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ESTATUTO DE LA CAMINATA - PONERSE EN MARCHA - Le Breton

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ESTaTuTo ne La cam1naTa Durante largo tiempo la caminata fue el único medio de loco ­

moción. "Nunca pensé tanto, existí tanto, viví tanto, fui tanto yo,
si me atrevo a expresarlo así , como en aquellos [caminos] que
hice solo y a pie [ . . . ] . Dispongo como amo de la naturaleza t o ­
da; mi corazón, vagando d e objeto e n objeto , s e une , s e identifica
La caminata a menudo está asociada a la libertad, a la sa - con aquellos que lo halagan, se rodea de imágenes encantado­
lud , a la tranquilidad, al sol, a la luz , pero , como lo recuerda ras, se embriaga con sentimientos deliciosos" (Rousseau, 1 97� .
J. Lacarri ere , e n otros tiempos las asociaciones alre d e d o r �41- �48) . También Victor Hugo habla de su júbilo de caminar:
de la caminata habrían p o d i d o ser muy diferentes . " Porque " Nada, en mi opinión, es tan encantador como esa manera
caminata podría evocar tanto lluvia, tempestad , sudor, fatiga, de viaj ar -a pie-, uno se pertenece a sí mismo , es libre , está
ampollas , callos en los pies , esguince, caída, deslizamient o , dichoso; uno se enfrenta en su totalidad y por completo a los
hundimiento . Pero a l parecer estas últimas asociaciones -que incidentes de la ruta, a la posada donde almuerza, al árb ol
habrían sido comunes en los siglos precedentes- hoy ya no donde se resguarda, a la iglesia donde se recoge . Uno parte,
vienen a la mente" ( 1 977 , 6 1 ) . Por supuesto , no siempre se lo se detiene , vuelve a partir; nada molesta, nada retiene . Uno
elige , ya que a menudo j óvenes errantes ( Le Breto n , � 0 07) , va y sueña con lo que tiene por delante . La caminata acuna la
gente sin techo , vagabundos, reducidos a su cuerpo, a menudo ensoñación; la ensoñación vela la fatiga. La belleza del paisaj e
se ven obligados a desplazarse a p i e . Del mismo modo , las oculta l a longitud del camino [ . . ] . A cada paso que uno d a se
.

poblaciones que huyen de los combates durante conflictos ar ­ le ocurre una idea. Parecería que uno siente enj ambres que
mados o los clandestinos que tratan de franquear una frontera hacen eclosión y que zumban en su cerebro " ( 1 9 0 6 , 154) . En el
terrestre burlando los controles. Si es impuesta, la caminata es tiempo del compañonazgo , tal como lo relata A. Perdiguier, en
más bien signo de miseria o de prueba personal . En la mayor la primera p arte del siglo xix, los aprendices caminan por toda
parte del mund o , miles de millones de hombres y muj eres Francia para afinar su formación. Se desplazan esencialmente
siguen desplazándose a pie p ara llegar a su campo, a su trabaj o a p i e , aunque en ocasiones tomen las dilige ncias o los cana ­
o a visitar a sus allegados. No tienen los medios para tomar los les . "Viajar a pie, luego en barco, mezclarse a aquellos, luego
transpo rtes colectivos. A veces el terreno no fue acondicio ­ a estos; exp erimentar contrariedades, miseria s , más tarde
nado para desplazamientos motorizados, y solo los caballos, agradables sorp resas , i nstantes de alegría: nada tan dulce ,
los asnos, los camellos u otros animales están e n condiciones tan encantador . . . Ochenta leguas recorridas d e tal manera e s
de pasar. En esos lugares incontables, el desplazamiento sigue algo : e s o es imp o rtante e n l a vida. M i l leguas atravesadas e n
estando arraigado en el cuerp o , e implica caminar. diligencia o ferrocarril, encerrado en una suerte de calabozo

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de donde no se puede salir, de donde nada s e puede ver, no Este l ib rito que describe el vagabundeo estudioso seguirá
es nada, absolutamente nada . . . ni siquiera dej a huellas . Así , siendo un i nmenso éxito en las escuelas francesas . Al salir
pues, ¡ vivan los viaj es a pie y en total libertad ! . . . " (Perdiguier, de Phalsbourg, la primera noche de su fuga , los dos niños
1 9 6 4 , 1 4 0 ) . Todos van a su trabaj o a pie por las rutas. A co ­ llegan a la granj a de É tienne , el que hace zuecos, amigo de su
mienzos del siglo xx, Herman Hesse escribe a su vez : " E n su padre que e n esa ocasión se entera de la muerte d e este úl ­
juventud, cualquiera que haya recorrido un poco de camino a timo tras su caíd. a de un andami o . Les da hospitalidad y . a la
pie , sin dinero ni equipaj e , conoce perfectamente estas i m ­ mañana siguient e , para que los dos niños sean considerados
presiones . No se puede olvidar una noche pasada en un camp o como " niños honestos y no vagabundos sin familia ni hogar",
de tréboles o en e l heno recién cortado , c o n u n pedazo de p a n y redacta un certificado : "Doy fe de que el j oven André Volden
queso que fue a pedir a un chalet aislado, la llegada inopinada a trabaj ó conmigo dieciocho meses enteros sin que haya tenido
un albergue donde se celebra un casamiento pueblerino al que un solo motivo de quej a. Es un muchacho honesto, trabaj ador
también lo invitan" (�oo�. 36) . e intelige nt e : estoy dispuesto a dar todos los informes que se
Cuando los dos hué rfano s , André , 1 4 año s , y su hermano requieran de él [ . ] " (13) .
. .

