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El Método Comparativo

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REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA


EDUCACIÓN UNIVERSITARIA CIENCIA Y TECNOLOGIA
UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL DE LA SEGURIDAD
CENTRO DE FORMACION UNES LARA

EL MÉTODO COMPARATIVO PARA EL ANÁLISIS DE LAS


POLÍTICAS PÚBLICAS EN MATERIA DE
PREVENCIÓN DEL DELITO

Participante:
Luis Caruci
C.I.: 15.666.310

Barquisimeto, Octubre 2022


El Método Comparativo como Herramienta Teórico-Metodológica para el
Análisis de Políticas Públicas. Criterios de Selección. Estrategias de
Similitud y Diferencia en el Método Comparativo. Modelos para la
Aplicación del Método Comparativo.

A diferencia de otras formas de reacción social ante el delito, la prevención


busca reducir los niveles del mismo mediante una intervención sobre sus
mecanismos causales. Si bien la actividad preventiva figura en muchos
ámbitos de la vida social, cuando aparece entre las políticas públicas
adquiere, casi inevitablemente, un carácter técnico. Ello requiere una visión y
modo de proceder que combinan enfoques teóricos sobre las causas del
delito, una implementación cuidadosa de los programas específicos, y una
evaluación rigurosa de sus resultados.
Para que surja la prevención del delito como política pública, sugiero que
se requieren dos factores: en primer lugar, la presencia de “empresarios
académicos” dispuestos a proponer y participar en programas técnicos de
prevención del delito; y en segundo lugar, condiciones del sistema social o
político que hagan favorable la adopción de la prevención como un programa
de gobierno.
Este planteamiento es desarrollado y ejemplificado mediante la
descripción de dos experiencias distintas la de Canadá (un país de altos
ingresos y tasas delictivas relativamente bajas) y la de Venezuela (un país de
bajos ingresos y tasas delictivas relativamente altas).
Frente al delito como a cualquier otro tipo de problema hay por lo menos
cuatro reacciones posibles. La primera, una suerte de “reacción por omisión”,
consiste en no hacer nada. La segunda lleva a la realización de una o más
acciones destinadas a marcar para las víctimas, los victimarios y el resto de
la sociedad la comisión de un hecho reprobable. Esta es la que conocemos
como “retribución”. La tercera se ocupa del “control” del delito, mediante la
aprehensión, procesamiento y sanción del delincuente. Y la cuarta busca
prevenir la repetición de este tipo de hecho.
Todas las reacciones anteriormente señaladas pueden observarse en una
sociedad cualquiera, pero de ellas la prevención se destaca por su atractivo
pragmático: si podemos evitar que los delitos ocurran, no solamente
habremos evitado la necesidad de la retribución o el control sino que también
habremos contribuido al incremento del bienestar humano. A diferencia de
los otros modos de reacción, la prevención no implica manejar el delito sino
evitarlo. Así, como lo indica Freeman (1992), es muy difícil oponerse a la
idea de prevención, ya que obrar así sería algo semejante al estar a favor del
pecado.
En esencia, la definición del concepto de “prevención del delito” no es
difícil. Ella implica la reducción o (en un mundo ideal) la eliminación de los
hechos delictivos que de otra manera hubiesen ocurrido. La “otra manera”
aquí referida sería no hacer prevención, lo cual nos obliga de inmediato a
aclarar qué es “hacer prevención”. A esa inquietud ha respondido Ekblom
(1994: 194) con una especificación que ha sido ampliamente citada por otros
investigadores: “La prevención del delito es la intervención en los
mecanismos que causan los hechos delictivos”. He aquí el núcleo racional
del enfoque prevencionista, aplicable al delito y a cualquier otro problema:
todo fenómeno tiene su causa, y al disminuir la causa también
disminuiríamos el efecto.
Si nos detenemos a pensar un poco en esta concepción de prevención, no
es difícil ver que ella exige una teoría sobre la(s) causa(s) del delito, ya que
en por lo menos una de las concepciones populares de las teorías, estas
relacionan variables en un sentido causal (Birkbeck, 1988). Así la prevención,
aún en su expresión mínima, implica una intervención orientada
teóricamente, incluyendo acá las “teorías legas” del ciudadano común,
porque la prevención no es dominio exclusivo del sector público. De hecho,
la prevención es una actividad que se realiza a nivel individual, sea esta la
colocación de un alarma antirrobo al automóvil o la decisión de evitar andar
por determinadas calles por el peligro de convertirse en víctima del atraco.
Pero cuando la prevención se ejecuta como una política pública, esto es,
cuando se desarrolla en el campo gubernamental, se profundiza su
naturaleza racional. Ello implica no solamente la selección razonada de una
teoría sobre las causas del delito (que orientará la intervención posterior),
sino también la planificación cuidadosa de las acciones a ser tomadas (a
objeto de asegurar, hasta donde sea posible, que estas sean congruentes
con la visión causal que se haya adoptado) y la evaluación de la
implementación y resultados de la intervención (a objeto de estimar hasta
qué punto se ha logrado disminuir la delincuencia y, en consecuencia, qué
tan acertada es la teoría etiológica que fundamenta la intervención).
Al parecer, en el momento de postular la prevención como una
intervención sobre las causas del delito, es casi inevitable que estos otros
elementos (planificación, evaluación) se le añaden al teórico en el
surgimiento de una visión técnica sobre la materia. Por ende, si es difícil
estar en contra de la prevención, también es difícil evadir la concepción
técnica y racional de la misma.
A mi modo de ver, la aparición, evolución y eventual destino de las
políticas públicas de prevención del delito dependen de estas dos posturas
casi axiomáticas la bondad de la prevención y su naturaleza inherentemente
técnica. Ellas confieren una importancia singular a la experticia técnica,
porque sin este último recurso una política preventiva tendría pocas
