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La Arabia Preislámica

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Tema 1

LA ARABIA PREISLÁMICA
Y EL NACIMIENTO DEL ISLAM

Esquema-Guión
1. La Arabia preislámica
1.1. Aspectos geográficos: relieve, clima y población
1.2. La vida económica: agricultura, ganadería y comercio
1.3. Aspectos religiosos
1.4. La organización social: la tribu. La tribu de Kinda
1.5. Los antiguos Estados Árabes: Himyaritas, Lakhamíes y Ghassāníes
2. El nacimiento del Islam ˙
2.1. Mahoma
2.1.1.  Fuentes biográficas
2.1.2.  Los primeros años, juventud y matrimonio
2.1.3.  La revelación y los comienzos de la predicación
2.1.4.  La estancia en Medina
2.2. Arabia a la muerte de Mahoma
2.3. El calendario árabe-musulmán
Orientación bibliográfica específica
Lecturas y consultas recomendadas

1.  La Arabia preislámica

1.1.  Aspectos geográficos: relieve, clima y población


La Península Arábiga, cuna del Islam, con una extensión de más de tres millo-
nes doscientos mil kilómetros cuadrados, se entiende entre el mar Rojo y el Gol-
fo Pérsico. Limita al norte con Mesopotamia. Está constituida en su conjunto por
dos grandes desiertos, el Nufūd, con enormes dunas móviles que forman un paisa-

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je cambiante, y el terrible Rub ‘al-h ālı̄, separados entre sí por las estepas de Naǧd
ˉ donde crecen palmeras de dátiles, y escasos
y Yamāma con fértiles oasis solitarios
terrenos de pasto para los rebaños nómadas.
Las montañas son escasas, al oeste de la Península, de sur a norte, encontramos
las cordilleras montañosas del Yemen y del Hiyāz, dejando una estrecha zona de
˙
tierras bajas que las separa del mar Rojo, llamada Tihāma o “tierra baja”. Al sur,
en las costas del Hadramawt, una cadena de montañas detiene las lluvias monzó-
nicas procedentes˙del ˙ océano Índico, que descargan el agua en el Yemen y Omán,
en primavera y otoño. Estas lluvias permitieron, que desde tiempos remotos en es-
tas tierras del sur de la Península Arábiga, se realizasen cultivos agrícolas, gracias
a un perfeccionado sistema de irrigación, lo que permitió que estuvieran pobladas,
y surgiese en ellas una floreciente civilización sedentaria relativamente avanzada,
por lo que a esta zona se la denominó “Arabia Feliz”.
Con la excepción de algunos ríos largos y profundos que corren por el oeste de
la Península, como el Wādı̄ al-Qurra, no existen sistemas hidrográficos de impor-
tancia. Únicamente la existencia de aguas subterráneas ha hecho posible la forma-
ción de oasis en el Hiyāz. Por sus caracteres geológicos, morfológicos y climato-
˙
lógicos, Arabia se presenta como una prolongación de África.
Durante la prehistoria, Arabia tenía un clima más templado y estaba me-
jor regada que hoy, pero sufrió, de la misma manera que el Sahara, una progre-
siva desertización, por lo que, a menudo, el nombre de Arabia se asocia siem-
pre a un vasto desierto ocupado exclusivamente por nómadas, pero parece ser
que estos pueblos, en su origen, sólo ocuparon una pequeña parte de la pobla-
ción, siendo superados en exceso por los pueblos sedentarios. Recientes inves-
tigaciones han puesto de manifiesto que los árabes nómadas eran descendien-
tes, en su mayoría, de los sedentarios que se hicieron pastores en los primeros
siglos de nuestra era, cuando el comercio y la agricultura conocieron un cier-
to declive en Oriente.
Una forma de vida sedentaria contaba para su existencia con el cultivo de seca-
no, abastecido por la lluvia, ayudado por trabajos de irrigación diseñados para cap-
tura, almacenar y distribuir las lluvias estacionales, por lo que es en el sur de Ara-
bia donde encontramos asentada a una población de cierta importancia, que cons-
tituyó una sociedad altamente diferenciada y estratificada, que, además, difundió
y elaboró obras de arte, dirigió el comercio a larga distancia y levantó las maravi-
llosas torres del Yemen. Fue también en esta zona del sur de Arabia donde se for-
maron Estados políticos de importancia.
En el resto de Arabia, los asentamientos dependieron de la presencia de
fuentes perennes o de aguas subterráneas que pudieron ser captadas median-
te perforación de pozos. De tal forma que, los asentamientos del centro y norte

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de la Península tomaron forma de oasis, a menudo dedicados al cultivo del dá-
til, y rodeados de extensas áreas de desierto inútil. La prosperidad de algunos
oasis se vio también afectada por otros factores como el comercio o las prác-
ticas religioso-culturales, como fue el caso de las ciudades de Daydan, al nor-
te del Hiyāz, Petra o Palmira, que gozaron de una gran brillantez en el centro
˙
del desierto sirio, debido al importante papel que desempeñaban en el comer-
cio de caravanas, o la Meca, cuya importancia se debió tanto a la práctica del
comercio como al papel que desempeñó como enclave sagrado, Haram, y cen-
tro de culto religioso. ˙

