Unión de Israel Bajo David y Salomón
Unión de Israel Bajo David y Salomón
Unión de Israel Bajo David y Salomón
La edad de oro de David y Salomón, no tuvo repetición en los tiempos del Antiguo
Testamento. La expansión territorial y los ideales religiosos, como fueron
imaginados por Moisés, fueron realizados en un grado máximo que antes o
después de la historia de Israel. En los siglos siguientes, las esperanzas proféticas
para la restauración de la fortuna de Israel, repetidamente se refiere al reino de
David, como ideal supremo.
Los esfuerzos políticos de David fueron marcados con el sello del éxito. En menos
de una década tras la muerte de Saúl, todo Israel acudía en apoyo de David, que
había comenzado su reinado con sólo el pequeño reino de Judá. Mediante éxitos
militares y amistosas alianzas, pronto controló el territorio existente entre el río de
Egipto y el golfo de Acaba hasta la costa fenicia y la tierra de Hamat. El respecto
internacional y el reconocimiento que David ganó para Israel no fue desafiado por
poderes foráneos hasta el final de los últimos años de Salomón.
El rey de Judá
Nacido en tiempos turbulentos, David estuvo sujeto a un rudo período de
entrenamiento para el reinado de Israel. Fue requerido por el rey para el servicio
militar tras haber matado a Goliat y ganado una experiencia inapreciable en
hazañas militares contra los filisteos. Tras que fue forzado a dejar la corte, condujo
a un grupo fugitivo y se congració a sí mismo con los terratenientes y dueños de
grandes rebaños en la parte meridional de Israel, proporcionándoles un efectivo
servicio. Al propio tiempo, negoció con éxito diplomático las relaciones con los
filisteos y moabitas, mientras que se hallaba considerado en Israel como un
individuo al margen de la ley.
Es así como el pueblo de Judá abogó por su alianza con David, mientrasque el
resto de los israelitas permanecía leal a la dinastía de Saúl, bajo el liderazgo de
Abner e Isboset. El resultado fue que prevaleciese la Guerra civil. Tras ser
severamente reprobado por Isboset, Abner apeló a David y le ofreció el apoyo de
Israel, en su totalidad. De acuerdo con la petición de David, Mical, la hija de Saúl,
le fue devuelta como esposa. Aquello tuvo lugar bajo la supervisión de Abner con
el consentimiento de Isboset. De esto quedó patente públicamente que David no
sostenía ninguna animosidad hacia la dinastía de Saúl. El propio Abner fue a
Hebrón donde prometió a David la lealtad de su pueblo. Tras esta alianza y una
vez completada, Abner fue muerto por Joab en lucha civil. La muerte de Abner
dejó a Israel sin un fuerte y poderoso caudillo militar. Hacía tiempo ya que Isboset
había sido asesinado por dos hombres procedentes de la tribu de Benjamín.
Cuando los asesinos aparecieron ante David, fueron inmediatamente ejecutados.
Desaprobaba así la muerte de una persona justa. Sin malicia ni venganza, David
ganó el reconocimiento de todo Israel, mientras que la dinastía de Saúl fue
eliminada del poder político.
Buscando un lugar central para la capital del reino unido de Israel, David se volvió
hacia Jerusalén. Era un lugar estratégico y menos vulnerable para ser atacado.
Como una fortaleza cananea ocupada por los jebuseos, había resistido con éxito
la conquista y la ocupación por los israelitas.
Ningún reinado terrestre o dinastía ha tenido jamás una duración eterna, tales
como el cielo y la tierra. Tampoco la tuvo el reinado terrenal del trono de David, sin
eslabonar su linaje con Jesús, quien específicamente está identificado en el Nuevo
Testamento como el hijo de David. Esta seguridad, dada a David mediante el
profeta Natán, constituye otro eslabón en la serie de promesas mesiánicas dadas
en los tiempos del Antiguo Testamento. Dios iba desenvolviendo gradualmente el
compromiso inicial de que la última victoria llegaría a través de la semilla de la
mujer (Gen. 3:15). Una revelación completa del Mesías y su reinado eterno, se da
por los profetas en siglos subsiguientes.
