Disciplina de Los Niños
Disciplina de Los Niños
Disciplina de Los Niños
Según Adolfo Suarez, los niños de 6 – 9años están desarrollando sus habilidades sociales y se están
iniciando en las académicas. Han de aprender a autocontrolarse no sólo en casa, sino también en
la escuela. Han de saber que no tiene que pegar, gritar o molestar a los compañeros, en definitiva,
aprender a relacionarse con sus iguales de forma amable.
En esta etapa los niños funcionan mejor con refuerzos positivos, es decir, no sólo elogiarle si hace
sus tareas o cumple con lo que le pedimos, sino además poner pequeños premios alcanzables, por
ejemplo, "cuando termines todas las tareas, jugamos un rato juntos a hacer construcciones".
Hemos de comenzar a aplicar disciplina a los niños de prevención y no sólo para corregirles, es
decir, encontrar soluciones a los posibles conflictos que puedan presentarse y no solo a
reprenderle cuando haga algo mal. Cumplir con nuestra palabra cuando ponemos una
consecuencia es fundamental para aplicar disciplina a los niños.
Una vida disciplinada es fundamental para una vida de éxito. Pero ¿por qué es tan importante la
disciplina? Y ¿de qué manera esta nos permite construir ciudadanos mejor preparados y más
maduros? De modo más específico: ¿Por qué la disciplina es esencial para los niños?
El proceso de disciplinar es difícil y, por lo tanto, poco agradable, ya que por momentos se muestra
en contra de la naturaleza infantil que tiende al deseo de libertad ilimitada. La siguiente cita aclara
esa idea: El descuido de la educación en los primeros años de la vida del niño y el consecuente
fortalecimiento de las malas tendencias dificulta su educación ulterior y es causa de que la
disciplina sea, con demasiada frecuencia, un proceso difícil. Tiene que ser penosa para la
naturaleza baja, pues se opone a los deseos y las inclinaciones naturales, pero se puede olvidar el
dolor si se tiene en vista un gozo superior.[3]
Balter y Shreve afirman que, aunque hace algunas décadas atrás se descuidaba la educación
infantil, con los avances posibilitados por el psicolanálisis se hizo claro que las experiencias de la
primera infancia desempeñan “un papel significativo y profundo en las relaciones adultas. Por lo
tanto, el temperamento, la edad, las necesidades y el desarrollo de un niño deberían tenerse en
cuenta durante su educación”.[4]
Sin embargo, los beneficios de la disciplina no deben considerarse solo en términos del futuro.
James Dobson, por muchos años profesor de pediatría de la Facultad de Medicina del Sur de
California, en Estados Unidos, afirma que los niños crecen “mejor en una atmosfera de amor
genuino, circundada por disciplina racional, coherente”.[5] Y con respecto a la necesidad de
disciplina en el universo infantil, el profesor Dobson completa:
En segundo lugar, la disciplina prepara al niño para que pueda convivir mejor con otras personas.
O sea, el niño debe ser disciplinado porque eso facilita la convivencia social. En este sentido: Una
de las primeras lecciones que necesita aprender el niño es la obediencia. Se le debe enseñar a
obedecer antes que tenga edad suficiente para razonar. El hábito debería establecerse mediante
un esfuerzo suave y persistente. De ese modo se pueden evitar, en extenso grado, esos conflictos
posteriores entre la voluntad y la autoridad que tanto influyen para crear desapego y amargura
hacia los padres y maestros, y con demasiada frecuencia resistencia a toda autoridad, humana y
divina.[7]
Al hablar sobre los objetivos de la disciplina en el contexto escolar, Imídeo Nérici afirma que
posibilitar una convivencia social positiva, con el mínimo posible de molestias, en un ambiente de
cooperación y altruismo, es una de las metas a ser alcanzadas por la disciplina.[8] Y como sabemos
que “no se puede vivir con otras personas sin normas comunes”, [9] es, entonces, importante
respetar las reglas en el proceso de socialización. Con relación a esto, Victoria Camps, catedrática
de Filosofía Moral de la Universidad Autónoma de Barcelona, afirma: La finalidad de las normas es
el autodominio, el hecho de que las normas sean interiorizadas y sea el sujeto mismo quien se las
imponga a sí mismo. A eso le damos el nombre de “libertad”, que no es la ausencia de normas,
sino la aceptación autónoma y libre de lo que se debe hacer.[10]
Un tercer aspecto es que un niño indisciplinado (que vive sin restricciones) no sabe usar su
libertad. O sea, la disciplina colabora en el aprendizaje del uso de la libertad. El niño disciplinado
aprende a admitir las restricciones que otros le imponen y, como consecuencia, puede disfrutar
más de su propia libertad. Preste atención a la siguiente cita: No habiendo aprendido jamás a
gobernarse, el joven no reconoce otra sujeción fuera de la impuesta por sus padres o su maestro.
