Discurso Peron
Discurso Peron
Discurso Peron
Perón en el acto de
proclamación de su candidatura (1946)
12 de Febrero de 1946
Llego a vosotros para deciros que no estáis solos en vuestros anhelos de redención
social, sino que los mismos ideales sostienen nuestros hermanos de toda la
vastedad de nuestra tierra gaucha. Vengo conmovido por el sentimiento unánime
manifestado a través de campos, montes, ríos, esteros y montañas; vengo
conmovido por el eco resonante de una sola voluntad colectiva; la de que el pueblo
sea realmente libre, para que de una vez por todas quede libre de la esclavitud
económica que le agobia. Y aún diría más: que le agobia como antes le ha oprimido
y que si no lograra independizarse ahora, aún le vejaría más en el porvenir. Le
oprimiría hasta dejar a la clase obrera sin fuerzas para alcanzar la redención social
que vamos a conquistar antes de quince días.
Porque hemos venido a terminar con una moral social que permitía que los
trabajadores tuviesen para comer sólo lo que se les diera por voluntad patronal y no
por deber impuesto por la justicia distributiva, se acusa a nuestro movimiento de
ser enemigo de la libertad. Pero yo apelo a vuestra conciencia, a la conciencia de los
hombres libres de nuestra Patria y del mundo entero, para que me responda
honestamente si oponerse a que los hombres sean explotados y envilecidos obedece
a un móvil liberticida.
Por ellos, por nosotros, por todos juntos, por nuestros hijos y los hijos de nuestros
hijos debemos hacer que, ¡por fin!, triunfen los grandes ideales de auténtica libertad
que soñaron los forjadores de nuestra independencia y que nosotros sentimos
palpitar en lo más profundo de nuestro corazón.
Para alcanzar esta altísima finalidad no nos hemos valido ni nos valdremos jamás de
otros medios que aquellos que nos otorgan la Constitución (para la restauración de
cuyo imperio empeñé mi palabra, mi voluntad y mi vida) y las leyes socialmente
justas que poseemos o que los órganos legislativos naturales nos otorguen en lo
futuro. Para alcanzar esta altísima finalidad no necesitamos recurrir a teorías o
métodos extranjeros; ni a los que han fracasado ni a los que hoy pretenden
imponerse, pues como dije en otra oportunidad, para lograr que la Argentina sea
políticamente libre y socialmente justa, no basta con ser argentinos y nada más que
argentinos. Bastará que dentro del cuadro histórico y constitucional el mecanismo
de las leyes se emplee como un medio de progresar, pero de progresar todos,
pobres y ricos, en vez de hacerlo solamente éstos a expensas del trabajador.
No tengo que deciros quiénes son los «sindicarios señorones» que han comprado, ni
«los Judas que se han vendido». Todos los conocemos y hemos visto sus firmas
puestas en el infamante documento. Quiero decir solamente que esta infamia es tan
sacrílega como la del Iscariote que vendió a Cristo, pues en esta sucia compraventa
fue vendido otro inocente: el pueblo trabajador de nuestra querida Patria.
Por todas esas razones no soy tampoco de los que creen que los integrantes de la
llamada Unión Democrática han dejado de llenar su programa político -vale decir, su
democracia como un contenido económico-. Lo que pasa es que ellos están
defendiendo un sistema capitalista con perjuicio o con desprecio de los intereses de
los trabajadores, aún cuando les hagan las pequeñas concesiones a que luego habré
de referirme; mientras que nosotros defendemos la posición del trabajador y
creemos que sólo aumentando enormemente su bienestar e incrementando su
participación en el Estado y la intervención de éste en las relaciones del trabajo,
será posible que subsista lo que el sistema capitalista de libre iniciativa tiene de
bueno y de aprovechable frente a los sistemas colectivistas. Por el bien de mi Patria,
quisiera que mis enemigos se convenciesen de que mi actitud no sólo es humana,
sino que es conservadora, en la noble aceptación del vocablo. Y bueno sería,
también, que desechasen de una vez el calificativo de demagógico que se atribuye a
todos mis actos, no porque carezcan de valor constructivo ni porque vayan
encaminados a implantar una tiranía de la plebe (que es el significado de la palabra
demagogia), sino simplemente porque no van de acuerdo con los egoístas intereses
capitalistas, ni se preocupan con exceso de la actual «estructura social», ni de lo
que ellos, barriendo para adentro, llaman «los supremos intereses del país»,
confundiéndolos con los suyos propios.
