MARX, CARLOS - Cuadernos de París (Notas de Lectura de 1844) (OCR) (Por Ganz1912)
MARX, CARLOS - Cuadernos de París (Notas de Lectura de 1844) (OCR) (Por Ganz1912)
MARX, CARLOS - Cuadernos de París (Notas de Lectura de 1844) (OCR) (Por Ganz1912)
Ediciones Era
Primera edición en alemán: 1932
Título original: Úkonomische Studien (Exzerpte)
Tomado de Karl Marx, Friedrich Engels, Historisch-kritische
Gesamtausgabe. Band 3. Berlín
Primera edición en español: 1974
Segunda edición: 1980
Traducción del alemán: Bolívar Echeverría
Derechos reservados en lengua española
© 1974. Ediciones Era, S. A.
Avena 102, México 13, D. F.
Impreso y hecho en México
Frinted and Made in México
ÍNDICE
ganzl912
9 Advertencia preliminar
Apéndices
179 I Carta de Carlos Marx a Ludwig Feuerbach
[11 de agosto de 1844]
Por vez primera ofrecemos aquí a los lectores de lengua española, en la fiel
y cuidada versión de Bolívar Echeverría, las notas de lectura de 1844 del
joven Marx que dan testimonio de su primer encuentro con las obras de los
economistas burgueses. Dichas notas, que hemos titulado Cuadernos de Pa
rís, se complementan con tres apéndices, a saber: Carta de Carlos Marx a
Ludwig Feuerbach, del 11 de agosto de 1844; Lista de las obras resumidas
o extractadas por Marx en sus Cuadernos de París, y Cronología: El pro
yecto de crítica de la economía política.
Nuestro estudio “ Economía y humanismo” que precede al texto de Marx
recoge y desarrolla ideas que tuvimos ocasión de exponer, hace dos años, en
un curso monográfico impartido en la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Nacional Autónoma de México y en un Seminario llevado a
cabo, bajo nuestra dirección, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
de la misma UNAM.
A.S.V.
9
ADO LFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ
ECONOMÍA Y HUMANISMO
1
I. SIT U A C IÓ N DE L A S N O T A S D E L E C T U R A D E 1844
Las notas de lectura del joven Marx que hemos agrupado bajo el título
de Cuadernos de París y que, por vez primera, se ofrecen a los lectores de
lengua española, datan del mismo año que otro texto suyo: el borrador
—hoy famoso— conocido sobre todo por el título que le dieron sus prime
ros editores, Manuscritos económico-filosóficos de 1844.1
Ni las notas de lectura que constituyen los presentes Cuadernos ni los
Manuscritos están fechados; por ello no podemos establecer el orden crono
lógico en que fueron redactados unos y otros. Ahora bien, tomando en cuen
ta la afinidad temática de los primeros cuadernos con el Primer Manus
crito (particularmente en la parte en que se somete a crítica la economía
política clásica) y el diferente nivel de la elaboración teórica (más des
arrollada en los Manuscritos), podemos suponer que las notas de los prime
ros cuadernos anteceden a los Manuscritos y vienen a ser un material
preparatorio de ellos; fácil es advertir, en efecto, cómo los Manuscritos
transcriben casi literalmente algunas notas o desarrollan más a fondo algu
nas ideas expuestas en ellas. Pero, en otros casos, los Cuadernos abordan
cuestiones apenas tratadas en los Manuscritos o las tocan imprimiéndoles
un nuevo sesgo. Podría admitirse en este caso la hipótesis —por otra parte
difícil de comprobar— de que esos aspectos no tocados en los Manuscritos
tal como éstos han llegado a nosotros, tal vez fueron abordados en sus
fragmentos perdidos o inconclusos, particularmente los del Segundo Manus
crito, del que como es sabido sólo se conservan unas cuantas hojas. Finalmen
te, hay notas (como las del Cuaderno V sobre James Mili) en las que al tra
tar el poder enajenante del dinero y su papel en las relaciones sociales
enajenadas, el joven Marx se eleva teóricamente sobre el nivel alcanzado
13
al abordar el mismo tema en los Manuscritos.
Faltos, pues, de los datos necesarios para establecer con exactitud cuándo
se trata de notas anteriores, paralelas o posteriores a ciertas partes de los
Manuscritos, podemos destacar, sin embargo, desde ahora, que los Cuader
nos se mueven en el mismo marco problemático que los Manuscritos. Su
objetivo fundamental es la crítica de la economía política clásica que, des
pués de haber revelado una serie de contradicciones básicas de la realidad
económica capitalista, no acierta a encontrar la clave de su inteligibilidad.
Aunque sin llegar tan lejos como los Manuscritos en la búsqueda de ella,
los Cuadernos esbozan ya el descubrimiento de esa clave que la economía
clásica no logra revelar. Más adelante tendremos ocasión de ver cuál es
ese fundamento o clave última, común a los Cuadernos y los Manuscritos.
Por lo pronto subrayemos que los Cuadernos y los Manuscritos son fruto
del primer encuentro del joven Marx con la economía clásica burguesa a
través de sus principales exponentes, particularmente los economistas in
gleses. Y que en uno y otro texto hay un doble movimiento: de crítica de
la economía política a partir de su propio lenguaje y sus propias catego
rías y leyes, y de búsqueda de una explicación fundamental o clave última
de lo que los economistas no explican. Tanto en los Cuadernos como en
los Manuscritos esa búsqueda no se da a un nivel puramente económico,
sino económico-filosófico, o más exactamente al nivel de la economía enfoca
da filosóficamente.
Estos aspectos comunes determinan que los Cuadernos y los Manuscritos
formen una unidad, si bien en los primeros se acusa con más fuerza el im
pacto que produce en el joven Marx su primer contacto con la economía.
Este primer contacto toma la forma de una transcripción literal de una
serie de pasajes de las obras de los economistas. Durante su estancia en
París, en 1844, lee un buen número de obras de economía entre cuyos auto
res figuran Say, Skarbek, Adam Smith, David Ricardo, James Mili, Mac
Culloch, Prevost y Buret. Los extractos son indicativos, más que de una
toma de posición, del interés que ciertas partes de las obras leídas suscitan
en este sorprendido y sorprendente lector, pues es la primera vez que, a
través de esas lecturas, se asoma a un nuevo continente —el de la econo
mía— casi desconocido para él. Decimos casi porque el joven Marx debió
conocer unos meses antes el trabajo de Engels Esbozo de crítica de la eco-
14
norata política, aparecido en el número 1 y único de los Anales Franco-
Alemanes a comienzos de 1844. No es casual por ello que sus Cuadernos
de París se inauguren precisamente con un resumen del artículo de Engels.2
Los Cuadernos no se reducen a los centenares de extractos de sus lectu
ras, sino que en ocasiones van acompañados de notas en las que el joven
Marx fija las reflexiones que suscita en él lo que va leyendo. Los extractos,
junto con las notas? redactados en París, se han conservado en nueve cuader
nos de los cuales son cinco los que se relacionan directamente con las obras
de los economistas. El texto de Marx del presente volumen está formado pre
cisamente por las notas de esos cinco cuadernos. Circunscribiendo nuestra
atención a ellas, cabe señalar que son escasas en los tres primeros cuadernos,
lo cual es índice de que el joven Marx, si bien se siente interesado por
ciertos temas o pasajes de las obras leídas, aún no está en condiciones de
reaccionar con una actitud propia ante ellos; pero, a partir del cuarto cua
derno, comienza a aflorar una actitud crítica que prodiga cada vez más a
través de las notas que intercala entre los extractos.
Las notas de lectura pueden leerse independientemente de los extractos
y, en su conjunto, revisten gran interés para el estudio de la formación del
pensamiento de Marx y, particularmente, del económico. Pero, en algunos
casos, hay que destacar también su valor teórico intrínseco, lo que, aunado
a una feliz formulación, permite compararlas con los pasajes más brillan
tes de los Manuscritos de 1844.
Los Cuadernos de París fueron publicados por primera vez en su lengua
original con el título de Ókonomische Studien (Excerpts) —Estudios eco
nómicos. Extractos— en el tercer tomo de la edición de Obras completas de
Marx y Engels conocida por la sigla MEGA (Karl Marx/Friedrich Engels,
Historisch-kritische Gesamtausgabe) publicada por el Instituto Marx-En-
gels-Lenin de Moscú. Dicho tomo apareció en 1932 en Berlín bajo la direc
ción de V. Adoratsky y en él ocupa las páginas 435-583. En el mismo tomo
(pp. 33-172 y 589-596) se publicaron también íntegramente por primera
vez los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 (así titulados por V. Ado-
15
ratsky, a cuyo cuidado estuvo la edición del tomo) .3
A pesar de su estrecha vinculación con los Manuscritos y de su impor
tancia en la formación del pensamiento de Marx, los Cuadernos de París
no han conocido un destino semejante al de dicha obra. Puede decirse que
el deslumbramiento producido por el descubrimiento de los Manuscritos
opacó casi por completo a estos Cuadernos. Todavía son escasas las versio
nes de estas notas a diferentes lenguas. Fragmentariamente han sido tra
ducidas al ruso y sólo desde hace poco tiempo existe una traducción fran
cesa.4
L a profusa literatura aparecida en estas dos últimas décadas sobre el joven
Marx apenas si ha fijado la atención en los Cuadernos de París. Auguste
Cornu, pese a la innegable erudición y objetividad de la obra en que estudia
el periodo juvenil de la vida y la obra de Marx y Engels, sólo dedica
unos párrafos a las presentes notas de lectura.5 El volumen Sur le jeune
Marxy que marcó un hito fundamental en el estudio del joven Marx al reco
ger once estudios sobre el tema, que dieron lugar, a su vez, a un balance
crítico de Althusser, no hace prácticamente referencia alguna a las notas
de lectura.6 Lo mismo puede decirse del extenso estudio sobre el joven Marx
realizado en la obra M arx y la dialéctica hegeliana, tan valiosa por tantos
conceptos, de Mario Rossi.7 El mismo hueco encontramos en otra obra
también valiosa del investigador soviético Oizerman sobre la formación del
16
pensamiento de Marx.8 Ahora bien, junto a estos silencios, es justo señalar
que en una serie de autores que se ocupan más o menos directamente del
joven M arx se manifiesta cierto interés por los Cuadernos de París, aunque
en la mayoría de los casos se limiten a comentar algunas de las notas, situán
dolas en la problemática común a ellas y los Manuscritos. Ahora bien, aun
que algunos de ellos —como Bottigelli, Mandel, Naville, Lapin, Mészáros y
Giannotti— 9 contribuyen a esclarecer el sentido y alcance de algunas de las
notas, se echa de menos un estudio más detenido y de conjunto que permita
comprender su lugar no sólo en relación con los Manuscritos sino en la for
mación del pensamiento de Marx. No se trata, por supuesto, de responder al
tratamiento de que han sido objeto hasta ahora con una sobreestimación de
ellas, tanto de su valor intrínseco como de su papel en la evolución del
pensamiento de Marx. Tampoco se trata de ponerlas —dadas su afinidad
temática y de enfoque— en pie de igualdad con los Manuscritos de 1844.
Pero sí creemos que los Cuadernos de París son dignos de una mayor aten
ción de la que hasta ahora se les ha prestado ya que justamente, por ser
la primera y más directa reacción del joven Marx ante la obra de los
economistas, pueden arrojar nuevas luces sobre la formación del pensa
miento de Marx precisamente en el periodo que tiene como pivote a los
Manuscritos. A este propósito responden tanto la idea de dar a conocer los
Cuadernos en español como el estudio presente que los precede.
17
ambos dominios en los Manuscritos del 44 que, muy justamente por ello,
fueron calificados por sus primeros editores, desde su propio título, como
económico-filosóficos? Para poder dar respuesta a estas cuestiones hay que
remitirse, aunque sea brevemente, a la fase inmediatamente anterior de la
formación del pensamiento del joven Marx. Pero no es necesario desandar
un largo trecho, pues Marx reacciona por entonces tan viva y rápidamente
ante las ideas dominantes y ante las exigencias de la propia realidad que
basta retroceder dos años (de 1844 a 1842) para comprender el dinamismo
interno de su pensamiento y su capacidad para revolucionarse a sí mismo.
En 1842 sus preocupaciones, aunque radicales, son todavía fundamental
mente filosóficas y giran, sobre todo, en torno al inmenso sol especulativo,
idealista de la filosofía política hegeliana. Incluso cuando como colaborador
primero y redactor jefe después de L a Gaceta Renana toma contacto con
problemas políticos y sociales concretos pesa en él notablemente la herencia
filosófica hegeliana. Así, cuando critica al Estado prusiano, real, y lo com
para con el Estado verdadero, lo hace en términos que no pueden ocultar
su raigambre hegeliana: “ Un Estado que no es la realización de la libertad
según la razón es un Estado malo.” En 1844, después de haber sometido
a crítica la filosofía política de Hegel, sigue siendo fundamentalmente un
filósofo, pero un filósofo que busca afanosamente tomar tierra, poner pie
en la realidad, y para ello alía a la filosofía primero con el proletariado e
inmediatamente después con la economía. Pero caminemos más despacio.
En los primeros meses de 1843 —últimos de su paso como periodista polí
tico por L a Gaceta Renana— su herencia hegeliana sufre un duro golpe.
Con la prohibición definitiva de este periódico (a partir del lo. de abril de
1843) termina una importantísima, aunque breve, experiencia periodística-
política del joven Marx que pone en crisis su concepción del Estado clara
mente tributaria de la de Hegel. A través de una serie de artículos había
tenido ocasión de ocuparse de problemas reales de naturaleza política y so
cial (la libertad de prensa, la situación de los viñadores del Mosela, el pro
yecto de ley contra el divorcio, etc.). A estos problemas planteados con pu
janza por la propia vida real, trata de encontrar solución en el marco de
la concepción hegeliana del Estado como esfera de lo universal, de la li
bertad y la razón. Esta concepción sólo reconoce la importancia de los in
tereses materiales, particulares, en la esfera inferior que Hegel llama la
18
“ Sociedad Civil” . Pero Marx, durante su paso por L a Gaceta Renana y al
contacto con la realidad misma, ve tambalearse esta concepción al advertir
el peso de los intereses particulares, vinculados a la propiedad privada, no
sólo en la Sociedad Civil sino en la esfera misma del Estado. Estos inte
reses existen y actúan en el Estado prusiano atentando contra la libertad,
la racionalidad y la universalidad del verdadero Estado. He ahí el recono
cimiento capital de Marx, o sea, el reconocimiento de la importancia de
las relaciones materiales, económicas, que Hegel —en su concepción del
Estado— había relegado a una esfera inferior, determinada por el Estado
mismo, a saber: la Sociedad Civil. Ciertamente, aunque Marx no postula
todavía la abolición de la propiedad privada, ya empieza a vislumbrar sus
efectos perturbadores y con ellos el papel importante de las relaciones ma
teriales y sociales derivadas de ella.
Ante la importancia que adquieren a los ojos de Marx las relaciones de
propiedad y los intereses materiales privados se le impone la necesidad de
revisar el alto papel que Hegel atribuye al Estado como esfera de la razón
y de lo universal y, con ello, se le impone asimismo la necesidad de esta
blecer sus verdaderas relaciones con la Sociedad Civil. Esto determina que
se ponga a estudiar a fondo la Filosofía del Derecho de Hegel y a esta tarea
—de revisión y comentario, particularmente de la sección relativa al Esta
do— se consagra el joven Marx durante el verano de 1843. Fruto de su co
mentario casi literal de los parágrafos de la sección citada de la obra de
Hegel es el manuscrito publicado por primera vez, por Riazánov, en 1927,
en el primer tomo de MEGA con el título de Crítica de la filosofía del Es
tado de Hegel.10
Las dos grandes cuestiones que Marx va desentrañando, a través de sus
comentarios de los parágrafos 261-312 de la Filosofía del Derecho de Hegel,
son las relaciones entre el Estado y la Sociedad Civil, y la naturaleza del
poder, uno y otra considerados asimismo en sus relaciones con la propiedad
privada y los intereses particulares generados por ella. Pero, al examinar
estas dos grandes cuestiones, Marx se ve obligado a enfrentarse también al
método especulativo empleado por Hegel. Los comentarios del texto hege-
10 Karl Marx, Kritik des Hegelschen Staarsrechts, MEGA I, 1/1, pp. 403-553
(Carlos Marx, Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, prólogo de A. Sánchez
Vázquez. Ed. Grijalbo, México, 1968).
19
liano se convierten en una crítica a fondo del carácter mistificado, aprio-
rístico de la filosofía política de Hegel y, al mismo tiempo, de su idealismo
en general. Marx emprende esta crítica con ayuda del método empleado
por Feuerbach en su crítica de la religión primero y después de su “idea
lismo teológico55 o “teología especulativa55, de acuerdo con las expresiones
del propio Feuerbach. L a médula del método aplicado por éste tanto en
La esencia del cristianismo (1840-1841) como en sus Tesis provisionales
para la reforma de la filosofía (1842) y en sus Principios de la filosofía del
porvenir (1843) estriba en restablecer las verdaderas relaciones entre el su
jeto (Dios o Idea) y el predicado (el hombre real). Para que estas rela
ciones pierdan su carácter deformado (mistificado o enajenado) hay que
poner al hombre en su verdadero lugar, el de sujeto, y al Dios de la reli
gión —o a la Idea de la filosofía hegeliana—- en el lugar que propiamente
le corresponde; el de predicado o producto del sujeto, del hombre real
de su conciencia.
El joven Marx extiende la crítica de Feuerbach a la filosofía política de
Hegel y, como fruto de su propia crítica, ve en esta filosofía una especula
ción o mistificación análoga a la denunciada por Feuerbach. El hombre
real que produce el Estado y la Sociedad Civil como objetivaciones suyas,
se presenta en Hegel como predicado de un sujeto último (la Id e a). A
su vez, la Sociedad Civil (es decir, la esfera de los intereses particulares
y de las relaciones materiales) aparece como una determinación o un atri
buto de la Idea (o, más exactamente, del Estado como encarnación de la
Idea o esfera del Espíritu, de la razón). En esta transformación de lo
condicionante en condicionado reside la mistificación, especulación o in
versión características de la filosofía política hegeliana. Y no es que Hegel
ignore —aclara Marx— o se vuelva de espaldas a lo real. L a realidad
está presente en su concepción, pero invertida, trastocada; no como sujeto
sino como predicado; no como lo real empírico, sino como determinación
de la Idea; no como condicionante sino como condicionado. Así entran en
la filosofía política de Hegel con la Sociedad Civil el comercio, la indus
tria, las relaciones materiales y los conflictos entre los intereses particula
res de los individuos y de los grupos sociales o corporaciones.
M arx no critica a Hegel porque ignore lo real, sino por presentar lo real
como ideal, o por mostrar la Sociedad Civil como una determinación de la
20
Idea. L a especulación disuelve así lo empírico en la esfera ideal. Marx
denuncia esta mistificación que consiste en hacer de lo real, de lo empírico
(la Sociedad Civil) un hecho ideal (o un fenómeno del Estado como encar
nación de la Id e a). Hegel pretende presentar el Estado como es realmente,
pero, en verdad, lo presenta como es idealmente. L a Sociedad Civil aparece,
pues, como una determinación o un atributo del Estado.
L a crítica de M arx tiende a demostrar que lo que Hegel hace aparecer
como ideal es el Estado real (el Estado burgués moderno en la versión
prusiana concreta de la Alemania de su tiempo) y que es la Sociedad Civil,
la esfera de las relaciones materiales, la que determina el Estado y no al re
vés. Por tanto, el problema del Estado remite al de su fundamento: la So
ciedad Civil. Sólo desentrañando la naturaleza de las relaciones materiales
se puede comprender, a su vez, la verdadera naturaleza del Estado. Ahora
bien, en su Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, Marx no está en
condiciones de analizar ese fundamento real y, por ello, no puede llevar
su crítica hasta sus últimas consecuencias. Ciertamente, aunque ya ha seña
lado —como hemos visto— a su paso por L a Gaceta Renana los efectos
perturbadores de la propiedad privada y de los intereses particulares en
la esfera del Estado, Marx no se orienta aún con firmeza en el mundo
de la Sociedad Civil, ya que ignora el papel de la producción material, de
la industria y del trabajo, así como de las relaciones sociales que los hom
bres contraen en la producción; carece asimismo del concepto de clase, y
aunque critica el Estado moderno y la Sociedad Civil (burguesa) y habla
de una nueva sociedad a la que llama “ verdadera democracia” , desconoce
todavía cuáles son sus fundamentos reales y cuál es el agente histórico
fundamental, o clase revolucionaria, que ha de producir el cambio que
conduzca a ella. Siguiendo a Feuerbach ve en el “ ser genérico” al hombre
universal que la verdadera democracia podrá realizar plenamente, con lo
cual vemos que la influencia feuerbachiana en el Marx que critica la filo
sofía política hegeliana no se deja sentir sólo en la aplicación de su método,
sino también en el uso que hace de su concepción del hombre genérico.
Esto no puede extrañarnos si tenemos presente que todavía en agosto de
1844 el joven Marx cree que Feuerbach ha proporcionado un fundamento
filosófico del socialismo.11 Obviamente al afirmar esto tiene presente sobre
21
todo su concepción del hombre como ser genérico.
Pero la crítica del Estado moderno burgués que Marx lleva a cabo a través
de Hegel se halla limitada, sobre todo, por su magro conocimiento de su
fundamento real: la Sociedad Civil, y, particularmente, por su descono
cimiento del papel de la producción material y de las características del
trabajo humano en las condiciones de la propiedad privada (capitalista).
Así, pues, la entrada de Marx en 1844 en el terreno de la economía —de la
que son testimonios sus Cuadernos de París y los Manuscritos de 1844—
se halla impuesta por las limitaciones de su propia crítica de la concepción
hegeliana del Estado. Al criticar el Estado moderno, Marx no puede que
darse en la esfera de la organización y las relaciones políticas, y tiene que
pasar al plano de las relaciones materiales. Por ello, para salvar el límite
con que tropieza su crítica de la filosofía política especulativa de Hegel,
tiene que iniciar una crítica de la economía política. L a filosofía empuja
así forzosamente hacia la economía.
22
a] El problema del cambio social como transformación o crítica radical
de la sociedad que responde, a su vez, a una necesidad humana radical
(“ ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz para el hombre
es el hombre mismo” ) .
b] El problema del agente histórico de ese cambio histórico radical o
revolución. Marx encuentra que este agente es el proletariado como clase
que por ser universal en el sufrimiento y alcanzar el límite de la negación
de la esencia humana no puede emanciparse sin emancipar a todas las
demás clases de la sociedad.
c] El problema de las relaciones entre la teoría y la práctica, planteado
como alianza necesaria de la filosofía y el proletariado. El proletariado ne
cesita de la filosofía como su arma espiritual; la filosofía, del proletariado
como su arma material.
Ahora bien, estos tres problemas se abordan todavía en una forma espe
culativa, antropológica y, además, insuficiente. Una idea abstracta del hom
bre, de inspiración feuerbachiana, preside la emancipación del proletariado
como emancipación general, humana; esa misma idea inspira el carácter
del agente de esa emancipación en cuanto que el proletario es presentado
como negación de esa idea del hombre (o esencia humana) ; finalmente,
preside también la concepción de la unidad de la teoría y la práctica como
alianza de la filosofía que traza la imagen del hombre que hay que recu
perar y el proletariado como su negación y arma material de esa recupe
ración. Falta fundamentar en la entraña misma de la estructura social
y del desarrollo histórico la necesidad y posibilidad de la revolución, que
hasta ahora sólo es vista como negación de la negación de la esencia huma
na, y falta asimismo fundamentar en dicha estructura y en el devenir histó
rico el papel revolucionario del proletariado como agente fundamental del
cambio social. Por último, es preciso profundizar en la naturaleza de la
praxis social y, en particular, de la praxis revolucionaria, para establecer
la verdadera unidad de la teoría y la práctica, lo cual sólo lo logrará Marx
cuando, desde 1845, a partir de las Tesis sobre Feuerbach, vea en la prác
tica no sólo la realización de la filosofía sino el fundamento, criterio y fin
de la teoría misma.
Ya en sus comentarios de la Crítica de la filosofía del Estado de Hegel,
Marx ha descubierto que la clave del poder estatal hay que buscarla en la
23
Sociedad Civil. También en ella —como esfera de las relaciones materia
les— habrá de buscar la clave de la explicación de lo que en su Introduc
ción a dicha Crítica aparece insuficientemente abordado: el fundamento
y naturaleza del cambio revolucionario así como el papel histórico de su
agente fundamental: el proletariado. Una y otra clave tienen que buscarse,
ciertamente, en la esfera de la Sociedad Civil, pero a su vez esta realidad
no se aclarará a Marx hasta que penetre en la estructura económica de la
sociedad; es decir, hasta que vaya desentrañando el proceso de la producción
material y las relaciones sociales que los hombres contraen en él. Marx verá
más adelante3 sobre todo a partir de L a ideología alemana, que es una con
tradicción fundamental, al nivel económico, y no la contradicción entre
proletariado y esencia humana, la que funda la necesidad y posibilidad histó
ricas de la revolución. Y verá también que es justamente la posición que
ocupa dentro del proceso de la producción material —y no su “sufrimiento
universal”— lo que funda su papel histórico como agente fundamental del
cambio revolucionario. Sin embargo, pese a estas limitaciones que derivan de
su desconocimiento de la economía, Marx ha descubierto, ya antes de pe
netrar en sus dominios, y a la luz de un planteamiento fundamentalmente
filosófico, la teoría de la revolución, del proletariado como agente del cam
bio y de la práctica como vía de su realización. Y justamente estos plantea
mientos filosóficos, por sus propias limitaciones, son los que le empujan de
nuevo al terreno de la economía.
Tras de lo alcanzado en su Crítica de la filosofía del Estado de Hegel,
particularmente al señalar el papel de las relaciones reales, materiales frente
a la esfera política, así como de lo logrado en su Introducción a esa Crítica
al descubrir la naturaleza revolucionaria del cambio, la misión del pro
letariado como agente histórico fundamental y el papel de la praxis revo
lucionaria, Marx no podía ir más allá sin entrar y adentrarse en el campo
de la economía.
L a lectura del Esbozo de una crítica de la economía política que Engels
acababa de publicar en el mismo número de los Anales Franco-Alemanes
en que había aparecido su Introducción contribuyó decisivamente a que
Marx viera por entonces (primeros meses de 1844) el nuevo camino que
necesitaba recorrer. Este trabajo de Engels en el que se sometía a crítica por
primera vez la economía política desde la perspectiva de la abolición de la
24
propiedad privada ejerció una influencia decisiva en la primera toma de con
tacto del joven Marx con la economía. Pero, al mismo tiempo, su propia es
tancia en París, su relación directa con obreros de carne y hueso y con sus
organizaciones revolucionarias, avivaron aún más su interés por el estudió
de las condiciones de existencia del proletariado, de la explotación de que
era objeto en el sistema de producción moderno. En la carta a Feuerbach
del 11 de agosto de 1844, se deja sentir la impresión que le ha producido
ese contacto con los obreros franceses: “ Hay que haber asistido por lo me
nos a una de las reuniones de los obreros franceses para poder concebir la
frescura intocada, la nobleza que emana de esos hombres agobiados por el
trabajo.” 13 Y después de destacar su superioridad sobre el proletario inglés
y el artesano alemán, agrega: “De todas maneras, es entre estos ‘bárbaros’
de nuestra sociedad civilizada donde la historia prepara el elemento prác
tico para la emancipación del hombre.” 14 Así, pues, tanto en el terreno
teórico como en el de la vida real, práctica, todo se conjugaba para hacer
imperiosa la necesidad de estudiar la economía política como ciencia de la
producción y de la riqueza creadas por los obreros en cuya existencia la
filosofía ya le había permitido advertir “la pérdida total del hombre” .
25
Cuadernos y Manuscritos) tratarán de impugnar.
Las tesis fundamentales de la economía política clásica se deben a Adam
Smith y a David Ricardo, que mueren respectivamente en 1790 y en 1823.
Adam Smith escribe en el país capitalista más desarrollado de su tiempo:
Inglaterra. Su teoría económica, en contraste con las de los mercantilistas
y fisiócratas, responde a los intereses de la nueva clase que domina mate
rialmente: la de los industriales. A su modo de ver, la riqueza de una na
ción depende, ante todo, del trabajo de sus habitantes (de su productividad
y de la cantidad de trabajo empleado). De Smith deriva la teoría del valor
de la mercancía por la cantidad de trabajo invertido en su producción.
L a economía smithiana, aunque se presenta como una teoría puramente
científica y económica, tiene como sustrato una concepción del hombre
como individuo egoísta que busca su propio provecho. Es la misma que
servirá a Hegel para construir su concepto de Sociedad Civil. Sin embargo,
esta antropología de Smith no excluye cierta armonía o equilibrio social,
ya que — a juicio suyo— una “mano invisible'5 guía a los individuos egoístas
de tal modo que, al buscar su propio provecho, favorecen —sin proponérse
lo— el interés general de la sociedad en su conjunto. L a libertad egoísta
se conjuga así con el determinismo social. A partir de actos egoístas, sub
jetivos, se obtiene un resultado objetivo (la producción con su estructura
objetiva, sujeta a leyes) que se impone así al atomismo social.
L a concepción smithiana de la sociedad regida por la búsqueda del pro
vecho propio y, a la vez, sujeta a leyes, no es una simple elucubración
suya, sino que responde a la sociedad capitalista real. Pero este nexo se
desvanece en esa concepción pues en ella el egoísmo que rige el comporta
miento de los individuos no es histórico, sino universal, ya que forma parte
de la “ naturaleza humana” . De ahí que no se plantee siquiera el carácter
histórico y transitorio de ese comportamiento de los individuos y de la
estructura objetiva (el mecanismo económico) que según él surge de sus
actos egoístas.
David Ricardo parte también de la antropología del homo oeconomicus;
este hombre se da, ciertamente, en la sociedad moderna cuyo mecanismo
él pretende desentrañar, pero lo propio del hombre real de la sociedad mo
derna se transforma también, ante sus ojos, en propio de la “ naturaleza
humana” en general. Teniendo como fondo esta concepción antropológica
26
así como una idea ahistórica de la sociedad, Ricardo avanza, sin embargo,
un largo trecho con respecto a Smith en el descubrimiento del mecanismo
económico. L a teoría del valor por el trabajo —descubierta por su ante
cesor— se convierte en sus manos en un principio fundamental y universal
que se aplica no sólo al trabajo presente, sino también al trabajo pasado,
incorporado a los instrumentos, edificios, etc. También el capital, como
trabajo acumulado, se integra en su sistema. De este modo eleva conside
rablemente el estatuto teórico del descubrimiento de Smith que Marx, en
su madurez, elevará y perfeccionará asimismo al descubrir el secreto de la
plusvalía.
