Dochistorico
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REGINA APOSTOLORUM
IARA
Por tanto, siguiendo a los santos padres, todos nosotros, de común acuerdo,
enseñamos a los hombres que confiesen al mismo y único Hijo, nuestro Señor
Jesucristo, a la vez perfecto en Divinidad y perfecto en humanidad, verdadero Dios y
verdadero hombre,consistente también de alma racional y cuerpo, de la misma
substancia (homoousios) con el Padre en cuanto a su Divinidad y, a la vez, de la
misma substancia con nosotros en cuanto a su humanidad; semejante a nosotros en
todo respecto, excepto en el pecado; en cuanto a su Divinidad, engendrado del Padre
antes de todos los siglos; sin embargo, en cuanto a su humanidad, nacido, por
nosotros los hombres y para nuestra salvación, de María la Virgen, Madre de Dios
(Theotokos); uno y el mismo Cristo, Hijo Señor, Unigénito, reconocido en dos
naturalezas, inconfundibles, inmutables, indivisibles, inseparables; sin ser anulada de
ninguna manera la distinción de las naturalezas por la unión, más bien siendo
conservadas y concurrentes las características de cada naturaleza para formar una sola
persona y subsistencia, no divididas ni separadas en dos personas, sino uno y el
mismo Hijo y Unigénito Dios el Verbo, el Señor Jesucristo; así como desde los tiempos
más remotos, los profetas hablaron de él, y como nuestro Señor Jesucristo mismo nos
enseñó. y como el credo de los santos padres nos ha transmitido.
Porque es una la Persona del Padre otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo;
Más la Divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es toda una, igual la Gloria,
coeterna la Majestad.
Como también no son tres incomprensibles, ni tres increados, sino un solo increado y
un solo incomprensible.
Porque así como la verdad cristiana nos obliga a reconocer que cada una de las
Personas de por sí es Dios y Señor,
Así la Religión Católica nos prohíbe decir que hay tres Dioses o tres Señores.
El Espíritu Santo es del Padre y del Hijo, no hecho, ni creado, ni engendrado, sino
procedente.
Hay, pues, un Padre, no tres Padres; un Hijo, no tres Hijos; un Espíritu Santo, no tres
espíritus Santos.
Sino que todas las tres Personas son coeternas juntamente y coliguales.
Dios, de la Substancia del Padre, engendrado antes de todos los siglos; y Hombre, de
la Substancia de su Madre, nacido en el mundo;
Quien, aunque sea Dios y Hombre, sin embargo, no es dos, sino un solo Cristo
Pues como el alma racional y la carne es un solo hombre, así Dios y Hombre es un solo
Cristo;
El que padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos, resucitó al tercer día de
entre los muertos.
Subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre, Dios todopoderoso, de donde ha
de venir a juzgar a vivos y muertos.
A cuya venida todos los hombres resucitarán con sus cuerpos y darán cuenta de sus
propias obras.
Y los que hubieren obrado bien irán a la vida eterna; y los que hubieren obrado mal, al
fuego eterno.
Prefacio
Nunca hubo cosa tan bien ideada por el ingenio del hombre, ni tan firmemente
establecida, que con el transcurso del tiempo no se haya corrompido; como, entre
otras cosas, se deja ver claramente por las oraciones de uso común en la Iglesia,
usualmente llamadas el Oficio Divino. El original y primer fundamento es tal que, si
alguien estudia las escrituras de los padres primitivos, encontrará que el mismo no fue
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instituido sino con un noble propósito, y para promover en gran manera la piedad. De
tal manera ordenaron ellos que toda la Biblia (o la mayor parte de ella) se leyera una
vez al año, de modo que con esto el Clero, y especialmente los que eran Ministros de
congregaciones, fueran (por la frecuente lectura y meditación en la Palabra de Dios)
movidos a piedad, y mejor capacitados para exhortar a otros con una doctrina
saludable, y para refutar a los adversarios de la verdad; y, además, para que el pueblo
(escuchando diariamente la lectura de las Sagradas Escrituras en la Iglesia) se
beneficiara continuamente más y más en el conocimiento de Dios, y fuera más
encendido con el amor de su verdadera religión.
Empero, con el paso de los muchos años esta disposición piadosa y decorosa de los
padres primitivos ha sido de tal manera alterada, quebrantada y olvidada, con la
siembra de historias inciertas, Leyendas, Responsorios, Versículos, repeticiones vanas,
conmemoraciones y Cánones Sinodales, que comúnmente cuando se comenzaba
cualquier libro de la Biblia, antes de leer tres o cuatro capítulos, todos los demás
quedaban sin leerse. Y así el libro de Isaías se comenzaba en Adviento, y el libro de
Génesis en Septuagésima; pero sólo se comenzaban y nunca se leían completos.
