Los Demonios Recargados
Los Demonios Recargados
Los Demonios Recargados
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Resulta significativo constatar que hace ya unos
años que la expresión “teoría de los dos demonios”
tiene su propia entrada en Wikipedia. Sin una defi-
nición precisa y sin mencionar ningún libro que se
dedique al tema en profundidad, las referencias
se limitan a textos sobre la memoria colectiva argen-
tina y, por supuesto, a la remanida cita al prólogo que
se supone escrito por Ernesto Sabato1 para presentar el
informe Nunca más de la conadep, y al que se consi-
dera algo así como el máximo apotegma de la teoría.
Incluye también citas del nuevo prólogo, escrito por
Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Mattarollo en 2006,
precisamente para “refutar” a la teoría de los dos
demonios.
Dada la falta de reflexión sobre el tema, se inten-
tará en este libro un análisis de los fundamentos
principales que constituyen esta “teoría”, intentando
comprender no solo sus planteos, sino situar históri-
camente sus orígenes y a qué necesidades históricas
respondía, así como también qué logros obtuvo y
qué dificultades generó para la construcción de una
memoria colectiva del pasado represivo en la Argen-
tina. Pero también se buscará, simultáneamente, poner
esta teoría en diálogo y contraste con su reaparición y
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transformación en la última década, en aquello que se
llamará su “versión recargada”. Esto es, la utilización
de las lógicas implícitas en la teoría de los “dos demo-
nios” en un contexto distinto y con otra intenciona-
lidad, mucho más grave que la de su versión original.
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El elemento más importante está en la posición de
quien señala, enuncia y denuncia a los dos demonios:
una sociedad ajena a ellos, que se percibe y se cons-
truye como víctima. Esto vuelve más o menos inútiles
o extemporáneas algunas de las críticas, que postulan
que no existió una equiparación en la versión original
de los dos demonios o que se destaca más a uno o
al otro.3 El procedimiento político fundamental es
este escamoteo del conflicto a partir de construir una
“neutralidad” social: la de la “gente común” victimi-
zada por los “demonios”.
Es precisamente esta necesidad de “exculpación
colectiva” la que otorgó su alto nivel de aceptación a
la teoría de los dos demonios y la que sigue primando
en muchos sectores de la sociedad, aun cuando nece-
siten aclarar que “no están adhiriendo” a dicha teoría,
al tiempo que sostienen sus líneas principales, muy en
particular la ajenización de la sociedad con respecto al
conflicto social y la homologación de “los violentos”.
Lo que resultaba una reacción natural de muchos
argentinos, primero aterrados por la represión estatal
y luego conmocionados por las revelaciones sobre lo
ocurrido en los campos de concentración, fue captu-
rado como parte del sentido común por los discursos
del candidato presidencial Raúl Alfonsín (luego
3 Estas críticas son, por ejemplo, las que realiza Elizabeth Jelin
en trabajos como “Militantes y combatientes en la historia de las
memorias. Silencios, denuncias y reivindicaciones”, publicado
en Lucha armada en la Argentina. Anuario 2010, año 5, Buenos
Aires, Ejercitar La Memoria, 2010.
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electo como primer presidente postdictatorial). En la
misma línea, el escritor Ernesto Sabato, electo para
presidir la “Comisión de Notables” encargada de la
investigación sobre el período (la conadep, Comi-
sión Nacional sobre la Desaparición de Personas),
podía representar en sus declaraciones a sectores
importantes de la población porque había seguido su
propio derrotero: primero cierta simpatía lejana por
los reclamos populares, luego el alineamiento con
el orden militar, por último, el asco, la condena y la
“sorpresa” ante el conocimiento de las dimensiones
del proceso represivo.
Ponerse “por afuera” del conflicto político de toda
la década permitía ubicarse como “gente común” y
quedar de este modo exculpados simultáneamente de
la simpatía que pudieran haber sentido por muchas
de las acciones y reclamos de las fuerzas contestatarias
en los años 60 como del silencio, complicidad pasiva e
incluso de ciertos niveles de participación en la propa-
ganda del régimen dictatorial una década después.
