Gerhardt - El Caso de Manuscrito Cuervo de Max Aub
Gerhardt - El Caso de Manuscrito Cuervo de Max Aub
Gerhardt - El Caso de Manuscrito Cuervo de Max Aub
Federico Gerhardt
Universidad Nacional de La Plata
Cuando la Guerra Civil española había tomado un curso ya irreversible, esto es,
cuando las fuerzas levantadas contra el régimen republicano legítimamente constituido
estaban encaminadas hacia la victoria –una victoria que extendería sus efectos por un
prolongado periodo–, Max Aub empezaba a recorrer el doloroso camino del exilio, un
camino que compartiría con miles de españoles, pero que, en su particular caso,
entrañaba peripecias de índole diversa.
Desde el inicio de la Guerra Civil española en 1936, pero de un modo
marcadamente acentuado al caer el Frente de Cataluña –lo que podría considerarse el
final definitivo de la guerra se produjo al caer Madrid, capital que resistió hasta abril de
1939– grandes grupos de españoles traspusieron las fronteras de su país en busca de
refugio. El primer destino que tuvieron estos desplazamientos, desarrollados en cinco
olas sucesivas coincidentes con las ofensivas de las fuerzas franquistas, fue Francia, país
que, en muchos casos, fue sólo concebido como lugar de paso (Rubio, 1977).
El primero de febrero de 1939, Max Aub entró en Francia por la frontera de Port
Bou, y de esta forma, regresaba al país donde había nacido en 1903 y del que había
partido en 1914, también a causa de un conflicto bélico: al estallar la guerra entre
Alemania y Francia, la ciudadanía alemana de su padre convierte prontamente, a ojos de
la administración francesa, a todos los integrantes de la familia Aub en enemigos,
1
Entrevista inédita citada por Eloísa Nos Aldás (2001: 179-181).
debiendo, por estas circunstancias, partir con rumbo a España. Establecidos en este país,
Max Aub completo su formación y desarrolló allí no sólo su vocación literaria –que le
otorgaría tempranos éxitos, fundamentalmente como autor teatral, en la línea de una
literatura con raíces en los movimientos literarios de vanguardia europeos de principios
de siglo, estableciendo, por momentos, lazos relativamente marcados con publicaciones
españolas como la Revista de Occidente, y situándose en la órbita del magisterio de
Ortega y Gasset– sino también, y en relación cada vez más estrecha con ella, su
militancia política. Desde 1929, Max Aub es afiliado del Partido Socialista Obrero
Español, lugar desde el cual colabora con la República, tanto en tiempos de paz como al
estallar la guerra, en tanto funcionario de la misma en distintos puestos. Cabe recordar
que en julio de 1936, recién iniciada la contienda, Max Aub asume la dirección del
periódico Verdad, por el P. S. O. E., junto con Josep Renau, quien representaba en la
publicación al Partido Comunista Español. Otra actividad en la que tuvo importante
participación fue la organización del pabellón español en la Exposición Internacional de
1937, ya que se desempeñaba como agregado cultural de la Embajada de España en
París –a cargo de Luis Araquistáin–, función desde la que se ocupó, por ejemplo, de
encargar a Pablo Picasso un lienzo que con el tiempo y el trabajo del pintor habrá de
resultar ser el celebérrimo “Guernika”, y de escribir y leer el texto de presentación al
inaugurarse la exposición.
En 1938, luego de ser secretario del Consejo Nacional del Teatro, Max Aub
comienza con su colaboración, como ayudante de dirección y como traductor del guión
del francés al español, con el escritor francés André Malraux en la realización de Sierra
de Teruel, filme basado en la novela L’Espoir. Acompañando al equipo de filmación de
dicha película, Max Aub cruza la frontera catalana con rumbo a Francia en el mes de
enero de 1939, dejando un país al que no volvería hasta 1969, e iniciando un exilio que
se extendería hasta su muerte.
En esta suerte de forzoso regreso al primer hogar, poco fue el tiempo en el que
Max Aub pudo disfrutar de su estancia en París, donde lo esperaban su esposa e hijas,
donde continuó con la filmación de Sierra de Teruel y donde prosiguió su tarea literaria.
El 5 de abril de 1940, es detenido e ingresa en el estadio de Rolland Garros, ya entonces
transformado en campo de internamiento. Con esta detención comienza una estadía en
diferentes cárceles y campos de concentración con los que el gobierno francés fue
recibiendo a los refugiados españoles que huían de la guerra y sus consecuencias
inmediatas; una estadía que en el caso de Max Aub habrá de extenderse, no sin escasas
y breves interrupciones, hasta 1942.