Junto a estos dos grandes clásicos de la economía, en Francia encontramos
una escuela de economistas que, faltos del impulso creador de Smith y R i
cardo, no pasan de ser vulgarizadores de la economía clásica. Entre ellos
figura Jean-Baptiste Say, cuyo Tratado de economía política lee, extracta y
anota el joven Marx. Con este Tratado precisamente inicia sus lecturas de
los economistas. De él hace cerca de 200 extractos que llenan casi por com
pleto el Cuaderno I. Sólo en una ocasión hace un comentario propio
eii torno a ellos que se refiere precisamente a las relaciones entre la eco
nomía política como ciencia y la propiedad privada. En el mismo Cuaderno
encontramos los frutos de la lectura de otro seguidor de Smith: el econo
mista polaco Frederick Skarbek, autor de una Teoría de la riqueza social.
Sólo en el Cuaderno II hace su aparición Adam Smith a través de
diversos extractos de su obra fundamental y de un comentario de Marx.
De David Ricardo, el economista clásico más eminente y el representante
más autorizado de la teoría del valor por el trabajo, no encontramos todavía
huella alguna. Sólo en el Cuaderno IV entra en escena y, desde ese mo
mento, Marx se enfrenta abiertamente a él. Sin embargo, a partir de este
enfrentamiento, Ricardo no será el único interlocutor. Otros economistas
de menor talla como Boisguillebert, Buret, Mac Culloch, James Mili, Schultz,
etc., discípulos más o menos directos o consecuentes de los grandes econo
mistas ingleses, reclamarán la atención del joven Marx en sus extractos y
comentarios y, en ocasiones, como en el caso de James Mili, suscitarán pro
fundas reflexiones suyas.
Puede sorprender que el joven Marx iniciara sus lecturas, si dejamos a un
lado el Esbozo de Engels, por un epígono de los fundadores de la economía
27
clásica y no propiamente por ellos. Considerándose —como se consideraba
Say— un discípulo fiel, y dada su reputación en Francia como su discípulo
más aventajado, no debiera extrañarnos que el joven Marx, tan ayuno en
París de conocimientos económicos, fijara su atención en un Tratado que
gozaba en aquel país de gran notoriedad. Y, sin embargo, esta explicación
parece insuficiente. Marx tenía a la mano, como lo demuestran sus extrac
tos y notas posteriores, las ediciones francesas de las obras mayores de Adam
Smith y David Ricardo. ¿Por qué inicia entonces su contacto con la
economía clásica a través de uno de sus epígonos y no de la mano de sus
fundadores? Por otro lado, conviene señalar en el caso de Say que no era
un discípulo tan fiel de Smith como él mismo se consideraba y como era
considerado, a su vez, en Francia. En verdad, Say introdujo correcciones
tan importantes en la médula misma de la doctrina smithiana (en su teoría
del valor por el trabajo) al formular otro principio explicativo (el de la
utilidad) que, en rigor, equivalían a un abandono de ella. Ahora bien, ni la
notoriedad de Say en aquel tiempo en Francia ni el hecho de que —con
respecto a la teoría del valor— el joven Marx se sintiera a la sazón más
cerca de él que de Smith, bastan para explicar que comience sus lecturas
por su Tratado y que le preste tanta atención que llegue a hacer cerca de
200 extractos de él en el Cuaderno I (más que de ninguna otra obra, in
cluyendo las de los dos clásicos citados).
L a verdad es que, al iniciar sus lecturas económicas, el joven Marx se
encuentra inerme en este terreno, pues como Engels reconocería más tarde
en aquel momento “no sabía absolutamente nada” de economía.
Al concentrar su atención en Say, así como en Skarbek, el joven Marx
testimonia con ello que aún no aprecia la verdadera estatura de los dos
colosos de la economía inglesa ni se percata, por tanto, de la distancia que
media entre ellos y sus epígonos. Ya en el Cuaderno II extracta y co
menta la obra de Adam Smith Investigaciones sobre la naturaleza y las
causas de la riqueza de las naciones. En el Cuaderno IV se ocupa de
David Ricardo. Ya sabe Marx con quién tiene que habérselas e incluso,
después de captar el sentido de las tesis ricardianas, defiende al máximo
exponente de la economía inglesa (por haber expresado, aunque con todo
cinismo, una verdad) frente a sus críticos, los vulgarizadores Say y Sis-
mondi. Ricardo se le presenta como el economista burgués más consecuente
28
y lógico, pero, al mismo tiempo, más franco y cínico. El joven Marx, que
aún no acepta la teoría del valor por el trabajo, lo critica a la vez que re
conoce sus méritos y delimita las posiciones ricardianas frente a los emba
tes de los economistas vulgares. Sin embargo, las anotaciones más largas e
importantes de los Cuadernos IV y V están dedicadas a James Mili, eco
nomista inglés con el que despunta la desintegración de la escuela de R i
cardo.
Así como las notas en las que el joven Marx se opone a Smith y Ricardo
se hallan emparentadas con las del primero de los Manuscritos de 1844 en
las que somete a crítica la economía política clásica, las notas sobre James
Mili muestran una afinidad, por su temática de la enajenación, con la
parte última de dicho primer manuscrito. Pero así como este último, en la
parte en que somete a crítica la economía política, enlaza perfectamente con
las notas de lectura de los tres primeros cuadernos y vienen a ser un des
arrollo de la crítica esbozada en ellos, los comentarios del Cuaderno IV
(las notas sobre James Mili) enriquecen en un nuevo plano —con respecto
al poder enajenante del dinero— lo que Marx había escrito sobre el tema
de la enajenación en la parte final del Primer Manuscrito, titulada “ El
trabajo enajenado” . Cabe suponer por ello que fueron escritas a continua
ción del Primer Manuscrito como notas de lectura que habría de desarro
llar más adelante. Ahora bien, de la misma manera que las notas sobre
James Mili no constituyen una reiteración del tratamiento de la enajenación
llevado a cabo en el Primer Manuscrito, tampoco encontramos en el texto
posterior de los Manuscritos lo que pudiera considerarse como un desarrollo
de ellas. Esto nos lleva a suscribir la tesis expuesta al ser presentada la
versión rusa de dichas notas en el sentido de que debieron ser utilizadas
en la parte perdida del Segundo Manuscrito.15 Como es sabido, de éste sólo
se conservan las dos últimas hojas a las que los primeros editores de los
Manuscritos del 44 dieron el título de “ L a relación de la propiedad privada” .
Las notas de lectura aparecen por última vez en el Cuaderno V III acom
pañando a los extractos de tres trabajos del economista francés P. de
Boisguillebert, al que Marx consideraría más tarde en su Contribución a la
crítica de la economía política el primer representante de la economía polí
29
tica clásica en Francia. Además de los autores citados, en el Cuaderno V
se encuentran, junto a extractos de sus obras, algunas anotaciones refe
rentes a J. R. Mac Culloch y a su traductor francés G. Prevost. L a nómina
de autores extractados, junto con los citados y con F. Engels, se complementa
con los nombres de A. L. Desttut de Tracy, J. Lauderdale, J. Law, F.
List, C. W. Schüz, M. F. Osiander y Eugéne Buret. Los extractos (de des
igual extensión) de estos últimos autores no van acompañados de notas.
Tal es la disposición de las notas del joven Marx que han llegado hasta
nosotros, disposición que debió corresponder al orden cronológico de sus
propias lecturas. En una hoja suelta y al margen de los cinco cuadernos
que contienen notas y, a la vez, inaugurando sus extractos y anotaciones,
encontramos el resumen del artículo de Engels, Esbozo de crítica de la eco
nomía política. Antes de trazar el itinerario del joven Marx en este primer
contacto con la ciencia económica, nos ocuparemos brevemente del traba
jo de Engels siguiendo asimismo las huellas que su lectura deja, a través de
su resumen, en el joven Marx.
30
parte de una premisa opuesta: no la de la legitimidad sino la de la supre
sión de la propiedad privada. No cabe duda de que esta óptica nueva de
bió ejercer una influencia decisiva en el pensamiento del joven Marx. No
era ciertamente la primera vez que se enfrentaba a la propiedad privada. Ya
en L a Gaceta Renana Marx había podido registrar sus efectos perturba
dores y en su Crítica de la filosofía del Estado de Hegel había visto tam
bién cómo introducía la particularidad y la irracionalidad, desde la Socie
dad Civil, en la esfera misma del Estado. Pero no se planteaba aún la
necesidad de su abolición.
En su crítica de la economía política Engels no pierde de vista un solo
momento que se trata de una ciencia que surge y se desarrolla en las con
diciones de la propiedad privada. Por esto, dice, “mientras se mantengan
en pie las condiciones actuales, debería llamarse economía privada” .18 El
mérito de la economía consiste en haber elaborado las leyes de la propie
dad privada, pero partiendo de ésta como de un fundamento natural, cuya
legitimidad no cuestiona. Al subrayar este nexo entre economía y propie
dad privada, que la primera reconoce pero no impugna, Engels no hace
sino poner de manifiesto, a su vez, los nexos entre la economía y los in
tereses de clase. L a pretendida ciencia económica tiene —y éste es otro gran
descubrimiento de Engels— un carácter de clase. Es “la ciencia del enri
quecimiento” .19 Así, pues, al establecer las leyes de la propiedad privada,
la economía política acepta a ésta como una categoría natural y, con ello,
pone de manifiesto su carácter burgués. Engels, al subrayar este carácter,
propone a su vez la visión opuesta (no la de su aceptación, sino la de su
supresión). Es decir, si bien reconoce el hecho de su existencia -—cuyas
leyes ha descubierto la economía—, ve en ella una premisa histórica y
transitoria de la existencia social. Por esta razón, mientras el punto de vista
de la economía política es metafísico y burgués, el de Engels es revolucio
nario y proletario. El punto de vista de la supresión de la propiedad pri
vada es ya —como señala Lenin— el punto de vista del socialismo. Este
punto de vista, que Engels es el primero en oponer a la economía política,
se va a revelar muy fecundo para el joven Marx, ya que a partir de él po
31
drá llevar a cabo su proyecto de crítica de la economía política, iniciado
inmediatamente después de la lectura del Esbozo de Engels y llevado hasta
sus últimas consecuencias en El Capital.
En la segunda parte de su artículo, Engels se ocupa del valor con la do
ble naturaleza que le reconocen los economistas: como valor abstracto o
real, y como valor de cambio. Engels se refiere a la disputa entablada en
tre los ingleses, por un lado, principalmente Mac Culloch y Ricardo (hay
que señalar que los pone en el mismo plano), y el francés Say. Los ingle
ses determinan el valor real de una cosa por el costo de producción; Say lo
mide con arreglo a su utilidad. Refiriéndose directamente a la concepción
de los economistas ingleses, Engels considera que el “valor abstracto y su
determinación por el costo de producción no son, en efecto, más que abs
tracciones, absurdos55.20 Considera asimismo que no es posible dejar a un
lado la utilidad, así como al factor competencia. El valor real, determina
do por el costo de producción, vendría a ser para Engels una abstracción
que oculta relaciones reales. L a solución, a juicio suyo, tampoco puede es
tar en la concepción de Say, según la cual el valor se mediría por la uti
lidad. Ahora bien, “la utilidad de algo es puramente subjetiva55, y, por
consiguiente, un artículo de primera necesidad debiera valer menos que
otro de lujo. Pero, bajo el régimen de la propiedad privada, sigue afirman
do Engels, el único camino para determinar la utilidad es el de la compe
tencia, pero admitida ésta se deslizará con ella el costo de producción “ya
que nadie venderá las mercancías por menos de lo que le ha costado pro
ducirlas5’ .21
Engels presenta, pues, las cosas por lo que toca al valor como si se trata
ra de un movimiento contradictorio (utilidad o costo de producción), del
cual los economistas captarían sólo uno de los términos (los costos de pro
ducción: los ingleses; la utilidad: Say) cuando de lo que se trata es, a su
modo de ver, de integrar los dos factores que una y otra escuela divorcian.
“ El valor es la relación entre el costo de producción y la utilidad55, dice
Engels. L a principal aportación de los economistas ingleses —es decir, la
determinación del valor de la mercancía por el trabajo— escapa así al jo
ven Engels. Y es justamente su empeño en destacar la vinculación de la
20 Ibid., p. 9.
21 Loe. cit.
32
economía política clásica con la propiedad privada, y en acentuar el papel
de ésta y de sus consecuencias negativas, lo que contribuye a que Engels
—y tras él, Marx— no pueda apreciar adecuadamente la teoría del valor
por el trabajo y ver, por tanto, el trabajo como elemento fundamental del
costo de producción y como fuente de toda riqueza o valor.
Al tratar de explicar el comercio como consecuencia inmediata de la
propiedad privada, y el valor como categoría condicionada por él, Engels
—después de rechazar como hemos visto las posiciones unilaterales de Ri
cardo y Say—■ se niega a aceptar lo que sostienen los economistas: que el
precio coincida con el valor real y considera, en cambio, que “viene deter
minado por la acción mutua del costo de producción y la competencia” .
L a economía trata de velar por el estado de cosas en las condiciones de la
propiedad privada; de ahí la construcción de abstracciones que ocultan las
relaciones. A la esfera de estas relaciones pertenece, ante todo, la compe
tencia como culminación de “la inmoralidad del orden humano actual” .22
Se subraya con frecuencia el moralismo de Engels cuando, en expresio
nes como esta última, enjuicia la realidad económica. Sin embargo, este
moralismo debe ser justamente entendido. No se trata de una contradicción
entre un ideal moral y la realidad, sino de la contradicción que encuentra
el joven Engels entre el hombre y la economía, o también entre la esencia
humana y una realidad económica en la que cada individuo se amuralla
en su interés egoísta y entra en conflicto con los otros. Lo que Engels llama
inmoral es justamente este orden humano, regido por el egoísmo, que entra
en contradicción con su idea del hombre, de inspiración feuerbachiana (como
ser genérico). Pero este orden, donde florece el egoísmo, tiene una constitu
ción objetiva: el de las relaciones reales regidas por la competencia. Y tie
ne, a su vez, un fundamento último: la propiedad privada. “ Mientras se
mantenga la propiedad privada, todo tiende, en fin de cuentas, hacia la
competencia” .23 Ella desata esas relaciones efectivamente reales, objetivas,
aunque Engels califique de inmoral el orden constituido por ellas; la com
petencia desata —dice Engels— “ la lucha del capital contra el capital, del
trabajo contra el trabajo, de tierra contra tierra, arrastra la producción a
un vértigo en el que se vuelven del revés todas las relaciones naturales y
22 Ibid., p. 15.
23 Ibid., p. 14.
33
humanas” .24 L a inmoralidad estriba justamente en esta inversión de las re
laciones humanas, o también en esta contradicción entre ellas y la esencia
del hombre.
Pero la competencia es, en definitiva, el resultado de la propiedad pri
vada. Engels subraya su importancia al ponerla en la esfera de lo verdade
ramente real frente a las abstracciones de la economía política, dentro de
las cuales incluye también su descubrimiento capital: la teoría del valor.
Engels le atribuye tanta importancia que después de haber afirmado, como
ya tuvimos ocasión de ver, que “el valor es la relación entre el costo de
producción y la utilidad” acaba por hacer tabla rasa del concepto mismo
de valor. “Ya no puede ni hablarse de valor. El mismo sistema que tanta
importancia parece dar al valor [. . .] se encarga de destruir, por medio de
la competencia, todo valor inherente y hace cambiar directamente y a cada
hora la proporción de valor de todas las cosas, unas con otras.” 25 Así, pues,
tras de haber impugnado, por unilaterales, los conceptos de valor de Ri
cardo y Say, acaba por negar que pueda hablarse propiamente de valor y
sí, en cambio, de “las eternas oscilaciones de los precios determinadas por
la competencia” .26 En suma, es el principio de la competencia, basado en la
propiedad privada, el que rige en la esfera de las relaciones reales, y no
el del valor que Engels considera como una abstracción destinada a justi
ficar el orden que tiene por fundamento último la propiedad privada.
Tales son las ideas fundamentales del trabajo de Engels que abre a Marx
las puertas de la economía, e influye decisivamente, con todo su peso, es
decir, con sus hallazgos y limitaciones, en el joven Marx, quien hará suya la
actitud negativa de Engels hacia la teoría del valor por el trabajo y acen
tuará aún más el enfoque filosófico (contradicción entre esencia humana
y realidad económica, o entre economía y humanismo) que hemos adver
tido en el Esbozo. Pero Engels le hace ver sobre todo:
a] el papel de la economía como clave de la Sociedad Civil, y, a su vez,
la importancia de la propiedad privada como fundamento de las relacio
nes reales humanas;
b] el mérito de la economía política al establecer las leyes del orden hu
24 Ibid., p. 17.
25 Ibid., pp. 16-17.
26 Ibid., p. 16.
34
mano basado en la propiedad privada;
c] el carácter histórico y transitorio de este fundamento;
d] la vinculación entre la economía y la propiedad privada y, en conse
cuencia, el carácter burgués, de clase, de esta ciencia al considerar el orden
basado en ella como un orden natural y racional;
e] el punto de vista opuesto al de la economía política, a saber: el de la
supresión de la propiedad privada, lo que equivale a proporcionar un fun
damento económico (no sólo filosófico) al socialismo.
Marx habrá de mostrar las huellas de la lectura del Esbozo de Engels
en su propio resumen al destacar sus ideas fundamentales, pero sobre todo
en sus notas de lectura de las obras de los economistas. Pero no será un
simple seguidor suyo sino que —sobre todo en los Manuscritos de 1844
caminará por cuenta propia al ofrecer su propia solución a los problemas
planteados por primera vez, o apenas esbozados, por Engels: ¿ cuál es el ver
dadero carácter de la economía política como ciencia y del orden social ba
sado en la propiedad privada?; si ésta justifica y sanciona el orden social
burgués y si la teoría del valor contribuye a esa justificación, ¿cuál es la
alternativa que cabe ofrecer para explicar lo que la economía política, en
definitiva, justifica,, pero no explica, o sea: la explotación?
Veamos cómo se gestan las respuestas a estas cuestiones —comunes a los
Cuadernos y los Manuscritos— en las notas de lectura del joven Marx.
VI. LA ACTITUD NEGATIVA DEL JOVEN MARX HACIA LA TEORÍA DEL VALOR
35
mía política con la propiedad privada. Las huellas enguelsianas son aquí
evidentes. L a economía política es considerada como la “ciencia del enri
quecimiento” , pero como no hay riqueza sin propiedad privada, esta pre
tendida ciencia parte en definitiva de la propiedad privada como su pre
misa o fundamento. Los economistas aceptan esta relación como algo dado,
natural, y, por consiguiente, tiene por base un hecho no explicado; es
decir, aceptado sin ver su necesidad. Así, pues, como la “ciencia del enri
quecimiento” descansa en la propiedad privada y es inconcebible sin ella,
y como este hecho que le sirve de fundamento no se explica, descansa en
un “ hecho carente de necesidad” . Al no plantearse siquiera la necesidad
del hecho en que descansa, se desvanece su estatuto teórico. L a economía
política como ciencia es así cuestionada.
Y a en este Cuaderno el joven Marx deja constancia de su primer con
tacto con la teoría d jl valor por el trabajo al transcribir la definición clá
sica del valor, tal como Adam Smith la expone en su obra fundamental
Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las na
ciones.
“No fue en modo alguno con oro o con dinero, sino con trabajo con lo
que fueron compradas originariamente todas las riquezas del mundo. Su va
lor para quienes las poseen y buscan cambiarlas por nuevos productos es
precisamente igual a la cantidad de trabajo que ellas están en condiciones
de comprar o encargar.” [113]
Marx no hace aquí ninguna observación sobre la teoría del valor por el
trabajo; más adelante se referirá a ella, pero teniendo presente sobre todo
la forma más elaborada que adoptará con David Ricardo, al cual se refe
rirá expresamente.
Es en el Cuaderno IV donde el joven Marx se enfrenta directamente a
la versión ricardiana de la teoría del valor. Empieza por mostrar su acuer
do con un hecho que registra Ricardo: cómo el obrero no gana nada con
la elevación de la productividad del trabajo, e inmediatamente transcribe la
definición ricardiana de valor: “ El trabajo [. . .] fuente de todo valor, y su
cantidad relativa [. . J la medida que regula el valor relativo de las mer
cancías.” [109]
Marx se limita aquí a exponer, con sus mismas palabras, dos ideas de
Ricardo, a saber: a] el trabajador no gana nada al elevarse la productivi
36
dad de su trabajo, y b] el trabajo es la fuente de todo valor y, por tanto,
de la mercancía producida por su trabajo. ¿No es eso una contradicción?
Lo es, pero por ahora el joven Marx se limita a señalarla con las propias
palabras de Ricardo. Es la misma contradicción que registrará —ya seña
lada explícitamente— en los Manuscritos de 18449 colocándose “en el pun
to de vista del economista55 (de nuevo con sus mismas palabras),27 con
tradicción que éste no explica, y a la que ya en los propios Manuscritos
tratará de dar una explicación. Se trata en definitiva de lo siguiente: si
el trabajo es la fuente de todo valor, ¿cómo es que el obrero no se eleva
—y, por el contrario, se empobrece material y espiritualmente— al elevar
se su productividad?28 En las obras de madurez (particularmente en El
Capital) también partirá del reconocimiento de la tesis de la economía clá
sica, pero la contradicción se planteará en otros términos: si el trabajo es
la fuente de todo valor ¿cómo se explica la aparición de un valor produ
cido por el obrero que excede (como plusvalía) el valor (salario) del tra
bajo (o, más exactamente, de la fuerza de trabajo) ? Ahora bien, esta
contradicción no deja de estar relacionada con la que se plantea en su obra
juvenil, pues la producción de ese excedente o plusvalía se traduce, asimis
mo, en una depauperación (material y espiritual) del obrero, hecho seña
lado una y otra vez en El Capital.
Pero prosigamos por ahora con las observaciones juveniles de Marx sin
perder de vista las dos contradicciones antes señaladas.
Ricardo desarrolla la idea de que el trabajo engloba la totalidad del pre
cio, pues el capital también es trabajo. Según lo muestra Say, Ricardo ol
vida las ganancias del capital y de la tierra, que no son puestos gratuita
mente a disposición. Proudhon concluye con razón que, allí donde existe
37
la propiedad privada, una cosa cuesta más de lo que vale: justamente el
tributo que es pagado al propietario privado. [109]
Se trata, en cierto modo, de una nueva modulación de las contradiccio
nes anteriores: si el trabajo, como fuente de todo valor, entra necesaria
mente en los costos de producción, ¿de dónde proceden las ganancias del
capital (y de la tierra), al no obtenerse gratuitamente? O también: si el
capital es también trabajo (como dice el propio Ricardo) ¿cómo puede
darse una ganancia del capital que no salga del trabajo mismo y se pague,
por tanto, como un generoso tributo al propietario privado?
He ahí de nuevo la contradicción que ya advierte el joven Marx en
estas notas de lectura; se trata de una contradicción que abriga en su seno
el secreto de la explotación del obrero. En sus obras juveniles, la explota
ción estriba precisamente en el hecho de que el hombre se desvaloriza en
la medida en que produce valores. Ya en los Manuscritos de 1844, tan
directamente vinculados a estas notas de lectura, ofrece un primer intento
de explicación (intento que no había realizado aún Engels en su Esbozo)
con su teoría del trabajo enajenado. Recordemos a grandes rasgos ese pri
mer intento, expuesto precisamente en la parte final de Primer Manuscrito
conocida con el título de “ El trabajo enajenado’5.29 No es el trabajo en ge
neral —como sostiene la economía clásica— sino una forma concreta e
histórica del trabajo humano la que da lugar a esa contradicción: fuente
de valor, por un lado; de desvalorización, por otro. Se trata de un hecho
(de un “ hecho económico actual” , como dice el propio Marx) que tiene
consecuencias no solamente en el plano económico (las únicas que intere
san a la economía política), sino fundamentalmente humanas (para el
obrero en cuanto hombre, que son en los Manuscritos las que interesan
primordialmente al joven M arx). L a misma contradicción que la econo
mía clásica registra —sin explicarla o aceptándola como un hecho natu
ral— pretende explicarla Marx haciendo intervenir el concepto filosófico
de esencia humana, que —como hemos visto— estaba subyacente, sin aflo
rar, en el Esbozo de Engels. De este modo, la contradicción reconocida por
la propia economía política se convierte a los ojos del joven Marx en con
tradicción entre trabajo humano (pero no ya el trabajo en general, sino
38
una forma concreta de éste: el trabajo enajenado) y la esencia humana.
Ahora podemos volver a la pregunta o contradicción ya señalada en los
Cuadernos, y a la respuesta de los Manuscritos: si el trabajo es la fuente
de valor ¿cómo es que el trabajador no gana nada al elevarse su produc
tividad y, por el contrario, se desvaloriza? Porque el trabajo humano revis
te la forma del trabajo enajenado. Sobre esta respuesta y, particularmente,
sobre sus limitaciones, habrá ocasión de volver cuando examinemos el
modo de abordar en los Cuadernos el problema de la enajenación. Lo que
por ahora podemos subrayar es la incompatibilidad para el joven Marx
entre la teoría del valor tal como la formula la economía clásica y la teoría
del trabajo enajenado, tal como la expone el joven Marx. ¿Por qué esta
incompatibilidad que supone el rechazo de la primera y la aceptación de
la segunda? Por ahora sólo podemos aventurarnos a responder pura y sim
plemente: porque en la forma en que esta teoría llega al joven Marx (es de
cir, en la forma en que ha sido elaborada por Adam Smith y particularmente
por Ricardo), si bien acepta la contradicción antes señalada (valorización del
mundo de las cosas-desvalorización del trabajador) no la explica y no sólo no
la explica, sino que la acepta como un hecho natural. En pocas palabras,
no revela el secreto de la explotación del obrero y, por el contrario, la
justifica. Llegará el momento en que Marx aceptará la teoría del valor
por el trabajo, no para quedarse en ella, sino para desarrollarla hasta sus
últimas consecuencias, como teoría de la plusvalía. En este caso, será esta
teoría y no la del trabajo enajenado la que dé razón o revele el secreto
de la explotación del obrero. Y a no se tratará de explicar (o más bien
describir) una forma concreta de trabajo, sino de esclarecer cómo surge
en la producción y en la relación social capital-trabajo el excedente de
valor (o plusvalía) que el obrero produce y del que se apropia el capita
lista.
En los Cuadernos de París, las objeciones del joven M arx a la teoría del
valor (insistimos: en la forma en que está elaborada hasta entonces) to
man también otro sesgo muy importante, con respecto al salario. Para la
economía clásica, el salario expresa el valor del trabajo (M arx corregirá
en su madurez: de la fuerza de trabajo). Por tanto, de acuerdo con esta
teoría el capitalista paga por el trabajo (o más exactamente, por el uso de
la fuerza de trabajo) el equivalente en dinero (salario) de su valor. Para
39
la economía clásica la relación capital-trabajo es una relación entre térmi
nos equivalentes. Por tanto, aun admitiendo como una consecuencia na
tural la desvalorización del trabajador ¿dónde estaría la explotación? Con
toda seguridad, Marx habría de ver en esta concepción del salario una
nueva ocultación o justificación de la explotación del obrero y, por ello,
no puede aceptar esta concepción del salario íntimamente vinculada con
la teoría clásica del valor por el trabajo. Y a en los Cuadernos, el joven
Marx considera, frente a los economistas clásicos, que el salario del obrero
depende de la lucha entre los obreros y capitalistas, así como de la compe
tencia entre estos últimos, lo que le lleva a la conclusión de que “ incluso
los costos de producción se hallan determinados por la competencia y no
por la producción” . [112] Recordemos la fuerza con que Engels en su Es
bozo subraya el papel de la competencia, vinculada estrechamente a la
existencia de la propiedad privada. L a economía clásica fija la atención
sobre todo en la producción, así como en la relación que obreros y capi
talistas mantienen en ella (el obrero es ciertamente el productor de valo
res, pero el capitalista se apropia de ellos después de haber pagado al obre
ro su trabajo por su valor) ; el joven Marx, que no acepta semejante re
lación entre capitalista y obrero (relación que aceptará en su madurez con
la decisiva corrección que introduce su teoría de la plusvalía), objeta la
teoría clásica del valor porque, al fijar el centro de su atención en la pro
ducción, olvida la competencia que para él —como para el joven Engels—
constituye la verdadera realidad.
L a economía política clásica pone en el lugar de la competencia una
abstracción (el valor) y, de este modo, invierte los términos entre abstrac
ción y realidad. Sobre esta inversión, que el propio Marx ha denunciado
—como ya hemos visto— en otro plano (en su Introducción a la Crítica
de la filosofía del Estado de Hegel), habrá de insistir en más de una oca
sión a lo largo de sus notas de lectura. Y esta insistencia no es casual, ya
que con dicha inversión se pone al desnudo, a su modo de ver, el carác
ter encubridor de la ciencia económica burguesa con respecto a la verda
dera realidad económica. L a economía política es acusada vigorosamente
de esta inversión-mistificación en el siguiente pasaje de los Cuadernos:
40
“ precio natural” y que piensa dejar de lado los accidentes de la com
petencia, a los que llama “cierta causa momentánea o accidental” . Para4
dar más cohesión y precisión a sus leyes, la economía política tiene qué
suponer la realidad como accidental y la abstracción como real. [112]
41
existencia de la propiedad privada hace imposible semejante equivalencia
de mercancías según la ley del valor.
Ahora podemos comprender su actitud negativa hacia la teoría del va
lor. Esta teoría al sostener el intercambio de mercancías por sus valores
hace abstracción de la propiedad privada y, con ello, de la propia realidad
(el mundo de los precios y de la competencia) a la vez que se refugia
en un reino abstracto: el del ‘‘precio natural” o valor, el de la coinci
dencia necesaria (no momentánea o accidental) del precio de una mer
cancía con su valor, etc. L a economía política abandona el suelo real para
instalarse en el cielo abstracto de un mundo de equivalencias, de inter
cambio de mercancías por sus valores, etc., sin tomar en cuenta la
propiedad privada. Pero justamente ésta es la que engendra la competen
cia y, consecuentemente, la que hace imposible el cambio equivalente y la
coincidencia necesaria del precio y valor de las mercancías.
