ROTH.,P. Cap.3. - La Posición Esquizo-Paranoid
ROTH.,P. Cap.3. - La Posición Esquizo-Paranoid
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La posición esquizo-paranoide
Priscilla Roth
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modos de funcionamiento psíquico que perduran toda la vida. Cada una de las dos
posiciones tiene sus propias ansiedades características, sus propios mecanismos de
defensa y sus propios tipos de relación de objeto. Cada una señala una actitud de la
mente.
La delineación que hizo Klein de estas diferentes constelaciones es quizá su mayor
contribución al psicoanálisis. El concepto de posiciones es en sí mismo una estructura
que nos permite comprender dos configuraciones básicamente diferentes de las
relaciones objetales, las ansiedades que de ellas surgen y los mecanismos utilizados
para protegerse de tales ansiedades. Las diferencias entre las dos posiciones pueden,
de hecho, definirse con los mismos términos. Para decirlo de un modo en extremo
simplista, una persona en la posición depresiva se siente vinculada y preocupada por
el daño a sus objetos —sus objetos queridos—, en la realidad externa y en su mente
(«Fui desagradable y realmente duro con mi madre esta mañana»); en cambio, una
persona en la posición esquizo-paranoide está ansiosa pensando en sí misma y en su
propia seguridad («Mi madre siempre me telefonea en un mal momento»). Así, la
ansiedad en la posición depresiva va ligada a la culpa («Me siento realmente mal por
lo duro que he sido con ella. Estoy seguro de que se ha sentido herida») mientras que
la ansiedad en la posición esquizo-paranoide es persecutoria («Estoy seguro de que
ahora me detesta y se lo dirá a mi hermana»). Y mientras alguien cuyo estado mental
se sitúa en la posición depresiva puede considerar a sus personas queridas como
personas en su totalidad, con sus propias cualidades buenas y malas, es característico
de las personas en posición esquizo-paranoide, que vean a los demás bien como
perfectos, y por tanto aceptables, o bien como muy persecutorios y por tanto
completamente detestables.
Es fácil comprender, por tanto, por qué la posición esquizo-paranoide parece jugar
el papel de la hermanastra fea de las dos posiciones. Hay una marcada tendencia a ver
los fenómenos esquizo-paranoides en el mejor de los casos como enfermizos y en el
peor como inmorales. La posición esquizo-paranoide es en donde sentimos que no
debiéramos estar, y cierta clase de moralidad puede atribuir a la noción de fenómenos
esquizo-paranoides o depresivos una moralidad errónea basada en un malentendido.
En realidad, con todas sus diferencias, las dos posiciones están también en una
continuidad, una continuidad de integración creciente en que cada logro está basado
en los logros anteriores y depende de ellos. Y en el desarrollo del individuo la
capacidad de establecer plenamente la propia posición esquizo-paranoide bipartita es
el primero y fundamental logro del desarrollo del sujeto.
Fantasías inconscientes
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Klein asumía que a partir del momento del nacimiento todas nuestras experiencias
se acompañan de fantasías inconscientes (véase capítulo 2). Estas fantasías
específicas del individuo son omnipresentes y están en constante actividad en todo el
mundo. Son, ni más ni menos, que la vida de la mente inconsciente y las
representaciones de todo aquello que un individuo experimenta de interno y externo,
de físico o mental. Son primitivas y, en algunos casos, fantasías permanentes que el
Yo tiene acerca de sí mismo y de su relación con los objetos internos, y llegan a ser la
base de la estructura de la personalidad.
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del bebé incipiente. La ansiedad, aún en su estadio más temprano, es el miedo a la
pulsión de muerte que lleva dentro.
Estos tres conceptos se relacionan entre sí: los impulsos de amor y odio del bebé
siempre se experimentan en términos de sus fantasías inconscientes en torno a sus
relaciones con los objetos.
El bebé tiene un Yo desde el comienzo de la vida. Al principio es rudimentario,
pero está presente desde el nacimiento. Desde un buen principio el Yo tiene varias
capacidades, pero están incoordinadas y no integradas. La integración del Yo, su
cohesión y coordinación se lleva a cabo a través de las experiencias que le capacitan
para incorporar e identificarse con un objeto bueno. Lo que esto significa en esencia
es que el pequeño bebé puede lograr tan solo una representación de sí mismo —una
imagen de sí mismo—, si construye esta imagen según el modelo de la persona que él
ama.
