Caso Leonel
Caso Leonel
Caso Leonel
Si tales necesidades no son manejadas o satisfechas en los vínculos entre los infantes
y sus figuras más importantes de manera óptima, se producen perturbaciones en el
narcisismo. Ya sea porque los padres fueron negligentes o agresivos, porque se
le especularizó de manera excesiva, o deficitaria, o porque no se le permitió al niño el
despliegue de su “self grandioso”; o ya fuera porque no se ofrecieron modelos a
idealizar, o no se le permitió impregnarse y compartir dicha idealización; o, quizá, por la
psicopatología de los padres, o por las fallas, torpeza o desinterés de éstos a la hora de
empatizar con tales necesidades narcisistas desplegadas por el self infantil. Dichas
insatisfacciones en el desarrollo narcisista son traumáticas para el niño: trauma
narcisista. Se nos muestra como lleno de sentido y en ocasiones con inimaginable
alcance, uno de los principales pilares de la teoría freudiana, que bien queda plasmado
bajo la conocida frase que reza: “el niño es el padre del adulto” (Gabbard, 2002).
Por lo tanto, el caso que presentaré muestra a un paciente en el que a nivel clínico se
manifiesta una psicopatología en donde el sistema narcisista ocupa un lugar central, al
ser el núcleo fundamental de la sintomatología. Sintomatología que se genera a través
de la reiterada búsqueda de satisfacción de anhelos narcisistas, produciéndose, tal
como la realidad social impone, numerosas frustraciones que implican sufrimiento en el
paciente, en su propio sistema narcisista, así como en otros sectores de su psiquismo
que dialogan con el anterior (Bleichmar, 1997).
Quisiera ser claro. La idea que quiero transmitir es referente a que los síntomas pueden
ser manifestados a nivel de autoconservación, de dificultades en la regulación psico-
biológica en forma de crisis de angustia, hipocondría o somatizaciones -por ejemplo, en
el sistema sensual-sexual en forma de dificultades orgásmicas distintas, en el de apego
a través del establecimiento de relaciones objetales marcadamente narcisistas, etc.-
con toda una gama de variada sintomatología y todo ello, sin dejar de ser de interés
clínico, supone ser fruto de la relación entre la personalidad narcisista del paciente y su
interacción con el entorno (Bleichmar, 1997, 1999a,1999b, 2006). Quisiera reiterar y
aclarar que no se habla en el caso de mi paciente, a quien llamaré Lionell V, de un
trastorno narcisista de la personalidad, como lo recoge el DSM-IV-tr, ni se hace ningún
diagnóstico –tipo-, como “trastorno por somatización”, “episodio depresivo” o
“hipocondría”, aun cuando encontramos síntomas cuya fenomenología bien podría
etiquetarse de ese modo según criterios descriptivos para la diagnosis. No se hace
esto, principalmente, porque los síntomas son totalmente secundarios y producidos por
la psicodinamia del paciente y también, porque no satisfacen los criterios temporales
exigidos.
Este es un caso verdadero, pero he tenido que hacer cambios para proteger la
identidad del paciente y algunos aspectos de la mía propia. En varios casos he
sustituido, en aras de una equivalencia simbólica, ciertos aspectos de nuestras vidas.
Los diálogos son siempre reales y con la mayor literalidad que mi memoria permite. El
disfraz es profundo, sólo paciente y terapeuta podemos ver detrás de él. Sin lugar a
dudas, cualquier lector que crea reconocer algún aspecto de este caso estará
equivocado. Psicoterapia de 2 años y 3 meses de duración que tuve la oportunidad de
compartir con Lionell V.
Presentación
Lionell: “Bien, doctor, la verdad es que ando de aquí para allá, de consultorio en
consultorio entrevistándome con distintos analistas en busca de uno que me sea
convincente, que me demuestre que sabe cosas, que es un profesional potente,
¿entiende?, que esté lo suficientemente preparado como para analizarme... a mi
altura “
A través de esta entrevista inicial se van desvelando rasgos que considero muy
determinantes de la personalidad del paciente. Como puede entreverse, Lionell
manifiesta una actitud fálica en relación al momento en que trata de controlarme,
llegando con retraso a la sesión, trata de hacerme sentir vorazmente evaluado por él. Al
mismo tiempo, comienzan a aparecer enseguida aspectos de envidia narcisista en
relación a la agresividad, el desprecio y superioridad con que habla sobre los analistas
que ha visitado. Cabe señalar lafantasía de excepcionalidad, de ser alguien especial
que necesita un analista especial, “un profesional potente, a mi altura” en sus propias
palabras. En seguida va a aparecer, ya desde este primer encuentro, toda
una tendencia a exhibirse, a mostrar aspectos que considera grandiosos de sí mismo,
motivado en la búsqueda por necesidades inconscientes de despertar u obtener
admiración en el otro. También nos encontramos con la fantasía de omnipotencia,
megalomaníaca, infantil, en que Lionell siente que las cosas se van a conseguir por el
mero de hecho de ser pensadas, deseadas, negando el trabajo, el esfuerzo y el tiempo
necesarios que la realidad impone en su consecución “yo vengo por un tiempecillo y
¡listo!”.
