Hacia Una Antropologia de La Musica La
Hacia Una Antropologia de La Musica La
Hacia Una Antropologia de La Musica La
Raúl R. Romero
XFKRVFLHQWt¿FRVVRFLDOHVVHVXHOHQSUHJXQWDUSRUTXpH[LVWHXQDHVSHFLD-
1
Asimismo, en Primitive Art (1927) dedicó todo un capítulo a la música, la danza y la literatura.
2
La importancia de los archivos sonoros, los medios de grabación y reproducción de audio en el
desarrollo de la etnomusicología han sido fundamentales. Sin la ayuda de estos medios tecnológi-
cos los investigadores no hubieran podido recoger y conservar los datos necesarios para analizar
el fenómeno sonoro, o recordar las letras de las canciones “primitivas”. Se cree que el primero en
registrar música no-occidental en los cilindros Edison fue el antropólogo Walter Fewkes, quien
grabó a los indios americanos de las tribus Zuni y Passamaquoddy en 1889 (véase Nettl 1964: 16).
3
Véase por ejemplo su artículo “Musical styles of North America” que presentó en el XXIII Congre-
so Anual de Americanistas (1930 [1928]), o Research in Primitive and Folk Music in the United
States, a Survey (1936).
4
Por ejemplo su publicación Musical Areas of Aboriginal North American Indians (1936).
3RURWURODGRODPXVLFRORJtDXQDGLVFLSOLQD\DLQVWLWXFLRQDOL]DGDGHVGH¿QHVGHO
siglo XIX en Alemania, también pasaba por alto el estudio de la música tradicional
pues se dedicaba casi exclusivamente al estudio de la música académica occidental.
Su estudio lo abordaba desde un punto de vista puramente formal o enfatizando el
DVSHFWRKLVWyULFR\ODVJUDQGHVREUDVELRJUi¿FDV/RVSRFRVPXVLFyORJRVTXHVtVH
habían interesado en la música de los pueblos primitivos y habían llamado a este
ejercicio “musicología comparada” fueron muy pocos.5 Sus análisis, además, eran
únicamente estructurales, es decir, se ocupaban solamente de los sonidos y de su or-
ganización interna, dejando de lado cualquier otro elemento extramusical o contextual
(o morfológico en el caso de los instrumentos musicales). De manera que no deja de
tener algo de verdad la aseveración de que la etnomusicología existe debido a cierta
falta de atención, no solo por parte de la antropología, sino también de la, así llamada,
musicología sistemática. En ese contexto se entiende por qué cuando el holandés Jaap
Kunst propone el nombre “etnomusicología” en la década de 1950 llega a imponerlo a
tal punto que dicho término se institucionaliza y cobra una gran popularidad mundial
a partir de esa mención.6
La etnomusicología como campo de estudio, y con ese nombre, toma entonces
un rápido auge a partir de la década de 1960 en los Estados Unidos, que es el país
en donde más se ha desarrollado, aparte de Francia, existiendo actualmente como un
programa académico en sus principales universidades, generalmente adscrito admi-
nistrativamente a las facultades o departamentos de música. A pesar de ello, muchos
GHORVPiVLQÀX\HQWHVDXWRUHVGHORVOLEURVFOiVLFRVGHOiUHDKDQVLGRDQWURSyORJRV
Por ejemplo, la publicación del libro The Anthropology of Music del antropólogo
Alan Merriam (1964) constituye un hito en este desarrollo.7 El libro se ubica en el
FRQWH[WRGHXQDRULHQWDFLyQIXQFLRQDOLVWD\HMHUFLyXQDJUDQLQÀXHQFLDHQHOFDPSRGH
la etnomusicología durante muchos años, y aun hoy en día se le considera un clásico.
En las siguientes décadas surgirían otras publicaciones de antropólogos que irían
DFRQYHUWLUVHHQOHFWXUDREOLJDGDSDUDORVHWQRPXVLFyORJRV\TXHVXUJHQFRPRUHÀHMR
5
Por ejemplo el estudio del alemán Carl Stumpf sobre las canciones de los indios americanos (1886).
Según Bruno Nettl muchos consideran éste como el primer estudio etnomusicológico (1964:14).
6
Véase su libro Ethnomusicology (1959).
7
Nótese que en el mismo año se publica el ya citado libro de Nettl que es otro clásico de la etnomu-
sicología, pero que no se ubica en el campo de la antropología. Los otros dos libros que son con-
siderados paradigmáticos en este campo son Folk Song Style and Culture (1968) de Alan Lomax,
en que se realiza un inventario a nivel mundial y se vinculan rasgos musicales con culturales, y
The EthnomusicologistGH0DQWOH+RRGHQTXHVHLQWHQWDGH¿QLUHOSHU¿OSURIHVLRQDOGHO
etnomusicólogo, especialmente la idea que para entender la música de los “otros” es necesario
aprenderla y llegar a sentirla, experiencia que el autor llamaba “bi-musicalidad”.
8
Para los que quieran profundizar en la historia de la etnomusicología como disciplina, o área de
estudios, véase además del libro de Bruno Nettl (1964), los de Enrique Cámara de Landa (2003) y
Carlos Reynoso (2006).
9
Véase a Stevenson (1960), Romero (1986) y Gruszenska-Ziótkowska (1995) para un resumen co-
mentado, cada uno desde su propio ángulo, de los pasajes que los cronistas dedican a la música y a
la danza.
Los Quichuas, Aymarays, Collas, Soras, y algunos pueblos de los Condes, tenían sus
versos especiales” (1956 [1615]: 242).
Probablemente la única descripción detallada de una forma de ejecución musical
prehispánica fue la que dejó Garcilaso de la Vega, al escribir sobre cómo se ejecutaban
las zampoñas cuando eran tocadas en grandes grupos, como se hace actualmente en
el altiplano: “No supieron echar glosa con puntos disminuidos; todos eran enteros de
un compás. Cuando un indio tocaba un cañuto, respondía el otro en consonancia de
quinta o de otra cualquiera, y luego el otro en otra consonancia y el otro en otra, unas
veces subiendo a los puntos altos y otras bajando a los bajos, siempre en compás”
(1959 [1609]: 201).
Los cronistas dejaron inclusive descripciones sobre los diferentes géneros mu-
sicales y la considerable actividad festiva de las “naciones de indios”, como cuando
&RERUHFRQRFHKDEHUYLVWRFHUFDGHFXDUHQWDGDQ]DVHQOD¿HVWDGHO&RUSXV&KULVWLHQOD
provincia del Collao (Cobo 1956 [1653]: 74). Otro tipo de obras como los diccionarios
Vocabulario de la Lengua General de Todo el Perú llamada Lengua Qquichua de Diego
González Holguín (1952 [1608]), y el Vocabulario de la Lengua Aymara de Ludovico
Bertonio (1984 [1612]), son también fuentes precursoras de la etnomusicología en el
Perú, por incluir una gran cantidad de términos relacionados a la música y a la danza.10
En el período colonial también encontramos fuentes pioneras. El obispo Baltazar
Martínez y Compañón incluyó veinte páginas de música en su obra de nueve volúmenes
acerca de la vida y naturaleza de Trujillo, la ciudad en la que él desempeñó su cargo.
Su trabajo, escrito en la segunda mitad del siglo XVIII, pretendía ser una etnografía
general de la región, describiendo varios aspectos de la vida provincial de Trujillo,
WDOHVFRPRODVFRVWXPEUHV\FRPSRUWDPLHQWRYROODÀRUD\ODIDXQDYRO III al
VIII), y la historia (vol. IX). La música, ocupó las páginas 176-194 del volumen II,
y consistía en 17 canciones y 3 danzas instrumentales recopiladas cerca de Trujillo
(Vega 1978: 12). Y por otro lado, Gregorio de Zuola presentó 17 piezas de música de
origen anónimo, como parte de su enciclopedia de cerca de 500 páginas escritas en
los últimos años del siglo XVII. En su Relation du voyage de la Mer du Sud (1716),
Amédée Francois Frézier incluyó un zapateo, forma criolla popular, y un himno a la
Virgen (Stevenson 1960: 156).