Para que el bebé pueda desenvolverse, por un lado con los poderosos conflictos
internos (conflictos entre pulsiones de vida y muerte, que crean a menudo ansiedades
agobiantes), y por otro lado con las frustraciones y requerimientos de la realidad
externa, su Yo se ha de reforzar y desarrollar gradualmente. Sensaciones,
percepciones e impulsos ocasionales deben empezar a ser estructurados y
comprensibles, y esto requiere un Yo de cierta fuerza y cohesión. De ahí que la
primera tarea del bebé sea la organización y estructuración de su Yo y la organización
de su experiencia, de modo que gradualmente pueda empezar, con más o menos
precisión, a percibir y a controlar los acontecimientos externos e internos (véase
capítulo 11). Estos dos procesos —la organización y estructuración de su Yo y la
organización de su experiencia— son (mutuamente) interdependientes y están
relacionados dialécticamente.
Recordemos que siendo capaz de percibir y responder a los objetos desde el
comienzo de la vida, el bebé es también capaz de empezar a experimentar
acontecimientos y así los objetos se viven ligados a estos hechos, sea como buenos
(por ejemplo un vientre cálido y lleno) o malos (dolores del hambre, cólicos). El bebé
empieza a internalizar, incorporar y a identificar las buenas experiencias desde el
comienzo: las incorpora a su Yo. Gradualmente su yo se cohesiona en torno a estas
experiencias repetidas y eventualmente presumibles de su objeto bueno. En otras
palabras, el bebé poco a poco empieza a tener un sentido inconsciente de sí mismo y
este sentido de sí mismo se basa, en buena parte, y depende de sus sensaciones del
buen objeto en experiencias satisfactorias.
El bebé, por tanto, ha de proteger su sentido del objeto bueno, a partir del cual se
desarrolla el sentido creciente de sí mismo, de su odio innato y de la rabia que surge
de las inevitables frustraciones. También ha de proteger su Yo en desarrollo de los
peligros que dependen de su pulsión de muerte, el peligro de fragmentación y
disolución. En otras palabras, debe salvaguardar su mente para permitir que se
desarrolle y refuerce. La estructura psicológica compleja que le capacita para llevar a
cabo todo esto se llama posición esquizo-paranoide.
En la posición esquizo-paranoide el bebé divide la percepción de sus experiencias
en dos categorías, de tal modo que minimiza sus ansiedades. Divide el mundo en
«bueno», que él intenta poseer y ser, y «malo», del cual trata de desprenderse y
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situarlo fuera de sí mismo, en su objeto. Así pues, para el bebé, «bueno» equivale a
«mí» y a este conjunto de objeto bueno/mí bueno. «Malo» equivale a «no mí» y a
este conjunto de objeto malo/mí malo. Los mecanismos utilizados por el bebé para
crear este mundo bipolar son la escisión y la proyección. La escisión se refiere a la
manera que tiene el bebé (y en el desarrollo ulterior, el niño y el adulto) de escindir la
imagen de su objeto (una madre) en dos objetos, sentidos como completamente
distintos, uno bueno y otro malo. El concepto de escisión hace referencia a una
fantasía inconsciente en la mente del sujeto; de manera inconsciente, en su mente,
escinde las cualidades del objeto único y las reparte entre dos o más objetos.
Un ejemplo de la utilización del mecanismo de la escisión en un paciente adulto
ayudará a ilustrar lo que supone para alguien «escindir su objeto».
Un hombre de 35 años había empezado recientemente un análisis. A las primeras semanas de
tratamiento se refirió varias veces a su analista como una «mujer vieja» o una «mujer muy vieja»; por
ejemplo, cuando habló del pasillo resbaladizo que llevaba al consultorio, dijo que la analista, «una
mujer muy vieja», tenía que ir con mucho cuidado al transitar por él. Una tarde, durante la interrupción
del tercer fin de semana de este inicio de análisis, la analista se encontraba en un gran teatro cuando se
dio cuenta de que su paciente estaba en el vestíbulo del mismo local. La analista estaba hablando con
varios amigos; el paciente pasó junto a ella, la miró de frente, se detuvo y la miró más cerca durante
diez o quince segundos; luego se fue, pero se volvió y la miró de nuevo fijamente y se marchó. En la
sesión del lunes el paciente comunicó que durante el fin de semana había estado en el vestíbulo de un
teatro y había visto a una mujer de mediana edad, muy atractiva que era muy parecida a su analista pero
mucho más joven. Se le ocurrió que su analista podía haber sido una mujer de buena apariencia muchos
años antes. A partir de entonces el paciente siguió hablando de sus experiencias sexuales cuando era
joven, mencionando algunas visitas a una prostituta.