Pude apreciar la negación sobre sus aspectos débiles, necesitados, con respecto a lo
cual comenta “no necesito una terapia, vengo, me analizo (gesto de inmediatez) y se
acabó”, entreviéndose lo que más adelante quedaría confirmado a lo largo y ancho de
numerosas sesiones, eso que los clínicos venimos denominando un “self como si” o un
“falso self”, afortunado término de Winnicott en referencia a una persona cuyo sentido
del self depende excesivamente de las respuestas de los demás (Winnicott, 1957) y, en
cierto grado, vive sin contacto con sus auténticos sentimientos, con una sensación de
falta de autenticidad o de no hallarse en diálogo (Ryle y Kerr, 2006).
En esta primera entrevista invité a Lionell a que hablara de sus inquietudes sobre lo
que para él consistía y significaba analizarse, quise conocerle, ofrecerle de entrada un
espacio acrítico, sin censura, donde pudiera sentirse cómodo y hablar con amplitud.
Personalmente, sentí la necesidad de controlarme que albergaba, sentí como una
necesidad suya el ponerme a prueba de la manera en que antes apuntamos. Quizá
esto me ayudó a no sentirme agredido ante el rol que Lionell necesitó asignarme y a no
actuar tal papel. Veámoslo a continuación a través de la siguiente transcripción:
El paciente me hizo sentir que ya había cierta implicación por su parte en nuestro
trabajo terapéutico, comenzó a abrirse y a dar una información muy importante y
personal desvelándose muchos rasgos, deseos, necesidades y miedos que le
caracterizan. Finalizó expresando lo que percibí como una fuerte rabia y rivalidad
edípica hacia el padre. Al mismo tiempo, me pregunté si, al hablar sobre éste, no
estaría Lionell expresando aspectos que inconscientemente pueden pertenecerle y
formar parte de sus propias disposiciones. Me pareció demasiado pronto para
interpretar y confrontarlo con estos aspectos. Me sorprendió la facilidad y franqueza
aparente con la que fue relatando toda esta información sobre sí mismo.
Personalmente me sentí muy motivado a trabajar con él. Tras finalizar esta primera
entrevista, me pregunté concretamente qué era lo que yo había articulado para
contribuir a que el paciente abandonara esa posición en donde trataba de controlarme
y acorralarme, y se reubicara en un lugar tan favorable como era el de implicación en la
terapia y apertura personal. Obviamente, fue un acierto no contribuir al establecimiento
de una relación competitiva, ni mucho menos tratar de exhibir mis conocimientos como
terapeuta al modo que quizá él esperaba y dar satisfacción a sus necesidades de
control. Pienso que la clave estuvo en la devolución de lo que él estaba poniendo en
juego (“me hace sentir usted, Lionell, que necesita controlar muchas cosas”), de modo
que pudo repensarlo, contemplarlo e, incluso, favoreció la apertura en él (“me pregunto
si le sucede lo mismo en otros ámbitos de su vida, si otras personas han podido
sentirse así al tratarle”) Al mismo tiempo, quise validarle y transmitirle la sincera idea de
que me apetece conocerle, (“me interesa conocer cosas sobre usted” ).