10
6HFRQRFHFRPRDUTXHRPXVLFRORJtDDTXpOFDPSRHQHOTXHFRQÀX\HQORVHVWXGLRVVREUHODP~VL-
ca en la era prehispánica, y que están basados principalmente en fuentes arqueológicas. Véanse
por ejemplo las publicaciones al respecto de Sas (1936, 1938), Roel (1961), Fortún (1970), Rowe
(1979), Haeberli (1979), Bolaños (1985, 1988, 2007) y Olsen (1992).
(VSDUWLUGH¿nes del siglo XIX, sin embargo, que la música en el Perú empieza a ser
objeto de investigación sistemática, y con una relación más inmediata con la antro-
pología del siglo XX, en la medida que se expresa dentro del movimiento indigenista
de la época. Esta etapa, que se prolonga hasta la década de 1940 aproximadamente,
se caracteriza principalmente por dos factores: la comparación que se hacía entre la
SREODFLyQLQGtJHQDFRQWHPSRUiQHDFRQODVRFLHGDGLQFDLFDSRULQÀXHQFLDGHOSHQ-
samiento evolucionista), y por la insistencia en el estudio de la escala pentatónica
(de cinco sonidos) como la estructura primordial de las melodías andinas. Es en el
Cuzco en donde aparece el primer estudio sobre la música andina dentro de estos
parámetros, escrito por el pianista José Castro, titulado “El sistema pentafónico en la
P~VLFDLQGtJHQD3UH&RORQLDOGHO3HU~´>@(OHVWXGLRGH&DVWURUHÀHMDED
una aproximación bastante empírica y poco académica, apreciable a partir de su pro-
pia confesión acerca de la forma en que se percató de la estructura pentatónica de la
música andina. Siguiendo la costumbre de la época de asociar a las culturas andinas
presentes con su pasado precolombino, Castro decidió analizar 24 canciones andinas
contemporáneas para comparar las escalas musicales “incaicas” con patrones occiden-
tales, y según confesión propia se encontró con que unas canciones se podían tocar
íntegramente en las teclas negras del piano —cuyos intervalos coinciden con los de
una serie pentatónica. Concluyó entonces que la música de los incas se había basado
en una serie de cinco sonidos, es decir, en la pentatonía.
3HURODLQÀXHQFLDGHORVSUHMXLFLRVHYROXFLRQLVWDVHUDGHPDVLDGRSDOSDEOHHQOD
obra de Castro, así como en otros autores de la época. Al mismo tiempo que consideraba
HODUWHLQGtJHQDGLJQRGHVXWLHPSR\GHGLFDFLyQORFDOL¿FyGHUXGLPHQWDULRSULPLWLYR
y hasta de “grotesco”. Pero Castro fue un activo militante del indigenismo cuzqueño
de la época, y como compositor por derecho propio, compuso kashwas, yaravíes y
otros géneros andinos para piano, respetando las escalas pentatónicas aunque en el
contexto de una estética occidental. Esta aparente contradicción no es muy diferente
a la que experimentaban los antropólogos evolucionistas europeos, quienes dedicaban
VXYLGDHQWHUDDOHVWXGLRGHORVSXHEORVSULPLWLYRVSHURORVFODVL¿FDEDQHQXQHVWDGLR
inferior de la evolución humana, y con términos que hoy nos suenan peyorativos,
como “primitivos” o “bárbaros.”
Algunos años más tarde, un estudiante de la Universidad San Antonio Abad del
Cuzco, Leandro Alviña, y que era además compositor, presentó una tesis en la Facultad
de Letras que tituló La música incaica (1929 [1908]), trabajo que fue probablemente
el primer estudio académico en tomar a la música como tema en el Perú. En esta tesis,
Alviña también se centró en la pentatonía como una de las estructuras básicas que
GH¿QtDQHOFDUiFWHUGHODP~VLFDLQFDSHURWDPELpQLQWHQWyUHFRQVWUXLUODKLVWRULDGHOD
“música Inca” a través del tiempo, reconociendo una música del periodo precolombino,
XQDGHODHWDSDGHODFRQTXLVWDRWUDGHODLQGHSHQGHQFLD\¿QDOPHQWHXQDP~VLFDGHO
período republicano.
La efervescencia de los estudios andinos en los primeros treinta años del siglo XX,
encontró, en el ámbito de la música, su apogeo en la monumental y clásica obra de los
esposos Raoul y Marguerite d’Harcourt La Musique des Incas et ses Survivances (1990
[1925]), que durante muchos años marcó la pauta de los estudios sobre música tradi-
cional en el país, a pesar de que su investigación incluyó también a Ecuador y Bolivia.
En esta obra, los d’Harcourt presentaron una recopilación de 168 melodías andinas
recogidas in situ por ellos mismos durante los años 1921-1924. En este sentido, fueron
los primeros investigadores en realizar trabajo de campo y publicar sus resultados.11
Las melodías fueron transcritas en notación occidental y analizadas principalmente con
relación a lo que vendría a ser el tema más recurrente en la investigación de la música
andina, es decir, a las escalas pentatónicas utilizadas. Los autores encontraron cinco
WLSRVGLVWLQWRVGHSHQWDWRQtDHQVXPXHVWUD\ODVLGHQWL¿FDURQFRQODVOHWUDV$%&
D y E. En realidad la estructura de la escala era la misma, pero lo que variaba era el
orden en que comenzaba la serie y por ende, la posición de su grado fundamental. Por
ejemplo, el modo B (Sol, Mi, Re, Do, La) estaba presente en 116 melodías, mientras
que el modo A (La, Sol, Mi, Re, Do) lo estaba en un número muy inferior. Este tipo
GHDQiOLVLVHVWUXFWXUDOH[FOXVLYDPHQWHGHVFULSWLYR\FRQSURSyVLWRVFODVL¿FDWRULRVIXH
característico de esta época y de los muchos estudios en base a la pentatonía como
tema. El razonamiento se centraba únicamente en los elementos estructurales pero no
en el estilo del estructuralismo antropológico que hoy conocemos, pues no se llevaba
a cabo en un análisis más allá de lo descriptivo, ni se hacía un esfuerzo por enlazar
ODVHVWUXFWXUDVPXVLFDOHVFRQHOSHQVDPLHQWRKXPDQRFRQVLJQL¿FDGRVRVLPEROLV-
mos. El intento se quedaba en la descripción y dentro del mundo de los sonidos, y los
DXWRUHVVHVDWLVIDFtDQFRQHVWDEOHFHUXQDFODVL¿FDFLyQGHJpQHURV\HVSHFLHVHQHVWH
caso, musicales.
11
(OSHUXDQR'DQLHO$ORPtD5REOHVKDEtDUHDOL]DGRGHVGH¿QHVGHOVLJOR XIX, numerosos viajes de
campo recopilando canciones andinas e información sobre su contexto de ejecución, pero no vio su
obra publicada sino hasta 1990 (Robles Godoy 1990). Hasta entonces, su obra no solo permaneció
inédita, sino inaccesible a los investigadores.
12
/DLQÀXHQFLDGHODVSULPHUDVHVFXHODVDQWURSROyJLFDVHQORVHVWXGLRVPXVLFDOHVGH$PpULFD/DWLQD
fue tan evidente como tardía. Andrés Sas dedicó casi todo un artículo en 1936 (“Ensayo sobre
la música Inca”) para demostrar que la música de los “sudamericanos primitivos” era de origen
asiático basándose en la similitud de sus estilos musicales. El conocido musicólogo ecuatoriano,
Segundo Luis Moreno, por su lado, llegó más lejos al endosar la hipótesis que el origen de la música
andina era la cultural egipcia, siguiendo las propuestas de la escuela heliocéntrica de los británicos
Smith y Perry (Moreno 1939).
