Apuntes 6. Kant y La Ilustracià N
Apuntes 6. Kant y La Ilustracià N
Apuntes 6. Kant y La Ilustracià N
KANT Y LA ILUSTRACIÓN
La Ilustración es un movimiento cultural de alcance muy amplio. Es quizás un momento muy particular de
la historia, ya que en el ciencias, artes y humanidades parecen coordinarse, caminar en la misma dirección.
Como no podía ser de otra manera, la filosofía también fue parte activa de esta gran transformación que
viene a significar la culminación de la modernidad, y que se convertirá en un gran símbolo de nuestra
civilización. Éstas son algunas de las características de este periodo:
1. Confianza en la razón: los ilustrados creían que la razón era la mayor capacidad del ser humano, y que
solo ella podría garantizarnos el progreso, concepto que en algunos casos terminara convirtiéndose
prácticamente en un mito. Con todo, no debemos idealizar esta confianza: junto al optimismo racionalista
de filósofos como Leibniz, crecerá la crítica de otros ilustrados como Voltaire. La propia filosofía kantiana
suele presentarse como una filosofía de límites: precisamente uno de sus resultados es que la razón no
puede conocer muchas de las preguntas que más interesan al ser humano. Y no podemos olvidar que
también dentro de la Ilustración se formulan filosofías empiristas y escépticas como la de Hume. De
manera que, aglutinando ideas y perspectivas cabría decir que se espera de la razón la transformación del
ser humano y de la sociedad, en función de ideales de tipo ético y político, ya que en ella se fundamentan
valores tan propios de la Ilustración como la libertad o la justicia.
2. Progreso de la ciencia: es otro de los valores característicos del siglo XVIII. Un hecho capital será el que
impulso la ciencia: la publicación, en 1687, de Principios matemáticos de la filosofía natural, la gran obra de
Isaac Newton en la que se asientan los principios más importantes de la mecánica clásica. La repercusión
del trabajo de Newton es difícil de describir en pocas líneas: se convirtió en el modelo de ciencia, que el
resto de disciplinas trataron de imitar, aplicando su misma metodología. Pero esta obra traspasó la física:
como hemos visto antes, Hume intento ser “el Newton de la moral”, y la física será precisamente la
referencia permanente del “conocimiento seguro” en la Crítica de la razón pura de Kant. A partir del siglo
XVIII la ciencia se convertirá en el conocimiento más fiable del que podemos disponer, y su difusión social y
cultural ira en aumento, hasta convertirse en lo que es en la actualidad: una de las señas de identidad de la
civilización occidental.
4. Una encendida defensa del saber y la cultura: nos basta la definición kantiana de Ilustración para
entender este aspecto: “salida del hombre de su autoculpable minoría de edad”. La Ilustración es así
emancipación moral e intelectual, y el ¡Sapere aude! (Atrévete a saber) es otra de sus divisas. Una de las
ideas que vertebran toda la Ilustración es precisamente el valor de la cultura y la educación: ambas nos
sacan de nuestro estado de servidumbre y nos brindan la oportunidad de ser auténticamente libres. El
pensamiento crítico, otro de los grandes valores ilustrados, solo puede ponerse en práctica con un
conocimiento suficiente. La Ilustración es, por ejemplo, el tiempo del primer gran compendio del saber
humano: la Enciclopedia de Diderot y D'Alembert pretende albergar todo el conocimiento de su presente.
La Ilustración se concibe a sí misma como un movimiento histórico de calado, y al hacerlo convierte a la
historia de la humanidad en uno de los temas filosóficos centrales, que ocuparan a filósofos como Hume o
el propio Kant.
5. El deísmo: Muchos de los ilustrados son «deístas», es decir, no aceptan una religión sobrenatural llena
de misterios y milagros, sino una religión sometida al criterio de la razón. Aceptan la necesidad de una
Causa Primera explicativa del mundo, de un Ser eterno o de una Inteligencia creadora y ordenadora del
universo. Este dios es la divinidad presente en el fondo de todas las religiones; por esto el deísmo nos lleva
a la siguiente característica de la Ilustración.
6. Apología de la tolerancia. Los ilustrados defienden la necesidad de respetar los diversos tipos de ideas
(religiosas, políticas…) pero rechazando el dogmatismo y las supersticiones.
Estas características apenas esbozadas se convirtieron en las señas de identidad culturales e intelectuales
de Occidente durante el siglo XVIII. No, como decíamos, de una manera dogmática, ya que encontramos
también grandes críticos a la Ilustración como Rousseau, pero sí como ideas reguladoras que aparecen en
una gran mayoría de autores.
El siglo XIX, en respuesta, criticó la Ilustración tal y como se aprecia en el Romanticismo o incluso en el
marxismo. Con todo, siguió habiendo corrientes filosóficas que pretendían salvar alguno de los rasgos de
este periodo, como por ejemplo el compromiso con la ciencia del positivismo.
La gran critica de la Ilustración será planteada por Nietzsche, y, ya en el siglo XX, por la ascensión del
nazismo en el país que, en teoría, presumía de ser de los más ilustrados de Europa. Pero en vez de
adelantarnos, tratemos de centrarnos ahora en las ideas de uno de los mayores ilustrados: Immanuel Kant.