En la misma forma fueron usados los demás libros de las Sagradas Escrituras. Además,
aunque San Pablo hubiera querido que se hablara en un idioma que el pueblo en la
Iglesia pudiera entender, y así al escucharlo sacar provecho del mismo, el Oficio en la
Iglesia de Inglaterra (durante estos muchos años) ha sido leído en latín al pueblo,
idioma que no entendía; de tal manera que ha escuchado solamente con los oídos;
mas no han sido edificados sus corazones, espíritus y mentes. Además, no obstante
que los padres primitivos dividieron los Salmos en siete porciones, llamando a cada
una de ellas un nocturno, en tiempos recientes unos cuantos Salmos han sido leídos
diariamente (y muchas veces repetidos), omitiendo por completo a los demás.
También, el número y rigidez de las Reglas, llamadas "La Pica", y los muchos cambios
en el oficio, eran la causa de que el solo hojear el libro era tan difícil y complicado, que
muchas veces daba más trabajo averiguar lo que había que leer, que leerlo al
averiguarlo.
Habiendo considerado estas inconveniencias, aquí se establecerá un orden tal que todo
esto será corregido. Y, para llevarlo a cabo, se establece también un Calendario con
ese propósito claro y fácil de entender, en el cual (hasta donde sea posible) se
establecen de tal modo las lecturas de las Sagradas Escrituras, que todas las cosas se
hagan en orden, sin separar una parte de la otra. Por esto se han eliminado las
Antífonas, Responsorios,Invitatorios y otras cosas parecidas, que interrumpían el curso
continuo de la lectura de las Escrituras.
No obstante, ya que no hay remedio, y que por necesidad deben haber ciertas reglas,
por tanto, establecemos aquí algunas reglas, las cuales, como son pocas en número,
así son claras y fáciles de entender. Así que aquí tienen un orden de oración (en
cuanto a la lectura de las Sagradas Escrituras), más de acuerdo con la mentalidad y el
propósito de los padres primitivos, y mucho más provechoso y cómodo que el que
hasta ahora ha sido utilizado. Es más provechoso porque aquí se han eliminado
muchas cosas, algunas de las cuales son falsas, algunas inciertas, algunas vanas y
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Aunque antes ha habido una gran diversidad en lo que se dice y canta en las iglesias
dentro de este reino, algunas siguiendo el Uso de Salisbury, otras el de Hereford,
Bangor, York o Lincoln, de ahora en adelante, el reino entero tendrá un solo Uso. Y si
alguien juzgara que esta forma es más ardua porque todas las cosas deben leerse del
libro, cuando antes, por causa de tanta repetición, podían decir muchas cosas de
memoria, si éstos comparan su esfuerzo con la ganancia en conocimiento que
diariamente obtendrán con la lectura del libro, no rechazarán la inconveniencia,
considerando el gran beneficio que obtendrán de la misma.
En vista de que nada, o casi nada, puede establecerse con tanta claridad que no surjan
dudas en su uso y practica, para aplacar toda diversidad (si ocurre alguna), y para la
resolución de toda duda en relación a la manera de entender, hacer y ejecutar las
cosas contenidas en este libro, las personas que así duden, o interpreten de otro modo
cualquier cosa, recurrirán siempre al Obispo diocesano, quien, a su discreción, decidirá
cómo calmar y aplacar dicha duda, siempre que su decisión no sea contraria al
contenido de este libro.
Aunque quede establecido anteriormente en este prefacio que todas las cosas deben
ser leídas y cantadas en la iglesia en el idioma inglés, con el fin de que así
congregación sea edificada, no debe interpretarse, al leer los Oficios Matutino y
Vespertino en privado, como prohibición de hacerlo en cualquier otro idioma que el
mismo lector entienda.
Tampoco nadie tendrá la obligación de leer los Oficios, sino sólo los que ministren a las
congregaciones de las catedrales e iglesias colegiales, las iglesias parroquiales y las
capillas adjuntas a las mismas.
Artículos de la Religión
• De la fe en la Santísima Trinidad.