Julien, 7 años, inician su vuelta a Francia 1 para reunirse con un El camino de Stevenson con su asno en las Cevenas nos re ­
tío en Marsella , en 1 87 1 , dej an a pie Phalsbourg, en la Lorena cuerda hasta qué punto e n esa época los caminos están llenos
ocupada por los prusianos. Responden así a las últimas volun­ de itinerantes. Stevenson se cruza con pastores, campesinos,
tades de su padre de "seguir siendo hij os de Francia" (Bruno , porteadore s , vagabundo s . El campesino camina con zuecos
1 9 17 , 1 0), recorren el país, la mayoría de las veces caminando, que hacen pesados sus pas o s , junto al ani mal e nj almado ,
dando ocasión al autor de la obra de suministrar innumerables acompaña a su rebaño , va a buscar agua con una j arra. Las ru ­
lecciones de geografía, de historia, de economía, de i nstruc ­ tas están llenas de temporeros, de silleros, de estañadores, de
ción cívica, etc . Una educación a la altura del hombre e n la compradores de pieles de conej o , de deshollinadores, de tra­
Francia de fines del siglo xix y comienzos del xx , efectuada por peros que van a pie de aldea en pueblo. Pero con el correr de los
intermedio de dos niños a los que nadie se asombra de ver así años se vuelven cada vez más raros. El itinerante se transforma
en las rutas . en un individuo sospechoso, sin familia ni hogar, expuesto a la
sospecha de los sedentarios y de la policía. En 1 9 1�. C. Péguy .
caminando por la Be au ce hasta N otre - Dame de Chartres tras
1 El Tour de France era una institución de aprendizaje y formación, y consistía
la muerte de un amigo , lo experimenta: " Baj amos la costa de
en un pe riplo que hacía el aspirante a compagnon por distintos lugares de
Francia, donde era recibido por los maestros de su oficio, que le transmitían Limours / Encontramos tres o cuatro gendarmes, que nos mi­
sus conocimientos y experiencia. [N. del T.] raron , no sin alarma, / Consultar los postes indicadores en las