Dentro del conjunto de la población nómada, se pueden distinguir dos tipos


diferentes: un grupo lo integraban aquellos nómadas que tenían rebaños de came-
llos, y frecuentaban, habitualmente, la estepa desértica de Naǧd, viviendo, a me-
nudo, muy cerca del nivel de simple subsistencia; y otro grupo, estaba formado por
aquellos nómadas que consiguieron tener grandes rebaños de ovejas, cabras y al-
gunos camellos; solían vagar por una franja costera a los bordes del desierto, a lo
largo del Éufrates o en el límite de Siria, pues estos rebaños, que se movían muy
lentamente, necesitaban permanecer cerca de manantiales de agua segura por lo
que nunca podían entrar en el interior de la Península.
Junto a sedentarios y nómadas propiamente tales, existía una población semi-
nómada, que practicaba tanto la agricultura local sedentaria como el pastoreo nó-
mada, en grados variables. Aunque estos pueblos habían establecido núcleos de
residencia fijos a lo largo de la llanura Siria o de Mesopotamia, donde cultivaban,
también solían conducir sus rebaños a cierta distancia, dentro del desierto, para
que pastasen en los verdes prados que se formaban en invierno y durante las llu-
vias primaverales.
El desarrollo cultural de la población nómada estaba restringido, en térmi-
nos generales, a las formas que podían ser transportadas fácilmente como las ar-
tes oralmente trasmitidas de relatos, genealogías y, de manera especial, la can-
ción y la poesía, siendo ésta última el género cultivado por excelencia en la Ara-
bia preislámica. Los poetas cantaban las virtudes de los beduinos, su valor, su
lealtad, generosidad y, en suma, sus propias hazañas. La qas ı̄da era una compo-
sición poética monorrima, que con frecuencia pasaba de cien ˙ versos, y constaba
de tres partes. Como la mayor parte de los antiguos poetas eran analfabetos, sus
producciones se han transmitido gracias a la tenaz memoria de los rāwı̄, recita-
dores. Las colecciones escritas de antiguas poesías árabes no se remontan más
allá del siglo viii, siendo las más célebres las conocidas 7 Mu‘allaqāt “las col-
gadas” o “las preciosas”, que ha dado origen a la leyenda de que estas siete fa-
mosas poesías, escritas en letras de oro, estuvieran colgadas en el templo de la
Meca. Uno de los compositores más celebres fue Imru’ al-Qays (m. hacia 540),
de quien, según la tradición, Mahoma dijo que era “el príncipe de los poetas y su

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guía en el fuego del infierno”. La mu‘allaqāt que se le atribuye, famosa en todo
los países musulmanes, ha sido imitada en todas las lenguas islámicas, y jun-
to con otras composiciones suyas, se cuenta entre las más bellas y más antiguas
composiciones de la época preislámica.

1.2.  La vida económica: agricultura, ganadería y comercio

La vida económica en la Arabia preislámica consistía fundamentalmente en las


actividades agropecuarias y comerciales. La agricultura estaba basada en el cul-
tivo de secano en aquellos lugares que contaban con lluvia suficiente, como ocu-
rría en el sur de la Península, circunstancia que se vio complementada con el alto
grado de desarrollo tecnológico que alcanzaron los habitantes de la región del Ye-
men. La conocida presa de Ma‘rib fue una impresionante estructura de albañile-
ría de más de 15 metros de altura, y de 500 metros de largo, cuyos restos son aún
claramente visibles.

En el resto del país, la agricultura dependía de la presencia de fuentes peren-


nes o de aguas subterráneas captadas mediante la perforación de pozos. Para los
trabajos agrícolas utilizaban el arado de tipo romano, pero no disponían de abo-
nos orgánicos, ni de animales de tiro. Los productos que cosechaban eran el tri-
go y la cebada.

La ganadería, en manos de la población nómada, se basaba en la cría de ca-


mellos, ovejas y cabras, fundamentalmente. Había una ausencia de animales bo-
vinos debido a las condiciones climáticas y, como consecuencia de ello, a la fal-
ta de pastos.

El comercio fue la actividad de mayor relieve, no tanto por el volumen y


valor de las mercancías transportadas, sino porque en él van a entrar en rivali-
dad las dos grandes potencias próximas a Arabia: Bizancio y Persia. Respec-
to al comercio exterior, encontramos que por el este, los barcos provenientes
del océano Índico paraban en el puerto de Uballa, actual Abadán, y, desde allí,
sus productos subían hacia el norte por el golfo Pérsico, y, a través de los ríos
Tigris y Éufrates, se adentraban en Mesopotamia, controlada por el soberano
persa. Por el oeste, Bizancio, deseando acabar con los impuestos que le exi-
gían los persas, quería conservar en el mar Rojo una vía de comercio hacia la
India a través del estrecho de Al-Mandab, golfo de Adén, con un puerto de es-
cala en la costa de Eritrea donde llegaban diversos objetos del Extremo Orien-
te. Los productos habituales con los que se comerciaban eran: pieles, marfil y
oro de África; mirra e incienso del golfo arábigo; y sedas, especias y piedras
preciosas de la India.

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En el interior de la Península Arábiga, las caravanas de mercaderes transi-
taban las vías comerciales que transcurrían desde la Arabia meridional a Egip-
to, Palestina y Siria, a lo largo de las cuales surgieron importantes centros co-
merciales como fue el caso de La Meca, que constituía una encrucijada de cami-
nos, pues situada en la ruta del incienso que, a través de Arabia, enlazaba Saba
con Gaza, y enclavada a medio camino entre el mundo eurasiático y africano,
desempeñaba un importante papel como intermediaria en el control del comer-
cio internacional.
El cambio de mercancías se fijaba en puntos fronterizos como Qulzum en
Egipto, Ayla y Gaza en Palestina, o Basra en Siria. La práctica del comercio iba
˙
unida a la celebración de ferias, celebrándose incluso dos ferias anuales en los
grandes centros como al-Hira, Basra o La Meca, ciudad en la que la feria estaba
˙
asociada a una importante˙peregrinación.
A nivel económico, la población de Arabia era interdependiente, así encontra-
mos que los nómadas y seminómadas dependían en todos los tiempos de los pue-
blos sedentarios por la necesidad que tenían de artículos de primera necesidad,
como eran dátiles, cereales, ropa y todos aquellos productos de metal; de modo
inverso, las comunidades sedentarias eran también, en algún grado, dependientes
de los nómadas, pues se beneficiaban de los servicios específicos que ellos y sus
animales domésticos realizaban, como era el abono de los campos o el transpor-
te de los alimentos.

