que he desarrollado, a la vez que me ha servido de presupuesto, en mis
trabajos sobre la filosofía y la historia de los derechos humanos.
El cambio de paradigma tiene que ver, por tanto, con un cambio en la
imagen del mundo y en las creencias compartidas por un con junto notable
de teólogos, juristas, filósofos y científicos, literatos y artistas que empiezan
a ver al hombre como el centro de la creación y del mundo, concepción que
a lo largo de este trabajo será definida como individualismo moral y que
alcanzará su culminación con la idea kantiana de la humanidad como fin.
Hannah Arendt lo apuntó muy bien al comentar sobre la Declaración
francesa de 1789 lo siguiente:
«La Declaración de los Derechos del Hombre a finales del siglo XVIII
fue un momento decisivo en la Historia. Significaba nada más ni nada
menos que a partir de entonces la fuente de la Ley debería hallarse en el
Hombre y no en los mandamientos de Dios o en las costumbres de la
Historia. Independientemente de los privilegios que la Historia había
conferido a ciertos estratos de la sociedad o a ciertas naciones, la decla-
ración señalaba la emancipación del hombre de toda tutela y anunciaba
que había llegado a su mayoría de edad». Ese hombre «completamente
emancipado y completamente aislado, que llevaba su dignidad dentro de
radigma común lo que constituye un grupo de personas en una comunidad científica, grupo
que de otro modo estaría formado por miembros inconexos».
Sobre la advertencia de aplicar su teoría a otros campos ver su postdata de 1969, incluida
en la traducción castellana de La estructura de las revoluciones científicas, F.C.E, México
1.971, trad. De Agustín Contín.
De la ingente bibliografía que existe sobre el tema pueden verse el prólogo de JAVIER
MUGUERZA a la traducción castellana de La critica y el desarrollo del conocimiento. Actas
del Coloquio Internacional de Filosofía de la Ciencia celebrado en Londres en 1965, Ed.
Grijalbo, Barcelona 1975, págs. 13 y ss.; BARRY BARNES, Thomas Kuhn, en «El retorno de la
gran teoría en las ciencias humanas». Compilación de Quentin Skinner, Alianza Editorial,
Madrid 1988, trad. de Consuelo Vázquez de Parga, págs. 86 y ss.; BARRY BARNES, T.S. Kuhn
y las ciencias sociales, F.C.E., México 1986, trad. de ROBERTO HELIER y JAVIER ECHEVERRÍA,
Introducción a la Metodología de la ciencia. La filosofía de la ciencia en el siglo XX, Ed.
Cátedra, Madrid 1999, págs. 113 y ss.
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sí mismo», comprendió que contaba con «la existencia de un derecho a
tener derechos»5.
5
HANNAH ARENDT, LOS orígenes del totalitarismo, tomo 2, Imperialismo, Alianza Edito
rial, Madrid 2002, trad. de Guillermo Solana, págs. 422, 423 y 430.
6
Desde la primera edición de su texto Derechos fundamentales. I Teoría General, Gua
diana de Publicaciones, Madrid 1973, págs. 63 y ss. hasta su último libro La dignidad de la
persona desde la Filosofía del Derecho, Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las
Casas y Ed. Dykinson, Madrid 2002, y desde la primera edición, en colaboración con LlBORIO
HIERRO, de Textos básicos sobre derechos humanos, Sección de Publicaciones de la Facultad
de Derecho de la Universidad Complutense, Madrid 1973, hasta la última Textos Básicos de
Derechos Humanos. Con estudios generales y especiales y comentarios a cada texto nacional
e internacional, con la colaboración de Ángel Llamas, Carlos Fernández Liesa, M. Carmen
Barranco, Elvira Domínguez, Rafael Escudero, Juan Antonio Pavón y José Manuel Rodríguez
Uribe, Editorial Aranzadi, Navarra 2001.
7
Ver los trabajos recogidos en mi libro Dignidad humana y ciudadanía cosmopolita, ed.
Dykinson e Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas de la Universidad Car
los III, Madrid 2001.
