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El Divino Corazón de Jesús - CAP 1-2

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San Juan Eudes

El Divino
Corazón de Jesús
DU DIVIN COEUR DE JÉSUS

1
Capitulo I

El divino Corazón de
Jesús, corona y gloria del
santísimo Corazón de
María

N
o es justo separar dos cosas que Dios ha unido tan íntimamente por
los vínculos más fuertes y por los nudos más estrechos de la naturaleza,
de la gracia y de la gloria. Me refiero al divino Corazón de Jesús, Hijo
único de María, y al Corazón virginal de María, Madre de Jesús. Es el Corazón
del mejor Padre que pueda existir y de la mejor Hija que haya existido o pueda
existir jamás. Es el Corazón del más divino de todos los esposos y de la más santa
de todas las esposas. Es el Corazón del más amante de todos los Hijos y de la más
amante de todas las Madres. Son dos Corazones, reunidos por el mismo espíritu
y por el mismo amor que une al Padre de Jesús con su Hijo muy amado, para
no formar sino un solo corazón, no en unidad de esencia, como es la unidad del
Padre y del Hijo, sino en unidad de sentimiento, afecto y voluntad.

Estos dos Corazones de Jesús y de María están unidos tan íntimamente, que el
Corazón de Jesús es el principio del Corazón de María, como el creador es el
principio de su criatura; y el Corazón de María es el origen del Corazón de Jesús,
como la madre es el origen del corazón de su hijo. ¡Qué portento! El Corazón de
Jesús es el Corazón, el alma, el espíritu y la vida del Corazón de María, que no
tiene ni movimiento, ni sentimiento, sino por el Corazón de Jesús y el Corazón
de María es la fuente de vida del Corazón de Jesús, que residió en sus benditas
entrañas, como el corazón de la madre es el principio de la vida del corazón
de su hijo.

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El Divino Corazón de Jesús
DU DIVIN COEUR DE JÉSUS

Finalmente, el Corazón adorable de Jesús es la corona y la gloria del amable


Corazón de la reina de los santos, puesto que es gloria y corona de todos los
santos. De la misma manera el Corazón de María es la gloria y la corona del
Corazón de Jesús porque le da más honor y gloria que todos los corazones del
paraíso reunidos. Después de haber hablado tan extensamente del Corazón
augusto dé María es, por tanto, muy razonable no terminar esta obra sin decir
algo del Corazón admirable de Jesús. Pero ¿qué es posible decir acerca de tema
tan inefable, inmenso, incomprensible e infinitamente elevado por encima de
todas las luces de los querubines? Ciertamente todas las lenguas de los serafines
serían demasiado débiles para hablar dignamente de la menor chispa de ese horno
abrasado del divino amor.

¿Cómo un miserable pecador, lleno de tinieblas e iniquidades, osará acercarse


a este abismo de santidad? ¿Cómo se atreverá a mirar este temible santuario,
oyendo resonar en sus oídos aquellas tremendas palabras: tiemblen a la vista dé mi
santuario? (Lev. 26, 2). Oh, mi Señor Jesús, borra en mí todas mis iniquidades,
a fin de que merezca entrar en el Santo de los santos, con espíritu puro, con
pensamientos santos, y con palabras inflamadas en el fuego del cielo que trajiste a
la tierra, que ese fuego inflame los corazones de los lectores.

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Capítulo II

El divino Corazón de
Jesús, hoguera de amor
ardentísimo a su eterno
Padre

I
nfinitas razones nos obligan a tributar al divino Corazón de Jesús nuestras
adoraciones y homenajes, con devoción y respeto extraordinarios. Estas
razones se señalan en tres palabras de san Bernardino de Siena: horno de
ardentísima caridad para inflamar e incendiar todo el universo1. Ciertamente este
admirable Corazón de Jesús es horno de amor a su divino Padre, a su santísima
Madre, a su Iglesia triunfante, militante y purgante y a cada uno de nosotros en
particular, según veremos en los capítulos siguientes.