1.3.  Aspectos religiosos

Antes de la llegada del Islam, existía en la Península Arábiga una pluralidad


de opciones religiosas, se mantenían las creencias antiguas y el paganismo. La
mayor parte de los árabes eran politeístas. Aunque no se conocen bien sus creen-
cias y prácticas religiosas, parece ser que no consideraban que sus dioses fueran
algo más que unos seres que podían enfurecerse y causar desgracias, y a los que
podían aplacar con ofrendas y sacrificios.

Junto a las múltiples divinidades, destacaban una triada de dioses principa-


les: Al-Lāt, diosa del sol o del cielo, Al-‘Uzza, estrella matutina, y Al-Manāt, dio-
sa de la suerte o de la felicidad, que estaban sometidas a una divinidad superior,
Allāh (Dios), que pronto habría de eliminar a todas las divinidades para conver-
tirse en dios único.

El culto de los betilos, piedras informes en las que se suponía habitaba la di-
vinidad, estaba generalizado. Existían lugares de culto en los que, en determina-
dos meses del año, se celebraban fiestas y ferias. El más famoso de estos santua-

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rios era el de la Ka‘ba, en La Meca,
donde se veneraba la Piedra Negra, al-
rededor de la cual se practicaban ri-
tos deambulatorios, que se conserva-
rán con la llegada del Islam. La guar-
dia y custodia de estos lugares estaban
confiadas a ciertas familias sacerdota-
les como los Banū Qurayš de la Meca.
Hay que tener presente que, en
Arabia a fines del siglo VI, existían
grupos de judíos bastante bien organi-
zados, que se asentaron en el sur y a lo
largo del Hiyāz, en las trayectorias de
˙
las rutas comerciales. Y también, nu-
merosas colonias cristianas de cierta
importancia, que vivían refugiadas en
el desierto, o en zonas situadas al sur
del Hiyāz, en torno a la región de Nay-
Figura 1. La Ka‘ba, el lugar más sagrado ram,˙ donde habían ido a instalarse los
del Islam. monofisitas, víctimas de las persecu-
ciones de Justiniano. Hay constancia
de la existencia de algunos árabes que sin ser cristianos, ni judíos, profesaban el
monoteísmo y se daban a prácticas ascéticas.

1.4.  La organización social: la tribu. La tribu de Kinda


La sociedad de la Arabia preislámica estaba compuesta por tribus, que poseían
una estructura patriarcal, unidas entre sí por lazos de sangre. Fuera de la tribu el
individuo no podía subsistir. El beduino era un hombre libre, no conocía una orga-
nización profesional, ni grupos de edad, ni sociedades menores, pero las condicio-
nes materiales de vida en el desierto del Próximo Oriente, no le permitían, so pena
de morir por agotamiento, sobrevivir sin asociarse con otros. El árabe fue prime-
ro y principalmente un hombre de tribu, identificado con ella, leal a ella y protegi-
do por ella ante cualquier abuso. La solidaridad y lealtad era absoluta y vinculan-
te. La justicia estaba regida por la Ley del Talión, qisās, y su aplicación fue uno de
los pilares de la sociedad beduina.
La tribu tenía unas divisiones internas. Las principales divisiones fueron entre
los diferentes linajes que había dentro de la tribu, esto es, entre las diferentes líneas
de un antepasado, epónimo, que da nombre a la tribu. Estos linajes se subdividen
a su vez en sublinajes, que se volvían a subdividir, hasta que se llega a la unidad
más pequeña dentro de la tribu que era la familia, y los individuos en sí mismos.

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La familia estaba fundada sobre la descendencia paternal, existiendo un pre-
dominio del hombre sobre la mujer que se muestra por el derecho a la poligamia
y a la reputación. Se tenía gran interés en asegurar la igualdad de estatus, kafā’a,
entre la novia y el novio.

La tribu no fue una entidad estática, sino que evolucionaba continuamente. Al-
gunos linajes o sublinajes dentro de la tribu mermaban o se fundían con otros, o
desaparecían; y, por otro lado, había otros que crecían, pues algunos grupos, sin
relaciones previas con la tribu, se unían a ella, primero como aliados o clientes, y
luego se incorporaban como “parientes”, y, posteriormente, con el paso del tiem-
po, adquirían un lugar en la genealogía tribal, tan querida por los árabes, por lo
que la descripción genealógica de una determinada tribu no podía verse como una
verdadera relación de consanguinidad.
La igualdad total entre las tribus no existía. Una tribu podía dominar directa-
mente a otras en virtud de su poder militar, formando un tipo de aristocracia gue-
rrera; o bien, aquellas tribus que ejercían su poder sobre algún enclave religioso,
formaban la llamada aristocracia religiosa, por lo que controlaban a grupos triba-
les más débiles.
Entre las tribus más conocidas de este periodo, figura la tribu de Kinda. De ori-
gen subsahariano, se vio obligada, a mediados del siglo iv, a abandonar Hadramawt
˙
y a dispersarse por Naǧd, Iraq, Palestina y Siria, logrando unificarse a˙ mediados
del siglo v bajo el poder del soberano ‘Abd Karib. En el año 525, el rey de Kin-
da es nombrado filarca de los Árabes por el emperador bizantino, pero, paradóji-
camente, a partir de entonces, este reino se derrumbó por falta de fuerza moral, de
cohesión interna y por su fracaso en las fronteras de Bizancio y Persia. El último
príncipe de la tribu Kinda fue el gran poeta, ya citado, Imru’ al-Qays.