13
Hay que recordar que aun en la década de 1930 cuando se hablaba de los “antiguos peruanos” se
asumía que los campesinos contemporáneos eran sus herederos directos. Se hacía una analogía, por
lo tanto, entre los “antiguos” y los “presentes”.
5HFLpQDSDUWLUGH¿QHVGHODGpFDGDHVTXHXQQXHYRHVWLORGHWUDEDMRHPSLH]D
a surgir en los investigadores del área. La tendencia a especular sobre la evolución de
la música andina se deja de lado, y la fascinación con la pentatonía como un tema que
por sí solo iba a descubrir la “esencia” de la música andina decrece, en favor de una
mayor atención al contexto cultural de la expresión musical bajo estudio, y al análisis
de las formas musicales, no solo en cuanto a la escala, sino en cuanto a su estructura
integral. Se seguía poniendo énfasis en la historia, pero basándose en datos concretos.
Pero si una temática en particular caracteriza a esta época es el estudio de los géneros
PXVLFDOHV/D¿JXUDHPEOHPiWLFDGHHVWDWHQGHQFLDHV-RVDIDW5RHO3LQHGD
1987), antropólogo graduado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Roel
Pineda estableció un seminario de investigación musical en el Conservatorio Nacional
de Música, que produjo varias publicaciones que son aun ahora de lectura obligada.
Tuvo como alumnos a Félix Villareal Vara, quien produjo monografías sobre el caso
concreto del huayno de la localidad de Jesús (1957), el carnaval y la marcación del
ganado (1959) y la guitarra en Jesús (1958), Huanuco. Y también a Consuelo Pagaza
Galdo (1961), quien escribió una monografía sobre el yaraví en la ciudad del Cuzco.
Los escritos de ambos autores se situaban en lugares concretos, y se limitaban a pre-
sentar los datos recogidos por ellos mismos. Tanto Villareal Vara (1959) como Pagaza
Galdo (1961) publican sus artículos en la revista Folklore Americano, entonces dirigida
por Luis E. Valcárcel y una de las más importantes tribunas de la antropología en su
relación con el folclore.
Pero si hubo una monografía que mejor ilustra el estilo de trabajo del seminario de
Josafat Roel Pineda es su propio escrito “El huayno del Cuzco”, publicado también en
Folklore Americano (1959). Sorprendentemente, después de esta monografía sobre el
KXD\QRHOJpQHURPXVLFDOFRUHRJUi¿FR\SRpWLFRGHPiVDUUDLJRHQHO3HU~QRVHSX-
blicó ninguna otra, por lo que ésta sigue manteniendo su vigencia. En este trabajo Roel
KDEODGHOKXD\QRHWQRJUi¿FDPHQWHHVGHFLUDSR\DGRHQVXVREVHUYDFLRQHVSHUVRQDOHV
sobre el objeto de investigación, pero se apoya constantemente en datos históricos de
cronistas coloniales, en lo que vendría a ser una constante en estos años. Roel observó,
por ejemplo, que en el Cuzco existía un huayno de las clases medias, un huayno de la
“plebe” y otro de los indios. También describió y diagramó la coreografía del huayno
en el Cuzco, y analizó su estructura musical. Pero una de sus principales hipótesis era
acerca de cómo la popularidad de un género musical está determinado por su lugar y
su contexto sociocultural. Así, Roel comparó el huayno, un género que se podía bailar
en espacios muy reducidos, y en parejas, con la kashwa, un género de baile colectivo
que requería de grandes áreas para desplegarse, y concluyó que la consolidación de
/DSHUVSHFWLYDHWQRJUi¿FDTXHWUDWyGHLPSXOVDU5RHO¿HODVXIRUPDFLyQGHDQWURSy-
ORJRQROOHJyDLQÀXHQFLDUHQWRGRVORVVHFWRUHVHQORTXHVHUH¿HUHDVXSHUVSHFWLYD
HWQRJUi¿FD$OUHGHGRUGHHVWRVDxRVVXUJLyXQDFRUULHQWHFRQVLVWHQWHHQUHDOL]DULQ-
ventarios de repertorios de canciones y de instrumentos musicales, pero sin el afán de
emitir generalizaciones con base a estas recopilaciones. La publicación de ediciones
con transcripciones musicales, como las de Holzmann (1966), y Pagaza Galdo (1967),
tenían una doble misión: la de presentar al público erudito en lectura musical melodías
de “otros” peruanos, y al mismo tiempo efectuar una misión de rescate cultural. Por
otro lado, también apareció la necesidad de inventariar los instrumentos musicales que
H[LVWtDQHQHO3HU~FRQpQIDVLVHQVXGLVSHUVLyQJHRJUi¿FDVHDHQIRUPDGHHQVD\R
como el clásico estudio sobre los instrumentos musicales peruanos del arqueólogo
Arturo Jiménez Borja (1951), o de un mapa, como el muy leído Mapa de los Instru-
mentos de Uso Popular en el Perú, impulsado desde el Instituto Nacional de Cultura
por el investigador César Bolaños (1978).14
La realización de ambos tipos de reportes, el ensayo (en el excelente estilo litera-
rio de Jiménez Borja) o el mapeo (en la prosa tipo diccionario de la obra editada por
Bolaños, y en el intensivo uso de mapas de dispersión espacial de los instrumentos)
WHQtDQXQ¿QVLPLODUDOGHXQDDQWURSRORJtDGHXUJHQFLDHVGHFLUHQFRQWUDU\GDUFXHQ-
ta de los instrumentos musicales tradicionales antes de que desaparecieran o que su
dispersión original se redujera considerablemente. La utilidad de dichos trabajos fue,
indudablemente, de suma importancia, porque documentaron el estado de un patri-
monio en el tiempo. Sin embargo, a pesar de los años transcurridos, no se cumplieron
las predicciones de esta “etnomusicología de urgencia” y no llegaron a desaparecer
14
Bajo la coordinación de Bolaños, también participaron en este proyecto institucional (el Instituto
Nacional de Cultura) Josafat Roel Pineda como el principal asesor del mismo, el compositor chi-
leno Fernando García y la investigadora peruana Alida Salazar. A pesar de la controversia sobre su
autoría, siguiendo la obra el formato de un Diccionario, queda claro que el trabajo fue un esfuerzo
de equipo, con aportes de todos sus integrantes según sus propias capacidades.
15
Nótese inclusive que un etnomusicólogo estadounidense como Dale Olsen de la Universidad de
Florida (Tallahassee) reconoció esta corriente al proponer un atlas musical del Perú (Olsen 1986).
16
Ya son conocidos sus otros estudios en donde enfatiza la fuerte identidad del área wanka, en sus
estudios del valle del Mantaro, o del área que denominaba chanka, cuando trató de Ayacucho y sus
áreas vecinas. Para mayor información véase Arguedas (1975).
8QDYDULDQWHGHODIiQSRUODUHFRSLODFLyQGHXUJHQFLDHVODFODVL¿FDFLyQHQHVSH-
cies y géneros musicales, ya que si bien no implica una actitud interpretativa, sí es un
SURFHVDPLHQWRLQLFLDOGHORVGDWRVUHFRJLGRV(OIXURUFODVL¿FDWRULRKDHVWDGRSUHVHQWH
de alguna manera en casi toda la investigación en etnomusicología que implique algún
descubrimiento o revelación. Aparte de la pentatonía, los géneros musicales fueron las
VLJXLHQWHVH[SUHVLRQHVPXVLFDOHVTXHIXHURQFODVL¿FDGDV\FDWDORJDGDV/RLQWHUHVDQWH
HVTXHORVSDUiPHWURVGHFODVL¿FDFLyQIXHURQpWQLFRVFXiOHVHUDQLQGtJHQDV\FXiOHV
mestizos. Sin embargo, para establecer esta distinción se tomaban en cuenta solo
elementos musicales, descontextualizando a éstos de la vida misma de los sujetos.
