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El Duelo, Parte Integral de La Vida

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E L DU E L O :

P A RT E I N T E G RAL
DE L A VI D A

1
Recopilación de textos, monografías, artículos, estudios, ensayos,
informes, investigaciones particulares, libros condensados, notas de
seminarios y conferencias sobre el tema del duelo por la muerte de un
ser querido.

La base bibliográfica está basada en los estudios del


Dr. J. Montoya Carrasquilla, director de la
Unidad de Duelo de la funeraria San Vicente
de la ciudad de Medellín.

www.homestead.com/montedeoya/duelos.html

“Déjalos ir con amor” – Nancy O’Connor


“De cara a la muerte” – Isa Fonnegra de J.
“El manejo del duelo” – Santiago Rojas P.
“El Duelo. Experiencias de Crecimiento” – Arnaldo Pangrazzi
“Morir es nada” – Pepe Rodríguez
“La rueda de la vida” – Elizabeth Kubler Ross
“La muerte, un amanecer” – Elizabeth Kubler Ross

2
¿Cuáles han de ser las primeras palabras que hay que decirles a los
deudos en el momento de la pérdida?
No hay palabras, hay acciones: ESTOY AQUÍ Y SEGUIRÉ AQUÍ

Dr. Nelson Tobon López


Terapeuta de Duelo

Pereira. Colombia.

2007

3
CUANDO YO ME VAYA

Cuando yo me vaya, no quiero que llores,


quédate en silencio sin decir palabras,
y vive recuerdos, reconforta el alma.

Cuando yo me duerma, respeta mi sueño


por algo me duermo, por algo me he ido.

Si sientes mi ausencia, no pronuncies nada


y casi en el aire con paso muy fino
búscame en mi casa,
búscame en mis cartas,
entre los papeles que he escrito apurado.

Ponte mis camisas, mis sweaters, mi saco,


y puedes usar todos mis zapatos.

Te presto mi cuarto, mi almohada, mi cama,


Cuando haga frío, ponte mis bufandas.
Te puedes comer todo el chocolate
y beberte el vino que dejé guardado.

Escucha ese tema que a mí me gustaba,


usa mi perfume y riega mis plantas.

Si tapan mi cuerpo no me tengas lástima


corre hacia el espacio, libera tu alma,
palpa la poesía, la música, el canto
y deja que el viento juegue con tu cara,
besa bien la tierra, toma toda el agua,
y aprende el idioma vivo de los pájaros.

Si me extrañas mucho, disimula el acto.


Búscame en los niños, el café, la radio,
y en el sitio ése donde me ocultaba.

4
No pronuncies nunca la palabra muerte.
A veces es más triste vivir olvidado
que morir mil veces y ser recordado.

Cuando yo me duerma,
no me lleves flores a una tumba amarga,
grita con la fuerza de toda tu entraña
que el mundo está vivo y sigue su marcha.

La llama encendida no se va a apagar


por el simple hecho de que no esté más.
Los hombres que viven no se mueren nunca,
se duermen a ratos, de a ratos pequeños
y el sueño infinito es solo una excusa.

Cuando yo me vaya extiende tu mano


y estarás conmigo sellando un contacto
y aunque no me veas, y aunque no me palpes
sabrás que por siempre estaré a tu lado.
Entonces un día; sonriente y vibrante
sabrás que volví para no marcharme".

Grupo Renacer

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Jesús, amigo de Betania
En el seno de mi hogar hay, buen Jesús, penas muy hondas y secretas. Si tu reinaras
entre los míos con toda la intensidad del amor que tu mereces, no habría en mi casa
tantos y tan amargos pesares. Ven, ven! Oh amigo de Betania. Pues en mi familia hay
alguien que ha muerto, alguien que Tu has amado.

Cuando Tu estás, hasta las mismas penas son suaves, y a tu lado las espinas son
bálsamo de paz.

Ven pues y no tardes. Apresúrate porque mi hogar está herido con la ausencia de seres
queridos que faltan en él, padre, madre y hermanos, todos crecimos juntos al pie de tu
cruz.

Ah! y después esa misma cruz, por voluntad del cielo nos ha ido separando del nido santo
del hogar. Ten piedad de esos amados ausentes que trabajan y luchan lejos de tu altar,
ven pronto a nuestro lado, Jesús.

Maestro, hermano, amigo del alma, Jesús amado, ten misericordia de los míos que
murieron, de aquellos que volaron a la eternidad en seguimiento tuyo. Duermen en paz
porque te amaron, y porque Tu eres infinito en caridad… más al irse, nos dejaron
sombras y tristezas en el alma, espinas… y una tumba en el camino. Pero bien sé yo que
en tu corazón amabilísimo no puede haber separaciones, en donde está la vida en tu
amor, desaparece la horrible muerte.

Por eso te pido paz sobre sus tumbas, y a los que hemos quedado aquí aún intentando
cumplir nuestra misión, dadnos la resignación que nos permita seguir adelante, el
desapego a la tierra y el amor al sufrimiento que nos una inseparablemente a Ti, amigo de
Betania.

No cierres todavía la preciosa herida del costado, tengo que pedirte en especial por los
que sufren, por aquellos, Jesús mío, que te buscan con ojos cansados de llorar, por tantos
a quienes la desgracia , los duelos, las decepciones, la pobreza, las enfermedades o sus
propias flaquezas han herido de muerte. Nazareno amabilísimo, Tú sabes cuán
punzantes son las espinas del camino.

Consuela a los atribulados, ten piedad de los que sufren, y ven a ellos, amigo de Betania.

De mi no te he hablado, porque me he confiado sin reservas a tu divino corazón.

Tu que tanto amas y que eres el único en comprenderme, no querrás seguramente


olvidarme.

Ho Jesús, escucha mi plegaria, unida siempre a la agonía de tu corazón misericordioso.


Inclina tu oído y atiende benigno esta oración.

6
VIVIENDO CON LA PÉRDIDA,
SANANDO CON ESPERANZA

Un ser muy querido ha muerto. Parte de ti ha muerto con la persona amada. Oleadas de
sufrimiento y temor pasan sobre ti y te sacuden. Es tal el dolor que aún tú desearías
haber muerto también. Te preguntas si podrás sobrevivir.

La muerte de un ser querido causa para el que queda, una gran confusión emocional; se
requieren muchos ajustes en la vida, siendo de todos los cambios en la vida el causante
de la mayor tensión emocional. Llegas a no reconocerte a ti mismo cuando te miras al
espejo, algo dentro de ti se ha ido y no volverá jamás, tu imagen anterior se ha visto
sacudida, llegas a perder el sentido de quién eres, el cónyuge, el padre, el hijo, o el amigo.
Ahora deberás enfrentar poco a poco una adaptación dolorosa hacia una nueva realidad
de cambio en tu vida y en tus relaciones; cómo te tratan las personas y cómo te ves a ti
mismo es entrar en un doloroso período de redefinición, la búsqueda de una nueva
identidad.

Ha muerto mi ser querido, siento un gran dolor pero estoy vivo, y ahora debo recoger los
pedazos.

La recuperación no es algo automático; toma mucho tiempo y un esfuerzo hasta el


cansancio. Las cicatrices emocionales permanecerán pero el saber aceptar las
dificultades es el primer camino para traspasar tu dolor. El tiempo no es la única cura para
el dolor, debes enfrentar tu sufrimiento con la cabeza erguida, trabajar día a día a través
de tu dolor, un paso a la vez, de lo contrario el futuro se vuelve abrumador.

Tendrás mejores momentos. Aquellos momentos de intenso dolor regresarán pero


notarás que no permanecen tanto como en el momento de la muerte de tu ser querido; es
bueno empezar a recobrarte, el sentirte mejor no es indicio de haber amado menos, es
más bien la señal de tu determinación de lograr una vida estable a pesar de la amargura y
las tribulaciones.

Sólo tú lo puedes lograr, pero no lo puedes hacer solo. Debes compartir tus sentimientos
con alguien en quien confíes, alguien que no te juzgará sino te aceptará como eres.
Necesitas compartir y expresar tu soledad, tus amarguras y temores, tu amor, y hasta
quizás tu sentido de alivio.

Seguramente tienes amigos que sabrán escucharte y te darán consuelo, estarán en


contacto contigo luego del funeral, te invitarán a sus casas y estarán siempre contigo, pero
te dejarán tener tu espacio privado cuando lo necesites, no tratarán de abrumarte. Nunca
olvidarás sus amabilidades, y agradecerás sus demostraciones de cariño.

De nuevo debes ser consciente que todo lo que se diga es poco, debes compartir tu
profundo dolor con un amigo o amigos, no retirarte de los demás pues con tu silencio
estarás negando tu oportunidad de compartir con ellos. Ralph Waldo Emerson dijo, “un
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amigo es una persona con quien puedo ser sincero”. Puedes pensar vincularte a un grupo
de aquellos que sufren pues al conocer las experiencias de otros tendrás una visión
invaluable de tus propios sentimientos, dándote apoyo, ánimo y amistad. Al compartir tus
energías con otras, aprenderás a relacionarte mejor, a enfrentar la realidad, a ser más
independiente y a dejar atrás el pasado viviendo el presente. Sólo el alma que conoce el
enorme sufrimiento puede conocer la felicidad desbordante.

El acto de renunciar a alguien tan querido es insoportable, pero para crecer debes dejarlo
ir, de lo contrario te encontrarás detenido en una historia que no se podrá repetir jamás.
Vivir en el pasado sólo creará más pesar y soledad; el dejarlo ir significa descubrir que
existe en ti algo además del miedo, la rabia, la infelicidad y la frustración. Acepta tu dolor,
espera las consecuencias físicas y emocionales de la muerte de tu ser querido pues el
dolor es el precio que pagas por amar. Expresa tus sentimientos, no escondas tu
desesperación, llora cuando debas hacerlo, ríe cuando quieras, y se paciente contigo
mismo; tu mente, tu cuerpo y tu alma necesitan tiempo y fortaleza para curarse, el dolor se
asemeja al desyerbe de las plantas mientras se desarrollan, deberás hacerlo una y otra
vez hasta su florescencia.

Puedes buscar la paz en tu fe religiosa, aunque te preguntarás por qué Dios permitió que
esto sucediera; la pena puede ser una peregrinación espiritual, la religión es algo que
desearás utilizar, no perder, durante tu duelo, con la sabiduría que ha alimentado las
almas de la humanidad durante incontables generaciones. Debes recordar que un
sufrimiento intenso no es prueba de poca fe, así como un dolor profundo tampoco es
prueba de una fe inquebrantable.

Decídete a vivir de nuevo, la adaptación no llega de un momento a otro, trata de volver a


colocar las estrellas en tu firmamento, debes aferrarte a la esperanza y seguir tratando,
resuélvete a sobrevivir con cada nuevo día, comienza con las cosas pequeñas, una sola
tarea a ser cumplida te ayudará a recobrar tu confianza pero, si puedes, debes esperar
antes de tomar una decisión inmediata de vender tu casa o cambiar de trabajo. Thomas
Carlyle dijo, “nuestra principal tarea no es contemplar un punto difuso en la distancia, sino
realizar lo que tenemos a la mano con claridad”.

Es un riesgo intentar un nuevo comienzo, pero no ha sido la vida siempre un riesgo? El


llorar implica el riesgo de parecer débil, el reír implica el riesgo de parecer tontos, el tender
la mano implica el riesgo de involucrarse, el avanzar implica el riesgo de fallar, y sin
embargo tu mayor riesgo radica en no arriesgarte, ya que no existirán más posibilidades
de aprender y cambiar de rumbo en el camino de la vida. Aún no estás de acuerdo con lo
sucedido en tu vida, no puedes entender el por qué, pero aún esperas encontrar nuevos
caminos. Fuiste fuerte para sostenerte, y serás aún más fuerte para continuar por un
nuevo camino.

Al romperse lazos tan queridos la cadena del amor sufre una sacudida, pero aún en el
dolor comienzas a realizar que tu ser amado nunca desaparecerá mientras permanezcan
en ti sus pensamientos más queridos. Nadie podrá arrebatarte tu dolor porque nadie te
podrá quitar su amor, nada te puede separar de la felicidad que una vez compartiste. Los
recuerdos son como imágenes indelebles delineadas por un maestro de la pintura en el
lienzo de tu mente con reminiscencias tanto alegres como tristes. Mientras tengas vida
también la tendrá tu ser amado, los recuerdos traen fuerza y bendiciones, la belleza de
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esa vida estará siempre entronizada en tu corazón, viviendo como una bendición duradera
y amorosa en el interminable ciclo del tiempo.

El dolor es un proceso, la recuperación la decides tu; el dolor es el precio que debes pagar
por amar pero no debes continuar pagando durante toda tu vida. Has sufrido la peor
experiencia, sobrevivirás, hay esperanza. Las palabras de Albert Camus dicen, “en medio
del invierno finalmente he comprendido que dentro de mi existía un verano invencible”.

(Traducción hecha para la Fundación Lazos. Medellín. 2003)

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El desconocimiento sobre el tema….

El conflicto emocional que solemos vivir ante la sola idea de la muerte, ese “susto”, este
temor y aquella aprensión que nos sobrecoge ante el pensamiento de nuestra muerte y
más aún ante la sola mención de la muerte de un ser amado, tienen su fundamentación
como un fenómeno socio-cultural muy arraigado entre nosotros, los latinos. Otras
culturas, ante todo las orientales, tienen un concepto diferente, la consideran y la
interpretan sólo como un “paso” entre este modo de vida y una nueva etapa más elevada
de la misma existencia. Es como una especie de “graduación” para poder acceder a
mejores niveles “de vida”.

En cambio, entre nosotros la muerte es considerada una “pérdida”, nos referimos al


fallecimiento de nuestros parientes y seres amados con términos como: “he perdido a mi
esposo, hijo, madre, etc.”, ¿Porqué el Señor me ha quitado a mi madre?

Es esa sensación y ese condicionamiento cultural el que hace que no tengamos


posibilidades de “entender” y “atender” de mejor manera a todo lo relacionado con el tema.
Por eso tanto dolor, por eso las depresiones agudas ante la “pérdida”, por eso tantos
duelos mal elaborados o procesados con las dolorosas y tristes consecuencias que suelen
llegar a presentarse, incluso en muchas ocasiones hasta con delicados daños sicológicos
y emocionales.

Podemos decir claramente que existe una grande y lamentable ignorancia en lo que
respecta al tema de la muerte, y lo peor es que no queremos y no nos interesa para nada
atender a esta limitante en nuestro conocimiento y en nuestro desarrollo cultural, social y
humano. No, no queremos hablar de la muerte, es un tema “desagradable”, “incómodo”,
aburridor”. A nadie se le ocurriría como tema de conversación entre amigos o para una
tertulia familiar. De hecho, ante el planteamiento de la idea es común escuchar voces de
rechazo: “cambiemos de tema”, “hablemos de otra cosa”.

No debería extrañarnos entonces que este desconocimiento y falta total de la más mínima
“preparación” sobre un punto tan trascendental en nuestras vidas sea la razón por la cual

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cuando llega a presentarse, que siempre se presentará más tarde o más temprano,
debemos atender ( que no “enfrentarnos”) con tanto dolor, angustia, rabia, tristeza y
depresión, al delicado y muchas veces grave choque emocional que nos suele ocasionar
algo que nos es absolutamente desconocido y rechazado de antemano.

Y lo usual suele ser que ni siquiera queremos hablar sobre el problema, aún cuando lo
estemos padeciendo, llega a ser tanto el rechazo a la sola idea de la muerte que ni
siquiera queremos corregir esta deficiencia en nuestros conocimientos, reflexionemos
cómo no estamos en capacidad de responder a ninguna pregunta de nuestros hijos al
referirse a este tema, ¿alguien se ha enfrentado alguna vez a un niño de siete años que
confundido y curioso pregunta: ¿Papi, que le pasó a mi pescadito?. ¿Mamá, cuando
vuelve la abuelita?. ¿Porqué estás llorando mamá?. ¿Qué pasará ahora con mi
abuelito?.

Inconscientemente intentamos crear una barrera de contención ante la presencia real y


objetiva de la muerte en nuestras vidas, es casi un intento “subliminal” de evitarla,
pretendemos que, tal vez, “pase de largo” y se olvide, o no se percate de nosotros y de
nuestros parientes.

Obviamente, y como consecuencia de lo anterior, no existe en nuestra sociedad ninguna


preparación, asesoría o capacitamiento referente al tema que nos ocupa. Observemos
que, por ejemplo, las personas que se encuentran afectadas por el consumo de alcohol o
de drogas psicoactivas pueden acudir a instituciones que, como Alcohólicos o Narcóticos
Anónimos, se encargan de brindar alguna asesoría gratuita que pueda ser de ayuda para
esta problemática, y sin costo alguno.

Las personas que aspiran a contraer matrimonio deben participar de un “Cursillo


Prematrimonial” que es requisito y se encarga de organizar la iglesia católica, de esta
manera reciben capacitación y orientación antes de asumir su nueva condición como
pareja, lamentablemente no existe la más mínima orientación ni oferta de capacitación
alguna que nos pueda ayudar a prevenir los graves daños emocionales que pueden
presentarse ante el fallecimiento de un ser querido.

Todo esto es consecuencia de aquel mismo fenómeno de negación cultural que nuestra
sociedad tiene frente al delicado tema de la muerte.

Algo importante para destacar es que precisamente este latente temor se agrava ante el
añadido del “miedo a lo desconocido”; si pudiéramos “entender” un poco más acerca de
esta etapa de la vida, sería muchísimo menos traumático y doloroso este trance.

Procuremos entender que hay una importante diferencia entre “prepararnos para entender
a la muerte” y “prepararnos para ver morir a nuestros seres queridos”, son dos cosas
muy diferentes pero el conocimiento de la primera parte es una ayuda muy valiosa para
lograr superar y procesar la segunda. Tal vez aquí sea oportuno anotar que “procesar”,
“superar” o “elaborar” un duelo no significa olvidar -lo cual es imposible - ni tampoco
significa “dejar de querer para que no duela”, de lo que se trata es de lograr seguir
adelante con nuestra vida y recuperar, poco a poco, una relativa "calidad de vida".

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Valga la pena anotar que la muerte tiene una característica muy importante para conocer
y resaltar, se trata de que precisamente la muerte le da realce y trascendencia a la vida, la
muerte define, determina y destaca aspectos muy significativos de nuestra vida, es
precisamente el conocimiento de la brevedad y del determinismo final de nuestra vida lo
que hace que lo referente al desarrollo de la familia, que nuestra realización como
personas y el logro de importantes metas y objetivos satisfactoriamente medibles sean la
motivación diaria y permanente que nos impulse a intentar mejorar la calidad de nuestra
cotidianidad. En otras palabras: si no tuviéramos consciencia de nuestra muerte... la vida
no valdría la pena, sería como una larguísima e interminable sucesión de días. meses y
años vacíos.

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Una forma absolutamente tranquila y serena de atender la llegada de nuestro deceso,


depende de la forma como hemos atendido a nuestra vida.

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Terapia de duelo
La pérdida de un ser querido es una situación por la que muchos hemos atravesado o
atravesaremos a lo largo de nuestras vidas. Si bien es una de las transiciones normales y
naturales de la vida, no sabemos si por lo inesperado o impensado, nos deja en una
situación de estupor, aturdidos, y sin palabras que nos permita describir o expresar
nuestras sensaciones y sentimientos.

Nos apegamos a seres queridos que nos acompañan, nos complementan y terminan
siendo partes nuestras. Toleramos su ausencia, si sabemos que ésta no es duradera y
que a pesar de la distancia, podremos recuperarlo, pero si tenemos que confrontarnos con
la irreversibilidad de la muerte, entonces, ya nada nos consuela, y la angustia y el miedo,
se transforman en nuestra diaria compañía.

¿Será por eso que la pérdida de un ser amado nos hiere haciéndonos sentir un dolor
insoportable, como si nos hubieran arrancado una parte vital de nosotros mismos?.
En este trance se resquebraja nuestro mundo, lo que era hasta ese momento, ahora ya no
lo es más, perdemos el timón de nuestro barco, no sabemos cómo ni para dónde seguir.

Nuestra vida pierde sentido y muchas veces anhelamos la muerte como única salvación,
en una fantasía loca y desesperada de reunión con ese ser querido en algún otro mundo.

Nos duele el cuerpo y el alma, nada nos calma, la tristeza y el anhelo de recuperar lo
perdido, nos agota, nos abocamos en una búsqueda sin fin. Nuestra cabeza trabaja a un
ritmo alocado en su intento de encontrar respuestas a tantos interrogantes, pero, como un

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disco rayado, se repiten escenas y se reviven recuerdos en un intento de recuperar a ese
otro aunque sea a través de la memoria.

Nuestras lágrimas se transforman en el mejor modo de sintetizar el desasosiego, el vacío


y el miedo de tener que enfrentar el mundo sin ese otro. La culpa de no haber podido
evitar de algún modo la muerte, y tener que lidiar con ella ahora, nos deja impotentes y
nos hace sentir que ya no podremos nada.

¿Cómo lograr, frente a una realidad tan devastadora, encontrar a esta altura algún camino
con salida? Quizás éste constituya el gran desafío, si bien frenar y evitar todas estas
emociones es una actitud frecuente a la hora de mitigar el dolor del duelo, es necesario la
creación de estrategias de afrontamiento que permitan un buen drenaje emocional,
transformando al duelo en un trabajo activo que lo convierta en una oportunidad para el
crecimiento y el cambio.

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APRENDER HASTA DE LA MUERTE


ELIZABETH KUBLER ROSS (q.e.p.d.)

“No hay que temer a morir. Puede llegar a ser la experiencia más maravillosa de su vida…
Todo depende de cómo se haya vivido.
Si usted vive cada día de su vida de manera correcta, no tiene nada que temer…..
Durante nuestra vida, nos brindan pistas que nos recuerdan la dirección que se supone
debemos tomar… si uno logra estar enfocado, aprenderá sus lecciones.
No existe alegría sin dolor. ¿Si no fuera por la muerte, apreciaríamos la vida? ¿Si no
existiera el odio, sabríamos que la meta principal es el Amor?… En estos momentos usted
puede escoger mantenerse negativo y buscar lástima, o puede decidir sanarse y
mantenerse amando.
Al aprender sus lecciones, el dolor se va.
Cuando pasamos los exámenes para los que fuimos enviados a aprender en la tierra, se
nos permite graduarnos. Se nos permite separarnos del cuerpo, que aprisiona nuestras
almas…
Aquellos que han aprendido a conocer la muerte, más que a temerle o a luchar en contra
de ella, se convierten en nuestros Maestros de vida.
Aprende a mantenerte en contacto con tu silencio interior y aprende que todo en esta vida
tiene un propósito…
No crecerás si permaneces sentado en un hermoso jardín de flores, pero lo harás si estás
enfermo, si tienes dolor, si experimentas pérdidas y no entierras la cabeza en la tierra,
tomando al dolor como un obsequio que se te ha dado con un propósito muy específico.
Solo cuando de verdad sabemos y entendemos que tenemos un tiempo limitado en la
tierra y que no tenemos forma de saber cuándo ese tiempo se nos acaba, cuando
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empezamos a vivir cada día al máximo, como si fuera el único que tenemos.
La muerte simplemente es la salida del cuerpo físico, así como la mariposa sale de su
capullo. Es una transición a un nivel mas alto de conciencia donde uno continúa
percibiendo, entendiendo, riendo y creciendo.
Para aquellos que buscan entenderla, la muerte es una fuerza altamente creativa. Los
más altos valores espirituales de la vida pueden originarse del conocimiento y estudio de
la muerte.
No existen errores, no hay coincidencias, todos los eventos son bendiciones enviadas
para que aprendamos de ellos.
La lección básica que debemos aprender es el AMOR INCONDICIONAL, no sólo para los
demás, sino para nosotros mismos.

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Cómo ayudarnos y ayudar a otros a recuperarse


de la pérdida de un ser querido

Guía de Urgencias

Usted ha perdido un ser querido y esto representa una de las tragedias más graves que
pueden sucedernos. Así lo entendemos y lo reconocemos. Por ello, permítanos ayudarle
en estos difíciles momentos mediante estos cortos consejos. Utilícelos como herramientas
que le permitan administrar su dolor en los instantes más difíciles.

La familia. La pérdida de un ser querido nos afecta a todos como familia y es en ella
donde podemos encontrar nuestra mejor ayuda. La situación es bastante dolorosa como
para que la familia se desuna y cada uno tenga que llorar solo. Al contrario, en momentos
de crisis la familia debe permanecer aún más unida y compartir su dolor conjuntamente.

Las diferencias. Las reacciones a la pérdida de un ser querido varían mucho entre las
personas y uno mismo según la edad y la formación que cada quien tenga o las
circunstancias en las que se encuentre cuando tiene estas pérdidas. Por ello, no será
apropiado que se compare con otras personas.

Los factores que marcan la diferencia. El nivel de apego que se tenía con la persona
perdida, las características de la muerte (muerte súbita frente a muerte anticipada o
esperada), la personalidad que uno tenga, la disponibilidad de apoyo social o familiar y la
presencia de otros problemas graves que suceden al mismo tiempo, pueden hacer que
nos sintamos diferentes unos de otros a pesar de haber perdido a la misma persona.

El dolor. Debido a que en ninguna otra situación como en el duelo el dolor producido es
TOTAL (en verdad toda la vida nos duele), no olvide que su dolor es legítimo, real,
extremadamente intenso y muy diferente al de una fractura de un hueso, de una
quemadura grave o de cualquier otro dolor severo.

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Nuestro mundo. Cuando perdemos a un ser querido, su ausencia puede afectar de forma
grave las relaciones que tenemos con el mundo y con otras personas. Así, es normal que
durante el período del duelo sintamos que nuestra realidad se ha hecho añicos, que
nuestro sentido de la vida se ha perdido y que sintamos que nuestra personalidad o
nuestro corazón se ha roto. Siempre será bueno que exprese y comparta sus sentimientos
con sus otros seres queridos: se dará cuenta que ellos piensan y sienten lo mismo.

La mala comunicación. Una reacción frecuente que tenemos cuando perdemos un ser
querido es la de no "mostrarle" a otros nuestra angustia, para de esta forma no
angustiarles, y los otros hacen lo mismo: no se angustian para no angustiarnos. Así, lo
único que logramos es "construir" un muro entre ellos y nosotros, una barrera a través de
la cual "pasan algunas cosas y otras no", perdiendo de esta forma la más valiosa
herramienta para poder recuperarnos: una buena comunicación, un "espacio", unas
"personas" con las que podemos llorar y hablar libremente de la muerte, del dolor, de la
ausencia, de la angustia, de la falta que nos hace, etc.

Las fases. El duelo tiene unas fases o etapas por las cuales transcurre el proceso de
recuperación, son muy parecidas a las etapas por las cuales pasa una herida hasta que
queda la cicatriz. Las reacciones que se presentan son totalmente normales y esperables
ante la pérdida de un ser querido, y son comunes a todos aquellos que se encuentran en
estado de duelo. Pueden presentarse de forma simultánea, solo algunas de ellas por vez,
el predominio de una sobre otras o escalonadamente, pudiendo persistir algunas por un
tiempo más prolongado o continuar en la siguiente fase del duelo. Así, no se extrañe, lea
sobre ellas, déjelas suceder y no tema compartir sobre esas experiencias.

Síntomas. Sentirá muchas cosas, algunas de ellas nuevas, extrañas, angustiosas y muy
dolorosas. Entre estas están: incredulidad, confusión, inquietud, oleadas de angustia
aguda, pensamientos que se repiten constantemente y que no logra quitarse de la cabeza,
boca seca, suspiradera, debilidad muscular, llanto, temblor, problemas para dormir,
pérdida del apetito, manos frías y sudorosas, náuseas, orinadera, diarrea, bostezos,
palpitaciones o mareos. Reconózcalas, expréselas y compártalas con sus familiares. Se
dará cuenta que muchas de aquellas cosas también son sentidas por otras personas.

Sentimientos. El estrés prolongado, la culpa, la rabia, la irritabilidad, el sentimiento de


alivio por la terminación de una relación complicada, buscar a la persona en lugares
familiares, sentir su presencia, soñar con él o ella, la incredulidad y la negación, la
frustración, los trastornos del sueño, el miedo a la muerte, las ganas de estar solos, la
impaciencia y el afán porque todo termine, el cansancio y la fatiga, el repaso continuo de
lo sucedido, la desesperación, el desamparo y la impotencia son sentimientos normales
durante el duelo. Reconózcalos y expréselos en compañía de sus seres queridos.

Preguntar por lo sucedido. El revivir la experiencia (la causa de la muerte o lo que


condujo a esta) facilita la integración de la realidad de la pérdida (todo lo contrario a lo que
la gente suele hacer); es como la limpieza de una herida: aunque duele mucho al principio,
a medida que ésta va cicatrizando el dolor será menor. No obstante, la pérdida de un ser
querido no se "supera": uno se "recupera" de las pérdidas, más estas nunca se superan;
molestarán de cuando en vez como lo suele hacer una cicatriz.

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Tiempo. El proceso de recuperación tras la pérdida de un ser querido suele tardar entre 2
y 3 años para completarse. El período más difícil podrá ser el primer año. Tómeselo con
calma y no se presione. Cada cosa a su tiempo. Más adelante aprenderá que lo que
predomina es el tiempo subjetivo.

Prevenir. Durante el duelo debe seguirse un control médico periódico para prevenir, tratar
a tiempo o controlar ciertas enfermedades que pueden aparecer o empeorar. Tenga esto
presente especialmente si hay adultos mayores de 60 años en la familia o personas con
enfermedades graves previas a la pérdida.

Llorar. Existen muchas circunstancias en la vida que nos producen dolor (golpes,
quemaduras, un parto, operaciones, etc.) y por las cuales lloramos con amplia libertad.
¿Porqué no habremos de llorar ante una situación que nos produce un dolor total? (duele
el alma, el cuerpo, la familia, el pasado, el presente, el futuro, etc.). Así, no solo se puede
llorar, sino que, además, es sano pues el llanto actúa como una válvula liberadora de
angustia.

Los cambios. Cambiar de casa o de ciudad no hará que su dolor desaparezca; además,
esto añade la pérdida de un ambiente familiar y de apoyo. No debe olvidar que el dolor lo
llevamos dentro e irá con nosotros para donde vayamos. En su lugar, compártalo con sus
otros familiares que también estarán sintiendo lo mismo. Recuerde que cuando las penas
se comparten parecen menos pesadas.

Los objetos. Ver las fotos de la persona fallecida, tener sus objetos personales, su ropa,
escuchar su música y realizar otras actividades relacionadas con la persona perdida son
cosas que a muchos ayudan y a otros angustian. Antes de tomar cualquier decisión,
compártalo con los otros miembros de la familia y tomen una decisión entre todos que sea
satisfactoria para cada uno.

Las fechas especiales. Las fechas importantes relacionadas con la persona perdida o
con el resto de la familia (por ejemplo, cumpleaños, día de la madre o el padre, navidad,
semana santa, etc.) serán siempre muy dolorosas y nos sentiremos mal; lo sabemos y
deberemos anticiparlo: serán unos malos momentos. No obstante, recuerde que en
momentos de crisis la familia debe permanecer más unida aún y llorar conjuntamente.
Aislarse sólo empeorará nuestro dolor pues le añadiremos soledad.

Qué hacer. Algunas personas encontrarán consuelo por la pérdida de un ser querido
acudiendo a su sacerdote de confianza, a sus amigos, al ejercicio físico o aumentando sus
horas de trabajo diario; para otros, podrá ser útil estar en un grupo de auto-ayuda o acudir
a los especialistas en duelo. El alcohol o las drogas no son la forma más sana o apropiada
de encontrar consuelo; esto solo le añadirá más problemas.

Los niños. Para ayudar a un niño a enfrentar saludablemente la muerte de un ser querido
es absolutamente imprescindible conocer adecuadamente su proceso normal de aflicción,
sus atributos especiales, la concepción de muerte que se corresponde con su edad y
desarrollo psicológico, los factores de riesgo y el proceso general para facilitar su
enfrentamiento. Solicite información especializada al respecto.

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El cuidador sustituto. La calidad de la relación con el cuidador sustituto del niño (es
decir, aquel que queda encargado de su cuidado) es el factor más significativo en
determinar el resultado del duelo, incluso más que la misma pérdida.

Su proceso. El proceso de ayudar a un niño a recuperarse de la pérdida de un ser


querido debe estar siempre acompañado de un lenguaje sencillo y apropiado a la edad del
niño, evitando explicaciones complicadas o que estimulen sus fantasías y concepciones
equivocadas de la muerte, facilitando en la medida de lo posible su participación, siempre
y cuando éste quiera, en la pena familiar y en los ritos asociados (entierro, velorio, novena,
etc.).

Ayuda práctica en duelo. Entre las sencillas actividades prácticas que nos pueden
ayudar durante los primeros días del duelo están: Lavado de la ropa y planchado, arreglo y
mantenimiento de la casa, mercado y preparación de los alimentos, pago de cuentas,
servicios públicos, trámites funerarios y otras diligencias, compras diversas, animarse a
escribir un diario o bitácora, regalarse y leer un libro, caminar o hacer ejercicio, cuidado de
los niños, etc.

Botiquín de primeros auxilios espirituales. De la misma forma que en situaciones de


urgencia física (por ejemplo, ante una herida o quemadura) acudimos a nuestro botiquín
personal, familiar o empresarial de urgencias, igualmente debemos implementar nuestro
"botiquín de primeros auxilios espirituales". He aquí algunas ideas: Pañuelos desechables,
un devocionario o la Santa Biblia, un libro preferido, teléfonos de amigos que nos pueden
ayudar y que saben escuchar, fotos que nos traen gratos recuerdos, frases célebres o
reflexiones escritas o grabadas, objetos personales del fallecido, cartas personales,
música preferida por el fallecido o por uno mismo, radio-grabadora para escuchar o
reproducir, grabación de audio o imagen (VHS), libreta y bolígrafo para tomar apuntes,
vela, veladora o velón.

Las "Rs" de la rehabilitación para las reacciones de aniversario y otras fechas


significativas.
Reunirse: Reunirnos con la familia, amigos y otros seres queridos, recordando que el
duelo es un asunto de familia, un momento de unión y comunión.
Repasar: Repasar, preferentemente en familia, lo vivido, lo sucedido desde el
fallecimiento y todos los hechos que condujeron a la pérdida, así como los logros
alcanzados hasta este momento.
Reflexionar: Reflexionar sobre lo sucedido, lo perdido, lo alcanzado, lo que nos espera, lo
que pensamos, las decepciones y las sorpresas y sobre lo conseguido.
Reconciliarse: Reconciliarnos con el pasado y el presente, con lo hecho y no hecho, con
nosotros mismos y con los demás.
Reposar: Descansar nuestra afligida existencia, mimarnos y cuidarnos física y
psíquicamente es una parte esencial del proceso de recuperación.
Ritualizar: Establecer un ritual u homenaje familiar de recuerdo para con el ser querido
fallecido es una estrategia muy útil para nuestra recuperación.
Rezar: Rezar alguna oración, frase, poema u otra oración significativa de conformidad con
el culto que se profesa.
Reírse: El buen sentido del humor es una excelente medicina para el espíritu (aunque
conocemos los efectos de la risa, debemos ser sensibles al humor de los demás y tener
las debidas consideraciones de respeto).
16
La familia. Recuerde siempre que el duelo es un "asunto de familia" y es allí donde debe
intentar resolverse.

No piense, sienta. Puesto que el duelo no se resuelve con la razón ni con la inteligencia,
sino con el corazón, no trate de pensar o razonar cómo tiene que recuperarse: lo que debe
hacer es sentir y dejar fluir su dolor.

Economice. El duelo absorbe la mayor parte de nuestra energía y cualquier cosa que nos
quite energía será molesta e irritante. Así pues, nuestro nivel de tolerancia disminuye. Esto
hace parte de la "economía del duelo" a que nos vemos sujetos tras la pérdida de un ser
querido.

El ritual. Cuanto más corto es el ritual más complicado suele ser el duelo.

Recuperación. Para recuperarnos es preciso curar el dolor (los distintos tipos de dolor) y
recuperar nuestro mundo. Estas son las 2 grandes tareas del duelo.

Compense. La pérdida de sentido de la vida, de la realidad y la fractura de nuestra


personalidad nos obligan a "compensar", magnificando, inflando o maximizando lo que
queda de cada una de ellas. Muchas veces no es más que darles o devolverles su valor
real.

Exprese. No reprima los sentimientos, más bien articúlelos en palabras (hablar), en papel
(escribir), en sonidos (gritar o cantar) o con ejercicio físico.

Consulte. De la misma forma que es apropiado consultar a un médico cuando nos duele
algo, llevar el carro al taller o el equipo de música a arreglar, cuando perdemos un ser
querido es igualmente apropiado consultar a los especialistas en duelo; no tiene porqué
sentirse extraño o débil o sentir vergüenza por ello. Para ello estamos, para ayudarle.

Las dudas. Recuerde que para nosotros no hay dudas, preguntas o problemas que no
tengan importancia. Si se relacionan con usted y su dolor, estaremos siempre para
ayudarle. No dude en pedirnos ayuda.

Información, Compañía y Conversación. Estos son tres de los elementos más


importantes para facilitar un duelo sano.

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Elementos básicos para la Recuperación


(Sirven en cualquier época del duelo)

* Orar
* Gritar
* Salir

17
* Hablar * Abrazar

* llorar * Ejercicio

* Acompañar * Leer

* Escribir * Información

* Escuchar música * Educar a otros en duelo

* Compartir los recuerdos * Asistir a grupos

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DECÁLOGO DEL ACOMPAÑANTE DE DUELO

Para aquellos que quieren acompañar y ayudar a otros que han perdido seres
queridos.

1. Leeré y me informaré de todo lo relacionado con el duelo, la aflicción y el luto. De esta


forma mi ayuda será más efectiva.

2. Permitiré y animaré la expresión de los sentimientos de dolor y tristeza por la pérdida


del ser amado, sin salir huyendo ante la expresión de los mismos.

3. Estarán siempre mis oídos atentos para escuchar el dolor, la tristeza, la rabia, la
frustración, la soledad y todos los otros sentimientos que acompañan a la aflicción.

4. Prestaré, indefinidamente y mientras sea necesario, mis hombros, mis brazos y mi


pecho como consuelo para sostener la afligida existencia de mi hermano adolorido.

5. No esperaré a que el deudo busque ayuda, tomaré siempre la iniciativa visitándolo o


llamándolo.

6. Contribuiré a que el apoyo y la comunicación efectiva de la familia sean los


instrumentos más efectivos que faciliten la recuperación por la pérdida del ser amado.

7. Respetaré las diferencias individuales en la expresión del dolor y en la recuperación del


mismo.

8. Estaré atento a la presencia de reacciones anormales o distorsionadas del duelo.

18
9. Animaré la realización de todas las actividades necesarias para la promoción,
mantenimiento de la salud y prevención de enfermedades durante el duelo.

10. Una vez alcanzada la recuperación, animaré y colaboraré en el establecimiento de


grupos de auto-ayuda en mi vecindario.

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LAS REGLAS DEL DUELO

REGLA N° 1
Todas las personas no reaccionan igual ante la muerte de un ser querido

REGLA N° 2
Disimular nuestro dolor no conduce a nada positivo: bloquea la comunicación con
otros familiares que pueden estar sintiendo lo mismo que nosotros.

REGLA N° 3
Tras la muerte de un ser querido, ES NORMAL que el mundo se vuelva caótico e
inseguro.

REGLA N° 4
Durante el duelo debe seguirse un control médico periódico para prevenir, tratar a
tiempo o controlar ciertas enfermedades que pueden aparecer o empeorar.

REGLA N° 5
Si existen factores de riesgo de un proceso de recuperación complicado o difícil,
¡consulte a los especialistas!

REGLA N° 6
La pérdida de un ser querido no se "supera": uno se "recupera" de las pérdidas,
más nunca se superan; molestarán de cuando en vez como lo suele hacer una
cicatriz.

REGLA N° 7
El proceso de recuperación tras la pérdida de un ser querido suele tardar entre 2 y 3
años para completarse.

REGLA N° 8
La tercera fase del duelo es prácticamente idéntica a una depresión.

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REGLA N° 9
Uno de los aspectos más importantes para facilitar la recuperación de personas que
han perdido un ser querido es la EDUCACIÓN EN DUELO.

REGLA N° 10
Compartir acerca de la experiencia (la causa de la muerte o lo que condujo a esta,)
facilita la integración y la comprensión de la realidad de la pérdida (todo lo contrario
a lo que la gente suele hacer).

REGLA N° 11
El primer paso a dar cuando se quiere ayudar a alguien que intenta reponerse y
recuperarse de la pérdida de un ser querido es INFORMARSE, aprender la
CULTURA DEL DUELO

REGLA N° 12
¿SE PUEDE O NO LLORAR? "Si me golpeo una espinilla, si estoy de parto, si me
operan, si algo me sale mal, si me roban el carro o un objeto familiar muy valioso,
suelo llorar con amplia libertad. Todas estas circunstancias son dolorosas. ¿Porqué
no he de llorar ante una situación que me produce un DOLOR TOTAL? Dolor bio-
psico-socio-familiar y espiritual; duele el alma, el pasado, el presente, el futuro.
Duele la vida". Así, no sólo sí se puede llorar, sino que, además, es sano.

REGLA N° 13
La Institución más importante para recuperarse de la pérdida de un ser querido
es LA FAMILIA.

REGLA N° 14
La terapia más importante para podernos recuperar de la pérdida de un ser querido
es LA TERAPIA DEL HOMBRO-OÍDO-ABRAZO

REGLA N° 15
Duelo del cual no se habla, es duelo que no se cura.

REGLA N° 16
El duelo no se soluciona con la razón sino con el corazón; por ello, no piense tanto,
SIENTA, exprese sus sentimientos.

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ESCALA DE LAS TRES ESFERAS


Nombre:
Edad:
Fecha:
Relación con el fallecido:
Fecha del fallecimiento:

20
Causa:
Lugar de residencia:
Estrato social (nivel socio-económico):

Recuperar nuestra realidad, nuestro sentido de la vida, nuestra personalidad íntegra y la


confianza en el mundo puede llegar a ser una de las tareas más difíciles de la
recuperación. Esto significa, entre otras cosas, enfrentarse con la desorganización y la
adaptación a un entorno sin el ser querido. Debido a que cada ser humano participa en
mayor o menor intensidad de nuestra realidad, de nuestro sentido de la vida, de nuestra
personalidad íntegra y de nuestra confianza en el mundo; un primer paso es establecer
qué tanto de cada uno de estos elementos (realidad, sentido de la vida, personalidad y
confianza) estaba absorbido por o dependía de nuestro ser querido ausente y, por ende,
qué tanto estará afectado por la pérdida. Una vez alcanzado este objetivo, debemos
entonces utilizar "lo que queda" como elemento o base para su reconstrucción. Más
énfasis deberemos poner en aquellos aspectos que más seriamente se vean afectados
por su dependencia del ser querido; es decir, nuestra prioridad será retomar el trabajo de
reconstruir aquello que primeramente esté más afectado.

1. Mi rutina diaria ha cambiado mucho. ........( )


2. Mis conversaciones con otras personas se han deteriorado.
3. Mi forma de reaccionar a las cosas ya no es la misma.
4. Mi proyectos ya no tienen sentido.
5. Mis ilusiones se han perdido.
6. El caos se ha apoderado de mi vida.
7. Mi vida se ha vuelto insegura.
8. Mi mundo se ha vuelto caótico.
9. Mi mundo es ahora peligroso.
10. Ahora las personas me parecen extrañas.
11. Ya no entiendo a la gente.
12. Mi mundo ha dejado de ser confiable y seguro.
13. Mis actividades diarias no tienen sentido.
14. Mis conversaciones con otros ya no valen la pena.
15. Mis propósitos del presente se han perdido.
16. Mi planes para el futuro ya no tienen sentido.
17. Mi vida ha dejado de tener razón.
18. Siento que he perdido parte de mi mismo/a.
19. Me siento vacío/a.
20. Me siento extraño/a.
21. Me siento irreal.
22. Me siento incompleto/a.
23. Siento que ya no soy el/la mismo/a.

Puntuación
En absoluto = 0
Un poco = 1
Bastante = 2
Mucho = 3

21
Puntuación (La puntuación mayor señala el área más afectada)

Mi Realidad (1-12): Promedio _____


Mi Sentido de la Vida (13-17): Promedio _____
Mi Personalidad (18-23): Promedio _____

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EFECTOS DE LA PÉRDIDA SOBRE NUESTRO MUNDO

La muerte parece un ejemplo paradigmático de lo que puede llamarse un "hecho social"


Sabemos que la muerte y las pérdidas sensibles tienen lugar en un contexto social, en
función de organizaciones, definiciones profesionales de rol social, interacción y
significado social, además, diferentes culturas manejan el problema de diferente manera.

Si bien el significado de la muerte se define socialmente, y la naturaleza del duelo y el luto


reflejan la influencia del contexto social en donde ocurren, es evidente que las dificultades
actuales para enfrentar la pérdida de un ser amado se deben, en parte, a la ausencia de

22
rituales establecidos y patrones estructurados de duelo. Ya no sabemos cómo manejar
ese dolor, es más, no queremos saber nada de ello.

No obstante, si la muerte no fuese más que dolor, no sería tan difícil recuperarnos, pues
sólo nos tendríamos que ocupar de encontrar un médico, brujo, chamán, “hierbatero”,
naturista, bioenergético u homeópata, que nos enviase una “gotas para el dolor”. Pero la
muerte es especialmente difícil, no porque duela, sino porque destruye, desbarata,
desorganiza nuestro mundo (ese “castillo de naipes” que tanto tiempo nos costó construir,
ese “rompecabezas” que tanto esfuerzo nos costó armar) en mayor o menor medida,
según lo que la persona que perdimos participase de éste.

Ese mundo nuestro, metafóricamente constituido por tres grandes dimensiones -nuestra
realidad, nuestro sentido de vida y nuestra personalidad-, se verá afectado, individual y
colectivamente, según el porcentaje en que la persona que murió participaba en cada uno
de ellos y en la totalidad. A mayor compromiso, mayor destrucción. Puede entenderse que
el efecto en cada una de estas dimensiones puede ser diferente en cada persona y en la
misma persona según la trascendencia de la pérdida (ver gráfico anterior, por ejemplo).

(1) De forma súbita, la realidad que sirve como base a todas nuestras acciones,
interacciones y expectativas (es decir, la rutina diaria, nuestras conversaciones con otros,
nuestra forma de reaccionar a las cosas, nuestros proyectos, ilusiones, etc.) se hace
pedazos. El caos se apodera de nuestra vida, una vida que hasta ese momento se tenía
por segura, y que veíamos reflejada en ese mundo de conocimientos compartidos y
acumulados sobre el pasado y sobre el futuro con la otra persona. Un mundo, antes
seguro y ordenado, se ha vuelto caótico y potencialmente peligroso. No sólo se ha
desbaratado la realidad como se entendía (la forma en que veíamos la vida), sino que
aquellas personas con las que antes se contaba para darle continuidad a nuestra vida se
vuelven extrañas, confusas en sus respuestas o están muy absorbidas por su dolor y
desconcierto. De hecho, el mundo ha dejado de ser confiable y seguro: se ha convertido
en un lugar donde puede suceder cualquier cosa.

(2) Si la persona que perdimos era importante para nuestra relación diaria con otros o con
el mundo, es probable que el sentido de la vida se desbarate o se pierda; todas las
actividades y conversaciones que teníamos con la persona fallecida, los propósitos del
presente y los planes para el futuro ya no vienen al caso, ya no tienen sentido; hasta
preparar las comidas que tanto le gustaban, ya no tiene sentido. La vida con la persona
fallecida, que tanto tiempo nos constó construir (muchos años de convivencia), deja de
tener sentido cuando la persona ya no existe.

(3) Cuando se convive muchos años con una persona, se puede llegar a tal grado de
intimidad que ya non se sabe qué es de uno y qué era del otro: uno u otro desarrollan “los
hábitos de la otra persona” y se confunden las personalidades. Así, cuando el ser querido
fallece, es que se puede entender al superviviente cuando afirma que ha perdido una parte
esencial de ellos mismos, que se sienten vacíos o huecos, extraños o irreales. Aun cuando
lamentemos y aceptemos la muerte de un vecino o familiar lejano, y nos preocupemos por
los deudos, nuestro mundo social privado y nuestra identidad (nuestra personalidad)
siguen estando protegidos y firmes contra el caos que la muerte desencadena.

23
De igual forma, supongamos que muere mi padre, y expresamente señalo: “Bueno, pues
mi padre ocupaba de mi realidad (como yo soy médico y estoy todo el día ocupado…
además, sólo le veo cada 15 días…), digamos, un 5%; de mi sentido de vida (pues…. mi
sentido de vida depende casi por completo de mi carrera, de mis pacientes, mis propios
hijos, mi esposa, mi hogar….), digamos otro 5%, en cambio, de mi personalidad mucho
más, casi un 70%, pues mi padre y yo éramos iguales…” . En ese momento salta mi
hermana y dice: “pues mi caso es diferente: yo me quedé soltera para cuidar a mi padre
que era muy enfermito, y es lo que he hecho los últimos 40 años: todo el día estaba con él,
de un lado para el otro, le hacía la comida, le planchaba la ropa, jugábamos dominó
juntos, paseábamos en el parque, etc., es decir, mi padre era toda mi realidad, 100%;
respecto a mi sentido de vida, bueno… yo vivía para y por él, aunque a mi me gusta pintar
e ir a exposiciones, digamos en mi padre ocupaba un 80%, y en cuanto a mi personalidad,
bueno… o tanto, yo soy más parecida a mi madre… digamos un 10%”. ¿Qué significa
esto? ¿Qué ella le quería o ama más que yo? No, esto sólo significa que su mundo estaba
más comprometido y más absorbido por ese papá, que el mío, por ende, más
comprometido y destruido estará para ella tras su muerte, que para mi; además, el
esfuerzo por recuperarse será también diferente, y en unas dimensiones más que en
otras.

La pérdida de sentido de la vida, de la realidad y la fractura de nuestra personalidad nos


obligan a "compensar", magnificando, inflando o maximizando lo que queda de cada una
de ellas. Muchas veces no es más que darles o devolverles su valor real, pues lo perdido,
“se hincha” temporalmente (ver dibujo).

24
25
Recuperar nuestra realidad, nuestro sentido de la vida, nuestra personalidad íntegra y la
confianza en el mundo puede llegar a ser una de las tareas más difíciles de la
recuperación. Esto significa, entre otras cosas, enfrentarse con la desorganización y la
adaptación a un entorno sin el ser querido. Debido a que cada ser humano participa en
mayor o menor intensidad de nuestra realidad, de nuestro sentido de la vida, de nuestra
personalidad íntegra y de nuestra confianza en el mundo, un primer paso es establecer
qué tanto de cada uno de estos elementos (realidad, sentido de la vida, personalidad y
confianza) estaba absorbido por o dependía de nuestro ser querido perdido y, por ende,
qué tanto estará afectado por la pérdida. Una vez alcanzado este objetivo, debemos
entonces utilizar "lo que queda" como elemento o base para su reconstrucción. Más
énfasis deberemos poner en aquellos aspectos que más seriamente se vean afectados
por su dependencia del ser querido; es decir, nuestra prioridad será retomar el trabajo de
reconstruir aquello que primeramente esté más afectado.

Así, la muerte de un ser querido suele trastornar de forma más o menos grave la forma en
que nos comunicamos y nos relacionamos con otros; las rutinas de la vida diaria se
rompen, y ya nada suele tener sentido, pues se crea un desorden de aquellos canales de
comunicación y patrones de interacción que reafirman el sentido de estabilidad y que
permiten desarrollar y confirmar la identidad y la autoestima. La intensidad de esta
respuesta (de este desorden en nuestro mundo) dependerá del papel que tenía el difunto
en una o más áreas de esa vida en común.

Aunque la interacción social parece ser un factor clave que permite que el deudo
comience a reconstruir su realidad con un significado e identidad en la vida, las
circunstancias de esta interacción con el deudo reciente son notablemente complejas; al
parecer los deudos son de lo opinión de que mientras ellos tratan de que su "status" pierda
importancia en las conversaciones habituales, los demás creen que están obligados a
basarse en tal "status" antes de entablar una conversación común.