Demonizando a unos y a otros, muchos sectores de
la población se podían ubicar en el cómodo rol
de víctimas de “la violencia” y hasta condenarla con
un dejo de “imparcialidad” por haberse sentido “enga-
ñados” por un régimen militar que había utilizado la
clandestinidad para ejercer la represión.
La frase con la que abre el prólogo al informe Nunca
más se transformó en la mejor síntesis de lo que luego
se denominaría teoría de los dos demonios: “Durante
la década del 70 la Argentina fue convulsionada por
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un terror que provenía tanto desde la extrema derecha
como de la extrema izquierda”. Poner al terror en
“los extremos” implicaba ajenizar al conjunto de la
sociedad, conjurar los demonios que asomaban al
haberse sabido parte (aunque fuera marginal, meros
simpatizantes) no solo de una de las fuerzas, sino en
algunos casos de ambas. Sectores que, desde 1955
en adelante, apoyaron primero la lucha de distintas
organizaciones peronistas o de izquierda contra las
dictaduras y los ajustes económicos que implemen-
taban y, pocos años después, con la misma tibieza,
apoyaron la represión a dichos movimientos de
protesta, a los que ya veían como exageradamente
radicalizados, en particular a partir del comienzo de
acciones armadas de mayor envergadura como tomas
de cuarteles o ajusticiamiento de miembros de las
fuerzas armadas y de seguridad.
Sigue el prólogo planteando que “a los delirios
de los terroristas, las fuerzas armadas respondieron
con un terrorismo infinitamente peor que el comba-
tido”. Esta es la frase que equipara responsabilidades,
no desde una igualación tonta, sino a través de una
concatenación causal: los “terroristas”4 son responsa-
bles de la violencia por haberla iniciado y desencade-
nado con ello la respuesta de las fuerzas armadas (que,
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en tanto respuesta, sería menos grave que la responsa-
bilidad por iniciar el conflicto). Pero que resultó “infi-
nitamente peor” porque “contaron con el poderío y la
impunidad del Estado absoluto”.
En otras palabras, la equivalencia no pasa por plan-
tear que actuaban del mismo modo ni que eran iguales,
sino por equiparar sus responsabilidades como dos
caras de “la misma violencia”: los dos “extremismos”,
los unos desataron el horror, los otros lo llevaron a
cotas demenciales.
Es interesante señalar que la documentación exis-
tente sobre el período no ratifica esta concatenación
causal, por mucho que haya sido aceptada por vastos
sectores de la población e incluso en la mayoría de los
trabajos académicos y periodísticos sobre la época. La
decisión de establecer un sistema de campos de concen-
tración en la Argentina y de desatar un aniquilamiento
de porciones significativas de la población no tenía
como principal objetivo ni como detonante “derrotar
a la guerrilla”, sino que fue decidido con anterioridad a
la existencia de organizaciones armadas insurgentes.
En los propios documentos y planes de acción de las
fuerzas armadas argentinas, sus objetivos eran mucho
más vastos y su “blanco” (en términos militares) era
el conjunto de la población, con el propósito de trans-
formar sus valores ético-morales y restablecer aquello
que identificaban como la “occidentalidad cristiana”.5
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Guillermo O’Donnell calificó, con precisión e intui-
ción poética, a estos procedimientos como un sistema
de “liberación de los microdespotismos”:6 la posibi-
lidad de que cada figura de poder (en el trabajo, en
la familia, en la calle, en la escuela) se viera autori-
zada para desplegar su disciplina, su arbitrio, incluso
su capricho o su sadismo ante quienes se encontraban
bajo su autoridad. Padres, gerentes, policías, maestros,
directores fueron no solo autorizados, sino también
instigados a participar en la recomposición de un
principio de autoridad tiránico, que había sido puesto
en cuestión en la sociedad argentina por la rebelión
plebeya en los valores sociales que implicó el pero-
nismo y que condensaba décadas de luchas conducidas
por decenas de organizaciones previas (anarquistas,
comunistas, socialistas), que incluso planteaban cues-
tionamientos mucho más radicales al orden que los del
propio peronismo.