6. 2. ROUSSEAU
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Jean-Jacques Rousseau (1712 – 1778) nació en Ginebra, pero pasó la mayor parte de su vida en Francia. Si
bien colaboró en la redacción de la Enciclopedia con los filósofos de la Ilustración, muy pronto se enemistó
con ellos, y llegó a convertirse en el contrapunto al optimismo intelectual de los pensadores ilustrados. Y es
que mientras que éstos tenían una fe ilimitada en la razón, él la veía como una de las causas de la
corrupción humana. La personalidad de Rousseau era compleja, atormentada y contradictoria: se enfrentó
al racionalismo de los ilustrados sin dejar de ser él mismo un enciclopedista ilustrado; llevó a cabo una
investigación sobre la educación de los niños, pero abandonó a sus hijos en un hospicio; visitaba salones de
damas ilustradas y, en cambio, se casó con una sirvienta que era analfabeta…
Durante toda su vida, dos ideas atormentaron a Rousseau: que obraba mal a pesar de ser bueno, y que la
sociedad era profundamente injusta y le perseguía constantemente. Estas dos obsesiones le llevaron a
establecer la siguiente teoría: «El hombre es bueno por naturaleza, pero actúa mal forzado por la sociedad
que le corrompe».
En 1762 publicó El contrato social y Emilio o sobre la educación. Este mismo año ambas obras fueron
condenadas en París y en Ginebra. En el Emilio, Rousseau defiende la tesis de cómo la sociedad corrompe
al ser humano y defiende un modelo educativo que haga emerger la bondad innata latente en cada niño.
En El contrato social se analizan de manera sistemática los derechos y libertades políticas de los hombres y
de la soberanía popular.
Rousseau nunca encontró la paz que buscaba. Sus principios y sus gustos marchaban por caminos
divergentes; su vida fue una constante tensión entre lo ideal y lo real, entre lo que habría de ser y lo que
era. Escribía sobre las bondades del pueblo bajo, pero no abandonaba su amor hacia la elegancia y la
belleza sofisticada. Por otro lado, Rousseau vivió durante la Ilustración, pero no correspondía plenamente
a esta época: su vida y su obra supusieron una anticipación al Romanticismo que seguiría a la Ilustración.
Él, tal como harían después los románticos, dio primacía al sentimiento natural, no a la razón ilustrada.
¿Qué inicia el cambio desde el estado natural hasta la degeneración y la desigualdad? Para explicar el
cambio, Rousseau habla de una situación problemática para el «buen salvaje»: los árboles se hicieron altos,
los frutos insuficientes y los recursos escasos. Entonces, el hombre tuvo miedo, fabricó armas y, para
sobrevivir, abandonó su estado natural: a partir de aquí se abrieron paso la propiedad, la dominación y la
desigualdad social (al darse la división del trabajo).
El contrato social
Rousseau consideraba que resulta inútil soñar con un retorno al estado natural de bondad e inocencia,
pero creía que hay una posibilidad de regeneración moral del hombre, posibilidad que se halla en el
contrato o el pacto social. El contrato es el intento de armonizar individuo y sociedad, de legitimar el orden
social conservando la libertad política.
Veamos las diferencias existentes entre el estado natural (según Rousseau, el mejor que ha habido) y el
estado civil (el mejor que puede haber para el hombre civilizado):
Rousseau distingue entre voluntad general y «voluntad de todos». La voluntad general tiene un sujeto
universal, el pueblo soberano; y su objeto es el bien común. En cambio, la «voluntad de todos» no es más
que una suma de voluntades particulares.
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Si los ciudadanos forman facciones o partidos con voluntades propias, entonces el resultado se aleja de la
voluntad general. Así, la voluntad general no puede identificarse, plenamente, con la suma de voluntades
particulares que se manifiestan en un voto mayoritario, incluso, unánime.
Si cada ciudadano vota con plena independencia, las diferencias existentes entre ellos quedarán
compensadas y el resultado sí expresará la voluntad general. Es necesario, pues, que los ciudadanos estén
debidamente informados y que se supriman las sociedades parciales dentro del Estado; entonces, el voto
de la mayoría expresará la voluntad general. La voluntad general es la de los ciudadanos reunidos en
asamblea: una democracia directa, no una democracia representativa como la nuestra.
Teoría de la educación
Para Rousseau, la educación tradicional oprime y destruye: el hombre nace libre y bueno, pero la
educación va progresivamente anulando su libertad. Rousseau sueña con una nueva educación que
conduzca al desarrollo natural del niño. Critica la educación basada únicamente en libros y más libros, la
considera artificial y repetitiva. El niño debería aprender por sí mismo, aprender a pensar en contacto
directo con las cosas y con la naturaleza.
La educación tiene como objetivo formar un hombre libre y, por tanto, ha de favorecer el desarrollo de la
intuición y del sentimiento. Rousseau considera que la moralidad se fundamenta en sentimientos
naturales, como pueden ser el amor a uno mismo y el amor a los demás, sentimientos que la educación ha
de potenciar; de este modo aparecerá un verdadero ciudadano que tendrá sus raíces en la bondad de la
naturaleza humana.
Emilio, el libro el libro en el que Rousseau expone sus ideas pedagógicas mediante la descripción de un
proceso educativo, es una construcción ideal. Es un modelo utópico, un ideal que aspira a modificar las
condiciones educativas del niño (Emilio) y de la niña (Sofía, la futura esposa de Emilio). Cabe decir que
propone un modelo educativo en el cual no hay igualdad entre mujeres y hombres; algo por otra parte
común en la época, aunque ya aparecieran voces feministas como la del marqués de Condorcet o la de
Olympe de Gouges.