Los d’Harcourt (1990 [1925]) por ejemplo, con base a su muestra de 168 melodías
andinas, distinguieron las “melodías indígenas puras” de las “melodías mestizas”. A
las primeras las juzgaron así porque usaban la escala pentatónica, no hacían uso de la
armonía de tipo europeo (lo que popularmente se conoce como el uso de acordes), por
lo tanto no procedían a la modulación (cambiar de tonalidad durante una interpretación),
y porque hacían un uso intensivo de sonoridades que la música occidental consideraba
“ornamentos”, pero que en la música indígena se trataban como una necesidad esti-
lística. A la “música mestiza” la caracterizaron por la combinación de la pentatonía
con una “gama mestiza”, es decir, la que consistía en una escala de 6 sonidos en lugar
de solo 5. Asimismo, por el uso del canto o la interpretación en distancia de terceras
paralelas (lo que se llama en términos coloquiales como una segunda voz), cuyo origen
es probablemente europeo. Pero estos pioneros esposos franceses distinguían también
una tercera categoría, la que llamaban “el mestizaje de mestizajes”, cuyas melodías
utilizaban la escala occidental de 7 sonidos, más los cromatismos (aquellas notas
adicionales que completan la serie de 12 sonidos, pero que se usan solo de paso). Las
melodías de esta última categoría eran las más alejadas de lo indígena y de lo mestizo,
y por lo tanto más cercana al modelo europeo.
3HURODFODVL¿FDFLyQGHPHORGtDVQRHUDOD~QLFDGLPHQVLyQHQTXHVHRSHUDED
Los géneros musicales también eran motivo de inventario y catálogo. Una vez más
los d’Harcourt organizaron los géneros en las siguientes categorías: (1) los cantos
religiosos; (2) las lamentaciones funerarias; (3) los cantos de amor, principalmente
harawis o yaravíes; (4) la canción; (5) las danzas, como la kashwa o el huayno; (6)
los cantos de adiós o kacharparis; y (7) las melodías pastorales, de crianza del ganado
o al cultivo de la tierra.
/DFODVL¿FDFLyQQRHVDOJRTXHIDVFLQHKR\HQGtDDORVDQWURSyORJRVSHUROD
etnomusicología, al tratar con vastos repertorios susceptibles, o quizás a veces hasta
necesarios, de ser divididos en géneros y especies, solo para poder estudiarlos en orden
y con mayor visibilidad, siguió con esa tentación hasta no hace mucho. Siguiendo
HVWDOtQHDRWUDFODVL¿FDFLyQGHJpQHURVDQGLQRVIXHSURSXHVWDSRU-RVDIDW5RHOHQ
su conocido artículo sobre el huayno en el Cuzco (1959: 177), pero combinando una
FODVL¿FDFLyQIRUPDOFRQHOSUREDEOHRULJHQKLVWyULFRGHFDGDJpQHUR5RHOSUHVHQWy
un esquema de evolución de los géneros andinos el cual incluía tres niveles: (1) las
grandes formas precolombinas, como el wayno, el harawi, la wanka, el haylli y la
wallinaODVLQÀXHQFLDVPXVLFDOHVGHOFRORQLDMHTXHVHOLPLWDEDQDWUDQVIRUPDUOR
ya existente, y (3) las formas contemporáneas, como la muliza, el pasacalle, el mismo
wayno, el carnaval, el yaraví, y todas las demás. Para mayor información, Roel vinculó
a cada género con el tipo de escala que más usaba.
(OPiVUHFLHQWHLQWHQWRFODVL¿FDWRULRGHJpQHURVDQGLQRVFRQWHPSRUiQHRVKDVLGR
propuesto por otro antropólogo, Rodrigo Montoya, y sus hermanos Luis y Edwin, en el
libro La sangre de los cerros (1987). En él se distinguen siete grandes géneros andinos
bajo la denominación de “modalidades musicales” (1987:13). Dichas modalidades se
UH¿HUHQH[FOXVLYDPHQWHDOVHFWRUTXHFKXDDQGLQR\FRPSUHQGHQHOhuayno, en
sus variantes señorial, cholo, e indio; (2) el pukllay carnaval; (3) la música ligada a la
producción (ganado, agricultura y agua); (4) el ciclo vital (matrimonio, casa nueva,
música funeraria); (5) el ritual ceremonial (los himnos religiosos); (6) la danza colec-
tiva, como la kashwa y el waylarsh; y (7) el yaraví. Los hermanos Montoya también
reconocieron, pero de una manera diferente a los d’Harcourt, que cada género era
señorial o mestizo, o ambos según la ocasión.17
6HDFXDOIXHUHHOFDVRODQHFHVLGDGSRUFODVL¿FDUJpQHURVHLQVWUXPHQWRVPX-
VLFDOHVQDFHSRUODHQRUPHGLYHUVLGDGJHRJUi¿FD\FXOWXUDOGHODP~VLFDWUDGLFLRQDO
HQHO3HU~/DFODVL¿FDFLyQSDUHFLyVHUHOSDVRSUHYLRQHFHVDULRSDUDHVWXGLDUUHFLpQ
entonces, otros aspectos. Pero también era un signo de la necesidad de visibilizar el
panorama completo de la realidad musical del país, de ver las expresiones musicales
como una unidad a pesar de la diversidad, reconociendo un tronco histórico común y
una realidad nacional que mientras más se integrase, acortaría las distancias culturales
cada vez más. La ligera tendencia a intentar distinguir áreas culturales musicales era
también un resultado de esta necesidad.
Los textos de las canciones andinas siempre han llamado la atención de los literatos y
folcloristas pero también de los antropólogos. Las canciones andinas tienen contenidos
17
Una expresión contemporánea de los inventarios culturales, a manera de realizar balances y estable-
cer estados de la cuestión, lo constituyen los amplios panoramas de la música tradicional y popular
peruana escritos por Pinilla (1980), Romero (1985, 1998, 1999, 2002) y Turino (1998, 2007).
cuyo lado poético ha sido visto por los críticos literarios pero su capacidad de ima-
ginar una identidad andina ha sido de interés para varios estudios antropológicos. La
primera publicación de Arguedas fue una recopilación de textos de canciones andinas
(Canto Kechua, 1938), precedido de una clásica introducción en donde mezclaba una
QDUUDWLYD OLWHUDULD FRQ LQIRUPDFLyQ HWQRJUi¿FD UHODFLRQDGD SULQFLSDOPHQWH FRQ ODV
relaciones entre señores, indios y mestizos en los andes. La música, estaba al centro
de este debate. En su recopilación Arguedas presentó 21 canciones en quechua con
su traducción al español, y resaltó el valor de la poesía inserta en el canto quechua:
“tenía dos razones poderosas para realizar ese proyecto: demostrar que el indio sabe
expresar sus sentimientos en lenguaje poético y hacer ver que lo que el pueblo crea
para su propia expresión, es arte esencial” (1989 [1938]: 21). Posteriormente Arguedas
también incluiría recopilaciones de poesías de canciones andinas en “Folclore del valle
del Mantaro” (1953).
