Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Angela Bejar y Nelson Perira

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 25

La naturaleza ambivalente de los elementos carnavalescos 159

La imagen de la ciudad de Ayacucho:


tres coyunturas de expansión*

Ángela Béjar Romero y


Nelson E. Pereyra Chávez
Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga

1. Introducción

Hasta mediados del siglo XX, Ayacucho se caracterizó por ser


una ciudad pequeña y conservadora. Su configuración espacial
obedecía a patrones de organización y separación social y étnica
heredados de la colonia. Así, el trazado de las calles (sendas) y la
arquitectura de las casas mantenían el patrón introducido por
sus fundadores en el siglo XVI: una plaza central desde donde se
trazan las calles en línea recta hacia diferentes puntos de la ciu-
dad y una arquitectura compuesta por casonas señoriales.
Consideramos que esta distribución espacial y su respectiva
arquitectura se transformaron, principalmente, durante tres mar-
cadas coyunturas del siglo XX: la reapertura de la Universidad
de Huamanga en los 60, la violencia política de los 80 y la llega-
da tardía de la globalización a la ciudad en los 90. En estas tres

*
Ponencia presentada al VI Congreso Nacional de Investigaciones en Antro-
pología, Lima, 2005. Agradecemos las valiosas sugerencias de Abilio Vergara Fi-
gueroa y de José Coronel Aguirre para el presente trabajo.

[Dialogía, 1, pp. 159-183]


160 Dialogía Ángela Béjar y Nelson Pereyra

etapas, el crecimiento y la diversificación de la población dieron


lugar a nuevas formas de ocupación del espacio urbano a partir
del surgimiento de nuevas sendas (calles y avenidas), nuevos
nodos y mojones, así como la ampliación de fronteras y bordes
en la «nueva» ciudad. Todo ello devino en la configuración de
nuevos lugares, funciones y significados que los habitantes asig-
naron a los espacios transitados y ocupados.
Nuestro interés se centra en la descripción etnográfica de la
imagen de Ayacucho configurada durante las tres coyunturas
mencionadas; para tal efecto, hemos utilizado las propuestas teó-
ricas de Lynch y Augé y privilegiado una metodología de explo-
ración física e histórica que nos ayude a «retratar» la ciudad.
La exploración física intenta formar una imagen pública de la
ciudad atendiendo, sobre todo, a la dimensión física y percepti-
ble de los diferentes lugares de ésta. Porque, según Lynch, las
«imágenes colectivas son necesarias para que el individuo actúe
acertadamente dentro de su medio ambiente y para que coopere
con sus conciudadanos» (1998: 61). En este sentido, Lynch cla-
sifica las formas físicas en cinco tipos de elementos: sendas, bor-
des, barrios, nodos y mojones1.
Por su lado, Augé (1998) diferencia los lugares de los no-luga-
res. Los lugares son aquellos espacios llenos de significación en
tanto se establecen variadas formas de relación como las redes
sociales, los sentimientos y el significado que se les proporcio-
na; mientras que los no-lugares son solamente los espacios de

1
Las sendas son los conductos que sigue el observador normal, ocasional o
potencial; pueden estar representadas por calles, senderos, líneas de tránsito, cana-
les o vías férreas. Los bordes son los límites entre dos fases, rupturas lineales de la
continuidad como playas, cruces de ferrocarril, bordes de desarrollo, muros. Los
barrios son las secciones de la ciudad concebidas como de un alcance bidimensio-
nal, en el que el observador entra «en su seno» mentalmente; y son reconocibles
como si tuvieran un carácter común que los identifica. Los nodos son los puntos
estratégicos de la ciudad a los que puede ingresar un observador y constituyen los
focos intensivos de los que parte o a los que se encamina. Finalmente, los mojones
son otro punto de referencia a los que no ingresa el observador (Lynch, 1998: 62-
La imagen de la ciudad de Ayacucho 161

tránsito o de permanencia circunstancial y breve, en los que no


se establece algún tipo de significación, sentimiento o identifi-
cación. Cabe señalar que los no-lugares, según Augé, son conse-
cuencia de la modernidad y la posmodernidad.

2. Los antecedentes históricos


La ciudad de Ayacucho, denominada antiguamente como Hua-
manga, fue fundada por los españoles en 1540 para proteger la
ruta Jauja-Cusco de la incursión militar de los incas rebeldes de
Vilcabamba. La ciudad se vio favorecida, en el siglo siguiente, por
el auge de las minas de Huancavelica y de los obrajes y haciendas
de la región. En esta etapa de auge, se instaló en la ciudad un
centro administrativo vinculado al Estado colonial, por un lado;
por el otro, un grupo de mineros, hacendados y obrajeros que se
comportaban como aristócratas.
Como toda ciudad española fundada en los andes, Ayacucho
fue organizada bajo las disposiciones urbanísticas del damero,
con calles rectas y lotes cuadrangulares distribuidos alrededor
de una Plaza Mayor que cumplía diversas funciones, como polí-
ticas, porque alrededor de ella se ubicaban las instituciones del
poder local (Cabildo, Corregimiento); militares, en tanto que ahí
se reunía la tropa; y hasta económicas, ya que era el lugar donde
funcionaba el tianguez o mercado local. En este núcleo urbano
se instalaron los miembros de la elite española, mientras que las
zonas periféricas fueron reservadas para los pobladores mesti-
zos e indígenas. Se instauró, en términos espaciales, la separa-
ción entre españoles e indios.
Mientras los indígenas fueron reubicados en los barrios peri-
féricos de Santa Ana y la Magdalena, los mestizos dedicados al
comercio y a la producción artesanal conformaron los barrios de
Carmen Alto y San Juan Bautista en el siglo XVII. Éstos, con-
juntamente con el núcleo urbano español, empezaron a integrar
una misma traza urbana que conservaba y reproducía el diseño
del damero introducido por los conquistadores.
162 Dialogía Ángela Béjar y Nelson Pereyra

En el núcleo urbano, los miembros de la elite local mandaron


construir grandes y espaciosas casas de dos pisos con galerías,
cuartos amplios, vanos, zaguanes y un patio central cuadrangu-
lar, como atestigua la relación de 1586 elaborada por Pedro de
Rivera y Antonio de Chávez y de Guevara, dos funcionarios de
la administración colonial:

La forma de las casas de esta cuidad es como las de España


con sus altos y bajos y aposentos grandes y anchurosos, con
sus patios y corredores, huertos y corrales y todo cumpli-
miento, y su agua de riego que viene por una acequia princi-
pal y se reparte a las casas conforme a su cantidad que es
poca (1881 [1586]: 127-128).