6. 2. LA ÉPOCA DE KANT
Kant salió de su pueblo natal, Königsberg, en muy pocas ocasiones, pero esto no llegó a impedir que
recibiera la influencia de su época. Fue, ciertamente, un hombre de su tiempo. En su pensamiento, además
de los ideales de la Ilustración, que recorrían Europa, podemos hallar la huella de decisivos
acontecimientos sociales y políticos.
En el siglo XVIII no existía la nación que conocemos con el nombre de Alemania, sino un imperio
fragmentado en aproximadamente 300 pequeños Estados. La paz de Westfalia, que puso fin a la Guerra de
los Treinta Años, había potenciado la hegemonía francesa y el desmembramiento del territorio alemán.
Aunque los príncipes territoriales intentaban modernizar sus Estados siguiendo el ejemplo de la próspera y
potente Francia, la guerra había resultado, social y económicamente, devastadora. Si a todo ello añadimos
la carencia de un sentimiento nacional capaz de aglutinar esfuerzos, acabaremos entendiendo el
debilitamiento político de Alemania.
El Estado prusiano era uno de estos Estados independientes. El señor de Brandemburgo, de la familia de
los Hohenzollern, en 1618 había anexionado a sus posesiones la Prusia oriental, un territorio exterior a las
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fronteras del Imperio. Su hijo, Federico Guillermo, organizó este nuevo Estado; gracias a sus reformas, se
convirtió en el Estado germánico más `poderosos después de Austria. Le sucedió Federico I que, en 1701 y
en Königsberg, fue coronado primer rey de Prusia. A partir de este momento, el linaje de los Hohenzollern
fue adquiriendo más y más fuerza, aunque la casa austríaca de los Habsburgo siempre ostentó la autoridad
imperial.
Cuando Federico I murió, fue sustituido por su hijo Federico Guillermo I (1713- 1740), que transformó Prusia
en un Estado militarista y burocrático. Ésta es la razón por la que recibió el sobrenombre de Rey Sargento.
Federico II el Grande (1740- 1786) fue su sucesor y encarnó el prototipo de déspota ilustrado. Desde joven
se interesó por las artes, la filosofía y la ciencia, por lo que fomentó su estudio y su progreso y en su corte
acogió a filósofos como Voltaire o Rousseau, además fundó la Academia ilustrada de Berlín. Fue conocido
con el sobrenombre de Rey filósofo.
Federico Guillermo II (1786- 1797) coincidió temporalmente con la Revolución Francesa, pero, a diferencia
de su antecesor, fue un firme enemigo de los ideales ilustrados de libertad y emancipación y, temiendo los
efectos negativos que podían comportar, impuso una rígida censura ideológica.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), la proclamación de la República Francesa
(1792) y la ejecución de Luis XVI (1793) levantaron vientos de guerra en Europa. Austria y Prusia hicieron un
llamamiento a las monarquías europeas para «restablecer el orden en Francia», a lo que este país respondió
declarando la guerra. Así comenzó una nueva tanda de enfrentamientos entre Francia y diversas coaliciones
de Estados.
Federico Guillermo II (1797- 1840) no pudo evitar la invasión de Prusia por las tropas napoleónicas.
Napoleón, coronado emperador en 1804, inició una ofensiva que le llevó a invadir las naciones enemigas,
entre ellas numerosos Estados germánicos. Paradójicamente, estos ataques despertaron el adormecido
sentimiento nacional. La conciencia de formar parte de una misma tradición y cultura será uno de los
factores decisivos de la posterior unificación alemana.
La ausencia de conciencia nacional que caracterizó el panorama político alemán del siglo XVIII fue también
característica en el ámbito cultural. No existía todavía una conciencia del valor de la propia lengua ni de las
tradiciones autóctonas. La supremacía del francés y el latín como lenguas de cultura constituye una
muestra significativa de este menosprecio. Leibniz y Wolff, los máximos representantes del racionalismo
alemán, escribían en latín y Federico II, por poner otro ejemplo, hablaba y escribía en francés.
Ahora bien, a mediados del siglo XVIII, comenzaron a oírse las voces de intelectuales que reivindicaban el
valor y la categoría de la lengua y la cultura alemanas. Reclamaban una vuelta a las raíces en diversos
sentidos: retorno a la lengua que Lutero había consagrado en la traducción de la Biblia, recuperación de la
poesía popular, defensa de los valores ancestrales de la historia alemana, redescubrimiento de las
leyendas y los héroes germánicos… El filósofo Lessing (1729- 1781) y el romántico Herder (1744- 1803)
fueron pensadores que, de manera individual, encabezaron estas reivindicaciones. Constituyeron, por ello,
importantes precedentes del movimiento romántico. Frente a la Ilustración, que promovía la indiferencia
hacia las peculiaridades nacionales amparándose en el ideal de universalidad, el Romanticismo será ya un
movimiento unitario de recuperación de la lengua, la cultura y el espíritu alemanes.
Immanuel Kant (1724- 1804), que desde el punto de vista filosófico se halla a medio camino entre la
Ilustración y el Romanticismo, fue otro de los personajes que contribuyeron decisivamente a la expansión y
reconocimiento del alemán. En sus obras mostrará la calidad y la adecuación de su idioma materno para el
matiz, la precisión y las distinciones filosóficas. Después de Kant, una buena parte de la filosofía moderna
se ha escrito en alemán. Hegel, Schiller, Hölderlin, Marx, Nietzsche, Freud… así lo harán.