Rodolfo Walsh había detectado, a su vez, el carácter
estructural de estos mecanismos de la represión en
su Carta abierta a la Junta Militar, cuando sostenía
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en marzo de 1977 que “en la política económica de
ese gobierno debe buscarse no solo la explicación
de sus crímenes, sino una atrocidad mayor que castiga
a millones de seres humanos con la miseria planifi-
cada”. El trabajo de Aspiazu, Basualdo y Khavisse, ya
a esta altura un clásico,7 demostraría años después las
transformaciones estructurales de la economía argen-
tina que nada tenían que ver con la existencia o inexis-
tencia de organizaciones armadas insurgentes y que
constituyeron las determinaciones centrales del aniqui-
lamiento: la transformación estructural de la sociedad
argentina en un sentido productivo, lo cual requería
reorganizaciones sociopolíticas previas a través del
terror. En términos jurídicos modernos, podría carac-
terizarse como una “destrucción parcial del propio
grupo nacional argentino”, un modo de descripción
que el jurista judeopolaco Raphael Lemkin caracterizó
como genocidio en el año 1943: “la destrucción del
patrón nacional del grupo oprimido [... y] la imposi-
ción del patrón identitario del grupo opresor”.8
Por lo tanto, la lógica principal de narración del
pasado operante en “los dos demonios” es que existió
una violencia insurgente que desató una violencia infi-
nitamente peor (porque fue implementada desde el
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Estado) y que la sociedad resultó víctima de ambas
violencias (“fue convulsionada”). Siendo que lo que
le cabe en el retorno democrático es “abjurar” de “la
violencia” (concepto que iguala a los extremismos)
y recuperar la paz, el diálogo y la convivencia, casti-
gando a los responsables (tanto a los que desataron
la violencia como a los que la combatieron utilizando
métodos aún peores).
Alfonsín o Sabato buscaron representar a la
sociedad “agredida” por los extremismos violentos y,
de este modo, volvían inútil la pregunta (fundamental
para cualquier proceso de elaboración de experiencias
traumáticas) sobre el propio rol de cada uno de ellos o
cada uno de nosotros en el conflicto social.
La teoría de los dos demonios se impuso en la
década de los ochenta (y mucho más allá) no por su
apego a la verdad, sino porque permitía a muchos
clausurar la pregunta sobre su propia responsabi-
lidad e involucramiento en los hechos, proyectándola
tan solo hacia “los extremismos”, que pasaron a ser
“demonios” y fueron arrancados tajantemente de la
definición del “nosotros” argentino.
La “gente común” se sintió entonces con derecho
para juzgar a quienes se comprometieron política-
mente en la defensa de sus ideales, apostrofándolos
desde la condena genérica a “la violencia”.9 A su vez,
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quedaban igualados aquellos que enfrentaban la injus-
ticia con los que defendían el orden, en tanto ambos
apelaron a “la violencia” para lograr sus objetivos.
Y quedaban inmediatamente deslegitimados los dos,
pese a que “la violencia” podía implicar hechos tan
distintos como la toma de una fábrica o una univer-
sidad, la participación en una huelga, la confrontación
masiva en las calles con las fuerzas de seguridad, la
toma militar de un cuartel, el asalto a un banco, el
ajusticiamiento de torturadores o disidentes políticos,
la desaparición de personas en un sistema concen-
tracionario, la violación, la apropiación de menores,
la tortura, el lanzamiento de cuerpos al océano
desde aviones militares. Todo pasa a ser capturado
por el significante “la violencia” y es esta una de
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las equiparaciones más perversas y perdurables de la
teoría de los dos demonios.