A la vez, en los barrios periféricos, los pobladores mestizos e


indígenas introdujeron una arquitectura más simple derivada de
la vivienda señorial, con estructuras de un solo nivel, fachadas
simples, galerías pequeñas y patios en forma de U. Ambos dise-
ños arquitectónicos y coloniales fueron transformados reciente-
mente en la centuria pasada, al introducirse un nuevo patrón en
la construcción de viviendas como veremos más adelante.
Una importante expansión urbana de Ayacucho ocurrió en el
siglo XX, durante la etapa del «Oncenio» de Leguía y en los
cuatro últimos decenios de la mencionada centuria. Entre 1919
y 1930, la ciudad modificó su ordenamiento inicial debido al
impulso modernizador del régimen de la «Patria Nueva» y las
celebraciones del centenario de la Batalla de Ayacucho (1924).
Así, en esta etapa se refaccionaron con cemento y ladrillo el
edificio de la Municipalidad y algunas casonas coloniales; se
pavimentó las calles del núcleo urbano y se aperturó la amplia
avenida Centenario, llamada hoy Mariscal Cáceres. Posteriormen-
te, en los años 60, 70 y 80 del siglo XX, se produjo otro creci-
miento explosivo, como veremos a continuación.
La imagen de la ciudad de Ayacucho 163

3. La ciudad y la reapertura de la universidad

En 1959, un viejo anhelo de los ayacuchanos se materializó: la


Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga (UNSCH)
reabrió sus puertas y sus aulas; desde entonces se convirtió en el
foco dinamizador de la economía, la cultura y la vida cotidiana
locales. La Universidad, en sus inicios, se mostró como una ins-
titución moderna y funcional a su localidad, puesto que imple-
mentó un novedoso sistema de enseñanza, consiguió apoyo ex-
terno y ejecutó programas de investigación y desarrollo en múl-
tiples áreas. Además a ella llegaron profesores, intelectuales y
técnicos de primer nivel comprometidos con el cambio social2.
Para la vieja ciudad, la reapertura de la Universidad resultó
explosiva, no sólo por los cambios mentales que trajo al ser por-
tadora de una ideología progresista y contestataria en una socie-
dad católica y conservadora, sino además por la masiva concen-
tración de estudiantes y por la decisiva gravitación que ejerció.
Con la reapertura de la UNSCH, el crecimiento demográfico
de los jóvenes se aceleró hasta casi duplicar el promedio nacional.
En 1959, la Universidad inició sus labores con 228 matriculados;
éstos en 1966 se habían quintuplicado y para 1978 se contaba con
un total de 7209 estudiantes universitarios que, en su mayoría,
provenían de las provincias de Ayacucho o de otros departamen-
tos vecinos como Huancavelica, Junín, Apurímac e Ica.
Cuadro 1: Población universitaria de Ayacucho: 1959–1981

Años 1959 1966 1978 1981

Población universitaria 228 1,140 7,209 11,711

64).
2
Para un análisis del impacto de la reapertura de la UNSCH en la sociedad
164 Dialogía Ángela Béjar y Nelson Pereyra

A esta población estudiantil debe agregarse los profesores y


los empleados de la UNSCH que, en su mayoría, eran foráneos,
y unos pocos ayacuchanos. Así en 1959, había 14 docentes y 19
administrativos; en 1965, trabajaban 120 docentes y 95 admi-
nistrativos; en 1970, las cifras se incrementaron a 126 profeso-
res y 144 trabajadores; y en 1976, laboraban en la UNSCH 221
docentes y 189 administrativos3.
Todos estos nuevos actores sociales dinamizaron la econo-
mía local y la vida cotidiana invirtiendo sus salarios y «mesadas»
en medios de transporte, albergues, pensiones, restaurantes y
lugares de recreación. «En los años 60 o incluso 70 –señala De-
gregori– cuando la universidad entraba en vacaciones, la ciudad
volvía a su habitual quietud colonial, apenas interrumpida por
algún vehículo que asomaba de allá en cuando por la Plaza de
Armas» (Degregori, 1990: 42). También Manuel J. Granados,
quien a fines de los 70 fue estudiante de la UNSCH, recuerda la
vida cotidiana de aquellos años:

Siempre se ha dicho que Huamanga era un caso especial,


pues era una de las pocas ciudades en el mundo que subsis-
tía gracias a su Universidad. Y esto era cierto porque la mayor
parte de los cinco mil estudiantes universitarios que había en
1971 eran foráneos, venidos de las provincias cercanas o de
lugares más alejados. Y ellos necesitaban de vivienda, comi-
da y distracción. Desde la época de la colonia Huamanga
había sido una ciudad donde vivía gente de rancio abolen-
go: hidalgos, caballeros, marqueses, barones y condes. Sus
descendientes, la mayoría ya arruinados económicamente,
se vieron en necesidad de alquilar habitaciones de sus in-
mensas casonas a estos estudiantes foráneos. También vie-
ron la conveniencia de poner restaurantes y pensiones de
nombres decentes […] (Granados, 1999: 22-23).

local, véase Degregori, 1989.


La imagen de la ciudad de Ayacucho 165

Con la inmigración provocada por la Universidad, la ciudad


creció. Los terrenos de las laderas fueron ocupados por los nue-
vos habitantes, de tal modo que el núcleo histórico y los barrios
tradicionales fueron cercados por nuevas urbanizaciones y asen-
tamientos humanos. Así en las décadas de 1960 y 1970, apare-
cieron las asociaciones de vivienda Pampa del Arco, Progreso,
11 de Abril, Basilio Auqui y Chaqui Huayco; los barrios de La
Libertad, Yuraq Yuraq, Barrios Altos, Leonpampa, Nazarenas,
Santa Bertha, Vista Alegre, Rudaqasa; y las urbanizaciones
EMADI, Jardín y Mariscal Cáceres, estas tres últimas habitadas
desde mediados de los 70 por profesionales y empleados de los
sectores medios vinculados a la Universidad o a las institucio-
nes del Estado4 (González et al., 1995: 128-132).
Estos nuevos barrios, asentamientos y asociaciones propicia-
ron también la transformación arquitectónica de la ciudad al in-
troducir un nuevo patrón en la construcción de las viviendas.
En efecto, las nuevas casas no recrean la arquitectura de las ca-
sonas coloniales ni el elemento básico de las construcciones lo-
cales: el amplio corredor con techo sostenido por columnas de
madera con base de piedra, una de las características del área
cultural Pocra-Chanca descrita por Arguedas5; al contrario intro-
ducen nuevos materiales de construcción (como el cemento, la
arena y el concreto armado) y un plano distinto conformado por
un amplio cuarto en el primer nivel con una estrecha escalera al
costado, una sala en el segundo piso más una o dos habitaciones

