Feminismos Latinoamericanos - Virginia Guzman
Feminismos Latinoamericanos - Virginia Guzman
Feminismos Latinoamericanos - Virginia Guzman
Introducción
Este texto pretende mostrar cómo los movimientos de mujeres se han constituido en una
importante fuerza modernizadora en cada una de las fases históricas de la modernidad.
Ellos se han reapropiado crítica y reflexivamente de los discursos, prácticas y dinámicas
institucionales de la modernidad, agregándoles nuevos significados y generando nuevas
reglas y formas de interacciones sociales. La escasa penetración de las ideas modernas
en la organización de las relaciones de género animó y nutrió, desde el siglo XVIII en
adelante, la demanda de las mujeres por igualdad, por acceder a los espacios públicos, a
los mecanismos decisorios colectivos y a los bienes sociales, por transformar las
relaciones en el mundo de lo privado y por su reconocimiento en tanto sujetos
autónomos. A través de distintas formas de acción colectiva las mujeres han jugado un
importante papel en la generalización de los principios de la modernidad a nuevos
grupos y espacios sociales. Asimismo, en el período actual, la acción política de las
mujeres está contribuyendo a impulsar el tránsito hacia una nueva fase de la
modernidad, en la que se profundizan la reflexividad social e institucional, los procesos
de individuación y se erosionan algunas de las convenciones que por siglos han
excluido a las mujeres de la vida pública.
Quisiéramos explicitar los supuestos y concepciones que sustentan este artículo, a fin
de facilitar la comunicación con el los/as lectores/as. La primera y más importante de
nuestras premisas se refiere al carácter construido de la realidad social. Esta se crea y se
transforma a través de procesos de interacción social en los que se vinculan personas y
se generan colectividades, que se influyen continuamente unas sobre las otras, en una
circularidad dialéctica. Todos los niveles de interacción y todos los tipos de
colectividades que se conforman están interrelacionados y se impactan recíprocamente
desde, en un extremo, las interacciones que se dan a nivel interpersonal hasta, en el otro
extremo, las interacciones que se dan en colectividades más extendidas que forman los
grandes sistemas sociales, pasando por todos los tipos de colectividades intermedias.
Las relaciones que las personas y colectividades establecen entre sí están reglamentadas
por patrones interaccionales e institucionales, convenciones culturales y valores que se
han ido creando a través del tiempo. Las normas que orientan los comportamientos
forman hábitos, es decir, conocimientos prácticos que indican a los sujetos cómo hay
que seguir haciendo las cosas y relacionándose con los demás. Estos comportamientos
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Ahora bien, las instituciones son el producto de largos procesos históricos que se
cristalizan en reglas, normas y convenciones culturales en los que han participado
sujetos sociales, y colectividades con diferente poder, concepciones y aspiraciones. De
manera que si bien las instituciones preceden a cada uno de los individuos concretos,
ellas han sido creadas en virtud de acciones e interacciones humanas y solo pueden
seguir existiendo si son continuamente recreadas mediante nuevas acciones e
interacciones entre personas y colectividades.
Desde esta perspectiva, las relaciones que establecen hombres y mujeres en la vida
cotidiana no son independientes del quehacer de las instituciones sociales. La
cotidianidad de género es vivida a través de y con estas formas de conocimientos y
praxis ya convertidas en hábitos. Las reglas y normas que durante un largo período de
la modernidad han regulado las relaciones entre hombres y mujeres cristalizan la
hegemonía de una manera de concebir lo femenino y masculino, de distribuir - de
manera desigual - los recursos, las oportunidades y el poder entre hombres y mujeres, lo
que afecta las motivaciones y expectativas que unas y otros tienen de sí y de sus
posibilidades de incidir en los destinos sociales. La negación del derecho a voto a las
mujeres, por ejemplo, las excluyó largo tiempo del espacio y poder público, del
prestigio y reconocimiento social y sobre todo, contribuyó a disminuir sus
motivaciones y aspiraciones de participación en la vida pública.