Por otra parte, es evidente la considerable dificultad que los deudos tienen para manejar
los elementos de su propia situación; como parte de la fase inicial de shock y aturdimiento,
frecuentemente no saben reiniciar las actividades de la vida diaria que abandonaron antes
de la muerte. Una gran parte de estos problemas deriva de su propio "status", que les deja
libre la posibilidad de ser tratados con demostraciones de pesar, sin importar como haya
sido su comportamiento inicial. Solo con el tiempo pierde este "status" a los ojos de los
otros y deja de soportar el tratamiento de "persona de duelo" (tiempo habitualmente muy
variable y en parte sujeto a la conducta manifestada por el deudo y las consideraciones
particulares del otro). Con frecuencia este momento llega bastante antes de que la
persona misma haya dejado de considerarse en duelo.

Habitualmente, las personas en duelo, durante una interacción normal, suelen proceder,
en primer lugar, a aligerar la presión que su "situación de duelo" impone sobre su
interlocutor, lo cual lleva a cabo, generalmente, conversando sobre materias que no se
refieran al tema del duelo; cuando es el propio deudo quien inicia la conversación del
"tema", la situación es vivida frecuentemente con alivio, siempre y cuando el número de
palabras utilizadas en su referencia no sea muy extenso. Así, una de las ventajas de tener
personas cerca de ellas, con las que comparten el “status" de deudo, es la libertad de
poder hablar de "otras cosas" no relacionadas con la pérdida. Algunos también señalan la
necesidad, a menudo durante un largo período de tiempo después de la muerte del ser
26
querido, de contestar al teléfono con un tono grave para aparecer como el receptor
adecuado de las condolencias que el interlocutor ha de ofrecer, o de querer hablar de sus
seres queridos meses después, cuando los demás ya consideran que no debe hablarse
más de ellos. La anticipación del trato de los otros como doliente mantiene a la persona de
duelo dentro de este status, al menos en sus encuentros públicos.

La familia, por otro lado, tampoco escapa a las dificultades de interacción que la situación de duelo
crea entre sus miembros. Habitualmente las personas que están asociadas con otras en términos
de parentesco se consideran con derecho a enterarse de la muerte de uno de los miembros de la
familia de forma directa. El círculo más íntimo, la familia inmediata -aquella serie de personas que
tienen derecho al uso no calificado del "mi", como una manera de describir la relación con el
muerto, cuando este uso puede emplearse como un medio de afirmar justificadamente sus
derechos de recibir el tratamiento de quien ha sufrido una pérdida - tiene derecho de conocer la
muerte del familiar en forma rápida y directa, minutos u horas después de su ocurrencia,
esperando ser informados personalmente o por teléfono, considerándose inapropiado el hacerlo
por carta o telegrama, a menos que la situación geográfica así lo demande. Así, los miembros de
la familia inmediata tratan de transmitir las noticias de la muerte según un orden supuesto de
información.

Aquellos que no tienen contacto íntimo con la familia, al igual que los amigos, consideran
que hay un "momento oportuno" para encontrarse con el deudo reciente. Al parecer es
importante asegurarse de no ser un "intruso" durante la visita de condolencias, evitando en
lo posible alguna escena familiar íntima. Por otra parte, en ocasiones de aflicción aguda,
suelen surgir individuos que cumplen la función de "organizar" tales visitas.

Si bien la muerte se considera un "asunto de familia", la ocasión del duelo puede constituir
un modo en que se rompen las reglas generales de convivencia; con bastante frecuencia
la "casa de los deudos" suele permanecer "abierta" durante los días que siguen
inmediatamente a la muerte. Así, se encuentra en tales circunstancias tal mezcla de
familiares, amigos, conocidos, compañeros y vecinos que, en virtud de la tan
extremadamente variable perspectiva que los presentes tienen del difunto, tal reunión se
convierte en verdaderos "momentos sociales". Esto no necesariamente tiene que tener
un efecto negativo, es preferible esto al alejamiento, al "encerrarse", a la nociva negación
o al rechazo de la realidad.

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PAUTAS GENERALES PARA EL MANEJO DEL


ESTRÉS AGUDO EN DUELO

Intervención en crisis (Evaluación Personal in situ o telefónica)

I. INTRODUCCIÓN

Un principio rector de nuestra actitud ética es la consideración de que el deudo es un


individuo normal, sometido a una circunstancia profundamente perturbadora y estresante,
y que responderá a ella de acuerdo a su verdadera y específica historia personal y a su

27
propia circunstancia biopsicosocial y familiar. Además, en la expresión del dolor por la
pérdida de un ser querido intervienen una serie de factores que son propios a cada
circunstancia.

El diálogo con un deudo presupone en principio las condiciones psicológicas de todo buen
diálogo, y estas son, entre otras, la actitud de respeto a la interioridad del otro, el escuchar
realmente lo que se dice y lo que no se dice expresamente, el ayudar al otro a que perciba
por sí mismo sus problemas y a que descubra la dirección de una solución.

Existen algunos elementos particularmente deseables que son condiciones para el


establecimiento de cualquier relación humana y profesional con el deudo, matizadas por la
flexibilidad que rige a todo intercambio bidireccional y que constituyen la actitud de apoyo
o soporte (de "acompañamiento") propuesta en la asistencia al deudo:

1. Interés y preocupación genuina por el deudo y su familia (la preocupación es uno de los
atributos más altamente valorados, junto con la compasión; pocas cosas pueden molestar
más que un compromiso fingido).
2. Sentimientos amigables o calurosos hacia él (empatía).
3. Autenticidad, real, natural, honesta y sincera.
4. Calidez, espontánea, acogedora y preocupada.
5. Deseo de ayudar.
6. Continuidad en la ayuda ofrecida, tanto al deudo como a la familia.

A. Respecto al asistente

1. Una forma de entrevista tranquila, no presionante, es importante, aun cuando pueda ser
corta; una entrevista de veinte minutos es a menudo suficiente para el muy angustiado.
Recuerde que lo más importante es escuchar; así, ahorre palabras y no hable mucho.

2. Enfoque la entrevista en el deudo y concédale suficiente atención a sus problemas, de


lo contrario puede reflejar algún rechazo al preguntarle sobre problemas que no puede o
no quiere tratar.

3. La esencia misma de la atención a los deudos es acompañar, y no "curar"; si parte de la


idea de que su ayuda es para quitarle "del todo" el dolor al deudo, vivirá su presencia y
persistencia como un fracaso, circunstancia que a su vez repercute en la manera de tratar
al deudo. Por otro lado, "no hacer nada" es un factor fuertemente creador de ansiedad;
para cada situación existe siempre un momento determinado para "hacer" y otro para
"escuchar". Solo cuando el deudo es rechazado porque su dolor (o su forma de expresar
su dolor) es inaceptable, el "no hacer nada" llega a ser angustiante.

4. No existe un modelo de pérdida, tipo de muerte, edad, circunstancias familiares u otro


indicador en el cual poder confiar para decidir cómo se va usted a enfrentar a un deudo en
crisis. No obstante, sí existe un modelo promedio de conducta, aquella que propicia una
vía de comunicación permeable y no interrumpida por los obstáculos que el propio
asistente pone en la misma.

28
5. La adaptación de la atención a cada deudo es una necesidad evidente puesto que este
deudo en particular es diferente de los demás; la flexibilidad y la adaptabilidad de los
comportamientos debe ser la única norma común. Además, es preciso reconocer que las
necesidades del deudo y su familia cambian con el tiempo: lo que hoy con su intervención
pudo ayudarles, tal vez mañana no lo haga, pues sus necesidades, con el paso del tiempo
pueden llegar a ser más complejas.

6. Usted no es inmune al dolor del otro; en el momento en que construya una "coraza
protectora" perderá su capacidad de "asistir", de "compasión", aun cuando conserve un
manejo adecuado y científicamente elaborado del duelo agudo. Por otra parte, el asistente
no puede suprimirle de una vez al deudo el sentimiento de "estar sólo en su dolor" y el
"dolor de la pérdida" del ser querido (es decir, no puede "quitarle milagrosamente" su
dolor), pero si comparte con él esos sentimientos mediante una relación adecuada y en
conversaciones sinceras, podrá sin duda abrir entre ellos y usted un camino de
acompañamiento que, gracias a esa solidaridad, se le haga soportable su dolor.

7. Muchas personas temen no ser capaces de encontrar las palabras apropiadas o el


momento oportuno para hablar con una persona en duelo. Tal temor tiene que ver con la
concepción muy generalizada de que las personas que asisten a personas en duelo tienen
que decir "aquello" o al menos "algo"; concepción que es, por supuesto, errónea. No sólo
por que en ocasiones las preguntas más expresas no se formulan como demanda de una
respuesta sino como expresión de una sensación, sino porque la capacidad para escuchar
está por encima de la capacidad para decir algo.

8. En principio, lo que se espera del asistente no es "que diga algo de lo que el deudo
pueda sacar provecho", sino que asuma el sentimiento en el que se hizo la manifestación;
es decir, que sea capaz de escucha r-sin intervenir- todo aquello que acosa y angustia al
deudo en el momento mismo de la entrevista. No debe dar consejos, debe escuchar y
propiciar un ambiente de conversación sincera y abierta. El dolor, el miedo, la rabia, la
culpa, el desasosiego, la preocupación, etc. pueden y deben ser expresados.

9. En el trabajo con deudos en crisis puede ser frecuente que usted se sienta irritado,
nervioso, desasosegado y con ganas de que "todo este trabajo acabe pronto", no se
impaciente. Esto no le sirve de nada, pues algunos deudos pueden no comportarse según
las reglas habituales de convivencia por que su situación actual es nueva y
tremendamente perturbadora, aunque para usted pueda ser muy repetida. Si usted adopta
una actitud agresiva, corre el riesgo de desencadenar una reacción desagradable.

10. No espere lo imposible; usted no hace milagros ni tiene las respuestas a todas las
preguntas. Por ello, no se involucre en asuntos familiares, religiosos, legales o de
venganza; remítalos a ellos mismos o a la autoridad competente.

11. Ayudar a los deudos supone admitir la muerte; si es sincero con usted mismo y lo
pregunta, verá como sus sentimientos son idénticos a los de otros. Aunque la muerte
puede llegar a volverse una rutina para el asistente, recuerde que casi siempre es algo
totalmente desconocido e imprevisto para el deudo.

12. Apiadarse del deudo no representa para él ninguna ayuda; la capacidad para estar a
gusto con un deudo es una cualidad muy valorada.
29
13. Las respuestas a los distintos problemas que se originan en el trabajo con deudos
deben buscarse en el mismo contexto en el cual se dieron origen; los recursos propios y
del equipo son los elementos que constituyen la base en la cual encontrar las respuestas
más aproximadas a las distintas demandas que puedan presentarse, matizadas por el
sentido común y la empatía tan necesaria en este trabajo.

B. Respecto a la entrevista

1. Salude a la persona como normalmente lo haría, busque una silla y siéntese cerca de
él/ella; quedarse de pie es considerado como inapropiado y expresivo de un deseo de salir
lo más pronto posible. Es mejor evitar tópicos como "no llore", "no se preocupe", "piense
en los demás", "tiene que ser fuerte", etc.

2. La conducta que se tome ante el deudo debe ser apropiada: una actitud jovial y
superficial, la cual parece negar la seriedad y gravedad de la situación, no es adecuada. El
abatimiento y la tristeza tampoco son bienvenidos. La aproximación al deudo debe mostrar
respeto y preocupación por la situación, y reflejar la voluntad de compartir intereses u
otros aspectos de la vida del deudo sin enfocarse sólo en la pérdida. Un acompañamiento
no ansioso es el tipo de interacción requerida, siendo sensible al humor de la persona.

3. En principio, deberá indicar claramente que usted está disponible para acompañar al
deudo el tiempo que él considere oportuno; la frecuencia y duración de las entrevistas
futuras dependerá de la situación del deudo y, por supuesto, de su demanda. En gran
parte, es el deudo quien decide el momento de tales entrevistas. Lo principal es estar
disponible y no hacerse el sordo. Esta actitud evita imponer una entrevista a un deudo que
puede no estar adecuadamente dispuesto en un momento determinado.

4. Saber cuando terminar la entrevista también es importante; para algunos deudos diez
minutos es mucho tiempo, para otros un hora es muy corta. Simplemente diga: "pienso
que ya he estado lo suficiente"; si el deudo replica "no", o "por favor quédese usted",
puede estar más tiempo. Si el deudo está de acuerdo con usted, es ciertamente tiempo de
marcharse. La consistencia y la perseverancia son fundamentales, así como la calidad del
tiempo es más importante que su cantidad. No haga promesas -el deudo puede ser un
experto en promesas rotas-, de apoyo efectivo.

5. Debe dejar que el deudo tome la iniciativa en la conversación. Sea un buen oyente y no
se incomode por los intervalos en la conversación. No tiene que pensar que tiene que
decir algo. Si el deudo confía en usted, se comunicará abiertamente.

6. Toda comunicación hablada envuelve un lenguaje no verbal y, en general, la


comunicación no verbal es la más honesta; la solución más simple es no fingir. Por otra
parte, el afecto físico como comunicación también es importante: una palmadita en el
brazo, un ademán, un guiño o una sonrisa a menudo transmiten un entendimiento y una
tranquilidad importante que no pueden ser expresados con palabras.

7. Debe enfatizarse que nada de lo que la persona diga carece de interés, no es


importante o es indiferente; debe estar muy atento, incluso para aquello que parece
30
irrelevante. Debe tratar de recordar cualquier cosa en particular que el deudo haya dicho;
es más, las cosas que no haya expresado verbalmente también deberán ser registradas.

8. El deudo debe tener la oportunidad de expresar toda la ansiedad y dolor de lo que está
en su cabeza, hablar acerca de temas religiosos, sentimientos de rabia y culpa y de la
esperanza en una vida más allá de la muerte. Aunque la filosofía del deudo y sus
creencias religiosas deban ser respetadas, es también importante que usted sea honesto
si se le pregunta acerca de las propias ideas y creencias; esta es una pregunta que
muestra que el asistente aprecia el punto de vista del deudo aunque éste no sea
compartido.

9. En el curso de estas entrevistas es necesario respetar los mecanismos de defensa,


dejar que la persona muestre sus sentimientos, ser un niño si lo desea, o estar agresivo.
La rebeldía, durante la primera etapa, puede ser un modo efectivo de tratar un problema
tan grave como la pérdida de un ser querido.

10. Sin dar una regla, lo mejor que puede hacer es abordar estas entrevistas sin una idea
preconcebida de lo que va a pasar, dejando siempre una esperanza al principio en caso
de hablar de lo doloroso de la situación, y nunca darse prisa. El deudo suele ser quien
marca la pauta a seguir.

11. No tener una visión exacta del curso del duelo y de las características de la aflicción
aguda y, en consecuencia, de no poder acomodarse suficientemente a la situación y
sentimientos del deudo, es un obstáculo con el cual puede tropezar el asistente poco
experimentado o que demanda desde un principio el "tener todas las respuestas" sin antes
conocer al propio deudo o al proceso de recuperación.

II. LAS HERRAMIENTAS

A. Escuchar y entender
Escuchar no es un procedimiento pasivo y distante, por el contrario, mediante esta actitud
el asistente le transmite al deudo que está interesado y es un miembro activo de la
relación. La comprensión no se expresa por medio de "sermones", "slogans" o
comentarios muy largos al deudo, más bien debe economizarse el lenguaje intentando
clarificar lo que el deudo está diciendo y ayudando a facilitar el flujo de la comunicación. El
objetivo principal con esta herramienta es ayudar al deudo a que se exprese, y si el
asistente hace preguntas innecesarias, habla muy a menudo, da explicaciones muy
prematuras, reasegura muy rápidamente o desarrolla elaborados discursos, va a interferir
con la comunicación del deudo.

B. Ventilación de sentimientos

Permite la comunicación verbal e infraverbal de sentimientos que habitualmente el deudo


no expresa a nadie más, logrando de este modo reducir la tensión subjetiva y, por
consiguiente, cierta disminución en los síntomas que dependen de ésta. Su efecto
terapéutico es reforzado por la actitud comprensiva del asistente, desprovista de
elementos condenatorios, culpabilizantes o moralistas.

31
C. Facilitación o Evocación

Con este elemento el asistente estimula la comunicación y obtiene mayor información de


un tema determinado. La evocación puede ser directa o indirecta: es directa cuando se
pregunta especificando lo que se quiere conocer pero siempre evitando sugerir la
respuesta; para evitar respuestas inducidas no se deben hacer preguntas cerradas, que
conduzcan a respuestas de Si-No. Si obtenemos una respuesta cerrada, se debe procurar
re-formular la pregunta dándole igual peso a las alternativas propuestas. Es indirecta
cuando se invita o estimula al deudo a continuar elaborando un tema sin especificar el
contenido de lo que se quiere conocer; esto se hace generalmente repitiendo parte de lo
que el deudo acaba de decir o utilizando "muletillas" en forma de pregunta o mostrando
interés. Otra forma de evocación indirecta es resumir lo que el deudo acaba de decir o
preguntar simplemente "¿Hay algo más que quiera añadir o decirme?". Las pausas o
silencios entre frases o comentarios del deudo, a veces tan incómodos y angustiantes,
también pueden servir en algunos casos como estímulo indirecto para facilitar la
comunicación de un determinado tema, particularmente aquellos más delicados y
emocionalmente impregnados.

D. Apoyo

Esta herramienta incorpora todos los actos que comunican el interés o comprensión del
asistente por el deudo o que promueven más seguridad en la relación. También se refiere
a aquellas expresiones o acciones que se dirigen a restaurar el bienestar o confianza del
deudo, especialmente cuando hay temor o ansiedad. El apoyo no debe hacerse hasta que
se hallan examinado cuidadosamente los problemas primarios del deudo, ya que si su
evaluación ha sido incompleta o si el apoyo se manifiesta muy rápidamente esto puede
impedir que el deudo explique sus problemas completamente o puede causar
desconfianza e inseguridad. Como elemento clave del apoyo, la reaseguración va
orientada a indicar al deudo que su situación no es tan desesperada ni tan mala como él
piensa (pues "hay cosas que pueden hacerse y que van hacerse a partir de ese momento
en búsqueda de un alivio de su dolor"), pero siempre legitimizando conjuntamente sus
sentimientos respecto a esa situación. Recordar al deudo su comportamiento en ese
momento de crisis, una vez recuperado y enfrentado posteriormente a una situación
semejante, es un recurso hábil y extremadamente útil de apoyo al deudo.

E. Clarificación

La clarificación no hace referencia a interpretaciones de lo que el deudo dice o expresa


verbal o infraverbalmente, sino al procedimiento por el cual el asistente se asegura de que
él y el deudo están entendiendo lo mismo. Tiene el fin de estimular o planear decisiones al
indicar alternativas y consecuencias sin dirigir al deudo a seguir un curso específico de
acción; clarificar no es igual a agregar información.

F. Persuasión o reestructuración cognoscitiva

Estrechamente ligado a la educación, esta herramienta pretende modificar de una manera


más sistemática actitudes o conceptos erróneos o maladaptativos por medio de
razonamientos de tipo lógico y racional; por ejemplo, ciertos niveles de depresión pueden
deberse a metas muy elevadas o poco realistas en el deudo, y la clasificación de tareas,
32
animando al deudo a tomar pequeños pasos gradualmente, favorece el sentido de dominio
y disminuye la impotencia y la frustración mediada por objetivos no realistas en el deudo o
en su familia. Debido al progresivo deterioro físico del enfermo esta herramienta requiere
una constante reevaluación, adaptándola a las necesidades del deudo y, muy
especialmente, sin olvidar que el propio deudo lleva una "contabilidad propia" de sus
pérdidas, adaptándose la mayoría de las veces redistribuyendo sus tareas de forma
anónima y encubierta.

G. Dirección

Son afirmaciones o actos que indican o exigen claramente lo que se debe hacer. En la
atención al deudo se emplean dos variedades de dirección: directa, por ejemplo: respecto
a la forma de aligerar la tensión interna (ventilación), e indirecta, en cuanto a la familia, en
forma de sugerencias en relación a aspectos emocionales y conductuales de la vida diaria
en general (p.ej., terapia del hombro-oído-abrazo). La autoridad del asistente-experto en
duelo sólo deberá emplearse cuando otras medidas menos potentes o incisivas hallan
fracasado, o en caso de peligro inmediato a la vida del deudo, de otros a su alrededor o
del sistema de apoyo psicosocial.

H. Educación

El ejemplo más claro de esta herramienta, que de hecho posee efectos terapéuticos, es
cuando determinados síntomas (p.ej., presencia de un oleada de angustia aguda) están
basados en concepciones erróneas ("infarto del corazón", muerte inminente). La
información que pueda impartir el asistente acerca de las oleadas de angustia aguda y de
los otros síntomas/fenómenos que se presentan durante la fase aguda del duelo pueden
tener un gran valor desde el punto de vista terapéutico y profiláctico. La educación del
deudo y de la familia es una de las herramientas de mayor utilidad en la práctica
asistencial, y cuyos beneficios dependen en parte del tiempo que el asistente dedique a su
elaboración.

I. Sugestión

Se refiere a expresiones o actitudes no verbales que de una u otra forma dan consejo,
dirección sutil o guía sin que el deudo se sienta obligado a realizar tal mandato. Hablarle a
la familia acerca de los objetos personales del ser querido fallecido y de qué hacer con
ellos, es una forma sutil de sugestión para lograr un alivio de la angustia asociada a ello.

J. Estructuración o Manipulación Ambiental

Información relacionada con la redistribución de roles y tareas, intervención de personas


significativas en la vida del deudo y búsqueda de recursos dirigidos al confort del deudo en
crisis y bienestar de la familia son ejemplos de esta herramienta.

K. Confrontación

Permite enfrentar al deudo con algún elemento de su comportamiento que no está siendo
expresado verbalmente sino en forma no verbal, y que en algún momento puede adquirir
características maladaptativas; por ejemplo, la irritabilidad siempre presente y permisible
33
hasta cierto nivel puede tener que ser confrontada para lograr un nivel más adaptativo a la
pérdida y a su proceso de recuperación. Por otro lado, comentarios como "lo noto muy
decepcionado cuando menciono...", "parece ponerse más nervioso cuando me habla
de...", entre otros muchos, son formas de confrontación que permiten explorar niveles
infraverbales del área emocional del deudo.

L. Interpretación

Herramienta que, aunque de menor uso que las anteriores, puede llegar a ser muy útil en
la práctica diaria con los deudos. Así, sentimientos de rabia o irritabilidad hacia algún
miembro de la familia, otras familias, los servicios de salud, hacia la medicina en general o
hacia el mundo, la sociedad, dios y la vida, pueden, tras su interpretación cuidadosa,
lograr un mayor nivel de control y comprensión, tanto en el asistente como en el deudo.

III. ABORDAJE (El Proceso de la Atención)

El abordaje de los "momentos críticos" de estrés agudo (por lo demás muy frecuentes en
el entorno funerario, tanto in situ, en la propia empresa y salas de velación, como
telefónico) es en gran medida de continencia, entendiéndose ésta como a la serie de
actos, expresiones y conductas dirigidas a "sujetar" o "contener" al sujeto ante una
situación creada, proveyéndole de un marco de referencia en donde pueda sentirse
protegido, comprendido y atendido en sus temores y angustias.

Para el manejo de estas situaciones se sugieren los siguientes pasos:

(1) UBIQUE: Sitúe a la persona en un lugar privado donde pueda dar expresión abierta a
su dolor y siéntese junto a ella; esta habitación deberá ser cómoda, segura, austera y
desprovista de objetos peligrosos. En caso de no disponer de este recurso (habitación),
aíslese un poco de las demás personas, siéntese junto a ella y anime la expresión de los
sentimientos dolorosos. El acompañamiento deberá ser tan largo como la persona así lo
exprese. Si la ayuda es por teléfono, pregunte el lugar dónde la persona se encuentra y
las personas con quien se halla. En la medida de lo posible, intente siempre que esté otro
familiar presente.

(2) LEGITIMICE: Es importante reconocer que los consejos "no piense más en eso", "no
se preocupe" o "no llore", son pueriles, ingenuos, imposibles de lograr y no ofrecen ningún
apoyo al deudo; por el contrario, al legitimizar sus preocupaciones (al decirle que es
normal lo que siente) le situamos en un contexto de normalidad, pudiendo incluso
introducirle en un rango de respuestas normales que pueden a su vez servirle como base
y antecedente para futuras reacciones similares en otras fases del duelo. Más efectivo que
asegurarle que todo irá bien es reafirmarle que nos ocuparemos de él y que hemos
tomado las medidas posibles en tal sentido. Habitualmente el deudo tiene la necesidad
imperiosa de saber y comprobar que se le presta atención, se le respeta y se toman
medidas referentes a su situación emocional.

(3) PROGRAME: Si es posible, deberá decidirse conjuntamente un curso inmediato de


acción, prioridades u objetivos a lograr (p.ej., control de la ansiedad y la angustia con
34
medicamentos y/o con técnicas de relajación). Esto da al deudo una sensación de dominio
y confianza, reasegurando el abordaje de cada uno de los problemas que le angustian y le
preocupan.

(4) ACLARE: Ante preguntas del deudo, es importante no apresurarse a responder; suele
ser más útil intentar con repreguntas, decodificando en realidad qué es lo que le inquieta.
Generalmente las cosas son mucho más simples de lo que la pregunta aparenta y de lo
que en nuestra imaginación creamos; así, es importante no agregar nuevos temas, sino
sólo contestar a los que está preguntando. Si usted no sabe la respuesta, sea sincero pero
esperanzador ("buscaremos ayuda").

(5) COMPROMETA: Considerar siempre a la familia como elemento de continencia es un


aspecto fundamental de las intervenciones en crisis. Explique a la familia el proceso a
seguir y la importancia de su colaboración y compromiso en el control de la situación
actual. Si la ayuda es telefónica, pídale al deudo que le pase a otro familiar cercano y
explíquele lo que se va a realizar.

(6) BUSQUE: Lo que realmente importa de la atención en crisis no es un profundo


conocimiento y análisis de la estructura mental del deudo, sino una humana, somera,
cálida y cordial relación asistente-deudo, adoptando una actitud de escuchar y
comprender. Si no podemos aceptar hablar con él de lo que es su problema, sea lo que
sea, porque supera nuestras fuerzas o recursos, debemos ser conscientes de ello y
buscar el apoyo necesario en esta situaciones que pueden parecernos inmanejables.

(7) CONSIDERE: En una situación tan aguda como la del duelo, con frecuencia los
pensamientos de suicidio suelen hacer presencia y generan una gran angustia en el
entorno que rodea al deudo y en el propio asistente. Si los antecedentes personales del
deudo son positivos para trastornos psiquiátricos, deberá hablarse con un familiar cercano
y sugerirles ayuda profesional. En caso contrario, cuando no hay antecedentes, escuchar
las quejas principales del deudo, jamás juzgar ni criticar, y orientar al deudo hacia una
actitud constructiva o positiva es una forma de apaciguar la situación. En todo caso, no
deje de sugerir ayuda profesional y/o remitir a instituciones especializadas.

(8) TRATAMIENTO: Las crisis de pánico o su presunción deben ser abordados, en


principio, desde un punto de vista farmacológico, es decir, con medicamentos, dada su
capacidad para inducir conductas anómalas y perjudiciales para el deudo (disponer de un
botiquín de urgencias), por lo tanto, deberá remitir a una institución especializada y/o a los
servicios médicos del deudo (seguridad social, empresa promotora de salud, etc.).

(9) ASEGÚRE: Una vez finalizada esta primera intervención, asegure al deudo la
continuidad de la atención y los servicios adicionales que pueda poner a su disposición
(literatura, conferencias, consulta personalizada, grupos de duelo, talleres especiales). El
objetivo es que el deudo entienda y asuma responsablemente la posibilidad de asesorarse
con "acompañantes de duelo" durante el período que el deudo y/o su familia así lo
necesiten.

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35
ESCALA DEL ACOMPAÑANTE DE DUELO

Nombre:
Edad:
¿Quién era el fallecido?:
Fecha del fallecimiento:
Nombre del Acompañante de duelo:
El acompañante es con usted... (Parentesco)

1. Tiene información sobre el duelo:


2. Tiene un duelo muy reciente:
3. Sabe escuchar:
4. Es comprensivo:
5. Está disponible:
6. Es sensible:
7. Es paciente:
8. Quiere escuchar:
9. Es tolerante:
10. Su presencia física es adecuada:

Puntuación
Nada = 0
Un poco = 1
Bastante = 2
Mucho = 3

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EL TRABAJO DE DUELO

1. Cargas Propias del Duelo


Son los componentes -síntomas y signos- propios de la aflicción: dolor, angustia, rabia
desesperación, sensación de vacío, soledad, ansiedad de separación, etc.

2. Cargas no intrínsecas al proceso


Se trata de los obstáculos que entorpecen y dificultan el desarrollo del proceso del duelo y
que están directamente relacionados con la aflicción y la pérdida: falta de información,
evitación, represión, aislamiento, rechazo, entorno conflictivo no sano para el desarrollo
del duelo, etc.

36
3. Asuntos Pendientes
Son todas aquellas cosas relacionadas con pérdidas previas de todo tipo (además de los
asuntos pendientes por la pérdida actual) y que no fueron adecuadamente resueltas en su
momento, generando una impronta en la situación actual y/o alterando la capacidad de la
persona para resolver la pérdida actual.

4. Crisis concurrentes
Se trata de los obstáculos que entorpecen, dificultan y retrasan el desarrollo del proceso
del duelo y que no están directamente relacionados con la aflicción y la pérdida: delicado
estado de salud, problemas económicos, obligaciones múltiples, enfermedad de otro
familiar, desplazamientos, violencia, etc.

ESCALA DE EVALUACIÓN DEL TRABAJO DEL DUELO

Al analizar el Trabajo del Duelo –todo lo que debe hacer y a todo lo que se tiene que
enfrentar para recuperarse de la pérdida de su ser querido- encontramos varias cosas que
pueden hacerle más pesado o difícil su trabajo de recuperación. En las siguientes
preguntas encontrará algunas de ellas. Le rogamos responda lo más sinceramente posible
que pueda si considera que ese problema en especial le genera más o menos problemas
para su recuperación en base a la escala siguiente:

0: No (no me genera problema)


1: Un poco
2: Bastante
3: Mucho

I. Cargas Propias del Duelo (ponga en la casilla de enfrente el número correspondiente):

1. Incredulidad ( )
2. Negación ( )
3. Aceptación ( )
4. Inquietud ( )
5. Crisis de angustia ( )
6. Pesadillas ( )
7. Miedo ( )
8. Temor al muerto ( )
9. Boca seca ( )
10. Suspiros frecuentes ( )
11. Debilidad muscular ( )
12. Llanto ( )
13. Rabia ( )
14. Temblor incontrolable ( )
15. Perplejidad ( )
16. Trastornos del sueño ( )
17. Cambios del apetito ( )
18. Manos frías y sudorosas ( )
19. Náuseas ( )
20. Orinadera ( )
37
21. Diarrea ( )
22. Bostezos ( )
23. Palpitaciones ( )
24. Mareos ( )
25. Disminución de la concentración ( )
26. Trastornos de memoria ( )
27. Ansiedad de separación ( )
28. Sensación de vacío ( )
29. Pérdida de control conductual ( )
30. Estrés prolongado ( )
31. Buscar al ser querido en todas partes ( )
32. Culpa ( )
33. Sentir la presencia del muerto ( )
34. Aislamiento ( )
35. Fatiga ( )
36. Debilidad ( )
37. Repasar lo sucedido una y otra vez ( )
38. Soledad ( )
39. Necesidad de sueño ( )
40. Desesperación ( )
41. Desamparo ( )
42. Impotencia ( )
43. Reasumir el control de la propia vida ( )
44. Abandonar roles anteriores ( )
45. Buscar un significado a lo sucedido ( )
46. Perdonar ( )
47. Aprender a vivir sin esa persona ( )
48. Otro (especifique):

Puntuación: _____ Promedio: ______

II. Cargas no intrínsecas al proceso (Ponga en la casilla de enfrente el número


correspondiente):

1. Falta de información ( )
2. Evitar sentir ( )
3. No pensar ( )
4. Reprimir los sentimientos ( )
5. Llorar solo ( )
6. Entorno represivo ( )
7. Aislarse de otros ( )
8. Rechazar los sentimientos ( )
9. Ansiedad ( )
10. Depresión ( )
11. Soledad ( )
12. Otros (especifique):

Puntuación: _____ Promedio: ______

38
III. Asuntos Pendientes (Ponga en la casilla de enfrente el número correspondiente):

1. Muerte del papá ( )


2. Muerte de la mamá ( )
3. Divorcio o separación de los padres ( )
4. Encarcelamiento de uno o ambos padres ( )
5. Muerte de un familiar que vivía en la misma casa ( )
6. Enfermedad/incapacidad grave en papá, mamá o hermano ( )
7. Abusos sexuales en la infancia ( )
8. Llegada de un nuevo miembro a la familia ( )
9. Cambios importantes a nivel económico ( )
10. Muerte de un amigo íntimo ( )
11. Discusiones frecuentes de los padres ( )
12. Hermano/a abandona hogar por matrimonio o estudio ( )
13. Cambio de residencia (mudanza) ( )
14. Cambio a una escuela nueva ( )
15. Muerte de una mascota ( )
16. Pérdida de objetos amados por robo ( )
17. Pérdida de objetos amados por incendio ( )
18. Pérdida amorosa ( )
19. Pérdida de año escolar ( )
20. Violencia intrafamiliar ( )
21. Violencia en el barrio, ciudad o pueblo ( )
22. Miseria económica ( )
23. Desplazado de otro pueblo o dentro de la ciudad ( )
24. Haber sufrido amputaciones de alguna extremidad ( )
25. Haber sufrido quemaduras visibles (p.ej., en cara) ( )
26. Haber sufrido cirugías visibles (p.ej., en cara) ( )
27. Muerte sin despedida ( )
28. No haberle dicho que le amaba ( )
29. No haberle dicho … ( )
30. No haberle pedido perdón ( )
31. No haber hecho … ( )
32. No haber sido mejor padre, madre, hijo/a, hermano/a, amigo/a, esposo/a, etc. ( )
33. No haber cumplido sus deseos ( )
34. No haber estado allí en ese momento ( )
35. No haber hecho las paces ( )
36. Otras (especifique):

Puntuación: _____ Promedio: ______

IV. Crisis concurrentes (ponga en la casilla de enfrente el número correspondiente):

1. Pobreza ( )
2. Leves dificultades económicas ( )
3. Moderadas dificultades económicas ( )
4. Graves dificultades económicas ( )
5. Obligaciones múltiples ( )
6. Sufre de enfermedad grave ( )
39
7. Cirugía pendiente ( )
8. Enfermedad de otro familiar ( )
9. Desplazamientos ( )
10. Violencia local ( )
11. Violencia intrafamiliar ( )
12. Abandono ( )
13. Ambiente familiar conflictivo ( )
14. Otro (especifique):

Puntuación: _____ Promedio: ______

PUNTUACION TOTAL: _____ PROMEDIO TOTAL: _____

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RESULTADOS DEL DUELO

Factores que afectan el resultado del duelo

La pregunta de qué es lo que constituye un buen o mal resultado en el duelo es todavía


equívoca en los investigadores y clínicos. En vista de que los patrones de reacción del
duelo normal no están todavía bien entendidos, es difícil determinar con precisión los

40
criterios para las reacciones anormales. No obstante, tres resultados posibles del duelo
han sido identificados, si bien existe una gran variación entre ellos:

1. Emancipación y crecimiento psicosocial: formación de nuevas y satisfactorias


relaciones, adopción de una renovada estructura de identidad personal y retorno al flujo de
vida normal. En una palabra, “ser mejor persona y tener mejores conceptos”.

2. Estancamiento: continuación de los patrones de vida y de los conceptos previos al


fallecimiento. Poco probable pues la muerte siempre nos cambia en alguna forma.

3. Represión: cambios adversos en la salud y/o funcionamiento; no invertir energía en


ningún cambio, retirarse y aislarse. En una palabra, “ser peor persona y tener peores
conceptos”.

El resultado escogido depende de diversas variables, incluyendo los inherentes a la


personalidad, variables circunstanciales y las características de la muerte. Un factor
adicional es la ganancia secundaria obtenida como resultado de moverse hacia una u otra
dirección.

Se han identificado varios factores que pueden afectar adversamente el resultado del
duelo; los más importantes que se recogen en la literatura incluyen:

1. Características de la relación con el difunto:


El grado de ambivalencia, culpa, hostilidad o excesiva dependencia pueden ser elementos
que causen problemas en la resolución del trabajo de congoja.

2. Personalidad premórbida:
Varios autores confirman una relación positiva entre personalidad premórbida y diferencias
en el resultado del duelo, no obstante no hay factores de riesgo específico demostrados.
Las variables de la personalidad que pueden afectar el resultado del duelo son:
personalidad propensa a la aflicción (ansiedad de separación intensa); antecedentes de
pérdidas familiares múltiples; sentimientos de insuficiencia, inferioridad e inseguridad;
personalidades ansiosas, ambivalentes y a menudo cuidadoras primarias compulsivas;
pobre salud física y mental; personalidades aprensivas, hipocondríacas, preocupadas y
ansiosas; personalidades ambivalentes y dependientes, incapaces de aceptar la expresión
de sentimientos y de revisar la relación perdida; personalidad histriónica, conducta
antisocial; neuroticismo alto y bajo control interno.

3. Características de la muerte:
El duelo en casos de suicidio es considerado como uno de los más difíciles de tolerar
debido a los grandes sentimientos de culpa y al estigma social que conlleva. La muerte
estigmatizante -p.ej., SIDA- es un factor de riesgo muy importante para el duelo
complicado (el superviviente como "portador del virus", conflictiva sociofamiliar, ausencia
de apoyo psicosocial, resocialización difícil, etc.). Por otra parte, sabemos que la muerte
súbita versus muerte anticipada suele producir diferentes resultados.

4. Apoyo social:
Si el superviviente tiene poco o ningún apoyo social, o lo percibe como insuficiente, el
daño sobre la aflicción puede ser profundo y penetrante.
41
5. Crisis concurrentes:
Depende en parte de las posibilidades individuales y de la disponibilidad de recursos
extras; sin embargo, y debido a que el trabajo de congoja demanda unos recursos
energéticos emocionales y físicos de proporciones inusuales, otras crisis coincidentes
(previas o nuevas), en un individuo cuya escasez energética no le permite tratar con otra
cosa que no sea su supervivencia, la aflicción puede ser inhibida, aplazada o exacerbada.

6. Edad:
Véanse los apartados correspondientes al duelo en la infancia y duelo en el anciano. La
edad es un factor atenuante pero no decisivo, si bien en los niños esto está aún un poco
indefinido y cada caso, según edad, suele ser diferente.

7. Sexo:
Los hombres típicamente reportan menos síntomas físicos y menos estrés afectivo que las
mujeres, haciendo que las viudas parezcan así más afectadas que los viudos. No
obstante, no parece haber un acuerdo en considerar al sexo como un factor de
trascendencia en el resultado del duelo, aún cuando las tendencias en su expresión
fenomenológica suele ser diferente.

8. Religiosidad:
No hay estudios concluyentes.

9. Situación socio-económica:
La mayoría de los autores concluyen que un bajo nivel socio-económico se asocia a un
pobre resultado del duelo. Por otra parte, una baja situación socio-económica es un factor
de riesgo pre-existente para cualquier situación de estrés, y no sólo del duelo.

De la misma forma, como ampliaremos un poco más adelante, puede presentarse una
discrepancia entre el tiempo cronológico y el tiempo biológico, lo mismo puede suceder
entre el tiempo subjetivo y los demás; de hecho, a diario ocurre entre el tiempo biológico y
el tiempo subjetivo: no nos sentimos tan viejos como el tiempo cronológico así nos lo dice.
De esta forma, la discrepancia (asincronía) entre el tiempo cronológico (el tiempo que ha
pasado desde el fallecimiento) y el tiempo subjetivo (lo que se ha vivido o trabajado el
duelo) puede llegar a ser muy notable y crear gran confusión, tanto en la misma persona
como en su entorno “¿por qué me sigo sintiendo tan mal si mi padre ya lleva 2 años?”.
Antes de emitir un juicio es preciso conocer todos los detalles referentes a la evolución del
proceso hasta ese momento; seguramente allí podrá objetivarse la razón o las razones
que llevan a esta asincronía: “aunque el tiempo cronológico es de 2 años, el tiempo
subjetivo (lo trabajado del duelo) corresponde sólo a 8 meses”. No es si no pensar, por
ejemplo, en lo que diferentes crisis concurrentes pueden hacerle al trabajo del duelo y a
los diferentes tiempos involucrados.

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44
LIMITES EN EL DUELO
¿Qué significa poner límites?

v Ir hasta donde uno quiere


v Permitir expresarse
v Limitar los comentarios que los demás hacen
v Decirle a la gente hasta dónde puede intervenir

Límites externos

Pensamientos o expresiones determinantes que delimitan una actitud hacia los demás:

• Recibo todas las personas que me quieran escuchar

• ¡No entren preguntones ni chismosos!

• Ayude, pero no estorbe.

• No haga preguntas tontas.

• Necesito besos y abrazos.

• Soy tolerante, pero no tanto.

• Permítanme sentir.

• Déjeme llorar.

• Si trae ideas productivas bien pueda siga.

• Sin comentarios.

• Prohibidos los malos comentarios.

• No de consejos, de apoyo efectivo.

• Si quiere ayudar escúcheme.

• Escúcheme y no pregunte tanto.

• Déjeme llorar.

• Tu compañía y tu oído me sirven más que tus comentarios.

• No hable bobadas.

• No quiero hablar con nadie.

• Me gusta que me pregunten por mi -ser amado fallecido-

45
• Estoy feliz porque tengo un angelito.

• ¡Entiéndame! estoy de duelo.

• Infórmese antes de hablar.

• Poner el decálogo del acompañante en duelo (en la puerta)

• Hoy no me encuentro, venga mañana

• Hoy no recibo vistas,

• Prohibidas las visitas,

• Hoy si recibo visitas,

• Póngase en mi lugar.

• Piense antes de hablar.

• Su inquieta curiosidad me incomoda.

• Hemos perdido un ser querido, estamos como perros rabiosos, por favor no entre.

• Prohibido el paso a curiosos.

• Todavía tengo dolor, porque mi hijo(a), todavía está muerto.

Límites internos

Pensamientos o expresiones determinantes que delimitan una actitud hacia sí mismo:

• Te fuiste para todo el mundo, pero no para mi.

• Toda la vida te vamos a amar.

• Lloro cuando me dé la gana.

• Llora cuando quieras, no te sientas mal cuando llores.

• Eres mi ángel de paz, tus alas llenan mi alma (poner una foto del ser querido).

• Ángel a bordo ( el mensaje va junto al corazón).

• Estoy aprendiendo!

• Soy libre de recordarte cada que lo deseo.

• Siempre estarás en mi memoria.

• Puedo gritar si quiero.

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• Busca compañía cuando quieras llorar.

• Busca ayuda cuando la necesites.

• Habla de tu ser querido cuando quieras.

• No reprimas tus sentimientos.

• Busca formas de comunicarte bien y constructivamente.

• No te desanimes cuando te sientas mal.

• Zona Húmeda (alguien llorando, con un charco de lagrimas).

• Se habla esperanza.

• Soy fiel a mis sentimientos.

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UNA ESTRATEGIA A SEGUIR

Este ejercicio puede realizarse en cualquier momento del duelo, si bien se debería hacer
preferentemente desde el inicio del mismo. Para su realización será oportuno que el
paciente/deudo lleve nota de la estrategia en un cuadernillo que le sirva a modo de
diario/bitácora de duelo.

- Definir con lujo de detalles lo que se siente en ese preciso momento en que se evalúa la
situación (muy importante en niños).

- Identificar, con nombre propio, cada una de las cosas que se sienten (más importante
aún en niños).

- Organizar por prioridad (puede ser por grado de intensidad o urgencia, requerimientos
externos, etc.), por reacciones o sentimientos que la persona considere “positivos”
(alegría, descanso, alivio, etc.) o “negativos” (dolor, tristeza, rabia, angustia, etc.) o por lo
que ella considere apropiado.

- Seguir en el tiempo la evolución de cada una de las emociones/sentimientos


identificados. Cada síntoma/sentimiento/reacción identificado amerita una estrategia
específica que deberá ser también “seguida” (evaluada) a lo largo del tiempo para
determinar su efectividad.

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ENTENDIENDO EL PESAR
Un camino hacia la recuperación

Puede ser de gran utilidad orientar al doliente para que exprese y canalice su pena a
través de una carta u otro escrito, para algunas personas puede ser difícil expresar, poner
en palabras o elaborar las frases que le permitan canalizar en forma coherente lo que
quieren entender y organizar en su mente para poder exteriorizarlo y ponerlo en
perspectiva, al hacerlo por escrito, se puede tener una mejor oportunidad para poner en
orden las ideas.

Vale la pena tenerlo como alternativa.


…………………………………………………………………………………..

Carta a:
Fecha:
Nombre de esta carta (*):

(*) La persona debe ponerle un nombre a esta carta, el que ella escoja, por ejemplo, "carta
declaratoria", "carta de reconciliación", "carta de despedida", etc. Esta carta puede

48
mantenerse en secreto, dejarse en la tumba, quemarse, ser compartida y discutida con la
familia u otro confidente -quizá como parte de una ceremonia conmemorativa privada- o
simplemente ser leída en voz alta ante otra persona. Cada uno es quien debe decidir qué
desea hacer con ella. Al escribir la carta, considere estos tres elementos:

1. Enmiendas o disculpas hacia la persona fallecida ("Te disculpo por....") por lo que ellos
dijeron o no dijeron, hicieron o no hicieron.
2. Pedir perdón ("Te pido perdón por....") por lo que dijimos o no dijimos, hicimos o no
hicimos.
3. Declaraciones emocionales importantes o cosas que nos hubiera gustado decirles y que
no les dijimos a su tiempo ("Me gustaba mucho tu forma de ser", "Admiraba mucho tu....",
"Nunca te dije que....").

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ENCUESTA DUELO VIUDAS/VIUDOS

Intente responder las que más pueda. Cualquier duda deje la respuesta en blanco y
pregúntesela a su terapeuta la próxima vez que le vea. Conteste lo más sinceramente que
pueda para que la información que obtengamos sea útil.

Fecha de realización:
Nombre:
Edad:
Número de Hijos:
Barrio donde vive:
¿Está usted trabajando? (Si - No)
¿Estaba el cónyuge trabajando? (Si - No)
¿Queda pensionada/o? (Si - No)
¿Es ama de casa? (Si - No)
¿Depende de los ingresos de otra persona? (Si - No)
Edad del fallecido:
Fecha del Fallecimiento:
Causa de la Muerte:
¿Cómo se enteró del fallecimiento?
¿Quién se lo dijo?
¿Estaba usted presente en el momento del fallecimiento? (Si No)
¿Realizó velación o velatorio? (Si No)
Si realizó velación, ¿cuántas horas?
¿Dónde realizó la velación? (¿Casa o sala de velación?)
¿Usa usted el luto? (Si No)
Si usa el luto, ¿cuánto tiempo piensa usarlo o lo usó?
En relación con el duelo, ¿está satisfecho con la ayuda que su familia le ha dado hasta
ahora? (Si - No)
¿Sufre de alguna enfermedad grave? (¿Cuál?)
49
Número de personas con las que convive:
¿Quiénes son las personas con las que convive? (parentesco)
¿Sus relaciones con las personas son iguales que antes? (Si No)
¿Son mejores? (Si No)
¿Son peores? (Si No)
¿Son iguales? (Si No)

El tipo de ayuda que usted más ha recibido hasta ahora es (Considere la ayuda recibida
como "Un Poco", "Bastante" o "Mucho"):

1. Informativo, es decir, información sobre el duelo, lo que puede sentir, qué puede hacer,
cuanto dura el duelo, etc.
2. Afectivo-emocional, es decir, abrazos, compañía, etc.
3. Físico-financiero, es decir, le han ayudado con dinero, con los oficios de la casa,
cuidado de los niños, etc.
4. Pertenencia a grupo, es decir, ha recibido ayuda de un grupo de duelo, de oración,
religioso, etc.
5. Aprecio-valoración, es decir, le dan ánimos, le prestan algún tipo de ayuda temporal, le
dicen palabras bonitas, etc.
6. Le han dado muchos consejos y le han dicho qué es lo que debe hacer y lo que no debe
hacer.
7. Otras ayudas (especifique).

ESCALA DE LAS TRES ESFERAS

Señale lo que considere más oportuno para su situación actual según los siguientes
valores:
En absoluto (no) = 0
En alguna medida (un poquito) = 1
Bastante = 2
En gran medida (mucho) = 3

1. Mi rutina diaria ha cambiado mucho ( ).


2. Mis conversaciones con otras personas se han deteriorado ( ).
3. Mi forma de reaccionar a las cosas ya no es la misma ( ).
4. Mi proyectos ya no tienen sentido ( ).
5. Mis ilusiones se han perdido ( ).
6. El caos se ha apoderado de mi vida ( ).
7. Mi vida se ha vuelto insegura ( ).
8. Mi mundo se ha vuelto caótico ( ).
9. Mi mundo es ahora peligroso ( ).
10. Ahora las personas me parecen extrañas ( ).
11. Ya no entiendo a la gente ( ).
12. Mi mundo ha dejado de ser confiable y seguro ( ).
13. Mis actividades diarias no tienen sentido ( ).
14. Mis conversaciones con otros ya no valen la pena ( ).
15. Mis propósitos del presente se han perdido ( ).
50
16. Mi planes para el futuro ya no tienen sentido ( ).
17. Mi vida ha dejado de tener sentido ( ).
18. Siento que he perdido parte de mi mismo/a ( ).
19. Me siento vacío/a ( ).
20. Me siento extraño/a ( ).
21. Me siento irreal ( ).
22. Me siento incompleto/a ( ).
23. Siento que ya no soy el/la mismo/a ( ).

TIPO DE RELACIÓN CON EL CÓNYUGE Y NIVEL DE ACEPTACIÓN

Considere el nivel de aceptación que usted actualmente tiene de la muerte de su cónyuge


respecto al tipo de relación mantenida con su esposo/a (No acepto, Acepto un poco,
Acepto bastante, Acepto mucho, Lo acepto totalmente). Solo considere aquel tipo de
relaciones que tenía o que usted consideraba que tenía. Apunte otro tipo de relación si lo
considera oportuno y su nivel de aceptación.

Tipo de relación
1. Compañero:
2. Amigo:
3. Parcero (colega):
4. Confidente:
5. Protector:
6. Pareja sexual:
7. Padre los hijos:
8. Líder:
9. Otra (especifique):
……………………………………………………………………..

RESPUESTAS A LA NOTICIA DE MUERTE

No hay forma fácil de dar las nuevas noticias, y el personal asistencial recibe poco o nula
instrucción en relación a como manejar tal situación. Usualmente es en la formación y con
la experiencia cuando se aprende.

Habitualmente el médico o la enfermera elabora una escueta historia de los hechos que
desencadenaron la muerte, no importa en que medida su limitado conocimiento del
fallecido pueda restringir el grado de posibilidades, en un intento de reducir parte del shock
que causan las muertes repentinas (no olvidemos el carácter imprevisto de algunas
muertes) y en lograr un mejor entendimiento de las noticias por parte de los familiares.
Por otra parte, también se pretende dar origen a algunos significados mediante los cuales
el acontecimiento puede ubicarse en una secuencia de sucesos naturales o accidentales;
esto es, la muerte como fenómeno inherente al ir muriéndose.

En el mundo médico, si uno le investiga para encontrar el ajuste donde los médicos
parecen actuar menos como médicos y los familiares menos como "familiares de
pacientes", las ocasiones de anuncios de muertes parecen ofrecerse como una situación

51
paradigmática; durante las conversaciones que se siguen a la declaración de la muerte, el
interés porque las demostraciones de pena sean adecuadas, por la coherencia de los
hechos, por el comportamiento social, por la información suministrada e intercambiada,
compiten y prácticamente anulan la competencia de los intereses que gobiernan toda
entrevista médica. Mediante su breve intercambio de observaciones, el médico y el
familiar, relacionados en tanto que personas, neutralizan efectiva y momentáneamente el
carácter radical discrepante de la perspectiva de cada uno con respecto al acontecimiento
de la muerte. Cada uno, más allá del respeto por la posición del otro, relega
temporalmente a la muerte a una importancia secundaria al acordad mantener un período
de "charla social".