3
Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 1977: 109.
4
Cabe señalar que muchos de estos nuevos barrios surgieron luego de invasio-
nes a extensos terrenos adyacentes al núcleo urbano; es el caso de la asociación
Pampa del Arco que nació en 1960 a causa de la invasión a la hacienda Arcopampa.
5
Véase Arguedas, 1958. Para él los otros elementos culturales que definían la
identidad del área «Pocra-Chanca» –conformada por los departamentos de Huanca-
velica y Ayacucho y las provincias de Chincheros y Andahuaylas– eran la forma
dialectal del llamado quechua ayacuchano, la unidad folclórica-musical y las manifes-
taciones del arte popular como los danzantes de tijeras, las andas con cenefas barrocas
de cera y los cajones de san Marcos, además de la forma arquitectónica mencionada.
166 Dialogía Ángela Béjar y Nelson Pereyra

pequeñas y contiguas y una azotea en vez de techo. Comple-


mentan esta estructura las puertas y ventanas hechas con vari-
llas de hierro y vidrio y –en algunos casos y si la extensión de la
acera lo permite– pequeños jardines en la parte delantera del
edificio.
La Universidad de Huamanga no fue ajena a la transforma-
ción de la vivienda ayacuchana, ya que ella misma levantó un
edificio de concreto armado en la década de los 60 en pleno
centro histórico de la ciudad; el edificio, donde albergó algunas
de sus facultades, rompió también con el patrón arquitectónico
del núcleo urbano de los años precedentes y se convirtió en un
nuevo mojón.
En esta coyuntura ocurre una nueva forma de espacializa-
ción de la ciudad no sólo en términos urbanísticos y de creci-
miento espacial y poblacional, sino también en términos de sig-
nificados. Así encontramos que Ayacucho empieza a ser dividi-
do en «tres regiones» que parten de su núcleo urbano caracteri-
zado ahora por su centro histórico y por la presencia en él de la
institución universitaria. Estas «tres regiones», claramente defi-
nidas en tanto cumplen funciones distintas, son la zona de ex-
pansión de la infraestructura universitaria (hacia la parte norte
del núcleo urbano), las nuevas zonas de residencia de las emer-
gentes «clases medias» (que, a diferencia de otros lugares donde
tienen ubicación más precisa, en Ayacucho se congregan en es-
pacios no continuos de la ciudad), y los barrios tradicionales
ampliados.
Siguiendo a Lynch podemos decir que en esta etapa surgen
nuevas sendas, en otros casos, las anteriores amplían sus recorri-
dos, formando nuevos nodos, mojones y límites en la ciudad,
relacionados sobre todo con la institución universitaria, donde
interactúan los nuevos actores sociales, los mismos que dieron
una nueva funcionalidad a los diferentes espacios de la ciudad.
Así, la calle Asamblea y su prolongación la avenida Independen-
cia, que conectan el núcleo histórico con la Ciudad Universitaria,
La imagen de la ciudad de Ayacucho 167

popularmente conocida como Módulos, se configuran como una


de las principales sendas de la ciudad al ser recorridas, mayormen-
te, por estudiantes, docentes y trabajadores universitarios.
Luego de la reapertura, a los edificios construidos en esta vía,
tales como el colegio Mariscal Cáceres y el antiguo hospital que
datan de los años 50 –este último convertido en residencia uni-
versitaria– se suman otros: el restaurante Agallas de Oro, el Cen-
tro Cultural «Simón Bolívar», el Estadio Ciudad de Cumaná, el
Coliseo Cerrado Ciudad de Caracas y la Plaza Bolívar, construi-
dos en 1974, durante las celebraciones del sesquicentenario de
la Batalla de Ayacucho, como veremos más adelante, que se
constituyen en mojones; es decir, son los hitos o puntos de ubi-
cación que dan direccionalidad a la población que se dirige ha-
cia la zona norte. Pero, en muchos casos, estos mojones son
también puntos de confluencia vial y peatonal y también de in-
terrelación con estos nuevos lugares, formando a la vez un nue-
vo nodo.
El principal nodo para esta época lo constituye el puente
Vinatea que se ubica en la intersección de los jirones Asamblea
y Quinua y la avenida Independencia; es decir, en una confluen-
cia de sendas, lugar en el cual también se ubican la Residencia
Universitaria y el ex local de los Planteles de Aplicación «Gua-
mán Poma de Ayala» (centro de prácticas de los estudiantes de
Educación de la UNSCH). Ambos edificios, en el imaginario
colectivo, componen dos mojones ya que son puntos de referen-
cia y orientación para dirigirse hacia las zonas circundantes.
Entre los bordes de la ciudad, hasta fines de los 70, encontra-
mos hacia el noreste la zona circundante a la Ciudad Universita-
ria; y hacia el norte, una extensa área de cabuyas, tunas y otras
plantas silvestres cortadas por la vía de Los Libertadores, donde
más adelante se edificaría la Casa del Campesino y otras urbani-
zaciones de clase media.
Podemos afirmar que el crecimiento de la ciudad a partir de
la reapertura de la universidad, tanto en la constitución de sen-
168 Dialogía Ángela Béjar y Nelson Pereyra