Prosperidad y supremacía
David fue inmediatamente desafiado por los filisteos cuando fue reconocido como
rey de todo Israel (II Sam. 5:17-25). Les derrotó dos veces, pero en un largo
período de tiempo es completamente verosímil que hubiese frecuentes batallas
antes de reducirlos a un estado tributario y sometido. La captura de un jefe de sus
ciudades, Gat, y la muerte de los gigantes filisteos (II Sam. 8:1, y 21:15-22), no
son más que ejemplos y muestras de encuentros en este período crucial en que
Israel ganó su hegemonía.
Bet-sán fue conquistada durante este período. En Debir y Bet-semes, murallas con
casamatas sugieren que David construyó una línea de defensa contra los filisteos.
Las observaciones de que los filisteos tenían el monopolio del hierro en los días de
Samuel (I Sam. 3:19-20) y de que David lo utilizaba libremente cerca del fin de su
reinado (1 Crón. 22:3), sugieren que pudo haberse escrito un largo capítulo en la
revolución económica de Israel. El período de proscripción y la residencia de los
filisteos no solo proporcionaron a David la preparación para el caudillaje militar,
sino que indudablemente le dieron un conocimiento de primera mano con la
fórmula y los métodos utilizados por los filisteos en la producción de armamento.
Tal vez muchos de los planes para la expansión económica y militar fueron hechos
mientras David estaba en Hebrón pero realmente ejecutados después de que
Jerusalén fue convertida en capital. Los filisteos tenían razón en estar alarmados
cuando la desolada y derrotada. Israel fue unificada bajo la égida de David.
Más tarde, la ciudad de Raba en Amón fue capturada por los israelitas (I Crón.
20:1). Las fuerzas arameas entonces se organizaron bajo Hadad-ezer que empleó
y reunió fuerzas desde tan lejos como Aram-Naharaim o Mesopotamia (I Crón.
19:6). Esta vez las fuerzas israelitas avanzaron hacia Elam, derrotando su fuerte
coalición. Aquello expandió la condenación para la alianza amonita.
Subsiguiente a esto, David atacó a Hadad-ezer una vez más cuando los sirios se
hallaban al alcance del Eufrates para reclamar el territorio bajo control asirlo (II
Sam. 8:3). Damasco, que estaba tan íntimamente aliada con Haded-ezer (I Crón.
18:3-8), cayó bajo el control de David, añadiendo así otra victoria para los
israelitas. Sus guarniciones ocuparon la ciudad, colocándola bajo un fuerte tributo,
y Hadad-ezer concedió grandes cantidades de oro y bronce a David. La
dominación de los estados árameos de Hamat, sobre el Orontes, añadió
grandemente muchos más recursos que enriquecieron a Israel. La administración
de Damasco por parte de los israelitas, no fue desafiada hasta los años pióximos
al reinado de David.
En los días de la expansión nacional, las provisiones hechas por Mefiboset ilustran
la magnánima actitud de David hacia los descendientes de su predecesor (II Sam.
9:1-13). Cuando David supo la desgracia que se había abatido sobre el hijo de
Jonatán. Mefiboset, le concedió una pensión procedente de su tesoro real. Al
inválido le fue entregado un hogar en Jerusalén y colocado bajo el cuidado del
sirviente Siba.
Mefiboset recibió especial consideración en una crisis subsiguiente (II Sam. 21:1-
14), cuando el hambre se produjo en la tierra de Israel. Dios reveló a David que el
hambre era un juicio por el terrible crimen de Saúl de atentar con el exterminio de
los gabaonitas con quien Josué había hecho una alianza (Jos. 9:3 ss.). Dándose
cuenta de que aquello sólo podía ser expiado (Núm. 35:31), David permitió que los
gabaonitas ejecutaran a siete de los descendientes de Saúl. Mefiboset, sin
embargo, fue excluido. Cuando David fue informado del luto de Rizpa, una
concubina de Saúl tomó las medidas necesarias para el adecuado enterramiento
de los restos de aquellas víctimas en el sepulcro familiar de Benjamín. Los restos
de Saúl y Jonatán también fueron trasladados a dicho lugar. Con aquello, el
hambre tocó a su fin.