Hay un solo Dios vivo y verdadero, eterno, sin cuerpo, partes o pasiones, de infinito
poder, sabiduría y bondad; el creador y conservador de todas las cosas, así visibles
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como invisibles. Y en la unidad de esta naturaleza divina hay tres Personas de una
misma substancia, poder y eternidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El Hijo, que es el Verbo del Padre, engendrado del Padre desde la eternidad, el
verdadero y eterno Dios, consubstancial al Padre, tomó la naturaleza humana en el
seno de la Bienaventurada Virgen , de su substancia; de modo que las dos naturalezas
enteras y perfectas, esto es, divina y humana, se unieron en una Persona, para no ser
jamás separadas, de lo que resultó un solo Cristo, verdadero Dios y verdadero
hombre; que verdaderamente padeció, fue crucificado, muerto y sepultado, para
reconciliarnos con su Padre, y para ser sacrificio, no sólo por la culpa original, sino
también por los pecados actuales de los hombres.
Así como Cristo murió por nosotros y fue sepultado, también debemos creer que
descendió a los infiernos.
• De la resurrección de Cristo.
Cristo resucitó verdaderamente de entre los muertos, y tomó de nuevo su cuerpo, con
carne, huesos y todo lo que pertenece a la integridad de la naturaleza humana; con la
cual subió al cielo, y allí está sentado, hasta que vuelva para juzgar a todos los
hombres en el último día.
El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, es de una misma substancia,
majestad y gloria, con el Padre y con el Hijo, verdadero y eterno Dios.
Las Sagradas Escrituras contienen todas las cosas necesarias para la salvación; de
modo que cualquier cosa que no se lee en ellas, ni con ellas se prueba, no debe
exigirse de hombre alguno que la crea como artículo de fe, ni debe ser tenida por
requisito necesario para la salvación. Por las Sagradas Escrituras entendemos aquellos
libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, de cuya autoridad nunca hubo duda
alguna en la Iglesia.
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Los otros Libros (como dice San Jerónimo), los lee la Iglesia para ejemplo de vida e
instrucción de buenas costumbres, mas ella, no obstante, no los aplica para establecer
doctrina alguna; y tales son los siguientes:
Recibimos y contamos por canónicos todos los libros del Nuevo Testamento según son
recibidos comúnmente.
entre Dios y el hombre, siendo él Dios y Hombre; por lo cual no deben escucharse a
los que pretenden que los antiguos patriarcas solamente buscaban promesas
transitorias. Aunque la Ley de Dios dada por Moisés, en cuanto a ceremonias y ritos,
no obliga a los cristianos, ni deben necesariamente recibirse sus preceptos civiles en
ningún Estado; no obstante, no hay cristiano alguno que esté exento de la obediencia
a los mandamientos que se llaman morales.
• De los Credos.
El articulo original, dado con beneplácito real en 1571 y reafirmado en 1662, se intituló
"De los tres Credos"; y comenzaba así "Los tres Credos, el Niceno, el de Atanasio y el
comúnmente llamado de los Apóstoles..."
La condición del hombre después de la caída de Adán es tal que no puede convertirse
ni prepararse con su propia fuerza natural y buenas obras a la fe e invocación de Dios.
Por lo tanto, no tenemos poder para hacer buenas obras que sean gratas y aceptables
a Dios, sin que la gracia de Dios por Cristo nos prevenga, para que tengamos buena
voluntad, y obre en nosotros, cuando tenemos esa buena voluntad.
Somos reputados justos delante de Dios solamente por el mérito de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo, por la fe, y no por nuestras propias obras o merecimientos. Por
ello, el que seamos justificados únicamente por la fe es Doctrina muy saludable y muy
llena de consuelo. como más ampliamente se expresa en la Homilía de la justificación.
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Aunque las buenas obras, que son fruto de la fe y siguen a la justificación, no pueden
expiar nuestros pecados, ni soportar la severidad del juicio divino, son, no obstante,
agradables y aceptables a Dios en Cristo, y nacen necesariamente de una verdadera y
viva fe; de manera que por ellas la fe viva puede conocerse tan evidentemente como
se juzga al árbol por su fruto.
• De la predestinación y elección.
Además, debemos recibir las promesas de Dios en la forma que nos son generalmente
establecidas en las Sagradas Escrituras, y en nuestros hechos seguir la divina voluntad
que nos ha sido expresamente declarada en la Palabra de Dios.
Deben, asimismo, ser anatematizados los que se atreven a decir que todo hombre
será salvo por medio de la ley o la secta que profesa, con tal que sea diligente en
conformar su vida con aquella ley y con la luz de la naturaleza; porque las Sagradas
Escrituras nos manifiestan que solamente por el Nombre de Jesucristo es que han de
salvarse los hombres.