das, el surgimiento de nuevos nodos y mojones así como los


límites que la bordean, está casi circunscrito a la zona norte,
por ser ésta el espacio que contiene la infraestructura universi-
taria.
Por otra parte, a partir de la reapertura de la universidad, los
diferentes espacios de la ciudad cobran nueva funcionalidad. Así
en el núcleo histórico, donde antiguamente se realizaban cere-
monias religiosas (procesiones) y retretas que reunían a los miem-
bros de la elite local, se empiezan a desarrollar nuevas y variadas
actividades principalmente vinculadas al quehacer universita-
rio, tales como manifestaciones políticas, debates académicos,
movilizaciones populares que reúnen a diferentes actores socia-
les de procedencia social diversa y de variadas edades. Por ejem-
plo, el periodista Gustavo Gorriti refiere que en octubre de 1979,
durante la campaña por las elecciones generales del siguiente
año, la UDP y otros grupos de izquierda realizaron una manifes-
tación en la Plaza de Armas de Ayacucho, y que dicha manifes-
tación culminó en un enfrentamiento con un grupo de agitado-
res de Sendero Luminoso. El citado autor relata además que al
empezar la manifestación «arrancó a llover con fuerza y la gente
se guareció en los portales. Cuando parecía que la reunión fraca-
saría antes de comenzar, el dirigente campesino Julio Orozco
Huamaní […] recurrió a un rito andino para detener la lluvia,
Quemó hojas de coca y paró de llover» (Gorriti, 1991: 33).
De este modo, el núcleo histórico pierde su carácter elitista
para pasar a ser un espacio popular. También las nuevas zonas
(zona universitaria y zona residencial) adquieren una funcionali-
dad distinta a la de los barrios tradicionales de Ayacucho. Ha-
blamos pues de la urbanización Jardín, que se ubica al este de la
ciudad, a pocos metros del actual aeropuerto, y de las urbaniza-
ciones Mariscal Cáceres y EMADI que se hallan al norte de la
urbe, casi al frente de la zona universitaria, donde se desarrollan
actividades laborales y de residencia de actores sociales también
vinculados al quehacer universitario.
La imagen de la ciudad de Ayacucho 169

En el caso de los barrios tradicionales, éstos mutan de fun-


ción, puesto que ya no congregan solamente a artesanos o arrie-
ros como antiguamente ocurría; al contrario, en esta etapa, en
ellos residen comerciantes, profesionales y empleados públicos
que a la vez son universitarios o que tienen hijos como estudian-
tes de la universidad. Se trata pues de un fenómeno novedoso
para la ciudad y para una sociedad acostumbrada al conservadu-
rismo y la tranquilidad casi pueblerina. El extenso testimonio de
Luis Lumbreras –quien fue profesor de la UNSCH poco después
de su reapertura y es testigo de estos hechos– revela de manera
elocuente aquel cambio urbano, social y hasta mental.

[Antes de la reapertura de la UNSCH] Ayacucho era una


ciudad monacal, de base semifeudal [sic]; por sus calles cir-
culaban pongos y semaneros, campesinos que cumplían ta-
reas serviles en casas de terrateniente de todo tamaño y ri-
queza […] Casi todos los templos tenían actividad diaria
con gran feligresía y las plazas y calles alojaban monjes y
monjas de varia vestidura. Al medio día los caminantes ha-
cían la señal de la cruz bajo el mandato de la gran campana
de la catedral y en todos los casos era posible saber la histo-
ria personal de cada caminante y descubrir en rostro de un
paseante al forastero extraño a la ciudad. Había unos pocos
automóviles, todos con nombre propio y apellido. La re-
treta de jueves y domingo, con Radio Sol de Primavera y el
Club Zoológico reunía en el parque (la Plaza Sucre) a los
terratenientes y a sus hijos y a los burgueses y a sus hijos y
eran los días del gran intercambio de información. Todos
se saludaban con todos, frente a frente, de abajo arriba y
viceversa. Todos sabían hijo de quién es. Era un pueblo.
Cuando llegó en 1959 el primer contingente de profesores
de la universidad, que eran en total unos 10 o 12, todos
quedaron a la espera de su incorporación social. El año 60
aumentamos quizá 20 ó 30 los docentes y los estudiantes
eran algo más de 400 […] de pronto todo cambió en Ayacu-
170 Dialogía Ángela Béjar y Nelson Pereyra

cho. De año en año fue creciendo el número de docentes y


estudiantes […] ya nadie sabe hijo de quién es el caminante;
la economía consumista de mercado domina las relaciones;
ya no hay retreta y las radios de Ayacucho pueden ser escu-
chadas en cómodos equipos transistorizados sin tener que
acudir al parque (que ahora se llama Plaza Sucre); los diarios
llegan regularmente desde Lima. La población se ha quintu-
plicado y ya no hay automóviles con nombre y apellido,
porque hay muchos. Hasta policía de tránsito existe. Des-
pués de 15 años de reabierta la universidad casi nadie re-
cuerda los apellidos de las familias de terratenientes y los
burgueses [sic] dominan plenamente la ciudad y ahora los
docentes son parte de la clase media que desde entonces ha
crecido considerablemente (UNSCH, 1977: 262-263 ).

Cabe señalar que en esta etapa se incrementaron los centros


de diversión en casi toda la ciudad, los mismos que constituyen
las primeras manifestaciones de los no-lugares, de los que nos habla
Augé. Así, podemos observar un crecimiento inusitado de bares
y cantinas, los mismos que fueron frecuentados no solamente
por los tradicionales bohemios huamanguinos, sino además por
estudiantes y jóvenes universitarios, muchos de ellos venidos de
otros lugares.
[…] Como siempre el vicio fue el que predominó: los gua-
riques y las cantinas tuvieron un crecimiento explosivo. Los
estudiantes foráneos, apenas cobraban su giro mensual en el
Banco de Crédito o lo recogían en las agencias de transpor-
te, inmediatamente lo invertían en las cervezas de los lugares
tan famosos como Las Brujas, Donde mueren los valientes
y La cámara de gas (Granados, 1999: 23).