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6. 3. BIOGRAFÍA DE KANT
Immanuel Kant nació en 1724 en Königsberg, en aquellos momentos capital de la Prusia oriental. Era el
cuarto de los once hijos de una familia modesta que le educó en la religión pietista (estricta y rigurosa
rama del protestantismo). En 1740, año de la muerte del Rey Sargento y del inicio del reinado de Federico
II el Grande, Kant ingresó en la Universidad de Königsberg. Estudió, entre muchas otras disciplinas, la
filosofía académica y racionalista de Wolff y la física de Newton.
Una vez finalizados los estudios universitarios (1746), ejerció como preceptor de jóvenes de la nobleza
prusiana. Poco después se convirtió en profesor de la Universidad de Königsberg, actividad que no
abandonó hasta su jubilación, en 1797. Kant demostró una formación integral y enciclopédica, ya que dio
cursos de las materias más diversas: lógica, matemática, antropología, ética, pedagogía, ciencias naturales,
metafísica, teología, geografía…
Desde el año que comenzó su vida docente hasta 1769, se fue alejando del sistema filosófico racionalista
de Wolff. Este proceso se aceleró cuando leyó las obras de Hume y de Rousseau. En Sueños de un
visionario de 1766 testimonió este proceso evolutivo: reconocía la facilidad con la que pueden construirse
hipótesis metafísicas, pero mostró también la gran dificultad que había a la hora de fundamentarlas. Estos
años de docencia culminaron en 1770, cuando fue nombrado profesor titular de filosofía en Königsberg,
gracias a la Disertación, obra que anticipaba algunos de los temas que trataría más adelante en la Crítica de
la razón pura.
Con la publicación de la Crítica de la razón pura (1781), comenzaron los años más productivos de Kant. En
1783 publicó Prolegómenos a toda metafísica futura que quiera presentarse como ciencia, donde exponía
los mismos contenidos, pero de manera más accesible y ágil. De estos años también es Respuesta a la
pregunta ¿Qué es la Ilustración?, uno de los manifiestos programáticos más famosos de este movimiento
cultural. Durante esta época, se dedicó asimismo al tema que se encuentra en el trasfondo de toda su
producción filosófica: la ética. Lo trató en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres de 1785 y
en la Crítica de la razón práctica de 1788. En 1790 publicó su última crítica, la Crítica del juicio, con la que
aspiraba a establecer una síntesis o superación de las críticas anteriores.
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Kant murió en Königsberg en 1804. Aunque llevó
La preocupación de Kant: ¿Qué es el una vida monótona y regular, su entierro se
convirtió en una sorprendente y espectacular
hombre?
manifestación popular: «El hijo del bastero del
Ya hemos comentado que Kant fue un pueblo fue enterrado como un rey». Y es que
hombre completamente dedicado a la Kant encarnaba en su propia persona el ideal de
reflexión filosófica, pero ello no significa que la Ilustración: la posibilidad de emancipación
viviera al margen de la realidad humana, presente en cada ser humano. Además, el
alejado de las preocupaciones e inquietudes trabajo al que dedicó toda su vida respondía a
una noble preocupación por la existencia y la
de los demás. Adaptando sus palabras,
naturaleza humanas.
podemos decir que lo que le preocupaba
estaba contenido en estas tres preguntas:
• ¿Qué es el hombre?
El ser humano se convierte, en Kant, en el
centro de interés de la reflexión filosófica.
6. 4. 1. EL CONOCIMIENTO
Kant, consideró que la racionalidad no se limitaba al ámbito del conocimiento, sino que también era
extensiva al ámbito de la acción. La razón constituye, por un lado, el instrumento del que nos servimos
para conocer y, por otro, la facultad que guía y dirige nuestra acción. Para cada una de estas funciones,
Kant reservó un nombre especial: razón teórica (ámbito del conocimiento) y razón práctica (ámbito de la
acción). En este apartado, nos ocuparemos de la teoría epistemológica de Kant, es decir, del análisis del
uso teórico de la razón.
En las universidades alemanas, la filosofía que se enseñaba, y la que había recibido Kant, era el
racionalismo académico de Wolff. Sin embargo, la lectura de Hume le llevó a cuestionarla. En palabras de
Kant la lectura de Hume le llevó a despertar de su «sueño dogmático». Esto sitúa a Kant en una
encrucijada: la filosofía en la que había sido educado y la que le había abierto nuevas vías de reflexión eran
contradictorias.
Por una parte, los racionalistas sostenían que la razón, partiendo de sí misma y de los contenidos innatos
que posee, puede alcanzar un conocimiento universal; por otra, los empiristas defendían que la razón solo
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opera con el material de la experiencia: como éste es concreto y cambiante, nuestro conocimiento no
puede superar la categoría de probable.
Kant, insatisfecho tanto con el dogmatismo de los racionalistas como con el escepticismo de algunos
empiristas, adoptó como suya la cuestión pendiente de la Modernidad: ¿cómo es posible el conocimiento?
Encontró la solución en una síntesis que aceptaba, en parte, lo que decían una y otra corriente. La idea es
la siguiente:
Pero, aunque todo nuestro conocimiento comience con la experiencia, no por ello procede todo él de la
experiencia.
Kant, I., Crítica de la razón pura, 38.