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encrucij adas " . En esa época, sin embargo , las rutas son muy nunca. Nadie va a esos bosques . Y si se rompe una pierna,
frecuentadas , pero los desconocidos son contemplados con ¿ quién irá a buscarlo ? " ( 1 977, 1 27) . Caminar por caminar no
inquietud y expuestos a la vigilancia. El joven Laurie Lee , 1 9 años, tiene sentido , a veces uno va a pie pero por razones utilitarias,
que camina a través de la España de 1 9 35 . en vísp eras de la no p o r placer. La misma experiencia ambivalente , e n 1 977,
guerra civil, es considerado como más sospechoso todavía: para P. Barret y J. - N . Gurgand cuando toman el camino de
"Había pasado a pie por pueblos miserables donde , e n el vien ­ Compostela. Son tan insólitos e n el paisaj e que los niños en
t o y e l polvo , multitudes d e niños me habían acompañado a lo varias oportunidades los toman por paracaidistas que cayeron
largo de las calles. Los sacerdotes y las muj eres se persignaban por error en esos lugares a causa de sus mochilas ( 1 9 9 9 , 270) .
en cuanto me veían" (Le e , 1 9 94 . 75) . Y su presencia es a tal punto sospechosa para las p oblaciones
En Francia, viaj ar a pie se volvió insólito en los años cincuen ­ locales que son denunciados y controlados en nueve ocasio ­
ta, y sobre todo a fines d e los años sesenta, cuando comienzan nes e n quince días por gendarmes (276) . A comienzos de los
a generalizarse los autos o los ciclomotores . Los itinerantes años noventa , cuando L. M outinot camina a lo largo de mil
ahora están motorizados. En los pueblos hab ía lugares don - quinientos kilómetros desde Golfo Juan a Ploudalmezeau, no
de aloj ar a la gente de paso pero que en principio ya eran co ­ se cruza con nadi e . "A la pregunta : ' ¿ Se encontró con otros
nocidos por los pueblerinos o identificados en un trabaj o muy caminantes ? ' me gustaría responder que no, de no ser que el
espe cífi c o . Ya en los añ.os setenta , fuera de escasos hotel e s , Lot , hace algunos años, me había ofrecido a Danielle , que se
salas de presbiterio o casas de j óvenes, casi no existe otra cosa convirtió e n una amiga . Si contamos un caminante cada mil
y el caminante ocasio nal a menudo debe conformars e c o n kilómetros, con seguridad es muy poco" (M outinot , 1 9 9 2 . 1 8) .
alguna granj a o el campo raso si e l tiempo es propicio. El e statuto d e l a caminata cambió enormemente e n unos
En 1 97 1 J. Lacarriere , en su camino de Saverne , en los Vosgos, treinta año s . I r a p i e , entregado solamente a su cuerpo y su
hasta Leucate , cerca del M editerráneo , con frecuencia está so ­ voluntad , es un anacronismo en un tiempo de velocidad, de
lo en las rutas o los senderos. Vagabundo , hombre sin familia fulgor, de eficacia, de rendimiento , de utilitarismo . Así , ca­
ni hogar, solamente de paso, al cabo de la ruta encuentra una minar e n nuestros días -y sobre todo en nuestros días-. decía
enorme solidaridad y amistad, pero a veces siente la hostili ­ J. Lacarriere, " no es volver a los tiemp os neolíticos, sino más
dad, la desconfianza a su respecto. Se asombra de la soledad de bien ser profeta" ( 1 977, 202) . É l es uno de los prime ros que
los b osques , donde nunca se cruza con paseantes, incluso en recuperó el gusto de hacerlo . Los caminos de Compostela se
pleno mes de agosto , ni siquiera recolectores de hongo s . Un han convertido en algunos años en lugares muy frecuentados
día e n que pregunta su camino a un campesino, el hombre le y dotados de una organización meticulosa. Muy lejos estamos de
responde : " ¿ El camino del Bois Villiers ? Pero ya nadie lo toma los viej os caminos, mal acondicionados, mal señalizados , con

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una población desconfiada hacia esa gente de paso que llevan Ponerse en marcHa
su mochila que eran l o s p i o neros de su renac i m i e nt o e n
l o s años setenta. Aquellos que intentan entonces reconstituir
P. Barret y J. - N. Gurgand desaparecieron baj o las " amapolas
[ . . ] , los caminos están asfaltados o ya no existen. Diez veces
.

tuvimos que pasar alambrados eléctricos o de púas al cabo de


senderos que se cortaban en seco" ( 1 9 9 9 , 2.77) . En los aftos La caminata es ante todo la evidencia del mund o , se inscribe
ochenta se asiste a una reorganización metódica de ellos , en en la línea de los movimientos de lo cotidiano como un acto
1 983 se crea la primera asociación de Santiago de Compostela, natural y transparente. A menos que supere sus recursos fí ­
que será seguida por muchas otras . En los aftos noventa los sicos e induzca a la fatiga o la molestia e n caso de heridas , no
caminos de Compostela levantan vuelo ( Dutey, 2.002.) . interrumpe la organicidad que nos habita, prolonga el cuer­
En la actualidad, la caminata se impone como una actividad p o hacia su entorno sin esfuerzo . Es como una respiración,
esencial de hallazgos con el cuerp o , con los otro s . Allí don­ uno no p e rcibe que e s parte del cuerpo sino e n los únicos
de existen, incluso en los pueblos, son raros los sindicatos de momentos en que se vuelve difícil poner un p i e delante del
iniciativa que no proponen un repertorio de caminos b i e n otro a causa de un problema de salud o de una herida. Caminar
seftalizados p ara el descubrimient o d e la c i u d a d o d e sus fluye de manera natural, es el agua que se mezcla con el agua,
alrededore s . Los imaginarios conte mporáneos de la cami - pero cuando dej a de ser posible toda la existencia vacila. Con el
nata s o n felices, remiten más b i e n al esparcimiento , a la correr de la vida, se sumerge en un universo familiar y necesa­
disponibilidad. rio , y sin embargo nunca el mismo . Como lo escribe R. Solnit ,
"la historia de la caminata es la historia de todo el mundo"
(�oo� . 1 1) . I ncluso cuando solicita una experiencia múltiple
según el estado de ánimo , la presencia o no d e los otro s , las
estaciones o la naturaleza del terreno , la caminata es una aper­
tura al mundo que invita a la humildad y a la percepción ávida
del instante . Restaura la dimensión física de la relación con el
medio amb iente y lleva al individuo al sentimiento de su exis ­
tencia. Proporciona una distancia propicia con las cosas , una
disponibilidad a las circunstancias , sume en una forma activa
de meditación, solicita una sensorialidad plena. Caminar es