4. Presencia del Estado en la ciudad

Luego de la reapertura de la UNSCH, se nota una importante


presencia del Estado en la década de los 70, sobre todo –como
La imagen de la ciudad de Ayacucho 171

lo dijimos líneas arriba– con ocasión de las celebraciones del


sesquicentenario de la Batalla de Ayacucho (1974). En este pe-
ríodo la institución estatal puso también su «granito de arena»
en la transformación urbana de Ayacucho, al instalar en la ciu-
dad oficinas de las agencias gubernamentales y de los ministe-
rios. Esta presencia estatal trajo consigo el crecimiento de un
importante sector de empleados y obreros ayacuchanos y forá-
neos ligados al sector servicios, quienes también demandaron
vituallas, hospedaje, recreación y transporte, aunque en menor
escala en relación con los docentes y estudiantes universitarios.
Además, tras las huellas del Estado llegó el capital financiero:
las sucursales de los bancos estatales y privados; muchos de és-
tos se establecieron en antiguas casonas y solares del centro his-
tórico; junto a ellos se incrementaron las construcciones de ma-
terial «noble», sin alterar en lo posible el patrón arquitectónico
tradicional. Estos elementos van configurando, en esta etapa, el
rostro relativamente moderno de la ciudad.
En este periodo se construyeron el edificio de ENTEL Perú,
las nuevas instalaciones del Correo Central (ambos en la segun-
da cuadra de la concurrida calle Asamblea), los colegios San
Ramón (en la senda de la Alameda Bolognesi en la zona sur),
Nuestra Señora de Las Mercedes y el nuevo Aeropuerto Alfredo
Mendívil Duarte (un nuevo no-lugar ubicado al este de la ciu-
dad).
Como podemos observar, estas edificaciones se constituyen
también en nuevos mojones en las zonas sur y este de la ciudad
y llevan a la ampliación de antiguas sendas o al surgimiento de
otras nuevas como una suerte de prolongación. Así, la avenida
Mariscal Castilla surge como la continuación del jirón Carlos F.
Vivanco, formando un importante nodo en la intersección de
estas vías. Aquí confluyen los paraderos de transporte interpro-
vincial. Esta zona es una zona ligada a una fluida actividad co-
mercial y el punto obligado para ir los domingos a la feria gana-
dera de San Juan Bautista que se realiza en el barrio tradicional
172 Dialogía Ángela Béjar y Nelson Pereyra

del mismo nombre. De igual modo, la mencionada vía, al juntar-


se con la avenida del Ejército, forma un nuevo nodo. Ambas
vías son la ruta obligada para llegar a la zona este de la ciudad,
es decir, hacia el nuevo aeropuerto.

5. La ciudad en la década de la violencia

A partir de 1980, este panorama cambia de forma abrupta. El


punto central de esta época es la violencia política, que se
origina con el inicio de la lucha armada por parte de Sendero
Luminoso en mayo del mencionado año. En este periodo, el
proceso migratorio se intensifica; pero, a diferencia del pro-
ceso migratorio tradicional, es compulsivo y forzado: está alen-
tado por el miedo, la inseguridad y el terror, como conse-
cuencia de la violencia política y el proceso de guerra.
La forzada migración interna produjo un crecimiento demo-
gráfico explosivo. Entre 1981 y 1993 la ciudad creció rápida y
desordenadamente, con una taza de 65.2%. (véase cuadro Nº
2). Lo más notorio de ello es la presencia de numerosos pueblos
jóvenes o barriadas y asentamientos humanos, ocupados básica-
mente por la población desplazada que se establece en terrenos
invadidos. Se suman a éstos una que otra nueva urbanización
residencial de «clase media».

Cuadro 2: Población de la ciudad de Ayacucho: 1981-1993

Años 1981 1993

Población 69,533 114,809

La ciudad se extendió en todas las direcciones: hacia el norte


surgieron los asentamientos humanos de Los Artesanos, Licen-
ciados, 16 de Abril, 11 de Junio, Los Laureles. Entre los pueblos
jóvenes y asentamientos humanos están: El Arco, 20 de Mayo,
Madre Covadonga, Pampa Hermosa, San Carlos, Señor del Huer-
La imagen de la ciudad de Ayacucho 173

to, San Felipe, Asociación Las Rosas, Asociación Cerrito La Li-


bertad, Guamán Poma de Ayala, Villa Cruz, Villa San Cristóbal,
Inti Raymi, Santa Teresita, María Magdalena, Jesús de Nazareno,
Los Vencedores, Las Dunas, Tahuantinsuyo. En esta zona se es-
tablecen también las urbanizaciones: J. Ortiz Vergara, Luis Ca-
rranza, Sector Público, Sector Educación y Quijano Mendívil.
Hacia el sur, en la zona de Vista Alegre –perteneciente al
tradicional distrito de Carmen Alto– se ubican los barrios de La
Paz y ENACE. En Carmen Alto, además, están Los Pokras, San
Luis de Tinajeras y Los Olivos. En el distrito de San Juan Bau-
tista, los barrios de Santa Rosa, Asociación Magisterial, Liber-
tad de las Américas, Victoria de Ayacucho, Miraflores, Señor de
Arequipa y San Melchor.
Hacia el este se ubican las asociaciones Los Artesanos (en
Conchopata), César Mujica, Santa Elena, Congache y Santa Rosa.
En esta zona se ubica también la urbanización San José y la
zona residencial de Pío Max Medina.
Al oeste, el pueblo joven de La Unión, los barrios de Alto
Perú y Pueblo Libre, y los asentamientos humanos de Los Pinos
y Asociación Señor de la Picota.
Muchos de los elementos arquitectónicos que observamos
hoy en la ciudad se configuran en esta década. Así encontramos
construcciones modernas y de material noble, sobre todo, en las
denominadas «zonas residenciales», como también en los pue-
blos jóvenes y barrios populares, donde se ha reemplazado el
adobe por el ladrillo y el cemento. En la zona urbano-marginal,
ya se usa la calamina en lugar de las tradicionales tejas para te-
char las sencillas viviendas.
En este periodo empieza también el trazado de nuevas sen-
das, la ampliación y prolongación de antiguas callecitas de la
Huamanga tradicional. Así tenemos, por ejemplo, la prolonga-
ción del antiguo jirón Piura –hoy avenida Mariscal Cáceres– ha-
cia la zona oeste (zona de ladera) casi interconectada a la carre-
tera a Lima, la actual vía Los Libertadores.
174 Dialogía Ángela Béjar y Nelson Pereyra