probabilidades de progresar más allá de la repetición de planteamientos
generales sobre las virtudes de la prevención.
Por ello, propongo como hipótesis inicial que la prevención del delito como
política gubernamental requiere de la existencia de una experticia técnica,
bien dentro del gobierno bien fuera de él, que permitiría un ensayo de las
decisiones, planes y programas que habrían de conformar la política
preventiva.
Y dada la importancia para esta actividad del fundamento teórico y de la
evaluación de los planes de intervención, propongo adicionalmente que dicha
experticia técnica es fundamentalmente científica en orientación, ya que es la
ciencia la que principalmente se ocupa de los abordajes teórico-causales
sobre la delincuencia, de la metodología de evaluación de los resultados y
del cotejo de estos con el marco teórico inicial. El desarrollo de la prevención
del delito como política gubernamental requiere, entonces, de una
orientación científica.
Esta última afirmación podría sorprender. La ciencia y la política suelen
considerarse distintos y de hecho ocupan terrenos casi por completo
diferentes el uno del otro. Sus fundamentos, objetivos, modos de proceder y
resultados son también bastante diferentes. ¿No es descabellado pensar que
los dos se pueden combinar en una empresa como la de prevenir el delito?
La respuesta a esta interrogante es que, en primer lugar, el planteamiento
racional sobre la prevención del delito como el que acabo de presentar lleva
inevitablemente a la necesidad de una experticia técnica que es
fundamentalmente científica.
Pero en segundo lugar, hay que reconocer que, al introducir lo científico
en el terreno gubernamental con la gestión de políticas para prevenir el
delito, se está creando una situación de tensión inherente en la que las
exigencias científicas y políticas frecuentemente se encontrarán en una
oposición irreconciliable. Por ende, es perfectamente posible que el mundo
político rechace las exigencias técnicas que se asocian al concepto de
prevención del delito, con lo cual desvanece la posibilidad de que ese tipo de
programa exista, o que, después de una “luna de miel” durante la cual se
crean y se implementan algunos programas para prevenir el delito, el sistema
político apropiará la gestión para sus propios fines.
Dado ello, hemos de concluir que la existencia de la experticia técnica es
una condición necesaria (más no suficiente) para que surjan y se mantengan
políticas públicas de prevención del delito, pero que otra condición es la
disposición por parte del sistema político de someterse a los objetivos,
modos de proceder y resultados de la experticia técnica. Parecería que esta
última condición es de difícil cumplimiento en el mediano y largo plazo, y por
ende las políticas públicas de prevención del delito tienden a tener una
existencia episódica más que permanente, aún en países donde la política se
ha servido ampliamente de la experticia técnica.
En esencia, el actual ensayo es una reflexión a partir de la revisión
histórica de dos casos contrastantes sobre los determinantes e
impedimentos que se observan en los intentos por instaurar la sociedad
experimentadora. Tanto en Canadá como en Venezuela, se observa que la
prevención del delito, entendida como política pública, depende en primera
instancia de la existencia de profesionales (bien en la academia, bien en el
gobierno) que tienen suficiente convicción sobre las posibilidades de una
intervención planificada y evaluada como para plantear seriamente la
inversión de recursos en esa actividad. En ambos países, estos
profesionales (que se han denominado “empresarios académicos”) han
surgido en las universidades, aunque parece que ha habido mayor
resonancia en Canadá que en Venezuela entre los burócratas en cuanto a la
disposición de llevar a cabo este tipo de actividad.
A la vez, podemos observar que la noción de prevención requiere de una
orientación y sincronización específicas para que sea aceptable en el plano
político. En ambos países la prevención se orienta a la “delincuencia común”,
dejando de lado otros tipos de delito (de cuello blanco, corporativos, etc.)
cuya aparición bajo el lente preventivo podría ser muy incómoda para los
grupos que detentan el poder. Y en ambos países, parece que la prevención
tiene mayores probabilidades de prosperar cuando las tasas delictivas no
están generando una fuerte preocupación social asociada a un reclamo por
respuestas inmediatas. Mi predicción es que la Estrategia Nacional de
Prevención del Delito sobrevivirá en Canadá hasta el momento en que el
público, movido por las tasas delictivas, el terrorismo o los medios de
comunicación, exija respuestas más “contundentes” frente a la criminalidad,
o que los académicos ventilen fuertes críticas públicas sobre sus deficiencias
técnicas. En Venezuela, la política de prevención delito seguirá estancada y
marginal mientras las tasas delictivas sigan causando alarma y mientras los
criminólogos no muestren interés por esta área.
Independientemente de la historia y perspectivas de la prevención del
delito en ambos países, existe el tema de la calidad técnica de la actividad
preventiva, la cual no ha sido posible abordar en este trabajo. Sin embargo,
subyace en las experiencias anteriores una inquietud sobre ella. Actualmente
en Canadá parece haber un cierto nivel de optimismo sobre las posibilidades
de prevención del delito, pese a algunas reservas expresadas por
académicos estrechamente involucrados en las políticas correspondientes.
Entre 1951 y 1964 en Venezuela, parecía haber mayor sentido de optimismo
todavía, quizás porque los profesionales involucrados eran
fundamentalmente “aficionados” de la criminología. Estos dos momentos
históricos, en distintas fechas y diferentes países, nos llevan a reflexionar
sobre la diferencia entre optimismo y efectividad y apuntan hacia la
necesidad de examinar con mucho detenimiento las necesidades y
posibilidades en hacer de la prevención del delito el tipo de experimento
social que ella inevitablemente nos insinúa.

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