1.5. Los antiguos Estados Árabes: Himyaritas, Lakhamíes


y Ghassaˉníes ˙

Los Himyaritas formaron el último de los grandes Estados del sur de Arabia,
los cuales˙ habían gobernado desde el primer siglo d.C toda la Arabia Meridional,
y habían mantenido relaciones con Roma. Posteriormente, Bizancio intentó man-
tener buenas relaciones con este Estado pues deseaba asegurarse su comercio en
esta zona, y así evitar que los sasánidas pudiesen instalarse en aquel lugar.
En el año 510, los Himyaritas, por reacción contra los etíopes cristianos, en-
˙
tregaron el poder a un príncipe que se había convertido al judaísmo, llamado, Dū
Nuwās. Su amistad con los sasánidas motivó que interviniese el emperador bi- ˉ

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zantino quien envió una armada etíope infligiendo una gran derrota al soberano
himyarita.
˙
Algunos grupos etíopes se sublevaron y en el 530 entregaron el poder a Abra-
ha, antiguo esclavo cristiano, durante cuyo gobierno se produjo la ruptura de la
presa Ma‘rib que él reparó. Según la tradición, Abraha dirigió en el 570, año en
que nació Mahoma, una expedición a la Meca que se conoce como la “guerra del
Elefante”, pero este suceso no es admitido por todos los estudiosos, pues de ser
cierta la fecha, su gobierno se habría prolongado demasiado tiempo.
La dinastía fundada por este antiguo esclavo duró hasta que se produjo la in-
vasión persa en el año 575. A partir de entonces, la Arabia del sur se convirtió en
un protectorado persa, manteniendo como jefe nominal a un descendiente de los
reyes h imyaritas. No obstante, el gobierno persa, poco efectivo, duró hasta los pri-
meros˙tiempos del Islam.
Rodeando a los dos grandes imperios, bizantinos y sasánidas, encontramos la
formación de dos reinos “satélites”. En los confines de los sasánidas, que reinaban
en Persia, incluyendo el actual Iraq, encontramos el reino árabe de los lakhmíes.
Uno de los miembros de la familia de los Banū Lakhm fue escogido por los
sasánidas para nombrarle rey de un Estado vasallo, cuya capital era al-Hira, situa-
˙
da hacia la mitad del Éufrates, lugar donde se había establecido esta familia desde
comienzos del siglo iii. Este reino prosperó rápidamente debido a su afortunada
diplomacia tribal. Los lakhmíes participaron, al servicio de los sasánidas, en ope-
raciones militares frente a los bizantinos, pero con el tiempo ellos tendieron a lle-
var su propia política entre Persia y Bizancio.
Mientras que al oeste, próximos al imperio bizantino, encontramos otro gran
Estado árabe, el de los ghassāníes, con quienes los bizantinos crearon una alian-
za con vistas a prevenir incursiones nómadas. Abastecieron a la armada bizantina
de jinetes que constituían un contingente móvil muy eficaz. Los ghassāníes no te-
nían capital fija, sus centros fueron Djabiya y Djillik, al sur de Damasco; y poste-
riormente, Sergiopolis-Rusāfa, al sur del Éufrates. No obstante, cierta actitud del
˙
rey Ghassāní provocó inquietud en el emperador bizantino por lo que fue arres-
tado por sorpresa y condenado a muerte, después de lo cual, el reino ghassāní se
fragmentó entre quince jefes.
Esta relación con los dos grandes imperios, había hecho que los jinetes bedui-
nos se familiarizaran con las grandes civilizaciones tanto de Persia como de Bizan-
cio, y con las técnicas de guerra desarrolladas en una y otra parte.
Así pues, esta era en síntesis, la situación que existía en Arabia cuando Maho-
ma nace. A este periodo anterior al Islam, se le conoce en la tradición musulmana
con el nombre genérico de yahiliyya, o “época de ignorancia”, o según otros estu-
diosos, traducido como “época pagana”.

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2.  El Nacimiento del Islam

2.1.  Mahoma

Un breve repaso a la vida de Mahoma es una introducción necesaria para el es-


tudio de la doctrina musulmana

2.1.1.  Fuentes biográficas

Para conocer la personalidad de Mahoma disponemos, fundamentalmente, de


dos fuentes: una es el Corán, que contiene las enseñanzas del profeta, y otra son
los Hadı̄t , palabras o hechos relativos a él mismo, y trasmitidos por sus compañe-
ˉ cuales se sacaron los datos biográficos que han permitido reconstruir,
ros, ˙de los
en parte, la vida de Mahoma.
La primera biografía seria de que disponemos, siguiendo un orden cronológi-
co, fue obra de Ibn Ishāq (m. 768), que fue modificada y abreviada por Ibn Hishām
˙ de “Sı̄rat ar-Rasūl”, la vida del Profeta. Por esos mismos
(m. 834), y lleva el título
años, al-Wāqidı̄ (m. 822) compuso otra biografía de Mahoma, sin que se sepa que
hubiese comunicación alguna entre estos autores.
A pesar de que Ibn Ish āq refiere que Mahoma nació el lunes, 12 de rabı̄ ‘, I
del año de la expedición del˙ elefante, no existe unanimidad para señalar el año de
su nacimiento en el calendario cristiano, aunque generalmente se adopta el año
570, en el que Abraha realizó la expedición del Elefante a la Meca. El nacimien-
to de Muhammad Ibn ‘Abd Allāh “El Alabado”, al que llamaremos Mahoma, es-
˙
tuvo precedido, según las tradiciones, por portentos y prodigios que marcaban la
llegada de un ser singular.