En la década de 1950 aparecieron los estudios y las recopilaciones del padre Jorge
Lira, como Canto de Amor (1956) e Himnos Sagrados de los Andes (1959), que dieron
cuenta de un repertorio importante del sur andino. El padre Lira no era un antropólogo,
\PiVELHQVHOHSRGUtDGH¿QLUFRPRXQUHFRSLODGRUGHOIROFORUHDQGLQR(QVXSULPHU
libro, con dedicatoria de José María Arguedas, el padre Lira presentó las letras de 100
canciones quechuas sobre el tema del amor, con solo una introducción de 5 páginas, en
las que escribió: “en cada pueblo, en cada ayllu, paso a paso he seguido y observado a
los indios cantores del amor. Casi siempre encontré en esta labor a jóvenes solteros y
a hombres en la plenitud entregados con ardor a arrancar a su instrumento la nota mas
bella y a su garganta en rica melodía la estrofa mas jocunda” (1956: 10). No incluyó
ningún análisis ni interpretación alguna sobre los textos. Tampoco información sobre
HORULJHQJHRJUi¿FRRHOFRQWH[WRFXOWXUDOGHFDGDFDQFLyQ/DOHWUDGHFDGDXQDHUD
presentada como una creación, anónima y espontánea, en sí misma. El mismo tipo de
formato siguió en su segunda recopilación de canciones, esta vez sobre las canciones
católicas cantada en quechua por los campesinos. Eran canciones entonadas por los
campesinos en presencia del cura, en una iglesia de algún pueblo o capilla de algún
caserío, cantos que el denominada “himnos”, a Jesús (primer tomo), y a la virgen
(segundo tomo).
La obra del abogado y folclorista Sergio Quijada Jara, Canciones del ganado
y pastores (1957), en cambio, presentó 200 textos de canciones de un solo contexto
cultural, el ritual de la marca del ganado, llamado santiago en el valle del Mantaro.
Quijada Jara prologó la colección con un ensayo introductorio breve pero que contex-
tualizaba el contenido, situándolo en un lugar y un tiempo determinado. A diferencia
de la recopilación del padre Lira, de la cual no sabemos mayores detalles acerca de
cómo fueron coleccionadas las canciones, en dónde, ni en qué fecha, la recopilación de
4XLMDGD-DUDQRVLQIRUPDEDGHOOXJDUGHXQULWXDOHVSHFt¿FRFHOHEUDGRDOUHGHGRUGHO
25 de julio de cada año, además de una somera descripción en el prologo mencionado.
A pesar de ser abogado, el matiz antropológico de dicho trabajo era evidente (sobre
Quijada Jara véase Roel Mendizábal 2000).
El análisis de textos ha sido una constante a través del tiempo. El antropólogo
Gabriel Escobar y su esposa Gloria publicaron en 1981 la antología Huaynos del
Cuzco (1981). A pesar de su formación antropológica, Gabriel Escobar no siguió el
SDWUyQFOiVLFRGHGHGLFDUXQSHUtRGRGHWUDEDMRGHFDPSRHVSHFt¿FRSDUDHVWDUHFR-
pilación. En su lugar, reunió 232 huaynos en quechua y 111 huaynos es español de
una diversidad de fuentes secundarias: transmisiones radiales, discos, de cancioneros
y revistas. Obviamente, también de su experiencia personal atendiendo numerosas
¿HVWDVWUDGLFLRQDOHV$GLIHUHQFLDGHODVUHFRSLODFLRQHVDQWHULRUHVHOWHPDDTXtHUDHO
amor, que los autores consideraban el tema más recurrente en el huayno del Cuzco.
Si bien, ellos decían, “hay otros temas más que se cantan en el huayno, tales como la
nostalgia del pueblo de uno, la injusticia social o jurídica, la presunción de un abigeo
o el valor de un guerrillero, un colegio, o un equipo representativos. Pero en general
los temas del amor y la separación son siempre los predominantes, y casi todos los
otros temas son secundarios” (1981: iv).
La última gran recopilación de canciones la realizaron también los antropólogos
Rodrigo Montoya y Luis Montoya, con el artista Edwin Montoya, en la ya mencionada
Sangre de los Cerros (1981). En este libro, los hermanos Montoya organizaron 333
canciones en quechua agrupadas en catorce temas (producción, ciclo vital, amor, natu-
raleza, juegos de toros, familia-orfandad, emigración, desarraigo, religión, instrumentos
musicales, abigeato y prisión, humor, lo comunal, y política), y siete modalidades: (1)
Wayno; (2) Pukllay-Carnaval; (3) Música y danza ligada a la producción; (4) Ciclo
vital; (5) Ritual ceremonial; (6) Danza colectiva y (7) Yaraví. Tal como la recopilación
de los Escobar, la de los Montoya tampoco había sido producto de un trabajo de campo
HVSHFt¿FDPHQWHGHVWLQDGRDHVWH¿Q\ODE~VTXHGDGHWH[WRVKDEtDPH]FODGRWDQWROD
experiencia personal como diversos medios como las entrevistas, las publicaciones,
los discos, y otros. Sin embargo, los autores cuidaron que cada canción tuviera indi-
cado su lugar de origen, fecha y contexto cultural, lo cual otorgaba al trabajo un matiz
PiVHWQRJUi¿FRTXHORVGHPiVGDGRTXHSHUPLWtDDOOHFWRUDOPHQRVODSRVLELOLGDGGH
corroborar la veracidad de estos datos.
El libro de los hermanos Montoya constituyó no solo la más completa recopilación
de canciones andinas hasta el momento (dado que los libros anteriores se habían cir-
FXQVFULWRDUHJLRQHVHVSHFt¿FDVVLQRTXHVHUHDOL]yGHVGHODDQWURSRORJtD/RVDXWRUHV
querían añadir la dimensión estética y afectiva a una visión de las ciencias sociales
que la mayoría de las veces privilegiaba solo los aspectos materiales de la cultura:
No nos parece aceptable la práctica común y corriente de reducir a los hombres a simples
cifras de cuadros estadísticos dentro del terrible economicismo de las ciencias sociales
de los últimos veinte años en el Perú. ¿Y de sus sentimientos, sus emociones, su alegría,
su tristeza, qué? ¿En qué esquema estructural aparecen? Una ciencia social sin hombre y
mujeres viviendo pero con muchas cifras sirve para muy poco. Por el contrario, rescatar
la vida nos parece una necesidad fundamental para salir de los impases producidos por
los muchos esquemas estructurales y modelos conceptuales abstractos. Todo hecho social
es económico, político, cultural e ideológico, afectivo y estético, al mismo tiempo. Todos
esos aspectos se reúnen al mismo tiempo y es esa unidad como totalidad en movimiento
que las ciencias sociales deben pensar como objeto. (1981: 5)
Una propuesta distinta a los anteriores trabajos sobre canciones andinas fue la
propuesta por Jürgen Golte, Carlos Iván Degregori y Ellen Oetling en el artículo
“Canciones como expresión del pensamiento campesino andino” (1979). En él, los
autores no presentaron una recopilación de letras de canciones, sino que más bien
aplicaron un análisis de contenido a una muestra de mil canciones obtenidas de can-
cioneros folclóricos adquiridos en Ayacucho en los años 1971 y 1972. El objetivo de
los autores no fue el presentar las letras de las canciones a los lectores para que ellos
sacaran sus propias conclusiones, para rescatar el sentido poético de ellos, o presentar
una expresión poco valorada de la cultura andina, sino que las utilizaron para “aclarar
las formas de pensamiento que han contribuido a su confección y que al mismo tiempo
son propagadas por medio de las canciones” (1979: 256). Utilizando una aproximación
estadística, pero también interpretativa, los autores contabilizaron la frecuencia con
que aparecían ciertos conceptos en las canciones bajo estudio. Sus conclusiones les
permitieron concluir que las canciones analizadas se componían de tres elementos
básicos: la presentación de una situación original o ideal (amor, regionalismos, madre,
felicidad, bailar, cantar), la destrucción de dicha situación (pobreza, destino, engaño,
abandono, sufrimiento, llanto), y la aparición de una nueva situación (embriagarse,
olvido, muerte, esperanza).