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muerte y la proyecta fuera de él —experimenta el peligro como si procediera del
exterior y no de su interior, de su mismo self. Atribuye la agresión, el peligro y el
odio a alguien ajeno. Escisión, aquí, se refiere a una escisión en la percepción que el
bebé tiene de sí mismo; se escinde en un self que ama y un self que odia, y se
desprende de su percepción del self que ejerce el odio atribuyendo sus propios
sentimientos violentos y peligrosos a alguien ajeno—, es decir, los proyecta dentro de
su objeto y cree que son verdaderamente de su objeto, y no suyos. De este modo,
percibe el objeto como peligroso y perseguidor.
Otro ejemplo, esta vez entresacado del análisis de una paciente, una mujer adulta,
puede ilustrar el proceso de la proyección.
Esta paciente era una escritora de 35 años que había acudido al análisis preocupada porque no era
capaz de tener la menor confianza con respecto a su trabajo o a sus relaciones.
Un día llegó a la sesión y después de un retraimiento inicial, me dijo que un importante crítico
literario le había escrito lleno de admiración por su obra y con deseos de ayudarla a que pudiera
publicar en lo que refería como una revista literaria «muy bien reputada». La paciente informó que al
recibo de la carta estaba encantada, pero inmediatamente empezó a preocuparse; tal vez al crítico no le
gustaba su obra pero insistía porque ella conoce a su jefe; qué injusto sería que su obra tuviese la
oportunidad de ser reconocida cuando muchos escritores mejores que ella permanecen en el anonimato
porque no tienen las conexiones que ella tiene, etc. Mientras hablaba me di cuenta, entre otras cosas, de
que muy deliberadamente no me decía ni el nombre del «famoso» crítico ni el nombre de la revista
«famosa». Se lo señalé delicadamente y le dije que no se trataba de que me lo dijera en aquel momento,
pero quería que nos fijáramos en el hecho de que no había mencionado ningún nombre. Tras una breve
pausa me dijo que se daba cuenta de que no me decía los detalles porque cuando había empezado a
hablar se le había ocurrido que yo pensaría que estaba pavoneándose, que se había vuelto demasiado
segura de sí misma y que yo hubiera querido achicarla y rebajarla.
Empezamos a ser capaces de ver el grado en que ella escindía a distancia los propios ataques
autodestructivos a sus mismas realizaciones para atribuirlos a cualquier otro, en este caso a su analista.
Proyectaba en mí sus sentimientos destructivos y sentía que me pertenecían. (Sin duda que en realidad
este proceso era más complicado. Esta paciente tenía un objeto interno que la perseguía y que
despreciaba cualquiera de sus éxitos; este objeto interno iba asociado a una imagen de su madre,
alterada por las proyecciones de la paciente en el interior de su madre. Era este objeto interno, resultado
a su vez de percepciones, proyecciones e introyecciones, el que la paciente había proyectado en mí.)
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mismo. O si, inconscientemente, me asusta utilizar mi inteligencia porque (también
inconscientemente) me doy cuenta de lo muy exitoso y superior que pudiera llegar a
ser, puedo entonces pensar que me he vuelto un poco estúpido o extravagante y
atribuir una gran inteligencia a cualquier otro, un hermano quizá, el cual se puede
hacer cargo de aquellas cualidades.
La proyección de cualidades buenas puede estar al servicio de funciones
importantes. Proyectar sentimientos amorosos en alguien permite que este alguien
pueda ser visto como amoroso. El efecto positivo que esto pueda tener se puede
observar en una madre con su bebé recién nacido. El bebé sonríe a su madre,
atribuyéndole sus propio sentimientos de amor. La madre, complacida de ser vista de
esta manera, responde sonriendo con sus propios sentimientos amorosos. Se pone en
marcha un círculo venturoso. Pero si la proyección de la bondad es excesiva el bebé,
y más tarde el adulto, pueden sentirse despojados de cualquier cosa buena y se
vuelven francamente dependientes de un objeto idealizado.