Cómo se debe informar

Idealmente, las noticias deberán ser transmitidas por el médico que asistió al paciente
durante la enfermedad y quien (Se espera que) conoce suficientemente bien a los
familiares como para ser capaz de expresar las noticias de una manera que anticipe la
probable respuesta. Si el médico no está, otra persona, preferiblemente algún otro
miembro del equipo asistencial que también conozca a la familia, deberá transmitir la
información. No obstante, tanto a nivel hospitalario como ambulatorio, la comunicación de
la muerte suele ser un fenómeno simultáneo: habitualmente el médico sólo certifica la
realidad de un hecho que la familia ya había apreciado y que sin embargo se resistía a
creer.

La importancia de los últimos momentos se debe al hecho de que los pormenores del
encuentro serán recordados y referidos en gran detalle, expresando gratitud por la forma
cuidadosa o rechazo ante una insensibilidad percibida.

En el ámbito hospitalario, es importante llevar a la familia a un lugar tranquilo donde la


expresión de las emociones no sea embarazosa: también suele ser útil tener a otro familiar
presente en el momento de transmitir la información para facilitar la aflicción compartida.
Después de que la respuesta inicial ha disminuido, es importante que a la familia se le
ofrezca la oportunidad de estar a solas con el cuerpo del difunto: esto puede ser
confortante y refuerza la realidad. Posteriormente la discusión deberá responder a
cuestiones médicas. Una completa y clara explicación de las circunstancias que rodearon
y condujeron a la muerte suele se ya, de forma más tranquila, retomada y repetida. Las
respuestas abiertas y la discusión de las preguntas permite al deudo entender
intelectualmente las circunstancias que condujeron a la misma y la posibilidad de poder
aliviar o resolver interpretaciones erróneas de responsabilidad personal.

La reacción inmediata es usualmente la de un "shock", e incredulidad, aun cuando se


hubiese dado un período de aflicción anticipatoria, reflejando la fase inicial de duelo; el
rango de emociones varía desde el estoico y no emotivo al histérico. Ocasionalmente
ocurren respuestas patológicas; ellas son generalmente pasajeras, pero algunas pueden
llegar a ser extremas y requerir intervención para proporcionar confort y seguridad. El
patetismo del momento con frecuencia complica la capacidad para manejar la situación
rápidamente; además, problemas psiquiátricos previos pueden verse exacerbados en esos
momentos y resultar en una amenaza al propio sujeto o a otros.

52
Con el anuncio de muerte y la creación del "status" de deudo, sin embargo, la familia goza
del derecho temporal de suspender su interés por los requerimientos normalmente
forzosos de la conducta, la atención, la amabilidad, la deferencia y el respeto por el
entorno. Una compostura apropiada sólo suele exigirse a los familiares más lejanos,
amigos o conocidos; si el entorno es apropiado, pueden desbordarse sin miedo a ser
sancionados, teniendo el derecho de esperar que otros respeten su posición.

Transmitir las noticias de la muerte es también, para el doliente inmediato, anunciar su


propio estado de duelo, y al hacerlo puede obligar a otro a asumir una expresión de
simpatía sin dejar que esta surja de forma natural; no sólo se fuerza una expresión de
condolencia al transmitir las noticias, sino que también suele apreciarse una disminución
del propio dolor por la pérdida.

Al transmitir las noticias a personas ajenas a la familia, el deudo inmediato confía, por lo
general, en lo que Sudnow llamó "efecto bola de nieve", es decir, que selecciona ciertas
personas clave para que estas divulguen la noticia siguiendo un orden natural basado en
las relaciones de las personas que rodeaban al difunto.

Cuando ocurre la muerte, la posición de la familia está estrechamente vinculada con el


grado de simpatía que le demuestra su entorno de interacción; la situación de la familia en
cuanto a logros del difunto, círculo de amistades y conocidos, y el grado de consideración
en que otros le tienen son asuntos directamente relacionados con el número de tarjetas de
condolencia y llamadas telefónicas, etc. Estos factores, aparentemente simples, pueden
ser de gran importancia para la familia: una "concurrencia pobre" puede ser en muchas
instancias un golpe tan rudo como la muerte misma.

En el entorno hospitalario suele existir una considerable interpretación de las variaciones


en las respuestas emocionales de las personas ante la muerte de un familiar; con
frecuencia se invocan las propias experiencias con la muerte para elaborar o fundamentar
las propias teorías y emitir juicios de valor.

En este mismo contexto, y aunque no existe ninguna preferencia por el orden, en las
conversaciones después del anuncio de muerte se recogen los siguientes temas:

1. El tema de la causa, se incluye como tal aun cuando las referencias del médico a las
circunstancias que condujeron a la muerte hayan sido previamente explicadas. Tiene, por
otra parte, el propósito de reforzar la realidad.

2. El tema del dolor. El interés acerca de si el muerto sintió dolor antes de fallecer es una
preocupación común a casi toda muerte. Según Sudnow, el médico siempre responde
"no", y con frecuencia aporta algún tipo de justificación al respecto ("se le administraron
analgésicos y sedantes hasta el último momento"); aun cuando la familia pueda de hecho
saber que la muerte fue dolorosa, hace sin embargo la pregunta y se va sin discutir la
respuesta habitual del médico. Al parecer existe un alivio ante la afirmación negativa del
médico respecto a la ausencia de dolor, alivio que, si bien es transitorio, suele ofrecer un
cierto consuelo.

53
3. El tema de la evitabilidad. El tema de la posible prevención y evitabilidad de la muerte
no es frecuente en una enfermedad crónica como el cáncer avanzado, si bien puede serlo
en casos de neoplasias de evolución rápida y, por supuesto, en las muertes súbitas

LA AFLICCIÓN ANTICIPATORIA

Al discutir el duelo de aquellos cuya pérdida es el resultado del cáncer -y probablemente


de otras enfermedades crónicas-, es fundamental darle una particular atención al período
anticipatorio de la aflicción; esto es importante dado que el cuidado del enfermo con
cáncer avanzado en el domicilio, hospital, hospicio o unidad de cuidados paliativos permite
la oportunidad de intervenciones con los miembros de la familia antes de que el paciente
muera, lo cual puede tener un impacto a largo plazo en la aflicción del superviviente si son
elaborados y suministrados por miembros del equipo asistencial que conocen el proceso
del duelo, el significado de la aflicción anticipatoria y sus respectivos manejos.

La "aflicción anticipatoria" o "duelo preliminar" se define como el período de tiempo


durante el cual -y ante una muerte esperada o que parece altamente probable- el individuo
experimenta una serie de sentimientos y emociones semejantes a una aflicción real pero
de menor intensidad, como una forma de preparar intelectualmente el duelo real y
disminuir así el impacto de la pérdida. Es una forma de retirar lentamente la libido del
objeto amado. Como tal, es una respuesta adaptativa a la amenaza de una pérdida real.
54
Es también un período durante el cual el individuo puede intentar la resolución de
conflictos previos.

Mientras que para algunos autores la respuesta emocional al duelo real se inicia antes de
que el individuo fallezca, para otros la verdadera aflicción (duelo) por la pérdida no
empieza hasta que la muerte ha ocurrido. Diferencias culturales pueden en parte explicar
esta discrepancia; para aquellas culturas en las que el "mito del cáncer" persiste
(cancer=muerte), no debe sorprender que la aflicción anticipatoria se inicio desde el
mismo momento del diagnóstico. En otros casos, la incapacidad de la familia para
anticipar la aflicción puede tener que ver con una negación de la posibilidad de muerte o a
una interpretación errónea de las advertencias.

Algunas circunstancias pueden también alterar la extensión de la respuesta anticipatoria.


Cuando el paciente permanece en su domicilio durante la fase terminal de su enfermedad,
la familia puede experimentar la realidad de la muerte más íntimamente debido a que ellos
participan directamente en su cuidado físico y aprecian los cambios progresivos en el
cuerpo del paciente. El cuidado en casa o en una unidad de cuidados paliativos (u otro
modelo tipo hospital) permite también el consejo precoz del duelo por parte del equipo
asistencial.

En cualquiera de las circunstancias, el estado avanzado de la enfermedad suele ser el


tiempo en que a la familia ya se les ha comunicado la gravedad del pronóstico; por otra
parte, hoy día las discusiones acerca de "maniobras heroicas" suelen hacerse con la
participación del paciente y su familia. Tales discusiones hacen de la muerte inminente un
hecho más real. En algunos casos de enfermedad prolongada o dolor continuo, la muerte
es vista racionalmente como un alivio de una angustia intolerable, tanto para el paciente
como para la familia.

Cuando el enfermo permanece en el hospital hasta su muerte, gradualmente se da por


hecho que ya "no está" físicamente en el contexto domiciliario, facilitándose de esta forma
la anticipación de la pérdida.

La participación en el cuidado de un niño con enfermedad terminal parece que ayuda a los
padres a afrontar las consecuencias de la enfermedad y muerte posterior, como también el
hecho de que ellos tuvieran una estrecha comunicación con su hijo acerca de la realidad
de la situación. Randolph señala que los padres que pierden un hijo tienen menos
dificultades cuando la pérdida no es repentina y la muerte por cáncer fue seguida a los 6-
18 meses de enfermedad.

Quienes son prevenidos con cierta anticipación de que una enfermedad incurable resultará
mortal tienen la oportunidad de hacer todo cuanto sea posible en bien del enfermo,
evitando así la culpabilidad que puede asociarse con la mala comunicación, relaciones
tensas y conducta inadecuada antes de la pérdida; así mismo tendrán tiempo para
anticipar cambios en su interacción social y en el desempeño de roles. Los efectos sobre
el duelo de la conspiración del silencio durante la fase terminal de la enfermedad requieren
sin embargo mayor investigación, si bien una buena comunicación paciente-familia parece
asociarse con buenos resultados durante el duelo.

55
Gerberth propone que la familia de un enfermo moribundo puede aprovechar la última fase
a fin de prepararse para la pérdida. Este autor afirma que "anticiparse a la pérdida puede
considerarse como un período de adaptación al papel de afectado".

La cohesión familiar y la flexibilidad en la adaptación de roles a lo largo del ir-muriéndose,


así como su capacidad de adaptación a los inevitables cambios que una enfermedad
crónica y avanzada obliga, son elementos importantes que favorecen la presencia de la
aflicción anticipatoria. En este sentido también cabe destacar -como elemento fundamental
de la cohesión familiar- la sincronía de la aflicción anticipatoria entre los distintos
miembros del grupo familiar y su capacidad y confianza de expresar tales sentimientos en
el grupo. La presencia de una asincronía en estos sentimientos puede asociarse a
resentimiento y culpa durante la fase terminal de la enfermedad y el duelo.

La comunicación mutuamente gratificante entre los miembros de la familia, y entre estos y


el enfermo, así como la continuación de las relaciones de apoyo durante la enfermedad
avanzada, tienen más probabilidad de facilitar un buen desenlace después de la pérdida.

Con base en los datos disponibles, parece razonable suponer que la ayuda y el apoyo
ofrecido durante la enfermedad terminal puede no sólo mejorar la situación inmediata del
moribundo y sus familiares más cercanos, sino que podrá dejar beneficios a largo plazo al
amortiguar el impacto de la respuesta a la pérdida.

En opinión de Bellack y Siegel , la aflicción anticipatoria puede ser un fenómeno aún más
relevante en casos de pérdidas de individuos ancianos; a medida que el individuo
envejece y pierde su salud y capacidad se empiezan a suprimir lentamente los lazos
emocionales y a sentir duelo por la pérdida parcial de la persona capaz e importante.
Según estos autores, es importante no olvidar este hecho para no confundirlo con la
negación o "falta" de trabajo en ello.

MUERTE SÚBITA - MUERTE ANTICIPADA

Si bien existen algunos datos contradictorios que podrían ser explicados por dificultades
metodológicas, hay un acuerdo general de que la muerte repentina y no esperada produce
un shock de mayor intensidad, a la vez que una mayor desorganización a largo plazo en
los supervivientes, y un efecto debilitante que prolonga el duelo y produce excesivo trauma
físico y emocional, que aquella que ocurre seguida de una avisada y larga enfermedad
terminal.

Uno de los trabajos más sobresalientes y clásicos en este sentido fue el realizado por
Parkes; este autor comparó un grupo de supervivientes (viudos y viudas menores de 45
años) con relación a la duración de la enfermedad fatal de sus cónyuges y a la advertencia
sobre la muerte inminente. Se llamó grupo de "corta preparación" a los que tuvieron un
aviso menor de 15 días de la gravedad de la condición de su cónyuge y un pronóstico
menor de 3 días, en tanto que el grupo de "larga preparación" había estado sobre aviso
durante más tiempo respecto a la gravedad de la enfermedad de sus cónyuges (2 o más
semanas de aviso de la muerte inminente y un pronóstico mayor de 3 días).

En la primera entrevista realizada a las 3 semanas de la pérdida los miembros del grupo
de "larga preparación" estaban menos confusos, eran más capaces de aceptar la realidad
56
de su pérdida, no tan propensos a expresar sentimientos de culpa e ira, en contraste con
el grupo de "corta preparación", quienes además permanecieron socialmente más aislados
y se reprochaban más durante el primer año del duelo. Durante el segundo año, los
miembros del grupo de "larga preparación" tenían más probabilidades de haber logrado un
buen desenlace a comparación del otro grupo; la diferencia se mantuvo en el seguimiento
realizado a los 2 y 4 años. El grupo de "corta preparación" tenía una mayor incidencia de
individuos "atrapados en un círculo vicioso de trastornos emocionales y aislamiento"; casi
un 72% tuvo un nivel moderado-grave de ansiedad y dificultades de afrontamiento;
únicamente un 28% tuvo una visión positiva del futuro. En oposición, aquellos que
anticiparon la pérdida era más probable que viesen la muerte como un alivio de una
dolorosa o prolongada enfermedad y encontraron menos causas de autoreproches
durante el duelo. A los 4 años, el 90% estaban bien y algunos se habían casado
nuevamente.

Parkes sugiere que una reacción fuerte y prolongada tiene mayor probabilidad de ocurrir si
una muerte es percibida como repentina y a la vez inoportuna.

Woolsey y Colb se refieren al proceso aflictivo en las muertes imprevistas como una
súbita aparición de sentimientos intensos, casi intolerables, con intensa agresividad y
sentimientos de culpa; la muerte es percibida como una catástrofe que produce gran
incredulidad y conmoción durante semanas o meses. Para estos autores el proceso
aflictivo en estos casos dura mucho más tiempo que en aquellas familias que han tenido la
oportunidad de experimentar la aflicción anticipatoria. Sanders encuentra que aquellos que
experimentan una muerte repentina muestran más síntomas de shock y,
consecuentemente, más problemas somáticos con el tiempo que aquellos en que el
familiar murió de enfermedad crónica. Por otro lado, una larga enfermedad agota a los
familiares dejándoles con poca energía para completar el necesario trabajo del duelo,
datos que fueron corroborados por Randolph. Según Sanders, para un mínimo efecto
sobre el duelo, la duración óptima de la enfermedad crónica (del ir-muriéndose) para que
no afecte el resultado del duelo parece ser de 6 meses. Parkes encuentra también que la
forma de morir es un predictor primario del resultado del duelo; las variables asociadas
con un pobre resultado fueron una corta duración de la enfermedad terminal, muerte no
cancerosa y falta de oportunidad de discutir la muerte inminente con el cónyuge. Además,
describe el "Síndrome de la muerte inesperada", caracterizada por aislamiento social junto
a un continuado aturdimiento y protesta. Lundin encuentra también mayores síntomas
físicos y psíquicos en estos casos; Blanchard y Colb, en un estudio de 30 viudas jóvenes,
de 5 que habían considerado el suicidio ninguna había tenido la oportunidad de aflicción
anticipatoria.

Otros autores no han encontrado ninguna correlación entre muerte anticipada y duelo;
Clayton y Colb concluyen que la única diferencia que alcanza importancia significativa se
refería a síntomas de anorexia y pérdida de peso que manifestaron individuos cuyos
familiares sufrieron de enfermedades fatales relativamente breves. Schwab y Colb
afirman que las enfermedades incurables prolongadas (mayores de 1 año) se
correlacionan significativamente con porcentajes más altos de reacciones de aflicción
intensa, comparadas con las enfermedades de menor duración o con decesos no
precedidos de enfermedad; Bornstein y Colb no encuentran pruebas de una relación entre
la pérdida repentina y las reacciones de duelo extremas y alargadas.

57
A pesar de la presencia de una aflicción anticipatoria, cuando la muerte sobreviene es
preciso adelantar que se resentirá profundamente el impacto de la pérdida, y habrá caos y
una intensa sensación de vacío y de no saber qué hacer con "tanto tiempo disponible" no
obstante haber pasado por este periodo anticipatorio (carácter de subitaneidad).

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FACTORES QUE DETERMINAN LA RESPUESTA A LA


PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO

Las reacciones a la pérdida de un ser querido varían grandemente entre las personas y
entre uno mismo según la edad que uno tiene y las circunstancias en las que se encuentra
cuando tiene estas perdidas; esto explica, al menos en parte, las diferencias que uno
observa en las reacciones de las personas. Y es que hay muchas cosas que influyen en lo
que sentimos ante esta tragedia. Por ello, lo que “observamos” en otros tras la muerte de
un ser querido no es un buen “elemento” para juzgar la intensidad de su reacción. Hay
muchas otras cosas.

Se han identificado varios elementos que explican la diferencia de reacciones que tienen
las personas en el caso de pérdida de seres queridos y que es bueno conocer y tener en
cuenta antes de “juzgar” a otros por sus reacciones:

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1. Nivel de apego al ser querido fallecido.
2. Características de la muerte.
3. La personalidad del doliente.
4. Participación en el cuidado del paciente.
5. La duración de la enfermedad.
6. Disponibilidad de Apoyo social-familiar.
7. Nivel de comunicación entre nosotros y nuestros familiares o amigos y viceversa.
8. Crisis concurrentes (problemas que suceden al mismo tiempo).

1. Nivel de apego al ser querido fallecido


Es un primer factor de enorme importancia para explicar el dolor y la tragedia que
sentimos por la pérdida del ser querido. El nivel de apego hace referencia a la intensidad y
calidad de la relación que se tenía con la persona fallecida. Esto puede explicar, por
ejemplo, el que no se sienta lo mismo por la muerte de un hermano con el que se convive
a diario, que a la vez era un amigo, compañero, confidente, que perder a ese mismo
hermano pero que vive en otro país lejano hace muchos años y del que no tenemos
noticias sino cada 2 o 3 años; de igual forma, no es lo mismo perder a una tía que era
nuestra segunda madre que a aquella tía que vive en otra ciudad y de la cual tenemos
noticias cada 2-3 meses. Los que tienen varios hijos se habrán dado cuenta que hay unos
más apegados que otros, y los que son muchos hermanos se habrán dado cuenta que hay
unos muy apegados a los padres y otros que hay que estar llamado para poderlos ver.

La respuesta a la pérdida no es dictada solamente por el nivel o grado de parentesco; es


decir, no es legítimo ni justo decir que nos dolerá más la pérdida de un hijo que de un
hermano o de una madre que la de un esposo. No disponemos de un “parientómetro” para
calibrar esta respuesta, pero si sabemos que la intensidad de la respuesta depende más
del nivel de apego que del grado de consanguinidad.

2. Características de la muerte
Sabemos que las muertes súbitas (por enfermedad aguda –popularmente conocida como
muerte “de repente”-, violencia o accidente), a diferencia de las muertes “anticipadas”
(anunciadas o avisadas por una enfermedad largamente conocida como el cáncer, SIDA,
de los riñones, del hígado, del corazón, etc.), no es que duelan más como popularmente
se cree (pues tampoco disponemos de un “dolorómetro” para calibrar eso), pero si
trastornan, desajustan o destruyen más nuestro mundo tal cual lo concebíamos antes que
aquellas muertes anticipadas que sí permiten cierto tipo de adaptación o preparación. A
veces es tal el grado de shock, de aturdimiento y de trastorno inicial que puede darse una
respuesta temporal “plana”, como “de no sentir nada”, de estar “bloqueado” o “pasmado”
como popularmente se le llama a esta anestesia emocional temporal producto del estado
de shock inicial y que, como el nombre lo dice, sólo será temporal, de unos días.

3. La personalidad del doliente


Todos poseemos personalidades diferentes, distintos miedos y distintas formas de
reaccionar ante sucesos angustiantes. En este sentido, todo duelo es único y no hay dos
duelos iguales; es más, nuestra respuesta puede no ser la misma ante diferentes
pérdidas. Por otra parte, y aunque se trate de estereotipos, los hombres y las mujeres
tenemos tendencias diferentes a la hora de expresar y enfrentar el dolor por la muerte de
un ser querido; aunque estos patrones de respuesta no son exclusivos, es decir, hay
59
mujeres con tendencia a responder con estilos más masculinos y hombres con tendencias
a responder con estilos más femeninos, si que suelen apreciarse estas tendencias,
especialmente ante la pérdida de un hijo, la viudez o la pérdida de uno de los padres.

En los hombres se conoce un patrón de respuesta más o menos bien extendido y definido
como el modelo “Macho Man” por los estadounidenses: control de la expresión emocional
para mantener a la imagen pública de fuerza y control, es competidor, protector,
solucionador de todos los problemas, regulador de sus emociones y autosuficiente. El
hecho de que apreciemos "tendencias" diferentes entre hombres y mujeres para afrontar
las pérdidas es, realmente, afortunado, ya que esto nos da la opción de "aprender" unos
de otros, de complementar, de aumentar nuestro arsenal para afrontar el dolor; en una
palabra, de "globalizar" nuestras respuestas: si los hombres tienen estrategias que son
útiles (y que las mujeres no suelen usar), y las mujeres las suyas (que los hombres no
suelen usar), nuestra mejor elección ante una pérdida debe ser elegir, indudablemente,
ambos tipos de respuestas.

Entender estas diferencias es importante especialmente en caso de la muerte de un hijo:


“no es que el otro no sienta o que uno de ellos sienta más que el otro; la respuesta
correcta es que ambos pueden responder con estilos diferentes, y esto no significa que
sientan diferente”.

4. Participación en el cuidado del paciente


Si la persona estuvo enferma días o meses antes de morir, y nosotros tuvimos la
oportunidad de ayudarle o acompañarle durante la enfermedad, nuestra reacción ante su
muerte (muerte que probablemente ya esperábamos) se supone que puede llegar a ser
menos intensa de lo que esperábamos ( aunque no necesariamente) pues al menos nos
queda el sentimiento de “gratitud” (no de felicidad) de haber hecho algo por ella, de haber
hecho que sus últimas días fuesen lo menos angustiantes posibles que hubiesen sido sin
nuestra presencia; desde luego no pudimos “morirnos por ella” ni “curarles de su muerte”,
pero si hicimos que sus últimos días fuesen lo menos angustiantes posibles gracias a
nuestra presencia, con todos los errores que hayamos podido cometer en unos cuidados
tan exigentes, agotadores y angustiantes.

5. La duración de la enfermedad
Es un factor importante que puede afectar nuestra reacción a la muerte del ser querido: si
la enfermedad que condujo a la muerte fue muy larga (en general, mayor de 12 meses) es
probable que afecte nuestra reacción de duelo en un sentido negativo, es decir, podrá
sernos más difícil o más lento el recuperarnos; esto se debe, al menos en parte, al
agotamiento a que condujo un cuidado de enfermedad tan largo; aquellos que han cuidado
de un familiar con una enfermedad terminal muy bien saben de lo agotador y extenuante
que es el cuidado continuado en estos casos (agotamiento físico, psíquico, familiar,
económico, afectivo, etc.); en ocasiones puede darse una respuesta temporal “plana”, de
“no sentir nada”, muy semejante a estar “bloqueado”, simplemente por puro agotamiento.

Entre 6 y 12 meses de duración, es probable que no sea muy importante el efecto sobre
el proceso de recuperación tras la pérdida. Menos de 6 meses se relacionan con un buen
resultado del duelo; es decir, puede sernos “útil” ese cuidado para nuestro proceso de
recuperación pues (se supone) al menos nos queda ese sentimiento de paz por “haber
cumplido con una difícil tarea”.
60
6. Disponibilidad de Apoyo social-familiar
En general, para recuperarnos de la pérdida de un ser querido solemos recurrir a dos tipos
de recursos:

a. Recursos Internos: En primer lugar están nuestros recursos internos, los de nuestra
personalidad, de nuestro saber, de nuestra experiencia, de nuestra edad.
b. Recursos Externos: En segundo lugar están los recursos externos, aquellos que
vienen de otros, sean personas, entidades o grupos.

Es decir, la primera es haciéndolo uno solo, sin ayuda de nadie, y la segunda, es


haciéndolo con la ayuda de otros. Debido a que el duelo es un proceso muy dinámico, es
decir, nos estaremos moviendo de un extremo al otro según nuestras necesidades
particulares en un momento determinado, no siempre la ayuda será necesaria ni la ayuda
necesaria será siempre la misma.

El proceso de recuperación puede llegar a ser tan difícil que hacerlo solos puede ser
menos que imposible; por ello, lo más aconsejable es permitir que otros nos ayuden en
mayor o menor medida en este difícil proceso y según nuestras necesidades en un
momento determinado. Habrá personas, como los niños o familiares con algún grado de
retraso mental -cuyos recursos internos son más escasos- que precisarán mayormente de
nosotros (como su recurso externo) para su proceso de recuperación. Ciertamente si el
superviviente tiene poco o ningún apoyo social o familiar, o lo percibe como insuficiente, el
proceso de recuperación puede llegar a ser muy difícil.

La experiencia clínica en el trabajo con deudos nos muestra que uno de los factores más
importante para la recuperación de la pérdida de un ser querido, quizá el que más, es la
presencia de otro ser humano cerca de nosotros, acompañándonos en ese difícil camino
de la recuperación.

7. Nivel de comunicación entre nosotros y nuestros familiares o amigos y viceversa:


Uno de los factores que más modifica la expresión del dolor tras la pérdida de un ser
querido, y uno de los factores que más trabas nos pone en el proceso de recuperación, es
el trastorno en la comunicación que la muerte produce entre nosotros, nuestros familiares,
amigos y viceversa: una reacción frecuente que tenemos cuando perdemos un ser querido
es la de no “mostrarle” a otros nuestra angustia para no angustiarles aún más, y las otras
personas hacen lo mismo: no se angustian para no angustiarnos. Así, no es raro escuchar
frases como:

“Espero a que todos se vayan y me pongo a llorar sola/o”; “lloro en las noches debajo de
las cobijas”; ”lloro mientras me estoy duchando”; ”me encierro en un armario a llorar para
no molestar a los demás”; salgo a la calle a llorar y, si vuelvo con los ojos rojos, digo que
fue que un coche me echó arenilla y tengo una conjuntivitis aguda” (y todos
“inocentemente” nos creemos lo de la conjuntivitis), o, como nos contaba una señora a la
que le preguntábamos si la dejaban llorar en su casa: “si doctor, a mí si me dejan llorar en
casa: ¡que bien! y, ¿como es eso? Ah, doctor, estoy en medio de la sala, con mis doce
hijos, mis nueras, mis yernos, mis nietos…, somos como sesenta personas, y empiezo a
llorar, ¡y todos se van, como si tuviera una enfermedad contagiosa!, y me dejan sola en
medio de la sala rodeada de sesenta personas”.
61
De esta forma, la familia en lugar de cerrarse sobre sí misma se dispersa y cada uno se
aflige a su manera. Con esta actitud, lo único que logramos es “construir” un muro entre
ellos y nosotros, una barrera a través de la cual “se filtran algunas cosas y otras no”,
perdiendo de esta forma la más valiosa herramienta para poder recuperarnos: una buena
comunicación, un “espacio”, unas personas con las que podemos llorar y hablar libremente
de la muerte, el dolor, la ausencia, la angustia, la falta que nos hace, etc. En otras
palabras, perdemos una de las funciones de la familia más importantes, la del apoyo y
soporte mutuo.

8. Crisis concurrentes (problemas que suceden al mismo tiempo):


Debido a que el proceso de recuperación tras la pérdida del ser querido exige el consumo
de energía emocional y física de proporciones inusuales, otras crisis coincidentes (previas
o nuevas), en un momento en que se dispone de muy poca, la recuperación puede ser
bloqueada o aplazada para otro momento. Así, es comprensible que una persona que
pierde un ser querido y presente una o varias crisis concurrentes (problemas económicos
diversos, enfermedad grave en la propia persona o en otro familiar, cirugía pendiente,
desplazamiento forzado, etc.) no siga expresando lo mismo que venía expresando o no
cumpla con las expectativas de otros respecto a sus manifestaciones de dolor.

Como puede verse, existen muchos factores que modifican lo que expresamos cuando
perdemos un ser querido y que nos ayudan a entender el por qué las personas responden
de una manera u otra; por ello, es muy sano y sensato abstenerse de emitir juicios de
valor respecto al por qué una persona lo hace de una u otra manera sin antes conocer o
entender la complejidad de la respuesta y las múltiples variables que pueden intervenir
para explicar su forma de manifestarse ante el dolor.

::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

DUELO Y ENFERMEDAD

La pérdida de una persona amada produce un estrés desmesurado y un agotamiento


físico y emocional intenso, cuyas ramificaciones orgánicas y psíquicas (en el cuerpo y en
la mente) han sido objeto de numerosos estudios. Está bien demostrado que el estrés
produce cambios en la presión arterial y en la frecuencia cardiaca, además, se ha
asociado a enfermedades infecciosas, inflamatorias y auto-inmunes; de igual forma, se
sabe que el duelo predispone a exacerbaciones de enfermedades previas y les pone a los
deudos en un mayor riesgo complicaciones de enfermedades previas o aparición de
nuevas enfermedades.

Al menos cuatro factores intervienen para producir un mayor riesgo de enfermar como
consecuencia de una pérdida:

1. Cambios en los hábitos de salud del superviviente (se abandonan los hábitos previos);
2. Negligencia ante signos precoces de enfermedad (el deudo no les presta atención);

62
3. Manejo inapropiado o descuido de enfermedades previas como diabetes (azúcar en la
sangre), hipertensión arterial (presión alta), etc.
4. Ausencia del cuidado que solía ser provisto por la persona fallecida.

En general, hay un aumento en la frecuencia de complicaciones por enfermedades del


corazón y mayor frecuencia de enfermedades infecciosas, accidentes, cirrosis, suicidios y
trastornos psiquiátricos tipo ansiedad y depresión, así como un aumento del consumo de
tabaco, alcohol y fármacos tranquilizantes (aumenta la auto-medicación).

Por ello, la vigilancia médica de los supervivientes, especialmente de nuestros mayores de


60 años y de aquellos con enfermedades previas a la pérdida, es importante a la hora de
prevenir este tipo de complicaciones.

Como hemos visto, sabemos que la pérdida de un ser querido es considerada una
situación de estrés; es más, es considerada la situación más estresante que podemos
soportar. Y hoy día conocemos mejor el estrés. Así, sabemos que en el momento de la
pérdida de un ser querido entramos en una situación de “estrés agudo”, y conocemos bien
lo que sucede en estas situaciones:

RESPUESTAS FISIOLÓGICAS DE ADAPTACIÓN GENERAL AL ESTRÉS

Si bien inicialmente se había considerado que la activación fisiológica en condiciones de


estrés era genérica e indiferenciada para cualquier situación o estímulo estresante,
actualmente se considera que en muchas ocasiones se produce una activación fisiológica
específica según sean las diferentes situaciones y, sobre todo, en función de la forma en
que la persona percibe y procesa esas situaciones.

En la respuesta orgánica de adaptación general al estrés se distinguen tres ejes


fisiológicos:

(1) EJE I (Eje Neural): Este primer eje se dispara de manera inmediata siempre que se
percibe una situación de estrés, provocando una activación del Sistema Nervioso
Simpático o SNS (sistema nervioso encargado de activar la mayor parte de nuestro
organismo de cara a una acción inmediata e intensa; entre sus respuestas más conocidas
están el aumento de la frecuencia cardíaca –palpitaciones o taquicardia-, aumento de la
presión arterial, aceleración de la respiración, disminución de la actividad gastrointestinal y
liberación de glucosa) y del Sistema Nervioso Periférico o SNP (encargado de regular el
nivel de tensión muscular y ejecutar los distintos movimientos del organismo).

La actuación de este primer eje es muy rápida y se pone en marcha pocos segundos
después de que el organismo interpreta que hay una situación estresante. Esta activación
se irá reduciendo de forma lenta (de 15 a 30 minutos) si la situación de estrés desaparece,
pero si ésta se mantiene (como lo es la pérdida de un ser querido), el primer eje no puede
funcionar mucho tiempo a niveles tan altos de activación y pasará a activarse el segundo
eje. Los problemas más habituales asociados a esta activación excesivamente intensa se
deben generalmente a un prolongado mantenimiento de la tensión muscular por activación
del SNP.

63
(2) EJE II (Eje Neuroendocrino): Su activación es más lenta que la del eje I pero de mayor
duración, y para que ésta se dispare son necesarias condiciones de estrés más
mantenidas. Cuando se produce su activación, se activa la médula suprarrenal (la parte
central de las glándulas suprarrenales), con la consiguiente secreción de catecolaminas
(conocidas como adrenalina y noradrenalina), produciendo un resultado similar al
producido por la activación del SNS vista en el eje I. Dado que la activación más
importante provocada por este eje II es la del Sistema Cardiovascular, la mayor parte de
las consecuencias a corto plazo de la activación mantenida de este eje son trastornos
cardiovasculares (infarto de miocardio, angina de pecho, arritmias, hipertensión).

El que este eje se dispare depende en gran medida de cómo perciba la persona la
situación de estrés (o “primary appraisal”) y de su capacidad para hacerle frente (o
“secundary appraisal”); si percibe que puede hacer algo para controlar la situación, se
pondrá en marcha este eje; pero si percibe que no puede hacer nada, más que soportar
pasivamente la situación, se activará en su lugar el Eje III. En caso de que la situación, por
más agresiva o amenazante que sea, no es percibida como estresante, no se
desencadenará ninguna respuesta de activación en ninguno de los tres ejes de respuesta
al estrés.

EFECTOS DE LA ACTIVACION DEL EJE II

Aumento de la presión arterial


Aumento del aporte sanguíneo al cerebro
Aumento de la frecuencia cardíaca
Aumento de la cantidad de sangre expulsada en cada latido del corazón
Aumento de la estimulación de los músculos esqueléticos
Aumento de la liberación de ácidos grasos libres, colesterol y triglicéridos en plasma
Aumento de la liberación de opiáceos endógenos
Disminución del flujo sanguíneo renal
Disminución del flujo sanguíneo gastrointestinal
Disminución del flujo sanguíneo cutáneo
Incremento del riesgo de hipertensión
Incremento del riesgo de formación de trombos
Incremento del riesgo de crisis anginosas en las personas predispuestas
Incremento del riesgo de arritmias
Incremento de riesgo de muerte súbita por arritmia letal, isquemia/infarto de miocardio y
fibrilación ventricular

La activación de este eje tiene un valor importante para la supervivencia pues prepara al
organismo para una intensa actividad corporal con la cual responder a cualquier amenaza
externa, bien haciéndole frente (lucha), bien escapando de ella. Así, es el eje más
directamente relacionado con la puesta en marcha de las estrategias motoras de
afrontamiento a las demandas del entorno, siempre que este afrontamiento implique
alguna actividad.

(3) EJE III (Eje Endocrino): La activación de este III eje, más lento que los anteriores y de
efectos más duraderos, requiere una situación de estrés mucho más mantenida e intensa,
y es el eje en el que se incluyen los efectos más crónicos del estrés. Parece dispararse
64
selectivamente cuando la persona no dispone de estrategias de afrontamiento contra el
estrés, es decir, cuando no tiene otro remedio que soportar el estrés.

Su activación incluye 4 subejes: el primero y más importante es el subeje adrenal-


hipofisiario, con liberación de Glucocorticoides (cortisol y corticosterona) y
Mineralcorticoides (aldosterona y de-oxicorticosterona). Los otros subejes implican la
secreción de Hormona del Crecimiento, Tiroxina y Vasopresina.

EFECTOS DE LA ACTIVACION DEL EJE III

Incremento en la producción de glucosa.


Aumento de la irritación gástrica.
Incremento en la producción de urea.
Incremento en la liberación de ácidos grasos libres.
Aumento de la susceptibilidad a procesos arterioscleróticos.
Supresión del apetito.
Aumento en la susceptibilidad a necrosis de miocardio no trombótica.
Inmunodepresión.
Incremento en la producción de cuerpos cetónicos.
Exacerbación de Herpes Simple.
Desarrollo de sentimientos asociados a depresión, indefensión, desesperanza y pérdida
de control.

Los efectos negativos más importantes asociados a la activación del III eje son la
depresión, el sentimiento de indefensión, la pasividad, la percepción de falta de control, la
inmunodepresión y los síntomas gastrointestinales.

Así, las consecuencias biológicas del estrés (de la activación fisiológica) se concretan en
aumento de: tensión arterial, frecuencia cardíaca, glucogenolisis, lipolisis, secreción de
ACTH, hormona del crecimiento, hormona tiroidea y de esteroides adrenocorticales;
disminución de: secreción de insulina y actividad intestinal; dilatación bronquial,
vasoconstricción cutánea y vasodilatación muscular. Se trata, pues, de un estado biológico
de predisposición al excesivo consumo de energía.

Si bien estos cambios son naturales y vitales en ciertas situaciones, y de forma


esporádica, el reiterado desencadenamiento de la respuesta de estrés sin dar salida a la
energía suplementaria así producida, y los subproductos de tal respuesta, son
perjudiciales para la salud.

Por otra parte, los seres humanos ya no precisamos de esta “activación” para enfrentarnos
a la pérdida de un ser querido: nos hemos vuelto “seres racionales”, es decir, usamos la
razón, el pensamiento, para descubrir o planear cómo es que vamos a hacer para
enfrentarnos a tantos problemas que nos genera la pérdida; en una palabra, “pensamos”
en cómo es que nos vamos a recuperar. Es decir, ya no necesitamos de tal activación
pues usamos la razón, no la actividad física.

La situación es un tanto paradójica, pues para recuperarnos de la pérdida de un ser


querido no precisamos tanto de la actividad física ni de la razón o el pensamiento (de otra
forma, la gente más inteligente se recuperaría antes, cosa que no es así), sino del
65
corazón, es decir, del sentimiento. Y esto es algo para lo cual ya no estamos tan
acostumbrados.

Así, para recuperarnos de la pérdida de un ser querido “no hay que pensar tanto, hay es
que sentir (y mucho)” pues es allí donde más problemas solemos tener, donde más nos
han enseñado a reprimir.

REACCIÓN A ESTRÉS AGUDO

Se trata de un trastorno transitorio de una gravedad importante que aparece en un


individuo sin otro trastorno mental aparente, como respuesta a un estrés físico o
psicopatológico excepcional y que por lo general remite en horas o días. El agente
estresante puede ser una experiencia traumática devastadora que implica una amenaza
seria a la seguridad o integridad física del enfermo o de persona o personas queridas, (por
ejemplo: catástrofes naturales, accidentes, batallas, atracos, violaciones) o un cambio
brusco y amenazador del rango o del entorno social del individuo (por ejemplo: pérdida de
varios seres queridos, incendio de la vivienda, etc.). El riesgo de que se presente un
trastorno así aumenta si están presentes además un factor físico o factores orgánicos (por
ejemplo, en el anciano).

También juegan un papel importante en la aparición y en la gravedad de las reacciones a


estrés agudo, la vulnerabilidad y la capacidad de adaptación individuales, como se deduce
del hecho de que no todas las personas expuestas a un estrés excepcional presentan este
trastorno. Los síntomas tienen una gran variabilidad, pero lo más característico es que
entre ellos se incluya, en un período inicial, un estado de “embotamiento” con alguna
reducción del campo de la conciencia, estrechamiento de la atención, incapacidad para
asimilar estímulos y desorientación. De este estado puede pasarse a un grado mayor de
alejamiento de la circunstancia (incluso hasta el grado de estupor disociativo) o a una
agitación e hiperactividad (reacción de lucha o huida). Por lo general, están presentes
también los signos vegetativos de las crisis de pánico (taquicardia, sudoración y rubor).
Los síntomas suelen aparecer a los pocos minutos de la presentación del acontecimiento
o estímulo estresante y desaparecen en dos o tres días (a menudo en el curso de pocas
horas). Puede llegar a presentarse amnesia completa o parcial para el episodio.

Pautas para el diagnóstico

Debe haber una relación temporal clara e inmediata entre el impacto de un agente
estresante excepcional y la aparición de los síntomas, los cuales se presentan a lo sumo
al cabo de unos pocos minutos, si no lo han hecho de modo inmediato. Además, los
síntomas:

a. Se presentan mezclados y cambiantes, sumándose al estado inicial de “embotamiento”,


depresión, ansiedad, ira, desesperación, hiperactividad o aislamiento, aunque ninguno de
estos síntomas predomina sobre los otros durante mucho tiempo.

b. Tienen una resolución rápida, como mucho en unas pocas horas en los casos en los
que es posible apartar al enfermo del medio estresante. En los casos en que la situación
66
estresante es por su propia naturaleza continua o irreversible, los síntomas comienzan a
apaciguarse lentamente al cabo de 24 a 48 horas y deberían casi desaparecer al cabo de
unos tres días.

Este diagnóstico no debe utilizarse en individuos que tuvieran previamente síntomas que
satisfagan pautas para otros trastornos psiquiátricos con excepción de F60.- (trastorno de
la personalidad). Sin embargo, antecedentes de trastornos psiquiátricos en el pasado no
invalidad este diagnóstico.

Incluye: Crisis aguda de nervios, reacción aguda de crisis, fatiga de combate, shock
psíquico.

TRASTORNO DE ESTRÉS POST-TRAUMÁTICO: CRITERIOS DIAGNÓSTICOS

Se trata de un trastorno que surge como respuesta tardía o diferida a un acontecimiento


estresante o a una situación (breve o duradera) de naturaleza excepcionalmente
amenazante o catastrófica, que causarían por sí mismos malestar generalizado en casi
todo el mundo (por ejemplo, catástrofes naturales o producidas por el hombre, combates,
accidentes graves, el ser testigo de la muerte violenta de alguien, el ser víctima de tortura,
terrorismo, de una violación o de otro crimen). Ciertos rasgos de personalidad (por
ejemplo, compulsivos o asténicos) o antecedentes de enfermedad neurótica, si están
presentes, pueden ser factores pre-disponentes y hacer que descienda el umbral para la
aparición del síndrome o para agravar su curso, pero estos factores no son necesarios ni
suficientes para explicar la aparición del mismo.

Las características típicas del trastorno de estrés post-traumático son: episodios reiterados
de volver a vivenciar el trauma en forma de reviviscencias o sueños que tienen lugar sobre
un fondo persistente de una sensación de “entumecimiento” y embotamiento emocional,
de despego de los demás, de falta de capacidad de respuesta al medio, de anhedonia y
de evitación de actividades y situaciones evocadoras del trauma. Suelen temerse, e
incluso evitarse, las situaciones que recuerdan o sugieren el trauma. En raras ocasiones
pueden presentarse estallidos dramáticos y agudos de miedo, pánico o agresividad,
desencadenados por estímulos que evocan un repentino recuerdo, una actualización del
trauma o de la reacción original frente a él o ambos a la vez.

Por lo general, hay un estado de hiperactividad vegetativa con hipervigilancia, un


incremento de la reacción de sobresalto e insomnio. Los síntomas se acompañan de
ansiedad y de depresión y no son raras las ideaciones suicidas. El consumo excesivo de
sustancias psicotrópicas o alcohol puede se un factor agravante.

El comienzo sigue al trauma con un período de latencia cuya duración varía desde unas
pocas semanas hasta meses (pero rara vez supera los 6 meses). El curso es fluctuante
pero se puede esperar la recuperación en la mayoría de los casos. En una pequeña
proporción de los enfermos, el trastorno puede tener durante muchos años un curso
crónico y evolución hacia una transformación persistente de la personalidad.

67
Pautas para el diagnóstico

Este trastorno no debe ser diagnosticado a menos que no esté totalmente claro que ha
aparecido dentro de los 6 meses posteriores a un hecho traumático de excepcional
intensidad. Un diagnóstico “probable” podría aún ser posible si el lapso entre el hecho y el
comienzo de los síntomas es mayor de 6 meses, con tal e que las manifestaciones clínicas
sean típicas y no sea verosímil ningún otro diagnóstico alternativo (por ejemplo, trastorno
de ansiedad, trastorno obsesivo-compulsivo o episodio depresivo). Además del trauma,
deben estar presentes evocaciones o representaciones del acontecimiento en forma de
recuerdos o imágenes durante la vigilia o de ensueños reiterados. También suelen estar
presentes, pero no son esenciales para el diagnóstico, desapego emocional claro, con
embotamiento afectivo y la evitación de estímulos que podrían reavivar el recuerdo del
trauma. Los síntomas vegetativos, los trastornos del estado de ánimo y el comportamiento
anormal contribuyen también al diagnóstico, pero no son de importancia capital para el
mismo. Las secuelas tardías de un estrés devastador, es decir, aquellas que se
manifiestan mucho tiempo (años) después de la experiencia estresante, deben ser
clasificadas como “transformación persistente de la personalidad tras experiencia
catastrófica”.

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DURACIÓN DEL DUELO

Existe una creencia común de que el duelo deberá estar resuelto más o menos a un año
de la pérdida. Mientras que algunos individuos ya pueden estar normalmente funcionando
en el primer aniversario de la muerte, muchos otros no lo están. A menudo, familiares y
amigos llegan a molestarse y a disminuir su compañía y apoyo al superviviente por esta
época, a pesar de que la persona continúa afligida activamente, algunas veces por mucho
más de un año.

Predecir cuanto tiempo le tomará a un individuo completar el proceso de recuperación es


difícil. Algunos podrán hacerlo en unos meses, para otro se requerirán 3-4 años. La
cantidad de tiempo invertido depende de muchas variables que interfieren y crean distintos
patrones. La intensidad del apego al difunto (tipo de relación), intensidad del shock inicial,
presencia/ausencia de la aflicción anticipatoria (cuando la persona tiene tiempo de afligirse
previamente a la muerte del ser querido; p.ej., en casos de enfermedad crónica y muerte
esperada), crisis concurrentes (problemas graves que se presenten simultáneamente),
obligaciones múltiples (crianza de los hijos, dificultades económicas, etc.), disponibilidad
de apoyo social, características de la muerte (muerte súbita/muerte anticipada), situación
socioeconómica, estrategias de afrontamiento y religiosidad son algunos de los factores
que influyen en la duración del duelo.

Aun cuando consideremos la recuperación del duelo como un fenómeno que ocurre dentro
de un período de tiempo determinado, hay que reconocer que se trata de un proceso
continuo y variable, no necesariamente sujeto a un espacio de tiempo rígido y absoluto, y

68
que puede requerir tanto como 3 ó 4 años, si bien, generalmente, el peor período será
durante el primero y a veces hasta el segundo año.

El Mito: “El tiempo lo cura todo”

Un conocido mito que afecta de forma notable el desarrollo del duelo es aquél que hace
referencia a que “el tiempo lo cura todo” o que “todo es cuestión de tiempo” en relación
con el proceso de recuperación, dando a entender que el dolor mejorará con el paso de lo
días. No obstante, en el duelo, este no suele ser el caso; por el contrario, van pasando los
días y el dolor va empeorando. Esto se debe a que no todos los tiempos en los que
vivimos los seres humanos tienen la misma importancia o presencia durante el transcurso
del duelo:

1. El tiempo cronológico: este es el tiempo al que hace referencia el mito de que “el
tiempo lo cura todo”; es el tiempo que medimos con los relojes y los calendarios; es el
tiempo que me ayuda a entender que mi ser querido murió hace 3 días, 3 semanas, hace
3 ó 5 meses, si bien, cuando se tiene el dolor que produce la pérdida de un ser querido, da
igual 4 que 6 meses, pues parece que el dolor ha estado presente siempre y que nunca se
quitará, dando la sensación de que no importa el paso del tiempo pues el dolor “está ahí”:
"aunque hayan pasado 6 meses, mi dolor es de apenas ayer" (esto es así especialmente
en el primer año de la pérdida). Este tipo de tiempo no es muy importante durante el
primer o a veces hasta el segundo año del duelo.

2. El Tiempo Biológico: es el tiempo del organismo, es el tiempo que percibimos cuando


le preguntamos a alguien “¿qué edad tiene? Y ella nos contesta, ¿cuántos me pone?
Pues… unos 60… puesto no, tengo 80 (y viceversa)”. Este tiempo no tiene mucha
importancia durante el duelo, excepto que la persona pertenezca al grupo de tercera edad
por las características peculiares del duelo a esta edad.

3. El Tiempo Subjetivo: es definido como la vivencia que cada uno tiene del paso del
tiempo cronológico, y que se entiende cuando, al estar en una fiesta muy felices, decimos:
“¿cómo?, ¿ya han pasado 3 horas?... si parece que fueran 10 minutos”; o, por el contrario,
estamos en una reunión muy aburridos, afligidos y adoloridos y decimos: ”Sólo van 10
minutos y parecen 2 horas”. Sabemos que los acontecimientos felices acortan el tiempo
cronológico, y los amargos y dolorosos los alargan; y, ¿qué es el tiempo del duelo? Un
tiempo de dolor y mucha tristeza, con lo que el paso del tiempo será diferente que en
cualquier otro momento de nuestra vida, y nos dará la sensación de parecer un acordeón,
por ratos se dilatará y por otros se encogerá. Este el tiempo que domina la experiencia del
duelo, es personal y diferente en cada uno de nosotros.

El dolor de la pérdida de un ser querido no envejece ni desaparece, se adormece, se


hincha por tiempos o momentos y cambia de color. Es más, siempre conserva un color. Es
un dolor que en lugar de mejorar empeora y que, además, no tiene perspectiva de mejoría
a corto plazo. También se dice que “no es el paso del tiempo el que cura, sino lo que uno
hace con y en ese tiempo”.

De la misma forma que puede presentarse una discrepancia entre el tiempo cronológico y
el tiempo biológico, lo mismo puede suceder entre el tiempo subjetivo y los demás; de
hecho, a diario ocurre entre el tiempo biológico y el tiempo subjetivo: no nos sentimos tan
69
viejos como el tiempo cronológico así nos lo dice. De esta forma, la discrepancia
(asincronía) entre el tiempo cronológico (el tiempo que ha pasado desde el fallecimiento) y
el tiempo subjetivo (lo que se ha vivido o trabajado el duelo) puede llegar a ser muy
notable y crear gran confusión, tanto en la misma persona como en su entorno “¿por qué
me sigo sintiendo tan mal si mi padre ya lleva 2 años?”. Antes de emitir un juicio es preciso
conocer todos los detalles referentes a la evolución del proceso hasta ese momento;
seguramente allí podrá objetivarse la razón o las razones que llevan a esta asincronía:
“aunque el tiempo cronológico es de 2 años, el tiempo subjetivo (lo trabajado del duelo)
corresponde sólo a 8 meses”. No es sino pensar, por ejemplo, en lo que diferentes crisis
concurrentes pueden hacerle al trabajo del duelo y a los diferentes tiempos involucrados.

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FASES DEL DUELO


Ante la pérdida de un ser querido, las reacciones que se presentan son “normales”
(Anormalidad normal) y casi siempre predecibles. La recuperación transcurre por etapas
que son muy parecidas al proceso de una herida que evoluciona hasta la cicatrización.
Son comunes a todos aquellos que se encuentran en estado de duelo. Pueden
presentarse en forma simultánea, solo algunas suelen ser de tiempo más prolongado que
pueden continuar en la siguiente fase del duelo.

Aunque ha sido y es muy criticado desde el punto de vista científico, el modelo en fases
ayuda a entender el duelo como un “proceso” y no como un hecho. Es oportuno conocer,

70
por anticipado, aquello que puede o no pasar a lo largo de ese camino o viaje en que se
constituye el duelo, lo que permitirá a las personas estar preparadas para los malos
momentos que pueden o no presentarse.