En la misma dirección y de forma paralela se prolongan


también los jirones Manco Cápac, Bellido, Callao –que co-
nectan el centro con el barrio La libertad– y el jirón Lima.
Este crecimiento urbanístico originó una nueva funcionali-
dad en los diferentes espacios de la ciudad. El núcleo histórico,
en esta etapa, queda restringido para algunas ceremonias religio-
sas (sobre todo para la Semana Santa); se anula su uso para fines
políticos y, más bien, se orienta a las ceremonias patrióticas (don-
de se reafirman, todos los domingos, los sentimientos del pa-
triotismo y la «nacionalidad peruana» en el contexto de la vio-
lencia política), quedando incluso prohibida la circulación pea-
tonal y vehicular durante algunas horas del día, especialmente
en la Plaza de Armas.
Muchas de las antiguas casonas son convertidas en tiendas
comerciales; las sendas circundantes del centro histórico que
fueron ampliadas y/o prolongadas, según fuera el caso, se ven
abarrotadas de comerciantes informales, quienes, debido al des-
empleo reinante entre la población desplazada, se dedican al
comercio ambulatorio en los jirones Asamblea, 28 de Julio (en
sus tres primeras cuadras) y Carlos F. Vivanco.
Entre otras sendas un tanto marginales, el jirón Chorro, ruta
casi obligada para acceder a los tradicionales barrios de Puka
Cruz y Belén, cobra mayor importancia en esta etapa, en tanto
se convierte en una prolongación de la zona del mercado cen-
tral. De igual modo, el jirón San Martín, que se extiende desde el
centro hacia dos flancos, siguió cumpliendo la función de unir el
centro con el antiguo barrio de San Sebastián ubicado hacia el
este de la ciudad; en cambio en el oeste, donde se ubica el anti-
guo barrio de Soquiacato, lugar de obligado paso para llegar al
santuario del Señor de Quinuapata –éste situado en el casi inha-
bitado barrio de Belén– nace un nuevo punto de encuentro y
paradero de camiones que se dirigen a los distritos y provincias
del interior del departamento; este nuevo punto cobra nueva
funcionalidad e importancia porque, al igual que en el jirón Cho-
La imagen de la ciudad de Ayacucho 175

rro, el comercio ambulatorio –que circunda el mercado central–


se extiende por el jirón Libertad.
Hacia fines de los 80, los bordes de la ciudad se amplían no-
tablemente a diferencia de las décadas pasadas. En el norte, las
zonas circundantes a las nuevas urbanizaciones y asentamientos
humanos son las que cercan la ciudad, mientras que el sureste
de Ayacucho terminaba en el grifo Chacchi (a tres cuadras del
Cementerio Central), y el Hospital del Seguro Social era un mo-
jón aislado. En el este, el Cuartel del Ejército era el borde defini-
tivo, mientras que en el oeste, la vía Los Libertadores, en las
faldas del cerro La Picota, cercaba la ciudad.
Igualmente, «la marea humana» que se asentó en el espacio
urbano-marginal de la ciudad «hizo que ella reventara» (Gonzá-
lez et al., 1995: 133) ocasionando problemas de tugurización de
las viviendas, hacinamiento, erosión hídrica y contaminación.
Es que en el área urbano-marginal, se construyeron casas-habi-
tación que no cuentan con los servicios básicos, como el abaste-
cimiento de agua potable y los servicios higiénicos.

6. Ayacucho en el contexto global

Huamanga a comienzos del nuevo milenio, ya no es la ciu-


dad dormida de los años cincuenta, ni la urbe paralizada
por la violencia de la década de los ochenta. Es una ciudad
que con algo de retraso, ha entrado en la era de la globaliza-
ción con todas las hibrideces que ello implica (Huber, 2002:
39).

Si echamos una rápida mirada a la ciudad, constatamos su


desmesurado crecimiento demográfico y, junto con ello, los di-
ferentes espacios de la ciudad son ahora lugares de residencia.
El crecimiento desordenado y, a veces, caótico responde a los
patrones de asentamiento, de distribución y el uso de los espa-
cios públicos y privados que forman parte de la visión de los
176 Dialogía Ángela Béjar y Nelson Pereyra

migrantes venidos de las zonas rurales durante la etapa de la


violencia política.
En el nuevo contexto de la globalización, el patrón arquitec-
tónico de la ciudad introducido en la década anterior se mantie-
ne, en tanto que se siguen utilizando los mismos materiales y se
siguen manteniendo las mismas estructuras en la construcción
de las viviendas, tanto en las zonas residenciales como en los
asentamientos humanos.
Hoy la ciudad nos presenta calles amplias y muchas avenidas
que circundan el espacio citadino, signos de una tardía moderni-
zación. Así, en esta etapa, en la mayoría de los casos, se mantie-
nen las sendas trazadas en la década de los 80, las mismas que
son ensanchadas, pavimentadas y asfaltadas por el municipio
local. Pero, además, se aperturan nuevas avenidas como la ave-
nida Javier Pérez de Cuellar, que conecta la intersección de la
avenida Independencia y la vía Los Libertadores con los nuevos
asentamientos humanos de Mollepata y Puracuti, ubicados al
noreste de la ciudad, en los antiguos terrenos agrícolas de las
laderas de Ayacucho. Esta esquina constituye también un nue-
vo nodo y un punto referencial para todos aquellos que transitan
por este sector o para los viajeros que llegan o parten de Hua-
manga hacia Lima.
Las otras vías de la ciudad que en la etapa anterior fueron
prolongadas especialmente hacia la zona oeste (como los jirones
Manco Cápac, Bellido, Lima y Callao, de los cuales ya hablamos
en los párrafos anteriores), en este período, se conectan con la
vía Los Libertadores. De igual modo, el jirón Piura es fusionado
con la antigua avenida Centenario, llamada hoy avenida Maris-
cal Cáceres, la misma que cruza la ciudad desde el óvalo Boga-
do –nodo donde se ubica la salida hacia las provincias norteñas
del departamento y hacia la ciudad de Huancayo– hasta la carre-
tera a Lima, en el extremo oeste.
También en los 90, se construye y se pavimenta la vía de
acceso al santuario de Quinuapata del tradicional barrio de Be-
La imagen de la ciudad de Ayacucho 177