Pese a ello, esta versión original de la teoría de
los dos demonios intentaba “rescatar” a muchas de las
víctimas de la violencia represiva, aunque al precio
de su vaciamiento identitario y su angelización. Dice
el prólogo: “En el delirio semántico encabezado por
calificaciones como ‘marxismo-leninismo’, ‘apátridas’,
‘materialistas y ateos’, ‘enemigos de los valores occi-
dentales y cristianos’, todo era posible: desde gente
que propiciaba una revolución social hasta adoles-
centes sensibles que iban a villas miseria para ayudar
a sus moradores. Todos caían en la redada: dirigentes
sindicales que luchaban por una simple mejora de
salarios, muchachos que habían sido miembros de un
centro estudiantil, periodistas que no eran adictos a
la dictadura, psicólogos y sociólogos por pertenecer
a profesiones sospechosas, jóvenes pacifistas, monjas y
sacerdotes que habían llevado las enseñanzas de Cristo
a barriadas miserables. Y amigos de cualquiera de ellos,
y amigos de sus amigos, gente que había sido denun-
ciada por venganza personal y por secuestrados bajo
tortura. Todos, en su mayoría, inocentes de terrorismo o
siquiera de pertenecer a los cuadros combatientes de la
guerrilla, porque estos presentaban batalla y morían en
el enfrentamiento o se suicidaban antes de entregarse,
y pocos llegaban vivos a manos de los represores”.10
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La operatoria es brillante y muy efectiva, fractu-
rando al universo de víctimas entre una minoría terro-
rista, delirante, demoníaca, mesiánica, que constituía
un extremismo violento, y una mayoría de “personas”
sin vínculos con los violentos y caracterizada con
adjetivos mucho más benévolos y empáticos: “adoles-
centes sensibles”, personas que “luchaban por una
simple mejora de salarios”, “muchachos del centro
estudiantil”, “profesiones sospechosas”.11
Las fuerzas represivas, por lo tanto, se habrían
equivocado de dos modos articulados: primero, al no
haber perseguido a los “terroristas” dentro de la ley
y haber implementado métodos ilegales. Segundo,
al no haber distinguido entre esos extremistas y las
víctimas “en su mayoría inocentes de terrorismo”.
Esta construcción que divide a culpables de inocentes se
refuerza con otro argumento falso: mientras los detenidos
desaparecidos eran secuestrados en situación de indefen-
sión, los guerrilleros “presentaban batalla y morían en el
enfrentamiento o se suicidaban antes de entregarse”.
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Pues no. Ninguno de los cuadros de análisis publi-
cados por el propio informe de la conadep ni las
investigaciones posteriores ratifican esta afirmación.
La enorme mayoría de las víctimas que pertene-
cían a organizaciones armadas de izquierda fueron
secuestradas sin haber tenido posibilidad alguna
de librar combate, en estado de indefensión (por la
noche en sus domicilios, en sus lugares de trabajo,
en la vía pública) y las situaciones de suicidio fueron
muy escasas, en la mayoría de los casos porque, aun
cuando algunos militantes contaban con pastillas de
cianuro, el suicidio era impedido por los propios
represores. Ni siquiera es cierto que los asesinatos
(esto es, cuando la víctima no era desaparecida,
sino que su cuerpo era presentado públicamente) se
dirigían fundamentalmente contra los miembros de
organizaciones armadas, sino que en muchos
casos se ejecutaron contra abogados, periodistas,
artistas, entre otros, muy en especial en el período
1973-197612 y por parte de fuerzas paraestatales
que, a diferencia de lo que ocurriría luego con las
fuerzas armadas organizadas que seguían las direc-
tivas secretas, dejaban por lo general los cuerpos de
los asesinados en el lugar en el que se cometían las
acciones o se deshacían de ellos en terrenos baldíos o
lugares abandonados.
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O sea que la distinción entre que las víctimas de
desaparición eran los “inocentes de terrorismo” en
tanto que los “culpables” fueron asesinados, no solo
crea una acusación de “terrorismo” que no justifica ni
puede sostener, no solo divide a las víctimas en las cate-
gorías de “culpables” e “inocentes”, sino que tampoco
logra probar la ecuación que sostiene en el prólogo
entre “terroristas asesinados” frente a “jóvenes sensi-
bles desaparecidos”.
Porque tal división es uno de los argumentos prin-
cipales de la teoría de los dos demonios, que solo
puede rescatar a las víctimas al precio de integrarlas al
conjunto de la “gente común” y quebrar los vínculos
complejos, contradictorios, múltiples entre las orga-
nizaciones sociales y las formas armadas que algunas
de ellas asumieron en un contexto dictatorial (1966-
1973, como punto de llegada de las dictaduras suce-
sivas iniciadas con la proscripción del peronismo en
1955) en el que no estaban dadas las condiciones para
la disputa democrática. Otro debate será el devenir de
dichas organizaciones después de 1973.
