El Divino Corazón de Jesús - CAP 1-2
El Divino Corazón de Jesús - CAP 1-2
El Divino Corazón de Jesús - CAP 1-2
El Divino
Corazón de Jesús
DU DIVIN COEUR DE JÉSUS
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Capitulo I
El divino Corazón de
Jesús, corona y gloria del
santísimo Corazón de
María
N
o es justo separar dos cosas que Dios ha unido tan íntimamente por
los vínculos más fuertes y por los nudos más estrechos de la naturaleza,
de la gracia y de la gloria. Me refiero al divino Corazón de Jesús, Hijo
único de María, y al Corazón virginal de María, Madre de Jesús. Es el Corazón
del mejor Padre que pueda existir y de la mejor Hija que haya existido o pueda
existir jamás. Es el Corazón del más divino de todos los esposos y de la más santa
de todas las esposas. Es el Corazón del más amante de todos los Hijos y de la más
amante de todas las Madres. Son dos Corazones, reunidos por el mismo espíritu
y por el mismo amor que une al Padre de Jesús con su Hijo muy amado, para
no formar sino un solo corazón, no en unidad de esencia, como es la unidad del
Padre y del Hijo, sino en unidad de sentimiento, afecto y voluntad.
Estos dos Corazones de Jesús y de María están unidos tan íntimamente, que el
Corazón de Jesús es el principio del Corazón de María, como el creador es el
principio de su criatura; y el Corazón de María es el origen del Corazón de Jesús,
como la madre es el origen del corazón de su hijo. ¡Qué portento! El Corazón de
Jesús es el Corazón, el alma, el espíritu y la vida del Corazón de María, que no
tiene ni movimiento, ni sentimiento, sino por el Corazón de Jesús y el Corazón
de María es la fuente de vida del Corazón de Jesús, que residió en sus benditas
entrañas, como el corazón de la madre es el principio de la vida del corazón
de su hijo.
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El Divino Corazón de Jesús
DU DIVIN COEUR DE JÉSUS
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Capítulo II
El divino Corazón de
Jesús, hoguera de amor
ardentísimo a su eterno
Padre
I
nfinitas razones nos obligan a tributar al divino Corazón de Jesús nuestras
adoraciones y homenajes, con devoción y respeto extraordinarios. Estas
razones se señalan en tres palabras de san Bernardino de Siena: horno de
ardentísima caridad para inflamar e incendiar todo el universo1. Ciertamente este
admirable Corazón de Jesús es horno de amor a su divino Padre, a su santísima
Madre, a su Iglesia triunfante, militante y purgante y a cada uno de nosotros en
particular, según veremos en los capítulos siguientes.
Pero consideremos primero las ardientes llamas de esta hoguera de amor al Padre
celestial. Mas, ¿qué inteligencia podría concebir y qué lengua podría expresar la
mínima centella del amor infinito a su Padre en que se abrasa el Corazón del Hijo?
¡Es amor digno de tal Padre y de tal Hijo! ¡Es amor que iguala maravillosamente
las perfecciones inefables de su objeto amado! ¡Es Hijo infinitamente amante
que ama a un Padre infinitamente amable! ¡Dios que ama a otro Dios! ¡Amor
esencial, que ama al amor eterno; amor inmenso, incomprensible, infinitas veces
infinito, que ama a un amor inmenso, incomprensible ¡infinitas veces infinito! Si
lo miramos como hombre o como Dios, el Corazón de Jesús arde en amor a su
1 Sermón 514, Sobre la pasión del Señor, p. 2. También fue utilizado por santa Margarita María Alacoque,
haciendo referencia a su experiencia frente a la exposición del Santísimo Sacramento. También sabemos
que, en la imagen de Nuestra Señora de los Corazones, san Juan Eudes ha presentado los Sagrados
Corazones de Jesús y de María con el símbolo de una hoguera de amor donde los discípulos encienden
antorchas para llenar de brasas el universo.
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El Divino Corazón de Jesús
DU DIVIN COEUR DE JÉSUS
Padre y lo ama infinitamente más en cada momento que los ángeles y los santos
todos juntos, por toda la eternidad.
Y, como no hay mayor amor que dar la vida por el amado, el Hijo de Dios ama
tanto a su Padre que por El sacrificaría aún la suya, como lo hizo en la cruz, y con
los mismos tormentos, por amor a su Padre, (si tal fuera el divino beneplácito).
Y siendo tan inmenso este amor, en medio de dolores entregaría su vida por el
mundo, como ya la entregó en el Calvario; y siendo amor eterno, la sacrificaría
eternamente y con eternos dolores; y siendo amor infinito, estaría dispuesto a
hacer este sacrificio infinitas veces, si posible fuera, y con infinitos sufrimientos.
¡Oh, Padre divino, creador y conservador del universo, nadie tan amable como
tú! Tus infinitas perfecciones y las bondades que abrigas en tu Corazón imponen
a todos los seres que creaste la obligación de servirte, honrarte y amarte con todas
las fuerzas. Y sin embargo nadie en el mundo es tan poco amado como tú, nadie
tan ultrajado y despreciado de gran parte de vuestras criaturas: Me han odiado a
mí y a mi Padre, dijo vuestro Hijo Jesús; y me odian sin motivo, (Jn. 15, 24-25),
a mí que nunca les he hecho mal alguno, sino, al contrario, los he colmado de
bienes. Veo el infierno lleno de innumerables demonios y condenados que te
lanzan sin cesar millones de blasfemias y veo la tierra repleta de infieles, herejes y
falsos cristianos que te tratan como a su mayor enemigo.