8
No creo necesario entrar aquí en el problema de si una sociedad con derechos es mo-
ralmente superior a una sociedad desconocedora de que sus miembros tienen algún tipo de
derecho que reclamar. Sin embargo sí es preciso apuntar que el campo de los derechos no
agota, en ningún caso, el campo de lo moral o ético. Los derechos humanos han de ser vistos
como el contenido de la ética pública de las sociedades democráticas y han traducido al len
guaje jurídico exigencias morales muy importantes para la convivencia social, pero existen
ideas del bien y del mal y valores y virtudes, además de un ámbito privado de la ética y de
beres morales no necesariamente conectados con los derechos. Creo que tiene razón Mary
Warnock, al señalar que: «Por esencial que sea el ideal de la justicia para la moral pública,
hay otros aspectos de la moral que atañen necesariamente a los individuos, a sus motivacio-
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intrínseca de los hombres y mujeres» y, por otro lado, «las culturas varia-
das» y «las instituciones diferentes» sirve para hacernos una idea de que,
para los autores de estas bases filosóficas de una declaración internacional y
universal de derechos humanos, la búsqueda de ese equilibrio era una
preocupación real y auténtica. Ello sirve para relativizar en gran medida el
alcance de la acusación que hoy hacen los multiculturalistas a la Declaración
de 1948, como una declaración de derechos, producto de la cultura
occidental, que bajo la envoltura de la universalidad pretende imponer los
valores occidentales. Y no creo que ninguna persona que pretenda un estu-
dio histórico objetivo y riguroso pueda poner muchas objeciones, salvo las
interesadas desde el punto de vista ideológico, o sentirse atacados en su
«sensibilidad cultural» por textos tan «imperialistas» como el que sigue:
«La historia de la discusión filosófica de los derechos del hombre,
de la dignidad y de la hermandad del hombre, y de su común ciudada-
nía en la gran sociedad, es larga: se extiende más allá de los estrechos
límites de la tradición occidental y sus comienzos en el Occidente tanto
como en el Oriente coinciden con los de la filosofía. Por otro lado, la
historia de las declaraciones de derechos del hombre es breve y sus co-
mienzos se encuentran en el Occidente en el Bill de Derechos inglés y
en las Declaraciones de Derechos de los Estados Unidos y Francia, for-
mulados el primero en el siglo XVII y las segundas en el XVIII,
aunque el derecho del pueblo a rebelarse contra la opresión política se
reconoció y se estableció hace ya mucho tiempo en China».
En este ambiente intelectual previo a la Declaración parece claro que la
historicidad de las declaraciones de derechos (dependencia histórica occi-
dental y moderna) no es incompatible con la universalidad de los derechos
humanos, entendida en el sentido de que los derechos proclamados perte-
necen a «todos los hombres de todas las partes del mundo sin diferencia de
raza, sexo, idioma o religión». ¿Por qué seguir dando pábulo a los paranoi-
cos que han convertido una idea noble en conspiración imperialista y
occidental?, ¿no habrá otras razones y excusas, menos culturales y más
interesadas en mantener un statu quo negador de esos derechos universales?,
¿por qué tomamos en serio a los que quieren seguir negando los derechos a
la vida, la libertad de convicciones, las libertades políticas o los derechos
económicos, sociales y culturales a los miembros de las culturas no
occidentales?, ¿es que se trata de incompetentes básicos, condenados a no
alcanzar nunca la madurez ni la autonomía individual para preservar así «los
derechos colectivos» de tribus, patrias, religiones, clases sociales o géneros?
También los expertos reunidos por la Unesco en París, en julio de 1947,
se adelantaron a muchas objeciones posteriores y que han alcanzado especial
notoriedad en la bibliografía actual sobre teoría de los derechos humanos. Es
el caso del texto siguiente, donde se distingue entre un consenso sobre
derechos (sobre lo justo, diríamos hoy) y un consenso doctrinal (so-
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los derechos tienen el mismo valor y que el desarrollo histórico puede llegar
a «relativizar» esa supuesta «inmutabilidad».