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cammar. EWGIO ne LOS cammos Y n e La i.enTITUD l 113
un largo viaj e a cielo abierto y al aire libre del mundo e n la Lej os de las ruti nas de lo cotidiano , recurrir al b osque , a la
disponibilidad a lo que viene . montaña, a las rutas o a los senderos es una bella escapada para
Al comienzo conviene buscar un poco su ritmo ; la alegría hace recuperar el aliento, afilar los sentidos , renovar la curiosidad
ligero el paso , pero con el correr del camino , la fatiga se ha ­ y conocer momentos excepcionales. Si uno se e ntrega a los
ce sentir suavemente si uno no va a la velocidad adecuada. lugares , ellos tamb i é n se e ntregan, y con prodigalidad. Por
" La distancia no existe todavía -dice V. Segale n-. N o b asta supuesto , el caminante no ve sino lo que ya estaba e n él, pero
con caminar, uno quiere correr [ . . . ] , uno saltaría a derecha e le hacían falta esas condiciones de disponibilidad p ara abrir
izquierda, de buena gana. Al cabo de cierta cantidad de horas los oj os y acceder a otras capas de lo real . Sin receptividad
semejantes , la velocidad cambia: uno reconoce que es indis ­ interior, sin una transparencia al espacio y al genio de los
pensable aprender a caminar largo tiempo y derecho" (i 983, �3) . lugares , nada se hace , el caminante sigue su camino dejando
"La caminata e nseña a encontrar el ritmo que conviene a cada tras él una posibilidad que no supo percibir. El don siempre es
uno , su respiración personal . Da una línea de orientació n . reciprocidad, incluso para un paisaj e , y frente al más bello de
La caminata libera de las coerciones de identidad . Fuera d e los senderos, si el caminante carece de la voluntad de hacerse
la trama familiar de lo social, y a n o es necesario sostener e l cargo de él, nada verá. El descubrimiento del e ntorno puede
peso de s u cara, de s u nombre , de s u persona, de s u estatuto hacerse e n lugares grandiosos o anodinos , hasta los espacios
social . . . Conduce a deshacerse en ocasiones de la carga de ser más habituales en ocasiones revelan ser inesperados y abren
uno mismo, relaja las presiones que pesan sobre los hombros, caminos de sentido. Toda caminata, incluso en el b arrio ve ­
las tensiones ligadas a las responsabilidades sociales e indivi ­ cino, provoca sorpresa, nada nunca es dado al caminante , él
duales. El caminante deja caer las eventuales máscaras porque siempre va por delante de sí mismo en la ignorancia de la pro ­
nadie espera de él que sea un personaj e en los sendero s . Es visión de memoria que acumula durante el camino . Durante
anónimo , sin otro compromiso que el instante venidero y de el tiempo de una connivencia sensual , caminar es habitar el
cuya naturaleza él decide . Para una duración más o menos instante y no ver el mundo más allá de la hora venidera .
larga , el caminante cambia su existencia y su relac i ó n con La caminata es a veces largo tiempo esperada e n u n empleo del
los otros y con el mund o , es un desconocido en la ruta o los tiempo saturado como una evasión fuera de los imperativos
senderos, no está ya e nvarado en su estado civil , su condición de la vida social. Suscita la exaltación de sentirse finalmente
social, sus responsabilidades para con los otros . Experiencia disponible para sí mismo , y eventualmente para los otro s , si
provisional de ingravidez de las exigencias de la vida colectiva. el caminante está con allegados. Hazlitt habla de su emoción,
Caminar equivale a pedir licencia de su historia y a abando ­ muy demostrativa p ara un i nglés, cuando logra escapar a las
narse a las solicitaciones del camino . tareas que lo requieren. " Río, corro , canto de alegría. Desde lo