Una tendencia similar en cuanto al análisis de canciones, pero basándose en el
repertorio criollo, fue seguida por el historiador Steve Stein en un artículo breve pero
único, por cuanto es uno de los pocos análisis de textos de canciones del repertorio
criollo que buscan vincular música, cultura y sociedad. En “El vals criollo y los valores
de la clase trabajadora en la Lima de comienzos del siglo XX´6WHLQD¿UPyTXH
“como expresión de la cosmovisión de sus compositores proletarios, las letras de estas
canciones [el vals criollo] suministran una excepcional corroboración de la primacía
de la resignación, del fatalismo, del respecto a las jerarquías y de la dependencia per-
sonal en el sistema de valores de las masas urbanas” (1982: 89). El autor utilizó para
su análisis una muestra de los valses más populares entre 1910 y 1940 reunidas por
medio de entrevistas y de las revistas de Lima y La lira limeña.
La década de 1980 trajo una nueva etapa en los estudios sobre música tradicional y
SRSXODUHQHOSDtV6LELHQHODQWHFHGHQWHLQPHGLDWRGH-RVDIDW5RHOKDFLD¿QHVGHOD
década de 1950 había introducido ya un nuevo sentido de objetividad y trabajo siste-
mático en al análisis de la música, aparte de los intentos de Pagaza Galdo y Villareal
Vara, no se logró una continuidad. La vieja división de la etnomusicología entre una
visión más antropológica, caracterizada por una mayor atención hacia el contexto cul-
WXUDO\VXVVLJQL¿FDGRVH[WUDPXVLFDOHV\RWUDPiVFHUFDQDDORSXUDPHQWHGHVFULSWLYR
y al análisis de la música como texto y estructura sonora (y temas secundarios como
el estudio de los instrumentos musicales, por ejemplo), se hizo presente también en
el Perú. Sin embargo, ni unos ni otros ignoraron por completo el contenido sonoro,
por un lado, o el contexto sociocultural, por el otro, siendo más bien una cuestión de
énfasis el distinguir la diferencia.
Las publicaciones de Américo Valencia sobre los sikuri aymaras de la década de 1980
(1980, 1981, 1983, 1989 a y b), fueron un ejemplo de un tipo de estudio sistemático
y descriptivo sobre un instrumento (la zampoña) y el grupo musical que se constituye
alrededor de aquél en un contexto determinado, pero sin ahondar demasiado en los
datos sobre el contexto cultural en que éste se desenvolvía, ni en las subjetividades
del propio intérprete como tal. Su libro de 1989, ganador del Premio de Musicología
Casa de las Américas, es un tratado que cubre, retomando trabajos previos, tanto
ODFODVL¿FDFLyQ\ODGHVFULSFLyQGHWDOODGDVGHODPRUIRORJtDGHOLQVWUXPHQWRFRPR
sus antecedentes arqueológicos. En los restantes capítulos trata sobre las diferentes
agrupaciones conformadas por la zampoña como los sikuri de la isla de Taquile, los
chiriguanos de Huancané, los ayarachi de Paratía, y los pusamorenos. Por su amplia
perspectiva, y por su narrativa sistemática y objetiva, parecería ser el estudio conclusivo
GHVGHHOSXQWRGHYLVWDGHODPXVLFRORJtDVREUHODVÀDXWDVGHSDQGHODOWLSODQRSHUXDQR18
La antropóloga holandesa Elisabeth den Otter (1985) hizo lo propio con los ins-
trumentos y géneros musicales del Callejón de Huaylas, en Áncash, aunque sin incluir
el ámbito de los migrantes en Lima. El libro de den Otter es una etnografía musical
del valle en cuestión que incluye precisas descripciones sobre la morfología de los
18
Hay una larga tradición de estudios sobre los siku y los sikuris en el Perú. Para mayor información
sobre ellos véase la antología de artículos al respecto publicada en la revista del Centro Universita-
rio de Folclore de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Acevedo 2007).
Si hay que nombrar al primer antropólogo peruano que vio en la música algo más que
estructuras sonoras, situándola en su debido contexto cultural, debemos nombrar sin
ninguna duda a José María Arguedas. La distinción entre lo indio y lo mestizo, que para
Arguedas era fundamental para entender el mundo andino, tenía en la música una de
sus representaciones fundamentales. En Canto Kechwa (1989 [1938]) Arguedas hace
preceder una antología de textos de canciones de un “ensayo sobre la creación artística
del pueblo indio y mestizo”, en donde la música aparece como no solo el principal
vehículo de expresión estética de ambos grupos andinos, sino como un indicador ét-
QLFR(QHVWHHQVD\R$UJXHGDVGH¿QHDOKXD\QRLQGtJHQDFRPR³pSLFR\VHQFLOOR´\
luego añade que “este mismo wayno, el mestizo lo hace más melódico y suave” (1989
[1938]: 14). La música andina entonces, se convierte en parte del entorno cultural de
los indígenas por un lado, y de los mestizos por el otro. Y más aún, Arguedas añade
un tercer grupo consistente en los “señores” de los pueblos andinos, también llamados
“señoritos”, que se distinguen por “bailar tangos, paso-dobles, one-steps, rumbas y
otros bailes extranjeros” (1989 [1938]: 16). La unión de “lo andino” alrededor de la
¿HVWD\HOULWXDOHVUHFRQRFLGDSRU$UJXHGDVFXDQGRGHVFULEHFyPRWRGRVHVWRVJUXSRV
sociales (indios, mestizos y señores) se unen en la celebración: “¡Y ahí están, mistis,
mestizos y cholos, cantando con la misma voz y alegría! Pero al día siguiente el señor,
la niña y el niño, mirarán, despreciando, al indio que pasa por la calle. Capaz en su
conciencia se pesarán de haber cantado y bailado con tanto regocijo el carnaval del
pueblo” (1989 [1938]: 16). Este tipo de distinciones se observa a lo largo no solo de
toda la obra antropológica de Arguedas, sino de su producción literaria. Lo especial
de la visión de Arguedas con respecto a la música andina está en que no es posible
aislarla de otros aspectos socioculturales. La música está totalmente entrelazada con
los otros aspectos de la sociedad andina formando un conjunto sólido y compacto en
donde no es posible entender un hecho separado del otro.
/DYLVLyQHQFRQMXQWRWDPELpQVHPDQL¿HVWDHQXQFRQFHSWRTXHHQVXWLHPSR
resultaría precursor y muy reiterado en la literatura antropológica, que consistía en
lo que él llamaba “de lo mágico a lo popular, del vínculo local al nacional”, que
fuera el título de un artículo suyo en El Comercio (Arguedas 1968). A través de esta
¿JXUD$UJXHGDVVHUHIHUtDDFyPRODP~VLFD\ODGDQ]DGHORVULWXDOHVDQGLQRVLEDQ
independizándose de su contexto religioso, para ser socializados en un ambiente más
secular y cotidiano, al mismo tiempo que trascendían sus lugares originarios para
migrar junto con sus protagonistas hacia las grandes ciudades, para desde allí difun-
GLUVHKDFLDWRGDODQDFLyQ(VRTXLHUHGHFLU$UJXHGDVFXDQGRD¿UPDFRPRHMHPSOR
TXH³HOKXD\ODV\HOKXD\QRPXFKRPiVTXHHVRVREMHWRVGHFRUDWLYRV>VHUH¿HUHD
las artesanías andinas], están en camino de convertirse en patrimonio cultural, en
vínculo nacionalizante de los peruanos”. Era otra manera de decir “de campesino a
FLXGDGDQRV´SHURGH¿QLWLYDPHQWHIXHLQGLFDWLYRGHXQSURFHVRVRFLRPXVLFDOTXHVROR
lo retomarían los antropólogos (junto con algunos sociólogos) a partir de la década
de 1980 con el auge de la música chicha. La difusión de la música andina a nivel
QDFLRQDOJUDFLDVDODXJHGHOGLVFRFRPHUFLDOD¿QHVGHODGpFDGDGHPRWLYyD
Arguedas a realizar trabajo de campo para estudiar cuántos discos se distribuían en el
distrito de Chosica, y qué géneros eran los preferidos por una primera generación de
consumidores migrantes, para los cuales la música era un producto fundamental para
reforzar sus lazos comunitarios (Arguedas 1969).
