Este documento analiza el método comparativo para estudiar las políticas públicas de prevención del delito en Venezuela y Canadá. Argumenta que para que surja la prevención del delito como política pública se requieren dos factores: 1) expertos académicos dispuestos a proponer programas técnicos de prevención, y 2) condiciones políticas y sociales que hagan favorable la adopción de dichos programas. Examina las experiencias de prevención del delito en estos dos países, concluyendo que la existencia de expertos técnicos es necesaria
Este documento analiza el método comparativo para estudiar las políticas públicas de prevención del delito en Venezuela y Canadá. Argumenta que para que surja la prevención del delito como política pública se requieren dos factores: 1) expertos académicos dispuestos a proponer programas técnicos de prevención, y 2) condiciones políticas y sociales que hagan favorable la adopción de dichos programas. Examina las experiencias de prevención del delito en estos dos países, concluyendo que la existencia de expertos técnicos es necesaria
Este documento analiza el método comparativo para estudiar las políticas públicas de prevención del delito en Venezuela y Canadá. Argumenta que para que surja la prevención del delito como política pública se requieren dos factores: 1) expertos académicos dispuestos a proponer programas técnicos de prevención, y 2) condiciones políticas y sociales que hagan favorable la adopción de dichos programas. Examina las experiencias de prevención del delito en estos dos países, concluyendo que la existencia de expertos técnicos es necesaria
Este documento analiza el método comparativo para estudiar las políticas públicas de prevención del delito en Venezuela y Canadá. Argumenta que para que surja la prevención del delito como política pública se requieren dos factores: 1) expertos académicos dispuestos a proponer programas técnicos de prevención, y 2) condiciones políticas y sociales que hagan favorable la adopción de dichos programas. Examina las experiencias de prevención del delito en estos dos países, concluyendo que la existencia de expertos técnicos es necesaria
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REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA
MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA
EDUCACIÓN UNIVERSITARIA CIENCIA Y TECNOLOGIA UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL DE LA SEGURIDAD CENTRO DE FORMACION UNES LARA
EL MÉTODO COMPARATIVO PARA EL ANÁLISIS DE LAS
POLÍTICAS PÚBLICAS EN MATERIA DE PREVENCIÓN DEL DELITO
Participante: Luis Caruci C.I.: 15.666.310
Barquisimeto, Octubre 2022
El Método Comparativo como Herramienta Teórico-Metodológica para el Análisis de Políticas Públicas. Criterios de Selección. Estrategias de Similitud y Diferencia en el Método Comparativo. Modelos para la Aplicación del Método Comparativo.
A diferencia de otras formas de reacción social ante el delito, la prevención
busca reducir los niveles del mismo mediante una intervención sobre sus mecanismos causales. Si bien la actividad preventiva figura en muchos ámbitos de la vida social, cuando aparece entre las políticas públicas adquiere, casi inevitablemente, un carácter técnico. Ello requiere una visión y modo de proceder que combinan enfoques teóricos sobre las causas del delito, una implementación cuidadosa de los programas específicos, y una evaluación rigurosa de sus resultados. Para que surja la prevención del delito como política pública, sugiero que se requieren dos factores: en primer lugar, la presencia de “empresarios académicos” dispuestos a proponer y participar en programas técnicos de prevención del delito; y en segundo lugar, condiciones del sistema social o político que hagan favorable la adopción de la prevención como un programa de gobierno. Este planteamiento es desarrollado y ejemplificado mediante la descripción de dos experiencias distintas la de Canadá (un país de altos ingresos y tasas delictivas relativamente bajas) y la de Venezuela (un país de bajos ingresos y tasas delictivas relativamente altas). Frente al delito como a cualquier otro tipo de problema hay por lo menos cuatro reacciones posibles. La primera, una suerte de “reacción por omisión”, consiste en no hacer nada. La segunda lleva a la realización de una o más acciones destinadas a marcar para las víctimas, los victimarios y el resto de la sociedad la comisión de un hecho reprobable. Esta es la que conocemos como “retribución”. La tercera se ocupa del “control” del delito, mediante la aprehensión, procesamiento y sanción del delincuente. Y la cuarta busca prevenir la repetición de este tipo de hecho. Todas las reacciones anteriormente señaladas pueden observarse en una sociedad cualquiera, pero de ellas