Los empiristas tenían razón: sin experiencia no hay conocimiento. Ahora bien, los racionalistas tampoco
estaban completamente equivocados: no todo es experiencia; el sujeto que conoce aporta algo
imprescindible para que sea posible este conocimiento. El ser humano no se limita a recibir información,
sino que construye él mismo su imagen del mundo. Pongamos un ejemplo. El hombre no es como un
negativo que, pasivamente, se deja impresionar por la luz, sino que es más bien como una cámara
fotográfica: la forma en que está diseñada (tipo y profundidad del objetivo, potencia del flash, velocidad
del obturador…) condicionará la reproducción que lleve a cabo de la realidad. En definitiva, la constitución
del sujeto que conoce le permite, pero al mismo tiempo le obliga, a ver y entender de una determinada
manera aquello que le rodea.
En el terreno epistemológico las teorías de Kant fueron tan revolucionarias como las de Copérnico en el
área de la astronomía. La comparación fue propuesta por el propio Kant, consciente del carácter innovador
y decisivo de su planteamiento.
Copérnico, viendo las dificultades para mantener la explicación de los movimientos planetarios si
conservaba la teoría según la cual el universo giraba alrededor de la Tierra (y, por tanto, alrededor del ser
humano), invirtió la perspectiva. La Tierra, y juntamente con ella el ser humano, giran alrededor del Sol.
Este sencillo giro hizo cuadrar de manera más simple la explicación de los movimientos de los astros.
Kant, viendo que resultaba muy difícil justificar el valor universal y necesario de la ciencia en el caso de que
supusiera que era el sujeto quien se adaptaba a las múltiples y cambiantes peculiaridades del objeto,
invirtió el planteamiento. El conocimiento puede ser universal y necesario, porque es fruto de la
imposición del sujeto (de sus estructuras o formas a priori) al objeto. Estas estructuras, de todos modos, a
menudo se confunden con las propiedades de los objetos. En sentido metafórico, podríamos decir que las
formas a priori son como unas gafas con cristales, por ejemplo, de color azul: por una parte, sin ellas no
podríamos verlos objetos del mundo, pero, por otra, nos condicionan la manera en que lo vemos (en este
caso el mundo sería azul para nosotros). Por este motivo, es importante recordar que el azul no es una
propiedad de lo que vemos, sino un filtro que nosotros ponemos. Esto es, exactamente, lo que nos
recordará Kant.
Esta importancia que Kant reserva al sujeto y a las formas a priori en el proceso de conocimiento ha
supuesto que su filosofía se conozca con el nombre de Idealismo trascendental. Idealismo, porque solo las
ideas o estructuras mentales del sujeto (espacio, tiempo y las categorías) permiten el conocimiento; y
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trascendental, porque estas ideas son universales y trascienden el caso concreto, ya que tienen carácter a
priori y se aplican posteriormente a todo dato proveniente de los sentidos.
La realidad fenoménica
Para Kant, lo que conocemos no es la realidad objetiva, sino aquella que ha pasado por nuestro filtro,
por nuestra sensibilidad (fenómeno). Aun así, suponemos que el fenómeno es la representación o
imagen de la realidad externa, del objeto que la origina. Aunque esta creencia proviene del sentido
común, Kant niega la posibilidad de demostrarla. Esta realidad es denominada por Kant realidad en sí
o noúmeno. Para acceder a ella, el sujeto tendría que salir de sí mismo y comprobar si el fenómeno se
corresponde con aquello de lo que es representación. Como este paso es imposible, el noúmeno se
convierte en el límite del conocimiento, aquello que permanece misteriosamente inaccesible.
6. 4. 2. LA POSIBILIDAD DE LA CIENCIA
Dar una respuesta a la controversia entre racionalismo y empirismo tenía más importancia de lo que
podemos imaginar. Pese a que la física de Newton era aceptada por ambas corrientes, en ninguna de las
dos quedaba fundamentada. En el fondo, cada una a su manera cuestionaba la validez, objetividad y
universalidad de la ciencia. Para los racionalistas, los enunciados de la ciencia eran «verdades de hecho»
en terminología de Leibniz (lo que Hume llamaba «cuestiones de hecho»), es decir, enunciados empíricos y
contingentes. Para los empiristas, limitar el conocimiento al dato empírico comportaba negarle toda
universalidad, y concederle únicamente el grado de probabilidad.
Para Kant, un entusiasta de la física newtoniana, tenía que encontrarse la manera de validar y legitimar los
progresos que, en su época, la ciencia estaba experimentando. Éste será uno de los objetivos de su obra
magna: la Crítica de la razón pura.
Las argumentaciones son relaciones entre enunciados o juicios. Por ello, para poder determinar cuando
son universales y necesarias (es decir, científicas), es preciso analizar primero si sus juicios lo son. Para
llevarlo a cabo, Kant elaboró, en la Crítica de la razón pura, una teoría de los juicios en la que establecía las
condiciones que tenían que cumplir para ser considerados científicos.
Kant considera que un juicio («El Sol es el centro del Sistema Solar» o «El todo es mayor que las partes») es
un enunciado en el que se relaciona un sujeto («el Sol», «el todo») con un predicado («centro del Sistema
Solar», «mayor que las partes»). Es decir, un juicio constituye la atribución de las cualidades o propiedades
a un sujeto determinado. Si, además, pretendemos que sea científico, debe cumplir dos requisitos:
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Según el filósofo prusiano, los tipos de juicio serían los siguientes:
amplían nuestro
conocimiento. El experiencia; experiencia,
conocimiento. El
predicado se halla podemos saber hemos de
predicado aporta
comprendido en el sujeto, que son ciertos sin comprobarlos en
información nueva,
especifica una de sus recurrir a ella. Por ella. Por eso no
que no puede
características. Es decir, eso tienen validez tienen validez
extraerse del análisis
no nos comunica nada que universal y universal; son
del sujeto.
no supiéramos. necesaria. contingentes.