2.1.2. Los primeros años, juventud y matrimonio

Pertenecía Mahoma al clan de los Banū Hāšim, perteneciente a la tribu de


Qurayš. Su padre, ‘Abd Allāh, murió mientras iba en una caravana hacia Siria
antes de que él naciera, aunque algunas fuentes afirman que murió cuando Ma-
homa tenía tres meses, lo que provocó que su madre, Āmina, no pudiera ama-
mantarlo y lo entregase a una joven pastora, Halı̄ma, hasta que cumplió los tres
˙
años, y fue devuelto a su madre con la que permaneció en La Meca en un cálido
clima familiar con sus tíos y primos. A los seis años su madre lo llevó a Yat rib
ˉ
para que conociese a la familia que vivía allí. De vuelta a La Meca, su madre mu-
rió cuando Mahoma tenía seis años. Al quedarse huérfano el niño fue conduci-
do a casa de su abuelo, ‘Abd al-Mut t alib, hombre piadoso encargado de la pro-
˙˙

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tección y cuidado de la Ka‘ba, el
cual debido a su avanzada edad,
encomendó a su hijo, Abū Tālib,
que cuidara de Mahoma. La ˙ or-
fandad y la pobreza de la infan-
cia de Mahoma marcaron el res-
to de su vida y contribuyeron a
formar su mensaje y sus prácti-
cas solidarias con los huérfanos
y necesitados.
Sobre la juventud de Mahoma
tenemos pocos datos, parece ser
que disfrutó de una adolescencia
dichosa viajando y tomando par-
te en las actividades comerciales
de su tío. La leyenda sitúa en esta
época los contactos que Mahoma
Figura 2. Mahoma en brazos de su madre Āmina tuvo con las comunidades cristia-
es presentado a su abuelo (Museo Topkapi. nas, y el encuentro con el monje
Estambul). Bahira en Basra, al sur de Siria.
Mahoma conoció ˙ las distintas tra-
diciones y tendencias que coexistían en Arabia y que, indudablemente, contribu-
yeron a su formación.
A los veinte años conoció a una mujer viuda, muy rica, Jadı̄ya, a cuyo ser-
vicio entró como hombre de confianza para acompañar las caravanas que iban
a Siria, con quien, años después, se casó a pesar de la diferencia de edad entre
ambos, pues, según la tradición ella tenía cuarenta años, y él veinticinco. Este
matrimonio permitió a Mahoma salir de la pobreza, tener cubiertas las necesi-
dades materiales y convertirse en un personaje considerado que supo ganarse el
afecto de todos por su conducta y su talante. De este matrimonio nacieron dos
varones y cuatro hijas, de los cuales sólo Fāt ima, que se casó con ‘Alı̄, sobrevi-
vió al Profeta. ˙

2.1.3. La revelación y los comienzos de la predicación


Antes de tener las primeras visiones proféticas, Mahoma, que era un hombre
muy religioso, practicaba el culto de sus antepasados, hacia la oración en la Ka‘ba
y participaba en las ceremonias de peregrinación. Buscando la soledad y el silen-
cio, solía retirarse a una cueva del monte Hirā’, situado a veinte kilómetros de La
˙
Meca, para dedicarse a la oración y la meditación, y fue precisamente en este lu-

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gar, habiendo cumplido ya los cuarenta años, donde sintió la llamada de su misión
profética, y tuvo lugar la primera revelación. Siguiendo las indicaciones del án-
gel Gabriel, comienza a aprender y a recitar las palabras de Dios, de quien recibe
la inspiración que va a transmitir a los fieles. El primer texto que el ángel le man-
dó recitar: “Recita en el nombre de tu Señor, que te ha creado…” se recoge en la
Sura 96, 1-5, y según los especialistas, es el comienzo de la revelación del Corán.
El calendario musulmán recuerda anualmente esta fecha con el nombre de laylat
al-qadr, la noche de la potestad, que tuvo lugar al final del mes de ramadán del
año 610, cuando Mahoma tenía cuarenta años.
Durante algún tiempo, impresionado y, en parte, temeroso, no contó lo suce-
dido más que a algunos miembros de su familia, y a su fiel sirviente, Zaid, quien
fue el primero en confesar que creía abiertamente en Mahoma y en lo que repre-
sentaba. Los primeros adeptos fueron su mujer, su primo ‘Alı̄, y dos hombres no-
tables de la Meca: ‘Ut mān y Abū Bakr, su futuro suegro. Su tío y protector, Abū
ˉ
Tālib, nunca quiso abrazar el Islam.
˙
Después de un tiempo de calma du-
rante el cual Mahoma recobra la con-
fianza, comienza en el año 613 la predi-
cación basada en tres temas principales:
fe en Allāh, Dios único y creador; recha-
zo a los falsos dioses; y la espera y mie-
do al castigo divino. A semejanza de los
grandes profetas de Israel, Jeremías, Eze-
quiel e Isaías, Mahoma era un “avisador”
y se presentaba como el último eslabón de
la cadena de profetas que Dios había en-
viado a los hombres después de Abraham,
Moisés y Jesús.
Figura 3. Ma sha’a Allāh, “lo que Dios
El ataque contra el politeísmo suscita quiere”.
vivas reacciones en La Meca. Los mequi-
nenses defendían, con el apoyo de los jefes nómadas, los ídolos que estaban liga-
dos al culto de la Ka‘ba, a la peregrinación y a la feria, cuyo papel era de suma im-
portancia para la vida económica. Además, no admitían que el privilegio de anun-
ciar la revelación fuese concedido a un hombre que no pertenecía a los grupos do-
minantes, como lo eran ellos, por lo que le ridiculizaban y presionaban a sus se-
guidores, generalmente de origen humilde, con el fin de impedir nuevas adhesio-
nes, y frenar la fuerza de Mahoma y de sus seguidores.
En el año 619, Mahoma pierde a su mujer y, días más tarde, a su tío y pro-
tector, por lo que, al no encontrar ningún tipo de apoyo, y al hacerse su situación
cada vez más difícil, decide propagar su fe fuera de La Meca. Se dirige primero a