Y algo similar ocurre con el positivista-historicista. Aún admitiendo que
los derechos han ido apareciendo como respuesta al desarrollo histórico de
la sociedad, tendrá que aceptar que entre los derechos que se hallan en las
declaraciones hay unos que no varían de forma continua sino que se man-
tienen bastante constantes en cuanto a su contenido. Para entender esta idea
podemos ayudarnos con la comparación entre los derechos de seguridad y
autonomía y los derechos de carácter económico y político. Mientras los
derechos de participación política y los económicos y sociales varían como
resultado de los cambios sociales concretos en el ámbito político y econó-
mico, es difícil pensar en los derechos humanos fundamentales sin incluir lo
nuclear de los derechos a la vida, a la integridad física o moral o a la
libertad de pensamiento. Es decir, la historia de los derechos humanos ha
ido desplegando distintos tipos de derechos, las generaciones de derechos,
al responder a necesidades humanas generadas en sociedades históricas,
pero a partir de la idea básica de que hay que crear las condiciones sociales,
también básicas, que respeten la dignidad o valor de las personas. Por ello
me parece que hay que matizar la respuesta que dio Benedetto Croce a la
encuesta de la Unesco. Para él hay que abandonar la consideración de los
derechos humanos como derechos universales del hombre y reducirlos a
derechos del hombre en la historia: «Esto equivale a decir —señala— que
los derechos son aceptados como tales para hombres de una época particu-
lar. No se trata, por consiguiente, de demandas eternas, sino sólo de dere-
chos históricos, manifestaciones de las necesidades de tal o cuál época, e
intentos de satisfacer dichas necesidades».
Del estudio de la historia de la cultura occidental y de la historia y ac-
tualidad de otras culturas parece desprenderse un acuerdo general con lo ex-
presado por B. Croce. Los derechos humanos «son aceptados como tales
para hombres de una época particular». Todos los derechos son derechos
históricos. Incluso podríamos pensar en una época futura donde los seres
humanos dejarían de pensar que tienen derechos inherentes, de la misma
manera que, a lo largo de la historia, en la mayor parte de las épocas y las
culturas, no han «sabido» que tenían derechos. Sin embargo mi matización
va en el sentido de que una vez que los seres humanos, a partir de un mo-
mento histórico determinado, han sido conscientes y han reivindicado la
idea de que les pertenecían ciertos derechos humanos fundamentales y bá-
sicos, reflejo histórico-moral de una determinada versión de su dignidad,
sostuvieron también la idea de que esos derechos a los que se referían eran
algo más que «sólo derechos históricos». Una teoría actual de los derechos
humanos tiene que fundamentar y estructurar, moral, política y jurídicamente
ese «algo más».
Hace ya varios años insistí en que había que distinguir entre una visión
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17
EUSEBIO FERNÁNDEZ, Teoría de la Jurídica y derechos humanos, op. cit., pág. 103.
18
Valgan como ejemplo (necesariamente parcial) los siguientes trabajos de filósofos del
Derecho que, a pesar de la heterogeneidad teórica y del pluralismo ideológico, no han olvida
do la perspectiva histórica: el estudio preliminar de ANTONIO TRUYOL Y SERRA, Los derechos
humanos. Declaraciones y Convenios Internacionales, Ed. Tecnos, Madrid 1968 (con varias
reimpresiones y ediciones), págs. 11 y ss.; ANTONIO-ENRIQUE PÉREZ LuÑO, El proceso de
positivación de los derechos fundamentales, págs. 173 y ss. de JOSÉ Luis CASCAJO CASTRO,
BENITO DE CASTRO CID, CARMELO GÓMEZ TORRES, ANTONIO-ENRIQUE PÉREZ LUÑO, LOS de
rechos humanos. Significación, estatuto jurídico y sistema. Publicaciones de la Universidad de
Sevilla, Sevilla 1979; ANTONIO FERNÁNDEZ-GALIANO, Derecho Natural. Introducción filosófi
ca al Derecho, Ed. Ceura, Madrid 1986 (quinta edición, corregida y aumentada), págs. 301 y
ss.; NICOLÁS MARÍA LÓPEZ CALERA, Introducción al estudio del Derecho, Granada 1987 (2*
edición, corregida y aumentada), págs. 273 y ss.; GREGORIO PECES-BARBA, «Sobre el puesto
de la historia en el concepto de los derechos fundamentales», en Escritos sobre derechos fun
damentales, Eudema, Madrid 1988, págs. 227 y ss.; JOSÉ MARTÍNEZ DE PISÓN, Derechos Hu
manos: historia, fundamento y realidad, Egido Editorial, Zaragoza 1997, págs. 57 y ss.; BENI
TO DE CASTRO CID, IGNACIO ARA PINILLA, y otros, Introducción al estudio de los derechos
humanos, Editorial Universita, Madrid 2003, págs. 27 y ss.
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