La señora K., una mujer casada, con dos hijos, comunicó que se sentía desesperadamente vacía y
abatida cada vez que su madre, que vivía en una ciudad a pocas millas de distancia, se marchaba
después de haberla visitado. Solo podía consolarse pensando en experiencias pasadas con su madre: las
montañas en donde habían estado juntas cuando la señora K. era todavía una niña, cuando la madre
había cocinado para ella, etc. Durante algunos días, después de cada visita la señora K. se encontraba
sin energía ni entusiasmo, decía sentirse como si toda vida la hubiese abandonado.
Durante los primeros meses las experiencias del bebé son extremas, intensas y
absolutas. Puesto que no tiene todavía la capacidad de recordar, los acontecimientos
son intemporales. Ahora es siempre, no hay sentido del tiempo que pasa, no existe el
recuerdo de ayer o de una hora antes, ni expectativas de lo venidero. Ahora, el
presente, es todo lo que hay. En estas circunstancias lo malo se percibe como
totalmente malo, sin paliativos y, sobre todo, no hay un recuerdo útil de lo bueno para
modificar el presente. El objeto malo persecutorio tiene proyectada en él toda la mala
experiencia y contiene, en las fantasías del bebé, todo aquello que le hacía daño, todo
lo que le desgarra con el hambre o que le irrita la piel, o le da ardores en su vientre o
le aterroriza. Contra este objeto persecutorio el bebé emplea todas las fuerzas de que
dispone en su fantasía: imagina que lo desgarra, que orina encima, que evacua en él
sentimientos malos, que lo deshace a mordiscos. En cuanto siente que el objeto
contiene todo lo malo del mundo, ningún ataque es demasiado duro para él. Y, desde
luego, entonces siente que el ataque revierte sobre sí con fuerza redoblada, como
venganza. Es importante recordar que todos estos ataques tienen lugar en la fantasía;
cuando, por ejemplo, la piel del bebé está irritada por la erupción producida por los
pañales e imagina una madre mala que le está haciendo daño, tiene la fantasía de que
sus gritos de protesta, y al mismo tiempo su orina, la atacan y la queman.
Inconscientemente imagina todo esto, lo que está sucediendo forma parte de su
fantasía inconsciente.
Por destructivos que puedan ser estos ataques fantaseados, de hecho el arma más
poderosa que el bebé tiene en su arsenal, se trata de una fantasía en clave negativa:
una alucinación negativa. En una alucinación negativa el objeto es aniquilado desde
la mente del bebé. Ya no es pensado. Ha sido hecho inexistente. La violencia de este
proceso es ferozmente destructiva, el objeto es expulsado de la existencia (Freud,
1901; Klein, 1946).
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Hay un pasaje en Du Côté de chez Swann en que Proust describe a Mlle. Vinteuil
atacando horriblemente y de forma deliberada a su padre, fallecido poco antes,
realizando licenciosamente toda clase de actos sexuales con su amante lesbiana y
precisamente ante la fotografía de su padre. Proust señala, naturalmente, que al hacer
esto la hija está sencillamente demostrando su conmoción por su apego al padre
fallecido pese a que la conmoción sea de resquemor. El ataque póstumo hubiese sido
ignorar por completo. El ataque supremo, señala, hubiese sido ignorar por completo
al padre, no pensar en él, como si no existiera en absoluto en su mente, «aquella
indiferencia que sean cuales fueren los nombres que pueda dársele, es la forma más
terrible y duradera de crueldad» (Proust, 1981).
Para comprender que este concepto de la denegación, de la alucinación negativa,
tiene que ver con una destrucción violenta, es necesario tener un cuadro de la mente
en que las fantasías inconscientes existen siempre. Una de las maneras más precoces
de reconfortarse ante la frustración es la capacidad de fantasear un objeto bueno y
gratificante inagotable. Este es un objeto que siempre está presente, siempre lleno de
bondad, que existe siempre para el bebé y solo para el bebé. Por esto no despierta
ansiedad. Se trata de una fantasía de gratificación alucinatoria, gratificación por parte
de un objeto perfecto. Pero para mantener de un modo omnipotente tamaña fantasía,
el bebé ha de denegar la existencia de un objeto malo y frustrante. Esto solo puede
llevarse a cabo por medio de una fantasía violenta. Y esta denegación de la existencia
del objeto malo solo se puede lograr destruyendo, escondiendo lejos de la conciencia
la parte del self que está en relación con el objeto malo al que teme y odia. Y, como
en todas estas escisiones del Yo, esto conduce al empobrecimiento de la capacidad de
pensar y de sentir.