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Tā’if, uno de los graneros de La Meca, y desde allí marcha a Yat rib, donde residían
˙
miembros ˉ y otras dos tribus
de la familia de su madre, y también tres tribus judías
árabes con las que Mahoma inició una serie de conversaciones, pues vieron en él
la persona adecuada para resolver la tensa situación que reinaba, por entonces, en
esa ciudad. En estas circunstancias es cuando se firma, en el año 620, el Pacto de
‘Aqaba, desfiladero no lejano de La Meca, en el cual setenta y tres hombres, y dos
mujeres prestaron juramento de obediencia a Mahoma, comprometiéndose a aco-
gerle y defenderle, por lo que se afianzaba su poder político.

2.1.4. La estancia en Medina


Esta emigración, hégira, desde La Meca a Yat rib se realiza el 1 muharram del
año 622, correspondiente al 16 de julio del año 622 ˉ del cómputo cristiano,
˙ señala
el fin de la era preislámica y el inicio de la islámica. El establecimiento en Yatrib,
ciudad que a partir de entonces se llamará Madı̄nat al-Nabı̄, Ciudad del Profeta,ˉ
marca el inicio del periodo medinense. Mahoma se convierte en el guía de una co-
munidad humana y va a tratar de formar y crear una verdadera comunidad entre los
emigrados, muhāyirūn, y los recién convertidos, denominados, auxiliares o ansār.
˙
Con la hégira se había roto la cohesión tribal, por lo que el lazo de la comuni-
dad, umma, será la religión y nunca más el espíritu del clan. El Islam de Medina
fue el germen del que salió el Islam del mundo, pero el medio en el que iba a cre-
cer el Islam difería radicalmente de aquél en el que había nacido. La población de
Medina se dedicaba de manera preferente a la agricultura, y la ciudad carecía de
la jefatura unificada y del control que ejercían los qurayšíes en La Meca. Duran-
te este tiempo, y una vez que estuvieron construidos la mezquita y los alojamien-
tos de su familia, Mahoma, que ya tenía varias esposas, contrajo matrimonio con
‘Ā’iša, hija de Abū Bakr, por la que sentía gran predilección.
Los primeros problemas a los que tuvo que hacer frente Mahoma en Medina,
van a surgir con las tribus judías, quienes fieles a su religión se sintieron incómodas
con la predicación del Profeta. No obstante, Mahoma había hecho de antemano al-
gunas concesiones a los judíos para reconciliarse con ellos, así por ejemplo, adop-
tó el ayuno, las abluciones, y la orientación hacia Jerusalén para la oración, e in-
cluso les había hecho ver que entre ellos existían lazos en común, ya que Abraham
unía las dos comunidades. A pesar de todo, se rompieron las relaciones con los ju-
díos y Mahoma cambia la dirección de la plegaria hacia la Ka‘ba, sustituye la trom-
peta y gong que usaban los judíos y cristianos para llamar a la oración por la voz
humana, instituye el viernes como día de plegaria común, e introduce el ramadán,
mes sagrado, en recuerdo de la revelación que recibió, y mantiene la peregrinación.
La situación en la que se encontraban los que habían emigrado a Medina no
era fácil, pues no tenían tierras que labrar, no podían trabajar para los judíos, por

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lo que no encontraron más salida que las razias y el botín. Medina se encontraba
en una situación privilegiada en la ruta de las caravanas que iban de la Meca a Si-
ria, así se explican los ataques que se produjeron contra los mercaderes de la Meca.
Uno de estos ataques, producido en Najla, en enero del año 624, tuvo importantes
consecuencias ya que se produjo durante la tregua establecida en los meses sagra-
dos, y causó la muerte de un mecano, por lo cual Mahoma recibió grandes protes-
tas, a las cuales respondió con una revelación que recoge el Corán: “van a interro-
garte sobre la guerra durante el mes sagrado. Contéstales esto: durante este pe-
riodo la guerra es un pecado grave… pero más odioso es oponerse a la religión
islámica” (Sura 2, 217).
Más importante fue aún el combate que tuvo lugar cerca de los pozos de Badr,
al suroeste de Medina, en marzo del año 624, cuando los musulmanes se decidie-
ron atacar una caravana qurayšita que venía de Siria, guiada por Abū Sufyān. A
pesar de que los caravaneros recibieron refuerzos, y llegaron a ser unos mil, frente
a los musulmanes que casi no llegaban a trescientas personas, la disciplina de los
menos triunfó sobre la confianza y seguridad de los más, y los seguidores de Ma-
homa derrotaron a sus contrarios llevándose un gran botín. Un aspecto que debe
ser destacado, es el hecho de que después de este encuentro se plantearon algu-
nos problemas prácticos de gobierno como fue el reparto del botín (Sura 8, 41).
Así nacía el ŷihād, esfuerzo, guerra santa. Esta victoria provocó, además, un au-
mento de fanatismo, y tuvo como consecuencia inmediata una acción contra los
judíos de Medina.
Al año siguiente, los qurayšíes van a tratar de vengar esta derrota, por lo que
organizaron una milicia con mercenarios africanos dirigidos por Abū Sufyān y se
dirigieron a la llanura de Uhud, frente a Medina. A pesar de que Mahoma cayó he-
˙ sin aprovecharse de la victoria, quizá para demos-
rido, los mecanos se retiraron
trar que su acción iba dirigida únicamente contra Mahoma, y no contra el conjun-
to de los medinenses.
Después de Uhud, qurayšíes y medineses se esforzaron por atraer a sus res-
pectivos campos a˙las tribus beduinas del Hiyāz. Por su parte, Abū Sufyān reunió
una gran coalición en La Meca y, en marzo˙ del año 627, se dirigió hacia Medina.
Cuando Mahoma tuvo noticias de esta expedición, se encerró en Medina y mandó
excavar un foso en el lado más vulnerable. Esta construcción dio nombre a toda la
campaña, denominada Handaq o “del foso”, calificada como una batalla de inte-
ligencia. Parece ser queˉesta idea proviene de Persia, y que fue el converso persa,
Salman, uno de los artífices más importantes de su preparación. A los sitiadores se
les acabaron las provisiones, el grano había sido recogido ya, y tuvieron grandes
problemas para conseguir forraje para sus caballos, lo que motivó que se produ-
jesen discrepancias entre los mecanos y tomasen la decisión de retirarse. Después
de esta batalla, los qurayšíes no sólo habían perdido su prestigio, sino también el

