Parera, Modesto (1972), La Poesía en Valparaíso. Valparaíso, Asociación Escritores de Valparaíso
Parera, Modesto (1972), La Poesía en Valparaíso. Valparaíso, Asociación Escritores de Valparaíso
Parera, Modesto (1972), La Poesía en Valparaíso. Valparaíso, Asociación Escritores de Valparaíso
CCL POESÍA
en Valparaíso
Apuntes
Primera Parte
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M O D E S T O P A R E R A
Ca Poesía
en Valparaíso
Apuntes
Primera Parte
19 7 2
(з/ Sasado Gultural de Yalparaíso
Este trabajo tiene por objeto presentar un ligero
panorama del movimiento cultural, centrado en el
ángulo literario, principalmente poético, que ha tenido
como escenario Valparaíso y su región.
Por un lado, para demostrar que hubo en el pa-
sado, en la región, un fuerte empuje cultural, mu-
chas veces de primer orden que en cierto modo puede
enorgullecer al ciudadano más exigente. Y por otro,
para desvirtuar un poco la imagen de que Valparaíso
es una ciudad comercial, un poco fenicia, como se
ha dicho, donde el arte y la cultura ocupan el lugar
de los parientes pobres.
Los pueblos son importantes, en definitiva, por
su capacidad de desarrollar ciertos valores culturales,
espirituales y morales que dan a la vida una dimen-
sión más elevada. Las cosas pasan, las generaciones
desaparecen, todo sufre el rigor destructivo del tiem-
po, pero hay ciertos valores que, de un modo u otro,
permanecen vivos y se hacen sangre en el pueblo
mismo. Los que más contribuyen a esta salvación de
la vida, a esta continuidad de la conciencia nacional,
son ciertos hombres, a veces desconocidos en su tiem-
po, que generan ideas, sentimientos, formas expresi-
vas, que dan a la vida un sello de permanencia y
elevación. Piénsese qué sería el siglo XIX chileno,
superada la etapa de consolidación de la república, y
dejando a un lado sus militares y sus políticos, sin
los nombres de Andrés Bello, Victorino Lastarria,
Diego Barros Arana, los hermanos Amunátegui y otros.
O qué sería nuestro siglo XX sin Pablo Neruda,
Gabriela Mistral y algunos nombres más.
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Valparaíso f u e en el siglo XIX un centro cul-
tural que rebasó con creces su condición provinciana.
Aquí nacieron muchas instituciones nacionales. Aquí
se forjó el alma nacional, libre de las contingencias
de la política menuda, con un empuje y una eleva-
ción de gran registro. Aquí llegaron, en la dictadura
de Juan Manuel de Rozas, los intelectuales argenti-
nos más notables. Alrededor de «El Mercurio», que
fue el centro unificador de la cultura local, Sarmiento
y Alberdi y muchos más sembraron un credo liber-
tario que fue creciendo, dando consistencia al senti-
miento democrático, que es, todavía, una esperanza
para el futuro.
La capital, con toda la magia de las capitales,
se fue llevando poco a poco sus hombres más rele-
vantes. Más posibilidades de trabajo y de triunfo, más
contacto, más estímulos, dejaron a la provincia un
poco abandonada. Pero siempre hubo un núcleo, que
seducido por el encanto y el embrujo de Valparaíso,
mantuvo la bandera del quehacer literario con dig-
nidad y con orgullo.
EL SIGLO XIX
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bres casi totalmente olvidados, herederos del movi-
miento intelectual que se generó alrededor de Andrés
Bello en 1842, año en que se funda también La So-
ciedad Literaria presidida por Lastarria.
Pero „un poco antes de la revolución de 1891
llega a Valparaíso un indio genial que aquí abre sus
alas, publica Abrojos y después Azul, para seguir
triunfalmente una carrera poética de tan vastas pro-
porciones que todo queda impregnado con su fuego.
Rubén Darío, el nuevo y más brillante astro que co-
nociera la poesía de habla castellana, dispara desde
Valparaíso las salvas de un nuevo credo poético.