La detención de Aub obedeció, en principio, a una denuncia anónima que incluía
algunos datos falsos, a la que se sumaron gestiones de la diplomacia del gobierno de
Burgos ante el presidido por Pétain. Así, por ejemplo, una “nota verbal” [sic] dirigida al
Ministerio de Asuntos Exteriores de la Francia colaboracionista, por la Embajada de la
España franquista, consigna lo siguiente: “le ressortissant allemand Max Aub (israélite),
qui fut naturalisé espagnol par le Gouvernement rouge, lors de la guerre civile, et qui se
trouve actuellement en France, selon des informations fournies à cette ambassade, est un
communiste notoire d’activités dangereuses”2.
Al poco tiempo de haber ingresado en el campo de internamiento de Rolland
Garros, Max Aub es transferido al campo de concentración de Vernet (Departamento de
Ariège), en el sur de Francia, al que arriba luego de una larga marcha en cuerda de
presos el 30 de mayo. La liberación de ese campo no habría de llegar hasta el mes de
noviembre, por una nota del Ministro Secretario de Asuntos Exteriores francés, que lo
obligaba a presentarse ante el comisariado especial de Marsella transcurridas cuarenta
horas. Sin embargo, a los pocos días, la política represiva desplegada por el régimen de
Vichy en la zona no ocupada por las tropas nazis vuelve a detenerlo por sus relaciones
con la resistencia española y con las primeras manifestaciones de la resistencia francesa,
llevándolo esta vez a la cárcel de Niza, dejándolo en libertad el 21 de junio, pero sólo
hasta el mes de septiembre, ya que será entonces nuevamente detenido y otra vez
confinado en el campo de concentración de Vernet, desde donde es conducido –a bordo
de un vapor de transporte de ganado– a Argel, para luego ser transferido al campo de
concentración de Djelfa, en el Sahara donde gran número de prisioneros –utilizados
como mano de obra para la construcción de un ferrocarril transahariano– perdieron la
vida a causa de las inclemencias del tiempo, la escasez de alimento y los tratos brutales
a los que fueron sometidos. De este campo lograría salir en 1942, para llegar ese mismo
año, tras una travesía con diferentes escalas, a México3.
2
Puede encontrarse una reproducción fotográfica del documento en Aub (1998: 43).
3
El estudio biográfico más completo hasta el momento sobre Max Aub puede encontrarse en Soldevila
(2003).
Gran parte de la obra de Max Aub posterior a la Guerra Civil española está
dedicada a dar testimonio de sus experiencias en los campos de concentración en los
que fueron confinados, por el régimen de Vichy, un número considerable de
republicanos españoles que cruzaron la frontera con Francia tras el desenlace del
conflicto bélico en 1939. Los textos de Max Aub al respecto son numerosos y
genéricamente variados, y el periodo de su composición se extiende desde el cautiverio
mismo –en la medida en que era posible mantener su escritura a salvo de los controles
existentes en el campo– hasta los últimos años de su vida: relatos como El baile,
Alrededor de una mesa, Playa en invierno, Vernet 1940, Una historia cualquiera,
Historia de Vidal, Los creyentes, Un traidor, Ruptura, Ese olor, Manuel, el de la Font,
El limpiabotas del Padre Eterno, Yo no invento nada, El cementerio de Djelfa; un
híbrido entre novela y guión cinematográfico, Campo francés; una pieza dramática,
Morir por cerrar los ojos; un poemario, Diario de Djelfa. También el tema ocupa un
importante espacio en las páginas de sus Diarios (1939-1972), fundamental aunque no
exclusivamente, en las correspondientes a los años de su experiencia concentracionaria.
Pero entre todos los testimonios literarios aubianos sobre los campos de
concentración, existe uno cuyas particulares características llevaron a gran parte de la
crítica a distinguirlo del resto –ya desde el pionero estudio de Ignacio Soldevila (1973)–
, en lo que respecta a la forma literaria adoptada para dar cuenta de la experiencia
concentracionaria. Manuscrito cuervo. Historia de Jacobo es un texto extenso sobre la
vida en el campo de Vernet que comienza a ser esbozado por Aub en su primera
estancia en ese centro de detención –eufemísticamente denominado, tal como sus
iguales de otras zonas francesas, Centro de residencia vigilada (Centre de Séjour
Surveillé), por el régimen colaboracionista4– en 1940, según la información encontrada
por los especialistas, que es publicado en 1950 y luego reeditado con algunos cambios
en 1955; en él, la experiencia autobiográfica es reelaborada a partir de diferentes
estrategias discursivas que contribuyen a la instauración de un distanciamiento.