Lionell: “(Se ríe), Supongo que fue una gran faena y eso explica que, pese a
que ahora nuestra relación es diferente, yo le hiciera durante muchos años la
vida imposible a Boro (se ríe nuevamente). Algún tiempo después comencé a
jugar mucho con mi hermano mayor, Fernando, ya le dije que tiene siete años
más que yo. Me encantaba jugar con él, ¡era lo mejor! Compartíamos habitación
y era todo fantasía. Yo tenía un nombre de juegos: ´jorjin´. En todos los juegos
yo era ´jorjin´. A veces un superhéroe que llevaba a cabo misiones secretas, a
veces un campeón del mundo cuando hacíamos fútbol, baloncesto, rugby. En
otros juegos, yo tenía un ordenador dentro de mi cabeza que me dotaba de todo
tipo de habilidades especiales. Cuando mi madre y yo empezamos a ser
“enemigos” yo me convertí en un niño “más difícil”. Era un torbellino, también
muy inteligente, hablaba muy bien para mi edad, muy espabilado, son cosas que
siempre se han comentado en mi familia, como también las etiquetas de
revoltoso, con un muy mal perder en los juegos, maleducado, chulesco,
arrogante, quizá algo de todo eso todavía vive en mí... usted me lo dirá doctor
(se ríe). Por otro lado, en aquel tiempo mi padre era para mí alguien
todopoderoso, adelantaba a todos los coches en la autopista, era fuerte, me
levantaba por los aires haciéndome cosquillas en la barriga, tenía fajos de
billetes en los bolsillos, era respetado, sabía pescar, hacer barbacoas. Mis
hermanos mayores disfrutaron más que yo de su presencia. Desde que yo tengo
memoria, mi padre hacía muchos viajes de trabajo, iba a un casino de juego por
las noches con asiduidad, estaba menos con nosotros, pero recuerdo algunas
excursiones, jugar con él al fútbol, cosas así”.
Retomando lo anterior, trauma narcisista tal como lo debió vivir el paciente, puesto que
en la realidad parece ser que la madre en ningún momento fue negligente, en el
sentido de que lo siguió tratando, educando y cuidando de una manera evidentemente
razonable, pero qué duda cabe con respecto a la importancia no tanto de la realidad
sino de cómo el paciente la fue subjetivizando. Recordé el concepto winnicottiano de
los años 50 de “madre suficientemente buena”, en donde cada niño trae una intensidad
particular en relación al nivel de satisfacciones que precisa en sus distintas
dimensiones del desarrollo, y es misión de las figuras más significativas empatizar con
la magnitud y cualidad de estas demandas en cada momento evolutivo (Winnicott,
1956). A este respecto, el paciente Lionell V debió ser un niño con un alto nivel de
necesidad en este sentido, con lo que al principio encontró su paraíso particular, y
podemos sentir la profunda herida que los efectos sutiles del nacimiento del hermano le
produjeron, así como la angustia con que vivió el deterioro en el vínculo con la
madre. (Véase el diagrama 1: “modelo genético de desarrollo del narcisismo del
paciente Lionell V).
Como vimos, hay un segundo momento en el que tal trauma narcisista se atenúa con el
fuerte vínculo que establece con el hermano mayor. Con éste, los juegos más allá de
sus temáticas presentan un elemento en común con respecto a la posición que Lionell
ocupa en los mismos. En estos juegos, Lionell es siempre un “agente secreto con
cualidades excepcionales, o es un campeón deportivo, o es un héroe que logra
enormes proezas”, con lo que se produce, a través de este vínculo, un entorno que es
compensatorio para el inconsciente del paciente, entorno en que el hermano cumple
para el self de éste funciones especulares, además de permitir la fusión e idealización
para con Fernando, el hermano mayor, al tiempo que gozaba de la grandiosidad del
padre, admirando su omnipotencia y falicismo, y disfrutando en su compañía de
diferentes actividades. Al fin y al cabo, objetos del self con funciones claramente de
apuntalamiento narcisista, en el sentido de que la secuelas del trauma que supuso lo
derivado del nacimiento de Boro, el hermano menor, se ven compensadas a través de
este estrecho vínculo con Fernando y la idealización de la figura del padre, figura
inminentemente narcisista, que favorecía tal idealización mediante constantes
exhibiciones, según puede interpretarse de las asociaciones del paciente. Bajo mi
opinión clínica, podemos tomar estos acontecimientos tanto a modo de compensación
secundaria a una herida o trauma narcisista, como también a modo de una nueva
hipernarcisización, exacerbándose nuevamente rasgos narcisistas como el sentimiento
de omnipotencia, excepcionalidad, derechos ilimitados, expectativa de satisfacción
inmediata e incondicional de sus deseos y necesidades. Estas disposiciones narcisistas
entrarán en conflicto constante con los límites que la realidad impone, produciéndose
angustiosas luchas entre ésta y los desesperados intentos de Lionell por retornar a su
paraíso particular; paraíso particular que conoció en sus primeros años en donde
gozaba del erotismo de su madre de una parte, y de la otra, un paraíso en donde se es
alguien excepcional, sin límites y las grandes hazañas son logradas sin esfuerzos ni
frustración, solamente con ser deseadas.(Véase diagrama 1: en página siguiente).