Con la modernidad emerge una nueva matriz sociocultural estructurada en torno a los
principios de igualdad, libertad y ciudadanía. En ella se reconoce la autonomía y
capacidad (y obligación) de las personas para construir las reglas que organizan su vida
personal y la convivencia social. Esta sociedad está basada en la organización racional
y articulada de múltiples aspectos de la vida social y en el establecimiento de contratos
sociales.
Sin embargo, ni todos los espacios de la vida social, ni todas las relaciones sociales
fueron organizadas en torno a estos principios. Los principios de la libertad y de la
igualdad proclamados por el pensamiento y fuerzas sociales que impulsaran la
modernidad no fueron extendidos a todas las personas y grupos sociales. Al contrario y
tal vez de modo paradojal, el modo como se interpretaron, actualizaron e impusieron
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Ahora bien, el imaginario público/privado, las jerarquías de género y el patrón dual del
poder (político/jerárquico) operan tanto en la estructuración de la familia moderna y de
las relaciones de intimidad como en la estructuración del mercado de trabajo, el sistema
político y el Estado. Este poder jerárquico ha impregnado también otras relaciones que
se estructuran en espacios extra-domésticos (relaciones en el mundo del trabajo,
relaciones en los servicios públicos, relación entre profesionales de salud y cliente, entre
profesores y alumnos, etc.) y, ha sido usado para negar la autonomía moral e
independencia no sólo a las mujeres sino también a muchos individuos y grupos
subordinados (Bonan 2002).
Desde el siglo XVIII y en las distintas fases de la modernidad, las luchas de las mujeres
por la igualdad, por la incorporación a los espacios públicos y por el reconocimiento a
su condición de sujetos políticos y su autonomía fueron ofensivas modernizadoras
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La segunda ola de los movimientos feministas emerge a mediados de los años de 1960
en los países europeos y en Estados Unidos y una década más tarde en América Latina,
en contextos históricos específicos.
A partir de mediados del siglo pasado, las sociedades de la región latinoamericana han
pasado por profundas transformaciones que han generado condiciones para debilitar el
orden de género. Entre las más importantes cabe destacar: el crecimiento del aparato del
Estado con la consecuente extensión de los servicios de salud y educación, la
ampliación de la infraestructura y transporte, los procesos de industrialización y
urbanización, la emergencia de sectores medios, las nuevas formas de movilidad social,
la transformación de los modelos de familia y los patrones de fecundidad, la difusión de
los medios de comunicación de masa, nuevas formas de consumo, nuevas formas de
asociatividad y participación social, el surgimiento de nuevos movimientos sociales y
agendas políticas. Las transformaciones de los últimos cincuenta años han favorecido
los procesos de individuación, es decir, la autonomía y capacidad de definir su vida, y
de participación política y social2. El mayor acceso de las mujeres a la educación, la
salud y el mercado de trabajo ha inducido el establecimiento de vínculos sociales que
trascienden sus comunidades inmediatas.
Al desafiar las dinámicas que estructuran las instituciones modernas, los movimientos
feministas han presionado por su transformación. El trabajo, la familia, las normativas
de la sexualidad y de la reproducción, las estructuras de representación política, de los
derechos económicos y de las libertades civiles son algunas de las más importantes
instituciones de la vida social de nuestro tiempo que han sido blanco de la crítica y de la
reflexividad feminista3. Es decir, mucho más que la reivindicación de inclusión e
igualdad de derechos que ha marcado los feminismos anteriores, los feminismos
contemporáneos han propugnado la transformación del imaginario del poder y de las
lógicas culturales, interaccionales e institucionales que han regido los modos de vida
moderna en los últimos siglos como condición necesaria para alcanzar la inclusión y
equidad de las mujeres y de otros grupos sociales subordinados.