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alto de esa nube hinchada, allá , me sumerj o en mi ser pasado me habría visto obligado desde hace tiemp o a abandonar mi
para quedarme atónito , como el indio con la piel quemada se ofici o , que amo apasionadamente . Sin paseos y recolección de
..
lanza de cabeza en la ola que lo vuelve a llevar a su ribera natal hechos sería i ncapaz de escribir el menor i nforme , ni mucho
(Hazlitt, 1 9 94. 67) . menos un artículo , para no hablar de escribi r una nouvelle"
Por supuesto, en ocasiones desgrana el aburrimiento a lo largo (Walser, 1 9 87, 75). Rousseau a menudo habló de su aspiración
de las horas , a causa de la monotonía del paisaj e , del calor o el a la soledad de los senderos. " Caminar tiene algo que anima y
frío o el estado de ánimo del caminante que ese día lo vuelve estimula mis ideas : casi no puedo pensar cuando permanez ­
indisponible al instante. Pero el aburrimiento es también una co e n el lugar; es p reciso que mi cuerp o esté e n movimiento
voluptuosidad tranquila, un retiro provisional fuera del frene ­ para p o ne rle mi espíritu. La vista del camp o , la sucesión de
sí ordinario que deja desprovisto y asombrado , con las manos los aspectos agradables, el aire libre , el buen apetito , la buena
vacías, llena la cabeza de tiempo y con una vaga culpabilidad salud que conquisto caminando, la libertad de la taberna, el
de no estar trabaj ando . Aburrirse es un arte que se aprende alejami e nto de todo cuanto me hace sentir mi dependencia,
usándolo. Caminar induce poco a poco a una suerte de trance , de todo cuanto me recuerda mi situación, todo eso libera mi
una dulce fatiga impregna los músculos y libera el ánimo , que alma, me da una mayor audacia para pensar, de alguna manera
no está ya sometido a la rumia de las preocupaciones. Después me arroja a la inmensidad de los seres para combinarlos, es ­
de algunas horas de esfuerzo , los movimientos se deslizan co ­ cogerlos, apropiármelos a mi capricho sin molestias ni temor.
mo la duración, como fluye el agua en el lecho del río , en una Dispongo como amo de la naturaleza toda; mi corazón, vaga n ­
suerte de evidencia. La conciencia se ha ampliado, desarrolla do de obj eto en obj eto , se une , se identifica con aquellos que l o
una lucidez acerca de la progresión, de los incidentes posibles halagan, se rodea de imágenes encantadoras , se embriaga c o n
del recorrido. sentimientos deliciosos" (Rousseau, 1 97� . �48). La caminata
El pensamiento flotante que nace de la caminata está liberado es la puesta e n marcha del pensamiento . " Quedarse sentado
de las coerciones de razonamiento , va y viene , arraigado en la lo menos posible ; no conceder crédito a ningún pensami e n ­
sensorialidad, el instante que pasa. Caminar es una podadura to q u e no haya nacido al aire libre y q u e no se mueva c o n
de los pensamientos demasiado pesados que impiden vivir libertad, d o n d e los músculos no festej e n d e l mismo mo d o .
por su peso de inquietud. " M is p ensamientos duermen s i Todos l o s prej uicios vienen de las tripas; calentar la silla -ya
l o s dej o en sosiego . M i espíritu no avanza si las piernas no l o lo he dicho- es el verdadero pecado co ntra el espíritu sano" •

agitan", decía M ontaigne en l o s Ensayos. R. Walser habla de (Nietzsche , 1 971 , 4�).


hasta qué punto recorrer las calles o los senderos le resulta Los pensamientos alimentados por la caminata están sumidos
indisp ensable para es cribir: " S i n el paseo habría mue rto y en el cosmos , son "la mitad del cielo -dice Virginia Woolf-;

ili 1 navm LC BfCTOn cammar. ELOGIO DC LOS caminos y D C La LCfiTITUD 1 �7


si se los pudiera someter a un análisis químico , allí encon ­ bella jornada de descubrimientos, de recuerdos deslumbran ­
traríamos granos de color y litros, volúmenes de aire ; lo cual tes; uno se abandona con delicia a una fatiga que gratifica el
los torna inmediatamente más aéreos y más i mpersonales" cuerpo y el paisaj e . El caminante es su propio capataz, recurre
(�oo3) . Pero la calidad de pensamiento mientras se camina solamente a su cuerpo y a sus recursos físicos para progresar,
depende también de las circunstancias , a veces el calor, la fati ­ sin otra energía que su deseo y su voluntad de llevar a cabo un
ga, el ritmo sumen en una suerte de trance e inducen más bien recorrido hasta su término. La satisfacción es tanto mayor por
una especie de borradura de sí mismo en provecho de una sen­ el hecho de no deberla más que a sí mismo . Al cabo del esfuer­
sación del mundo más física, muscular. Intuitivamente, cada zo siempre está el reposo, el hambre canina de las comidas o
uno busca su ritmo para reflexionar u olvidarse un momento. el sabor de las bebidas, la felicidad del alto nocturn o , la ducha
La lentitud es más propicia a la reflexión, a menudo también o el baño que prepara el renacimiento .
el hecho de estar de a dos en una conversación apacible donde En modo alguno es necesario tener un obj etivo para cami ­
nada viene a disipar la atención al otro porque hasta la preocu ­ nar, aunque a veces hace falta un pretexto para poners e en
pación de los paisajes termina por participar del intercamb i o . movimiento . Para algunos senderistas , seguir un recorrido
U n a caminata se inscribe e n l o s músculos, la piel, es física y s eñalizado hacia la Roche du Corbeau, la Vierge de la Grotte o
remite a la condición corporal que es la de lo humano . M anera la fuente Mari e , recorrer el sentido de los Douaniers o cami ­
de recuperar la infancia en el j úbilo del esfuerzo , de la te­ nar hacia Santiago de Compostela de ningún modo implica un
nacidad, del j uego . Como un niño que juega y d esaparece en obj etivo en el sentido utilitario de la palabra. Generalmente , el
su acció n , el caminante se disuelve en su avance y recupera término de la caminata no es más grandioso que las diferentes
sensaciones, emociones elementales que el sedentarismo de etapas del recorrido, de no ser un poco vago el hilo conductor.
nuestras sociedades ha vuelto escasas. Sentir el trabaj o de los Lo fluctuante , justamente , autoriza la puesta en movimiento. Lo
músculos, el sudor, es tamb ién sentirse vivo y más allá , de que es importante en la caminata no es su punto de llegada
manera más p rosaica, pensar en el placer del pronto reposo , sino lo que en ella se j uega en todo momento, las sensaciones,
del apetito que aumenta al acercarse la posada o el alto al borde los encuentros, la interioridad, la disponibilidad , el placer de
del camino. Esta fatiga no es impuesta por las circunstancias , vagabundear . . . , muy simplemente existir, y sentirl o . Ella se
forma parte del juego . " Poco importa hacia qué caminábamos encuentra lo más lej os posible de los imperativos contemp o ­
desde esta mañana si, al detenernos en esta etapa, tomamos ráneos donde toda actividad debe ser provechosa, rentable.
conciencia, habiendo empleado el vigor y los músculos, de ha ­ Pero j ustamente un caminante no tiene nada que ver con el
ber "caminado bien todo el día" " (Segalen, 1 98 3 , �s) . El gasto provecho , solamente pretende compartir un m omento de
físico es j úbilo porque no es obligado sino que rubrica una plenitud con los otros o solo con el paisaj e , e n un gasto que