Los problemas que se plantean en este reino abstracto, es decir, al mar
gen de la propiedad privada, pueden tener y sólo tienen sentido si se
hace semejante abstracción, pero lo pierden cuando se trata del mundo real.
Es lo que Marx subraya, a modo de conclusión, en el pasaje que sigue
inmediatamente al anterior.
En la comunidad, por ejemplo, puede tratarse del siguiente problema:
¿cuál de estos dos productos se dará mejor en este suelo? ¿Compensa
rán los resultados el trabajo empleado y el capital invertido? Pero, dado
que en economía política sólo se trata ya de precios de mercado, las
cosas ya no son consideradas con relación a sus costos de producción ni
éstos teniendo en cuenta a los hombres, sino que toda la producción es
considerada en referencia al tráfico sórdido. [113]
42
valor y costos de producción hay que considerar el mercado, el intercambio,
y, con ellos, la competencia. En la economía se afirma el precio de mer
cado frente al valor, los objetos no se consideran en relación con los cos
tos de producción sino atendiendo a la competencia y, finalmente, éstos
no toman en cuenta a los hombres sino que toda la producción, ajena
en consecuencia al hombre, se considera desde el ángulo del “ tráfico sór
dido” . [113] ¿Qué significa todo esto? Que para el joven Marx como
para el Engels del Esbozo el destino de la economía no se juega en la pro
ducción sino en el del comercio, en el de la circulación de mercancías,
en el “ tráfico sórdido” de los productos en que, bajo la determinación de
la competencia, el valor real de éstos se transforma en valor comercial o
de cambio.
Tal es el mundo de la economía en las condiciones del comercio y la
competencia en el sistema de la propiedad privada.
43
les” ? Pero también Ricardo, sólo quiere en realidad [justificar] las di
ferencias entre las diversas clases. [114]
44
den ser barnizadas por Say y Sismondi. Con respecto a la distinción entre
ingreso neto e ingreso bruto, afirma Ricardo que, desde el punto de vista
de la economía del país, sólo interesa el ingreso neto, representado por la
suma de las utilidades y de las rentas. Lo principal, pues, para la pro
ducción es la ganancia. En relación con esta distinción entre ingreso neto
e ingreso bruto, comenta así el punto de vista de la economía burguesa:
45
es precisamente lo que Marx no puede aceptar.
Pero el joven Marx no se encuentra todavía en condiciones de propor
cionar, en el terreno mismo de la economía, la teoría de la explotación
que falta en ella. En rigor, lo que la economía dice —y lo dice franca
mente— es en qué reside el valor del obrero como obrero. Marx sólo puede
cuestionar esta afirmación filosóficamente, es decir, desde el nivel de su
concepción del hombre; o sea, considerando el valor del obrero como hom
bre, Sólo en su madurez Marx aceptará la relación de equivalencia y, par
tiendo de ella, ofrecerá lo que no ha podido ni querido ver la economía bur
guesa: el secreto de la explotación del obrero. El capitalista compra efec
tivamente la fuerza de trabajo (claramente distinguida del trabajo, dis
tinción que no hace la economía burguesa) por su valor, pero lo que
compra como tal fuerza de trabajo es una mercancía peculiar capaz de
crear un valor que excede a su propio valor (plusvalía), y del que se apro
pia el capitalista. Ahora bien, esta concepción no sólo permite a Marx ex
plicar el valor del obrero en términos económicos, sino que además le ofrece
la teoría de la explotación que no encontraba en los economistas clásicos y
que él por otro lado no podía ofrecer aún. Resulta así que es justamente
la ausencia de una teoría de la explotación lo que lleva al joven Marx a
enfrentarse a la economía clásica, pero por otro lado en la medida en que
se aleja de ella al rechazar su teoría del valor, su crítica de la economía
política burguesa y su primer intento de explicar la explotación con su
teoría del trabajo enajenado, habrán de tener forzosamente un carácter no
económico sino fundamentalmente filosófico.
Más adelante se refiere, en este Cuaderno IV, a las críticas de Say y
Sismondi a las tesis ricardianas. Ahora bien, cuando las combaten ¿qué es,
en rigor, lo que están combatiendo?; ¿es acaso su contenido; es decir, que
la producción está al servicio de la ganancia y que la vida del obrero
como hombre no vale nada? Marx responde de hecho en los siguientes
términos:
Cuando Say y Sismondi [. . .] combaten a Ricardo, lo único que hacen
es combatir la expresión cínica de una verdad económica. Desde el
punto de vista de la economía política, la tesis de Ricardo es verdadera
y consecuente. ¿Qué viene a demostrar, con referencia a la economía
política, el hecho de que Sismondi y Say tengan que salirse de ella para
46
combatir sus resultados inhumanos? Una sola cosa: que lo humano se
halla fuera de la economía política y lo inhumano dentro de ella. [118-119]
Los economistas vulgares no combaten, pues, el contenido inhumano de
las tesis ricardianas sino su expresión cínica. Y cuando quieren comba
tirlas tienen que salirse de la economía, lo que prueba según Marx que
ese contenido le es inherente, que es propiamente una ciencia inhumana.
Con ello, el joven Marx no hace más que reafirmar la relación de esa
ciencia con la realidad como “expresión cínica de una verdad económica” .
Ciertamente enuncia —aunque cínicamente— la verdad de una situación
en la que el obrero produce con vistas a la ganancia sin que su vida en
sí, como hombre, tenga ningún valor. Es lo que dice el propio Ricardo
según Marx:
El sentido correcto de la tesis de Ricardo es éste: el ingreso neto de una
nación no es otra cosa que la ganancia del capitalista y la renta del te
rrateniente, [es un ingreso que] no le incumbe para nada al obrero. Por
tanto, salvo en la medida en que es la máquina de estos beneficios pri
vados, tampoco la economía le incumbe al obrero. [119-120]
Así, pues, Marx rechaza las objeciones económicas y políticas de Say y
Sismondi y defiende, frente a ellos, a Ricardo por haber enunciado fran
camente una verdad económica. Su “cinismo” contrasta ciertamente con
la pretensión, de sus críticos de endulzar esa verdad, pero en última ins
tancia no hace más que reconocer abiertamente, sin afeite alguno, el ver
dadero objetivo de la producción capitalista, y la situación inhumana del
obrero cuando produce para la ganancia y no para el hombre. El cinismo
de Ricardo, al enunciar una verdad económica y desgarrar así los velos
que permiten abrigar ilusiones humanas con semejante producción, se
presenta al joven Marx como un mérito al que no regatea su aplauso. “Va
rias veces — dice— hemos tenido ya ocasión de admirar el cinismo de eco
nomista, exento de toda ilusión humana, propio de Ricardo.” [121] Pero
todo esto plantea, a nuestro modo de ver, algunos problemas. En efecto,
si la economía enuncia verdades económicas que ponen de manifiesto su
contenido inhumano, ¿por qué, entonces, Marx critica primero a la eco
nomía burguesa y la defiende después frente a Say y Sismondi? ¿Dónde
estaría, pues, el lado ideológico, burgués de esa ciencia? No, por supuesto,
47
en el reconocimiento de una verdad económica. ¿Acaso estaría en el modo
(cínico) de reconocerla o enunciarla? El cinismo del economista surge, en
verdad, como una actitud ante ella; expresa cierta complacencia con la
verdad, pero no agrega ni quita nada a ésta. Más bien, la patentiza con
más fuerza ante nuestros ojos. Por ello, la subraya el joven Marx frente
a los que pretenden mostrarla como una sombra apenas de ella misma.
Pero el problema no está ni en el simple reconocimiento de su existencia
ni en el modo de enunciarla. Está (y, efectivamente, está a lo largo de toda
la crítica de la economía política que lleva a cabo el joven Marx tanto en es
tos Cuadernos como en los Manuscritos) en la doble operación de mos
tración y ocultación que efectúan los economistas. Se enuncia una verdad
acerca de la producción al considerarla como producción para la ganan
cia, en la que la remuneración del trabajo deja fuera las facultades inte
lectuales y en la que, en suma, el valor del obrero se reduce a sus costos
de subsistencia. Pero el enunciado de esta verdad, al referirse a la produc
ción en general, oculta la realidad económica histórica-concreta en que lo
enunciado es verdadero. Pura y simplemente: se presenta la verdad de una
forma histórica concreta de producción como la verdad de la producción,
con lo cual lo enunciado por los economistas —aun reconociéndose su uver
dad”— tiene que ser objetado. Pero no lo objeta el joven Marx desde un
punto de vista económico, pues desde él hay una “verdad económica” . Lo
objeta saliéndose de la economía —como se han salido por otras razones
Say y Sismondi— y criticando a la economía desde cierta concepción del
hombre. Puesto que se trata de considerar al obrero como hombre y lo
humano se halla fuera de la economía política, es la filosofía con cierta
concepción del hombre la que ha de permitir esta crítica humanista de la
economía. En ella, y desde ella, su “verdad económica” deja de tener va
lidez. Desde esta nueva óptica que surge de la negación de la realidad eco
nómica actual y de la teoría económica que la justifica, la producción ya
no es para la ganancia, sino para el hombre, y el valor del obrero estriba,
ante todo, en su valor como hombre.
Hay otro aspecto del combate de los críticos de Ricardo en que el punto
de vista del joven Marx, sin abdicar de su crítica fundamental, se alinea
48
al lado del gran economista burgués y, a su vez, frente a los que lo comba
ten (Say y Sismondi). Es el de la relación entre los intereses particulares
y generales, basada en la distinción ricardiana entre ingreso bruto e ingreso
neto. Este último, como hemos visto anteriormente, sería el único que in
teresaría a los capitalistas. Pero Say y Sismondi sostienen que esa distinción,
que es importante desde el punto de vista de los intereses particulares, no
lo es desde el punto de vista de los intereses de la nación en su conjunto.
Ahora bien, ¿qué consecuencia habría que sacar de esto; es decir, si la
distinción carece de importancia económico-nacional? He ahí la cuestión
que se plantea Marx.
¿Por qué, entonces, tendría la clase obrera que abstenerse de abolir esta
distinción, que no tiene sentido para la comunidad y que es fatal para
ella? Y si el punto de vista económico-nacional no debe quedar como abs
tracción, entonces, el capitalista, el terrateniente —así como el obrero—,
como miembro de su nación, tiene que sacar la siguiente conclusión: no
se trata de que yo gane tanto más, sino de que esta ganancia nos beneficie
a todos; dicho de otro modo, el capitalista tendría que abolir el punto de
vista del interés particular, y si él no quisiera hacerlo por sí mismo,
otros tendrían el derecho de hacerlo en su lugar. [121]
L a consecuencia debiera ser, por tanto, la abolición del interés particu
lar en aras del general.
Más adelante, Marx transcribe literalmente un pasaje de Ricardo en el
que éste refuta una afirmación de Say según la cual “la tendencia natural
de las cosas no lleva a los capitales preferentemente hacia donde hacen ma
yores ganancias, sino hacia donde sus efectos son más beneficiosos para la
sociedad” . [122] O sea, la tendencia natural no lleva a la ganancia particu
lar sino al beneficio general. Pero Ricardo no acepta semejante disociación
como no la aceptaba Adam Smith para quien la sociedad es una “socie
dad comercial” . L a tesis ricardiana que Marx aprueba y que, a juicio suyo,
no es refutada por Say, dice en definitiva que la ganancia del capitalista no
difiere de la de la nación. L a tesis de Say, que Ricardo refuta una vez
más con cínica franqueza, crea la ilusión de que el capitalista puede guiar
se por los intereses de la nación y no por los particulares suyos, con lo cual
establece una categórica distinción entre unos y otros, Pero Marx capta
49
profundamente lo que quiere decir Ricardo, al negarse a hacer semejante
distinción.
¿Qué afirma, en último análisis, la observación de Ricardo? Sólo una
cosa: que la ganancia del país, separada de la de los capitalistas, es una
ficción, ya que por “país” entendemos el conjunto de los capitalistas. [123]
Pero, acto seguido^ la crítica de Marx se endereza a la economía clásica
y, en particular, al propio Ricardo.
En cuanto al capitalista individual, podría éste afirmar a su vez que el
conjunto de los capitalistas es para él sólo una ficción y que él es el
país, y su propio beneficio el beneficio del país. Si se admite que los
intereses particulares de los capitalistas son los del país, ¿por qué no
habría de admitirse que el interés particular de un capitalista individual
es idéntico al interés general de todos los capitalistas? . . . Se trata de
una ficción arbitraria de la economía política; parte de la oposición en
tre el interés particular y el interés común, y sostienen que, pese a esta
oposición, el interés particular es el interés general. [123-124]
Marx se había sumado a Ricardo al criticar a Say y Sismondi porque
éstos admitían que, pasando por encima de sus intereses particulares, los
capitalistas podrían mover sus capitales hacia el interés general, pero ahora
vuelve sus armas contra Ricardo y la economía clásica por identificar el
interés general, de la nación, con el particular de los capitalistas e incluso
con el individual de cada uno de ellos. El sentido de la crítica de Marx
se despliega a fondo una vez que Ricardo, después de rechazar la pudibun
dez de Say y Sismondi, proclama con franqueza semejante conciliación de
lo particular y lo general. Pero veamos cómo el joven Marx pone de mani
fiesto esta nueva ficción o mistificación de la economía política.
Cuando Ricardo no comprende por qué, según Say, sólo en el caso del
comercio exterior —y no en el del comercio interno— toda ganancia cons
tituye una utilidad producida, lo que quiere decir con ello no es otra
cosa que: tanto en un caso como en otro hay robo, y poco importa a la
nación que sus comerciantes se enriquezcan despojando al extranjero más
bien que a sus compatriotas; pues todo comerciante no es más que un
50
extranjero para su propia nación, así como, en general, el país se ex
tiende para el propietario privado tan lejos como sus propiedades, y el
extranjero comienza para él exactamente allí donde comienza la propie
dad de los otros. He ahí por qué la economía política liberal, que ha
descubierto esta ley y ha encontrado en la competencia, es decir, en la
guerra, la relación adecuada entre estos extranjeros, rechaza con razón
los monopolios nacionales, que descansan en el prejuicio según el cual los
propietarios privados tendrían patria. [124]
Resulta así que mientras el pudibundo Say considera aún que el propie
tario privado puede tener patria (un interés general o nacional) distinta
o más allá de su propiedad privada. Ricardo —y con él la economía polí
tica liberal— ve que los límites de la propiedad privada son los de la pa
tria misma. En consecuencia, después de haber partido del interés privado
y de la oposición entre éste y el interés general, así como del conflicto en
tre los propios intereses privados, pese a todo la economía política burguesa
supera (con la famosa “mano invisible” de Adam Smith) todas las opo
siciones en la identidad particular-general, propiedad privada-patria. No
es, por tanto, que los capitalistas se muevan en la dirección de lo general
con lo cual los conflictos se borrarían al converger hacia ese polo. Los eco
nomistas clásicos no borran semejante conflicto de intereses privados, pero
en esta sociedad “ comercial” en la que todos luchan contra todos surge, sin
abolirse esa lucha, una peculiar universalidad, en la que lo general se
identifica con el interés particular de los capitalistas. Hegel reconocerá este
antagonismo y lucha de intereses particulares al nivel de la sociedad civil,
pero la universalidad sólo la encontrará en una nueva forma de comuni
dad, liberada de los intereses materiales privados; o sea, en la comunidad
racional que es el Estado. El joven Marx aceptará de los economistas la
existencia de la sociedad civil como esfera en la que los intereses privados
entran en conflicto y rechazará la universalidad que, a juicio de los eco
nomistas, surge en ella como una falsa universalidad, enajenada. Pero re
chazará asimismo la búsqueda hegeliana de la verdadera universalidad en
una esfera ideal al margen de las relaciones materiales de la sociedad civil.
Esa universalidad —como habremos de ver— la encuentra por la negación
de la sociedad civil y de su fundamento, la propiedad privada, o también
51
al considerar la sociedad civil de los economistas como una forma histórica,
concreta, de organización económica y social destinada a ser cancelada.
Con los pasajes anteriores, terminan las notas de lectura del Cuaderno IV
referentes a Ricardo. A través de ellas, podemos ver que el joven Marx
ha sabido ya delimitar (y sopesar) la posición ricardiana frente a la de
sus críticos: ios economistas vulgares Say y Sismondi. Como resultado de
este cotejo, Ricardo se le presenta como el economista burgués más conse
cuente y lógico y, por tanto, más franco; con una franqueza que —como ha
subrayado una y otra vez—• raya en el cinismo. Cierto es que el joven Marx
no acepta todavía su teoría del valor por el trabajo y postula —bajo el in
flujo de los propios críticos de Ricardo— el papel decisivo de la compe
tencia. Sin embargo, reconoce al economista inglés el mérito de haber se
ñalado: a] el carácter inhumano de la producción como producción con
vistas a la ganancia; b] la situación inhumana del obrero en el proceso
de producción ya que en él sólo vale como obrero; es decir, como máqui
na de producir ganancia. Le reconoce asimismo el mérito de: c] haber
enunciado la “ verdad económica” de esa situación, demostrando con ello
que lo humano se halla fuera de los límites de la economía política, y d]
haber sostenido que en la sociedad moderna no hay más intereses genera
les o nacionales que los particulares de los capitalistas, rechazando con ello
la distinción entre unos y otros que establecen los economistas como Say.
En suma, Ricardo acepta la producción capitalista como la realidad eco
nómica sin más. Pero Marx comprende ya que esta realidad económica
sólo puede ser generalizada si se hace abstracción de su fundamento: la
propiedad privada. Ahora bien, si se tiene presente la propiedad privada,
como fundamento histórico de una realidad económica necesariamente tam
bién histórica, y no se hace de ella, por ende, un atributo de la naturaleza
humana, la contradicción que se manifiesta en la sociedad regida por ella
(entre el obrero como productor de riquezas y el hecho de no ganar nada
con su producción) tiene que considerarse como una contradicción real
que no sólo debe ser registrada (como hace la economía política), sino
también explicada (como intentará el joven Marx con su teoría del traba
jo enajenado en los Manuscritos de 1844). Para ello, Ricardo tendrá que
ser a la vez aceptado y rechazado: aceptado, al reconocer sus “verdades
económicas” ; rechazado, al insertar la propiedad privada y la realidad
52
económica fundada en ella en un proceso histórico.
Pero dejemos en este punto la relación ambivalente del joven Marx con
Ricardo, y prosigamos con el examen de sus notas de lectura. Su atención
se concentrará ahora en James Mili.
30 Carlos Marx, Historia crítica de la teoría de la plusvalía (El Capital). Ed. Car-
tago, Buenos Aires, 1956, t. v, p. 141.
53
como objeto a conocer. Mili sólo se ocupa de un objeto teórico: el cons
truido por su maestro. Y al enfrentarse a este objeto teórico se topa con
dificultades que tratará de superar minando los propios cimientos de la teo
ría ricardiana.
31 Loe. cit.
54
determinar este valor5’.32 Al admitir Mili —agrega Marx— que el valor
de la mercancía vendida, el trabajo en este caso, no se mide como toda
mercancía por el tiempo de trabajo, sino por la competencia, “admite im
plícitamente que la teoría ricardiana carece de base [. . .] que la determina
ción del valor de las mercancías por el tiempo de trabajo es infundada,
toda vez que esta ley del valor se halla en contradicción con el valor de
la mercancía más importante, o sea el trabajo” .33
Así ve el Marx maduro a James M ili; pero no lo ve con los mismos
ojos en su juventud, cuando no admite aún la teoría del valor por el tra
bajo y atribuye, en cambio, a la competencia un papel importante en la
determinación de las oscilaciones de los precios. Esto explica, en cierto
modo, su actitud bifronte hacia Mili: opuesto a él al considerar que es
un ricardiano en la determinación del valor, lo que en verdad no es o al
menos no lo es plenamente, como acabamos de ver; solidario de Mili cuan
do éste, alejándose de Ricardo, acentúa el papel de la competencia. Pero
lo importante aquí es observar cómo el joven Marx, dando un nuevo paso,
vacilante aún, se enfrenta de nuevo, a raíz de la lectura de Mili, al pro
blema de los costos de producción como factor del valor y, por tanto, a la
teoría misma del valor.
Y a en estos mismos Cuadernos Marx había llegado a la conclusión de
que hay una verdadera inversión, en el enfoque de los economistas, entre
lo real y lo abstracto. L a denuncia de esta inversión —de procedencia feuer-
bachiana— la hemos encontrado asimismo en el Esbozo del joven Engels
en el cual se critica a la economía por construir abstracciones que ocultan
relaciones reales. Siguiendo a Engels, para Marx —como ya tuvimos oca
sión de ver— lo real es el mundo de los precios, de la oferta y la demanda,
de la competencia, y lo abstracto es el valor, o valor de cambio, determi
nado según los economistas por los costos de producción. L a divergencia
entre los precios y los costos de producción, decía Marx, “no es casual ni
momentánea” , como sostiene la economía, sino necesaria y ello en virtud
de la competencia, generada por la propiedad privada. Tales son las ideas
del joven Marx en este punto al proceder a la lectura de los Elementos de
economía política de James Mili y volver a considerar en el problema del
*2 ibid., p. 150.
33 IbicL, p. 151.
55
valor la relación entre dos mundos: el de la realidad y el de la abstrac
ción. Veamos a continuación lo que dice ahora Marx en sus notas de lec
tura del Cuaderno IV.
Así, pues, Marx reprocha a Mili el formular una ley abstracta (la ley
del valor) sin tomar en cuenta que, en la vida real, es abolida constante
mente: en cuanto que hay una divergencia entre los precios y los costos
de producción.
Por ejemplo, si es una ley constante que los costos de producción determi
nan el precio (valor) en última instancia, o más bien, cuando periódica
mente, casualmente, la oferta y la demanda se equilibran, también es una
ley no menos constante que este equilibrio no se da; es decir, que valor y
costos de producción no se encuentran en una relación necesaria. [125]
56
En efecto, la oferta y la demanda sólo se equilibran momentáneamente,
en virtud de la fluctuación precedente de la oferta y la demanda, en vir
tud de la divergencia entre costos de producción y valor de cambio;
fluctuación o divergencia que sucede nuevamente a ese equilibrio mo
mentáneo. De este movimiento real, del cual la ley no es más que un
momento abstracto, casual y unilateral, los economistas modernos hacen
algo accidental, inesencial. [125]
57
de producción y el valor. El joven Marx no niega ahora totalmente la ley
del valor si se ve en ella una abstracción que sólo capta un aspecto del
movimiento real. Ahora bien, para él, en este momento de sus lecturas,
formular científicamente el movimiento de lo real significaría tomarlo en
cuenta como unidad dialéctica del equilibrio y la fluctuación, de la corres
pondencia y la no correspondencia y, por tanto, como un movimiento con
tradictorio de ambos aspectos: esencial e inesencial, casual y necesario. Si
después de aferrarse a uno de los aspectos del movimiento real y de fijarlo
en una ley abstracta, se admite como fundamental el aspecto casual, ello
significará admitir asimismo que el azar es la verdadera ley. O, dicho en
otros términos, admitir la abolición constante de la ley abstracta o ley del
valor (abolición que, de acuerdo con la unidad dialéctica del movimiento
real, es “ lo que le permite existir” ), equivaldría a admitir que la “ ausencia
de leyes” determina a la ley misma.
El joven Marx no acepta aún la ley del valor formulada por la economía
clásica y habrá de recorrer todavía un largo trecho en su evolución teórica
antes de aceptarla. Insiste aún en el papel decisivo de la competencia que
hace de la divergencia entre costos de producción y valor algo esencial y
necesario. No obstante, es justo señalar que al leer a Ricardo su actitud
negativa hacia la ley del valor queda suavizada un tanto, aunque sin modi
ficar su concepción del papel determinante de la competencia. En efecto,
acepta la validez de dicha ley en cuanto fija un aspecto del movimiento
real (el del equilibrio momentáneo y casual entre la oferta y la dem anda).
Sólo existe, por tanto, como ley abstracta destinada a ser abolida constan
temente y, por ende, contra lo que sostienen los economistas, no puede
dar cuenta de la totalidad del movimiento que, en su unidad contradic
toria, es expresada por ella y por su propia abolición. L a ley del valor, al
captar el momento del equilibrio, es en definitiva para el joven Marx un
caso particular de la relación entre la oferta y la demanda que preside
el comercio y la competencia como consecuencias inmediatas de la propie
dad privada.
58
bastante coherente y de una profundidad y brillantez que permite ponerlo
a la altura de los más ensalzados de los Manuscritos de 1844. Entre los te
mas fundamentales que se abordan en él están los siguientes: el dinero como
actividad mediadora enajenada y el crédito como desarrollo del dinero y
culminación de su enajenación; el intercambio como forma enajenada de la
relación social; las relaciones entre los hombres cuando revisten —con el
intercambio— la forma de relaciones entre propietarios privados; el tra
bajo como fuente de lucro o trabajo enajenado; la dialéctica de la nece
sidad, producción e intercambio en las condiciones de la propiedad privada
y, finalmente, la suposición de cómo serían las relaciones humanas si los
hombres produjeran humanamente.
El hilo de engarce en estos temas fundamentales es el problema de la
enajenación de las relaciones entre los hombres bajo el régimen de la pro
piedad privada. El dinero, el crédito, el trabajo, los productos del tra
bajo, los objetos y los hombres en sus relaciones mutuas son considerados
desde la perspectiva del intercambio como forma enajenada de la relación
social. Por ello, el joven Marx comienza su análisis, en esta parte de los
Cuadernos, por la cosa u objeto (el dinero) en que se materializan más
cabalmente —como mediador— las relaciones enajenadas entre los hombres.
Siguiendo este hilo de engarce podemos ver, por tanto, una alineación pe
culiar de diferentes categorías económicas. Para mostrar su ordenación ló
gica no es forzoso que nos atengamos rigurosamente al orden con que pre
senta sus notas el joven Marx, ya que éstas —si bien muestran claramente
el plano (el intercambio) en que se dan esas categorías— se van presentando
en el orden que se efectuaron sus lecturas.
El método explicativo que Marx utiliza en sus reflexiones sobre James
Mili es el mismo que hemos encontrado anteriormente. Lo que la economía
política deja sin explicar al situarse en un terreno exclusivamente econó
mico, el joven Marx pretende explicarlo poniendo en relación la realidad
económica con una concepción del hombre (o de la esencia hum ana); es
decir, pretende explicarlo filosóficamente. Ciertamente, la economía polí
tica parte en la explicación de sus categorías (dinero, crédito, intercambio
comercial, etc.) de la propiedad privada como fundamento, pero el ver
dadero sentido de esta relación queda sin explicar al no cuestionar —como
ya hemos visto— el fundamento mismo. Esa relación (entre el intercambio
59
y el dinero, y la propiedad privada) sólo puede revelar su verdadera signi
ficación cuando se la ve desde esa perspectiva filosófica. Sin ésta, piensa
el joven Marx, no es posible ir más allá del nivel —explicativo— alcanzado
por la economía política. Sólo desde ella puede establecerse claramente la
distinción, capital en el enfoque del joven Marx, entre el plano esencial,
originario, y el plano concreto, histórico, destinado a ser superado.
Marx efectúa esta distinción con referencia a las formas de comunidad
humana. Hay la que él llama comunidad verdaderamente humana y la que
se presenta como sociedad comercial. El tipo de intercambio configura uno
y otro tipo de comunidad, Si sirve para complementar las necesidades re
cíprocas de los hombres, tenemos una comunidad que lejos de enfrentarse
al individuo singular constituye su propia esencia. El intercambio es en
ella el medio por el cual circulan —complementando las necesidades recí
procas—■ los productos humanos. Esta comunidad “ aparece en virtud de la
necesidad y del egoísmo de cada individuo ; es decir, es producida de mane
ra inmediata en la realización de la existencia humana” . [137] Esta comu
nidad presupone, pues, la relación entre individuos necesitados que, merced
al intercambio, complementan mutuamente la satisfacción de sus necesi
dades. El intercambio corresponde aquí al “verdadero ser comunitario” , a
la esencia humana. L a relación de hombre a hombre que se da con él no
tiene, por tanto, un carácter enajenado.
Partiendo de su concepción del hombre como ser genérico y ser de nece
sidades, el joven Marx se limita aquí a caracterizar lo que es para él una
comunidad verdaderamente humana, o sea, aquella en la que el intercam
bio no se identifica con el comercio, sino que cumple la función social de
poner en movimiento productos del trabajo que satisfacen necesidades hu
manas. Este tipo de comunidad es caracterizado en relación con la esencia
genérica del hombre, y excluye la propiedad privada y el comercio.
A ella contrapone el joven Marx la comunidad o sociedad del hombre
enajenado que “ es la caricatura de su comunidad real, de su verdadera
vida genérica” . Este hombre enajenado, a su vez, es aquel a quien
su actividad se le presenta como un tormento, su propia creación como
un poder ajeno, su riqueza como pobreza; que el vínculo esencial que le
une a los otros hombres se le presenta como un vínculo accesorio, y más
bien la separación respecto de los otros hombres como su existencia ver
60
dadera; que su vida se le presenta como sacrificio de su vida, la reali
zación de su esencia como desrealización de su vida, su producción como
producción de su nada, su poder sobre el objeto como poder del objeto
sobre él; que él, amo y señor de su creación, aparece como esclavo de
esta creación. [137-138]
Este hombre que vemos caracterizado con los rasgos con que se carac
teriza al trabajador enajenado en los Manuscritos, tiene el modo de ser de la
comunidad en que vive. “ Por ello, es exactamente igual decir que el hombre
se enajena de sí mismo y decir que la sociedad de este hombre enajenado
es la caricatura de su comunidad real” [137] Pero de lo que se trata ahora es
de esclarecer la forma que adopta la relación de hombre a hombre en esa
comunidad que la economía política sólo concibe “bajo la forma del in
tercambio y el comercio” .
Ahora bien, esta comunidad que el joven Marx llama “forma enajena
da del intercambio social55 es la misma que los economistas denominan en
términos estrictamente económicos “sociedad comercial55. “ L a sociedad —di
ce Adam Smith— es una sociedad de actividades comerciales. Cada uno
de sus miembros es un comerciante.55 [138] Son dos modos distintos de
denominar una misma forma concreta, histórica, de comunidad real. En
verdad, no hay que reprochar a la economía política —y el joven Marx
no se lo reprocha— que la denomine “sociedad comercial55. Una vez más
la economía habla con cínica franqueza. Pero, una vez más también, hay
aquí una verdad a medias; pues si bien es una forma de comunidad en la
que la relación social toma la forma del intercambio comercial, por serlo es
también una “forma enajenada del intercambio social55. De la misma mane
ra —como ya tuvimos ocasión de señalar— hay a la vez mostración y
ocultación: mostración de una forma concreta, real, de comunidad, pero al
mismo tiempo ocultación de su carácter histórico.