• De la Iglesia.
• De la autoridad de la Iglesia.
[El artículo vigésimo primero de los artículos antiguos se omite, por tener en parte
una naturaleza local y civil, y está previsto en sus demás partes en otros artículos.]
Y al estar reunidos (ya que son una asamblea de hombres, en la que no todos son
gobernados por el Espíritu y la Palabra de Dios), pueden errar y a veces han errado,
aun en las cosas que son de Dios. Por lo tanto, aquellas cosas ordenadas por ellos
como necesarias para la salvación no tienen fuerza ni autoridad, salvo que se pueda
afirmar que son tomadas de las Sagradas Escrituras".
• Del Purgatorio.
• De los sacramentos.
Dos son los sacramentos ordenados por nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio, a
saber, el Bautismo y la Cena del Señor.
Los sacramentos no fueron instituidos por Cristo para ser contemplados o llevados en
procesión, sino para que hagamos debido uso de ellos; y sólo en aquéllos que los
reciben dignamente producen un efecto u operación saludable, pero los que
indignamente los reciben compran condenación para sí mismos, como dice San Pablo.
Aunque en la Iglesia visible los malvados están siempre mezclados con los buenos, y
algunas veces los malvados tienen autoridad superior en el ministerio de la Palabra y
de los sacramentos, no obstante, como no lo hacen en su propio nombre sino en el de
Cristo, ministran por medio de su comisión y autoridad, y podemos aprovecharnos de
su ministerio, oyendo la Palabra de Dios y recibiendo los sacramentos. El efecto de la
institución de Cristo no es eliminada por su iniquidad, ni es disminuida la gracia de los
dones divinos con respecto a los que por fe reciben debidamente los sacramentos que
se les ministran, los cuales son eficaces, debido a la institución y promesa de Cristo,
aunque sean ministrados por hombres malvados.
La Cena del Señor no es sólo un signo del mutuo amor que los cristianos deben tener
entre sí, sino, más bien, es un sacramento de nuestra redención por la muerte de
Cristo; de modo que para los que debida y dignamente, y con fe, lo reciben, el Pan que
partimos es una participación del Cuerpo de Cristo y, del mismo modo, la Copa de
bendición es una participación de la Sangre de Cristo.
XXIX. De los impíos, que no comen el Cuerpo de Cristo al participar de la Cena del
Señor.
Los impíos y los que no tienen fe viva, aunque mastiquen carnal y visiblemente con
sus dientes (como dice San Agustín) el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de
Cristo, de ninguna manera son partícipes de Cristo; más bien, comen y beben para su
condenación el signo o sacramento de una cosa tan grande.
El cáliz del Señor no debe negarse a los laicos, puesto que ambas partes del
sacramento del Señor, por ordenanza y mandato de Cristo, deben ministrarse por igual
a todos los cristianos.
ofrecía a Cristo en remisión de pena o culpa por los vivos y los muertos, eran fábulas
blasfemas y engaños peligrosos.
Ningún precepto de la ley divina manda a los obispos, presbíteros y diáconos vivir en el
estado del celibato o abstenerse del matrimonio; por tanto, es lícito que ellos, al igual
que los demás cristianos, contraigan matrimonio a su propia discreción, si
considerasen que así les conviene mejor para la piedad.
No es necesario que las tradiciones y ceremonias sean en todo lugar las mismas o
totalmente parecidas, porque en todos los tiempos han sido distintas y pueden
cambiarse según la diversidad de los países, los tiempos y las costumbres, con tal que
en ellas nada se ordene contrario a la Palabra de Dios. Cualquiera que, por su propio
juicio, voluntaria e intencionalmente, quebrante abiertamente las tradiciones y
ceremonias de la Iglesia, cuando éstas no repugnen a la Palabra de Dios y estén
ordenadas y aprobadas por la autoridad común, debe ser públicamente reprendido
(para que otros teman hacer lo mismo), como quien ofende contra el orden común de
la Iglesia, perjudica la autoridad del magistrado y vulnera la conciencia de los
hermanos débiles.
Toda Iglesia particular o nacional tiene la facultad para ordenar, cambiar y abolir las
ceremonias o ritos eclesiásticos ordenados únicamente por la autoridad del hombre,
con tal de que todo se haga para su edificación.
• De las homilías.