La desconvencionalización del imaginario dual del poder (político vs. jerárquico), de las
definiciones de público y privado y de la lógica dicotómica de género, y sus
articulaciones recíprocas, es uno de los sentidos cruciales de las luchas feministas
contemporáneas en su ímpetu por apropiarse y resignificar los principios
socioculturales, los modos de vida y las dinámicas institucionales modernas. Las
feministas han sostenido la naturaleza política de la familia y de la intimidad – aún
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El concepto de reflexividad se refiere al hecho de que en el proceso de modernización de modo creciente, los
individuos, colectivos e instituciones están impelidos a reflexionar continuamente sobre sus condiciones concretas de
existencia, revisar los fundamentos de sus prácticas a la luz de nuevos conocimientos y discursos producidos sobre
sus propias prácticas , y de enfrentar sus consecuencias, los efectos no previstos y los riesgos que las formas
modernas de vida social y de producción material y cognitiva producen. Véase Giddens (1995), Beck (1995) y
Domingues (1999).
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cuando allí se haya ejercido por siglos un poder de tipo jerárquico - y por ende, la
necesidad imperativa de justicia en la vida personal. Desde esta perspectiva, han
objetado la forma en que han sido interpretados los derechos a la intimidad y
privacidad, reconocidos solo a los hombres jefes de familia. Al otorgar este derecho
sólo a los hombres, se les otorgaba un control sin límites sobre los otros miembros de su
círculo privado, haciendo abstracción del propio derecho de los subordinados a la
privacidad y la intimidad. Las desigualdades al interior de la familia no aseguran ni el
derecho a la intimidad, ni la seguridad física y socioeconómica de las mujeres. Los
discursos y prácticas de las feministas han presionado y presionan a favor de cambios
jurídicos, culturales y simbólicos que transformen los derechos a la vida privada como
derechos de los individuos y no de la familia. Intimidad en la familia (en condiciones
de igualdad de derechos y poder entre sus miembros) más que intimidad de la familia
(en condiciones en que el único miembro que detenta poder y derechos es el adulto
varón, jefe de la familia).
Los nuevos derechos otorgados a las mujeres no tienen sentido si no se aseguran las
condiciones de posibilidad a través de las cuales dichos derechos puedan ponerse en
práctica. Esas condiciones constituyen los derechos sociales e incluyen el bienestar
social, la seguridad personal y la libertad política (Correa y Petchesky, 1994). Por esta
razón, los movimientos han buscado transferir el mayor peso de las obligaciones
correlativas desde los individuos a las instancias públicas.
En resumen, los movimientos feministas que surgieron en las ultimas décadas se han
constituido como importantes ofensivas modernizadoras desde abajo (Wagner 1997) y
han contribuido al tránsito hacia una nueva fase de la modernidad, donde se profundizan
los procesos de individuación y se erosionan las convenciones sociales, culturales e
institucionales que han excluido a las mujeres de la vida pública.
El actual período moderno, denominado de modernidad reflexiva por los analistas como
Giddens (1995) y Beck (1995) no es exclusivamente producto de transformaciones
económicas, tecnológicas, de los marcos reguladores y los mecanismos centrales de
decisión política, sino también, en muchos sentidos, consecuencia de las presiones
introducidas por nuevas subjetividades colectivas y nuevos sujetos políticos que a partir
de los años 1960 y 1970, desde la mirada de los subordinados y excluidos, han
reclamado la ampliación de la ciudadanía, de la autonomía y de la participación política.
Específicamente, en lo que dice relación al tema de este artículo, el actual estadio de
modernización reflexiva es también efecto de las intensas presiones sobre los planes
más estructurales del orden de género producidas por las acciones políticas de los
La ampliación de las prácticas sociales, económicas y políticas más allá de las fronteras
nacionales durante el proceso de globalización contribuye a debilitar la centralidad de
los Estados nacionales, las formas de organización y representación políticas que se
habían consolidado en las fases anteriores de la modernidad y las relaciones entre el
Estado y la sociedad. La política no se reduce más a los espacios formales de
representación y deliberación. Adquieren mayor importancia las iniciativas políticas y
las nuevas formas de organización y participación desde la sociedad civil, los
mecanismos híbridos de intermediación y deliberación política (Beck 1995) que reúnen
administradores, especialistas y sociedad civil, las experiencias de control ciudadano y
otras formas de democracia deliberativa, así como también las acciones políticas
organizadas en redes nacionales y transnacionales de personas y organizaciones no
gubernamentales.