El joven Marx reconoce que la economía política “siguiendo el movi
miento real55 parte del intercambio de productos del trabajo humano, pero,
en verdad, se trata del intercambio comercial de productos del trabajo
enajenado en el que la relación de hombre a hombre es “ relación de pro
pietario privado con propietario privado55. Esta realidad —la misma para
el joven Marx que para los economistas— es interpretada de un modo dia
61
metralmente opuesto por el primero y por los segundos. En el fondo de
una y otra interpretación hay dos antropologías opuestas —subyacente, u n a:
explícita, la otra— que postulan respectivamente el hombre egoísta y el
hombre como ser genérico.
L a economía política “fija la forma enajenada del intercambio social co
mo forma esencial y original, adecuada a la determinación humana” , [138]
en tanto que para el joven Marx el intercambio en su forma comercial,
lejos de ser adecuado a la esencia humana, es su negación o su enajenación
como ser genérico.
L a misma oposición diametral se manifiesta al ponerse el intercambio
en relación no sólo con la esencia humana, sino con la propiedad pri
vada. También aquí opera la antropología subyacente en la economía
clásica, para la cual la propiedad privada es un atributo propio de la esen
cia del hombre. Por ello, a su modo de ver, no tiene origen ni historia
de la misma manera que no lo tiene el tipo de intercambio fundado en
ella; es decir, como relación entre propietarios privados.
El joven Marx acepta la existencia del intercambio en los términos en
que la presenta la economía política, si bien considera a aquél como una
forma concreta, histórica, de relación social ya que su propio fundamento
—la propiedad privada— no tiene en modo alguno un carácter esencial y
original. Al reconocerse que el intercambio comercial ha de ser puesto
necesariamente en conexión con la propiedad privada, se plantea el pro
blema de examinar la estructura de la relación de hombre a hombre en
dicho intercambio. Con otras palabras: si el hombre sólo puede realizarse
como propietario privado, puesto que sólo así afirma su personalidad (por
cierto, la economía política y Hegel coinciden en afirmar esto), ¿qué forma
adopta la relación social en las condiciones de la propiedad privada? Vea
mos la respuesta del joven Marx.
Si se presupone al hombre como propietario privado} es decir, como posee
dor exclusivo que afirma su personalidad, se diferencia de los otros hom
bres y está en referencia a ellos en virtud de esa posesión exclusiva —la
propiedad privada es su existencia personal, distintiva, y por tanto esen
cial— , resulta entonces que la pérdida de la propiedad privada o la
renuncia a ella es una enajenación del hombre en tanto que propiedad
privada ” [139]
62
Al enajenar mi propiedad privada, anulo mi relación con ella, pero no
para que se convierta en un objeto natural (para c‘devolverla a las fuerzas
elementales de la naturaleza” ). L a enajenación de mi propiedad significa
entregarla a otro, merced a lo cual ese otro extraño a mí mantiene con el
objeto la misma relación que yo mantenía antes con él.
Pero esta relación de enajenación no es unilateral porque también el otro
ha de renunciar a su propiedad privada; de este modo, el intercambio no
rebasa nunca el marco de la propiedad privada y mantiene constantemente
la enajenación como relación entre propietarios. “Ambos propietarios se ven
impulsados a renunciar a su propiedad privada; es decir, a renunciar a la
propiedad privada dentro de la relación de propiedad privada.” [140-141]
L a enajenación se convierte en la reciprocidad de la enajenación y carac
teriza, por tanto, el intercambio social bajo esta forma enajenada dentro de
la propiedad privada.
Pero “ ¿cómo es que llego a enajenar mi propiedad privada a otro hom
bre?” Y el joven Marx, de acuerdo con la teoría de las necesidades que de
la economía política pasa a Hegel y de Hegel a él, contesta: “debido a la
carencia, a la necesidad” . [140] El movimiento mismo de la necesidad, la
necesidad de satisfacer mis necesidades? me lleva a desear los objetos del otro.
Puesto que necesito esos objetos para satisfacer mi necesidad, estoy en una
relación esencial con ellos, y dado que sólo puedo poseerlos renunciando
a una parte de mi propiedad, el intercambio tiene que tomar la forma de
un cambio de propiedades privadas.
Pero, en verdad, el joven Marx se está refiriendo ahora al intercambio
entre hombres que son al mismo tiempo productores y propietarios de los
productos de su trabajo. El intercambio responde a la necesidad de integrar
las necesidades recíprocas y también a “ una necesidad en el cumplimiento
de mi existencia y en la realización de mi esencia” . [140] Pero inmediatamen
te habla de cambio en otro sentido, del intercambio propiamente dicho,
cuando los productos se separan de su productor y los hombres se relacionan
entre sí simplemente como poseedores —ya no como productores— por in
termedio de sus propiedades privadas. L a enajenación mutua de sus pro
piedades les da a ellas el carácter de la propiedad privada enajenada,
con los rasgos que señala el joven M arx: a] deja de ser un simple pro
ducto del trabajo y, por tanto, una manifestación de la personalidad del
63
productor; b] tiene, por el contrario, una significación personal para quien
no lo produjo; c] sustituye, por tanto, a otra propiedad privada y, final
mente, d] se vuelve equivalente de otra propiedad privada que también ocu
pa (sustituye) el lugar de otra. Esta existencia del producto que ya no es la
de su existencia inmediata, sino la del equivalente, “ se ha convertido en
valor y, consecuentemente, en valor de cambio. Su existencia como valor
es distinta de su existencia inmediata, es exterior a su esencia específica : es
una determinación enajenada de sí misma; es sólo un modo de existencia
relativo de su esencia55. [142]
Vemos, pues, que para el joven Marx el valor de cambio no surge al
ponerse en relación dos objetos en cuanto productos del trabajo humano,
como objetos útiles, sino en cuanto propiedades, y solamente porque cada
una es comparada con otra en tanto que propiedad enajenada por su pro
ductor y, por tanto, separada de él. El valor de cambio sólo existe cuando
las propiedades entran en relación no por su existencia inmediata (como
productos del trabajo que tienen una utilidad) sino cuando se relacionan
pura y simplemente como propiedades privadas; en pocas palabras, cuando
se relacionan entre sí productos del trabajo enajenado.
64
(sobre todo, de su vinculación de egoísmo y necesidades en la constitución
del sistema de necesidades de la Sociedad Civil; de su conexión entre ne
cesidad y trabajo y de la prioridad que atribuye a la primera sobre el
segundo al hacer del trabajo un medio para satisfacerla, y finalmente
de su dialéctica de la dominación y la servidumbre como relación entre los
hombres que sólo puede darse por intermedio de las cosas). Estos tres as
pectos (el papel del egoísmo como punto de partida en la constitución de la
objetividad social; la necesidad que hace del trabajo un medio; y el papel
del objeto en las relaciones entre los hombres, en su lucha por el reconoci
miento) se refractan en las reflexiones filosóficas del joven Marx sobre el
intercambio comercial.
Pero sigamos en este punto el hilo de su pensamiento. Marx comienza
por caracterizar la producción en las condiciones de la propiedad privada.
El hombre produce para poseer, pero para poseer para sí mismo. De este
modo, la finalidad de su producción “es la objetivación de su necesidad
egoísta i n m e d i a t a El hombre produce pues por necesidad, pero además
por una necesidad egoísta.
En un estado originario, salvaje, el hombre sólo produce lo que necesita
inmediatamente, y es su necesidad inmediata la medida de su producción.
O como dice M arx: “El límite de su necesidad determina el límite de su
producción. Su producción se mide según su necesidad.” [149]
¿Qué significa esto? Que en la relación entre producción y necesidad, la
prioridad pertenece a esta última, entendida como necesidad inmediata
del individuo. Y puesto que cada individuo consume lo que produce, no
hay propiamente intercambio, o bien se reduce éste al cambio de su tra
bajo por el producto de su trabajo.
Un poco bajo la influencia de la propia economía clásica y del sistema
de necesidades de Hegel, el punto de partida para el joven Marx es el in
dividuo que persigue su propio interés y que sólo a partir de esta relación
propia que establece con el objeto para satisfacer su necesidad inmediata
egoísta llega al intercambio real. “ Este intercambio es la forma latente (el
germen) del intercambio real.” [149]
representa un conjunto de necesidades y sólo existe para el otro, como el otro sólo
existe para él, en cuanto ambos actúan mutuamente como medios” (Manuscritos
de 1844, ed. cit., p. 99).
65
Pero, en este texto, Marx no nos describe el movimiento real que va de
un estado a otro; se limita a poner el primero como fundamento del
segundo. Acto seguido nos instala en ese nuevo estado en el que los hom
bres ya no son considerados aisladamente, como sujetos que cambian su tra
bajo por el producto de su trabajo, sino como hombres que intercambian su
producción por la producción de otro. Y ese nuevo estado es el que se nos
presenta a partir del pasaje que comienza con estas palabras: “ Guando el
intercambio tiene lugar . . . ” Hay una serie de rasgos que permiten distin
guir el intercambio real del estado en que tal intercambio no existe. Cierta
mente, el papel prioritario de la necesidad y su carácter egoísta se man
tiene. Pero se modifica el modo de satisfacerla: inmediato, en el primer
caso; mediato, en el segundo, ya que para satisfacer mi necesidad yo
■ necesito poseer el producto del otro. Ahora bien, esto requiere asimismo
que mi producción y la del otro sobrepasen el límite inmediato de la nece
sidad y de la posesión. Lo importante es aquí que, a diferencia del indi
viduo aislado que en el estado salvaje produce sólo para sí y no se rela
ciona, por tanto, por lo que toca a su producción y sus necesidades con los
demás, se crea una forma de relación social en la que los individuos ponen
en relación mutua sus posesiones y necesidades. Yo produzco el objeto que
otro necesita, y sólo puedo satisfacer mi necesidad poseyendo lo que otro
produce. En cierto modo, éste es el cuadro que encontramos en la economía
política: individuos egoístas que, para satisfacer su necesidad, rebasan el
marco inmediato de su producción, e instauran un sistema de intercambio
que permite complementar, desarrollar y perfeccionar la satisfacción de las
necesidades individuales. Y, en cierto modo también, ése es el cuadro que
Hegel traza de la Sociedad Civil dentro de la cual: “ L a mediación de la
necesidad y la satisfacción del individuo con su trabajo y con el trabajo
y la satisfacción de las necesidades de todos los demás, constituyen el sistema
de las necesidades” (§ 188).35 En Hegel, pues, las necesidades egoístas
de los individuos y el trabajo como medio para satisfacerlas se condicio
nan e interrelacionan para constituir la forma de objetividad que él llama
“sistema de necesidades” .
Es indudable que el joven Marx ha tenido presente el papel primordial
35 Guillermo F. Hegel, Filosofía del Derecho. Ed. Claridad, Buenos Aires, 1944,
3a. ed., p. 175.
66
de la necesidad y su carácter egoísta —señalado tanto por la economía
clásica como por Hegel— en la constitución de la sociedad que los econo
mistas definen como sociedad comercial y que Hegel trasmuta teóricamen
te en Sociedad Civil. El papel determinante de la necesidad en la produc
ción y en el intercambio es incuestionable en el joven Marx, tanto en estos
Cuadernos como en los Manuscritos del 44. En su madurez, no atribuirá
ese papel determinante a las necesidades. En primer lugar, las necesidades y
el modo de satisfacerlas son siempre un producto histórico: “El volumen de
las llamadas necesidades naturales, así como el modo de satisfacerlas, son de
suyo un producto histórico que depende, por tanto, en gran parte, del nivel
de cultura de un país y, sobre todo, entre otras cosas, de las condiciones,
los hábitos y las exigencias con que se haya formado la clase de los obre
ros libres.” 36 Pero ya mucho antes, en 1847 y en verdad pocos años des
pués de los Cuadernos, en su Miseria de la filosofía, lejos de atribuir a las
necesidades un papel determinante en la producción y el intercambio, con
sidera por el contrario que las necesidades de los individuos se fundan
en la división del trabajo y el intercambio.37
Sin embargo, pese a que el joven Marx hace suya esta prioridad de las
necesidades sobre la producción y el intercambio, no se queda en el cuadro
(el cuadro que pinta la economía clásica) formado a partir de esas premi
sas. Se trata, ciertamente, como la propia economía ha puesto de relieve,
ya no del intercambio de productos como simples valores de uso, sino de
objetos que tienen un valor de cambio y que, por tanto, sólo en cuanto
son equivalentes de otros objetos pueden ser intercambiados. Las necesi
dades recíprocas no pueden ser satisfechas más que si se dispone de ese
medio o equivalente.
El mercado se convierte así en un escenario en el que los hombres no se
relacionan en cuanto hombres sino en cuanto poseen equivalentes que
ofrecer. Producen para poseer y sólo quien posee puede satisfacer mediata
mente sus necesidades al intercambiar su producto por otro equivalente al
que él posee. Aparentemente, de esta forma se complementan las necesi
dades recíprocas y los hombres afirman su poder sobre los objetos. Pero la
verdadera realidad —la realidad que oculta la economía— es otra. Para
67
mostrarla, el joven Marx pone al descubierto cuál es la verdadera parti
cipación del hombre como tal en el intercambio, cuáles son las relaciones
que los hombres contraen en él y cuáles son5 finalmente, las verdaderas re
laciones entre el hombre y su objeto, o entre su poder y el medio que le da
su poder.
El intercambio en primer lugar no hace sino confirmar “el carácter que
tiene cada uno de nosotros con respecto a su propio producto y a la pro
ducción del otro” . [150] Lo que se da ciertamente no es la objetivación de
la propia esencia humana, sino el egoísmo objetivado (el propio, en un
caso; el ajeno, en el otro). Se trata, pues, de un intercambio egoísta. Por
serlo, el uno trata de superar el egoísmo ajeno mediante el engaño, y, de
esta manera, la complementación de las necesidades mutuas es “una simple
apariencia cuya realidad es el despojo mutuo” . De modo análogo, la rela
ción ideal entre los objetos de nuestra producción es la necesidad recíproca,
pero la relación real es la de “la posesión recíproca exclusiva de la produc
ción recíproca” . El valor y el poder de mi objeto depende de tu objeto, el
equivalente del mío, y exige nuestro reconocimiento. “ Pero nuestro reco
nocimiento recíproco, referido como está al poder recíproco de nuestros ob
jetos, es una lucha.” Como en toda lucha vence “ el que posee mayor ener
gía, fuerza, sagacidad o destreza” 3 pero la intención de engañar, de despo
jar, o la explotación intencional está en ambas partes. [151-152]
Las relaciones de intercambio son, pues, relaciones de posesión recípro
ca de objetos que implican el reconocimiento de la propiedad mutua y
conducen forzosamente a la lucha y al despojo mutuos. En ellas sólo se
puede entrar, por tanto, si se mantiene una relación de posesión con el
objeto que se ofrece como equivalente. “ Si tú eres simplemente un hombre
y careces de este medio, tu demanda es para ti un requerimiento insatis
fecho, y para mí una ocurrencia que no me incumbe.” [153]
Siguiendo su propósito de descubrir la verdadera realidad tras de des
garrar el velo de la apariencia, el joven Marx encuentra que las relaciones
de intercambio no sólo son relaciones mediadas por las cosas en las que
sólo se puede entrar, como poseedores de ellas, por el poder o propiedad
que se tiene sobre ellas, sino que, en última instancia, al no relacionarse los
hombres como hombres con las cosas, no tienen un verdadero poder sobre los
objetos. “ El verdadero poder sobre un objeto es el medio; por esta razón, tú
68
y yo vemos recíprocamente en nuestro objeto el poder del uno sobre el otro y
sobre sí mismo. Es decir, nuestro propio producto se ha vuelto contra nos
otros; parecía ser propiedad nuestra, pero en verdad somos nosotros su
propiedad.55 [153]
Las cosas ocupan el lugar del hombre, y su lenguaje también. El len
guaje del hombre es para el joven Marx el de la esencia humana, o el
del hombre en cuanto tal. Este lenguaje humano resulta “incomprensible
e inefectivo55, mientras que “el lenguaje enajenado de los valores cosificados
se nos presenta como la realización adecuada de la dignidad humana en su
autoconfianza y autorreconocimiento55. [154]
Finalmente, lo que en realidad sucede es que el hombre, al relacionarse
sólo por medio de las cosas, acaba por convertirse en medio o instrumento
de su propio objeto. Antes decíamos —siguiendo al joven Marx— que el
intercambio es el escenario de una lucha y de un reconocimiento mutuos.
Ahora decimos — también con él— que esa lucha y ese reconocimiento
desembocan en la esclavitud del hombre ante sus propios objetos. Al con
vertirse los hombres en medios, objetos o instrumentos, no pueden recono
cer en el intercambio su propio valor. “ El valor que tenemos el uno para
el otro es el valor que damos recíprocamente a nuestros objetos. Por lo
tanto, el hombre en cuanto tal es recíprocamente carente de valor.55 [155]
Constituidas las relaciones humanas como intercambio de equivalentes, el
valor del hombre queda reducido al del objeto que como equivalente puede
ofrecer. Todo lo demás —el hombre en cuanto tal— carece de valor para
ambas partes de la relación.
El análisis del intercambio lleva así como conclusión a la desvalorización
del hombre frente a la valorización de las cosas, así como a la desvalori
zación mutua de los hombres cuando sus relaciones adoptan la forma de
relaciones de posesión recíproca por intermedio de objetos, de productos
del trabajo humano, que se ofrecen mutuamente como posesiones equiva
lentes. En este análisis el joven Marx una vez más ha partido de un hecho
económico real —el intercambio, registrado por los economistas— para des
lindar el campo de la apariencia (complementación mutua de las necesi
dades) de la verdadera realidad (engaño y despojo mutuos, dominio de los
objetos, servidumbre del hombre respecto del objeto, transformación del
lenguaje humano en lenguaje de cosas y, en ambas partes, mutuo desco
69
nocimiento del valor del hombre en cuanto tal). Para encontrar esta ver
dadera realidad (ignorada por la economía política) } el joven Marx recurre
una vez más a su concepción de la esencia humana; es decir, el problema
del intercambio que la economía pone ante sus ojos, él lo explica en el
marco de una problemática filosófica. Sólo así puede efectuar el tránsito
de la 4‘apariencia55 a la “realidad5’, y descubrir el carácter enajenado que
en el intercambio toma la relación entre los hombres y los objetos equiva
lentes que intercambian, así como la relación entre los hombres, quienes
sólo pueden participar en el intercambio como propietarios privados, es
decir, por sus posesiones equivalentes.
38 Cf. C. Marx, El Capital, ed. cit., t. i, cap. iii ( “El dinero, o la circulación
de mercancías), pp. 56-102.
70
de esta categoría económica dentro del sistema, puesta en relación con
su forma elemental: la mercancía; es decir, considerada en el proceso
de cambio de ella. El tratamiento de Marx parte ahora de la función eco
nómica del dinero como intermediario en el proceso de circulación de las
mercancías no para analizar esa función en cuanto tal, sino para ver cómo
es afectado el hombre por su función de mediador. Pues, en definitiva, se
trata de una función humana, social, aunque este carácter no se trasparente
en un análisis puramente económico. Justamente eso es lo que trata de
poner de relieve en estas notas sobre James Mili. No hay propiamente en
ellas un análisis económico de esa función mediadora: ni se lo ha propuesto
el joven Marx ni está en condiciones de hacerlo. Esta tarea la considera
cumplida en ese nivel —como suceete con otras categorías— por la economía
política. Se trata más bien —como ya hemos tenido ocasión de ver con
respecto al intercambio comercial— de un tratamiento filosófico a partir
del reconocimiento de la función mediadora del dinero establecida ya por
la economía política. Y a sabemos —el joven Marx ha llamado la atención
sobre ello— que la economía política ignora al hombre. Por tanto, la
cuestión que viene a plantearse ahora Marx es precisamente la que una
economía ignorante del hombre no puede plantearse, a saber: ¿qué pasa
con el hombre cuando el dinero cumple esa función económica de mediador
o equivalente universal?
En rigor, el joven Marx no se plantea esta cuestión por primera vez. Ya
poco antes en su artículo Sobre la cuestión judía había señalado la condi
ción del dinero como equivalente universal de la existencia enajenada del
hombre. “ El dinero es el valor general de todas las cosas, constituido en sí
mismo. Ha despojado, por tanto, de su valor peculiar al mundo entero,
tanto al mundo de los hombres como a la naturaleza. El dinero es la
esencia del trabajo y de la existencia del hombre, enajenada de éste, y esta
esencia extraña lo domina y es adorada por él.” 39 En los Manuscritos de
1844 dedica más atención al problema. Pone de relieve la universalidad de
su cualidad y la omnipotencia de su ser; le llama “el alcahuete de la nece
sidad y el objeto, entre la vida y los medios del hombre” ;40 es asimismo la
71
capacidad enajenada de los hombres; “mi fuerza llega hasta donde llega
la fuerza del dinero. Las cualidades del dinero son mis propias cualidades
y fuerzas esenciales, la de su poseedor55.41 Finalmente, en los Manuscritos el
dinero aparece con su poder de inversión (convierte la lealtad en felonía,
el amor en odio y el odio en amor, e tc .); “ es, por tanto, el mundo inver
tido, la confusión e inversión de todas las cualidades naturales y huma
nas55.42 El breve texto de los Manuscritos, enriquecido con referencias a
Shakespeare y a su interpretación por Goethe, traza un vivido cuadro de
lo que representa el poder enajenante del dinero. Sin embargo, al com
pararse estas notas sobre Mili con los pasajes correspondientes de los M a
nuscritos, vemos que no sólo no les van a la zaga por su viveza y brillantez
sino que los superan por la precisión y densidad de sus ideas.
Marx caracteriza ante todo el dinero por su función fundamental: como
intermediario del intercambio o mercancía especial que representa el valor
de todas las demás, y capta claramente que su esencia se revela en su acti
vidad mediadora. Pero lo propio de él no está en el cumplimiento de esa
función de mediación, sino en la forma que esta función reviste con él.
L a actividad mediadora —el movimiento o acto humano, social, median
te el cual los productos del hombre se complementan unos a otros— se
encuentra enajenada en él y convertida en atributo suyo, como atributo
de una cosa material, exterior al hombre. [126]
Tenemos, pues? que una actividad humana o una relación social nece
saria, puesto que los productos humanos tienen que intercambiarse, deja
de presentarse con su carácter humano, social, para convertirse en atributo
de una cosa. El mediador no es ya el hombre sino la cosa misma que se
vuelve así un mediador ajeno entre las propias cosas, entre el hombre y
ellas, y entre los hombres mismos. Todas las características del trabajo ena
jenado que Marx expone en los Manuscritos de 1844 (particularmente, co
mo enajenación del obrero con respecto a su producto) aparecen aquí po
tenciadas en este producto o cosa peculiar que es el dinero. En efecto,
como mediador universal su poder se extiende a todo y refuerza aún más
la servidumbre del hombre ante el objeto. “A causa de este mediador ajeno,
41 Ibid., p. 106.
42 Ibid., p. 107.
72
el hombre contempla su voluntad, su actividad, su relación con los otros
como [si fueran] un poder independiente de él y de los otros. Su escla
vitud llega así al colmo.” [127] Todo el poder y la voluntad del hombre
se concentra en esta cosa material y exterior a él, pero sin que los hombres
se reconozcan en esta cosa material —el dinero— que es su mediador y su
espejo.
Para afirmar el poder de este mediador, y expresar las relaciones que
mantiene con el hombre, el joven Marx —aún bajo la influencia del es
quema de la enajenación religiosa trazado por Feuerbach— compara el di
nero con Dios, Y a lo había hecho poco antes en su opúsculo Sobre la cues
tión judía. Es —decía allí— el Dios ante el que “ no puede prevalecer legí
timamente ningún otro Dios. El dinero humilla a todos los dioses del hombre
y los convierte en mercancía” .43
El esquema feuerbachiano aparecía casi literalmente en el mismo tra
bajo:
Así como el hombre, mientras permanece sujeto a las ataduras religiosas,
sólo sabe objetivar su esencia convirtiéndola en un ser fantástico ajeno
a él, así también sólo puede comportarse prácticamente bajo el imperio
de la necesidad egoísta, sólo puede producir prácticamente objetos, po
niendo sus productos y su actividad bajo el imperio de un ser ajeno y
confiriéndoles la significación de una esencia ajena, del dinero.44
Así como en Feuerbach Dios encarna o representa todo lo humano, ahora
es el dinero el que se convierte en medio de esta encarnación o represen
tación, a la vez que en el lugar de su reconocimiento como objeto humano
universal.
En las notas de lectura, el dinero es Dios justamente como mediador, o
sea por el poder real que adquiere al relacionarse el hombre con las cosas,
o a los hombres entre sí. El dinero “se convierte en el Dios efectivo. Su
culto se vuelve un fin en sí. Los objetos pierden su valor si son separados
de este mediador” . [127] L a relación entre el mediador y las cosas se in
vierte. El dinero no vale porque representa a las cosas sino que éstas sólo
tienen valor en la medida en que el dinero las representa. Pero, en el fon
73
do, lo que hay es una inversión de la relación mediadora del hombre (o
sea, el dinero) y el hombre mismo. “Todos los atributos que en la produc
ción corresponden a la actividad genérica del hombre pasan a ser atributos
de este mediador.” [127-128] Y el joven Marx, haciendo uso de una expre
sión muy feuerbachiana que, referida a los productos del trabajo enajenado,
se encuentra en el primero de los Manuscritos de 1844, agrega: “Así, pues,
en la medida en que este mediador se enriquece, el hombre se empobrece co
mo hombre (es decir, como hombre separado de este mediador).” [128] V a
lorización, por tanto, de las cosas, o de la cosa que encarna el valor univer
sal de todas ellas, y desvalorización del hombre (del que esta cosa —el
dinero—■ es el m ediador). Resulta así que el dinero se convierte:
a] En representación y medida de todas las cosas (las cosas sólo valen
por su relación con él) ;
b] en representación y medida de las relaciones humanas de las cuales
es el mediador absoluto;
c] en el único medio de reconocimiento de los hombres (los hombres sólo
se reconocen en el espejo del dinero).
L a referencia a Cristo es consecuente con el planteamiento anterior y
sigue de cerca la línea de pensamiento de Feuerbach:
74
su propia esencia” .45 Y dice también en L a esencia del cristianismo: “La
esencia del hombre sólo se contiene en la comunidad, en la unidad del
hombre con el hombre, unidad que descansa a su vez en la realidad de la
distinción del yo y del t ú ” Para el joven Marx —como dice en su carta a
Feuerbach, del 11 de agosto de 1844— esta unidad del hombre con el
hombre basada en su diferenciación real, permite identificar el concepto de
género humano con el de sociedad 46 Ahora bien, en la concepción feuerba-
chiana de la religión, Dios no es otra cosa que el género humano enajenado
de la humanidad, o la esencia genérica del hombre bajo una forma mística
enajenada. Cristo como hombre que es Dios o como Dios hecho hombre, es
“el símbolo característico de esta unidad inmediata entre el género y el indi
viduo” ,47 es decir, como Dios contiene todas las perfecciones del género,
pero como “hombre puro y celestial” , es un individuo genérico. Dios, que
de por sí es la esencia del hombre, se realiza como tal encarnándose en
Cristo. En suma, Cristo es por un lado el mediador entre el género y los
individuos, y, por otro, es Dios hecho hombre, realizándose como hombre
y, por tanto, Dios y los hombres no valen sin este mediador.
A la luz de estos conceptos feuerbachianos, podemos comprender ahora el
sentido del pasaje antes citado del joven Marx. El dinero cumple una fun
ción semejante a la de Cristo, al tender un lazo entre los hombres y Dios,
entre Dios y los hombres y entre los hombres mismos. Cristo es, en todos
estos casos, el mediador: a] entre los hombres y su esencia humana ena
jenada en Dios; b] entre Dios, como esencia enajenada del hombre, y los
individuos; c] entre los individuos y su esencia genérica en cuanto que él,
como individuo, la realiza.
De igual manera, si tenemos por un lado a la sociedad como género que
se funda en la diferenciación real de las propiedades privadas, el dinero
cumple también una función mediadora análoga a la de Cristo: a] entre
una y otra propiedad privada; b] entre la sociedad (enajenada) y la pro
piedad privada; c] entre la propiedad privada y la sociedad (enajenada)
fundada en ella.
45 Ludwig Feuerbach, Das Wesen des Christentum (hay. ed. esp.: La esencia del
cristianismo. Ed. Claridad, Buenos Aires, 1941).
46 Cf. en el presente volumen pp. 179-180.
47 L. Feuerbach, La esencia del cristianismo.
75
finalmente, Cristo, hijo de Dios, es el Padre hecho hombre; por tanto,
en cuanto es Dios, es también la esencia humana enajenada o el hombre
enajenado. Dios sólo llega a los hombres presentándose a ellos como Cris
to; por tanto, sólo vale cuando representa a Cristo; y el hombre sólo vale
igualmente cuando representa a Cristo, es decir, como mediador entre su
esencia humana enajenada y los individuos particulares. De la misma ma
nera, el dinero es el gran mediador entre los individuos particulares (por
sus propiedades privadas) y entre ellos, como propietarios privados, y la so
ciedad enajenada. El dinero une así a los hombres entre sí y a los individuos
con la sociedad, pero como él mismo es un mediador que vincula entre
sí propiedades privadas, o propiedades privadas con la sociedad enajenada,
su función mediadora y socializadora sólo puede ser enajenante.
Ahora bien, ¿por qué tiene que darse una situación de omnipotencia del
mediador sobre el hombre, de acuerdo con la cual una actividad media
dora esencial del hombre se trueca en atributo de “una entidad exterior al
hombre y que está sobre él” ? En rigor, el joven Marx se hace la pregunta
en esta forma escueta y objetiva: “ ¿Por qué tiene la propiedad privada que
avanzar hasta la institución del dinero?” Y responde al canto subrayando
la necesidad de un proceso que sólo puede desarrollarse socialmente y, ade
más, en las condiciones de la propiedad privada.