Como rey del imperio israelita, David no falló en reconocer que Dios había sido el
único que garantizó las victorias militares de Israel y el autor de su prosperidad
material. En un salmo de acción de gracias (II Sam. 22:1-51), David expresa su
alabanza al Dios Omnipotente por la liberación de los enemigos de Israel, al igual
que para las naciones paganas. Este Salmo también se cita el capítulo 18 del libro
de los Salmos. Ello representa un ejemplo de muchos de los que él compuso en
varias ocasiones durante su azarosa carrera de muchacho pastor, sirviente de la
corte real, proscrito de Israel, y finalmente como el arquitecto y constructor del
gran imperio de Israel.
David practicaba la poligamia (II Sam. 3:2-5; 11:27) y aunque esto está
definitivamente prohibido en la más amplia revelación del Nuevo Testamento, era
tolerado en el Antiguo y en su tiempo, a causa de la dureza de corazón de Israel.
La poligamia estaba igualmente practicada por todas las naciones circundantes.
Un harén en la corte era una cosa aceptada. Aunque advertido de la multiplicidad
de esposas en la ley de Moisés (Deut. 17:17), David se hizo con varias. Algunos
de aquellos matrimonios tenían, indudablemente implicaciones de tipo político, tal
como por ejemplo el casamiento con Mical, la hija de Saúl y con Maaca, la hija de
Talmai, rey de Gesur. Como otros, David tuvo que sufrir las consecuencias de los
crímenes de incesto, asesinato y rebelión llevados a cabo en la vida de su familia.
Aunque David no era responsable ante nadie en su reino, falló en no darse cuenta
de que este "crimen perfecto" era conocido por Dios. En una nación pagana, una
acción criminal de adulterio y muerte pudo haber pasado ignorada; pero aquello no
podía ocurrir en Israel, donde un rey sostenía su posición de realeza mediante una
fe sagrada. Cuando Natán describe el crimen de David en la dramática historia del
hombre rico que toma ventaja de su pobre sirviente, David se enfureció
protestando de que semejante hecho pudiera ocurrir en su reino. Natán
claramente declaró que David era el hombre culpable de asesinato y adulterio.
Afortunadamente para Natán, el rey se arrepintió. Las crisis espirituales de David
encuentran su expresión en la poesía (Salmos 32 y 51). Se le concedió perdón,
pero las consecuencias fueron ciertamente graves en lo doméstico (II Sam. 12:11).
La rebelión que Absalón estableció en Hebrón, fue una completa sorpresa para
David. Espías fueron enviados por toda la tierra de Israel para proclamar que
Absalón sería rey al son de las trompetas. Muy verosímilmente, muchas de las
gentes que habían sido impresionadas por Absalón, llegaron a la conclusión de
que, como hijo de David, iba a hacerse dueño del reino. A cualquier precio, eran
muchos los que apoyaban a Absalón, incluido Ahitofel, consejero del rey David.
Las fuerzas rebeldes, conducidas por Absalón, marcharon sobre Jerusalén y
David, que no estaba preparado para resistir, huyó a Mahanaim, más allá del
Jordán. Husai, un amigo devoto y consejero, siguió el consejo de David y
permaneció en Jerusalén para contrarrestar el consejo de Ahitofel. Este último,
que pudo haber planeado la totalidad de la rebelión y ofrecido su apoyo a Absalón
desde el principio, aconsejó que le permitiese perseguir a David inmediatamente,
antes de que se pudiera organizar una oposición. Pero Absalón solicitó consejo de
Husai, quien le persuadió de posponer semejante persecución, ganando así un
tiempo precioso que necesitaba David para organizar sus fuerzas. Habiéndose
convertido en un traidor, y comprobando que David sería restablecido en el trono,
Ahitofel se ahorcó.