Ejemplos
«La recta es la
«Los solteros son no «El todo es mayor «Mi gato duerme
distancia más corta
casados» que las partes» en el sofá»
entre dos puntos»
Kant se basó en Leibniz y Hume para establecer combinaciones posibles entre juicios:
¿Es posible que existan juicios sintéticos, es decir, que amplíen nuestro conocimiento del mundo, pero de
los que tengamos certeza a priori, esto es, que sepamos su verdad sin tener que recurrir a la experiencia?
Si Kant se hubiera limitado a lo que las tradiciones racionalista y empirista decían, hubiera tenido que
responder que no. Kant acabó siendo auténticamente innovador al considerar que existía una tercera
posibilidad: los juicios sintéticos a priori, o sea, juicios que satisfacen las condiciones científicas.
− Juicios sintéticos a priori: Son juicios que, por ser sintéticos, son extensivos (amplían
conocimiento) y, por ser a priori, gozan de validez universal. Son los juicios propios de la ciencia,
son así los principios de las matemáticas y la física.
Ejemplo: «La recta es la distancia más corta entre dos puntos» o «acción y reacción son siempre
iguales»
1) No es un juicio analítico, ya que el predicado no está contenido en la noción de sujeto.
2) No es un juicio a posteriori, ya que nos consta su verdad sin tener que medir distancias entre dos
puntos sin necesidad de recurrir a ninguna experiencia comprobatoria.
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6. 4. 3. CRÍTICA A LAS FACULTADES DEL CONOCIMIENTO
La gran obra de Kant dedicada al conocimiento y la ciencia es la Crítica de la razón pura. Este título puede
parecernos un poco enigmático; para entenderlo hay que conocer mínimamente la terminología kantiana.
Cuando Kant habla de criticar la razón se refiere a la tarea de analizar, críticamente, cuáles son la
naturaleza, la función y los límites de la razón. Ésta es, ciertamente, una labor fundamental a la hora de
establecer y fijar las posibilidades reales de obtener conocimiento científico. Solo si sabemos cómo
funciona la razón y hasta dónde puede llegar, podremos establecer por qué es posible la ciencia y cómo
son posibles los juicios sintéticos a priori.
De hecho, para ver lo que Kant dijo seguiremos, muy de cerca, sus propios pasos, es decir, avanzaremos
por cada una de las partes en que analizó las facultades que intervienen en el conocimiento.
¿Cómo son posibles los ¿Cómo son posibles los ¿Son posibles los juicios
Responde a la
juicios sintéticos a juicios sintéticos a sintéticos a priori en
pregunta
priori en matemáticas? priori en física? metafísica?
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La sensibilidad es como una ventana que nos abre al mundo, pero que, al mismo tiempo, nos condiciona a
ver solo un pequeño fragmento de él. Y es que esta facultad está constituida por unas estructuras que nos
capacitan y nos limitan a recibir las impresiones de una manera determinada. Para Kant, la forma en que
estamos diseñados no afecta tan solo a
nuestra percepción de los colores,
también nos obliga a ordenar todo lo ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en
que percibimos en el espacio y el las matemáticas?
tiempo. Espacio y tiempo son las formas
a priori de la sensibilidad, porque son El carácter universal y necesario que ha de tener
anteriores a la experiencia y determinan cualquier ciencia (para serlo propiamente) es un
la manera en que podemos tenerla. Y es rasgo que únicamente pueden proporcionar las
que basta que nos pongamos a pensar estructuras a priori, ya que éstas no provienen de la
un poco para que nos demos cuenta de experiencia, sino que la hacen posible.
que es imposible representarnos alguna
cosa si no la situamos en un lugar y un Las matemáticas poseen este carácter a priori o de
momento concretos. universalidad, porque tanto la aritmética como la
geometría se ocupan de las formas a priori de la
Cualquier representación es una sensibilidad. La geometría sería la ciencia que estudia
impresión situada en el espacio y en el las relaciones espaciales (las condiciones que ha de
tiempo. Por eso podemos decir que las cumplir cualquier objeto en el espacio). La aritmética,
intuiciones o impresiones del mundo por su parte, se ocupa del tiempo, ya que la serie
son una síntesis del material sensorial y numérica es, para Kant, una sucesión temporal.
de las estructuras internas (espacio y
tiempo) del propio sujeto.
En la estética, Kant trata de la primera facultad de conocimiento: la sensibilidad. Las intuiciones que
aporta, si bien resultan imprescindibles para obtenerlo, todavía no constituyen conocimiento. Son
impresiones estructuradas y ordenadas en el espacio y en el tiempo, pro todavía son inconexas y faltas de
sentido. Para que proporcionen conocimiento es preciso interpretarlas y entenderlas: ésta es,
precisamente, la función del entendimiento.
En la tercera parte de la Crítica de la razón, Kant analiza la tercera de las facultades cognitivas. Una vez que
el entendimiento ha subsumido las impresiones bajo conceptos y los ha asociado formando juicios, la
razón entra en escena relacionando estos juicios en argumentaciones o razonamientos que tratan de
proporcionar conocimientos cada vez más generales. La razón es, por lo tanto, según Kant, la facultad de
razonar o avanzar buscando principios más generales.