la prevención se destaca por su atractivo pragmático: si podemos evitar que los delitos ocurran, no solamente habremos evitado la necesidad de la retribución o el control sino que también habremos contribuido al incremento del bienestar humano. A diferencia de los otros modos de reacción, la prevención no implica manejar el delito sino evitarlo. Así, como lo indica Freeman (1992), es muy difícil oponerse a la idea de prevención, ya que obrar así sería algo semejante al estar a favor del pecado. En esencia, la definición del concepto de “prevención del delito” no es difícil. Ella implica la reducción o (en un mundo ideal) la eliminación de los hechos delictivos que de otra manera hubiesen ocurrido. La “otra manera” aquí referida sería no hacer prevención, lo cual nos obliga de inmediato a aclarar qué es “hacer prevención”. A esa inquietud ha respondido Ekblom (1994: 194) con una especificación que ha sido ampliamente citada por otros investigadores: “La prevención del delito es la intervención en los mecanismos que causan los hechos delictivos”. He aquí el núcleo racional del enfoque prevencionista, aplicable al delito y a cualquier otro problema: todo fenómeno tiene su causa, y al disminuir la causa también disminuiríamos el efecto. Si nos detenemos a pensar un poco en esta concepción de prevención, no es difícil ver que ella exige una teoría sobre la(s) causa(s) del delito, ya que en por lo menos una de las concepciones populares de las teorías, estas relacionan variables en un sentido causal (Birkbeck, 1988). Así la prevención, aún en su expresión mínima, implica una intervención orientada teóricamente, incluyendo acá las “teorías legas” del ciudadano común, porque la prevención no es dominio exclusivo del sector público. De hecho, la prevención es una actividad que se realiza a nivel individual, sea esta la colocación de un alarma antirrobo al automóvil o la decisión de evitar andar por determinadas calles por el peligro de convertirse en víctima del atraco. Pero cuando la prevención se ejecuta como una política pública, esto es, cuando se desarrolla en el campo gubernamental, se profundiza su naturaleza racional. Ello implica no solamente la selección razonada de una teoría sobre las causas del delito (que orientará la intervención posterior), sino también la planificación cuidadosa de las acciones a ser tomadas (a objeto de asegurar, hasta donde sea posible, que estas sean congruentes con la visión causal que se haya adoptado) y la evaluación de la implementación y resultados de la intervención (a objeto de estimar hasta qué punto se ha logrado disminuir la delincuencia y, en consecuencia, qué tan acertada es la teoría etiológica que fundamenta la intervención). Al parecer, en el momento de postular la prevención como una intervención sobre las causas del delito, es casi inevitable que estos otros elementos (planificación, evaluación) se le añaden al teórico en el surgimiento de una visión técnica sobre la materia. Por ende, si es difícil estar en contra de la prevención, también es difícil evadir la concepción técnica y racional de la misma. A mi modo de ver, la aparición, evolución y eventual destino de las políticas públicas de prevención del delito dependen de estas dos posturas casi axiomáticas la bondad de la prevención y su naturaleza inherentemente técnica. Ellas confieren una importancia singular a la experticia técnica, porque sin este último recurso una política preventiva tendría pocas probabilidades de progresar más allá de la repetición de planteamientos generales sobre las virtudes de la prevención. Por ello, propongo como hipótesis inicial que la prevención del delito como política gubernamental requiere de la existencia de una experticia técnica, bien dentro del gobierno bien fuera de él, que permitiría un ensayo de las decisiones, planes y programas que habrían de conformar la política preventiva. Y dada la importancia para esta actividad del fundamento teórico y de la evaluación de los planes de intervención, propongo adicionalmente que dicha experticia técnica es fundamentalmente científica en orientación, ya que es la ciencia la que principalmente se ocupa de los abordajes teórico-causales sobre la delincuencia, de la metodología de evaluación de los resultados y del cotejo de estos con el marco teórico inicial. El desarrollo de la prevención del delito como política gubernamental requiere, entonces, de una orientación científica. Esta última afirmación podría sorprender. La ciencia y la política suelen considerarse distintos y de hecho ocupan terrenos casi por completo diferentes el uno del otro. Sus fundamentos, objetivos, modos de proceder y resultados son también bastante diferentes. ¿No es descabellado pensar que los dos se pueden combinar en