Desaparecida ésta, no sabe cómo usar su libertad, y a menudo se entrega a excesos que dan como
resultado la ruina.[13]
La disciplina es importante porque ayuda al niño a enfrentar los problemas que trae la vida. Un
niño disciplinado está siendo preparado para una seria e inexorable realidad que enfrentará a lo
largo de su existencia: la vida le impondrá disciplina severa y si el niño aprende eso en la infancia,
no tendrá dificultades para vivir una vida adulta responsable. En ese sentido, creo que es
significativa la siguiente declaración: Después de la disciplina del hogar y la escuela, todos tienen
que hacer frente a la severa disciplina de la vida. La forma de hacerlo sabiamente constituye una
lección que debería explicarse a todo niño y joven. Es cierto que Dios nos ama, que obra para
nuestra felicidad y que si siempre se hubiese obedecido su ley nunca habríamos conocido el
sufrimiento; y no menos cierto es que, en este mundo, toda vida tiene que sobrellevar
sufrimientos, penas y preocupaciones como resultado del pecado. Podemos hacer a los niños y
jóvenes un bien duradero si les enseñamos a afrontar valerosamente esas penas y
preocupaciones. Aunque les debemos manifestar simpatía, jamás debería ser de tal suerte que los
induzca a compadecerse de sí mismos. Por el contrario, necesitan algo que estimule y fortalezca, y
no que debilite.
La enseñanza del autocontrol le puede otorgar autonomía al niño, lo que puede ser decisivo para
que ella aprenda a tomar buenas decisiones, así como a administrar sus decisiones y a asumir la
responsabilidad por ellas.
Disciplina y autonomía
Sabemos que el autocontrol tiene que ver con la autonomía, porque solo un niño autónomo
puede ejercer el autocontrol adecuado. Y es Paulo Freire quien afirma la importancia de
“estimular la necesidad de autonomía o de autoafirmación a un niño tímido o inhibido”.[20]
Podemos sostener, entonces, que el niño estimulado adecuadamente puede ejercer autocontrol. Y
eso es fruto del proceso de disciplina.
Por otro lado, el niño que es abandonado a su propia voluntad tendrá problemas más adelante
cuando enfrente pruebas y frustraciones, porque puede llegar a demostrar el hábito de actuar por
impulso. La impulsividad es uno de los grandes males que resultan de la falta de disciplina o
límites. Lo que vemos en el siguiente párrafo es una especie de resultado de una educación que
concede “libertad absoluta”, en la que el niño se comporta como quiere, sin ninguna especie de
control:
Es imposible describir el mal que resulta de dejar a un niño librado a su propia voluntad. Algunos
de los que se extravían por habérselos descuidado en la infancia, volverán en sí más tarde por
habérseles inculcado lecciones prácticas; pero muchos se pierden para siempre porque en la
infancia y en la adolescencia recibieron una cultura tan sólo parcial, unilateral. El niño echado a
perder tiene una pesada carga que llevar a través de su vida. En la prueba, en los chascos, en la
tentación, seguirá su voluntad indisciplinada y mal dirigida. Los niños que nunca han aprendido a
obedecer tendrán caracteres débiles e impulsivos. Procurarán gobernar, pero no han aprendido a
someterse. No tienen fuerza moral para refrenar su genio díscolo, corregir sus malos hábitos, o
subyugar su voluntad sin control. Los hombres y las mujeres heredan los errores de la infancia no
preparada ni disciplinada. Al intelecto pervertido le resulta difícil discernir entre lo verdadero y lo
falso.[21]
Un niño sin autocontrol puede ser un niño impulsivo, que no tiene dominio sobre sus acciones, lo
que le puede traer graves perjuicios, pues no sabrá tratar apropiadamente con su libertad.
Bibliografia
[4] BALTER, Lawrence y SHREVE, Anita. Quem Controla Quem: Pais ou Filhos? [Quién controla a
quién: ¿padres o hijos?] 2ª ed. Tradução de Lila Spinelli. São Paulo: Saraiva, 1991, p. 10.
[5] DOBSON, James. Ouse Disciplinar [atrévase a disciplinar]. São Paulo: Vida, 2004, p. 10.
[6] Ibid.
[8] NÉRICI, Imídeo G. Didática: Uma Introdução [didáctica: una introducción]. São Paulo: Atlas,
1992, p. 238
1 Adolfo Suarez
En la iglesia.
Nota.