Un poco antes de su fugaz paso por Valparaíso
—menos de dos años— la poesía chilena seguía los
últimos balbuceos del romanticismo ponderado y se-
reno, etéreo y brumoso de Gustavo Adolfo Bécquer,
considerado hoy el padre de la poesía moderna es-
pañola. Bajo su influencia se realizan los Certámenes
Varela que ganan Eduardo de la Barra y Rubén Darío
y que despertaron tantas inquietudes dormidas, ini-
ciando la marcha que iba a colocar la poesía chilena
a la cabeza del continente. Si el siglo XIX fue un
siglo de historiadores, el siglo XX, gracias al fuego
inicial de Bécquer y Darío, iba a convertirse en un
siglo de poetas.
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Dolorido por un medio social que no estimula ni
reconoce al mérito, siente la tragedia de una vida sin
grandeza y vislumbra un final, a través de su paso
por el Hospital Alemán, en el que, después de todo,
nadie dice nada.
PEDRO PRADO
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EL ATENEO DE VALPARAISO
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LUIS HURTADO LOPEZ
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precisas, impasibles, van encerradas en moldes im-
pecables».
En 1942 publica Retorno al Silencio, libro más
maduro, con un registro que abarca todos los temas
sobre los cuales su poesía se desplaza sin esfuerzo
alguno. La naturalidad, la sencillez y la elegancia
forman sus notas distintivas.
En 1956 aparece su obra postuma Remansos Es-
pirituales al cuidado de su hijo, el poeta Ricardo
Hurtado, obra que había dejado terminada, consti-
tuida por cincuenta sonetos de factura perfecta, armo-
niosos, pulcramente concebidos y resueltos, muchos de
los cuales mantienen aún su frescura.
Dejó inédita una vasta obra que merece por su
calidad ser recogida en un libro. Fue ganador de
innumerables Concursos, imitado y plagiado en Ar-
gentina y en Bolivia, y está esperando aun, como
tantos otros, la calle o la plaza que le recuerde.
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todo en octasílabos, contiene 19 poemas que llama
crisis, en los que nos parece advertir cierta influencia
de José Asunción Silva.
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CARLOS BARELLA
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PASCUAL BRANDI VERA
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metálicos guijarros». Se siente solitario en su casa
vieja, «baúl crujiente de la juventud» y recuerda
que creció «sin otros campos de vagancia que las
lejanías de mar y de cielo».
Es la suya una poesía noble, de evocación y de
altísimas vivencias, construida lentamente, gota a go-
ta, mientras los barcos se alejan buscando nuevos
horizontes y la vida, desgarrada, hunde los seres y
las cosas en su tempestuoso mar, dejando solamente
un ligero recuerdo de su paso. Pascual Brandi conoce
el destino trágico del hombre con los pies en el pa-
sado y el pensamiento en el porvenir. Sabe de la f u -
gacidad de todo, de la vanidad de todo, y por eso
se aisla y se refugia entre los malecones de sus li-
bros en busca de un poco de eternidad. Lejos del
quehacer diario, la poesía fue para él refugio, tem-
plo y ensoñación.
JACOBO DANKE
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Todos Fueron de Este Mundo, 1952, cuya trama
se desarrolla en Playa Ancha.
Escribió Poemario, 1929; Las Barcarolas de Uli-
ses, 1935, y numerosos poemas dispersos en revistas.
Recomienda que «el que tenga pecho para la lanza,
escuche los antiguos badajos de sus propias torres».
LEUCOTON DE VIA
ENRIQUE PONCE
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para detenerse en el elemento conceptual. Su poesía
es descriptiva, realista, resbala cadenciosamente por
una realidad un tanto prosaica a la que quiere re-
flejar, pero que de todos modos embellece.
HORACIO OLIVOS
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Julio Molina Núñez y Juan Agustín Araya en su
Selva Lírica lo califican como el pastor exótico del
paganismo que «dice sus canciones impasibles bajo
la sombra de los templos de la antigua mitología».
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encuentran algunos sonetos de gran jerarquía y ele-
vación. Una profunda fe mueve sus poemas religiosos,
sus cantos al Señor, su esperanza, porque sabe
que «no se puede morir enteramente». Su voz es
cristalina, pura, auténtica, sorprendente y hechicera.