lén. De este modo, a través de esta única senda que se conecta


con Soquiacato y con el núcleo urbano de Ayacucho, este lugar
de peregrinación religiosa deja de ser un espacio aislado al oeste
de la ciudad y se incorpora a la traza urbana. La mencionada
senda, atravesando los asentamientos humanos de Yuraq-Yu-
raq, Pueblo Libre y Piscotambo, se prolonga hasta la vía Los
Libertadores. De igual modo, en la zona sur de la ciudad, se amplía
y se pavimenta la avenida Carmen Alto, una vía que conecta el
antiguo borde de la Alameda Bolognesi con el tradicional y an-
tiguo barrio de arrieros: Carmen Alto. Pero, además, esta senda
es prolongada mediante la Av. Los Incas hacia la cima del cerro
Acuchimay, un lugar turístico de la ciudad. En la intersección de
las avenidas Los Incas y Libertadores se forma un nuevo nodo
que reforza el antiguo mojón existente (el cementerio de Car-
men Alto). A la altura del nuevo nodo, las vías se bifurcan hacia
dos flancos: una hacia la izquierda que llega hasta el mirador
turístico del cerro Acuchimay –que también es un nuevo mojón
en la ciudad– y otra hacia la derecha que conduce a los barrios
de Vista Alegre y Quicapata.
En el sureste se amplían las avenidas Arenales y Cusco que
parten desde el anterior nodo y mojón del cementerio. La prime-
ra senda conduce a los asentamientos humanos ubicados alrede-
dor del barrio de Santa Elena, la segunda nos lleva hacia los
asentamientos que se ubican en la zona de partida de la carrete-
ra Andahuaylas-Cusco. Por otro lado, el hospital de ESSA-
LUD se convierte en un mojón y un punto importante de
referencia en esta parte de Ayacucho.
Otro mojón importante ubicado al este de Ayacucho lo cons-
tituye el nuevo penal de Yanamilla, que fue inaugurado en la
década de los 90. Toda el área que circunda al penal es el borde
o frontera donde actualmente termina esta parte de la ciudad.
Como consecuencia del crecimiento urbano de Ayacucho y
de la atención que el Estado y las autoridades locales prestan a
la ciudad, los bordes de la ciudad son ampliados. Por ejemplo,
178 Dialogía Ángela Béjar y Nelson Pereyra

los barrios de Yuraq-Yuraq y Pisco Tambo y la comunidad de


Huascahura –otrora periféricas zonas rurales a la ciudad– y la
misma oeste. De igual modo, la antigua hacienda de Ñawinpu-
kio, hoy habitada por pobladores urbano-marginales, es el nue-
vo borde al sur de Ayacucho, mientras que en el noreste los bor-
des se han trasladado a los barrios de Mollepata y Puracuti. Sin
embargo, hacia el extremo sur la alameda Bolognesi sigue cons-
tituyendo, en el imaginario popular, «el punto final» de Ayacu-
cho.
A fines de los 90, el barrio de Las Nazarenas –que surgió en
la década de 1960 en la zona este de la ciudad– alcanza la cate-
goría de distrito a solicitud y gestión de sus pobladores; desde
entonces, este distrito entra en una etapa de mejora urbana de-
bido a que cuenta con sus propias autoridades y presupuesto
económico.
Matizan el paisaje urbano muchos centros de recreación o no-
lugares como pollerías, cafeterías, una que otra pizzería, discote-
cas, bares, tabernas, chicherías y cantinas, a parte de los tradi-
cionales «rinconcitos» del jirón Londres, Siete Vueltas o San Juan
Bautista donde se expende aguardiente de caña, por un lado;
por el otro, las esquinas de la Plaza Mayor que, en las noches,
albergan a «chifas al paso» y emolienteras (os), cuyos calentados
de hierbas y caña mitigan el frío de los caminantes de las noches
frías de Huamanga.
Los restaurantes, lugares donde se preparan diversos potajes
nacionales y, a veces, internacionales, compiten con los puestos
de comida de los mercados de Ayacucho y con las vivanderas
que cada domingo realizan la feria gastronómica en la plazoleta
El Arco, donde expenden comida típica y criolla. Los consumi-
dores ayacuchanos asisten a cualquiera de estos lugares de acuer-
do a sus condiciones económicas y al status social al que perte-
necen.
Además, en los portales de la Plaza Mayor, encontramos pun-
tos de venta de periódicos y revistas, cambistas de dólares y
La imagen de la ciudad de Ayacucho 179

euros. Todo el espacio de Plaza Mayor, en esta nueva etapa, ha


recobrado su funcionalidad múltiple pero con otros elementos.
Así, los domingos, sigue siendo el escenario de ceremonias pa-
trióticas, pero ahora también es el lugar donde se realiza el con-
curso de comparsas del carnaval ayacuchano, las procesiones de
Semana Santa, las presentaciones artísticas, manifestaciones
políticas, las marchas de protesta, el desfile de carros alegóricos,
incluso fue el escenario de la presentación del informe de la
Comisión de la Verdad y Reconciliación, y de otros actos socia-
les significativos más. Hay que añadir que en este nuevo contex-
to, el libre tránsito vehicular y peatonal por el núcleo urbano,
especialmente por la Plaza de Armas, ha sido reordenado.
En este nuevo contexto, los espacios de la ciudad han sido
también ocupados por iglesias no católicas que tienen numero-
sos centros de culto en el núcleo urbano, en las zonas residen-
ciales y en los barrios urbano-marginales. Si antes los huaman-
guinos han sido, por siglos, tradicionalmente un híbrido entre el
catolicismo y la religión andina prehispánica, hoy en cambio asis-
ten a diversidad de iglesias y cultos no católicos, que son tam-
bién parte de la oferta religiosa de la modernidad. Por esta ra-
zón, el 7% de su población total de Ayacucho es evangélica,
según el censo de 1993 (para mayor información véase Béjar,
1998).
Cerca de 150 pandillas juveniles se posesionan de la ciudad a
determinadas horas de la noche y se constituyen en el compo-
nente más importante de actividades y eventos folklóricos que
se desarrollan en ella. El pandillaje, cuyas características lindan
con la delincuencia, se ha constituido en el factor de mayor
riesgo en materia de seguridad ciudadana.
La violencia multiplicó la migración; en cambio, la globaliza-
ción ha puesto al alcance de la población huamanguina los avan-
ces de la tecnología moderna en los diferentes ámbitos de la
vida. Esto se evidencia, por ejemplo, en el crecimiento del par-
que automotor: vehículos popularmente conocidos como «com-
180 Dialogía Ángela Béjar y Nelson Pereyra