“Aprende a medir que avanzas, aprende de instante en instante. Permanece despierto”


Krishnamurti

Además, estos ciclos no son como escalones, en los que se da “un paso a paso”; en su
lugar, son más bien horizontales y alguien puede estar en la primera fase, y con un pie
entre la primera y la segunda, y retroceder, es decir, da un paso adelante y luego otro
atrás (sensación bastante frecuente que hace parte de la dinámica del duelo).

Las fases o etapas son:

1. AFLICCIÓN AGUDA
Se inicia en el momento del fallecimiento y tiene prácticamente todos los elementos de un
estado de shock emocional. Sin ser rígidos en la duración de este período, pues cada
persona lo hará según su propio tiempo y estilo, su duración aproximada es de una a tres
semanas. Sus características más sobresalientes son:

Incredulidad
Se trata de una de las primeras respuestas a la pérdida: la persona no cree lo que le está
pasando, es una pesadilla; su familiar está trabajando, de vacaciones, en el hospital; ¡esto
no puede pasarle a él, es un error! Debido a que no es obligado ni preciso aceptar “de
una vez” tan dolorosa realidad, la persona se moverá entre períodos de aceptación y de
negación, según ella considere oportuno o necesario para su nivel de angustia.

Anulación psíquica
Fenómeno temporal en donde la capacidad de comprensión se ve alterada y la persona,
para su interacción con el medio, está sujeta a los estímulos que le aportan sus sentidos
(en términos coloquiales “se cierra el entendedero”); de esta forma, la memoria sensorial
(particularmente la visual y auditiva) no sólo está bien conservada sino muy activa, y
acompañada de una hipersensibilidad a la comunicación no verbal (la que viene de los
gestos, postura, tono de la voz, etc.).

Confusión e inquietud
El impacto de la pérdida deja al deudo aturdido y confundido, con sensación de
entumecimiento y desorientación: con frecuencia no sabe que hacer, dónde acudir, a
quién consultar o dónde estar. Puede moverse de un lado a otro sin sentido, mostrarse
inquieto, utilizando el movimiento como estrategia para descargar ansiedad y angustia.

Oleadas de angustia aguda


Se trata de pequeñas crisis de gran angustia que se presentan varias veces al día, duran
unos minutos y suelen ser disparadas por recuerdos del difunto: agitación, llanto,
actividades sin objeto, sensación de ahogo y de vacío en el abdomen, opresión en el
pecho, debilidad muscular, sofocos y preocupación con la imagen del fallecido. Pueden
llegar a ser tan dramáticas que la persona tenga sensación de muerte y se vea en la
necesidad de buscar asistencia médica. Este fenómeno ayuda a entender el porqué una

71
persona en duelo puede mostrarse en ocasiones aparentemente “serena” y al momento
“angustiada”, y variar así a lo largo de los primeros días o, más adelante, que una de estas
oleadas se presente coincidiendo con una fecha significativa (p.ej., aniversario,
cumpleaños, día del padre, etc.); al tratarse de una respuesta de los primeros días, su
presencia posterior puede sorprender al deudo y a aquellos que le rodean, dándoles la
falsa sensación de que se trata de un “retroceso” en su proceso de duelo.

Pensamientos obsesivos
Repetición mental constante, a modo de imagen fotográfica, de los eventos que
condujeron a la pérdida (p.ej., sus últimas palabras, la forma en que murió, expresión de la
cara, heridas sufridas). Al tratarse de un estímulo negativo (doloroso, angustiante), una
estrategia que ha mostrado ser útil a los deudos es la de oponerle otro estímulo pero de
tonalidad contraria, es decir, muy positivo (una de aquellas imágenes o fotografías que
suscitan una sonrisa sólo al verlas) y que la persona debe llevar con ella para cuando se
presente uno de estos pensamientos obsesivos. Cuando el cuerpo del fallecido no es
visto, estos pensamientos son sustituidos por “fantasías obsesivas”, las cuales pueden ser
muy angustiantes.

Síntomas físicos
Aunque no son de obligada presencia, si que pueden presentarse uno o más de ellos al
mismo tiempo. Se relacionan con la activación de los ejes neural y neuroendocrino. Entre
ellos están: sequedad de boca y mucosas, respiración suspirante, debilidad muscular,
llanto, temblor incontrolable, perplejidad, trastornos del sueño y del apetito, manos frías y
sudorosas, náuseas, aumento de la frecuencia urinaria, diarrea, bostezos, palpitaciones y
mareos, alteración del ciclo menstrual en mujeres.

Otras reacciones
Pensamientos negativos sobre el futuro, desesperanza, revisión negativista o pesimista de
la vida, fantasías de suicidio, sensación subjetiva de tensión y/o de haber sido
sobrepasado por las circunstancias, respuestas explosivas como pérdida de control,
dificultades de concentración, incapacidad transitoria para el mantenimiento de las
actividades de la vida diaria, imposibilidad para descansar y disforia.

2. CONCIENCIA DE LA PÉRDIDA

A medida que los síntomas y reacciones iniciales pierden su intensidad, y la persona


acepta intelectualmente la nueva situación, comienza esta segunda fase del duelo.
Cuando el funeral termina, y los amigos y conocidos reanudan sus vidas normales, el
verdadero significado de la pérdida golpea con fuerza al superviviente. Es pues un período
caracterizado por una notable desorganización emocional, con la constante sensación de
estar al borde de una crisis nerviosa y enloquecer. Aunque disminuye el nivel de angustia
inicial, el dolor comienza a sentirse con mayor intensidad; en una palabra, la persona se
siente peor. Sus características más importantes son:

Ansiedad de separación
Nerviosismo, protesta y malestar por la separación, sensación de desasosiego, de
inquietud interior por no ver al ser querido, y que la persona suele expresar con un
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angustiante ruego a Dios: “déjame verlo aunque sea un segundo, un minuto”. Es uno de
los síntomas más persistentes y angustiantes del duelo, y se asocia a otras expresiones
fenomenológicas de la aflicción.

Estrés prolongado
Aunque los deudos dispongan de estrategias de afrontamiento efectivas para enfrentar la
aflicción aguda, la situación estresante es intensa y se mantiene, por lo que los efectos de
la activación de los ejes fisiológicos iniciales perduran.

Culpa
Se trata de un sentimiento común a todo tipo de pérdida, presentándose en dos
variedades: (1) Racional o directamente relacionada con la causa de muerte, y (2)
Irracional, aquella que pretende explicar lo sucedido con preguntas del tipo “por qué no
hice o dije” y los conocidos “deberías” de la aflicción: “debí haberle insistido más en que
fuera al médico”, “en que tomase el autobús”, etc. Una estrategia efectiva para aprender a
vivir con este sentimiento, en particular con la culpa irracional, es aceptarla como uno más
de los fenómenos cuasi-normales que se presentan en la aflicción.

Rabia, agresividad e intolerancia


Como fenómenos comunes y naturales en el duelo, suelen crear conflictos con aquellos
que rodean al deudo, pues son emociones no bien toleradas por los demás. La persona
puede estar muy irritable, con un bajo nivel de tolerancia (al ruido, a las personas, al
trabajo diario) y llena de rabia hacia Dios, los médicos, ciertas personas, una institución, el
sistema de justicia o los vecinos; se busca un “cabeza de turco” o “chivo expiatorio” sobre
el cual descargar la frustración, el dolor y la rabia. Debido a estos sentimientos, los
miembros de la familia a veces olvidan que la pérdida de un ser querido no es un
problema “entre” sino “de” ellos, llevando a la ruptura en la comunicación y al
debilitamiento de la estructura de soporte familiar.

Comportamiento de búsqueda
Relacionado con la ansiedad de separación y la aceptación incompleta de lo sucedido,
esta conducta es muy frecuente durante el primer año: el deudo tiende a buscar a su
familiar entre la multitud, en el autobús, en el metro, en la calle; los niños más pequeños
buscarán debajo de las camas o en los armarios. En ocasiones, cuando la persona ve a
alguien por detrás que es muy parecido al fallecido, puede presentarse el fenómeno
conocido como “stop respiratorio”: se interrumpe la inhalación, el sujeto observa con
cuidado, se da cuenta de su error y vuelve a respirar, acompañado de una sensación de
tristeza y decepción.

Sintiendo la presencia del muerto


Aunque no todos viven este fenómeno, la presencia del difunto puede todavía ser sentida,
ante lo cual el deudo puede comportarse como si no hubiese ocurrido la pérdida (p.ej.,
pone la mesa para dos, prepara su cama, habla con él), o tiende a buscar al muerto en
lugares familiares. El sentir, ver, oír u oler al ser querido ausente suele ser un tema de
discusión interminable, pues casi siempre suelen presentarse posturas encontradas que
niegan o afirman una posición u otra; lo importante no es tanto si es verdad o mentira, sino
lo que ese fenómeno en particular produzca en aquella que así lo sufre: si esto le produce

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miedo o pánico, estará indicado buscar ayuda profesional; si, por el contrario, le da
tranquilidad al sentirlo y verse acompañado, entonces dejará de ser un problema para ella.

Ensoñación
Aunque muchas personas no recuerdan lo soñado la mañana siguiente, es durante esta
fase del duelo que los sueños son más prolíficos, cambian de contenido o calidad, o
pueden hacerse más frecuentes.

Otras reacciones
Aunque ya no son tan persistentes, por momentos pueden presentarse incredulidad, cierto
grado de negación, frustración, trastornos del sueño, alivio por una situación conflictiva o
difícil terminada, miedo a la muerte, añoranza y llanto recurrente.

3. CONSERVACIÓN – AISLAMIENTO

Esta fase es experimentada por muchos como "el peor período de todo el proceso del
duelo", pues es durante ésta que la aflicción se asemeja más a una depresión (ya como
trastorno psiquiátrico) o a una enfermedad general. De forma muy característica, y
relacionado en parte con el desconocimiento general del proceso del duelo, la relación
muerte-aflicción al final del primer año (Más o menos) se pierde, y la mayoría de las
personas no relacionan una cosa con la otra. Por ello, esa “nueva” sensación de tristeza
es vivida por muchos como un cuadro depresivo aislado.

Sin olvidar que cada persona elabora su pena según su propio tiempo y estilo, este
momento se presenta, en promedio, al cabo de 8-10 meses. Sus características más
importantes son:

Aislamiento
La persona prefiere descansar y estar sola por momentos no muy largos, a oscuras y en
su habitación. Su cuerpo le pide reposo, está débil y se siente fatigado por tantos meses
de estrés.

Impaciencia
Después de tanto sufrimiento, puede llegar un momento en el que el deudo dude de su
propia capacidad de recuperación y sienta que debe hacer algo útil y provechoso que le
permita salir lo más rápidamente posible de su estado de duelo. En la práctica, los deudos
hacen referencia a esta situación con comentarios como que se está “cansado de tanto
dolor”.

Repaso obsesivo
De forma característica, durante esta época la persona empieza a hacer un repaso global
de lo sucedido: los hechos en sí, la comunicación de las malas noticias, personas que le
han acompañado este tiempo, efectos de la pérdida sobre el propio mundo, situación
actual, etc. Este repaso puede ser sólo parcial, referido a un hecho en particular o a varios,
y muy reiterativo a los largo de los meses siguientes. Este ejercicio es generalmente
mental y pocas veces es comunicado a los demás; para ello, el deudo se aísla por
momentos o parece distraído.

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Apoyo social disminuido
Durante este período, el deudo ya encuentra poco eco a su dolor, tristeza y sensación de
vacío, y la gente le tacha de “depresivo”, de “débil”, de “cansón”, de no estar “haciendo
nada para recuperarse”, asumiendo que “ya debería estar bien”. La pérdida del apoyo
social es ahora vivida con mayor intensidad.

Necesidad de sueño
Tras varios meses de estrés, de manejar tantas cosas al mismo tiempo (las propias de la
pérdida y las asociadas a ella), la persona está agotada, física y mentalmente, y su mente
le pide también reposo, alivio que obtiene con el sueño; por ello, la persona sentirá más
deseos de dormir, por más horas, o en dosis fraccionadas. A veces, esto es vivido por el
deudo (y por otros) como una forma de “evadir la realidad”, cuando en realidad es una
necesidad fisiológica muy natural en la aflicción.

Otras reacciones
Desesperación (muy relacionada con la impaciencia y la aceptación emocional de la
pérdida), desamparo (en consonancia con el apoyo social diminuido), impotencia
(confirmación definitiva de la incapacidad para modificar lo sucedido) e irritablidad
(cualquier cosa que implique un gasto de energía –energía que no es utilizada en sí
mismo- exaspera al doliente).

Estas tres primeras etapas configuran lo que muchos teóricos del duelo llaman la “fase
aguda” de la aflicción (la cual abarca, en general, el primer año). Hasta este momento, lo
que el deudo debe hacer, desde la óptica del trabajo de congoja, es expresar lo que
siente, trabajar con la emoción más que con la razón, y resolver problemas prácticos
instrumentales (domiciliarios, legales, personales). No es el momento de reconstruir, sólo
de sentir. No obstante, en algún lugar determinado de ese doloroso viaje de la aflicción, el
doliente retoma la postura de pensar primero en él desde todos los ángulos o dimensiones
de su vivir, piensa ya en términos de reconstrucción. Se inicia pues la “fase central” de la
aflicción, con los siguientes dos períodos del proceso.

4. CICATRIZACIÓN

Este período de cicatrización significa aceptación intelectual y emocional de la pérdida, y


un cambio en la visión del mundo de forma que sea compatible con la nueva realidad y
permita a la persona desarrollar nuevas actividades y madurar. Esto no implica que el
deudo no vuelva a sentir dolor; por el contrario, podrá vivirlo, pero de forma diferente, sin
tanta angustia como al principio, si bien, con períodos de agudización que le recordarán
épocas anteriores. Sus características más sobresalientes son:

Reconstruir la forma de ser


Es, esencialmente, un proceso de transformación de "volver a ser" otra persona , que
está lejos de ser completado por el simple hecho de que el individuo haya dejado de llorar.
Para ello, el deudo debe hacer un balance (sopesar) entre los conceptos previos al
fallecimiento, y los actuales, modificados en mayor o menor cuantía por la tragedia, y
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utilizar el resultado – ya como “renovados” principios - a modo de cimientos para la
reconstrucción.

Retomar el control de la propia vida


La muerte de un ser querido, entre todas las cosas que produce en los seres humanos,
genera una dolorosa pérdida de control sobre las cosas y la propia vida. Para muchas
personas esta situación es terrible, desesperante, generadora de pánico. Tomar de nuevo
las riendas de la propia vida es una tarea difícil, llena de incertidumbre y fracasos, a veces
asociados a expectativas poco realistas (metas muy altas) o a la falta de apoyo en la
consecución de las mismas. Una manera sencilla en la cual los deudos pueden dar los
primeros pasos en este proceso es comenzar con su propio cuerpo (p.ej., alimentarse
bien, reducir hábitos nocivos, hacer ejercicio, dormir de seis a ocho horas diarias) y sus
actividades de la vida diaria (p.ej., estructurar el día y la semana con actividades diversas,
planificar los fines de semana).

Abandono de roles anteriores


La pérdida de un ser querido es mucho más que la ausencia de una persona: es la
desaparición física de ese ser, de lo que él significaba y de lo que aportaba a la relación.
En ese dar y recibir, las personas suelen depositar en el otro ciertas funciones o roles,
bien porque tiene aptitudes para ello o porque así lo deciden. Cuando la muerte termina de
forma abrupta la relación, es inevitable que se produzca cierta resistencia a su abandono;
algunas de ellas cederán a la evidencia con más facilidad que otras, si bien, ciertos roles
pueden tener una capacidad muy grande para consumirse. Es ahora, como parte de volver
a tomar el control de la propia vida, cuando el deudo debe asumir aquellos papeles que
antes cumplía el fallecido, proceso difícil y no exento de dolor.

Búsqueda de un significado
Encontrarle sentido a lo sucedido no es fácil, a pesar de lo rápido que surgen las
respuestas de la boca de aquellos que desde diferentes posiciones filosóficas o religiosas
aportan sus razones. Debido a que los seres humanos aprenden de lo que viven, lo único
que la experiencia muestra de la muerte es dolor, angustia, desesperación, tristeza y
enojo, y algunas otras cosas más. Por mucho que se diga que la muerte es sólo un rito de
paso, que no hay porqué tener dolor ni angustiarse, que se va a un lugar mejor, esto no es
más que un acto de fe y no un producto de la experiencia. Ver un enfermo terminal morir,
no es ver la muerte, es asistir a una persona todavía viva que está muriendo: aprender de
su experiencia de muerte sería tanto como preguntarle, una vez muerto, qué tal fue la
muerte para él, y eso no es posible hoy día desde el método científico. Por ello, buscarle
un significado a lo sucedido es tremendamente complicado. Tal vez, más adelante, a
cierta distancia (en términos psicológicos, existenciales o de tiempo) pueda el deudo darle
respuesta a ese agobiante y desesperante “por qué” de las fases iniciales.

Cerrando el círculo
Como parte del fenómeno de cicatrización (cerrar la herida), el deudo debe emprender la
tarea de reconstruir su mundo, en sus tres grandes dimensiones (realidad, sentido de vida
y personalidad), logrando con ello completarse como persona con una nueva dimensión
del sí mismo.

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Perdonando y olvidando
Esta fase es esencialmente un proceso de aceptación, tanto de la muerte como de los
cambios generados por ésta, de las propias falencias, errores del pasado, personalidad
del fallecido, viejas heridas, sensación de injusticia (real o fantaseada) y de lo que ya no
puede ser. El perdón y el olvido son parte primordial de esta aceptación adaptativa.

Otras reacciones
Disminución gradual de los efectos del estrés prolongado y un aumento de la energía
física y emocional; se restaura el patrón de sueño normal.

5. RENOVACIÓN

Una vez que el deudo ha realizado los cambios necesarios en su realidad, sentido y estilo
de vida, que ha recuperado su forma de verse a sí mismo y a su mundo con un sentido
positivo, y que ha logrado encontrar sustitutos y reemplazos para la persona u objeto
perdido (éstos pueden ser cualquier cosa que interese al individuo o le dé un sentido y
propósito, no necesariamente un rol sustituto), se mueven hacia la fase final del duelo. Sus
características más importantes son:

Viviendo para sí mismo


Cuando los lazos de apego son rotos definitivamente, gracias a esa renovada concepción
del sí mismo y del mundo, la persona comienza a vivir para ella; este descubrimiento le
puede dar la sensación de que la vida, la alegría, el día, la naturaleza, los colores y la
mayor parte de sus cosas son ahora diferentes. Descubre dentro de sí un enorme coraje
no supuesto antes.

Aprendiendo a vivir sin


Para poder sobrevivir, los cambios acaecidos en las tres dimensiones de su mundo llevan
al deudo a entender y asumir responsablemente que su ser querido definitivamente no
está y ya no se puede contar con él, por lo que aprender a estar sin él es una parte
esencial de este proceso de reconstrucción. Se trata de un fenómeno difícil, no exento de
dolor y con periódicas rebeldías.

Reacciones de aniversario
Reacciones y síntomas semejantes a los experimentados durante las fases iniciales del
duelo (ver capítulo correspondiente).

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

FACILITANDO EL DUELO NORMAL EN EL ADULTO


Aunque la mayoría de las personas afligidas se recuperan de sus pérdidas sin ninguna
asistencia profesional, el conocimiento de las fases del duelo, con sus síntomas y
reacciones particulares, posibilita a la persona a “prestarse ayuda”, a facilitar su duelo e

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identificar sus reacciones, permitiéndole a su vez poner en marcha de forma eficiente
distintas estrategias para disminuir la probabilidad de complicaciones futuras o patrones
disfuncionales.

Como hemos visto, las condiciones más favorables para el desarrollo de un duelo sano
son:

1. Información
Es decir, educación en duelo: qué es el duelo, cómo se presenta, qué me puede pasar,
qué puedo hacer, qué pueden hacer otros por mi, etc.). Debemos recordar que una
situación será tanto más angustiante cuanto más la desconozcamos. Se trata de la
primera de las tareas del duelo.

2. Compañía
Será muy importante mi entorno familiar y social inmediato como interlocutores de mi
dolor, que conozcan tanto del duelo como yo, llenos de paciencia y que sepan
acompañarme y escucharme: “si tanto me quieren como para acompañarme, deberían
aprender del duelo, tanto o quizás más que yo”.

3. Conversación
Una de mis tareas más importantes es el hablar, hablar y hablar de mi ser querido, del
dolor, de lo que le acompaña, de mis angustias, del colapso de mi futuro, de mi rabia y de
mi desesperación.

En la medida en que se rompe la construcción de la realidad, el sentido de la vida y la


identidad propia después del fallecimiento, la capacidad del individuo de reasignar
responsabilidades en dichas áreas y la disponibilidad de recursos alternativos son
fundamentales para su proceso de adaptación a una vida sin el fallecido. Sea cual fuese la
relación de los deudos con el difunto, hay un consenso general de que todo ajuste positivo
después de una pérdida sólo se puede lograr si los deudos llevan a cabo lo que se ha
dado en llamar "trabajo de congoja" (trabajo de la aflicción, proceso, trabajo o elaboración
del duelo).

La idea de "trabajo" viene al caso porque la adaptación normal a una pérdida implica
considerable dolor y esfuerzo antes de poder reconocer la realidad de la misma, aceptar
que la persona muerta ya no está más y buscar otras relaciones o vías de interacción
social productiva. Este ejercicio ubica de manera clara en el pasado las relaciones y
experiencias con el difunto; si el deudo no se mueve de una relación idealizada, puede
llegar a ser incapaz de afligirse por la persona real. Sabemos que los muertos no se
olvidan sino que se ubican en el pasado, en tanto que su recuerdo se incorpora a la
realidad del presente: por medio del trabajo de congoja es posible poner a los difuntos en
una perspectiva histórica y emocional.

Algunas personas encontrarán consuelo por la pérdida de un ser querido acudiendo a su


sacerdote de confianza, a sus amigos, al ejercicio físico o aumentando sus horas de
trabajo diario; para otros podrá ser útil estar en un grupo de auto-ayuda o acudir a los
especialistas en duelo. En esto casos, siempre se acercará mucha gente que querrá
“arreglar” nuestras vidas: Escuchémosles y démosles gracias por su interés. El alcohol o

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las drogas no son la forma más sana o apropiada de encontrar consuelo; esto solo nos
añadirá más problemas.

En este modelo de adaptación a la pérdida o "trabajo de congoja", se pueden identificar


varias tareas que deben emprenderse en el curso del duelo y en el proceso de adaptación
a un mundo donde el difunto ya no existe. Estas tareas son tanto emocionales como
instrumentales: el superviviente debe aprender, o reaprender, desde enfrentarse con los
sentimientos de angustia, soledad y desesperación, hasta como poner una instalación
eléctrica para una bombilla, arreglar un fogón o pagar los impuestos; son relativamente
simples y de carácter progresivo, y constituyen los elementos en los cuales se apoya el
asistente para su labor de facilitación del duelo normal. El duelo no es pues un fenómeno
“pasivo”, sino, por el contrario, “muy activo”, en donde el deudo participa intensamente en
cada una de estas tareas.

Estas TAREAS, son:

PRIMERA TAREA

Educación en Duelo

Uno de los aspectos más importantes para facilitar nuestra recuperación es buscar
información acerca de lo que es y lo que se siente durante el duelo, cuánto dura, qué
factores modifican o alteran el proceso de recuperación, cómo puedo ayudarme, de qué
forma otros pueden ayudarme, etc., en definitiva, EDUCACIÓN EN DUELO. Esto evita
muchos tipos de interpretaciones erróneas, errores vivenciales y angustias innecesarias.

SEGUNDA TAREA

Ventilación

Como hemos visto, durante los primeros días o semanas después del fallecimiento, el
superviviente permanece en un estado de shock adaptativo y defensivo, caracterizado por
un aturdimiento continuo, incredulidad, confusión y preocupación por la imagen del
muerto; durante este lapso aún no habrá sentido todo el impacto de la pérdida. Al mismo
tiempo, el deudo generalmente cuenta con el apoyo de familiares y amigos quienes
habitualmente se dedican a los arreglos prácticos relacionados con el fallecimiento
(certificado de defunción, registro, arreglos del funeral, cobertura de gastos, etc.). Al ser
organizados y protegidos por otros, la oportunidad de enfrentarse o experimentar la
realidad de su pérdida se ve así reducida; la realidad y el sentido de las cosas se
suspenden temporalmente, en tanto que todo sucede a su alrededor.

Si bien las actividades de la vida diaria pueden continuar su curso normal, pierden su
sentido derivado del intercambio con otros. Aun cuando la atención de familiares y amigos,
el funeral y las actividades y arreglos relacionados con el fallecimiento impliquen que
alguien ha muerto, suelen ser percibidos como irreales y alejados de la experiencia
personal: es casi como si todo ocurriera a otras personas, parece una pesadilla, un mal
sueño.

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Gradualmente, y por la naturaleza de las reacciones de los demás -sus visitas, las
condolencias y consuelos, el llanto-, una creciente consciencia de que el muerto ya no
está presente confirman y fortalecen la realidad de la pérdida; se accede a su
reconocimiento intelectual aun cuando emocionalmente no se acepte.

Dos tipos de estrategias facilitan el reconocimiento y aceptación de la pérdida:

a. Recordar todos los eventos relacionados con la muerte, es decir, las circunstancias
alrededor de la misma; esto significa que una de las mejores cosas que podemos hacer es
hablar, hablar y hablar. Al repetir una revisión de la muerte o notificación de la misma, la
realidad se hace más clara y más detalles acuden a la conciencia, al mismo tiempo que el
deudo experimenta recuerdos relacionados al difunto. Cada repetición, aunque muy
dolorosa, permite una mayor descarga de angustia y dolor; así, según se dice, “duelo que
no se habla, es duelo que no se cura”. De esta forma es que revivir la experiencia facilita
la integración de la realidad de la pérdida. Hablar de lo sucedido, de lo que sentimos, de lo
que nos pasa, de lo que pensamos de nuestro futuro, de los demás y de cualquier otro
tema que en ese momento nos apetezca, también puede darnos pie para permitir una
apertura hacia la resolución de asuntos pendientes con el ser querido fallecido (si es que
quedó alguno o algunos). Hablar, como terapia de duelo, me permite pues reconocer la
realidad de lo sucedido, descargar dolor, establecer los primeros pasos para un cambio en
la relación (hablar en pasado y no en presente, cambiar de relación física a simbólica) y
extender mi red social de apoyo.

b. Evitar la negación: el objetivo es referirse al difunto como ya muerto, hablando


directamente de lo que ha sucedido, utilizando los verbos en su tiempo apropiado y
responder a sus dudas o inquietudes de tal manera que confirmen la realidad; este
proceso no debe ser brutal o desatento, sino suavemente correctivo mientras el
acompañante responde con seguridad en una forma que confirma y no elude la realidad
de la pérdida total o irreversible.

TERCERA TAREA

Curación

Abordar o coger cada uno de los componentes de nuestro dolor y realizar las actividades
necesarias para favorecer su cicatrización:

a. Respecto al dolor biológico, es decir, al dolor del cuerpo, deberemos acudir a nuestro
médico de confianza para que estudie y/o trate nuestro dolor y nos aconseje al respecto.
Si permitimos que este dolor continúe sin ninguna atención médica, puede llegar a
absorber mucha de nuestra atención y retrasar nuestro proceso de recuperación, sin
olvidar que puede relacionarse con una enfermedad de mayor o menor gravedad que
también retrasaría nuestra recuperación.

b. En cuanto al dolor psicológico, debemos recordar lo más detalladamente posible


nuestra vida con el ser querido ausente. Este ejercicio (que puede utilizar todo tipo de
ayudas, como fotografías y objetos familiares) tiene como propósito ayudarnos a
continuar, definir y establecer los límites apropiados que nos diferencien del ser querido,
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confirmando así nuestra identidad personal y recuperando la confianza en nosotros
mismos. Es decir, esto ayuda al proceso de emancipación emocional de las uniones de
apego con el difunto. Para ello, aquellos que acompañan al deudo deben estar dispuestos
y preparados para escuchar y participar con estímulos que ayuden al deudo a relatar la
historia más completa del difunto y de su vida juntos. Este ejercicio posee además dos
ventajas adicionales:

(1) Visualización del difunto como lo que realmente fue: cuando el deudo puede hablar
acerca de cómo se conocieron y de algunos hechos de su vida juntos, muchas emociones
son experimentadas y empezará a ver al difunto como una persona más real y no como la
idealización de las fases iniciales ("un santo que murió); sin embargo, esto en ocasiones le
puede crear conflictos si su interlocutor no comprende el propósito de este ejercicio.

Muchas personas consideran saludable que el deudo hable en forma positiva del difunto,
pero tienen menos humor y paciencia para escuchar sus expresiones de enojo y
culpabilidad por una relación largamente ambivalente y conflictiva; esto es especialmente
verdad para aquellos que conocieron al difunto y desean conservar su propia imagen del
fallecido, prefiriendo olvidarse de contrariedades y conflictos que en su opinión ya no
tienen remedio. Con frecuencia, y por temor a ser "desleal con el muerto" o a alejar a sus
amigos y familiares, el individuo puede sentirse inhibido para exteriorizar su enojo con el
difunto.

(2) Favorece la autoestima: El recuerdo de aspectos buenos y productivos, y la


confirmación de haber logrado algo provechoso y madurativo, favorece la autoestima,
atenúa la hostilidad y enojo y nivela la culpabilidad que se atribuye al difunto con la propia,
llegando a un término medio en el cual se reconoce lo bueno y lo malo de su relación.

c. Para tratar con el dolor social (el dolor ante la sociedad y lo que “ellos” esperan),
debemos deshacernos de forma constructiva de toda nuestra rabia y odio (de una forma
que sea sana para nosotros y no produzca daño a otros), de tal forma que no sea un
obstáculo para nuestro proceso de recuperación. Podremos utilizar todo tipo de artilugios,
tales como una almohada, un cojín, un saco de boxeador, una pelota contra una pared,
jugar al tenis u otros deportes parecidos que impliquen una intensa actividad física de tirar
o golpear una pelota contra una pared. Una vez descargada esta pesada y dolorosa carga
emocional, ya podremos mirar con otros ojos y pensar cuál puede ser nuestra contribución
para que la sociedad en que vivimos sea un poco mejor.

d. Para el dolor familiar, es decir, el dolor de nuestros otros seres queridos, debemos tratar
de recuperar una de las funciones más importantes de la familia, la de apoyo y soporte
mutuo, mediante una buena comunicación y utilizando la terapia o técnica del “hombro-
oído-abrazo”: es decir, prestando nuestro hombro y pecho al dolor del otro y nuestro oído
a su angustia y dolor a través de un escuchar sin interrumpir; además, como en toda
situación angustiante, un abrazo familiar y cariñoso será siempre un buen acompañante.

e. Respecto al dolor espiritual (el dolor de nuestra alma), la fe y el consejo espiritual


podrán ser una alternativa muy apropiada y altamente recomendable.

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f. En relación con el dolor que el pasado nos produce, debemos nuevamente recordar lo
más detalladamente posible nuestra vida con el ser querido perdido, actividad que
realizaremos siempre con el mayor número posible de nuestros familiares presentes, cada
uno aportando sus propios recuerdos, dificultades, anécdotas y curiosidades e intentado
realizar la biografía más completa del ser querido (volumen de historias que podrá ser
consultado cuando así se desee). Podemos utilizar igualmente fotografías y objetos
familiares para lograr una mayor reconstrucción. Este ejercicio tiene como propósito llegar
a establecer un sentimiento de reconciliación, paz y gratitud con ese rico pasado vivido
con nuestro ser querido perdido, confirmando así nuestra identidad familiar y
estableciendo las bases para un futuro diferente y nuevo.

g. El analgésico que necesitamos para calmar el dolor que el presente nos produce sólo
podemos encontrarlo en la intimidad de nuestra familia, en sus fuerzas de apoyo y soporte
y en la técnica del “hombro-oído-abrazo”. Es ella quien nos infundirá seguridad y confianza
y nos proporcionará un modelo de estabilidad y continuidad al no desistir en el contacto
mutuo ni dejarse abrumar por la ausencia aparente de soluciones a los distintos
problemas.

h. Complementando el punto anterior: para el dolor que el futuro nos produce, no hay
mejor analgésico que la familia: si logramos alcanzar un sentimiento de reconciliación, paz
y gratitud con ese rico pasado vivido con nuestro ser querido perdido, confirmar nuestra
identidad familiar y lograr de la familia la seguridad y la confianza y el modelo de
estabilidad y continuidad necesarios, estaremos estableciendo las bases necesarias para
un futuro en comunidad con nuestra familia y nuestro dolor.

El superviviente empezará a mostrar su aceptación de la pérdida al hablar del difunto en


función de su muerte y de su propia soledad; cuando de esta manera la pérdida se vuelve
real, el dolor de estar solo y vivir cada día sin el difunto empezará a sentirse y expresarse.

Un aspecto importante para facilitar esta tarea es que tenemos que reconocer que hay
poco consuelo posible cuando una persona enfrenta su futuro sin el ser amado perdido.
No obstante, aquellos que le rodean si que pueden ofrecerle un sentido de estabilidad,
continuidad y confiabilidad en un mundo que para ellos es caótico y carente de significado
y propósito. Sólo en esta forma es posible que algún consuelo pueda comunicarse y
aceptarse.

CUARTA TAREA

Reconstrucción

Recuperar nuestra realidad, nuestro sentido de la vida, nuestra personalidad íntegra y la


confianza en el mundo puede llegar a ser una de las tareas más difíciles de la
recuperación. Esto significa, entre otras cosas, enfrentarse con la desorganización y la
adaptación a un entorno sin el ser querido. Es también uno de los factores que hace que el
proceso de recuperación tome tanto tiempo, hasta 2 ó 3 años, si no existen
complicaciones mayores.

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Debido a que cada ser humano participa en mayor o menor intensidad de nuestra realidad,
de nuestro sentido de la vida, de nuestra personalidad íntegra y de nuestra confianza en el
mundo, un primer paso es establecer qué tanto de cada uno de estos elementos (realidad,
sentido de la vida, personalidad y confianza) estaba absorbido por o dependía del ser
querido fallecido. Una vez alcanzado este objetivo, debemos entonces utilizar “lo que
queda” de cada una de estas tres esferas como elemento o base para su reconstrucción.
Más énfasis deberemos poner en aquellos aspectos que más seriamente se vean
afectados por su dependencia del ser querido.

Cómo recuperar nuestra realidad:

La realidad que sirve como base a todas nuestras acciones, interacciones y expectativas
(es decir, la rutina diaria, nuestras conversaciones con otros, nuestra forma de reaccionar
a las cosas, nuestros proyectos, ilusiones, etc.) puede hacerse pedazos en mayor o menor
medida según participase en ella nuestro ser querido. Si logramos clarificar lo que nos
queda de ella en cada uno de sus elementos (rutina diaria, conversaciones con otros,
nuestras reacciones, proyectos, ilusiones, etc.) utilizaremos estos “desechos” como
elementos para su reconstrucción. Esto significa que debemos establecer cuáles son cada
uno de los elementos que componen nuestra realidad y realizar el ejercicio con cada uno
de ellos. Esta tarea podemos hacerla solos, con la ayuda de un terapeuta o, más
apropiadamente, con la ayuda de nuestros familiares.

Atender a la desorganización y la adaptación a un entorno sin el difunto, suele ser la tarea


más difícil para los deudos e incluso para aquellos que le acompañan en su duelo. El
mundo se ha convertido en un lugar poco seguro y confiable -y la confirmación de la
identidad personal “a través de esa persona” se ha interrumpido-, la realidad supuesta se
ha hecho añicos y las relaciones con otros tienen ahora que re-establecerse sobre una
base completamente diferente.

Distintos y complejos problemas debe ahora afrontar el superviviente:

a. Reconstruir y recuperar su confianza en un mundo donde puede suceder cualquier


cosa;
b. Continuar, separar y establecer los límites apropiados que le diferencien del difunto,
confirmando así su identidad personal y recuperando la confianza en sí mismo;
c. Darle un nuevo sentido a la realidad y a la vida;
d. Manejar la interacción social ahora que ha perdido al ser tal vez más importante de su
vida;
e. Abordar en solitario distintos problemas prácticos (económicos, vivienda, hijos, etc.).

Para facilitar este difícil proceso, aquellos que acompañan a una persona en duelo
pueden:

(1) Infundir seguridad, confianza y proporcionar un modelo de estabilidad; esto es


especialmente importante, como hemos visto, cuando el mundo se ha llegado a percibir
como inseguro e inestable y cuando los amigos y familiares lejanos han empezado a
retirar su apoyo o no saben cómo ayudar de forma adecuada y efectiva; al abordar y
aceptar con un sentido de seguridad sus diversos problemas, aquel que acompaña -más
su presencia- le transmiten un sentido de control y dominio.
83
(2) Establecer un marco de continuidad al no desistir en el contacto ni dejarse abrumar por
la ausencia aparente de soluciones a los distintos problemas.

(3) Nuestros familiares, amigos, un terapeuta o nuestro grupo de duelo, pueden actuar
temporalmente como "sustitutos interinos" (es decir, como una compañía pasajera
mientras pasamos la fase aguda y nos sentimos capaces de reanudar nuestras otras
amistades) con el fin de contribuir a la confirmación de nuestra identidad (es decir, a que
seamos capaces de reconocer lo que es nuestro y no del ser querido perdido) y a nuestra
auto-estima, y participar de nuestra interacción social durante el tiempo que precise el
seguimiento del duelo. Además, también pueden ayudarnos a abordar y manejar
diferentes problemas prácticos (económicos, vivienda, hijos, etc.); para ello se requiere
que se acepte a los deudos como individuos y no como una categoría de personas difíciles
de abordar.

(4) Se puede facilitar la interacción social al anticipar a los deudos lo que puede ocurrir en
su entorno social y la forma en que reaccionan tanto ellos como el entorno a los cambios
previstos; facilitar su integración al ayudarles a entender estos problemas como naturales
y propios de sus circunstancias individuales. Después de cada paso tentativo, el individuo
adquiere más confianza, aprende nuevas formas de manejar la interacción y establece
relaciones sobre una base nueva y realista.

A pesar de ello, son inevitables los fracasos temporales, decepciones y retrocesos. Al


evaluar individualmente la naturaleza de las aparentes dificultades, y al discutir los
métodos para abordarlas, se minimiza la confusión y se establecen metas realistas.
Aprender nuevos roles y recuperar el sentido de la propia identidad es un proceso lento,
gradual y a veces desalentador; cada paso alcanzado da la oportunidad al acompañante
para fortalecer la autoestima y confianza en sí mismo, animándoles a dar el paso
siguiente. El objetivo no es aconsejar a los deudos sobre cómo manejar sus problemas,
sino darles la oportunidad de anticipar y comprobar varias estrategias para abordarlos,
guiando la discusión en lugar de explicar qué es lo que está bien y qué lo que está mal.

Cómo recuperar nuestro sentido de la vida:

El sentido de la vida que sirve como base a nuestra relación diaria con otros y con el
mundo, y a nuestros propósitos del presente y planes para el futuro, puede igualmente
hacerse pedazos en mayor o menor medida según participase en él nuestro ser querido.
Si logramos clarificar lo que nos queda de ese sentido de la vida en cada uno de sus
elementos (propósitos del presente, planes para el futuro, etc.) utilizaremos estos
“desechos” como elementos para su reconstrucción. Esto significa que debemos
establecer cuáles son cada uno de los factores que le dan sentido a nuestra vida y realizar
el ejercicio con cada uno de ellos. Esta tarea podemos hacerla solos, con la ayuda de un
terapeuta o, más apropiadamente, con la ayuda de nuestros familiares.

Parte de este trabajo de recuperar el sentido de la vida, aunque más tardíamente, implica
reinvertir en una relación tan significativa como la que se ha perdido, es decir, formar
nuevas relaciones y construir un nuevo sentido de la vida en el cual podrá o no participar
mayormente esta nueva relación. Aquel que acompaña al deudo puede ayudar a éste a
establecer diferentes contactos a los de la familia; para facilitar esto deberá evaluar
84
conjuntamente con el superviviente las cualidades propias de su entorno, sus intereses y
habilidades sociales, y las incapacidades actuales. La familia del deudo puede
ocasionalmente requerir ayuda para entender la importancia de establecer nuevas
relaciones como una tarea apropiada del proceso de aflicción normal del adulto. En el
caso de la pérdida del cónyuge, es importante discutir posibles sentimientos de
"deslealtad" con el difunto cuando una nueva relación significativa se percibe como un
posible "sustituto". Esta tarea de re-invertir en una nueva relación involucra socialización
con nuevos compañeros y nuevos patrones de vida, e ir hacia una identidad nueva.

Cómo recuperar nuestra personalidad:

Es verdad que nuestra personalidad depende de muchas variables, si bien, cuando


convivimos muchos años con una persona llega uno a tal grado de intimidad que uno
puede no saber qué es realmente de uno y qué era del otro, creando una forma de
confusión entre nuestras personalidades. Así, si logramos clarificar lo que realmente
pertenece a nosotros en cada uno de los elementos de nuestra personalidad, utilizaremos
esto como elemento para reconstruirla. Esto significa que debemos establecer cuáles son
cada uno de los elementos que la componen y que no pertenecían al otro; es, de alguna
forma, como volver a descubrir qué somos y para dónde vamos.

El objetivo final no es aconsejar a los deudos sobre cómo manejar sus problemas, sino en
darles la oportunidad de anticipar y comprobar varias estrategias para abordarlos
(enfrentarlos), guiando la discusión en lugar de explicar qué es lo que está bien y qué lo
que está mal.

Durante este proceso de recuperación debemos, además, considerar:

1. Intervenciones precoces antes de que se establezcan patrones disfuncionales (es decir,


formas no muy adecuadas para enfrentar el duelo o que pueden generarle a la persona
más dificultades que beneficios).
2. Intervención sintomática:
a. Confrontar con la realidad la culpabilidad hacia uno mismo y hacia los otros (diferenciar
entre culpa racional e irracional);
b. Ayudar a corregir las negaciones y distorsiones;
c. Trabajar el enfado y la rabia (orientación constructiva);
d. Confrontar la sensación de traición y abandono con la realidad;
e. Explorar fantasías de futuro (efecto de la pérdida sobre el propio futuro);
f. Manejo grupal del estigma y la vergüenza por las características de la muerte.
3. Intervención relacional:
a. Explorar las funciones de rol y la vivencia de fracaso del mismo.
b. Confrontar la necesidad de encontrar una justificación racional a la muerte (una causa
medianamente aceptable).
4. Establecer un ritual de despedida.
5. Terapia individual y terapia grupal.

Para dar una mayor factibilidad al proceso de recuperación, el deudo debe considerar:

1. La institución más importante para podernos recuperar de la pérdida de un ser querido


es NUESTRA PROPIA FAMILIA (”el duelo es un asunto de familia”). Las fortalezas de
85
soporte y apoyo que posee la familia son únicas, y nunca mejor aplicadas que en el caso
de la pérdida de uno de sus miembros. No debemos olvidar que la familia es
especialmente buena es para los momentos “malos”, más que para los llamados “buenos”
(fiestas, cumpleaños, etc.). Además de la familia como grupo de apoyo principal, debemos
contar con al menos dos grupos alternos: Uno o más grupos de apoyo en nuestra
comunidad (de amigos, grupo de oración, de tertulia, de juego de cartas, gastronómico,
etc.) y un grupo de apoyo en duelo, local o itinerante, como recursos para la recuperación.

2. Es preciso recuperar la comunicación que se ve tan afectada por la muerte, que si


lloro delante del otro también le estoy dando permiso de que lo haga conmigo, de que su
angustia es sólo el reflejo de la máscara que se quita y que escondía ante nuestra
presencia y, finalmente, que puedo aplicar ese viejo y sabio adagio de la sabiduría popular
que dice que ”una pena compartida es media pena”, y qué mejor forma que hacerlo en
familia.

3. La terapia del Hombro-Oído-Abrazo: la terapia más importante para recuperarnos de


la pérdida de un ser querido es tan antigua que la hemos olvidado; se nos ha olvidado que
los seres humanos somos puro afecto, más afecto que cerebro, que necesitamos tocarnos
(cosa que ya casi no hacemos), que el órgano del cuerpo que más necesitamos de otra
persona para recuperarnos no es precisamente su boca (no necesitamos ”un discurso”),
su cerebro o su corazón; el órgano del cuerpo más importante para ayudar a otra persona
a recuperarse de la pérdida de un ser querido está precisamente a ambos lados de la
cabeza, se llama “oídos”; es decir, que nos escuchen una y otra vez decir el mismo curso
(nos tenemos que volver cansones con el tema –ese es el tema más importante en
nuestra vida ahora-, sin que nos interrumpan con esas frustrantes frases de “otra vez con
el mismo cuento”, “otra vez llorando”). Necesitamos oídos que tengan la paciencia de
escuchar nuestra angustia, dolor, desesperación rabia y tristeza una y otra vez, sin
interrumpirnos (“nosotros hablamos y ellos escuchan”), prestándonos, eso sí, sus hombros
para recostar nuestra afligida existencia porque no hay nada como este dolor. Y,
finalmente, que nos den el mejor de los remedios para el duelo: un abrazo. Más no es un
abrazo cualquiera, es un abrazo de 20-30 segundos, y al menos cada 4 horas.

4. Realizar entre todos una BIOGRAFÍA del Ser querido, pues “ese ser querido” era todo
un personaje, un protagonista, un héroe en nuestra familia, quien amerita, como homenaje
y recuerdo, la biografía más completa de su vida, no sólo para nosotros sino para futuras
generaciones.

5. Puesto que “el duelo no se resuelve con la razón ni con la inteligencia, sino con el
corazón”, no se trata tanto de pensar o razonar qué hacer para recuperarse: lo que se
debe hacer, básicamente, es SENTIR Y EXPRESAR lo que de nuestro corazón proviene.
Así, no se trata de reprimir los sentimientos, más bien de articularlos en palabras (hablar),
en papel (escribir), en sonidos (gritar o cantar) o con el ejercicio físico.

6. Visitas al cementerio. A pesar de ser una opción absolutamente personal (solo yo


siento el dolor, solo yo sé si me sirve) y de formar parte de los rituales del duelo, la visita al
cementerio aporta, además: (1) Libertad de expresión: Se trata de un lugar donde puedes
hacer cualquier cosa (llorar, gritar, patalear, hablar con una pared, etc.) sin que nadie te
diga nada pues es un lugar propicio para hacer este tipo de cosas. (2) Aplicar la técnica
(modificada) de la silla vacía: El hablar con el cuerpo del ser querido detrás de un pequeño
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muro, imaginándose que está allí, escuchándonos -y aún sin hacerlo así-, es una forma
muy adecuada de descargar tensión, dolor y angustia.

El proceso de recuperación de la pérdida de un ser querido consume gran cantidad de


energía, tanto por el proceso en sí como por lo que el deudo invierte en informar a otros en
cómo ayudarle (pedagogía del duelo). Por ello, las instituciones y/u organizaciones deben
invertir en la pedagogía del duelo de forma que la persona en duelo no gaste tanta energía
en educar a otros sobre cómo deben ayudarle y apoyarle.

Con frecuencia, a muchas personas no les gusta hablar mucho de lo sucedido, del ser
querido muerto, de lo que siente y lo que piensan, por no despertar su dolor o por sentirse
incomprendidos. Sabemos que escribir, escribir y escribir (una bitácora o diario de duelo)
es también una alternativa excelente. Entre las virtudes del escribir, están:

1. Permite guardar y evaluar los progresos.


2. Ayuda a la aceptación.
3. Expresar y descargar emociones y pensamientos.
4. Facilita llorar.
5. Sentir presente al que murió.
6. Acompañarse.
7. Resolver asuntos pendientes.
8. Clasificar y registrar.
9. Me escucho a mi mismo....
10. Permite objetivizar.
11. Honrar al difunto.
12. Mejorar la comunicación.
13. Ubicación de la realidad.
14. Mejora el conocimiento de sí mismo.
15. Es el mejor de los oficios.
16. Es más íntimo.

Puesto que el duelo no se resuelve con la razón ni con la inteligencia, sino con el corazón,
no se trata de pensar tanto o razonar cómo tiene uno que recuperarse: lo que se debe
hacer es sentir y expresar el dolor, la angustia, la desesperación y los demás molestos
síntomas del duelo. Para recuperarnos es preciso curar el dolor (los distintos tipos de
dolor) y recuperar nuestro mundo. Al respecto, otros aspectos que debemos estar en
capacidad de definir, interpretar, conocer y entender son:

1. Cargas Propias del Duelo


Son los componentes -síntomas y signos- propios de la aflicción: dolor, angustia, rabia
desesperación, sensación de vacío, soledad, ansiedad de separación, etc.

2. Cargas no intrínsecas al proceso


Se trata de los obstáculos que entorpecen y dificultan el desarrollo del proceso del duelo y
que están directamente relacionados con la aflicción y la pérdida: falta de información,
evitación, represión, aislamiento, rechazo, entorno conflictivo no sano para el desarrollo
del duelo, etc.

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3. Asuntos Pendientes
Son todas aquellas cosas relacionadas con pérdidas previas de todo tipo (además de los
asuntos pendientes por la pérdida actual) y que no fueron adecuadamente resueltas en su
momento, generando una impronta en la situación actual y/o alterando la capacidad de la
persona para resolver la pérdida actual.

4. Crisis concurrentes
Se trata de los obstáculos que entorpecen, dificultan y retrasan el desarrollo del proceso
del duelo y que no están directamente relacionados con la aflicción y la pérdida:
problemas económicos, obligaciones múltiples, enfermedad de otro familiar,
desplazamientos, violencia, etc.

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VARIACIONES EN LA RESPUESTA A LA PÉRDIDA

El Duelo Complicado

Distinguir entre formas mórbidas y normales del duelo es difícil debido a que las
respuestas anormales largamente reflejan una mayor intensidad, prolongación o variación
del duelo normal.

Considerando la variabilidad individual en cuanto a su expresión y cronología, y otros


factores situacionales y sociales, el duelo puede tomar muchas formas; cualquiera que sea
la razón, hay muchas veces que los individuos no siguen el curso normal del duelo sino
que en su lugar lo hacen de una manera que no parece adaptativa para ese individuo, sin
presentar la normal ponderación y disminución de las reacciones, y que interfiere
sensiblemente en su funcionamiento personal y social al grado de inducirle a buscar ayuda
profesional.

Factores de riesgo de Duelo Complicado

1. Edades extremas (muy viejo, muy niño).


2. Igual edad del difunto a la de otra persona significativa muerta en el pasado.
3. Pérdidas múltiples o acumuladas.
4. Crisis concurrentes.
5. Enfermedad física o psiquiátrica previa o actual.
6. Duelo por pérdida previa no debidamente procesado (no necesariamente de un ser
amado, también de otro tipo de pérdidas: trabajo, rol social, etc.).
7. Pobres o ausentes sistemas de apoyo emocional y social.
8. Relación altamente ambivalente o dependiente con el difunto.
9. Muerte repentina e imprevista, incluyendo suicidio.
10. Aquellos que pueden estar limitados para expresar su congoja o no tienen oportunidad
de hacerlo.
11. Aflicción aguda inusitadamente intensa.

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12. Reacción aguda con ataques de pánico.
13. No visualización de la pérdida o incertidumbre al respecto (no ver el cuerpo muerto:
ahogados, guerra, secuestrados, desaparecidos, etc.).
14. Pérdida social inaceptable (relación homo/heterosexual que era secreta, muerte por
asesinato, suicidio, SIDA, etc.).
15. Pérdida que es socialmente negada (aborto, homicidio piadoso, etc.).
16. Situación socio-económica conflictiva.
17. Negación intelectual/emocional de la pérdida.
18. Fase del ir-muriéndose de larga evolución (6 meses a más de 1 año).
19. Obligaciones múltiples (crianza de los hijos, economía familiar, etc.).
20. Síntomas depresivos de diverso grado de intensidad desde el inicio del duelo.
21. Personalidad pre-mórbida.