Por eso, cuando nuestros enemigos hablan de democracia, tienen en sus mentes la
idea de una democracia estática, quiero decir, de una democracia sentada en los
actuales privilegios de clase. Como los órganos del Estado y el poder del Estado, la
organización de la sociedad, los medios coactivos, los procedimientos de
propaganda, las instituciones culturales, la libertad de expresión del pensamiento, la
religión misma, se hayan bajo su dominio y a su servicio exclusivo, pueden echarse
tranquilos en brazos de la democracia, pues saben que la tienen dominada y que
servirá de tapaderas a sus intereses. Precisamente en esa situación está basado el
concepto revolucionario marxista y la necesidad que señalan de una dictadura
proletaria. Pero si como ha sucedido en la Argentina y en virtud de mi campaña, el
elemento trabajador, el obrero, el verdadero siervo de la gleba, el esclavizado peón
del surco norteño, alentado por la esperanza de una vida menos dura y de un
porvenir más risueño para sus compañeras y para sus hijos, sacuden su sumisión
ancestral, reclaman como hombres la milésima parte de las mejoras a que tienen
derecho, ponen en peligro la pacífica y tradicional digestión de los poderosos y
quieren manifestar su fuerza y su voluntad en unas elecciones, entonces, la
democracia, aquella democracia capitalista, se siente estremecida en sus cimientos
y nos lanza la imputación del totalitarismo. De este modo llegaríamos a la
conclusión de que el futuro Congreso representará un régimen democrático si
triunfan los privilegios de la clase hasta ahora dominante y que representará un
régimen dictatorial si, como estoy seguro, triuntan en las elecciones las masas de
trabajadores que me acompañan por todo el país.
Brevemente me referiré a las ideas centrales que han impulsado nuestra acción en
el terreno económico. Sostengo el principio de libertad económica. Pero esta
libertad, como todas las libertades, llega a generar el más feroz egoísmo si en su
ejercicio no se articula la libertad de cada uno con la libertad de los demás. No
todos venimos al mundo dotados del suficiente equilibrio moral para someternos de
buen grado a las normas de sana convivencia social. No todos podemos evitar que
las desviaciones del interés personal degeneren en egoísmo espoleador de los
derechos de los demás y en ímpetu avasallador de las libertades ajenas. Y aquí, en
este punto que separa el bien del mal, es donde la autoridad del Estado debe acudir
para enderezar las fallas de los individuos y suplir la carencia de resortes morales
que deben guiar la acción de cada cual, si se quiere que la sociedad futura salga del
marasmo que actualmente la ahoga.
El Estado puede orientar el ordenamiento social y económico sin que por ello
intervenga para nada en la acción individual que corresponde al industrial, al
comerciante, al consumidor. Estos, conservando toda la libertad de acción que los
códigos fundamentales les otorgan, pueden ajustar sus realizaciones a los grandes
planes que trace el Estado para lograr los objetivos políticos, económicos y sociales
de la Nación. Por esto afirmo que el Estado tiene el deber de estimular la
producción, pero debe hacerlo con tal tacto que logre, a la vez, el adecuado
equilibrio entre las diversas fuerzas productivas. A este efecto, determinará cuáles
son las actividades ya consolidadas en nuestro medio, las que requieren un apoyo
para lograr solidez a causa de la vital importancia que tienen para el país; y por
último, cuáles han cumplido ya su objetivo de suplir la carestía de los tiempos de
guerra, pero cuyo mantenimiento en época de normalidad representaría una carga
antieconómica que ningún motivo razonable aconseja mantener o bien provocaría
estériles competencias con otros países productores. Pero aún hay otro motivo que
obliga al Estado argentino a regular ciertos aspectos de la economía. Los
compromisos internacionales que tiene contraídos lo obligan a orientar las directivas
económicas supranacionales teniendo en vista la cooperación entre todos los países.
Y si esta cooperación ha de ser eficaz y ha de basarse en ciertas reglas de general
aplicación entre Estados, no veo la forma de que la economía interna de cada país
quede a merced del capricho de unos cuantos oligarcas manejadores de las
finanzas, acostumbrados a hacer trabajar siempre a los demás en provecho propio.
Al Estado, rejuvenecido por el aporte de sangre trabajadora que nuestro movimiento
inyectará en todo su sistema circulatorio, corresponderá la misión de regular el
progreso económico nacional sin olvidar el cumplimiento de los compromisos que la
Nación contraiga, o tenga contraídos con otros países.
Por esto, en los postulados éticos que presiden la acción de nuestra política, junto a
la elevación de la cultura del obrero y a la dignificación del trabajo, incluimos la
humanización del capital. Solamente llevando a cabo estos postulados, lograremos
la desaparición de las discordias y violencias entre patronos y trabajadores. Para
ello no existe otro remedio que implantar una inquebrantable justicia distributiva.
Ante todo, la afirmación esencial que rige nuestra acción: la riqueza no la constituye
el montón de dinero más grande o más chico que pueda tener atesorado la Nación;
para nosotros, la verdadera riqueza la constituye el conjunto de la población, el
trabajo propiamente tal y la organización ordenada de esta población y de este
trabajo.