Pero consideremos primero las ardientes llamas de esta hoguera de amor al Padre
celestial. Mas, ¿qué inteligencia podría concebir y qué lengua podría expresar la
mínima centella del amor infinito a su Padre en que se abrasa el Corazón del Hijo?
¡Es amor digno de tal Padre y de tal Hijo! ¡Es amor que iguala maravillosamente
las perfecciones inefables de su objeto amado! ¡Es Hijo infinitamente amante
que ama a un Padre infinitamente amable! ¡Dios que ama a otro Dios! ¡Amor
esencial, que ama al amor eterno; amor inmenso, incomprensible, infinitas veces
infinito, que ama a un amor inmenso, incomprensible ¡infinitas veces infinito! Si
lo miramos como hombre o como Dios, el Corazón de Jesús arde en amor a su

1 Sermón 514, Sobre la pasión del Señor, p. 2. También fue utilizado por santa Margarita María Alacoque,
haciendo referencia a su experiencia frente a la exposición del Santísimo Sacramento. También sabemos
que, en la imagen de Nuestra Señora de los Corazones, san Juan Eudes ha presentado los Sagrados
Corazones de Jesús y de María con el símbolo de una hoguera de amor donde los discípulos encienden
antorchas para llenar de brasas el universo.

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El Divino Corazón de Jesús
DU DIVIN COEUR DE JÉSUS

Padre y lo ama infinitamente más en cada momento que los ángeles y los santos
todos juntos, por toda la eternidad.

Y, como no hay mayor amor que dar la vida por el amado, el Hijo de Dios ama
tanto a su Padre que por El sacrificaría aún la suya, como lo hizo en la cruz, y con
los mismos tormentos, por amor a su Padre, (si tal fuera el divino beneplácito).
Y siendo tan inmenso este amor, en medio de dolores entregaría su vida por el
mundo, como ya la entregó en el Calvario; y siendo amor eterno, la sacrificaría
eternamente y con eternos dolores; y siendo amor infinito, estaría dispuesto a
hacer este sacrificio infinitas veces, si posible fuera, y con infinitos sufrimientos.

¡Oh, Padre divino, creador y conservador del universo, nadie tan amable como
tú! Tus infinitas perfecciones y las bondades que abrigas en tu Corazón imponen
a todos los seres que creaste la obligación de servirte, honrarte y amarte con todas
las fuerzas. Y sin embargo nadie en el mundo es tan poco amado como tú, nadie
tan ultrajado y despreciado de gran parte de vuestras criaturas: Me han odiado a
mí y a mi Padre, dijo vuestro Hijo Jesús; y me odian sin motivo, (Jn. 15, 24-25),
a mí que nunca les he hecho mal alguno, sino, al contrario, los he colmado de
bienes. Veo el infierno lleno de innumerables demonios y condenados que te
lanzan sin cesar millones de blasfemias y veo la tierra repleta de infieles, herejes y
falsos cristianos que te tratan como a su mayor enemigo.

Sin embargo, dos motivos me llenan de consuelo y alegría. El primero, que tus
perfecciones y grandezas, oh, Dios mío, sean tan admirables, y sean de tu com-
placencia infinita el amor eterno de tu Hijo y todas las obras que con este amor
hizo y sufrió para reparar las ofensas de tus enemigos, ultrajes que no son ni serán
nunca capaces de menoscabar en lo más mínimo tu gloria y felicidad.

El segundo, me regocija que, queriendo este Hijo eterno, muy amado, en exceso
de su incomparable bondad, ser nuestra cabeza y nosotros sus miembros, nos ha
asociado a él en el amor que te profesa, y por consiguiente nos ha dado el poder
de amarte con este mismo amor, es decir, con amor, en cierto modo, eterno,
inmenso e infinito.

Para entender esto, mi querido lector, advierte tres puntos: primero, que siendo
eterno este amor de Jesús por su Padre, no pasa, sino que eternamente subsiste

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Capítulo II
El divino Corazón de Jesús, hoguera de amor ardentísimo a su eterno Padre

y es siempre estable y permanente. Segundo, que, como este amor llena todas
las cosas por su inmensidad, está en nosotros y en nuestro corazón: Intimo meo
intimior, más adentro de mi propia intimidad, dice san Agustín.

Tercero, que, habiéndonos dado todo el Padre de Jesús al darnos a su Hijo en él


nos lo dio todo (Rom. 8, 32) este amor del Hijo de Dios a su Padre es nuestro
y podemos y debemos usarlo como algo propio. Con mi Salvador, puedo, por
tanto, amar a su divino Padre y Padre mío, con el mismo amor con que él lo ama,
es decir, con amor eterno, inmenso e infinito. Puedo practicarlo así:

¡Oh, mi Salvador, me doy a ti para unirme al amor eterno, inmenso e infinito que
tienes a tu Padre! ¡Oh, Padre adorable, te ofrezco todo este amor eterno, infinito
e inmenso de vuestro Hijo Jesús, como un amor que es mío! Y así como este
Salvador nos dijo: los amo como mi Padre me ama (Jn. 15, 9), puedo yo también
decirles: ¡Oh, Padre divino, te amo como tu Hijo te ama!