Porque el hombre, como ser social, tiene que avanzar hasta el intercam
bio, y porque el intercambio —bajo las condiciones de la propiedad pri
vada— tiene que avanzar hasta el valor. . . relación abstracta .. . cuya
existencia como valor es el dinero. [128-129]
Marx establece así que la constitución del valor y la institución del dinero
es el resultado de un proceso al que conduce necesariamente el intercambio
en las condiciones de la propiedad privada. Y a hemos visto en el análisis de
textos anteriores cómo la dinámica de la propia necesidad empuja al inter
cambio. L a diversidad de necesidades y la diversidad de objetos de uso
exigen, para complementar las necesidades, el intercambio de los productos
del trabajo de cada uno. Pero, bajo el régimen de la propiedad privada,
al destacarse el producto del productor, el intercambio sólo se efectúa entre
propietarios privados; es decir, entre aquellos que poseen con carácter exclu
sivo un objeto que se ofrece como equivalente, y sin el cual no se puede
76
poseer el objeto del otro. El valor se constituye en el proceso de intercam
bio con abstracción de las necesidades y de la utilidad de los objetos. En
realidad, se trata de un intercambio por medio de propiedades privadas.
El intercambio es, pues, la relación constitutiva del valor y éste, por con
siguiente, es inseparable de la propiedad privada. El hombre como ser so
cial y, a su vez, como ser de necesidades, tiene que avanzar hasta el inter
cambio y éste, bajo el régimen de la propiedad privada, no puede dejar de
ser constitutivo del valor. Pero este movimiento necesario implica, también
necesariamente, la desvalorización del hombre como hombre que ya hemos
tenido ocasión de registrar.
77
Marx sale también al paso de los que piensan (como los sensimonianos)
que el desarrollo del dinero hasta sus representaciones en papel y hasta el
sistema crediticio y bancario constituye una neutralización de su poder, una
abolición de la enajenación. A su modo de ver, se trata tan sólo de una apa
riencia que “es en realidad una autoenajenación tanto más extrema e
infame cuanto que su elemento no es ya la mercancía, el metal o el papel,
sino la existencia moral, la existencia social, el interior mismo del pecho
humano; cuanto que, bajo la apariencia de la confianza, es la máxima des
confianza, la enajenación total” . [132]
78
mente, los que aparecen en primer plano en la relación crediticia y también
los que registra ante todo la economía. En las dos relaciones crediticias
—una, cuando “ una persona rica concede un crédito a una persona pobre” ,
y otra, cuando “ la persona favorecida por el crédito posee también for
tuna”— , el dinero suplanta al hombre.
79
El hombre mismo, su existencia personal, su carne y su sangre, su virtud
y valor sociales son “la moneda en que el crédito calcula sus valores” .
Bajo la “ apariencia del máximo reconocimiento económico del hombre” ,
el sistema crediticio oculta su carácter enajenado, que estriba precisamente
en la doble trasmutación del hombre en dinero y del dinero en hombre.
Una vez más, la apariencia oculta aquí la realidad enajenada que Marx
descubre en esa doble trasmutación. Esta enajenación se da en unas rela
ciones humanas concretas, las del sistema crediticio que forma parte, a su
vez, de un sistema social más amplio. Aunque Marx no haya descubierto
todavía el mecanismo esencial de ese sistema (descubrimiento al que lle
gará en forma cabal en El Capital), es evidente que el carácter enajenado
del sistema crediticio se le presenta con una forma histórico-concreta. Por
otro lado, su concepción del sistema crediticio como trasmutación de lo
económico y lo moral, si bien acusa la huella de su enfoque filosófico de la
economía, no puede ser reducido a una crítica moralizante del sistema. Y
ello aunque el joven Marx se deje llevar en este terreno por expresiones que
podrían confundirnos si les diéramos un alcance mayor del que propia
mente tienen, como cuando habla de la “ abyección que implica la valora
ción de un hombre en dinero” , de “la mentira del reconocimiento moral:
la abyección inmoral de esta moralidad” , etc.
El joven Marx parte de un hecho comúnmente admitido y de un reco
nocimiento reconocido por todos: el reconocimiento económico del hombre.
Pero no se queda en esa visión del crédito, ya que ello significaría quedarse
en el nivel de la apariencia. L a realidad es que ese reconocimiento trastrueca
el reconocimiento del valor del hombre como tal e incluso el de su mo
ralidad. Y eso es justamente lo que pone al descubierto al subrayar la
trasmutación mutua del hombre y el dinero, al hacer del hombre “bueno”
el hombre bueno económicamente y, por último, al convertir el juicio eco
nómico en un juicio moral. Y la raíz de ese trastocamiento de planos
está —como se ha señalado anteriormente— en el intercambio y, en defi
nitiva, en la propiedad privada, bajo cuyas condiciones tiene que avanzar
hasta el valor con el consiguiente desarrollo del dinero que culmina en el
sistema crediticio.
Al situar la institución del crédito en este desarrollo histórico necesario,
ya no se pisa un terreno puramente moral. Incluso al afirmar el joven
80
Marx que “el reconocimiento moral de un hombre adquiere la forma del
crédito, se revela el secreto que está en la mentira del reconocimiento mo
ral: la abyección de esta moralidad . . .” , [136] no se trata de una simple
condena moral. Marx señala objetivamente toda la inmoralidad que esconde
y fomenta el crédito ya sea para que el hombre pueda alcanzarlo (“ tiene
que convertirse en moneda falsa, que engañar y sobornar” ) como para con
cedérselo (“la desconfianza como base de esta confianza económica” ), la
hipocresía, el egoísmo, etc. L a relación crediticia se vuelve así “ un objeto
de comercio, de engaño y abuso mutuos” . Lo que el joven Marx nos ofrece
aquí no es simplemente una expresión de indignación moralizante, sino el
cuadro objetivo que enmarca esa inmoralidad. Y no podría ser de otro
modo después de haber visto en él una relación social, humana, que forma
parte de un sistema al que llega el intercambio, tras de un desarrollo nece
sario y objetivo, en las condiciones de la propiedad privada^
81
enajenado proporciona la explicación de esas contradicciones. El trabajo ena
jenado aparece como fundamento último de todas las relaciones sociales.
El trabajo enajenado, por tanto:
a] permite explicar las contradicciones reales reconocidas por la econo
mía política;
b] permite deducir y, por consiguiente, explicar., las restantes categorías
económicas.
La economía política ha pretendido ver en el trabajo enajenado una
categoría simplemente económica dejando a un lado su relación con el
hombre (como trabajo enajenado que niega su esencia) ; por otro lado, no
ve que este trabajo es sólo una forma concreta, histórica, del trabajo huma
no. De este modo, la economía política no sólo deja de explicar la con
tradicción real entre el hecho de la miseria material y espiritual del obrero
y el trabajo como fuente de riqueza, sino que al aceptarla como algo na
tural tiende a justificar las relaciones sociales vigentes. L a teoría del traba
jo enajenado se presenta como la explicación de la antinomia no resuelta
por la economía y, al mismo tiempo, como el fundamento de la crítica de
ella como “ ciencia del enriquecimiento” (es decir, como ideología burguesa
que acepta y justifica el orden vigente). Pero el trabajo enajenado no es
una clave económica sino filosófica; es la explicación de una realidad
económica a partir de una concepción del hombre. Ciertamente, no se tra
ta de una concepción puramente especulativa, antropológica, puesto que la
negación de la esencia humana que registramos en el trabajo enajenado
surge en la historia, cuando se dan determinadas condiciones, y puede can
celarse en condiciones que se desarrollan también históricamente. Pese a
su carácter contradictorio, en el joven Marx coexisten una concepción an
tropológica del trabajo enajenado y una concepción histórica.48 De igual
manera coexisten también dos ideas opuestas del trabajo enajenado: una
que hace de él el fundamento mismo de las relaciones sociales, incluyendo
la propiedad privada, y otra que ve, asimismo, el trabajo enajenado fun
dado o determinado por ciertas condiciones sociales (excedente de produc
ción, división del trabajo, propiedad privada, etc.). Pero lo que domina
en esta coexistencia contradictoria es, en un caso, una concepción filosófica4
82
de la esencia humana (de la cual el trabajo enajenado sería la negación),
y, en el otro, la concepción del trabajo enajenado como fundamento de
las relaciones sociales.
Las notas de los Cuadernos, redactadas al parecer después del primero
de los Manuscritos, no modifican este horizonte filosófico dominante. Sin
embargo^ hay matices que conviene subrayar. Volvamos por ello a los Cua
dernos en la parte en que se ocupan directamente del trabajo enajenado.
Dos cuestiones de importancia desigual habrán de interesarnos: en primer
lugar, el contenido mismo de esta categoría; en segundo, su relación con
otras categorías (intercambio, propiedad privada, división del trabajo, etc.).
Por lo que toca a la primera cuestión, en los Cuadernos el trabajo ena
jenado se caracteriza, desde el primer momento, “como trabajo dirigido
inmediatamente al lucro” . Los rasgos con que se especifica, a su vez, la
naturaleza de este trabajo lucrativo concuerdan con las determinaciones det
trabajo enajenado en los Manuscritos (como enajenación del obrero res
pecto a: 1] su producto; 2] su actividad; 3] los otros hombres, y 4] su
propio género o esencia). Sin embargo, su formulación es mucho más es
quemática y pobre en estas notas.
Esta determinación del trabajo enajenado —dice el joven Marx en ellas—
alcanza su culminación: 1] cuando tanto el trabajo lucrativo como su
producto no se encuentran en relación inmediata con las facultades y
las necesidades del trabajador, sino que son determinados por combina
ciones sociales ajenas a él; 2] cuando el comprador del producto no pro
duce él mismo, sino que intercambia lo producido por otros. [143]
L a enajenación aparece así como separación del trabajador (de sus fa
cultades y necesidades) respecto de su producto y de su actividad, y se
presenta asimismo cuando el comprador no se encuentra en relación direc
ta con el acto de producir y hace su aparición en el intercambio de un
producto por otro. Esta relación de exterioridad se subraya también en el
siguiente pasaje: “ El producto es producido como valor, como valor de
cambio, como equivalente, y ya no a causa de su relación personal inmediata
con el productor.” [143] Estas ideas han sido desarrolladas en el primero de
los Manuscritos. También han sido desarrolladas en los Manuscritos las ideas
que encontramos más adelante en los Cuadernos al afirmarse “ el carácter
83-
^enajenado y casual del trabajo” con respecto al sujeto que trabaja y su
objeto. Igualmente no es nueva la idea de que las necesidades sociales que
determinan al obrero le son ajenas, si bien los Cuadernos subrayan el pa
pel que desempeña la propia necesidad egoísta (que ya hemos tenido oca
sión de ver actuar en el intercambio) en su sometimiento a la imposición
social por lo que toca a su trabajo:
E l trabajador se somete a la imposición social debido a su carencia, a su
necesidad egoísta; la sociedad sólo significa para él una oportunidad de
saciar su carencia, así como él sólo existe para la sociedad como esclavo
de las necesidades sociales. [144]
Por último, tenemos la idea ya expuesta en los Cuadernos y ampliamente
desarrollada en el Primer Manuscrito, de que el trabajo es sólo para el
trabajador un medio que se convierte, a su vez, en fin de su propia vida
ya que “ se le presenta el mantenimiento de su existencia como la finali
dad de su actividad” . [144]
Vemos, pues, que en las notas, aunque en forma esquemática y pobre,
se reiteran las determinaciones del trabajo enajenado expuestas con clari
dad y riqueza en los Manuscritos: tanto la separación del producto y de
la actividad respecto del obrero como hombre como la pérdida del sentido
de su trabajo como actividad de un ser genérico, social. Ahora bien, por
lo que toca a la segunda cuestión antes enunciada —la relación del trabajo
enajenado con otras categorías— vemos que en los Cuadernos no se acen
túa su carácter como categoría central o fundamento de las restantes re
laciones sociales. Falto del concepto de relaciones de producción que co
menzará a elaborar posteriormente, desde L a ideología alemana, el joven
Marx no puede concebir todavía el trabajo en el interior de un determi
nado modo de producción que determina, en definitiva, no sólo la forma
del trabajo, sino también del intercambio, la división del trabajo, etc. En
los Manuscritos, el trabajo enajenado engendra demasiadas cosas, incluso
la propiedad privada, con lo cual su propio origen permanece un tanto
nebuloso. Las distintas relaciones sociales remiten al trabajo enajenado
como su fundamento, aunque la aparición y el desarrollo de ellas se den
.históricamente, es decir, en virtud de condiciones sociales dadas. En los Cua
dernos no encontramos este papel tan fundamental del trabajo enajenado,
:84
o, al menos, no aparece explícitamente subrayado. Su relación e incluso su
dependencia respecto de otras relaciones sociales se nos impone aquí con
fuerza. Tanto la aparición como el desarrollo del trabajo enajenado es
puesto en relación con el desenvolvimiento histórico del intercambio y de
la división del trabajo.
En la parte de las notas consagradas al intercambio en que el joven
Marx se refiere al trabajo enajenado, la relación de intercambio es consi
derada como el supuesto del trabajo enajenado. “ Una vez presupuesta la
relación de intercambio el trabajo aparece como trabajo dirigido inmedia
tamente al lucro” [143] Todo el análisis anterior del intercambio —cuyo
hilo fundamental hemos expuesto anteriormente— viene a confirmar lógi
camente esta relación. El intercambio a que se refiere el pasaje anterior no
es el simple intercambio de productos mediante el cual los productores
complementan la satisfacción de sus necesidades, sino —como ya hemos
tenido ocasión de ver— es el intercambio en las condiciones de la propie
dad privada, el intercambio de posesiones que llevan en sí la marca de la
separación entre el productor y la propiedad sobre su producto. Todo tra
bajo en las condiciones de un intercambio semejante no puede tener otro
carácter que el de trabajo lucrativo o enajenado, y la circulación en este
sistema se efectúa forzosamente con los productos de ese trabajo, que son
también necesariamente propiedades privadas. En este sentido, el trabajo
enajenado presupone el intercambio de propiedades privadas. El trabajo ena
jenado presupone, en realidad, la propiedad privada. Lo cual equivale a de
cir que, dado el sistema de la propiedad privada, el intercambio sólo puede
ser de productos del trabajo enajenado, y que, por consiguiente, el trabajo
en esas condiciones sólo puede ser trabajo para producir valores de cambio.
En los Cuadernos se bosqueja así una teoría del origen de la enajenación
que no es tan explícita en los Manuscritos, y que, en cierto modo, ya ha
bíamos encontrado al mostrar cómo, a juicio del joven Marx, aparece y
se desarrolla el intercambio a partir de la dialéctica del hombre como ser
social y ser de necesidades. Antes de la instauración del sistema de inter
cambio, cada uno trabaja para sí y el trabajo es una manifestación directa
de la naturaleza; en los productos de su trabajo se exterioriza su persona
lidad. Pero una vez que la producción excede a las necesidades inmedia
tas, se crean las condiciones para que se intercambien productos no en
85
tanto que objetos que complementan las necesidades mutuas de los agentes
del intercambio, sino en cuanto equivalentes que se miden exclusivamente
por su valor de cambio; es decir, como objetos cuya propiedad puede ser
transferida. L a propiedad privada es, pues, el fundamento del intercambio
y, por tanto, de la transformación de los productos del trabajo en mercan
cías. Una vez instaurado este sistema de intercambio el trabajo sólo puede
ser trabajo para la producción de mercancías, de valores de cambio y, por
tanto, sólo puede tener las determinaciones que el joven Marx ha señalado
como propias del trabajo enajenado o lucrativo. Con el intercambio así
entendido, es decir, puesto en conexión necesaria con la propiedad privada,
se altera radicalmente la naturaleza misma del trabajo. Pero esta altera
ción pasa también por un proceso. Cada vez se aleja más de la finalidad
originaria, anterior al intercambio. V a dejando de ser una actividad con
la que el trabajador se encuentra en una relación personal y necesaria y
“ se vuelve en parte fuente de lucro” ; el producto es producido entonces “co
mo valor, como valor de cambio, como equivalente, y ya no a causa de su
relación personal inmediata con el productor” . [143] El proceso culmina
cuando este segundo aspecto se vuelve exclusivo; o sea, cuando todo lo que
produce el trabajador se destina al mercado. Entonces
el carácter lucrativo del trabajo se vuelve exclusivo [. . .] y resulta casual
e inesencial tanto el que el productor esté en relación de necesidad perso
nal y de goce inmediato con su producto como el que la actividad, la
acción del propio trabajo^ signifique para él un gozarse de su personali
dad, una realización de sus disposiciones naturales y de sus fines espiri
tuales . . . [144]
En realidad, una vez que la propiedad privada se instaura y el inter
cambio aparece como una consecuencia necesaria, todo lleva la marca de
la enajenación: el trabajo, las relaciones entre los hombres y la división del
trabajo. O sea, así como el trabajo humano reviste la forma del trabajo
enajenado y la relación social entre los hombres como complementación
mutua de las necesidades se presenta en la forma enajenada del intercam
bio comercial, así también el intercambio mutuo de actividades, verdadera
mente humano, adopta la forma enajenada de la división del trabajo que
hace del hombre un “ser abstracto” y “lo convierte, en la medida de lo
86
posible, en una máquina para tal o cual efecto, en un aborto espiritual y
físico55. [145]
L a división del trabajo refuerza aún más la enajenación tanto en la es
fera del trabajo como en la del intercambio. Al agudizarse dicha división
con el proceso de civilización, todo producto se produce como un equiva
lente que es por completo indiferente para el productor.
Vemos, pues, todo un proceso de transformación de la naturaleza del
trabajo hasta llegar al trabajo enajenado que está vinculado estrechamente
al proceso histórico de intercambio y de división del trabajo, aunque el jo
ven Marx presente esta vinculación de un modo esquemático. Vemos asi
mismo que si bien ese cambio en la naturaleza del trabajo es concebido en
relación con la esencia humana, por otro lado se presenta como un pro
ceso real, histórico, que, además, no se da de un modo casual o arbitrario
sino en función del propio desarrollo objetivo de la producción, del inter
cambio y la división del trabajo. Ahora bien, esta vinculación necesaria
se encuentra en una realidad histórica y transitoria (la del régimen de la
propiedad privada). Y esto es justamente lo que no acierta a ver la econo
mía política. Pero Marx pone una vez más el dedo en la llaga: “ Como se
comprenderá, la economía política sólo puede concebir todo este proceso
como un factum, como el engendro de una imposición casual.55 [146]
Tras de haber expuesto lo que es el trabajo como fuente de lucro, así como
las relaciones entre los hombres cuando éstas toman la forma del inter
cambio, el joven Marx bosqueja el cuadro de lo que sería el trabajo, la co
munidad y las relaciones humanas si los hombres produjeran en tanto que
hombres. En rigor se trata del tipo de comunidad o sociedad que llama
comunismo en los Manuscritos de 1844.
L a caracterización de la sociedad futura, particularmente del trabajo y de
las relaciones humanas en ella, es menos abstracta en los Cuadernos que la
que encontramos en los Manuscritos (Tercer Manuscrito, “ Propiedad priva
da y comunismo55). Aquí dicha caracterización se hace ante todo en térmi
nos filosóficos “ como superación positiva de la propiedad privada, de la
autoenajenación humana y, por tanto, como real apropiación de la esencia
humana por y para el hombre55; se caracteriza asimismo al comunismo
87
como verdadera solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza
y del hombre contra el hombre, la verdadera solución de la pugna en
tre la existencia y la esencia, entre la objetivación y la afirmación de sí
mismo.
En los Cuadernos de París la atención se centra en lo que sería la verda
dera producción, *negada en el trabajo enajenado. Es comprensible, por
tanto, que al trazar el perfil de la producción humana ésta sea puesta en
relación, para superarlo, con el trabajo enajenado. Es indudable que al
suponerse lo que sería producir humanamente, aparecen superadas preci
samente las formas de enajenación que en los Manuscritos se describen
como propias del trabajo enajenado,49 aunque en las presentes notas no se
hao-a
O referencia directa a ellas.
L a enajenación del obrero en su producto consiste, de acuerdo con los
Manuscritos, en que el producto no sólo se le presenta como un producto
suyo, sino como un producto que se vuelve contra su creador como “ una
potencia extraña y hostil55. Al crear su producto, el obrero crea un poder
del objeto sobre él y, en consecuencia, no se siente afirmado con su objeti
vación. Ahora bien, según los Cuadernos, esta forma de enajenación se su
pera al producir cada uno de nosotros humanamente:
88
actividad entraña la de la enajenación del ser genérico y de la relación
enajenada entre los hombres. Al verse afirmado en su producto y en su
actividad el trabajador que produce humanamente se ve afirmado como ser
genérico, comunitario, social y . por tanto, se supera la relación enajenada
con los otros. La apropiación verdaderamente de mi producto es, a la vez,
afirmación de mi individualidad y de tu propio ser; es decir, mi objeto
establece una relación entre mi necesidad y la del otro, y, de este modo,
mi actividad y mi objeto son mediadores de una verdadera relación social
humana. Es lo que encontramos en el pasaje siguiente de esta parte de los
Cuadernos:
En tu goce o consumo de mi producto, yo habría gozado de manera inme
diata tanto la conciencia de haber satisfecho una necesidad humana con
mi trabajo como la conciencia: 1] de haber objetivado la esencia huma
na y proporcionado así el objeto correspondiente a la necesidad de
otro ser humano; 2] de haber sido para ti el mediador entre tú y la co
munidad, de haber estado por tanto en tu experiencia y tu conciencia
como un complemento de tu propia esencia y como una parte necesaria
de ti mismo, es decir, de haberme confirmado tanto en tu pensamiento
como en tu amor; 3] de haber creado tu expresión vital individual en
la mía propia, de haber por tanto confirmado y realizado inmediata
mente en mi actividad individual mi verdadera esencia, mi esencia co
munitaria, humana. [155-156]
89
tanda de ese desplazamiento pues el simple hecho de situarse en este
terreno significa destacar el papel de la producción en las relaciones hu
manas, y ponerse en un camino que habrá de llevar al concepto clave de
relaciones sociales que los hombres contraen en el proceso de producción
(o sea, el de relaciones de producción). Pero, aun puesto sobre esta
base material, ese diálogo corresponde más bien a una relación entre tra
bajadores individuales que intercambian los productos de su trabajo indi
vidual, como sucede en el trabajo artesanal, y no a la relación que los
individuos pueden establecer a través de la trama compleja de la produc
ción industrial moderna. En ella, son muchos los individuos que intervie
nen en la producción de un objeto, con lo cual se hace difícil que el
obrero pueda establecer una relación personal con el producto, y por tanto
que su objetividad pueda reducirse a su exteriorización como sujeto indi
vidual; por otro lado, se hace difícil que el producto pueda servir para el
reconocimiento mutuo del productor y del consumidor en cuanto hombres
ya que no sólo no es producto de un trabajo individual sino que, en muchas
ocasiones, no se destina a ser consumido individualmente, sino a ser in
tegrado en otro producto del trabajo continuando así el proceso de pro
ducción antes de desembocar en el producto final. Sin embargo, esto no
significa la imposibilidad de establecer relaciones verdaderamente huma
nas cuando la producción, tras de haber dejado atrás su carácter artesanal,
tiene la complejidad del proceso productivo de la industria moderna. Pero
esas relaciones sólo podrán establecerse cuando los hombres dejen de estar
dominados por sus productos y éstos sean la objetivación de su actividad;
entonces los hombres no serán simplemente los individuos objetivados
en sus productos y que como tales lo exteriorizarían, sino los hombres,
como individuos determinados por la sociedad, que recuperarán el control
sobre los productos de su trabajo. Ahora bien, por el propio carácter social
de su actividad y su producto, ese control tendrá que ser un control so
cial. Tal será la conclusión a que llega Marx en su madurez como solución
a la contradicción entre los productos humanos, sociales, y las formas en
que estos productos se presentan a los hombres.
Pero por ahora, en las presentes notas de lectura, el cuadro que bosqueja
el joven Marx de lo que sería una producción verdaderamente humana
toma en cuenta sobre todo el trabajo individual de los productores que inter
90
cambian sus productos, entablando de hecho un diálogo entre un yo y un
tú. El problema que se planteará más tarde, desde L a ideología alemana
y cuya solución fundará científicamente en El Capital, será el estableci
miento de relaciones verdaderamente humanas (relaciones socialistas de
producción) sin renunciar al desarrollo de las fuerzas productivas moder
nas —y, por el contrario, para impulsarlas aún más— ; es decir, relaciones
humanas en las condiciones de la producción industrial moderna en la
que el trabajo y sus productos han perdido ese carácter personal que co
rrespondía a la fase artesanal. Ahora bien, lo que está claro para el joven
M arx — pese a las limitaciones anteriores— es que el cambio radical en la
naturaleza del trabajo y en las relaciones humanas es inseparable de lo
que a lo largo de sus lecturas de los economistas se le ha presentado como
el fundamento de la separación entre el hombre y sus productos, y entre
los productores entre sí, a saber: la propiedad privada.
Ya hemos tenido ocasión de ver que el intercambio, como forma enaje
nada de la relación social, tiene su raíz en la propiedad privada. El inter
cambio o comercio es precisamente la forma que reviste el acto social y
genérico —nos dice el joven Marx—, la comunidad humana o la comple-
mentación de las necesidades de los hombres en las condiciones de la pro
piedad privada. Las relaciones entre los hombres se hallan determinadas
por el intercambio de los productos del trabajo humano que los agentes del
cambio ofrecen respectivamente no como productores sino como propieta
rios privados de ellos, y no en tanto que hombres. Pero el joven Marx ha
admitido igualmente otra forma de comunidad, de relación entre los hom
bres en la que no hay intercambio propiamente dicho, ya que cada uno
trabaja para satisfacer sus necesidades inmediatas, o en la que, al exceder
la producción a estas necesidades, los agentes del cambio en tanto que pro
ductores y propietarios intercambian los productos de su trabajo para com
plementar sus necesidades. En esta forma de relación social humana, la
producción tiende a la producción de valores de uso, no de objetos que se
definen ante todo por su valor de cambio. No hay propiamente enajena
ción en el trabajo ni en las relaciones entre los hombres. El intercambio no
se ha transformado aún en intercambio comercial bajo el dinamismo de la
necesidad y del efecto de la propiedad privada.
Pero, en las presentes notas de los Cuadernos, el joven Marx bosqueja
91
una tercera forma de comunidad o de relación social entre los hombres en
que la abolición de la propiedad privada trae como consecuencia la can
celación de la enajenación tanto en el trabajo como en las relaciones que
los hombres —no ya como propietarios privados sino como trabajadores—
contraen entre sí. Esta nueva forma de relación social o comunidad se pre
senta como un estado supuesto o hipótesis (lo que sería producir como
hombres) que es negado en el estado real de cosas existentes (en que la
enajenación impregna por todos sus poros el trabajo humano y las relacio
nes entre los hombres). O también: la superación de la enajenación, par
ticularmente en el trabajo, aparece como una afirmación condicional (si
se produjera como hombres) de lo que es negado efectivamente en el tipo
de comunidad en que la relación social toma la forma del intercambio co
mercial. Veamos cómo se presenta esta contraposición entre el estado su
puesto y el estado real.
92
impone con fuerza. Pero, si en esta obra juvenil de Marx se alternan, como
hemos subrayado, los aspectos antropológicos e históricos en el tratamiento
de la enajenación (aspectos que con este aire bifronte encontramos tam
bién en los Cuadernos) , el modo como se presenta aquí —en el estado
supuesto— la superación de la enajenación tiene que ver más con los pri
meros que con los segundos. Y es que estamos realmente ante una suposi
ción —como dice el propio Marx— que representa cabalmente la negación
del estado de cosas presente. Pero, cabe preguntarse, ¿cuál sería el funda
mento real, objetivo de esta negación?; ¿cómo y por qué la producción
humana ha de suceder a la producción inhumana?; ¿cómo y por qué el
trabajo enajenado ha de dejar paso a una forma de actividad productiva
en la que el hombre se encuentre en una verdadera relación humana con
sus productos, con su trabajo, con su género o esencia y con los otros?
En pocas palabras: ¿cómo y por qué se ha de pasar de la segunda forma
de comunidad o de relación entre los hombres, en la que la propiedad pri
vada altera radicalmente el sentido del intercambio y la naturaleza del
trabajo, a esta tercera forma de comunidad en la que los hombres al pro
ducir humanamente se relacionan, al fin, como hombres?
Hemos visto anteriormente, aunque en la forma esquemática, poco ela
borada, que corresponde a su primer contacto con la economía, que cuando
el joven Marx describe el desarrollo del dinero y, por tanto, de la enaje
nación que entraña, busca situarlo en un terreno histórico, objetivo, en
relación con el desarrollo del intercambio en las condiciones de la propie
dad privada. El crédito sería la culminación de este proceso de dominio de
las cosas sobre el hombre. Pero se trataría, en definitiva, de un proceso
real impuesto por el movimiento mismo de la propiedad privada. Ahora
bien, la necesidad de superación de la enajenación al producir los hom
bres humanamente no aparece fundada histórica y objetivamente. O, di
cho en otros términos, no se funda la necesidad del paso de la segunda
forma de comunidad (o forma enajenada de la relación social) a esta
nueva y verdadera comunidad que el joven Marx supone que ha de darse
al producir el hombre como hombre.
Ciertamente, la fundamentación científica de la nueva sociedad será
una tarea cardinal para Marx a la que sólo dará cima con El Capital al
descubrir la ley que preside la estructura y el movimiento de la sociedad
93
capitalista. Y por tener este fundamento, el socialismo científico se distin
guirá radicalmente de todos los buenos deseos y sueños de los socialistas
utópicos. Por ello, no puede extrañarnos que el joven Marx que, en estos
Cuadernos de París, está lejos aún del descubrimiento de ese fundamento
histórico-objetivo, exponga la nueva forma de producción humana y las
nuevas relaciones que los hombres contraen en ella bajo la forma de una
suposición no fundada histórica y objetivamente. En los Manuscritos de
1844, donde el joven Marx descubre que el hombre produce y se produce
a sí mismo en la historia, el comunismo como “ abolición positiva de la
propiedad privada” con que el hombre, poniendo fin a su prehistoria, se
apropia de su verdadera naturaleza y del mundo, es la “forma necesaria
del futuro próximo” . Ya no es, por tanto, un ideal moral a realizar, sino
una etapa necesaria de la historia a la que conduce necesariamente el mo
vimiento mismo de la propiedad privada. Pero en los Cuadernos donde la
fundamentación y la necesidad del paso no existe ni siquiera en el estado
germinal con que la encontramos en los Manuscritos? el joven Marx tiene
que rendir todavía un alto tributo a la utopía y sacarse el futuro de una
negación del presente. Pero se trata, ante todo, de una negación lógica,
en el pensamiento, aupada todavía por la imaginación, y no de la nega
ción fundada en la realidad que sólo puede hacerse efectiva mediante la
acción de la clase social revolucionaria —el proletariado— surgida del
movimiento mismo de la realidad social.