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no espera nada a cambio. La caminata es inútil, como todas Según los momentos de la existencia, el deseo es caminar solo
las actividades esenciales. Superflua y gratuita , no conduce a o con allegados, a veces desconocidos .
nada de no ser a sí mismo tras innumerables desvíos. Nunca A menudo el gusto de la soledad prevalece , por lo menos el de­
está sub ordinada a un obj etivo sino a una i ntención, la de seo de recuperar su aliento unos instantes , lej os del lazo social.
recuperar su aliento , un poco de ligereza, unas ganas de salir Reflexionar, tomar distancia, conocer un momento de sile n ­
de su casa . El destino no es más que un pretext o , ir allá más c i o y de interioridad antes d e reanudar lazos c o n l o s otros. " M e
que a otra part e , pero la próxima vez será a otra p arte más que gusta caminar solo -dice R. Bass-. [ . . ] Uno piensa en cosas
.

allá. En este sentido , la caminata es la irrupción del j uego e n muy distintas . Su propio ritmo , el ritmo mismo del día, no son
la vida cotidiana , una actividad consagrada solamente a pasar ya semej antes . Caminar solo me da la sensación de estar ' e n
algunas horas de paz antes de volver a casa con una p rovisión otra parte ' , como separado . Y particularmente m e gusta la ma ­
de imágenes, de sonidos , de sabores, de encuentros . . . nera en que una bella j ornada se estira e n longitud cuando uno
Posiblement e , uno no se s i e nt e nunca solo e n una larga la dispone únicamente para sí" ( 1 997, �43) . En diciembre de
caminata solitaria, y a la inversa infinitamente solo en una 1 93 3 , cuando P. Leigh Fermor deja I nglaterra a los 18 años para
caminata grupal . "Nunca conocí un compañero que fuera tan dirigi rse a pie a Constantinopla , dice haberse i nterrogado un
social como la soledad " , decía Thoreau. En efect o , se puede momento sobre el interés o no de partir de a dos : " Pero sabía
caminar solo e n algunos lugares y sentirse mucho más ro ­ que la empresa debía ser solitaria, y la ruptura total. Quería e s ­
deado que en un gran bulevar, pero son presencias discretas , cribir, reflexionar, detenerme o retomar l a ruta a m i aire , para
calurosas , tienen el peso de un soplo . Participan de la soledad, observar las cosas con una mirada nueva y oír lenguas vírgenes
pero la pueblan. T. Guider camina solo a lo largo del Lo ira : de toda palabra conocida" (Leigh Fermor, 1 99 1 , �8) . W. H azlitt
" ¿ Es tan espantoso pasarse un mes y medio en compañía de afirma su deseo de caminar solo porque no desea tener que
uno mismo ? " (�004 , 47) . Evoqué largamente en Elogio del ca­ debatir acerca de la pertinencia del color de las vacas o de la al -
minar el debate apasionado entre aquellos que desean caminar tura de los setos con un interlocutor predispuesto con una idea
solos y aquellos que prefieren estar con los otros. Si la soledad fij a . Pero como buen inglés, a pesar de todo reconoce algunas
es propicia para algunos porque experimentan la necesidad de excepciones: " Uno se sentiría casi sofocado en los desiertos
encontrars e , de reflexionar, de apaciguars e ; otro s , p o r el de Arabia sin amigos ni compatriotas : hay que admitir que el
contrario , quieren la complicidad con sus allegados , su com­ espectáculo de Atenas o de la Roma antigua impone que uno se
pañera o su compañero , sus hij os, sus amigo s . Pero en una exprese ; y sostengo que las Pirámides son demasiado formida ­
marcha de a dos o entre varios siempre hay una tensión entre bles para la menor contemplación solitaria" (Hazlitt, 1994, 84) .
la aspiración hacia el paisaj e y la palabra dirigida a los otro s . Jacqueline de Romilly a menudo camina con amigo s , pero