Una tercera parte de todos los deudos tendrán problemas en donde la ayuda profesional
será requerida. Lindemann consideró que ciertas condiciones -pérdida de un niño o de
una persona clave en el propio sistema de interacción social- produce una complicación
del duelo que no depende necesariamente de una historia psicopatológica previa; según
este autor, la más frecuente y notable de las reacciones de congoja atípica es el retardo y
aplazamiento para reconocerla y expresarla. Para Parkes, sólo dos rasgos -intensa
ansiedad de separación e inhibición del duelo- fueron evidentes como causa del duelo
complicado; en su opinión, no hay síntomas particulares que llamativamente separen el
duelo normal del patológico, si bien la expresión grave de culpa o síntomas de
identificación con el difunto y aplazamiento del duelo por más de 2 semanas son
indicativos de que el duelo está tomando un curso más grave.

A. Reacciones retardadas
Se consideran reacciones retardadas aquellas manifestaciones del duelo agudo que
suelen presentarse varias semanas después de la pérdida; si bien la ausencia temporal de
emociones puede proporcionar un respiro al agotamiento inicial del shock, cuando estas
están indebidamente inhibidas, bloqueadas o suprimidas, o cuando el proceso normal es
interrumpido, parcial o ausente, la respuesta normal del duelo puede no ocurrir.

Este tipo de reacción parece estar relacionada con el grado de estrés que un individuo
puede tolerar en un momento dado; el grado de apego y relación con el muerto, así como
el agotamiento psicofísico del cuidador primario -fase terminal -6-12 meses- pueden ser
factores asociados que contribuyan mayoritariamente a un aplazamiento del duelo.

Por otra parte, el aplazamiento del duelo puede ser una decisión consciente para un
individuo que encara un número diverso de crisis vitales concurrentes; en este caso, el
retraso en las reacciones puede ser una necesidad psicológica y física para proteger al
superviviente. Aquellos individuos que presentan reacciones retardadas o aplazadas, sin
una variable circunstancial evidente o explicada, son, sin embargo, candidatos a
evaluación y seguimiento.

B. Reacciones distorsionadas
Suelen presentarse en individuos que han tenido un duelo previo no resuelto, el cual es
precipitado por esta nueva crisis.

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C. Reacciones crónicas (duelo no resuelto)
Se caracteriza por síntomas y reacciones de aflicción típicas de las fases tempranas y que
continúan sin cambio cuando el duelo falla para resolverse. Como resultado, el individuo
permanece en un profundo y doloroso duelo como estilo de vida. Este tipo de reacciones
es a menudo vista en mujeres mayores que han sido muy dependientes del que ha muerto
o cuya identificación ha sido tal que su personalidad ha sido enterrada con el individuo
muerto. El mantenimiento de esta relación con el compañero ausente imposibilita la
resolución.

Por otra parte, el superviviente puede estar más interesado en mantener a otros "a su
servicio" que en conseguir su independencia y obtener el control sobre su vida. En tales
casos, nunca parecen estar satisfechos con la ayuda que se les da. Esta "impotencia o
desamparo aprendido", puede ser tan dolorosa para aquellos que necesitan ayuda como
para aquellos que la ofrecen.

Reacciones Distorsionadas del duelo

1. Hiperactividad sin un sentido de pérdida (p.ej., llanto histérico, cuestionamientos dramá-


ticos de cómo vivir sin el difunto).
2. Síntomas somáticos que representarían una identificación con la persona muerta, a
menudo con síntomas de la enfermedad terminal.
3. Reacciones psicofisiológicas intensificadas, incluyendo exacerbación de trastornos
previos: artritis, asma, colitis ulcerativa, etc.
4. Intensos sentimientos de culpa y autoreproche, ataques de pánico y expresión somática
de temor (sensación de ahogo, opresión respiratoria, etc.).
5. Alteraciones marcadas en la relación con familiares y amigos, en la cual hay un
aislamiento o retiro de la integración social.
6. Pérdida persistente de los patrones de interacción social, con incapacidad para tomar
decisiones o iniciar actividades.
7. Hostilidad y agresividad contra personas específicas, con sentimientos de desconfianza
y suspicacia.
8. Afectividad rígida y formalista o conducta "congelada" que asemeja reacción
esquizofrénica.
9. Síntomas depresivos recurrentes y comportamiento de búsqueda en fechas específicas.
10. Comportamiento de búsqueda persistente.
11. Temas de muerte y pérdida.
12. Comportamiento destructivo o inapropiado para la propia existencia social y económica
(p.ej., generosidad ilimitada).
13. Depresión agitada: tensión excesiva, insomnio, autorreproches y acusaciones,
ideación o conducta suicida, baja autoestima.
14. Sensación de que la muerte "ha ocurrido ayer", cuando la pérdida ha tenido lugar
meses o años antes.
15. Incapacidad para hablar del difunto sin llorar o con temblor de la voz, especialmente
cuando la muerte ha ocurrido más de 1 año antes de la evaluación.
16. Indisposición o rechazo intenso a mover las posesiones materiales del difunto.
17. Disminuida participación en actividades religiosas o rituales propios del luto.

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90
DUELO DESPUÉS DE PÉRDIDAS ESPECÍFICAS
A. Pérdida de los padres

Aunque ha sido estudiado menos que otras pérdidas, se asume que los adultos -quienes
usualmente hacen otras uniones y tienen sus vidas ocupadas- suelen experimentar un
duelo más corto. Sin embargo, el duelo puede ser más pronunciado y traumático de lo que
habitualmente se cree, especialmente para aquellos hijos que han estado física y
emocionalmente muy unidos al muerto.

La muerte de un padre puede significar pérdida de seguridad, pérdida del rol de hijo y el
verse obligado a asumir un rol de más adulto y más responsable miembro de la familia.
Por otra parte, el individuo queda ahora expuesto a ser el "siguiente en la línea
generacional", si ambos padres han muerto ya.

Cuando se muere la mamá, se pierde:

* El sentido de familia
* El amor más incondicional
* El respaldo
* El centro de la vida
* Pertenencia e identidad
* El pilar
* La historia
* La relación primigenia, o modelo en base al cual se construyeron las demás
relaciones.

B. Pérdida de un hermano

El apego a los hermanos usualmente continúa en la vida adulta, por lo que la muerte
puede significar un duelo grave. Esto con frecuencia conlleva a un examen de la relación
con otros miembros de la familia, resultando en una mayor sensibilidad y preocupación por
los miembros supervivientes. En neoplasias con alta incidencia familiar (p.ej., poliposis de
recto, cáncer de colon o mama), la muerte de un hermano puede llegar a ser
estigmatizante, favoreciendo así la ansiedad secundaria a la vulnerabilidad del
superviviente.

C. Pérdida de un niño

La muerte de un niño es considerada como un factor de riesgo para el duelo complicado; a


pesar de la posible presencia de la aflicción anticipatoria y de los cambios graduales en la
función y estructura familiar que una enfermedad crónica provoca, la muerte de un niño
ejerce un profundo efecto emocional sobre la familia y sus miembros. Los sentimientos de
culpa y enojo son frecuentes, observándose un desplazamiento de la hostilidad y
agresividad provocada hacia el cónyuge, hermanos del niño enfermo, miembros del
personal sanitario u otras personas conocidas.

91
Si el entorno paternal ha sido demasiado protector y se busca -mediante determinadas
conductas- la sustitución del niño perdido, se puede estimular artificial e inadvertidamente
tal comportamiento en los supervivientes y perturbarla. Por otra parte, cuando una familia
pierde a un niño, es posible que pierda más que un lazo de unión; la familia puede haber
utilizado la enfermedad del niño y sus complicaciones secundarias como un medio de
evitar problemas mutuos y conflictos no relacionados con la enfermedad. Con la muerte
del niño, y ante la imposibilidad de recurrir a estos modelos desviados, la familia debe, por
consiguiente, enfrentarse a los hechos de forma adaptativa y directa, buscar otras
alternativas para evitar el conflicto y no desintegrarse.

La muerte de un niño y su impacto sobre la familia exige un abordaje protocolizado y


multidisciplinario ante las graves consecuencias que conlleva sobre el duelo de cada uno
de los supervivientes, particularmente si existen otros niños pequeños.

D. Muerte neonatal

Existe la creencia popular de que la muerte de un recién nacido -al no haber existido
tiempo suficiente para que se estableciesen fuertes lazos de unión- produce menos
reacciones durante el duelo que en aquellos casos en que si ha habido tiempo para que
estos se formasen. No obstante, existen suficientes datos que corroboran que las
reacciones de las familias ante la pérdida de un recién nacido se corresponden con las
reacciones aflictivas típicas:

Las madres manifiestan frecuentemente altos y delicados sentimientos de culpabilidad


basados en lo que ellas piensan puede ser la causa de la muerte, tales como prácticas
sexuales durante el embarazo, alimentación insuficiente, trabajo excesivo y prolongado
durante la gestación, y exceso de ejercicio o movimiento. Los padres también suelen
experimentar sentimientos de culpa relacionados con el abandono de sus esposas, falta
de atención a las necesidades de estas, causas genéticas o la sensación de "haber hecho
algo mal".

Una vez que ha muerto el niño, debe permitírsele a los padres tenerlo en sus brazos si así
lo desean, siempre y cuando hayan sido prevenidos acerca de los cambios que pueden
presentarse (cambios en el color de la piel y la temperatura, rigidez, etc.). Además, como
parte del proceso del duelo, y para lograr su conclusión, es conveniente disponer algún
tipo de ceremonia formal que promueva la exteriorización del dolor y no deje a la familia
con la sensación de que el nacimiento y la muerte del niño han sido sucesos sin
importancia.

E. En caso de abortos y mortinatos

Complementando el punto anterior, cuando las madres se enfrentan con el nacimiento de


un niño muerto, aproximadamente el 50% se reprochan ellas mismas o echan la culpa a
otros, un 25% lo consideran "la voluntad de Dios" y otro 25% evitan pensar en ello. Las
reacciones de aflicción suelen ser las típicas.

Con frecuencia las madres suelen avergonzarse, consciente o inconscientemente, por


tener la sensación de haber fracaso como mujeres capaces de dar vida a un niño, y se
92
sienten culpables pensando en lo que habrán podido hacer o pensar para que la criatura
haya muerto. Según Lewis, lo que hace que este tipo de muertes sean tan dramáticas y
frustrantes es, al menos en parte, la pérdida de lo que podría haber sido, el extravío de la
sensación de futuro. Como en el caso anterior, se recomienda que los padres, si así lo
desean, vean y toquen a la criatura; esto permite facilitar el proceso aflictivo al existir una
"persona" tangible por la cual apenarse. Cuando no lo deseen -circunstancia que por lo
demás no es extraña o anormal- no hay que dejar que se sientan culpables por su actitud.
Se sugiere también que se ponga nombre a la criatura y se realice algún tipo de ritual
funerario sencillo.

En la muerte perinatal se frustra la posibilidad de sacarlo en brazos del hospital o de la


casa, de alimentarlo, de cuidar su ombligo, de ponerlo al sol, etc. Se tiene además la
sensación de que el bebé muerto "tiene hambre", pues la leche materna sigue "bajando"
cada 3-4 horas al principio, a modo de "lactancia fantasma".

¿Qué estrategias sirven para contrarrestar la falta de consideración respecto de la


muerte perinatal?

1. Información: crear cultura del dolor perinatal.


2. Ser francos y honestos con lo que se siente.
3. Dar testimonio.
4. Conocer el problema tal cual es (hacer públicas las estadísticas de muerte perinatal).
5. Ser multiplicador de la información.

DUELO EN EL ANCIANO

La vejez, en su aspecto más negativo, ha sido llamada "la estación de las pérdidas": la
menor tolerancia a la actividad física y la pérdida de energía le recuerdan al anciano sus
pérdidas corporales funcionales; cuando sus amigos o familiares de edad similar enferman
o mueren, ello constituye un recuerdo de lo que la edad avanzada puede traer. Por otra
parte, la disminución en los ingresos y el declinar en la salud favorecen la percepción del
anciano como un "sujeto dependiente".

Para Blazer, la reacción de duelo en la época media de la vida se convierte en la primera


de una serie de episodios similares que tendrán lugar sucesivamente en la vejez.
Verwoerdt habla de la "reacción de duelo involutiva" secundaria al fracaso en la obtención
de ideales, la comprensión de la propia transitoriedad, la pérdida de ilusión de progreso
perenne y otras desilusiones, así como dificultades biológicas y sociales que emergen
durante este período.

Las pérdidas acumuladas (duelo múltiple) son comúnmente vistas en el marco oncológico
geriátrico; se puede presentar pérdida del cónyuge por enfermedad terminal, seguido de
pérdida de la independencia debido a incapacidades físicas para manejarse solo o
problemas económicos asociados a la disminución súbita de los ingresos. En estos casos,
la pérdida múltiple de varios aspectos de los patrones de vida previos puede conducir a
dificultades y hacer más lenta la recuperación.

Los ancianos están en riesgo potencial para las reacciones de duelo complicado, no sólo
por su edad, su vulnerabilidad física, el número de pérdidas que ellos experimentan, etc.,
93
sino también por su disminuido apoyo social. La resolución exitosa del duelo, como
hemos visto, se correlaciona con la reasunción de contactos sociales y el desarrollo de
nuevas relaciones interpersonales; sin embargo, el entorno psicosocial del viudo o viuda
ancianos puede no facilitar estas sustituciones sociales.

Varias diferencias entre el duelo de adultos jóvenes y ancianos han sido identificadas; el
fundamento fisiológico y psicológico para explicar estas diferencias no ha sido
completamente explicado:

(1) La respuesta emocional parece menor que en las personas jóvenes -menor tristeza o
culpa consciente, menor aturdimiento inicial y menor presencia de negación- pero hay más
síntomas físicos. Stern sugiere que el rasgo más sorprendente del duelo en el anciano es
la tendencia a "encausar" material que podría producir conflictos emocionales manifiestos
en enfermedad somática, la cual puede representar un autocastigo, un deseo de muerte
y/o una identificación con el difunto.

Esta tendencia a somatizar las respuestas emocionales es particularmente compleja para


el anciano con enfermedad crónica concurrente. A menudo, el inicio o acentuación de una
enfermedad empieza en el tiempo del duelo. Después de experimentar la pérdida, el
anciano puede sentirse amenazado con más facilidad, y puede adoptar una actitud
cognoscitiva consistente en la "anticipación de muchas pérdidas", lo que conduciría a una
aceptación temprana de pérdidas futuras cuando estas ocurren; la evitación de nuevas
relaciones, objetarles puede conducir a somatización o incluso a una autoabsorción
narcisista, con lo que el olvido de los contactos interpersonales y el progresivo centrarse
en sí mismo aumenta el riesgo de pérdida de los contactos sociales útiles.

(2) Hay una mayor tendencia a la idealización del muerto o de la parte/función corporal
perdida. Se sugiere que esto puede ser el resultado de años de asociación y de un
impacto más grave de la pérdida sobre la integridad social y corporal; consecuentemente,
se ha querido relacionar a esto una mayor frecuencia de alucinaciones o ilusiones
relacionadas con el muerto, la muerte y el proceso de ir-muriéndose que se aprecia en el
anciano.

(3) Existe un mayor grado de hostilidad irracional hacia las personas vivas, especialmente
a aquellas que se parecen al difunto. Si bien la hostilidad es común a todos los deudos, en
el anciano parece ser mayor, siendo más específica que general.

(4) Mayor tendencia al aislamiento social que en los sujetos jóvenes; el anciano tiende a
aislarse y/o abandonarse, y a no continuar con el proceso de adaptación a la pérdida. Para
Verwoerdt el retraimiento representaría una protección contra la posible repetición del
episodio doloroso. Por otra parte, la energía necesaria para la adaptación puede ser tan
grande que la tarea sea considerada abrumadora y desanime al deudo a continuar el
proceso. Además, la incapacidad física de muchos ancianos puede inhibir la
reconstrucción de las interacciones sociales.

(5) El logro de las "tareas del duelo" toma más tiempo; esto puede estar en relación con el
hecho de que muchos ancianos pueden no haber resuelto completamente una pérdida -no
necesariamente de un ser querido- antes de que otra sea esperada. Además, también

94
puede estar relacionado con una disminución (de cualquier origen) en la energía
disponible para lograr tales tareas.

El anciano que pasa por un duelo complicado puede exhibir con frecuencia
comportamientos manipulativos, coercitivos y de búsqueda de soporte; al contrario, su
aislamiento, mutismo y depresión pueden llevar a su abandono y muerte posterior. Para
otros, la exacerbación de enfermedades previas y el encamamiento pueden ser los únicos
rasgos de un duelo complicado. La importancia de reconocer la aflicción aguda y facilitar el
proceso del duelo asienta en la oportunidad de prevenir complicaciones mayores como la
desesperanza crónica y/o dependencia incapacitante, y favorecer que la relación entre el
anciano y sus cuidadores primarios mantenga una interacción importante, estimulante y
mutuamente gratificante.

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EL NIÑO Y LA MUERTE
Qué hacer cuando la muerte ocurre en la familia y tenemos niños pequeños.
Ayudando a los niños a enfrentar la muerte de un ser querido.

Aunque los adultos suelen tratar con franqueza los aspectos relacionados con la muerte y
el duelo (su dolor, su tristeza, su angustia, la forma de expresar sus sentimientos), los
niños, como grupo, suelen estar excluidos de tener que expresarse de una manera
determinada (se les deja solos o se les evita, por todos los medios posibles, toda
expresión de dolor).

Comúnmente se cree que los niños de nuestra cultura no sufren apenas disgustos (o se
pretende que no tengan ninguno), y cuando sufren una pérdida, se ofrece rápidamente un
sustituto (algo que se pretende sustituya al objeto perdido), negándoles así la posibilidad
de apreciar los beneficios que obtenían del objeto perdido y de la expresión, vivencia o
afrontamiento de su dolor. El "sustituto" -ya no como "amortiguador" de su pena y dolor-
se convierte en un "distractor" de la realidad que ha observado y que no le permiten
considerar y analizar según sus propias posibilidades, pues “hay que evitarles todo dolor”.

Sabemos, por puro sentido común y por experiencia, que cuando un niño hace una
pregunta cualquiera, se suele referir a un suceso o a algo que ha observado; no obstante,
cuando las preguntas se refieren a la muerte, en lugar de respuestas sencillas y sinceras,
provoca una aprensión insegura en el adulto (se preocupan indebidamente) en lugar de la
comprensión y el cariño que otras preguntas habitualmente desencadenan; se olvida que
la vida cotidiana -o la televisión y los modernos video juegos- le ofrecen repetidamente a
los niños bastantes situaciones en las que experimentan sensaciones de pérdida con
diversos grados de aflicción; la muerte de una mascota suele ser un ejemplo clásico.

La forma en que el niño se adapta a la pérdida de algún objeto real o imaginario depende
de muchos factores:

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(1) La edad del niño en el momento de la pérdida;
(2) Características del objeto perdido: si se trata del padre, de la madre, del hermano, de
la mascota, del juguete favorito, etc.;
(3) Relación particular del niño con el objeto perdido (grado de apego o familiaridad con lo
perdido);
(4) Las características de la pérdida (repentina, lenta o violenta);
(5) Sensibilidad y ayuda de los miembros supervivientes de la familia ante sus
sentimientos y necesidades emocionales;
(6) Su propia experiencia de pérdidas anteriores;
(7) Su herencia familiar, enseñanza religiosa y cultural;
(8) Actitud que ha adquirido (aprendido) a través de la observación de la reacción de sus
padres, otros adultos y compañeros, ante la muerte de otros (aprendizaje vicario).

Por otra parte, cuando se produce una muerte en la familia, se presenta un fenómeno muy
común (y en algunos sectores es normal): aquel en el cual los niños son extraídos del
entorno familiar inmediato (se les lleva a otra parte para que “no presencien el dolor y no
se angustien”) mientras los adultos se dedican a sufrir su propia pena, prescindiendo de
consolarlos.

TIPOS DE PÉRDIDAS EN LA INFANCIA

Desde la pérdida de un diente en la infancia, hasta la muerte de un padre, nos afligimos


por lo que perdemos y deseamos que retorne, ya sea un juguete, una madre, una mascota
o nuestra dignidad y respeto. Las pérdidas en la infancia pueden caer en una de las
siguientes categorías:

1. Relacional.

2. Ambiental.

3. Habilidades y destrezas.

4. Pérdida de futuro/protección del mundo de los adultos.

5. Objetos externos.

6. De si mismo.

7. Hábitos.

Pérdida de Relaciones

1. Muerte del padre, abuelo, hermano, amigo, compañero de clase, mascota.


2. Ausencia del profesor, padre, hermano, amigo.
3. No disponibilidad del padre por alcoholismo, drogadicción, prisión o divorcio.

Pérdida de objetos externos

1. Pérdida del juguete u objeto favorito (cobija, oso de peluche).

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2. Pérdida por robo o extravío (un electrodoméstico personal, algún regalo especial).
3. Perder cosas de valor puede ser muy doloroso para un niño.

¿Qué podemos hacer por el niño?

1. Validar los sentimientos del niño por la pérdida de su posesión personal, brindarle una
compañía verdaderamente importante.
2. Participar activamente en la búsqueda del objeto perdido.
3. Activamente utilizar un grupo de auto-ayuda.

Pérdida en el ambiente

1. Fuego, inundaciones, huracanes y otros desastres naturales.


2. Mudanzas, cambio de escuela, cambio de la estructura familiar.
3. Separación familiar.

La separación de la familia puede ser un proceso doloroso para un niño pequeño.

¿Qué podemos hacer por el niño?

1. Preparar al niño para la separación del padre. Si el padre se va una hora, un día, una
semana, indefinidamente o para siempre, el niño necesita conocer los hechos. La
discusión abierta disminuye la ansiedad.
2. Si la separación tiene una fecha definitiva, haga un calendario con el niño que le
muestre cuánto tiempo queda para la separación, y déjelo en su habitación; así el niño
puede marcar los días que van pasando.
3. Deje una foto del padre (por ejemplo) al lado de la cama del niño.
4. Use una grabadora para que el niño hable al padre o trabaje sus sentimientos respecto
a la marcha de aquel.
5. Deje el número de teléfono de otro adulto-cuidador- que pueda apoyar al niño.
6. Informe al profesor de lo que ha pasado o pasará en la casa del niño.

Pérdida de futuro/protección del mundo de los adultos

1. Pérdida del modelo de rol.


2. Miedo de la escuela como un lugar peligroso.
3. Falta de motivación para el trabajo escolar.
4. Elección de la violencia como una forma de solucionar los problemas.

¿Qué podemos hacer por los niños?

1. Anime a los maestros, entrenadores, hermanos/as mayores y ancianos a ser voluntarios


como mentores y modelos de rol para los niños afligidos.
2. Fomente la conciencia del vecindario para crear programas de vigilancia para la
protección de los niños antes y después del colegio.
3. Mantenga programas, reuniones y políticas escolares en relación con el
comportamiento matón, la violencia y las armas en la escuela.

97
4. Los padres y el personal docente escolar pueden crear un espacio para que los niños
hablen de sus temores y preocupaciones acerca de la violencia y el trauma que puede
rodear sus vidas.
5. Facilite las reuniones de clase para que los niños puedan discutir con seguridad sus
temores.
6. Utilice guías diseñadas por sistemas escolares para trabajar con niños que han
experimentado violencia, abuso, muerte y otros traumas.

DESARROLLO DEL CONCEPTO DE MUERTE EN EL NIÑO

Qué entiende el niño por muerte según su edad

A pesar de los estudios que se han realizado sobre el concepto infantil de la muerte, no
hay una idea clara de las respuestas de un niño menor de 4 años; sin embargo, para los
mayores de esta edad existen algunos conceptos de interés para aquellos que de algún
modo directo o indirecto se ven en la necesidad de tratar con la aflicción y el dolor de un
niño. En este sentido, la edad del niño en el momento de la pérdida es el factor más
importante debido a que la edad determina su comprensión de la muerte.

Entendiendo el complejo mundo del desarrollo del pensamiento del niño

Primera infancia (0 - 6 años)

Durante el primer año de edad el niño está ocupado en distinguir entre él mismo, el
entorno que le rodea y la persona que lo atiende. Antes de 6 meses no es aún consciente
de dónde acaba él y dónde empieza el resto; entre los 6 y los 12 meses distingue entre su
madre y el resto de las personas que le rodean, manifestando una extraordinaria ansiedad
al ser separado de ella, o de la persona que habitualmente se ocupa de él.

De 0 a 10 meses: Los bebés

Reacciones comunes a la muerte: lo que ellos saben y sienten acerca de la muerte.


Reaccionan con angustia ante la pérdida de la principal persona que los cuidaba
(usualmente la madre). Además, es posible que capten el dolor de quienes les rodean
cuando éste toma forma de llantos, de cambios en el programa y en las rutinas, y de
ruidos y estímulos adicionales en el ambiente del hogar. La ausencia de rostros sonrientes
y de períodos de juegos, y el hecho de que ya no lo sostengan en brazos, puede tener un
efecto acumulativo.

¿Qué hacer?
Intente mantener la misma rutina a la que el bebé está acostumbrado; minimice los
sonidos y los sucesos inusuales que ocurran cerca de él (llantos, voces altas, gran
cantidad de desconocidos), hasta que el ambiente familiar vuelva a ser, en la medida de lo
posible, como era antes de que ocurriera la muerte.
98
A partir del año estará muy ocupado explorando su entorno con su recientemente
adquirida actividad motriz (caminar); un paso significativo en el desarrollo del conocimiento
(de su pensamiento) es la consciencia de la permanencia de un objeto que esté fuera de
su campo visual (es decir, que aunque no lo vea, existe), que se produce al final del primer
año; hasta que esto ocurra, los objetos que "no están a la vista", no están en la mente. A
partir de entonces, se verifica (se crea) una representación o imagen mental del objeto
captado en su campo visual (lo que puede ver); a los 24 meses dará sus primeros pasos
en el proceso de separación e individualización (de ser “personita”), que no será
alcanzado hasta el final de la adolescencia.

Antes de los 3 años: Los más pequeños

Reacciones comunes a la muerte


Llanto, apegamiento (conducta aferrada, se “pega” al cuidador), trastornos del sueño y la
alimentación, conducta regresiva (se orina en la cama, se chupa un dedo), juego o
lenguaje muy repetitivo.

Lo que ellos saben y sienten acerca de la muerte


Poca comprensión de su causa o finalidad, reaccionan a la separación, responden a los
cambios en su mundo inmediato, curiosidad acerca de dónde van las cosas (“si algo no
está visible, no existe”), la muerte es igualada a inmovilidad.

¿Qué decir y hacer?

a. Ofrezca explicaciones simples y en pocas palabras, y utilice elementos de la naturaleza


en sus analogías. Relacione la información con el propio mundo del niño, en términos del
sentido y actividades de la vida diaria: comer, dormir, oler, escuchar, correr, hablar, cantar
y reír. Espere preguntas repetidas una y otra vez, como si la información no se le hubiera
dicho antes.

b. Reasegure al niño de que ellos serán cuidados y que los adultos estarán siempre a su
alrededor para cuidarlos hasta que ellos sean lo suficientemente mayores como para
cuidar de ellos mismos. Mantenga las rutinas tanto como sea posible. Tranquilícelo y
confórtelo en formas que sean familiares para él (mecerlo, acariciarlo, cantarle, jugar).
Mantenga límites. Involúcrelos en el juego. Use fotos y libros de cuentos para explicarle
los conceptos que estén a su nivel.

Los juegos simbólicos (sus juegos de la vida diaria) permiten al pre-escolar de 3-6 años
exhibir (mostrar) su activo mundo de fantasía interior; por otra parte, a esta edad se ocupa
sólo de su propio provecho. La actividad cognoscitiva del pre-escolar (su pensamiento y
análisis del mismo) se caracteriza por su egocentrismo, pensamiento mágico, animismo,
artificialismo y participación (pensamiento "operacional" según Piaget). Su comprensión
del mundo se concibe desde una perspectiva bastante limitada: su propia experiencia.

El egocentrismo se entiende como la impresión de que es él el centro de todo lo que


ocurre en el mundo; su lenguaje suele ser característico de esta forma de pensamiento:
repite muchas veces lo que ya ha sido establecido por otros y establece dinámicos
monólogos no dirigidos a nadie, aun cuando se halle en presencia de otras personas. El
99
pensamiento mágico hace referencia a la idea que tiene el niño de que un suceso exterior
cualquiera lo puede interpretar como resultado directo de sus deseos interiores,
atribuyéndose un poder que muchas veces le resulta aterrador. El animismo se refiere al
aspecto del pensamiento que atribuye consciencia a cosas o sucesos naturales. El
artificialismo se refiere a la idea que posee el niño de que todos los objetos están
construidos con un propósito determinado y la participación describe la idea de que todos
los actos humanos y los procesos naturales interaccionan entre sí. El animismo, el
artificialismo y la participación son tres de los aspectos más importantes para el posterior
desarrollo del concepto de muerte en el niño.

Un aspecto fundamental y trascendental para las posteriores fases del desarrollo, y que
describe otro aspecto del egocentrismo, es el mencionado pensamiento mágico; el niño,
como origen de toda actividad en su mundo, se siente responsable de las consecuencias
de sus ideas y fantasías en el mundo, de manera que un suceso exterior cualquiera lo
puede interpretar como resultado directo de sus deseos interiores, atribuyéndose un poder
que muchas veces le resulta aterrador; sus implicaciones en la construcción de un
concepto de muerte, y en los sentimientos de culpa durante el duelo, son evidentes.

Su vocabulario cuenta con la palabra "morir" (y sus variantes) a la edad de 2 años y


medio, y "vivir" a los 3 años. El niño pequeño sabe que el perrito está vivo, no así la silla.
El pre-escolar posee ideas muy variadas en cuanto a lo que integra la vida,
simultáneamente con lo que significa la muerte.

De 3 a 5 años: Pre-escolares

Reacciones comunes a la muerte


Miedo a la separación de los padres y otros seres queridos. Aferramiento, rabietas y
explosiones de irritabilidad. Comportamiento de lucha, llanto y aislamiento. Conducta
regresiva (se orina en la cama, se chupa el dedo). Trastornos del sueño (pesadillas,
dificultad para dormir solo). Incremento en los temores usuales (oscuridad, monstruos).
Pensamiento mágico. Creer que la persona reaparecerá. Actúa y habla como si la persona
no estuviera enferma o todavía estuviera viva.

Lo que ellos saben y sienten acerca de la muerte


Se enfocan en detalles concretos. Personalizan la experiencia y creen que pueden haberla
causado (“la muerte es un castigo por malas acciones o palabras”). Buscan el control de la
situación. Igualan la muerte con las cosas que están inmóviles y la vida con las cosas que
se mueven. Incapacidad para manejar el tiempo y el concepto de finalidad. Creen que la
muerte es reversible. Creen que la persona muerta conserva cualidades de las personas
vivas.

¿Qué decir y hacer?

a. Corrija la información errónea y las fantasías. Sea honesto y claro en sus respuestas;
use explicaciones simples a cerca de la causa del evento o muerte (“algunas personas
hacen cosas peligrosas”, “cuando la gente muere no podemos verla más pero podemos
mirar sus fotos y recordarlas”). Relacione experiencias similares con la actual. Haga claras
distinciones entre la experiencia del niño y la del familiar fallecido. Use un vocabulario real
100
para referirse a la muerte y evite eufemismos. Use términos concretos para describir los
lugares y las situaciones presentadas.

b. Ayúdele a clasificar y rotular sus reacciones y sentimientos. Refuerce el hecho de que el


niño no es culpable, que sus pensamientos, comportamientos o palabras no hacen que la
gente se lastime o muera. Refuerce el hecho de que la muerte no es una forma de castigo.
Acepte fluctuaciones en su humor. Acepte su conducta regresiva pero ayúdele a recuperar
el control. Proporciónele límites para conductas inapropiadas (“no puedes estar hasta las
10 de la noche despierto, acuéstate hasta que te dé sueño”).

c. Establezca un cuidado consistente, seguro y estable. Permita la participación y elección


del niño para asistir a las actividades del funeral y los servicios de recuerdo (memorial).
Espere preguntas repetidas una y otra vez, como si la información no se le hubiera dicho
antes. Espere que piensen que cuando alguien muere puede regresar. Cuéntele historias
y muéstrele fotos de la persona que murió para crear una conexión y solidificar los
recuerdos. Busque y anime la expresión de sentimientos en el juego, pintura, gritar,
romper o rayar papel, etc. Use otros recursos externos, tales como libros o películas.

El niño menor de 6 años percibe la muerte como separación de sus seres queridos, lo cual
le resulta espantoso. No obstante, "cuando su madre le lee un cuento en el que Blanca
Nieves espera al príncipe que le devolverá la vida con un beso, cuando la televisión le
muestra personajes que son golpeados, aplastados, reventados por explosiones,
acribillados a balazos y ahogados muchas veces en cada episodio, cuando el "héroe del
oeste" que muere de un disparo aparece momentos después en una propaganda, para él
“estar muerto” es una especie de continuidad de la vida, una simple merma de la vitalidad
que puede ser interrumpida al igual que el sueño, un fenómeno reversible. Su
pensamiento mágico confunde fantasía y realidad; el concepto temporal del "para siempre"
no existe: piensa de una manera concreta, y los primeros pensamientos se dirigen hacia el
acto del entierro.

Si bien está bastante claro que el pre-escolar se entristece, también es cierto que no
pueden tolerar tales sentimientos dolorosos durante largos períodos de tiempo, de forma
que su aflicción es intensa y breve, a la vez que recurrente. Usualmente molestará a los
padres durante la reunión familiar por la muerte de uno de sus miembros para salir alegre
a la calle a jugar. Habitualmente las muestras de su aflicción se manifestarán en su
comportamiento jugando o con el dibujo.

Entendiendo el complejo mundo del desarrollo del pensamiento del niño

Infancia media (6-12 años)


El niño mayor de 6 años comienza a considerar al mundo y a interpretar sus experiencias
desde un punto de vista exterior -el de los compañeros del colegio, profesores, otros
adultos, personajes de sus lecturas, etc. Su lenguaje es más comunicativo y menos
egocéntrico; el pensamiento mágico aún persiste pero es mayor su habilidad para percibir
la realidad.

Se trata de la etapa absolutista en su juicio moral (Piaget) en el que las reglas son
sagradas e inmutables (p.ej., con sus juegos). Paralelamente a esta fase se da el realismo
101
moral en el que el niño tiende a determinar la culpabilidad en función de la cantidad de
daño infringido. Sin embargo, el niño comienza a considerar la intención, hasta llegar al
punto en que distingue entre rotura accidental o intencionada.

La persistencia del pensamiento mágico y del egocentrismo se refleja en la concepción de


muerte como un castigo por malas acciones; comienzan a aparecer las consecuencias de
su educación religiosa, social y familiar. Sin embargo, la etiología de la muerte no es
consistente; sus respuestas van encaminadas a causas específicas más que a procesos
generales: flechas, pistolas, cuchilladas, explosiones, ataque al corazón, vejez, etc.

Durante este período hay una auténtica curiosidad por ver lo que ocurre después de la
muerte (p.ej., desenterramiento de la mascota para seguir el proceso de descomposición);
parece mostrar un control de los detalles como un mecanismo muy efectivo de
competencia con la situación.

Entre los 5 y los 9 años más del 60% personifican la muerte como un ser con existencia
propia, o la identifican con una persona muerta: la muerte es invisible pero acecha a
escondidas en la noche, especialmente en las zonas donde hay cadáveres, como los
cementerios.

De 6 a 9 años: Escolares tempranos

Reacciones comunes a la muerte


Rabia, pelea, comportamiento envalentado (de matón), negación, irritabilidad, culpa,
fluctuaciones en el humor; miedo a la separación, a estar solo o a que recurran los
hechos. Aislamiento, regresión, quejas físicas (dolor de estómago o de cabeza).
Problemas escolares (ausentismo, dificultades académicas, dificultades de concentración).

Lo que ellos saben y sienten acerca de la muerte


Fascinación por los detalles, aumenta su vocabulario y su compresión de los conceptos.
Mayor comprensión respecto a la propia salud personal y seguridad. Personificación de la
muerte (cree en el “hombre del saco”, en el “chucho”). Relación dispareja entre las
emociones y su comprensión de la muerte. Pensamiento mágico. Presencia del “Síndrome
del niño perfecto” (el niño que previene o corrige la muerte) o del “Síndrome del niño malo”
(ser malo como castigo por muertes pasadas y anticipación de futuros castigos). Deseos
de reunirse con el muerto.

¿Qué decir y hacer?

a. Proporcione información clara y honesta, describiendo lo que usted sabe y, aún,


admitiendo que no conoce la respuesta a ciertas preguntas. Describa cómo sucedieron los
hechos, con detalle, según él los solicite; evite lo grotesco. Pregunte y conozca qué es lo
que el niño piensa y sabe acerca de lo sucedido; no emita juicios sobre sus necesidades
sin conocerlas. Sea muy concreto y, si es necesario o apropiado, use fotos o dibujos para
explicar las cosas. Prepare/anticipe al niño futuros cambios y hable acerca de lo que esto
significa para el niño.

b. Prepara al niño para cambios en sus rutinas o en el funcionamiento de la casa y deje


que el niño conozca los diferentes arreglos. Anime la comunicación de sentimientos
102
confusos y no placenteros. Valide y normalice sus reacciones y dificultades en la escuela,
con los compañeros y en la familia. Permita la repetición de preguntas y la búsqueda de
respuestas. Sea sensible a los mensajes de culpa del niño y corrija mitos y concepciones
erróneas. Monitoree los cambios en otras áreas de su vida (académica, social, deporte,
etc.).
c. Coopere con otros adultos de la red de apoyo al niño y que pueden ayudarle con los
cambios en su vida (profesores, entrenadores, padres de un amigo, etc.). Anime su
participación en actividades relacionadas con los servicios conmemorativos de acuerdo a
los deseos del niño y a su horario, y entérese de cómo y cuándo el niño quiere contribuir a
la realización de éste. Déle permiso para retirarse y volver a entrar en las reuniones
familiares cuando así lo necesite. Use carteleras para visualmente describir, predecir y
planear los eventos normales.

d. Anime el compromiso en actividades recreativas familiares y sociales apropiadas a la


edad. Anime la expresión de sentimientos (verbalmente, en el juego, con arte, o
privadamente, con los padres o compañeros). Ayude al niño a relacionarse con otros;
discuta sus preferencias respecto al deseo de mantener sus pensamientos en privado;
practique lo que dice cuando le explique la situación. Use recursos externos para la
explicación de la información y los sentimientos (p.ej., libros).

En necesario que el niño adquiera cinco conceptos previos para poder comprender el
abstracto concepto de muerte tal cual lo entendemos los adultos, ideas que no son por
supuesto adquiridas todas de una vez:

1. Criterio de No-Funcionalidad: cuando el cuerpo se muere ya no funciona más: no tiene


dolor, frío, hambre, no tiene que ir al baño, no tiene que respirar o comer, etc.
2. Es Permanente: es para siempre.
3. Es Inevitable: nadie puede evitarla.
4. Es Irreversible: no puede uno devolver o devolverse a la vida.
5. Es Universal: le sucede a todo lo que está vivo, nadie escapa de ella.

De 9 a 12 años: Escolares tardíos (pre-adolescentes)

Reacciones comunes a la muerte


Llanto, nostalgia, agresividad, irritabilidad, comportamiento envalentado (de matón) o de
payaso, resentimiento, tristeza, soledad, aislamiento, miedos, ansiedad, pánico; supresión
emocional, negación, evitación, culpa, vergüenza; trastornos del sueño, preocupaciones
acerca de su salud, quejas físicas; problemas o declinar académico, rechazo escolar,
trastornos de memoria; pensamientos repetitivos o hablar persistente con los compañeros,
demanda exagerada de preocupación y necesidad de ayuda.

Lo que ellos saben y sienten acerca de la muerte


Comprensión madura de la muerte (es permanente, reversible, inevitable, universal y no
funcional). Respuestas tipo adulto. Exagerados intentos por proteger/ayudar a los
cuidadores y miembros de la familia. Sentido de responsabilidad en los conflictos
familiares y deseo de continuar con el compromiso social. Sensación de ir de forma
subterránea. Sentirse diferente a otros que no han experimentado una muerte.

103
¿Qué decir y hacer?

a. Anime una discusión más específica acerca de la causa de la muerte e invítele a hacer
preguntas; permita que el niño exprese su relato personal de los hechos. Busque
oportunidades para manejar sentimientos cuando el niño esté listo o cuando una situación
diferente se origine; deje que el niño escoja su propio ritmo. Apoye y acepte la expresión
de todo tipo de sentimientos. Eduque al niño acerca de las reacciones comunes (tristeza,
soledad, dolor, rabia, etc.) y los riesgos involucrados al evitar los sentimientos difíciles.

b. Ofrezca o busque a otras personas o salidas que le ayuden a la expresión de sus


emociones; recuerde que algunos niños se siente incómodos expresando emociones
fuertes a sus padres por miedo a trastornarlos o lastimarlos. Discuta los cambios que
ocurrirán en la casa; pídale sugerencias cuando negocie nuevas formas de manejar la
situación; evite cambios innecesarios. Anime la discusión acerca de cómo manejar nuevas
responsabilidades. Pregúntele al niño cómo y qué quieren ellos decirle a otros respecto a
lo sucedido (a sus compañeros, amigos, profesores, etc.).

c. Acepte la ayuda de otras personas. Anime y permita el compromiso en actividades


externas. Anime la conmemoración de la persona que murió de forma que sea para ellos
personalmente significativo. Comparta aspecto de sus propias respuestas y formas de
luchar.

REACCIONES DEL NIÑO: SU AFLICCIÓN

Las reacciones de aflicción que presentan los niños son variables; usualmente incluyen:

1. Tristeza, depresión.
2. Ansiedad (la ansiedad y la tensión interna pueden adoptar la forma de hiperactividad o
de un comportamiento excesivamente activo, inquieto o agresivo).
3. Rabia.
4. Culpa.
5. Desorganización de su comportamiento que puede llegar incluso a la delincuencia.
6. Un sentido de vulnerabilidad e inseguridad personal, aislamiento.
7. Problemas conductuales y trastornos disciplinarios (en casa y en el colegio).
8. Trastornos del sueño, de la atención y de la concentración.

La reacción casi inmediata de un niño mayorcito cuando se entera de la muerte de un ser


querido gira entorno a tres preguntas: ¿la causé yo?, ¿me puede ocurrir a mí, a papá o a
mamá?, ¿ahora quién cuidará de mi? Cualquier tipo de intervención o ayuda por parte de
un adulto debe tratar con estas tres preguntas, y explicarle al niño todo lo referente a la
enfermedad para que pueda establecer las diferencias pertinentes entre él y el difunto, y
entre la causa real de muerte y la fantaseada (recordemos que el pensamiento mágico
hace pensar al niño que él pudo tener algo que ver con la muerte de su ser querido; por
tanto, deberá investigarse siempre cualquier idea de responsabilidad que el niño tenga y
aclarársela).

A menudo los niños muy pequeños no presentan reacciones graves inmediatas a la


muerte, aunque se haya verificado o presentado la correspondiente aflicción (sentimientos
104
anteriormente descritos). Si este comportamiento persiste varias semanas (más de 4),
deberá buscarse consejo profesional para ayudar eficazmente al niño; por otra parte, si el
niño es incapaz de dominar la experiencia traumatizante de la muerte (le es muy
doloroso), puede quedarse fijo o estancado en el nivel de desarrollo que poseía cuando
aquella se produjo (es decir, el niño deja de crecer psicológicamente hablando y se
comporta como un niño más pequeño para su edad correspondiente). Esto habitualmente
sucede cuando las fantasías infantiles y el pensamiento mágico no son corregidos por
experiencias pertenecientes a la realidad (cuando se deja sin aclarar su responsabilidad y
la causa de la muerte, permitiendo que el pensamiento mágico actúe sin un adulto que se
lo corrija). En tales casos es imprescindible la intervención profesional. Los niños, como
los adultos, experimentarán la pérdida de nuevo en días especiales (reacciones de
aniversario en fechas especiales).

Reacciones ante la muerte de un hermano

Las reacciones de los niños ante la muerte de un hermano pueden variar desde ninguna
respuesta aparente hasta la presencia de pesadillas, agresiones y problemas somáticos
(molestias o dolores en el cuerpo); los niños expresan una gran variedad de sentimientos y
reacciones aun cuando se mostrasen previamente bien adaptados a la enfermedad de sus
hermanos.

Entre las molestias, quejas o comportamientos que pueden presentar, están:

(1) Enuresis (se orina en la cama), que aparece de primera vez o empeora si antes existía.
(2) Jaqueca (dolor de cabeza) que aparece de primera vez o empeora si antes existía.
(3) Deficiente rendimiento escolar, que aparece de primera vez o empeora si antes existía.
(4) Fobia escolar (no quieren ir al colegio), que aparece de primera vez o empeora si antes
existía.
(5) Depresión, que aparece de primera vez o empeora si antes existía.
(6) Ansiedad grave, que aparece de primera vez o empeora si antes existía.
(7) Diversas quejas somáticas (dolores, molestias), que aparecen de primera vez o
empeoran si antes existían.
(8) Preocupación por la responsabilidad de la muerte del hermano, que aparece de
primera vez o empeora si antes existía.
(9) Temor de que ellos mismos morirán, que aparece de primera vez o empeora si antes
existía.
(10) Resentimiento hacia los padres por pasar mucho tiempo con el hermano enfermo.
(11) Enojo con sus padres por dejarle morir, que aparece de primera vez o empeora si
antes existía.
(12) Preocupaciones con fantasías acerca de la muerte, que aparecen de primera vez o
empeoran si antes existían.

Cada una de estas molestias, quejas o comportamientos deberán se tratados (analizados


con el niño o con la ayuda de un profesional en duelo) individualmente y paso a paso.

Un investigador americano describe la situación clínica del hermano superviviente de


forma muy comprensiva y resumida con las siguientes palabras:

105
“La niña de 4 años, hermana de un niño leucémico, responderá a la muerte de éste con
muchas emociones distintas, que pueden ir desde la tristeza al júbilo. El alivio al recobrar
la actividad familiar normal, abandonando el centro médico y volviendo a casa, y el placer
que experimenta ante la mayor atención que se le presta, pueden hacerse evidentes.

Puede tener temores y, consecuentemente, sentimientos de culpa por todas las veces que
posiblemente deseara la muerte de su hermano a causa de un favoritismo de los padres,
real o imaginario, los días que se libró de la escuela o los tratos especiales de que fue
objeto en el hospital. Si los padres no han preparado el duelo por anticipado (aflicción
anticipatoria), el niño superviviente puede experimentar no sólo la pérdida de un
compañero de juegos sino también la atención de sus padres. La pena de los padres
puede ser interpretada como disgusto por sus pensamientos anteriores”.

El cáncer es la principal causa de muerte en la infancia en los países desarrollados,


después de los accidentes; esta sola circunstancia puede implicar dos consecuencias
importantes para el duelo del hermano superviviente:

1. En primer lugar está lo relacionado con la aflicción anticipatoria (duelo o dolor previo,
anticipado como una forma de prepararse para la muerte y el dolor real); las visitas al
hermano enfermo suelen ser muy útiles mientras pueda ocurrir una interacción significativa
y siempre y cuando el niño lo desee; esto les ayuda a reducir el potencial de culpa
irracional (de que ellos han sido los culpables). Por otra parte, el resultado del duelo puede
verse favorecido cuando la familia comparte el cuidado terminal, incluyendo a los
hermanos.

2. En segundo lugar, y debido a que el niño enfermo puede permanecer la mayor parte de
su enfermedad en el domicilio, incluso durante las fases terminales de la enfermedad, el
impacto sobre el hermano superviviente puede ser mayor.

Los esfuerzos del niño superviviente por tratar de remplazar al hermano muerto,
disminuyendo así el dolor de los padres -que, por otra parte, pueden estar afligidos a tal
punto que el niño superviviente reciba poca atención-, es un fenómeno habitual; otras
veces, los padres responden de forma sobreprotectora sobre la salud de éste.

En aquellas familias cerradas y rígidas, con relaciones en extremo intrincadas, que no


permiten la más mínima intervención de otros, la aflicción del niño puede verse
complicada; los padres pertenecientes a una familia de este tipo tienden a reaccionar
excesivamente ante cualquier signo de manifestación emocional aflictiva de alguno de sus
hijos, de modo que una discusión habitual y carente de importancia entre hermanos puede
interpretarse como un conflicto significativo relacionado con la muerte del hermano, o una
pregunta inocente del niño provoca una explicación minuciosa y detallada que le producirá
más ansiedad de la necesaria. Similarmente, en estas familias los niños son más
propensos a asumir los problemas de otros, considerándose tal vez responsables de la
enfermedad y muerte de su hermano.

Intervenciones precoces y preventivas con el niño superviviente (consejo profesional), sólo


o con otros miembros de la familia, puede producir un resultado más apropiado del duelo,
evitando o disminuyendo así dificultades y conflictos futuros.

106
DUELO EN EL ADOLESCENTE

Debido a la mayor madurez de su personalidad, los adolescentes pueden enfrentar en


mejores condiciones las consecuencias de la muerte de un familiar. A diferencia de los
niños, no dependen por completo de sus padres para desarrollarse; no obstante, si
pierden a uno de estos pueden presentar problemas muy peculiares a causa de la etapa
del desarrollo en que se encuentran.

Las ocupaciones predominantes en la adolescencia son: librarse de la estrecha


dependencia a los padres, dirigiendo sus emociones hacia otros individuos y adultos
ajenos a la familia, y lograr una identidad consistente (una personalidad propia).

La desaparición de uno de los padres o hermanos no conduce, sin embargo,


necesariamente a reacciones patológicas. Las consecuencias del fallecimiento en su
desarrollo emocional dependen del nivel de desarrollo que halla alcanzado, la calidad de
sus relaciones personales y el grado de madurez que posea antes de la muerte.

Si bien en esta etapa la actitud del adolescente es muchas veces marcadamente hostil
hacia los padres, existe siempre la opción de regresar a su cuidado como un niño, como
en épocas anteriores. Como un elemento primordial y normal de su proceso de
crecimiento existe un interés peculiar por la inmortalidad y temas afines, interés que le
puede servir para defenderse del horror de la muerte, evitar la tristeza y perpetuar la
fantasía de la reunión en un plano físico con la persona perdida; si el concepto de vida
eterna es utilizado desde una perspectiva negativa, una muerte significativa puede
provocar sentimientos suicidas. Por otra parte, si el adolescente es incapaz de
diferenciarse del difunto (de separarse de este, de diferenciar sus personalidad, de cortar
el lazo), puede interferirse el logro de una identidad consistente (de una personalidad
propia). En ambas situaciones es recomendable el consejo profesional.

Aunque la pérdida en sí no es patogénica (no es, de hecho, peligrosa para su desarrollo),


puede constituir el núcleo o la base en torno a la cual se agrupen elementos patológicos
de conflictos anteriores o futuros (es decir, puede ser el disparador de una personalidad
complicada en la vida adulta).

De 13 a 18 años: Adolescentes

Reacciones comunes a la muerte


Entumecimiento, re-experimentación del hecho, evitación de sentimientos, resentimiento,
pérdida de confianza, culpa, vergüenza, depresión, pensamientos suicidas,
distanciamiento, aislamiento, ansiedad, pánico, disociación, oscilaciones del humor,
irritabilidad, rabia, auto-implicación, exagerada euforia, “acting out” (involucrarse en
actividades de riesgo, antisociales o ilegales), abuso de sustancias; miedo a eventos
similares, a la enfermedad, muerte o el futuro; trastornos el apetito y del sueño, quejas o
cambios físicos, declinar académico, rechazo escolar.

Lo que ellos saben y sienten acerca de la muerte


Reacción de duelo tipo adulto, presión para ser responsable e involucrarse en un
comportamiento de adulto y/o resentimiento o enojo por ello, temor de expresar emociones
107
fuertes, ansiedad por sentirse abrumado o en situación embarazosa, cambios en su
sentido de identidad y propósito en la vida, pensamientos acerca del futuro (mortalidad
personal, eventos importantes sin el ser querido, etc.).