4
Éste y otros eufemismos se encuentran en documentos de la administración francesa transcriptos por
Rubio (1977).
5
A las lecturas sugeridas por la crítica con respecto a la figura del cuervo, deben sumarse las que él
mismo sugiere a lo largo del texto, fundamentalmente en el apartado “De nosotros [cuervos] para con
ellos [humanos]” en el que hace un recuento de las apariciones del animal en el corpus bíblico, así como
en las fábulas.
señalarse que recientes investigaciones –por ejemplo, Nos (2001)– han puesto en claro
la existencia real de un cuervo en el campo de Vernet, llamado precisamente Jacobo,
sobre el que se han encontrado referencias en otros testimonios sobre el mismo campo,
como Scum of the earth de Arthur Koestler o The owl of Minerva de Gustav Regler. De
ahí que el hecho de que Aub haya optado por dotar de voz a un cuervo llamado Jacobo,
es una muestra más de la presencia, reelaborada como se verá en lo que sigue, de la
materia autobiográfica en el texto. La dedicatoria señala en este mismo sentido:
“Dedicado a los que conocieron al mismísimo Jacobo, en el campo de Vernete, que no
son pocos” (Aub, 1994: 175).
Otros indicios pueden encontrarse en el prólogo de Bululú. En el fragmento del
mismo ya citado, el ficticio editor hace referencia a cuando salió del campo de Vernet
“por primera vez [...] en los últimos meses de 1940”, lo cual resulta significativo,
teniendo en cuenta que Aub sufrió dos reclusiones en el mencionado campo del sur de
Francia, la primera de las cuales finalizó en noviembre de 1940. Otro tanto puede
decirse del irónico agradecimiento con el que se cierra el prólogo: “Doy las más
expresivas gracias a Su Excelencia, monsieur Roy, ministro del interior, socialista como
yo, que en 1940 tuvo a bien ayudarme a dar con el manuscrito y me proporcionó tiempo
y solaz necesario, y aún alguno de más, para descifrarlo” (Aub, 1994: 179). En relación
con esto, es oportuno recordar que Max Aub, socialista, fue detenido en 1940 en Niza
por orden del Ministerio del Interior francés, al frente del cual se encontraba Roy
durante el gobierno de Edouard Daladier.
Sin embargo, pese a estas emergencias en cierta medida evidentes de la materia
autobiográfica, la reelaboración literaria a la que ella es sometida permitirá instaurar un
distanciamiento apoyado, sobre todo, en un particular trabajo con el discurso científico
que deja de lado la narración.
Las formas que adopta la construcción del testimonio tal como es planteada en
Manuscrito cuervo permite establecer relaciones con recientes reflexiones sobre los
modos de la representación de otras experiencias concentracionarias posteriores, en
particular con aquéllas abocadas al estudio de los centros clandestinos de detención,
tortura y muerte argentinos, reflexiones que, a su vez, parten de consideraciones
respecto de los campos de exterminio nazis.
Puestos a pensar la problemática de los modos en que un discurso puede dar
cuenta de las experiencias concentracionarias, los trabajos de Hugo Vezzetti y Beatriz
Sarlo recientemente publicados presentan puntos en común, aun siendo resultados de
acercamientos provenientes de diferentes ámbitos disciplinares –desde el psicoanálisis
el del primero, desde la teoría y crítica literarias el de la segunda– recordando sin
embargo que ambos habían ya planteado tentativas en el abordaje de la memoria en
algunos artículos que vieron la luz en el seno de una misma publicación: Punto de Vista
(Sarlo, 1987, 1989; Vezzetti, 1985, 1994, 1996, 1998, 1999, 2000, 2001).
En Tiempo pasado (2005), Beatriz Sarlo se propone analizar los diferentes
dispositivos que intervienen en la construcción de los discursos sobre el pasado,
especialmente los ligados a situaciones traumáticas, prestando particular atención a
aquellas características en las que se hace visible lo que llama el “giro subjetivo”, al que
define como un “reordenamiento ideológico y conceptual de la sociedad del pasado y
sus personajes, que se concentra sobre los derechos y la verdad de la subjetividad”
(Sarlo, 2005: 22). Ante el predominio del relato en primera persona en la construcción
del testimonio Sarlo recuerda los postulados teóricos subyacentes a la “muerte del
sujeto” –en relación con la cual concibe el giro subjetivo como una “resurrección”–
declarada décadas antes, y retoma las consideraciones de Primo Levi acerca del carácter
incompleto del testimonio autobiográfico, considerado por él mismo sólo como
“materia prima” (Sarlo, 2005: 42-49).