Una de las primeras publicaciones en abordar el tema de la música a través de una
LQYHVWLJDFLyQGHFDPSRGHODUJRDOLHQWRHQXQDFRPXQLGDGHVSHFt¿FDIXHMoving Away
waylarsh, y un “pasado moderno”, que solo se remonta a inicios del siglo XX, que
considera la orquesta típica del valle formada por saxofones y clarinetes como la
representación de la real y “auténtica” cultura wanka. El autor incluye en su análisis
las prácticas culturales de los migrantes del valle en la ciudad de Lima, y sus territo-
ULRVFRQTXLVWDGRVHQODFDSLWDOSDUD¿QDOPHQWHGHHVHQFLDOL]DUDOPHVWL]RGHOYDOOH\
GH¿QLUORFRPRXQVHUFRVPRSROLWDTXHQRWHPHH[SHULPHQWDUFRQGLYHUVDVKHUHQFLDV
culturales además de la suya.
Alrededor de los mismos años, el etnomusicólogo estadounidense Jonathan Rit-
ter, de la Universidad de California, Riverside, publicó un avance de su tesis doctoral
sobre las canciones de carnaval ayacuchanas en el contexto del clima de violencia
política que se vivió en esa zona en la década de 1980, en “Siren Songs: Ritual and
Revolution in the Peruvian Andes” (2002 —sin traducción al español). En el artículo,
Ritter, basándose en un largo periodo de investigación de campo en la provincia de
Víctor Fajardo, investiga cómo se realizaban los tradicionales concursos de canciones
de carnaval durante la época del auge de Sendero Luminoso en la zona. El autor estu-
dia las canciones de carnaval, denominadas pumpin, en este contexto, ya que de esta
dinámica provienen sus concepciones de modernización y desarrollo. A diferencia de
algunas visiones en donde se veían a estas canciones como propaganda de Sendero
Luminoso, o como expresiones del natural inconformismo del campesino ayacuchano,
Ritter trata a este fenómeno como un espacio en donde se pueden analizar las visiones
políticas e ideológicas del campesinado.
La etnicidad, la migración, la autenticidad, la violencia política, la memoria, la
identidad y los procesos de revitalización cultural, entre otros temas (incluyendo el
FOiVLFRUHODWRHWQRJUi¿FREDVDGRHQXQVyOLGRWUDEDMRGHFDPSRKDQVLGRYLVWRVD
través del estudio de la música por los investigadores que han privilegiado el enfoque
antropológico. Este enfoque consiste en ver a la música como un área en donde los
distintos procesos sociales y culturales son negociados, debatidos y puestos en práctica.
+DQYLVWRDODP~VLFDFRPRXQIHQyPHQRTXHFRQVLVWHQRVRORHQVXSURGXFWR¿QDO
(los sonidos estructurados) sino que es construido socialmente convocando a personas
y grupos humanos. No existe una expresión musical sin una audiencia que la reciba y
OHDHQHOODFyGLJRV\PHQVDMHVFRQODVTXHVHLGHQWL¿FD\TXHPXFKDVYHFHVODXWLOL]D
para la acción social. En muchas de las comunidades andinas de nuestro país, a falta
de intelectuales orgánicos, y de obras que expresen ideología a través de un lenguaje
escrito, la principal, y a veces la única manera de expresión de las aspiraciones de una
comunidad, un pueblo, o un sector social, es la música y sus contextos fundamentales
FRPRHOULWXDOOD¿HVWD\ODGDQ]D/RVP~VLFRV\ORVGDQ]DQWHVVHFRQYLHUWHQHQ
aquéllos intelectuales orgánicos que en otras condiciones sí llegan a jugar un papel
más visible, escribiendo libros, artículos, novelas, o liderando movimientos sociales
reivindicativos.19 La música exige un triple esfuerzo de traducción por parte del in-
vestigador. Por un lado, está su aspecto sonoro, y por el otro el aspecto sociocultural
que deviene de su proceso de producción, que constituye un hecho social que afecta
a las personas. El contexto en que se desenvuelve es la otra dimensión que completa
el universo en que la música debe ser vista desde el enfoque de la etnomusicología.
Uno de los retos más difíciles en cuanto al estudio de las tradiciones musicales que
llegaron a desaparecer de la práctica popular para luego experimentar un proceso de
revitalización cultural, es justamente cómo combinar el estudio de lo contemporáneo
FRQHOGHOSDVDGR(OFDVRGHODVWUDGLFLRQHVPXVLFDOHVTXHQRVUH¿HUHQDOiPELWRGHOD
cultura popular criolla es particularmente ilustrativo. Las primeras expresiones de la
P~VLFDFULROODDSDUHFLHURQGHVGH¿QHVGHOVLJORXIX, cuando no existía la disciplina de
la antropología, ni de la etnomusicología como tales. No es casualidad que la principal
fuente sobre el desarrollo de la música criolla en el siglo XX sea la del historiador
Jorge Basadre (1968), y más recientemente un testimonio escrito del intérprete César
Santa Cruz (1977). Dado que aun existen sobrevivientes de aquéllas épocas, los tes-
timonios orales y las entrevistas son también fuentes para estudiar lo criollo tal como
VHPDQL¿HVWDHQODP~VLFDSRSXODU
Un ejemplo de cómo es posible desde el campo de las ciencias sociales abordar el
estudio del repertorio criollo de principios de siglo XX lo establece Steve Stein (1982)
al analizar los textos de varios valses criollos y a través de ellos tratar de entender
los valores de la clase trabajadora de inicios del siglo. La conclusión de Stein es que
los sectores obreros expresaban a través del vals una actitud de conformismo y resig-
nación que revelaba una aceptación del statu quo de la época. La música entonces,
servía para manifestar las aspiraciones, o en este caso, las frustraciones, de un sector
social concreto.
El primer enfoque antropológico de la historia de la música criolla lo elabora
José Antonio Lloréns a través de una publicación editada por el Instituto de Estudios
Peruanos en 1983. En ella el autor, más que proporcionar datos originales, recoge las
informaciones dispersas en publicaciones de muy variado formato para sintetizarlas en
19
Si bien este artículo se centra solo en títulos en etnomusicología, no podemos dejar de recalcar la
importancia de los recientes estudios antropológicos sobre danzas y coreografías andinas que rozan
el aspecto musical en más de un aspecto, y es un campo en el que también se puede apreciar el
liderazgo social de sus protagonistas. Véase Roel (2000) para mayor información.
décadas de 1960 y 1970. Básicamente el libro de Heidi Feldman trata sobre lo que
ella misma llama “la desaparición, el renacimiento y la globalización de la música
DIURSHUXDQD´\SRUORWDQWR¿QDOL]DFRQVHQGRVFDStWXORVVREUHFyPRHOFRQMXQWR3HU~
Negro aplica al mercado de los medios los avances del rescate cultural de los hermanos
Santa Cruz y la manera en que Susana Baca se incorpora a través de lo afroperuano
al mercado del World Music.
Un estudio de caso más concreto ha sido abordado por Rosa Elena Vásquez (1982)
al estudiar el baile de Los Negritos en el distrito de El Carmen, en la provincia de Chin-
cha, en la costa peruana. A través de un periodo de trabajo de campo en dicho distrito
Vásquez documentó una de las pocas tradiciones de afroperuanos que persistían como
una actividad comunitaria en un contexto rural. Uno de los personajes más conspicuos
de la danza, Amador Ballumbrosio, el violinista del conjunto musical de la celebración
y uno de los principales líderes y organizadores, pasaría luego a ser considerado como
uno de los más importantes herederos y promotores de esta tradición. Asimismo, Rafael
Santa Cruz, músico e investigador del folclore afroperuano, plasmó en El cajón afro-
peruanoXQDYLVLyQKLVWyULFD\XQDQDUUDFLyQGHVFULSWLYDGHFyPRVHPDQL¿HVWD
la musicalidad y personalidad de el cajón en el Perú contemporáneo. Lamentablemente
no han aparecido otros estudios de caso en este campo, siendo las minorías étnicas, y la
identidad, dos de los temas preferidos por la antropología. Si bien en el campo político
las comunidades afroperuanas están logrando reconocimiento al mismo nivel que los
pueblos andinos y amazónicos, podemos notar que los antropólogos no han prestado
la debida atención a la música como una de las principales expresiones culturales de
las poblaciones afroperuanas, siendo que todos los títulos aquí mencionados han sido
de autoría de músicos investigadores y etnomusicólogos.