El segundo libro de las homilías, cuyos distintos títulos hemos reunido al final de este
artículo, contiene una doctrina piadosa, saludable y necesaria para estos tiempos, al
igual que el anterior libro de las homilías publicado en tiempo de Eduardo Sexto y, por
tanto, juzgamos que deben ser leídas por los ministros diligente y claramente en las
iglesias, para que el pueblo las pueda entender.
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21 Contra la rebelión.
[Este artículo es recibido en esta Iglesia, en cuanto a que declara que el libro de
homilías es una explicación de la doctrina cristiana e instructivo en la piedad y la
moral; mas toda referencia a la constitución y las leyes de Inglaterra es considerada
inaplicable a las circunstancias de esta Iglesia, la cual también suspende el orden para
la lectura de dichas homilías en las iglesias, hasta que se haga una revisión
conveniente para librarlas tanto de las palabras y frases obsoletas como de las
referencias locales.]
El texto original de 1571 y de 1662 de este artículo dice: "El libro de la consagración
de arzobispos y obispos y de la ordenación de presbíteros y diáconos, últimamente
publicado en tiempo de Eduardo Sexto y confirmado al mismo tiempo por autoridad del
Parlamento, contiene todas las cosas necesarias para dicha consagración y ordenación,
y no contiene cosa alguna que sea en sí supersticiosa o impía. Por tanto, decretamos
que cualquiera que sea consagrado u ordenado según los ritos de dicho libro, desde el
segundo año del antedicho Rey Eduardo hasta el presente, o que se consagre o se
ordene según dichos ritos, está debida, ordenada y legalmente consagrado y
ordenado"
El poder del magistrado civil se extiende a todos los hombres, tanto clérigos como
laicos, en todas las cosas temporales; mas no tiene autoridad alguna en las cosas
puramente espirituales; y mantenemos que es deber de todos los hombres que
profesan el Evangelio obedecer respetuosamente a la autoridad civil regular y
legítimamente constituida.
El texto original de 1571 y de 1662 de este articulo dice:"La Majestad del Rey tiene el
supremo poder en este Reino de Inglaterra y en sus demás Dominios, y le pertenece el
supremo gobierno de todos los estados de este Reino, así eclesiásticos como civiles, y
en todas las causas; y ni es, ni puede ser sometida a ninguna jurisdicción extranjera.
Cuando atribuimos a la Majestad del Rey el supremo gobierno (títulos por los cuales,
según entendemos, se ofenden las mentes de algunos calumniadores), no damos a
nuestros príncipes la ministración de la Palabra de Dios ni de los sacramentos, cosa
que atestiguan también con toda claridad las ordenanzas últimamente publicadas por
nuestra Reina Isabel, sino aquella única prerrogativa que entendemos ha sido siempre
concedida a los príncipes piadosos en las Sagradas Escrituras por Dios mismo, es decir,
que deben gobernar en todos los estados y grados que sean entregados por Dios a su
cargo, ya sean eclesiásticos o civiles, refrenando con la espada civil a los tercos y
malhechores.
Las leyes del Reino pueden castigar a los hombres cristianos con la pena de muerte,
por crímenes aborrecibles y graves.
Es lícito a los hombres cristianos, por orden del magistrado, tomar las armas y servir
en las guerras.
Las riquezas y los bienes de los cristianos no son comunes en cuanto al derecho, título
y posesión, como falsamente se jactan ciertos Anabaptistas. No obstante, todos deben
dar liberalmente de lo que poseen a los pobres, según sus posibilidades.
Así como confesamos que a los cristianos les está prohibido por nuestro Señor
Jesucristo y su apóstol Santiago el juramento vano y temerario, también juzgamos que
la religión cristiana de ningún modo prohibe que juren cuando lo exige el magistrado
en causa de fe y caridad, con tal que se haga según la doctrina del profeta, en justicia,
en juicio y en verdad.