Sin embargo, dos motivos me llenan de consuelo y alegría. El primero, que tus
perfecciones y grandezas, oh, Dios mío, sean tan admirables, y sean de tu com-
placencia infinita el amor eterno de tu Hijo y todas las obras que con este amor
hizo y sufrió para reparar las ofensas de tus enemigos, ultrajes que no son ni serán
nunca capaces de menoscabar en lo más mínimo tu gloria y felicidad.
El segundo, me regocija que, queriendo este Hijo eterno, muy amado, en exceso
de su incomparable bondad, ser nuestra cabeza y nosotros sus miembros, nos ha
asociado a él en el amor que te profesa, y por consiguiente nos ha dado el poder
de amarte con este mismo amor, es decir, con amor, en cierto modo, eterno,
inmenso e infinito.
Para entender esto, mi querido lector, advierte tres puntos: primero, que siendo
eterno este amor de Jesús por su Padre, no pasa, sino que eternamente subsiste
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Capítulo II
El divino Corazón de Jesús, hoguera de amor ardentísimo a su eterno Padre
y es siempre estable y permanente. Segundo, que, como este amor llena todas
las cosas por su inmensidad, está en nosotros y en nuestro corazón: Intimo meo
intimior, más adentro de mi propia intimidad, dice san Agustín.
¡Oh, mi Salvador, me doy a ti para unirme al amor eterno, inmenso e infinito que
tienes a tu Padre! ¡Oh, Padre adorable, te ofrezco todo este amor eterno, infinito
e inmenso de vuestro Hijo Jesús, como un amor que es mío! Y así como este
Salvador nos dijo: los amo como mi Padre me ama (Jn. 15, 9), puedo yo también
decirles: ¡Oh, Padre divino, te amo como tu Hijo te ama!
Y como el amor del Padre a su Hijo no es menos mío que el amor del Hijo a su
Padre, puedo usar, como de algo mío, este amor del Padre al Hijo, diciendo, por
ejemplo:
¡Oh, Padre de Jesús, me doy a ti, para unirme al amor eterno, inmenso e infinito
que tienes a tu amado Hijo! ¡Oh, Jesús mío, te ofrezco todo el amor eterno,
inmenso e infinito que tu Padre te tiene y te lo ofrezco como amor que me perte-
nece! De esta manera, como Jesús me dijo: te amo como mi Padre me ama, puedo
recíprocamente decirle: ¡Oh, Salvador mío, te amo como tu Padre te ama! ¡Oh
bondad inefable, oh amor admirable! ¡Oh dicha indecible!
Que el Padre eterno nos dé su Hijo, y con él nos dé todo, y nos lo dé no sólo para
que sea nuestro redentor, nuestro hermano, nuestro Padre, sino también para que
sea nuestra Cabeza. ¡Oh, qué ganancia ser miembros del Hijo de Dios y no ser
sino uno con él, como los miembros son uno con la cabeza; y por consiguiente
no tener sino un espíritu, ¡un corazón y un amor con él y poder amar a su divino
Padre y Padre nuestro con un mismo corazón y un mismo amor con él!
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así: El amor con que me amaste esté en ellos (Jn. 17,26). Ahora bien, si amamos a
este Padre tan amable como lo ama su Hijo no debemos sorprendernos si nos ama
con el mismo amor con que ama a su Hijo, ya que mirando a nosotros en él, como
a miembros suyos, que no formamos sino uno con él, encuentra que lo amamos
con su Hijo con un mismo corazón y un mismo amor. No nos extrañemos, pues,
si nos ama con el mismo corazón y el mismo amor con que ama a su Hijo.
¡Oh, que el Cielo, la tierra y todo lo creado se transforme en puro amor a este
Padre de bondades y al Unigénito de su divino amor!, como dice san Pablo: nos
trasladó al reino del Hijo de su amor (Col 1, 13).
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MEDITACIONES
SOBRE EL DIVINO
CORAZON DE JESUS
PRIMERA SERIE
Primera meditación
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concedido cuantas veces en lo pasado hemos celebrado esta fiesta, no las hemos
aprovechado como debíamos. Tercero, porque, las gracias que del cielo hemos
recibido durante nuestra vida y que tienen su fuente en ese divino Corazón, por
nuestra ingratitud e infidelidad han sido para nosotros vanas e inútiles.
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Segunda meditación
¿Qué dones? Los siguientes: el ser y la vida con todos los bienes inherentes; este
espacioso mundo lleno de tantas y tan variadas cosas, todas para nuestra utilidad
y recreo. Todos sus ángeles que son nuestros protectores; todos sus santos que son
nuestros defensores e interceden ante de él por nosotros. Su Madre santísima que
es nuestra bondadosísima Madre; todos los sacramentos y misterios de la Iglesia
que nos salvan y santifican. Su eterno Padre que es nuestro verdadero Padre; su
Espíritu Santo, nuestra luz y nuestro guía.
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El Divino Corazón de Jesús
DU DIVIN COEUR DE JÉSUS
Siendo esto así, ¿qué daremos a nuestro benignísimo redentor? Paguémosle amor
con amor y corazón con corazón. Ofrezcámosle y démosle nuestro corazón como
él nos dio el suyo. Nos dio el suyo íntegramente; démosle el nuestro íntegramente
y sin reservas. Nos dio el suyo para siempre; démosle el nuestro para siempre he
irrevocablemente. Con amor infinito nos dio el suyo; démosle el nuestro con ese
mismo amor infinito.
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