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expresa su preferencia por caminatas solitarias: " Es tan difícil retiro , esos paseos solitarios que tanto le interesan. Se levanta
estar seguro de que dos personas se cansarán en el mismo por la mañana y va a contemplar el sol al fondo de su j ardí n.
momento, se entusiasmarán en el mismo momento" (�oo�. 78) . La mañana transcurre en diversas tareas y se apresura en al ­
Ella sabe que pronto , ineludiblemente, se hablará de los pro ­ morzar para escapar a los visitantes que posiblemente vengan
yectos, del trabaj o , d e las preocupaciones d e unos y otros e n a verlo por la tard e . " Pero una vez que podía dar vuelta cierta
e l olvido del instante y d e los paisaj e s . P . Sansot p refiere la esquina, cómo se ponía a latir mi corazón, con qué chispo ­
compañía cuando camina en la ciudad , y aspira a la soledad rroteo d e alegría comenzaba a respirar sinti éndome salvado,
e n el camp o , " una tercera persona me parecía i nútil para diciéndome : ' ¡ Heme aquí dueño de mí mismo p o r el resto
reflexionar. M e hubiera demorado con sus comentarios en la de la j ornada !'. M e dirigía entonces con un andar tranquilo a
progresión de mi pensamiento y . queriendo prevalecer sobre buscar algún lugar salvaj e al bosque " (en Gro s , � 0 1 1 , 1 5 1 ) . Al
mi amigo , habría perdido de vista la búsqueda d e la verdad" atravesar solo los paisajes, la impregnación carece de defectos
(Sansot, �ooob, 4�) . y la serenidad es más total.
Caminar no es machacar las preocupaciones p rofesionales Durante su larga caminata por la ruta de la Seda, B . Ollivier
con los mismos interlocutores que los de la semana. En el ex ­ multiplica los encuentros efímeros y no dej a de alabarlos, p e ­
tranj ero , cuando estoy con colegas siempre me escabullo p ara ro con el correr del tiempo está solo en el camino y e ntonces a
un descubrimiento solitario y no tener que discutir acerca de veces se derrumba y lamenta no poder compartir sus emoci o ­
los problemas de la universidad como si estuviéramos todavía n e s sino c o n huéspedes d e paso cada d í a difere ntes y e n una
en París o Estrasburgo en vez de abrir los oj os a Tokio o Buenos lengua aproximativa : " La mayor dificultad de la caminata tal
Aires . Del mismo mod o , no tengo muchas ganas de que me como yo la practico es e nfrentarse con la soledad" (Ollivier,
expliquen con pelos y seftales la biografía de un general que �0 0 1 , 47) . El hecho de estar solo , aunque rime con lib ertad,
tiene una estatua o la razón de ser de un edificio que habré es en ocasiones una felicidad provisoria. L. Lee viene apenas
olvidado al minuto siguiente. El caminante en la ciudad , por de dejar a sus padres, sus hermanos y sus hermanas , está en el
ej emplo , rara vez es un hombre o una muj er de los sitios o los primer día de un i nmenso periplo por España, pero lo i nvade
monumentos, aunque les eche una mirada al pasar y apoye su la tristeza: "A todo lo largo de esta primera mañana y esta pri ­
alforja para satisfacer el ritual de la contemplación; está más al mera tarde d e soledad m e sorprendí esperando que vendrían
acecho de sensaciones mínimas, de impresiones fugaces que en mi ayuda o que pondrían alguna traba a mi proyecto . Habría
lo atraviesan en su confrontación con los lugares . Rousse au ruidos de pasos a mis espaldas , una voz, alguien de mi familia
confiesa a Malesherb es en 176� que los mej ores momentos de q ue me llamaría. Nada ocurri ó . La que debía enfrentar era mi
su existencia no son tanto los de su j uventud como los de su propia libertad [. . . ]. De no ser por mis hermanos, habría dado