Por otro lado, la figura de la madre queda como desvalorizada, el pequeño Lionell
siente cierta agresividad hacia tal figura como consecuencia de lo vivenciado como
una pérdida, como una traición por parte de ésta, tal como se ha ido ilustrando
anteriormente. Herida infantil de alcance entonces insospechado, de importante peso,
junto a otros aspectos que estamos mostrando, con respecto a la estructuración y
dinámica de la personalidad de Lionell y con respecto al tipo de vínculos que establece
actualmente con las personas en general y, especialmente, con los objetos femeninos.
Dicha vinculación, como veremos está profundamente marcada por el miedo a ser
retraumatizado, y desear, necesitar y/o depender de otro es vivenciado como peligroso,
como una posición que ha de evitarse, de la que se ha de escapar.
Diagrama 1
Hasta el momento he tratado de transmitir al lector una idea sobre la personalidad del
paciente y se ha proporcionado una hipótesis basada en un modelo del desarrollo del
narcisismo sobre los orígenes y comprensión de tal núcleo central en el psiquismo de
Lionell V. Sin embargo, pese a que tal explicación puede sernos satisfactoria en cuanto
a que corresponde con nuestros modelos teóricos, la mantendremos en revisión
constante.
Por otro, lado quisiera continuar respondiendo a la que me propongo como obligada
pregunta: ¿cuál es la dinámica resultante de este desarrollo del narcisismo que se ha
descrito? Es decir, ¿cómo es el paciente en el “aquí y ahora”, con sus 23 años?, ¿qué
siente, qué vivencias tiene, qué anhelos y angustias residen en el joven Lionell que
tenemos ahora delante en el consultorio? ¿Y yo de qué modo pienso ayudar a este
paciente?, ¿qué dificultades encuentro?, ¿qué hay de mí persona y de mi modo
de encarar el tratamiento que pueda contribuir a la mejora del paciente u
obstaculizarla?
Diagrama 2.
Le muestro sus defensas proyectivas y le invito a reflexionar sobre qué puede haber en
él y en su modo de relacionarse que contribuya a los conflictos con los demás. Al fin y
al cabo, como anteriormente, apunté hacia la ampliación de la consciencia en lo
referente a sus deseos, necesidades, disposiciones y orígenes de las mismas. Y, por
otro lado, trabajo siempre en la creación de un clima de pleno respeto y aceptación, de
un espacio sin censura en donde se sienta escuchado y comprendido de modo que
pueda crearse un vínculo no neurótico, de confianza, en el que pueda vivir una
experiencia diferente, correctiva, cicatrizante. Trato de interpretarle sin retraumatizar su
narcisismo, sin descalificarle, evitando satisfacer al tiempo que validar las necesidades
de “satisfacción especular y fusión idealizante” sobre todo en referencia a las primeras,
que son las que presenta con mayor intensidad. Trabajamos bajo la teoría “del conflicto
y del déficit” pivotando entre la interpretación, confrontación, clarificación, el incentivo a
elaborar y la validación empática (Gabbard, 2002). Empatizando, es decir, tratando de
sentir lo que Lionell siente y vivencia, puesto que tales disposiciones también han
residido en mí en otro tiempo; aunque sintiendo lo que él siente de un modo atenuado,
lo cual, como dijera Kohut, “está bien que sea así” (Kohut 1959, Riera y cols, 2002).
Lionell suele llegar a mi consultorio con puntualidad, utiliza una bicicleta como medio de
transporte, seguimos saludándonos del mismo modo. Estrechamos las manos, él se
me dirige con mucha deferencia, me llama de usted y siempre utiliza el término “doctor”
para referirse a mí: “Buenas tardes doctor”. Yo igualmente le llamo de usted, “¿Qué tal
Lionell, cómo está?”. Cada uno nos ubicamos en nuestro sitio. Lionell se recuesta en el
diván, deja reposar sus pies sobre la estantería que sigue inmediatamente en ubicación
al propio diván. Exactamente roza el mueble con sus zapatos mientras está tumbado
dejando una cierta marca gris en el blanco de mi mueble. Yo me ubico en un cómodo
sillón a su espalda, junto a mí una mesita donde reposa mi taza de té y el telefonillo
conectado al timbre del consultorio.