50 Las notas de los Cuadernos V y V III que no han sido analizadas directamente
por nosotros, particularmente las que insisten en la crítica de la economía polí
tica, pueden esclarecerse a la luz de lo que ya hemos establecido con respecto a
los cuadernos anteriores, así como a la luz de las conclusiones a que llegamos en
esta recapitulación.
94
lecturas una concepción del hombre, de la sociedad, de la revolución e in
cluso del proletariado en el que la filosofía “encuentra [. . .] sus armas ma
teriales5’,51 ¿qué es lo que aporta la entrada en este nuevo terreno?; ¿se
trata sólo de confirmar o enriquecer por vía económica lo ya alcanzado
filosóficamente? O, más bien, al descubrir este nuevo continente (el del
mundo de la producción y de las relaciones económicas), aunque todavía
visto con ojos filosóficos, ¿no se trata acaso de un descubrimiento que,
pasado el deslumbramiento inicial, acaba por transformar radicalmente su
concepción del hombre, de la sociedad, de la revolución y del proletariado?
Este primer encuentro con la economía lo es también con la teoría eco
nómica (especialmente con la economía burguesa clásica) y toma la forma
de una crítica de la economía política. Pero ¿qué es, en definitiva, lo que
el joven Marx critica en la economía política y qué sentido tiene esta crí
tica? Critica, en primer lugar, el presentar una forma concreta, histórica,
de la producción, del trabajo humano y de la relación social entre los
hombres como la forma universal e intemporal que corresponde a la na
turaleza humana. El sistema de producción e intercambio que los econo
mistas clásicos muestran como válido para todos los tiempos es sólo para
el joven Marx un sistema que se inserta en el proceso histórico de produc
ción e intercambio. Al no presentarlo así y no cuestionar su fundamento
último (la propiedad privada), la economía política es la ciencia que jus
tifica y sanciona el sistema de producción e intercambio vigente, y dentro
de él el trabajo enajenado; es la “ciencia del enriquecimiento55, expresión
enguelsiana que Marx hace suya.
Tal es el objeto y sentido de la crítica de la economía política. Ahora
bien, ¿cómo el joven Marx —tan ayuno de conocimientos en este terreno—
ha llegado a ella? No desde la economía misma, sino trascendiendo en
cierto modo sus límites. Ya hemos visto a lo largo de nuestro análisis de
las notas de lectura que Marx reconoce —frente a los pudibundos econo
mistas que tratan de barnizar la realidad— lo que hay de verdad (de “ver
dad económica55) en las leyes y categorías de la economía clásica, si bien
rechaza su pretensión de universalidad. Lo que critica el joven Marx es
que la economía no va al fondo último de las cosas, y no va porque, en51
95
última instancia, es la ciencia del mundo en que la desvalorización de
las cosas lleva implícita la desvalorización de los hombres; sus leyes son las
leyes que rigen ese mundo enajenado, en el que la relación entre el hom
bre y las cosas (productos del trabajo, dinero, etc.) se invierte radical
mente. Pero ¿ desde qué perspectiva lleva a cabo el joven Marx su críti
ca? El análisis que hemos llevado a cabo de las notas de lectura nos ha
permitido llegar a esta conclusión: desde una perspectiva filosófica, desde
una filosofía del hombre y del trabajo, de acuerdo con la cual la produc
ción, el intercambio y el trabajo que forman parte de un sistema real, que
la economía política presenta como válido para todos los tiempos, consti
tuyen una forma histórica de intercambio y trabajo que no responde a la
esencia humana. Tenemos así en el pensamiento del joven Marx la misma
realidad que la economía política despliega ante nosotros, pero puesta en
esta doble relación: a] con la esencia humana y b] con la historia. Se trata,
en efecto, de una realidad concreta que no corresponde a la esencia hu
mana, pero que, a la vez, como realidad particular, histórica, se inserta
en un proceso histórico. Esta doble relación da al enfoque de esa realidad
económica el doble carácter antropológico e histórico que hemos señalado
oportunamente. El aspecto histórico, apenas balbuciente en los Cuadernos
y más visible en los Manuscritos, es el que habrá de revelar una fecundidad
cada vez mayor (desde L a ideología alemana) en la trayectoria ulterior
de su pensamiento. Pero, por lo pronto, su crítica de la economía política
es —y no podía ser de otro modo— una crítica fundamentalmente filo
sófica.
Hemos visto también a lo largo de nuestro estudio que, a la hora de
enfrentarse al legado de la economía clásica, el joven Marx hace suyas mu
chas de las categorías de la economía política y que, por el contrario, re
chaza lo que habría de considerar más tarde como su aportación más
importante: la teoría del valor por el trabajo. Pero esta ceguera teórica
del joven Marx puede explicarse —como hemos intentado hacerlo— por
que en la forma que reviste dicha teoría con los economistas lejos de explicar
la desvalorización del hombre cuando el trabajo es la fuente de toda ri
queza, hace de esa desvalorización un hecho natural e inevitable para
que el sistema de producción e intercambio moderno (el único que los
economistas conciben) funcione normalmente. En pocas palabras, la teoría
96
del v a lo r p o r el tr a b a jo es, a los o jo s d el jo v e n M a r x , u n a teo ría q u e le
jo s de d a r c u en ta d e la e x p lo ta c ió n vien e a ju stific a r la y san c io n a rla .
¿ C ó m o p o d ía a c e p ta r la q u ien se a c e rc a b a a la re a lid a d eco n ó m ica ju s t a
m en te p a r a fu n d a m e n ta r y e n riq u ecer su te o ría d e l a rev o lu ció n ? D e a h í
su re p u d io d e la te o ría del v a lo r p o r el tr a b a jo y la ela b o rac ió n , p a r tic u
larm en te en los Manuscritos, d e u n a te o ría filo só fica p a r a e x p lic a r h echos
econ ó m icos — com o el de la d esv alo riz a ció n e sp iritu a l y físic a d el o b rero —
q u e e sa te o ría e co n ó m ica n o e x p lica .
A h o ra bien, la te o ría cien tífica, o b je tiv a , de la e x p lo tac ió n de la clase
o b re ra sólo la e n c o n tra rá M a r x c u a n d o p a rtie n d o p recisam e n te d e la teo
ría c lá sic a d el v a lo r y d e sa rro llá n d o la co n secu en tem en te llegu e a l d escu
b rim ien to del secreto d e e sa e x p lo ta c ió n : la p lu sv a lía . P ero entre los Cua
dernos y los Manuscritos, p rim ero s esbozos d e la c rític a d e la eco n o m ía
p o lític a y El Capital (c im a de e sa c rític a ) n o h a y u n c a m in o re al, sin a t a
jo s, sin o u n cam in o e sc a rp a d o , c o m p le jo y co n tra d icto rio . Y éste es el c a
m in o q u e , pese a to d o, e m p iez a a reco rrer el jo v e n M a r x en sus n o tas de
le c tu ra d e 1844, a u n q u e ca m in e a tien tas, a b rién d o se p a so a tra v é s d e u n a
n ie b la a n tro p o ló g ic a fe u e rb a c h ia n a h a c ia la eco n o m ía q u e to d a v ía le es
co n d e — y le esco n d erá p o r a lg ú n tiem p o— sus secretos. P ero lo im p o rtan te
es q u e el jo v e n M a r x h a p u e sto y a el p ie en el terren o d e la e c o n o m ía ; es
d e cir, en el m u n d o d e la p ro d u cció n y d e la s relacio n es q u e los h om b res
co n tra en en ella. L o im p o rtan te es q u e el jo v e n M a r x resp o n d e co n este
p rim e r en cu en tro con la e co n o m ía ta n to a la e x ig e n c ia d e co m p re n d e r la
r e a lid a d social co m o a la e x ig e n cia q u e in sp ira siem p re to d a su te o ría :
la de tra n sfo rm a r p rá c tic a y ra d ic a lm e n te d ic h a re a lid a d .
97
CA RLO S M ARX
CUADERNOS DE PARÍS
[notas de lectura de 1844]
T r a d u c c ió n de B o lív a r E ch e v e rría
A D V E R TE N C IA L a s Notas de lectura a q u í re u n id a s h a n sido seleccio n a
d a s del te x to de los n ueve Cuadernos de extractos y re
súmenes — escritos p o r M a r x en tre en ero de 1844 y en ero
d e 1845— ta l com o fu e p u b lic a d o , en 1932, en el to m o 3
(p p . 4 0 9 -5 8 3 ) d e la sección i d e la Marx-Engels, kisto-
risch-kritische Gesamtausgabe ( M E G A ) . 1
L a p resen te selección h a p rescin d id o ú n ica m e n te d e
a q u e lla s a n o ta cio n e s d e M a r x q u e son resú m en es n o c o
m e n ta d o s — co m o el d e la s “ M e m o ria s” d e L e v a sse u r—
o b ien co m e n ta rio s a cu estion es d e d e ta lle d e la s o b ra s
e x tra c ta d a s.
L a s o b ra s q u e m o tiv a n los co m e n ta rio s de M a r x en
sus Notas de lectura son la s s ig u ie n te s:2
E n los casos en q u e u n p a s a je de la s o b ra s e x tr a c ta d a s
p o r M a r x re su lta in d isp e n sab le p a r a la co m p ren sión de
101
la nota de lectura co rresp o n d ien te, ta l p a s a je h a sid o
in clu id o en n o ta d e p ie de p á g in a .
L a s in d icacio n e s q u e a p a re c e n a l m a rg e n del tex to de
M a r x , co m o to d a s las q u e se en c u e n tra n en tre corch etes,
p rov ien en del tra d u c to r.
N u e stra c ro n o lo gía fin a l c o n trib u irá a situ a r en el
tiem p o las presen tes n o tas d e le c tu ra d en tro d el p roy ec
to g lo b a l de c rític a de la e co n o m ía p o lític a a cu y a re a
lización d e d icó M a r x ta n to s añ os d e su v id a.
E l tra d u c to r
[1]
103
lor de cambio descansa en el hecho de que el
equivalente entregado en el comercio no es tal
equivalente. El precio: relación entre costos de
producción y competencia. Sólo lo monopoliza-
ble tiene un precio. La definición ricardiana de
la renta de la tierra es errónea porque presu
pone que una reducción de la demanda reper
cute instantáneamente en el arrendamiento de
la tierra, y pone inmediatamente fuera de ser
vicio a una cantidad equivalente del suelo tra
bajado en peores condiciones. Esto es erróneo.
Esta definición deja de lado la competencia,
que, según Smith, . . . la fertilidad. El arrenda
miento de la tierra es la relación entre la ferti
lidad del suelo y la competencia. El valor del
suelo debe medirse según la capacidad de pro
ducción de áreas iguales en las que se emplea
un trabajo igual.
División entre capital y trabajo. División en
tre capital y ganancia. División de la ganancia
en ganancia e intereses. . . Ganancia: el peso
que el capital pone en la balanza para la deter
minación de los costos de producción; perma
nece inherente al capital, y esto recae sobre el
trabajo. División entre trabajo y salario. Im
portancia del salario. La importancia del tra
bajo en la determinación de los costos de pro
ducción. Separación entre suelo y hombre. Tra
bajo humano dividido en trabajo y capital.
DEL CUADERNO I
[1 ]
Premisas i] La propiedad, p riv ad a es un hecho de cuya
de la economía explicación se desentiende la economía política,
política nQ Qkstante que constituye su fundamento.
No hay riquezas sin propiedad privada, y la
economía política es, por su propia esencia, la
ciencia del enriquecim iento. No hay, por tanto,
economía política sin la propiedad privada. Así,
pues, toda esta ciencia descansa en un hecho
carente de necesidad.
2] La riqueza. Aquí se supone ya el concepto
de valor, un concepto que aún no está desarro
llado; pues la riqueza es definida como “suma
de valores”, como “suma de las cosas valiosas”
que se posee. Al ser determinada la riqueza re
lativa mediante la comparación del valor de las
cosas de que se tiene necesidad con el valor de
las que se puede ofrecer a cambio, el “cambio”
aparece, desde un principio, como el elemento
esencial de la riqueza. La riqueza consiste en
los objetos que “no son necesarios” o que no son
exigidos por la “necesidad personal” .111
[x] Say: “Propiedad . . . una posesión reconocida. La econo
mía política supone su existencia como una cosa de hecho,
y sólo considera accidentalmente su fundamento y sus conse-
105
cuencias . . . no puede haber riquezas sin propiedad . . . el ma
yor acicate para la adquisición de riquezas y, por consiguiente,
para la producción” (p. 471)
“Riqueza . . . la suma de los valores, es decir, la suma de las
cosas evaluables que uno posee . . . riqueza de una nación . . .
la suma de los valores en posesión de los particulares que
componen esta nación y de los valores que poseen en común.
L a riqueza . . . relativa al valor de las cosas que se necesitan,
comparado con el valor de las que se pueden ofrecer en
cambio. . (pp. 478-480)
DEL CUADERNO II
[2]
107
DEL CUADERNO IV
[3J
108
[4]
109
[5 ]
La renta Ricardo separa la fertilidad del suelo en sí de la
de la tierra que éste adquiere gracias a determinados apa
ratos e instalaciones, a determinado capital in
vertido en él. Es una división absurda. Smith
tiene razón cuando observa que, por lo general,
el capital destinado al mejoramiento del suelo
no proviene del propietario, y que éste no ten
dría por qué exigir [si no es] como cap italista,
una renta más elevada por un suelo mejorado.
Las “ facultades primitivas e indestructibles del
suelo” , que constituirían según Ricardo el obje
to de la renta, son una abstracción.'51
[ 6]
110
la acumulación presupone ya la privación prin
cipal, la propiedad, que es lo que debe explicar.
Privación, porque la producción estuvo del lado
del obrero y el ahorro del lado del capitalista,
“porque con la complejidad de la producción
aumenta también el valor de cambio de los pro
ductos, de manera que el propietario gana do
blemente: primero, porque obtiene una porción
mayor y, luego, porque es pagado en productos
de un valor más considerable” (p. 93) [Ri
cardo].
[7]
Costos de En general, es interesante:
producción y El precio n atural está constituido, según
competencia
Smith, por el salario, la renta y la ganancia. La
ren ta no forma parte de los costos de produc
ción necesarios, aunque la tierra es necesaria
para la producción. Tampoco la ganancia for
ma parte de los costos de producción. La nece
sidad de la tierra y el capital para la producción
sólo debe ser incluida en el cálculo de los costos
en la medida en que el mantenimiento del ca
pital y la tierra requiere trabajo, etc. Sus costos
de reproducción. Pero sólo el plus, ese algo por
demás de tales costos, constituye los intereses
y la ganancia, el arrendamiento y la renta de la
tierra. Así, pues, el precio de todas las cosas es
dem asiad o caro, como lo explicó ya Proudhon.
Además: el precio natural del salario, la renta
111
y la ganancia dependen por completo de la eos-
tumbre o del monopolio —en definitiva, de la
competencia—, y no se determina a partir de
la naturaleza de la tierra, del capital o del tra
bajo. Así, pues, incluso los costos de producción
se hallan determinados por la competencia y no
por la producción.
[8 ]
112
de los costos de producción? Una cuestión que
tiene sentido si se hace abstracción de la propie
dad privada; el precio natural son los costos de
producción. En la comunidad, por ejemplo, pue
de tratarse del siguiente problema: ¿cuál de
estos dos productos se dará mejor en este suelo?
¿Compensarán los resultados el trabajo emplea
do y el capital invertido? Pero, dado que en
economía política sólo se trata ya de precios de
mercado, las cosas ya no son consideradas con
relación a sus costos de producción ni éstos te
niendo en cuenta a los hombres, sino que toda
la producción es considerada en referencia al
tráfico sórdido.161
[9]
113
bre a todo trabajo que no tenga por fin único
el procurarse las subsistencias. No habría ya
distinciones en cuanto a las facultades intelec
tuales; el espíritu no se preocuparía más que de
satisfacer las necesidades del cuerpo, hasta que
finalmente todas las clases sean víctimas de una
indigencia universal” , (p. 139)
Mas hay que observar que, al comienzo de
este capítulo, el filantrópico Ricardo define los
m edios de subsistencia como el precio n atural
del obrero y, por tanto, como el “único fin” de
su trabajo, ya que trabaja con miras a su sala
rio.171 ¿Dónde quedan aquí las “facultades inte
lectuales” ? Pero también Ricardo sólo quiere,
en realidad, [justificar] las diferencias entre las
diversas clases. Es el habitual círculo vicioso de
la economía política: el fin es la libertad espi
ritual ; por consiguiente, se necesita la servidum
bre embrutecedora para la mayoría. Las nece
sidades materiales no constituyen el único fin;
por tanto, se convierten en el único fin para la
mayoría. O a la inversa: el fin es el matrimonio;
por ende, prostitución de la mayoría. El fin es
la propiedad; por tanto, carencia de propiedad
para la mayoría.
[“] Ricardo: “ El p r e c io n a t u r a l del t r a b a jo es aquel que pro
porciona a los obreros en general los medios para subsistir y
para perpetuar su especie, sin aumento y sin disminución . . .
el precio natural del trabajo depende del precio de las subsis
tencias y de las cosas necesarias o útiles para el mantenimiento
del obrero y su familia. U na elevación de los precios de estos
objetos hará que se eleve el precio natural del trabajo, el cual
bajará si dichos precios bajan.” (p. 115)
[10]
115
las quiebras, crisis comerciales, etc. que resul
tan de ella, si todo capital encuentra su oportu
nidad de inversión correspondiente, si las posibi
lidades de inversión están siempre en proporción
al número de capitales? Con una sola frase, es
tos señores anularían su principio central, la
competencia, así como el fundam ento de este
principio y de toda su sabiduría; fundamento
según el cual es cada individuo (individuo “no
desadinerado”, se entiende) quien mejor sabe
lo que conviene a sus intereses y, en consecuen
cia (un “en consecuencia” de mucho conteni
do), al interés de la sociedad. ¿Cómo es que
estos “sabios” individuos llegan a arruinarse a
sí mismos y a otros, dado que para todo capital
existe un lugar de inversión lucrativo y desocu
pado?
[11]
[ 12]
[13]
117
1] que la economía política no se preocupa en
absoluto del interés nacional, del hombre, sino
únicamente del ingreso neto, de la ganancia, de
la renta, y que éstos aparecen como el fin últi
mo de la nación; 2] que la vida de un hombre
no tiene en sí ningún valor; 3] que el valor de la
clase obrera se reduce exclusivamente a los cos
tos de producción necesarios y que los obreros
sólo existen para el ingreso neto, es decir, para
la ganancia de los capitalistas y la renta del
terrateniente. Ellos son y deben ser máquinas
de trabajo en las que sólo se gastan los medios
que son indispensables para mantenerlas en fun
cionamiento. Poco importa si el número de estas
máquinas de trabajo es mayor o menor, siempre
que el producto neto permanezca constante. Sis-
mondi dice con razón que, de acuerdo con Ri
cardo, si el rey de Inglaterra pudiera obtener el
mismo ingreso gracias a máquinas distribuidas
por todo el país, podría prescindir del pueblo
inglés.
Pero cuando Say y Sismondi [.. .] combaten
a Ricardo, lo único que hacen es combatir la
119
al obrero.
Las objeciones económicas y políticas que
hace Say son de mal gusto:
Con 7 millones de obreros se alcanzaría un
ahorro mayor que con 5 millones. Una pobla
ción numerosa daría mejor protección, ante po
sibles “Atilas” , que la ofrecida por “los capita
listas especuladores, ocupados en lo oscuro de
sus contadurías en balancear los precios de mer
cado de las principales bolsas de Europa y Amé
rica” . Entre 7 millones de obreros habría una
masa de felicidad mayor que entre 5 millones.
A esto se puede contestar: con 7 millones, el
despilfarro es mayor que con 5. Por lo demás,
ya lo dice Ricardo: el valor del hombre está en
proporción con la magnitud d a d a de ahorro. La
segunda razón considera a la población como
carne de cañón, como cuerpo de protección al
servicio de los capitalistas especuladores en sus
contadurías. Pero, por otro lado, ¿ acaso una po
blación numerosa no amenaza con volverse peli
grosa para estas cabezas especulativas y querer
participar del ingreso neto? Por último, entre 7
millones de obreros hay más miseria que entre
5 millones.
Say dice finalmente:
“Parecería que el hombre no está en el mun
do para otra cosa que para ahorrar y acumu
lar . . . P roducir y consum ir, he aq u í lo que es
propio de la vida h um an a, he aqu í su objetivo
p rin cip al .”
(p. 198 n.)
Si éste es el objetivo de la vida, la economía
política se aviene muy mal con él, pues en ella
el consumo y la producción no son la determina
ción del obrero.
¿Qué consecuencia se deriva del hecho de
que la distinción entre ingreso neto e ingreso
bruto no sea una distinción desde el punto de
vista de la nación? La distinción entre capital
y ganancia, entre tierra y renta, entre tu capi
tal y el mío, etc. carece de importancia econó
mico-nacional. ¿Por qué, entonces, tendría la
clase obrera que abstenerse de abolir esta dis
tinción, que no tiene sentido para la comunidad
y que es fatal para ella? Y si el punto de vista
económico-nacional no debe quedar como abs
tracción, entonces, el capitalista, el terrateniente
—así como el obrero—, como miembro de su
nación, tiene que sacar la siguiente conclusión:
no se trata de que yo gane tanto m ás, sino de
que esta ganancia nos beneficie a todos; dicho
de otro modo, el capitalista tendría que abolir
el punto de vista del interés particular, y si él no
quisiera hacerlo por sí mismo, otros tendrían el
derecho de hacerlo en su lugar.
Interés [Ricardo:
particular de los Varias veces hemos tenido ya ocasión de ad
capitalistas
mirar el cinismo de economista, exento de toda
e interés de la
nación ilusión humana, propio de Ricardo. En tal sen
tido, es divertida la observación siguiente en
121
contra de Say:
“ ‘Felizmente, dice el señor Say, la tendencia
natural de las cosas no lleva a los capitales pre
ferentemente hacia donde hacen mayores ga
nancias, sino hacia donde sus efectos son más
beneficiosos para la sociedad.’ Lo que el señor
Say no nos dice es cuáles son esas inversiones
que, pese a ser poco beneficiosas para el parti
cular, no lo son igualmente para el estado. Si
los países con capitales limitados pero con tie
rras fértiles de sobra no se dedican anticipada
mente al comercio externo, se debe a que este
comercio es poco ventajoso para el capital pri
vado y, por tanto, también para el estado.”
(p. 199)
A esto, Say responde:
“ [. . .] Hay incluso inversiones de capital que,
pese a la ganancia que proporcionan al capita
lista, no aportan ningún ingreso al país. Los
beneficios que se alcanzan en la especulación
con efectos públicos, todo beneficio que un in
dividuo alcanza debido a una pérdida de otro
es provechoso para el particular que gana, sin
serlo para el país.” (Loe. cit.)
A esto debe responderse: [. . .] En todo caso,
la ganancia del país es únicamente la de los
capitalistas y los terratenientes. La observación
de Say se reduce a afirmar que las ganancias de
los capitalistas individuales pueden aumentar,
sin que aumente el total de las ganancias de
todos los capitalistas; debido a que el uno gana
lo que el otro pierde. Por tanto, la objeción de
Say no refuta la tesis de Ricardo. Sólo de
muestra que hay ramas en las que la ganan
cia de un capitalista excluye la ganancia de
otro. Pero no demuestra que la ganancia de los
capitalistas en general sea distinta de la ganan
cia del país.
¿Qué afirma, en último análisis, la observa
ción de Ricardo?
Sólo una cosa: que la ganancia del país, se
parada de la de los capitalistas, es una ficción,
ya que por “país” entendemos el conjunto de los
capitalistas. En cuanto al capitalista individual,
podría éste afirmar a su vez que el conjunto de
los capitalistas es para él sólo una ficción y que
él es el país, y su propio beneficio el beneficio
del país. Si se admite que los intereses p articu la
res de los capitalistas son los del p aís, ¿por qué
no habría de admitirse que el interés p articu lar
de un capitalista individual es idéntico al interés
general de todos los capitalistas? El mismo dere
cho que tiene el interés particular de los capita
listas para presentarse como interés general del
país lo tiene también el interés particular del ca
pitalista individual para presentarse como inte
rés común de todos los capitalistas, como interés
del país. Se trata de una ficción arbitraria de
la economía política; parte de la oposición en
tre el interés particular y el interés común, y
123
sostienen que, pese a esta oposición, el interés
particular es el interés general.
[14]
124
único factor en la determinación del valor,191
Mili —como en general toda la escuela de Ri
cardo— comete el error de formular la ley ab s
tra c ta , sin mencionar el cambio o la abolición
constante de esta ley, que es precisamente lo
que le permite existir. Por ejemplo, si es una
ley constante que los costos de producción de
terminan el precio (valor) en última instancia
o, más bien, cuando periódicamente, casualmen
te, la oferta y la demanda se equilibran, tam
bién es una ley no menos constante que este equi
librio no se da; es decir, que valor y costos de
producción no se encuentran en una relación
necesaria. En efecto, la oferta y la demanda sólo
se equilibran momentáneamente, en virtud de la
fluctuación precedente de la oferta y la deman
da, en virtud de la divergencia entre costos de
producción y valor de cambio; fluctuación o
divergencia que sucede nuevamente a ese equi
librio momentáneo. De este movimiento real,
del cual la ley no es más que un momento abs
tracto, casual y unilateral, los economistas mo
dernos hacen algo accidental, inesencial. ¿Por
125
qué? Porque si quisieran expresar abstractamen
te ese movimiento, dada la reducción que hacen
de la economía política a fórmulas rigurosas y
exactas, la fórmula fundamental tendría que
decir: en la economía política, la ley está deter
minada por su contrario, por la ausencia de le
yes. La verdadera ley de la economía política es
el azar, de cuyo movimiento nosotros, los hom
bres de ciencia, fijamos arbitrariamente algunos
momentos en forma de leyes.
127
corresponden a la actividad genérica del hom
bre pasan a ser atributos de este mediador. Así,
pues, en la medida en que este mediador se en
riquece, el hombre se empobrece como hombre
(es decir, como hombre separado de este me
diador).
128
lación ab stracta es el valor, cuya existencia como
valor es el dinero. El hecho de que las cosas pier
dan su significación de propiedad personal, hu
mana, se debe a que los hombres que intercam
bian no se comportan entre sí como hombres.
La relación social entre propiedad privada y
propiedad privada es ya una relación en la que
la propiedad privada está enajenada de sí mis
ma. Por ello, el dinero, la existencia p a ra sí de
esta relación, es la enajenación de la propiedad
privada, la eliminación de su naturaleza perso
nal, específica.
129
existe en el dinero —y en última instancia en
los metales preciosos— y que, por tanto, el di
nero es el verdadero valor de las cosas y la más
deseable de las cosas. En verdad, las doctrinas
de los propios economistas están ya encaminadas
hacia esta sabiduría; sólo que el economista po
see la capacidad de abstracción suficiente para
reconocer esta existencia del dinero como un
tipo de mercancía y, por tanto, para no creer
en el valor exclusivo de su existencia oficial
como metal precioso. Esta existencia del dine
ro como metal precioso es solamente la expre
sión oficial más evidente del alma del dinero que
anima a todos los elementos de las producciones
y movimientos de la sociedad civil.
La oposición de los economistas modernos al
sistema monetario se reduce al hecho de que han
sabido captar la esencia del dinero en su abs
tracción y generalidad, y se han liberado de la
oscura superstición sensualista que cree en la
presencia exclusiva de esa esencia en los metales
preciosos. En lugar de esta superstición tosca,
los economistas modernos instauran la supersti
ción refinada. Sin embargo, por cuanto ambas
tienen la misma raíz, la forma liberada o ilus
trada de la superstición no logra desalojar por
completo a la forma tosca y sensualista de la
misma: no combate la esencia de esta supersti
ción sino su forma determinada. La presencia
personal del dinero como dinero —y no sólo
como relación interna, en sí, de las mercancías
que dialogan y se comparan entre sí— es tanto
más adecuada a la esencia del dinero cuan
to más abstracta es, cuanto menor es su rela
ción n atu ral con las otras mercancías, cuanto
más evidente es su carácter de producto y no
obstante de no-producto del hombre, cuanto me
nor es el elemento natu ral que la constituye,
cuanto mayor es su carácter de creación huma
na; dicho en términos de economía política:
cuanto mayor es la proporción inversa entre su
valor como dinero y el valor de cambio o precio
del material en el que existe. Por esta razón, el
papel moneda y los numerosos representantes
en p ap e l del dinero (como letras de cambio, ór
denes de pago, pagarés, etc.) son la forma p er
feccion ad a de presencia del dinero com o dinero,
y constituyen un momento necesario en el pro
greso y desarrollo del sistema monetario.
131
dual de la separación entre el hombre y las
cosas, entre el capital y el trabajo, entre la pro
piedad privada del dinero y el dinero humano:
de la separación entre el hombre y el hombre.
Por ello, su ideal es un sistema bancario orga
nizado. Pero se trata solamente de una aparien
cia: esta abolición de la enajenación, este re
torno del hombre a sí mismo, y por tanto a los
otros hombres, es en realidad una autoenajena
ción tanto más extrem a e infam e cuanto que su
elemento no es ya la mercancía, el metal o el
papel, sino la existencia m oral, la existencia
social, el interior mismo del pecho humano;
cuanto que, bajo la apariencia de la confianza,
es la máxima desconfianza, la enajenación total.