Y como el amor del Padre a su Hijo no es menos mío que el amor del Hijo a su
Padre, puedo usar, como de algo mío, este amor del Padre al Hijo, diciendo, por
ejemplo:

¡Oh, Padre de Jesús, me doy a ti, para unirme al amor eterno, inmenso e infinito
que tienes a tu amado Hijo! ¡Oh, Jesús mío, te ofrezco todo el amor eterno,
inmenso e infinito que tu Padre te tiene y te lo ofrezco como amor que me perte-
nece! De esta manera, como Jesús me dijo: te amo como mi Padre me ama, puedo
recíprocamente decirle: ¡Oh, Salvador mío, te amo como tu Padre te ama! ¡Oh
bondad inefable, oh amor admirable! ¡Oh dicha indecible!

Que el Padre eterno nos dé su Hijo, y con él nos dé todo, y nos lo dé no sólo para
que sea nuestro redentor, nuestro hermano, nuestro Padre, sino también para que
sea nuestra Cabeza. ¡Oh, qué ganancia ser miembros del Hijo de Dios y no ser
sino uno con él, como los miembros son uno con la cabeza; y por consiguiente
no tener sino un espíritu, ¡un corazón y un amor con él y poder amar a su divino
Padre y Padre nuestro con un mismo corazón y un mismo amor con él!

No hay que extrañarse, pues, si hablando de nosotros al Padre celestial, le dice:


«Los amaste como a mí mismo» (Jn. 15, 23); y si le ruega que nos ame siempre

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El Divino Corazón de Jesús
DU DIVIN COEUR DE JÉSUS

así: El amor con que me amaste esté en ellos (Jn. 17,26). Ahora bien, si amamos a
este Padre tan amable como lo ama su Hijo no debemos sorprendernos si nos ama
con el mismo amor con que ama a su Hijo, ya que mirando a nosotros en él, como
a miembros suyos, que no formamos sino uno con él, encuentra que lo amamos
con su Hijo con un mismo corazón y un mismo amor. No nos extrañemos, pues,
si nos ama con el mismo corazón y el mismo amor con que ama a su Hijo.

¡Oh, que el Cielo, la tierra y todo lo creado se transforme en puro amor a este
Padre de bondades y al Unigénito de su divino amor!, como dice san Pablo: nos
trasladó al reino del Hijo de su amor (Col 1, 13).

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MEDITACIONES
SOBRE EL DIVINO
CORAZON DE JESUS

PRIMERA SERIE
Primera meditación

Para la víspera de la fiesta


Disposiciones necesarias
para prepararnos a
celebrar bien esta fiesta

Primer punto: Primera disposición: Gran deseo de celebrarla


santamente

Considera que el adorable Corazón de Jesús es él principio y fuente de su encar-


nación, de su nacimiento, de su circuncisión, de su presentación en el templo;
de todos los demás estados y misterios de su vida; de todo cuanto pensó, dijo,
hizo y padeció en la tierra por nuestra salvación. Pues fue su Corazón, abrasado
de amor a nosotros, el que lo movió a hacer todo esto en favor nuestro. Por eso
estamos inmensamente obligados a honrar y a amar a ese amabilísimo Corazón y
a celebrar su fiesta con todo el amor que podamos.

Ofrezcamos, pues, nuestro corazón al Espíritu Santo pidiéndole con grande


instancia que encienda en nosotros gran deseo de solemnizar esta fiesta con tanta
devoción como si sólo esta vez hubiéramos de celebrarla en la tierra. Este gran
deseo es la primera disposición requerida para prepararnos a la fiesta.

Segundo punto: Segunda disposición: la humildad.

La segunda disposición es un sentimiento de profunda humildad. Somos, en


efecto, indignos de participar en tan santa solemnidad. Primero, porque esta fiesta
es más del cielo que de la tierra. Segundo, porque las bendiciones que Dios nos ha

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El Divino Corazón de Jesús
DU DIVIN COEUR DE JÉSUS

concedido cuantas veces en lo pasado hemos celebrado esta fiesta, no las hemos
aprovechado como debíamos. Tercero, porque, las gracias que del cielo hemos
recibido durante nuestra vida y que tienen su fuente en ese divino Corazón, por
nuestra ingratitud e infidelidad han sido para nosotros vanas e inútiles.