Durante las sesiones habla mucho, con mucha fluidez, con pocas interrupciones, puede
pasar sin problemas los primeros veinte minutos de la sesión articulando frase tras
frase y saltando de unos temas a otros con mucha pericia. En ocasiones, habla sobre
sí mismo como un auténtico terapeuta (recordemos que Lionell es estudiante de último
año de psicología), tratando de formular sus síntomas, encontrarles significados
subyacentes. Se pregunta bajo teorías e hipótesis psicoanalíticas por las auténticas
motivaciones de su conducta. De todo esto puede extraerse un gran entusiasmo,
aparentes ganas de mejorar, de aprender sobre sí mismo. Pero, al mismo tiempo,
conforma todo un modo de defensa, una auténtica racionalización, donde le es mucho
más sencillo y tolerable hablar de sí mismo de manera desenfadada, como
desconectado de sus afectos, es decir, teorizar sobre sus emociones y sentimientos
más profundos en lugar de sentirlos. También consiste para él en un modo de exhibirse
ante mí. Parecía verdaderamente necesitado de que yo le mostrara mi admiración.
Pasará muchas sesiones hablando de psicoanálisis, de las teorías que le entusiasman,
necesitando demostrarme que tiene conocimientos, y demostrarse a sí mismo, a través
de la respuesta especular que esperaba en mí, que es alguien valioso. En muchas
ocasiones encuentro que sus monólogos, las lecciones de psicología que pretendía dar
para, por un lado, explicarse sus síntomas y, por otro, exhibirse, estaban a veces
vacíos. Admiraba mucho a H. Kohut y hablaba de él hasta el punto en que desvirtuaba
su teoría y se servía de ella para justificar ciertas actitudes y criticar alguna de mis
intervenciones. Cuando se le confrontaba en este sentido tratando de mostrarle la
ambigüedad de sus palabras y la utilización que hacía de las mismas, se irritaba. A
veces no conscientemente, puesto que daba muestras de querer aceptar la
interpretación casi a modo de formación reactiva, pero luego se desvelaba que, como
en otras muchas ocasiones, mi intervención era, en el fondo, sentida como
descalificación, como un golpe atestado por un rival al que había que derrocar,
suplantar y vencer, desvelándose una cierta competitividad para con el terapeuta.
Terapeuta: Pienso, Lionell, que para usted es más cómodo hacer teorías sobre
sus afectos y emociones que tratar de sentirlas y expresarlas tal como las vive.
Al mismo tiempo, me hace sentir que necesita exhibirse y demostrarme que
conoce la teoría psicoanalítica, como buscando en mí la admiración que quizá
en otro tiempo anheló y le fue negada. Fantasea con que yo soy un padre
todopoderoso que le puede sanar a golpe de magia. Es como si pretendiera que
yo hiciera por usted lo que quizá ha de hacer por sí mismo, Lionell.
Lionell: Me mete usted mucha caña, doctor, creo que estoy sintiendo cierta
agresividad, creo que disfruta tocándome la fibra, me critica, me frustra, ¿no cree
que me trata con excesiva dureza?
Lionell: ¿Cree que soy una persona dependiente, que me siento una mierda
cuando estoy solo, cree que reprimo cosas y falsamente me creo independiente?
(largo silencio). Yo soy el líder de mis amigos y me jode cuando no consigo serlo,
pero igualmente me gusta hacer cosas solo: escribir, escuchar música, leer.
Lionell: Quizá sí, creo que me siento deprimido porque me han dejado solo,
puede ser. ¡Cabrones!
Terapeuta: Ahora creo que está usted sintiendo pena por sí mismo, y sintiendo
con fuerza lo que vive como un abandono, y expresa su rabia hacia los objetos,
como si no pudiera representarse que los demás también tienen derechos,
necesidades, deseos y un mundo propio.
Meses después
En ocasiones, cuando terminamos las sesiones, en el momento de abandonar el
consultorio Lionell se cruza con algún que otro paciente que justamente llega a
consulta para verse conmigo. Trato de evitar que esto ocurra, pero a veces es
imposible, y curiosamente nos provee a los terapeutas de informaciones muy valiosas
en base a las reacciones que nuestros pacientes tienen en tales encuentros.
Lionell: Su paciente, con el que me cruzo creo que algunos miércoles, el que
sale cuando yo entro, tiene esa pinta como de pusilánime. Seguro que en el
colegio, de pequeño, le pegaban sus compañeros o al menos lo humillaban o se
burlaban mucho de él. Me da esa impresión. Y este otro paciente suyo, con el
que me cruzo últimamente, tendrá ¿48 años?, parece serio, quizá un tipo
fácilmente cabreable, puedo imaginar las dificultades que debe usted tener con
él. Y también está la paciente sudamericana. Me pregunto de dónde sacará el
dinero para pagarle, pero, bueno, si usted la trata, supongo que lo tendrá. Mire,
fantaseo con que usted se la folla, quizá sea la manera que ella tiene de pagarle
(se ríe). Obviamente, no pienso que esto sea real, pero, bueno, supongo que me
vino a la mente y es honesto por mi parte que ponga estas cosas en palabras,
¿no le parece?