bi», automóviles de todo tipo y procedentes de diversos lugares


de fabricación, motocicletas y sobre todo las mototaxis que cir-
culan por las diferentes arterias de la ciudad. El comercio de
electrodomésticos, la venta y servicio técnico de computadoras
han alcanzado un mayor auge en estos últimos años; asimismo,
los mini markets, galerías de ropa y de productos artesanales se
han incrementado en las calles céntricas de Ayacucho.
Los medios masivos de comunicación tienen, en la actualidad,
una presencia importante en la ciudad, a diferencia de la etapa
anterior cuando las emisoras radiales no pasaban de cuatro. Hoy
en día podemos encontrar veinte emisoras locales reconocidas por
el Ministerio de Transportes y Comunicaciones y una gran canti-
dad de emisoras de diferentes lugares del Perú que saturan el dial
de los receptores, todo ello por obra y gracia del boom de la trans-
misión por FM (Frecuencia Modulada) y las comunicaciones vía
satélite que están siendo muy bien aprovechadas por diversas
empresas que difunden la cultura de la massmediación.
De igual manera, observamos un crecimiento de los servicios
de Internet mediante la instalación de cabinas públicas, donde
las personas de todas las edades, sobre todo jóvenes entre 18 y
25 años de edad, pueden comunicarse con gente de cualquier
parte del mundo o darle otros usos (al respecto véase, Huber,
2002).

7. A modo de conclusión

Como pudimos constatar a lo largo de este trabajo, la ciudad no


es ni será más la Huamanga de antaño; tenemos ante nosotros
no solamente un panorama diferente, sino también usos y cos-
tumbres diferentes. La ciudad, al igual que su población, es cada
vez más híbrida y vive paralelamente entre tradición y moderni-
dad.
Esta transformación se inició de manera notable a mediados
del siglo pasado con la reapertura de la Universidad; se intensi-
La imagen de la ciudad de Ayacucho 181

ficó de manera compulsiva y desordenada en la década de 1980


como consecuencia de la migración originada por la violencia
política.
Una etapa clave en el reordenamiento urbano y poblacional
de Ayacucho fue la de la década de los 90 y que continúa en la
actualidad, ya que en este período surgieron nuevos lugares en
los diferentes espacios de la ciudad, espacios que tienen que ver
con la perspectiva y la forma de relacionarse de los nuevos habi-
tantes.
Al mismo tiempo, como consecuencia de la influencia de los
medios de comunicación de masas en el proceso de la moderni-
zación local, dentro del contexto de la globalización, se nota
con claridad, a diferencia de las etapas precedentes, la prolifera-
ción de no-lugares. Por eso, observamos el incremento de agen-
cias de transporte terrestre y aéreo, hoteles, el funcionamiento
del aeropuerto y la aparición de nuevos centros de diversión –
que se suman a los anteriores– como discotecas y salones de
juego, entre otros numerosos ejemplos.

BIBLIOGRAFÍA

Álamo, Julio Enrique (2005): «El centro histórico y la vida coti-


diana en la ciudad de Ayacucho», en Godofredo Taipe,
coord., Itinerarios del proceso urbano: Ayacucho en la perspectiva
de la antropología urbana, Ayacucho, Universidad Nacional
de San Cristóbal de Huamanga, pp. 61-79.
Arguedas, José María (1958): «Notas elementales sobre el arte
popular religioso y la cultura mestiza en Huamanga», en
Revista del Museo Nacional, Lima, Vol. 28, pp. 140-194.
Augé, Marc (1998): Los no-lugares. Espacios del anonimato, Barce-
lona, Gedisa.
Béjar Romero, Ángela (1998):«Ubicación espacial y composi-
ción social de las nuevas iglesias en la ciudad de Ayacu-
182 Dialogía Ángela Béjar y Nelson Pereyra

cho», Tesis de Bachillerato, Universidad Nacional de San


Cristóbal de Huamanga.
(2003): «Radio e identidad en Huamanga», Tesis de Licen-
ciatura, Universidad Nacional de San Cristóbal de Hua-
manga.
Degregori, Carlos Iván (19897): Sendero Luminoso: los hondos y mor-
tales desencuentros, Lima, Instituto de Estudios Peruanos.
Documento de Trabajo Nº 4.
(1990): Ayacucho 1969-1979: el surgimiento de Sendero Lumi-
noso, Lima, Instituto de Estudios Peruanos.
González Carré, Enrique et al., (1995): La ciudad de Huamanga:
espacio, historia y cultura, Ayacucho, Concejo Provincial de
Huamanga, Universidad Nacional de San Cristóbal de Hua-
manga y Centro Peruano de Estudios Sociales.
Gorriti Ellennogen, Gustavo (19913): Sendero: historia de la guerra
milenaria en el Perú, Lima, Apoyo.
Granados, Manuel Jesús (19992): El PCP Sendero Luminoso y su
ideología, Lima, s.i.
Huber, Ludwin (2002): Consumo, cultura e identidad en el mundo
globalizado, Lima, Instituto de Estudios Peruanos.
Licona Valencia, Ernesto (2001): «La imaginabilidad de un te-
rritorio a partir de la oralidad y el dibujo», en Abilio Verga-
ra, coor., Imaginarios: horizontes plurales, México, CONA-
CULTA-INAH, pp. 131-163.
Lynch, Kevin (1998): La imagen de la ciudad, Barcelona, Gustavo
Gili.
Panfichi, Aldo (1998): «Urbanización temprana de Lima: 1535-
1900», en Aldo Panfichi y Felipe Portocarrero, eds., Mun-
dos Interiores, Lima: 1850-1950, Lima, Centro de Investiga-
ciones de la Universidad del Pacífico, pp. 16-42.
Pereyra Chávez, Nelson (2003): «De Huamanga a Ayacucho: la
ciudad entre los siglos XVI y XX», Ayacucho, documento
presentado a la AECI.
La imagen de la ciudad de Ayacucho 183

Rivera, Pedro de y Antonio de Chávez y de Guevara (1881):


«Relación de la ciudad de Guamanga y sus términos, año
1586», en Marcos Jiménez de la Espada, ed., Relaciones
Geográficas de Indias, Madrid, Ministerio de Fomento del
Perú, pp. 105-139.
Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga (1977):
Libro jubilar en homenaje al tricentenario de su fundación, Aya-
cucho.
Vergara, Abilio (2003): Identidades, imaginarios y símbolos del espa-
cio urbano. Québec, La Capitale, México, CONACULTA,
INAH.

También podría gustarte