David fue un brillante militar. Preparó sus fuerzas para la batalla y pronto puso en
fuga los ejércitos de Absalón. Joab, contrariamente a las órdenes de David, mató
a Absalón mientras perseguía al enemigo. David, habiendo perdido el sentido de
la prioridad, llevó a cabo el luto por su hijo en lugar de celebrar la victoria. Este
turno en los acontecimientos dieron por resultado que Joab se encarase con el rey
por descuidar el bienestar de los israelitas quienes le habían prestado su más leal
apoyo.
Con Absalón fuera de combate, el pueblo volvió de nuevo hacia David acatando
su jefatura. La tribu de Judá, que había apoyado la rebelión del hijo rebelde de
David, fue el último grupo en volver hacia él tras haber hecho una rápida
concesión de sustituir Amasa por Joab.
A través de casi una década del reinado de David, las solemnes palabras
pronunciadas por Natán fueron realmente cumplidas. Comenzando con la
inmoralidad de Amnón y continuando con la supresión de la rebelión de Seba, el
mal había fermentado en la propia casa de David.
Pasado y futuro
Un Proyecto favorito de David, durante los últimos años de su vida, fue el hacer
los preparativos para la construcción del Templo. Planes muy elaborados y
arreglos dispuestos en sus más mínimos detalles, fueron cuidadosamente llevados
a cabo en la adquisición de los materiales de construcción. El reino estaba bien
organizado para el eficiente uso del trabajo local y extranjero. David incluso perfiló
los detalles para el culto religioso en la estructura propuesta.
David se hallaba firmemente consciente del hecho de que había pecado al hacer
su censo. Puesto que ambos relatos preceden a este incidente con una lista de
héroes militares, el censo pudo haber sido motivado por orgullo y una seguridad y
confianza sobre la fuerza militar de Israel en sus logros nacionales. Al mismo
tiempo, el estado de la mente de David al imponer este censo, fue considerado
como un juicio sobre Israel (II Sam. 24:1; y I Crón. 21:1). Tal vez Israel fuese
castigado por las rebeliones bajo Absalón y Seba durante el reinado de David.
David quedó tan impresionado, que determinó hacer de la era el lugar para el altar
de los holocaustos. Allí tenía que ser erigido el templo. Pudo muy bien haber sido
el mismo lugar donde Abraham, casi un milenio antes, se prestó a sacrificar a su
hijo Isaac, e igualmente tuvo la revelación y la aprobación divinas.
Con el monte Moríah como lugar de erección, David imaginó la casa del Señor
construida bajo Salomón, su hijo. Hizo un censo de los extranjeros en el país e
inmediatamente les organizó para trabajar la piedra, el metal y la madera.
Anteriormente, y en su reinado, David ya había tratado con el pueblo de Tiro y
Sidón para construir su palacio en Jerusalén (II Sam. 5:11). Los cedros para el
proyecto del edificio fueron suministrados por Hiram, rey de Tiro. Salomón recibió
el encargo de acatar la responsabilidad de obedecer la ley como había sido
promulgada a través de Moisés. Como rey de Israel, contaba con Dios y si era
obediente, gozaría de sus bendiciones.
Las últimas palabras de David (II Sam 23:1-7) revelan la grandeza del héroe más
honrado de Israel. Otro canto (II Sam. 22), expresando su acción de gracias y
alabanza por toda una vida repleta de grandes victorias y liberaciones, pudo haber
sido compuesto en el último año de su vida e íntimamente asociado con este
poema. Aquí, él habla proféticamente respecto de la eterna duración de su reino.
Dios le había hablado, afirmando una alianza eterna. Este testimonio por David
habría constituido un apropiado epitafio para su tumba.
El relato de esta era está brevemente dado en I Reyes 1:1-11:43 y II Crón. 1:1-
9:31. El punto focal en ambos libros es la construcción y dedicación del templo,
que recibe mucha más consideración que cualquier otro aspecto del reinado de
Salomón. Otros proyectos, el comercio y los negocios, el progreso industrial y la
sabia administración del reinado, están sólo brevemente mencionados. Muchas de
esas actividades, escasamente mencionadas en los registros de la Biblia, han sido
iluminados a través de excavaciones arqueológicas durante las pasadas tres
décadas. Excepto por lo que respecta a la construcción del templo, que se asigna
a la primera década del reinado, y la construcción de su palacio, que fue
completado trece años más tarde, hay poca información que pudiera utilizarse
como base para un análisis cronológico del reinado de Salomón.