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dominio de la ruta comercial a Siria. Mahoma, después de este triunfo, se dedicó
a eliminar a la última tribu judía que quedaba en Medina.
A partir del año 628 comienza la fase ofensiva del Islam. Ese año Mahoma
piensa que debe realizar la peregrinación a La Meca, y con un grupo de fieles se
dirige al límite del territorio sagrado, donde los qurayšíes les impiden el paso, a
pesar de ello, se evitó el enfrentamiento y, en su lugar, se llegó a una negociación
que quedó reflejada en el Pacto de Hudaibiyya, a una jornada de La Meca. En esta
negociación se puso de manifiesto el˙ profundo realismo político de Mahoma, pues
aunque fue mal acogido por muchos musulmanes porque consideraban humillan-
te que no se les permitiese la entrada a La Meca durante ese año, y que se les au-
torizase a estar al año siguiente sólo tres días para realizar la peregrinación menor,
‘umra, distinta del h aŷŷ o gran peregrinación, Mahoma obtenía importantes ven-
˙
tajas políticas, la primera fue el implícito reconocimiento de su fuerza al ser admi-
tido para tratar de igual a igual con la jerarquía de La Meca. Además, en el trata-
do se establecía una tregua de diez años y se reconocía a ambas partes el derecho
de aliarse con quienes quisieran.
Al año siguiente, tal y como habían acordado, los musulmanes entraron en La
Meca; posteriormente, Mahoma envió al norte a unos trescientos hombres para eli-
minar a los ghassāníes, pero fueron atacados por los bizantinos en la llanura de
Mu’ta, situada al sur del mar Muerto. Al finalizar el año, Mahoma debido a una pe-
queña discrepancia con los hombres de La Meca, y bajo el pretexto del asesinato de
un musulmán, declara la no validez del Pacto de Hudaibiyya, y se dirige a la ciudad
santa donde llega en enero del 630. Su entrada fue ˙ pacífica, porque no venía a des-
truir, sino a dominar y a ganarse a los reacios con sus bondades. Durante los quince
o veinte días que permaneció en la ciudad, mandó destruir los emblemas de la idola-
tría y los frescos que representaban a los profetas bíblicos, exceptuando las imágenes
de Abraham, Jesús y la Virgen. Finalmente, tuvo lugar la ceremonia de juramento,
bay‘a, por la cual la población de La Meca juraba fidelidad y obediencia al Profeta.
Pero Mahoma no pudo asistir a la gran peregrinación, h aŷŷ, que se realizó el
siguiente año, por lo que delegó en Abū Bakr la presidencia,˙ e hizo publicar un ul-
timátum, por el cual se daba a los paganos un término de cuatro meses para abra-
zar el Islam; pasado este plazo, los musulmanes habían de combatirles donde quie-
ra que les hallasen. Además, la peregrinación y la Ka‘ba quedaban exclusivamente
reservada a los musulmanes. Sería en el año 632, cuando Mahoma realizase la pe-
regrinación, que sería la última, por lo que se conoce como “la peregrinación del
adiós”, los ritos que en ella observó, cuidadosamente trasmitidos, se hicieron lue-
go la norma seguida hasta nuestros días. En mayo de ese mismo año, cae enfermo
cuando preparaba una expedición contra los bizantinos para vengar el desastre de
Mu’ta, y, unos días más tarde, el 8 de junio, correspondiente al 13 rabı̄‘ del año 11,
muere sin haber dejado nada previsto sobre su sucesión.

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2.2. Arabia a la muerte de Mahoma

Desde el punto de vista musulmán tradicional, se afirma que Mahoma en el úl-


timo año de su vida fue el soberano de casi toda Arabia, sin embargo, los estudiosos
europeos, más escépticos, sugieren que a su muerte gobernaba sólo una pequeña re-
gión alrededor de Medina y de La Meca. La realidad hay que situarla entre estos dos
extremos, pero no es fácil decir exactamente dónde.
Siguiendo a W. Montgomery Watt, el panorama de la situación podía ser el
siguiente:
a) Había unas tribus que vivían en una vasta región alrededor de Medina y de
La Meca que estaban fuertemente unidos a Mahoma y habían hecho pro-
fesión de fe.
b) Las tribus del centro de Arabia y las de todo lo largo de la ruta de Iraq, se
encontraban en una posición similar.
c) En el Yemen y en las regiones del suroeste, se habían convertido al islam
una parte de cada tribu y, en conjunto, era menos de la mitad de la pobla-
ción. Lo mismo ocurría en el sureste y a lo largo del Golfo Pérsico.
d) En la frontera de Siria, un poco más allá del Golfo de Aqaba, algunas tri-
bus se habían apartado del emperador bizantino.
No obstante, aunque Mahoma no hubiera llegado a ser soberano de toda la Pe-
nínsula Arábiga, había unificado en gran manera a los árabes, y había desarrollado
la conciencia que los árabes tenían de ellos mismos, en tanto que unidad cultural y
étnica, que hasta ese momento no estaba más que implícita.
Si juzgamos sólo a Mahoma por los resultados, podemos afirmar, tomando pa-
labras de P. K. Hitti que Mahoma destaca como uno de los hombres más capaces
de toda la historia pues dejó la base de una religión: el Islam; promovió una cultu-
ra: la arabo-islámica; y fundó una nación: la nación árabe.