En este momento la sesión tocaba a su fin, el reloj daba las 20.43 de una fría noche de
miércoles en Madrid y mi siguiente y último paciente del día, el Señor B, un hombre de
45 años, marcadamente obsesivo, estaba apunto de llegar. Acto seguido sonó mi
telefonillo, anunciando, como siempre, su llegada dos minutos antes de la hora exacta.
Antes de que yo diera por finalizada la sesión, puesto que aún nos quedaban dos
minutos, Lionell, tras un breve silencio en que reflexionaba sobre nuestra conversación,
comentó:
Lionell: Bueno ahí llega su paciente, supongo que toca marcharse, ¿qué hora
es? (yo guardé silencio ante su pregunta), supongo que si no me echa usted
todavía será porque nos quedan unos minutos. Pues no sé qué más contarle
hoy, supongo que pensaré sobre lo que hemos hablado. Si le soy sincero, saber
que su paciente está ahí afuera esperando me bloquea, me incomoda, me
cuesta pensar.
Lionell permaneció unos segundos en silencio y en ese instante tuve que dar por
finalizada la sesión puesto que estábamos sobre la hora.
Semanas después
Lionell: (rompe a reír, hasta casi caerse del diván) ¡La picha!… qué cosas dice,
doctor.
Terapeuta: Le percibo muy tenso al hablar sobre estos temas, llamemos a las
cosas por su nombre, ¿no le parece?, me pregunto qué puede haber dentro de
usted que le impide hablar de su sexualidad con naturalidad (entiéndase la
utilidad del grotesco comentario que le hice, en donde a través del humor, la
sorpresa y la exageración busqué con cierto éxito mayor naturalidad por su parte
al hablar de algo que le era avergonzante).
Por otro lado, Lionell presenta una forma de vinculación y relación narcisista con los
objetos en la que busca la especularización, primordialmente, o la exhibición del otro
como posesión narcisista, despertando la envidia en los demás al tiempo que muestra,
lo que no puede dejar de denominarse como defensas maníacas, en donde depender y
necesitar al otro es vivenciado como peligroso, a la vez que se desvaloriza y denigra al
objeto.
Observamos, por tanto, los motivos y funciones que impulsan y albergan todos estos
rasgos y actitudes, de una parte, y de la otra comprobamos cómo al fracasar estas
defensas compensatorias frente a las limitaciones de la realidad se imponen
transitoriamente las angustias narcisistas a través de la conformación de sentimientos
disfóricos, de desvitalización, vacío, poca valía, fantasías hipocondríacas,
somatizaciones, etc. En este punto quisiera proporcionar al lector un esquema
orientativo sobre esta psicodinamia del paciente a la que nos estamos refiriendo
constantemente. Obviamente, es un boceto adaptado al caso que aquí estamos
presentando, aunque el formato está ciertamente basado en el propuesto por
Bleichmar en su libro “Avances en psicoterapia psicoanalítica de 1997”:
En otro orden de cosas, no puedo dejar de hacer notar que el paciente Lionell V.
presenta un nivel de funcionamiento relativamente bueno, normal y sano en muchos
aspectos. Durante el primer año de análisis finalizó con éxito sus estudios,
licenciándose en Psicología y obteniendo una calificación sobresaliente en su trabajo
de final de carrera. Sus tendencias narcisistas, efectivamente, albergan una dimensión
dañina, una dimensión ciertamente patológica que producen ciertos niveles de
angustia, pese a que en ningún momento llega a presentar un trastorno importante. Al
mismo tiempo, la competitividad, las ganas de superarse o el entusiasmo por la salud
mental, revelan también la existencia de puntos sanos e intereses genuinos en Lionell.