En una charla privada con Salomón (Reyes 2:1-12), David recordó a sil hijo su
responsabilidad de obedecer la ley de Moisés. En sus últimas palabras en el lecho
de muerte, hizo saber a Salomón el hecho de que sangre inocente había sido
derramada por Joab en la muerte de Abne y Amasa, del tratamiento irrespetuoso
de Simei cuando tuvo que huir de Jerusalén, y de la hospitalidad que le fue
concedida por Barzilai, galaadita, en los días de la rebelión de Absalón.
Para la cuestión tributaria, la nación fue dividida en doce distritos (I Reyes 4:7-19).
El oficial a cargo de cada distrito tenía que suministrar provisiones para el
gobierno central, un mes de cada año. Durante los otros once meses, tendría que
recolectar y depositar las provisiones en los almacenes situados en cada distrito al
efecto. El suministro de un día para el rey y su corte, cí ejército y demás personal,
consistía en unos 11.100 litros de harina, casi 22.200 de viandas, 10 bueyes
gordos, 20 bueyes de pasto y 100 ovejas, además de otros animales y aves (I
Reyes 4:22-23). Aquello requería una extensa organización dentro de cada
distrito.
Los arreglos del tratado que David había hecho con Hiram, el rey de Tiro, fueron
continuados por Salomón. Como "rey de los sidonios", Hiram gobernó sobre Tiro y
Sidón, que constituían una unidad política procedente de los siglos XII al VII a de
C. Hiram era un rico y poderoso gobernante con extensos contactos comerciales
por todo el Mediterráneo. Ya que Israel tenía un potente ejército y los fenicios una
gran flota, resultaba de mutuo beneficio el mantener relaciones amistosas. Como
los fenicios se hallaban muy avanzados en construcciones arquitectónicas y en el
manejo de costosos materiales de construcción, que controlaban con su comercio,
fue particularmente un acto de sabiduría política el atraerse el favor de Hiram.
Arquitectos y técnicos de Fenicia fueron enviados a Jerusalén. El jefe de todos
ellos era Hiram (Hiram-abi) cuyo padre procedía de Tiro y cuya madre era una
israelita de la tribu de Dan (II Crón. 2:14). Para ayudar a los hábiles trabajadores y
abonar la madera del Líbano, Salomón efectuó los pagos en grano, aceite y vino.
El templo era dos veces mayor que el tabernáculo de Moisés en su área básica de
emplazamiento. Como estructura permanente era mucho más elaborado y
espacioso con apropiadas adiciones y una corte de entorno mucho más grande. El
templo daba cara al este, con un porche o entrada de casi cinco mts. de
profundidad que se extendía a través de su parte frontal. Una doble puerta de
cinco mts. de anchura laminada de oro y decorada con flores, palmeras y
querubines daba acceso al santo lugar. Esta habitación de nueve mts. de anchura
y catorce de alto, extendiéndose dieciocho mts. en longitud, tenía el suelo de
madera de ciprés y apandada en cedro por encima y alrededor. Chapeada de oro
fino con figuras labradas de querubines adornaban los moros. La iluminación
natural, estaba realizada mediante ventanas en cada lado de la parte más alta. A
lo largo de cada lado, en esta habitación había cinco mesas de oro para los panes
de la proposición y cinco candeleros de siete brazos, todo ello hecho de oro puro.
Al fondo estaba el altar del incienso hecho de madera de cedro y chapeada de
oro. Más allá del altar, existían dos puertas plegables que daban acceso al lugar
santísimo, o el lugar más sagrado. Esta habitación también tenía nueve mts., de
anchura, pero sólo nueve mts. de profundidad y otros nueve de altura. Incluso con
aquellas puertas abiertas un velo de azul, púrpura y carmesí de lino fino,
obscurecía la vista del objeto más sagrado. A cada lado se elevaba un enorme
querubín con las alas abiertas de 4,5 mts. de forma tal que las cuatro alas se
extendiesen por la totalidad de la habitación.