una empresa como la de prevenir el delito? La respuesta a esta interrogante es que, en primer lugar, el planteamiento racional sobre la prevención del delito como el que acabo de presentar lleva inevitablemente a la necesidad de una experticia técnica que es fundamentalmente científica. Pero en segundo lugar, hay que reconocer que, al introducir lo científico en el terreno gubernamental con la gestión de políticas para prevenir el delito, se está creando una situación de tensión inherente en la que las exigencias científicas y políticas frecuentemente se encontrarán en una oposición irreconciliable. Por ende, es perfectamente posible que el mundo político rechace las exigencias técnicas que se asocian al concepto de prevención del delito, con lo cual desvanece la posibilidad de que ese tipo de programa exista, o que, después de una “luna de miel” durante la cual se crean y se implementan algunos programas para prevenir el delito, el sistema político apropiará la gestión para sus propios fines. Dado ello, hemos de concluir que la existencia de la experticia técnica es una condición necesaria (más no suficiente) para que surjan y se mantengan políticas públicas de prevención del delito, pero que otra condición es la disposición por parte del sistema político de someterse a los objetivos, modos de proceder y resultados de la experticia técnica. Parecería que esta última condición es de difícil cumplimiento en el mediano y largo plazo, y por ende las políticas públicas de prevención del delito tienden a tener una existencia episódica más que permanente, aún en países donde la política se ha servido ampliamente de la experticia técnica. En esencia, el actual ensayo es una reflexión a partir de la revisión histórica de dos casos contrastantes sobre los determinantes e impedimentos que se observan en los intentos por instaurar la sociedad experimentadora. Tanto en Canadá como en Venezuela, se observa que la prevención del delito, entendida como política pública, depende en primera instancia de la existencia de profesionales (bien en la academia, bien en el gobierno) que tienen suficiente convicción sobre las posibilidades de una intervención planificada y evaluada como para plantear seriamente la inversión de recursos en esa actividad. En ambos países, estos profesionales (que se han denominado “empresarios académicos”) han surgido en las universidades, aunque parece que ha habido mayor resonancia en Canadá que en Venezuela entre los burócratas en cuanto a la disposición de llevar a cabo este tipo de actividad. A la vez, podemos observar que la noción de prevención requiere de una orientación y sincronización específicas para que sea aceptable en el plano político. En ambos países la prevención se orienta a la “delincuencia común”, dejando de lado otros tipos de delito (de cuello blanco, corporativos, etc.) cuya aparición bajo el lente preventivo podría ser muy incómoda para los grupos que detentan el poder. Y en ambos países, parece que la prevención tiene mayores probabilidades de prosperar cuando las tasas delictivas no están generando una fuerte preocupación social asociada a un reclamo por respuestas inmediatas. Mi predicción es que la Estrategia Nacional de Prevención del Delito sobrevivirá en Canadá hasta el momento en que el público, movido por las tasas delictivas, el terrorismo o los medios de comunicación, exija respuestas más “contundentes” frente a la criminalidad, o que los académicos ventilen fuertes críticas públicas sobre sus deficiencias técnicas. En Venezuela, la política de prevención delito seguirá estancada y marginal mientras las tasas delictivas sigan causando alarma y mientras los criminólogos no muestren interés por esta área. Independientemente de la historia y perspectivas de la prevención del delito en ambos países, existe el tema de la calidad técnica de la actividad preventiva, la cual no ha sido posible abordar en este trabajo. Sin embargo, subyace en las experiencias anteriores una inquietud sobre ella. Actualmente en Canadá parece haber un cierto nivel de optimismo sobre las posibilidades de prevención del delito, pese a algunas reservas expresadas por académicos estrechamente involucrados en las políticas correspondientes. Entre 1951 y 1964 en Venezuela, parecía haber mayor sentido de optimismo todavía, quizás porque los profesionales involucrados eran fundamentalmente “aficionados” de la criminología. Estos dos momentos históricos, en distintas fechas y diferentes países, nos llevan a reflexionar sobre la diferencia entre optimismo y efectividad y apuntan hacia la necesidad de examinar con mucho detenimiento las necesidades y posibilidades en hacer de la prevención del delito el tipo de experimento social que ella inevitablemente nos insinúa.