¿En qué consiste la esencia del crédito? (Hace
mos aquí abstracción del contenido del crédito,
que no es otro que el dinero. Hacemos abstrac
ción, pues, del contenido de esta confianza según
la cual un hombre reconoce a otro por el hecho
de prestarle valores y —en el mejor de los ca
sos, es decir, cuando no cobra por el crédito,
cuando no es usurero— de no tenerlo por un
pillo sino por un hombre “ bueno” . Para el que
da su confianza, como para Shylock, hombre
“bueno” es aquel “ que paga” .) El crédito es
concebible en dos relaciones y bajo dos condi
ciones distintas. En la primera de estas dos re
laciones, una persona rica concede un crédito
a una persona pobre, a quien tiene por trabaja-
dora y honesta. Este tipo de crédito pertenece
a la parte romántica, sentimental, de la econo
mía; a sus desvíos y excesos: a sus excepciones,
no a su regla. Pero incluso si se supone esta ex
cepción, si se acepta esta posibilidad romántica,
de todos modos, tanto la vida del pobre como su
talento y su actividad no son para el rico más
que una g aran tía de devolución del dinero pres
tado; es decir, todas las virtudes sociales del
pobre, el contenido de su actividad vital, su exis
tencia misma representan para el rico el reem
bolso de su capital más los intereses correspon
dientes. En este sentido, nada puede ser peor
para quien concede el crédito que la muerte del
pobre: es la muerte de su capital y de los inte
reses. Considérese la abyección que implica la
valoración de un hombre en dinero, tal como
tiene lugar en la relación crediticia. Por lo de
más, se sobreentiende que quien concede el cré
dito no tiene únicamente la garantía m oral de
su “buen hombre”, sino también la garantía
de la coerción ju ríd ica, y otras garantías más o
menos reales. Cuando en el segundo tipo de re
lación crediticia la persona favorecida con el
crédito posee también fortuna, el crédito se vuel
ve simplemente un interm ediario agilizador del
intercambio, es decir, es el dinero mismo, ele
vado a una forma completamente ideal. El cré
dito es el juicio en términos económ icos sobre
la moralidad de un hombre. En el crédito, en
133
lugar del metal precioso o del papel, es el propio
hom bre el que se convierte en m ediador del
cambio; pero no como hombre, sino como modo
de existencia de un cap ital y de los intereses. Así,
pues, es cierto que el m édium del intercambio
ha retornado de su figura material y se ha rein
corporado en el hombre, pero esto ha sucedido
sólo porque el propio hombre se ha desalojado
de sí y se ha vuelto para sí mismo una figura
material. Lo que acontece en la relación credi
ticia no es una abolición del dinero y su supera
ción en el hombre, sino la trasmutación del hom
bre en dinero, la encarnación del dinero en el
hombre. La in d ivid ualid ad hum ana, la m oral
humana se ha vuelto, por un lado, un artículo de
comercio y, por otro, el m aterial en el que existe
el dinero. La materia, el cuerpo del espíritu del
dinero no es ya el dinero, o sus representantes en
papel, sino mi propia existencia personal, mi car
ne y mi sangre, mi virtud y mi valía sociales.
Carne y corazón humanos son la moneda en que
el crédito calcula sus valores. A tal punto toda
inconsecuencia y todo progreso que tiene lugar
dentro de un sistema falso son la máxima con
secuencia de la abyección y el máximo retroceso.
15+
1] La oposición entre capitalista y obrero, entre
gran capitalista y pequeño capitalista se vuelve
aun mayor por cuanto el crédito se concede úni
camente a quien ya posee y puede constituir una
nueva oportunidad de inversión para el rico, o
por cuanto el pobre ve que tod a su existencia es
confirmada o negada según el capricho del rico
o la opinión casual que se ha formado sobre él,
que depende completamente de esta casualidad;
2] por cuanto el engaño de unos a otros, la hi
pocresía y la santurronería son llevados al colmo
cuando, al simple juicio que califica de pobre a
quien no recibe el crédito, se suma el juicio mo
ral que lo define como un hombre malo que no
merece confianza, como un paria social que ca
rece de reconocimiento; y por cuanto a la mise
ria del pobre vienen a sumarse esta humillación
y el humillante ruego para que el rico le conce
da el crédito; 3] por cuanto, dada esta existen
cia completamente id eal del dinero, la falsifi
cación de la m oneda no puede tener lugar sobre
otro material que la propia persona humana: el
hombre mismo tiene que convertirse en moneda
falsa, que engañar y sobornar para alcanzar el
crédito; por cuanto esta relación crediticia
—tanto por el lado de quien concede la con
fianza como por el de quien la recibe— se vuelve
un objeto de comercio, un objeto de engaño y
abuso mutuos. Aquí se muestra, con toda clari
dad, la desconfianza como la base de esta con-
135
fianza económica; el cálculo desconfiado para
conceder el crédito o para negarlo; el espionaje
en busca de los secretos de la vida privada, etc.
del solicitante; la denuncia de una mala situa
ción momentánea del rival para descalificarlo
mediante una brusca pérdida de su crédito, etc.
Todo el sistema de las quiebras, de las empresas
fingidas, etc. . . .En los créditos estatales, el es
tado ocupa exactamente el lugar que en lo ante
rior tiene el hombre.. . En la especulación con
los valores estatales se muestra cómo el estado
se ha vuelto el juguete de los comerciantes; etc.
4] El sistem a crediticio alcanza finalmente su
perfección en el sistem a bancario. La creación
del banquero, el dominio estatal del banco, la
concentración de la fortuna en estas manos, este
areópago económico de la nación es la digna
culminación de la existencia del dinero. Cuando,
en el sistema crediticio, el reconocim iento m oral
de un hom bre adquiere la forma del crédito, se
revela el secreto que está en la mentira del reco
nocimiento moral: la abyección inm oral de esta
moralidad; asimismo, cuando la confianza en el
estado, etc. adquiere dicha forma, la hipocresía
y el egoísmo que se esconden tras ella se mues
tran tal como son en realidad.
136
genérica y al goce genérico, cuyo modo de exis
tencia real, consciente y verdadero es la actividad
social y el goce social. Por cuanto el verdadero
ser com unitario es la esencia hum ana, los hom
bres, al poner en acción su esencia, crean, pro
ducen la com un idad hum ana, la entidad social,
que no es un poder abstracto-universal, enfren
tado al individuo singular, sino la esencia de
cada individuo, su propia actividad, su propia
vida, su propio goce, su propia riqueza. Por tan
to, no es en virtud de la reflexión que aparece
esta com un idad v erdadera, sino en virtud de la
necesidad y del egoísm o de cada individuo; es
decir, es producida de manera inmediata en la
realización de la existencia humana. La reali
dad de esta comunidad no depende de la volun
tad humana; pero, mientras el hombre no se
reconozca como hombre y, por tanto, organice
al mundo de manera humana, esta com un idad
aparecerá bajo la forma de la enajenación. De
bido a que su sujeto, el hombre, es un ser ena
jenado de sí mismo. Esta comunidad son los
hombres; no en una abstracción, sino como in
dividuos particulares, vivos, reales. Y el m odo
de ser de ellos es el modo de ser de la comunidad.
Por ello, es exactamente igual decir que el hom
bre se enajena de sí mismo y decir que la socie
d a d de este hombre enajenado es la caricatura
de su com un idad real, de su verdadera vida ge
nérica ; que, por tanto, su actividad se le presen
137
ta como un tormento, su propia creación como
un poder ajeno, su riqueza como pobreza; que
el vínculo esencial que le une a los otros hombres
se le presenta como un vínculo accesorio, y más
bien la separación respecto de los otros hombres
como su existencia verdadera; que su vida se le
presenta como sacrificio de su vida, la realiza
ción de su esencia como desrealización de su
vida, su producción como producción de su na
da, su poder sobre el objeto como poder del
objeto sobre él; que él, amo y señor de su
creación, aparece como esclavo de esta crea
ción.
138
to real, parte de la relación del hombre con el
hom bre como relación de propietario privado
con propietario privado. Si se presupone al hom
bre como propietario p riv ad o , es decir, como po
seedor exclusivo que afirma su personalidad, se
diferencia de los otros hombres y está en refe
rencia a ellos en virtud de esa posesión exclusiva
—la propiedad privada es su existencia personal,
distintiva, y por tanto esencial—, resulta enton
ces que la p érd id a de la propiedad privada o la
renuncia a ella es una enajenación del hom bre
en tanto que p ro pied ad privada.
139
anteriormente conmigo; en una palabra, que se
vuelva propiedad privada de otro hombre. Sin
contar el caso de la violencia, ¿ cómo es que llego
a enajenar mi propiedad privada a otro hom
bre? La economía política responde: debido a
la carencia, a la necesidad. El otro hombre es
también propietario privado, pero de otra cosa;
de algo que me hace falta y de lo que no puedo
o no quiero privarme, de algo que parece res
ponder a una necesidad en el cumplimiento de
mi existencia y en la realización de mi esencia.
140
privada, pero a renunciar de tal manera que, al
mismo tiempo, confirman a la propiedad priva
da; es decir, a renunciar a la propiedad privada
dentro de la relación de propiedad privada. El
uno enajena una parte de su propiedad privada
al otro.
Por lo tanto, la conexión o relación social en
tre ambos propietarios es la reciprocidad de la
enajenación. Mientras en el caso de la propie
dad privada simple la enajenación sólo tiene
lugar en referencia a sí, unilateralmente, en este
caso la relación de enajenación está puesta en
ambos lados; la enajenación se presenta como
la relación entre ambos propietarios.
El intercam bio o com ercio de trueque es por
tanto, dentro de la p ro pied ad p riv ada, el acto
genérico, el ser comunitario, la interacción e in
tegración sociales de los hombres; es, por ello, el
acto genérico que se ha vuelto extraño a sí mis
mo, enajenado. Por esta razón se presenta pre
cisamente como com ercio de trueque. También
por esta razón es lo contrario de la relación so
cial.
141
ductor, ella se ha separado de él y ha adquirido
una significación personal para alguien que no
la produjo. Ha perdido su significación personal
para el poseedor. En segundo lugar, ha sido
puesta en referencia a otra propiedad privada,
incluida en ella. Su lugar ha sido ocupado por
una propiedad privada de otra naturaleza, tal
Como ella, en su nuevo lugar, representa también
a una propiedad privada de otra naturaleza. La
propiedad privada aparece, para las dos partes,
como representante de una propiedad privada
de otra naturaleza, como el equivalente de otro
producto natural; la una representa a la existen
cia de la otra, y la relación recíproca entre ellas
hace de cada una el substituto de la otra y de sí
misma. La existencia de la propiedad privada
en cuanto tal se ha vuelto la de un substituto ,
la de un equivalente. Ya no existe como unidad
inmediata consigo misma sino solamente como
referencia a otra. Su existencia como equivalen
te ya no es su existencia peculiar. Se ha conver
tido en valor y, consecuentemente, en valor de
cam bio. Su existencia como valor es distinta de
su existencia inmediata, es exterior a su esencia
específica; es una determinación en aje n ad a de
sí misma; es sólo un modo de existencia relativo
de su esencia.
Corresponde a otro lugar la exposición de la
determinación más precisa de este valor y de
la manera en que se convierte en precio.
El trabajo Una vez presupuesta la relación de intercambio,
como trabajo cj tr a ¡ja j 0 aparece como trabajo dirigido inme-
lucratwo d iv a m e n te al lucro. Esta determinación del tra
bajo enajenado alcanza su culminación: 1]
cuando tanto el trab ajo lucrativo como su pro
ducto no se encuentran en relación inmediata
con las facultades y las necesidades del trabaja
dor, sino que son determinados por combinacio
nes sociales ajenas a él; 2] cuando el comprador
del producto no produce él mismo, sino inter
cambia lo producido por otros. En el com ercio
de trueque, configuración imperfecta de la pro
piedad privada e n a je n a d a , cada propietario pri
vado producía aquello hacia lo que le dirigían
sus necesidades, su constitución y el material na
tural disponible. Cada uno intercambiaba con el
otro el excedente de su propia producción. El
trabajo era no solamente su fuente inmediata
de subsistencia sino también la confirmación de
su existencia indiiñdual. Con el intercambio, su
trabajo se vuelve en parte fuente de lucro. Su
finalidad se vuelve diferente de su existencia. El
producto es producido como valor, como valor
de cam bio, como equivalente, y ya no a causa de
su relación personal inmediata con el productor.
El trabajo cae tanto más en la categoría de tr a
bajo lucrativo cuanto mayor es, por un lado, la
diferenciación de la producción y de las necesi
dades, y, por otro, la unilateral idad del ren
dimiento del productor. Este proceso culmina
143
cuando el carácter lucrativo del trabajo se vuel
ve exclusivo y cuando resulta casu al e inesencial
tanto el que el productor esté en relación de ne
cesidad personal y de goce inmediato con su
producto como el que la activid ad , la acción
del propio trabajo, signifique para él un gozarse
de su personalidad, una realización de sus dis
posiciones naturales y de sus fines espirituales.
E l tra b a jo lucrativo incluye: 1] el carácter
enajenado y casual del trabajo con respecto al
sujeto trabajador; 2] el carácter enajenado y
casual del trabajo con respecto a su objeto; 3]
la determinación del trabajador por las necesi
dades sociales, las que sin embargo son para él
ajenas e impuestas; el trabajador se somete a la
imposición social debido a su carencia, a su ne
cesidad egoísta; la sociedad sólo significa para
él una oportunidad de saciar su carencia, así co
mo él sólo existe para la sociedad como esclavo
de las necesidades sociales; 4] el hecho de que
al trabajador se le presenta el mantenimiento
de su existencia como la fin alid ad de su activi
dad; de que su hacer sólo tiene para él la fun
ción de un medio; de que pone en acción su vida
para ganar medios de vida.
El hombre se vuelve tanto más egoísta, caren
te de sociedad, enajenado de su propia esencia,
cuanto mayor y más desarrollado se presenta el
poder social dentro de las relaciones de propie
dad privada.
L a división Así como el intercambio mutuo de los productos
del trabajo ja actividad, hum ana, aparece como com ercio
de trueque, como tráfico sórdido, así también
la complementación y el intercambio mutuos
de la propia actividad aparecen como división
del trab ajo . Ésta hace del hombre un ser abs
tracto; lo convierte, en la medida de lo posible,
en una máquina para tal o cual efecto, en un
aborto espiritual y físico.
El hecho de que sea precisamente la unidad
del trabajo humano la que es considerada sólo
como división se debe a que la esencia social sólo
adquiere existencia bajo la forma de la enajena
ción, es decir, como lo contrario de sí misma. La
división del trabajo se agudiza con el proceso de
civilización.
Bajo las condiciones de la división del trabajo,
el producto, el material de la propiedad priva
da adquiere para el individuo cada vez más la
significación de un eq u iv alen te; y si lo que él
da a cambio no es ya su excedente —puesto que
el objeto de su producción le puede ser comple
tamente indiferente —, tampoco lo que recibe
inmediatamente a cambio de su producto es ya
el objeto que necesita. El equivalente alcanza
así su existencia como equivalente en dinero, el
cual, por su parte, como m ediador del intercam
bio, es resultado inmediato del trabajo lucrativo.
[Véase más arriba.]
En el régimen del dinero, en la completa in
145
diferencia tanto hacia la naturaleza del material
o naturaleza específica de la propiedad privada
como hacia la personalidad del propietario pri
vado, se hace manifiesto el dominio completo
de la cosa enajenada sobre el hombre.
Lo que fue dominio de una persona sobre otra
es ahora dominio general de la cosa sobre la p er
sona, del producto sobre el productor. Si en el
equivalente, en el valor, se encontraba ya el ca
rácter de enajenación de la propiedad privada,
en el dinero es esta enajenación en cuanto tal
la que tiene su existencia sensible, objetiva.
Como se comprenderá, la economía política
sólo puede concebir todo este proceso como un
factu m , como el engendro de una imposición ca
sual.
La separación del trabajo respecto de sí mis
mo equivale a la separación entre el obrero y el
capitalista, entre trabajo y capital; su forma
primitiva se compone de p ro piedad raíz y p ro
p ie d ad f lo t a n t e .. . La determinación originaria
de la propiedad privada es el monopolio; por
ello, cuando la propiedad privada se da a sí mis
ma una constitución política, ésta adquiere el
carácter del monopolio. La forma acabada del
monopolio es la competencia.
La economía política distingue: producción,
consumo y, como intermediario entre ellos, in
tercam bio o distribución. La separación entre
producción y consumo, entre actividad y goce,
tenga ella lugar en distintos individuos o en uno
solo, es la separación del tra b a jo respecto de su
objeto y respecto de sí mismo como goce. La dis
tribución es el proceso activo del poder de la
propiedad privada.
La separación entre el trabajo, el capital y la
propiedad de la tierra, así como la separación
de cada uno de ellos respecto de sí mismo, y
finalmente la separación entre el trabajo y el
salario, entre el capital y la ganancia, y entre la
propiedad de la tierra y la renta, vuelve mani
fiesta la enajenación tanto en la figura de auto-
enajenación como en la de enajenación recí
proca.
[15]
147
El hombre produce únicamente con el fin de
p o se e r : ésta es la premisa fundamental de la
propiedad privada. La finalidad de la produc
ción es la posesión. Pero la producción no tiene
sólo esta finalidad u tilitaria; tiene además una
finalidad e g o ísta : el hombre produce con el úni
co fin de poseer p a ra sí m ism o; el objeto de su
producción es la objetivación de su necesidad
egoísta inm ediata. El hombre que es para sí
—en estado salvaje, bárbaro— tiene la medida
de su producción en el alcance de su necesidad
inmediata, cuyo contenido está constituido
inm ediatam ente por el propio objeto producido.
149
ción del hombre para el hombre en tanto que
hombre: no es una producción social. Ninguno
de los dos mantiene, en tanto que hombre, una
relación de goce con el producto del otro. No
existimos en calidad de hombres para nuestras
producciones recíprocas. Por tanto, nuestro in
tercambio no puede ser el movimiento mediador
en que se confirmaría que mi producto es para
ti por el hecho de ser una objetivación de tu pro
pia esencia, de tu necesidad. No lo puede ser
porque el vínculo de nuestras producciones recí
procas no es la esencia hum ana. El intercambio
no puede hacer otra cosa que efectuar, confir
mar el carácter que tiene cada uno de nosotros
con respecto a su propio producto y a la pro
ducción del otro. Lo único que ve cada uno de
nosotros es, en su producto, su propio egoísmo
objetivado y, en el producto del otro, un egoís
mo diferente, ajeno, objetivado con independen
cia de él.
No cabe duda que tú mantienes una relación
humana con mi producto: tienes necesidad de
mi producto. Éste se encuentra presente para ti
como objeto de tu deseo y tu voluntad. Pero tu
necesidad, tu deseo, tu voluntad son impotentes
ante mi producto. Es decir, tu poder, tu propie
dad sobre mi producto no son los de tu esencia
hum ana —la que, en cuanto tal, sí está en rela
ción interna y necesaria con mi producción hu
mana. No lo pueden ser porque en mi produc-
ción no se encuentra reconocida la p ecu liarid ad ,
el poder de la esencia humana. Tu poder y tu
propiedad son más bien el lazo que te vuelve
dependiente de mí al ponerte en dependencia
de mi producto. Lejos de ser el m edio capaz de
darte poder sobre mi producción, son el m edio
que me da a mí poder sobre ti.
Cuando yo produzco m ás de lo que puedo ne
cesitar inmediatamente del objeto producido,
adapto calcu lad am ente mi p l uj-producción a tu
necesidad. Sólo en ap arien cia produzco un exce
dente del mismo objeto. En verdad produzco
con miras a otro objeto, al objeto de tu produc
ción, por el cual pienso cambiar mi excedente;
intercambio que está ya realizado en mi pensa
miento. La relación social en que estoy contigo,
mi trabajo para tu necesidad, no es por tanto
más que una simple a p a rie n c ia ; y nuestra com-
plementación mutua es igualmente una simple
ap arien cia , cuya realidad es el despojo mutuo.
Puesto que nuestro intercambio es egoísta tanto
de tu parte como de la mía, la intención de des
pojar, de engañar al otro está necesariamente al
acecho; puesto que todo egoísmo trata de supe
rar al egoísmo ajeno, ambos buscamos necesa
riamente la manera de engañarnos el uno al
otro. Esa suma de poder sobre tu objeto, que
está incluida en el mío, necesita, por supuesto,
de tu reconocim iento para convertirse en un po
der real. Pero nuestro reconocimiento recíproco,
151
referido como está al poder recíproco de nues
tros objetos, es una lucha; y en toda lucha vence
el que posee mayor energía, fuerza, sagacidad o
destreza. Cuando basta con la fuerza física, lo
que hago es despojarte directamente. Cuando el
imperio de la fuerza física ha perdido su vigen
cia, lo que hacemos es ofrecernos mutuamente
una apariencia mientras el más hábil explota al
otro. Cúal de los dos lo hace es algo que resulta
casual con respecto a esta relación como un todo.
La explotación ideal, intencional, tiene lugar
por ambas partes; es decir, cada uno de los dos,
según su propio juicio, ha explotado al otro.
152
de significación y validez idénticas, y tu deman
da sólo adquiere una efectividad y por tanto un
sentido cuando éstos se encuentran en referencia
a mí. Si tú eres simplemente un hombre y care
ces de este medio, tu demanda es para ti un
requerimiento insatisfecho, y para mí una ocu
rrencia que no me incumbe. Tú, como hombre,
no tienes ninguna relación con mi objeto porque
yo m ism o no tengo una relación humana con él.
El verdadero p od er sobre un objeto es el m edio;
por esta razón, tú y yo vemos recíprocamente en
nuestro objeto el poder del uno sobre el otro y
sobre sí mismo. Es decir, nuestro propio produc
to se ha vuelto contra nosotros; parecía ser pro
piedad nuestra, pero en verdad somos nosotros
su propiedad. Estamos excluidos de la verd ad e
ra propiedad porque nuestra p ro p ied ad excluye
al otro hombre.
153
aten tado contra la dign idad hum ana, mientras
1 el lenguaje enajenado de los valores cosificados
se nos presenta como la realización adecuada
de la dignidad humana en su autoconfianza y
autorreconocimiento.
154
IL
esencial.
El valor que tenemos el uno para el otro es el
valor que damos recíprocamente a nuestros ob
jetos. Por lo tanto, el hombre en cuanto tal es
recíprocamente carente de valor para ambos.
155
de haber creado tu expresión vital individual
en la mía propia, de haber por tanto confirm ado
y realizado inmediatamente en mi actividad in
dividual mi verdadera esencia, mi esencia com u
nitaria, hum ana.
Nuestras producciones serían otros tantos es
pejos cuyos reflejos irradiarían nuestra esencia
ante sí misma.
Esta relación... la manera en que en ella,
recíprocamente, se realice de tu parte lo que se
realiza de la mía.
Consideremos los diferentes momentos tal co
mo aparecen en la suposición:
Mi trabajo sería expresión vital libre, por tan
to goce de la vida. Bajo las condiciones de la
propiedad privada es enajenam iento de la vida,
pues yo trabajo p a ra vivir, para conseguir un
m edio de vida. Mi trabajo no es vida.
En segundo lugar: por ser el trabajo la afir
mación de mi vida individual, la p ecu liarid ad
de mi individualidad estaría incluida en él. El
trabajo sería entonces la p ro pied ad verdadera,
activa. Bajo las condiciones de la propiedad pri
vada, la enajenación de mi individualidad es
tal, que esta activid ad me resulta detestable-, es
un tormento-, sólo es más bien la ap arien cia de
una actividad, y por ello una actividad o b liga
da, que se me impone por un requerimiento ex
terior y casual y no por un requerimiento inter
no y necesario.
En el objeto de mi trabajo, mi trabajo sólo
puede mostrarse de la manera en que es. Su
apariencia no puede mostrarlo como él no es se
gún su esencia. Por ello, mi trabajo sólo aparece
como la expresión objetiva, sensible, observable
y por tanto indudable de mi p érd id a de m í m is
m o y de mi im potencia.
157
DEL CUADERNO V
[16]
[17]
Los precios, los Prevost alaba a los ricardianos, “estos profundos
costos de economistas, por haber dado a la ciencia una
producción
gran simplicidad al tomar como base los pro
y la competencia
medios, dejando de lado todas las circunstancias
158
accidentales que hubieran podido detenerlos en
sus generalizaciones” (p. 176-177). ¿Pero qué
demuestran estos “promedios” ? Que cada vez se
hace mayor abstracción de los hombres, que la
vida real es dejada de lado cada vez más para
tener en cuenta solamente el movimiento abs
tracto de la propiedad material, inhumana. Las
cifras prom edio son verdaderos insultos, injurias
contra los individuos singulares reales.
[Mili, citado por Prevost: . . .]
Prevost alaba el descubrimiento de los ricar-
dianos según el cual el precio está determinado
por los costos de producción , sin intervención de
la oferta y la dem anda.
En primer lugar: el buen hombre pierde de
vista que los ricardianos sólo pueden comprobar
este principio sirviéndose del cálculo de prom e
dios , es decir, previa abstracción de la realidad.
En segundo lugar: según esta tesis, bastaría ofre
cer una mercancía en venta, aunque no fuera
comprada, para que ella tenga un precio deter
minado por sus costos de producción. ¿Y todos
los trastos completamente inútiles que podrían
ser producidos? En tercer lugar: estos señores
reconocen que hay motivos casuales que pueden
hacer subir o bajar el precio con respecto a los
costos de producción; en tal caso, dicen, la com-
petenéia intervendría para colocarlos nuevamen
te en el mismo nivel, ¿Pero acaso la competencia
es otra cosa que la relación de oferta y deman-
159
da? La relación de oferta y demanda es admiti
da cuando viene bajo la forma de competencia.
¿Qué es, en realidad, lo que quieren demostrar
estos señores? Que, dentro del m arco de la libre
com petencia, el precio de los productos es man
tenido en igualdad a los costos de producción.
La acción de la libre competencia como medio
de la determinación del precio la hemos tratado
en otro lugar. Para expresarlo abstractamente:
decir que el precio está determinado por la com
petencia equivale a decir que el precio se vuelve
casual. Estos señores tienen razón cuando afir
man que nadie quiere vender a un precio infe
rior a los costos de producción. Pero una cosa es
querer y otra es poder.
[ 18]
160
igualmente que el trabajo se ha vuelto cada vez
más una cosa, una mercancía, y que ya sólo es
concebido bajo la figura de un capital y no
como actividad humana.
161
productos y hace así que el valor de éstos au
mente. Es posible que se presente un exceso de
productos, que incluso éste sea motivo de sufri
miento y miseria en grandes ramas de la pro
ducción, pero este exceso no será permanente y
el equilibrio se restablecerá” (pp. 184-185).
162
abstracción de las personas. El equilibrio es sola
mente un equilibrio entre el capital y el trabajo
como entidades abstractas, un equilibrio que no
tiene en cuenta ni al capitalista ni a la persona
del obrero. Así como la sociedad sólo es una ci
fra promedio.
La infamia de la economía política consiste
en partir de la premisa de los intereses hostil
mente separados por la propiedad privada y en
especular a continuación como si los intereses
no estuvieran separados y la propiedad fuese
comunitaria. De esta manera, incluso cuando
el producto es consumido íntegramente por mí
y producido íntegramente por ti, la economía
política puede probar que el consumo y la pro
ducción se encuentran en el orden adecuado
con respecto a la sociedad.
Toda afirmación racional —como la de la
unidad de las distintas ramas de la producción
y los distintos intereses, la de la unidad de tra
bajo y capital, de producción y consumo, etc.—
se vuelve un sofisma infame en manos de la
economía política, sobre el terreno de la pro
piedad privada. Qué infame contradicción es,
por ejemplo, la de la competencia: creada sólo
a partir del interés privado y justificada sólo
por él, desarrollada como asesinato y gu erra
oficiales de los intereses hostiles entre sí, es pre
sentada sin embargo como el pod er de la socie
d a d y el interés de la sociedad frente a los inte-
163
reses singulares. La economía política, con su ar
bitraria presuposición de intereses sociales allí
donde rigen intereses asociales y con la manera
en que lleva a cabo esta substitución, sólo de
muestra que, en la situación actual, la única
manera de obtener leyes racionales es mediante
la abstracción de la naturaleza específica de las
relaciones actuales; que las leyes sólo rigen de
modo abstracto.
[19]
[ 20 ]
La tasa de Boisguillebert habla siempre en nombre de la
ganancia según mayoría pobre de la población, cuya ruina al
Boisguillebert
canza también, “de rebote” , como él dice, a los
ricos. Habla de la justicia distributiva.
[ 21]
165
manos de un solo gran propietario. Cree erró
neamente, como lo observa Daire [en su comen
tario al texto de B.], que la actividad del inter
cambio, la circulación del dinero, es un “ hecho
que crea valor” .
166
mía moderna sabe que un tálero es un tálero.
“ Igualmente, para alcanzar una gran riqueza
no es cuestión de ac tu a r sino de dejar de actuar.”
(p. 420) La doctrina del “dejar hacer, dejar
pasar” de todos los economistas modernos.[131
Para Boisguillebert, como para ellos, es la mar
cha n atu ral de las cosas, es decir, de la sociedad
civil, la que debe poner en orden las cosas. En
el caso de Boisguillebert, como en el de los fi
siócratas, esta doctrina tiene todavía algo que es
hum ano y sign ificativo: hum ano , en oposición
a la economía del viejo estado, que buscaba
enriquecerse sirviéndose de los medios menos
naturales; significativo, como primer intento de
emancipar la vida de la sociedad civil. Pero para
mostrarse com o es, tuvo primero que ser eman
cipada.
[Boisguillebert: 1
167
El “ justo valor” La depreciación de los metales preciosos, del
dinero, es caracterizada por Boisguillebert como
restablecimiento del valor justo de las mercan
cías: “también los productos habrán adquirido
nuevamente su justo valor” (p. 422). Aún no
podía ver que es el propio intercam bio realizado
sobre la base de la propiedad privada, que es en
general el valor el que roba su “justo valor” tan
to a la naturaleza como al hombre. “Restable
cer el justo valor” significa para Boisguillebert
restablecer el valor m ercantil. Pero siempre es
significativo que la primera polémica decidida
contra el oro y la plata —es decir, contra el di
nero, puesto que dichos metales sólo representan
al dinero— combata la desvalorización del hom
bre y de la naturaleza de los productos huma
nos considerándola como una consecuencia del
dinero. Este valor ideal, escolástico, destruye su
valor real.
[22 ]
168
llebert argumenta como lo hace Say cuando de
muestra la inexistencia de la sobreproducción
mediante su teoría de los m ercados.
La teoría de Say, como todas las teorías de
la economía política, es errónea.
Según él, no existe sobreproducción; si una
mercancía no encuentra comprador, se debe so
lamente a que (sea en el propio país o en otro)
la producción del equivalente no es suficiente
para el intercambio. Sin embargo:
1] Say reconoce, como lo hacían Mili y Ri
cardo, que la sobreproducción puede presen
tarse en una rama determinada de la produc
ción; por lo tanto, puesto que en un determina
do país se trata siempre de productos determi
nados, se presenta en todas las modalidades de
su producción; la culpa de esto está en la in
consciencia de la producción, en el hecho de que
no se realiza de manera hum ana, sino bajo la
condición de la enajenación de la propiedad pri
vada.