3z 1 navrn L e arernn c a m mar. ELOGJO D C LO S CammosYDC J..a LCOTlTUD l 33


media vuelta : pero no , nunca habría soportado la expresión J . - L. Hue e ncuentra uno caminando en las Cevenas , tallado en
de sus rostros" ( 1 9 94 . 1 9 ) . Para caminar hay que abandonar abeto y trabaj ado en algunos lugares. Lo abandonará j unto a
su casa durante horas o semanas , tal vez meses , y dej ar a sus un banco al término de su viaj e . "Un bastón, como un traj e , se
espaldas toda una historia. hace en el camino . Se ajusta a los movimientos del caminante,
Caminar es e n ocasiones también compartir un silencio y un se adapta a sus necesidades y a sus gustos. Es un arco que alza
habla, sobre todo con otros senderistas . La progresión tran­ el cuerp o e n los ascensos, un apoyo que lo alivia y lo retiene en
quila es propicia para la conversación, sin las innumerables los descensos" (Hue , � 0 1 0 , 1 8 ) .
solicitaciones de la vida cotidiana. La atención al otro carece Los pies s o n l o principal, en efecto; ese e s e l talón d e Aquile s .
de defectos. Uno lo escucha, le habla, se calla con él, comparte E l calzado prolonga los pies o los pies prolongan el calzado
emociones y descub rimientos. Con el correr de las horas se como en la tela de Magritte ( 1 937) del Museo de Rotterdam
dicen cosas que j amás s e hubieran dicho e n otra part e . A. donde los pies están superados por cueros y cordone s , sin
Perdigu i e r , el compañón de la vuelta de Francia, camina que se sepa ya cuál es cuál. Sobre el polvo de los senderos no
de Versalles a París con un amigo . Están agotados porque se se gastan solamente las suelas . "A menudo -escribe Jacques
hallan e n la ruta desde hace más de veinticuatro horas , y dis ­ Lacarriere- o curría de noche , e n el curso de los p rimeros
minuyen su esfuerz o . De pronto : " ¡ Oh, felicidad i nesperada ! días d e esa larga marcha , que contemplaba mis pies con
Aparece una j oven y linda señorita que camina detrás de no ­ asombro : con esto , me decía, caminamos desde el amanecer
sotro s , luego al lado . . . ¡ Nos habla , nos sonríe y se muestra tan de los tiempos homínidos y recorremos la Tierra" ( 1 977 . 1 7) .
amable ! Como nosotro s , va a París. Sus piernas son firmes, Mientras camina, cada vez más piensa en sus pies y se le da
sus corvas flexibles y ligeras; ¡ sus pequeños pies apenas tocan por soñar e imaginar " estaciones de pedicuría, decoradas con
la tierra ! [ . . ] Su ej emplo , sus p alabras, su amabilidad nos
. emblemas apropiados : un dedo gordo, un gran pie que señala
reaniman, nos vuelven a levantar el ánimo . Ella no siente la que allí se pueden recibir cuidados y masaj e s . Entonces uno
fatiga, nosotros olvidamos la nuestra: llegamos a París frescos dej ará la mochila, se descalzará y muj eres con manos expertas
como una lechuga. Habíamos hecho veintidós leguas sin des ­ se inclinarán sobre nuestros órganos locomotore s : d e d o s ,
cansar" (Perdiguier, 1 9 64) . El espíritu de seriedad no es muy planta, p i e , tobillos , p antorrillas, muslos" ( 6 8 ) . L a s cami ­
conveniente a la caminata. nantes no se quedarán atrás porque también habrá hombres
S i n lugar a dudas , hacen falta algunos utensilios para apro ­ para masaj earlas . Nunca hay que lamentar la pequeñez de los
vechar mej or el camino . Asociado sobre todo al camino d e pi es, porque mueven el mundo . No son la Tierra en su totali ­
Compostela , el bastón es necesario para algunos caminantes da d , sino la posibilidad de recorrerla en todos los sentidos.
que se tallan uno antes de partir o usan el mismo de siempre . Le dan acces o . "Aunque los pies del hombre no ocupen más

34 1 oavrn Le BreTon caminar. ELOGIO ne L O S c a m i n o s Y ne i.a 1.e nnTun 1 3;¡


que un pedacito de tierra, puede caminar por todo el espacio
que ellos no ocupan sobre la inmensa Tierra" (Zhuangzi) . En
efect o , la caminata es un contacto de los pies en el suelo y un
ritmo de progresión que implica estar bien calzado para cami ­
nar adecuadamente y evitar las heridas o la incomodidad. La
misma observación hace V. Segalen sobre las rutas de China:
"Observo con atención lo más sorprendente : encontrarme , en
la noche de este día, habiendo partido de un punto alejado diez
leguas , y llegado aquí, donde escribo , por el solo equilibrio de
mis dos pies sensibles" ( 1 9 8 3 , 60) .

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