Esta sangre nueva la aporta nuestro movimiento; esta sangre hará salir de las
urnas, el día 24 de este mes, esta nueva Argentina que anhelamos con toda la
fuerza y la pujanza de nuestro corazón.
Es posible que mi pasado para actuar en la vida pública sea constante franqueza de
mis expresiones, que me lleva a decir siempre lo que siento. Esto me da derecho a
que se me crea cuando proclamo mi simpatía y admiración hacia el gran pueblo
estadounidense, y que pondré cada día mayor empeño en llegar con él a una
completa inteligencia, lo mismo que con todas las Naciones Unidas, con las cuales la
Argentina ha de colaborar lealmente, pero desde un plano de igualdad. De ahí a mi
oposición tenaz a las intervenciones pretendidas por el señor Braden embajador y
por el señor Braden secretario adjunto, de ejecutar en la Argentina sus habilidades
para dirigir la política y la economía de naciones que no son las suyas.
Entremos, pues, al fondo de la cuestión; empezaré por decir que el tenor de las
declaraciones publicadas en los Estados Unidos de Norte América, corresponde
exactamente al de los conceptos vertidos por mí. He dicho entonces y lo repito
ahora, que el contubernio oligárquicomunista, no quiere las elecciones; he dicho
también, y lo reafirmo, que el contubernio trae al país armas de contrabando;
rechazo que en mis declaraciones exista imputación alguna de contrabando a la
Embajada de Estados Unidos; reitero, en cambio, con toda energía, que esa
representación diplomática o más exactamente el señor Braden, se hallan
complicados en el contubernio, y más aún, denuncio al pueblo de mi Patria que el
señor Braden es el inspirador, creador, organizador y jefe verdadero de la Unión
Democrática.
En una estada breve pero eficaz, esta misión concertó diversos acuerdos con
nosotros, acuerdos políticos, económicos y militares, cuya ejecución había de
beneficiar a ambos países, dentro de un plan de mutuo respeto y beneficio común.
Los discursos, declaraciones y actos del señor Braden, tanto durante su gestión al
frente de la Embajada de los Estados Unidos como en sus funciones actuales,
prueban de manera irrefutable su activa, profunda e insolente intervención en la
política interna de nuestro país. He dicho ya en otras ocasiones, que las nuevas
condiciones imperantes en el mundo han creado una interdependencia entre todos
los países de la tierra; pero he fijado el alcance de esa interdependencia a lo
económico, sosteniendo el derecho de cada nación a adoptar la filosofía político-
social más de acuerdo con sus costumbres, su religión, posición geográfica y
circunstancias históricas, si es que en verdad se quiere subsistir con la dignidad y
jerarquía del Estado soberano.
Declaro que la intromisión del señor Braden en nuestros asuntos, hasta el extremo
de crear, alentar y dirigir un conglomerado político adicto, no puede contar con el
apoyo del pueblo y del gobierno de los Estados Unidos. El presidente Truman ha
expresado recientemente que todos los pueblos capaces tienen el derecho de elegir
sus propios gobiernos. El Senado de los Estados Unidos, al aprobar el nombramiento
del señor Braden para su cargo actual, estableció expresamente que no podría
intervenir en las cuestiones de los países latinoamericanos sin previa consulta. El
mismo gobierno aludido reiteró hace poco la prohibición de intervenir en política de
otros países a los hombres de negocios norteamericanos. El propio señor Braden
alterna sus amenazas de intervención económica y militar con protestas de no
intervencionismo.
Una de las consecuencias más graves de la beligerancia del señor Braden con
respecto al gobierno de la revolución, fue la nulidad de los convenios a que se había
arribado con la misión Warren, y de los que tanto los Estados Unidos como la
Argentina esperaban beneficios recíprocos. El ex embajador, después de anular los
convenios mencionados, no sólo no hizo ninguna tentativa para reemplazarlos por
otros nuevos, sino que se resistió a tratar la cuestión todas las veces que lo insté a
ello. Es que así, naturalmente, el señor Braden creaba más y más dificultades al
gobierno al cual yo pertenecía.
Ahora yo pregunto: ¿Para qué quiere el señor Braden contar en la Argentina con un
gobierno adicto y obsecuente? ¿Es acaso porque pretende repetir en nuestro país su
fracasada intentona de Cuba, en donde, como es público y notorio, quiso herir de
muerte la industria y llegó incluso a amenazar y a coaccionar la prensa libre que lo
denunciaba?
Si, por un designio fatal del destino, triunfaran las fuerzas represivas de la
represión, organizadas, alentadas y dirigidas por Spruille Braden, será una realidad
terrible para los trabajadores argentinos la situación de angustia, miseria y oprobio
que el mencionado ex embajador pretendió imponer, sin éxito, al pueblo cubano.