Tres ringleras de cámaras se hallaban adheridas a las paredes del exterior del
templo, en los lados norte y sur, lo mismo que al final de la parte oeste. Esas
cámaras, indudablemente debieron ser para almacenar objetos y para uso de los
oficiales. A cada lado de la entrada del templo, surgía una enorme columna, uno
llamado Boaz y el otro Jaquín. De acuerdo con I Reyes 7:15 ss., tenían casi ocho
mts. de altura, cinco metros y medio de circunferencia y estaban hechas de bronce
y adornadas con granadas. Por encima terminaban con un capital hecho de
bronce fundido de poco más de dos mts. de altura.
Extendiéndose hacia la parte oriental, en frente del templo habían dos atrios
abiertos (II Crón. 4:9). La primera área, el atrio de los sacerdotes, tenía 46 mts. de
anchura y 9 mts. de longitud. Allí se levantaba el atrio de los sacrificios de cara al
templo. Hecho de bronce con una base de 9 mts. cuadrados y 5 mts. de altura,
aquel altar era aproximadamente cuatro veces más grande que el utilizado por
Moisés en sus tiempos. El mar de bronce fundido, levantado al sudeste de la
entrada, era igualmente impresionante en aquel atrio. De forma de copa, tenía
unos dos metros de altura, cinco metros de diámetro con un, perímetro de catorce
metros. Estaba hecho de bronce fundido de 7,6 cms. da espesor y descansaba
sobre 12 bueyes, tres de los cuales mirando en cada dirección. Una estimación
razonable del peso de aquella gigantesca fuente es de aproximadamente 25
toneladas. De acuerdo con I Reyes 7:46, este mar de bronce, los altos pilares y los
costosos recipientes y vasijas fueron hechos para el templo y fundidos en tierra
arcillosa del valle del Jordán.
Además de esta enorme fuente, que proveía de agua para los sacerdotes y levitas
en su servicio del templo, había diez fuentes más pequeñas de bronce, cinco a
cada lado del templo (I Reyes 7:38; II Crón. 4:6). Estos eran de casi dos metros de
alto y se apoyaban sobre ruedas con objeto de poder transportar donde en el
curso del sacrificio, se necesitaban para el lavado de varias partes del animal
sacrificado.
Hacia el este, unos escalones conducían hacia abajo, desde el atrio de los
sacerdotes al exterior o gran atrio (II Crón. 4:9). Por analogía con las medidas del
tabernáculo de Moisés, esta zona tenía 91 mts. de ancho y 182 de largo. Este
gran atrio estaba rodeado por una sólida muralla de piedra con cuatro puertas
macizas, chapadas en bronce, para regular la entrada al lugar del templo (I Crón.
26:13-16). De acuerdo con Ezequiel 11:1, la puerta oriental servía como la entrada
principal. Grandes columnadas y cámaras en esta parte proveían de espacio de
almacenamiento para los sacerdotes y los levitas, para que pudieran realizar sus
respectivos deberes y servicios.
La fiesta de los tabernáculos, que no solamente recordaba a los israelitas que una
vez fueron peregrinos en el desierto, sino que también era una ocasión para dar
gracias tras el tiempo de la cosecha, que comenzaba en el día 15.° del mes
séptimo. Edersheim concluye que las ceremonias de la dedicación tuvieron lugar
durante la semana precedente a la fiesta de los tabernáculos. La totalidad de la
celebración duró dos semanas (II Crón. 7:4-10), y valía para todo Israel, que
acudió por medio de sus representantes desde Hamat hasta la frontera de Egipto.
Keil, en su comentario sobre I Reyes 8:63, sugiere que hubo 100.000 padres y
20.000 ancianos presentes. Esto explica el por qué millares de animales fueron
llevados hasta allí por esta ocasión que no tenía precedentes.