Y, naturalmente, el objeto malo persecutorio condenado a una inexistencia oscura
puede súbitamente y sin previo aviso irrumpir de nuevo en la vida. Se barrunta que el
perseguidor podría llegar sin anunciarse ni prevenir y, por tanto, hay que prevenirse
constantemente de sus posibles ataques.
La señora L., una mujer de 23 años, en análisis, interrumpía constantemente su discurso cuando me
hablaba, diciendo: «Ya sé que usted me dirá que soy tonta» o «Ahora puedo imaginar lo que usted
piensa sobre esto». De continuo está en estado de alerta por una persecución inesperada que pudiera
tener lugar.
Precisamente a causa de las cualidades aterradoras del objeto malo, que contiene
todo el sadismo propio del bebé, la madre buena ha de experimentarse como ideal,
como un dios absoluto. Las dos polaridades han de mantenerse en su forma extrema.
Lo bueno, para que se mantenga lejos de los sentimientos relacionados con lo malo,
ha de vivirse no como llanamente bueno; ha de ser perfecto e inatacable, y por tanto,
al abrigo de cualquier cosa mala. Esto se debe a que el bebé necesita proteger sus
objetos buenos y su self bueno, todavía frágil, de ser atacados por sus impulsos
peligrosos. La idealización, que es un estadio normal y necesario en el desarrollo
inicial del bebé, permite poder incorporar el buen objeto e identificarse con él —
instalado en el Yo del bebé y protegido de sus ataques—. Esta identificación con el
objeto bueno (ideal) que refuerza el temprano sentimiento de sí mismo, le da un
sentido de coherencia, y ayuda al bebé a sostenerse desde una buena experiencia a
otra. Cuando las funciones cognitivas —en especial la memoria y la percepción—
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mejoran con la maduración normal, este self en desarrollo, identificado con su objeto
bueno (ideal), permitirá eventualmente que se reúna aquello que había sido
escindido... Finalmente lo «ideal» no será necesario, lo bueno será suficiente. Pero en
condiciones difíciles, más tarde en la vida, sea como niño mayor o como adulto,
cuando se vean amenazados los sentimientos buenos con respecto a sí mismo, y
cuando la sensación de sus objetos buenos se vea amenazada, la persona puede
recurrir de nuevo a la idealización, sea pasajeramente o por un período prolongado.
El señor D. cuenta que cuando le mandaron a un internado a los once años estuvo terriblemente
melancólico y desolado durante las primeras semanas, sintiendo que se estaba hundiendo en un abismo
de soledad y desespero. Un día vio a una muchacha en la escuela y se enamoró de ella. Desde aquel
momento se sintió mejor, fue capaz de rendir al máximo en sus estudios y destacar en todas las clases
porque si bien, y de hecho, debido a que solo le decía una o dos palabras a la muchacha en siete años,
se decía a sí mismo que estaba estudiando y trabajando para ella.
Había establecido un objeto ideal en su mente, que podía mantener del todo separado del enfado con
sus padres y de los celos de su hermano menor que estaba en casa.
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de una manera lesiva y a veces catastrófica, se fragmenta en muchos trozos y luego
estos mismos fragmentos se proyectan con violencia.
El material clínico que sigue ilustra las diferentes variantes de escisión (he
utilizado este material en otro contexto):
En la sesión de un lunes la señora T. hablaba de su fin de semana ajetreado, describiéndolo como un
éxito maravilloso; contó haber invitado a su casa a algunos colegas jóvenes de su lugar de trabajo y de
como se habían mostrado envidiosos de todas las cosas que ella poseía. Comentó lo difícil que debía
haber sido para ellos ver lo mucho que tenían ella y su familia. Basándome en una gran riqueza de
material le interpreté que al describirme todo esto pensaba que yo también era como los esforzados
jóvenes de su lugar de trabajo, observándola con envidia. Y que yo pensaba que esto era imaginado
para protegerse de lo que, por su parte, podía sentir acerca del fin de semana: cuan decidida estaba a ser
el centro envidiable de todo.