La migración rural urbana impactó la ciudad de Lima a partir de la mitad del siglo
XX, y con ella la música andina se convirtió en el principal medio de búsqueda de
cohesión social para los nuevos limeños en el ambiente hostil de la gran capital. El
único antropólogo que observó este fenómeno con ojos de investigador fue José Ma-
ría Arguedas quien dedicó varios de sus clásicos artículos, en La Prensa de Buenos
Aires en la década de 1940 y en El Comercio en la década de 1960, a los coliseos (el
ORFDOHQGRQGHVHMXQWDEDQORVPLJUDQWHVDFHOHEUDUVXP~VLFD\VXFXOWXUDORV¿QHVGH
semana) y a varios de los artistas andinos que, convertidos en estrellas urbanas con
un público masivo de seguidores, se convertían en íconos de la cultura migrante en
Lima (reproducidos en Arguedas 1975, 1977).
Recién en el año 1981 los antropólogos Lucy Núñez y José Antonio Lloréns
rescataron para la disciplina el tema de la música de los migrantes como principal
expresión cultural en la gran urbe, en el artículo “La música tradicional andina en Lima
metropolitana”, publicado en la revista de alcance hemisférico América Indígena. Los
autores hicieron una combinación bien lograda entre un recuento histórico sobre la
música migrante en el siglo XX, y la investigación basada en la observación participante
de la música migrante tal como se la podía observar en la década de 1980. El artículo
presentó una visión integradora y muy completa del fenómeno y es hasta hoy día el
título de mejor lectura sobre el tema.
Años después el etnomusicólogo estadounidense Thomas Turino se basó en este
artículo y en sus propias experiencias en el Perú para escribir una versión en inglés
sobre este fenómeno en el artículo “The Music of Andean Migrants in Lima, Peru:
Demographics, Social Power and Style” (1988 —sin traducción al español), añadiéndole
HQHOWtWXORFRQFHSWRVFLHQWt¿FRVRFLDOHVFRQWHPSRUiQHRVSDUDFDSWDUODDWHQFLyQGHORV
antropólogos anglosajones. La pieza resultó bastante parecida al artículo de Núñez y
Lloréns en cuanto a la visión panorámica, y la mezcla entre resumen histórico y ob-
VHUYDFLyQHWQRJUi¿FD(VWHDUWtFXORVLQHPEDUJRHVHOTXHOHHQORVOHFWRUHVGHKDEOD
inglesa cuando se trata de introducirse al tema de la música migrante en el Perú, dado
que el de Núñez y Lloréns nunca se tradujo al inglés.
Quizás una de las fuentes menos reconocidas pero más importantes sobre la mú-
sica migrante en Lima haya sido la tesis que presentó el músico Alejandro Vivanco
para graduarse de antropólogo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
(1973). En ella Vivanco describió con un gran detalle la época de los coliseos, de las
primeras radios dedicadas a la música andina en Lima, los primeros discos y sus in-
térpretes, entre muchos otros temas. En cuestión de datos primarios, dicha tesis es aun
insuperable por la cantidad de información que brinda sobre aquellos años. Tenemos
al frente un trabajo realizado por un músico provinciano que laboraba como tal en
la gran ciudad, y que al mismo tiempo era estudiante de antropología en una de las
principales universidades del país.
A pesar del éxito de estos trabajos, el tema de la música de los coliseos, y de los
clubes y asociaciones provincianas en Lima no tuvieron mayor seguimiento entre los
antropólogos, en cuanto a estudios sistemáticos y académicos, aunque sí fue un motivo
para numerosos artículos periodísticos. El tratamiento que se le deparó al tema fue,
entonces, más anecdótico que exhaustivo. Los antropólogos siguieron viendo a la
música andina urbana con cierto exotismo, perdiendo de vista la enorme importancia
cultural que tenía y que sí fue vista por Arguedas desde la década de 1940.
La música tradicional andina sigue jugando un rol central en Lima metropolitana
tanto en sus versiones urbanas comerciales (disco, radio, conciertos masivos) como
D WUDYpV GH OD UHSURGXFFLyQ GH ULWXDOHV \ ¿HVWDV WUDGLFLRQDOHV GHO FDOHQGDULR DQXDO
andino en Lima, y por lo tanto merecería seguir siendo objeto de investigación por la
antropología. Sin embargo, el auge de géneros como la música chicha (o cumbia pe-
ruana) en la década de 1980 despertó un inusitado interés por parte de los antropólogos
peruanos quienes dejaron atrás todo interés pasado por el tema. Artículos como los
de Carlos Iván Degregori en revistas de lectoría académica como La Revista (1981) y
Cultura Popular (1984), el de Jaime Rázuri en Debate (1983), y pocos años después
en Anthropologica por Raúl R. Romero (1989), pusieron el tema sobre el tapete, pero
fue seguido solamente por otros artículos de corto aliento y en lenguaje periodístico
o de reportaje.20
Recién en 1990 el etnomusicólogo Thomas Turino, con datos que recogió durante
su estadía en el Perú a mediados de la década de 1990, escribió “Somos el Peru: Cumbia
Andina and the Children of Andean Migrants in Lima, Peru” (1990 —sin traducción al
español), en el que describía con lenguaje académico y sistemático el fenómeno de la
cumbia peruanizada. Doce años después Raúl R. Romero actualizó el tratamiento del
tema en un artículo escrito en inglés para una publicación norteamericana, publicada
en español recién en el 2007 bajo el título de Andinos y tropicales: la cumbia peruana
en la ciudad global.
1RSRGtDSDVDUPXFKR WLHPSRDQWHV GH TXH DSDUHFLHUD¿QDOPHQWHXQOLEURHQ
el Perú sobre este género, Chicha peruana: música de los nuevos migrantes, escrito
por el antropólogo Wilfredo Hurtado (1995), que diera cuenta de su historia y de su
repertorio. Una vez más, el autor tuvo que remontarse a los precursores de la “música
chicha” en la década de 1960, a su auge durante la de 1980, hasta llegar a los nuevos
protagonistas de este movimiento popular en la década siguiente. Existen muchos
artículos en revistas y boletines sobre el tema, pero la mayoría reproducen el mismo
patrón que sus antecesores, sin desarrollar hipótesis que vayan más allá de la descrip-
ción del fenómeno.
Otras tendencias musicales como el rock y el jazz en el Perú han merecido
muy poca atención desde la antropología, pero constituyen fenómenos igualmente
sociales tanto como los demás, y de hecho son temas clásicos de la etnomusicología
universal. Si bien los antropólogos profesionales no le han prestado mayor atención
al rock peruano, la cantidad de tesis universitarias sobre el tema es muy respetable,
tanto como las dedicadas a la “música chicha”. Es interesante notar esta brecha entre
20
A través de los años han seguido publicándose artículos cortos de divulgación sobre el fenómeno
VRFLDOODP~VLFDFKLFKDSRUSDUWHGHFLHQWt¿FRVVRFLDOHVFRQ¿UPDQGRXQDOLWHUDWXUDPX\GLVSHUVD
pero poco articulada. Véase por ejemplo a Montoya (1996), Quispe (2000-01), y Bailón (2004),
entre muchos otros.
BIBLIOGRÁFÍA
BERTONIO, Ludovico
1984 Vocabulario de la Lengua Aymara. La Paz: Centro de Estudios de la Realidad
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