¿Qué decir y hacer?

a. Involucre al adolescente en las actividades familiares relacionadas a la muerte, pero


tenga precaución cuando pida su participación por un largo período de tiempo. Resista el
esperar o asignar responsabilidades de adulto. Discuta los cambios en la familia y trabajen
juntos para encontrar soluciones. Tenga precaución acerca de cualquier cambio que el
adolescente pueda querer hacer durante el trauma o inmediatamente después de una
muerte. Considere cómo el evento o la muerte pueden estar influenciando la conducta
usualmente difícil del adolescente y manéjela directamente.

b. Eduque al adolescente acerca del duelo y de los riesgos potenciales de la conducta


“acting out”. Sea sensible a sus mensajes respecto a actividades de riesgo o ilegales.
Espere variabilidad del humor y de la conducta. Espere la tendencia reactiva a llegar a ser
excesivamente cercano o, por el contrario, extremadamente distante. Anime al
adolescente a confiar en alguien fuera de la familia. Permita el desarrollo de las conductas
normales de independencia. Mantenga límites, consistencia y un sentido de estabilidad.
Sea razonable con las reglas y con las expectativas conductuales y académicas.

La actitud ambivalente (de amor y odio) con que los adolescentes se relacionan
normalmente con los adultos debe ser tenida en cuenta cuando se analicen sus
reacciones ante la muerte de uno de sus padres; ciertamente una cosa es intentar ser
independiente cuando se sabe que ambos padres siguen estando disponibles y otra muy
distinta intentarlo cuando la muerte arrebata a uno de estos en pleno proceso de
emancipación. Con frecuencia, el adolescente afligido por la pérdida de un ser querido
habla incesantemente de las cualidades del fallecido, olvidando las características que tan
solo unos meses antes constituían la base para una crítica intensa. La idealización ("era
un santo") se produce incluso en familias en las que el adulto fallecido era, en verdad, un
padre inoperante (un padre que no ejercía ningún papel activo en la crianza de los hijos).

Durante el duelo, los adolescentes suelen consultar al médico por un dolor, una erupción o
cualquier otra molestia (cosa que antes no solían hacer; si lo hacían, entonces es posible
que lo hagan con más frecuencia); si bien, lo que generalmente suelen estar buscando es
que se les tranquilice acerca de su salud, y quizás una sustitución del padre desaparecido
(representada por el profesional de la salud). Pueden presentarse también, como en el
adulto, empeoramiento de enfermedades previas.

El adolescente también necesita bastante apoyo emocional y la oportunidad de expresar


verbalmente sus preocupaciones de forma que las falsas interpretaciones en relación con
la muerte puedan ser aclaradas (necesita expresar su dolor y sus inquietudes respecto a
la muerte).

108
EL DUELO COMPLICADO
Variaciones de la respuesta normal a la pérdida de un ser querido

Teniendo en cuenta las variables anteriormente señaladas, y el hecho de que la educación


de los adultos en cómo manejar este difícil asunto ha sido casi nula o inexistente, la
adaptación de los niños a la pérdida de sus seres queridos puede ser inadecuada en un
gran número de casos; estas respuestas inadecuadas (duelo complicado) pueden
continuar por años e interferir con su adaptación social y escolar y/o asociarse a
problemas psiquiátricos en la vida adulta. Por otra parte, el proceso de adaptación a la
pérdida puede verse retrasado si el niño se ve obligado, además, a defenderse de otros
cambios en su vida cotidiana (crisis concurrentes) secundarios a la muerte: cambio de
domicilio, ciudad, colegio, amistades, etc.

La muerte de la madre es un factor que puede complicar aún más su situación y retrasar el
proceso de cicatrización del duelo. No obstante, la calidad de la relación con el cuidador
sustituto del niño es el factor más significativo en determinar el resultado del duelo, incluso
más que la misma pérdida.

Duelo en caso de muerte por suicidio

Se trata de uno de los factores de riesgo más reconocidos de duelo complicado en los
niños, adolescentes e incluso en adultos. Uno de los aspectos más difíciles es decidir el
momento adecuado para hablarle a un niño sobre el suicidio paterno.

El mejor momento para hacerlo es el de la muerte misma, antes de que los conflictos e
inquietudes hayan adoptado la forma de síntomas o problemas de comportamiento y antes
de que otros niños lo comenten. Los niños comprenden mejor el asesinato que el suicidio,
porque conocen y están familiarizados con sus sentimientos agresivos. Si el padre
superviviente opta por mantener el secreto o deformar la realidad de los hechos, el niño se
dará cuenta de que "hay algo" que se le oculta o es incongruente con la realidad que
aprecia, lo cual levantará una barrera en la comunicación entre padre e hijo, precisamente
en un momento en que el niño necesita expresar sus ambivalentes y conflictivas
emociones (recordemos el pensamiento mágico del niño).

Cuatro aspectos de carácter general -relacionados al suicidio- permiten estudiar las


consideraciones comunes y generales de las reacciones de los niños al suicidio paterno:

(1) Cada suicidio posee características únicas;


(2) Las circunstancias familiares en que se presenta el suicidio son únicas;
(3) La estructura de la personalidad del niño y su nivel de desarrollo alcanzado en el
momento del suicidio hacen que la reacción sea absolutamente individualizada en cada
caso;
(4) En muchos casos, antes del suicidio, ya existían problemas de desarrollo en los niños;
(5) A los niños se les suele involucrar en algunos aspectos del acto mismo del suicidio (ver
más adelante).

El sentimiento dominante en el niño, originado por el suicidio de uno de sus padres, es el


de culpabilidad; su origen es diverso:

109
a. Dado que la forma de pensar de los niños es eminentemente concreta (piensan en los
hechos en sí) y caracterizada por un concepto deformado de la causa (el pensamiento
mágico hace que se imaginen múltiples causas), egocentrismo (tienen la impresión de que
son el centro de todo lo que ocurre en el mundo) y pensamiento mágico al interpretar lo
que ven y viven, muchos niños creen que determinados incidentes inmediatamente
anteriores al suicidio -sobre todo quejas de sus padres por su mala conducta, no hacer lo
que se les dijo que hicieran, hacer mucho ruido, ser desordenados, etc.- son la causa
directa del suicidio.

b. En muchos casos el padre deprimido ha hecho sentirse culpables y parcialmente


responsables de su desesperación a los miembros de la familia, por lo que éstos se
sienten aún más culpables al producirse el suicidio.

c. Dadas las características de los trastornos que habitualmente se asocian a los actos de
suicidio, muchas veces se suele advertir reiteradamente al niño de que tenga cuidado de
no indisponer o preocupar a uno de ellos, con lo cual se deposita la responsabilidad del
bienestar psicológico del padre sobre el niño.

Por otra parte, el sentimiento de culpabilidad del niño se suele concentrar también en el
propio acto de suicidio (niños mayorcitos), expresándose en preguntas como: cómo pudo
o cómo debió evitarlo? Este sentimiento de culpa es intenso y agobiante, y sus efectos
son claramente visibles en el niño: declaraciones insistentes y directas de culpabilidad y
autorreproche, depresión, comportamiento provocador de irritación en otros, autocastigo,
conductas obsesivas (repetitivas), pensamientos cargados de culpabilidad y a veces
esfuerzos desesperados para defenderse demostrando que es absolutamente bueno, que
no hace daño a nadie y que no es malo ni peligroso.

Las implicaciones del suicidio paterno sobre los niños, y sus graves consecuencias a largo
plazo sobre su desarrollo psíquico, exigen una cuidadosa y continuada vigilancia por
personal especializado a todo lo largo del duelo.

FACILITANDO EL DUELO NORMAL EN LA INFANCIA

Para ayudar efectivamente al niño a enfrentar saludablemente la muerte de un ser querido


es absolutamente imprescindible conocer adecuadamente su proceso normal de aflicción,
sus atributos especiales, la concepción de muerte que se corresponde con su edad y
desarrollo psicológico, los factores de riesgo y el proceso general para facilitar su
enfrentamiento; este proceso debe estar siempre acompañado de un lenguaje sencillo y
apropiado a la edad del niño, evitando explicaciones complicadas o que estimulen sus
fantasías y concepciones equivocadas de la muerte, facilitando en la medida de lo posible
su participación, siempre y cuando éste quiera, en la pena familiar y en los ritos asociados.

Los adultos que quieren consolar a un niño que ha perdido un ser querido deben ser
conscientes de la responsabilidad a que se atienen con todo lo que digan o hagan; deben
respetar sus sentimientos y la necesidad de expresar su tristeza.

110
Acerca de la muerte
Las decisiones acerca de informar al niño de la muerte de un ser querido deben estar
acorde (coincidir) con las creencias, religión y cultura de la familia, así como con su edad y
comprensión. Cuando los adultos respondan a sus preguntas, lo importante es que no
digan cosas que ellos mismos no aceptan o creen, pues el niño acabará descubriendo las
mentiras y discrepancias y se pondrá en peligro la relación por culpa de la desconfianza
generada. Debe evitarse mantener la muerte en secreto mientras el niño aprecie la tristeza
y el comportamiento alterado de los adultos en el hogar ya que esta situación sólo
aumentaría sus fantasías y pensamiento mágico.

Una vez que se ha comentado el asunto y se ha iniciado una comunicación sincera con él,
el niño aprenderá que es bueno preguntar, que le servirá para corregir falsas fantasías y
malas interpretaciones que él tenía en su imaginación, y que le es útil para comprender la
realidad de lo que le está pasando a él y a su familia.

Algunos niños pueden asociar el sexo de su padre fallecido con la posibilidad de su propia
muerte si ellos son del mismo sexo; cuando su género coincida con el del difunto,
necesitará especialmente diferenciarse de este: una explicación sencilla de la muerte con
respecto a la enfermedad y reasegurarles acerca de que su seguridad es apropiada,
dándoles respuestas cuando ellas se requieran, es la conducta más adecuada.

Aceptar y comprender que los niños se entristecen (necesitan procesar su tristeza por el
ser querido perdido) y ayudarles a manifestarse de una forma que puedan liberar su
angustia y dolor de forma positiva, ya desde este primer momento se establecen las bases
de un proceso de acercamiento a la muerte compartido con sus otros seres queridos.

Nunca deberá permitirse que piensen que se les castiga por la muerte que se ha
producido, aunque esto pueda llegar a ser muy difícil si los adultos que están junto a ellos
experimentan los mismos sentimientos y tienen graves dificultades para resolverlos en su
propio caso, abandonando así a los niños en su mundo de fantasías y pensamientos
cargados de culpabilidad.

Por otra parte, la tristeza inicial que el niño manifiesta puede ser sustituida súbitamente
por el comportamiento alegre y habitual. La gran mayoría de los niños, si están atendidos
por un adulto que les entiende, terminarán tarde o temprano por discutir y manifestar su
tristeza.

Es importante la selección de palabras y el tipo de historia a utilizar cuando se le pretende


explicar al niño lo que sucede después de la muerte. Si en su discusión se reflejan con
sinceridad las creencias y filosofías propias de la familia, lo apropiado es presentarle la
idea en términos directos, tal y como estas creencias y filosofías así lo consideran, sin
olvidar que el concepto de existencia después de la muerte es difícil de entender para un
niño hasta la segunda década de su vida.

1. Dios bajando a llevarse a la persona al cielo: Las historias o explicaciones que hacen
referencia a "Dios bajando a llevarse a la persona al cielo", “Es una visita de Dios”, “Dios
necesitaba a su papá”, “Dios se lo llevó por que era un angelito muy bueno”, “Son cosas
de Dios” y otros parecidos, no son del todo convenientes; esto tal vez pueda consolar a los
adultos, pero les sirve a los niños de muy poca ayuda, incluso les puede aterrorizar al
111
pensar que en un momento dado también Dios puede llevárselos y separarles de sus
seres queridos, pues ellos lo que quieren es que la persona amada regrese
inmediatamente; de esta forma, pueden temer asistir a la iglesia (“la casa de Dios”) pues
“allí está un Señor que se lleva a las personas que el niño quiere”, o adquirir conductas
malas o aberrantes por que “Dios se lleva a los niños buenos y él no quiere que Dios se lo
lleve y lo separen de su papá y su mamá”. Tales explicaciones probablemente sólo
estimulen la desconfianza y el odio hacia un Dios que arrebata a las personas que él
quiere y deja a los niños solos.

2. Un ángel feliz: La descripción del hermano muerto como un "ángel feliz", y las
discusiones sobre la alegría que ello significa en una familia, por lo demás triste y
apenada, sólo sirven para confundirle más y aumentar su pensamiento mágico.

3. Estar dormido: Utilizar la palabra "dormir", refiriéndose a la muerte, crea en el niño una
ansiedad innecesaria, pues le hace pensar que también él puede morirse mientras duerme
o tema que otro ser querido muera mientras duerme.

Se considera que la presentación que el adulto hace en forma de "yo creo" deja al niño
libre de aceptar o rechazar tal punto de vista, y es preferible recurrir a "no vivir más" o
"ausencia de vida" para describir el concepto de muerte.

La esperanza en el regreso de la persona amada -recuérdese el concepto inicial de la


muerte como algo reversible- está presente en todos los seres humanos; ante la
frustración que la negación de este deseo provoca por la irreversibilidad de la muerte,
pueden aparecer sentimientos de culpa: el niño puede pensar que la desaparición de su
ser querido ha sido voluntaria, dejándolo desamparado, o, por el contrario, el niño puede
preguntarse qué es lo que habrá hecho para que le abandonara aquella persona que tanto
quería; se preguntará si las veces que se enfadó con él (con el fallecido) o las ocasiones
en que se negó a hacer algo que le pidió, son responsables de que su ser querido haya
fallecido. Permitir la presencia de tales sentimientos -sin la aclaración y discusión
apropiada de los mismos, permitiendo su expresión- es una carga muy pesada para el
niño.

Acerca de los ritos funerarios


Los padres suelen preguntar si es conveniente que los niños asistan al entierro, al velorio
o al funeral: se considera que un niño de 4 años o más debe tomar por sí mismo esta
decisión. Si es la primera vez que acude a un cementerio o que participa en la velación o
en una novena, se le debe dar antes una explicación, en palabras sencillas, de lo que va a
observar, de su finalidad y del hecho de que todas las personas estarán tristes y algunos
llorarán. El estar presente en parte de estas ceremonias contribuye a aliviar sus
sospechas y fantasías y le permite observar el misterio que rodea el enterramiento.

Se les debe animar a manifestar sus emociones y, si desean llorar, hay que decirles que
es un sentimiento normal. El permitirle compartir su dolor y los recuerdos del difunto con
su familia, confirma el valor del niño como miembro de ésta y su papel dentro de ella. El
niño puede encontrar consoladora la unión de familiares y amigos o, por el contrario,
pensar que es más de lo que puede soportar y optar por quedarse en casa.

112
En el intervalo entre el fallecimiento y el entierro, o poco después de este, cuando la
familia recibe las condolencias, es conveniente que el niño esté presente, si bien se
entiende que su presencia no debe ser obligatoria. Si el niño lo intenta, puede servirle
positivamente para hacerle la muerte más real. Además, su asistencia le permite observar
el apoyo, consuelo y cariño mutuo que manifiestan los adultos en estas circunstancias, y
ver que la persona fallecida era amada y significaba mucho para otras personas y no sólo
para él. Por otro lado, no hay que esperar que se comporte correctamente: lo normal será
que permanezca inquieto. Si opta por quedarse en la casa o con un amigo de la familia, es
conveniente explicarle lo que sucede cuando se van los familiares: los niños soportan
mejor la tristeza de sus seres queridos que el silencio, el encubrimiento de la pena o la
decepción.

Tareas del duelo en la infancia

1. La tarea más inmediata empieza tan pronto como el niño conoce la pérdida, situación
que tiene lugar en un contexto de limitadas habilidades cognitivas y sociales:

• Encontrar un adulto comprensivo, protector y consolador.


• Obtener una mayor comprensión de lo que ha pasado mientras emplea mecanismos
auto-protectores para protegerse del impacto emocional total de la pérdida (especialmente
la regresión, la irritabilidad, el juego y otras formas de distracción).

2. Aprender a identificar (poner nombre) y manejar sus emociones: identificar, enfrentar y


tratar el dolor psicológico y los otros síntomas y signos que acompañan al reconocimiento
de la pérdida.

3. Confirmar y reafirmar su concepto actual de muerte.

4. Avanzar en su comprensión cognitiva y afectiva: aceptar y re-elaborar la pérdida y la


lucha con el intenso dolor psicológico que resulta.

5. Aprender a vivir sin el ser querido muerto: formar una nueva relación sin excesivo temor
a la pérdida y sin la constante necesidad de comparar la nueva relación con la vieja y
formar una nueva relación con el muerto, lo cual evolucionará con el tiempo y llegará a ser
una presencia interna mantenida para el niño.

6. Re-elaboración cíclica de la pérdida: ser capaz de luchar con el resurgimiento de las


emociones dolorosas en cada transición, pérdida o problema.

7. Reasumir sus Actividades de la Vida Diaria y sus metas del desarrollo: retornar a las
tareas y actividades del desarrollo apropiadas para su edad.

QUÉ LE AYUDA Y QUÉ NO LE AYUDA AL NIÑO DURANTE EL DUELO

LE AYUDA
Una familia afectiva (cariño, afecto, etc.); recuerdos; expresar los sentimientos; aprovechar
los momentos pedagógicos; escuchar a los niños; los amigos (pares); la veracidad de la
información, con un lenguaje sencillo, claro y con la verdad; dosificar la información; tener
113
en cuenta la edad de los niños; validar emociones y sentimientos; mantener las buenas
rutinas; respetar los espacios, el querer estar solo; participar de los ritos;
conmemoraciones que tengan un sentido y significado para el niño; apoyo escolar,
Informar el acontecimiento, tener conocimiento los profesores sobre duelo; buscar apoyo
profesional; tenerlos en cuenta en las tomas de decisiones; responder inquietudes; grupo
de ayuda mutual; utilizar pruebas proyectivas; leer libros con los niños; dedicarles más
tiempo.

NO LE AYUDA
En la familia: maltrato, violencia intrafamiliar, no tener información sobre duelo, no decir la
verdad, no tener en cuenta al niño en tomas de decisiones, inestabilidad familiar, falta de
afecto, no dar respuesta a sus inquietudes, indiferencia, no expresar emociones, no
escuchar al niño, no respetar los espacios del niño, no conmemorar.
En la escuela: no respetar los derechos del duelo en el niño, desinformación.
En lo social: violencia, medios de comunicación, incomprensión, desconocimiento,
indiferencia.
En lo cultural: negación, sobreprotección, miedo a la muerte, ciertas ideas religiosas.

INDICACIONES/SUGERENCIAS PARA LA FAMILIA O EL CUIDADOR PRIMARIO

Las siguientes son una serie de sugerencias o indicaciones de tareas para realizar en el
domicilio con el niño/a; siga las indicaciones del profesional en duelo y realice las
actividades señaladas con una “x” durante el tiempo que éste así se lo indique; considere
actividades nuevas y anótelas en “otras”, participando al equipo de la Unidad de Duelo de
las mismas.

v Leer, capacitarse sobre el duelo en los niños.


v Legitimizar sus sentimientos.
v Animarle a expresar sus emociones y sentimientos en compañía de un familiar.
v Leerle cuentos o historietas.
v Llevarle al médico o al psicólogo.
v Hablarle sobre la muerte utilizando elementos de la naturaleza.
v Abrazar continuamente al niño.
v Animarle a realizar alguna actividad física.
v Animarle a que no se esconda para llorar.
v Caminar con el niño.
v Hablar con el niño del ser querido que falleció.
v Hacer juntos un álbum o una caja de recuerdos.
v Visitar el cementerio con el niño si él lo desea, sin forzarlo o sin rechazarle cuando
él desee ir.
v Hablar con el niño de sus temores y angustias.
v Animarle a dibujar o pintar siempre y cuando libremente lo que él siente.
v Estimularle a elaborar un homenaje personalizado.
v Animarle a escribir una carta, un poema, una caricatura o un cuento.
v Animarle a escribir un diario.
114
v Terapia del Rasgado de Pape.l
v Terapia del Rayado de Papel.
v Jugar y estar siempre ahí, con el niño.
v Terapia del Inflado y Estallido de Bombas.
v Musicoterapia.
v Contarle un cuento sobre la muerte, no atemorizante.
v Salir de compras.
v Salir de paseo al campo o a un parque.
v Terapia de Gritos.
v Matricularle en un curso de lúdica.
v Matricularle en un curso/escuela deportiva.
v Trabajar con arcilla, plastilina o masa.
v Montar una sesión de Títeres.
v Darle un masaje.
v Ir a la piscina.
v Otras (especifique).

CONSEJOS PARA AYUDAR A UN NIÑO A RECUPERARSE DE SU DOLOR

1. Dedíquele tiempo.
2. Permanezca a su lado.
3. Deje que los demás le ayuden.
4. Abandone las ideas preconcebidas.
5. Déle la oportunidad de expresarse.
6. Anímelo a hacer alguna actividad física.
7. Lean un libro juntos.
8. Recurra a una escuela de padres o grupo de ayuda mutua.
9. Sea consciente de cuándo buscar ayuda profesional.

SIGNOS DE ALARMA
Cuando el niño presente alguno o algunos de los siguientes síntomas, busque ayuda
profesional:

1. Lloran en exceso durante largos períodos.


2. Tienen rabietas frecuentes y prolongadas.
3. Presentan cambios extremos en la conducta.
4. Muestran patentes cambios en el rendimiento escolar y las notas.
5. Se retraen durante largos espacios de tiempo.
6. Muestran falta de interés por los amigos y por las actividades que solían gustarle.
7. Tienen frecuentes pesadillas y problemas de sueño.
8. Presentan frecuentes dolores de cabeza, solos o acompañados de otras dolencias
físicas.
9. Muestran marcados cambios en el peso (aumentos o descensos bruscos).
10. Tienen apatía, insensibilidad y una falta general de interés por la vida.
11. Piensan negativamente acerca del futuro o no se interesan por él.

115
AYUDANDO A LOS NIÑOS A ENFRENTAR LAS PÉRDIDAS Y LOS HECHOS
TRAUMÁTICOS

1. Escuche al niño pero no lo fuerce a compartir. Déjelo ir naturalmente, a su ritmo. Hablar


a menudo de lo sucedido es muy importante después del trauma o fallecimiento. Mientras
que puede ser difícil o aburrido para usted escuchar la misma historia una y otra vez,
repetidamente, hablar es una parte crucial de la recuperación. Sea compasivo, empático y
evite reaccionar con excesos. No trate de hacerlo todo bien. Deje que el niño exprese sus
miedos, angustias, pensamientos y preocupaciones.

2. Investigue qué conoce acerca del suceso y descubra cuáles son sus percepciones al
respecto. No saque conclusiones precipitadas. Los padres y otros cuidadores deben estar
preparados para que los niños hablen esporádicamente acerca del evento y gasten parte
de su tiempo en concentrarse en aspectos particulares de la tragedia. Es su forma de
intentar ganar control sobre lo sucedido.

3. Reafirme en los niños que sus sentimientos son normales. Legitime sus sentimientos.
No trate de cambiarlos o de decirle que no debe sentirse de esa forma. Déjele saber que
usted no lo juzgará, atormentará o le hará bromas acerca de lo que ellos le digan a usted.

4. Permita que los niños expresen sus sentimientos y comparta los suyos con ellos cuando
lo considere oportuno y apropiado. Trate, es decir, hable y comente, acerca de la
irracionalidad y lo sorpresivo de los hechos y los desastres. Los niños y los adultos
necesitan que sus sentimientos sean validados. Puede ser muy útil tener a los niños
pintando, dibujando o escribiendo acerca del suceso.

5. Reasegure al niño de que ellos son amados y cuidados y que las personas están
haciendo todo lo posible por hacer más seguro su mundo (dar ejemplos de los esfuerzos
hechos por policías, bomberos, agencias de rescate, enfermeras, doctores, etc., quienes
pueden estar en la TV o ayudando en las comunidades).

6. Sea honesto y dígale la verdad acerca de los hechos. Los niños deben recibir tanta
información verídica como sea posible y se les debe permitir discutir sus percepciones de
lo que ha pasado en un intento de empezar a ganar dominio sobre el trauma y/o retomar el
control de su entorno.

7. Mantenga las promesas que haga al niño durante la crisis. En otras palabras, no haga
promesas que usted no pueda mantener. Es importante que el niño pueda contar con
usted cuando todo sea un caos.

8. Maneje lo relacionado con la muerte de forma concreta y objetiva. De información


honesta acerca de la tragedia y la muerte basado en el nivel de madurez del niño. Siempre
sea veraz y evite los eufemismos con los niños. Dígales que alguien “murió” más que
decirles que alguien “se fue a dormir” o “se marchó”, pues los niños se preguntarán
cuándo regresará o se enojarán por haberse marchado sin decir adiós.

9. La muerte como suceso en la vida del niño es algo inevitable y significa diferentes cosas
a diferentes niños en diferentes edades. Los más pequeños (menores de 5 años) se

116
afligen especialmente por la amenaza a su seguridad, mientras que los mayores de 6 años
se afligen más por la pérdida actual.

10. Los niños más mayorcitos son arrastrados juntos en situaciones de tragedia y sacarán
su fortaleza y apoyo unos de otros, es decir, del grupo. Deje que los adolescentes usen
formas apropiadas a su edad para que se sientan mejor ellos mismos, por ejemplo, poner
la música fuerte, hablar por teléfono más de lo usual con sus amigos. Permítales
privacidad (en espacio físico y para tratar con sus sentimientos) si la necesitan.

11. No transfiera sus temores a su hijo. Responda a los aspectos de seguridad con
tranquilidad y firmeza. A menudo la desesperación de los padres interfiere con la
capacidad del niño para sanarse. No espere que su hijo tenga cuidado de sus temores (de
los de sus padres), por ejemplo, no mantenga a su hijo en casa por miedo a separarse de
él. Encuentre ayuda para luchar contra sus propios temores.

12. Ayude al niño a retornar a la rutina normal tan pronto como sea posible.

13. Gaste tiempo extra con cada niño haciendo cosas divertidas o relajándose y programe
una reunión familiar todos los días.

14. Recuerde la importancia de las caricias y los abrazos.

15. Esté preparado para tolerar conductas regresivas y acepte los síntomas de agresión y
rabia especialmente en las fases tempranas de la pérdida o evento traumático.

16. Asegúrese de que todos los cuidadores en la vida del niño, tales como profesores,
niñeras, otros familiares, amigos y vecinos, son conscientes del impacto del evento en la
vida del niño y de la importancia de adquirir información sobre su manejo.

17. Busque signos de juego repetitivo o que reviven los sucedido (estas son reacciones
normales).

18. Alabe y reconozca la conducta responsable.

19. Conecte al niño y a la familia con grupos de apoyo y otros recursos disponibles en su
comunidad.

20. Asegure al niño que lo sucedido no fue por su culpa.

21. Hable en términos esperanzadores acerca del futuro. Esto puede ayudar al niño a
reconstruir la confianza y la fe en su propio futuro y en el mundo.

22. Revise los procedimientos de seguridad familiar en casos de desastres locales. Si la


familia no tiene ninguno, es el momento de tomarse el tiempo para establecerlo.

117
AYUDANDO A LOS ADOLESCENTES A ENFRENTAR LAS PÉRDIDAS Y LOS
HECHOS TRAUMÁTICOS

A. Escuche y brinde apoyo

1. Explíquele lo que ha pasado y responda a sus preguntas con veracidad y honestidad.


2. Escuche sus palabras y preste atención a sus sentimientos. Observe su lenguaje
corporal.
3. Anímele a expresar sus sentimientos y reacciones de forma que le ayude a convertir su
interior en un lugar seguro y tranquilo.
4. Sea paciente, dé apoyo y asegúrele que sus reacciones son comprensibles, comunes y
normales en estos casos. No presione su proceso. Legitime sus sentimientos.
5. No juzgue ni castigue sus reacciones y sentimientos. Sea imparcial. Los adolescentes
necesitan sentirse seguros con usted, especialmente cuando están asustados y se sienten
heridos.
6. Recuérdele que todos los que pasan a través de un hecho traumático o de una muerte
se pueden sentir asustados y vulnerables y necesitan sentirse emocionalmente seguros.
7. No le diga cómo debe sentirse o reaccionar. Escúchele y apóyele cuando le comparta
sus sentimientos y reacciones.
8. Dígale lo que lo ama y lo aprecia. Los adolescentes necesitan aún más apoyo positivo
después de una muerte o un hecho traumático que en otras circunstancias.

B. Sea comprensivo y acepte

1. La concentración y la memoria a menudo estarán alteradas después de la muerte o


sufrir un hecho traumático, y el adolescente necesitará ayuda para realizar su trabajo
diario.
2. Entienda que los adolescentes quieren y prefieren estar más con sus amigos y no con
sus familiares o con usted.
3. Reconozca y acepte que los adolescentes pueden exhibir conductas pueriles,
inmaduras y regresivas a etapas tempranas del desarrollo y, en seguida, actuar de forma
muy madura, como un adulto. Ellos son ambas cosas, niños y adultos, después de una
pérdida o de un evento traumático.
4. Recuerde que todos nos recuperamos de forma diferente después de un trauma y que
los adolescentes pueden parecer muy acertados en principio y posteriormente requerir
mucha ayuda.

C. Anímese y comprométase

1. Ayude al adolescente a regresar a su rutina normal tan pronto como sea posible, aún si
ellos no son todavía capaces de hacer todo lo que solían hacer.
2. Algunas veces los adolescentes hablan más y mejor y comparten más cuando ellos
están haciendo al mismo tiempo algunas actividades como el caminar, conducir, jugar,
hacer algún deporte o afición u otra actividad similar. Esto es especialmente verdad para
los muchachos.
3. Sugiérales que ellos también pueden expresar sus reacciones y sentimientos a través
de diarios, arte, música, teatro, danza u otros medios de expresión.
118
4. Asígneles deberes y responsabilidades apropiadas a su edad y circunstancia y espere a
que ellos las cumplan. Ofrezca un refuerzo positivo cuando lo hagan y ayúdeles a
recuperar el camino si no lo hacen bien.
5. Anímelos a involucrarse en actividades positivas con otros adolescentes, especialmente
actividades que disfrutaban antes del trauma.

D. Sea consciente y muestre interés

1. Vigile los cambios en su comportamiento (aislamiento progresivo, conducta explosiva en


un adolescente previamente sano), especialmente si duran varios meses después del
trauma o son muy llamativos, y que pueden ser indicativos de ayuda profesional.
2. Los adolescentes a menudo se aíslan de los demás cuando se están enfrentando con
reacciones difíciles; respételes su elección y apóyelos, si bien monitoree su forma y horas
de ver televisión, tiempo en el computador (PC) y/o escuchando música.
3. Investigue signos de abuso de sustancias y ayúdele a encontrar otras formas de
enfrentar el dolor y luchar.
4. Evalúe la desesperanza y el deseo de no seguir viviendo en un marco de comprensión,
acogida y discusión. En caso necesario, considere la evaluación por un profesional.

E. Tenga cuidado de usted mismo

1. Si se siente cómodo al compartir sus reacciones, hágalo de forma apropiada a la edad y


sexo del adolescente.
2. Si no se siente cómodo hablando de la pérdida, el trauma o lo que lo ha rodeado, remita
al adolescente con alguien que pueda hacerlo.
3. Tenga cuidado de usted mismo para que pueda seguir ayudando al adolescente y ser
un modelo de rol saludable.

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Como darle malas noticias a un niño

Quizás para usted no resulte tan doloroso que se haya perdido el gato que tenían desde
hace tres meses en la casa, es más, quizás pueda pensar: ¡Menos mal que se fue!, pero
es posible que para su hijo, esta pérdida sí genere un monto de sufrimiento importante,
por el significado que tenía esta mascota para su vida. Es importante no dar las cosas por
sentadas y tratar de conocer los puntos de vista de los demás, en este caso de sus hijos,
no catalogar de exageradas o sin sentido algunas reacciones, sin antes detenerse a
escuchar y entender el motivo de tal respuesta.

Las malas noticias, en su mayoría, nos remiten al tema de las pérdidas. Cuando uno
pierde algo como una mascota, un ser querido, el lugar donde se vive o estudia porque

119
hay una mudanza o cambio de colegio, etc; se generan sentimientos de tristeza, rabia,
confusión y miedo que suelen ser normales en los niños, adolescentes y adultos.

Cuando esto ocurre, es frecuente observar que el evento afecta a la familia resultando
complicado compartir la noticia con el niño. Esto puede obedecer a varios motivos, uno de
ellos responde a la falsa creencia de que los niños no van a tolerar la noticia, se van a
poner muy tristes y es nuestro deber evitarles ese sufrimiento.

Sin embargo, se ha encontrado que los niños y adolescentes a lo largo de su vida


desarrollan una serie de destrezas que les permiten enfrentar el dolor que les generan
aquellas cosas de las que tienen que desprenderse. De hecho, esto contribuye con su
proceso de crecimiento y les permite fortalecer las estrategias que les han resultado
efectivas para lidiar con emociones displacenteras, o generar otras nuevas para hacerles
frente.

Es importante asumir que a lo largo de la vida los temas de la renuncia y de la pérdida se


encuentran permanentemente presentes. Cuando se es bebé lo primero que se pierde es
la ilusión de estar siempre al lado de mamá, luego se pierden privilegios cuando nacen
hermanos o cuando se entra al colegio. Así se van teniendo progresivas pérdidas que van
preparando al niño para situaciones donde el objeto perdido tenga un mayor valor
emocional y/o físico para él o ella.

¿Qué hacer?

A pesar de esto, hay pérdidas en la vida que son esperadas y otras que no lo son, tales
como, la muerte repentina de alguna figura parental, pérdida de algún objeto o animal
significativo, el divorcio de los padres, la aparición de una enfermedad en el niño, entre
otros. Es en estos casos, cuando dar malas noticias puede generar mayor angustia y
temor en los padres y madres. Intento enumerar una serie de recomendaciones que
espero les resulten de utilidad.

Es importante preguntarse si se siente preparado emocionalmente para dar la noticia o si


requiere de algún apoyo familiar o profesional, que le permita contener la reacción de su
hijo. Para ambos resultará beneficioso que usted sea honesto consigo mismo y busque
ayuda cuando sienta que la situación se escapa de sus manos.

Lo anterior ayuda a que, al momento de dar la noticia, pueda hacerlo con serenidad,
dulzura y afecto. Es importante transmitirle al niño que no está solo y que puede hablar de
lo ocurrido. Uno de los principales miedos del niño ante situaciones de pérdidas es el de
perder a los padres u otras figuras significativas, por lo que necesita sentirse seguro y
protegido. Algunos reaccionan volviéndose dependientes y otros de manera contraria.
Ambas formas de comportamiento son normales.

- Es importante usar palabras sencillas acordes a su nivel de edad y nivel de comprensión.


Para ello es importante prestar atención a sus preguntas y a lo que quiere saber.

- Dedicar todo el tiempo que el niño requiera para esta comunicación y para asimilar sus
consecuencias según su nivel de comprensión y edad. Siéntese con ellos en un lugar

120
tranquilo, abrácelos (si se lo permiten) y explíqueles, en pocas palabras, lo que ha
ocurrido.

- Estar dispuesto a repetir muchas veces lo mismo. En ocasiones, a los niños les cuesta
asimilar de una vez la noticia. Por ello es importante mostrarse receptivo ante sus
preguntas y comentarios relacionados con el tema.

- Hablarle con claridad. No es conveniente hacerles creer que no ha pasado nada, que no
ocurrió nada o que la vida no va a cambiar. No hay por qué evitar el uso de las palabras
“muerte” o “morir”, si ese es el caso.

- Compartir con el niño la pérdida y el dolor que se siente para que sepa que es
comprendido y que es normal lo que está experimentando.

- Puede ser útil explicarle que él no es el responsable de la enfermedad, ni de la muerte, ni


del evento que haya ocurrido. Esto evitará que llegue a creer que la muerte es un castigo
por un mal pensamiento que tuvo o una mala acción que realizó.

- Buscar ayuda profesional. Si las reacciones de tristeza, rabia, miedo y/o confusión del
niño ante la noticia se tornan persistentes (duran varios meses), son muy acentuadas y/o
comienzan a interferir con el funcionamiento cotidiano del niño, es decir, en su rendimiento
académico, relación con sus pares, familiares y hermanos, en su capacidad de disfrute,
entre otros, busque ayuda profesional.

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NAVIDAD, REACCIONES DE ANIVERSARIO Y OTRAS FECHAS


CONMEMORATIVAS
Nuestra vida está llena de días especiales, tanto en relación con otros como con las
circunstancias que nos rodean, y que nos recuerdan o actualizan la pérdida de un ser
querido de una forma aguda; estos días, colectivamente conocidos como "días festivos",
incluyen el día del padre o de la madre, día de los novios o del amor, las fiestas
nacionales, la pascua y la semana santa, las reuniones familiares anuales, los
aniversarios, el día de las brujas, los cumpleaños, el día del trabajo, el cambio de estación,
el día de los difuntos, día de la semana en que falleció, hora del fallecimiento, otros días
conmemorativos y, muy particularmente, la navidad y el año nuevo

Nuestras tradiciones, rituales y aún la comida especial de ese día son un recuerdo
constante de nuestra pérdida. Son épocas del año en donde los sentimientos de pérdida
se ven siempre magnificados, si bien más en unos días que en otros según las propias
tradiciones familiares. Algunas veces no somos conscientes de ello y del cómo nos
afectan, incluida la aflicción anticipatoria: ante los días especiales, no es extraño que se
anticipe el malestar unos días antes y nos sintamos mal desde antes que ellos sucedan,

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durante y unos días después. Estamos más irritables, deprimidos y ansiosos y los niveles
de energía disminuyen.

Cualquiera que sea nuestra edad o el tipo de pérdida, los días festivos sin la persona
amada serán ciertamente muy difíciles. Las antiguas costumbres se han terminado y
nunca se repetirán de la misma manera. La risa, antes tan fácil, fluida y natural, puede
llegar a ser solo una mueca o perderse totalmente; dar regalos, alguna vez tan divertido,
puede parecer vacío y triste, carente de sentido; las canciones familiares, a veces tan
reconfortantes, pueden atragantarse y acompañarse de lágrimas y un intenso anhelo.

En verdad, hay algo de dolor que cuelga de la alegría que otros sienten: es difícil estar sin
la persona amada y tener que ajustarse a esa nueva tradición por obligación y sin
quererlo. Todo esto suele acompañarse de una gran cantidad de angustiantes preguntas:
¿Qué es lo que me está pasando? ¿Si seré capaz de aguantar esto? ¿Realmente deseo
sobrevivir a esto? ¿Lo que siento es normal? ¿Me estoy enloqueciendo? Además, los
festivos añaden su propia carga de preguntas. Es importante reconocer que hay muy
pocas respuestas a estas preguntas que sean universalmente buenas o malas; en
realidad, pueden haber muchas, dependiendo en parte de factores únicos a la situación
existencial particular de cada uno: quiénes somos como personas, qué es lo que a nuestra
familia le gusta, quién era, cómo y dónde murió nuestro ser querido, cómo y cuál era
nuestra relación con esa persona, papel que ella desempeñaba en la realización del ritual
de la fiesta, etc. De hecho, no todas las preguntas tienen que ser contestadas de forma
inmediata o tienen una respuesta rápida y clara.

En la primera celebración de uno de estos días sin el ser querido nos duele todo con cada
pensamiento de celebración: duele el cuerpo, el alma, el espíritu, el pasado, el presente, el
futuro, etc.; en verdad, suele ser muy difícil encontrar una forma de celebración
reconfortante. Aunque se hayan ensayado todo tipo de cosas que se supone sirven para
enfrentarse a la perspectiva de un día especial sin el ser querido, nada parece servir ni
adaptarse a nuestra nueva circunstancia. Todo lo que se quiere es "pasar de una vez"
toda esa época que ahora es diferente y molesta y "despertar varios días después". No
encontramos paz y tranquilidad en ningún tipo de celebración; se llora con cada adorno
que se pone en el árbol de navidad, con cada pastel cocinado, con cada vela encendida,
con cada rosa recibida. Se siente rabia contra el destino o contra Dios por permitir que una
vida tan feliz y tranquila terminara de esta manera; hay pesadumbre y deseos de que todo
el mundo sienta el dolor que nos embarga. Estos días, días de reunión familiar, son días
donde realmente caemos en cuenta del vacío existente: el ver continuamente el regalo
perfecto para nuestro familiar ausente repentina y repetidamente nos recuerda que ellos
ya no estarán más.

Aunque cada experiencia de pérdida es diferente (nivel de apego, impacto de la pérdida


en la realidad personal, en el sentido de la vida, etc.), las fiestas provocan en nosotros dos
tipos de sentimientos encontrados: por un lado, son un tiempo del año en que cada uno
espera que todos los miembros de la familia estén juntos; por el otro, con su celebración
llega a ser claramente doloroso que alguien falta. Somos conscientes de que enfrentar las
fiestas es una parte necesaria para la curación del dolor, por ello puede ser frustrante el
pretender que todo siga siendo como antes era: qué duda cabe de que mucho o todo será
diferente: "... ya las luces de navidad no brillarán como lo hacían antes". Sabemos que no
podemos escapar del dolor ni esconder la verdad de lo inevitable ni de los cambios que se
122
avecinan; todo lo que podemos hacer es ajustar nuestra actitud y cambiar nuestro estado
mental. Y esto no es lo más fácil.

La pérdida de un ser querido nos deja con la sensación de perdida de control de nuestro
mundo, nuestra realidad, nuestro sentido de la vida y aún de nuestra personalidad. Es
importante que tenga presente que existen otras formas para que asuma el control de su
propia vida. Comer y beber saludablemente es un buen comienzo. Mantenga un programa
de ejercicios o empiece uno si no tenía costumbre. Trate de dormir adecuadamente y
practique aquellas disciplinas que le proporcionan energía y le satisfacen.

¿Qué es lo que hoy necesita?


¿Cuáles son sus necesidades para esta época del año?
¿Necesita más noches de silencio y días tranquilos?
¿Necesita espacio vacío, espiritual y mental, con nada en el horizonte, tiempo para
reflexionar y re-orientar su vida?
¿Tiempo para que el cuerpo repose, tiempo para hibernar?

En general, este no será el momento más apropiado para hacer cambios drásticos, como
empezar una nueva vida en otro vecindario o ciudad, celebrar el día festivo en un lugar
lejano entre gente que no aprecia o no valora lo que le ha pasado. No obstante, algunos
cambios pueden ser saludables e importantes de hacer. Cuando vayan pasando los días,
deje saber como se va sintiendo con lo que está haciendo; pregúntese qué tanto quiere
hacer, cuánto es capaz de tolerar y qué tanto rechaza y no desea hacer.

Si las tradiciones de las fiestas le producen un dolor intolerable, recuerde que usted tiene
el poder de modificar y confeccionar sus propias fiestas de forma que se vean cumplidas
sus expectativas actuales. Coja lo que le guste y deje lo que no. Al hacerlo así, se sentirá
menos abrumado y estresado, menos deprimido y más capaz de tener unas fiestas
tranquilas. Cada uno de nosotros debe encontrar su propia zona de confort, zona que
puede ser radicalmente diferente de año en año. Nuestra preocupación somos nosotros
mismos y nuestra familia inmediata. Se trata de encontrar conjuntamente la mejor forma
de pasar las fiestas con el menor dolor posible. Sin duda apreciamos al resto de la familia,
a nuestros amigos y compañeros de trabajo, pero no necesitamos hacer nuestros planes
alrededor de sus necesidades sino de las nuestras: esperamos que ellos entiendan esto.

Ciertamente nada puede remplazar al ser querido perdido, pero hay cosas que pueden
hacer menos pesados y terribles estos días. Recuerde que muchas otras personas se han
enfrentado con lo que usted está encarando ahora mismo, y ellos han aprendido que es
posible pasar a través de estas fechas y sobrevivir, incluso, se puede (y se debe) crecer a
través de esta experiencia. Lo que ellos han aprendido es algo que usted puede aprender
ahora; la forma en que ellos lo han hecho son formas que usted también puede adoptar.

Las siguientes serán sugerencias más que prescripciones. Úselas como ideas que puede
utilizar. Compártalas para llenar distintas circunstancias y que le sirvan a sus necesidades
personales para diseñar su propio sistema de apoyo y soporte para las navidades,
reacciones de aniversario y otras fechas conmemorativas.

123
1. Organice una reunión familiar

Debido a que la celebración de las fiestas será muy traumática para unos y reconfortante
para otros, será bueno que organice una reunión familiar para discutir la mejor forma de
proceder. Deje que todos expresen sus sentimientos, pensamientos, necesidades y
deseos sobre la mejor forma de celebrar las fiestas. La decisión sobre qué hacer deberá
ser una decisión familiar por consenso, presencial, por teléfono o mediante delegación del
voto; será entre todos los integrantes de la familia que decidirán cuáles tradiciones
familiares continuarán y cuáles serán las nuevas que incorporarán. Una vez hayan
decidido qué harán usted y su familia inmediata, comuníqueselo al resto de la familia y
amigos; así se evitarán mal entendidos y los asistentes podrán obrar con propiedad.

Durante la reunión preste especial atención a los deseos de los más afligidos por la
pérdida: sus deseos deberán tener el mayor peso. A través del compromiso y la
negociación todos pueden tener un poco de lo que necesitan. Tenga en cuenta que no hay
forma buena o mala de celebrar ese día: cada familia deberá establecer su propio
derrotero y hacer lo más correcto para ella. Finalmente, reconozca que no será fácil pasar
estos días, no se ponga expectativas muy altas para usted y no se obligue a pensar que
estará muy bien; además, no sea muy estricto en lo que se "debe hacer" estos días; es
mejor que haga solo aquellas cosas que sean importantes o significativas para usted y su
familia, así sea poco habitual o extraño. Si hacer una determinada actividad le sienta mal,
es mejor que no la siga haciendo y establezca sus propios límites.

2. Acepte la legitimidad de su dolor

Cuando uno se enfrenta al primer día festivo sin el ser querido, debe empezar por
reconocer que será muy doloroso. Así, reconozca su duelo, aún en medio de las fiestas,
hablando abiertamente acerca de sus sentimientos y pensamientos; busque familiares o
amigos que le escuchen sin juzgarle. Expresar sus sentimientos le ayudará a sentirse
comprendido, con lo que podrá sentirse un poco mejor. Recuerde que su dolor es real y
muy profundo, quizá lo más doloroso que usted haya vivido. Uno puede preguntarse cómo
será capaz de hacerlo; un sentimiento normal es desear "saltarse" todo el festivo y no
participar para nada en éste ("despertar al día siguiente"). La energía y el esfuerzo que
usted gasta en encontrar algo para evitar ese día más bien podría invertirlo en cómo
adaptarse y enfrentarse mejor a ese día. Este año será todo muy diferente y puede que no
sea tan terrible como esperaba (para muchos la anticipación es más dolorosa que el
enfrentamiento real).

3. Exprese todo lo que sienta

Uno de los factores más importantes para poder pasar unos festivos menos dolorosos es
poner mucha atención a sus necesidades y sentimientos, aceptándolos y declarándolos a
otros. Aunque nadie sentirá lo que usted siente, en la misma forma, al mismo tiempo o con
la misma intensidad, confiese que algo terrible le ha pasado y que es natural que esto
cause una reacción dentro de usted. Llore si quiere o necesita hacerlo, pero lo más
importante es que reconozca la tristeza, el dolor o cualquiera de sus sentimientos como
propios, permitiéndose sentirlos sin sentirse culpable o tener que dar explicaciones a
otros. Recuerde que sus sentimientos rara vez le sacarán del buen camino; ellos
usualmente le conducen a usted mismo. Algunos de los síntomas más frecuentes son:
124
A. Tristeza: Es triste pensar en lo que se ha perdido, en que nunca sucederá de nuevo, en
que habrá que aprender a vivir sin; es doblemente triste hacerlo en una de las épocas más
felices del año.

B. Ánimo depresivo: Desolación, desesperación, falta de energía, indiferencia, soledad,


dudar respecto a sí algún día se sentirá mejor.

C. Ansiedad, temor y preocupación por lo que ha pasado, por cómo se luchará y si se


sobrevivirá o no.

D. Rabia porque la gente no entiende sus necesidades, rabia por la forma en que ha
ocurrido la muerte y con quienes han estado involucrados, rabia consigo mismo, con Dios,
con todo el mundo.

E. Culpa: Rumiar sobre lo que hizo y no hizo mientras la persona estaba aún viva, por
estar vivo y el otro no o porque usted tenga momentos de alegría en medio del duelo.

F. Apatía, entumecimiento, confusión, desorientación.

G. Otros: alivio, orgullo, respeto, alegría, compasión.

¿Qué cosas le ayudarán a sentirse mejor estos próximos días? Los festivos generalmente
animan a las personas a hacer otras cosas como ofrecer su ayuda a otros; si esto le
satisface, hágalo. Si siente que esa labor es una carga, considere usar esta fecha para
darse usted mismo apoyo y ayuda, por ejemplo, cómprese algo que siempre había
deseado. Recuerde que dar es dar, no importa quien sea el recipiente. Algunas personas
tratarán de apresurarle a través de su duelo; otros pueden insistir en animarle o decirle
qué hay que hacer o no hacer y cómo debería o no debería sentirse. Tenga paciencia y
exprese lo que siente.

4. Acuda a otro/s cuando esté adolorido

Sentimientos compartidos son sentimientos disminuidos. Si la tristeza amenaza ser


excesivamente opresiva, comparta sus temores, preocupaciones, sentimientos,
aprensiones y ansiedades con alguien de su confianza, especialmente cuando las fiestas
se aproximen. Confiar en otros eventualmente le ayudará a sentirse mejor y a ventilar y
clarificar sus preocupaciones, además le hará sentirse cuidado y valorado a pesar de sus
defectos. Dígales que serán momentos muy difíciles para ustedes y acepte su ayuda;
usted apreciará el afecto y el apoyo extra durante estos días. Considere disminuir la
velocidad y el ritmo de las cosas y disfrute más de las personas. Siempre será importante
contar con un buen sistema de apoyo alternativo fuera del de su familia con el cual pueda
usted discutir sus sentimientos. Si otros familiares no están abiertos a reconocer su
pérdida, lo mejor es que no los fuerce. Más tarde o más temprano explotarán y
probablemente usted sea el blanco. Si necesita descargar un poco su dolor, establezca
una red de apoyo y llame a sus amigos. También puede buscar apoyo en grupos de
dolientes disponibles y dispuestos a ayudarle; investigue en hospitales, iglesias, centros
comunitarios, funerarias, guarderías, etc.

125
5. Pronuncie el nombre de la persona fallecida

Algunos familiares y amigos se dedicarán a una conspiración del silencio debido a que
ellos creen que mencionar el nombre de la persona fallecida hará el duelo, y el propio día
festivo, más triste. Para romper esta conspiración, simplemente mencione su nombre en
las conversaciones que tenga con ellos; cuando hable acerca de su ser querido, los otros
sabrán que quiere hablar de ella y recordar a aquella persona que era tan importante en
su vida. Al citar el nombre de la persona fallecida, usted también le dará permiso a otras
personas para hablar de ella.

6. Deje conocer sus límites

No permita que otros le presionen en actividades que usted sabe que son muy molestas
para usted. Deje que sus límites sean conocidos por otros que pueden estar decididos a
no dejarlo estar triste o solo. Si prefiere estar solo un rato, más bien que estar en un
evento social, exprese sus sentimientos y deseos. Si le gustaría que lo incluyeran en una
actividad determinada, dígalo. Los demás serán más capaces de ayudarle si ellos saben
qué es lo que usted necesita. Recuerde que con el anuncio de muerte y la creación del
"estatus de deudo", se goza del derecho temporal de suspender nuestro interés por los
requerimientos normalmente forzosos de la conducta, la atención, la amabilidad, la
deferencia y el respeto por el entorno. Muchas personas en duelo tienden a aislarse para
no incomodar a otros con su dolor y tristeza. El amor y el apoyo de la familia y los amigos
en cartas, llamadas por teléfono, visitas o invitaciones son gratificantes y enriquecedores.
Es una luz en el oscuro escenario del duelo. El martirio no es necesariamente una parte
del proceso del duelo. Recuerde que sus familiares y amigos no leen su mente (aunque no
le disgustaría que así fuera), déjeles saber sus deseos y lo que usted necesita para
"pasar" ese día de fiesta. Tiéndales la mano y ellos responderán con amor y gestos
curativos. Use el apoyo que otros desean darle.