ALEJANDRO GALAZ
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a la poesía, toda la primera etapa de la vida soterrada
bajo los altos olmos del quehacer cotidiano.
Canta al amor —le dedica una larga oración—
con la pasión del enamorado y por eso va al bosque
«a beberse la primavera» y le daría todos los días
que le quedan a la «niña de la cabellera como los
trigos maduros». Su lenguaje es tierno, reposado, in-
grávido. No persigue la imagen, la distorsión de la
frase. La metáfora viene sola, sin esfuerzo, produ-
ciendo un verdadero impacto. Todo abre para él
su caja de sorpresas, todo lo viste de violetas, lo em-
bellece, porque la paz le posee, le alimenta:
Descolgué los recuerdos.
Ahuyenté las viejas sombras que tenían sus muros,
y su canto se extiende con un rumor de pájaros
sobre la melodía del tiempo en busca del corazón
que espera la llegada triunfal de un nuevo amor,
aun sabiendo que bajo la Cruz del Sur se quedará
dormido para siempre.
Publicó Molinos en 1935, y Sonido de Flautas
en el alba en 1958, edición postuma, por cuenta de
la I. Municipalidad de Valparaíso, gracias a las ges-
tiones de su alcalde, Santiago Díaz Buzeta, a quien
la poesía le debe un homenaje.
ZOILO ESCOBAR
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tro siegas. Los poemas de este libro nos muestran un
poeta dentro de la línea clásica, algo vacilante en su
solución, pero rico en adjetivaciones. Comienza di-
ciéndonos «Soy un viajero que va por la desnudez
amarga» y confiesa que vive «sin gloria, sin fama
y sin dinero» pero que está orgulloso de su espíritu.
Figura, al igual que Leonardo Eliz, en la anto-
logía Selva Lírica, publicada en 1917. Su libro está
dedicado a Juan Agustín Araya, uno de los autores.
Amigo de los escritores de su tiempo a cada uno de
ellos le dedica un poema. Hasta Pablo Neruda, muy
joven aún, figura en la larga lista.
Comenzó escribiendo poesía tradicional, princi-
palmente sonetos, como era costumbre para probar
fuerza, y hasta alguno que otro sonetín en los que
se nota un lenguaje modernista y un vivo interés para
tratar temas exóticos. El contacto con poetas jóvenes,
con otras inclinaciones, fue cambiando su poesía, que
no tuvo tiempo de recoger posteriormente en libro
alguno y que figura dispersa en diarios y revistas. Por
eso en sus últimos tiempos escribe poesías plenamente
actuales.
Le sedujo la poesía de contenido social en sus
últimos años y su bohemia le inspiró nuevos temas.
Vivió en una constante renovación de estilos y trató
de captar la fiebre de su tiempo reflejando la angus-
tia de una sociedad que permite la miseria y la in-
justicia. Poeta social, combatiente, usó la poesía como
una arma y como una esperanza. Anuncia la fuerza
atómica antes de la explosión de la primera bomba
de Hiroshima, y clama por la organización de la
abundancia, la seguridad y la cultura.
Su obra, de la que estuvo muy celoso ha sido
menos importante que su ejemplo. Inspiró muchas
voluntades y ejerció cerca de los poetas rebeldes una
visible influencia. Según Raúl Silva Castro fue «un
lírico pensador que dió más importancia a las ideas
que a los sentimientos, a pesar de que su vida inte-
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rior fue rica y animosa». Según Manuel Astica a quien
se le debe una exquisita biografía, «su poesía entera
está iluminada por un fervoroso lampadario interior
que se traduce en un canto de vida, místico y pan-
teísta, junto a un profundo amor a la justicia, a
los débiles y al pueblo».
LEONARDO ELIZ
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rosas encendidas y de las noches umbrías, como era
natural en los primeros años de este siglo.
Le preocupa que todos puedan entenderlo, prin-
cipalmente los jóvenes y de ahí que escriba:
DANIEL DE LA VEGA
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niza, su Reino de las Angustias produjeron gran im-
presión por la alta calidad de sus poemas. Son mu-
chas las personas que recuerdan con emoción su Bor-
dado Inconcluso.