Interpreté pues que estaba proyectando su envidia del analista (que en la transferencia representaba a
su objeto primario) en los jóvenes y, durante la sesión, en mí. Es decir, me imaginaba envidiosa y en
nada se daba cuenta de los sentimientos de envidia que abrigaba para sus adentros; los había escindido
y se había desprendido de una parte suya capaz de sentir envidia; y la había colocado (proyectado)
dentro de mí.
Esta interpretación pareció permitirle recuperar la parte suya que había proyectado. Gracias a la
interpretación pudo decirme algo mas acerca del fin de semana. Me contó que en realidad había tenido
una disputa terrible con su marido por la falta de disponibilidad de este para con ella. Estaba tan
enfurecida que había dicho a los hijos lo muy horrible que era su padre. Los niños estuvieron
terriblemente alterados. Comentó con tristeza que estas querellas con su marido siempre parecían
producirse delante de los hijos. (Ahora ya no tenía el sentimiento de ser la persona envidiable, podía
darse cuenta de algunos sentimientos muy dolorosos.)
Le interpreté que ahora estaba más en contacto con su rabia hacia mí durante el fin de semana por
no estar disponible para ella y asocié sus ataques al marido con la rabia que sentía hacia mí. Me
escuchaba y continué diciéndole que a mi parecer sus luchas furiosas tenían que ser presenciadas por
sus hijos porque ellos tenían que ser observadores de la violencia de los padres sexuales, una visión de
los padres que tenía su origen en los propios ataques de mi paciente contra ellos. Le dije que mientras
insiste en decir que no siente nada en absoluto con respecto a los fines de semana, estaba mostrando
que hay una niña aterrorizada y consternada y a la vez furiosa, muy trastornada por lo que están
haciendo los padres. Pero esto no lo va a experimentar ella en primera persona; tendrá que ser
experimentado por sus hijos. Le dije que procuraba que sus hijos tuvieran esta experiencia, que sentía
insoportable para ella.
Estaba interpretando, pues, una secuencia compleja de escisiones y proyecciones. Ella escindía sus
objetos. Yo podía conservarme buena en su mente, mientras su marido se volvía malo e insoportable. Y
entonces toda la rabia que sentía por mí iba dirigida a él. Pero también utilizaba a sus hijos para
cargarlos con proyecciones de partes de ella misma; ellos tenían que darse cuenta de una forma tan
horrible y penosa de la manera lamentable y violenta en que convivían unos padres. (Pensé que,
inconscientemente, ella imaginaba mi fin de semana junto a mi marido, y lo hacía con tantos celos y
violencia que en su mente la pareja solo podía reunirse de un modo violento. La observación de todo
esto tenía que ser proyectada en sus hijos que estaban aterrorizados y solos.)
La interpretación se produjo al final de la sesión y creo que la confrontó con lo que estaba haciendo
con sus hijos y, por tanto, con la culpa. Su respuesta fue dramática. Al día siguiente la paciente relató
en la sesión que había tenido un pánico terrible toda la noche. De súbito sintió un miedo terrible de la
polución, pensó que había partículas en el aire a su alrededor. Estaba segura que la polución había
invadido su casa y que había veneno por todas partes. Se sentía aterrorizada por los efectos que
pudieran dañar a todo el mundo.
Pensé que me estaba diciendo lo que había hecho con la interpretación del día anterior. Aquella
sesión se había centrado en la descripción de su manera de imponer a sus hijos sentimientos muy
dolorosos, terribles; y la sesión de hoy era acerca de millones y millones de pequeñas partículas
infinitas, malas, que estaban envenenando a sus hijos, a su marido y a ella misma. Pensé que esta era su
manera de habérselas con la culpa que había sentido amenazadora cuando empezó a ver lo que estaba
haciendo con sus hijos, y detrás de esto lo que hacía conmigo en su mente. Había proyectado el veneno
en la atmósfera, pero en millones de pequeños fragmentos hasta el punto que los sentía venir de todas
direcciones. No sentía que vinieran de su interior sino que procedían de fuera.
Había fragmentado los peligrosos sentimientos de culpa en muchos trozos y los había proyectado en
el ambiente.
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Esto la sumió en un estado de pánico agitado; se había quedado temporalmente incapaz de pensar en
sí misma o en los niños o en la situación. Cuando pude señalarle de qué manera se había escindido en
muchas partículas, luego proyectadas en la atmósfera, empezó a ser capaz de pensar de nuevo.