2.3. El calendario árabe-musulmán

Antes del Islam los árabes tenían calendario lunar, y al igual que los judíos, in-
tercalaban un mes cuando la diferencia entre el principio del año solar y lunar lle-
gaba a ser notable, hecho que ocurría cada dos o tres años. Pero cuando Mahoma
realizó la peregrinación en el año décimo del cómpu­to musulmán, anunció que ya
no se realizarían más intercalaciones, con lo cual el año lunar constará de sus doce
meses, y se saldría de la correspondencia con el solar.

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Fue el califa ‘Umar, en el año 637, quien instituyó la era musulmana, llamada
de la Hégira, ya que tomó como punto de partida, no el momento en que se pro-
dujo la salida de Mahoma de La Meca a Medina (septiembre del 622), sino el pri-
mer día del año lunar en que esto tuvo efecto, el cual corresponde al 16 de julio
del año 622. El inicio del año lo marcará el primer día de la luna, es decir luna lle-
na del mes de Muharram.
˙
Los meses lunares del calendario musulmán son sinódicos, es decir, se com-
putan desde una conjunción de la luna con el sol hasta la siguiente. El año lunar
sinódico consta de 354 días, 8 horas, 48 minutos y 36 segundos, es decir, de doce
meses de veintinueve o treinta días cada uno. En el cómpu­to popular el principio y
el fin de estos meses depende de la primera percepción directa del creciente lunar
en el cielo. Cuatro meses del año, vestigio del periodo preislámico, son sagrados:
ramadān en que se realiza el ayuno, dū’ al-qa‘da o el mes de reposo, el mes de la
˙
peregrinación o dū’ al-h iŷŷa, y raŷabˉ o mes sagrado, en el que la Tradición cuen-
ta que tuvo lugarˉ el Viaje
˙ nocturno del Profeta. A lo largo de estos meses, la gue-
rra está proscrita bajo todas sus formas, los mercaderes aprovechan este tiempo
para dedicarse a sus negocios, ya que se reactiva la actividad ritual y el peregrinaje.
Los días de la semana se designan con su número ordinal a partir del día pri-
mero, que es el domingo, día en que comienza la semana; el viernes se llama yawm
al-ŷum‘a, día de la reunión, y el sábado conserva su nombre judío, yawm al-sabt,
o día del reposo. El principio del día se computa, como es natural en calendarios
lunares, desde la puesta del sol, de tal forma que los días comienzan al ponerse el
sol, así la noche de cada día es la que precede al día.
Para hallar la correspondencia entre las fechas cristianas y musulmanas son de
gran utilidad las tablas publicadas para tal fin.

Orientación bibliográfica específica


GAUDEFROY-DEMOMBYNES, M.: Mahoma. Madrid, Akal, 1990.
MARTÍN ESCUDERO, F.: “Calendario judío e islámico, ¿dataciones exóticas en
la Península”, en X Jornadas Científicas sobre Documentación: El calendario
y la datación histórica. Madrid, UCM, 2011, pp.: 221-234.
MONTGOMERY WATT, W.: Mahoma, profeta y hombre de estado. Barcelona,
Melusina, 2004.
RAMADAN, T. M.: Vida y enseñanzas del Profeta del Islam. Barcelona, Kairós,
2009.
TOR ANDRAE, Mahoma, Madrid, Alianza, 1987.
VERNET, J.: Mahoma. Madrid, Espasa, 2006.

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Lecturas y consultas recomendadas

Manuales
ABUMALHAM, M.: El Islam. De religión de los árabes a religión universal, pp.
17-42.
BLOOM, J. M.: Islam. Mil años de ciencia y poder, pp. 21-58.
CHEBEL, M.: El Islam. Historia y modernidad, pp. 25-49.
DONNER, F. Mc.: The early islamic conquests, pp. 11-50.
ELISSÉEFF. N.: L’Orient musulman au Moyen Âge (622-1260), pp.7-34.
HITTI, P. K.: El Islam, modo de vida, pp. 23-53.
OCAÑA JIMÉNEZ, M.: Nuevas tablas de conversión de datas islámicas a cris-
tianas y viceversa: estructuras para concordar, día por día, años completos.
Madrid, 1981.
PAREJA, F.: Islamología I, pp. 62-80.
SÉNAC, PH.: Le monde musulman, des origines au XI siècle, pp. 13-30.
TAMAYO, J. J.: Islam, cultura, religión y política, pp. 33-56.

Mapas
NICOLLE, D.: El Islam y la Guerra Santa, pp. 15, 21.
NICOLLE, D.: Atlas Histórico del Mundo Islámico, pp. 8-35.
SELLIER, J. y A.: Atlas de los pueblos de Oriente, pp. 11-20.

Textos
VERNET, J.: Los orígenes del Islam, pp. 226-228 “Las mujeres del Profeta”.

Películas
Mahoma, el mensajero de Dios (1977) de Moustapha Akkad. DVD (2010).
Mahoma (2001) de Chema Sarmiento.
La Meca por dentro (2003), Nacional Geographic.

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