7. Exprese su fe

La pérdida de un ser querido generalmente nos deja con profundos cuestionamientos


filosóficos y teológicos, situación que se magnifica con las fiestas. Busque una iglesia o
templo, un consejero o guía espiritual, una oración, una reflexión o únase a otros en un
acto común de oración (p.ej., grupo de oración); continuar orando, meditando,
reflexionando y uniéndose a otros ayuda a muchas persona a aliviar el dolor. Recuerde
que su lugar de oración no tiene porque seguir siendo el mismo. Si usted es partícipe o
miembro activo de una comunidad religiosa o espiritual, solicite que se tenga en cuenta el
nombre de su ser querido o se dedique una oración especial durante el servicio; ambas
cosas pueden ser gratificantes. Esto también permite que otros conozcan su duelo y
obtenga apoyo extra. Algunas personas temen llorar en público, especialmente durante la
ceremonia religiosa; lo más apropiado será no detener las lágrimas. Sea generoso consigo
mismo y no espere mucho de sí, es decir, de su fortaleza. La preocupación por si llorar o
no solo añade una carga adicional. Recuerde que si llora, descargará angustia y se sentirá
mejor. Esto no tiene porqué arruinar el día de sus familiares, además, les proporcionará la
libertad para hacerlo también si así lo desean o sienten.

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8. Ocúpese en cuanto pueda

Hay mucho de su vida que ahora se escapa de sus manos: la pérdida que usted ha
experimentado y los inevitables cambios resultantes le robarán parte de su poder sobre las
cosas, no obstante, todavía habrá algunas cosas, acciones y decisiones, que estarán bajo
su autoridad. Empiece a tomar control de su vida en algunas cosas, aunque éstas sean
pequeñas. Una posibilidad para el primer año puede ser visitar a los familiares o amigos, o
irse de vacaciones; organice y planee tales eventos. Esto le permitirá mantener su mente
ocupada en algo fuera de la fecha importante y compartir el tiempo de una forma diferente
y en un marco menos doloroso.

Si cocinar y arreglar la casa le distraen o le son agradables, hágalas; en caso contrario,


encargue la comida, contrate a alguien para que le arregle la casa o no haga nada este
año. Si era usted quien solía preparar los arreglos festivos, permita que este año lo hagan
sus hijos, nietos, amigos, vecinos o miembros de su comunidad o grupo religioso; si no
desea árbol de navidad este año, puede conseguir uno de cerámica y/o un cuadro/poster
de un árbol de navidad. Si ir de compras es muy angustiante, pídale a familiares o amigos
que lo hagan por usted, o bien, hágalo por catálogo, televisión o internet. Visite una librería
o biblioteca local y pregunte por libros de auto-ayuda. Ellos le informarán e inspirarán. Lea
todos los días un poco.

9. Ayude a otros

Una forma efectiva de elevar su estado de ánimo es ayudar a otras personas:


experimentamos curación al ayudar a otros pues hay algo de terapéutico en hacer a otras
personas un favor; esto se debe en parte a que ayudar a otros es una forma efectiva de
desviar el foco de atención del propio dolor y establecer una perspectiva en nuestra vida.

Las fiestas son una oportunidad única para utilizar nuestro tiempo como voluntarios
debido a que las organizaciones de beneficencia experimentan mayores necesidades en
estas épocas y por tanto requieren más manos útiles: hospitales, comedores populares,
asilos, albergues, refugios, hogares, hospicios u otra organización cívica son lugares
donde acudir. También se puede "adoptar" una familia pobre e invitarla a comer/cenar y/o
darle regalos de navidad, reunirse con alguien diferente este año, amigos, otros familiares
o buscar la forma de hacer por otros cosas que le hubiera gustado hacer por la persona
que se ha marchado.

10. Encuentre o diseñe su propia forma de recordar a su ser querido

Es verdad que nada puede hacer "regresar" a la persona que perdimos, no obstante,
usted si puede mantener su recuerdo y su espíritu vivo cuando hace algo especial o
creativo en su memoria (p.ej., plantar un árbol, adoptar una familia pobre, hacer una
donación con los regalos que ya no comprará, crear una beca en nombre de la persona
perdida, encender una vela con o sin fotografía, ponerse algo de ropa que pertenecía a la
persona perdida, echarse su perfume, etc.). Estos actos le ayudarán a recordar a su ser
querido cada vez que celebre un festivo.

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11. Cuídese

Debido a que los aniversarios y otras fechas conmemorativas son muy agotadores física,
emocional y psicológicamente, es importante que se alimente bien, descanse lo suficiente,
evite usar el alcohol para olvidar las penas y tenga en cuenta los siguientes conceptos:

A. Aunque se supone que las personas deben estar felices y contentas en las fiestas,
usted no se sentirá de esa forma ni mucho menos. Si usted no se siente feliz, acepte sus
sentimientos y no luche contra ellos. Sea tolerante con su humor y sus emociones y
permítase experimentarlos. Si trata de negar o bloquear sentimientos negativos,
simplemente los forzará a profundizarse más en el interior de su mente. Eventualmente
ellos encontrarán la forma de expresarse, quizá de una forma no muy saludable para
usted. Si los siente sin juzgarles o suprimirles, se disiparán, reduciendo considerablemente
el estrés que producen.

B. Dígase usted mismo: en el duelo nada está escrito en las piedras ("nada es definitivo,
excepto la ausencia"). Cuando se acerquen los días festivos, tenga cuidado: su vida ha
cambiado tremendamente, y eso puede significar cambiar la comida, el lugar y/o
establecer nuevas costumbres.

C. Nuestra vida es lo que nuestros pensamientos hacen de ella, por ello, piense, hable y
actúe positivamente. Empezar la época festiva diciéndose "esta es la peor época del año"
establece una cruel y negativa visión que deprimirá su humor, sus actitudes y acciones.

D. Detenga todos los pensamientos negativos; así, tan pronto como ellos empiecen,
reemplácelos por pensamientos edificantes y positivos: "en lugar de pensamientos de
pérdida trataré de disfrutar de esta época", "estas fiestas me van a dar la oportunidad de
profundizar mis relaciones con otros y formar otras nuevas", etc. Al usar sentencias
afirmativas usted abre la puerta a unas fiestas de esperanza y placer en lugar de
desesperación y dolor.

E. Examine sus expectativas. Nunca espere que las cosas sean igual que antes: nada es
ni será igual. Evite afanarse por la perfección. Recuerde que sentirse mal en esta época
es normal. No se juzgue duramente debido a que sus emociones pueden ser más volátiles
durante esos días; reconozca su estrés y ansiedad como normales. Trate de estar en
sintonía con sus sentimientos y responda acorde: si quiere llorar, llore; si siente la
necesidad de estar solo unos minutos u horas, hágalo. Si en el pasado usted era el
principal responsable de hacer del día de fiesta una rica experiencia familiar, no se sienta
presionado de continuar con ese patrón; no trate de hacerlo todo usted mismo: pídale a
otro familiar o amigos que le ayuden con las compras, la cocina, el cocinar, decorar y
envolver regalos.

F. La pérdida de un ser querido afecta el patrón de sueño normal y los hábitos


alimentarios. Así, sus niveles de energía disminuirán. Sea paciente consigo mismo y
respete sus limitaciones naturales. Respete lo que su cuerpo y mente le están diciendo, y
disminuya sus propias expectativas acerca de estar al máximo durante las fiestas.

G. Llore todo lo que pueda pero siga adelante con las fiestas. Las lágrimas y la tristeza
son parte natural del duelo, así, no tienen porqué arruinar toda la fiesta para usted y/o para
128
los otros. Si llora cuando lo desea, descargará tensión y estará en mejores condiciones
para la fiesta. Concédase tiempo para recordar a su ser querido y tiempo para distraerse
de los recuerdos (para hacer otras cosas). Durante el duelo hay tiempo para cada cosa, y
esto es especialmente importante recordarlo durante las fiestas.

H. También puede elevar su estado de ánimo mediante la música: ella es la luz en la


tenebrosa noche de la vida. La musicoterapia actúa en el dolor emocional y físico, reduce
la tensión y transforma el humor.

I. Concéntrese en lo verdaderamente significativo de la fiesta. Las fiestas son un tiempo


para estar juntos, dar gracias y compartir con la familia y los amigos, por los beneficios
materiales y espirituales disfrutados durante todo el año. Enfóquese en profundizar sus
lazos de amistad. Recuerde que las fiestas son mucho más que compras, decoración y
comida. Dígale a otros lo que necesita. Si no tiene ánimos de ver a nadie, puede enviar
postales.

J. Piense creativamente cuando vaya a planificar los festivos y considere diseñar nuevos
rituales, uno que incluya, por ejemplo, recordar el pasado mientras reconoce que el
presente ha cambiado. En lugar de hacer lo que siempre ha hecho, usted puede, por
ejemplo, realizar el proyecto que siempre quería hacer pero que no había podido, o bien,
puede adoptar una mascota; aún pequeños cambios pueden ayudarle mucho. Sea
creativo y encuentre la mezcla y el balance justo para usted. Concédase libertad para
planear el festivo a su antojo. ¿No quiere ir a la fiesta de la oficina? Pues no vaya.
Permítase un espacio y no se sienta obligado o culpable debido a que usted no está tan
bien como hace años o como el año anterior. Lo más importante es que se dé cuenta que
los festivos no producen sentimientos mágicos o dan soluciones a sus problemas.

K. Permítase la opción de cambiar de punto de vista, incluso en el último momento.


Recuerde que el duelo es un proceso y su estado de ánimo cambiará de día a día, incluso
de hora a hora. No se preocupe por cancelar planes que ya había organizado antes, sea
flexible y no rígido. Así, sea amable con usted mismo y no espere que los planes para el
festivo sean perfectos.

L. Deje saber a otros qué le sienta bien y qué no. No importa que sea reiterativo. Si no se
siente bien respecto a como va el día, dígaselo a alguien. La mayoría de las personas
reconocen que los festivos son duros para aquellos en duelo. Encontrar una persona que
comparta con usted sus sentimientos será de gran valor durante este tiempo tan
estresante. A menudo, después del primer año, la gente espera que usted ya esté bien;
aunque esto puede llegar a ser muy difícil, ciertamente podrán disfrutarse de nuevo los
días de fiesta, si bien de diferente manera.

M. Diseñe y prepare un "botiquín" para utilizar en las reacciones de aniversario; este


botiquín deberá contener abrazos, caricias, hombros donde apoyarse, compañía, etc.

12. Permanezca en contacto

Debido a que el duelo es una experiencia tremendamente aislante, mantener los contactos
con sus amigos y familiares, ya sea por carta, teléfono, internet o reuniones personales
129
siempre será de utilidad, especialmente si esto parte desde los otros, es decir, si son los
otros (familiares y amigos) quienes son los que perseveran en mantener el contacto a
pesar de su resistencia a ello. Participe en los rituales y costumbres locales y
comunitarios; los grupos de las iglesias, organizaciones cívicas y los grupos de ayuda
mutua pueden darle apoyo adicional y unirle a otros que comparten valores e intereses.

13. Disfrute de las fiestas si puede

No tiene porqué sentirse mal al disfrutar las fiestas; está bien y es normal disfrutar ratos
durante el duelo; recuerde que usted no firmó un contrato para ser un desgraciado el resto
de su vida por el fallecimiento de su ser querido. Disfrutar de las fiestas no significa que es
infiel con su ser querido o que le está traicionando: de la misma forma que usted se da
permiso para afligirse durante estas fiestas, permítase disfrutarlas; además, lo que usted
escoja hacer para el primer año no tiene porqué servir necesariamente para el siguiente.

14. No se deje involucrar en los mitos festivos

Si le molesta la decoración festiva y la música que acompaña esas fiestas a la hora de ir a


comprar a un centro comercial, hágalo antes de que empiecen las fiestas (p.ej., haga las
compras de navidad en noviembre) o compre por teléfono o catálogo. Recuerde que los
días festivos están llenos de expectativas no realistas por la intimidad, cercanía, relajación
y disfrute de muchas personas, actitudes no ajustadas para el duelo. Trate de disfrutar lo
que usted pueda. Acepte los momentos duros sabiendo que ellos pasarán. Cuando le
hagan el comentario de "felices fiestas", responda lo que para usted es más apropiado en
ese justo momento (recuerde la "montaña rusa" del duelo); comentarios como "lo estoy
intentando", "mis mejores deseos para usted y su familia" son apropiados. Si usted está
acostumbrado a tener cena de navidad en su casa, siempre puede cambiar de hora y
lugar para esa fecha. Sirva la comida estilo buffet y en otra habitación diferente a la
acostumbrada. En general, la anticipación añade más angustia que la que realmente
acontece.

DÍAS FESTIVOS Y RESPUESTA FAMILIAR

Con la celebración familiar del día festivo pueden presentarse dos situaciones opuestas en
cuanto a la respuesta de los miembros de la familia; esta respuesta obedece tanto a las
estructuras internas establecidas y mantenidas por las familias desde su existencia
(conjunción de familias tanto propias como de origen) como al nivel global de estrés que
cada uno esté soportando:

1. Si usted viene de una familia amorosa, abierta y expresiva (familia saludable), tratarán
con la pérdida de la misma manera, amorosa, abierta y expresivamente. Su expresión
práctica suele ser como sigue: Todos muestran sus mejores caras, algunas mejor que
otras, pero lo que es más importante es que ellos han escogido utilizar su tiempo juntos.
En lugar de pretender que nada ha pasado, ellos, en algún momento, son conscientes de
la persona perdida. Hablan de ella y de lo que decía no hace mucho tiempo, sonríen y
lloran juntos.

130
Para ellos no se trata de olvidar la persona perdida, pues no pueden hacerlo. Liberándose
ellos mismos de las emociones más dolorosas, harán lugar para los recuerdos más
queridos que están dentro de ellos. Y empezando a hacerlo en estas fiestas, harán que su
siguiente fiesta sea menos dolorosa, y así.

2. Si, por el contrario, usted viene de una familia que no le gusta expresar sus
sentimientos (familia negadora), lo que puede esperar es que se adhieran a esta
estrategia para afrontar esta circunstancia de la pérdida actual, bastante más estresante.
Debido a que el duelo lleva consigo emociones extremadamente intensas, sus reacciones
probablemente serán más extremas de lo usual. Por tanto, puede ser más duro pasar
estos días de fiesta sintiéndose mal con las personas que le rodean así como tener que
pasar, de ahí en adelante, otro día de fiesta en su compañía. Su expresión práctica suele
ser como sigue: Todos están en la fiesta mostrando su mejor cara; pretenden que nada ha
pasado ni cambiado. Para ellos es muy importante hacer esto debido a que no hacerlo
sería muy doloroso. Están tensos, discuten entre sí, se aíslan porque no aguantan esta
situación de "mantener" todo en su interior, otros "ahogan" su dolor en el alcohol.
Finalmente, algunos se ocultan para poder llorar libremente. Así, se mezclan sentimientos
de rabia contenida y tristeza y las personas terminan dolidas unas con otras, rabiosas,
molestas y posiblemente no vuelvan a asistir a una fiesta familiar.

Estos son, de hecho, los dos extremos del especto. Las familias estarán entre ambos
extremos. Aquí es donde la elección individual acerca de cómo enfrentar los días de fiesta
es importante.

COSAS PARA HACER EN ESOS DÍAS ESPECIALES

1. Celebre la navidad en noviembre, por ejemplo, y pase el mes de diciembre tranquilo.


2. No comunique su cumpleaños.
3. En fechas especiales (fecha del diagnóstico, de la cirugía, el accidente, etc.) quédese
solo o con alguien que no conozca nada de usted.
4. Retire adornos alusivos a fiestas, pero hágalo con calma y paz en su corazón, no
“arranque” ni destruya con resentimiento.
5. Prepare una comida especial, no usual.
6. Invite a la familia del fallecido.
7. Envíe postales y tarjetas aunque no espere ninguna respuesta.
8. Cante villancicos.
9. Adorne diferente su casa o vaya a otra casa esta vez.
10. Vaya a la iglesia/templo/sinagoga con alguien y no solo.
11. Permanezca activo y haga deporte de grupo.
12. Encuentre a alguien con quien pasar las fiestas.
13. Haga algo por usted mismo.
14. Recuerde a la persona fallecida y hable de él; también puede preparar un discurso.
15. Escriba una carta o léala.
16. Salga de la ciudad o haga un viaje.
17. Plante algo.
18. Cocine un pastel de cumpleaños.

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19. Haga un álbum de recuerdos.
20. Libere un globo.
21. Visite el cementerio y ponga flores.
22. Regálese algo el día de los difuntos.
23. Encuentre a alguien con una necesidad específica y llénela.
24. Haga algo agradable por usted mismo.
25. Haga conmemoraciones.
26. Encienda una veladora.
27. Cante canciones o escuche música.
28. Disperse cenizas sobre los lugares sagrados.

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COSAS QUE NO SE DEBEN HACER

Cuando queremos ayudar a una persona que


ha perdido un ser querido
1. Inhibir la expresión de sentimientos y obligar a la persona que ha sufrido la pérdida a
asumir un papel determinado según los criterios propios de otra persona. Es importante
reconocer que los consejos "no piense más en eso", "piense en los demás", "no se
preocupe", "tiene que ser fuerte", "no llore que no lo va a dejar ir o no lo va a dejar
descansar", son pueriles, ingenuos, imposibles de lograr y no ofrecen ningún apoyo a la
persona. Debemos dejar que la persona tenga sentimientos perturbadores sin tener la
sensación de que nos están defraudando. Además, se deben respetar las diferencias
individuales en la expresión del dolor y en la recuperación del mismo.

2. Salir huyendo ante la mínima expresión de sentimientos dolorosos. Permitir y


animar la expresión de los sentimientos de dolor y tristeza por la pérdida del ser querido
son uno de los factores claves en la ayuda a las personas que han tenido pérdidas. Así,
debemos estar atentos y escuchar el dolor, la tristeza, la rabia, la frustración, la soledad y
todos los otros sentimientos que acompañan a la aflicción. Además, será necesario tener
listos los hombros, los brazos y el pecho como apoyo y consuelo para sostener la afligida
existencia de nuestro hermano afligido.

3. Decirle a la persona que ha sufrido la pérdida lo que tiene que hacer como si uno
fuera el que está sintiendo el dolor. En cosas de dolor, como el dolor que produce la
pérdida de un ser querido, el deudo es el experto y es precisamente él quien deberá
hablar y no nosotros (recuerde que "duelo que no se habla es duelo que no se cura").
Además, no sugiera qué hacer, hágalo usted mismo.

4. Decir "sé cómo se siente". Recuerde que cada persona experimenta su dolor de una
manera única y nadie como ella sabe como se siente; muestre su comprensión ("entiendo
que debe sentirse mal") e invite a la persona a que comparta sus sentimientos si es su
deseo. No dé por supuesto que los conoce. Recuerde que lo importante no es lo que usted

132
diga sino lo que permite que la otra persona le diga; una escucha comprensiva es la
actitud más apropiada. Frases como "los caminos del Señor son insondables" y otras
parecidas solo convencen a la persona de que no nos preocupamos lo suficiente por
entenderla.

5. Decirle "llámame o ven a mi casa si te sientes muy mal o necesitas algo". Cuando
uno se siente tan mal no suele tener ganas de llamar por teléfono o arreglarse para ir a
visitar a otros, así, este tipo de ofrecimientos indefinidos suele declinarse y se pierde la
ayuda ofrecida. No espere a que el deudo busque ayuda, tome la iniciativa y visítelo o
llámelo.

6. Sugerir que "el tiempo cura todas las heridas". Debido a que el tiempo que domina
la experiencia del duelo durante los primeros 6-12 meses es el tiempo subjetivo (es decir,
la vivencia personal e intransferible del paso del tiempo cronológico), esta conocida
sentencia no suele cumplirse durante este primer período. Sabemos que las experiencias
alegres acortan la vivencia subjetiva del paso del tiempo mientras que las experiencias
tristes y dolorosas (tiempo del duelo) alargan la sensación de paso del tiempo. Así, en un
tiempo como el del duelo es normal tener la sensación de encogimiento o alargamiento del
paso del tiempo dependiendo del estado de ánimo de la persona en un momento
determinado (recuerde la experiencia emocional de montaña rusa del duelo).

7. Ante la demanda de ayuda, delegarla en otros. Nuestra presencia, interés y


preocupación genuina es lo que marca la diferencia en situaciones como esta. No tiene
que pensar que tiene que decir algo, lo importante es que esté allí, así sea sin decir nada.

8. Intentar que la persona se dé prisa en superar su dolor. El trabajo del duelo requiere
tiempo y paciencia y no puede hacerse en un plazo de tiempo fijo. Cada persona tiene su
propio tiempo y velocidad y las prisas son malas compañeras de viaje. Animar a la
persona a "ocupar su tiempo" es una buena estrategia "por momentos" (se utilizan
mecanismos de evitación y distracción), pero recuerde que estas estrategias no
solucionan el problema, lo aplazan, quizás para un momento en que la persona se
encuentre sola. No intente cubrir con otras cosas lo que usted puede hacer con su
presencia.

9. Retirar de la vista de la persona toda información referente al duelo, al dolor, la


pérdida, la aflicción y el luto. Es importante reconocer que la primera tarea en el duelo es
la educación en duelo, es decir, informarse sobre lo que a uno le está pasando, de esta
forma sabrá qué hacer y qué no hacer.

10. Aislar a la persona de su familia y fomentar o crear indisposición mutua. El duelo


es un "asunto de familia" y es precisamente la familia la institución más importante para la
recuperación de la pérdida de un ser querido. Así, se debe contribuir a que el apoyo y la
comunicación efectiva de la familia sean los instrumentos más efectivos que faciliten la
recuperación.

11. Desentenderse de la persona en duelo. Debido a que el proceso del duelo es largo y
toma su tiempo, las personas se suelen agotar de prestar su apoyo y consuelo o suponen
que "ya es suficiente" (según su propio criterio de tiempo) y van dejando de lado a la
persona con el agravante de la pérdida añadida de compañía y consuelo. Dosifique su
133
ayuda según los criterios que entre usted y la persona afligida acuerden y, en la medida en
que pueda, no interrumpa bruscamente su apoyo. Preocuparse por una persona afligida
también significa prestar atención a la presencia de reacciones anormales o
distorsionadas del duelo y animar a la realización de todas las actividades necesarias para
la promoción, mantenimiento de la salud y prevención de enfermedades durante este difícil
período en la vida de la persona.

12. Rechazar cualquier tipo de grupo de terapia de duelo. Una de las personas más
adecuadas para ayudar a otra en duelo es precisamente otra persona en duelo que ya ha
avanzada un poco más por el difícil y doloroso camino de la recuperación. Este tipo de
ayuda se obtiene precisamente en los grupos de auto-ayuda y ayuda-mutua. Los
beneficios de este tipo de terapia son reconocidos a nivel mundial.

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

COSAS QUE SÍ SE DEBEN HACER

…cuando queremos ayudar a una persona que ha perdido a un ser querido.

1. Informarse de todo lo relacionado con el duelo, la aflicción y el luto. De esta forma la


ayuda será más efectiva. Además, mantener abiertas las puertas de la comunicación. Si
no sabe qué decir, pregunte: "¿Cómo ha estado hoy?", "¿Cómo va el día?".

2. Mantener los oídos atentos para escuchar el dolor, la tristeza, la rabia, la frustración, la
soledad y todos los otros sentimientos que acompañan a la aflicción. Intente escuchar un
80% del tiempo y hablar solo un 20%. Hay muy pocas personas que se toman el tiempo
necesario para escuchar las preocupaciones más profundas de otros.

3. Permita y anime la expresión de los sentimientos de dolor y tristeza por la pérdida del
ser amado, sin salir huyendo ante la expresión de los mismos. Establezca un contacto
físico adecuado (por ejemplo, poniendo el brazo sobre el hombro del otro o dándole un
abrazo cuando fallan las palabras) y aprenda a sentirse cómodo con el silencio compartido
en lugar de intentar hablar para animar a la persona. Además, sea paciente con la historia
de la persona que ha sufrido la pérdida y permítale compartir sus recuerdos.

4. Preste, indefinidamente y mientras sea necesario, sus hombros, brazos y pecho, como
consuelo para sostener la afligida existencia de su afligido hermano.

5. No espere a que el deudo busque ayuda, tome siempre la iniciativa visitándolo o


llamándolo. Puede también ofrecer ayuda concreta con las tareas de la vida cotidiana. Lo
importante sigue siendo estar ahí.

6. Contribuya a que el apoyo y la comunicación efectiva de la familia sean los instrumentos


más efectivos que faciliten la recuperación por la pérdida del ser amado.

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7. Respete las diferencias individuales en la expresión del dolor y en la recuperación del
mismo.

8. Esté atento a la presencia de reacciones anormales o distorsionadas del duelo.

9. Anime la realización de todas las actividades necesarias para la promoción,


mantenimiento de la salud y prevención de enfermedades durante el duelo.

10. Una vez alcanzado un buen nivel de recuperación, anime y colabore en el


establecimiento de grupos de auto-ayuda en su vecindario.

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BOTIQUIN DE PRIMEROS AUXILIOS ESPIRITUALES

De la misma forma que en situaciones de urgencia física (por ejemplo, ante una herida o
quemadura) acudimos a nuestro botiquín personal, familiar o empresarial de primeros
auxilios, igualmente debemos implementar nuestro "botiquín de 1ºs auxilios espirituales"
en caso de dolor TOTAL. He aquí algunas ideas aportadas por los grupos de duelo:

1. Pañuelos desechables.

2. Devocionario o Biblia.

3. Libro preferido.

4. Teléfonos de amigos que nos pueden ayudar y que saben escuchar.

5. Fotos que nos traen gratos recuerdos.

6. Frases célebres o reflexiones escritas o grabadas.

7. Objetos personales del fallecido.

8. Cartas personales.

9. Música preferida por el fallecido o por uno mismo.

10. Radio-grabadora para escuchar o reproducir.

11. Grabación de audio o imagen (VHS)

12. Libreta y bolígrafo para tomar apuntes

13. Vela, veladora o velón

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Generalidades de la Consulta
- Consejería en Duelo -

Con los términos de "benévola neutralidad", "neutralidad afectiva" y "separación


compasiva", a los que pueden añadirse "universalismo" y "determinación funcional", se
puede llamar la postura del profesional ante la persona en duelo; no obstante, y si bien se
han escrito numerosos artículos y libros proponiendo programas innovadores y creativos
para instruir a psicólogos, médicos y estudiantes sobre la muerte y el proceso del duelo
asociado, la experiencia lleva a pensar que casi siempre la preparación es muy pobre (o
nula) en comparación con las demandas que plantean las personas en duelo. Ciertamente
existen tensiones inevitables entre las demandas organizacionales, los valores y
responsabilidades profesionales y las necesidades individuales.

En la asistencia a la persona afligida, el profesional ha de intentar descubrir qué significan


los síntomas para el deudo, cómo los experimenta, cuáles son los fenómenos resultantes
de la muerte (efectos de la muerte en su mundo) y cuáles son las molestias que siente a
causa de aquellos. Ya no se trata de “curar” esta situación de duelo, sino de acompañarle
y hacerle llevadero y soportable el sufrimiento derivado del mismo proceso de duelo. Esto
significa que los síntomas y el impacto de la pérdida sobre su mundo no deben ser
objetivados sino subjetivizados por el propio deudo y no por el mismo profesional, ya que
sus quejas pueden cobrar diversos significados.

Enfrentarse a una persona que ha perdido un ser querido hace a todos los individuos que
le rodean conscientes de su propia fragilidad y vulnerabilidad; algunos son susceptibles a
la depresión que esto evoca, otros a la pérdida de la autoestima provocada por la
incapacidad para “curar” el dolor de la pérdida y la sensación de impotencia que les
invade. Ciertamente no es fácil encarar positivamente las circunstancias particulares de un
deudo, combinando la tristeza natural o el disgusto por la inevitabilidad de la muerte y el
dolor observado en la persona. Como personas sensibles, es necesario darle una salida
regular y constructiva a la aflicción, y mantener un equilibrio que permita seguir actuando
efectivamente. Aceptar las propias limitaciones como uno más, coherentemente, facilita la
comunicación de persona a persona.

Escuchar y comprender son los más apropiados procedimientos terapéuticos que se han
de emplear. La compasión deberá ser valorada en su propio derecho y no considerada
como una cualidad extra para aquel que la posee; la capacidad para funcionar bien a
pesar de los diversos problemas empieza con el reconocimiento de que la pérdida de un
ser querido es inevitable para todos y que el temor a la muerte es normal y aceptable.

En relación a la persona en duelo, es muy importante que los profesionales sean


conscientes y controlen sus propios sentimientos y que no se confundan ni se atemoricen
por los problemas fundamentales que pueden presentarse; el profesional debe demostrar,
por su comportamiento, que está preparado para compartir los problemas con el deudo;
debe percibirse como una persona segura y confiable, alentar la expresión de
sentimientos, evitar las negaciones cuando sea apropiado, aceptar enojos y reconocer la
vivencia de pérdida del deudo.
136
CONDUCTAS Y TÉCNICAS DE ENTREVISTA

Las discusiones sobre la orientación de la asistencia al proceso del duelo son antiguas y
habitualmente reflejan más actitudes religiosas, emocionales e irracionales, que hechos de
comprobación científica o clínica. Como afirmaba Freud, frente a la persona que tiene que
morir (y frente a aquella que está de duelo) se reacciona de una manera especial, como
para alguien que tiene que realizar una tarea difícil.

Hay muchas personas que esperan que su duelo ocurra rápidamente y que se enteren de
ello muy pocas personas, a veces incluso ni ellos mismos; otros sencillamente no quieren
percatarse de que están de duelo y se entregan constantemente, o al menos así lo creen,
a la huida y al rechazo cuando se les hacen patentes algunos signos en ese sentido.
Finalmente hay otros que luchan por sobrevivir adaptativamente, y quieren entablar
diálogos diversos acerca de su recuperación, cualquiera que sea su concepción de la
misma. El foco de atención consiste precisamente en captar los signos de la persona en
duelo a este respecto, o lo que es lo mismo, en percibir los sentimientos que ella intenta
expresar a través de su modo de hablar, de su silencio o sus gestos (comunicación
infraverbal).

De esta forma, la relación entre el deudo y quien le asiste debe por consiguiente
caracterizarse por un común escuchar: "la paciencia de concederle al otro realmente que
sea él mismo" de Sporken o "ayudarle a vivir su propio duelo", modificando la lectura de
Rilke. La asistencia y el acompañamiento a la persona en duelo no son en el fondo algo
diverso de la ayuda a la vida, es más, es precisamente durante el proceso de recuperación
cuando la persona más asistencia requiere en su “volver a vivir su vida” tras la muerte del
ser querido.

Evidentemente, no podemos "curar" al deudo de su dolor y tampoco podemos “afligirnos


por él”. En su lugar, podremos acompañarle en su dolor, en su tragedia, y esto supone una
serie de consideraciones:

(1) No esperar lo imposible; no hacemos milagros ni tenemos las respuestas a todas las
preguntas.

(2) Asistir a una persona en duelo supone admitir la propia vulnerabilidad y exponerse a
despertar la propia ansiedad, los duelos no resueltos y favorecer la depresión y la tristeza.
Si somos sinceros con nosotros mismos y lo preguntamos, veremos como nuestros
sentimientos son idénticos a los de otros. Por otra parte, y si bien el duelo puede llegar a
volverse una rutina para el profesional, ciertamente es algo nuevo para el deudo: es la
primera vez que él pierde a “ese ser querido” y esto es único y diferente para él.

(3) No existe un solo modelo de edad, tipo de muerte, circunstancias familiares u otro
indicador en el cual poder confiar para decidir lo que se va a comunicar al deudo. No
obstante, sí que existe un modelo de conducta frente al deudo y su familia: el
mantenimiento de una vía de comunicación permeable.

137
(4) No somos inmunes al dolor del otro; en el momento en que construyamos una "coraza
protectora" perdemos nuestra capacidad de "asistir", de "compartir compasivamente", aun
cuando conservemos un manejo adecuado y científicamente elaborado de la técnica.

(5) La adaptación del acompañamiento a cada persona en duelo es una necesidad


evidente puesto que este deudo en particular es diferente de los demás; la flexibilidad y la
adaptabilidad de los comportamientos debe ser la única norma común.

(6) La esencia misma de los cuidados al deudo es acompañar, y no "quitar el dolor"; si


partimos de la idea de que acompañar es igual a quitar el dolor, viviremos el duelo de la
persona como un fracaso, circunstancia que a su vez repercute en la manera de tratar a la
persona. Por otro lado, "no hacer nada" es un factor fuertemente creador de ansiedad;
para cada situación existe siempre un momento determinado para "hacer" y otro para
"escuchar". Solo cuando el deudo es rechazado porque su forma de expresar el dolor de
la pérdida es inaceptable, el "no hacer nada" llega a ser angustiante.

(7) Es preciso reconocer que las necesidades del deudo y su familia cambian con el
tiempo. Como fenómeno vivencial, el proceso del duelo intrafamiliar es un caso especial
de “pérdidas diversas en una constelación familiar”, y sus estados representan el modelo
dinámico de adaptación emocional a cualquier pérdida real, sea manifiesta, oculta o
ambigua.

(8) Las respuestas a los distintos problemas que pueden originarse en el trabajo con
personas en duelo deben buscarse en el mismo contexto en el cual se dieron origen; los
recursos propios, de equipo, y estos 10 principios tanatológicos son los elementos que
constituyen la base en la cual encontrar las respuestas más aproximadas a las distintas
demandas que puedan presentarse, matizadas por el sentido común y la empatía tan
necesaria en este trabajo.

(9) Puede ser difícil darse cuenta cuándo es necesario callarse y cuándo es necesario
estar allí. Esto pide conocer a la persona en duelo, comprender sus reacciones y asistirle
el tiempo suficiente como para objetivar qué pertenece a él y qué es propio de nuestras
reacciones ante su dolor y tragedia.

(10) Aunque la respuesta a la pérdida pueda incluir rebeldía y negación en algunos, y


estoicismo en otros, no hay un único patrón de respuesta ni deberá anticiparse o animarse
a que ocurra de una forma particular. Como en el caso de los enfermos terminales, la
persona en duelo es el maestro, y será él quien nos dará sus directrices.

Aspectos generales

¿Cómo puede establecerse con los deudos una relación personal como la que se necesita
para una adecuada asistencia al proceso del duelo?

Un principio rector de nuestra actitud ética es la consideración de que la persona que ha


perdido un ser querido es un individuo normal, sometido a una circunstancia
profundamente perturbadora y estresante, y que responderá a ella de acuerdo a su
verdadera y específica historia personal y a su propia circunstancia bio-psico-socio-familiar
138
cultural y funcional; en el área de la experiencia real, los deudos son los profesores,
mientras que aquellos que les acompañan siempre tienen algo que aprender.

El diálogo con el deudo presupone en principio las condiciones psicológicas de todo buen
diálogo, y estas son, entre otras, la actitud de respeto a la interioridad del otro, escuchar
realmente lo que se dice y lo que no se dice expresamente, intentar comprender de qué
trasfondo emocional proviene lo dicho y cuál es el auténtico valor que entonces cobra
ayudar al otro a que perciba por sí mismo sus problemas y a que descubra la dirección de
una solución.

Las conductas y técnicas de entrevista, de hecho, pueden aprenderse; el mejor método es


sin duda el de un adiestramiento técnico bien planteado, aun cuando para muchos
resultará difícil, si no imposible lograrlo. Existen algunos elementos particularmente
deseables y algunas habilidades peculiares que son condiciones para el establecimiento
de cualquier relación humana y profesional con una persona que ha perdido un ser
querido, matizadas por la flexibilidad que rige a todo intercambio bidireccional: la
autenticidad (real, natural, honesta y sincera), su calidez (espontánea, acogedora y
preocupada) y su empatía.

En las conversaciones con los deudos no se trata de hacer "formulaciones razonables", ni


de "ofrecer soluciones", exponer teorías o de dar consejos sobre como han de
contemplarse las cosas, sino mas bien de articular las sensaciones que en el fondo le
preocupan y que él no ve expresamente o no es capaz de manifestar mediante la palabra,
y ofrecerle así la oportunidad de dar expresión a sus sentimientos con el objeto de que
pueda integrarlos más fácilmente.

Lo que se espera del profesional no es "que diga algo de lo que el deudo pueda sacar
provecho", sino el que asuma el sentimiento en el que se hizo la manifestación: el dolor, el
miedo, el resentimiento, el desasosiego, la preocupación, etc., pueden y deben con
frecuencia ser afirmados. Así, uno de los aspectos más importantes en las conversaciones
con los deudos es el llegar a hablar tanto de los hechos que atañen al curso del duelo
como, y muy especialmente, de las propias experiencias del deudo.

Muchas personas temen no ser capaces de encontrar las palabras apropiadas en el


momento oportuno, hecho que, de por sí, debe ser desaconsejado. Tal temor tiene que ver
con la concepción muy generalizada de que las personas que asisten al proceso del duelo
tienen que decir "aquello" o al menos "algo"; concepción que es, por supuesto, errónea.
No sólo por que en ocasiones las preguntas más expresas no se formulan como demanda
de una respuesta sino como expresión de una sensación, sino además porque
prácticamente todos los estudios enfatizan la capacidad para escuchar por encima de la
capacidad para decir algo.

No podemos suprimirle al deudo el sentimiento de "estar sólo en su dolor" y el "dolor de la


pérdida " que va ligado a la pérdida de un ser querido, pero si compartimos con él esos
sentimientos mediante una relación adecuada y en conversaciones sinceras, podremos sin
duda abrir entre ellos y nosotros un camino que, gracias a esa solidaridad, se le haga
soportable su soledad.

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Algunos puntos que se deben tener en cuenta en las entrevistas con los deudos :

(1) Es importante que la consulta sea aceptada antes de iniciar. Las consultas sorpresa no
siempre son bienvenidas; cuando vea al deudo, salúdelo como normalmente lo haría,
busque una silla y siéntese cerca de él; en lugar de preguntar ¿cómo está?, pregunte
¿cómo se siente hoy?, ¿cómo va el día? Es mejor evitar tópicos como "todo va bien",
"pronto estará mejor", "tiene que confiar en Dios ",”el tiempo cura todas las heridas”, etc.

(2) Enfoque la visita en el deudo; conceda suficiente atención a sus síntomas, a su dolor, a
su desesperación, de lo contrario puede reflejar un rechazo general a preguntar sobre
síntomas o problemas que el profesional no puede modificar.

(3) Una forma de entrevista tranquila, no preocupada, es importante, aun cuando la


consulta pueda ser corta. Estas primeras conversaciones a veces pueden consistir
exclusivamente en acompañar en silencio a esa persona mientras relata lo sucedido
(técnica narrativa), de manera que el deudo, al experimentar nuestra cercanía, cobre el
ánimo y la confianza de participarnos de todas sus preocupaciones. Sin embargo, no
olvide que el deudo "elige un interlocutor" entre todos aquellos que le visitarán, al cual
participa de sus inquietudesd y no a otros; por lo tanto, no se desanime. Recuerde que no
todos los deudos quiere hablar acerca de su tragedia todo el tiempo; es humano querer
callar e ignorar las realidades más serias por cortos períodos de tiempo: deporte, política,
moda, música y noticias acerca de amigos son a menudo buenos tópicos que ofrecen la
oportunidad de un intercambio mutuo. La conducta que se tome ante el deudo debe ser
apropiada: una actitud jovial superficial, la cual parece negar la seriedad de la situación, no
es apropiada. El abatimiento y la tristeza tampoco son bienvenidos. La aproximación al
deudo debe mostrar respeto y preocupación por la situación, y reflejar la voluntad de
compartir intereses u otros aspectos de la vida del deudo sin enfocarse sólo en la pérdida.
Un acompañamiento no ansioso es el tipo de interacción requerida, siendo sensible al
humor de la persona.

(4) No subestime el dolor del deudo ante la muerte de su ser querido; si el profesional no
es consciente de ello e intenta alentarlo respecto a sus angustias y temores, puede no ser
creído. Por ello es necesario desconfiar de la tendencia que tenemos de hablar
espontáneamente con los deudos que abiertamente señalan su recuperación sólo unos
días después de acaecida la defunción.

(5) Es imperativo que una vez que el acompañamiento haya sido ofrecido y aceptado, la
promesa de la misma sea mantenida; malograr tal contacto sería una violación seria a la
confianza de la otra persona. Deberá también ser asegurado, aunque sea evidente, que
cualquier cosa que se diga en el curso de las entrevistas es personal y privado. La
preocupación (interés) es uno de los atributos más altamente valorados, junto con la
compasión; pocas cosas pueden molestar más a los deudos que el compromiso fingido.
Por otra parte, apiadarse sólo del deudo no representa para él ninguna ayuda; la
capacidad para estar a gusto con una persona que ha perdido un ser querido es una
cualidad muy valorada.

(6) En principio, deberá indicarse la frecuencia de las consultas y apegarse al horario


establecido; la frecuencia y duración de las mismas dependerá de la situación del deudo y,
por supuesto, de su demanda. En gran parte, es el deudo quien decide el momento de
140
tales entrevistas. Lo principal es estar disponible y no hacerse el sordo. Esta actitud evita
imponer una entrevista a un deudo que no está bien dispuesto. En los casos de muerte
por enfermedad aguda, decir solamente al deudo "estoy aquí" puede reconfortarle. La
consistencia y la perseverancia son fundamentales, así como la calidad del tiempo es más
importante que su cantidad. No haga promesas -el deudo también es un experto en
"promesas rotas"-, de apoyo efectivo.

(7) En el transcurso de la primera entrevista, la actitud esencial es la de escuchar (técnica


narrativa). Debe dejarse que el deudo tome la iniciativa en la conversación. Sea un buen
oyente y no se incomode por los intervalos en la conversación. No tiene que pensar que
tiene que decir algo. Si el deudo confía en usted, se comunicará abiertamente.

(8) Toda comunicación hablada envuelve un lenguaje no verbal, comunicación que suele
ser la más honesta. Por otra parte, el afecto físico como comunicación también es
importante: una palmadita en el brazo, un ademán, un guiño, una sonrisa o coger la mano
a menudo transmiten un entendimiento y una tranquilidad importante que no pueden ser
expresados con palabras.

(9) Los aspectos que se originan en el curso de las consultas pueden, en verdad, ser
infinitos y estar matizados por diversos elementos "distorsionadores" (entorno, creencias
religiosas, temores, etc.). Debe enfatizarse que nada de lo que la persona diga carece de
interés, no es importante o es indiferente; se deberá estar muy atento, incluso para aquello
que parece irrelevante. Debe tratarse de recordar cualquier cosa en particular que el
deudo haya dicho; es más, las cosas que no haya dicho también deberán ser registradas.

El deudo debe tener la oportunidad de verbalizar toda la ansiedad de lo que está en su


cabeza, hablar acerca de temas religiosos, acerca del temor al castigo, de los sentimientos
dé culpa, del resentimiento y de la esperanza de expiación. Uno debe ser capaz de
expresar, cuando sea el caso, una creencia en la vida eterna o una convicción de que
después de la muerte no hay nada. Aunque la filosofía del deudo y sus creencias
religiosas deban ser respetadas, es también importante que uno sea honesto si se le
pregunta acerca de las propias ideas y creencias; esta es una pregunta que muestra que
el profesional aprecia el punto de vista del deudo aunque éste no sea compartido.

(10) En el curso de estas entrevistas es necesario respetar los mecanismos de defensa,


dejar al deudo que muestre sus sentimientos, ser un niño si lo desea, o estar agresivo. La
negación con frecuencia es un modo efectivo de tratar un problema aparentemente
insoluble; sólo cuando el deudo está utilizando sin éxito la negación debe el profesional
intentar ser más franco. Si el deudo tiene éxito en la negación, no escuchará lo que se le
dice o incluso se negará a mantener la conversación.

(11) No tener una visión exacta del curso del duelo y, en consecuencia, de no poder
acomodarse suficientemente a la situación y sentimientos del deudo, es un obstáculo con
el que puede tropezarse el profesional poco experimentado o que demanda desde un
principio "tener todas las respuestas" sin antes conocer al propio deudo. Quien determina
si un miembro del equipo actúa o no de forma responsable son las auténticas demandas
del deudo al que ha de atender, y no el que asiste.

141
Si se han de tener en cuenta todas las demandas del deudo, es preciso que cada
profesional involucrado en su cuidado reconozca los límites de su propio rol y los servicios
alternativos de sus compañeros de asistencia. La necesidad de uno u otro miembro del
equipo generalmente también es determinada por el propio deudo y/o su familia. Lo
importante es estar siempre disponibles.

Finalmente es importante señalar que los análisis que han sido hechos, las bases que se
han establecido y los requerimientos que se han descrito no deben ser considerados más
que como informaciones indispensables, sin las cuales los cuidados a los deudos
descansarían en malentendidos. El contenido mismo de los cuidados parte esencialmente
de la investigación de los equipos asistenciales.

ELEMENTOS DE LA CONSULTORÍA

La valoración en duelo (consultoría) es un proceso de diagnóstico multidimensional


destinado a cuantificar las capacidades y/o problemas o alteraciones relacionadas con las
esferas de la realidad, sentido de la vida y personalidad de las personas en duelo, para
conseguir un plan racional de tratamiento y seguimiento a largo plazo.

De lo anterior, cabe destacar como elementos de la consultoría:

1. Proceso de diagnóstico
2. Multidimensional
3. Destinado a
4. Cuantificar
5. Capacidades
6. Problemas
7. Alteraciones
8. Esfera de la realidad
9. Esfera del sentido de vida
10. Esfera de la personalidad
11. Para conseguir
12. Plan racional de tratamiento
13. Seguimiento a largo plazo

Proceso de diagnóstico
Proceso organizado y orientado a la obtención de datos subjetivos -provenientes de la
anamnesis- y datos objetivos -de la exploración social- que tiene como propósito la
valoración conjunta de los resultados obtenidos con el fin de proceder a formular un
diagnóstico. Es a través de este proceso que podemos identificar problemas que pueden
prevenirse, resolverse o minimizarse mediante actividades interdependientes y
multidisciplinarias.

142
Multidimensional
Implica la valoración de las tres esferas o dimensiones de intervención: realidad, sentido
de vida y personalidad.

Destinado a
La consultoría en duelo está básicamente destinada y orientada al deudo como ser
individual, autónomo e independiente, y al sujeto como ente familiar, social e
interdependiente.

Cuantificar
El propósito de la consultoría no es describir o enumerar el número de incapacidades del
deudo, sino más bien cuantificar sus potencialidades en todas las esferas o dimensiones,
y a valorar el peso global de los obstáculos para conseguir el máximo de sus capacidades.

Capacidades
La valoración de las capacidades del deudo significa determinar todo aquello que el
individuo todavía puede hacer desde sus dimensiones (lo que queda de ellas); con ello
(una vez identificadas) conseguiremos fortalecer sus puntos débiles y potenciar sus puntos
fuertes, logrando así maximizar sus habilidades.

Problemas
El proceso de identificación de los problemas del deudo no es de ningún modo diferente al
realizado en otras poblaciones, la diferencia más importante reside en el impacto que
determinados problemas que no afectan de forma trascendental a otro individuos si
pueden hacerlo en los deudos. Por otra parte, existen problemas que se presentan con
más frecuencia en esta población o se asocian a ella. Un factor muy importante a tener en
cuenta -que no suele presentarse en otras situaciones clínicas de forma tan pronunciada-
es la presencia de los estereotipos relacionados con el duelo (p.ej., “no llore que no lo deja
descansar”).

Alteraciones
Debido a que el límite entre lo fisiológico y lo patológico es muy difícil de establecer, las
alteraciones que se presentan en el deudo pueden llegar a ser muy difíciles de valorar.

Esfera de la realidad
Incluye la valoración de aspectos relacionados con el efecto de la pérdida sobre la
realidad, es decir, sobre las personas con que se vive, la rutina diaria, las conversaciones
con otros, la forma de reaccionar, los proyectos, ilusiones, etc.

Esfera del sentido de vida


Incluye la valoración, directa o indirecta, del efecto de la pérdida sobre todos los aspectos
relacionados con el sentido de vida, es decir, sobre las personas con las que se convive,
los sueños, planes, ilusiones, deseos, las actividades y conversaciones que se tenían con
la persona fallecida, etc.

Esfera de la personalidad
Incluye la valoración de todos los aspectos relacionados con los efectos ocasionados
sobre la personalidad como consecuencia de la pérdida. Incluye también la valoración de
todos los aspectos relacionados con el sujeto como organismo social, que existe en un
143
ambiente social y es aceptado por el mismo, y de su proceso de adaptación y salud
mental.

Para conseguir
Como todo proceso de diagnóstico, el objetivo último de la consultoría en duelo es
conseguir situar al deudo en el nivel adecuado y documentar su mejoría (evaluación de
resultados) con el paso del tiempo (mantenimiento de los objetivos).

Plan racional de tratamiento


Cada nivel de intervención y evaluación (realidad, sentido de vida y personalidad) debe
proporcionar un plan racional de tratamiento acorde con las capacidades reales del deudo
(recursos internos) y los servicios sociales comunitarios y el entorno familiar, es decir, los
recursos externos.

Seguimiento a largo plazo


Cada nivel de evaluación (realidad, sentido de vida y personalidad) debe estar sujeto a un
seguimiento a largo plazo como única medida de valorar el éxito de la intervención. Debido
a que el equilibrio dinámico de las tres esferas o dimensiones es muy frágil, este
seguimiento deberá ser acordado entre los elementos que componen la interfase
profesional/paciente/familia/recursos externos comunitarios.

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EL DOLOR DE LA PÉRDIDA E IMPACTO DE ÉSTA


SOBRE NUESTRO MUNDO

Elementos para una hipótesis de trabajo. Descripciones y anotaciones acerca de cómo


definir, identificar y conceptualizar el dolor que han sentido diferentes personas:

El Dolor de la pérdida es...

1. Es un dolor agudo/crónico que no tiene perspectiva de mejoría a corto plazo y que en


lugar de mejorar empeora.

2. El duelo y la Curva del dolor: La angustia inicial es intensa, predomina sobre el dolor, y
va disminuyendo progresivamente. Por el contrario, el dolor inicial, presente, no se ve (lo
oculta la angustia) y va apareciendo a medida que va disminuyendo la angustia. Es decir,
el dolor siempre está, pero no aparece (no se deja ver) hasta después. Por otra parte, al
principio hay mucha compañía, después no, justo cuando el dolor se manifiesta. A veces
se asocia cierta "alodinia existencial" ("me duele hasta el propio aire").

3. El dolor del duelo absorbe la mayor parte de nuestra energía y cualquier cosa que nos
quite energía será molesta e irritante. Así pues, nuestro nivel de tolerancia disminuye. Esto

144
hace parte de la "psicología del duelo" a que nos vemos sujetos tras la pérdida de un ser
querido.

4. La Regla de los 30´s: Contabilidad del dolor y la tragedia desde que murieron, mes por
mes (de 30 en 30). Se cuentan los días sin y los días de dolor (los días de sufrimiento).

5. Es un dolor cansado.
a. “Mamá, tenemos que conseguir un remolque para que nos ayude a cargar con este
dolor” (un hermano que habla a su madre por la muerte de su hermana de 15 años).
b. “Estoy cansada de tanto dolor” (madre que perdió un hijo).

6. El duelo en el adulto es tarea de unos años. En el niño, es tarea para toda la vida.

7. Es un dolor enorme.
a. A mi dolor le he puesto el nombre de “El Elefante” (madre que perdió hijo).
b. “Este dolor es tan grande que lo tengo que compartir” (madre que perdió un hijo).

8. En un dolor inaccesible.
En esto del dolor nunca somos viejos (en su recorrido).

9. Es un dolor subjetivo
Se mide en tiempo subjetivo.

10. Es un dolor convaleciente


El duelo es un período de convalecencia.

11. Es un dolor atemporal


No envejece, parece no desaparecer, se adormece y no tiene perspectiva de mejoría a
corto plazo.

12. Es un dolor impredecible.


Se hincha, y lo hace por tiempos o momentos (oleadas de angustia, reacciones de
aniversario): “A mi no me gusta hacer escándalos, yo prefiero llorar despacio” (niño de 14
años).

13. Es un dolor colorido.


Tiene color: inicialmente es amarillo encendido, luego es rojo y así. Siempre conserva un
color.