A partir de esto y luego de analizar el modo en que se construye el relato
testimonial autobiográfico –modo al que denomina “realista-romántico”– Sarlo llama la
atención sobre las configuraciones discursivas capaces de dar cuenta de la experiencia
pero que se muestran diferentes de los relatos testimoniales en primera persona:
“Algunos textos comparten con la literatura y las ciencias sociales las precauciones
frente a una empiria que no haya sido construida como problema; y desconfían de la
sinceridad y la verdad de la primera persona como producto directo de un relato.
Recurren a una modalidad argumentativa porque no creen del todo en que lo vivido se
haga simplemente visible, como si pudiera fluir de una narración que acumula detalles
en el modo realista-romántico” (Sarlo, 2005: 95).
Como ejemplos de esta otra modalidad de trabajo con la experiencia, Sarlo cita
dos textos diferentes: en primer lugar, La bemba, un estudio de fuerte base teórica sobre
el rumor carcelario, escrito por Emilio de Ípola al recuperar la libertad en 1978, tras
veinte meses de cárcel; y Poder y desaparición; los campos de concentración en
Argentina de Pilar Calveiro, parte del texto resultante de la tesis doctoral presentada en
México, publicada en 1998, cuya autora estuvo detenida desaparecida en 1977. Ambos
textos citados difieren entre sí, pero tienen en común características que Sarlo señala en
tanto relevantes respecto del estudio por ella llevado a cabo: “se separan del uso
memorialístico al aceptar restricciones en el uso de la primera persona, de la anécdota,
de la narración con fuerte línea argumental, del sentimentalismo, la invectiva y los
tropos” (Sarlo, 2005: 96).
En la misma línea pueden pensarse algunas de las ideas expuestas por Hugo
Vezzetti en el capítulo “Los campos de concentración argentinos”, el cuarto de su libro
Pasado y presente (2002). Dentro del mismo, a la hora de abordar la representación de
los centros de detención, tortura y muerte argentinos, el autor tomará también palabras
de Primo Levi desde las cuales planteará la discusión en torno a la forma del discurso
abocado a dar cuenta de las experiencias concentracionarias argentinas: “Primo Levi
decía que el Lager no es buen observatorio para quien se propone alcanzar una posición
que permita un juicio sobre el sistema” (Vezzetti, 2002: 184). Esta idea lo lleva a
destacar –coincidiendo con lo que tiempo después haría Sarlo según ya hemos
señalado– el libro Poder y desaparición. Al igual que la autora de Tiempo pasado,
Vezzetti hará entonces hincapié en el libro de Calveiro en tanto texto con base teórica
que evita el uso del relato autobiográfico, lo cual le permite referirse a los campos de
concentración desde una posición distanciada. Afirma Vezzetti: “[Calveiro] elige
distanciarse de la espontaneidad de un relato personal y escribe en tercera persona. Por
supuesto, lo determinante no es el paso a la tercera persona sino la desconfianza, la
reticencia frente a una posición de enunciación que arriesga reproducir,
discursivamente, el encierro en el espacio y en el tiempo corto de la experiencia, un
tabicamiento que el campo imponía brutalmente” (Vezzetti, 2002: 184). Por medio,
entonces, de este movimiento de distanciamiento, Pilar Calveiro puede, según Vezzetti,
plantearse las relaciones entre la vida intramuros y la vida extramuros, es decir,
responder a la “pregunta clave: ¿qué revela el campo respecto de ese orden mayor que
imperaba en la sociedad?” (2002: 184)6.
6
En las mismas características del trabajo de Calveiro pone el énfasis la lectura de Juan Gelman en el
“Preludio” que precede al texto: “Hay obras notables sobre la experiencia concentracionaria de
sobrevivientes de campos nazis de concentración o gulags soviéticos –Primo Levi, Gustaw Herling–,
escritas en primera persona, como exige el testimonio. Este libro es distinto: su autora ha recurrido a la
tercera persona, la persona otra, para hablar de lo vivido [...] La rigurosa reflexión de Pilar Calveiro no se
detiene ahí: profundiza en las relaciones entre el campo de concentración y la sociedad argentina –‘se
corresponden’, dice–, convertida en habitante de un enorme territorio concentracionario manipulado por
el terror militar” (Calveiro, 2006: 5-6).
7
La pretendida asepsia del discurso científico es matizada en ocasiones, de lo cual es muestra el citado
fragmento, en el que irrumpe la primera persona. En este sentido, debe señalarse que, además, algunas
descripciones parecen tender al grotesco, como la que hace referencia al aseo de los internos: “... las
costillas se les marcan como si el esqueleto quisiera salirse de tan innoble envoltura. Carraspean, escupen,
peden, a quién más mejor./Con ellos fueron los mancos, y era cosa de verlos lavarse los muñones./ Todo
ello en medio de un vaho apestoso. El uno, pasando un trapo deshilachado a otro:/ –Frota./ Aquelarre.