Sin esta labor de la razón, el conocimiento sería fragmentario. Gracias a los razonamientos, englobamos los
juicios y las leyes del entendimiento en principios cada vez más generales, que nos permiten explicar una
mayor cantidad de fenómenos. Esta tendencia está marcada por las formas a priori de la razón: las tres
ideas trascendentales.
6. 4. 4. LA POSIBILIDAD DE LA METAFÍSICA
Ya hemos visto que la teoría epistemológica de Kant le obliga a negar la posibilidad de conocimiento
científico en el ámbito de la metafísica. Veamos por qué:
La metafísica se ocupa de las ideas trascendentales (Alma, Mundo, Dios) como si se tratara de ideas que
tienen un referente o correlato en la realidad. Es decir, no se limita a considerarlas principios reguladores
que orientan nuestra investigación, sino que las concibe como realidades últimas que dan sentido y
finalidad a todo lo que ocurre. Cuando a metafísica sigue este proceder, cuando emplea así estas ideas y
trata de conocerlas, cae en falacias y contradicciones. Precisamente estas contradicciones y engaños
demuestran el uso inapropiado que la razón hace de las ideas trascendentales.
Kant ve en esta práctica la ambición desmesurada de la razón, que quiere ir más allá de los fenómenos y
acceder a la realidad en sí o noúmeno. Este paso es ilegítimo, el noúmeno es inaccesible para el ser
humano, constituye el límite de aquello que puede conocer. La metafísica intenta superar este límite.
Precisamente esto es lo que la condena. De todas maneras, para Kant, aunque la metafísica esté más allá
de las posibilidades de conocimiento, responde a una tendencia natural en el ser humano: avanzar hacia
principios cada vez más generales.
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6. 5. EL USO PRÁCTICO DE LA RAZÓN
Kant ya ha contestado a la pregunta: «¿Qué puedo saber?» Sin embargo, el hombre no tan solo vive de
conocimientos. Ciertamente, el hombre hace un uso teórico de la razón, pero también hace un uso
práctico de ella. No solamente es un ser que conoce, sino que además es un ser que actúa y que se vale de
su razón para guiar y orientar su acción. Así, la razón pura se convierte en razón práctica cuando se ocupa
de guiar la propia voluntad. Por eso ha de responder a las dos preguntas que quedan: «¿Qué he de hacer?»
y «¿Qué puedo esperar si hago lo que debo?». La respuesta se puede encontrar en la Crítica de la razón
práctica y en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres.
Rousseau, según nos confiesa Kant, tuvo una importancia capital en su interés por la ética. Una de las
anécdotas que se explican sobre Kant puede servir para imaginarnos la influencia que tuvo el ilustrado
francés en este cambio de rumbo en la reflexión kantiana. Kant, protagonista de una vida profundamente
ordenada y rutinaria (se dice que en Königsberg los habitantes ajustaban sus relojes cuando Kant salía a
pasear), llegó tarde a sus clases solo en dos ocasiones, una por el estallido de la Revolución Francesa y la
otra cuando le llegaron las obras de Rousseau, cuya lectura le entusiasmó tanto que perdió la noción del
tiempo.
Después de reconocer que, por encima de las cuestiones teóricas, lo que realmente nos inquieta y nos
interesa son las de orden práctico, Kant intentará responder a la pregunta «¿Qué he de hacer?». Kant,
antes de ofrecer su propia respuesta, hará un análisis exhaustivo de lo que hasta entonces se había
propuesto en la reflexión ética.
Cuando analiza las éticas anteriores, Kant llega a la conclusión de que, a pesar de la enorme variedad de
normativas éticas, todas presentan un denominador común: se trata de éticas materiales. Veamos en qué
consisten.
Las ÉTICAS MATERIALES son, para Kant, aquellas que acaban siendo una lista de normas o preceptos.
Según el filósofo prusiano, muchas de las éticas tradicionales lo son y, por ello, adolecen de dos
inconvenientes:
− Son éticas empíricas, ya que tienen contenido. Nos dicen qué debemos hacer o evitar: «Has de
decir la verdad», «Has de obedecer a tus progenitores», «No has de matar» … Su contenido
proviene de la experiencia y en ella comprobamos qué conductas son adecuadas para alcanzar el
objetivo que nos hemos propuesto. Son éticas que se fundamentan en un bien (la felicidad, la
salud…) y que establecen el camino que hay que seguir para alcanzarlo. Son, por lo tanto, éticas
interesadas, ya que promueven determinadas acciones en función de la recompensa o gratificación
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que se sigue de su cumplimiento. Por ello, se componen de normas o preceptos que señalan la
actuación correcta y que Kant denomina imperativos, a los que considera de tipo hipotético.
Los imperativos hipotéticos ordenan o prohíben una acción en función del objetivo que nos hemos
fijado. Así, una norma como «no bebas en exceso» solo nos obliga si hemos aceptado que
«conservar la salud» es el bien al que hemos de aspirar. Se trata, por lo tanto, de un imperativo
condicional: «Si quieres conservar la salud, no bebas en exceso». Únicamente si aceptamos la
condición, la segunda parte tiene sentido.