14. Es un dolor agudo-crónico.


Es un dolor agudo que se cronifica y que tiene frecuentes períodos de re-agudización

15. Es un dolor absorbente.


Absorbe la totalidad de la persona y la vida de la persona.

16. En un dolor “grosero”


Es un dolor “triple-hijo de puta”

145
17. Es un dolor extraño.
El dolor inicial es de angustia, da la sensación de volverse uno loco. Luego el dolor se
convierte en dolor profundo, de tristeza. Y así.

18. Las referencias del deudo a todo lo que no sea su dolor van desapareciendo
progresivamente de su discurso, de su expresión, de su ideación, hasta llegar a ser el
dolor lo único de lo que puede ocuparse o hablar. Así, duelo que no se habla es duelo que
no se cura.

19. En relación con las reacciones de aniversario, duele antes, durante y después, si bien
uno se prepara es para el “durante” y se abandona el antes (la dolorosa anticipación) y el
después (agujetas o molimiento).

20. Dolor Principal: pérdida del ser querido. Dolores Secundarios: pérdida de seguridad,
de confianza, de perspectiva de futuro, etc. No siempre la persona se aflige correctamente
por el dolor y el duelo principal; a veces se equivoca.

21. Lo que nos han enseñado

v La aflicción y el dolor son normales.


v Cada uno debe asumirla como mejor pueda.
v Debe hacerse sin ayuda.
v La reacción no debe ser ni excesiva ni muy expresiva.
v Debe ser al mismo tiempo discreta y sin mayor expresión emocional.
v El estoicismo es la postura más aceptable ante cualquier pérdida.
v A la gente le gusta esta postura: “¡lo está llevando muy bien!".

22. Colchón de retazos


Esta tela que soporta el peso de la vida (compuesta por nuestra realidad, sentido de la
vida y personalidad) se verá afectada en mayor o menor medida según el compromiso de
la misma que tenía o absorbía el fallecido.

23. La pérdida de un ser querido es la suma de todos los dolores.

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Reflexiones Fundamentales
1. Para recuperarnos sanamente de la pérdida de un ser querido existen muchos factores
que son importantes y nos ayudan, pero ninguno de ellos es tan importante como la
presencia de otro ser humano, especialmente si éste ha recibido algo de educación en
duelo.

1. Es preciso desligar nuestro amor de la presencia física de lo que amamos. En el


momento en que nuestro amor no depende de una presencia, trascendemos, damos un
146
paso más en nuestro acercamiento al verdadero amor (y esto, ya de por sí, tiene un efecto
analgésico). Debemos amar a nuestros seres queridos más allá de su presencia física, es
decir, amarlos sin la necesidad de tener que verlos.

3. Cuando era joven, aprendí que sólo había una cosa obligatoria: la muerte. Fui
madurando y aprendí que también había otra cosa obligatoria: pagar impuestos. Hoy,
siendo una persona madura, he aprendido que también hay una tercera cosa obligatoria:
tener pérdidas, perder seres queridos. De tres cosas obligatorias en la vida, dos de ellas
están relacionadas con la muerte... y seguimos sin querer saber nada de ella. Dado lo
inevitable de la muerte, la educación en duelo DEBERIA ser obligatoria.

4. Los buenos recuerdos se atesoran, los malos recuerdos se deben sanar. Entre las
estrategias útiles para sanar los malos recuerdos se incluyen: "poner los buenos
recuerdos encima", replantearlos (re-estructurarlos), perdonar, identificar, ventilar y estar
en contacto con ellos; si a eso le añadimos -cuando puede darse- un ritual, la efectividad
de la estrategia será mayor. Por otra parte, el proceso de atesoramiento implica sanación
interior.

5. A veces no solo enterramos o cremamos físicamente a nuestros muertos, sino que


también lo hacemos emocionalmente: les ponemos allí, en nuestro corazón, en un lugar
lejano del mismo donde no "molesten" (duelan) mucho, de forma que si surgen, les
frenamos para que el dolor no sea tanto. Hay que rescatar a nuestros muertos de su
muerte y "desenterrarlos" emocionalmente. Es parte esencial del proceso de sanación.

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EL ENTORNO AFECTIVO

La Familia

En los últimos años, gracias a un explosivo interés en la terapia familiar, ha llegado a ser
obvio que la interdependencia de los miembros de la familia durante las crisis graves con
base en unas relaciones estrechas de amor entre sus miembros, consideradas como
universales, es una visión simple e incompleta de la dinámica comprometida en las
complejas relaciones que existen en todo grupo familiar.

Aunque se suponía que la familia debería ser el miembro más importante en el cuidado de
sus integrantes, dada la incrementada complejidad de la vida actual y al encogimiento de
las familias (familias de 1 o 2 hijos o monoparentales), la atención ha sido dirigida a los
miembros de la familia, quiénes suelen estar profunda y dolorosamente afectados por la
muerte de uno de sus miembros: existen alteraciones de la comunicación entre sus
miembros y con el exterior, alteraciones en el liderazgo y de las emociones, y trastornos
físicos y psicológicos de los familiares más comprometidos por la pérdida (deudos
primarios).

147
Así como los individuos, las familias disponen de variadas estrategias de afrontamiento
contra el estrés, sin embargo, debido a que suelen necesitarse diferentes sistemas de
apoyo en diferentes puntos o momentos del proceso del duelo, el fenómeno de dar y
recibir ayuda llega a ser muy complejo. No todas las familias necesitarán todos los
recursos disponibles, si bien su disposición les puede servir donde quiera y cuando quiera
que sus necesidades se originen, teniendo en cuenta que para cada estrategia el tipo de
asistencia dependerá del problema a ser manejado.

LA FAMILIA DEL QUE MUERE

Hoy día, la asistencia a la familia suele acabar cuando el paciente fallece: todos esperan
que después de la muerte del paciente la familia "recoja sus cosas", abandone el hospital,
el anfiteatro municipal o la funeraria y siga viviendo como siempre lo había hecho. No
debe sorprendernos que muchas de ellas sean incapaces de proceder así: la relación que
la familia ha mantenido y establecido con el equipo asistencial durante días, semanas o
meses no puede ser interrumpida de forma tan brusca. De igual forma, la relación que las
familias establecen, y la forma en que son atendidos en el mundo funerario, tampoco
puede ser interrumpida bruscamente.

El miedo a la muerte y a sus consecuencias inhibe en la mayoría de los casos una


comunicación adecuada entre los familiares; por esto, muchas familias reaccionan a sus
propios miedos involucrándose en una aflicción solitaria, viéndose inconscientemente
como si ya no hubiera más que hacer. Con todo, la adaptación perfecta de todos los
familiares al duelo, la aflicción y el luto no sólo no existe sno que sería erróneo pretender
tal condición, ya que esto significaría una intromisión, con frecuencia vivida como agresiva,
en sus más íntimas estrategias de afrontamiento.

En su lugar, cuando se trabaja con familias que manifiestan varios problemas al mismo
tiempo, que están confusas y abrumadas ante la gravedad de sus problemas y a su
incapacidad para establecer prioridades, debemos ante todo establecer un marco de
referencia y un sentido de control: debemos separar en partes el conjunto de problemas
aparentemente insuperables antes de emprender cualquier trabajo constructivo,
implicando siempre a la familia en la búsqueda de soluciones y en la toma de decisiones.

Aspectos como el trastorno del ritmo de vida familiar, la adaptación dinámica a estos
cambios, la pérdida de un sentido de futuro y los problemas financieros directos o
indirectos asociados a la pérdida se unen a las mayores exigencias de todo orden que
habitualmente recaen sobre el familiar más responsable. Factores de este tipo determinan
con frecuencia reacciones aparentemente incomprensibles si no se tienen en cuenta.

La perspectiva de un futuro sin el ser querido muerto, además, confronta de forma


repentina a la familia con alteraciones mayores en sus circunstancias que ponen en
peligro las esperanzas y los valores acariciados por toda la familia y que demandan
cambios drásticos en su estilo de vida.

148
LA FAMILIA COMO UN TODO

Con el estrés psicológico como telón de fondo, la existencia de la familia cambia y debe
forzosamente desarrollar nuevos modelos o estrategias de afrontamiento y convivencia; la
alimentación se hace irregular, el descanso y los períodos de ocio y placer desaparecen,
la vigilancia y crianza de los hijos, tareas habitualmente agotadoras y absorbentes, deben
continuar y hacerse compatibles con las inevitables actividades de la vida diaria. La
pérdida, aparte del significado emocional supone una prueba de esfuerzo para la familia
en general y para algunos de sus miembros o subsistemas en particular.

Toda familia, aunque en apariencia caótica, tiene una compleja estructura de


funcionamiento y convivencia. Cada una es un sistema compuesto de subsistemas
funcionalmente definidos, que mantienen unos límites dinámicos y se relacionan unos con
otros según una estructura jerárquica establecida a lo largo de su formación. Si la
organización es estable y permite predictibilidad, seguridad y cohesividad a sus miembros,
será altamente valorada por estos y a menudo irán muy lejos para protegerla.

Habitualmente responden a la enfermedad apegándose rígidamente a sus estructuras


previas de funcionamiento, aun cuando éstas no sean las más apropiadas para la crisis
actual de la pérdida y fuercen la ineficacia y aún comportamientos destructivos en algunos
de sus miembros. Otras familias, por el contrario, se disuelven bajo el impacto de la
muerte, dejando a sus integrantes innecesariamente desorientados y privados de la
estructura de soporte.

Como hemos visto, la respuesta perfecta a la crisis del duelo no existe, sin embargo, la
respuesta ideal es la de una adecuada flexibilidad, exigencia aún mayor si tenemos en
cuenta lo dinámico que es el proceso del duelo, en donde la cambiante situación
emocional de los integrantes de la familia demanda del resto de los integrantes una
adaptabilidad progresiva y simultánea a las circunstancias. Tal proceso de adaptación
suele ser agotador y rara vez es apacible.

Junto a la estructura, cada familia posee una única y acumulada historia de sus
experiencias, con eventos importantes y un volumen de mitos, creencias y tradiciones que
se desarrollan y establecen alrededor del impacto emocional de esa historia; algunas de
estas se relacionan a la enfermedad y a las pérdidas afectivas, y pueden proporcionar
antecedentes de su respuesta presente a la experiencia de la muerte actual; el
comportamiento pasado de sus miembros, y como grupo, puede definir la importancia
actual y la definición de la crisis, la forma en la cual los recursos de apoyo son solicitados
y manejados, los roles que se esperan de los diferentes miembros y el grado en el cual el
éxito puede ser esperado.

Por otro lado, las modificaciones en el comportamiento de algunos de los miembros del
grupo familiar pueden causar graves conflictos intrafamiliares, debido a que las creencias
individuales están habitualmente relacionadas a su propia familia de origen y no son
necesariamente compatibles unos con otros en la familia actual. Así, por ejemplo, con la
ocasión de la celebración familiar de un día festivo pueden presentarse dos situaciones
opuestas en cuanto a la respuesta de los miembros de la familia; esta respuesta obedece
tanto a las estructuras internas establecidas y mantenidas por las familias desde su
existencia (conjunción de familias tanto propias como de origen) como al nivel global de
149
estrés que cada uno esté soportando; estos son, de hecho, los dos extremos del especto.
La mayoría de las familias estarán entre ambos extremos:

1. Si usted viene de una familia amorosa, abierta y expresiva (familia saludable), tratarán
con la pérdida de la misma manera, amorosa, abierta y expresivamente. Su expresión
práctica suele ser como sigue: Todos muestran sus mejores caras, algunas mejor que
otras, pero lo que es más importante es que ellos han escogido utilizar sus tiempos juntos.
En lugar de pretender que nada ha pasado, ellos, en algún momento, son conscientes de
la persona ausente. Hablan de ella y de lo que decía no hace mucho tiempo, sonríen y
lloran juntos. Para ellos no se trata de olvidar la persona fallecida, pues no pueden
hacerlo. Liberándose ellos mismos de las emociones más dolorosas, harán lugar para los
recuerdos más queridos que están dentro de ellos. Y empezando a hacerlo en eventos
familiares, harán que su siguiente reunión sea menos dolorosa, y así.

2. Si, por el contrario, usted viene de una familia que no le gusta expresar sus
sentimientos (familia negadora), lo que puede esperar es que se adhieran a esta
estrategia para afrontar esta circunstancia de la pérdida actual, bastante más estresante.
Debido a que el duelo lleva consigo emociones extremadamente intensas, sus reacciones
probablemente serán más extremas de lo usual. Por tanto, puede ser más duro pasar por
una reunión familiar sintiéndose mal con las personas que le rodean, así como tener que
pasar, de ahí en adelante, otros eventos en su compañía. Su expresión práctica suele ser
como sigue: Todos están en la reunión mostrando su mejor cara; pretenden que nada ha
pasado ni cambiado. Para ellos es muy importante hacer esto debido a que no hacerlo
sería muy doloroso. Están tensos, discuten entre sí, se aíslan porque no aguantan esta
situación de “mantener” todo en su interior, otros “ahogan” su dolor en el alcohol.
Finalmente, algunos se ocultan para poder llorar libremente. Así, se mezclan sentimientos
de rabia contenida y tristeza y las personas terminan dolidas unas con otras, rabiosas,
molestas y posiblemente no vuelvan a asistir a una reunión familiar.

Hoy día, es muy difícil lograr un alto nivel de comunicación con las familias; dadas las
demandas asistenciales, puede llegar a ser difícil dar información al momento sin ser
confuso o inconsistente. De la misma forma, y en relación a la situación planteada de
conocimiento superficial de la familia, puede ser fácil subestimar la capacidad de esta,
llegando a ser excesivamente controlador y hacer a la familia más pasiva de lo que
realmente se precisa, desestimando su capacidad a nivel de cuidados concretos para sus
miembros; por otro lado, sobreestimar su capacidad y esperar que esta realice tareas para
las cuales no están emocional o prácticamente preparados, genera mayor confusión,
sentimientos de desamparo y abandono.

Aun cuando el equipo asistencial proporcione un marco de apoyo abierto y flexible, las
familias llevan su propia dinámica dentro de la situación de una forma que puede ser muy
poderosa; de esta forma, la familia puede ser un gran factor positivo o, por el contrario,
muy negativo en la adaptación de sus miembros a la muerte de uno de sus integrantes.

Así, la muerte de un integrante de la familia enfrenta a la totalidad de la misma con una


amenazante crisis en la que todos sus miembros reaccionan en sus formas
características. Sus repuestas son variables y pueden ser más o menos compatibles unas
con otras y con las necesidades del momento. Algunos de sus miembros pueden estar
aún más angustiados que el deudo principal. Sin embargo, es también un tiempo de
150
reunión y movilización de recursos, de soporte y apoyo; hay mucha voluntad para ofrecer
ayuda y apoyo activo, incluso de miembros lejanos y amigos de la familia.

Al tratar de protegerse ello mismos y de proteger al deudo principal, con frecuencia se


reduce el proceso de comunicación entre los familiares; a pesar de su "buena intención",
se crean efectos negativos sobre las relaciones familiares y sobre el bienestar individual,
pues cada uno se ve en la obligación de “afligirse por su lado”, y, además, solo. Este
proceso se manifiesta precozmente y puede cristalizarse permanentemente si no es
manejado de forma directa y anticipada.

La familia debe equilibrar las necesidades del deudo principal con las necesidades de
otros miembros de la misma, además de reasumir las tareas normales del desarrollo para
cada uno de ellos; pueden surgir dificultades y conflictos entre sus miembros,
discrepancias sobre los objetivos y el proceso mismo del duelo (sobre “cómo llevarlo”):
mientras uno de ellos puede permanecer manifiestamente represor, otro permite, exige y
estimula una mayor libertad de los miembros. Con el paso del tiempo y con la cronificación
y avance del duelo y de los conflictos intrafamiliares, un número mayor de familiares
puede sufrir y manifestar su disgusto, celos y necesidades, llevando a un incremento
paradójico de los síntomas de estrés.

De esta forma, durante la fase de consolidación de las estrategias utilizadas para afrontar
el duelo, tanto adaptativas como maladaptativas, la familia puede encontrarse a sí misma
más aislada, con una grave interrupción en la comunicación entre sus miembros,
precisamente en el momento en que más apoyo necesitan; sentimientos de vergüenza,
rabia, temor y depresión pueden contribuir a su aislamiento. Durante este tiempo, la familia
tiende no obstante a permanecer en un patrón continuo de conducta, orientada hacia el
duelo aún a costa de su propia salud, retrasando decisiones importantes y adaptándose a
las situaciones sobre una base día a día a expensas de las metas del desarrollo particular
de cada uno de sus miembros. No obstante, tal disfunción no es inevitable, y muchas
familias responden adaptativamente a sus nuevos roles y objetivos.

A veces no son todos, ni siquiera los más importantes a asistir en la familia, los problemas
psicológicos secundarios a la pérdida del ser querido en su adaptación al duelo; el estrés
económico y social justifica con frecuencia la intervención de un profesional o varios
coordinadamente. Se trata de una fase crítica para la existencia familiar, especialmente
cuando falta no sólo el aporte económico de uno de sus miembros sino su contribución
práctica rutinaria al buen funcionamiento y marcha del hogar.

LA FAMILIA COMO FACILITADORA DE CUIDADOS

Las formas en las cuales las familias cuidan de sí mismas son múltiples y muy variadas.
Cada familia según su historia, organización y estructura posee su propia jerarquía de
prioridades que abordar de manera más o menos efectiva.

Es cierto que las familias no se agotan tanto física y emocionalmente cuando pueden
participar de algún modo en el cuidado de cada uno de sus integrantes; tal colaboración y
el hecho de formar parte del “grupo de ayuda-mutua” pueden serles útil en su propio
proceso de duelo al permitirles reflexionar, no sólo sobre el apoyo que su presencia
supone sino también en la comodidad y bienestar que proporcionan con sus cuidados.
151
Entre las formas de apoyo provisto por las familias destacan:

1. Disposición de apoyo emocional


Es el más abstracto si bien el más inmediato e importante de los roles de la familia;
además, constituye la principal fuente de estrategias de afrontamiento externas para sus
miembros. Aunque alguno de los miembros de la familia puede verse muy quebrantado
por el fallecimiento, de ellos se espera, tanto por parte de ellos mismos como de otros, que
sean capaces de contener sus sentimientos y funcionar proactivamente hacia los demás,
situación que con frecuencia es subestimada por ciertos especialistas y por otros
allegados de la familia.

2. Responsabilidad compartida en la toma de decisiones


El duelo produce complejas e inmediatas tomas de decisiones en la familia, especialmente
en el deudo principal, en un momento en el que éste quizá sea menos capaz de tomarlas;
habitualmente las familias dan un paso en este sentido, comprometiéndose y formando en
ocasiones el punto de enlace necesario para evaluar y explorar un paquete de nueva y
difícil información.

3. Disposición de cuidados concretos


En este sentido se confirma la importancia de la familia como un miembro activo de
soporte y apoyo, particularmente cuando las ayudas domiciliarias no existen y el deudo
principal (por ejemplo, una viuda con hijos pequeños) requiere de urgentes cuidados
concretos en el domicilio.

4. Disponer un marco de continuidad


Además de todos los problemas que la familia debe procesar de algún modo, y de las
varias tareas que simultáneamente ha de cumplir, debe llenar y reemplazar la pérdida del
rol y contribución del miembro fallecido, afrontar antiguas y nuevas demandas, satisfacer
las necesidades emocionales de los demás miembros de la familia que se ven
súbitamente aumentadas por la crisis del duelo y continuar adaptándose a las múltiples
funciones para las cuales era previamente responsable (alimentación, educación, crianza,
economía familiar, etc.). Este mantenimiento de la estabilidad en medio del cambio puede
ser una de las tareas más agotadoras para los miembros de la familia, precisamente en un
momento en que sus estrategias de afrontamiento están siendo fuertemente tensionadas.
Aunque estas tareas no pueden ser llamadas "cuidado directo del duelo", si que son
esenciales para su bienestar.

EL TRABAJO CON LOS FAMILIARES


Aproximación centrada en la familia

La incertidumbre y las múltiples demandas difíciles, propias del duelo, comúnmente crean
dificultades en las relaciones y funcionamiento de la familia aún cuando su respuesta al
duelo haya sido apropiada y adaptativa. Es improbable que los miembros del grupo
puedan resolver tales dificultades si, en primer lugar, disponen de información poco clara o
adecuada respecto a su propia manera de funcionar y de lo que es y cómo se manifiesta
el duelo.

152
Desde la perspectiva del sistema familiar, toda esta presentación de quejas no sólo son
problemas únicos en su propio derecho, sino que también claramente marcan la disfunción
familiar. Evaluar sólo los problemas que se presentan abiertamente puede ser insuficiente
debido a que estos son alimentados por una más profunda dinámica familiar.

Cuando los problemas o creencias implícitas son hechos explícitos, y las diferencias entre
el pasado y el presente son señaladas, pueden ser más fácilmente manejadas, la tensión
suele disminuir y el comportamiento llega a ser más apropiado. Cuando no lo son, causan
un estrés continuo en la familia y dificultades de manejo. En otras ocasiones, por el
contrario, como en tantos otros aspectos de la consejería, la mejor opción puede ser dejar
evolucionar espontáneamente y vigilantemente la maduración del proceso sujeto a
evaluación, que tratar de modificar unas estrategias de afrontamiento por molestas que
estas puedan parecer.

En cualquier caso, es indispensable que toda la familia cuente con la oportunidad de


discutir y aclarar la naturaleza y las manifestaciones del duelo, y el curso que esta seguirá
dentro de lo previsible. Siempre que sea posible, todos los familiares cercanos deben
participar, además, en la discusión de los planes para decidir qué hacer con las cosas del
fallecido y sobre cómo cada uno debe aportar con el fin de que se expresen y resuelvan
las preocupaciones individuales y generales. Una vez que se establecen y se llama la
atención sobre los aspectos comunes de su problema, es posible desarrollar métodos de
apoyo mutuo para los momentos de tensión que el futuro pueda deparar. Por otra parte,
se pueden recoger patrones disfuncionales antes de que ellos alcancen el punto de una
ruptura aguda. Reconociéndoles más tempranamente, posiblemente más efectiva sea la
intervención. Con frecuencia será preciso repasar una misma explicación en varias
ocasiones hasta que los familiares distingan lo que pueden esperar de sí mismos y de
otros durante el duelo.

Educación en duelo

El apoyo directo a los miembros de la familia es de alguna forma comparable en método y


propósito al apoyo de la familia sobre ella misma: la ayuda de unos resultará en mejoría de
otros.

Estimular la expresión de sentimientos entre los miembros del grupo, legitimando, cuando
esté indicado, la presencia de emociones como el enojo, el resentimiento, la decepción, la
tristeza, la impotencia y la incertidumbre es una estrategia que facilita el confort emocional.
Con bastante frecuencia, los familiares tienden a sentirse inhibidos para expresar sus
sentimientos ante lo que sucede, por el temor de creer que no tienen derecho a hacerlo y
de angustiarse más a sí mismos o a otros. También suelen pensar que sus costumbres
familiares no pueden seguir siendo mantenidas debido a que “están de duelo”, y que el
estrés y los trastornos que están experimentando son únicos y vergonzosos.

Cuando lo implícito se hace explícito se proporciona una mejoría inmediata de la tensión


interna y los miembros descubren que los trastornos y las ambivalencias son comunes a
todos, que ellos como individuos tienen derecho a necesidades complejas en estos
momentos, que como familia son reconocidos y respetados y, finalmente, que también
tienen derecho a afligirse. De esta forma se fortalece el sentido de familia y de grupo.
153
Elaboración de un sistema ampliado de soporte

Las familias deben ayudarse ellas mismas desde el punto de vista emocional y práctico;
cuatro áreas importantes de intervención han demostrado ser útiles a las familias:

(1) Educación práctica en duelo.


(2) Suavizar la interfase unidad de duelo/familia.
(3) Movilización y suministro de ayuda social (recursos externos).
(4) Restablecimiento de la comunicación familiar.

El colapso de la red de comunicación intrafamiliar, el aislamiento de los miembros, la


redistribución de los roles y la confusión personal son algunas de las más importantes
dificultades que afronta la familia en duelo. El proceso de comunicación intrafamiliar no se
refiere sólo a la capacidad y permisividad para hablar de los hechos relacionados con la
muerte y el duelo, y la forma de manejar los distintos problemas que se van presentando,
este proceso incluye la creación de un clima apropiado que permita y anime la expresión
abierta de los sentimientos individuales de cada uno de los miembros del grupo.

El concepto de cohesión, aspecto prioritario en el proceso de comunicación, hace


referencia a la forma como los miembros cercanos de la familia se sienten unos con otros,
qué tanto apoyo/disponibilidad ofrecen, la existencia de alianzas, subgrupos o
triangulaciones, y de reglas "tácitas" de la familia (p. ej., “los pensamientos tristes no
deben ser expresados”, “no se debe llorar delante de los demás”). La comunicación
abierta y sin limitaciones en la expresión de sentimientos, así como el grado de sincronía
que existe entre las distintas estrategias de afrontamiento desplazadas por los miembros
del grupo familiar, son los principales elementos de la cohesión en la familia. Si la
sincronía de sus estrategias es un elemento destacable, actuará en forma sinérgica en el
control del estrés y la angustia; si, por el contrario, el antagonismo es un elemento al
menos evidenciable, puede conducir a que los miembros se aíslen unos de otros,
experimenten abandono o falta de empatía, cuando es, simplemente, un diferente estilo de
afrontamiento.

Con frecuencia, el acompañante de duelo tendrá que hacer de interprete y mediador, y


explicar a unos individuos lo que otros piensan y saben, las causas de su enojo o
retraimiento y cómo perciben su situación y la de otros. De esta forma se puede lograr
establecer un área de comprensión compartida como base para continuar la interacción,
aspecto que cobra mayor relevancia si los miembros tratan de ocultarse unos a otros
información potencialmente angustiante, como suele ser lo habitual, a costa de una
comunicación abierta y espontánea.

Tratar con patrones disfuncionales

Los patrones disfuncionales hacen referencia a aspectos del funcionamiento familiar no


adaptativos llevados por su estructura y que son motivo de conflictos actuales, ya sea por
dificultades pre-existentes o por la crisis del duelo.

Durante el duelo se crean una serie de "puntos de acceso" durante los cuales nuevos
patrones de funcionamiento no adaptativo suelen formarse y cuya solidificación puede
conducir a dificultades tardías; si están recién formados, es posible alterarlos de forma
154
constructiva y madurativa sin necesidad de usar técnicas especiales de terapia familiar; si
lo que está ocurriendo es la cristalización de dificultades arrastradas de antes, puede ser
difícil efectuar cualquier cambio sin la ayuda de una terapia familiar a largo plazo.

Redefinir y reducir los problemas a un tamaño manejable, y considerar posibles y


probables alternativas de intervención, contando siempre con la participación de los
miembros de la familia, junto a la estratificación y establecimiento de prioridades, da un
sentido de control y dominio que devuelve la confianza a los miembros de la familia para la
búsqueda de una solución apropiada a sus problemas.

Educación en duelo

El tiempo dedicado a informar y discutir con la familia todos los aspectos relacionados con
el duelo, la aflicción y el luto, y la forma en que estos pueden ser abordados, reforzados o
controlados evita la formación posterior de una espiral de malentendidos y da a la familia
un sentido de dominio y control sobre las circunstancias que rodean el duelo por la muerte
de su ser querido.

Aspectos relacionados a su propio comportamiento ante el morir y la muerte, previsibles y


esperados, integrar la secuela de la forma de la muerte, dominar los retos del desarrollo,
darle al duelo y al morir un significado en la vida, desarrollo del concepto de muerte en el
niño y modelos de intervención, y, particularmente, anticipar, informar y discutir los
aspectos relacionados al duelo integran algunos de los temas relacionados de la
educación tanatológica necesaria en estos momentos.

Para hacer justicia a la familia, uno debe ser capaz de considerar las complejas y algunas
veces contradictorias hipótesis, y de reconocer su labor de asistencia intrafamiliar, su
fortaleza, coraje, paciencia, generosidad, flexibilidad y capacidad de afrontamiento;
debemos ayudar tanto al cambio como a la estabilidad; señalar y estimular las fuentes de
fortaleza; replantear los conflictos de una forma constructiva y no dejarse perturbar al
reconocer y manejar las fricciones y disfunciones encontradas.

Una vez conseguida la valoración psicosocial de la familia, el profesional que acompaña al


duelo está en la delicada situación de sopesar las diferentes aproximaciones, algunas de
las cuales pueden, de hecho, ser incompatibles. Las intervenciones deberán ser lo
suficientemente flexibles como para satisfacer el espectro de las necesidades de la familia,
y lo suficientemente específicas como para abordar y manejar los problemas identificados.
El propósito global es aproximarse a la solución más adecuada al grupo familiar entre los
complejos y conflictivos requerimientos.

En largo tiempo de trabajo con familias en grupos de apoyo al duelo, se han encontrado 4
características familiares que la aproximan a una respuesta ideal:

1. Ofrece compañía incondicional


2. Es imparcial, comprensible e incansable
3. Ahorra palabras y utiliza el oído, los hombros y los brazos
4. Es unida y amorosa.

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Aunque sabemos que el duelo es un "asunto de familia" y que es allí donde se debe
intentar resolver, no debemos olvidar que “no hay familia perfecta” y que muchas de ellas
quedarán tan aturdidas que su respuesta puede verse diferida o no darse en el momento
más apropiado.

Comprensión, paciencia, tolerancia, perdón y olvido, valores humanos


imprescindibles e infaltables, absolutamente prioritarios para poder llevar adelante
un proceso de suelo familiar que permita, a cada uno de sus miembros, una
reconciliación consigo mismos y con la existencia, para poder aspirar a seguir
adelante con relativa calidad de vida, haciendo así un homenaje de amor a la
memoria del ser querido ausente.

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DUELO POR LA MUERTE DE UNA MASCOTA

Cuando hablamos de mascotas, solemos referirnos a su tipo, raza, color, carácter, belleza
e infinidad de otras características. No obstante, un tema que inevitablemente tendremos
que tocar es el del duelo por su pérdida: para muchos seres humanos su primera
experiencia real de muerte ocurre en la infancia, cuando se les muere una mascota.

Los animales realizan muchas tareas para los humanos y los lazos afectivos que se
forman entre ellos pueden llegar a ser muy fuertes. Estos estrechos lazos se asocian
especialmente a perros y gatos, pero de hecho, todas las mascotas, desde los caballos
hasta los hámsteres, los pájaros y los peces, pueden despertar fuertes sentimientos de
apego. Por eso, muchas personas se sorprenden ante la profundidad de los sentimientos
que experimentan ante la muerte de su mascota. La verdad es que una mascota querida
es más que una compañía, es un miembro valioso de la familia y una parte de su vida
diaria.

Su afecto incondicional, su hacer y sus enseñanzas hacen que se gane su espacio en


nuestra familia y en nuestros corazones. Su compañía nos permite expresar emociones y
aliviar el estrés. Nuestra mascota nos enseña a:

1. Aprender a cuidar de otros.


2. Manifestar los afectos, desarrollar mejor la sensibilidad, la ternura y el cariño hacia un
tercero.
3. Jugarse en un amor más profundo.
4. Educar (aprendemos a enseñar hábitos y normas a los demás y ponemos en práctica lo
que nos han enseñado).
5. Entender el ciclo de la vida (especialmente en el caso de los niños, pues aprenderán
que todos nacemos y moriremos alguna vez).

156
Las mascotas viven vidas relativamente cortas. Y para muchos de los que las amamos, su
muerte puede afectarnos tanto o más que la de ciertos familiares o amigos. Sin duda, son
muy pocos los que no son tocados por la muerte de un animal doméstico. Los animalitos
simbolizan diferentes cosas en cada uno de nosotros: pueden ser el niño que todavía no
hemos concebido, o quizás el que todos llevamos dentro; puede reflejar al compañero o al
padre ideal, siempre fiel, paciente, que nos da la bienvenida al llegar a casa y nos ama
incondicionalmente. Es como un amigo y un hermano al mismo tiempo. Nos refleja a
nosotros mismos, al incorporar nuestras actitudes negativas y positivas. Un mismo animal
puede ser todo esto al mismo tiempo, dependiendo del día y de la persona con que trate.

Su pérdida puede dejar un enorme vacío, el cual puede ser tan grande como el que se
siente con la muerte de un amigo humano o de un familiar; es una cosa para la que la
mayoría de la gente no está preparada o no quiere estarlo. Se dice que San Francisco de
Asís (conocido como el patrono y protector de los animales), respetaba y quería a los
animales por el solo hecho de ser hijos de Dios y de venir del Creador.

En algunos países cada 4 de Octubre (Día de San Francisco de Asís) cientos de personas
llevan sus perros a distintos lugares para buscar la bendición de este santo para cada una
de sus mascotas.

La pérdida del compañero de andanzas es un dolor único e irrepetible, una experiencia


que hay que vivir para poder entender; echamos de menos su olor, sus ladridos, sus
juegos. Pocas pérdidas duelen tanto como la de la mascota: son años de complicidad, de
entrega mutua y de compañerismo. Buscamos en todos los rincones de la casa, y, al no
encontrarla, nos invade un vacío profundo. El dolor se agolpa en el pecho y, aunque
intentamos controlarlo, las lágrimas comienzan a rodar por nuestra cara.

Es una experiencia que jamás se olvida, no solo porque a menudo desarrollamos


relaciones particularmente cercanas con las mascotas, sino porque los animales pueden
jugar un papel importante en nuestro desarrollo emocional, además de proveer una fuente
de compañía, de afecto sin prejuicios, de seguridad y estabilidad en nuestras vidas. Así,
no es extraño ver caminar por las calles a dos viejos amigos, uno está con correa y el otro
camina a paso lento y posiblemente ayudado por un bastón.

La pérdida de una mascota puede ser devastadora para un adulto mayor y es fácil que
caiga en la absoluta tristeza. Muchos, particularmente aquellos que viven solos,
establecen profundos lazos emocionales con sus mascotas y pueden experimentar un
sentimiento de pérdida significativo cuando éstas mueren; para algunas parejas sin hijos,
el animal puede incluso asumir el rol de un hijo.

La muerte de la mascota también puede actualizar sentimientos de dolor por viejos


conflictos no resueltos en el pasado, por un cónyuge fallecido, un hijo muerto o algún otro
pariente o amigo, y es un recuerdo tangible de la propia mortalidad. El apoyo y la
comprensión por parte de las personas que rodean al anciano son muy importantes y
algunos pueden necesitar la reafirmación de ser todavía personas valiosas para su
comunidad. De igual forma, cuando se muere el animal, el niño necesita que se le
consuele, ame y respalde y que se le brinde afecto, en lugar de darle complejas
explicaciones médicas o científicas.

157
El duelo por la pérdida

Después de la muerte de una mascota, es probable que experimente un amplio espectro


de emociones, desde incredulidad, dolor, rabia, culpa y ansiedad hasta, finalmente,
aceptación. Es normal sentirse deprimido y hasta físicamente indispuesto los días
posteriores al fallecimiento de su mascota. Los síntomas de depresión que probablemente
lleguen a sentirse incluyen llanto, falta de interés en la vida, trastornos del sueño, pérdida
del apetito, sentimientos de desesperación y sensación de abandono, dolores de cabeza y
fatiga. Algunas personas incluso pueden llegar a experimentar algún grado de
desorientación durante su duelo y no es raro para algunos el imaginar que pueden
escuchar a sus mascotas haciendo ruido en la casa, o sentir su toque en sus manos o
piernas.

Estas reacciones son normales y naturales; sólo permitiéndose a sí mismo sentir el dolor,
podrá aceptar eventualmente la pérdida y, con tiempo, la tristeza desaparecerá.

En este difícil momento, se necesita la ayuda y el apoyo de amigos, familiares y


compañeros de trabajo. Sin embargo, muy a menudo esto no se consigue tan fácilmente
como pareciera, ya que muchas personas no entienden cuánto puede significar la muerte
de un animal para otras personas, difícilmente pueden sentir la profunda tristeza que
abarca nuestro ser o sencillamente pueden sentirse avergonzadas y no saber cómo
reaccionar. Lo cierto es que el proceso de duelo por su muerte, no es diferente al que se
realiza por el fallecimiento de un ser humano.

Permitirse expresar sus sentimientos libremente y discutirlos con alguien que simpatice
con usted es muchas veces la mejor manera: hable con su veterinario acerca de las
circunstancias de la enfermedad y muerte de su mascota y pídale que lo ponga en
contacto con un grupo de autoayuda local conformado por profesionales y por gente que
padece su mismo problema. Si se le dificulta asistir a un grupo de apoyo, bien sea porque
prefiere llevar su duelo en privado o porque siente que nadie es capaz de entenderlo,
puede resultar de ayuda el escribir sus pensamientos o expresarse a través de la poesía.

Gradualmente, usted comenzará a adaptarse a la vida sin su mascota, a aceptar su


muerte y los sentimientos de tristeza, rabia y dolor. Durante este tiempo, a algunas
personas les resultar difícil recordar constantemente la ausencia de su mascota y prefieren
desechar sus pertenencias o guardarlas hasta otro momento. Otras, en cambio, prefieren
mantener viva la memoria de su mascota exhibiendo fotografías u otros recuerdos.
Cuando sea capaz de recordar a su mascota con felicidad y afecto, sin tanta tristeza y
dolor, estará en condiciones de tomar una decisión racional sobre si debe o no obtener
una nueva mascota.

Vivir el dolor de la pérdida es el principio de la curación. Si uno no lo vive y evita por todos
los medios el duelo, comienza un duelo enfermizo que genera en la persona una rigidez
emocional que podría llevarla a no querer tener más una mascota para no volver a sentir
esa tristeza.

158
Es muy importante recobrar su cariño a través de las innumerables anécdotas que se
vivieron con él. Debemos aceptar este sentimiento de tristeza, no negarlo, y, por ende,
darse espacio para llorar. También es esencial rodearse de un buen círculo afectivo, pues,
como sabemos, una pena compartida y expresada es media pena. Hablar del tema alivia
el corazón y nos permite integrar la muerte a la vida.

Las mascotas y los niños

Cuando la mascota muere, la respuesta del niño dependerá no sólo de la fuerza del lazo
emocional entre ellos, sino también de la edad del niño y de la manera en la que se
maneja la pérdida. Es natural que intentemos proteger a nuestros hijos de las situaciones
adversas y dolorosas. Sin embargo, muchos adultos se sorprenden al ver lo bien que los
niños asumen estas experiencias, sobre todo cuando se les dan explicaciones claras y
honestas y se les permite expresar su dolor. Apóyelos reconociendo su dolor. La muerte
de una mascota puede ser una buena oportunidad para demostrarle la seguridad que
usted puede otorgar a su familia en situaciones extremas.

Los niños pueden experimentar tristeza, ira, temor, negación y culpabilidad cuando se
muere su mascota. También pueden ponerse celosos de los amigos que todavía tienen
sus respectivos animales.

A los niños se les debe tranquilizar diciéndoles que la muerte del animal no tiene ninguna
relación con algo que hayan dicho o hecho. Es muy común que los más pequeños, de 2 a
3 años, acepten fácilmente a otro animal en reemplazo del que ha fallecido. Entre los 4 y
los 6 años, pueden crear que el animal se fue a vivir debajo de la tierra, que continúa
comiendo, respirando, y jugando; también pueden pensar que está dormido. Otros creen
que la muerte será contagiosa y lo afectará a él o a algún miembro de la familia, por lo que
también aquí deben dárseles explicaciones amplias y claras. A los niños muy pequeños se
les debe decir que cuando se muere un animal éste deja de moverse, ya no puede oír ni
ver y no se va a volver a despertar. Puede que ellos necesiten que se les repita varias
veces esta explicación. De los nueve años en adelante, la mayoría de los niños pueden
experimentar el mismo rango de emociones que los adultos después de la muerte de su
mascota.

Hay muchas formas mediante las cuales los padres pueden decirle a sus niños que se ha
muerto su mascota. A veces ayuda poner a los niños lo más cómodamente posible (usar
una voz calmada, tomarles las manos y ponerles el brazo alrededor de ellos) y decírselos
en un ambiente familiar. Es también importante ser sincero cuando se le dice al niño que
se ha muerto su animal. Tratar de proteger al niño con explicaciones vagas o inexactas
puede crearle ansiedad, confusión y desconfianza.

A menudo los niños tienen dificultad en aceptar la muerte de sus mascotas y el dolor, si es
extremo, puede resultar en problemas físicos o de conducta. Ellos pueden experimentar
todos los síntomas de depresión que muestran los adultos, pero las alteraciones en el
sueño o en los patrones de conducta también pueden ser más aparentes, como aferrarse
en exceso a las personas, mojar la cama, tener pesadillas, mostrar una conducta
desobediente o reflejar inhabilidad para concentrarse en la escuela. La muerte del animal
puede hacer que el niño recuerde otras pérdidas dolorosas o eventos inquietantes.
159
Es importante animar a los niños a hablar sobre sus sentimientos si lo desean. Escribir
historias o dibujar, son otras maneras en las que los niños son capaces de expresarse.
Sea honesto con ellos en relación con la muerte de su mascota, utilizando un lenguaje que
puedan entender y permítales que compartan el dolor de la familia. Si fuese necesario
recurrir a la eutanasia, trate de involucrar a los niños en el proceso de decisión, si son lo
suficientemente mayores para entender. Los niños pueden experimentar resentimiento con
otros, y hasta con ellos mismos, ya que pueden no entender que existen muchos factores
que deben ser tomados en cuenta, como los conceptos de "enfermedad incurable",
"calidad de vida" y "falta de presupuesto para llevar a cabo el tratamiento". Sea cuidadoso
al utilizar la frase "poner a dormir" para describir la eutanasia ya que esto puede causar
confusiones y miedos en los niños quienes pueden relacionar en sus mentes las palabras
"dormir" y "morir".

Los niños a menudo tienen muchas preguntas después de que se muere su mascota,
incluyendo: ¿Por qué se murió?, ¿Fue culpa mía?, ¿A dónde va a parar su cuerpo?
¿Volveré a verlo? Si yo lo deseo mucho y me porto muy bien, ¿puedo hacer que regrese?
¿La muerte dura para siempre? Es muy importante contestar tales preguntas de manera
sencilla, breve y sincera.

Cuando el animal está muy enfermo o se está muriendo, saque el tiempo necesario para
hablar con su hijo acerca de sus sentimientos, miedos y angustias. Si posible, es de gran
ayuda el que el niño le diga adiós al animal antes de que éste muera. Los padres pueden
servir de modelos de rol al compartir sus sentimientos con los niños. Permita que su hijo
se dé cuenta de que es normal sentirse triste y extrañar al animal después de su muerte;
estimule a su niño a que venga donde usted con sus preguntas o para buscar consuelo y
alivio. Hablar acerca del animal con amigos y familiares ayuda.

No hay formas preferibles, buenas o malas, en la cual los niños lamenten a sus mascotas;
en el duelo no hay cosas buenas o malas, más bien, cosas útiles y cosas no tan útiles.
Ellos necesitan que se les dé tiempo para recordar a sus animales y libertad para hacerlo
en su propio estilo. Después que el animal se muere los niños pueden querer enterrarlo,
llevar a cabo un acto conmemorativo o tener una ceremonia. Otros niños pueden escribir
poemas e historias o hacer dibujos de su animal. No es adecuado reemplazar al animal
muerto enseguida; debe permitírsele al niño el espacio y el tiempo necesario para que se
aflija por su mascota muerta. Él será quien dicte la pauta.

La despedida

Al igual que con la muerte de un ser humano, el duelo por una mascota implica aceptar
que alguien significativo se ha ido para no volver más. Se trata de un proceso que hay que
vivirlo como tal. Para ello, es fundamental celebrar un rito de despedida para nuestro
querido amigo, ya sea enterrándolo en el jardín de la casa, rezando una oración o
llevándolo a algún cementerio. Recuerde que la despedida es un acto de agradecimiento
que usted hace hacia su mascota y no olvide que los niños y los ancianos pueden tener
necesidades diferentes a las suyas y reaccionar de muy diferente manera ante la muerte
de una mascota.

160
El lugar de descanso final de una mascota e, incluso, la posibilidad de reemplazarla, son
algunas de las muchas cosas que debe considerar en estos difíciles momentos. Si la
muerte es repentina o inesperada, puede haber mucha confusión y dificultad para decidir
cómo disponer del cuerpo del animal. En los casos en que sea posible, debe discutir este
tema con antelación y conseguir un consenso familiar que más tarde no sea motivo de
arrepentimiento. Su veterinario le explicará las opciones disponibles, opciones que, en
general, están dentro de cuatro categorías principales: (1) Entierro en el hogar (no
permitido en algunos países), (2) Entierro en un cementerio de mascotas, (3) Cremación
Individual (donde las cenizas le son devueltas en un cofrecito) y (4) Cremación Comunal,
la forma más común de disposición de las mascotas fallecidas. Existen muchas
limitaciones que pueden influir en la decisión, tal como costos, normas legales o falta de
espacio. Cualquiera que sea la decisión que se tome, asegúrese de que el resultado final
sea aceptado por todos los involucrados.

Si fuera necesario practicar la eutanasia, a algunas personas les gusta acompañar a sus
mascotas mientras se lleva a cabo el procedimiento. Esto es usualmente posible, pero
incluso si usted no puede estar allí, se le permitirá ver o quizá pasar un rato con su
mascota una vez realizado el procedimiento. Esto le dará la oportunidad de decirle adiós y
de confirmar en sus propios términos que su mascota en realidad ha fallecido. Para
algunos el llevar a cabo un simple funeral para su mascota puede ser de gran ayuda; esto
es especialmente útil para ayudar a los niños a aceptar la muerte, además de que se les
deja saber que ellos no son los únicos que sienten la pérdida. Recuerde que los niños no
deben ser forzados a atender a estos servicios si no lo desean.

Reemplazar la mascota

Perder una mascota puede ser muy traumático. La mayoría de las personas necesitarán
atravesar por un período de duelo antes de poder pensar en adquirir un nuevo animal. En
los primeros días, muchos desearán nunca tener otra mascota pues no pueden soportar la
idea de volver a padecer una pérdida semejante. Para otros, estos sentimientos
desaparecen con el tiempo y, eventualmente, buscarán un reemplazo para su mascota.
Sin embargo, antes de hacer esto, es importante aceptar la muerte de la mascota original
y terminar todos los asuntos pendientes con ella. De otro modo, se pueden generar
dificultades al intentar aceptar a una nueva mascota. Por esta razón, no es aconsejable
que familiares o amigos, sin consentimiento previo, regalen un nuevo animal a otra
persona que está sufriendo por una pérdida previa.

Para algunas personas, el dolor y la vida sin una mascota puede ser intolerable y
necesitarán encontrar un reemplazo cuanto antes para su mascota muerta unos pocos
días antes. Si la persona se siente de esta forma, tal respuesta es perfectamente
aceptable y de ninguna forma se debe hacer sentir culpable a nadie por este legítimo
deseo; tampoco debe considerarse que se esté traicionando la memoria de la mascota
muerta con esta actitud. Si se decide reemplazar a la mascota muerta, se deben
considerar las actuales circunstancias pues éstas pueden haber cambiado desde que
adquirió la primera mascota: es posible que ahora sea más apropiada otra raza o aún otra
especie diferente. También se debe decidir si se es capaz de controlar el entrenamiento y
el ejercicio requeridos por un animal joven, o si sería más adecuado adquirir uno adulto.

161
Cada uno de nosotros experimentará el duelo de forma diferente. Algunos lo vivirán de
una forma muy privada y lenta, mientras que otros se recuperan rápida y abiertamente. En
todo caso, no se apure a tomar otro animal como reemplazo. Dése tiempo apara asimilar
el duelo. Finalmente, es importante recordar que la nueva mascota es un individuo con
personalidad propia, que al principio tomará tiempo construir una nueva relación y que
puede ser muy difícil evitar hacer comparaciones con la mascota muerta.

La decisión sobre si reemplazar o no a una mascota puede ser particularmente difícil para
una persona mayor. Existen muchos factores que deben ser tenidos en cuenta, factores
que antes no era necesario considerar, como, por ejemplo, nivel de ejercicio que requiere
el animal, espacio, facilidades disponibles, costo y habilidad física para cuidar al animal. El
adulto mayor también puede ser consciente de la posibilidad de que su mascota viva más
tiempo que ellos. Estos factores influirán en la selección de la especie, el tamaño, la edad
y la raza de la mascota. Al tomar esta decisión, no se debe olvidar que el bienestar del
animal es de la mayor importancia.

Razones para la eutanasia

Nunca estamos preparados para la muerte de una mascota, tanto si llega de una forma
rápida e inesperada, como si viene luego de un doloroso y largo proceso. Nuestra actitud y
compromiso en el resultado final puede incluso ser muy pasiva. Tal vez deseemos no
darle a nuestra vieja mascota un tratamiento médico que solo alargue su agonía; aunque,
si su enfermedad no tiene cura, también podríamos evitarle que viva el resto de sus días
con sufrimiento.

Todos esperan y desean que el último día del animal sea en absoluta calma, sin muchos
quejidos, encontrarlo ya muerto en su cama, al día siguiente, como si estuviera dormido.
No obstante, cuando hay que tomar la decisión y debemos recurrir a la eutanasia, el
impacto por su muerte es doblemente mayor.

La eutanasia se puede definir como la introducción a la muerte sin necesidad de sufrir


dolor. En la práctica, suele administrarse mediante una inyección intravenosa con una
dosis concentrada de anestesia. El animal solo sentirá un leve malestar cuando la aguja le
atraviesa la piel, pero esta dolencia no será mayor que la de cualquier inyección que haya
recibido. La inyección toma solo unos segundos para provocar la pérdida de sentido, a la
que inmediatamente le seguirá una depresión respiratoria, un paro cardíaco y la muerte.

Como todo médico, los veterinarios no suelen inclinarse por esta opción tan fácilmente.
Primero agotan todas las posibilidades de diagnósticos y tratamiento para encontrar
alguna forma de mantener al animal con vida y sin sufrimiento. Conocen muy bien la
diferencia entre alargar la vida y prolongar el sufrimiento. La eutanasia es el último recurso
con que se cuentan para acabar con el dolor de un animal que sufre.

Solicitar la eutanasia para nuestras mascotas es probablemente una de las decisiones


más duras que tenemos que tomar durante nuestras vidas. Se vendrán encima todas las
etapas del duelo y se sentirá un gran enojo con el animal, con nuestra familia, con el
veterinario y con la vida por obligarnos a tomar esta decisión. Estaremos tentados a
posponer la decisión, esperando que en algún momento ya no sea necesario tomarla. Por
162
muy difícil y dolorosa que sea, el sufrimiento del animal debe primar sobre los sentimientos
de culpa que tomar esta decisión pueda generar.

Para decidir si tomar o no la decisión de la eutanasia, tómese su tiempo; hable y aclare


dudas con su veterinario: ¿Qué opción le ofrece menos dolor una vez que su mascota
haya muerto? Considere las siguientes preguntas como orientación:

2. Respecto a la mascota:

• ¿Cuál es su calidad de vida?


• ¿Sufre de dolores constantes?
• ¿Come bien y sin dificultad?
• ¿Continúa siendo juguetón y cariñoso?
• ¿Se interesa o tiene ánimos por seguir haciendo las cosas que le gustaba hacer antes?
• ¿Se lo nota agotado y triste la mayor parte del tiempo?

2. Respecto a usted mismo:

• ¿Tiene alguna otra alternativa para aliviarle su sufrimiento?


• ¿Es legítima su decisión o se relaciona con su enojo por las restricciones que le ha
impuesto a su vida?
• ¿Consultó previamente con algún veterinario al respecto?
• ¿Su sufrimiento está afectando mucho su vida y la de sus familiares?
• ¿Desea estar presente durante la aplicación de la eutanasia o prefiere esperar en la
recepción o en un pasillo?
• ¿Desea estar solo o acompañado en ese momento?
• ¿Prefiere recuperarse de esa pérdida antes de considerar adquirir otra mascota?

3. Respecto a las mascotas:

• ¿Desea que el veterinario conserve su cuerpo hasta que decida que hacer?
• ¿Quiere tomar medidas especiales para el entierro, la cremación o la lápida?
• ¿Desea adoptar de forma inmediata a otra mascota?
• ¿Tomarán medidas especiales respecto a algún acto de memorialización?

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