El palacio de Salomón Oa casa del bosque del Líbano) no está sino brevemente
mencionado (I Reyes 7:1-12; II Crón. 8:1). Fue completado en trece años,
habiendo un período de construcción de veinte años para el templo y el palacio.
Muy verosímilmente estaba situado en la falda meridional del monte Moríah entre
el templo y Sión, la ciudad de David. Este palacio era complejo y elaborado,
conteniendo oficinas de gobierno, habitaciones para la hija de Faraón, y la
residencia privada del propio rey Salomón, y cubría un área de 46 por 23 por 14
metros. Incluido en este gran edificio y su programa de construcciones, estaba la
extensión de las murallas de Sión (Jerusalén) hacia el norte, de forma que se
unieran el palacio y el templo dentro de las murallas de la ciudad capital de Israel.
Las minas de cobre y hierro eran numerosas por todo el Wadi-Arabah. David ya
había establecido fortificaciones por toda la tierra de Edom, cuando instauró su
reinado (II Sam. 8:14). Numerosos centros de fundición en el Wadi-Arabah
pudieron haber suministrado a Tell-el-Kheleifeh con hierro y cobre o para procesos
de refinamiento y la producción de moldes con propósitos comerciales. En el valle
del Jordán (I Reyes 7:45-46), y en Wadi-Arabah, Salomón tuvo que haber
realizado la comprobación de la verdad de las declaraciones hechas en Deut. 8:9,
de que la tierra prometida tenía recursos naturales en cobre.
Al desarrollar y controlar la industria de los metales en Palestina, Salomón estuvo
en una posición de comerciar. Los fenicios, bajo Hiram, tenían contactos con
refinerías de metal en distantes puntos del Mediterráneo, tales como España, y así
estaban en situación de construir, no sólo refinerías para Salomón, sino también
para aumentar el comercio. Los barcos de Israel traficaron con el hierro y el cobre
tan lejos como el sudoeste de Arabia (el moderno Yemen) y la costa africana de
Etiopía. A cambio, ellos llevaron oro, plata, marfil, y asnos a Israel. Aquella
extensión naval con sus expediciones llevando oro desde Ofir, duró "tres años" (II
Crón. 9:21), o un año completo y parte de dos años más. Proporcionó a Salomón
tales riquezas, que fue clasificado como el más rico de todos los reyes (II Crón.
9:20-22; I Reyes 10:11-22).
El rey Salomón ganó tal respeto internacional y reconocimiento, que sus riquezas
fueron grandemente incrementadas por los regalos que recibía de lugares
próximos y lejanos. En respuesta a su petición inicial, había sido divinamente
dotado con la sabiduría de tal forma que las gentes de otras tierras iban a oír sus
proverbios, sus cantos, y sus discursos sobre varios aspectos (I Reyes 4:29-34).
Si el relato de la visita de la reina de Sabá no es sino una muestra de lo que
ocurría frecuentemente durante el reinado de Salomón, puede apreciarse del por
qué el oro no cesaba de llegar a la capital de Israel. El hecho de que la reina
atravesara diversos territorios y viajase 1.931 kms., en camello pudo también
haber estado motivado por intereses comerciales. Las expediciones navales
desde Ezión-geber pudo haber estimulado las negociaciones para acuerdos
favorables de intercambio comercial. Su misión, tuvo éxito (I Reyes 10:13).
Aunque Salomón, además de garantizar las peticiones de la reina, le devolvió todo
lo que le había llevado, resulta dudoso de que hiciese lo mismo con todos los
reyes y gobernantes de Arabia, quienes le enviaban presentes (II Crón. 9:12-14).
Aunque resulta difícil valorar el importe de las riquezas que se describen, no hay
duda de que Salomón representó el epítome en riqueza y sabiduría de todos los
reyes que gobernaron en Jerusalén.