− Son éticas heterónomas, porque nuestra voluntad se halla determinada por principios que no
provienen de la razón propiamente, sino de alguna instancia externa a ella. Las éticas materiales
justifican una serie de preceptos en función de fines (la felicidad, la salud, la perfección…) que
dependen de intereses personales y ajenos a la razón.
Estas dos características hacen inaceptables a las éticas materiales. Para Kant, una ética auténticamente
humana ha de ser universal (válida para cualquier ser humano, con independencia de cuáles sean sus
intereses) y autónoma (basada en la libertad y la capacidad humana para darse una ley desinteresada y
auténtica). Estas dos propiedades solo son posibles en una ética racional.
Kant rechaza las éticas materiales (empíricas y heterónomas) porque considera que no son propias de un
ser mayor de edad como es el ser humano de su época. La Ilustración es, sobre todo, una reivindicación de
la libertad y de la emancipación respecto a cualquier sujeción o dependencia. Kant comparte esta idea,
cree que ha llegado la hora en la que el hombre se haga cargo de su vida y decida por sí mismo. Esta
emancipación exige una ética autónoma, en la que sea el propio hombre quien determine la ley moral, y
ello es incompatible con una ética material; por eso Kant defiende la necesidad de una ética formal.
Las ÉTICAS FORMALES son aquellas que carecen de contenido, es decir, que no nos dicen qué hemos de
hacer, sino que solo nos indican cómo lo tenemos que hacer. Son, por lo tanto, éticas de la forma: no nos
ordenan «haz esto o aquello», sino que determinan la manera en que hemos de actuar.
Los imperativos de esta ética no son hipotéticos, sino que son categóricos: obligan y exigen el
cumplimiento sin condiciones ni excepciones. Kant formula el imperativo categórico del siguiente modo:
«Actúa solo según aquella máxima por la cual puedas al mismo tiempo querer que se convierta en ley
universal». Conocido también con el nombre de principio de universalidad, no nos dice qué hemos de
hacer (beber o no en exceso), sino que establece la forma (ser universalizable) que ha de tener cualquier
máxima para llegar a ser realmente una norma moral. En el fondo, es una especie de reformulación de la
antigua ley de oro: «Lo que no quieras para ti no lo quieras para los demás». Recoge una antigua
consideración del hecho moral: creer que la acción correcta consistirá ni más ni menos en hacer lo que
exigiríamos que hicieran los demás.
Kant reformuló el imperativo categórico de otra manera que todavía encaja mejor con su preocupación:
«Trata a todo ser humano no como un medio, sino como un fin en sí mismo». Esto significa que hemos de
tratar a los demás como lo que son, seres humanos con dignidad, que no pueden ser usados como
instrumentos para satisfacer nuestros deseos.
Actuar de modo que tratemos a los demás como fines y no como instrumentos significa actuar de manera
desinteresada. Por ejemplo, si elogio a los demás porque deseo obtener un favor de ellos, no obro de
manera moral, sino interesada y egoístamente.
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Para Kant, actuar de manera ética significa actuar desinteresadamente, es decir, por respeto y amor al
deber (por deber). Esto significa algo más que actuar externamente en conformidad con el deber
(Conforme al deber); es imprescindible que haya un convencimiento y un respeto interno hacia él.
Con un ejemplo entenderemos mejor esta distinción kantiana entre actuar, simplemente, de acuerdo con
el deber (legalmente) y actuar, con convencimiento, por amor al deber (moralmente). Supongamos dos
tenderos que se comportan de manera honrada y legal, sin alterar los pesos y cobrando lo que
corresponde al valor de los productos. Uno lo hace porque sabe que, si no, a la larga perdería clientela
(irían a comprar a otra tienda); el otro lo hace simplemente porque considera que ése es su deber. A pesar
de que externamente los dos se porten del mismo modo (y cobren lo mismo al cliente), solo en el caso del
segundo tendero podemos hablar de comportamiento auténticamente moral. Solo él actúa
desinteresadamente y trata a sus clientes como fines y no como instrumentos para enriquecerse.
Solo cuando lo que nos mueve es la voluntad de cumplir con nuestro deber, podemos decir que somos
seres con capacidad para decidir nuestra actuación. Si no pudiéramos escoger entre hacer esto o aquello,
entre actuar de manera altruista y hacerlo, en cambio, egoístamente, ¿qué sentido tendría hablar de
moralidad?
La libertad humana, opuesta al determinismo predominante entre los fenómenos naturales, resultaba a
Kant, un atributo inalcanzable para la razón teórica. Si recuerdas, concluimos el apartado anterior
reconociendo que la razón teórica se vuelve impotente ante determinadas cuestiones que traspasan los
límites de la experiencia. Además de la libertad humana, todo lo que nos obliga a hablar de ideas
trascendentales como de realidades últimas choca con las posibilidades intelectuales humanas. Por este
motivo, Kant recomendaba, como única posición coherente ante tales ideas, la posición gnóstica.
Sin embargo, aunque no puedan ser objeto de demostración científicas, la realidad y la existencia del Alma,
del Mundo y de Dios se convierten en imprescindibles para que podamos hablar de moral. Esto lleva a Kant
a considerar que las ideas trascendentales de la razón teórica han de entenderse como postulados de la
razón práctica. Los postulados son ideas de las que no tenemos ni podemos llegar a tener ninguna certeza,
pero de las que hemos de presuponer su existencia. En definitiva, los postulados de la razón práctica
resultan indemostrables científicamente, pero necesarios moralmente. Veámoslo:
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