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En la posición esquizo-paranoide hay una madre buena que me pertenece por entero y
que me dispensa placer interminable. Pero en el momento en que me siento
angustiado ya no existe la madre buena, estoy totalmente en presencia de la madre
mala que me persigue. Son estados de la mente que fluctúan rápidamente.
Para percibir el objeto de una forma más realista he de reconocer que la madre que
no esta ahí cuando la necesito es la misma madre que llega y me aporta consuelo; la
madre que odio es la misma madre que amo. Y he de reconocer que ella no es yo, que
ella no siempre me pertenece. Esto requiere la aceptación de una realidad penosa, a
veces demasiado penosa; una realidad de la que dependo, un objeto que no es «mí»,
que es independiente de mí. Un objeto que he atacado y lastimado, que continúo
atacando y lastimando, la misma persona que amo y necesito.
Estos reconocimientos son el comienzo de la ambivalencia (con sentimientos
entremezclados para con alguien) y de la culpa. Y existen ya en la posición esquizo-
paranoide, aunque fugaces, con poderosas defensas en su contra.
Al comienzo de este capítulo dije que la posición esquizo-paranoide puede
diferenciarse de la posición depresiva en las bases de las ansiedades características de
cada una; mientras que la persecución es característica de la posición esquizo-
paranoide, la culpa es más característica de la posición depresiva (véase capítulo 3).
Desde luego, esto es cierto en términos generales; y en realidad la posición depresiva
se define por la capacidad de tolerar la penosa culpa por las propias actitudes que
hayamos podido dispensar al objeto amado. Pero la culpa existe en formas
rudimentarias o proyectadas durante la posición esquizo-paranoide. Klein se
pronuncia claramente en este punto (1957) y es evidente también en el trabajo de sus
discípulos. Por ejemplo, Rosenfeld describe un paciente esquizofrénico que atacó a
una enfermera del hospital en donde seguía tratamiento:
Atacó de súbito a la enfermera X., mientras tomaba el té con ella y con su padre, golpeándola
duramente en la sien. Y esto en el momento en que ella afectuosamente ponía los brazos sobre sus
hombros. El ataque había ocurrido un sábado y yo le encontré silencioso y defensivo el lunes y el
martes. El miércoles habló un poco más. Dijo que había destruido el mundo entero y más tarde añadió:
«asustado». Y luego: «Eli» (Dios) varias veces. Al hablar parecía muy pesaroso y su cabeza se hundía
en el pecho. Le interpreté que al atacar a la enfermera X. sintió que había destruido el mundo entero y
sentía que solo Eli podía enderezar lo que había hecho. Permaneció en silencio. Después de continuar
con mis interpretaciones, diciéndole que se sentía no solo culpable sino también asustado de verse
atacado por dentro y por fuera, se volvió algo más comunicativo y me dijo: «No puedo resistir más».
Después, con la mirada fija en la mesa, dijo: «Todo está diseminado, ¿qué sentirán ahora todos los
hombres?». Le dije que no podía soportar la culpa y la ansiedad que sentía en su interior y que había
colocado su depresión, su ansiedad y sus sentimientos y también así mismo en el mundo de afuera:
como resultado de todo esto se sentía por entero diseminado, escindido en muchos hombres, y se
preguntaba qué iban a sentir las diferentes partes de sí (Rosenfeld, 1952: 79).
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aniquiladas, fragmentadas o proyectadas. Pero es importante comprender que existen
como percepciones fugaces y que su denegación o proyección conlleva, en
consecuencia, ansiedad persecutoria. En el desarrollo normal, cuando el Yo se
fortalece, la realidad de la ambivalencia, el dolor de la culpa y la pérdida de la
omnipotencia narcisista se harán gradualmente mas tolerables. Cuando esta realidad
no puede afrontarse, tampoco puede tener lugar la integración gradual de bueno y
malo, interno y externo, mí y no-mí. En estas circunstancias, las escisiones son más
amplias, se intensifican las dicotomías y se hacen más rígidas. En realidad, a lo largo
de la vida, cuando la culpa es demasiado intensa para poderse tolerar, el individuo
regresará a la rigidez y a la seguridad de la posición esquizo-paranoide en que se
puede hablar de los buenos y de los malos, y afirmar con certeza absoluta que se está
del lado de lo bueno.
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