El capítulo final del reino de Salomón es trágico (I Reyes 11). El por qué el rey de
Israel, que alcanzó el cénit de los éxitos en sabiduría, riqueza, fama y prestigio
internacional bajo la bendición divina, terminase sus 40 años de reinado bajo
augurios de fracaso, es de lo más sorprendente. A tenor de esta consideración,
algunos han considerado el relato como no fiable y contradictorio y han buscado
otras explicaciones. La verdad de la cuestión es que Salomón, que jugó el papel
más destacado en la dedicación del templo, se apartase de la devoción que con
todo corazón había dedicado a Dios; una experiencia paralela a la de Israel en el
desierto tras la construcción del tabernáculo. Salomón rompió el mismísimo primer
mandamiento por su política de permitir la adoración de los ídolos y su culto en la
propia Jerusalén.
La mezcla de alianzas matrimoniales entre las familias reales, era una práctica
común en el Cercano Oriente. A principios de su reinado, Salomón hizo una
alianza con Faraón, aceptando a una hija de este último en matrimonio. Aunque se
la llevó a Jerusalén, no existe indicación de que se le permitiese a ella el llevar
consigo la idolatría (I Reyes 3:1). En la cúspide de sus triunfos, Salomón tomó
esposas de los moabitas, amonitas, edomitas, sidonios e héteos. Además de todo
ello, se hizo con un harén de 700 esposas y 300 concubinas. Tanto si esto fue
motivado por causas diplomáticas y políticas para asegurar la paz y la seguridad,
o por un intento de superar a los demás soberanos de otras naciones, es algo que
no está indicado. Sin embargo, era contrario a lo expresado en los mandamientos
de Dios (Deut. 17:17). Salomón permitió la multiplicidad de esposas y que fuese
su ruina, al apartar su corazón de Dios.
La idolatría, que era una violación de las palabras de apertura del Decálogo (Ex.
20), no podía ser tolerada. La repulsa de Dios (I Reyes 11:9-13) fue
probablemente entregada a Salomón mediante el profeta Ahías, que aparece más
tarde en el capítulo. A causa de su desobediencia, el reinado de Israel tenía que
ser dividido. La dinastía de David continuaría gobernando parte del reino en gracia
a David, con quien Dios había hecho una alianza, y porque Jerusalén había sido
escogida por Dios. Dios no rompería su promesa, incluso aunque Salomón
hubiese perdido sus derechos y sus bendiciones. También, por amor a David, el
reino no sería dividido mientras viviese Salomón, aunque surgirían adversarios y
enemigos que amenazasen la paz y la seguridad, antes de la terminación del
reinado.
Rezón de Damasco significó tal vez una amenaza mayor (I Reyes 11: 23-25). La
formación de un reino independiente arameo o sirio, constituyó una seria amenaza
política que implicaba consecuencias comerciales. Aunque David había
conquistado Hamat, cuando el poder de Hadad-ezer fue roto, Salomón lo encontró
necesario para suprimir una rebelión allí y construir ciudades de almacenamiento
(II Crón. 8:3-4). Incluso controló Tifsa sobre el Eufrates (I Reyes 4:24) que era
extremadamente importante para el dominio de las rutas del comercio. En el curso
del reinado de Salomón, Rezón estuvo en condiciones de establecerse por sí
mismo en Damasco, donde llegó a ser el mayor de los constantes peligros para la
paz y la prosperidad de Israel en los últimos años del reinado de Salomón.
Conforme cambiaban las cosas, uno de los hombres del propio Salomón,
Jeroboam, hijo de Nabat, demostró ser el factor real devastador en Israel. Siendo
un hombre verdaderamente capaz, había sido colocado al mando de los trabajos
forzados que reparaba las murallas de Jerusalén y construyó Milo. Utilizó aquella
oportunidad para su propia ventaja política y ganarse seguidores. Un día Ahías, el
profeta, le encontró y rompió la capa nueva en doce pedazos, dándole diez de
ellos. Mediante aquel acto simbólico, informó a Jeroboam que el reino de Salomón
sería dividido, no dejando sino dos tribus a la dinastía davídica, mientras que las
otras diez constituiría el nuevo reino. Bajo la condición de su obediencia de todo
corazón, Jeroboam recibió la seguridad de que su reino quedaría
permanentemente establecido como el de David.