Humillémonos profundamente por todo esto y entremos por fin en un espíritu


de sincera penitencia que nos inspirará horror de nuestros pecados y un profundo
dolor y nos incitará a hacer una buena confesión para purificar nuestra alma y
nuestro corazón y nos preparará para recibir las luces y gracias necesarias para
celebrar santamente esta fiesta.

Tercer punto: tercera disposición: unirnos a los ángeles, los


santos y las tres divinas personas.

La tercera disposición consiste en entregarnos al Padre, al Hijo y al Espíritu


Santo, a la Santísima Virgen, a todos los ángeles y a todos los santos, en especial
a nuestros ángeles custodios y a nuestros santos protectores. Supliquémosles que
nos preparen para esta solemnidad, la celebren con nosotros, nos admitan en su
compañía y nos comuniquen algo del amor que profesan al amabilísimo Corazón
de nuestro adorabilísimo Jesús.

Jaculatoria: Gracias, oh Jesús, por el don inefable de tu Corazón.

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Segunda meditación

Para el día de la fiesta


Cómo Jesús nos ha dado
su Corazón

Primer punto: Jesús nos ha dado su Corazón.

Adoremos y contemplemos a nuestro amabilísimo salvador en su bondad inmensa


para con nosotros y en los generosos dones de su amor.

¿Qué dones? Los siguientes: el ser y la vida con todos los bienes inherentes; este
espacioso mundo lleno de tantas y tan variadas cosas, todas para nuestra utilidad
y recreo. Todos sus ángeles que son nuestros protectores; todos sus santos que son
nuestros defensores e interceden ante de él por nosotros. Su Madre santísima que
es nuestra bondadosísima Madre; todos los sacramentos y misterios de la Iglesia
que nos salvan y santifican. Su eterno Padre que es nuestro verdadero Padre; su
Espíritu Santo, nuestra luz y nuestro guía.

Sus pensamientos, palabras, acciones, y misterios; todos sus padecimientos y toda


su vida, dedicada toda a nuestro bien e inmolada hasta la última gota de su sangre.
Además, nos da también Jesús su amabilísimo Corazón, principio y fuente de
todos sus demás favores. Porque su divino Corazón lo hizo salir del seno adorable
de su Padre y lo hizo venir a la tierra para concedernos todas estas gracias; y su
Corazón humano-divino y divino- humano mereció y conquistó para nosotros
esos favores, mediante los muchos dolores y congojas que hubo de sufrir cuando
se hallaba en este mundo.

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El Divino Corazón de Jesús
DU DIVIN COEUR DE JÉSUS

Segundo punto: debemos dar a Jesús nuestro corazón.

Siendo esto así, ¿qué daremos a nuestro benignísimo redentor? Paguémosle amor
con amor y corazón con corazón. Ofrezcámosle y démosle nuestro corazón como
él nos dio el suyo. Nos dio el suyo íntegramente; démosle el nuestro íntegramente
y sin reservas. Nos dio el suyo para siempre; démosle el nuestro para siempre he
irrevocablemente. Con amor infinito nos dio el suyo; démosle el nuestro con ese
mismo amor infinito.

Y no se contenta Jesús con darnos su Corazón; nos da también el de su eterno


Padre, el de su santísima Madre, el corazón de todos sus ángeles y sus santos y
hasta el corazón de todos los hombres que hay en la tierra, pues les manda, su
pena de eterna condenación, que nos amen como se aman a sí mismos, y aún que
nos amen como él mismo nos ha amado. Mi mandamiento es que se amen unos
a otros como yo los he amado (Jn. 15, 14). Ofrezcámosle también y démosle
en acción de gracias el Corazón de su eterno Padre, el Corazón de su santísima
Madre, los corazones de todos los santos y de todos los ángeles y de todos los
hombres. Tenemos derecho a disponer de ellos como de cosa propia, ya que el
apóstol nos asegura que el eterno Padre al darnos a su Hijo, nos dio todas las cosas
(Rom. 8, 32) y que todo es nuestro (Cor. 3, 22). Mas sobre todo ofrezcámosle
su mismo Corazón, porque nos lo dio y nos pertenece todo entero, y nada más
grato podríamos ofrecerle. En efecto, al ofrecerle su Corazón le ofrecemos el de su
eterno Padre, con el cual no tiene sino un solo Corazón por unidad de esencia; y
le ofrecemos también el Corazón de su santísima Madre con quien no tiene sino
un solo corazón por unidad de voluntad y afecto.

Jaculatoria: Gracias infinitas por sus dones inefables.

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