El precio de la empatía con las víctimas de la repre-
sión en la teoría de los dos demonios es la despoliti-
zación de estas y la alienación y demonización de los
miembros de organizaciones armadas de izquierda,
pero, sobre todo, la invisibilización de los vínculos
entre ambos conjuntos.13
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Pagado ese precio, la mayoría de la sociedad
puede sentirse “gente común”, olvidar sus simpatías
cambiantes, ubicarse en el cómodo rol de víctimas de
“la violencia” y salir a condenar todo conflicto que
no se salde a través del diálogo, en un modo “pacifi-
cado” que será lo suficientemente vacuo como para no
despertar a los fantasmas dictatoriales y permitir la
subsistencia de la “democracia ganada”. Pero, mucho
más grave aún, esta ecuación parece enseñarle al
conjunto de la sociedad que todo intento de desafiar el
orden instituido puede concluir en un baño de sangre
y que, por lo tanto, hay que aceptar los límites estable-
cidos por el poder.
Fue esta funcionalidad, y no ninguna conspiración
o control del aparato mediático, la que explica el éxito
relativo de esta visión por más de una década y su
persistencia en el presente.14 Las memorias colectivas
no se construyen tan solo como confrontaciones por el
sentido, sino que, en dichas confrontaciones, también
intervienen defensas psíquicas que buscan evitar el
conflicto o restablecer equilibrios, creando un sistema
de compensaciones que permite enfrentar el presente
sin ser interpelados por el pasado.15
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La irrupción de una nueva generación una década
después, con otros conflictos, otras preguntas y otras nece-
sidades, activará nuevas preocupaciones y sentidos y
jugará su papel en la posibilidad de poner en cues-
tión la hegemonía de la teoría de los dos demonios,
rescatando voces que se encontraban más escondidas,
marginales pero persistentes. La participación política
de la segunda generación implicó la posibilidad de
hacer otras preguntas y cuestionar los supuestos que
se habían aceptado acríticamente por parte de aquellos
que se sentían parte de la “gente común”.
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ÍNDICE
CAPÍTULO 1
De los dos demonios a su versión “recargada” ................................ 9
De los 70 al “Prólogo” del Nunca más: los argumentos
principales de la teoría de los dos demonios ...................................11
Los 90 y las disputas por la hegemonía ................................................26
El kirchnerismo y la asunción estatal del cuestionamiento a
“los dos demonios” ...............................................................................30
Los dos demonios (recargados) .............................................................34
La llegada de Cambiemos y la disputa por las memorias colectivas ....37
CAPÍTULO 2
Argumentos principales de la teoría de los dos demonios
original y de su versión recargada ................................................. 49
Los usos de la dualidad............................................................................49
La discusión sobre las “cifras” ..............................................................55
¿De qué se habla cuando se habla de 30 000? ....................................59
Un estudio de caso ...................................................................................64
La equiparación de las violencias .........................................................73
El discurso del “curro de los derechos humanos” y
la “deskirchnerización” .......................................................................86
El direccionamiento del afecto ...............................................................93
CAPÍTULO 3
Sumando voces “progresistas” .......................................................... 99
Los debates mediáticos .........................................................................102
El “progresismo” editorializando en La Nación ................................115
El sentido de la oportunidad .................................................................130
La funcionalidad de las “voces progresistas” ...................................137
CAPÍTULO 4
Los errores no forzados ...................................................................... 141
Terrorismo de Estado .............................................................................143
Dictadura cívico-militar .........................................................................160
El abandono del pluralismo político .....................................................169
Antes de golpear la próxima “pelota” .................................................180
CAPÍTULO 5
Respuestas fallidas............................................................................. 183
La “cosa juzgada” y su peligrosidad ...................................................184
La penalización del negacionismo y sus problemas ........................190
El “efecto burbuja” y la necesidad de quebrar la tentación
de hablarse a sí mismo .......................................................................198
CAPÍTULO 6
Fue genocidio....................................................................................... 209
¿Qué es un genocidio? ...........................................................................212
Las definiciones de genocidio ..............................................................220
Primer desafío: la adecuación de lo ocurrido en Argentina
a las distintas definiciones de genocidio ........................................223
El peso de las analogías ........................................................................232
Las representaciones del pasado en la construcción del presente ....235
El concepto de genocidio frente a la versión recargada
de los dos demonios ............................................................................239
La lucha siempre continúa ....................................................................245
BIBLIOGRAFÍA...................................................................................... 255