Chicago, 1886
1. Nuestro ferviente deseo de que la oración del Salvador: "Que todos seamos uno", en
su sentido más profundo y verdadero, se cumpla apresuradamente;
2. Que creemos que todos los que han sido debidamente bautizados con agua, en el
Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, son miembros de la Santa Iglesia
Católica
3. Que en todas las cosas de orden o elección humana, en relación a las formas de
culto y disciplina, o a las costumbres tradicionales, esta Iglesia está dispuesta a
renunciar, con espíritu de amor y humildad, a todas sus propias preferencias;
4. Que esta Iglesia no busca absorber a otras Comuniones sino, cooperando con ellas
sobre la base de una Fe y Orden común, desaprobar todo cisma, sanar las heridas del
Cuerpo de Cristo y promover la caridad, que es la mayor de las gracias cristianas y la
manifestación visible de Cristo al mundo:
Pero además, por este medio afirmamos que la unidad cristiana...puede restaurarse
únicamente con el regreso de todas las comuniones cristianas a los principios de
unidad ejemplificados por la Iglesia Católica indivisa durante las primeras épocas de su
existencia; principios que creemos constituyen el depósito substancial de Fe y Orden
cristiano confiado por Cristo y sus apóstoles a la Iglesia hasta el fin del mundo y, por lo
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tanto, no admite compromiso ni capitulación por aquéllos que han sido ordenados para
ser mayordomos y depositarios a beneficio común e igual de todos los hombres.
Como partes inherentes de este sagrado depósito y, por consiguiente, esenciales para
la restauración de la unidad entre las ramas divididas de la cristiandad, reconocemos
las siguientes:
1 Las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, como la Palabra revelada
de Dios.
3. Los dos sacramentos -el Bautismo y la Cena del Señor - administrados con el uso
indefectible de las palabras de institución de Cristo y los elementos ordenados por él.
Nota: Aunque el Cuadrilátero en la forma antes citada fue adoptado por la Cámara de
obispos, no fue promulgado por la Cámara de Diputados, sino fue incorporado en un
plan general, referido para su estudio y acción a la recién creada Comisión Conjunta
sobre la Unidad Cristiana.
Resolución II
Que, en la opinión de esta Conferencia, los siguientes Artículos proporcionan una base
sobre la cual acercarse, con la bendición de Dios, a la Unidad Cristiana :
(a) Las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, que "contienen todas las
cosas necesarias para la salvación", como la regla y última norma de Fe.
(b) El Credo de los Apóstoles, como símbolo Bautismal, y el Credo Niceno, como
declaración suficiente de la Fe cristiana.
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(c) Los dos sacramentos ordenados por Cristo mismo -el Bautismo y la Cena del Señor
- administrados con el uso indefectible de las palabras de institución de Cristo y los
elementos ordenados por él.
Este libro es el alma y espíritu anglicano. Es la obra que aglutina y da unidad a toda
la confesión anglicana pues, aunque el libro no sea uniforme mundialmente, las
diferencias de unos libros a otros son minúsculas, y lo esencial se encuentra en todos
ellos.
La obra apareció con este título: El Libro de Oración Común y administración de los
sacramentos y otros ritos y ceremonias de la Iglesia, para el uso de la Iglesia
Anglicana. El título manifestaba a las claras que los autores deseaban mantenerse
dentro de las directrices católicas de adoración. Más que una innovación se trataba de
una reforma. Estos fueron los logros obtenidos: el nuevo libro eliminaba prácticas y
devociones ya caídas en desuso, consolidaba varios libros en uno, los servicios
litúrgicos se realizaban en la lengua del pueblo y se le pedía más participación
litúrgica, estaba fundamentado en la Sagrada Escritura , y de acuerdo con la práctica
primitiva de la Iglesia.
Como los tiempos cambian, y con ellos las circunstancias, nuevas ediciones han
surgido, adaptadas a la época y motivadas siempre por el deseo de producir lo más
apropiado para la oración. Se pueden recordar las siguientes fechas: 1549, 1552,1559,
1662, 1785, 1789, 1892,1928, correspondientes a los libros publicados, los cuatro
primeros en Inglaterra, los últimos en Estados Unidos.
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De sumo interés para nuestro caso es el hecho de que el Libro de Oración Común tiene
profundas raíces en la liturgia "que a veces se llama mozárabe y a veces toledana, y
visigótica, o bien isidoriana, y que sin duda tiene orígenes antiquísimos, aunque no sea
precisamente la misma que trajeron los primeros evangelizadores -a España -, sino
más bien una derivación de aquélla y fruto de paulatina evolución, que recibió su
forma típica de mano de los padres visigodos". Esta liturgia difiere bastante de la
romana, tiene afinidades con la antigua galicana y presenta también reminiscencias
orientales. Distínguese por la abundancia de su estilo, en contraposición a la romana,
tan concisa. Sus oraciones tienden a lo ampuloso, complaciéndose en cierto realismo
minucioso, en las antítesis, en cierto conceptismo barroco; pero es siempre notable por
la brillantez, el vigor y afecto cálido de la expresión, así como por la riqueza de
fórmulas de profundo sentido teológico.