2] Supongamos el caso más favorable para la
teoría de Say: todos los países producen al máxi
mo de su capacidad y poseen por tanto la
máxima cantidad de equivalentes para el inter
cambio de sus respectivos productos. Pues bien,
artículos vitales]. Después de su muerte, que sería inevitable,
sería correcto decir . . . que todos murieron de hambre, de
frío y de sed . . . ; no obstante, no cabe duda, que, considerado
en general, no sólo no carecían de vestido y de alimentos sino
que, de no ser por aquella fuerza mayor, podían incluso estar
bien vestidos y vivir cómodamente.” (p. 423)
169
Say olvida que el límite de la dem an d a es la
propiedad privada. En Francia, por ejemplo, no
se producen demasiados zapatos: millones van
descalzos. La sobreproducción se presenta por
que el número de pares de zapatos producidos
es mayor que el de las personas que los necesitan
y que pueden comprarlos. Y si esto es válido
dentro de un país, lo es también entre los dis
tintos países. Si, por ejemplo, Francia produce
todo el vino que puede, Inglaterra todo el al
godón que puede y así todos los países, lo que
sucede es a] que el vino de Francia y el algodón
de Inglaterra sólo se intercambian entre sí en
la medida en que, en esos dos países, hay gente
que puede pagar por el vino y por el algodón;
es decir, la propiedad privada produce para la
propiedad privada. La producción puede por
tanto superar a la demanda, no obstante que en
ambas partes hay un excedente del equivalente
respectivo; esto sucede porque la necesidad de
vino, de algodón y de cualquier otro producto
tiene una determ inada medida y porque está
determ inada además por el número de perso
nas para las que ella existe realm ente, es de
cir, que pueden pagar para satisfacerla. La
medida que es superada por la producción no es,
pues, la que está determ inad a por las necesida
des humanas en general, sino la que está d e
term inada por un determ inado pequeño número
de personas con cap a c id a d de com pra. Por más
que Say amplíe el ámbito de la producción, y
aunque multiplique al infinito su diversifica
ción, de todas maneras el poseedor de uno o
varios de esos múltiples productos sólo los po
drá cambiar por los productos de otro poseedor,
cuya necesidad es limitada. Así pues, el inter
cambio no se constituye entre productos en
cuanto tales, sino entre productos que son pro
piedad privada.
c] Supuesto el caso más favorable menciona
do anteriormente, la suma abundancia que ha
bría de todos los productos daría lugar a una
considerable reducción de sus precios. Sin em
bargo, sus costos de producción marcan un de
terminado límite. Si los productores quieren
agotar las posibilidades de intercambio, tienen
que vender sus productos a aquellos comprado
res que pagan un precio inferior a los costos de
producción, es decir, tienen que regalar sus
mercancías, es decir, no vender. En general, el
último límite para la venta de un producto son
sus costos de producción más algo de ganancia
para el productor. Por lo tanto, la condición
para la venta óptima de un producto no es que
la otra parte produzca también al máximo de
su capacidad, sino que el m áxim o núm ero de
hom bres posea productos para ofrecer a cam
bio, es decir, que todos sean ricos. Aunque
incluso en este caso podría presentarse una so
breproducción; pero se trataría de una sobre
171
producción que, si miramos en general, segura
mente no se presenta en la actualidad.
Los economistas no se extrañan de que en un
país pueda haber un exceso de productos, no
obstante que la mayoría de la población expe
rimenta una aguda carencia de los más elemen
tales medios de subsistenc:a. Ellos saben que la
riqueza tiene como condición una proporción lo
más elevada posible de miseria. Y después se ex
trañan —ellos, que no producen para los hom
bres sino para la riqueza— de que la misma ri
queza resulte carente de valor o, dicho en otras
palabras, de que los productos no encuentren
mercado, no reciban un equivalente, carezcan
de valor. La producción tiene lugar en con tra
posición a la gran masa de la humanidad, y
sin embargo los economistas se extrañan de que
la magnitud de la producción pueda resultar
dem asiado gran de para el pequeño resto de la
humanidad que tiene cap a c id a d de com pra.
Intentan encubrir el contraste que existe entre
la producción de un país y el número de perso
nas a las que está destinado su resultado —este
hecho hostil de que la mayoría esté excluida
del resultado de la producción—, la contradic
ción entre la producción y el modo en que exis
te para los hombres dentro de un país, me
diante la introducción del intercambio entre
varios países. Como si dicha relación dejara de
ser la misma por el hecho de estar elevada a
una escala más amplia; como si por ello que
dase superado el carácter contradictorio de la
producción; como si en el intercambio de los
productos de varios países no existiese la misma
contraposición que en el de un solo país.
En general, para el economista, la máxima
riqueza equivaldría a la máxima pobreza por
que aboliría el valor de todas las cosas.
Las mercancías tendrían que perder su valor
de cam bio debido al simple hecho de que su
único valor es el valor de c a m b io ; pero el eco
nomista no se da cuenta de esto.
3] Resulta verdaderamente ridículo que Mal-
thus, quien al contrario de Say reconoce el he
cho de la sobreproducción en relación a la
población , a los hombres, afirme que tal sobre
producción de mercancías es posible y consti
tuye una desgracia. Precisamente en ello se hace
presente el carácter de esta sobreproducción.
El mismo economista que afirma que la canti
dad de hombres que se producen es mayor que
la cantidad de mercancías, afirma también
que la cantidad de mercancías que se producen
es mayor que la que puede encontrar mercado,
es decir, mayor que la que debe ser producida.
4] L a sobreproducción es la carencia de v a
lor de la riqueza misma, precisamente porque
la riqueza, para ser riqueza, debería tener un
valor.
La producción puede ser excesiva para los
173
especuladores y los capitalistas; su mercancía
puede depreciarse debido al exceso. En todas
las ramas puede presentarse un excedente que
ya no es posible intercambiar porque supera la
necesidad de las personas con capacidad de com
pra ; pero el movimiento de la propiedad privada
exige que, no obstante y mediante la pobreza
general, se produzca en exceso. (La producción
produce incluso la pobreza general; es decir,
cada individuo reducido a la pobreza es una
oportunidad de venta menos. Los economistas
liberales tienen en cuenta las limitaciones que
impone el monopolio, pero no ven que la pro
piedad privada traza un límite aduanero en tor
no a los individuos para hacer posible el inter
cambio de los productos.) La falta de oportu
nidades de venta aumenta con la producción
porque la cantidad de desposeídos se vuelve ma
yor. La riqueza que se establece en contrapo
sición al hombre avanza necesariamente hasta
volverse carente de valor para la propiedad pri
vada y presentarse como su propia pobreza, has
ta dejar de producir riqueza. Los productos sólo
tienen valor para la dem anda. La dem an d a, en
tendida en sentido económico, tiene que redu
cirse debido a la industria. La m asa del pro
ducto aumenta necesariamente en comparación
a la demanda, la desborda cada vez más; por
lo tanto, pierde su valor. La producción tiende
a perder su valor, incluso para esta parte de la
sociedad sino para una parte de ella, y tiende
a perder su valor, incluso para esta parte de la
sociedad, pues se destruye a sí misma debido a
la relación entre su masa y la reducida mag
nitud de esa parte de la sociedad.
175
r
APÉNDICES
I
C A R T A D E C A R L O S M A R X A L U D W IG F E U E R B A C H M
179
mos, fundada sobre la diferencia real entre los hombres; el con
cepto de género humano, traído desde el cielo de la abstracción
a la tierra real, qué otra cosa es sino el concepto de sociedad.
Se preparan dos traducciones de su E sen cia del cristianism o,
una en inglés y otra en francés, que están casi listas para la im
presión. La primera aparecerá en Manchester (al cuidado de
Engels), la segunda en París (un francés, el Dr. Guerrier, y el
comunista alemán E w erbeck hicieron la traducción con ayuda de
un estilista francés). Los franceses se lanzarán inmediatamente
sobre el libro, pues los dos partidos —los clericales y los volte
rianos y materialistas— andan en estos momentos en busca de
ayuda extranjera. Resulta interesante observar cómo, a diferencia
del siglo xvm, la religiosidad ha ascendido a las capas medias y
a la clase superior, mientras la irreligiosidad —pero la irreligio
sidad de los hombres que sienten en sí mismos su calidad de
hombres— ha descendido al proletariado francés. Hay que haber
asistido por lo menos a una de las reuniones de los obreros fran
ceses para poder concebir la frescura intocada, la nobleza que
emana de esos hombres agobiados por el trabajo. El proletario
inglés hace también enormes progresos, pero le falta todavía el
sentido que tienen los franceses para la cultura. Tampoco puedo
dejar de subrayar los méritos teóricos de los artesanos alemanes
en Suiza, en Londres y en París. Aunque el artesano alemán es
todavía demasiado artesano.
De todas maneras, es entre estos “bárbaros” de nuestra socie
dad civilizada donde la historia prepara el elemento práctico
para la emancipación del hombre.
Nunca se me ha presentado de manera tan definida y contun
dente el contraste que existe entre el carácter francés y nosotros,
los alemanes, como en un manifiesto fourierista que comienza
180
en los siguientes términos: “El hombre está enteramente en sus
pasiones.” “ ¿Ha encontrado usted alguna vez un hombre que
pensase por pensar, que recordase por recordar, que imaginase
por imaginar, que quisiese por querer? ¿ Le ha sucedido a usted,
alguna vez, algo parecido? . . . ¡No, por supuesto que no!”
El móvil principal tanto de la naturaleza como de la sociedad
es por tanto la atracción mágica, pasional, no reflexiva, y “todo
ser, hombre, planta, animal u orbe, ha recibido una suma de
fuerzas en relación con su misión en el orden universal” .
Se sigue de ello que “las atracciones son proporcionales a los
destinos” ,m
¿No parece, en todas estas frases, como si el francés hubiese
contrapuesto intencionalmente su passion al actus purus del pen
samiento alemán? No se piensa por pensar, etc.
La dificultad que experimenta el alemán para salir de la uni-
lateralidad opuesta ha quedado comprobada nuevamente por
mi amigo de muchos años —distanciado ahora— Bruno Bauer,
en su publicación crítica, la Literatur-Zeitung de Berlín. No
sé si usted la haya leído. Hay en ella mucha polémica implícita
en su contra.
El carácter de esta Literatur-Zeitung puede resumirse así:
la “crítica” es convertida en un ser trascendente. Estos berlineses
no se tienen por hombres que critican sino por críticos que acce
soriamente tienen la desgracia de ser hombres. Por consiguiente,
la única necesidad real que reconocen es la necesidad de crítica
teórica. Así, personas como'Proudhon reciben sus reproches por
situar su punto de partida en una “ necesidad” “práctica” . Se
trata, pues, de una crítica que se extravía en un triste espiritua-
181
lismo con pretensiones aristocráticas. La conciencia o autocon-
ciencia es considerada por ellos como la única cualidad verdade
ramente humana. El amor, por ejemplo, es negado porque el
amado no es en él más que un “ objeto” . ¡Abajo el objeto! Esta
crítica se toma por el único elemento activo de la historia. Frente
a ella, la humanidad entera no es más que la masa, una masa
inerte que sólo adquiere valor por oposición al espíritu. Por lo
tanto, el mayor crimen de un crítico consiste en tener sentimien
tos o pasiones; según ellos, debe ser un sofós irórico y helado.
Bauer declara literalmente:
“ El crítico no comparte ni los sufrimientos ni las alegrías de la
sociedad; no conoce ni amistad ni amor, ni odio ni antipatía;
reina en la soledad y deja que en ella resuene de vez en cuando,
salida de sus labios, la carcajada que provoca en los dioses olím
picos la absurda confusión del mundo.” [41
El tono de la Literatur-Zeitung de Bauer es pues de des
precio carente de pasión, actitud que le resulta tanto más fácil
de adoptar cuanto que puede abrumar a los otros con los resul
tados alcanzados por usted y, en general, por nuestro tiempo.
Bauer se limita a descubrir contradicciones y, satisfecho de su
acción, se retira con un “hum” de desprecio. Declara que la crí
tica no aporta nada; es demasiado espiritual para eso. Llega in
cluso a expresar directamente su esperanza:
“ya no está lejano el día en que toda la humanidad decadente
se juntará frente a la Crítica —y la Crítica es él y sus amigos—, y
en que ésta dividirá a esa masa en diferentes grupos y les distri
buirá a todos el testimonium paupertatis” .m
Según parece, es por rivalidad que Bauer combate contra Cris-
[4] Allgemeine Literatur-Zeitung, fase. 6, pp. 31 ss.
[5] Ibid., fase. 5» pp. 11 ss.
182
to. Pienso publicar un folleto contra este extravío de la crítica.161
Si usted quisiera darme antes su opinión al respecto, ella tendría
para mí un valor in estim ab le; de todas maneras, me alegraría
mucho recibir pronto una pequeña señal de usted. Los arte
sanos alemanes de aquí, mejor dicho, el grupo comunista de ellos
—compuesto por algunos centenares— asistió durante este ve
rano, dos veces por semana, a una serie de conferencias, a cargo
de sus dirigentes secretos,171 sobre su libro L a esencia del cristia
nism o; se mostró admirablemente receptivo. El pequeño extrac
to de la carta de una dama alemana, que aparece en el suple
mento del No. 64 de V orw arts, proviene de una carta de mi
esposa, que está de visita en casa de su madre en Tréveris, y ha
sido publicado sin conocimiento de su autora.
Con mis mejores deseos de buena salud.
Suyo,
Carlos Marx
183
II
L IS T A D E L A S O B R A S R E S U M ID A S O E X T R A C T A D A S
P O R M A R X E N S U S CUADERNOS D E PA RIS W
184
la recopilación: Économistes financiers du xvme siécle. Edi
tada y comentada por Eugéne Daire. París, 1843.
R. Levasseur (de la Sarthe), Ex-Conventionnel. Mémoires. 4
tomos. París, 1829 y 1831.
Friedrich List, Das nationale System der politischen Okonomie
(El sistema nacional de la economía política). Tomo i: El
comercio internacional, la política comercial y la unión adua
nera de Alemania. Stuttgart u. Tübingen, 1841.
John Ramsay Mac Culloch, Discours sur Vorigine, les progres,
les objets particuliers et l’importance de Véconomie politique.
Trad. del inglés por G. Prévost. Ginebra y París, 1825.
James Mili, Eléments d’économie politique. Trad. por J. T.
Parisot. París, 1823.
H. F. Osiander, Enttauschung des Publikums über die Interessen
des Handels, der Industrie und der Landivirtschaft, oder Be-
leuchtung der Manufakturkraft-Philosophie des Dr. List, nebst
einem Gebet aus Utopien (Para desilusionar al público acerca
de los intereses del comercio, la industria y la agricultura, o
dilucidación de la filosofía de la fuerza manufacturera sus
tentada por el Dr. List, acompañada de una oración compues
ta de utopías). Tübingen, 1842.
H. F. Osiander, Über den Handelsverkehr der Vólker (Sobre las
relaciones comerciales de los pueblos). 2 tomos. Stuttgart,
1840.
David Ricardo, Des principes de Véconomie politique et de l’im-
pdt. Trad. por F. S. Constancio. 2 tomos. París, 1835.
Jean-Baptiste Say, Traite d’économie politique. 2 tomos. París,
1817.
Jean-Baptiste Say, Cours complet d’économie politique pratique.
Bruxelles, 1836.
185
Cari Wolfgang Christoph Schüz, Grundsatze der National-Oko-
nomie (Principios de la economía política). Tübingen, 1843.
Frédéric Skarbek, Théoñes des richesses sociales. 2 tomos. Pa
rís, 1829.
Adam Smith, Recherches sur la nature et les causes de la ri-
chesse des nations. Trad. nueva por Germain Garnier. 4 to
mos. París, 1802.
Xenophon’s von Athen Werke (Obras de Jenofonte de Atenas).
Trad. por Adolph Heinrich Christian. Tomo ix: Sobre el arte
económico y Hiero o la vida del gobernante. Tomo x: La
constitución de los lacedemonios; la constitución de los ate
nienses, etc. Tomo xi: Sobre los impuestos de los atenienses,
etc. Stuttgart., 1828 y 1830.
186
III
C R O N O L O G ÍA : E L P R O Y E C T O D E C R ÍT IC A
D E L A E C O N O M ÍA P O L Í T I C A *
1818-1835: T R É V E R IS
187
L a diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y
la de Epicuro.
1841 — en e ro : su p rim e ra p u b lica ció n — Canciones de arrebato— a p a re
ce en la re v ista Athenaum.
— m a rz o : recib e el ce rtific a d o de e stu d io s d e la U n iv e rsid a d de B e r
lín : n u eve sem e stre s; a sisten cia a trece cursos.
— a b r il: recib e in absentia el títu lo d e “ d o c to r en filo so fía ” de la
U n iv e rsid a d d e Je n a .
— lectu ra s filo só fic a s: S p in o z a , L e ib n iz , H u m e , K a n t, etc.
188
1843 -1845: PARÍS
1843 — o c tu b re : se tra s la d a co n Je n n y a P arís.
— n oviem bre y d ic ie m b re : escribe, p a r a los Anales Franco-Alema
nes, su ensayo Sobre la cuestión judía y su Introducción a la crí
tica de la filosofía del Estado de Hegel, en los q u e p o r p rim e ra vez
se ad h iere a la c a u sa del p ro le ta ria d o y se recon oce co m o co m u
n ista.
1844 — fe b re ro : a p a re c e el p rim ero y ún ico n ú m ero d e los Anales Fran
co-Alemanes, q u e co n tien e ta m b ién el e s b o z o d e u n a c r í t i c a
d e l a e c o n o m í a p o l í t i c a , d e E n gels.
— m a rz o : su n u e v a p osición p o lítica m o tiv a el d ista n ciam ie n to de
A, R u g e .
— d e a b ril a ju lio : p ro y ecta escrib ir u n a c rítica g en e ral d el co m
p o rtam ie n to econ ó m ico, ju ríd ic o y p olítico , y d e sus resp ectivas
in stitu cion es y teorías. L a elaboración de la prim era parte, la
l a e c o n o m í a p o l í t i c a , se inicia con un com entario
c r ít ic a d e
detenido de las obras de los prin cipales econom istas y llega a la
exposición crítica de los fundam entos práctico-teóricos que sos
tienen a la problem ática de la ciencia económ ica. (L o s “ M a n u s
crito s de P a rís” — n o t a s d e l e c t u r a y m a n u s c r i t o s e c o n ó m i c o -
f i l o s ó f i c o s — fu ero n p u b lic a d o s p o r p rim e ra vez en 1932, en
a le m á n .)
Ciertos elem entos fundam entales de este prim er proyecto se
m antienen constantes a lo largo de todo el desarrollo ulterior
d e la crítica de la econom ía política.
— m a y o : n a ce su p rim e ra h ija , Je n n y M a rx .
— ju n io : se re la c io n a co n m iem b ros de la L i g a d e los Ju sto s.
S e reún e frecu en tem en te co n P ro u d h o n y con B ak u n in .
— de ju lio a enero d e 1 8 4 5 : c o la b o ra en la re v ista Vorwárts y
p a s a lu ego a d irig irla . R eco n o ce el c a rá c te r rev o lu cio n ario e sp o n
V tá n e o d e la rebelión o b re ra en S ilesia.
— a g o sto : co m ien za la a m ista d y la ín tim a c o la b o rac ió n con F rie-
d rich E n gels.
1845 —-febrero: es e x p u lsa d o d e F ra n c ia .
1845-1848: BR U SELA S
189
A n o ta su s 11 Tesis críticas sobre “ el m a te ria lism o tra d ic io n a l, in
clu id o el d e F e u e rb a c h ” .
— ju n io : se co m p ro m ete a p u b lic a r la “ c rític a d e la p o lític a y la
eco n o m ía ” .
— ju lio y a g o sto : e m p ren d e con E n g e ls u n v ia je d e e stu d io s p o r I n
g la te rra . E n tr a en co n ta cto con los d irigen tes del m o v im ien to
“ c a r tista ” .
— de sep tiem b re a m ay o de 1 8 4 6 : r e d a c ta ju n to con E n g e ls el m a
n u scrito de L a ideología alemana (p u b lic a d o en 1 9 3 2 ).
1846 — a p a r tir d e fe b re ro : ju n to con E n g e ls, to m a la in ic ia tiv a en el
p roceso d e re n o v ació n y re o rg an iz a ció n d el m ov im ien to so cialista
y co m u n ista. P rom u ev e la fu n d a c ió n del C o m ité de C o rre sp o n
d e n c ia C o m u n ista .
1847 — d e en ero a ju n io : escribe la c rítica d e los p rin cip io s econ ó m icos
y p olíticos d el socialism o p ro u d h o n ia n o , la m i s e r i a d e l a f i l o
so f ía .
— ju n io : p a r tic ip a in absentia en la fu n d a c ió n d e la L ig a de los C o
m u n ista s (re o rg a n iz a ció n de la L i g a de los J u s t o s ) .
— sep tiem b re y o ctu b re : prep ara dos conferencias sobre el libre
cam bio y la clase obrera.
— d ic ie m b re : exp o n e an te la U n ió n de O b re ro s A lem an es en B ru
selas sus conferencias sobre e l s a l a r i o .
1848 — f e b r e r o : m a n i f i e s t o d e l p a r t id o c o m u n i s t a .
— m a rz o : es e x p u lsa d o d e B é lg ica.
190
— C o m ie n z a su tr a b a jo (q u e d u r a r á h a sta 1 8 6 2 ) co m o corresp on sal
d e la New York Daily Tribune.
1852 — El 18 Brumario de Luis Bonaparte .
1853 - 1857 : su situ ac ió n p e c u n ia ria e m p e o ra h a s ta la m iseria y le o b lig a
a a b a n d o n a r el tr a b a jo cien tífico.
N o ob stan te, e l t r a b a jo p e r io d ís tic o d e e sto s a ñ o s le lle v a a c o m
p le t a r e l a lc a n c e d e su p r o y e c to c r ític o (p . e., e x p l o r a te ó r ic a
m e n te e l siste m a c o lo n ia l d e l c a p it a lis m o ) y lo c o n v ie rte e n
e sp e c ia lis ta e n n u m e r o s a s c u e stio n e s e c o n ó m ic a s, so c ia le s, p o l í
tic a s e h istó r ic a s. L o s c o n o c im ie n to s e la b o r a d o s e n e sta é p o c a
c o n s t itu ir á n e le m e n to s im p o r t a n t e s d e l a c r ític a d e la e c o n o m ía
p o lít ic a .
1857 — de m arz o a ju lio : r e a n u d a su tra ta m ie n to cien tífico d e la e c o
n om ía.
— a g o sto y sep tiem b re : tra z a e l p r im e r e sb o z o d e l n u e v o p la n d e
l a c r ític a d e l a e c o n o m ía p o lít ic a . E s c r ib e la s p r im e r a s p á g in a s
d e u n a i n t r o d u c c i ó n g e n e r a l, q u e q u e d a in c o n c lu sa (el fr a g
m en to fu e p u b lic a d o en 1 9 0 3 ).
— d e octu b re a m ay o d e 1 8 5 8 : e sc r ib e e l b o r r a d o r d e l p r im e r li
b r o , “ S o b r e e l c a p it a l ” , d e lo s seis e n q u e se p r o p o n e t r a t a r la
p a r t e s is te m á tic a d e s u c r ít ic a d e l a e c o n o m ía p o lític a . (E ste
m a n u sc rito fu e p u b lic a d o en 1939 y 1941 con el títu lo de l i n e a -
MIENTOS FUNDAMENTALES DE LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA
[Grundrisse ...].)
1858 — e n e r o : r e lé e l a l ó g i c a d e H e g e l.
— d e octu b re a enero de 1 8 5 9 : e sc r ib e e l p r im e r fa s c íc u lo d e c o n
TRIBUCIÓN A LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA (p u b lic a d o en
ju n io de 1859) ; c u a tro in cisos de este tr a b a jo q u e d a n en b o rra
d o r (fu e ro n p u b lic a d o s ju n to con los Grundrisse . . . ) .
1859 — de o ctu b re a enero d e 1 8 6 0 : c o n tin ú a sus e stu d io s econ óm icos.
1860 — Herr Vogt.
— L e e El origen de las especies de D a rw in .
1861 — de a go sto a d iciem b re d e 1 8 6 2 : e sc r ib e u n v o lu m in o s o m a n u s
c r it o q u e c o n tie n e l a c o n tin u a c ió n d e la c o n t r i b u c i ó n . . .
(in é d it o ) .
1862 — de ab ril a m e d iad o s d e 1 8 6 3 : e sc rib e , c o m o p a r t e d e l m is m o
m a n u s c r i t o , e l b o r r a d o r d e l a s t e o r í a s s o b r e l a p l u s v a l í a (e d i
ta d o p o r K a u tsk y en 1905 y 1910 y en las M . E . W . (O b r a s de
M a r x y E n g els, D ietz V e rla g , B erlín , R D A , co m o T o m o I V
de El Capital, en 1965 y 1 9 6 8 ).
— L e e la Ciencia nueva de V ic o .
1 8 6 3 - 1 8 6 5 : E s c r ib e , c o n n u m e r o s a s in t e r r u p c io n e s, la p r im e r a v e rsió n
191
de los tres libros de e l c a p i t a l (in é d ita , con d os e x c ep cio n e s:
la p a rte co rresp on d ien te a l “ C a p ítu lo V I ” , r e s u l t a d o s d e l p r o
c e s o i n m e d i a t o d e p r o d u c c i ó n , del L ib r o I, p u b lic a d a en 1933,
y la p a rte co rresp on d ien te a l L ib r o I I I , p u b lic a d a p o r E n g e l s ) .
1864 — se p tie m b re : p resid e la sesión en q u e se d e cid e la fu n d a c ió n d e la
A so ciació n In te rn a c io n a l d e los T r a b a ja d o r e s .
— o c tu b re : m e n s a je in a u g u r a l y e s t a t u t o s de l a a s o c ia c ió n in
DE LOS TRABAJADORES.
t e r n a c io n a l
1865 — j u n i o : C onferencia sobre s a l a r i o , p r e c i o y g a n a n c ia ( p u b li c a d a
en 1 8 9 8 ).
1866 — R ed acta la versión d efin itiva del L ib ro I de e l c a p i t a l .
1867 — se p tie m b re: p rim e ra ed ició n del L ib r o I d e e l c a p i t a l .
1867 1 8 69: T r a b a ja sólo o c asio n alm en te , d e b id o a la e n fe rm e d a d , en la
p re p a ra c ió n de los L ib ro s I I y I I I d e El Capital.
1870 — C o m ie n z a a e stu d ia r co n d eten im ien to la “ cu estión o r ie n ta r ’ y
p a rtic u la rm e n te la situ ac ió n so cial en R u sia .
1871 —La guerra civil en Francia.
1873 — S e g u n d a ed ición , revisada, d el L ib r o I d e El Capital.
1875 — c r ít i c a d e l p r o g r a m a d e g o t h a ( p u b l i c a d a e n 1891 y 1 9 2 3 ).
— V ersió n fra n c e sa , con valor científico propio, del L ib r o I d e El
Capital.
1877 — E scrib e el C a p ítu lo X, de la “ h is t o r ia c r ít ic a ” , p a r a el Anti-
Dühring d e E n g els.
— C o m ie n z a u n a nueva versión del L ib ro I I d e e l c a p i t a l .
1880 — T r a b a ja o casio n alm en te en la re d a c c ió n d e los L ib ro s I I y I I I
de El Capital.
— n o t a s m a r g i n a l e s sobre la Economía política de A. W a g n e r ( p u
b lic a d a s en 1 9 3 2 ).
1881 — c a r t a a v e r a z a s ú l i c h ( p u b l i c a d a e n 1 9 2 6 ).
— L e e y c o m e n ta L a sociedad primitiva de M o r g a n , co m o p a rte de
su estu d io d e las so cied a d e s p re c a p ita lista s. ( U n a selecció n de
sus a p u n te s sobre a n tro p o lo g ía se p u b licó en 1972.)
1883 — 14 de m a rz o : m u ere C a rlo s M a r x en L o n d res.
1885 — E n g els e d ita el L ib ro I I d e El Capital.
1894 — E n g els p u b lic a el L ib ro I I I d e El Capital.
1895 — M u e rte d e F rie d ric h E n g els.
192
N9 . 651
Imprenta Madero, S. A.
Avena 102, México 13, D. F.
10-VI-1980 ^
Edición de 2 000 ejemplares
más sobrantes para reposición
COLECCIÓN EL HOMBRE Y SU TIEMPO
Isaac Deutscher
— Trotsky, el profeta armado
— Trotsky, el profeta desarmado
— Trotsky, el profeta desterrado
— Stalin . Biografía política
— L a revolución inconclusa
— L os sindicatos soviéticos
— R usia , China y Occidente
— El marxismo de nuestro tiempo
Ernest Mandel
— Tratado de economía marxista
— Ensayos sobre el neocapitalismo
— Control obrero, consejos obreros , autogestión
— E l capitalismo tardío
José Carlos Mariátegui
— Obra política
Jean-Paul de Gaudemar
— Movilidad del trabajo y acumulación de capital
Tadeusz Kowalick
— Teoría de la acumulación y del imperialismo en R osa Luxemburgo
Antonio Gramsci
— Sobre el fascismo
Karl Korsch
— Tres ensayos sobre marxismo
Rosa Luxemburgo
— Obras escogidas . 1
Roger Owen / Bob Sutcliffe
— Estudios sobre la teoría del imperialismo
István Mészáros
— L a teoría de la enajenación en Marx
Andrzej Stawar
— Libres ensayos marxistas
Vladímir I. Lenin
— z Qué hacer?
[Seguido de las “Actas del 11 Congreso del PO SDR” (1903)
y otros escritos sobre el concepto de partido ]
Edición a cargo de Vittorio Strada
Jean-Marie Vincent
— Fetichismo y sociedad
Stefan Morawsky
— Reflexiones sobre estética marxista
Umberto Cerroni
— Teoría política y socialismo
Claudio Napoleoni
— Lecciones sobre el capítulo sexto (inédito) de Marx
Rodolfo Acuña ^
— América ocupada [Los chícanos y su lucha de liberación]
Miriam Limoeiro
— L a construcción de conocimientos -
C. Wright Milis
.. Los marxistas
Karl Korsch
.. Marxismo y ruosofía
Paul Mattick
.. Marx y Keynes (Los límites de la economía mixta)
Andrzej Stawar
.. Libres ensayos marxistas