Para mujeres de distintos países y regiones del mundo y distintas clases sociales, de
diversos grupos étnicos e identitarios, la transformación de los espacios y mecanismos
de participación política trae consigo nuevas oportunidades. En verdad, es
principalmente en estos nuevos espacios y a través de estos mecanismos que han
incrementado la participación política de las mujeres, una vez que los mecanismos de
representación política tradicionales (partidos y parlamentos) en la gran mayoría de los
Estados han demostrado gran resistencia a cambios más profundos y han avanzado poco
en incorporar la participación femenina.
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A diferencia del pasado en que las oportunidades, los peligros, las ambivalencias de las
biografías podían sobrellevarse dentro de un grupo familiar, de la comunidad y del
pueblo y se apoyaban en reglas, clases sociales y roles de género bien establecidos,
ahora tienen que ser definidas por los propios los individuos.
Así, si bien por un lado es posible afirmar que en esta etapa de la modernidad los
procesos de individualización han alcanzado una gran profundidad y expansión,
también es menester reconocer que son muchas las personas que carecen de los recursos
simbólicos y materiales para acceder y gestionar la construcción de identidades
reflexivas y autónomas. Ante la exclusión de las redes globales de consumo e
interacción simbólica y la incertidumbre que generan las constantes transformaciones
del mundo actual, las comunidades culturales de base religiosa, nacional o territorial
parecen proporcionar importantes refugios para la construcción de sentidos y vínculos
de pertenencia.
Al respecto, quisiéramos hacer una última reflexión sobre cómo el feminismo avanza y
profundiza su rol como fuerza modernizadora en el contexto de la modernidad reflexiva.
A partir de los años noventa, los movimientos feministas se han expandido
aceleradamente por diversas regiones geográficas y han adoptado distintas expresiones.
Sus formas de organización se han vuelto más complejas, su composición más
heterogénea y el rango de sus acciones y agendas más amplio. Las organizaciones de
mujeres han participado activamente en las conferencias mundiales convocadas por las
Naciones Unidas en la última década. Se integraron masivamente no solamente a la
preparación de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing 1995) sino que
también tuvieron una participación destacada en las conferencias sobre medio ambiente
(Río 1992), derechos humanos (Viena 1994), población y desarrollo (Cairo 1994),
educación de adultos (Hamburgo 1997) y contra el racismo, la discriminación y la
xenofobia (Durban 2001). La presencia de las mujeres en los ámbitos transnacionales
las ha llevado a constituirse en protagonistas visibles de las relaciones internacionales y
en participantes activas, junto a otros movimientos –de derechos humanos,
ambientalistas, minorías sexuales, negros, indígenas- en los procesos de formulaciones
de las leyes, marcos normativos y agendas políticas internacionales (Sassen 2000).
A modo de conclusión
Referencias bibliográfícas
Correa, Sonia y Rosalind Petchnesk. 1994. “Los derechos reproductivos y sexuales: una
perspectiva feminista”. En G Sen, A Germain y L. Chen (ed.) Population policies
reconsiderated (Health, empowerment and Right), Chapter 8, Boston: Harvard
University Press.
Domingues, José Mauricio. 1999. Criatividade social, subjetividade coletiva e a
modernidade brasileira contemporanea. Rio de Janeiro: Editora Contra tapa
Giddens, Anthony. 1995. La constitución de la sociedad: Bases para la teoría de la
estructuración. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu editores.
Guzmán, Virginia, Amalia Mauro y Kathya Araújo. 1999. Trayectorias laborales de
mujeres. Diferencias generacionales en el mercado de trabajo. Santiago, Chile: Centro
de Estudios de la Mujer.
Guzmán, Virginia. 2002. Las relaciones de género en un mundo global. Serie Mujer y
Desarrollo. N 38. Comisión Económica para América Latina y El Caribe
(CEPAL) Santiago, Chile.
Robertson, Roland.1992. Globalizacao, teoría social e cultura global. Rio de Janeiro.
Brasil: Editora Vozes.
Santos, Bonaventura.1995. Pela mao de Alice. O social e o politico na pós-
modernidade. São Paulo, Brasil: Editora Córtez.
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