En estos momentos en los que Lionell vive solo, como antes mencionamos, las
angustias de soledad, su sentimiento de abandono, se acentúa con lo que hay
sesiones en las que trae síntomas somáticos difusos, fantasías hipocondríacas,
sentimientos de desazón y disforia, miedo a la muerte, etc. A este respecto aparece en
el paciente una cierta tendencia, identificado con la idealización inconsciente de la
figura paterna, a ciertas conductas de juego, bajo las cuales acude a un casino de la
ciudad a tratar de ganar dinero apostando en la ruleta. Para Lionell, sus conductas de
juego estaban impregnadas de una enorme emoción, se encontraba algo disfórico,
deprimido, solo. Las conductas de juego en base a cómo las relataba venían a ocurrir
cuando “le fallaban” sus objetos del self o no era capaz de centrarse en el estudio de
su oposición. Entonces, a modo de experiencia de satisfacción sustitutiva, aparecían
estas conductas. Por un lado, estaba este aspecto de escapar, de salirse de un estado
emocional que le era desagradable a modo deregulación psicobiológica; por otro lado
estaba la fantasía de omnipotencia, de megalomanía en relación a hacerse rico de
manera inmediata, de arruinar al casino, de desbancarlo, negando al mismo tiempo la
necesidad de esfuerzo y espera que le impone la obtención de plaza en la
oposición. También estaba la identificación con la grandiosidad del padre como acabo
de indicar, que, como supimos con anterioridad, tenía enormes tendencias a la misma
actividad. Y, finalmente, y volviendo a lo anterior, era un modo de negar la realidad, de
escapar del esfuerzo, la frustración y el tiempo necesarios para aprobar sus
oposiciones.
Ahora abordaremos un área vitalmente importante para Lionell como son sus
relaciones con los objetos femeninos. Durante el primer año de análisis, el paciente se
refirió en muchas ocasiones a sus relaciones interpersonales, incluyendo las de tipo
amoroso. Nosotros las mencionaremos ahora por una cuestión de guardar cierto orden
en las dimensiones que se van abordando, pero es de notar que, durante todo el
análisis, el paciente mantuvo ciertas relaciones con diferentes chicas, en donde iban
variando los nombres de ellas, al tiempo que se repetía la manera a través de la cual
Lionell se relacionaba con las mismas. Durante este tiempo siempre estableció un tipo
de vinculación muy determinada en las relaciones amorosas.
En los momentos en que el paciente relata sus vivencias a este respecto, nos topamos
con un interjuego muy organizado, en donde Lionell, por un lado, escapa de la soledad
al tiempo que evita situarse en posiciones en las que siente que pueda ser dañado,
como hemos mencionado ya reiteradamente. Por tanto, se las ingenia para encontrar
siempre un objeto femenino disponible a través de la relación con el cual el paciente
trata de satisfacer parcialmente sus deseos de apego, de ser provisto de sexualidad y,
sobre todo, de especularización, admiración que recibe de doble fuente: de una parte,
del objeto femenino con que se relaciona y, de la otra, a través de esa instancia
intrapsíquica, interna, que premia a medida que uno se acerca a un “yo ideal” narcisista
(Freud, 1914), en donde Lionell podía sentirse grandioso y potente en el momento en
que eran exitosos la seducción, liderazgo y control que trata de ejercer sobre los
objetos.
Durante muchos meses, Lionell mantiene una relación muy ambivalente con una chica
de Mallorca, Daniela, a quien, parece ser, conoció durante las vacaciones de verano en
su isla natal entre nuestro primer y segundo año de análisis juntos. Mantuvieron un
romance durante esas semanas, siendo interrumpido con el retorno del paciente a
Madrid, donde, como apuntamos, comienza a estudiar sus oposiciones. Por tanto, se
trata de una relación en la que existe una distancia a nivel geográfico, hecho que
emplea el paciente como excusa para no establecer una relación estable.
Lionell: Sí, doctor, sí, algo siniestro. No sé que me pasa con esto, pero creo que
su coño me da miedo o algo así, y me siento algo tímido en la cama con ella,
encima va a pensar que soy eyaculador precoz, ¿Qué le parece?, ¿Cree que
soy histérico por aquello de la repugnancia a los genitales? (se ríe).
Por otro lado, en este sentido Lionell relata -entre otras muchas otras historias
amorosas, a través de las cuales también trata de exhibirse como alguien atractivo,
seductor y exitoso en sus conquistas- una relación vitalmente importante para él, como
fue la que mantuvo con otra señorita, durante casi tres años, desde su llegada a
Madrid: Rebeca.
Con el paso de los meses, y sobre todo a lo largo de este segundo año de tratamiento,
empiezan a observarse e inferirse ciertos cambios palpables en el psiquismo del
paciente. Fue tomando consciencia de sus necesidades de admiración, de sus
necesidades de controlar al otro, de sus fantasías de grandes logros y la omnipotencia
con que las acompañaba. Pudo representarse y empezar a sentir con claridad tales
necesidades y lo vivenciado en unas ocasiones como envidia hacia otros, en otras
como rabia y frustración, cuando tales tendencias narcisistas eran insatisfechas y
chocaban con los límites que impone en ocasiones la realidad interpersonal. En este
sentido, fue introyectando lo que antes era solamente proyectado y pudo comenzar a
mirar dentro sí, a buscar las propias tendencias, deseos, miedos y necesidades, la
contribución propia a los conflictos que se le presentaban para con los demás.