AUGUSTO D'HALMAR
TERESA BORQUEZ
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evoca al mar, a las olas y a los barcos muertos, al
otoño y al destino, a las mujeres de América y a los
huérfanos. Todo lo recoge su musa y lo convierte en
canción, en luz y en esperanza. Poesía de gran dig-
nidad, mantiene un ritmo impecable dentro de la
estructura del verso libre.
NEFTALI AGRELLA
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RAMON CLARES
EGIDIO PORLETE
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ALBERTO MAURET СAAMASO
VICTORIANO LILLO
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GENARO WINET
CARLOS CASASSUS
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RAFAEL CORONEL
VICTORIA CONTRERAS
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AMALIA SALAS
ELENA OSUNA
SERGIO ESCOBAR
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tas se encuentran numerosos poemas suyos. Ha gana-
do también diversos premios.
Juvencio Valle nos advirtió que Escobar miraba
la vida con cristales irónicos y que por eso veía las
cosas con relieves y ángulos que nunca fueron vistos.
Su estilo certero, irónico y hermético no ha hecho
popular su poesía. Jamás lo ha pretendido por otra
parte. Pero en su obra se encuentran grandes hallaz-
gos, imágenes sorprendentes, dolidos y extraños des-
garramientos, toda la pasión de un ser rebelde que
quiere escapar de la palabrería fácil. Nada de retóri-
ca hay en sus poemas, ninguna concesión a las viejas
cadenas de la poesía, nada que enturbie romántica-
mente la claridad de las cosas, sólo iluminadas ca-
prichosamente por la mirada del hombre. Por el con-
trario, hay una inmensa pasión de ver claro en la
oscuridad, de orientarse en un mundo sin destino, de
buscar la autenticidad más allá de toda limitación.
Los títulos mismos de sus obras nos revelan su ínti-
mo pensar.
Su primer libro Cirial, situaciones, nos indica su
intención poética. Escobar busca, no como Huidobro
un mundo creado por la imaginación, sino enriquecido
por el quehacer poético. Busca iluminarlo desde án-
gulos imprevistos, como en el cine, tratando de ob-
tener de las cosas, de los hechos, de las palabras y
de las situaciones, su dimensión interior, aquella que
está más allá de la simple mirada y a la que se lle-
ga por la pura intuición.
Sus dos libros son sorprendentes y a la vez ló-
gicos. Escobar piensa que «crear poesía es, sobre to-
do, un fenómeno de iluminación», una especie de
descubrimiento, porque sabe que «con hablar nada
se gana», que «todo se pierde en el bosque de las
palabras».
Toca los temas más modernos: «el olvidado as-
pecto de terror de los meteoritos venidos a menos»,
«todo el instrumental del tránsito sideral», «su blando
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túnel cibernético», eri largos poemas por los que se
deslizan todos los elementos de una edad contradic-
toria y en permanente crisis. Sabe que «no hay ofici-
na más amplia ni más alta ventana iluminada que
el oído» y que por ahí puede llegar la salvación, el
gran sol interior «que es la sonrisa del hombre».
Es la de Escobar una poesía profundamente hu-
mana, dolorosa a veces, consciente de su menguado
papel de embellecer la vida, pero fatalmente ligada
al destino del hombre siempre en busca de nuevos
horizontes, subiendo y cayendo, hasta la muerte mis-
ma, anheloso de una eternidad que se le desvanece a
cada instante.
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cía alguna primera figura sanliaguina. Sus tertulias
llegaron a ser el centro del movimiento cultural de
la ciudad. Allí se hablaba de lo divino y de lo hu-
mano. Todo el mundo recibía estímulos y sugeren-
cias. Se alentaron muchas vocaciones y se mantuvo
la llama sagrada de la inquietud literaria. Valparaíso
no sabe bien todavía cuanto debe a este abogado y
escritor que fue un padre y un protector para muchos.
El parlamentario Antonio Tavolari, haciéndose eco del
sentir general de los escritores, viene dotando año tras
año un concurso de ensayo destinado a perpetuar su
nombre.
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EPIGRAFES