Éste con una cicatriz, aquél con dos. Sacóse el cojo de la 46 uno de sus ojos, y lo mira, y se ríe él solo de
su gracia” (Aub, 1994: 193-194).
del Manuscrito: 34 páginas de un cuaderno de 48, tamaño 18 x 24, escritas con letra
extraña (véase facsímil), no muy difícil de descifrar. Las cubiertas son de color rosa y
llevan impresas atrás la tabla de multiplicar. Al frente se lee L’Incomparable, y, abajo,
48 pages” (Aub, 1994: 178).
En esta suerte de mise en abîme deja en evidencia aquello que la literatura le
sabe a las ciencias, esto es, su condición de discurso. Manuscrito cuervo no usa el
lenguaje de la antropología sino que lo pone en escena y, de este modo, lleva el trabajo
con el distanciamiento a otro nivel, abriendo una instancia en la que va a tener cabida la
ficción, a través del juego con la enunciación8.
El autor del tratado antropológico es un cuervo, con lo cual, primeramente, se
acentúa la distancia respecto de los hechos humanos abordados. Pero, al mismo tiempo
y sobre todo, el carácter “corvino” del autor del texto científico hace posible el
equívoco: el cuervo Jacobo describe y analiza las actividades y relaciones dentro del
campo de concentración como si fueran las de la especie humana entera. El apartado
titulado “Del bulo” constituye una muestra clara de este procedimiento que predomina
en el texto: “El bulo es el principal alimento de los hombres. Crece con inaudita rapidez.
Basta una frase, y ya es todo: corre, envuelve, gira, domestica, crece, baraja, entrevera
noticias y figuraciones, busca bases, da explicaciones, resuelve cualquier contradicción:
panacea.
Sus diversos padres: viejos, guardias, cartas, radio, externos, viajeros, huidos,
campesinos de los alrededores, antesalas, esperas, colas.
Intranquiliza a los más escépticos, exalta a los alicaídos, corre, vuela y se
revuelve, desconocido. ¿De dónde nace? Del aire y siempre con un regustillo de verdad
escondida. Cada bulo tiene su grano de anís, la cuestión es dar con él, en la
interpretación está el gusto. Se lo diseca y desdobla como una cédula cualquiera, más
paridor que coneja. Forma grupos, disuelve reuniones, yéndose cada cual a formar un
nuevo centro, red nerviosa, rapidez de luz, toque de imaginación, vanguardia de deseos,
8
Esta particularidad de la literatura remite a una de las tres fuerzas que Roland Barthes (1986) le
reconoce como propia: Mathesis. Señala Barthes que la literatura “les sabe algo” a los otros saberes: “En
la medida en que pone en escena al lenguaje –en lugar de, simplemente, utilizarlo–, engrana el saber en la
rueda de la reflexividad infinita: a través de la escritura, el saber reflexiona sin cesar sobre el saber según
un discurso que ya no es epistemológico sino dramático” (1986: 185). En relación con esto último, cabe
señalar el significado que encierra el nombre del editor del texto corvino. Según el DRAE, el término
“bululú” designa al “farsante que antiguamente representaba él solo, en los pueblos por donde pasaba, una
comedia, loa o entremés, mutando la voz según la calidad de las personas que iban hablando”.
fruto natural del sueño, pimienta del encierro, sarpullido de las noches, desazón de los
enteros, escalofrío de tontos, plasmado sueño de débiles. Se desvanece con otro y de
bulo en bulo pasa el tiempo, bulo de bulos. Hácese la noche, cae el sueño y la muerte:
otro bulo” (Aub, 1994: 211)9.
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muerte’: Max Aub entre las alambradas del olvido canónico”, Actas del I
9
Cabe recordar en este punto que, como ya se ha mencionado anteriormente, el recorrido de Max Aub
por cárceles y campos de concentración tiene su origen, precisamente, en un bulo. La importancia,
concedida al “bulo” dentro del texto así como en las otras obras dedicadas a la odisea francesa de Aub ha
llevado a Naharro Calderón (1999) a relacionar ese término con el nombre del ficticio editor “Bululú”.
10
Naharro Calderón (1996) encuentra que los textos aubianos sobre los campos de concentración, a
diferencia de otros abocados al mismo tema y escritos por autores españoles, no consideran la vida en los
campos como un transitorio paréntesis en la historia de Occidente.
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