Lionell: Creo que puedo sentir su interés por mí doctor, y siento que usted me
quiere bien, quiere y cree realmente que puedo mejorar y crecer. (Se ríe) Ahora
lo tengo claro, ¡creo que esto es lo que me ha hecho abrirme más a usted! (Aquí
el paciente adoptó un tono enérgico y entusiasta, al tiempo que golpeaba sus
zapatos contra el gris de mi estantería).
Me sentí ciertamente satisfecho al finalizar las sesiones en las semanas en que estas
últimas transcripciones tuvieron lugar. Pude percibir, con el paso del tiempo, progresos
en Lionell. Quisiera aprovechar este tramo del análisis para lo que considero una
ilustración de uno de los factores más determinantes en el cambio en psicoterapia,
como es el proveer al paciente de una relación no neurótica que pueda ser artífice de
una experiencia interpersonal diferente y cicatrizante. Siguiendo las recientes
investigaciones en memoria y, concretamente, los trabajos de Squaire sobre las
memorias implícitas, puedo comprobar cómo tales almacenes mnésicos y,
específicamente, la memoria procedimental -encargada entre otras cosas de
estructurar el cómo proceder socialmente, el cómo nos presentamos y en dónde nos
ubicamos frente a los demás, en referencia a aspectos paralingüísticos, no verbales y
de actitud-, son claramente constituidos en base a las experiencias que en nuestra
historia vamos acumulando en las distintas relaciones objetales, y de cómo a través
del aquí y ahora transferencial, puede percibirse e incidir terapéuticamente sobre ello
(Squaire, 1987).
Sin embargo, el final del análisis viene precipitado por una crisis económica real, en
donde las exigencias del padre se exacerban, tomando un tinte agresivo que hace que
Lionell sienta que es invadido, que se le pretende someter, encontrándose ante una
tesitura tal, en que la dialéctica transmitida por el padre es la de: “si quieres mi dinero,
te sometes a mis mandatos, y si lo rechazas me estas agrediendo”. A través de lo
relatado por el paciente puede percibirse con mayor claridad la personalidad patológica
de la figura paterna, de la que Lionell siente que ha de escapar, ha de salirse de esa
posición masoquista en que percibe, el padre necesita ubicarlo. Al mismo tiempo,
Lionell siente angustia referida al hecho de tener que enfrentar al padre, ponerle
límites, preservar su libertad y tener que abandonar el análisis y comenzar a
autoabastecerse económicamente.
Durante las últimas semanas, Lionell tenía dificultades para sentir mi inminente
pérdida. Afortunadamente, tuvimos algunas sesiones donde abordamos este aspecto y
pudo expresar con cierta emotividad todo lo que para él habían significado nuestros
encuentros. También traía a consulta numerosos sueños en los que él cae en agujeros
negros, abismos, precipicios en los que podía entreverse el miedo y la angustia en
referencia al nuevo período de su vida que se presentaba. Nuestra última sesión tuvo
lugar una noche de finales del mes de enero. Al finalizar la sesión nos levantamos y
estrechamos nuestras manos, Lionell lo hizo con ambas acompañadas de una
penetrante mirada en que me hizo sentir su agradecimiento. Le deseé que todo lo
marchara bien, ambos sonreímos.
Algunos meses después le telefoneé y pude escuchar con alegría sus palabras. Me
decía que había quedado muy cerca de obtener plaza en sus oposiciones y que pronto
retomaría el estudio de cara a la convocatoria del siguiente año, al tiempo que decía
estar trabajando como recepcionista en un centro de tercera edad con la finalidad de
seguir formándose en Madrid. Al mismo tiempo, me decía haber iniciado una nueva
relación con una chica. Lo percibí seguro de sí mismo, independiente y satisfecho con
lo que estaba realizando. Le expresé mi alegría y le recordé que podría contar conmigo
si alguna vez lo precisaba.
Bibliografía:
Riera, R., Armengol, R. y Sember, S. (2002). Los dos análisis del Sr. Z. Barcelona:
Herder.
Ryle, A. y Kerr, I. B. (2006). Psicoterapia Cognitivo Analítica. Teoría y práctica. Bilbao:
Desclée de Brower.